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Con pericia, Stan y Bert le sujetaron<br />
las patas y la hicieron rodar. Mientras<br />
ella se acomodaba en esa posición, yo<br />
dejé salir un grito de dolor.<br />
—¡Vuelvan a ponerla en la posición<br />
original, rápido! ¡Estamos girando hacia<br />
el lado equivocado!<br />
La suave franja de<br />
tejido se había tensado<br />
sobre mi muñeca infligiéndome<br />
un apretón<br />
El señor Alderson<br />
sirvió dos tragos<br />
de whisky y me<br />
ofreció uno. Aclaró<br />
su garganta; sentí<br />
cierta tensión<br />
crecer en<br />
el ambiente.<br />
adormecedor con una<br />
potencia aterrorizante.<br />
Pero los hombres trabajaban<br />
como rayos. En<br />
unos segundos, Candy<br />
quedó como al principio<br />
y volvimos a empezar.<br />
Apreté los dientes con<br />
fuerza y volví a sujetar la<br />
pata del ternero.<br />
—De acuerdo, ahora<br />
lo intentaremos hacia el<br />
lado contrario.<br />
Esta vez el giro fue contra las manecillas<br />
del reloj y logramos rotarla 180<br />
grados sin que nada sucediera. Yo solo<br />
mantenía sujetada la pata; la resistencia<br />
fue tremenda.<br />
—Muy bien. ¡Hagámoslo de nuevo!<br />
—grité y los hombres empujaron al<br />
animal un poco más.<br />
Fue hermoso sentir cómo todo se<br />
desenmarañaba como por arte de<br />
magia, que mi brazo podía moverse<br />
libremente en el amplio útero, y que<br />
el ternero ya comenzaba a deslizarse<br />
hacia mí. Saboreando la victoria justo<br />
a la vuelta de la esquina, Candy continuó<br />
con el proceso de alumbramiento<br />
y, con un prolongado esfuerzo, sacó<br />
al pequeño empapado que descendió<br />
hasta quedar en mis brazos.<br />
El señor Alderson se balanceaba<br />
sobre los tacos de sus botas. Lo hará<br />
en cualquier momento,<br />
pensé. Y así ocurrió:<br />
de repente brotó el desentonado<br />
tarareo, aún<br />
más fuerte que lo habitual,<br />
como un himno a<br />
la alegría.<br />
Me pareció que no<br />
habría nunca un mejor<br />
momento que ese. Tras<br />
toser de nervios, hablé<br />
con decisión:<br />
—Oiga, señor Alderson<br />
—dije—, quiero casarme<br />
con su hija.<br />
Su melodía se vio<br />
abruptamente interrumpida<br />
y él se dio<br />
vuelta, con mucha lentitud, hasta quedar<br />
frente a mí. Luego se inclinó con<br />
rigidez, levantó uno a uno los baldes,<br />
vació el agua y se dirigió a la puerta.<br />
—Será mejor que entremos a la casa<br />
—repuso con parquedad.<br />
El señor Alderson sirvió dos tragos<br />
de whisky y me ofreció uno. Aclaró su<br />
garganta; sentí cierta tensión crecer<br />
en el ambiente.<br />
—Vaya, vaya —empezó—, el clima<br />
está seco como pocas veces—. Le dio<br />
un gran sorbo a su vaso, hizo gestos<br />
y sacudió violentamente la cabeza—.<br />
Nada nos caería tan bien —afirmó—