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IV. jesús
(Año 749 de Roma / Año 4 a. de n. e.)
Cuarenta días con sus cuarenta noches vivió en el desierto,
haciéndose todas las preguntas posibles, enfrentándose a los demonios,
al peor de ellos: el poder... En ese retiro necesario hubo
siempre una luna llena que acompañó sus noches, como la madre
que protege al hijo.
Tiempo después, una mañana, se le ve meditando en el
Monte de los Olivos. Jesús pensaba el significado de lo que vio aquel
día, cuando al lavar su rostro en el aljibe notó que el agua que tenía
en sus manos era sumamente cristalina, como luz líquida, y se iba
por un canal refulgente que solo él veía, en marcha hacia el infinito,
hacia la divinidad; como si el agua con la que se enjuagaba asumiera
la forma de su ser y lo incorporara en la luz del universo. Luego, de
vuelta al templo, y sentado frente a los escribas y los fariseos –de
cuya visita había soñado la víspera–, posó sus ojos serenos sobre los
de aquella mujer malmaridada que trajeron frente a sí. Escuchó la
acusación, y fue entonces cuando inclinándose hacia el suelo escribió
por primera vez en la tierra (*) con el dedo índice, signador del
yo, el temor y el miedo.
(*) Supe, al leer a Borges, que Jesús había escrito una sola vez en su vida, por
la lectura que el escritor hace de san Juan 7, 53
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