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Alegraos Peques
Mt 26, 36-41
Lc 22, 39-46
Terminada la Cena, Jesús sale al Huerto de
los Olivos a rezar. Aquí empieza a angustiarse, hasta
tal punto que pronuncia expresiones como “Me muero
de tristeza…” (Mc 14,34). Tan mal lo pasa que llega a
sudar sangre, quedando claro lo profundo que era el
dolor que sentía Jesús.
Cristo, igual a nosotros en todo menos en el
pecado, también experimentó las tentaciones del
demonio, que cobraron en esta ocasión una fuerza
desmedida. Como “león rugiente buscando a quien
devorar” (1 Pe 5,8), Satanás pretende ante todo y
por encima de todo una cosa: apartar a Cristo del
camino que Dios quiere para Él.
El demonio enseñará a Jesús los sufrimientos
que le esperan esa noche y al día siguiente: golpes,
escupitajos, desprecios, latigazos, corona de
espinas… Cruz… y le insinúa que huya de todo eso. ¡Es
Dios, es todopoderoso! Que se aleje de allí… Pero
Jesús repetirá con firmeza en medio de la angustia:
“El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo he de
beber?”
Ante el abandono de los apóstoles, que yacen
dormidos, Dios Padre envía un ángel de consuelo. El
ángel mostraría al Señor las vidas de los santos: sí
iba a haber muchas personas que iban a responder,
que desgastarían su vida por amor a Dios y a las
almas… Jesús se pone en pie, y la tentación es
vencida una vez más: “Padre, si es posible pase de
Mí este cáliz… pero no se haga mi voluntad, sino
la tuya” (Lc 22,42).
Acompañemos, niños, a Jesús en el Huerto de
los Olivos… En el Rosario, en la Visita, después de
recibir la Comunión… Consolémosle, agradezcámosle
lo que ha hecho por nosotros… en la oración, y
también con nuestras obras:
“Jesús, ¡ojalá yo te sirva de consuelo en
Getsemaní! Que mi vida de solo alegrías a ti y a tu
Madre… y que como Tú, y como María, repita muchas
veces a Dios Padre: “¡hágase tu Voluntad!””.
Vencido en la primera tentación, el demonio
daría otra vuelta de tuerca, y lo que le presenta a
Jesús es mucho peor que los tormentos físicos: el
pecado… los pecados de todos los hombres, del
primero al último… ¿Cómo no iba a sudar sangre el
Señor, ante tanta inmundicia? ¿Cómo no iba a querer
salir huyendo de todo esto?
Y por último, vería Jesús el desprecio de
tantas personas ante su Redención: personas que
vivirían indiferentes, ajenas a que Cristo diera su
vida por ellas, sin responder al amor de Dios, que más
evidente ya no podía mostrarse…
Alegraos Peques
Los santos y la Pasión de Cristo
No hay santo que haya llegado a
serlo sin haber meditado frecuentemente
la Pasión del Señor.
Muchos de ellos atribuyen a la
meditación de la Pasión su conversión, su
firme decisión de entregarse del todo a
Dios.
Una y otra vez encontramos en sus
escritos la recomendación de meditar con
frecuencia en la Pasión de Nuestro
Señor, asegurando avanzar así más hacia
la santidad que a través de cualquier
otro medio.
Los Sacramentos, canales de la
Gracia, son frutos preciosísimos de la
Pasión de Cristo, y los recibiremos
mejor
presente.
teniéndola
"No hay ejercicio más a
propósito para
santificar tu alma que
la meditación de los
padecimientos de
Jesucristo".
“A Ti te escupieron, te insultaron, te
“En la meditación, la Pasión
de Cristo se presenta
delante de los ojos, terrible,
agobiadora, cruel, .
sangrante, llena de Amor...
Y se siente que el pecado no
se reduce a una pequeña
"falta de ortografía": es
crucificar, desgarrar a
martillazos las manos y los
pies del Hijo de Dios, y
hacerle saltar el corazón”.
San Francisco
de Asís
azotaron, te clavaron en un madero, y siendo
Dios, perdonabas humilde, callabas y aún te
ofrecías... ¡Qué podrá decir yo de tu Pasión!
Más vale que nada diga y que allá adentro de
mi corazón medite en esas cosas que el
hombre no puede llegar jamás a comprender".
San José María Escrivá
“Lloro los dolores e ignominias
de mi Señor, y lo que más me
hace llorar es que los hombres
no se acuerdan de quien tanto
padeció por ellos…”.
San Alfonso Mª de Ligorio
San Rafael Arnaiz
“He ahí a tu Madre”
Eran las 12 de la mañana cuando lo crucificaron. Y “junto a
la Cruz de Jesús estaba su Madre”. Jesús se dirige a ella, y a
continuación al apóstol San Juan, en quien estábamos todos
representados: “He ahí a tu Madre”.
Jesús, a punto de morir, nos deja lo más precioso que
podría dejarnos: a su Madre. No dudemos en acudir a ella como
verdaderos hijos.
Acudamos a ella en nuestras necesidades y temores, pues
ella misma nos lo pide: “¿No estoy yo aquí, que soy tu
Madre?” “Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el
camino que te conducirá a Dios”.
Tengamos muy presente a María en nuestro día a día: con el
escapulario, rezando el Santo Rosario, sin olvidar ninguna
noche las 3 Ave Marías… .
Que todos los momentos de nuestra vida transcurran en presencia de nuestra Madre.
Revista de evangelización de
Misión Trinitaria Seglar
Juveniles
Plaza de la Libertad, 4.
28862 Belvis de Jarama (Madrid)
608-945-931
misiontrinitariaseglar@gmail.com
Dirección y Maquetación: D. MORA HUERTA.
Imágenes: A.L. CAMPOS SEGOVIA,
G. ROLDÁN CARRASCO y C. HERREROS RAMOS.
Colaboran: A.L. CAMPOS SEGOVIA, S. MADRID COCO,
A. GONZÁLEZ FERNÁNDEZ Y REV. D.J.M. CABEZAS CAÑAVATE.
Este número de Alegraos Peques quiere ser una ayuda para vivir bien la Semana Santa, época que no puede
pasar desapercibida para un cristiano.
Ayudados del libro con imágenes, en el que también aparecen las citas para poder localizar los pasajes
en la Biblia y meditarlos reposadamente, acompañaremos al Señor en estos días tan importantes, en los que va a
quedar bien patente que nos “amó hasta el extremo” (Jn 13, 1-15).
Muchas fueron las personas cercanas a Jesús, que sin embargo no le acompañaron en la Pasión: casi
todos los apóstoles huyen asustados; dos de ellos -¡dos de sus amigos más íntimos!- le traicionan; multitud de
personas seguramente presentes en algunos milagros y predicaciones, se suman al grito “¡Crucifícale!”, sin valor
para actuar de forma distinta a como lo hacía la mayoría…
No hagamos esto. Pidámosle a la Virgen María que nos lleve de su mano, para acompañar desde muy
cerca a su Hijo en estos momentos en los que tanto sufrió. Con María, digámosle al Corazón de Jesús:
. “Aunque todos te abandonen… ¡yo no te abandonaré!” (Mt 26,33).