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XI. yukio mishima
(1925 - 1970)
La controvertible mismidad
De niño, y mientras caminaba sobre las hojas secas que se
caían de los ciruelos, allí en su venerado jardín bordeado de azaleas,
sintió que los Kami, poderes o númenes, manifiestos en vientos divinos,
cubrían su cuerpo. Al tiempo que recibía el sol notaba que era
un Shintai, un receptáculo, un espejo que se purificaba y su Makoto,
que es la sincera pureza del espíritu y de la voluntad, se nutría. Él era
seguidor del culto Shinto que exige a cada ser la búsqueda interior
por la Vía de los Kamikaze.
Fue criado en la decrepitud y la vetustez por la abuela paterna...
Impotente y junto a los pies de ella, respira los humores de la
tradición y permanece largas horas postrado sobre el tatami, esterilla
de junco, hasta hacerse urdimbre con el vegetal y apreciar la seminal
humedad del noble arbusto. Para no perecer, combate el tedio y la
abulia tejiendo imágenes con imágenes, como años después lo hiciera
en el Shishendo, el salón de los poetas inmortales. La abuela le
aviva excesivamente el ánima, lo femenino, y con el tiempo él hace
admonición de esa alma frágil y confusa y la acomete con vitalismo
exacerbado, practicando los deportes más extremos y arriesgados,
cayendo en poses que lo hacían rozar el ridículo...
Adolescente, consultó el espejo infinitas veces y notó la
esplendente grandeza de su alma y el brillo particular del rostro que
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