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Sin embargo, el “loco” solitario prefería como multitudes
a Juanita, a las agrupadas figuras de sus cuadros, sus muñecas, su
mono Pancho, los uveros y cocoteros; y sonreía por las múltiples
voces del mar, el olor del salitre, las piruetas de las gaviotas y pájaros
del litoral. Seres y cosas abundantes, todas inofensivas. Pintó y
vivió imaginariamente sus propios conciertos y bautizos, reuniones
de bailarinas y poetas; celebró sus particulares bailes con múltiples
invitados que llenaban su casa; cuando daba espectáculos en vivo
prefería a los niños para mostrarles su circo privado.
Pascual Navarro, nuestro también pintor venezolano lo invitó
a practicar la dactilomancia, esa forma de adivinación que se
hace con la ayuda de anillos, sobre todo cuando son fundidos. Esto
aumentaba la sensibilidad en la riqueza del color que siempre atraía
a su amigo Reverón, quien lo extraía de la tierra, del musgo, del
salitre, del óxido del hierro que trae el mar Caribe y hasta de su propia
sangre. También comentaba Pascual Navarro que Armando solía
recitar, mientras pintaba sus cocoteros, un antiguo dicho babilónico
que reza “Si una palmera está triste: el corazón de la gente no será
bueno”.
Cuando Reverón pintó el cuadro Patio de Sanatorio San
Jorge (1954), había sido recluido allí por segunda vez sufriendo problemas
mentales. Los árboles plasmados en esta pintura semejan
seres alejados uno del otro, como cuando el pintor íngrimo sufría
su caos imaginativo en aquel encierro nutrido de sábanas y reglas
asépticas. En ninguna de sus otras pinturas muestra uveros y cocoteros
desraizados; únicamente es en este cuadro de sanatorio donde
un árbol parece caminar con las raíces al aire, descubiertas, como
haciendo un inmenso esfuerzo para sostenerse sobre el suelo del
patio desolado... Semejando acaso la falta de asidero a la vida, o la
presencia de seres que ausentes en su caminar solitario pronto se
irán, pues ya no pertenecen a este mundo: árboles desprovistos de
apoyo, como el sentir de esos seres que pululan en cualquier patio
de sanatorio muriendo de consunción, extenuados, delgados, casi
secos por la pena, por la enfermedad sagrada que los posee. Esta
obra conmociona, es triste de toda tristeza, aun cuando esté tan
iluminada. Si alguna vez Reverón plasmó la sórdida y angustiosa
soledad, ésta es su mejor expresión plástica. Me pregunto si llegó
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