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La Sirena Varada: Volumen II, Número 3

La sirena varada: Revista literaria Volumen II Número 3

La sirena varada: Revista literaria
Volumen II
Número 3

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NÚMERO 3

VOLUMEN DOS

OCTUBRE ‘20


Publicación mensual especializada en terror, ciencia ficción

y literatura policíaca editada por Editorial Dreamers.

Tlalnepantla de Baz, C.P. 54170, Estado de México, México.

Editor responsable: José Luis Vázquez

Ilustración de portada: bimxd / Adobe Stock

Ilustraciones: The British Library’s collections

Aunque las opiniones expresadas por los autores no necesariamente

reflejan la postura de esta revista, tanto la

editorial como el editor respaldan todas las ideas vertidas

al aceptar su publicación.

Queda estrictamente prohibida la reproducción total o

parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin

previa autorización de Editorial Dreamers, el editor responsable

o los respectivos autores.

lasirenavarada.editorialdreamers.com



vengo hasta

ustedes desde

un dios muy

lejano

POR DANIEL frini


El rey sajón que ofrece al rey noruego

Los siete pies de tierra y que ejecuta,

Antes que el sol decline, la promesa

El Pasado, Jorge Luis Borges

El oro de los tigres, 1972

Inconmensurables señores: me presento

ante esta asamblea para reclamar justicia y

llamar a vuestra indulgencia, exponiéndoles

mi caso. Vengo solo, sin mediadores ni

protectores, porque entiendo que sabrán ser ecuánimes

y creo, de manera segura, estar asistido por

la verdad.

Soy Raúl Ordóñez. Mis antepasados nacieron en

la Hispania. Uno de ellos, el iniciador de la estirpe,

se llamó Ordoño, y todos sus descendientes —mi padre,

el padre de mi padre y así hasta llegar hasta él—

nos llamamos sus hijos.

Sin embargo, por mis venas corre sangre de otra raza,

además de la ibérica: también vengo de los mapuches

que habitaron el sur de la América, aún antes de que los

barcos españoles llegaran con empeño de conquista.

Por eso mi piel es cobriza; mi cabello renegrido

y grueso; mi rostro es redondo, con pómulos altos y

mentón fuerte y tengo ojos pequeños y negros. Nací

en Caleufú, departamento de Rancúl, a un costado

de la Ruta 4 en la provincia de La Pampa, en una

época que se me antoja perteneciente al futuro; si

1


bien no sé en qué tiempo estoy viviendo y, ni siquiera,

si el concepto «tiempo» es válido aquí. Durante

toda mi niñez cultivé la tierra de mis señores; y

tuve una pobre educación, apenas la necesaria para

aprender a leer y escribir, y para ser un hombre temeroso

del Dios nazareno.

Sin embargo, en algún momento de mi juventud

fui reclutado, junto a otros veinte, por un grupo de

científicos que trabajaban en un proyecto muy importante,

en apariencia, y secreto. Durante varios

años fuimos entrenados en diversas artes, para servir

como recolectores de datos y comisionados en

distintos destinos. Nos llamaron los Enviados, y nos

convencieron de que éramos soldados de la Tecnología,

héroes, y que seríamos honrados por las generaciones

futuras como Aquellos que Abrieron el

Camino. Nunca lo mencionaron, pero estaba claro

que no esperaban que volviésemos.

Acepté mi destino, quizá, por las palabras que

usaron, o por el ambiente de entusiasmo militar que

precedió a una epopeya que se adivinaba trascendente;

o porque me sabía cobarde y quise convencerme,

así, de que no lo era.

Por artes de encantamiento me tocó en suerte ser

enviado al Puente de Stamford, en la mañana del

veinticinco de septiembre del año mil sesenta y seis, a

la batalla en que Harald Harald Sigurdsson, conocido

como Hadrada y último rey vikingo de Noruega, obtuvo

del rey sajón sus siete pies de tierra inglesa.

2


Estuve allí, a su lado, cuando en plena furia guerrera

y con su estandarte Landeythan ondeando junto

a él, recibió la flecha que le atravesó la garganta y

acabó con su vida. Cuando los sajones del rey Godwinson

contraatacaron, uno de ellos se precipitó

sobre mí con rabia violenta. Por puro y simple acto

reflejo, busqué alrededor algo para protegerme y mi

mano encontró una espada abandonada con la que

intenté cubrirme. La fortuna quiso que mi atacante,

en su carrera impetuosa y vehemente, resbalase en

las vísceras de un muerto y cayese sobre la espada

que yo sostenía, muriendo a mi lado mientras pronunciaba

algo que no entendí, y me sonó a maldición.

El sudor o, tal vez, la sangre nubló mi vista.

Un instante después, una lanza entró en mi pecho,

matándome y sin que aún hubiese soltado la espada.

Fue así que, sin quererlo, honré la tradición vikinga

como un einherjar, un muerto heróico, y fui llevado

al Valhalla por las Valquirias.

Allí, día tras días y en las llanuras de Asgard, nos

enfrentamos en sangrientos combates, que todos

parecen disfrutar, en espera de la última batalla al

final de los tiempos. Por las noches somos curados

de nuestras heridas para repetir la lucha al día siguiente.

En el caldero mágico siempre está listo el

estofado de jabalí y se celebran extraordinarios banquetes

acompañados con embriagante hidromiel.

Sin embargo, no estoy cómodo allí. No soporto

los repugnantes modales de los guerreros, sus ha-

3


bituales demostraciones escatológicas y las palabrotas.

Suelen caerse desvanecidos por las borracheras

y tratan a las valquirias como a vulgares prostitutas,

toqueteándolas y sometiéndolas a sus más bajos deseos,

a la vista de todos y festejados por todos.

Pero lo que realmente me aterroriza es estar obligado

a participar en las diarias batallas. Ya lo dije:

soy un cobarde. Siento un pánico atroz cada vez que

veo avanzar a un temible y enorme guerrero, con

su rostro desencajado, y drogado por los alcaloides

de la muscaria o el cornezuelo. Lo normal es que yo

caiga, con terribles heridas, en la primera embestida.

Y esto, según parece, durará por la eternidad. Para

todos aquí, esto en el paraíso; pero no para mí.

Les he planteado mi caso y por eso recurro a ustedes

con humildad.

Poderoso Odín, jefe de todos los dioses y señor de

la sabiduría; temible Thor, dueño del trueno; sereno

Freyr, amo de la naturaleza; Tyr, señor de la guerra;

Heimdall, dios de la luz; Baldr, el más bello y amado

de los dioses; Frigg, esposa de Odín; Sif, la de los

largos cabellos rubios: No soy digno del honor dispensado

a los más grandes guerreros vikingos.

Acepto mi muerte, pero les pido, les ruego a todos

ustedes, por favor, relévenme de este privilegio,

permítanme abandonar el Valhalla y marchar a mi

cielo cristiano.

4


El olor a putrefacción impregnó mi

nariz; mientras avanzábamos con

cautela y nos refundíamos en esa

casa vieja, más miedo sentíamos. Era

difícil imaginar las últimas horas de

esas personas que fueron picadas o

devoradas vivas.

Uno de los agentes se persignó, no

podía creer lo que estaba viendo:

un perro de raza grande estaba

devorando lo que parecía una pierna

humana. El can, bañado en sangre

y con los ojos llenos de rabia, se

abalanzó sobre nosotros. Disparé dos

veces y el animal cayó muerto.

Sólo era el principio, no estábamos

preparados para la pesadilla que se

nos venía...

ANGELIQUE REID


anonymous

POR juan luis henares


El callejón se encuentra despejado; aislados

relámpagos iluminan de manera intermitente

la oscuridad que reina en esta

lluviosa noche de primavera. Aguardo a

que el semáforo de la esquina dé paso, así circulan

los autos y la calle queda desierta; allí podré salir sin

que nadie me observe.

Resultó más simple de lo que esperaba. Al terminar

con la limpieza guardé mis ropas en el casillero

y me despedí de algunos empleados; en caso de ser

interrogados, declararán que me retiré en el mismo

horario que lo hago a diario. En lugar de ir hacia la

puerta trasera me escondí en el baño de servicio. Esperé

a que se vayan, minutos después el silencio me

indicó que era el momento oportuno. Me puse los

guantes, la máscara —Anonymous de V de Vendetta,

famoso personaje, la venden en todo multirubro que

se precie de tal— y sigilosa me desplacé a la sala que

ocupa Adrián, el guardia que tiene turno hoy jueves.

Estaba sentado frente a la pantalla de la computadora;

no vigilaba las cámaras de seguridad, sino que

se encontraba entretenido con un juego de guerra

online. Me acerqué, lo tomé del cuello y coloqué el

paño bañado en cloroformo en su rostro. Se resistió,

mas de inmediato aflojó su cuerpo. Até sus tobillos

y muñecas, pegué varias vueltas de cinta en su boca

para que al despertar no pudiera gritar y, no sin esfuerzo,

lo arrastré y encadené al pie del lavatorio en

el baño. Cerré la puerta con llave.

7


Sucede que me cansé de llevar una vida llena de

privaciones. La rutina se repite: limpiar inodoros

manchados con caca, fregar con el trapo el piso de

las oficinas, lavar la vajilla en la cocina. También soportar

empleados machistas que consideran que, al

ser quien realiza la limpieza de su mugre, debo estar

agradecida cuando me dicen las cosas que me harían

en la cama. Y la frutilla del postre: Alfonzo, el hijo

del dueño de la Casa de cambio, que hace dos meses

me acorraló y manoseó las tetas. Ese día me juré no

tolerar más la situación. Por mí y por mi hija. Comencé

a planearlo.

En los medios las encuestas mostraban que la

oposición triunfará en las elecciones; según ellas,

este domingo habrá presidente, sin necesidad de recurrir

al ballotage. Los pronósticos se reflejaron en

el precio de las monedas extranjeras, que comenzó

a subir de manera lenta pero continua. Al acercarse

la fecha se produjo la consabida corrida a comprar

dólares, cuya cotización alcanzó valores exorbitantes.

La actividad se volvió vertiginosa; a principio de

semana resolvieron extender el horario de atención

al público hasta las veinte. Esto facilitaría mi tarea;

ya no debería esperar horas escondida en el toilette,

sino que podría hacerlo luego de cerrar el local.

Tras asegurar la puerta del lavabo con Adrián

dentro, fui a la sala donde se almacenan los billetes;

marqué en el teclado el código de la alarma —fue

fácil obtenerlo: al realizar la limpieza era habitual

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observar en detalle a los empleados al introducirlo—

y me dirigí a las bolsas repletas de divisas, las

que aguardaban al camión de caudales que pasará a

retirarlas a medianoche. Descarté las que contenían

moneda extranjera: sería sencillo rastrearme al pagar

o intentar el canje por pesos nacionales. Cogí

entonces billetes locales, llené la mochila con fajos

de mil pesos y salí de la habitación. Mis movimientos

quedaron grabados en las cámaras, sin embargo

quien debía controlarlas se encontraba maniatado y

encerrado. Al revisarlas verán como Anonymous se

marchó con el dinero.

El semáforo pasa a verde, los coches avanzan. El

silencio vuelve a reinar en el callejón, solo lo interrumpe

el sonido de solitarios truenos. Parto. Al

poner un pie afuera del establecimiento escucho un

ruido proveniente de su interior; doy media vuelta,

no logro ver nada. Pronto un mareo me invade;

lo ignoro y camino con la pesada mochila colgada

de mis hombros. Al alejarme me quito la máscara;

doblo en la avenida y a la siguiente calle giro a la izquierda:

anónima me pierdo entre la lluvia que moja

la capucha de mi campera. Arribo a mi domicilio,

mi sobrina me aguarda. Le agradezco haberse quedado

más de lo acostumbrado; le digo que mañana

es el último día, el lunes volveré al horario normal.

Me saluda y se larga. Mi niña duerme en la cama que

compartimos; me acuesto a su lado y juntas tenemos

hermosos sueños.

9


A las siete suena el despertador; desayunamos y

nos vamos a la escuela. En la entrada me despide con

un abrazo inmenso, me besa y grita te quiero. Se me

caen las lágrimas; dudo si no renunciar ya mismo

al trabajo y ambas retornar a casa. No obstante, es

imposible; sospecharían de mí, debo aguardar un

par de meses. Transito las cuadras que separan la

escuela de la oficina; cesó de llover, y el tiempo sobra

pues entro a las nueve. Me detengo en las vidrieras.

En un comercio de ropa infantil me enamoro de una

campera de color rojo que le quedará hermosa a mi

chiquilla; frente a la zapatería decido que a la salida

regresaré a comprarle esas botas de gamuza que

tanto necesita. Soy otra mujer, ahora el mundo es

bello. Casi sin darme cuenta estoy frente a la Casa

de cambio. Pulula la policía; hay patrulleros al frente

del local e inspectores de tránsito desvían los coches

en dirección a la mano opuesta de la avenida. Me

desplazo con disimulo hacia la esquina, transeúntes

curiosos se agolpan e impiden el ingreso al callejón.

Logro escabullirme y me acerco a la puerta posterior.

Adrián con ademanes explica lo sucedido al dueño.

Pobre, se lo nota alterado, será difícil convencerlo de

que fue sorprendido y encerrado en el baño. Detrás

varios agentes, parados en círculo, se amontonan en

la vereda. Intrigada me acerco; uno de ellos se hace a

un lado. En el centro, tendido en el suelo, el cuerpo

de Anonymous con un orificio de bala en su frente

decora la escena.

10


Hija, de los muertos no tienes que

temer. Ten miedo de los vivos,

que los muertos no te van a hacer

nada. Acabo de oírme repitiendo

aquella frase que mi madre me

había dicho a mí cuando tenía la

edad que tiene mi hija ahora. El

mismo consejo que seguramente

le había dado mi abuela a ella. En

el mismo lugar.

Sin embargo, aquí estamos las

dos, como cada día primero de

noviembre, cogidas de la mano

ante la tumba recién removida.

SARA NIETO


el número

35358

POR lorenzo cadiar


Últimamente la ciencia ya no admite que

todo eso de los espíritus sea muy científico

y los fantasmas se quejan de que nadie

reconozca su parte espiritual… Y encima

ahora hace pocos años les salió ese competidor

al que llaman en la televisión el calvo de la lotería.

Provoca unos polvos de ilusión fantásticas que hasta

los más pequeños se ensucian la ideología humanística

con factores de riesgo bancario. 35358 ese es el

número que yo he comprado cada mes, desde que

cumplí los treintaiocho años. Me lo ofreció una viejecita

con pinta de bruja que me aseguró que este era

mi número y que algún día me tocaría. No sé por

qué, si fue una premonición o una visión de futuro

o una inversión a fondo perdido. La cosa es que ese

35358 es desde entonces mi número. Media vida la

he invertido en él.

Por cierto que tengo entendido, e incluso le he

oído por la televisión a un economista muy prestigioso,

que las inversiones en fondos fantasmas

ha decaído mucho. Sin embargo, según le oí decir

al fantasmal calvo ese de la lotería de Navidad, la

ilusión de belleza y la bondad de los premios obtenidos

ha aumentado bastante. Tengo yo para mi creído

que a algunos fantasmas inquietos y nerviosos

les inquieta mucho que se les considere tan solo un

espíritu errante y eso les pone aún más nerviosos,

pero al calvo de la lotería eso no le influye y cada

año vuelve a salir de su madriguera, que nadie sabe

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dónde ubicar y vuelve a dar sus eternos mensajes sobre

la suerte y la ilusión. Pues eso: 35358. ¡Qué ilusión

si tocara!

En este hospital todos parecemos espíritus, pero

unos más que otros. A mí, por ejemplo, ya no me

duele nada, se ve que anoche me inflaron de morfina.

El billete del 35358 está en el primer cajón de

la mesita. Toda la vida he jugado a ese número, creo

que ya se lo he comentado a ustedes, señores espíritus,

y sé que hoy es el día D. El sorteo empieza dentro

de unos minutos. Le he pedido a una enfermera

que me ponga la televisión para oír el sorteo.

No sé qué hacen aquí, hace un rato les dio por

aparecerse de la nada como dos fantasmas. Mira

por dónde son una distracción más mientras va discurriendo

el suicidio de las bolitas que se caen del

bombo y van a parar de manos de unos angelitos y

angelitas muy morenos a unos ganchos y allí se quedan.

Son las niñas y los niños de San Ildefonso y se

dedican también a cantar los números y los premios

que les corresponden.

Los fantasmas parecen espíritus benignos porque

llevan unas alas muy blancas y sonríen. Sin embargo

las túnicas son oscuras y casi transparentan. Les

he preguntado a qué venían. Parece ser que vienen

a buscarme a mí, pero yo tengo el número 35358 y

todo y que hace ya media hora que ha comenzado el

sorteo, aún no ha salido el gordo y por tanto tendrán

que esperarse un rato, si me hacen ese favor. Les

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digo que se sienten un poco, mientras tanto, para

que no se les cansen las alas del espíritu. Ellos están

de acuerdo porque parece ser que llevan trabajando

toda la noche y están un poco cansados de tanto

volar de aquí para allá. Están los dos de acuerdo en

sentarse a mirar la tele y fumarse un poco de peste

a cáncer terminal. Dicen que huele como a tabaco

rubio de pipa.

Mientras se esperan me han contado que ellos

son los ángeles que acompañan a los muertos hasta

la puerta del Can Cerbero. A partir de ese agujero

ellos se desentienden de la mercancía espiritual y

fantasmal y cada muerto debe buscarse la otra vida.

A ellos les toca el trabajo más sucio, son un poco

como basureros de espíritus de gente recién muerta.

De todos modos se han percatado de la ilusión que

me hace mi billete, el 35358 les he dicho, para que lo

sepan de primera mano. Lo tengo yo ahí guardado y

les he señalado la mesita.

Los niños y niñas del sorteo siguen cantando números.

De momento no han cantado el mío. Los fantasmas

espirituales o espíritus fantasmales, no sé muy

bien como llamarlos, dicen que no tienen prisa porque

yo soy el último por hoy y que se esperan. A ellos

les parece también que el número 35358 tiene muchas

posibilidades porque parece ser que no ha salido nunca.

Poco a poco se van ilusionando conmigo.

De pronto una de las niñas canta: ¡treinta y cinco

mil trescientos cincuenta y ocho! Y el niño a su lado

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grita contentísimo: ¡cuatro milloneeees de euros! Y

repiten varias veces ¡treinta y cinco mil trescientos

cincuennnnta y ocho! Y el niño a su lado: ¡cuatro

milloneeees de euros! Llevan las bolitas a la mesa

de los notarios que dan fe: 35358; cuatro millones

de euros. ¡Casi no me lo puedo creer! Los espíritus

también han dado un salto de alegría, como yo, que

por cierto ha hecho que se me abran todos los puntos

de la operación desesperada y que se me desconecte

la máquina de respirar. ¡Qué feliz que soy! La

ilusión de toda mi vida se ha visto cumplida: ¡me ha

tocado el gordo de la lotería! Ahora ya me puedo

morir tranquilo. ¡Por fin!

Total que los espíritus me han felicitado los dos

dándome un fuerte abrazo y… ¡Zas! Al abrazarme

yo también me he salido del cuerpo, no sé si de la

misma alegría del momento y me he convertido en

un fantasma como ellos. Ahora ya hemos salido volando

por el ventanal. Me voy con ellos pero me voy

feliz y lleno de ilusión, ¡no lo duden!

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Todas las tardes juego con

mi hermano, y jugamos

hasta que mamá llama

comer. Me apuro a juntar

todas las partes y lo

vuelvo a dejar allí donde

mamá lo esconde, en una

caja, bajo la cama

SHELI


sombras

de terror e

incertidumbre

POR pedro lópez hernández


La afamada emperatriz Eugenia de Montijo

causa revuelo en toda Europa. No

sé sabe cómo pero dejó de ser condesa

para convertirse en la consorte de Francia

entera, siendo más importante que otras damas

pertenecientes a familias reales del continente. Su

presencia ha dejado taciturno a todo el palacio de

las Tullerías, además España celebra que una de sus

hijas haya llegado muy lejos en el poder.

Pues bien, corre el año de 1853, cuando la emperatriz

y su esposo van de luna de miel al Castillo de

Villeneuve-l’Étang, ya que la Montijo admiraba en

sobremanera a María Antonieta y quiso aprovechar

tan ansiado momento para ver dónde había dormido

la austriaca.

Al llegar a Saint-Cloud, Napoleón se desembarazó

de ella, tomando rumbo hacia sus aposentos,

mientras la servidumbre le indicaba a Eugenia la

dirección correcta. La acompañaron hasta su pasillo

y pidió que le relataran lo ocurrido en el palacio

hace décadas.

El sueño pronto interrumpió las actividades de

Eugenia y sin más remedio tuvo que ir directamente

a su habitación. Su doncella la preparó para estar

en letargo por mucho tiempo. No bien hubieron

cerrado la puerta, Eugenia ya había pegado los ojos,

hasta que la melodía del reloj hizo que su cansancio

se esfumara. Dio mil y un vueltas para adoptar una

postura cómoda pero los intentos fallaron.

19


De repente, el cronómetro comenzó a tocar una

melodía extraña que jamás se había escuchado. El

murmullo del viento cubrió la estancia y el dosel de la

cama cayó. La joven emperatriz estaba asustada, sin

saber qué hacer. En los bosques, un búho interpretó

un concierto tenebroso y transcurrido un tiempo el

cielo se tornó oscuro y relámpagos hicieron las veces

de lumbrera en todo París y sus cercanías.

Eugenia se apoyó en la cabecera, cuando unos pasos

extraños retumbaron. Seguidamente, vio huellas

en toda su habitación y una sombra oscura se

obstinaba en aparecer. En las afueras, la lluvia caía

con furia y estalló un rayo. Con la luz de la descarga

eléctrica, la joven pudo notar que no estaba sola.

Una mujer delgada, con manos regordetas, colorete

en sus mejillas y una peluca empolvada apareció

frente a ella. No podían verse sus ojos, ya que estaban

cerrados y en su cuello una marca sin cicatrizar

aludía al castigo de ser expuesta a madame guillotina.

Otra vez llegó luz y Eugenia comprobó que la

mujer se pasaba un cuchillo filoso por todo el cuello

y de él sacaba sangre que chorreaba a montones. Al

hacer esto, la mujer chupaba las gotas de la navaja y

gritaba tan fuerte que por poco partía los vidrios.

La desconocida abrió sus ojos y de ellos lágrimas de

líquido escarlata brotaban, aunque el color azul de

sus iris no se empañaba.

La emperatriz creyó haber visto cosas irreales

hasta que un pequeño temblor en toda la recámara le

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aseguró que estaba despierta y consciente de cuanto

ocurría a su alrededor. Misteriosamente, el espectro

de María Antonieta había desaparecido y parecía que

nada peor podía ocurrir. Eugenia saltó rápidamente

de la cama y encendió una vela con ayuda del fósforo

que estaba en la cómoda. Tomó asiento en una otomana,

dispuesta al pie de su cama, cuando a su alrededor

sintió que algo goteaba. Vio nuevamente y en

su camisón había sangre que emanaba de la mujer.

Parecía que un peso muerto la estaba rodeando y se

dio cuenta que María Antonieta llevaba en las manos

una espada que tenía por objetivo su pecho.

Sin poder soportarlo, la joven dio un grito que

traspasó la tranquilidad del palacio. Aún la dama

empuñaba el arma y trató de clavarla, aunque se le

deslizó y desgarró la prenda de la muchacha asustada.

Por último, lo único que hizo fue herir a la joven en

la espalda, dejando una marca de poca profundidad.

Toda la servidumbre, inclusive el emperador, corrieron

hasta la habitación. Al escuchar pasos, María

Antonieta se esfumó con ayuda de la lluvia, no sin antes

haber jurado venganza porque tomaron su reino

y dejó solamente un rizo en el balcón. La puerta tenía

seguro y la forzaron tanto que lograron irrumpir. Encontraron

a Eugenia sola, desmayada y con manchas

rojas en su ropa, aunque Napoleón inspeccionó y lo

único que pudo ver fue el tirabuzón dorado. Llamaron

inmediatamente al médico, pues el cuerpo de la

joven yacía pálido y daba pocas señales de vida.

21


No obstante cuando despertó mencionó todo lo

que había visto y hasta dio detalles que sólo alguien

con lucidez podía declarar. Al principio nadie le

creyó, hasta que una de las sirvientas aseguró haber

visto a una dama pálida, con bucles rubios y ojos

azules, que caminaba rápidamente y desaparecía

como una exhalación.

Desde entonces, las visitas de los emperadores al

castillo fueron pocas. Nadie supo qué fue de aquella

desgraciada que se apareció esa noche, porque

nunca más osó pasearse por las galerías, aunque este

extraño misterio no tuvo explicación ni la tendrá, a

pesar de que existe un rumor sobre espías que atentaban

contra la vida de la española.

Más tarde, el castillo desapareció en los albores

de la caída del segundo imperio. Dicen las malas

lenguas que, desde el incendio del palacio, una

mujer vestida a la antigua se pasea todas las noches

y entona melodías tristes de mujeres que han sido

desgraciadas, como la exemperatriz Josefina. Negaría

tal cosa si no hubiera sido testigo de que una

noche, cuando salí a contemplar el Sena, una mujer

con peluca y un sombrero extravagante me dijo que

estaba cansada de tanto vagar. Pidió mi ayuda y le di

algunas monedas, por lo cual creí que estaría agradecida

pero me percaté de que desapareció. Quizá

fue casualidad ver a una dama con ropajes viejos o

quizá fue María Antonieta.

22


Todas las noches despierto con la

misma pesadilla: bajo a la cocina,

tomo el cuchillo, subo a mi

habitación y degüello a mi esposa

dormida. Después voy a la recámara

de mi hija y apuñalo su corazoncito,

mientras observo en sus ojos cómo su

alma abandona el cuerpo.

Cuando despierto, siento unos

espantosos deseos de hacerlo… Y lo

he hecho una, diez y mil veces. Aún

lo hago todas las noches, pero ellas

siguen apareciendo. No sé si sea una

pesadilla, locura, o sólo fantasmas

que me mortifican. Quizá yo soy el

espectro que repite el espeluznante

crimen eternamente.

JOSÉ HERNÁNDEZ

SOLARTE


la era

post covid

POR alfredo belasio


Finalmente había llegado la vacuna que

nos liberaba del coronavirus, con su saldo

trágico de muertes y de hambre.

Haciendo futurología, pensamos que

todo iba a ser distinto y no nos equivocamos. La realidad

se convirtió en una ficción tenebrosa con una

noticia inesperada: la cuarentena no se levantará en

esta década y debe seguir el aislamiento, porque hay

nuevos virus y bacterias mortales acechando.

El estallido social era incontrolable, con asaltos a

los supermercados y a las farmacias. La clase media

no podía retirar sus ahorros y golpeaba con palos y

fierros las puertas de los bancos.

Los dueños del poder económico ya no estaban

en el país y seguían la crisis online a través de sus

gerentes y apoderados. Su dinero estaba en paraísos

fiscales, con secreto bancario, pero algo tenían que

hacer, porque la anarquía complica los negocios y los

países deudores no podían honrar los intereses de

las deudas que mantenían con ellos.

Decidieron elaborar un plan y a partir de entonces,

las cosas cambiaron: se estableció un Nuevo

Orden. Básicamente un freno al caos social, con

las Fuerzas Especiales, un cuerpo con alto entrenamiento

y experiencia de combate, preparados para

aniquilar al enemigo.

No faltaron políticos mercenarios, dispuestos a

sacrificar libertades públicas en beneficio del Orden.

El Consejo Superior Corporativo no confiaba

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en ninguno de ellos y dejó la Presidencia en manos

de un robot.

Como periodista la Cadena en que trabajo me envió

a hacer un reportaje. No tenía opción, era mi única

fuente de ingresos y la mayoría de los periodistas

habían sido reemplazados por algoritmos. Entregué

el formulario con preguntas y me limité a escuchar.

El consejo había llegado a la conclusión de que el

ser humano estaba sobrevalorado y repararon en las

ventajas de la cibernética.

El robot no sufre trastornos de personalidad, carece

de ego, de soberbia y de narcisismo, como todos

los líderes misionales y los autócratas, que representan

un peligro. Ni siquiera es necesario soportar largos

discursos demagógicos, porque no es histriónico,

ni busca el aplauso.

Cualquier decisión que no figurara en su programa

la transfería inmediatamente al Consejo para

que aprobara la propuesta de los interlocutores políticos

seleccionados en un casting. El congreso ya no

era necesario y los sindicatos han sido eliminados.

Otro tanto sucede con la Justicia. Los conflictos

judiciales se resuelven en terminales de computación,

como cajeros automáticos, que aplican la ley y

no son vulnerables al lobby, ni a sobornos. El mismo

método se utiliza para las licitaciones, para terminar

con los sobreprecios.

La calle es diferente a como la conocíamos. Todos

siguen caminando con barbijos y máscaras de plástico.

26


El sexo es virtual, por eso la policía debe reprimir

piquetes de prostitutas contra la pornografía, la

fabricación de muñecas inflables y consoladores por

parte del Estado, que asumió esa carencia. Están indignadas

porque las privaron de sus mejores clientes.

Pero los más pobres ignoran el sexting, también el

preservativo, el anticonceptivo y se reproducen como

conejos. En eso seguramente influye el hacinamiento,

el alcohol, la droga y la promiscuidad. Por eso el

Consejo Superior Corporativo dispuso una campaña

compulsiva para ligar las trompas de las mujeres jóvenes

con el objeto de evitar que condenen a más hijos

de villeros miserables a la pobreza y la ignorancia. Sin

embargo, muchas inconscientes escapan.

Se autorizó a la población a la portación de armas

antirrobo. Para el caso de que el agresor sea un

menor de edad, sólo se pueden utilizar pistolas de

electrochoque que los inmovilicen y los incapaciten

temporalmente. En ese lapso se los detiene, se los

alimenta con una taza diaria de arroz y se los obliga

a trabajar como mano de obra gratuita.

El privilegio de recibir descargas eléctricas sólo

es para los menores. A los delincuentes adultos se

les puede disparar con armas letales. En caso de que

tengan antecedentes no hay nada que justificar. Es

un proceso sumarísimo verificable, a través del celular

que muestra sus caras en la pantalla.

Los que sobreviven a las balas, están condenados

a trabajos forzados.

27


Todo está escrito en el Manifiesto del Nuevo Orden,

que fue jurado por el grupo político y naturalmente

también por el robot.

Cuando terminé el reportaje, que me pareció

eterno, hice un ademán absurdo, porque ni siquiera

tenía sentido despedirse. También era carnavalesca

la salida acompañado por las Fuerzas Especiales de

Protocolo, como un verdadero show.

Había fotografiado mentalmente todo el lugar,

pero era inútil, porque todo era una escenografía

virtual. Subí a la moto y me perdí por calles angostas

y llegué al diario con la nota grabada.

Al día siguiente en la Redacción me felicitaron

por la repercusión favorable: me había convertido

en oficialista. Me sentí avergonzado, íntimamente

quería arrancar las hojas de la nota y hacerla con repreguntas

y críticas.

Es la arbitrariedad de la evidencia, la ley de Malthus

en estado puro. La economía no da para que

sobrevivan los menos hábiles en la selva humana.

La población crece de manera geométrica y la

proporción de alimentos sólo aumenta de manera

aritmética, por eso son necesarias las guerras y las

pestes: es darwinismo social.

Las Fuerzas Especiales cortan de raíz cualquier

expresión que incite a los más postergados a la lucha

por los recursos y los medios de subsistencia.

El medio ambiente está depredado, muchas especies

están en peligro, también los humanos y el

28


Nuevo Orden de la Era Post Covid supuestamente

vino a protegernos.

Hay mártires, que seguramente también tuvieron

miedo y esperaron que la sociedad se contagiara de

su valor y su testimonio de humanidad, aunque en

muchos casos se les atribuía ambición de poder.

Pero hay que admitirlo, el Nuevo Orden que se fundamenta

en un Manifiesto, que sostiene a un líder robótico,

tiene seguidores fanáticos y la sociedad actúa

como si no tuviera experiencias históricas de fascismo.

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sara

POR Juan Cristóbal Pérez Mejía


El nombre de esta historia no fue cambiado.

Igual no se sabrá de quién hablo; pero

sí su historia, tan cierta como su nombre.

Llegó a consulta médica, acompañada

de su madre, una niña de trece años en uniforme de

colegio, alta, esbelta, de pelo largo muy bien cuidado

en una sola trenza. La mamá comenzó por decir que

la niña necesitaba una evaluación por psicología. Lo

meditó por un momento. Dijo que primero iba a contar

algo que a la niña le pasaba desde que aprendió

a hablar, alrededor de los dos años y medio de edad.

Desde entonces, Sara soñaba casi todas las noches con

una niña de unos cinco años, de pelo largo suelto y

camisón blanco, que la miraba desde una distancia

aproximada de cinco o seis metros y, aunque esta la

miraba fijamente, ella nunca la había visto de frente

de modo que no se enfocaba en la mirada sino en su

aspecto. No había sonido alguno, ninguna palabra,

ningún gesto, ningún movimiento; aunque se hubieran

podido mover si lo hubiesen querido. Sentía

terror de estar allí y precisamente por eso no se movía

ni miraba hacia otro lado, se sentía petrificada. El

sueño podía durar de minutos a horas. No había más

alrededor, solo ellas dos. Tenía otros sueños; pero este

era el de siempre, el más vívido.

Pensé que necesitaba ayuda para superar esa pesadilla

recurrente, pero no. El sueño en sí no era el

problema. Mirándola de reojo, la madre incitó a la

niña a que me contara. Con tensión evidente en la

31


mirada, Sara inició su relato. Hizo énfasis en que

estaba completamente despierta, cuatro días atrás,

cuando iba con su madre en un taxi mirando por la

ventanilla de su lado. El automóvil se detuvo en una

señal de pare antes de cruzar una calle y, por unos

instantes, vio a la niña del sueño inmóvil en la acera.

Igual que siempre, la edad de siempre, camisón

blanco como única prenda de vestir, el cabello largo

desordenado, mirándola fijamente con sus ojos negros

sin brillo.

—Pegó un chillido asqueroso, casi nos mata del

susto —dijo la madre, asintiendo la niña—. ¡Nunca

la había visto así, nunca!. Estuvo como congelada,

sin moverse mucho rato… Con esa mirada.

No hubo hallazgo anormal alguno en la revisión

física de la consulta. Una niña educada, inteligente

que se desenvolvía con soltura en su relato, ninguna

anormalidad detectable. Se remitió con psicología.

Algunas semanas después, un día cualquiera por

ahí en los pasillos; la psicóloga me llevó a un lado y

me preguntó si recordaba a Sara, la niña que veía a

la otra niña. Sí que me acordaba, cómo olvidarla. Me

dijo que no encontraba nada anormal en ella. Se había

demorado más de lo usual en la consulta, descartando

algún tipo de evento abusivo, quizás olvidado de su

niñez, sin hallar algo de interés. De modo que hizo la

remisión a psiquiatría quien, al evaluarla, no encontró

qué hacer con la niña pues todo estaba en orden,

aparte del suceso en sí. De modo que me la devolvía

32


para que se le buscara una causa de otra índole, su

psiquis estaba en orden. Siguiente parada: neurología

pediátrica, quien, sin dudarlo un instante, le ordenó

una tomografía cerebral; pero esta demoraba un poco,

mientras se lograba la autorización ambulatoria.

Una preocupación rondaba en la mente de los médicos

que habíamos conocido su caso: un tumor. Si el

problema no era psíquico; la posibilidad de algo estar

ocupando espacio en el cerebro y causando alguna

alucinación cobraba fuerza. Cierto que la niña no

tenía antecedentes familiares relacionados con eso,

en realidad ninguno relevante. Pero era más plausible

esa hipótesis —por indeseable que fuera— que

ser optimistas y pensar que todo estaba bien y tan

solo se trataba de una coincidencia con el estereotipo

paranormal, de tipo fílmico, que suele incluir niñas

de pelo largo y vestidito blanco en tallas que no

les quedan muy bien; medio abotonados, de horma

desigual y que se acompañan, invariablemente, de

alguna pose con mirada rebuscada extraña… como

la niña del sueño.

Así que la masa en el cerebro solucionaba el enigma,

pero iniciaba un drama. Era, en todo caso, la

preocupación inmediata a descartar. La niña lo supo,

era bastante perceptiva. Una vorágine de sensaciones

la asaltaron porque finalmente podía encontrar una

explicación, y quizás una cura, a más de once años

de tortura silenciosa absurda; ¿pero requeriría entonces

de cirugía? ¿Sería un tumor maligno? ¿Acabarían los

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días de felicidad de su niñez? Con toda razón lo meditaba

y hacía eco de aquello en las revisiones periódicas

mientras salía el resultado del examen.

Entre tanto, no volví a saber de ellas por un buen

tiempo. Perdí el rastro. Psicología le perdió el rastro,

no volvió a las revisiones. Nos olvidamos del caso

ocupados en la rutina diaria. Meses después, entró

un día la madre por la puerta del consultorio.

—Qué bueno que no está con paciente en este momento,

le traigo el resultado. Yo ya lo sé, pues ahí lo

dice claro.

—¿Y la niña? —pregunté cómo pensando en una

respuesta de rutina a una pregunta de rutina.

—¡Muy bien! Desde la visión no volvió a soñar lo

de siempre, no volvió a ver a la niña del sueño.

—¡¿Cómo así?! —pregunté extrañado.

—Me vino a decir que se había dado cuenta de

esto como al mes. Los primeros días pensó que era

pasajero, alguna vez le había pasado así, unos días

sin soñarla. Pero ya lleva meses y no volvió la niña.

Muchas gracias por todo. Quédeselo, es una copia

—entregándome el sobre con el resultado.

Sonrió y salió muy tranquila. No la volví a ver

más, ni a ella ni a la niña.

¿El resultado? Al final de una larga lista de chequeo,

de las distintas regiones cerebrales examinadas

en el reporte, se leía: Conclusión: estudio dentro de

límites normales.

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Conozco a la muerte. La he visto a

la cara desde que era muy pequeño.

Primero con mi madre cuando

papá la eliminó por engañarlo,

luego con mi tío cuando acabó con

papá por la casa familiar.

No soy indiferente a ella, y por eso

no le tengo miedo.

Es mi amante, mi protectora, mi

compañera. Por eso sabía que no

me pasaría nada cuando entraron

esos chicos a robarme a la casa.

Verá. Yo sabía que algo pasaría

tarde o temprano, lo que ellos

no sabían es que estaba listo para

jugar su juego.

JESS CASTRO


transgresión

POR fernando barraza cano


Mirando desde el quinto piso en una mañana

todavía oscura Juvenal meditaba

desde su balcón examinando la ciudad

antes de que empezara el desfile de personas

apáticas rumbo a sus ocupaciones mundanas.

Sentía sobre su cara el viento frio que circulaba al

amanecer haciéndole recordar su soledad y provocando

que buscara los cerillos y su caja de cigarrillos

que escondía entre los maceteros de barro. Tomó

un cigarrillo, lo sujeto entre sus labios y lo encendió.

Tenía su mirada fija en el crepúsculo e inhaló el

espeso humo blanquiazul de su cigarrillo. Pensaba

sobre el asesinato de su mujer, era su ritual matutino.

Veía el cuerpo mallugado sobre la calle, su torso desnudo

y desde su cabeza un oscuro charco de sangre

inundando el asfalto. Su mirada nostálgica fijada en

el cielo. Ofelia odiaba los autos y prefería trasladarse

por la ciudad en bicicleta cuando era posible. Era

una calle oscura y sin gente a esa hora de la tarde

cuando el sol va perdiendo su luminosidad, Juvenal

veía como ella iba entrando al abismo de la calle, rodeada

de edificios abandonados que negaban el paso

a los rayos del sol. Imaginaba las siluetas negras indiferentes

esperando a su víctima, ocultas en algún

coche y espiando a través del espejo retrovisor. Cortó

el pensamiento al sentir el cigarrillo sin filtro casi

consumido que quemaba sus dedos y lo apagó en el

pretil de concreto junto a los maceteros. Logró contener

sus lágrimas. Seguía culpándose por la muer-

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te de Ofelia. Regresó a su departamento, tomó su

abrigo y enfundó la pistola que le había regalado su

padre años atrás. Antes de salir rumbo a su trabajo

cruzó frente al espejo que tenía colgado en la pared

del corredor, donde se reflejaba su cara que transmitía

un odio ante la vida absurda.

El reflejo de un edificio de múltiples plantas con

un ventanal inmenso desde el primer nivel hasta su

final se reflejaba en la ventana del taxi, Juvenal pagó

al taxista y bajó para luego entrar al viejo edificio. Periódico

El Sur. La oficina del jefe quedaba en la última

planta. Al llegar al recibidor ante la oficina, él ya lo

esperaba. Se saludaron con la mirada y entraron a la

oficina. Desde su comienzo en el periódico nunca vio

que esas persianas le dieran paso a los rayos del sol.

Una oficina siempre con un ambiente oscuro y misterioso

que solo se aclaraba por la luz tenue de una

lámpara de escritorio. Todo mueble soltaba una esencia

a humo de cigarrillo. El jefe le pidió que se sentara.

Juvenal pidió una semana de ausencia pero antes de

que siguiera el jefe lo interrumpió y le anunció que

no iba a ser necesario—: No eres más empleado en

este periódico. —Juvenal cuestionó la decisión del jefe

pero no hubo respuesta directa. Juvenal se levantó de

su silla y caminó por la penumbra rumbo al elevador.

Decidió regresar por la calle donde había ocurrido

la muerte de su Ofelia y al llegar a la siguiente

esquina paró un taxi y subió. Llovía sobre el asfalto

y los edificios abandonados, donde se congregaban

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perros callejeros y almas perdidas. La ciudad es símbolo

de la transgresión, pensó. El taxista lo interrumpió:

—¿Cómo le va? —Lo miró por el espejo retrovisor

esperando la misma respuesta de siempre como

todos los clientes. Pero Juvenal solo asintió con su

cabeza mirando por su ventana y siendo indiferente

ante la amabilidad del taxista—. ¿Qué hace por estos

rumbos? —Juvenal no respondió—. Es muy inusual

que levante alguien por aquí. Hace poquito que por

estos rumbos asesinaron a una señorita periodista

cerca de aquí. Me di cuenta de ello en el periódico

al día siguiente. Dicen que ella, junto con otro periodista,

había publicado unos artículos muy oscuros

donde se ligaba al crimen organizado, la trata de

blancas y algunos políticos que le tiraban para las

próximas elecciones locales y estatales. Los artículos

destapaban una red de prostíbulos donde esclavizaban

a jóvenes inmigrantes del sur y que pertenecían

a cierta organización criminal. Esos hijos de

la chingada de los políticos recibían su mordida y

visitas de las muchachas.

»Para mí que uno de esos pinches políticos dio

la orden y la difuntita la hizo uno de sus pinches

pistoleros, porque ese mismo día que yo estaba estacionado

a una cuadra de donde ocurrió la muerte.

—Buscaba contratar la compañía de una dama, no lo

niego, dijo en su mente—. Vi un coche con placa de

la agencia esa de seguridad federal, no recuerdo el

nombre de la agencia, pero iban tres peludos a todo

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lo que daba en un impala negro pasándose cada alto.

Y alrededor de la misma hora en que dicen que falleció

la periodista.

Llegaron a su destino, Juvenal dio las gracias

junto con la cuota y bajó ante la entrada del edificio.

Esta vez decidió tomar las escaleras y pensar un

poco en lo que le acaba de confesar el taxista. Todo

lo que tenía que hacer era ubicar las agencias federales

que había en la ciudad y ver quien manejaba ese

auto. Entró a su departamento y se fue directo a su

computador, esperó a que le pidiera la clave de acceso,

la introdujo y abrió mapas en línea. En los resultados

solo dio una agencia federal de seguridad y su

dirección. Alzó la cabeza y miró hacia el ventanal

que daba al horizonte, tragándose el día. Se levantó

de la silla sintiendo como temblaba su cuerpo entero

mientras un rio frío de adrenalina producido por el

pensamiento siniestro que tuvo lo recorría. Se veía

dándole un tiro de gracia a cada uno de ellos, eso era

justicia. Chance y les sacaba quien había ordenado la

muerte de su Ofelia.

Terminó dormido en el sillón de la sala abandonada;

antes de cerrar sus ojos notó sobre la mesa

de centro el retrato de Ofelia sonriente dándole un

beso sobre su mejilla.

Despertó ante la noche donde solo se escuchaba el

rumbar de los coches en la calle debajo de su departamento.

Sintió una calma que no había encontrado

desde la muerte de Ofelia. Su aspecto era como el

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de un prisionero recién en libertad después de años

en el pozo de aislamiento. Tenía un aspecto pálido

como un muerto y ojeras bajo sus ojos angustiados.

Tomó sus llaves y salió rumbo a la agencia.

Manejo sobre la carretera mojada rumbo a la

agencia de seguridad. Al llegar a su destino estacionó

su coche del otro lado de la calle frente a la agencia.

Pudo ver que había un impala estacionado en

frente. Esperó en silencio y con su pistola cargada a

sus futuras víctimas. Ese momento de espera pareció

eterno y encendió un cigarrillo. El silencio reinaba

en las calles. De repente tres hombres en traje

negro salieron por la puerta principal con sus carcajadas

al cielo de la noche sin sospechar que sería su

última. Enseguida Juvenal abrió encaminado en un

paso apresurado hacia los hombres y preguntó:

—¿Quién los mando asesinar a la periodista Ofelia

Contreras? —Un agente contestó que quien chingados

se creía para preguntar esa pendejada, antes de

que desenfundara su arma recibió dos disparos en

el pecho y cayo enseguida. Los otros dos levantaron

sus manos al cielo como se los indicó Juvenal, les

hizo la misma pregunta y uno de ellos respondió:

—Da igual quien dio las órdenes. No mejorarás

nada al deshacerte de unos peones pistoleros como

nosotros. —Juvenal no lo pensó dos veces, disparó

a cada uno y cayeron al suelo temblando de miedo

y dolor, los dos hombres en llanto y con la voz quebrada

suplicaron por su vida, pero la mano soste-

41


niendo la Desert Eagle .50 apuntó a la cabeza del más

cercano y perforo su lóbulo frontal, después apuntó

al único agente que quedaba con vida pero, antes de

dispararle, Juvenal le pegó un cachazo en la cabeza

y terminó dándole de patadas y taconazos hasta

triturarle el cráneo. Juvenal regresó a su coche, lo

encendió y sobre el asfalto mojado aceleró hacia la

penumbra de la noche.

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No dijo nada mientras se lo

comían. Ni siquiera gritó.

Su último gesto, fue una

sonrisa. Nadie en aquel barco

entendió por qué…

Cuando al fin encontraron

la botella de veneno en su

camarote, ya era demasiado

tarde.

Ahora comprendían porqué

la carne del hombre sabia tan

mal.

NICOLÁS J MARINELLI


El

distrito

POR dulia i. fernández


Las campanas resonaban como en cualquier

mañana, indicando el inicio del día

y haciendo salir a los ciudadanos de sus

casas. Era un nuevo día, donde la rutina

comenzaba a interceder la paz y era causa de los disturbios

principales del lugar.

El Distrito A-704 era reconocido por su producción

agrícola y ganadera, además de poseer riquezas

naturales, como el agua, algo que presentaba conflicto

con otras zonas por el deseo de poseer unas

gotas del cristal.

El regente similaba ser un personaje ficticio y,

pensaban algunos, era una máquina quien controlaba

sus vidas, pues era extraño verle.

Salir del Distrito era un privilegio. El exterior era

conocido a través de espectaculares y murales que se

observaban en la zona centro de la ciudad, acompañados

de un mensaje trabaja por tu pueblo. Algunos

periodistas sabían de la práctica propagandística

que encantaba al Regente, lo consideraban un juego

que pocos podían descubrir y llegar a jugar. Pero esa

información era clasificada y cualquier intento de

habla era acallado con un simple tiro.

Los jóvenes eran el futuro de la nación y eran los

más vulnerables para caer en la red del gobierno,

aunque no siempre fuera mala.

Frente al espejo practicaba una sonrisa, una que

luciera natural, una que atrapara a las personas por

su sencillez y, sus ojos, eran su mejor arma. Podían

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gritar sin fin de cosas, pero jamás sería algo grotesco.

Tras ensayar la postura adecuada, la elegancia

al caminar y el gesto que su rostro debía portar, se

colocó las zapatillas y se encaminó a lo que consideraba

el inicio de su sendero.

La Central Especial de Autobuses utilizaba un medio

de esterilización especial y poseía oxígeno puro.

La Central repartía a los ciudadanos a sus respectivas

áreas, sobre todo, una en especial: el Centro del

Distrito. Un lugar con el cual soñaban vivir miles de

personas: contaba con aire limpio, agua potable, cero

disturbios, con tiendas y —lo de mejor de todo— un

sitio perfecto para criar una familia. Por supuesto,

sólo era parte del sueño. Los colaboradores del área

buscaban trasladarse de Distrito a Distrito, escalando

y buscando nuevas posibilidades para una mejor vida.

Eran ciegos: semejaban a cangrejos en un balde, sin

faltar un espectador o varios espectadores.

Para entrar al autobús que le conduciría a su nuevo

trabajo, debía deshacerse de la mascarilla, pues

contenía contaminantes peligrosos que podían poner

en riesgo el sector más blindado del Distrito. Lo

demás parecía una comedia negra, los besos estaban

prohibidos y, cualquier muestra de afecto, era

reprendida: nunca sabías si algún forastero había

logrado ingresar sin pasar por el Control de Sanidad.

Esa nueva norma había llevado a los artistas a

recrear el erotismo en canciones, libretos, pinturas y

cualquier medio artístico. La desnudez humana era

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vista como un tesoro y, después de siglos, se había

eliminado el lado depravado en el ser humano.

El mundo había cambiado y la humanidad había

logrado adaptarse, aunque fuera por tiempo definido.

Las grandes mentes eran atraídas desde cualquier

escuela, y eran asignados a trabajos sencillos

que harían demostrar sus habilidades y capacidades,

ayudándolos a escapar del mundo de miseria y servir

de ejemplo para ascender en la sociedad.

En recepción le habían entregado una caja con una

pegatina sin colores llamativos, en el papel estaba

escrita la leyenda Bienvenido, ciudadano. Algún colaborador

se acercó y le guió hasta su nueva oficina,

sitio en el que estaba expuesta y justo estaba bajo el

inmenso tragaluz. Una lista con sus actividades se

hallaba sobre el escritorio, uno que lucía nuevo, pero

triste. Acomodó su regalo de bienvenida y comenzó

a trabajar. Ocasionalmente, algún empleado se acercaba

y preguntaba temas triviales; cada uno de ellos

era amable en exceso, lo cual era parte del protocolo

y, aun sabiendo acerca de la hipocresía en que bailaba,

era ingenua y obligaba a una parte de su ser a aceptar

esa actitud como algo natural y oro para el hombre.

Su nombre no tardó en aparecer en la lista de mejores

colaboradores, llegando a tener el honor de conocer

al Regente, a quien habría recordado ser la persona

que solía caminar entre la multitud. Entre sus

memorias estaban un profesor de la universidad, aunque

también al barrendero y al camillero del hospital.

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—A usted… —fue interrumpida.

—Te has preguntado por qué estás aquí, ¿cierto?

—Es un privilegio…

—¿Y por qué crees fuiste escogida entre una multitud

de simios de afuera? No negarás que vives en un

departamento acogedor y limpio, donde nunca falta

el sustento principal: la comida.

Desconcertada, así estaba. ¿Cómo no había notado

insignificantes cambios? La frutera siempre

estaba llena, en la alacena siempre había diferentes

ingredientes, el refrigerador estaba a tope y ella no

podía recordar las compras realizadas o haber visto

algún supermercado.

—Tu potencial es elevado, me atrevo a decir que

eres candidata para ser el próximo regente.

Las palabras se volvieron eco y sintió cansancio, de

repente, se vio correr en el laberinto, en una trampa

elegante, con una risa histérica siguiéndola y el retumbar

de las balas. Estaba en medio del edificio, justo

frente a su oficina, donde podía apreciar la escalinata,

el manto rojo que le adornaba y a las musas juzgar su

presencia. Escuchó pasos, eran tacones y caminaban

a paso lento, tarareaba una vieja canción, una de algún

disco de vinil de alguna orquesta desaparecida.

Hasta que la figura llegó al medio y le encaró.

—Los sueños guían nuestro camino y tú me has

visto antes. Mira en lo que ese dulce rostro se convirtió.

Puedes ser grande y... —disparó a un tercero

que intentó atacarle desde atrás—. Cambiar este

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mundo, nuestro mundo. —La mujer se acercaba, la

luz no era suficiente para descubrir su rostro, por

lo que tuvo que temblar hasta que se encontró a un

metro de ella—. Acepta el cambio, olvida tu consciente

colectivo y toma esto, el arma que te brindará

ternura y tanto cariño como deseas… conviértete en

mí, en eso que tanto anhelas.

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LA

DETENCIÓN

POR ALBERTO JIMÉNEZ PRIETO


Los humanos salían de sus casas y elevaban

la mirada al cielo aterrados ante el

extraño fenómeno. El cielo había oscurecido

de repente y cada ser sobre la faz de

la tierra podía oír una voz.

Horas antes, un Serafín llamado Abraxel había

subido las escaleras cuidadosamente para no tirar la

bandeja de plata y lo que portaba en la misma: uvas

y una copa con vino. Cuando estuvo ante las inmensas

puertas las abrió despacio con su codo.

El Lord al parecer se había levantado temprano,

ya que música provenía de su amado tocadiscos.

Mientras tanto otros sirvientes estaban amontonados

escaleras abajo, esperando que el novato cometiera

algún error. Una bandeja se estrelló, vidrios se rompieron.

Ellos saltaron, aplaudieron y rieron todavía más

cuando el pobre novicio despeñó y bajó rodando como

un barril en su intento fallido de bajar corriendo.

Las risas se detuvieron cuando, con la cara contra

las losas, el pobre dio una terrible noticia. Su infortunio

no terminaba, pues tuvo que virar y hacerse

a un lado para no ser pisoteado mientras los otros

subieron corriendo.

Frank Sinatra cantaba Stardust, pero en los aposentos

no había público alguno. El Lord había

desaparecido.

Brincando en una pata ya que había pisado los vidrios

rotos, Zathrel, uno de los siervos más antiguos,

miró a través de una las pequeñas ventanas de los

51


aposentos. La infinidad astral no daba indicio alguno

de a dónde pudo haber ido.

Todo el reino se movilizó rápidamente. Aquí y allá,

arriba y abajo, Los rangos en su totalidad emprendieron

una búsqueda desesperada. Incluso los arcontes,

desde su oscuro y lejano rincón, estaban ayudando. Era

un tema que tenía a todos preocupados. No podía haber

enemistades ahora mismo, pues si un equilibrio de

tal magnitud ocurría, no habría nada para odiar siquiera.

Mientras, los novicios como Abraxel tenían la tarea

de vigilar el reino sagrado por si el Lord regresaba.

El jovenzuelo sentía una profunda tristeza. ¿Habría

hecho algo mal? Hace poco tiempo que había

comenzado a servir al Lord, no lo había visto mal,

no escuchado queja alguna. Incluso lo trataba bien,

invitándolo a sentarse con él para llenarlo de sabiduría.

Entonces pensando en uno de esas charlas,

Abraxel tuvo una idea.

Cada rincón de las dimensiones estaba siendo rastrillado,

excepto un lugar que se creía abandonado

hace Eones. Con mucho cuidado de que no lo descubran,

Abraxel se escabulló, hasta uno de los retiros

más lejanos del reino: Los Campos Elíseos. Se decía

que el Lord solía ir allí para observar a los seres de

abajo y admirar las tumbas de héroes que el mundo

ya había olvidado. La reja estaba abierta. Abraxel penetró

en tan sagrado lugar.

Había inmensas columnas y arcos. En la lejanía

parecían de color verde, pero la acercarse, notó que

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la vegetación había invadido esas construcciones.

Las inscripciones en las tumbas eran símbolos desconocidos

incluso para un ángel.

Una súbita gnosis penetró en aquel ser angélico.

¿Por qué nadie más podía entrar allí? ¿Qué idioma

era ese? Más antiguo que él, se dijo de pronto sin entender

que podía significar aquello.

Sopló una suave brisa que lo alejó de aquel éxtasis.

Las ideas se iban alejando. Ahora disfrutaba

sensaciones corporales del lugar. El césped actuaba

como caricias en la planta de los pies, todo en ese

campo era un abrazo a la existencia, una plenitud

inabarcable. Quizás un castigo brutal le esperase por

entrar en ese lugar, pero ya nada parecía importar

estando allí.

De pronto, entre el silencio, Frank Sinatra volvía

a sonar. Pero no provenía de aquel tocadiscos en los

abandonados aposentos. Era una tonada majestuosa,

etérea, sacra, como suaves besos en el oído. Podía

oírse en cada rincón posible. Los seres que revoloteaban

de un lado a otro se detuvieron para oír.

Ellos no lo podían saber, pero lo sentían, los seres

inferiores, es decir los humanos, clavaban su mirada en

el firmamento, mientras un dolor incomprensible les

atravesaba el pecho y las lágrimas comenzaban a caer.

Solo Abraxel seguía adelante. Perseguía la voz y

aquel extraño rastro que alguien había dejado. Ropa,

sandalias, barba, cabello, joyas, anillos y amuletos.

Una silueta estaba sentada en una cornisa de los

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Campos Elíseos. Desnuda y calva contemplaba una

inmensa luna roja. Las estrofas de My Way eran entonadas

con una potencia descomunal, voz más de

allá de cualquier tenor conocido.

Se fue acercando, quiso llegar al Lord, pero era

demasiado tarde. La figura se iba desintegrando

volviéndose partículas que se elevaban, retornando

al cosmos de donde habían venido. Muy pronto los

seres de abajo también sufrirían el mismo destino,

pues estaban ligados al Lord.

Abraxel se arrodilló y lloró, mientras aquel al que

había servido, ahora solo era polvo estelar.

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...fue por eso que, a pesar

de que era necesario, la

reina prohibió a todas las

hadas cruzar al mundo

humano durante la

temporada de mosquitos.

NYSSA


olvidadiza

POR rina bellavista


El concepto que todos tenían respecto a

Claudia era muy claro y ella lo sabía muy

bien: aquellos que la rodeaban la consideraban

como una mujer torpe pero

amable, y fue precisamente su mala memoria lo que

le consiguió esa fama. Por más que ella lo intentaba,

siempre terminaba olvidando algo importante.

Al principio sus olvidos eran menores, como la

vez que olvidó ponerse los zapatos para salir a la

universidad y terminó saliendo con las chanclas del

baño o también aquella vez en la que, por alguna

extraña razón, se despertó a medianoche y se metió

a bañar pensando que se le hacía tarde para la

primera clase. Sin embargo, aquellos episodios, que

más que olvido parecía torpeza pura, poco a poco

fueron haciéndose más preocupantes, a tal grado de

dejar incluso a su perro en el interior de una bañera

llena de agua por más de tres horas porque, según

ella, tenía la clara intención de bañarlo.

A ella le costaba mucho trabajo soportar las burlas,

mismas que no solo venían de sus amigos, sino

también de su familia. Se sentía incómoda, triste,

incompleta y completamente perdida pues, pese a

haber buscado ayuda con médicos, psicólogos y hasta

con brujos y chamanes, nadie encontraba la verdadera

razón de sus olvidos.

Sin embargo, eso cambió una tarde de agosto.

Fue durante uno de sus tantos olvidos que, regresando

a su casa para recoger los documentos que te-

57


nía que entregar para su titulación, se encontró con

Felipe, uno de sus antiguos compañeros de primaria

y aquel de quien había estado enamorada en secreto.

Era lo único de esa época que bien podía recordar.

Olvidándose por completo de su trámite de titulación,

Claudia decidió aceptar la invitación para ir

a tomar un café con la intención de recordar viejas

glorias... Aunque ella más bien se dedicó a escuchar

y sorprenderse con todas las historias que él tenía

que contarle.

El tiempo pasó rápidamente y ellos siguieron frecuentándose;

primero un par de veces al mes, después

un par de veces a la semana hasta llegar a verse

y llamarse todos los días. Por supuesto que Claudia

comenzó a mostrar de manera involuntaria esa torpeza

mezclada con amabilidad que tanto la caracterizaba.

Ella tenía miedo que, en cualquier momento,

Felipe se asustaría o se burlaría de ella... Pero eso

nunca pasó; en realidad sucedió todo lo contrario.

Felipe aprendió a convivir y a contrarrestar la

torpeza de Claudia; él cargaba siempre dos juegos de

llaves, las suyas y una copia de las de Claudia, por si

a ella se le olvidaban o se le perdían; revisaba siempre

las llaves del gas cada que lo invitaba a comer a

su casa e incluso bañaba al perro con tal de no tener

algún accidente. En pocas palabras, él la amaba y los

dos se complementaban muy bien.

Entonces, como era natural, ellos decidieron dar

el siguiente paso en su relación.

58


Ambos contrajeron matrimonio una tarde de invierno

y por poco lo hacen sin la familia de Claudia

porque, de no ser por Felipe, a ella se le hubiera olvidado

incluir a sus papás en la lista de invitados.

Los meses pasaron y su dinámica no cambió demasiado,

la única diferencia notable era que compartían

el mismo techo porque todo lo demás ya lo compartían

desde antes. Pero un día la tragedia los alcanzó...

Claudia salió lentamente de la bañera, teniendo cuidado

de no resbalarse, y tomó su bata de baño. Con mucho

cuidado se sentó en la taza del baño para secarse

los pies, después de calzarse sus sandalias se levantó y

se miró en el espejo. Su reflejo era tenue, posiblemente

causado por el vapor del agua. Salió del baño rápidamente

y después regresó para apagar la luz:

—Esta vez no voy a dejar que se me olvide —susurró

Claudia para sí misma, dibujando una ligera sonrisa

en su rostro. Después de cruzar el pasillo y dejar

caer algunas gotas de agua que escurrieron desde su

piel hacia la alfombra entró a su habitación, se sentó

enfrente del tocador y, sin darle muchas vueltas,

comenzó a hablar—: ¿Sabes? Últimamente me he

sentido mucho mejor. Ya no se me ha olvidado meter

mis llaves al bolso y tampoco se me ha olvidado

echarle seguro a la puerta... —Ella hizo una pausa

como si estuviese esperando una respuesta, aunque

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no hubo ninguna. No le dio mucha importancia y

decidió continuar con la plática—: Estuve pensando

que, ahora que ya estoy mejorando, tal vez pueda

hacerme cargo de bañar a Mira, ¿qué opinas? —De

nueva cuenta hizo una pausa y otra vez no hubo

ninguna respuesta. Ella, con una mirada de preocupación,

se giró para observar a Felipe, quien la veía

lleno de terror desde la cama—. ¿Qué te pasa? ¿Por

qué me ves así? ¿Qué tengo?

—Es que tú... —Felipe intentó responder, pero solo

pudo tartamudear un poco. Su expresión reflejaba confusión

y por su palidez era sencillo identificar su miedo.

—¡¿Es que yo qué?! —exclamó Claudia, sumamente

molesta y asustada.

—¡Es que tú estás muerta! —gritó él. Claudia soltó

una carcajada pero casi de inmediato guardó silencio;

ella recordó el accidente, recordó haberse desangrado,

recordó el olor a quemado, el metal retorcido

y, más importante aún, recordó como la vida se le

escapó del cuerpo. Ella se levantó, dejando caer el

suelo la toalla, y se acercó lentamente hasta Felipe,

quien no dejaba de mirarla con temor.

—Perdóname, mi amor, se me había olvidado...

—dijo ella, después de darle un beso en la frente y

mientras su cuerpo se desvanecía en el aire.

60


Esfera que de Júpiter triunfante,

celeste joya en cresta coronada,

se alzó en un Horizonte condenada

a ser puerto del náufrago pensante

que en éxodo terrible y suplicante

su patria vio tan triste sepultada

en fuego, en hielo, en agua o enterrada

en el profundo abismo sofocante.

Llegadas barcas de metal tan fiero

que en tocar las arenas su cometa,

deslumbrantes si perlas del lucero,

cayendo aquellas pocas en su meta,

restos ellos de su éxodo severo,

no solo ya encontraban el planeta.

DARÍO GONZÁLEZ

RODRÍGUEZ


nosotros,

una olvidada

novela distópica

POR ruy


La literatura distópica halla acaso sus mayores

abanderados con Un mundo feliz

(1932), de Aldous Huxley; 1984 (1948), de

George Orwell; Fahrenheit 451 (1953), de

Ray Bradbury. Y aunque estas novelas no son las

únicas, este triunvirato destaca del resto tanto por

su fama cuanto por su calidad literaria, estas virtudes

generan, de forma indirecta pero enorme, una

sombra que se cierne sobre los demás textos de similar

temática, relegándolos de manera injusta del

«canon» de las obras distópicas o, por lo menos, colocándolas

en un segundo plano; quizás esto sea a

causa de que las tres novelas ya mencionadas lo que

debe ser un «verdadero» relato distópico.

De toda la vasta nómina de novelas hermanadas

con la Orwell o Huxley o Bradbury, hay una que

sobresale notablemente por el hecho de que es una

obra que se publica más de diez años antes que Un

mundo feliz. Nosotros de Yevgueni Zamiatin (1884-

1937) es un texto que guarda una relación (bastante

cercana, dirían algunos) con los mundos herméticos

que hallamos en las páginas de los tres autores

angloparlantes.

En Nosotros, leemos las notas de la vida cotidiana

—que bien pueden interpretarse como una suerte

de diario, aunque sin fechas ni la intimidad que esto

representa— del protagonista D-503, un matemático

de un futuro distante, que participa en el desarrollo

de un avión-cohete para lanzarse al espacio. D-503

63


vive sumergido en una sociedad en apariencia feliz,

en una ciudad fortificada cuyo Muro Verde la separa

de una región salvaje y arcaica. En esta sociedad todo,

la unión de parejas, los trabajos, los divertimentos, e

incluso la reproducción, debe estar controlados por el

Estado… D-503 se asume como parte de una colectividad

no de personas, sino de números, una especie

de engranajes —de ahí el título de la novela— que

permiten el adecuado funcionamiento de El Estado

Único al mando de El Bienhechor, un ente supremo

que ha gobernado los últimos 48 años y próximo

asumir un nuevo periodo con el consenso absoluto.

En sus notas, atestiguamos una clara tendencia por

encumbrar su mundo y tiempo como el pináculo de

la humanidad frente a otros tiempos y sociedades, a

los que concibe como defectuosos y primitivos; sus

elucubraciones sobre el arte, política, filosofía, etc.,

son sesgadas o, mejor dicho, cegadas por la ideología

predominante del gobierno que exige un pensamiento

homogéneo de índole lógico-matemático, es decir,

sumamente racional.

Pero pronto la vida a D-503, como típico héroe

distópico, le revelará motivaciones, hasta entonces

desconocidas para él, que harán cuestionarse todo;

en este caso el punto de ruptura será el encuentro

con el número femenino I-330, que generará una

mixtura de emociones, sueños, fantasías y sentimientos

en el protagonista, este nuevo mundo interno,

visto desde la perspectiva de El Estado Único

64


como enfermedad mental que impide el desarrollo

personal de los números, convertirá a D-503 en un

rebelde no tanto en acciones como sí en una filosofía

de vida. El embelesamiento hacía a I-330 lo conducirá

a romper las reglas, irá allende del Muro Verde,

donde descubrirá una sociedad con un concepto

distinto de libertad, ajena a las reglas del gobierno

de El Bienhechor, asimismo sabrá que I-330 es participe

de un grupo disidente cuya meta es acabar con

El Estado Único.

No obstante, ir en contra del establisment, sumado

además con la lucha dicotómica interiorizada

—rechazar sus antiguas creencias y abrazar unas

nuevas— parecer ser una ardua labor que el protagonista

nunca logra conciliar, por eso opta por ser

«curado», retronar a su estado de antaño, extirparse

la partícula de la cabeza que le provoca toda aquella

vorágine de emociones, que lo apartó de la «verdadera

felicidad» en la que siempre estuvo.

Como buen ruso contemporáneo de la Revolución

del 1917, Zamiatin vio con buenos ojos a los

bolcheviques, pero, de igual forma que otros tantos,

con el discurrir del tiempo fue cuestionando el

camino por el que la revolución se dirigía, de este

desengaño se gesta su obra más conocida. Yevgueni

vaticina el terrible futuro al que la sociedad puede

condenarse por los gobiernos totalitarios, aunque

es evidente su referencia al gobierno de los soviets,

hoy poco importa ya que ambas ideologías parecen

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coquetear en ese punto. Para el autor ruso el bienestar

colectivo no puede estar en proporción con la

ausencia de la libertad individual.

Puede afirmarse de modo categórico que, sin proponérselo,

Yevgueni Zamiatin prácticamente sienta

las bases y los elementos primordiales de la novela

distópica: una sociedad avasallada que posee un

pensar uniforme, la figura de un gobernante omnipresente

—ora Mustafá Mond, ora Big Brother, ora El

Bienhechor— y un héroe trágico —D-503, John El

salvaje, Guy Montag, Winston Smith— que pondrá

en tela de juicio la máscara de perfección y felicidad

del mundo en el que habita. A pesar de que Nosotros

no rivaliza en calidad literaria con la obra de sendos

autores —quizás ésta sea una razón de su olvido— es

claro su influenza en ellos, tanto así que el mismo

George Orwell afirmó que había sido esa novela

fuente de inspiración y acaso guía para elaborar sus

propia distopía.

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deberá abordar únicamente el terror, la

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