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No te fíes de nadie a quien
no le guste Led Zeppelin. Por Diego Herrera Rueda
“Diego, ¿qué tal controlas a los Zeppelin? Bien, ¿no? Es que, al ser el aniversario del II”, vamos a sacar muchos artículos del tema. A ver si te
puedes escribir algo de ellos”. Esa es la génesis de este pequeño amasijo de letras desordenadas. Me siento en mi cama, abro Spotify (menos
mal que existe) y me pongo “II”. Igual hace tres años que no lo escucho. Me da en la cara el riff de “Whole Lotta Love”. Esto es Led Zeppelin.
Escribir un artículo sobre Led Zeppelin es algo
que se vuelve una tarea titánica para un amante
de la música y de la palabra escrita, pues eres
perfectamente consciente de que nada de lo
que digas les hará justicia y de que, además,
poco más se puede decir sobre los Zeppelin
que no se haya dicho. ¿Que probablemente
son el mejor grupo de rock de la historia y que
revolucionaron el rock tal y como se conocía
hasta el momento? ¿Que fueron unos visionarios
y unos músicos de un talento envidiable? ¿Que
quizá sus “inspiraciones” en temas de otros
abren debates y reflexiones sobre el plagio?
Todo eso ya está muy dicho. No soy yo quien
vaya a abrir heridas, a vanagloriarlos más de la
cuenta ni a quitarles el mérito. Eso sí, cuestiones
criticables aparte, tampoco soy quien les vaya a
bajar del pedestal en el que están que, en mi
opinión, es muy merecido. Se podrían escribir
tesis doctorales sobre cómo estos genios
tenían en el año sesenta y nueve el sonido
de los discos que se producirían treinta años
después y cómo son de los visionarios más
bestias que ha visto el rock. Pero no dispongo
del tiempo (ni del espacio físico en esta revista)
para realizar ese tipo de análisis formal musical.
Tampoco lo leería mucha gente, por otra parte.
Hoy he venido a desactivar al músico cerebral
que lleva demasiados años encerrado en un
conservatorio y que en sus ratos libres es feliz
haciendo rock para hablar desde el corazón del
niño que creció escuchando a Zeppelin.
Hablar de los Zeppelin cuando apenas acabas
de cumplir veintiún años es más difícil de la
cuenta: no solo es hablar de un grupo que
pegaba fuerte cuando tu padre tenía (más
o menos) ocho años; es exponerse a que
te tomen muy poco en serio. “¿Qué hace
este hablando como si lo supiera todo, si
lleva cuatro días en el mundo?”. Además, lo
más triste de todo es no haber podido vivir
el momento de auge de estos genios. No os
confundáis, no soy el típico joven nostálgico
más casposo de la cuenta que dice que ha
nacido en una época equivocada y que le
hubiera gustado vivir en los setenta, que ahí sí
se hacía música de verdad y que lo de ahora
es ruido. Adoro la música que se hace hoy en
día y estoy muy contento de pertenecer a la
generación a la que pertenezco. Nunca me
veréis soltar una imbecilidad de ese calibre
que desdeñe a artistas actuales que lo hacen
increíblemente bien; me parece de pereza
mental y de no tener muchas miras para
descubrir que esa opinión la podría decir tu
abuelo y que la actualidad rebosa de gente
haciendo muy buena música. Pero sí es cierto
y he de admitirlo, soy absolutamente incapaz
de analizar el impacto social de los Zeppelin.
No sé cómo se construyó el mito, pues cuando
nací ya estaba más que construido: nunca
sabré lo que se hablaba de ellos en la época
o cómo la gente los descubría por casualidad
y flipaba. Para mí siempre serán uno de
los grupos que me ponía mi hermana de
pequeño y al que no le di mucha importancia
hasta que me di cuenta verdaderamente
de lo que tenía ante mis orejas. Solo puedo
hablar de ellos desde la perspectiva del niño
enamorado que vio cómo cuatro tipos muy
talentosos se colgaron a la espalda el peso
del futuro del rock, cual titán Atlas, dando así
lugar a toda la música que escucharía durante
su adolescencia. Y es que cómo habría
evolucionado el rock hasta el grunge, el punk
o el stoner si no hubieran aparecido antes
estos tíos saturando amplificadores y siendo
acusados de ser satánicos.
El “II” de Led Zeppelin es para mí uno de
esos trabajos que más que disco, son una
masterclass. No hay un solo tema que no esté
(o pudiera estar) en recopilaciones de temas
míticos de los Zeppelin. Es un disco “de los
de antes”: nueve temas, todos brutales y en
tu cara, para que te quedes con ganas de
escuchar más. Pocos discos he escuchado en
los que piense que no hay un solo tema de
relleno, se sitúa en el hall of fame de discos
que me parecen redondos, como “Is this it”
de los Strokes, “Opposites” de Biffy Clyro,
“Whatever people say I am it’s what I’m not”
de los Arctic Monkeys o “Seis gritos al sol” de
los gaditanos Mystic Queen. Todo sea dicho,
cuando uno graba un disco, uno nunca piensa
que haya temas de relleno, ya que a todo se
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