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Rock Bottom Magazine Numero 14 Enero 2020

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No te fíes de nadie a quien

no le guste Led Zeppelin. Por Diego Herrera Rueda

“Diego, ¿qué tal controlas a los Zeppelin? Bien, ¿no? Es que, al ser el aniversario del II”, vamos a sacar muchos artículos del tema. A ver si te

puedes escribir algo de ellos”. Esa es la génesis de este pequeño amasijo de letras desordenadas. Me siento en mi cama, abro Spotify (menos

mal que existe) y me pongo “II”. Igual hace tres años que no lo escucho. Me da en la cara el riff de “Whole Lotta Love”. Esto es Led Zeppelin.

Escribir un artículo sobre Led Zeppelin es algo

que se vuelve una tarea titánica para un amante

de la música y de la palabra escrita, pues eres

perfectamente consciente de que nada de lo

que digas les hará justicia y de que, además,

poco más se puede decir sobre los Zeppelin

que no se haya dicho. ¿Que probablemente

son el mejor grupo de rock de la historia y que

revolucionaron el rock tal y como se conocía

hasta el momento? ¿Que fueron unos visionarios

y unos músicos de un talento envidiable? ¿Que

quizá sus “inspiraciones” en temas de otros

abren debates y reflexiones sobre el plagio?

Todo eso ya está muy dicho. No soy yo quien

vaya a abrir heridas, a vanagloriarlos más de la

cuenta ni a quitarles el mérito. Eso sí, cuestiones

criticables aparte, tampoco soy quien les vaya a

bajar del pedestal en el que están que, en mi

opinión, es muy merecido. Se podrían escribir

tesis doctorales sobre cómo estos genios

tenían en el año sesenta y nueve el sonido

de los discos que se producirían treinta años

después y cómo son de los visionarios más

bestias que ha visto el rock. Pero no dispongo

del tiempo (ni del espacio físico en esta revista)

para realizar ese tipo de análisis formal musical.

Tampoco lo leería mucha gente, por otra parte.

Hoy he venido a desactivar al músico cerebral

que lleva demasiados años encerrado en un

conservatorio y que en sus ratos libres es feliz

haciendo rock para hablar desde el corazón del

niño que creció escuchando a Zeppelin.

Hablar de los Zeppelin cuando apenas acabas

de cumplir veintiún años es más difícil de la

cuenta: no solo es hablar de un grupo que

pegaba fuerte cuando tu padre tenía (más

o menos) ocho años; es exponerse a que

te tomen muy poco en serio. “¿Qué hace

este hablando como si lo supiera todo, si

lleva cuatro días en el mundo?”. Además, lo

más triste de todo es no haber podido vivir

el momento de auge de estos genios. No os

confundáis, no soy el típico joven nostálgico

más casposo de la cuenta que dice que ha

nacido en una época equivocada y que le

hubiera gustado vivir en los setenta, que ahí sí

se hacía música de verdad y que lo de ahora

es ruido. Adoro la música que se hace hoy en

día y estoy muy contento de pertenecer a la

generación a la que pertenezco. Nunca me

veréis soltar una imbecilidad de ese calibre

que desdeñe a artistas actuales que lo hacen

increíblemente bien; me parece de pereza

mental y de no tener muchas miras para

descubrir que esa opinión la podría decir tu

abuelo y que la actualidad rebosa de gente

haciendo muy buena música. Pero sí es cierto

y he de admitirlo, soy absolutamente incapaz

de analizar el impacto social de los Zeppelin.

No sé cómo se construyó el mito, pues cuando

nací ya estaba más que construido: nunca

sabré lo que se hablaba de ellos en la época

o cómo la gente los descubría por casualidad

y flipaba. Para mí siempre serán uno de

los grupos que me ponía mi hermana de

pequeño y al que no le di mucha importancia

hasta que me di cuenta verdaderamente

de lo que tenía ante mis orejas. Solo puedo

hablar de ellos desde la perspectiva del niño

enamorado que vio cómo cuatro tipos muy

talentosos se colgaron a la espalda el peso

del futuro del rock, cual titán Atlas, dando así

lugar a toda la música que escucharía durante

su adolescencia. Y es que cómo habría

evolucionado el rock hasta el grunge, el punk

o el stoner si no hubieran aparecido antes

estos tíos saturando amplificadores y siendo

acusados de ser satánicos.

El “II” de Led Zeppelin es para mí uno de

esos trabajos que más que disco, son una

masterclass. No hay un solo tema que no esté

(o pudiera estar) en recopilaciones de temas

míticos de los Zeppelin. Es un disco “de los

de antes”: nueve temas, todos brutales y en

tu cara, para que te quedes con ganas de

escuchar más. Pocos discos he escuchado en

los que piense que no hay un solo tema de

relleno, se sitúa en el hall of fame de discos

que me parecen redondos, como “Is this it”

de los Strokes, “Opposites” de Biffy Clyro,

“Whatever people say I am it’s what I’m not”

de los Arctic Monkeys o “Seis gritos al sol” de

los gaditanos Mystic Queen. Todo sea dicho,

cuando uno graba un disco, uno nunca piensa

que haya temas de relleno, ya que a todo se

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