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Pronto salimos de la zona de selva, avanzando<br />
sobre las laderas superiores parecidas a la luna, con<br />
menos oxígeno a cada paso. Caminamos entre<br />
plantas de lobelia, siemprevivas, desmoronamientos<br />
rocosos y pútridos pozos de letrina. Seguíamos<br />
subiendo, dejando las nubes abajo rumbo a la cima<br />
del Kili que siempre parecía estar ahí nomás. Cuando<br />
llegamos a los 4.600m y a Barafu Camp, nuestra base<br />
final antes de hacer cumbre, me sentía sucio,<br />
quemado por el sol y congestionado – pero feliz.<br />
Feliz hasta que nos dieron nuestra charla final.<br />
“Hoy no es una buena noche”, nos dijo Samuel. La<br />
subida a la cima es un camino empinado, incesante y<br />
vertical de casi un kilómetro y medio. No se puede<br />
ceder, hay que darlo todo para cruzar la línea de<br />
llegada. Todos nos sentimos abrumados. “Pero”,<br />
concluyó Samuel, “todo lo que necesitan es<br />
autoconfianza”. Ya en la cama a las 6.30pm, no pude<br />
dormirme, tratando de creer en mí.<br />
Gracias a Dios, fue una noche hermosa:<br />
heladamente fría pero sin viento, seca y<br />
completamente estrellada. Alrededor de la<br />
medianoche nos unimos a la procesión de linternas<br />
que rodeaban la montaña, como en una caminata<br />
robótica. Todo era silencio, salvo por los guías que se<br />
hacían los cancheros mientras cantaban canciones<br />
pop. Deseaba tener el aliento como para cantar.<br />
Deseaba poder escapar de la monotonía dentro de mi<br />
cabeza. Con los ojos puestos únicamente en los<br />
talones que tenía frente a mí y la oscuridad que me<br />
rodeaba, el tiempo se me hacía cada vez más largo. A<br />
medida que pasaban los minutos, el suelo se hacía<br />
más empinado, el frío más intenso, sobrevenía la<br />
náusea y el aire se hacía más liviano. Después de un<br />
rato que pareció una eternidad, miré mi reloj.<br />
Solamente había andado una hora. Todavía nos<br />
faltaban cinco o seis más.<br />
Fue en este punto que me di una charla<br />
motivacional.<br />
O me rendía a la montaña, me entregaba, perdía – o<br />
me rendía al desafío, dejaba de pelear y de<br />
preocuparme, y simplemente seguía adelante, un<br />
paso tras otro. Decidí seguir, subiendo muy<br />
lentamente. Finalmente los minutos fueron pasando,<br />
y después las horas. El cielo iba pasando de negro a<br />
púrpura y al rosado del amanecer.<br />
Y entonces, al final, ahí estaba, allá arriba: el cartel<br />
que confirmaba nuestra llegada al techo de África. El<br />
rayo del sol estalló a través de las nubes a nuestros<br />
pies. Pude sentir su calor. Me sentí aliviado. Y<br />
comencé a sentir la euforia que se sobreponía a mi<br />
fatiga. No estaba del todo listo para sentirla – primero<br />
tenía que bajar de esta montaña. Pero tuve una idea<br />
de lo bien que se iba a sentir este momento cuando<br />
así fue.<br />
38 <strong>Agosto</strong> <strong>2019</strong>