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CAPÍTULO 1<br />
La portezuela del todoterreno acababa de cerrarse a su espalda provocando un<br />
chasquido. Hugo se giró desde su posición, unos metros más adelante, para ver cómo<br />
se alejaba el último de los dos vehículos que les habían conducido hasta la finca.<br />
Después, reanudó su inspección del escenario que los recibía. Sentía curiosidad<br />
aunque, al mismo tiempo, un inesperado titubeo ganaba fuerza en su interior. ¿Había<br />
hecho bien en aceptar?<br />
¿No habría sido mejor pasar de todo aquel asunto?<br />
Ahora que se encontraba allí y no había vuelta atrás, que todo estaba a punto de<br />
empezar, una sombría intuición comenzaba a dominarle. No supo explicarse lo que<br />
experimentaba en esos instantes, ni su detonante —nada había ocurrido desde que sus<br />
compañeros y él llegaran a aquel lugar—, pero no se trataba de una sensación<br />
agradable, sino todo lo contrario: una vaga intranquilidad, como si un sexto sentido le<br />
advirtiera de que se encontraba al borde del abismo.<br />
¿Acaso corremos algún riesgo?<br />
Se esforzó por apartar de su mente esos augurios. Achacó su inseguridad a los<br />
nervios y prefirió centrarse en el panorama que tenía ante sus ojos: frente a él se<br />
alzaba un imponente portón enrejado que interrumpía el trazado de un muro de cuatro<br />
metros de altura. Aquella muralla de piedra se extendía circundando un terreno de<br />
gran superficie.<br />
—Ni que fuera una cárcel.<br />
Hugo dio un respingo. Había reconocido la voz femenina que llegaba hasta él<br />
desde su izquierda. Orientó su mirada hasta encontrarse con la esbelta figura de<br />
Diana Marín. Ella lo observaba con sus ojos penetrantes, sin pestañear, su rostro<br />
dominado por la mueca de leve desprecio que dirigía siempre a todo lo que la<br />
rodeaba.<br />
Era una chica difícil… pero estaba muy buena, un factor que a juicio de Hugo<br />
eclipsaba todo lo demás.<br />
—No sabía que también participabas en el experimento —se limitó él a comentar.<br />
No había exteriorizado ningún entusiasmo, aunque lo sentía. Diana, que mascaba<br />
chicle, detuvo el movimiento de sus mandíbulas para sonreír.<br />
—He venido con el grupo del otro coche. ¿También aquí vas a espiarme? —se<br />
apartó un mechón rubio de la cara.<br />
—¿Espiarte?<br />
—He notado que en el instituto me miras bastante —seguía observándolo. Y<br />
seguía sin pestañear.<br />
Hugo evitó manifestar interés hacia ella. Conocía ese perfil de chica. Si pretendía<br />
atraerla tendría que aparentar indiferencia, no debía caer en la provocación.<br />
—Pues no es así. Seguro que tu ego acaba superándolo.<br />
A ella la divirtió aquel giro en la conversación que, evidentemente, no esperaba.<br />
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