Revista Hegemonía. Año II Nº. 13
Hegemonía es la revista digital de análisis político y sociológico de La Batalla Cultural. Aparece mensualmente. Hegemonía se sostiene con el aporte de sus lectores mediante suscripciones regulares y de auspiciantes, exceptuándose de estas por definición las empresas de capital privado. Para suscribirse y/o auspiciar esta revista, contáctese al teléfono (2245) 41-2008 o al mail hegemonia@labatallacultural.org. Todos los derechos reservados. Las opiniones emitidas en esta revista y eventualmente firmadas son de exclusiva responsabilidad sus autores y no representan necesariamente el pensamiento ni la línea editorial de La Batalla Cultural.
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E D I C I Ó N D E A N I V E R S A R I O
Nº. 13 AÑO II | MARZO DE 2019
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HEGEMONIA
14
CONTENIDO EXCLUSIVO
Scalabrini Ortiz:
Aquí se aprende
a defender
la patria
10
EL OTRO CINE
La vida de Brian y
cómo no
inventamos nada
34
ANÁLISIS
La madre de
todas las batallas:
Apuntes sobre
la dependencia
6
OPINIÓN
El nuevo orden
mundial ya
está aquí
EDITORIAL
Aquí hay un pueblo digno,
gloria al bravo pueblo
En La Batalla Cultural hemos
vivido un mes de sensaciones
encontradas. Por una
parte, hemos transitado la
alegría de llegar ilesos al
primer año de vida de nuestra
Revista Hegemonía. Al igual que
con los niños, a las publicaciones
les suele pasar que superan
su etapa más crítica al cumplir
primer su primer año de existencia,
con lo que se multiplican
enormemente sus chances de
sobrevivir y prosperar. Por eso,
alcanzar las 13 ediciones con
frecuencia mensual perfecta ha
sido para nosotros un motivo
de celebración, augurando de
aquí en más un futuro brillante
y estable para esta publicación
nuestra, que ya es nuestra tanqueta
de difusión ideológica y
de profundidad de análisis.
No obstante, por otra parte,
el mes de febrero nos trajo
también una buena cantidad
de angustia por la escalada
de la situación en Venezuela y
las amenazas de imperialismo
estadounidense a la Revolución
Bolivariana que viene liberando
esa región de nuestra Patria
Grande de las garras de los buitres,
las águilas y los halcones
imperialistas. La agudización
de las contradicciones entre el
proyecto colonial y el proyecto
nacional-popular se ha puesto
al rojo vivo en Venezuela y eso,
como era de esperarse, aceleró
la reacción del cipayaje local y
de sus patrones en Occidente.
4 HEGEMONIA - marzo DE 2019
Venezuela estuvo y sigue estando,
al momento de cerrar esta
edición, al borde de la guerra.
El comandante Hugo Chávez
no aró en el mar y hoy Venezuela
está en el centro de la geopolítica
mundial por diversas razones,
pero fundamentalmente porque
en Venezuela está representada
la contradicción de nuestro
siglo. De una parte, el proyecto
imperialista de los Estados Unidos,
de sus corporaciones, sus
marionetas en Europa occidental
y demás personeros cipayos
por el mundo, que quieren sostener
una hegemonía y un orden
mundial unipolar quebrados a
como dé lugar; de otra, Rusia,
China, India, Irán, Corea del
Norte, Sudáfrica y otros países
que quieren ser libres, luchando
por formalizar la destrucción de
la hegemonía yanqui y el surgimiento
de un nuevo orden mundial
de tipo multipolar. Y hoy en
Venezuela esas dos posturas
están perfectamente representadas
en las figuras de Nicolás
Maduro y de Juan Guaidó. El
primero simboliza el proyecto de
lo nuevo y el segundo, la reacción
y el intento desesperado
por sostener lo viejo.
En el medio quedó el pueblo-nación
de Venezuela, que
hoy se debate entre futuro y
pasado, entre seguir sometidos,
explotados y saqueados por un
imperialismo hambriento de
recursos naturales y de sangre
humana, o avanzar hacia un
mundo en el que el poder se
distribuye por todas las regiones
y los países soberanos entran en
relaciones mutuas de intercambio
y cooperación para mejor
provecho de la humanidad como
un todo. En esa disyuntiva está
el pueblo-nación venezolano
y de lo que de allí se decida
deberá resultar el ordenamiento
del mundo entero para todo lo
que queda de este siglo XXI, por
lo menos.
Lo saben en Caracas, pero
también en Washington, en
Moscú, en Beijing y en todas
partes. Es innegable que la
política internacional se está
dirimiendo hoy en Venezuela y
aquí tenemos que nuestra Patria
Grande latinoamericana está de
nuevo en el centro del mundo,
cumpliendo la predicción de que
desde América Latina vendrá la
revolución determinante de este
nuevo siglo.
Es por eso que esta edición de
aniversario de nuestra Revista
Hegemonía presenta en su portada
y en su artículo central a
Raúl Scalabrini Ortiz. Un patriota,
pero no cualquier patriota:
en la obra de Scalabrini Ortiz,
consideramos, está la clave
para que los argentinos podamos
comprender la realidad
actual y hacer correctamente la
transición entre el mundo viejo
que se muere y el nuevo que
está naciendo. A partir del análisis
del legado de Raúl Scalabrini
Ortiz es posible llegar a las
conclusiones que están faltando
de cara al cambio de época que
estamos viviendo, todavía, un
poco a ciegas.
Para los que estamos en
esta región austral de la Patria
Grande la disyuntiva es sencilla:
comprendemos y nos liberamos,
o no comprendemos y se restaurará
aquí un estatus colonial
en el que no habrá lugar para la
dignidad de los pueblos. Seremos
Perón o seremos Mitre,
seremos Chávez o seremos vulgares
cipayos. Pero si elegimos
lo segundo, como decía Zapata,
no podremos ya gritar cuando
nos pisen. En la segunda opción
está nuestra propia destrucción
como pueblo-nación y la
indignidad para nosotros y las
generaciones que vengan a
sucedernos.
Elegiremos lo primero, que es
patria libre, justa y soberana, es
dignidad y felicidad universales.
Seremos Scalabrini Ortiz en la
construcción de la comprensión
para que lo seamos al fin y
ese es nuestro objetivo en esta
Revista Hegemonía que cumple
un año de existencia: generalizar
la comprensión sobre lo que
es y acerca de cómo debería ser
para que sea, para que seamos,
para que entre “patria o muerte”
elijamos siempre vencer.
Hacia allá caminamos, hacia
un mundo mejor que es posible.
Gloria al bravo pueblo: nosotros
mismos, el subsuelo de la patria
sublevado, como decía el entrañable
amigo patriota.
Erico Valadares
Revista Hegemonía
La Batalla Cultural
5 HEGEMONIA - marzo DE 2019
OPINIÓN
El nuevo orden
mundial ya está aquí
Al momento de escribir
estas líneas, los embajadores
de China y sobre
todo de Rusia ante las
Naciones Unidas terminaban
de “pasarles el trapo” a los
Estados Unidos en el Consejo de
Seguridad, donde se realizaba
una reunión de urgencia sobre
el asunto de Venezuela. Una por
una, las maniobras del imperialismo
yanqui fueron denunciadas
por esos embajadores,
los que fueron sucedidos por
el canciller Jorge Arreaza con
las pruebas de todas las operaciones
de falsa bandera perpetradas
por los Estados Unidos
y sus cipayos en la región en el
intento de golpe de Estado del
23 de febrero último. También
hablaron los embajadores de
México, Bolivia y Cuba, todos en
la misma tesitura.
Eso ocurría a escasas horas de
la difusión en la televisión rusa
de una noticia que daba cuenta
de que cinco blancos habían
sido designados en los Estados
Unidos por el Kremlin para sus
flamantes misiles hipersónicos.
Entre esos blancos estaban el
Pentágono, el Ministerio de Defensa
y la residencia presidencial
de Camp David. Todas esas
ubicaciones serían alcanzadas
por los misiles hipersónicos en
aproximadamente cinco minutos
después de su lanzamiento
desde territorio ruso. Véase
bien, atento lector: esos misiles
hipersónicos cubren en menos
de cinco minutos una distancia
de 10.000 kilómetros que los
aviones comerciales tardan
hasta 12 horas en recorrer.
Rusia mostraba así los dientes
a pocas horas de la reunión en
el Consejo de Seguridad por
Venezuela. Pero Rusia no tiene
ninguna intención de lanzar sus
misiles hipersónicos contra el
territorio estadounidense ni
contra nadie. En realidad, según
6 HEGEMONIA - marzo DE 2019
el análisis coyuntural que hacemos,
lo que hace Putin aquí
es agregar un argumento a un
relato que viene construyendo
hace ya varios años y que tiene
como objetivo culminar en la
formalización de un nuevo orden
mundial que ya existe de hecho.
Digámoslo de una vez: ya cayó
el orden mundial establecido
luego de la caída del Muro de
Berlín y la disolución de Unión
Soviética o el campo socialista
en el Este, y el ascenso de los
Estados Unidos a la posición de
única potencia a nivel global.
Ese orden se derrumbó en la
práctica hace ya algunos años
y fue reemplazado por otro, uno
de tipo multipolar en el que
nadie corta el jamón en soledad.
No es del todo visible aún,
porque falta precisamente su
formalización, como veremos
más adelante.
Lo que estamos viendo en
la actualidad no es más que
una simulación del viejo orden
unipolar con hegemonía total de
los Estados Unidos en el mundo.
Y las pruebas están todas a la
vista. Haga el atento lector memoria
y trate de recordar durante
la década de los años 1990
algún intento de intervención
militar llevada a cabo por los Estados
Unidos que no se haya llevado
a cabo porque un tercero o
terceros —país, grupo de países,
organismos supranacionales o
lo que sea— se hayan opuesto
a esa invasión. El atento lector
no va a encontrar un solo caso.
Luego de la desintegración de
la URSS, los Estados Unidos
hicieron básicamente lo que les
vino en gana por todo el planeta.
Empezando por la invasión
para llevar el golpe de Estado a
Panamá en 1989, pasando por
la Guerra del Golfo, los ataques
sobre Somalia, Bosnia y Herzegovina,
Sudán y Afganistán, concluyendo
en Yugoslavia, no hubo
nadie que alzara la voz contra
los atropellos de los Estados
Unidos en los países donde los
estadounidenses y sus corporaciones
consideraban que existía
alguna amenaza a sus intereses.
Pero al empezar el nuevo siglo
las cosas iban a cambiar. En
1998 surge un Hugo Chávez
en Venezuela y el atento lector
podrá argumentar, quizá con
mucha razón, que los yanquis
no sabían en qué iba a resultar
eso y optaron así por permitir el
ascenso de Chávez. Puede ser,
pero resulta difícil comprender
cómo la CIA permitió que desplazaran
del Kremlin a su mejor
amigo en el Este, Boris Yeltsin,
y el ascenso de Vladimir Putin
en 1999. Vendría más: Brasil
con el ascenso de Lula en 2002,
Argentina con el de Néstor Kirchner
en 2003, Bolivia con Evo
Morales en 2005, la sucesión
exitosa en Corea del Norte en
2011. ¿Por qué la hegemonía
yanqui no impidió esos procesos
políticos de empoderamiento
popular, que son realmente
nocivos a sus intereses imperialistas?
Porque no pudo.
Lo que no vemos porque
todavía no se ha formalizado es
que el orden mundial unipolar
terminó de derrumbarse en algún
momento durante la primera
década del siglo. A partir de
ese derrumbe, el poder mundial
se distribuyó en distintos polos
por todo el planeta y los Estados
Unidos ya no pudieron intervenir
en todas partes a gusto.
En los últimos años esa situación
viene haciéndose cada vez
más visible, con un país como
Rusia rechazando en soledad
agresiones estadounidenses
en Crimea y en Siria. Lo que ha
pasado en esas regiones es que
los Estados Unidos han sido
frenados por un país económicamente
muy inferior y no han
podido imponer su voluntad. La
hegemonía ha dado todos los
signos de haberse quebrado.
Pero los órdenes mundiales
nuevos aparecen de hecho y
solo son comprendidos por las
mayorías cuando se formalizan.
La historia nos enseña que esa
formalización queda marcada
En la conferencia de Yalta, los Estados Unidos (Roosevelt, al centro) y la Unión Soviética
(Stalin) empezaban acordar el nuevo orden mundial y el descenso de Gran
Bretaña (Churchill) a la categoría de potencia regional tras la II Guerra Mundial.
7 HEGEMONIA - marzo DE 2019
El muro de Trump en la frontera de México es precisamente eso, un muro, al igual que el Muro de Berlín. Y como tal, podrá servir
en el futuro al propósito simbólico de formalizar la caída del viejo orden mundial y la hegemonía estadounidense.
por un evento de gran magnitud,
normalmente bélico. Los
órdenes mundiales nuevos se
formalizan después de guerras:
el orden mundial bipolar que
partió el mundo en dos entre
capitalistas y socialistas polarizados
en los Estados Unidos y
la Unión Soviética se formaliza
tras la finalización de la II Guerra
Mundial en 1945. El orden
mundial unipolar —aunque ya
era una realidad en los años
1970— se formaliza al finalizar
la Guerra Fría entre 1989 y
1991. Y si analizamos la historia
encontraremos que la regla se
confirma en todos los casos en
los que un nuevo orden mundial
se estableció y se hizo consenso
tras su formalización.
He aquí la verdad a gritos: los
Estados Unidos ya saben que su
hegemonía se derrumbó. Si no
lo supieran (lo que en sí ya es
una hipótesis muy difícilmente
corroborable), habrían llevado
hasta sus últimas consecuencias
los conflictos en Crimea
y en Siria, estacionando a sus
marines en la costa y avanzando
con la totalidad de la fuerza de
sus armas. Y sin embargo eso no
ocurrió: Los Estados Unidos se
retiraron de esos lugares ante la
presión rusa y también se retiraron
de Irak y Afganistán, países
donde no han podido obtener
los resultados esperados por
diversos factores. Si los yanquis
tuvieran intacta la fe en su hegemonía,
no se dejarían frenar
por aquellos que solían considerar
como subalternos. Pero se
dejan efectivamente y por Rusia,
los mismos que ahora apuntan
misiles hipersónicos contra el
territorio de los Estados Unidos
y promete hacerlos caer allí en
menos de cinco minutos, lo que
inutiliza todos los sistemas de
alerta antimisiles e inviabiliza
cualquier intento de evacuación.
Existen y son muy fuertes las
hipótesis sobre la existencia
de una alianza secreta entre
Vladimir Putin y Donald Trump.
Al parecer, pudo haber existido
incluso intervención de Rusia
en las elecciones de Estados
Unidos, cosa que no podría
ocurrir en un país hegemónico ni
mucho menos. Sea como fuere,
el comportamiento de Donald
Trump en los dos primeros años
de su presidencia da todas las
señales de que los Estados
Unidos están buscando un
descenso suave a la posición de
potencia regional como alternativa
a la destrucción que podría
representar la posibilidad de
que todos aquellos con cuentas
pendientes con los yanquis un
buen día quisieran saldarlas.
Incluso cuando los Estados
Unidos parecerían exacerbar las
contradicciones para reafirmar
su autoridad imperial y sostener
la dominación, la lectura
también puede ser la opuesta.
Esa exacerbación puede ser la
aceleración del proceso de cara
a su rápida resolución, para que
tenga lugar en el corto plazo y
todavía durante el tiempo de
vida de los involucrados. Vista
la cosa desde ese ángulo, se
entiende mejor no solo la locura
bélica contra Venezuela,
sino además algo que ha sido
mentado por muchos en los
últimos días: el muro que Trump
construye actualmente sobre la
frontera de México.
La agresión a Venezuela, por
8 HEGEMONIA - marzo DE 2019
una parte, no termina jamás de
concretarse y sigue sin pasar
de provocaciones, intentos
de desestabilización y de una
guerra económica, todas maniobras
de bajo costo y fácilmente
realizables mediante el empleo
de segundones y cipayos. Lo que
nunca llega y al parecer no va a
llegar jamás es la clásica invasión
militar directa al territorio.
¿Estarán China y Rusia frenando
a los marines? ¿O es que, en
realidad, todavía no es tiempo
de deflagrar la operación?
Los nuevos órdenes mundiales,
ya lo sabemos, se instalan
con guerra y se formalizan cuando
esas guerras finalizan. Cuando
eso pasa hay un símbolo, un
hito. Así, no es difícil adivinar
que la guerra puede empezar en
Venezuela, pero puede terminar
en otra parte: allí donde está el
símbolo.
La Guerra Fría entre 1945 y
1989 fue entre la Unión Soviética
y los Estados Unidos en el
marco de un orden mundial bipolar
y sostuvo dicho orden —al
menos formalmente— por largos
44 años en los que el mundo
vivió bajo la amenaza de una
guerra nuclear que jamás llegó.
Y terminó en Alemania, donde
estaba emplazado el símbolo. Al
derrumbarse el Muro de Berlín,
la disolución total del bloque
socialista en el Este fue tan solo
una consecuencia necesaria,
pues los Estados Unidos ya habían
triunfado, ya habían logrado
el símbolo que formalizaba y
marcaba el inicio de su propia
hegemonía.
El “muro de Trump” sobre la
frontera de México es un muro. Y
es de Trump. Y puede fácilmente
verse como un muro fascista,
una Bastilla, un Reichstag, un
Muro de Berlín, un símbolo a
derrumbarse para dar paso a
lo nuevo. El “muro de Trump”
puede que no tenga ninguna
finalidad de frenar la inmigración
ilegal ni nada que ver con lo
que los Estados Unidos dicen. El
“muro de Trump” puede el símbolo
que Trump necesita para,
al salir derrotado de Venezuela
luego de algunos años de guerra
estéril, evitar que los venezolanos
terminen plantando la bandera
de Francisco de Miranda
en el Capitolio de Washington.
Si el “muro de Trump” existe
y Trump pierde en Venezuela la
guerra que necesita perder para
marcar el fin de la hegemonía
de los Estados Unidos en el
mundo, tendrán los mexicanos
su Bastilla para tomar justo en
la frontera y marcar la caída del
imperio. Algunos mazazos, una
cantidad de gente concentrada
y muchas cámaras de televisión
apostadas en el lugar. Así fue
como cayó el Muro de Berlín en
1989: sin la necesidad de que
Occidente entrara a Alemania
Oriental degollando a nadie.
Con el símbolo y show mediático
ya fue más que suficiente.
No sabemos si existe realmente
un acuerdo secreto entre
Putin y Trump, pero la solución
propuesta es de compromiso.
Los unos se bajan y los otros,
que suben, dan las garantías de
que la barbarie no llegará al territorio
de los que se bajan. Para
ello, estos últimos ponen el símbolo
en la frontera, bien lejos de
todo, y hasta ahí llegamos.
Es imposible saber si la caída
formal de la hegemonía yanqui
será realmente así y también el
inicio formal del orden mundial
multipolar que ya es una realidad
práctica, pero es siempre
bueno estar atentos y prevenir.
Por las dudas el atento lector
sabrá guardar este artículo para
la eventualidad de que las cosas
terminen siendo como parecen
que van a ser. No será mucho,
pero al menos nos vamos a dar
el gusto de decirles a nuestros
hijos y nietos, con Fidel: “No se
trata de ver el futuro, sino de
conocer bien la historia y hacer
todos los análisis coyunturales
del caso”. Al fin y al cabo, la historia
todo lo enseña y también
que el tero pone los huevos en
una parte, pero canta en otra.
*Erico Valadares
Putin y Trump: ¿Acuerdo, sociedad o nada más que una hipótesis descabellada?
9 HEGEMONIA - marzo DE 2019
EL OTRO CINE
La vida de Brian y cómo
no inventamos nada
De un tiempo a esta parte
venimos intentando (e
insistiendo en) explicar
cómo es que la posmodernidad
ha llegado para
cambiar el paradigma de las
tradiciones de los pueblos-nación
con el propósito —propio
del avance mismo de las tecnologías,
el uso y abuso de los
recursos naturales y también
proyectado por sujetos concretos
a lo largo de la historia de
la humanidad— de fracturar el
tejido social de las diferentes
comunidades alrededor del
mundo, para poder someter a la
mayor parte de la humanidad al
poder financiero y redirigir nuestra
fe hacia el dios dinero. Esto
es objetivo y parte fundamental
de lo que debemos comprender
para poder encontrar soluciones
a los problemas que esta ingeniería
social nos viene generando
a lo largo del tiempo.
A su vez, tenemos que recordar
los innumerables avisos de
que todo esto iba a suceder con
décadas de antelación, lo cual
podría atribuirse a una suerte
de videncia o proyección divina
de un futuro lejano, como si
distintos sujetos de la historia
del mundo hubieran tenido la
bola de cristal para advertirnos
lo que vendría. Pero como en
verdad la respuesta más simple
suele ser la correcta, lo cierto
es que sólo se trata de ser
observadores de la realidad y
de ir atando cabos para armar
el rompecabezas del que formamos
parte. Y es entonces que
podemos concebir que películas
como La vida de Brian de los
Monty Python nos vinieron a
advertir, con 40 años de antelación,
sobre lo que hoy estamos
padeciendo como conjunto.
La vida de Brian (Life of Brian,
Reino Unido, 1978. 94 min.)
es un film que relata la historia
de Brian, un judío que nace el
mismo día que Jesús y al que, de
ahí en adelante, le toca transitar
una existencia marcada por ese
10 HEGEMONIA - marzo DE 2019
hecho que lo pone una y otra vez
en el lugar del posible Mesías,
conformando un relato hilarante
sobre las consecuencias de ser
perseguido por un designio que
no le es propio y que tampoco
desea tener.
Brian Cohen (Graham Chapman)
llega a sus 33 años de vida
acompañado siempre de su madre,
un personaje estrafalario y
determinante que lo condiciona
y que construye la historia de la
película con intervenciones propias
de una mujer (que además
es interpretada con un mensaje
en sí mismo que quien la vea
comprenderá de inmediato) que
no cree en nada y que sólo se
guía por los placeres materiales
y los instintos más elementales.
A su vez Brian, que quiere
pertenecer para terminar con
su soledad, se enamora de una
muchacha que forma parte de
un grupo de 4 personas autodenominado
“Frente de Personas
de Judea”, que son la analogía
del trotskismo y la fragmentación
del campo popular perfecta
de la que tendremos, a lo largo
de todo el relato, todas y cada
una de las expresiones propias
de quienes pretenden “hacer la
revolución” con la pancita llena
y mucho tiempo libre desde la
comodidad del hogar y sin hacer
realmente nada concreto más
que discutir al respecto de lo
que se debería hacer.
Recién cuando Brian se entera
por su madre de que en realidad
no es judío, sino que es hijo
de un soldado romano, con el
resentimiento que le genera el
haber odiado toda su vida a los
que suponía sus opresores sale
en busca de un pretexto para
negar su identidad revelada y es
allí donde encuentra el espacio
para acercarse a Judith, ya
que el “Frente de Personas de
Judea” es exclusivo para aquellos
que realmente odian a los
romanos, aunque esa exclusividad
se reduzca al criterio de
quienes conforman el grupo. Y
entre los detalles de este grupo,
que será determinante a lo largo
de toda la historia, tenemos a
uno de sus integrantes manifestando
hace ya 40 años lo que
hoy conocemos como “ideología
de género”: hay una autopercepción
identitaria que empieza
a exigir su lugar y que nos da la
pauta de que no hay nada nuevo
bajo el sol, sino más bien vamos
repitiendo los mismos errores
hasta perfeccionarlos y convertirlos
en un verdadero problema.
Y de estos hay varios detalles,
pero nada mejor que dejarse
sorprender por la espontaneidad
de un relato genial.
Y volviendo a la incorporación
de Brian a este grupo selectivo,
como requerimiento de aceptación
le piden que escriba
en las paredes del palacio del
gobernador “Romanos váyanse
a su casa” (un perfecto “yanquis
go home”), pero al hacerlo con
errores ortográficos, un centurión
que lo encuentra in fraganti,
lo corrige y le hace escribir 100
veces de manera correcta la
frase, con lo que empieza la seguidilla
de “hazañas” realizadas
por Brian, que no son más que
una serie de errores con suerte,
casi ironías del destino del que
él mismo quiere huir.
Perseguido por su propia
conciencia, Brian intenta demostrar
cuánto odia a los romanos
hasta que se ve envuelto en
un problema que le costaría la
vida, de modo que comienza a
querer utilizar su condición de
romano para intentar zafar del
castigo que los propios romanos
le quieren imponer. Y en medio
de las permanentes huidas de
situaciones cada vez más descabelladas
y místicas —y en referencia
permanente a la prédica
de Jesús en Nazareth—, lo único
que logra nuestro protagonista
es convencer (contra su propia
voluntad) a una creciente cantidad
de “seguidores” de que
él es el Mesías y que se lo debe
seguir y adorar con fervor, ya
que trae la palabra de Jehová al
mundo de los mortales. Y en esa
Escena de ‘La vida de Brian’, otra de las grandes películas de los geniales Monty
Python que viene, como siempre, con contenido al que atender.
11 HEGEMONIA - marzo DE 2019
fe ciega que manifiestan los talibanes
de Brian podemos observar
detalles magníficos de cómo
siempre existe la necesidad
de creer en algo que justifique
aquellas cosas de las que no
queremos o podemos hacernos
responsables.
La historia transcurre así entre
situaciones que se van encadenando,
poniendo a Brian en una
posición cada vez más compleja.
Y ya llegando al momento
cúlmine, presentándose la
oportunidad de que el análogo
de Poncio Pilatos (caracterizado
de una manera muy particular y
significando, a su vez, cómo el
uso de las palabras alteradas
transforma lo dicho en la forma
y deja de lado al contenido) libere
a un prisionero, la distracción
es tal que Brian queda en medio
de una burla descontrolada del
pueblo judío al representante
romano que podía darle libertad.
Porque lo que atraviesa
todo el largometraje es justamente
esta evidente necesidad
de Brian de no ser nada de lo
que los demás quieren que sea,
pero a medida que va queriendo
escaparles a esas exigencias
del entorno que no termina de
comprender, lo único que logra
es quedar cada vez más involucrado
con una vida que no era la
suya, pero que termina siendo
parte de él.
No queremos dar demasiados
detalles ya que es una verdadera
obra de arte, no sólo en lo
conceptual y argumental sino en
la manera clara, contundente e
hilarante que tienen los Monty
Python de decirnos, como si le
hablaran al futuro, que todo
esto que nos pasa hoy en verdad
ya estaba pasando, sólo que no
le veníamos prestando la suficiente
atención. La música es un
lujo extra, además de los detalles
escenográficos y de vestuario,
propio de las cosas que se
hacen con el corazón y la firme
convicción de que hay que dar
un mensaje para la posteridad.
La vida de Brian es una película
imprescindible en tiempos
de ingeniería social evidente, no
sólo para comprender sino también
para que nos regale una
hora y media de risas y ejemplos
perfectos, que en conjunto la
convierten en una herramienta
de lucha por el buen sentido en
la era de la estupidez colectiva.
Por eso y todo lo que no les podemos
contar, pero esperamos
que vean, La Batalla Cultural y
Revista Hegemonía recomiendan
este film con 5 estrellas
sobre 5, para que vayan a disfrutar,
pero también a ver que
podemos anticiparnos a la jugada
del enemigo, sólo se trata de
mirar un poquito más allá.
*Romina Rocha
12 HEGEMONIA - marzo DE 2019
HD
LIBROS
LA LIBRERÍA COMPAÑERA
CONGRESO
RIVADAVIA 1711
CABALLITO
RIVADAVIA 4000
(ESQ. YAPEYÚ)
ABASTO
CORRIENTES 3315
(ESQ. SHOPPING)
13 HEGEMONIA - marzo DE 2019
CONTENIDO EXCLUSIVO
Scalabrini Ortiz:
Aquí se aprende a
defender la patria
En la maraña de acontecimientos
que los medios
de difusión presentan
todos los días como “información”
en un torbellino
inconexo, con los hechos apareciendo
como si entre ellos
no existiera relación alguna, lo
que realmente se difunde es
un comportamiento frenético.
Nos fanatizamos y gritamos
todos los días lo que creemos
ser nuestra opinión sobre los
más variados asuntos sin formar
jamás una idea totalizadora de
la realidad. Y eso es así precisamente
porque recibimos la
información fragmentada y no
hay quienes nos la ordenen en
categorías para que el mundo,
de pronto, tenga orden y sentido
ante nuestros ojos confundidos.
En este siglo XXI, que es el siglo
de la posmodernidad mediática,
nuestra cosmovisión viene cada
vez más fragmentada hasta no
formar ninguna cosmovisión en
absoluto, ninguna idea de cómo
es el mundo y de cómo debería
ser.
Eso produce angustia en el
individuo. El ver pasar todos los
días los hechos sin poder aprehenderlos
y hacer de ellos un
sistema que ordene su realidad
termina generando aquello que
un personaje como Esteban Bullrich,
sincerándose y diciendo lo
que jamás debe decirse, llamaba
“vivir en la incertidumbre”
como si se tratara de un valor
positivo. He ahí el truco que el
imprudente Bullrich dejó al descubierto
por hablar demasiado:
en la era de la información veloz,
abundante e insustancial, el
método de las clases dominantes
en el sistema para disciplinar
a las mayorías populares es
imponer la incertidumbre y eso,
como veremos, difiere radicalmente
de métodos anteriores,
en los que se trataba de ocultar
mediante la censura directa
lo que los pueblos no debían
saber para no rebelarse frente a
injusticia cotidiana, aunque esa
14 HEGEMONIA - marzo DE 2019
injusticia fuera patente.
Se trata, en una palabra, de
una avalancha de información
sin un correlato ordenador, o
de que la mejor manera para
ocultar un elefante en la calle
Florida es justamente llenando
la calle Florida de elefantes.
No se trata ya de acallar por la
fuerza al que dice cosas peligrosas
para el sistema y el establishment
en general, sino todo lo
contrario. Lo importante para
el sistema es que todos hablemos
y hablemos mucho, que los
medios de difusión inunden los
canales, las radios, los diarios
y las redes sociales de todo
tipo de información —relevante
e irrelevante, mientras más de
esta, mejor—, que nos pongamos
a discutir todos y cada uno
de los temas propuestos y que,
en fin, el debate público se convierta
en un pandemonio en el
que no exista la posibilidad de
que dos o más individuos lleguen
a dialogar sobre lo mismo
en los mismos términos. Con la
calle Florida llena de elefantes
es imposible ver ese elefante,
el que antes intentaban tapar y
que ahora simplemente queda
oculto entre tanto elefante. No
se ve ese elefante ordenador
que nos permitiría parar, pensar
y concluir al fin que algo pasa:
hay un elefante en calle Florida.
La metáfora sirve como eso,
como una metáfora para hacer
simple lo complejo. De un
modo general, los posmodernos
vivimos angustiados bajo una
avalancha de información que
nos tapa a diario sin que podamos
entender nada de lo que
pasa. Nos falta ese elefante,
el que pone todo lo complejo
en sus categorías y ordena la
totalidad. En otros tiempos, sin
avalanchas mediáticas y con la
censura al acecho, ese elefante
podía verse en el correlato de
Raúl Scalabrini Ortiz, donde
lo complejo se llenaba de un
sentido único y ordenador, al
alcance de cualquier nivel de
15 HEGEMONIA - marzo DE 2019
entendimiento. Ese es el sentido
que da la categoría de lo nacional-popular.
Raúl Scalabrini Ortiz nació en
el siglo XIX, más precisamente
el 14 de febrero de 1898, en la
ciudad de Corrientes. Fue hijo
de un inmigrante italiano y una
criolla cuyas raíces en América
se remontaban a los años de la
conquista española, lo que en
sí ya es todo un símbolo. Así,
con esa mezcla que resulta en
la síntesis ideal del argentino
con un pie en el barco y otro
en el arraigo, Scalabrini Ortiz
habría de expresar lo complejo
del crisol en la sencillez de
una identidad nacional que él
mismo, junto a su amigo Arturo
Jauretche y otros próceres del
nacionalismo popular, ayudaron
a forjar. No es tanto una cosa de
razas como de culturas, o bien
de la integración de distintas
culturas que hombres como
Scalabrini Ortiz iban a asumir
para, a partir de ello, empezar a
construir la identidad nacional
a la que los argentinos y los latinoamericanos
aun no pudimos
dar su forma final. Ese correntino
hijo de un intelectual italiano
y una criolla con cierto abolengo
va a ser luego, de cierta forma,
en la esquina de Corrientes y
Esmeralda que es el corazón de
la urbe porteña, quizá la mejor
representación del hombre que
está solo y espera.
Mucho antes de su acercamiento
a Jauretche y los muchachos
patriotas de la Fuerza
de Orientación Radical de la
Juventud Argentina (FORJA),
Scalabrini daría su primera y
una de las más importantes colaboraciones
a la formación del
ser nacional con la publicación
de esa obra. El hombre que está
solo y espera es la descripción
precisa y profunda del hombre
porteño de las décadas de los
años 1930 y principios de los
1940, esto es, del argentino de
la Década Infame. Sin saberlo.
Scalabrini Ortiz daría entidad
en 1931 al personaje que, una
década y media más tarde, sería
central en su relato presencial
de los hechos del 17 de octubre
de 1945, cuando las “hordas
de bárbaros” y de “cabecitas negras”
atropellaron a sus conducciones
políticas y sindicales e
invadieron la Ciudad de Buenos
Aires para exigir la liberación de
Juan Domingo Perón, dando nacimiento
al movimiento político
de mayor vitalidad en América
Latina que es el peronismo. Ese
día, Scalabrini Ortiz vio cómo las
masas de trabajadores llegaban
de todos los rincones y fue
capaz —gracias a su inmensa
sensibilidad e inteligencia— de
saber allí nomás, de comprender
en ese momento y no “con el
diario del lunes”, que algo muy
grande había sucedido.
El resultado de esa comprensión
es el emocionante relato
del Subsuelo de la patria sublevado,
en el que Scalabrini Ortiz
recoge la avalancha de información
que llegaba con aquel
inesperado “aluvión zoológico” y
la coloca en la sencilla categoría
de lo nacional-popular, la que
todo lo ordena. Dice Scalabrini
Ortiz en ese relato, que debería
ser de lectura obligatoria para
todos los argentinos desde los
primeros años de su vida escolar:
Un joven Scalabrini Ortiz, en imagen de fecha indefinida. Scalabrini Ortiz llegaría a
Buenos Aires para estudiar ingeniería en la Facultad de Ciencia Exactas y allí toma
contacto con los círculos intelectuales que lo impulsaron a la militancia.
“Un pujante palpitar sacudía
la entraña de la ciudad. Un
hálito áspero crecía en densas
vaharadas, mientras las multitudes
continuaban llegando.
Venían de las usinas de Puerto
Nuevo, de los talleres de
Chacarita y Villa Crespo, de las
16 HEGEMONIA - marzo DE 2019
manufacturas de San Martín
y Vicente López, de las fundiciones
y acerías del Riachuelo,
de las hilanderías de Barracas.
Brotaban de los pantanos de
Gerli y Avellaneda o descendían
de las Lomas de Zamora.
Hermanados en el mismo grito
y en la misma fe, iban el peón
de campo de Cañuelas y el
tornero de precisión, el fundidor,
el mecánico de automóviles,
el tejedor, la hilandera y el
empleado de comercio. Era el
subsuelo de la patria sublevado.
Era el cimiento básico de
la nación que asomaba, como
asoman las épocas pretéritas
de la tierra en la conmoción
del terremoto. Era el sustrato
de nuestra idiosincrasia
y de nuestras posibilidades
colectivas allí presente en su
primordialidad sin reatos y sin
disimulo. Era el de nadie y el
sin nada, en una multiplicidad
casi infinita de gamas y matices
humanos, aglutinados por
el mismo estremecimiento y
el mismo impulso, sostenidos
por la misma verdad que una
sola palabra traducía”.
Esa palabra era Perón y esa
verdad, el peronismo, el que
allí mismo era parido por una
masa de hombres y mujeres que
habían estado solos y habían
esperado quince largos años
para expresarse y verse expresados
en una cosmovisión ordenada
y ordenadora. Eso fue lo que
Scalabrini Ortiz vio ese día en la
Ciudad, esta fue la lectura que
hizo del momento culminante
de la Argentina moderna: el que
había estado solo y había estado
esperando ya no estaba solo
ni esperaba. Había llegado el
día de su reivindicación y así lo
interpretó el genio de la lectura
de nosotros mismos:
“Lo que yo había soñado e
intuido durante muchos años
estaba allí presente, corpóreo,
tenso, multifacético, pero único
en el espíritu conjunto. Eran los
hombres que están solos y esperan
que iniciaban sus tareas
de reivindicación. El espíritu de
la tierra estaba presente como
nunca creí verlo”.
He ahí el elefante en calle
Florida, que pasa inadvertido
ante los ojos del observador
que no está preparado para
verlo porque, simplemente, no
entiende qué está mirando.
Pero el elefante que representa
el pueblo-nación argentino en
perfecta unidad nacional-popular
no podría escapársele a un
Scalabrini Ortiz provisto de las
categorías precisas para comprender
a primera vista lo que
allí estaba sucediendo:
“No era esa muchedumbre
un poco envarada que los
domingos invade los parques
de diversiones con hábitos
de burgués barato. Frente a
mis ojos desfilaban rostros
atezados, brazos membrudos,
torsos fornidos, con las greñas
al aire y las vestiduras escasas
cubiertas de pringues, de
restos de brea, de grasas y de
aceites. Llegaban cantando y
vociferando unidos en una sola
fe. Era la muchedumbre más
heteróclita que la imaginación
puede concebir. Los rastros de
sus orígenes se traslucían en
sus fisonomías. Descendientes
de meridionales europeos iban
junto al rubio de trazos nórdicos
y al trigueño de pelo duro
en que la sangre de un indio
lejano sobrevivía aún”.
Mientras otros se preguntaban
si se trataba de alguna huelga
o sublevación, qué hacían esos
negros en el centro y se veían
desbordados por un acontecimiento
inesperado y único, de
esos que desorientan a más de
uno, Raúl Scalabrini Ortiz vio lo
que realmente era, vio al pueblo-nación
argentino como un
todo. Lo que Scalabrini Ortiz vio
fue un enorme elefante en calle
Florida, un gigante único donde
otros no veían más que un océano
de individualidades:
“Así avanzaba aquella muchedumbre
en hilos de entusiasmo,
que arribaban por
la Avenida de Mayo, por Balcarce,
por la Diagonal (...) En
las cosas humanas el número
tiene una grandeza particular
por sí mismo. En ese fenómeno
majestuoso a que asistía
el hombre aislado es nadie,
apenas algo más que un
aterido grano de sombra que
a sí mismo se sostiene y que el
impalpable viento de las horas
desparrama. Pero la multitud
tiene un cuerpo y un ademán
de siglos. Éramos briznas de
multitud y el alma de todos
nos redimía. Presentía que la
historia estaba pasando junto
a nosotros y nos acariciaba
suavemente como la brisa
fresca del río (...) La substancia
del pueblo argentino, su
quintaesencia de rudimentarismo
estaba allí presente,
afirmando su derecho a implantar
para sí mismo la visión
del mundo que le dicta su
espíritu desnudo de tradiciones,
de orgullos sanguíneos,
de vanidades sociales, familiares
o intelectuales. Estaba
allí desnudo y solo, como la
chispa de un suspiro: hijo
transitorio de la tierra capaz
de luminosa eternidad”.
El subsuelo de la patria sublevado
es, sin lugar a dudas, el mejor
relato de aquel 17 de octubre
de 1945 y no lo es solo por la
superlativa calidad poética que
17 HEGEMONIA - marzo DE 2019
Imagen de Raúl Scalabrini Ortiz junto a sus cinco hijos, cortesía del Archivo General de la Nación.
caracterizaba Scalabrini Ortiz.
El es mejor porque es el más
completo, el que aprehende la
totalidad del fenómeno en tan
solo 730 palabras. Ni una de
más o una de menos, nada de
largas peroratas innecesarias o
de largas investigaciones para
apilar en archivos que nadie lee.
Solo unas setecientas palabras
que lo dicen todo y transportan
al lector al lugar de los hechos.
La descripción, en fin, del elefante
en calle Florida, la noticia
del hecho y el correlato ordenador,
que es lo más importante y
es lo que no existe en los tiempos
que corren.
No es descabellado suponer
que, si el 17 de octubre de
Perón ocurriera hoy, los medios
harían correr ríos de tinta con
una infinidad de microrrelatos
sobre lo sucio que dejaron la
Plaza, todo lo que rompieron
las columnas a su paso, cada
uno de los incidentes menores
que son inherentes a cualquier
concentración de multitudes,
los comentarios de todos los
que comentan desde lejos, los
comentarios de los que comentan
esos comentarios... y
lógicamente se perdería de vista
el hecho concreto y evidente, el
elefante en plena calle Florida,
que es el del hombre que sale
a decir que no va más luego de
una década y media de estar
solo y esperar. Ahí está la mediocridad
del método del poder
para que lo esencial sea invisible
a los ojos: no hay un Scalabrini
Ortiz que capte la esencia
de lo que es y, si lo hay, no le
dan la difusión que debió tener.
Porque Scalabrini Ortiz no es
un solo un personaje central de
nuestra historia y de la formación
del ser nacional, es mucho
más que eso. Raúl Scalabrini
Ortiz es en sí mismo una manera
de hacer de la realidad una
cosmovisión. Cuando Scalabrini
Ortiz dice en El subsuelo de la
patria sublevado que el pueblo
argentino se había hecho presente
ese 17 de octubre para
afirmar el derecho de implantar
para sí mismo su propia visión
del mundo —su propia cosmovisión,
como se ve—, está
haciendo también el correlato
del relato. Lo que se lee allí es
justamente la reivindicación de
pensar desde el “estar” propio
del americano, como decía Rodolfo
Kusch. En ese sentido, lo
que hace Scalabrini Ortiz en El
subsuelo de la patria sublevado
y a lo largo de toda su obra es
eso, es ordenar el cosmos desde
18 HEGEMONIA - marzo DE 2019
el punto de vista de nosotros
mismos. Y ese es un ejercicio
muy profundo de patriotismo y
nacionalismo populares entendidos
de la manera más amplia
posible.
En términos prácticos y actuales,
lo que hoy nos pasa y
sigue pasando al pueblo-nación
argentino y latinoamericano en
general es que no hemos todavía
incorporado ese correlato
propio, hecho desde las bases
y hacia arriba, para ordenar la
cosmovisión y los hechos diarios
que se nos aparecen como “noticia”
en los medios de difusión
según lo que realmente somos.
Este es el signo de que nuestro
ser nacional aun no ha terminado
de formarse: no recibimos la
avalancha de información ni lo
que vemos como “novedades”
en el contexto de un relato de
nuestra cultura. Lo que solemos
hacer es simplemente recibir lo
que nos es ajeno y consumirlo
de modo irreflexivo según el
gusto o el nivel cultural de cada
individuo por separado, lo que
va a resultar en que seamos
un rejunte de individualidades
y no “el cimiento básico de la
nación”, como decía Scalabrini
Ortiz. Lo que no existe, en una
palabra, es la tan mentada
unidad nacional-popular porque
no estamos debidamente adoctrinados
para comprender que
compartimos un mismo destino
común y que, por lo tanto, tenemos
todos los mismos intereses
y somos eso, una sola entidad
cuyo nombre genérico es pueblo-nación
argentino y latinoamericano.
De esa disgregación del
cuerpo social y de esa falta de
unidad nacional-popular frente
a las “novedades” con las que
nos embiste la realidad todos
los días se han visto dos ejemplos
muy claros en los últimos
años. Uno de ellos fue el debate
por lo que supuestamente debió
ser una ley de salud pública
como la llamada interrupción
voluntaria del embarazo; otro
fue (y es, porque está en curso)
el asunto de la probabilidad de
una invasión militar imperialista
a Venezuela, una parte de la
patria en sentido ampliado, que
es la Patria Grande. En ambos
casos el argentino promedio ha
mostrado una incapacidad de
ordenar esas informaciones en
una cosmovisión propia, en un
relato ajustado a su cultura y a
su destino e intereses comunes.
En primer caso, que es el del
aborto legal, seguro y gratuito,
en vez de discutir el cómo y el
por qué, lo que se armó fue una
guerra santa con fanáticos de
ambos lados dispuestos a destruir
al otro —al compatriota—
con tal de imponer su opinión
sobre un asunto particular y
coyuntural. En la controversia se
escuchó de todo, fueron innumerables
las opiniones en contra
y a favor, se llenaron páginas
de diario, horas y horas de radio
y televisión, todo. Lo único que
no se escuchó fue el siguiente
cuestionamiento: ¿Qué sería
más conveniente para el conjunto
del pueblo-nación argentino
en todo este asunto? Lo único
que jamás ponderamos, justamente
por no tener el correlato
que ordene lo coyuntural en las
categorías de lo nacional-popular,
que son (o debieron ser)
categorías fijas, es el interés
común en cualquier diferendo.
Lo que pasó entre “verdes” y
“celestes” fue que ambos se
desconocieron mutuamente y se
ubicaron en posturas absolutas
donde el uno tenía toda la razón
y el otro, ninguna en absoluto.
“¡Las mujeres están muriendo
en clínicas clandestinas!”,
gritaban de un lado. “¡Asesinas!
¡Salvemos las dos vidas!”, respondían
del lado opuesto. Más
allá de que es cuestionable la
instalación del desacuerdo en sí
y son abundantes las evidencias
de la intromisión de agentes
19 HEGEMONIA - marzo DE 2019
foráneos en la importación a
la Argentina de un concepto
y una estética a todas luces
occidental, hemos fallado como
grupo en recibir esa información
importada y ordenarla según
nuestra propia cultura, intereses
y necesidades reales.
Entonces una parcialidad
simplemente tomó la cosa tal
y como vino importada de los
países donde el concepto de la
interrupción del embarazo como
opción ya existe, mientras que
la otra parte, para ponerse en
modo “contreras”, fue a hurgar
en lo más conservador de
nuestra cultura para ponerse en
la vereda de en frente porque
sí. El resultado fue la masacre
simbólica de todo aquel que
intentara acercar ambas posiciones
y avanzar hacia una
salida de compromiso que no
fuera del todo globalista ni del
todo tradicionalista. No operó
allí la conciencia del destino y
de los intereses comunes, nadie
quiso saber que el resultado
del conflicto habría de afectar a
todos los involucrados en igual
medida y que, por eso, la decisión
debió ser necesariamente
una síntesis de los extremos,
pero nunca la imposición de un
extremo sobre el otro, ya que
eso no suele ocurrir en la realidad
sin que las consecuencias
para el grupo sean nefastas.
Es imposible saber qué diría
Scalabrini Ortiz sobre el asunto
si aun viviera, pero es fácil
aplicar a Scalabrini Ortiz como
método para comprender que
las opiniones no pueden estar
por encima del interés general.
No se trata de tener razón o no
tenerla —ambos bandos están
además convencidos de que la
tienen toda y eso no se dirime—,
sino de poner la novedad en
las categorías fijas, que son las
de lo nacional-popular, para
ver qué es lo que le conviene al
grupo hacer con eso mucho más
allá de las opiniones de las parcialidades
del grupo. Nada de
eso ocurrió y los “verdes” adoptaron
la postura del trotskismo,
mientras que los “celestes”
hicieron lo propio desde el lugar
del conservadurismo extremo.
Al ser extremas, ambas posiciones
son enemigas de la unidad
nacional-popular, no quieren la
unión del grupo, sino el triunfo
de una parte sobre las demás
partes. Y eso es el germen de la
guerra civil y es precisamente lo
que Scalabrini Ortiz no quería.
La materia de discusión en sí
siempre es irrelevante cuando
se pone en comparación con lo
que no se discute. Más allá de si
debe existir la interrupción del
embarazo como opción libre y
gratuita, como quieren los trotskistas,
de si no va a haber nada
de eso en absoluto, como quieren
los conservadores, o hasta si
lo que finalmente va a imponerse
es una síntesis entre ambos
extremos, lo indiscutible es que
ningún diferendo puede tener
lugar fuera del relato primordial
del interés del pueblo-nación
20 HEGEMONIA - marzo DE 2019
argentino y latinoamericano
como un todo. Si vamos a poner
como argumentos que “aborto
se hace en Finlandia o en el
Congo Belga y por eso tenemos
que hacerlo acá también” o que
“el Vaticano no quiere, entonces
no va”, lo que se pierde es la
posibilidad de que discutamos
lo que realmente nos sirve a
nosotros y no a los finlandeses,
a los congoleses o a la política
del Vaticano en el mundo. Y
eso es ser funcional al negocio
de otros rifando lo propio en el
proceso, lo que Raúl Scalabrini
Ortiz denunció a largo de toda
su vida.
La patria que nosotros
mismos despedazamos
Ser funcionales a los intereses
de otros entregando los propios,
lo que un gran amigo de
Scalabrini Ortiz como Arturo
Jauretche solía calificar como
un proceder cipayo. Cuando de
un extremo o del otro lo que se
quiere es imponer una opinión
sin tener en cuenta los intereses
de la totalidad, del pueblo-nación
como un todo, normalmente
lo que se oculta son unas
inclinaciones a adherir a modos
de pensar y a comportamientos
que son ajenos a los propios.
Eso fue lo que se vio en el
diferendo por el aborto, en el
que los “verdes” mostraron
una tendencia al globalismo
occidental antiamericano y los
“celestes” se acercaron más y
más a una inquisición cristiana
que es absolutamente ajena a
la cultura de América Latina.
Ninguno de los dos bandos
ponderó que los argentinos y
los latinoamericanos no somos
“ciudadanos del mundo” y que
tampoco somos cruzados en el
Medioevo europeo. No somos
“cosmopolitas” atentos a todo
lo que nos quieren bajar desde
Moneda conmemorativa del Paraguay en homenaje al mariscal Francisco Solano
López, prócer superlativo de la Patria Grande latinoamericana.
el Occidente imperialista, pero
tampoco somos el Cid Campeador
en defensa de una raza que
aquí solo existe muy mezclada
con otras tantas. El argentino y
el latinoamericano es precisamente
la síntesis, como lo es un
Raúl Scalabrini Ortiz, correntino
y cruza de inmigrante italiano
y criolla. Al ser esa síntesis, el
argentino tiene cultura, intereses
y proyecto propio. Y también
tiene su propia categoría: no es
occidental ni oriental, es latinoamericano
y es así diferente a
todo lo demás.
Es un grave error creer que el
nacionalismo de los Scalabrini
Ortiz, de los Jauretche y compañía
es un “patriotismo de campanario”,
como decía Miguel
de Unamuno. En realidad, ese
brillante grupo de argentinos
hablaba de un nacionalismo
popular que es inclusivo, pero
jamás expansivo. Y al serlo, no
podía menos que considerar la
patria en un sentido de Patria
Grande necesario. Scalabrini
Ortiz y Arturo Jauretche estaban
pensando en la unidad nacional-popular
de América Latina.
¿Por qué? Porque esos patriotas
nunca perdieron de vista la
película completa. Además de
Jauretche, Scalabrini Ortiz ha
escrito una crónica precisa, con
toda la justicia histórica que el
episodio se merece, de lo que
hoy solemos llamar la Guerra
de la Triple Alianza contra el
Paraguay del mariscal Francisco
Solano López. El relato de
Scalabrini Ortiz sobre esa guerra
fratricida en la que hermanos
americanos se hicieron matar
entre sí para mejor provecho
de terceros ajenos nos permite
comprender la falsificación de la
historia que hicieron Mitre y los
mitristas con su historiografía
de corte liberal —Mitre, por lo
demás, está directamente involucrado
en el episodio, haciendo
aquí de juez y parte—, además
de conducirnos al segundo
ejemplo de “novedad” comunicacional
que embiste contra
la unidad-nacional popular y la
disgrega: el candente asunto de
Venezuela.
Y resulta que, gracias a los medios
de difusión, estamos todos
los argentinos hoy enfrentándo-
21 HEGEMONIA - marzo DE 2019
Bartolomé Mitre, animador de la triple infamia y luego el encargado, con su Diario
La Nación y el monopolio de la historiografía, de contarla toda al revés.
nos para imponer una opinión
sobre qué debemos hacer con
Venezuela. Véase bien: qué hay
que hacer con Venezuela. Estamos
discutiendo una solución
para un país soberano que no es
el nuestro y estamos ponderando
la posibilidad de intervenir
a instancias de un tercero —los
Estados Unidos— en ese país
para resolver problemas del
pueblo-nación venezolano. Lo
que estamos haciendo es reeditar
la guerra de la Triple Alianza,
en la que fuimos a “resolver los
problemas” del pueblo-nación
paraguayo porque la superpotencia
imperialista de la época
—Inglaterra— decidió que el Paraguay
estaba sometido a una
tiranía y eso tenía que cambiar.
En su artículo titulado Defensa
retrospectiva de una coima
de un millón de libras, Raúl
Scalabrini Ortiz nos muestra
cómo una alianza de cipayos,
fratricidas, ladrones y piratas
fue organizada por el gobierno
inglés para destruir al país latinoamericano
que había llegado
a industrializarse en plena revolución
industrial de Europa:
“(...) En las luchas entre hermanos
hay siempre un tercero
que las atiza y las aprovecha.
Allá por los años 1860 el Paraguay
era la nación más próspera,
adelantada y progresista
de todo el continente sudamericano.
Sin pedir prestado un
solo centavo al extranjero, con
sus recursos propios, había
construido el primer ferrocarril
que se tendió en Latinoamérica,
el primer telégrafo, la primera
fábrica de armas digna
de ese nombre y los primeros
—y hasta hace poco los únicos—
altos hornos erigidos en
esta parte del mundo. Construía
sus propios barcos en sus
propios astilleros, sus telas y
sus calzados. Había realizado
el prodigio con operaciones
muy sencillas. Traía su yerba y
sus cueros hasta el puerto de
Buenos Aires, los vendía y con
el oro adquiría en Europa los
materiales que necesitaba y
contrataba los técnicos que le
hacían falta. Nada más simple,
honrado y aparentemente
más merecedor de elogios.
Pero la existencia del Paraguay,
su prosperidad y progreso
eran un pernicioso ejemplo
para todo el continente que
podía aprender la manera de
crear capitales propios con
los frutos de su trabajo, y de
progresar sin necesidad de enfeudarse
al extranjero. Con su
simple ejemplo, el Paraguay
impedía el amplio desarrollo
de esa técnica de dominación
invisible que mucho más tarde
se denominaría como imperialismo
económico. Para que la
política de endeudamiento y
de reverencia al capital extranjero
—que traía el único progreso
posible, según se diría
después— no fuese constantemente
desmentida, era ineludible
eliminar el modelo paraguayo
y borrarlo de la memoria
de los pueblos. La diplomacia
inglesa tramó pacientemente,
en secreto, quizá la más
monstruosa e injustificada
coalición de fuerzas de la vida
civilizada contemporánea. Tras
cinco años de lucha, durante
la cual la población paraguaya
se redujo a la mitad, las tropas
aliadas entraron en Asunción.
Lo primero que hicieron fue
22 HEGEMONIA - marzo DE 2019
dinamitar los altos hornos.
Hasta hace diez años, casi un
siglo después, no volverían a
erigirse otros en toda la América
Latina. Después impusieron
un gobierno doblegado y sumiso
que contrajo en Londres
una deuda de tres millones de
libras esterlinas, de las cuales
no llegó al Paraguay ni un solo
maravedí, según lo ha investigado
y denunciado el expresidente
de ese país, Natalicio
González. Luego transfirió el
ferrocarril a una compañía
establecida en Londres. Se
adjudicaron inmensas extensiones
de tierra a compañías
extranjeras para que talaran
sus montes. La población se
componía casi exclusivamente
de mujeres. Los hombres
habían muerto defendiendo su
solar, su auténtico progreso y
su forma de vida.
“El Paraguay no podía servir
de ejemplo sino de una de
las mayores canalladas de la
historia.
“Destruida la cohesión nacional,
en que todos los intereses
hallan mutua defensa, arrasadas
las industrias, copados
por los extranjeros los centros
de información y de dominio,
el campo de la iniciativa quedó
reducido para los paraguayos
tanto como lo estaba el suyo
para los argentinos. Podían
ser hacheros, labradores,
peones, empleados, pequeños
comerciantes. Algunos
pocos, los más cínicos, actuaron
de representantes de la
voluntad extranjera y fueron
los encargados de cuidar el
orden, hacer producir frutos
que dieran un rédito a los capitales
invertidos y convencer
a sus conciudadanos de los
méritos del capital extranjero.
El desaliento transformó a los
paraguayos que se volvieron
tan ociosos como los antiguos
ingleses y por las mismas
causas. Adam Smith dice: ‘Los
antiguos ingleses eran ociosos
por falta de fomento para la
industria: para no ganar, mejor
es jugar que trabajar, rezaba
un antiguo proverbio’.
“Después, la diplomacia
inglesa se dio a la tarea de
ir borrando las huellas de su
intervención. Los rastros se
eliminaron. Los documentos
se extraviaron o se expurgaron.
Un incendio destruyó parte
del archivo de Mitre. Ya nadie
encontrará a mano nada de lo
mucho que se escribió. Ni los
libros de un gran escritor político,
como Carlos Guido Spano,
de quien sólo quedan en la
memoria pública las endechas
que lamentan el trágico destino
del hermano: ‘Llora, llora
urutaú en las ramas del yatay,
ya no existe el Paraguay’.”
En nuestra obra Los cracks
de lo nacional-popular, en la
que publicamos este extracto,
hacemos el análisis del relato
de Scalabrini Ortiz para concluir
que el modus operandi del
imperialismo económico no ha
variado jamás desde que Mitre,
los golpistas uruguayos y la
monarquía de Brasil destruyeron
al país que en nuestra región iba
a marcar el camino de la liberación
y la revolución general los
pueblos de América Latina.
Para entender esto y ponernos
en contexto de lo que preten-
23 HEGEMONIA - marzo DE 2019
den hacer hoy en Venezuela y
mañana en cualquiera de nuestros
países, si es que alguno se
atreve a levantar cabeza más
tarde, es preciso hacer abstracción
del Paraguay actual, el que
todos conocemos de alguna
manera. El Paraguay que vamos
a descubrir antes del genocidio
y del fratricidio americanos no
tiene nada que ver con eso y,
diríamos, parecería no tratarse
del mismo país. Toda esta preparación
es necesaria para decir
esto, que para el sentido común
adoctrinado por la historiografía
de Mitre es una barbaridad:
el país de Francisco Solano
López estaba a punto de ser una
potencia industrial regional, es
decir, lo que solemos denominar
como “de primer mundo”. Y no,
Solano López no era, ni mucho
menos, el tirano que les pintan a
los chicos en los manuales escolares
y a los grandes en la “tribuna
de doctrina”, que son todas
publicaciones escritas por la
“intelligentzia” cipaya y demás
capataces asociados. De hecho,
el Diario La Nación, cuyo lema
informa que “será una tribuna
de doctrina”, no es el único
medio de difusión del poder que
ha azonzado a las generaciones
con el mito del “tirano” Solano
López. Prácticamente todos los
medios hicieron lo mismo y, si
bien en los últimos años el tono
ha bajado considerablemente,
durante las décadas de 1980 y
1990 —de las que tenemos memoria—
era imposible encontrar
el nombre de Solano López sin
que el propio viniera acompañado
de los adjetivos “tirano”,
“déspota”, “dictador”, etc. El
fundador del Diario La Nación,
como se sabe, fue Bartolomé
Mitre, el entusiasta e iniciador
del genocidio en la parte que
le toca a Argentina en —ahora
sí— la cuádruple alianza con
Brasil, Uruguay y, lógicamente,
Inglaterra.
Scalabrini Ortiz informa en el
fragmento de Defensa retrospectiva
de una coima de un
millón de libras aquí presentado
que el Paraguay tuvo el primer
ferrocarril y el primer telégrafo
de América Latina, cuando esas
tecnologías en nuestros pagos
estaban más para ciencia ficción;
tenía fábrica de armamentos
propia y altos hornos, por lo
que también tenía siderurgia, o
sea, industria pesada apta para
la construcción de máquinas. El
país hacía sus propios barcos en
astilleros también propios, pero
también fabricaba los bienes
de consumo necesarios para
abastecer el mercado interno:
ropa, calzados, alimentos, etc.
Todo, el Paraguay lo tenía todo
y lo tenía —acá va a empezar a
jorobar en serio el “tirano” Solano
López— sin la necesidad de
pedir préstamos en el extranjero.
Por lo tanto, el Paraguay era
un problema. No para los paraguayos,
desde luego, que estaban
chochos con su “déspota
sangriento”. El Paraguay era un
problema para el imperialismo
en general y para Gran Bretaña
en particular, principalmente
por las siguientes razones (que
no excluyen otras tantas):
1. Al tener industria propia, el
Paraguay no necesitaba importar
bienes de consumo desde
otros países industrializados
que, justamente por serlo,
buscaban exportar su producción
para continuar vendiendo
y seguir con sus propias revoluciones
industriales;
Retrato del Mariscal Francisco Solano López.
2. Como tenía industria propia,
procesaba y le daba valor agregado
a la materia prima de su
país en el mismo el país, no la
exportaba/regalaba en crudo.
Y los países industrializados
necesitaban esa materia prima
24 HEGEMONIA - marzo DE 2019
Viñeta paraguaya simbolizando el atropello de la justicia que significó la guerra fratricida que llevaron a cabo la monarquía
absoluta de Brasil, los golpistas de Uruguay y Bartolomé Mitre, que no necesita epítetos.
en crudo, como veíamos, para
continuar con la producción en
sus propias revoluciones industriales;
3. El primer resultado de los
puntos 1 y 2 es el excedente de
manufactura, que únicamente
sirve para ser exportado. El Paraguay
entraba a jugar en primera,
a competir en los mercados
de productos industrializados
con las potencias mundiales del
momento;
4. El segundo resultado es que
los paraguayos iban a necesitar
cada vez más materia prima, a
medida que se desarrollara su
industria. Al escasear la materia
prima propia, tendrían que salir
a comprarla, lo que haría subir
los precios en el mercado internacional
de commodities;
5. Los paraguayos, insolentes,
no pedían préstamos en el extranjero
y, naturalmente, no se
endeudaban. Al no endeudarse,
no se sometían a la tutela de
los países acreedores (que eran
justo los industrializados, oh,
casualidad); tenían soberanía
política e independencia económica
efectivas, y así podían
hacer lo que querían, es decir,
hacer lo descrito en los puntos
1, 2, 3 y 4 anteriores;
6. Al tener soberanía política
e independencia económica
efectivas, y al poder así hacer lo
que quería, el Paraguay hacía
también justicia social efectiva,
por lo que el pueblo paraguayo
gozaba de un nivel de vida
desconocido para los pueblos
de muchos países industrializados
de Europa occidental. El
“tirano” Solano López no era
capitalista y no hallaba muy
gracioso el capitalismo salvaje
que se practicaba, por ejemplo,
en Inglaterra, donde las jornadas
laborales eran extenuantes
y hasta los niños tenían que
trabajar. En realidad, entre un
adulto y una criatura, el capitalista
inglés optaba siempre por
esta última, porque demandaba
salarios/jornales mucho más
bajos y tenía manos pequeñas,
que son ideales para meterlas
en los engranajes de las máquinas
y quedar mutiladas de por
vida.
Ahora bien, el Paraguay era entonces
un país relativamente pequeño
(hoy lo es absolutamente,
gracias al aporte “humanitario”
de la cuádruple alianza de ladrones,
genocidas, fratricidas y
oportunistas) y no representaba
en sí mismo una amenaza significativa
a la revolución industrial
de Occidente. Gran Bretaña,
por ejemplo, podía zafar muy
bien con la mitad del mundo
que tenía bajo su bota colonial.
No faltarían los proveedores de
materia prima, los mercados
consumidores de productos
manufacturados ni los tontos
dispuestos a tomar empréstitos,
endeudarse sin límites y rifar
la propia soberanía, para tener
que seguir proveyendo materia
prima barata, comprando
manufacturas caras y tomando
25 HEGEMONIA - marzo DE 2019
La “Alianza del Pacífico”, aun con el cesado Peña Nieto. Los otros tres, Chile, Perú y Colombia forman en el Grupo de Lima, que
se creó para presionar a Venezuela para resultar en otro tipo de alianza, una más parecida a la del genocidio en Paraguay.
más préstamos para pagarlas...
y así hasta el infinito. Sí, Gran
Bretaña podía arreglárselas muy
bien si los paraguayos se iban
del juego. Entonces la pregunta
es: ¿Con qué necesidad los
británicos hicieron destruir un
pueblo-nación, financiando la
alianza de los cipayos de Brasil,
Argentina y Uruguay?
Porque un país con independencia
económica, soberanía
política y justicia social efectivas,
por más pequeño que sea
ese país, es un mal ejemplo
para los demás condenados de
la tierra. Y por fin llegamos a ver
lo que anunciábamos al comienzo,
esto es, el proyecto que el
imperialismo tiene escondido
bajo la manga para resolver el
“problema” de cualquier pueblo-nación
que se atreva a ser
soberano, que se anime a prescindir
de las fantasías “institucionales”
y “republicanas” que
Scalabrini Ortiz nos describe
brillantemente en la exposición
de su tesis sobre el imperialismo
económico. Ese proyecto
es muerte y destrucción, y ahí
está el Paraguay como botón de
muestra: el saldo del genocidio
y el fratricidio de la cuádruple
alianza fue la muerte del 60%
de su población total (el 90% de
los varones, que eran la única
población económicamente
activa de entonces); ferrocarril,
telégrafo, altos hornos e industria
destruidos o apropiados por
capitales ingleses; producción
agrícola sometida al control de
testaferros brasileños, estos al
servicio de inversionistas también
ingleses; reparaciones de
guerra impagables, por las que
los paraguayos entraron al fin —
como deseaba el imperialismo—
en un ciclo de endeudamiento
infinito, y otra vez, con bancos
ingleses; importantes pérdidas
territoriales a manos de Brasil
y Argentina. En una palabra, el
Paraguay murió, la nación paraguaya
murió al ser asesinado y
desposeído el pueblo paraguayo.
Como entelequia “republicana”
e “institucional” el país
Paraguay sigue ahí: es el cuarto
más pobre de América Latina, el
más pobre de Sudamérica y uno
de los más pobres del mundo.
De su soberanía política, independencia
económica y justicia
social de potencia industrial regional
solo quedó un fantasma,
para escarnio de sus vecinos
que lo tienen ahí, como un mercado
de contrabando, drogas,
automóviles robados, timba y
prostitución.
Ahí está el Paraguay como
ejemplo claro de lo que la potencia
imperialista de nuestros
días quiere hacer en Venezuela
y ahí, en esa verdad a gritos que
no vemos por no tener el correlato
nacional-popular ordenador
de la cosmovisión para filtrar
la información que nos llega en
avalancha desde los medios,
está la muerte de nosotros mismos
en el mediano y en el largo
plazo. Lo que no vemos cuando
leemos los titulares que dan
cuenta de un “Nicolás Maduro
dictador” es que con ese mismo
cuento pintaron la figura de
Solano López para que nos dispusiéramos
a discutir en Argentina,
en Brasil y en Uruguay los
“problemas” del pueblo-nación
26 HEGEMONIA - marzo DE 2019
paraguayo hasta generar el consenso
social necesario para que
los gobiernos de esos países se
lanzaran a la locura fratricida
contra el hermano paraguayo
y para que en Londres puedan
obtener lo que querían.
Y hay más: nos hacen discutir
problemas que claramente no
son los nuestros, puesto que
Venezuela es un país soberano
y ninguno de nosotros vota ni
paga los impuestos allí, para
agitar la guerra y que nos manchemos
nosotros de sangre,
porque el yanqui no quiere venir
a hacerlo, pero además utilizan
el asunto para torcer la voluntad
de los pueblos aquí nomás. Al
enfrentar a los argentinos en
una grieta sobre qué hay que
hacer con Venezuela, los unos
gritan que invasión, que guerra,
que tirarles una bomba nuclear
al “tirano” y listo, mientras que
los otros dicen que es todo
mentira y que en Venezuela no
hay problemas. Pero la respuesta
no es la una ni la otra, sino
una mucho más sencilla: no nos
incumbe. Si en Venezuela hubiera
inestabilidad política, cabría
únicamente a los venezolanos
resolverlo y es eso lo que precisamente
vienen haciendo en los
últimos 20 años, en los que el
pueblo-nación venezolano fue a
las urnas más veces que cualquier
otro pueblo del mundo, ha
logrado una nueva constitución,
se ha empoderado en el manejo
de sus propios recursos naturales
y humanos, lo ha hecho todo.
Todo en el sentido de resolver
sus problemas en un proceso
de poco más de dos décadas,
lo que en sí es un instante en
el contexto histórico. Lo que
nos hacen pensar es que, si el
proceso político en Venezuela
presenta problemas, debemos
ir nosotros a invadirlos, matar y
morir entre hermanos, para llevarles
una “solución” que ellos
no tienen y nosotros tampoco. Y,
mientras eso no pasa, que nos
sigamos dividiendo por opiniones
en un asunto que no nos
atañe, por puro vicio nomás.
Es la repetición de los métodos
utilizados en la historia
para que resolvamos entre
americanos diferencias que no
son nuestras y a los tiros, con la
finalidad de proteger los intereses
de otros. Pero Scalabrini
Ortiz, en un artículo de 1957
titulado justamente Palabras
para comenzar a entendernos
—lo que en sí es bastante profético
respecto a nuestra actual
coyuntura—, habla de defender
la patria y explica en qué consiste
esa defensa aludiendo al
clásico lema del Club Tiro Federal:
“Aquí se aprende a defender
la patria”, es decir, a los tiros.
“(...) Pero la patria no es simplemente
un suelo extendido
en la topografía de valles,
llanuras y montañas. La patria
es una fraternidad sostenida
por tradiciones que son como
la memoria colectiva de los
pueblos y por ideales nacionales
en que se funden y sobreviven
los perecederos ideales
de los ciudadanos aislados.
Pero es también una especie
de sociedad comercial sui
generis, cuyos miembros están
entrelazados —a veces contra
su voluntad— por vínculos económicos
indisolubles. Dentro
de esa sociedad comercial hay
grandes diferencias, injusticias
y privilegios, pero lo que
cada uno tenga dependerá en
gran parte de la prosperidad
o del empobrecimiento del
conjunto social”.
Y luego de explicar cómo la
patria es mucho más que solo
un territorio al que se defiende
a los tiros, Scalabrini Ortiz nos
enseña a las generaciones posteriores
que la comprensión de
los mecanismos y métodos del
imperialismo económico es la
mejor garantía de que sepamos
siempre qué hay por detrás de
las consignas de “democracia”
y “libertad” que las potencias
económicas siempre nos qui-
El bravo pueblo de Venezuela, que lucha por su soberanía y liberación definitivas
frente al chantaje de otros latinoamericanos fieles a la tradición cipaya y cobarde
de los Mitre, los Venancio Flores y los Pedro II, monarca de Brasil.
27 HEGEMONIA - marzo DE 2019
Fachada del genérico Club Tiro Federal, donde se aprende a defender la patria a los tiros. Nada de eso pudo habérsele escapado
al ojo crítico de Raúl Scalabrini Ortiz, el patriota que propuso una manera entonces novedosa y más eficiente para defender
la patria: la que lucha en el orden inmaterial de los conceptos financieros y económicos.
sieron exportar e intentan ahora
mismo imponer en Venezuela,
como hicieron en Paraguay en el
siglo XIX. Dice Scalabrini, acuñando
su inmortal expresión:
“Para defender el suelo de la
patria, usted necesita saber
manejar el fusil de guerra.
Para defender su riqueza —en
que está comprendido su
bienestar— usted necesita
instruirse en la técnica de esa
explotación que en la jerga
contemporánea se denomina
imperialismo económico, en
que todas las palabras se usan
al revés. En ese sentido de humilde
didáctica, esta recopilación
trata de ilustrar lo para
que colabore usted con su
conciencia de ciudadano y por
eso también ‘aquí se aprende
a defender la patria’.
“Si en la lectura de estas
notas tropieza el lector con
alguna dificultad de comprensión,
acháquelo a mis defectos
de expositor. Estos asuntos de
economía y finanzas son tan
simples que están al alcance
de cualquier niño. Sólo requieren
saber sumar y restar.
Cuando usted no entiende una
cosa, pregunte hasta que la
entienda. Si no la entiende es
que están tratando de robarlo.
Cuando usted entienda eso, ya
habrá aprendido a defender la
patria en el orden inmaterial
de los conceptos económicos y
financieros”.
El elefante está en calle Florida
y es un escándalo. Mediante la
avalancha de información sin un
correlato coherente los medios
de difusión intentan copar la
escena, llenándola de elefantes
para que no se note que algo
anda mal y es por eso que las
ideas de Raúl Scalabrini Ortiz
están más vigentes que nunca:
ha llegado la hora de los nacionalismos
populares y de defender
la patria. Eso implica defenderla
en el orden inmaterial
de los conceptos económicos y
financieros, lo que incluye desde
luego comprender que la guerra
imperialista contra el Paraguay
fue por razones económicas,
que la guerra imperialista que
pretenden llevar a Venezuela
también lo es y que, finalmente,
todas esas son amenazas a la
unidad nacional-popular que
es el sinónimo necesario de la
patria, es la materialización de
ella. Cuando el atento lector
logre hacer la relación de los
conceptos de Scalabrini Ortiz
y sepa verlos claramente en
la actual coyuntura y en todas
coyunturas, ahí sabrá defender
la patria efectivamente. Lo que
los pueblos necesitamos para
entrar al nuevo orden mundial
con soberanía, independencia y
justicia es un correlato que nos
ordene la realidad, más allá de
cualquier coyuntura y aplicable
a todas. Si eso pasa y logramos
revivir a Scalabrini Ortiz en esa
comprensión, sabremos ver y
también sabremos correr de
calle Florida al elefante que
nos quieren ocultar. Scalabrini
Ortiz tiene la síntesis de todo
lo que necesitamos y aquí, en
dicha síntesis, aquí se aprende
realmente a defender la patria,
que es lo que se viene de aquí
en más.
*Erico Valadares
28 HEGEMONIA - marzo DE 2019
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29 HEGEMONIA - marzo DE 2019
HISTORIA + GEOGRAFÍA = GEOPOLÍTICA
Lo que no vemos ni sospechamos:
Dólar, Doctrina Monroe y política
del “big stick”
Mientras los argentinos
hablamos del dólar y
vemos cómo sube otra
vez su cotización frente
a nuestra moneda
nacional, unos 5.000 kilómetros
al norte de nuestro país se
está decidiendo ahora mismo
toda la suerte o el destino de
toda América Latina. Eso está
muy emparentado con el dólar
y necesariamente nos afecta de
lleno a nosotros, aunque todavía
nos cueste un poco entender
muy bien por qué.
En una hipotética invasión
de Venezuela por los Estados
Unidos, directa o mediante sus
cipayos en la región, hay mucho
más que un asunto interno y
exclusivo del pueblo-nación venezolano.
Desde la continuidad
del actual gobierno de Mauricio
Macri, pasando por el resultado
de las elecciones de octubre (si
es que se realizan efectivamente
en octubre) y hasta el carácter
que va a tener el nuevo gobierno
a partir del 10 de diciembre de
este año, todo depende de lo
que pase en Venezuela. Es más:
lo que será la Argentina como
país y lo que serán los demás
países de la región en un futuro
a mediano y largo plazo se
define hoy más bien en Caracas
que en Buenos Aires, al intentar
Juan Guaidó penetrar con “ayuda
humanitaria” estadounidense
por una frontera cerrada y
fuertemente militarizada.
El atento lector sabe que en
este espacio solemos hablar con
mucha frecuencia de la Doctrina
Monroe y de la política del “big
stick” o “gran garrote” que de
ella resulta. Pero muchas veces,
para no abundar en datos que
aumentarían la densidad de
textos orientados a la difusión
masiva, no se explica de manera
adecuada qué significado tienen
esa doctrina y esa política para
nosotros en América Latina. Y,
no obstante, ambas cosas han
sido determinantes para nuestra
región en los últimos dos siglos
de nuestra historia.
La Doctrina Monroe nace de
las mentes estratégicas de
James Monroe y John Quincy
Adams en la década de los años
1820 como una respuesta al
colonialismo europeo en América.
Para evitar que las potencias
coloniales de la época
se inmiscuyeran en los países
recién independizados del Nuevo
Mundo, los Estados Unidos
30 HEGEMONIA - marzo DE 2019
sostuvieron que debía haber una
“América para los americanos”.
No obstante, al erigirse los Estados
Unidos como una potencia
regional y luego mundial en lo
sucesivo, la Doctrina Monroe fue
utilizada para los fines opuestos,
esto es, para expandir un
nuevo colonialismo: el de los
Estados Unidos sobre América
Latina.
A principios del siglo XX, ya
montado sobre la Doctrina
Monroe y la idea del “destino
manifiesto” bien consolidadas
en el imaginario colectivo, el
presidente Theodore Roosevelt
acuño la expresión del “big
stick” para definir lo que en adelante
sería la política exterior de
los Estados Unidos —ahora una
potencia regional indiscutida
y a punto de auparse a la condición
de potencia mundial, lo
que finalmente ocurriría cuatro
décadas después, al finalizar la
II Guerra Mundial— respecto a
su relación con América Latina.
La política del “gran garrote”
fue el corolario de la Doctrina
Monroe y la aplicación práctica
del “destino manifiesto”, y se
considera como hito inicial del
imperialismo estadounidense.
A partir de esas definiciones,
se produjeron todas las
intervenciones políticas y militares
de los Estados Unidos
en América Latina. La política
del “gran garrote” fue aplicada
sobre nuestros países cada vez
que Washington consideraba
que había un riesgo inminente
a sus intereses “legítimos” en
su “patio trasero”. Cuando eso
pasaba, los Estados Unidos
sacaban ese garrote largo y golpeaban
hasta destruir el riesgo
o la amenaza, lógicamente, a
garrotazos.
Ahora consolidados el “gran
garrote”, la Doctrina Monroe y
la idea del “destino manifiesto”,
los Estados Unidos pudieron
acumular el dinero y el poder
necesarios para ingresar a la
II Guerra Mundial justo en el
momento más oportuno para
sus intereses, ganarla y salir de
ella como una de las dos superpotencias
a nivel global junto a
la Unión Soviética. Existen y son
muy fuertes las teorías que dan
cuenta de un atentado de falsa
bandera en Pearl Harbour, mediante
el que los Estados Unidos
se habrían hecho bombardear
a sí mismos en la isla de Hawái
para convencer a la opinión
pública del país de la necesidad
de abandonar la neutralidad y
meterse de lleno en la guerra.
Sea como fuere, los Estados
Unidos entraron a la II Guerra
Mundial cuando los demás ya
habían quemado mucho resto y
eso representó para el país una
enorme ventaja comparativa.
Alemania, Japón, Francia y
Gran Bretaña salieron arrasadas
de esa guerra y la Unión
Soviética, aunque triunfante,
pagó también un costo altísimo
en destrucción material y humana.
Solo los Estados Unidos,
en cuyo territorio no cayó una
sola bomba salvo el mentado y
sospechado incidente de Pearl
Harbour, salió ileso y más rico
que nunca. En una palabra, los
únicos que salían realmente parados
de esa gran guerra mundial
en 1945 eran los yanquis.
Así fue cómo, en muy resumidas
cuentas, en la Conferencia
de Bretton Woods inmediatamente
posterior a la guerra
los Estados Unidos pudieron
imponerse sobre sus socios
occidentales, fundaron el Fondo
Monetario Internacional con
sede en Washington y, lo más
importante, impusieron el dólar
(respaldado inicialmente en las
reservas de oro del país) como
divisa internacional. A partir de
allí, el comercio exterior en el
mundo tendría la moneda de
los Estados Unidos como instrumento
para el intercambio, con
todas las implicaciones del caso
que el atento lector seguramente
conoce.
Pero faltaba todavía más: la
John Quincy Adams y James Monroe, 6º. y 5º. presidentes de los Estados Unidos de
América, respectivamente, padres fundadores del país en su versión imperialista.
31 HEGEMONIA - marzo DE 2019
Representación del supuesto ataque japonés a Pearl Harbour. A partir de este episodio, el gobierno de los Estados Unidos logra
el consenso necesario para entrar a la II Guerra Mundial, ganarla y salir de ella como superpotencia mundial para dominar a
nivel planetario en lo sucesivo.
hegemonía estadounidense se
siguió cristalizando y ya para
1971 el presidente Richard
Nixon se percató de que se
habían emitido muchos más
dólares que la cantidad de oro
existente es las reservas del
país. ¿Qué hizo Nixon? ¿Retiró
de circulación los dólares excedentes
hasta que todos los
demás tuvieran su equivalente
en oro guardado en el Fort
Knox? De ninguna manera: la
posición de los Estados Unidos
era demasiado hegemónica
y Nixon simplemente decidió
que el dólar no necesitaba más
respaldo que el suyo propio,
esto es, destruyó oficialmente el
patrón oro que había respaldado
la moneda desde 1944.
No, el dólar no cuenta con
ningún respaldo en oro desde
1971. Lo único que garantiza
el dólar es el propio dólar, un
delirio que el mundo tuvo que
aceptar bajo la amenaza permanente
del “gran garrote”. El
dólar es hoy una “moneda fíat”
o un dinero cuyo valor se define
por decreto y no tiene ningún valor
intrínseco. El dólar es humo.
Eso es lo que los argentinos
atesoran en sus casas y consideran
un refugio de estabilidad
monetaria: un dinero por decreto.
Es probable que nadie
sepa a ciencia cierta cuántos
dólares han sido emitidos por
los Estados Unidos desde 1971
sin respaldo en nada concreto,
ni siquiera los mismos Estados
Unidos. Eso se traduce en la
posibilidad inverosímil de que,
si todos los que hoy tienen un
billete de dólar quisieran de
alguna manera cobrárselo a los
Estados Unidos, es decir, quisieran
cambiarlo por algún tipo de
riqueza con base material, eso
no sería posible. Más allá de su
deuda externa, que es la más
grande del planeta, los Estados
Unidos tienen una cantidad no
determinada de títulos de su tesoro
en forma de billetes dando
vueltas por el mundo sin tener
ningún valor real en absoluto.
Los Estados Unidos son hoy
mucho más que un imperio en
decadencia: son una simulación
y están acorralados por países
que pujan por imponer un nuevo
orden mundial de tipo multipolar.
Entonces, en dicho orden,
los Estados Unidos van a querer
hacer un “descenso suave” a la
categoría de potencia regional,
la misma que ocuparon antes de
la II Guerra Mundial. Para ello,
es fundamental hacerse con
el control absoluto del “patio
trasero” y eso se hace, ya lo
sabemos, con la aplicación de la
Doctrina Monroe y la política del
“gran garrote” sobre América
Latina.
Los Estados Unidos no buscan
en Venezuela solo el control de
las reservas de petróleo, oro y
demás riquezas del territorio
venezolano. Lo que ellos quieren
realmente es hacerse con la
base material para la dominación
de toda América Latina.
Trump se retira de Oriente Medio
y concentra sus fuerzas acá,
32 HEGEMONIA - marzo DE 2019
la estrategia es clara: hacer el
llamado “descenso suave” que
los ingleses lograron realizar
con éxito a partir de 1945 y no
terminar invadido por los “bárbaros”
al estilo de Roma de
Occidente en el año 476.
Si los Estados Unidos logran
su objetivo en Venezuela, la
suerte de los demás países de la
región —incluyendo el nuestro,
por supuesto— estará sellada.
El mundo se repartirá de otra
manera y estaremos en la órbita
del Tío Sam hasta que aparezca
un nuevo orden mundial, lo que
puede tardar décadas y hasta
siglos, o puede no ocurrir en
absoluto.
Es por eso que el futuro de
Argentina se juega hoy en Venezuela
y todo lo que creemos
ser un asunto interno de nuestro
país está subordinado a lo que
de allí resulte. Desde el punto
de vista de los pueblos, ganar o
perder las elecciones de octubre
pasará a ser irrelevante si Venezuela
cae, puesto que el gobierno
resultante de esas elecciones,
sea el que fuere, estará
determinado por la voluntad de
los Estados Unidos.
Algo parecido ya sucedió, por
cierto, en la década de los años
1990. A la caída del Muro de
Berlín y la disolución del campo
socialista en el Este con la desintegración
de la URSS, los Estados
Unidos se quedaron solos
como única potencia mundial. El
resultado de eso para América
Latina fue el llamado Consenso
de Washington y es así como
el peronismo ganó las elecciones
en Argentina hablando de
“salariazo” y “revolución productiva”,
pero fue neoliberal con
el gobierno de Carlos Menem.
Otro tanto pasó en Brasil con el
sociólogo de izquierda Fernando
Henrique Cardoso, que rivalizaba
con Menem para decidir
quién era el “mejor alumno” de
Fondo Monetario Internacional
y la Casa Blanca. ¿Qué otra
cosa podían hacer ante el “gran
garrote” pendiendo sobre sus
cabezas y nadie en el mundo
capaz o dispuesto a interceder
para equilibrar el juego?
Mientras los argentinos hablamos
de un dólar que vale humo
y nos refugiamos locamente
en eso, el mundo cambia. Los
Estados Unidos pueden imponer
su voluntad en Venezuela,
pueden hacer valer su “destino
manifiesto”, pueden imponer
la Doctrina Monroe en su
totalidad y pueden aplicar la
política del “gran garrote” para
acomodarse en la posición de
potencia regional a costa de
nosotros. Pero eso puede no
pasar, Maduro puede triunfar
con la ayuda de Putin, Xi Jinping
y otros interesados en el nuevo
orden mundial, y América Latina
puede conquistar su soberanía
e independencia reales en el
proceso, pasando a funcionar
como socio estratégico del Este
de cara al futuro. Y allí queda
la pregunta: ¿Qué pasa con los
Estados Unidos si eso pasa?
La respuesta empieza a dibujarse
hoy, cuando Juan Guaidó
avance sobre la frontera y veamos,
como se decía allá lejos y
hace tiempo, quién tiene más
botellas vacías, cartón y chatarra
vieja para vender cuando
pase silbando el cartonero.
*Erico Valadares
Afiche de propaganda gubernamental para agitar los tambores de guerra en 1941.
Allí se lee, sobre la imagen de una mano estadounidense reprimiendo in fraganti al
japonés asesino: “Recuerde Pearl Harbour. Trabajo, lucha, sacrificio. Lo recordaremos
y, por Dios, ustedes no olvidarán”.
33 HEGEMONIA - marzo DE 2019
ANÁLISIS
La madre de
todas las batallas:
Apuntes sobre
la dependencia
Problematizamos en estas
líneas qué es lo central en
la lucha de los movimientos
nacionales-populares
en los países semicoloniales
como la Argentina y qué es lo
secundario. Mucho se ha hablado
estos últimos años acerca
esto. Se habló de “la madre de
todas las batallas” en varios
momentos y hoy, ante el avance
acelerado y desencajado del
proyecto oligárquico en varios
frentes al mismo tiempo, ha
mostrado no solo la voracidad
de la oligarquía argentina, sino
también dos cuestiones más:
por un lado, la dificultad de articular
respuestas por parte del
campo nacional y, por el otro,
una forma de accionar cuando
se tiene el gobierno que debería
ser rectora en el futuro gobierno
nacional-popular.
En relación a esto último,
queremos significar que la oligarquía
va al “hueso”, es decir,
a las cuestiones estructurales,
al cambio y/o profundización de
la matriz dependiente. ¿Qué discutir?
¿Qué es lo central y qué lo
secundario? ¿La “bolsa” de la
vicepresidenta? ¿Las limitaciones
discursivas del presidente?
¿La vuelta a un estado más
proclive a la represión que en
los últimos años? ¿Las cuentas
en el exterior del presidente y
varios funcionarios de gobierno?
¿El “viaje” ficticio de Macri en
colectivo? ¿La corrupción de los
funcionarios de gobierno? ¿La
34 HEGEMONIA - marzo DE 2019
quita de retenciones al sector
más concentrado y poderoso de
nuestro país? ¿La punibilidad o
no del aborto? ¿La ocupación
del gobierno por los CEO de las
empresas transnacionales?
¿Los números de la pobreza?
¿El endeudamiento exorbitante
de estos últimos años? Etc., etc.
Muchos temas nos atraviesan
diariamente, hay de todo un
poco. Temas “nuevos” y “viejos”.
Pensamos acá que discutir
la dependencia aparece como
un punto de partida para la
necesaria revisión (autocrítica)
de lo sucedido en nuestro país
estos últimos años y, al mismo
tiempo, nos marca el norte para
discutir el macrismo sin hacerlo
con lo accesorio (aunque
no necesariamente implique
dejarlo de lado). Avancemos
en el planteo, entonces, dirigiéndonos
hacia el pasado para
contextualizar mejor la idea que
pretendemos expresar.
Al terminar los procesos de
emancipación de nuestra América,
los patriotas revolucionarios
que habían participado
de la ruptura de las ataduras
coloniales y procurado unificar
los territorios ahora liberados,
comienzan a observar que este
último intento no se logra consolidar
y que sobre todo Gran
Bretaña en la parte sur de América
y Estados Unidos en Centroamérica
empiezan a tender
sus garras sobre esos territorios.
Bolívar lo expresa aseverando:
35 HEGEMONIA - marzo DE 2019
Juan José Hernández Arregui: “La oligarquía amaestró a una serie de generaciones argentinas en el arte
de pensar con muletas. Se nos enseñó que la emancipación de España significó el ingreso a la vida libre e
independiente. Es una de las tantas falsificaciones que hay que demoler”.
“he arado en el mar y sembrado
en el viento” y al poco tiempo
muere enfermo. Artigas, que se
exilia en el ‘20, va a permanecer
en el Paraguay hasta su muerte
30 años más tarde, mismo año
en que fallece San Martín, quien
luego del fusilamiento de Dorrego
parte al largo exilio definitivo.
Monteagudo es asesinado
al igual que Sucre cinco años
después que aquel y Francisco
de Morazán cae fusilado desmembrando
Centroamérica,
por nombrar algunos de los
casos más relevantes. De igual
manera terminan los caudillos
federales en nuestro país o
las experiencias de gobiernos
nacionales-populares del siglo
XX. La lucha por la patria y los
humildes tiene su costo en la
gran Nación inconclusa.
Nuestra intención con este
breve repaso es mostrar que la
generación que parió la emancipación
política de nuestro
continente no logró, a pesar
de sus esfuerzos, asegurar la
económica. La tragedia es que
no solo los patriotas de principios
de siglo XIX no la lograron,
sino tampoco los gobiernos de
los más de ciento cincuenta
años posteriores, a pesar de que
en momentos se logra avanzar
significativamente. El caso
argentino claramente con el
peronismo llega a su nivel más
alto, proyecto que queda trunco
y comienza a retroceder a paso
acelerado por el golpe del ‘55
y posteriormente con el del ‘76
y su profundización en los años
1990.
Una realidad de todos los
países latinoamericanos, por
eso los libertadores del siglo
XIX comprendieron que su lucha
estaba ligada a la cuestión
nacional y al estrechamiento de
lazos entre sí, hoy como afirma
Ramos “tampoco en la lucha
contemporánea existe otra
frontera que la de la lengua y la
bandera unificadora. La victoria
final sólo será posible con
la Confederación de todos los
Estados latinoamericanos. Pero
esta estrategia que hunde sus
raíces en lo más profundo de
nuestra historia común designa
un problema: la cuestión
nacional”. Los últimos procesos
nacionales-populares lo
demuestran, como asimismo
la derrota (esperemos transitoria),
también da cuenta de ello.
Nuestra América a lo largo de
su historia marcha junta en las
victorias, como así también en
las derrotas.
La situación de dependencia
económica claramente se ahonda
con el surgimiento pleno del
imperialismo y su penetración
económica. Así, si hay una cuestión
central en nuestro continen-
36 HEGEMONIA - marzo DE 2019
te y particularmente en la Argentina
es la cuestión nacional. Es
decir, la condición dependiente
de nuestro país con respecto al
imperialismo. Sin la ruptura de
esa dependencia poco se puede
avanzar en los procesos de
emancipación nacional, soberanía
política y justicia social.
La realidad nacional demuestra
a través de la historia que no
es un mero estadio del desarrollo
o una situación de atraso,
como se plantea muchas veces,
sino como bien lo indica Jorge
Enea Spilimbergo, estamos
“ante una verdadera relación de
dependencia, de explotación semicolonial,
sobre la cual se basa
la prosperidad de las metrópolis
desarrolladas y el atraso de las
economías tributarias o dependientes”.
La economía nacional
se organiza según los intereses
de las economías centrales.
En los últimos años, varios de
los países de la Patria Grande se
corrieron del eje de la dominación
externa en muchos sentidos:
el rechazo a la alternativa
neocolonial del ALCA y la constitución
de organismos supranacionales
como la UNASUR y la
CELAC aparecen como los puntos
más altos en ese sentido.
No obstante, hay que decirlo,
en nuestro país poco se avanzó
en la ruptura de la estructura
económica dependiente, eso
evidentemente le puso un límite
al proceso de transformación.
Se discutió (en mayor o menor
medida), en los márgenes de la
dependencia. En nuestro caso,
un techo bajo que terminó con
la peor derrota del movimiento
nacional en las urnas a manos
de una alternativa plena y abiertamente
oligárquica.
Se puede poner como otro
ejemplo de las mejoras sociales
y económicas del pueblo y los
sectores medios en el marco
de una economía dependiente
al yrigoyenismo. Reconociendo
la progresividad histórica del
mismo en tanto representación
de un movimiento nacional,
popular y democrático, que ensancha
la democratización del
acceso de los sectores medios y
populares al aparato del estado,
desenvuelve su proyecto en los
marcos de la estructura del país
semicolonial, agroexportador.
Basta recordar la negativa del
“Peludo” a remitir (como era
costumbre), los nombres de
los miembros del gabinete a
Inglaterra. Diferente es el proyecto
peronista que realiza una
revolución nacional dejando
atrás la semicolonia británica
y procurando no caer bajo otra
dominación.
No avanza en la industrialización,
la conciencia de Yrigoyen
es la del país agrario, nunca
hace planteos en el sentido de
la industrialización ni tampoco
avanza en la ruptura de la
dependencia, de la penetración
extranjera en la economía local
—lo que conlleva el montaje de
un esquema de cara a la expoliación
imperialista y detiene
cualquier posibilidad de avance
en otro sentido —, así su destino
está sellado. Pues si bien muchas
son las causas de la caída
de Yrigoyen a manos del nacionalismo
oligárquico de Uriburu
y, sobre todo, el liberalismo probritánico
de Justo. Como todo
fenómeno social es multicausal,
como “el olor a petróleo”
por el proyecto de Yrigoyen de
nacionalizar la estructura petrolera
y la oposición de los trust
petroleros, la burocratización
creciente, la edad del caudillo,
etc. la causa principal está en
que mantenido en los límites de
la estructura económica dependiente
el proyecto yrigoyenista
está agotado, para colmo la
crisis del ‘29, sobre todo por la
dependencia, repercute fuertemente
en nuestro país granja de
Inglaterra.
Se ha afirmado estos últimos
años que la madre de todas las
La unidad latinoamericana, aquí representada en la unión de Argentina, Brasil y
Venezuela y cuyos puntos más altos fueron la fundación de UNASUR, de la CELAC y
el rechazo al ALCA en las históricas jornadas de Mar del Plata en el año 2005.
37 HEGEMONIA - marzo DE 2019
atallas es la cultural y en algunos
casos incluso que la lucha
central era contra el multimedio
Clarín. Mucho se ha escrito sobre
los procesos de colonización
pedagógica que invisibilizan
la dependencia económica y
al mismo tiempo la permiten y
profundizan, los que obviamente
no pretendemos negar. Lo que
sí marcamos es que evidentemente
lo cultural se apuntala
mutuamente con lo económico.
Ahora bien, pensamos acá que
lo cultural termina siendo una
consecuencia de la deformación
que proviene de la dependencia
económica y que la puesta de
relevancia de esta última lleva
insoslayablemente a poner en
cuestión la colonización pedagógica,
pero a diferencia de los
discursos que hacemos referencia,
no evade las problemáticas
centrales de la Patria.
Asimismo, indicamos que
el discurso que sólo pretende
discutir la colonización cultural
en sus aspectos “cotidianos”
y superficiales es parte de la
invisibilización de la cuestión
nacional. Últimamente se han
discutido cuestiones secundarias
que, si bien consideramos
que no es erróneo marcarlas, no
aparece como la estrategia más
sagaz hacerlo de sobremanera.
Así, por ejemplo, hay un enorme
espacio y tiempo dedicado a
establecer si el presidente es
más o menos burro, si lee o no
lee sus discursos, si hace un
montaje para simular “un viaje
en colectivo”, si su esposa es
más o menos simpática o vive
de imposturas, si los medios
concentrados dependientes de
la oligarquía defienden más o
menos al gobierno representante
de su clase, o si un muñequito
del “simpático” Zamba es tirado
a la basura, etc.
Y con esto no decimos, vale la
reiteración, no poner “el dedo”
en esas cuestiones, pero sí no
tomarlas como lo central de las
políticas de gobierno, porque en
relación al cambio y/o profundización
de la matriz dependiente
del país son asuntos menores,
y solo prestar atención a esos
puntos invisibiliza lo que es más
importante. Por eso Jauretche,
uno de los pensadores que más
ha hecho por la descolonización
pedagógica afirmaba que hay
que “hacer la nación: esa es
nuestra tarea y traición es todo
lo que se le oponga (...) Las
nuevas generaciones como la de
mayo tienen un deber emancipador
que cumplir”. En ese sentido,
los forjistas aseveran que
“el drama de la patria enfrenta
dos personajes solamente: el
pueblo encadenado y la finanza
imperialista. Lo demás no
cuenta. Cuando están en juego
los destinos de un pueblo, toda
reclamación particular perturba
y divide”.
A partir de este punto, retomamos
a Scalabrini Ortiz, que
marca la necesidad de avanzar
en la nacionalización de los
mecanismos centrales para así
poder decidir según nuestro
interés y no de los intereses privados
y/o extranjeros la política
nacional: “El plan de democratización
de la vida argentina debe
comprender, por lo menos, a los
servicios de transporte, porque
ellos constituyen el sistema circulatorio
troncal del organismo
nacional; los medios de cambio,
porque ellos son los vasos comunicantes
de la riqueza natural
y del trabajo que la moviliza;
las fuentes de energía térmica
e hidráulica, porque ellas pueden
incrementar o aminorar las
38 HEGEMONIA - marzo DE 2019
industrias en que el trabajo se
valoriza y multiplica; las tribunas
de información, porque no
es posible que aparezca como
opinión pública lo que sólo es
opinión interesada de los grupos
financieros. En una palabra,
todo cuanto tiene posibilidad de
influir en el destino del pueblo
debe estar bajo el control del
pueblo”.
Como se ve, la propuesta no es
de nacionalización aislada, sino
que constituye un “todo lógico”,
es decir, la planificación de la
nacionalización de la economía.
Al igual que el imperialismo
que no “invierte” en cualquier
sector sino en los que hacen a
la dependencia y la expoliación
de las riquezas nacionales, la
respuesta debe ser en el mismo
sentido.
Es que sin romper el carácter
dependiente de la economía
argentina que hace drenar gran
parte de la riqueza que producimos
los argentinos, por más
buena voluntad que se tenga,
se podrá redistribuir “un poco”
mejor la riqueza, pero ese techo
es bajo, difícil será entonces un
proyecto con mayores márgenes
de justicia social, lo que dificulta
la permanencia en época de
“vacas flacas”. Roberto Carri
oponía la condición semicolonial
ligada a la dependencia, al
desarrollo ligado a la independencia
real, así pues “las naciones
dominadas por el sistema
imperialista no pueden acceder
al polo hegemónico debido al
carácter estructural de la dependencia”.
Desde ya esto implica
la industrialización, pues Manuel
Ugarte manifiesta que “un
país que sólo exporta materias
primas y recibe del extranjero
los productos manufacturados,
será siempre un país que se
halla en una etapa intermedia
de su evolución”. En el mismo
sentido, Hernández Arregui dice
El gobierno de Hipólito Yrigoyen (1916/1922 - 1928/1930) fue de carácter progresivo,
pero no pudo cambiar la matriz productiva de la Argentina y tampoco cortar
con la dependencia y la penetración extranjera en la economía local.
que “un país sin una industria
nacional autónoma no es una
nación”.
No queremos decir que sea
algo sencillo, pero sí que puede
sumar a la necesaria revisión
(autocrítica) de los procesos nacionales-populares
que trajeron
un “viento fresco” a nuestro continente,
pero que hoy están en
franco retroceso y que si no revisamos
nuestro errores se vierte
la amenaza de una “nueva década
infame”, al tiempo que para
evitar la misma se hace necesario
“afinar” la crítica el “nuevo
proyecto” neocolonial, para ser
implacables en la oposición y
retornar al cauce nacional lo antes
posible, para lograr avanzar
mucho más profundamente en
la senda de la liberación nacional.
Cerramos con una frase
de Juan Domingo Perón en ese
sentido, que instaba: “Si hemos
guerreado durante 20 años para
conseguir la independencia política,
no debemos ser menos que
nuestros antecesores y debemos
pelear otros veinte años, si
fuera necesario, para obtener la
independencia económica. Sin
ella seremos siempre un país
semicolonial”.
*Juan Godoy
39 HEGEMONIA - marzo DE 2019
LA EXPRESIÓN DE LO NACIONAL-POPULAR
POR ANIBAL CAUBET
40 HEGEMONIA - marzo DE 2019