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A raíz de la exposicion Van Gogh Alive y las críticas que suscitó, Minerva ha querido abordar un debate sosegado con el objeto de desentrañar los pros y contras de estas grandes exposiciones espectaculares, consultando a diversos expertos.

A raíz de la exposicion Van Gogh Alive y las críticas que suscitó, Minerva ha querido abordar un debate sosegado con el objeto de desentrañar los pros y contras de estas grandes exposiciones espectaculares, consultando a diversos expertos.

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VAN GOGH ALIVE,<br />

¿ALIADA O VILLANA?<br />

CAROLINA <strong>DEL</strong> <strong>OLMO</strong>


62 van gogh alive MINERVA 34.20<br />

La entusiasta respuesta ante la exposición multimedia <strong>Van</strong> <strong>Gogh</strong> Alive – The Experience –más de<br />

600.000 visitantes en España y millones en el resto del mundo– y el ninguneo o desprecio<br />

de la crítica dejaron en evidencia, una vez más, la distancia entre el público y los expertos que<br />

existe en algunos terrenos culturales. Más allá de condenas o aplausos, desde las páginas<br />

de Minerva hemos querido abordar el debate en torno a estas muestras espectaculares, sin<br />

obra original y con abundante aparataje audiovisual. Hablamos con Santiago Eraso, Eduardo<br />

Maura, Peio H. Riaño, María Ruido, Alberto Santamaría y Ana Useros.<br />

© Imágenes: Grande Exhibitions<br />

¿Forma sin contenido?<br />

«Puro display, que no aporta conocimiento alguno; son solo forma<br />

sin contenido». Son palabras de uno de los críticos más implacables<br />

con este tipo de muestras, Peio H. Riaño, historiador del<br />

arte, periodista cultural en las páginas de El País y autor, entre<br />

otros libros, de Las invisibles. ¿Por qué el museo del Prado ignora a<br />

las mujeres? (Capitán Swing, 2020). No obstante, su crítica no se<br />

limita a estos formatos más espectaculares, sino que se hace extensiva<br />

a muchas de las exposiciones de museos como el Thyssen,<br />

el Reina Sofía o el Prado: «Hay exposiciones que, disfrazadas de<br />

alta cultura y con el sello de la academia, solo buscan hacer taquilla<br />

y caen en los mismos vicios. Es decir, mi crítica no tiene que<br />

ver con el formato audiovisual ni con la ausencia de obra original».<br />

De hecho, Riaño recuerda la exposición sobre Walter Benjamin<br />

que produjo el CBA hace unos años como un «ejemplo de<br />

uso ideal de las tecnologías audiovisuales, que se utilizaban para<br />

generar y divulgar conocimiento».<br />

Y es que, para Peio H. Riaño, al arte «hay que entrar a través del<br />

conocimiento; una exposición o una selección de obra en una<br />

colección permanente tienen que contar algo, y estas exposiciones<br />

no lo hacen. La gente no aprende nada con este tipo de<br />

exposiciones, solo consigue el refuerzo de su prejuicio: ven lo<br />

que ya conocen. El fin –que el arte llegue a quien normalmente<br />

no llega– es impecable, pero ¿cuál es el precio que estamos dispuestos<br />

a pagar?». Y apunta aquí uno de los grandes problemas<br />

de estos eventos: «He visto algunas exposiciones de este tipo que<br />

proponen interpretaciones tan literales de las obras en torno a<br />

las que giran que acaban destruyendo cualquier metáfora, laminando<br />

toda profundidad de la obra de arte y hasta la idea que<br />

pudiera haber tenido el artista».<br />

Pero ¿no estaremos exagerando quizá el papel heurístico del<br />

arte? ¿Tiene que haber investigación o queda espacio para la<br />

divulgación? Para Riaño no se trata de oponer investigación y divulgación,<br />

sino, precisamente, de tomarnos en serio la divulgación:<br />

«Casi me atrevería a decir que la divulgación es la cima<br />

del conocimiento», afirma. «Creo en la investigación, pero no<br />

en la investigación que solo atiende a la investigación. Es decir,<br />

creo en la historia del arte como una ciencia social, a los pies y<br />

al servicio de la sociedad. Si la historia del arte solo piensa en la<br />

historia del arte, seguiremos excluyendo a la población e incumpliendo<br />

su función social. De ahí la divulgación. No me interesan<br />

ni las exposiciones populistas ni las exposiciones excluyentes.<br />

Me interesan las que aceptan su compromiso social y entienden<br />

el objetivo de la divulgación». Y añade: «Una cosa es divulgar y<br />

otra es esa forma de populismo que, con la excusa de romper la<br />

barrera del arte o de crear nuevas formas de acceso, genera una


CBA van gogh alive 63<br />

suerte de parque temático en el que se proporciona al espectador<br />

una experiencia cómoda, en la que no se le “molesta”, pretendiendo<br />

que aprenda o conozca algo; así se convierte al espectador<br />

en un inútil incapaz de entender nada más allá de lo que está<br />

viendo. Es una pena que no se sepa o no se quiera utilizar los<br />

nuevos medios y los avances tecnológicos para divulgar el arte.<br />

Parece que lo único que se busca es construir parques temáticos<br />

en los que compras la experiencia, pero te vas sabiendo lo<br />

mismo que ya sabías: “qué bonito, es justamente lo que ya sabía<br />

(o me imaginaba) sobre el impresionismo”».<br />

No obstante, lo cierto es que, como sociedad, seguimos otorgando<br />

un valor tan elevado a las obras de arte que consideramos<br />

que el puro acceso a ellas nos enriquece, al margen del contexto<br />

en el que se muestren, con independencia de la narrativa en la<br />

que el programador de turno las haya insertado, con independencia<br />

incluso –en teoría, al menos– de que sea un original o<br />

una reproducción. Hojear libros de arte y visitar museos es fundamental<br />

en la formación cultural de un niño; proteger y difundir<br />

el encuentro con la obra de arte inspiraba proyectos como<br />

el museo sin muros de Malraux. El niño, como el espectador<br />

no formado, es sin saberlo «víctima» de la selección y desconoce<br />

todo lo que se le está hurtando, lo que se guarda en los almacenes<br />

o directamente se excluye de los museos. Aun así, no<br />

conozco a ningún experto que no considere valiosa una visita al<br />

Prado. ¿Cuál sería la diferencia entre visitar una gran pinacoteca<br />

careciendo de formación y contemplar cuadros de <strong>Van</strong> <strong>Gogh</strong><br />

en pantallas gigantes?<br />

Para la crítica de cine Ana Useros ese encuentro casi «inocente»<br />

con el arte es algo que deberíamos cuidar. Si el público ignorante<br />

es víctima de ciertas lecturas que desconoce, el público formado<br />

o especialista es también víctima, precisamente, de su propio conocimiento<br />

acumulado: «Como cinéfila empedernida, me ha costado<br />

y me cuesta mucho aprender a ver de verdad una película, a<br />

verla sin todos los filtros de la teoría, dejando al margen todo lo<br />

que he leído sobre tal o cual director, tal o cual época o escuela; la<br />

experiencia de visitar un museo y toparte con un cuadro del que<br />

no sabes nada pero que te deja sin aliento es importante». La<br />

pregunta, entonces, sería: ¿pueden estas exposiciones propiciar<br />

ese encuentro con la obra de arte, llegando a un público al que no<br />

llegan los museos?<br />

(In)comunicación con el público<br />

Aunque Marta Sanz es conocida, sobre todo, por su vertiente de<br />

novelista, lo cierto es que ha aportado reflexiones de enjundia<br />

sobre el papel social de la cultura y el arte como crítica literaria y<br />

ensayista, especialmente en No tan incendiario (Periférica, 2014).<br />

«Tengo una mirada muy ambivalente y contradictoria respecto a<br />

este asunto: pienso que el arte ha de ser desacralizado, democratizado,<br />

descontextualizado de sus formas tradicionales de exhibición,<br />

mezclado y compartido, alterado, para generar vínculos<br />

nuevos con un espacio de recepción mutante. Pero veo que muchos<br />

de estos intentos de democratización resultan demagógicos,<br />

porque lo convierten todo en un espectáculo, en una suerte<br />

de fetiche, donde lo único que importa es el dinero que se genera<br />

a través del deslumbramiento de un público ingenuo. No me importa<br />

ni me interesa la idea de que la pieza se «desvirtúe» con<br />

estas muestras, lo que me preocupa es que el receptor se transforma<br />

en un consumidor que piensa que está teniendo un tipo de<br />

experiencia que, en realidad, es otra. Es como si nos engañaran<br />

para que nos creyésemos que somos los privilegiados y las privilegiadas<br />

que no somos».<br />

Una cosa es divulgar y otra es esa forma<br />

de populismo que, con la excusa de romper<br />

la barrera del arte o de crear nuevas<br />

formas de acceso, genera una suerte<br />

de parque temático en el que se proporciona<br />

al espectador una experiencia cómoda.<br />

Es una pena que no se sepa o no<br />

se quiera utilizar los nuevos medios para<br />

divulgar el arte.<br />

Peio H. Riaño<br />

Marta Sanz también recalca la parte positiva que puede tener la reproducción<br />

audiovisual: «Me gusta perversamente la idea de que<br />

lo que se ve en este tipo de exposiciones es y no es <strong>Van</strong> <strong>Gogh</strong>», al<br />

tiempo que expresa su temor a que «quienes empiezan a construir<br />

su sensibilidad estética con muestras así nunca podrán bajarse<br />

de la montaña rusa, y si alguna vez tienen la suerte de ver un<br />

cuadro de <strong>Van</strong> <strong>Gogh</strong> sin luminotecnia, no lo van a disfrutar o les<br />

va a saber a poco».<br />

Para Peio H. Riaño estas exposiciones son, muchas veces, respuestas<br />

equivocadas a un problema real: «El principal problema<br />

de los museos hoy es la incomunicación con el público, pero este<br />

problema puede generar monstruos. Yo siempre digo que el problema<br />

de los museos de bellas artes es que son instituciones del<br />

siglo xix gestionadas por personas del xx para públicos del xxi; de<br />

ahí la desconexión. Pero se podría conectar de otras maneras…».<br />

Eduardo Maura es profesor de Estética en la Facultad de Filosofía<br />

de la UCM, exportavoz de Podemos en la Comisión de Cultura del<br />

Congreso y ha publicado recientemente Los 90. Euforia y miedo en<br />

la modernidad democrática española (Akal, 2018). Maura no ve tan<br />

clara esa desconexión y me recuerda que la gente joven hace otro<br />

uso de los museos. «Su aproximación es, a menudo, irreverente:<br />

se fotografían delante de las obras que les gustan, pican de aquí y<br />

de allá». Para Maura, de hecho, los museos no son el problema:<br />

«Las exposiciones son un dispositivo, un artificio cambiante por<br />

definición, y los museos, con más o menos éxito, han intentado<br />

adaptarse a los nuevos públicos o incluso crearlos. En general, la<br />

clave que para mí puede hacer valiosas este tipo de exposiciones<br />

más o menos espectaculares, sin obra original, o dedicadas a algún<br />

aspecto de la moda, la música, etc., es si están mostrando algo<br />

que no cabe en un museo; es decir, si están diseñadas de forma que<br />

escapan a la lógica del museo, o si, simplemente, se hacen fuera<br />

porque alquilar las salas de un museo sale más caro. En suma, lo<br />

interesante para mí es saber si estas exposiciones están tensando<br />

o desafiando de algún modo la lógica de exhibición del museo o si<br />

simplemente están reproduciendo en otro lado la misma experiencia<br />

pasiva de recogimiento o pura admiración».<br />

Sea como sea, el éxito de estas exposiciones le parece una prueba<br />

de que «la exposición es un formato vigente. Lo que hay que preguntarse<br />

ante una muestra es valorar qué relación construye con<br />

su público y pensar si tiene o no efectos, durante y después de la<br />

visita, si produce alguna clase de apertura. No necesariamente son<br />

más democratizadoras las exposiciones de masas. Un museo tradicional<br />

puede cumplir una función democratizadora fundamental.<br />

El Prado, por ejemplo, ha sido y sigue siendo el museo del pueblo<br />

madrileño, por el que la gente puso literalmente el cuerpo en su defensa.<br />

No debemos olvidarnos de que el arte puede tener un elevado<br />

poder de identificación y de generación de imaginario e identidad».


64 van gogh alive MINERVA 34.20<br />

El arte ha de ser desacralizado, democratizado, descontextualizado<br />

de sus formas tradicionales de exhibición.<br />

Pero muchos de estos intentos de democratización resultan<br />

demagógicos porque lo convierten todo en un espectáculo,<br />

en una suerte de fetiche, donde la único que<br />

importa es el dinero que se genera a través del deslumbramiento<br />

de un público ingenuo.<br />

Marta Sanz<br />

Para salvaguardar esta función democratizadora,<br />

Maura aboga por propiciar «un<br />

intercambio no pasivo con el visitante<br />

que genere un acercamiento más jovial,<br />

más alegre. Y es interesante darse cuenta<br />

de que esto a veces lo están consiguiendo<br />

museos históricamente considerados “normativos”,<br />

como el Prado y el Reina Sofía.<br />

En definitiva, para mí lo importante es si<br />

el dispositivo de exhibición logra generar<br />

desafíos que aportan algo distinto a la experiencia<br />

de visita tradicional».<br />

Precisamente esa ruptura con la experiencia<br />

de una visita tradicional a un museo es lo que<br />

los organizadores de <strong>Van</strong> <strong>Gogh</strong> Alive anuncian<br />

en su página web: «Aventúrate a meterte de<br />

lleno en un mundo excitante; olvídate de las<br />

ideas preconcebidas sobre las visitas tradicionales<br />

a museos; deja a un lado el concepto<br />

de silenciosas galerías de arte donde ver las<br />

obras desde la lejanía; cambia cómo disfrutar<br />

del arte». Pero ¿lo consiguen?<br />

Dejar hueco<br />

Santiago Eraso, investigador y gestor cultural,<br />

exdirector de Arteleku y de Madrid<br />

Destino, es partidario de desviar la mirada<br />

hacia el contexto. En efecto, el debate se enriquece<br />

cuando nos alejamos de la naturaleza<br />

del arte y la experiencia estética. «No<br />

sé si se puede hablar de “estas exposiciones”<br />

así, en general. Las hay, como la de<br />

Auschwitz en la Fundación Canal, que son<br />

pura pornografía, pero hay otras que pueden<br />

estar bien. Y conste que <strong>Van</strong> <strong>Gogh</strong> Alive<br />

no la he visto. Creo que es fundamental no<br />

solo mirar con detalle y distinguir unas de<br />

otras, sino fijarnos en los espacios: dónde<br />

se hacen estas exposiciones, de qué bolsillo<br />

sale el dinero que las financia y qué rendimiento<br />

tienen. Hay exposiciones comerciales<br />

“empaquetadas” que pueden estar<br />

bien para según qué lugares, mientras que<br />

hay otros espacios que no deben alojar este<br />

tipo de muestras. Personalmente, lo que me<br />

asusta es la homogeneización. Cuando estuve<br />

al frente de Madrid Destino, intentamos<br />

que Centro Centro se dedicara a cierto<br />

tipo de exposiciones más, digamos, “sociológicas”,<br />

que el Matadero se especializara en<br />

producción más que en exhibición y que la<br />

sala del Fernán Gómez quedara para otros<br />

proyectos variados. Lo mismo en el ámbito<br />

del teatro, con la separación del Español<br />

para un teatro más tradicional y las Naves<br />

del Matadero para obras más de vanguardia.<br />

Si unificas y homogeneizas, te cargas<br />

la vanguardia y el apoyo a la creación. Hay<br />

quien critica la banalización o la espectacularización<br />

de este tipo de grandes muestras,<br />

y seguramente haya motivos para criticarlas,<br />

pero para mí lo importante es que este tipo<br />

de exposiciones no copen todo el espacio,<br />

sobre todo cuando se trata de espacio público.<br />

En el caso de <strong>Van</strong> <strong>Gogh</strong> Alive, me parece<br />

importante recalcar que el CBA es una<br />

entidad privada que perfectamente puede<br />

dedicar su espacio a un evento como este,<br />

máxime si luego los beneficios que obtiene<br />

se reinvierten en otro tipo de eventos culturales,<br />

no más valiosos ni menos, sino distintos,<br />

con lo que eso conlleva de protección de<br />

una diversidad que me parece fundamental.<br />

Se trata de dejar hueco para todo».<br />

También Alberto Santamaría, poeta, profesor<br />

en la Facultad de Bellas Artes de la<br />

Universidad de Salamanca y autor, entre<br />

otros ensayos, de En los límites de lo posible.<br />

Política, cultura y capitalismo afectivo<br />

(Akal, 2018), es partidario de volver la vista


CBA van gogh alive 65<br />

hacia lo que rodea este tipo de exposiciones,<br />

para mirar aún más lejos. Estas muestras,<br />

explica, «deben situarse en conexión<br />

con otros fenómenos propios del desarrollo<br />

de la institución artística, así como del<br />

marco general de las políticas turísticas y<br />

culturales». Santamaría recuerda que ya<br />

en 1999, «el presidente del Banco Mundial<br />

afirmó que era necesario potenciar<br />

políticas culturales destinadas a ser concebidas<br />

como recurso para el crecimiento<br />

económico: desde entonces hemos asistido<br />

a un giro claro en las políticas culturales.<br />

La cultura y, en concreto, las exposiciones<br />

adquieren un lugar inédito. El documento<br />

del presidente del Banco Mundial, titulado<br />

“La cultura cuenta”, hace referencia precisamente<br />

a la cultura en el marco del crecimiento<br />

económico».<br />

Al igual que señalaba amargamente Riaño,<br />

haciendo extensiva su crítica a buena parte<br />

de la programación de los grandes museos,<br />

para Santamaría «esto es así en todos los<br />

niveles. Turismo y cultura entran en una<br />

nueva fase de relación. Lo cual, de por sí,<br />

no tiene por qué ser malo. La cuestión está,<br />

hablando de las exposiciones que comentamos,<br />

en el modo en el que estas encajan<br />

en nuestro panorama: contempladas sobre<br />

el horizonte económico-político, no se<br />

diferencian de ninguna otra institución o<br />

acción museística. La idea es la misma: la<br />

cultura como recurso, algo que estudia bien<br />

George Yúdice».<br />

Genios, emprendedores<br />

y otros mitos<br />

Otro problema de este tipo de exposiciones<br />

que muchos críticos coinciden en señalar<br />

es la idea de autoría y genialidad que<br />

suelen transmitir. Para Eduardo Maura, se<br />

trata de «una idea de genialidad en bruto,<br />

despojada de la parte plúmbea del conocimiento<br />

del contexto, las influencias, la<br />

posible tradición en la que se enmarca».<br />

Alberto Santamaría apunta que «estas exposiciones<br />

tendrían un sentido mucho más<br />

positivo si, en lugar de fetichizar a través del<br />

espectáculo la obra de arte y la figura del artista,<br />

sirvieran para lo opuesto; es decir, para<br />

hacernos ver que el objeto arte, entendido<br />

como pieza única a venerar, no es tan importante.<br />

Y quizá el lugar debería estar en<br />

espacios fuera de lo habitual, fuera de la institución<br />

de turno. Es decir, me es indiferente<br />

que la exposición no tenga el original<br />

delante de mí, puedo penetrar en el sentido<br />

de las obras sin necesidad de fetichizarla.<br />

Esta es la ventaja potencial de este tipo de<br />

exposiciones. Pero me temo que, en general,<br />

la vía elegida es más bien la contraria».<br />

Maura añade: «A partir de esta noción de<br />

genio se produce una matriz de lectura por<br />

la que una exposición como <strong>Van</strong> <strong>Gogh</strong> Alive<br />

se convierte en algo parecido a la presentación<br />

del iPhone 11; es decir, quizá haya<br />

un distanciamiento de la experiencia tradicional<br />

del museo, pero no creo que se<br />

favorezca un acercamiento jovial, abierto,<br />

activo. Además, el tipo de genialidad que se<br />

venera es la más accesible para el mercado,<br />

una figura similar a la del emprendedor: <strong>Van</strong><br />

<strong>Gogh</strong> pintó esos cuadros porque vivió en el<br />

siglo xix; si hubiera vivido hoy, habría diseñado<br />

un iPhone».<br />

Para Santiago Eraso, «estas exposiciones<br />

–como otras supuestamente más prestigiosas–<br />

lo que hacen es reforzar el mito, el<br />

imaginario popular que la gente ya ha adquirido:<br />

<strong>Van</strong> <strong>Gogh</strong> como genio atormentado<br />

que murió en la pobreza…». Eraso incide<br />

en otro aspecto que ya ha señalado Peio H.<br />

Riaño, que es la ausencia de un contexto que<br />

permita ampliar el propio saber: «Cuando la<br />

gente va a esas exposiciones, va a verse a sí<br />

misma, a ver lo que ya sabía y nada más. En<br />

cambio, cuando planteas una exposición de<br />

tesis, de conocimiento, que permite ver más<br />

allá de lo visible, no va nadie. Supongo que<br />

habría que preguntarse cómo se construye<br />

la subjetividad cultural de las personas».<br />

Elitismo<br />

Para Alberto Santamaría, en algunas de las<br />

críticas que reciben estas muestras «se nota<br />

un cierto tufillo elitista: son exposiciones<br />

para ignorantes que no saben valorar el aura<br />

de la obra de arte, que no saben nada de historia<br />

del arte. Insisto en que, desde mi punto<br />

de vista, estas exposiciones responden a una


66 van gogh alive MINERVA 34.20<br />

dinámica económica concreta, vinculada al eje turismo-cultura,<br />

al igual que toda la programación de cualquier museo nacional;<br />

ahora bien, también creo que, aunque ahora no lo sean, podrían<br />

funcionar como una herramienta para desfetichizar el arte».<br />

Esta es, seguramente, la acusación que más se repite en las palabras<br />

de nuestros entrevistados: no tanto la crítica frontal como<br />

el lamento por lo que pudo haber sido, por cómo estas exposiciones<br />

pierden una ocasión inmejorable de hacer algo realmente<br />

distinto.<br />

También María Ruido aprecia cierto elitismo en las críticas que<br />

reciben este tipo de exposiciones: «Hay un sesgo claro de alta/<br />

baja cultura que muestra cómo se sigue intentando mantener una<br />

élite». La artista y realizadora gallega da en el clavo al señalar la<br />

ambigüedad de la situación actual y al resaltar la importancia de<br />

la formación: «Por un lado, hay una reticencia a democratizar, a<br />

hacer visible, a dar acceso y voz. Por otro, hay un auge tremendo<br />

de ese discurso que ensalza la experiencia, ese “lo importante es<br />

lo que sientes”. La verdad, yo estoy harta del “estilo Luis Cobos”<br />

que te dice que Beethoven es demasiado para el público común,<br />

que, como no es muy listo, necesita una versión accesible.<br />

Lo que falta en medio de estos dos extremos es el esfuerzo educativo.<br />

Pienso que todo el mundo puede disfrutar de Beethoven o de<br />

Velázquez, aunque, desde luego, una cierta educación contribuye<br />

a hacer más fácil esa posibilidad de disfrute».<br />

Marta Sanz, por su parte, abre la puerta a la posibilidad de que<br />

el verdadero esnobismo esté del lado de los que nos esforzamos<br />

por apreciar estos eventos de masas: «Me cuesta encontrar la<br />

dimensión formativa de estas iniciaciones que solo me parecen<br />

válidas, como vivencia estética, divertida y deslumbrante, para<br />

personas que estén ya formadas en los placeres de una experiencia<br />

estética directa, que no sea sencilla ni necesariamente solitaria,<br />

con las obras. En definitiva, creo que se puede ir del caño<br />

al coro, pero no del coro al caño, que hemos de aprender a hacer<br />

magdalenas para luego epatar con los cupcakes».


CBA van gogh alive 67<br />

Es el mercado, amigo<br />

Terminamos hablando, cómo no, del mercado, la instancia que<br />

marca a fuego las cartas con las que jugamos a intentar comprender<br />

todo esto. Para Sanz, «el hecho de que todo sea pop no significa<br />

que todo sea popular, entre otras razones, porque el mercado<br />

es el verdadero rodillo que convierte interesadamente en elitistas<br />

experiencias estéticas –y éticas– que no deberían serlo en<br />

absoluto. Creo que en la representación de la realidad siempre<br />

hay un componente ideológico, que se transforma en un componente<br />

ideológico estética y éticamente luctuoso cuando pasamos<br />

a la representación de la representación de la representación<br />

como alejamiento progresivo de la realidad».<br />

Para María Ruido también es importante «distinguir lo popular<br />

de lo mercantil. Estamos en un momento en el que pueden hacerse<br />

cosas muy chulas dentro del mercado. Piensa en el cine o<br />

en las series, se han hecho productos de calidad que han tenido<br />

Hay quien critica la banalización o la espectacularización<br />

de este tipo de grandes<br />

muestras, y seguramente haya motivos<br />

para criticarlas, pero para mí lo importante<br />

es que este tipo de exposiciones<br />

no copen todo el espacio. Se trata de dejar<br />

hueco para todo.<br />

Santiago Eraso<br />

gran éxito de crítica y de público. Hay otros productos culturales,<br />

en cambio, que parecen estar hechos para anular nuestra<br />

capacidad de reflexión y esos me parecen rechazables, tanto si<br />

pertenecen a la alta cultura como a la cultura de masas. Es fundamental<br />

distinguir, dentro de estos grandes eventos, entre los<br />

que democratizan sin rebajar el discurso y los que, rebajando<br />

el discurso, muestran una falta de rigor que raya en la mentira.<br />

La falta de rigor es siempre inexcusable. Lo malo de la exposición<br />

sobre Leonardo comisariada por Christian Gálvez no es<br />

que haya intrusismo –una crítica profundamente clasista que<br />

apunta en exclusiva a una defensa jerárquica del estatus de los<br />

críticos y que es, en buena medida, culpable de mantener a la<br />

gente en la ignorancia–, sino la falta de rigor. Y es que el control<br />

del arte y de las imágenes –y de los imaginarios– siempre<br />

ha sido crucial para las élites, por lo que la democratización se<br />

sigue planteando como una batalla. Se siguen escondiendo cartas<br />

y negando a la gente ocasiones o posibilidades con la excusa<br />

de que no quieren verlo».<br />

Eduardo Maura aboga también por una comprensión matizada<br />

de lo mercantil: «No creo que tenga sentido desestimar algunas<br />

exposiciones por mercantiles, reproduciendo esa supuesta dicotomía<br />

entre capitalismo y autonomía del arte, porque entre medias<br />

hay un sinfín de opciones. De hecho, la relación del arte o de<br />

una exposición con el entorno mercantil no es en absoluto despreciable,<br />

al contrario, suele ser muy interesante. Nos guste o no,<br />

una exposición tiene que ser sostenible, viable de algún modo.<br />

Y si lo pensamos, algunos de los aprendizajes más importantes<br />

que pueden derivarse de las vanguardias provienen de su relación<br />

con el mercado. Estoy pensando en los artistas conceptuales<br />

californianos que, en los años sesenta, hacen arte en formato<br />

libro para escapar del sistema corrupto de las galerías. El fotolibro<br />

o el libro de artista era sostenible, o sea, era vendible, pero<br />

sobre todo era barato y autogestionado: estaba en el mercado,<br />

pero de otra manera, sorteando el eslabón más reaccionario».<br />

En torno a este nudo conflictivo de lo popular, la reflexión crítica<br />

y el mercado, Marta Sanz añade: «También tengo la impresión<br />

de que cada vez que hago una crítica al capitalismo desde el<br />

arte –¡o desde el turismo!– me convierto en una pija y eso me<br />

pone los pelos como escarpias», y apunta también una cuestión<br />

fundamental: «De algún modo, cada vez que pienso sobre<br />

el arte o la literatura, me doy cuenta de que aún utilizo códigos<br />

ilustrados y románticos en los que me refocilo y con los que me<br />

encuentro bastante a gusto». Y es que escapar de esta situación<br />

ambigua es cualquier cosa menos fácil.<br />

© Carolina del Olmo, 2020. CC BY-NC-SA 4.0<br />

Exposición <strong>Van</strong> <strong>Gogh</strong> Alive - The Experience<br />

26.12.18 > 26.02.19 • 26.12.19 > 18.02.20<br />

Organiza Grande Exhibitions • Nomad Art • Sensory 4<br />

Colabora CBA


68 van gogh alive MINERVA 34.20<br />

AURA Y DISTINCIÓN, MAL QUE NOS PESE<br />

CAROLINA <strong>DEL</strong> <strong>OLMO</strong><br />

Hace unos meses, cuando se inauguró <strong>Van</strong> <strong>Gogh</strong> Alive en el Círculo y recibió las primeras<br />

críticas, se nos ocurrió organizar un debate para el que necesitábamos, al menos, a un<br />

experto independiente capaz de rebatir esas críticas y de enarbolar algunos argumentos<br />

a favor de la muestra. Yo propuse algunos nombres y me ocupé personalmente de llamar<br />

al primero de la lista. Fue la primera y única llamada que hice: no es que mi interlocutor<br />

dijera que no, es que se sintió ofendido por la propuesta. Fue la conversación posterior,<br />

en la que yo me disculpaba, a la vez que intentaba entender qué podía tener de ofensiva<br />

mi invitación, la que me convenció de que convenía abordar más a fondo la cuestión. Yo<br />

ya había ido a ver la exposición con mi madre. Las dos la habíamos disfrutado bastante y<br />

me dio la impresión de que no éramos las únicas: la gente parecía salir encantada. Ante el<br />

enfrentamiento público-crítica que revelaba la situación, mi primer impulso fue, cómo<br />

no, ponerme de parte del público. Y mi único reproche tras la visita fue, quizá, cierta pacatería<br />

a la hora de usar algunos de los recursos más llamativos de la exposición: los cuervos<br />

que levantaban el vuelo desde un campo de trigo al oírse el disparo de un cazador me<br />

encantaron, pero la animación de las obras de <strong>Van</strong> <strong>Gogh</strong> se prodigaba poco.<br />

Tras haber mantenido varias conversaciones con personas que han reflexionado mucho<br />

y bien sobre las cuestiones que suscitan este tipo de grandes exposiciones espectaculares,<br />

mi posicionamiento inicial de parte del público se ha tambaleado un tanto y tengo<br />

muchas más dudas y preguntas que antes de empezar.<br />

Seguro que Eduardo Maura tiene razón cuando dice que no basta con romper con la experiencia<br />

de recogimiento, admiración y silencio para lograr un acercamiento distinto al<br />

arte, una aproximación «activa y jovial». Entrar a <strong>Van</strong> <strong>Gogh</strong> Alive como quien entra a un<br />

centro comercial, charlando y riendo alegremente, con el móvil en la mano, preparado<br />

para capturar un montón de selfies no es, seguramente, lo que Brecht imaginaba cuando<br />

aspiraba a un arte capaz de convertir al público en «reunión de expertos». Pero ¿podría<br />

al menos ser un primer paso? En su libro Fiebre en las gradas, el escritor británico Nick<br />

Hornby aseguraba que haber formado parte de una hinchada de fútbol le había dado una<br />

perspectiva diferente a la hora de juzgar diversos productos culturales:


CBA van gogh alive 69<br />

Siempre me han acusado de tomarme demasiado en serio las cosas<br />

que más amo –el fútbol, pero también los libros y los discos–<br />

y es cierto que me invade una especie de ira cuando oigo un mal<br />

disco o cuando alguien se muestra tibio ante un libro que significa<br />

mucho para mí. Tal vez fueron aquellos hombres desesperados<br />

y amargados que se habían reunido una tarde cualquiera en<br />

la Banda Oeste, en el campo del Arsenal, los que me enseñaron a<br />

encolerizarme de esa manera; tal vez por eso mismo me gano la<br />

vida, al menos en parte, haciendo las veces de crítico; tal vez sean<br />

sus voces la que oigo cuando estoy escribiendo «eres un soplapollas,<br />

Mengano». «¿El Premio Booker? ¿EL PREMIO BOOKER?<br />

¡A mí tendrían que dármelo por haber tenido el valor de leerte!».<br />

Supongo que esta actitud irreverente puede desembocar en el puro<br />

filisteísmo que desprecia cuanto ignora y se refocila en su desprecio<br />

por distintas manifestaciones culturales. Pero ¿no puede el<br />

acercamiento desenfadado que propician este tipo de exposiciones<br />

abrir un hueco aprovechable para ese sector del público que<br />

suele guardarse con recelo su opinión porque se ha dejado convencer<br />

de que no entiende? Peio H. Riaño y Santiago Eraso coincidían<br />

al señalar que con una exposición como <strong>Van</strong> <strong>Gogh</strong> Alive no<br />

se aprende nada, que los espectadores salen reafirmados en sus<br />

convicciones previas y, en el fondo, lo que están haciendo es ir a<br />

verse a sí mismos. Pero ¿estamos seguros de que no se aprende?<br />

¿No será que no damos valor a lo que se aprende porque «nosotros»<br />

ya nos lo sabemos? ¿Y acaso los espectadores que visitamos<br />

exposiciones «de tesis» no vamos también, en cierto modo,<br />

a vernos a nosotros mismos? Tal vez, la diferencia estriba en lo<br />

que refleja el espejo en cada ocasión: personas con gafas de pasta<br />

y una licenciatura en un caso, «familionas y obreralla» en el otro.<br />

No estoy diciendo que se trate (solo) de una cuestión de clase: en<br />

España la correlación entre el capital cultural y el capital propiamente<br />

dicho no está muy clara (seguramente un libro como La<br />

distinción no habría existido si Bourdieu hubiera sido español).<br />

Me pregunto si uno de los problemas que experimenta la crítica<br />

ante la exposición de <strong>Van</strong> <strong>Gogh</strong> Alive es que sea, precisamente,<br />

de <strong>Van</strong> <strong>Gogh</strong>. El impresionismo y sus alrededores son, desde el<br />

punto de vista del connaisseur de hoy, un poquito horteras, demasiado<br />

facilones. El capital cultural, como el otro, se devalúa si no<br />

se cuida y renueva, y si para ello tienes que asegurar que te gusta<br />

más Schönberg que Vivaldi, pues se dice y listos. Sospecho que si<br />

la exposición hubiera sido de Brueghel, de Turner o de Piero della<br />

Francesca, las críticas no habrían sido tan severas.<br />

Pero más allá del posible elitismo del que tanto nos cuesta desprendernos,<br />

hay otro asunto interesante al que apuntaba certera<br />

Marta Sanz cuando reconocía que, aun sin pretenderlo, seguía<br />

utilizando (y disfrutando) los códigos ilustrados y románticos a<br />

la hora de pensar en el arte y la cultura. Y es que ¿acaso podemos<br />

verdaderamente prescindir de estos códigos sin perder por el camino<br />

buena parte de lo que entendemos por arte? La artista Corinne<br />

Vionnet se dio cuenta de que cuando visitamos hitos del<br />

turismo global no fotografiamos sin más lo que vemos, sino que<br />

reproducimos una y otra vez la misma toma. Tal como lo explica<br />

Joan Fontcuberta, en un artículo que publicamos en el número anterior<br />

de Minerva («Imágenes que sobran, imágenes que faltan.<br />

Albert Kahn y la posfotografía»): «Cuando visitamos el mundo,<br />

no queremos descubrirlo, sino confirmar la idea que ya llevábamos<br />

y que hemos sacado de los folletos turísticos, las tarjetas postales<br />

y las guías de viaje».<br />

arte, ¿no? Prodesse et delectare, como decía Horacio. Ese disfrute<br />

depende, obviamente, de nuestra formación, pero quizá esto suceda<br />

en un sentido que no siempre tenemos presente. Parece ser<br />

que, en general, a la gente le gusta más la Coca-Cola que la Pepsi.<br />

El experto en psicología social y economía conductual Dan Ariely,<br />

a partir de un experimento en el que algunos individuos consumían<br />

ambas bebidas con los ojos tapados, no solo confirmó que<br />

preferían Coca-Cola frente a otras marcas, también que la gente<br />

disfrutaba más tomando Coca-Cola cuando sabía que era Coca-<br />

Cola. La marca –sea Coca-Cola o <strong>Van</strong> <strong>Gogh</strong>– es importante: el fetiche,<br />

el aura, la idea del genio. Todo eso que nos esforzamos por<br />

desechar, cumple su papel a la hora del disfrute.<br />

La situación es ambigua y en absoluto sencilla. Buena parte de la<br />

«crítica crítica» se esfuerza por acabar de una vez por todas con<br />

el elitismo decimonónico del canon ante el que solo queda callar y<br />

asentir, reivindicando a cambio las posibilidades desestabilizadoras<br />

del arte, su capacidad para romper la familiaridad y hacer que<br />

nos planteemos preguntas. Pero ¿y si resulta que con estas exigencias<br />

estamos pavimentando el camino hacia un elitismo de nuevo<br />

cuño, uno aún más difícil de detectar y superar? Al fin y al cabo,<br />

para imitar a las élites culturales de antes bastaba con aplicarse<br />

un poco y conocer el canon. Bien están los esfuerzos destinados<br />

a romper la autonomía del arte, pero lo cierto es que buena parte<br />

de las prácticas artísticas más comprometidas de hoy acaban funcionando,<br />

a su pesar, como elementos de distinción. Y no es raro<br />

que los centros culturales con afán crítico e intención transformadora<br />

acaben generando entre sus visitantes casuales una apabullante<br />

sensación de estar fuera de lugar, de que lo que allí sucede<br />

es solo para iniciados, una impresión que se esfuerzan por paliar<br />

a base de mediadores de todo tipo…<br />

El pasado verano llevé a mis hijos a ver unas huellas fosilizadas de<br />

dinosaurio. Hace ciento cincuenta millones de años, los dinosaurios<br />

se pasearon por la playa de la Griega, en Asturias, por el mismo<br />

lugar que pisaban nuestros pies aquel agosto de 2019. Yo no sé si<br />

lo que experimenté era temor reverencial, si era la experiencia de<br />

lo sublime o si fue un amago de síndrome de Stendhal: lo que sé es<br />

que sentí una profunda emoción que casi me cortó la respiración.<br />

Mis hijos, en cambio, se llevaron un enorme chasco. «¿De verdad<br />

hemos venido hasta aquí solo para ver estos agujeros en la roca?».<br />

Como madre de tres niños que acuden a una escuela pública<br />

madrileña, en la que las dos sesiones semanales de educación<br />

artística durante los seis años que dura la primaria consisten,<br />

básicamente, en clases de inglés en las que se refuerzan con (escasos)<br />

medios plásticos lo que han aprendido en Sciences, me<br />

gustaría terminar con esta reflexión de María Ruido: «En mi opinión,<br />

el foco de la crítica está mal puesto: habría que ponerlo en la<br />

educación. La pregunta debe ser cómo nos estamos educando en<br />

relación con las imágenes y cómo contribuyen –o todo lo contrario–<br />

estos eventos a esa educación. Algo estamos haciendo profundamente<br />

mal. Hay que hacer una reflexión seria y pausada<br />

desde la educación y desde quienes contribuimos a la construcción<br />

de imaginario y discurso. La gente no se siente capaz de leer,<br />

abordar o criticar las obras de su tiempo. Ni siquiera los universitarios.<br />

Esto es un fracaso, un problema grave de falta de herramientas<br />

para leer imágenes. Y creo que la pena de la mayoría de<br />

estas grandes exposiciones es que se pierde otra buena ocasión<br />

para dar esas herramientas. La clave está, seguramente, en una<br />

educación pública de calidad».<br />

Seguramente sucede lo mismo con el arte con mayúsculas, y es<br />

probable que esa sea precisamente una de las claves –muy humanas–<br />

de su disfrute. Y el goce estético es uno de los objetivos del

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