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El operativo y otros cuentos Callejeros

El operativo es un relato corto que narra el tipo de allanamientos que se realizaron en la Argentina durante la Dictadura Militar del 1976 al 1983 que produjo una enorme cantidad de desaparecidos y otros tantos muertos en el país. Fue especialmente dedicado a la memoria del padre Carlos Mujica, quien nos demostró que la Fe, la Esperanza y la Caridad, no eran solo palabras huecas o cosas abstractas, a una generación tan escéptica y tan apaleada como la de los 70 en nuestro país, y también a la del soldado Carrasco cuya muerte en 1994 en sí y los conflictos generados por el mismo tuvieron repercusión a nivel socio-político en la Argentina y es considerado uno de los motivos por los cuales se suspendió la ley que establecía el servicio militar obligatorio. Otros dos cuentos también responden a este tema y están dedicados a los desaparecidos uno y a las luchas llevadas a cabo en el exterior por saber la verdad de lo que estaba sucediendo y a los hijos de ellos que tuvieron que vivir con la angustia de no saber que les sucedió a sus padres. Los demás relatos cuentan de manera novelizada otras tantas historias tan Argentinas como el tango y el mate, es más hay un cuento dedicado a las abuelas que recuerda las típicas tardes de lluvia con mate y tortas fritas, que resulta ser una masa simple de harina, agua, grasa de vaca y sal que se fríe en la misma grasa y se espolvorea con azúcar. Era el programa mas divertido para las tardes de lluvia antes de la televisión, internet y las redes sociales. Todos son puras fantasías de una generación que vivió muchos cambios y tiempos violentos, con mucho psicoanálisis de por medio, amor libre, algunas drogas, viajes y búsquedas personales complejas. Una versión Latinoamericana del 68 francés y el Flower Power.

El operativo es un relato corto que narra el tipo de allanamientos que se realizaron en la Argentina durante la Dictadura Militar del 1976 al 1983 que produjo una enorme cantidad de desaparecidos y otros tantos muertos en el país. Fue especialmente dedicado a la memoria del padre Carlos Mujica, quien nos demostró que la Fe, la Esperanza y la Caridad, no eran solo palabras huecas o cosas abstractas, a una generación tan escéptica y tan apaleada como la de los 70 en nuestro país, y también a la del soldado Carrasco cuya muerte en 1994 en sí y los conflictos generados por el mismo tuvieron repercusión a nivel socio-político en la Argentina y es considerado uno de los motivos por los cuales se suspendió la ley que establecía el servicio militar obligatorio.
Otros dos cuentos también responden a este tema y están dedicados a los desaparecidos uno y a las luchas llevadas a cabo en el exterior por saber la verdad de lo que estaba sucediendo y a los hijos de ellos que tuvieron que vivir con la angustia de no saber que les sucedió a sus padres.
Los demás relatos cuentan de manera novelizada otras tantas historias tan Argentinas como el tango y el mate, es más hay un cuento dedicado a las abuelas que recuerda las típicas tardes de lluvia con mate y tortas fritas, que resulta ser una masa simple de harina, agua, grasa de vaca y sal que se fríe en la misma grasa y se espolvorea con azúcar. Era el programa mas divertido para las tardes de lluvia antes de la televisión, internet y las redes sociales.
Todos son puras fantasías de una generación que vivió muchos cambios y tiempos violentos, con mucho psicoanálisis de por medio, amor libre, algunas drogas, viajes y búsquedas personales complejas. Una versión Latinoamericana del 68 francés y el Flower Power.

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AUTHOR NAME

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BOOK TITLE

El operativo

y

otros cuentos

callejeros

Escritos en papel con lapicera

Graciela Mariani

iii


Copyright © 2018 Graciela Mariani

Todos los derechos reservados.

ISBN:

ISBN: 9781717801579


A mi hija Emilia

Quien siempre leyó mis cuentos con profundo

interés y a pesar de su corta edad,

en aquel entonces, realizaba comentarios

que me ayudaron mucho

y le estoy profundamente agradecida.



El operativo y otros cuentos callejeros

Resumen

El operativo

Relato de una masacre en casa de familia en tiempos de la

dictadura militar en Argentina, contado por una niña

sobreviviente. Ficción dedicada a un sacerdote muerto y a

un soldado muerto años después por el brutalismo militar.

Amor fugaz

Historia de un amor imposible entre dos compañeros de

trabajo de distinta nacionalidad, en donde las pautas

culturales juegan un papel preponderante.

Ingenuidad

Una narración sobre las aventuras de una joven adicta a la

marihuana. Un relato figurativo y colorido.

Consecuencias del machismo

Un matrimonio en un mundo banal, en donde todo es

apariencia e intereses creados. Un cuento escrito con

bastante ironía.

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Graciela Mariani

El reencuentro

Dos amigas se reúnen a comentar los entretelones de un

reencuentro amoroso de una de ellas. Un relato lleno de

amor y esperanza.

Laburo extra

Un relato sobre los peligros de ganar “dinero fácil”.

Catarsis

Dialogo, aparentemente intrascendente, entre dos

adolescentes, muy amigas, del que se desprende el relato de

sus vidas. Es a su vez un breve homenaje a los hijos de los

desaparecidos en Argentina durante la Dictadura Militar.

La adoptada

Ilusiones y fantasías, respecto a su verdadero origen, de

una mujer con padres adoptivos.

La casona Inglesa

Un hombre viudo que no logra alejar el fantasma de su

mujer y se encuentra atrapado en una encrucijada entre dos

épocas (contemporánea y el siglo anterior), que lo lleva a

resolver su mundo afectivo.

La historia de Dafne

Historia de una mujer casada con un hombre mayor que

no es tan amoroso como aparenta.

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El operativo y otros cuentos callejeros

La mudanza

Un matrimonio joven con hijos pequeños deben emigrar a

causa del desempleo. Un relato lleno de incertidumbre y

emociones, en donde la esperanza es lo más importante.

La trampa

Historia de una mujer atrapada en un matrimonio

peligroso.

Morir de amor

Historia de una joven que desea con desesperación

encontrar el gran amor y como ello no ocurre, inventa uno

para contárselo a sus amigas. Evocación al

“romanticismo”.

Mate con tortas fritas

Relato sobre una costumbre típica argentina en una tarde

lluviosa, vivida por una niña con sus dos abuelas y evocado

por ella años después y lejos de su tierra.

Mujer afortunada

Una mujer, rica y hermosa, esclavizada por sus adicciones,

compara su suerte con una antigua mucama.

Testimonio

Una chica exiliada descree de todo lo que dicen que sucede

en la Argentina del Proceso.

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Graciela Mariani

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AGRADECIMIENTOS

A mi marido que tan pacientemente me ha acompañado durante la

selección del material en los sin número de cuadernitos que guardo, la

corrección y edición del manuscrito y su publicación a pesar de lo molesto

que resulta la compañía de una notebook constantemente.

A todas las personas que me acompañaron en las distintas etapas de

mi vida y que me fueron inspirando, con sus narraciones, su pasión por

la lectura, sus opiniones e intercambios, a escribir esta serie de relatos.

A los escritores, que no cesen de escribir, que el libro no ha muerto, el

libro esta vivo y como decía Umberto Ecco, el leer alarga la vida, porque

nos agrega vivencias que de otro modo jamás hubiésemos tenido.

Y a ustedes lectores de este libro, que fue escrito de a poco con mucho

cariño por mi país, su gente, mi generación, su cultura y las letras.


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El operativo y otros cuentos callejeros

El Operativo

Nunca supe tener amigas, de chica además de pobre, era

introvertida, miedosa y retraída. En la clase no solía estar

con las mejores, ni con las peores, era solo una paria del

medio.

Cual un estigma ancestral, esos míseros sentires guiaron

fatalmente mi destino. Ya a temprana edad comprendí el

duro trajinar de mi existencia.

No había a quien echarle la culpa, ya que la vida no guardó

designios mejores para con los míos... Y en una fría y quieta

madrugada de julio del setenta y pico, nuestra casa se

transformó en un campo de batalla y nuestra vida en una

verdadera pesadilla.

Estaba durmiendo en el cuarto junto a mis hermanos

cuando sorpresivamente unos estrepitosos ruidos y gritos

nos despertaron alertándonos.

Asustados nos tomamos de las manos. Oímos que mi madre

lloraba y gritaba entremezcladamente. Mi padre vociferaba

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Graciela Mariani

y gemía.

Frente a tal escándalo nos sentimos aterrados, éramos tan

solo unos niños y no entendíamos que pasaba.

Yo que era menuda para mis 11 años, tenía que dormir en

la misma cama con Estela, mi hermana de 13, mientras que,

a Raúl de 15, le tocaba el catre.

-- Son ladrones! Seguro que son ladrones-- dijo Raúl

entrecortadamente -- Vamos, escondámonos, vengan

debajo de la cama, ¡Rápido boludas! -- susurraba.

Corrimos a escondernos tirados en el piso, apretujándonos,

manoseándonos, tratando de desaparecer bajo el elástico

oxidado y viejo de mi cama.

Yo sentía frío, mucho frío, el piso estaba helado y gateando

me fui al armario en busca de algún abrigo. Allí solo

encontré la montaña de ropa sucia que mama dejaba

acumular durante semanas.

En ese momento sentí unos pasos que se acercaban por el

pasillo y sin siquiera pensarlo me zambullí entre el montón

de ropa hasta quedar totalmente sepultada, por lo menos allí

el frío había disminuido.

-- ¡Vamos pronto, carajo! -- se oyó gritar al tiempo en que la

puerta se desplomaba de una patada.

Eran tres hombres con armas y rostros oscuros... sucios,

sudorosos, parecían ratas invadiendo un nuevo territorio.

-- ¡Revisen bien les dije carajo!, ¡o no sirven para nada

pelotúdos! -- otra vez esa voz gruesa y áspera.

-- Estamos en eso mi sargento-- respondió una voz más

aflautada.

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El operativo y otros cuentos callejeros

-- Pero mira que sos boludo González, te dije que no me

llamés sargento cuando vamos de operativo, y esto es un

operativo oíste, un operativo. Me tenés que llamar jefe,

sabés mal parido -- gruñó el ogro.

Si mi... jefe, y ahora que hacemos -- dijo el mal parido.

-- Busquen, les dije que busquen. Tiene que haber alguien

más, no ven las camas, todavía están calientes, tienen que

estar por algún lado, seguro que son los tipos que buscamos

--

Así que buscaban a alguien, por suerte no eran ladrones,

pero igual yo estaba inmóvil de miedo.

No tardaron mucho en sacar de abajo de la cama a Estela y

a Raúl.

Como mi hermano se quejaba, el de voz aflautada, le pego

muchas veces en el estómago con un palo o arma larga que

tenía en sus manos, hasta que Raúl dejo de quejarse y cayó

al suelo vomitando sangre.

Mientras a Estela la agarro el grandullón y dijo -- Mirá que

bocadito que tenemos aquí --, él la golpeó y se le tiro encima,

ella lloró y grito, después no dijo nada más.

-- Que haces González, no ves que lo matás, boludo. -- dijo

el tercero que cuidaba la puerta y se guardaba en los bolsillos

cuanta porquería encontraba.

-- Callate imbécil, no ves que igual son boleta y vení si te

querés montar a la pendeja que yo sigo revisando -- grito el

jefe.

Así siguieron de a uno...

Yo creo que Estela estaba muerta cuando se la llevaron y

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Graciela Mariani

quizás Raúl también.

Todavía era de noche cuando se fueron y aun sonaban sus

voces y los lamentos de mi familia en mis oídos, mejor

dicho, aun los escucho cuando en las noches frías de

invierno apoyo la cabeza en la almohada.

El silencio que sucedió al golpeteo de botas en el piso fue

aún más aterrador y el más profundo que recuerdo.

Tenía frío, mucho frío y miedo y temblaba por ambos, pero

me quede allí quieta muy quieta tal como estaba, temiendo

que... se volvieran... y en algún momento me dormí ya que

de pronto me desperté sobresaltada, como quien tiene una

pesadilla, y me encontré, casi ahogada, adentro de ese

armario, toda enredada en la ropa sucia.

Era de día y el silencio en la casa aún era absoluto. Levante

la cabeza y solo llegue a ver sangre y desorden. Camine

lentamente por el pasillo y me asome a la otra habitación,

solo desorden y sangre también.

Volví a mi cuarto, manoteé todos los trapos que pude

ponerme y me fui caminando a la capilla del padre Carlos.

Sabía que siempre estaba abierta.

Me dieron mate cocido con pan y manteca, aún tenía miedo

y frío, pero tenía mucha hambre y me comí 4 barcos de pan

con manteca y azúcar.

Esa noche dormí allí, en la casilla de María, con Celia, la

nena.

Al otro día el padre Carlos me llevo de paseo en colectivo

hasta una casa muy grande, llena de mujeres vestidas de

negro a las que llamó Hermanas.

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El operativo y otros cuentos callejeros

Parece que era también un colegio, porque se escuchaban

las voces de muchas chicas jugando. Supe que hablaban de

mí, les pedía que me quedara.

Al final me hablo dulcemente, me explico que tenía que

quedarme allí por algún tiempo mientras encontraban a mis

padres, y que debía obedecerles a las hermanas.

Me dio una serie de buenas noticias, como que iba a poder

ir a clase todos los días y que me darían casa y comida a

cambio de que ayudara en las tareas de limpieza.

Yo sabía limpiar, siempre la ayudaba a Estela, y el lugar me

gusto. Por lo menos no hacía tanto frío.

Me quede allí sentada mirando como él caminaba

lentamente con la señora de vestido negro hasta la gran verja

de salida.

Nunca supe que hablaron. La hermana volvió sola y yo lo

seguí a él con la mirada hasta que desapareció en la esquina.

Las hermanas fueron amables conmigo. Él hizo lo que

pensó mejor para mí, y aun se lo agradezco tanto. Pero no

lo volví a ver.

Supe que después a él también lo mataron...

****

Dedicado a la memoria del padre Carlos Mujica, quien nos demostró

que la Fe, la Esperanza y la Caridad, no eran solo palabras huecas o

cosas abstractas, a una generación tan escéptica y tan apaleada como

la mía.

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Graciela Mariani

Y también a la del soldado Carrasco cuya muerte inspiro algo mucho

más importante que mi cuento: que fue la abolición del Servicio Militar

obligatorio.

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El operativo y otros cuentos callejeros

Amor fugaz

Estaba tan contenta con su nuevo trabajo, que cuando lo

conoció ni se le ocurrió mirarlo como hombre, era un

compañero más, como los otros.

Sí, le pareció buen mozo, igual que un par más, pero no eran

su estilo… y tal vez nunca lo fueran, además eran demasiado

grandes, todos tenían entre cinco a diez años más que ella,

lo que para Mercedes significaba ser unos vejestorios.

Era uno de esos trabajos temporales para un grupo de

empresas de distintos países, por lo que allí había de todo y

se hablaba una melange que complicaba bastante las cosas a

la hora de pasarlas a los papeles y en su labor de abogada y

de local, eso era muy importante.

Venía de vivir por un largo periodos en otro país y de

terminar una relación amorosa igual de larga, por lo que un

trabajo era lo mejor que le podía pasar, ni pensar en los

hombres… ¿hombres? ¿Qué es eso?

Ella era de las que pensaban que la vida es un gran banquete

al que al nacer estamos todos invitados, solo hay que

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Graciela Mariani

disfrutar de lo que la vida ofrece y aprovecharlo, tanto como

sufrir de las consecuentes indigestiones... y de esas había ya

tenido gran cantidad, su gran debilidad eran los hombres y

estos siempre terminaban cayéndole indigestos...

¡Que llena y cansada de malas elecciones que estaba, siendo

aún tan joven!

Pese a todo se sentía maravillosamente bien, tenía un trabajo

que le gustaba, dinero guardado y una larga vida por

delante... ¿qué más se podía desear?

No tenía las cosas demasiado planeadas, pero pensaba en

volver a irse en cuanto terminara este trabajo, añoraba la

vegetación tropical y el suave clima caribeño venezolano, así

como las múltiples obras de arte, antiguas y ornamentadas

iglesias y ruinas históricas del Golfo de México.

Por otro lado, el duro clima Ingles, donde había estado

estudiando Legislación Internacional... o Abogado

Internacional, la habían saturado... y el idioma, si bien lo

dominaba, se sentía más a gusto en un país de habla hispana.

Rodrigo, ese hombre dulce, longilíneo, de tez muy blanca y

cabello negro, le recordaba su breve estancia en España, sus

aventuras casi adolescentes, la frescura de sus veinte años

y.… su primer amor...

Verdaderamente, del conjunto, los españoles se destacaban

tanto por su eficiencia profesional, como por crear un clima

de excitante algarabía, haciendo más cortas las largas y duras

jornadas.

Por otro lado, estaba el calor, era un marzo especialmente

caluroso. En Buenos Aires que suele tener un clima tan

húmedo, el calor se hace insoportable, los edificios irradian

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El operativo y otros cuentos callejeros

calor, el asfalto sofoca y el aire acondicionado parecía no

surtir efecto.

Ella era una mujer de menos de treinta años, plena, activa,

alegre y con una forma de ser sumamente seductora y el

grupo de cuatro o cinco españoles la incorporo a ellos

sumándola a todas sus salidas.

Esto fue sutilmente cordial y de mucho respeto y además

ella como anfitriona, por estar en su país, se sentía

predispuesta a hacerles placentera la estadía...

Por experiencia propia sabía lo duro que era encontrarse

solo en un país extraño, trabajando muchas horas y que en

los pocos momentos que le quedaban para distracción y

descanso, no encontrar ningún anfitrión amistoso que le

dedicase un tiempo para conocer y admirar el entorno.

Así fue como comenzaron, compartiendo almuerzos, luego

algunas cenas, paseos turísticos los días festivos...

Y luego de un largo tiempo, después de un día de ajetreo,

terminaron tomando un café en su casa, conversando

animadamente de política, religión, literatura, historia,

experiencias y en un momento se dio cuenta que Rodrigo la

miraba con cariño y admiración como persona.

Esa noche, ese sublime intercambio de miradas, ese

entendimiento más allá de las palabras fue como un

disparador de un sentimiento desbordado e incontrolable.

En los días sucesivos se entregaron al amor con tal pasión

que ella se mareaba de solo acercársele y él se sintió asustado

del sentimiento del que era preso.

Él hacía dos años que se había casado, luego de unos seis

años de relación y era padre de una niña un poco mayor de

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Graciela Mariani

un año.

A su actual mujer la había conocido, también

accidentalmente y habiéndose quedado prendado de ella,

que para aquel entonces estaba tranquilamente casada, la

persiguió a lo largo de tres años, con flores, encuentros

casuales y llamados, hasta que logro enamorarla y romper su

matrimonio.

Aun hasta ese momento el matrimonio civil en España no

tenía valides, por lo que debieron pagar a la Santa Rota un

alto precio por la anulación del matrimonio de ella.

Irónicamente el mismo Obispo que les dio la anulación, los

unió luego en sagrado matrimonio.

Ahora este amor que lo invadía, lo sentía como un castigo

divino... él, en su capricho, había destrozado un buen

matrimonio, ahora el destino se encargaba de destrozar el

suyo...

Con todo dolor decidió no volver a dejarse llevar por la

pasión y no volver a estar en brazos de Mercedes. Pero el

sentimiento era tan fuerte que no pasaba una noche en que

no la llamara por teléfono y hablaran despacio, con dulzura,

hasta que el sueño los venciera.

Él pidió a la Empresa para la cual trabajaba que lo enviara a

Madrid lo más pronto posible, aun renunciando a dos o tres

semanas más de doble sueldo que estaba percibiendo y que

ciertamente necesitaba.

Ella le escribió un poema, habilidad que desarrollaba desde

su adolescencia, y lo llamó:

Amor Fugaz

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El operativo y otros cuentos callejeros

Fue todo tan fugaz,

y tan profundo...

Fue tanta la belleza,

y tanto el daño...

Que, al pensar en tu amor,

ya no me engaño,

y con triste ilusión

pienso en mañana,

como un nuevo amanecer

y ansiado cambio...

En la amó aún más, si es que eso era posible y en menos de

tres semanas partió para su tierra y al esperado encuentro

con su familia, a la que se prometió nunca más dejar.

Ella sufrió profundamente, ni siquiera habían tenido el valor

de despedirse a solas y aunque esperó que él la llamara o tal

vez le escribiera, nunca más supo nada de él... y con los años,

hasta olvido su nombre.

Poco a poco el trabajo fue terminando y la finalización de

este les exigió trabajar a veces hasta catorce horas diarias...

lo que hizo que ni tuviera tiempo de pensar en él.

A los dos meses de su partida, ella tuvo que viajar a Río, para

revisar algunos contratos y formas, para con los socios

brasileños.

Allí tuvo una magnifica bienvenida, le dieron una suite en

un hotel de Copacabana con una vista magnifica y un

servicio paradisíaco.

Su anfitrión fue Sebastián, un abogado de San Pablo,

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Graciela Mariani

encantador que la paseo por todo Río y del que se hubiera

podido enamorar de no estar su corazón tan destrozado.

Al volver a Buenos Aires y al tener ya más tiempo

disponible, se reencontró con sus viejos amigos, retomo sus

antiguos planes y desarrollo algunos nuevos...

Y poco a poco lo sucedido, le pareció... tan, pero tan lejano...

Pero, a pesar de todo, nunca, dejó de agradecerle a la vida el

haberlo vivido.

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El operativo y otros cuentos callejeros

Ingenuidad

El sol se escapa por un costado del gran edificio, y algunos

rayos huidizos llegan hasta mi pieza desparramándose,

dándole un color acaramelado a la madera del piso.

Abro la ventana y del otro lado del patio me llega el eco de

un tango malevo, tan porteño que dan ganas de visitar al

dueño de la voz, pero el murió antes de que yo naciera, en

Medellín, y ¡cada vez canta mejor!

Bisagra, mi gato dorado, como los de las antiguas brujas,

abrió un ojo y con gesto de aburrimiento volvió a cerrarlo,

no le gusta que lo molesten, es un gato Zen.

El tango se desvanece dando lugar a un blues raro y al cerrar

la ventana escucho el portero eléctrico.

Es Peter, mi romance actual, elijo un compact de Paul

McCartney, para acompañar el ceremonial que se avecina.

Camino al baño tomo el body negro de gran escote y

mangas largas, la pollera hindú que mamá odia y que me

hace sentir libre como una gaviota, y la bombachita violeta

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Graciela Mariani

de seda y lycra que me compre ayer. Me baño en Opium,

porque hoy se me antoja, y suena el timbre.

No estoy lista, por supuesto, me dirijo a la puerta mientras

me calzo la pollera y no encuentro zapatos que ponerme.

Pero al abrir la puerta la magia se apodera de mi universo.

Allí esta airoso y esbelto cual caballero andante, un Peter

sonriente y magnífico. El pelo largo, sedoso y atado atrás a

lo Highlander, un jean rotoso, una camisa de seda de tono

indefinido (italiana supongo) y un sobretodo de pelo de

camello ocre, tan inglés como el dulce de naranja.

En su mano derecha, sostenida como caja de Dom

Perignon, veo un pack de agua mineral y en la izquierda un

ramo de claveles blancos.

El sin duda alguna es realmente especial !!!!

-- Traje el drink -- su voz ronca me acaricia.

-- Veo, francés, supongo -- me hago la piola.

-- Claro es Evian -- dice abriéndose camino como quien

llega a su propia casa.

-- y a mí que se me terminó el paté trufado -- continúo

disimulando mis deseos incontrolables de atacarlo (sexual

attack)

-- Pero cachorra, esto se toma con frutas y verduras

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El operativo y otros cuentos callejeros

frescas. Tal vez una zanahoria, unos tallos de apio, dos

manzanas. -- me deshace esa voz de macho en celo.

-- ¿Y qué tal tu pepino? -- digo cual vampira a la que le van

creciendo los colmillos.

Peter se sonríe, toma dos copas altas y una botella del agua

en cuestión, se me acerca muy despacio y me susurra --

Que dientes tan grandes tienes Abuelita ...-- se aleja

dándome un piquito.

Elige cuidadosamente el lugar, da algunas vueltas como los

perros buscando el punto exacto y se sienta en el mismo

sillón de siempre, en el mismo lugar de siempre y en la

misma pose de siempre.

Finalmente me mira y su mirada me penetra, es cálida y al

mismo tiempo cargada de energía.

Me siento amada, nada me falta en ese instante, la plenitud

me invade, me estremece y me confunde tanto que cuando

tomo conciencia me encuentro en sus brazos,

ronroneando como gata franelera.

El me acaricia y atrayéndome hacia si dice -- ¡Que buena

que estas flaquita! me encantan tus lolas y mucho más

cuando están todas paraditas como ahora.-- me

mordisquea una oreja, me da vuelta, me mata.

Por unos minutos nos dejamos llevar por esa mezcla de

pasión y romanticismo.

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Graciela Mariani

Peter toma un poco de agua y como quien sale de un

trance dice -- Los claveles, señora, le traje la más pura

ofrenda de amor del siglo pasado: claveles blancos, hay que

ponerlos en agua.--

-- Cierto -- dije levantándome y voy lentamente a buscar

las flores que habían quedado sobre la mesada, busco un

vaso largo y angosto de cristal, tiro los helechos y hojas y

coloco los claveles, que allí dentro parecen más altos y más

esbeltos de lo que son, los ubico en un ángulo de la gran

mesa cuadrada del living.

--Traje algo más -- dice Peter, sacando un paquetito

plateado de un bolsillo.

-- Que es, una china? -- dije buscando mi caja de porro.

-- Frío, frío, frío. – dijo pícaramente.

-- No me digas que... -- me interrumpe: --Si, son dos

gramitos para unos nevados. -- Estos son una mezcla de

porro y coca, pero no sé cómo se arman, ni en qué

proporción. Además, Peter sabía que yo no consumía

merca y que me producían horror los nevados ya que

siempre pensaba que me iban a crear adicción. Su actitud

me molestó, pero estaba tan caliente que pensaba con

dificultad, o mejor dicho no quería pensar, y sentándome

en el otro lado me puse a armar un porro para mí en el

más absoluto silencio.

Peter se acercó a buscar yerba y papel y volvió a su lugar y

se puso a armarse un nevado mientras tarareaba Pipes of

Peace, y sorbeteaba su agüita.

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El operativo y otros cuentos callejeros

Al terminar, con su mano en la actitud del pensador de

Rodin, me mira con un dejo de soberbia, como quien dice

yo hago lo que quiero, te guste o no.

Yo busco mi pituquera de marfil tallado y el me alcanza

fuego rápidamente, nuestras miradas se encuentran unos

instantes y nos echamos a reír a carcajadas.

-- Está bien pero le doy un toque y basta --

-- Que toque? Es un nevado no una raya -- dice riéndose

de mi ignorancia.

-- Vos sabes a que me refiero, una pitada, pero nada más. -

- lo miro y pienso seriamente en lo poco que sé de él, pero

me copa tanto.

Y coger con él es perfecto, por lo menos por ahora, y al

final que más hay en la vida que el aquí y ahora. El ayer se

fue y el mañana es un tal vez.

Como en cámara lenta pasamos por el fumo, la franela,

tirando la ropa por allí buscamos el cajón de los forros y

sexeamos una y otra vez, parecen horas, pierdo la noción

del tiempo, pero veo que la oscuridad nos rodea.

Tanteo los fósforos y comienzo a prender velas y lámparas

de aceite.

Todo me cuesta un gran esfuerzo ya que tengo un mambo

único y un agotamiento que junto con el placer que dejó su

cuerpo en el mío, me siento en alfa sin hacer esfuerzo.

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Graciela Mariani

Voy al baño y sigo prendiendo velas, el piso esta ondulado

y el espejo me devuelve una imagen borrosa de lo que

pienso que soy.

Suena el portero, escucho que Peter atiende, pero no tengo

fuerzas para surgir del inodoro.

Lleno la bañera y tiro adentro unas perlas de aceite de

almendras, me preparo las toallas y la bata y empiezo a

poner velas alrededor de la bañera, en la jabonera, él apoya

manos. Me parece oír voces pero el ruido del agua es

estridente..

-- Amor, vino alguien?-- intento decir, pero no me sale

muy bien, estoy en cámara lenta.

Veo luces en el living y a Peter hablando con un tipo

robusto y bajo sin pelo, no veo bien pero parece que

discuten, por dinero o por merca.

No me importa.

Cierro el agua y me meto en la bañera, el calor del agua me

hace temblar de placer y sumerjo mi cabeza en ella.

Peter aparece de golpe y le digo -- Vení cachorrito

conmigo, el agua esta calentita --

-- No puedo negra, tengo que irme por un rato, parece que

Rafa tiene una minita que se le pasó de mambo. Me

necesita. Nos hablamos. ¿OK? --

Y se va, se va... como la barca.

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El operativo y otros cuentos callejeros

Creo que sé que ya no vuelve. Hace un poco de frío.

Siento la puerta de entrada cerrarse fuertemente. En

realidad, no me importa. Se fue.

Abro el agua caliente antes de congelarme. Reflexiono un

momento. Total no tiene llave.

“Jamás hay que darle las llaves a un desconocido.”

Entonces pienso en el tipo que vino, éste le tuvo que dar la

dirección.

Que loco todo, lo de la minita era raro.

Siempre pensé que Peter tenía algo de dealer, ah' recordé

lo del jarrón de Coppola.

Me agarra una persecuta que ni te cuento.

Tengo que hacer algo.

Me pongo la bata y hecho una ojeada al loft. Todo en

orden. Pongo traba a la puerta.

Me hago un tilo, y armo otro porrito para la cama.

Nunca pero jamás le tenés que dar la llave a alguien que no

conoces. Esto es algo que me repito siempre, y siempre se

lo digo a la gente.

¡Qué locos están todos men! Pienso mientras suena el

31


Graciela Mariani

teléfono, yo odio el teléfono, voy a dejar que conteste el

contestador. Pero como la curiosidad es más fuerte, me

acerco a escuchar quien es. Luego de un largo silencio se

escuchó la voz de Peter que decía -- Cachorra, tengo

algunos problemitas, pero para que te pongas contenta me

voy a pasar unos días en tu casa hasta que la cosa se calme,

gracias divina, sos una diosa, estaré por allí en dos o tres

horas, no te asustes que esta todo OK, Chau. -- piiip

¡Coño! Esto no puede ser, estoy metida hasta las pelotas,

me cagué en las patas y no pude ni responder. Al final que

le puedo decir si no quiero que venga, una noche o dos

que pasamos estuvo bien, pero quedar pegada quien sabe

con qué quilombo, no. ¡No!

Yo me las tomo. ¿Pero a dónde voy? ¿Qué hago con el

gato? Miles de interrogantes se me abren mientras corro de

un lado al otro sin el menor sentido, tan solo cambiando

cosas de lugar. Se me acaba el tiempo y yo todavía con el

pescado sin vender.

¡Qué joda!

Ya sé, me voy a lo de mamá, ahora la llamo. Corro al

teléfono y cuando termino de marcar me doy cuenta de

que Peter sabe en qué Country esta la casa de los viejos.

Corto. No puedo ir.

Camino al vestidor agarro un bolso de mano, empiezo a

meter algunas cosas, los jeans, unas remeras, medias (con

dos pares basta), algo de abrigo. Ya sé. Me voy a Córdoba

a un centro budista, tipo ashram, que está perdido del

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El operativo y otros cuentos callejeros

mundo. Sin teléfono, ni TV, ni nada. Me puedo llevar a

Bisagra, ya que el Negro me conoce bien y me deja tenerlo.

El Negro es como el alma máter del centro, pero más en lo

operativo, que en lo filosófico. Creo que la filosofía y el no

son muy compatibles, pero es adorable.

Bien, ahora que metí todo en el auto, meto al gato en su

jaulita y me las tomo.

Abro y cierro mil veces los cajones del escritorio, para no

olvidarme nada. Tengo las tarjetas, la guita, los

documentos, el movicom, la máquina de fotos, el set de

tocador, el walkman y un toco de boludeces más.

Meto a Bisagra en el auto, me siento, me abrocho el

cinturón y cuando levanto la vista me encuentro con Peter

parado frente a mí.

Me observa con su media sonrisa, desde la vereda. Ahora

me muero. No me puedo hacer la boluda, tengo que

inventar algo.

Le sonrío ampliamente y bajo mi vidrio al tiempo que digo

-- Hola cielito --

-- Hola cachorra, te deje un mensaje. ¿Lo escuchaste? --

dijo dándome pie para pensar algo.

-- Si mi amor, lo que pasa es que mi hermano sufrió- un

accidente esta madrugada. Volcó- con el auto y está con

conmoción cerebral en una clínica de Rosario. Mamá me

pidió- que fuera, lo siento bichito, pero no te puedo dar

bola, no te enojes. ¿Sí? -- digo de un saque y con gran

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Graciela Mariani

ingenuidad.

Me miró un momento y dijo -- Te acompaño, no podés ir

sola --

-- No! -- dije casi en un grito -- no podes, tengo que pasar

por lo de los viejos. Se me hace tarde, lo siento. Chau,

chau. -- y antes que pudiera reaccionar puse primera y

arranqué.

Chau loco, no me quiero quedar pegada. No sé si me creyó

o no, ya me da lo mismo.

Tengo tanto miedo que me tiemblan las manos cuando

meto los cambios. Respiro profundo, empiezo con

respiración rítmica. Uno, dos, tres, cuatro y exhalo.

Me va a venir bien el aire de Córdoba, pienso mientras me

fumo uno de los cigarritos, con un poco de porro en la

punta, que me preparé para el viaje.

Ya me siento mejor. Pago el peaje. Paro y como algo en la

autopista... Aquí vamos. ¡Rumbo a la aventura, muchacha!

La vida me dio una oportunidad, no sé si tendré otra. No

soporto a la gente que consume merca.

Los adictos son una lacra. Pienso mientras le tiro el

puchito a San Tuca...

Para que nunca falte.

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El operativo y otros cuentos callejeros

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Graciela Mariani

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El operativo y otros cuentos callejeros

Consecuencias del

machismo

-- Che, quedate que tengo que hablar con vos -- Dijo

usando su ya habitual tono imperativo.

Yo no contesté, para que, igual no me escucharía. El

quedarme no era una propuesta, era una orden y eso para

él era un hecho.

Acabábamos de volver de unos de esos almuerzos de

compromiso con otros dos matrimonios.

Todo había sido perfecto, el sol al mediodía parecía

alquilado, mi mesa preferida en Lola y la comida exquisita.

Como siempre, mousse de centolla, panaché de legumbres

y helado de limón, agua mineral sin gas y Dom Perignon.

La charla informal, trivial, en fin, lo justo para la ocasión...

Gracias al cielo, la ambientación, la música, el delicado

sabor de la comida y mis dos copitas de champagne,

componían el perfecto equilibrio para tan patética y vulgar

velada.

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Graciela Mariani

Ya había sido suficiente por un día, como para tener que

afrontar otra de sus estúpidas disquisiciones, ordenes, o lo

que sea que fuera, que esta vez se le antojara decirme.

De todos modos no tenía deseos de crear conflictos y

mucho menos en ese momento en que estaba a punto de

convencerlo de lo imperiosamente necesario de mi

tratamiento revitalizante en esa clínica Suiza que el tanto

admiraba.

No quería perderme ese mes sola en Europa por nada del

mundo. ¡Podría descansar, pintar, esquiar, escribirles a mis

amigas, deambular solitariamente, o lo que fuera! Todo sin

dar explicaciones.

¡Un placer inigualable!.

Estaba tan ensimismada con mis pensamientos que no lo

vi cuando se acercaba con su cara de BMW último modelo

y sexo haciendo juego.

-- Bueno, venite para el escritorio, espero una

comunicación de Hong Kong en cualquier momento --

esputó poniendo esa media sonrisa ganadora.

-- Bien mi amor, por mí no te preocupes, estoy bien. Si

querés espero que tengas tu conversación tranquila y

mientras te hago unos mimitos. -- dije melosamente y juro

que tuve que hacer un gran esfuerzo para lograrlo.

-- No, no, ¿estoy apurado -- y cuando no lo estaba? --

Tengo mucho trabajo, vení sentate que puedo hacer las

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El operativo y otros cuentos callejeros

dos cosas. No tengo tiempo para perder en boludeces --

“Será Justicia.”

Ya no lo soportaba más, era imbancable, insoportable,

intolerable, pedante, petulante, soberbio, fanfarrón,

grosero, mentecato, remilgoso, dueño de los ojos más

lindos que he conocido y.… mi marido.

Él hablaba, no sé qué cuernos estaba diciendo respecto a

que había estado callada en el almuerzo o algo así. Siempre

se encargaba de encontrar defectos en mi conducta. Y está

claro que el que busca, encuentra.

Tuve que soportar una perorata de una hora, saltaba de mi

torpeza a su gran habilidad, de mi estupidez a su increíble

destreza y sagacidad, de mi inclinación por gastar

estúpidamente el dinero a sus brillantes inversiones, sus

múltiples formas de ganarlo... y más aún...

Pero yo ya hacía tiempo que había desarrollado la técnica

perfecta para ignorarlo, mientras fingía estar

emocionalmente comprometida con sus palabras.

Lo nuestro era una farsa. Una parodia refinada, que iba

desde fingir escuchar a fingir disfrutar de sus incansables

programas y compromisos sociales y a actuar como una

amante ardiente en la cama.

Demás está decir que mi matrimonio era un fracaso.

Sabía que no podría seguir así por mucho más tiempo, la

necesidad de tomar aire, de alejarme por un tiempo se

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Graciela Mariani

hacía cada vez más frecuente y tenía miedo que Roberto

comenzara a sospechar que algo pasaba.

Pero en realidad su egocentrismo y vacío cerebral eran tan

grandes, que no se molestaría en perder su valioso tiempo

en pensar en mí, más bien creo que nunca se le pasó por la

mente el hecho de que yo, la simple sombra de su esbelta

esfinge, el adornito que le pertenecía para usarlo,

mostrarlo, gastarlo, etc., si, que yo, esa simple mujer a su

servicio, pudiera llegar a engañarlo.

Sin embargo, así era. No lo hacía por amor, ni calentura, ni

pasión o porque me importaran los sufrimientos del

fulano. No me movía ninguna de esas cursilerías.

Tan solo me regocijaba el saber que con cada nueva

relación que yo tuviera, al banana número Uno de Buenos

Aires, le daban gato por liebre y se lo comía como un

duque.

¡Pobre imbécil, cual pavo real amaestrado!.

Pero desgraciadamente al contrario de lo que yo suponía,

mi odio y mi desprecio no se atenuaban, sino que

aumentaban como espiral inflacionaria, y como no creía

que el FMI me otorgara una moratoria, un stand by, o un

aplazamiento de deuda... La solución era llamar a un

comando mercenario para solucionar el problema; y para

eso quien mejor que yo que venía aprendiendo el negocio

de maravillas.

Había una sola salida, desaparecer. Pero eso me daba dos

alternativas, desaparecer yo o hacerlo desaparecer a él.

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El operativo y otros cuentos callejeros

Confieso que la sutil idea de hacerlo desaparecer no era la

primera vez que aparecía en mis pensamientos. Es más,

últimamente se había transformado en un entretenido

juego recurrente.

El juego era complejo y refinado. Había desarrollado un

sofisticado ejercicio mental que consistía en las ciento un

(101) maneras de hacer desaparecer a Robin (nombre de

batalla para Roberto, elegido ad hoc para este objetivo).

Robin era solo el blanco y las siete plagas de Egipto, los

cuatro jinetes del Apocalipsis, la pérfida Gorgona, Corto

Maltés e Indiana Jones juntos y la reencarnación de Merlín,

eran poca cosa comparado con las peripecias y

encrucijadas en que mi mente metía a Robin.

Laberintos sin salida, cámaras de tortura y el vudú más

perverso tomaban forma día a día con más fuerza en mi

cerebro.

Pero lo salvó el gong. Lo que Roberto estaba diciendo me

llamo la atención.

--... y para cuando lograron sacar el auto de Ramiro del

lago, su cuerpo ya no estaba, aún no lo encontraron. Te

das cuenta, pobre Matilde... Vos tenés que ocuparte de ir a

verla personalmente. No se le puede mandar algo, sería

una grosería. Tampoco sería apropiado que fuese yo solo,

ya sabes como son las minas, te ven solo y se te pegan

como sanguijuelas, se ilusionan... Té acordás de aquella... –

y siguió hablando sin que yo escuchara ya absorta en mis

pensamientos.

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Graciela Mariani

¡Así que Ramiro desapareció! Así de fácil. Así de simple y

tonto. Lo dieron por muerto. No puedo, no puedo creerlo.

Que sea tan fácil, ¡¡¡no puedo creerlo!!!

En un tiempo más Matilde cobraría el seguro, ya que luego

de continuas búsquedas y dragados sin resultado, lo

declararían muerto.

Era muy difícil que alguien sobreviviera a las frías aguas del

Nahuel Huapi, generalmente no destinan más de una

semana en buscar.

Pensar que me lo había mencionado la última vez que

estuvimos juntos. Pero yo pensé que era otra de sus

fanfarronadas, no sé, algo para llamar la atención, como

para hacerse el interesante.

Así que había resultado. ¡Qué cosa!

En fin, movida inesperada del partener. Ante esta nueva

situación se amplían las alternativas de juego:

Nivel 1: Las 101 formas de encontrar un nuevo y discreto

amante.

Nivel 2: Las 101 formas de hacer desaparecer a Susan (mi

nombre de batalla) y reaparecer en otro lado, diferente y

nueva.

Nivel 3: El siempre tan popular y conocido: Las 101 formas

de hacer desaparecer definitivamente a Robin.

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El operativo y otros cuentos callejeros

Es increíble, pero soy una verdadera sentimental, y con este

último nivel me había encariñado demasiado.

Tanto, que dudaba que los otros dos llegaran a atraer

realmente mi atención.-

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Graciela Mariani

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El operativo y otros cuentos callejeros

El reencuentro

En cuanto entré al estudio de Nora ella me miró

interrogante y dijo.

-- ¿Y, ¿cómo te fue? --

-- No puedo decir que estoy desconforme, mi vida siempre

fue guiada por símbolos. Cuando hacía algo bien siempre

recibí una respuesta, cuando tuve dudas se me han

presentado de manera extrañamente marcadas dos

opciones y cuando he hecho algo de mala fe, la vida, me ha

quitado el doble. --

Hablé filosofando, todavía ensimismada en mis confusos

pensamientos.

-- ¿Contame que pasó cuando se encontraron? --

Ella conocía mi recurso de irme por las ramas y esta vez

fue más concreta.

-- Nada especial... Pensar que durante el tiempo en que

habíamos estado juntos todo fue mágico, pero parece que

luego con la distancia y el tiempo transcurrido, no sé algo

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Graciela Mariani

pasó, hubo un cambio que no puedo precisar bien, pero

aquel encanto desapareció. --

-- Fue como dice Neruda ‘... nosotros los de entonces, ya

no somos los mismos...’ --

-- Tal cual, fue así, era tan raro, yo no sabía bien si reír o

llorar y me la pase riendo de nervios, como una estúpida. --

Y lo sentía así, no tenía demasiadas explicaciones, hoy un

gran amor y mañana solo el silencio, ese silencio que nace

desde adentro y que duele profundamente, desgarra y

arrasa con toda las sensaciones y sentimientos que se hayan

tenido, alguna vez, para con el otro... Un vasto silencio que

te deja desierto.

Quizás lo tendría que pensar en términos de una gran

pasión, ya que yo no creo que en el amor haya desiertos,

solo transformaciones, silencios transitorios.

-- Es tan fácil confundir la pasión con el amor... lo que

comienza como pasión no siempre termina convirtiéndose

en amor, pero queremos que sea amor, porque... ¿quién se

resiste a la pasión? --

Dije lejana y entonces pensé que, el amor es fácil de

esquivar, difícil de lograr, se requiere mucho empeño,

comprensión y una total entrega y abandono de todo

egoísmo.

La pasión no tiene nada que ver con ello, es egoísta por

naturaleza, es un estado ideal, como de encantamiento y de

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entrega a la lujuria...

El operativo y otros cuentos callejeros

-- ¡La pasión esta tan lejos del amor! Pero de que es más

seductora, no cabe duda. -- Dijo Nora, como leyéndome el

pensamiento.

-- No entiendo como el amor pueda morir así, es inaudito,

incomprensible, solo así, tan fácilmente, eso no puede ser

amor. Decime que no. -- dije, y la miré suplicante.

Ella me miró con cariño, sonrió y volvió a preguntar con

tierna ansiedad:

-- Pero háblame de él, que hizo de su vida, que le paso, ¿te

contó algo, se casó, nuevamente? --

-- No lo supe exactamente, pero tuve indicios. --

Respondí distraída, absorta aun, en mis pensamientos.

-- ¿Indicios? ¿Cómo indicios? --

Miré a Nora y sin pensarlo respondí -- Si, indicios, algo me

dio la certeza de que lo que había pasado era lo correcto,

aun en contra de mi voluntad, sé que fue lo correcto. Yo

había querido forzar la situación, no me resignaba a perder

aquello que había tenido... si es que en verdad alguna vez

lo tuve... --

-- Si, ya sé, la vieja historia de aferrarse a las cosas, aunque

no funcionen, a no resignarse a dejar ir el pasado. El desear

volver a vivir las sensaciones que tuvimos, así nos lleve la

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Graciela Mariani

vida. -- Acotó Nora.

-- Tenes razón, es así, yo lo sentí como un miedo al

porvenir y un querer inmortalizar el momento, congelar lo

vivido y no perderlo jamás... una falacia, -- suspiré -- ¡ah,

debilidad humana! --

Nora calló un segundo, con la mirada perdida y como si

estuviese muy lejos dijo a modo de verdad metafísica: -- Si,

pero cuando la pesada mano de la vida nos sacude y nos

arrastra lejos de todo lo antes conocido, cuando nos

recuperamos del shock al que fuimos sometidos, todo

cambia, es como si las luces se prendieran en nuestro

interior, la energía nos invade y comenzamos a vivir la

realidad profunda y pausadamente. --

Y volviéndose hacia mí simpáticamente y con una amplia

sonrisa, agregó: -- Son las maravillas de la vida, en el

momento en que sentís que todo está perdido, allí está la

luz, esa que te calienta y te guía, lo que aparece de manera

simbólica que vos mencionaste al principio. --

-- Si, tenés razón, es como el esquí, viste que cuando tenés

miedo y querés detenerte te caes, te tropezás, pareces un

dibujito animado; en cambio cuando te dejas llevar sin

temor, bajas por la montaña como si fueses parte de ella,

perteneces a ella y lo que sentís es lo más maravilloso del

mundo. -- Dije como para mí, un tanto floridamente.

-- Positivo el reencuentro, entonces. -- Dijo Nora.

- La verdad, muy positivo, sí. - Respondí con certeza.

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El operativo y otros cuentos callejeros

-- Bien esto se merece un rico capuchino, vamos a

prepararlos, dale. --

Me levanté y seguí a Nora a la cocina, ya sabía que iba a

batir la leche, hacer el café exprés y a ponerle canela y unas

gotas de esencia de vainilla, con chocolate no nos

gustaba... además debíamos cuidar nuestra silueta...

Después de todo quien sabe, el amor puede estar

esperándonos a la vuelta de la esquina.

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Graciela Mariani

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El operativo y otros cuentos callejeros

Laburo extra

Desde que entró a ese hotelucho de mala muerte cerca

de la Av. De Mayo, sintió que todo olía a muerte, parecía

humedad, suciedad, vejez, pero en realidad olía a muerte.

La habitación del segundo piso, que le dieron, olía más a

muerte que ningún otro lado, solo le faltaban los gladiolos

en lugar de esas mugrosas flores de plástico.

Él estaba mal, ya lo sabía, venia mal desde que huía de esos

tipos con los que se había metido a hacer un laburo extra.

Desde que trabajaba en el Bingo lo habían estado

buscando y cargoseando, finalmente pensó que total, no le

hacía mal a nadie y unos mangos extras le venían más que

bien en esta época de malaria.

Total solo tenía que entregar unos paquetitos de merca en

unos cuantos hoteles de lujo, llenos de yankees putos y

minas trolas, que se murieran, a él que le importaba.

Dejaba el paquete, cobraba lo mangos y se olvidaba hasta

la siguiente entrega...

Por unos cuantos meses había ido todo bien, pero él

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Graciela Mariani

último tiempo le pareció que la mano venia pesada, tal vez

los mula eran piezas de recambio, como no sabía, se

escondió y listo.

Pero se sentía muy paranoico, todos le parecían

sospechosos, pero seguro que solo era su imaginación,

solo estaba asustado, pensaba que probablemente los tipos

no se quedaran tan tranquilos si alguno se las tomaba,

como él.

Era el precio de lo que había hecho, después de todo había

ahorrado algo de tosca y en verdes en Uruguay, nada de

‘corralito’, corralito: las pelotas, eso era para los boludos.

Sintió hambre y cuando miro el reloj ya eran las diez de la

noche, se empilchó para ir a comer algo.

Después de comer se metió en uno de esos bares con

minas, a chupar algo.

Se tomo dos Old Smugler dobles al hilo y se enganchó una

mina, una que no estaba nada mal y que lo había mirado

bastante, creyó que se la había levantado.

La mina tomo cerveza, él siguió con lo mismo de antes.

La cosa vino bien y se la llevó al telo en que estaba y otra

vez al entrar en su habitación sintió ese rancio olor a muerte,

ya no le dio bola.

Parecía que la mina venia bien, saco del bolso una botella

chica de ginebra, sirvió en un vaso para ella y el tomo de la

botella.

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El operativo y otros cuentos callejeros

Estaban en lo mejor de la cosa cuando sintió un dolor

punzante en la nuca, después de ello perdió el conocimiento.

La mujer se vistió, tomo un trago de ginebra, limpio con

cuidado todo lo que pudiera tener sus huellas, reviso bien y

hecho una última ojeada a la escena, todo estaba perfecto,

el tipo muerto con la botella al lado, de película.

Ella se fue con la satisfacción que da un trabajo bien hecho.

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Graciela Mariani

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El operativo y otros cuentos callejeros

Catarsis

El lugar, la casa de mi tía abuela Delfina, en San Isidro.

La ocasión, un sábado cualquiera, de mi tardía

adolescencia, a la tarde. La compañía, mi inseparable

amiga María. La bebida, gin tonic sin Gin. El tema, la

inmortalidad hipotética de los bichos bolita.

María -- decime algo --

Yo -- algo --

María -- no, algo como... diferente --

Yo -- diferente --

María -- no seas tonta --

Yo -- ya sabes que soy tonta --

María -- estúpida --

Yo -- tarupida ---

María -- mequetrefa --

Yo -- Triglicerida --

María – benzodiacepina -

Yo – otorrinolaringólogo -

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Graciela Mariani

María – ornitorrinco -

Yo – ja, ja, habeas corpus -

María – ipso facto -

Yo – ad hoc -

María – vademécum -

Yo – animus domine -

María – amen -

Yo – no era para tanto -

María – creí que era la misa en latín -

Yo – o un programa de Menéndez con Monseñor

Tirreno -

María – muy erudito -

Yo – de pito cortito -

María – me muero – riéndose – llueven enanitos... -

Yo – verdes o azules -

María – verdes los azules son Pitufos -

Yo – llueven Pitufos -

María – no, los Pitufos no llueven, crecen como hongos

-

Yo – más allá del bien y del mal -

María – más allá de las siete colinas -

Yo – más allá de los siete ríos -

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El operativo y otros cuentos callejeros

María – más allá de todo, oh, más allá de todo... -

Yo – oh, abandonado... -

María – tan solo como el muelle en la laguna -

Yo – oh, abandonado -

Silencio

Yo – debe ser horrible morir como Alfonsina, ¿no? -

María – era Neruda -

Yo – ya sé, pero la imagen me recordó a Alfonsina

caminando hacia el mar, debía sentirse tan sola, tan

abandonada, ¿no? -

María – supongo, es horrible ser tan genial y no poder

disfrutarlo -

Yo – sí, los genios son tristes -

María – tal vez, no quiero ser un genio -

Yo – no te preocupes que no sos un genio -

María – ah, gracias -

Yo – dígame licenciado -

María – licenciado -

Yo – gracias, muchas gracias -

María – en casa de herrero cuchillo de carnicero -

Yo – ja, en mi casa, yo -

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María - ¿sí? Mirá que joda -

Yo – esas eran las de antes -

Graciela Mariani

María – todo tiempo pasado fue mejor -

Yo – odas a la muerte de mi padre -

María – ¿de tu padre? -

Yo – No, de su padre -

María – de quien ¿el padre? -

Yo – Manrique -

María – al que votaba mi abuela -

Yo – el abuelo de ese -

María – tal vez el tatarabuelo -

Yo – a la tía del tátara-tatarabuelo –

María – seguro, la que tenía bigote - y mirándome fijo dijo

– ¡ella fue! -

Yo – que cosa –

María – la culpable de la muerte de María Antonieta -

Yo – no esa era la república -

María – más bien la revolución, la república fue una farsa -

Yo – como los cagaron, ¿no? -

María - ¿a los reyes? -

Yo – si a los reyes magos -

María – belén, belén -

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Yo – al pueblo -

María –que pueblo -

Yo – el francés -

María – si los re-cagaron -

Yo – como a nosotros -

El operativo y otros cuentos callejeros

María – sí, también a nosotros nos cagaron... – dijo

pensativa

Yo – ¿pensás en tu mama? -

María – sí, ahora ya no creo que este viva -

Yo – que cagada, pero no lo creo posible -

María – sabías que la vieron en La Perla -

Yo – ¿cuándo era chica en Mar del Plata? –

María – ¡ja! veraneando. En el Campo de Concentración

La Perla, boluda -

Yo – ya sé, quise ponerle un poco de humor y me salió p’al

culo -

María – alguien se lo contó a mi abuela -

Yo – quien, ¿sabés? -

María –no sé, uno que se apareció en la Sede -

Yo – ¿pero es de confiar? –

María – sabés que ellas los investigan hasta los huesos -

Yo – sí, me imagino, debe haber cada loco -

María – bueno este era medio loco, pero por la tortura, eso

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Graciela Mariani

dijo la abuela -

Yo – pobre tipo ¿cómo anda Abi? -

María – un poco mejor, tratando de hacerse a la idea aún,

yo creo que esperaba encontrarla con vida -

Yo – ¿vos te acordás de ella? -

María – muy poco..., no sé, creo que no -

Yo – que joda -

María – no sé, para mí la tía Ali es mi mamá, y la amo -

Yo – debe ser raro tener dos madres -

María – no sé, ella nunca se casó para cuidarme, para mí

tuve una sola... -

Yo – que garrón -

María – supongo -

Yo – también fue una forma de mantener cerca a su

hermana -

María – eso creo ¡pero a mí me ama igual! -

Yo – que dulce -

María – sí, yo la quiero mucho -

Yo – si yo también la quiero mucho, ¿te acordás cuando

nos hacía torrejas? -

María – sí, ¡que empalagosas! -

Yo – eran buenísimas -

María – y empalagosas -

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El operativo y otros cuentos callejeros

Yo – sí, la cuarta era empalagosa -

María – ¡gorda! ¿te llegabas a comer cuatro? -

Yo – no creo, eran demasiado empalagosas -

María – sí, empalagosísimas -

Yo – que asco, ¡quiero torrejas!

María – ¡hagámoslas! -

Yo – mucho lío -

María – sí, mucho lío -

Yo – ¿otro bombón? -

María – dale, uno de licor -

Yo – no uno de marroc -

María – dátiles, eso quiero, dátiles -

Yo – vamos a la cocina, seguro que hay alguna lata en la

despensa -

María – vamos -

Yo – adoro los dátiles -

María – yo también -

Yo – que bueno -

María - ¿de veras creés que Dios existe? -

Yo – claro -

María - ¿vamos a misa de siete? -

Yo – ¿habrá misa de siete aquí? -

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Graciela Mariani

María – supongo -

Yo – y bueno, vamos -

María – quiero romper algo -

Yo – ¿ahora? -

María – sí, ¡ya! -

Yo –vamos al jardín a romper ramas secas -

María – ¡y hojas, hagamos catarsis! -

Yo – te quiero Mery -

María – yo también, Lú -

Puse una gran sonrisa

María – una gran catarsis ¡matemos las hojas secas! -

Yo – ¡reventemos babosas!

María – eso no es catarsis, es estupidez -

Yo – puede ser, pero es sano para el jardín -

María - ¿cómo vas a reventar babosas? se les pone veneno

-

Yo – ¿y caracoles? esos hacen crac -

María – me dan pena los caracoles -

Yo – pero se comen las plantas -

María – y los franceses a ellos -

Yo – ¿los de la revolución? -

María – esos y los de ahora también -

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Yo – que asco –

El operativo y otros cuentos callejeros

María – a mí me gustan -

Yo – no me extraña, sos un poco babosa -

María – ¡tu abuela! -

Yo – ella también -

María – ¡qué mala! -

Yo – no es joda, no sabes cómo mira a los potros por tele

-

María – eso es sano -

Yo – si yo a los setenta también voy a mirar potros -

María – mirar... porque a esa edad otra cosa no te queda -

Yo – debe ser raro envejecer -

María – si horrible -

Yo – prefiero vivir vieja y no morir joven -

María – ¡qué frase, loca! -

Yo – me maté -

María – ¿te puedo citar? -

Yo – cuando quieras -

María – en mis memorias – dijo muy solemne

Yo – si en tus memorias – enfaticé yo

María – porque en mis memorias tan sarcásticamente -

Yo – es que yo me olvido de todo -

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Graciela Mariani

María – eso es lo bueno de “Las Memorias” decís lo que se

te canta -

Yo – así si juego -

María – así juegan todos -

Yo – creo que sí, ¿no seremos escépticas?

María – la vida es cruda – dijo en tono rimbombante

Yo – ahora te citaré yo - acoté

María – ¿en tus no-memorias? -

Yo – en esas mismas, las que inventaré -

María – como estrella de cine -

Yo – como príncipe heredero -

María – como jugador de tenis -

Yo – como pintor célebre -

María – como banquero inglés -

Yo – como astronauta yankee -

María – como puta fina -

Yo – como todos los narcisistas -

María – ya decía yo que eras un poco narcisista -

Yo – que te recontra -

María – boba -

Yo – ¡pisemos hojas secas!

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María – ¡vamos!

El operativo y otros cuentos callejeros

Nos abrazamos y salimos al jardín.

Jamás se supo a ciencia cierta en donde estuvo la mamá de

María, tampoco que fue lo que le paso o como murió...

pero estamos seguros que murió.

Ahora esperamos que Estados Unidos abra sus archivos

secretos sobre la Dictadura, como lo acaba de hacer con

Chile.

Igual no creo que sirva de mucho.

Ese día, recuerdo, que saltamos como nunca sobre las

hojas secas y riéndonos a carcajadas terminamos tiradas en

los sillones de la galería. Hacía un frío de cagarse y

nosotras chivando como locas.

Pienso que reírse con una amiga es la mejor de todas las

catarsis.

*******

A los hijos de los desaparecidos a causa de la Dictadura Militar de

1974 a 1983 en la Argentina.

65


Graciela Mariani

66


El operativo y otros cuentos callejeros

La adoptada

Elena y yo concurríamos al mismo taller de artes plásticas.

Cuando la conocí me impactó su elegancia y buen gusto, era

una mujer verdaderamente fina y delicada, todo en ella era

sublime, hasta el más mínimo detalle.

Verdaderamente era un placer mirarla, aunque no era bella,

pero de facciones delicadas y regulares, sabía bien como

destacar sus partes atractivas y transformarlas en

cautivantes.

A mí me cautivo desde el primer momento, con sus anteojos

de Giorgio de Beverly Hills, sus pañuelos de Hermes y

zapatos de Magli..., una verdadera “Prima Donna”.

El segundo año en que coincidimos en la clase de Historia

del Arte, comenzamos a intimar, a tomarnos un café o un

té, luego del taller y un día, improvisamente, hablando yo de

mi familia, me contó que era adoptada, que amaba a sus

padres y que ellos vivían en su casa.

La historia era compleja y escalofriante, la supe por ella y

más tarde otros aspectos me los contó su madre adoptiva.

Elena tuvo una infancia feliz y una adolescencia normal, se

hacia las preguntas típicas de todo adolescente: si realmente

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Graciela Mariani

me quieren, quien soy, para que vivo, seré adoptado o estos

son mis verdaderos padres, etc., etc., etc...

El tema es que ella sí, había sido adoptada, y no paro de

investigar el cómo, porque, cuando y donde.

Supo que su madre, quien no podía tener hijos, había

acompañado a su cuñada a “La casa Cuna” (hogar para

niños huérfanos), porque aquella tenia deseos de adoptar

una beba de nueve meses que ya había visto y estaba un

poco insegura de la decisión.

La beba no había sido adoptada hasta entonces, ya tenía

nueve meses, pese a ser rubia de ojos claros y bellísima, dado

que provenía de una paciente del Hospital

Neuropsiquiátrico Borda, en fin una “loca”, y nadie quería

arriesgarse a que arrastrara problemas genéticos.

La mujer en cuestión tampoco lo hizo, pero su cuñada,

quien la había acompañado, sintió un afecto especial por esa

criatura, regreso con su marido, la visitaron varias veces, la

tuvieron en

guarda y finalmente lograron su adopción legal.

Ellos habían sido los únicos padres que Elena había

conocido y tenido en toda su vida.

Por más que intentó, e indagó todo lo que descubrió que

era de familia de inmigrantes húngaros que escaparon de

las miserias de la segunda guerra, que tenía hermanos y que

su madre había estado internada en varias oportunidades

en el Borda, con severas depresiones producto del horror

68


El operativo y otros cuentos callejeros

de la guerra, y que allí había dado a luz a dos niñas, una de

ellas coincidía con su descripción.

Logró averiguar el apellido de la familia y hasta su última

dirección, pero para cuando fue a buscarlos habían

desaparecido sin dejar rastros.

Para aquel entonces ya había llegado el amor a su vida,

además en manos de un descendiente de una de las

familias más tradicionales de la Argentina, quienes ya no

tenían gran fortuna, pero era un hombre refinado y culto y

estaba perdidamente enamorado de ella.

Por ende se casó, tuvo cuatro hijos, el amor de sus padres

y se olvidó del asunto, para siempre, por lo menos así lo

pensó.

Luego de pasados casi veinte años de aquel suceso,

trabajando como voluntaria en una prestigiosa

Organización de Caridad, Las Damas Rosadas de San

Isidro, y encontrándose en servicio, conoció a una

Asistente Social con la que con el tiempo fue intimando y

finalmente le contó su delicada historia.

Esta mujer se conmovió tanto por el relato de Elena, que

se prometió no parar hasta lograr ubicar a su familia

biológica.

Y así lo hizo y luego de mucho esfuerzo e influencias, lo

logró.

Cuando Elena se encontró con las señas particulares de su

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Graciela Mariani

familia, le temblaban las piernas y se sentía desvanecer y

tardó un tiempo en tomar el coraje suficiente como para

encontrarse con ellos.

La ocasión llegó, sus padres ya habían muerto, su madre

loca, su padre de tristeza y en la miseria, la hermana que

había nacido en el Borda antes que ella había sido dada en

adopción, pero con conocimiento de la familia, quienes

nunca perdieron contacto con ella, pero para cuando ella

nació, era la quinta, su padre, agobiado por las

circunstancias y ante el riesgo que no fuese suya, ni siquiera

la reconoció.

A partir del contacto, debió romper el escepticismo de su

auténtica familia, quienes se negaban a creer en su

parentesco.

Pero una tía sabía que ella existía... y por otro lado era

idéntica a dos de sus hermanos y luego de varias

entrevistas, la aceptaron.

La vida de esos tres hermanos había sido muy dura, con

muchas responsabilidades y necesidades insatisfechas.

Ella en cambio había tenido una vida privilegiada, mimada

por sus padres y luego por su marido y esos hermosos

hijos; comprendió que se sentía muy a gusto consigo

misma.

Por esto y por la ansiedad que su aparición provocó entre

sus ellos, comprendió que el encuentro se había dado en

mal momento.

70


El operativo y otros cuentos callejeros

Pronto se sintió acosada por su familia biológica, agobiada

por las preguntas, culpable por su vida, como en deuda

con ellos... y huyó.

Se mudó, cambio sus teléfonos y desde hacía un año, no

los había vuelto a ver.

Tampoco sabía si los llamaría para volver a verlos algún

día...

71


Graciela Mariani

La casona Inglesa

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El operativo y otros cuentos callejeros

Estaba nervioso y cansado de andar y desandar caminos.

Cansado de manejar en ruta y luego por los extraños

vericuetos que daba a tientas, tratando de seguir las

instrucciones. Y aunque estas parecían muy precisas, no

lograba atinar con el camino adecuados.

Cuando ya casi se había dado por vencido, convencido de

que nunca podría llegar y que de seguro abría entendido

algo mal de las indicaciones, decidió seguir adelante por

ese lúgubre camino que pareciera ser el señalado. Luego de

un montón de lomos de burro y de que el camino se

angostara al ancho de un solo auto, se encontró con un

abrupto final, que daba a su izquierda a una pesada

tranquera. Tras ella solo seguía un sinuoso camino privado

de tierra. Se sintió confundido y dudó si seguir adelante, ya

que no deseaba invadir propiedad privada. Luego pensó

que lo peor que le podría llegar a pasar era que alguien le

dijera que se fuera de allí, por lo que decidió arriesgarse, no

había ya nada que perder.

Después de un par de curvas por un campo desolado, al

que alguien habría tenido la intención de parcelar para uso

urbano, proyecto que habría quedado evidentemente sin

terminar, se encontró nuevamente frente a otra antigua y

pesada tranquera abierta, solo que esta vez a lo lejos se

alcanzaba a vislumbrar una antigua casona inglesa.

No sabía en donde estaba, pero el lugar lo había atrapado

tanto que deseaba ansiosamente haber llegado al sitio

indicado.

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Graciela Mariani

Si bien el día estaba espectacularmente soleado y sin una

sola nube a la vista, el lugar era puro barro, indicando que

habría llovido copiosamente en los últimos horas. Debido

a ello no estaba muy seguro si aventurarse hasta donde

estaban estacionados una media docena de autos, ya que el

suyo no estaba preparado para el campo, era demasiado

bajo y temía romperle algo. Maniobró un poco sobre el

pasto y lo dejó en donde pudo y así finalmente se aventuró

a la casa.

Se sintió indeciso en el momento de bajar sus cosas, ¿y si

no era la casa?, en fin, tomó solo su campera, los lentes de

sol y el celular, cerró el auto y se dirigió a lo que parecía ser

un sendero peatonal, solo por tener la hierba más aplastada

que el resto.

La casa era muy vieja y era una extraña mezcla entre

señorial y rústica, tal vez solo sería falta de mantenimiento.

Y también, ese techo que salía de la galería, y terminaba en

forma redondeada sostenido por varias columnas de

hierro, cubiertas por frondosas y glamorosas enredaderas.

Mientras el piso de la galería se estiraba en forma de T,

donde había unos cuantos sillones de mimbre y madera,

formando un lugar encantador para desayunar o para el té

de la tarde.

Se veía más atrás una escalera caracol también de hierro,

que subía al ala derecha y remataba en un inestable balcón

justo en una puerta ventana de la planta alta.

Como a unos cien metros hacia la derecha, alineada a la

extensión de la galería se encontraba una suerte de

estanque o piscina rectangular, casi sin reborde, un poco

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El operativo y otros cuentos callejeros

más allá unos bancos de madera, situados bajo algunos

añosos árboles, tipas de seguro, y aún más lejos un

pequeño arroyo serpenteaba juguetón, completando

exquisitamente la composición.

La casa tenía una forma simétrica, con una parte central de

una sola planta y dos alas laterales de dos plantas en donde

el pronunciado techo de chapa, a dos aguas, terminaba

abierto luciendo la típica banderola redonda del siglo XIX.

En la parte central este dejaba ver el agua lateral y sobre la

cima el típico encaje de metal que lo engalanaba.

El techo de la galería en cambio, nacía de más abajo, y sin

tomar en cuenta la pendiente del principal, bajaba menos y

tranquilo, logrando un efecto sumamente acogedor.

En ese momento supe que yo debía vivir allí, o tal vez debí

haber vivido. Me sentía tan a gusto como si me hubiera

criado allí. Creo que ni podría haber imaginado un lugar

tan perfecto en todo el mundo.

La voz de Rodolfo me sacó de mi embeleso.

--¡Juan, menos mal que llegaste! ¡Rosita ya estaba a punto

de llamar a la policía! -- dijo con ironía refiriéndose a su

cariñosa, pero un tanto pesada, tía abuela. --- Vamos que el

asado está casi a punto y las mujeres están ansiosas por

conocerte, parece que serás el niño mimado del fin de

semana. ---

Pero nada de lo que mi amigo pudiera decir haría que

dejara de sentir la inmensa felicidad que me producía el

estar en ese lugar.

75


Graciela Mariani

Su voz parecía suave, amortiguada por el trinar de los

pájaros y el ruido que imaginaba haría el arroyo en su

recorrido.

Le conteste algo, charlamos un poco y me tironeó para

adentro.

Al entrar, yo esperaba encontrar un ambiente colonial

inglés, bastante victoriano, con estampados floreados,

cómodos almohadones y encajes por doquier.

El shock fue terrible, la casa había sido varias veces

remodelada internamente, supongo que para agiornar los

baños, que estaban impecables. Pero en ese intento de

modernización, había varios vidrios fijos, conservaban las

rejas, pero no los postigones, y en el salón lateral que hacía

de cuarto de estar, alguien había puesto una enorme

chimenea redonda, modernosa, con campana y caño de

chapa, que era de un mal gusto inusitado. No cabía duda

que yo habría vivido en el jardín.

Después de todo la casa era acogedora, un poco fría,

amplia y con un estilo campestre minimalista bastante

agradable.

El cotorreo que venia del comedor sonaba a una buena

recibida, seguramente, sería un fin de semana que

demandaría una gran actividad social y en ese momento de

mi vida, justo después de cumplirse escasos dos años de la

muerte de Bettina, actividad social en pleno campo, era

algo largamente esperado de poder disfrutar.

Al entrar al comedor noté que Matilde, la mujer de

76


El operativo y otros cuentos callejeros

Rodolfo, en complicidad con la tía Rosita, habían hecho de

las suyas y me habían invitado a un par de mujeres, que no

estaban nada mal, por cierto... yo ya me imaginaba que la

mano venía onda enganche... son un par de metidas... Pero

también sabía que eran bienintencionadas, ya que Matilde

se apenaba mucho de verme tan triste y no poder hacer

nada para remediarlo. Era justo reconocerle que había

esperado un razonable tiempo prudencial. Eso me lleno de

ternura, pero la situación en sí se me antojó embarazosa,

cosas que uno arrastra, timidez tal vez...

Luego de las presentaciones comenzamos con el aperitivo

y charlando animadamente pasamos por el asado hasta el

postre. Todo había estado adecuadamente exquisito,

Matilde era una mujer de un gusto sumamente refinado y

eso lo manifestaba en cada una de las cosas que ella

organizaba.

Rosita, por supuesto que había aportado lo suyo, si bien

estaba ya muy mayor, aún conservaba ese aire

elegantemente aristocrático.

Las dos mujeres que nos acompañaban, eran también

encantadoras, pero yo no me sentía de ánimo donjuanesco

y trate de ser suficientemente cortes, dadas las

circunstancias, pero sin demostrar demasiado interés en

nada ni en nadie en particular.

Cuando nos levantamos para pasar a otro salón para tomar

café y licores, yo me escurrí con la excusa de ir al baño.

Bien, si pasé por el baño, pero mi objetivo era el jardín...

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Graciela Mariani

Cuando me asome a la puerta ventana del salón contiguo,

el que funcionaba a modo de hall de recepción, y mire

hacia fuera me encontré con una escena verdaderamente

paradisíaca.

La glorieta estaba recubierta por una enredadera con

delicadas flores amarillas, el sol se reflejaba en el agua del

estanque, produciendo extraños flashes de

encandilamiento.

Cuando mis ojos se acostumbraron a ese resplandor, la vi,

sentada en un sillón de ratán, rodeada de almohadones y

absorta en la lectura de un libro que yacía entre sus manos.

Era joven, era hermosa, tenía una abundante cabellera

castaña, que recogía graciosamente hacia atrás, dejando sus

suaves facciones al descubierto, para luego caer cual

cascada sobre sus hombros.

Vestía de blanco en un estilo sumamente romántico... A su

lado lograba distinguir un servicio de té individual y más

allá un par más de acogedores sillones... Parecía una

estampa del siglo XIX...

Lo curioso es que no recordaba que fueran los mismos que

había visto a mi llegada, pero tal vez el cansancio y la

ansiedad por llegar, habrían distorsionado la imagen...

aunque tampoco me había parecido tan resplandeciente el

día, ni había visto el jardín tan cuidadosamente mantenido,

como tampoco había visto unas hermosas plantas acuáticas

que decoraban el estanque...

78


El operativo y otros cuentos callejeros

En fin, sin duda era que, deslumbrado por la belleza de la

casa en sí, no habría prestado suficiente atención al

entorno.

Tomé coraje y salí a presentarme, me le acerque lenta y

pausadamente y susurre un

--Disculpe, creo que no nos han presentado.--

Entonces ella se volvió graciosamente hacia mí y dijo con

voz muy dulce:

--Amor, no había notado tu presencia, ven y siéntate a mi

lado, que deseo leerte un poema que me ha prendado. --

Yo me quedé helado. Mire hacia los lados para ver a quien

se había dirigido ya que a mí no podría ser, ya que, si bien

la sentía terriblemente familiar, nunca la había visto en mi

vida. No vi a nadie más... me quedé anonadado, creo que

con la boca entreabierta como un tarado...

--- Querido, ¿qué te sucede?, si parece que hubieses visto a

un fantasma, ven acércate a mí. -- Dijo armoniosamente y

me tendió la mano.

Estupefacto como estaba, de seguro me confundiría con

alguien, o estaría mal de la cabeza y por eso no me la

habrían presentado...

En fin, sin saber bien cómo actuar, le tendí mi mano y

note con extrañeza que en lugar de la polera que traía

puesta, vestía con camisa blanca y saco de hilo color hueso.

Inmediatamente mire hacia abajo y me vi enfundado en

ese extraño traje de hilo, con chaleco y unos rarísimos e

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Graciela Mariani

incómodos zapatos blancos, que yo jamás usaría... pero...

¿qué estaba pasando? ¿Estaría soñando?

Si, sin duda me habría quedado dormido en algún sillón,

vencido por el estrés del viaje... ¡qué papelón! ¡Y encima

soñando!

Cerré los ojos con fuerza, y los abrí sorpresivamente,

esperando encontrarme en la sala... pero no, seguía allí...

con esa hermosa mujer que parecía que me amaba. ¡Era

absurdo! ¡De seguro Matilde me había preparado esta

escena surrealista! ¡No cabía duda, era una charada!

¡Decidí continuarla, no me iban derrotar tan fácilmente...!

Me incliné hacia ella, tomé su mano y la besé suave y

cortésmente. Tomé una taza de té y disfrute de ese

momento maravilloso.

Luego le pedí disculpas por tener que retirarme y entré

nuevamente a la casa, a buscar un par de respuestas...

Busqué por algunas habitaciones y luego escuche las voces

provenir del jardín de invierno, me dirigí allí, entré y todos

me miraron con extrañeza.

-- ¿Dónde estabas querido? -- Dijo la tía Rosita.

-- Sí, ¿en dónde? -- Acotó Rodolfo -- por poco pensamos

que te habías ido, pero Matilde nos hizo notar que aún

estaba tu auto, por poco salíamos a buscarte con los

perros. --

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El operativo y otros cuentos callejeros

Siempre había sido el mismo exagerado.

-- Paseando por el jardín, es curioso lo que uno puede

llegar a encontrar allí, ¿no? -- Dije con un dejo de ironía, y

agregué, -- ¿alguien me puede convidar un Coñac, por

favor? --

Me alcanzaron un Napoleón y me desplomé en un

confortable Berger, al hacerlo bajé la vista hacia mis

piernas y me encontré vestido, tal y como había llegado al

mediodía. Era extraño, tal vez había fantaseado con ese

ropaje de época.

Como nadie dijo nada respecto a la chica del jardín, yo ni

lo mencioné, así la intriga sería mayor... y con la copa aun

en mi mano, me levante y le dije a Matilde si tendría la

amabilidad de mostrarme la casa. Verdaderamente estaba

ansioso por conocerla de cabo a rabo.

Matilde gentilmente accedió, me tomo del brazo y dijo,

-- Dejemos a este grupo de aburridos y hagamos la visita

guiada especial. --

-- Bueno -- asentí, y me dejé llevar.

Recorrimos decenas de habitaciones, interconectadas entre

sí, salones, saloncitos, llegamos al gran salón

desgraciadamente remodelado y entramos a un saloncito

que quedaba a un lado de este.

-- Este es mi lugar preferido de toda la casa. -- Dijo

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Graciela Mariani

Matilde.

El lugar tenía una escala normal para esta época, unos tres

metros por cuatro, más o menos. Tenía un par de ventanas

que daban a la parte trasera del parque y una hermosa

chimenea en la pared lateral. Era el primer lugar de la casa

que estaba ambientado en concordancia con ella, es decir,

un confortable estilo Victoriano.

Era razonable que a Matilde le gustara, era precioso, a mí

me cautivo y nos sentamos, sin pensarlo,

espontáneamente, en los sillones que bordeaban la

chimenea.

Estar allí era tan reconfortante como mi anterior estancia

en el jardín, me relaje mientras sorbía lo que quedaba del

Coñac, esperando ansioso la triunfal entrada de la

muchacha del jardín, o alguna otra sorpresa extraña.

--Creo que este salón fue lo único de la casa que se salvó

de ser remodelado. Bueno supongo que han renovado los

tapizados y tal vez cambiado algún mueble, pero en

conjunto, por lo que sé, sigue igual a cuando ella vivía. --

Y miró por encima de su hombro, señalando un retrato

que me había pasado desapercibido hasta aquel momento.

Cuando lo vi mejor me llamo la atención y me pare a verlo

con detenimiento. La mujer del retrato tenía un increíble

parecido con la chica con la que había conversado en el

jardín, hasta su vestido parecía casi el mismo. Estaba en

medio de una broma cuidadosamente preparada por

Rodolfo y Matilde, no cabía duda.

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El operativo y otros cuentos callejeros

-- ¡Qué buena pintura! El parecido es increíble. ¿Quién es

ella? -- dije todo seguido.

-- Ella es Amelia, la dueña de casa y claro la pintura es un

Mannaire. Bueno, en realidad, Amelia Hudson de Alzaga

fue la primitiva dueña de esta casa, es decir, Martín de

Alzaga, su marido, la construyo para ella, era su refugio, el

refugio para su gran amor. Pero decime, ¿a quién decís que

se parece? -- dijo mirándome interrogantemente.

-- Es que me pareció ver a una chica en el jardín que se le

parecía muchísimo, y hasta intercambie un par de palabras

con ella. ¿Es descendiente de ellos? -- pregunte como si el

tema no tuviera importancia.

-- No existe nadie, por lo menos que sepamos, que

descienda de ellos. Todos murieron. Es una historia muy

triste. -- y Mati se quedó pensativa.

Yo volví a mi asiento en completo silencio y me quedé

contemplándola, esperando que siguiera hablando...

relatando la historia, a ver cómo era que seguía la cosa...

Al rato, como quien cuenta un terrible y valioso secreto,

continuó.

-- Ellos tuvieron dos hijos un varón y una niña y solían

pasar los veranos aquí, con muy poca servidumbre, les

agradaba guardar su intimidad... Cuentan que uno de esos

días calurosos de enero a los chicos no se les ocurrió mejor

idea que bañarse en el arroyo, que al parecer tiene partes

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Graciela Mariani

bastante más profundas de lo que parece... no se sabe bien

que pasó, pero parece que casi se ahogan ambos. La hija se

salvó, pero quedo delicada de los bronquios y el varón no

sobrevivió. Amelia no se repuso de la muerte de su hijo y

dicen que pasaba días enteros encerrada en este cuarto. La

hija, Sofía, murió de una neumonía antes de cumplir

quince años... Amelia no soportó tanta amargura y se dice

que se dejó morir de tristeza. Martín al poco tiempo se

quitó la vida, en su casa de Capital y dejo una carta en que

pedía a sus allegados que no tomaran a mal su decisión,

que él estaría bien y que solo deseaba reencontrarse con su

familia. -- calló y me miró con lágrimas en los ojos.

-- ¡Matilde, que historia tan terrible! ¡Pobre gente, que

tragedia! Es para una novela gótica, realmente terrible. No

debí bromear con ello, pero quedé anonadado. --

Dije medio balbuceando, ya que la charada, se me hacía

cada vez más tortuosa e incomprensible. Pero

conociéndolos y teniendo en cuenta que sabían cuánto y

que profundamente me había afectado la muerte de

Bettina, no era raro que crearan una historia de fantasmas...

A los dolores se los cura enfrentándolos, decía mi

terapeuta.

-- Si, muy trágico, pero paso hace más de cien años... aquí

ya nadie le da importancia a la historia y hasta dicen que el

fantasma de Amelia deambula por el jardín, algunas veces.

Historias de campo, aparecidos, la luz mala, cuentos de

viejos... -- dijo sonriendo, y agregó - mejor que volvamos

con los demás que esta vez sí que llaman a la policía...

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El operativo y otros cuentos callejeros

En el Jardín de invierno solo quedaba Irina, la amiga de

Matilde, leyendo un libro, dijo que Rosita se había ido a

descansar y que creía que Rodolfo se había escapado a

dormir la siesta y que Mabel tal vez estuviera en la cocina,

preparando algo para la hora del té. Matilde me aclaró que

Mabel tenía el hobbie de la repostería y que de seguro nos

deleitaría con alguna exquisitez de su propio peculio.

Estaba atardeciendo, y desde la ventana podía divisar la

mágica paleta de colores del atardecer pampeano. Me

predispuse a disfrutarlo a full. Busque mi campera y salí...

La galería había perdido el encanto de la tarde, pero no le

preste mayor atención, me dirigí directamente al medio del

parque, buscando un claro qué me permitiera ver el

horizonte y disfrutar de esa increíble puesta del sol.

El sol en sí, era una gran bola color naranja intenso, el

cielo a su alrededor variaba desde los celestes, rojizos,

azules y violetas... nubes multicolores completaban el

cuadro.

A medida que el sol se iba poniendo, los colores del cielo

se diversificaban en forma, tono e intensidad... ¡era un

verdadero deleite para la vista!

Para cuando el sol se puso y la luna creciente, aun con luz

en el cielo, aparecía dominante, me di cuenta que estaba

apoyado en uno de los dos jacarandás cercanos al arroyo.

A pocos pasos de donde yo estaba se hallaba el banco de

piedra que había visto a lo lejos, y en él se hallaba sentada

la dama de la tarde, triste, más delgada, con sus ojos fijos

en el horizonte mientras las lágrimas le surcaban el rostro.

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Graciela Mariani

Me acerqué a ella, ni siquiera notó mi presencia, no me

pareció prudente molestarla y un poco confundido regresé

a la casa.

Adentro estaban ya todos tomando el té en el acogedor

jardín de invierno. Me uní a ellos y pude comprobar que

ciertamente, Mabel, además de elegante y atractiva, era una

excelente repostera.

Era una especie de té - cena, con canapés, scottish cakes,

torta galesa, fiambres y patés. Una verdadera delicia de

colores y sabores.

Rodolfo me comento que era costumbre de su tía el

disfrutar de esos largos tés, tardíos, alargar con ellos la

tertulia y retirarse a descansar satisfecho, pero sin tener el

estómago pesado y que ellos disfrutaban mucho de esa

vieja costumbre, ya que luego armaban partidos de back

gammon, cartas o lo que fuere, hasta que se retiraran

todos.

Le comenté que yo aun no sabía en donde dormiría, ya que

con tanta algarabía y comidas, no había siquiera dejado mis

cosas, que aún estaban en el auto.

-- ¡Pero qué mal estuve con vos!, Tenía tantas ganas de

verte y de conversar que el tema del equipaje se me olvido

completamente. Ya mismo le pedimos al Ramón, el casero,

que te busque el bolso y te lleve a tu habitación. -- dijo

apresuradamente Rodolfo

-- Te agradezco, pero prefiero que primero me muestren la

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El operativo y otros cuentos callejeros

habitación y luego iré yo mismo a buscar las cosas al auto.

Tengo que revisar algunas cosas y la alarma es algo

sofisticada de manipular. -- Le contesté.

-- ¡Bárbaro! Ya vengo con la llave. -- dijo Rodolfo saliendo.

¿Llave?, ¿Acaso cerraban las habitaciones con llave?, que

costumbres más raras las de esa casa... Parecía que el

acertijo continuaba y no me cabía más duda que Rodolfo

estaba en ello...

A los pocos minutos volvió y me hizo seña de que lo

siguiera, entonces me comentó, que con tantas mujeres en

la casa los cuartos de adentro estaban todos ocupados, que

quedaba su lugar preferido disponible, ya que a las mujeres

les atemorizaba el subir y bajar la escalera caracol.

Entonces entendí que se refería al cuarto de arriba, el del

balconcito de hierro, me encantó la idea de ir allí.

El farol de afuera, próximo a la escalera la iluminaba por

completo y en cuanto abrió la puerta de la habitación,

Rodolfo busco una perilla interior que prendió un farol,

también externo, cercano a la puerta y prendió la luz de

adentro.

-- Este lugar es historia pura, cuando hicieron los baños, le

agregaron a este uno pequeño, pero bastante completo, allá

al fondo, donde está el dormitorio y dejaron aquí adelante

este adorable saloncito.--

El adorable saloncito al que Rodolfo se refería era de

dimensiones considerables, considerando las casa de hoy

en día. Y estaba alegremente decorado, sencillo pero

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Graciela Mariani

acogedor, y se comunicaba con el dormitorio con una gran

puerta de doble hoja.

Este era enorme, con una magnifica chimenea, que se

hallaba encendida, se notaba que desde hacía rato, dada la

cantidad de ceniza.

La cama con baldaquino, seguramente de cerezo o alguna

otra madera fina, estaba rodeada de gran cantidad de

muebles de su estilo, que completaban suntuosamente la

decoración del lugar.

Yo quedé deslumbrado y Rodolfo notó mi asombro.

-- Y Juan, te quedaste sin habla, yo te dije que era mi

cuarto preferido, aunque nunca entendí porque no tiene

comunicación interna y cómo es que en la remodelación

tampoco se la hicieron. Pero así queda tan independiente

que me encanta. En el saloncito tenés una heladerita, tipo

frigo bar, para no tener que bajar. Sabes que cuando vengo

solo, siempre duermo aquí. Adoro este lugar. Ah, vení que

te muestro el baño. --- Agregó.

El baño estaba bárbaro, simple, pero con muy buen gusto

y tenía ducha y todo. Yo quedé encantado con el lugar y así

se lo manifesté a Rodolfo, quien tuvo la gentileza de

acompañarme al auto, a recoger mis cosas.

Cuando volvimos subí mis bártulos en una corrida, aunque

temblequeando por la escalera, entré todo al dormitorio,

fui al baño a alinearme un poco, me cambie de camisa y

sweater y volví a bajar y al pasar por la galería sentí un

estremecimiento, pensé que tal vez había tomado frío entre

tanta corrida y entré.

88


El operativo y otros cuentos callejeros

Ya estaban todos acomodados en el living, con la enorme y

horrible chimenea encendida, en realidad, con fuego no

parecía tan fea.

La tía Rosita se despidió ni bien llegué, seguramente había

tenido la gentileza de esperarme para darme las buenas

noches.

Las mujeres jugaban a la canasta y Rodolfo me estaba

esperando en un agradable rincón, con nuestro Coñac

preferido.

Tomamos una copa, charlamos un rato y aprovechando

que Matilde e Irina y Mabel se iban, aproveche para dar las

buenas noches yo también.

Mi amigo me había vuelto a servir abundantemente la copa

e insistió en que me la llevara arriba.

Verdaderamente se lo agradecí, ya que luego de un buen

baño y de ponerme bien cómodo, me senté en un sillón

frente a la chimenea a saborearlo poco a poco, mientras

agregaba quebracho al fuego., hasta que el sueño me

venció.

Cuando me desperté, incomodo y con frío, era la

madrugada y una voz dulce me dijo:

-- Amor mío, otra vez te quedaste dormido en el sillón,

ven acuéstate a mi lado que te extraño. ---

Miré con asombro hacia la cama y era ella, la mujer de la

broma, la dueña de casa. Medio dormido y entre sueños,

asentí y me acosté en la gran cama y me dormí

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Graciela Mariani

plácidamente aspirando su perfume.

A la mañana cuando desperté y me encontré solo, me

convencí de que todo había sido un sueño, o parte de esa

trama maquiavélica que me habían preparado. Solo me

intrigaba ver hasta donde llegaba el cuento.

Pero no podía negar que ellos habían logrado su cometido,

ya que la opresión de angustia en mi pecho había

desaparecido y en las últimas horas casi no había pensado

en Bettina... Bienvenido sea el remedio, dije para mí.

Cuando entré a la casa, a la única que encontré

desayunando y en el jardín de invierno, fue a la tía Rosita.

Puso una sonrisa rozagante al verme y me invito a

acompañarla.

Charlamos largo rato mientras saboreábamos las varias

tazas de té con leche y los scones de Mabel, con queso

crema y manteca de campo, una delicia.

Yo trate de mechar preguntas sobre la casa y la extraña

historia de Amelia, dentro de la conversación. Pero

conseguí poca información de ella. No creía que estuviera

también en complicidad con ellos. Sin embargo, me

extrañó, que siendo tan comunicativa y conociendo tantas

historias diferentes, me pareció curioso que evitara tan

hábilmente el tema, como intencionalmente.

¿Podría haber algo más raro y escabroso que la cruenta

historia que me había contado Matilde?

O tal vez, a Rosita no le agradara hablar de supersticiones e

historias tortuosas.

90


El operativo y otros cuentos callejeros

Bueno, me quedaría con la intriga.

Y de a poco fueron llegando los demás y al terminar el

desayuno organizaron una caminata hasta las caballerizas...

parece que alguien tenía intenciones de montar, yo por

suerte tenía jeans y botas.

Los caballos estaban ya ensillados esperándonos, a mí me

dieron uno bayo, cuyo nombre era Satán, la cosa no me

pareció para nada divertida.

La propiedad era mucho más extensa de lo que había

imaginado, el problema es que mi caballo no caminaba, o

cabalgaba o iba al trote y poco apoco me aparte del grupo.

Por un momento me sentí desconcertado y perdido, hasta

que logre divisar la arboleda de la casa a lo lejos y lo que

me pareció que era la veleta.

Al retomar el camino de regreso, volví a sentir, esa

profunda y punzante opresión en el pecho, que no había

sentido desde que había llegado.

Me sentí derrotado, la pena y la angustia me inundaban

junto a la imagen de mi esposa.

Así, con mi alma en pena y casi sin darme cuenta, Satán me

había llevado cerca de la casa y entonces la vi, sentada en la

glorieta... Dejé al caballo en los establos y corrí hacia la

casa, temiendo perderla nuevamente.

La opresión en el pecho había desaparecido para dar lugar

a una extraña mezcla de romántica ansiedad.

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Graciela Mariani

Amelia se encontraba en su sillón favorito, con el libro y el

juego de té a su lado, pero esta vez tenía un traje oscuro y

deslucido y su semblante era pálido y demacrado.

Cuando me acerque lloraba y se lamentaba.

--- Todos mis hijos mueren. --- decía --- Todos ellos, los

que pierdo, los que nacen muertos, Oliver se ahogó y Sofy

esta tan débil... Para colmo estoy nuevamente embarazada

y no creo que lo retenga, por favor Martín ayúdame, te

necesito tanto. --- Dijo suplicante mientras levantaba su

mirada hacia mí.

Yo me sentí desconcertado y conmovido al mismo tiempo,

si estaba actuando era tan real... parecía realmente una

dulce criatura indefensa.

Me senté a su lado y la acompañe en su historia, pero no

tenía maquillaje y estaba demacrada verdaderamente, ya no

era ni la sombra de la mujer con la que había estado el día

anterior, parecía tener más años, aunque aún conservaba su

peculiar perfume.

Conversamos, ella sollozando y yo consolándola, tomamos

un poco de té y me dijo que si no lo perdía antes el niño,

nacería a principios de Marzo. Fue cuando le pregunte qué

fecha era y me dijo que, aunque no parecía, ya estábamos

en primavera.

Se levanto y dijo que iría a recostarse al saloncito, me

ofrecí a acompañarla y me dijo que me quedara

disfrutando de la tarde que ella estaría bien.

La última vez que vi a Amelia, o quien fuere que era, fue

92


El operativo y otros cuentos callejeros

entrando a la casa, con aire sombrío y cansado.

Yo me quede pensativo, tal vez no era una broma, sino

alguna pariente loca que se creía Amelia Hudson. Pero lo

increíble es que cuando ella estaba conmigo, el resto del

mundo cambiaba, desaparecía, como si una extraña nube

de ilusión nos envolviera de amor y a pesar de su pena...

Volví a sentir ese raro estremecimiento.

A lo lejos se veía al grupo regresar aun a caballo.

Quise servirme otra taza de té, pero el servicio ya no

estaba, era extraño, no recordaba haber visto a la casera

retirarlo, pero todo lo que sucedía era tan raro, que no le di

importancia.

Ya venían riendo y hablando animadamente, y Matilde me

dijo con picardía.

--- Que paso Juan, ¿te dejo a pata el caballo? --- y, muerta

de risa por la ocurrencia, me arrastró hacia adentro.

El almuerzo fue delicioso y al mismo tiempo frugal. Y la

conversación intrascendente, como indica el protocolo.

Había carnes blancas, pollos de granja, creo, con salsa de

hongos, panaché de legumbres y varias ensaladas. Sobre

todo, estaba esa ensalada verde, de diferentes tipos de

lechugas, aderezada con aceite de oliva, aceto balsámico de

Módena, un poco de mostaza, queso parmesano y

croutons, que me encantaba.

Rodolfo trajo unos buenos vinos mendocinos blancos

chardonnay y también un Malbec para los amantes del

tinto.

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Graciela Mariani

De postre había, ensalada de frutas de estación, helado y

mouse de limón. Que acompañamos con un torrontés

joven.

¡Un verdadero placer!

Las amigas de Matilde eran encantadoras, aunque un poco

jóvenes para mi gusto... yo aun extrañaba a Bettina.

Una vez en el jardín de invierno, tomando el café y licores,

me acordé de Amelia, o quien fuera esa chica que

deambulaba por el jardín y la casa. Entonces, pregunte,

como quien dice algo sin importancia,

--- Y díganme esa chica de pelo largo, enrulado, castaño

claro, que anda por allí, ¿es la hija de los caseros, o pariente

de ustedes? Porque parece estar algo enajenada. ¿No? ---

Todos callaron y me miraron, las amigas de Matilde como

expectantes. Matilde y Rodolfo con una mezcla de

extrañeza y tristeza, como si yo delirara. Pero lo que más

me llamo la atención fue la expresión de Rosita, su mirada

no era de asombro, era de miedo, un profundo y horrendo

miedo.

Me dio pena y me sentí culpable por lo que había dicho,

seguro que era un amargo secreto familiar que ella no

deseaba que se conociera, una extraña historia a lo Jane

Eyre, o algo por el estilo.

Y seguidamente agregué.

--- Perdón, es que creo que Angélica, la casera, se trajo a

alguien que le ayude por el fin de semana, pero no sabía

que no se los había comentado. ---

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El operativo y otros cuentos callejeros

Rodolfo que había visto la expresión de su tía abuela, dijo,

--- Claro es una sobrina de Angélica, una chiquita del

campo que a veces viene, no tiene muchas luces, pero ella

la adora. Nos lo comento tía, ¿te acordás? Fue la semana

pasada, cuando le dijimos que tendríamos invitados este

fin de semana. --- y miro a su tía con gesto de afirmación.

Rosita que no terminaba de creer lo que su sobrino le

decía, aun mirándome con intriga le contesto.

--- Si, no sé, no me acuerdo, puede ser. ---

Y allí quedo la cosa, aunque ahora yo estaba mucho más

intrigado que antes y al rato cuando Rodolfo me llevo al

living con la excusa de fumarse un puro, me dijo que su tía

creía ciegamente en que el fantasma de Amelia Hudson de

Alzaga, deambulaba por la casa y que la sola idea la

aterrorizaba y que a su edad el temía que el corazón le

fallara.

Ya que él había sacado el tema le pregunte que era esa

historia de esa tal Amelia, que Matilde me había dicho, que

era la primer dueña de la casa, pero nada más.

Rodolfo me contó una historia parecida a la que su mujer

me había narrado la tarde anterior, pero con más detalles

históricos. Aunque la diferencia fundamental residía en la

muerte de Amelia. Según él contó había muerto de parto a

principios de marzo de 1865, pero que jamás se supo que

fue de la criatura y que a los pocos meses Martín de Alzaga

se suicidaba en su casa de Buenos Aires. Por eso se dice

que el fantasma de Amelia vuelve siempre a buscar a su

hijo, que le fue arrebatado de su lecho de muerte.

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Graciela Mariani

--- ¡Bah! ¡Una historia vieja, como tantas en el campo! ---

Dijo, como restándole importancia y como diciendo que es

una boludez creer en fantasmas.

En realidad tenía razón... ¿quién creía en fantasmas?

Entonces le conté a Rodolfo mis encuentros con la

muchacha disfrazada y él me miro con asombro y declaro

no saber nada al respecto y que si bien Matilde era creativa

y alocada en sus bromas, en este caso como sabia el efecto

que la historia de Amelia producía en Tía Rosita, jamás

hubiera hecho algo que pudiera asustarla y poner en

peligro su salud. Realmente desconocía quien podía ser esa

persona misteriosa.

Fue cuando le manifesté mi sospecha de que pudiera ser

alguna sobrina, o pariente lejana, algo enajenada y a quien

ella protegiera.

Pero me lo negó rotundamente, él pasaba largas

temporadas con su tía en esa casa y de haber algo así lo

hubiera sabido.

Yo quedé desconcertado y sin palabras y si bien tenía una

reunión, temprano en Buenos Aires, a la mañana siguiente,

ya ardía en deseos de irme. Le comente a Rodolfo que

dado que ya eran las cuatro de la tarde, si no comenzaba a

retirarme ya me sorprendería el tránsito pesado de la

Panamericana de todos los domingos y eso sería un gran

contratiempo.

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El operativo y otros cuentos callejeros

Rodolfo protesto para que me quedara a tomar el té y me

fuese recién después de las nueve, pero pude convencerlo

de que no era una buena idea.

Subí a la habitación de arriba, acomode mis cosas, las

cargue en el baúl del auto y volví a entrar a la casa como si

tal cosa.

La conversación aún estaba animada en el jardín de

invierno y yo acepte gustoso una taza de chamomille y me

uní a la charla por una media hora cuando, con toda

tranquilidad me despedí cuidadosamente de todos, di las

correspondientes gracias y felicitaciones y salí al jardín

rumbo al auto.

El jardín estaba solitario en esa tibia tarde de otoño, las

hojas comenzaban a caer formando una acolchada

alfombra multicolor sobre el pasto amarillento.

El trino de los pájaros y el crujir de las hojas secas, me

acompaño en mi corta travesía.

Cuando por fin arranque mi auto y me iba, me pareció ver

una figura de mujer cerca del estanque, pero ya no tenía

sentido que le prestara atención...

Me iba de allí y la casona con sus fantasmas quedarían,

para siempre, atrás para mí.

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Graciela Mariani

La Historia de

Dafne

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El operativo y otros cuentos callejeros

Me había casado muy joven, con un conocido de mi

padre y algo menor que él, aunque bastante mayor que yo.

Rubén era un abogado solterón con ambiciones políticas,

que me había cautivado con sus historias de viajes,

tradiciones, museos y lugares exóticos.

No tenía necesidad de casarme, pero lo hice por el simple

motivo de salir de mi casa.

Tarde descubrí que mi soledad y dependencia era aún

mayor que la anterior. Mi marido era un ser taciturno,

apegado a las tradiciones y extremadamente

discriminatorio para con los que no consideraba a su

altura.

Una tarde soleada de otoño, en que volvía caminando

desde el gimnasio a nuestra casa vi a dos cachorritos, casi

recién nacidos, abandonados en una esquina.

Pregunté en los alrededores si pertenecían a alguien, nadie

sabía nada y previo paso por la Veterinaria para verificar su

estado y comprarles el adecuado alimento, los llevé

conmigo a casa.

Una vez allí, le di de comer, según las instrucciones del

veterinario y les prepare un lugar caliente en el lavadero,

dentro de un canasto con algunas mantas viejas, para que

estuvieran y durmieran.

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Graciela Mariani

Eran dos hembras marrones mezcla de cualquier cosa, la

más pequeña no sobrevivió y con tristeza la dimos al

jardinero para que la enterrara, a la otra me la quedé y le

puse de nombre Dafne, porque si, porque se me ocurrió.

Dafne durante esos primeros tiempos de mi matrimonio

fue mi gran amiga y compañera. Ni bien Rubén se iba ella

acudía a mí con alegría y me acompañaba a donde fuera.

Me pareció que a Rubén no le gustaron nada los cachorros,

suponía que no encajaban en su mundo impecable y

elegante, pero como no me dijo nada, yo seguí cuidando de

mi pequeña perrita.

Ese verano me llevó en enero a Punta del Este, pero no

me dejo que llevara a la perra, ya que íbamos a un Hotel de

lujo en donde no permitían animales.

Nos quedamos casi todo el mes, aunque Rubén hizo unos

cuantos viajes de negocios a Buenos Aires, pero eran de

dos o tres días no más, para que yo no me sintiera

demasiado sola.

Cuando volvimos Dafne no estaba, la persona que había

quedado a cargo de la casa en nuestra ausencia, Carlota,

dijo que había enfermado de repente y que había muerto,

que el señor podría decírmelo ya que justamente él se

encontraba en Buenos Aires, en aquel momento.

Yo me quede anonadada, Rubén me dijo que no me lo

había contado para no estropearme mis vacaciones, pero

que había ocurrido alrededor del 8 de enero y que su

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El operativo y otros cuentos callejeros

estado había sido muy grave y debieron sacrificarla.

La tristeza me invadió de tal manera, que me sumí en la

más profunda melancolía y durante una semana no me

levante ni siquiera de la cama.

Un día Rubén llego bien temprano a casa y me abrió de

par en par las ventanas, para iluminar el cuarto con el sol

de la tarde.

Se acerco a mí, me beso y cuando logro mi atención salió

del cuarto, para volver a entrar de inmediato con una caja

mediana en las manos.

Con ojos de picardía me dio la caja para que la abriera.

El cachorro de Yorkshire era diminuto y hermoso y sin

pensarlo lo tome y apreté junto a mi pecho.

Le puse de nombre Abril, porque llegaba con la tristeza del

otoño a mi vida y me quede con él.

Rubén me permitió llevarlo conmigo a todos lados, claro

Abril era un perro elegante...

Desde ese momento supe que era importante no

contradecir a mi marido, las cosas debían hacerse bajo su

supervisión, de otro modo, tal vez, podría transformarse

en un ser indeseable...

Yo tenía la certeza, de que la desaparición de Dafne, había

sido obra de él.

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Graciela Mariani

La mudanza

La noche anterior a la mudanza la casa era un verdadero

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El operativo y otros cuentos callejeros

caos.

Eduardo había trabajado como sin cesar las últimas

semanas y encima después del trabajo, para terminar de

organizar todas las cosas que Teresa no sabía, o no podía,

estaba realmente agotado.

Teresa no había tenido un minuto de descanso desde hacía

varios meses y en los últimos días la presión se había

incrementado creándole tensiones bastante dolorosas en

las cervicales. Realmente era un manojo de nervios.

Los chicos estaban excitadísimos y saltaban y gritaban sin

parar y el desorden reinante les había permitido bañarse a

deshora, o no hacerlo... dormirse con el televisor prendido

y cenar super tarde. Y todo eso más el ajetreo y la ansiedad

por el cambio de colegio, los mantenía inusualmente

encendidos.

Los dos gatos corrían y saltaban por entre las cajas a medio

cerrar y jugaban a las escondidas en los canastos de la ropa

blanca y la perra ya había deshecho dos felpudos y un par

de trapos para el piso.

La amiga que los iba a ayudar, se había enfermado muy

inconvenientemente y en las últimas semanas había

acudidos muy pocas veces, por lo que Teresa había tenido

que trabajar tiempo extra para la casa, la comida y para los

chicos.

Ellos hubieran deseado contratar a una empresa grande y

seria, pero los costos eran muy altos y no podían pagarlos.

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Graciela Mariani

Eduardo también hubiese deseado que Teresa y los chicos

hubieran podido hacer el viaje en avión y ahorrarles a

todos el garrón de los dos días de viaje que les esperaban

hasta El Dorado, en Misiones, donde los aguardaba su

destino.

El luego de mucho buscar había conseguido el puesto de

Encargado de un Aserradero y si bien las condiciones no

eran las óptimas, la situación imperante en el país no daba

para despreciar ninguna oportunidad.

Teresa era maestra y ya se había conectado con un par de

escuelas de la zona, una era en la que había logrado

inscribir a los chicos, ella estaba entusiasmada pero

también muy asustada y no deseaba transmitirle su

desesperación a sus hijos, ni sobrecargar de presiones a su

ya tan desgastado marido.

El aserradero les daba una casita en el pueblo y una

camioneta para uso de él, por lo que Teresa podría

manejarse con el pequeño y antiguo autito que tenían.

Ante el hambre y la indigencia, todo lo demás parecía ser

maravilloso.

La mañana siguiente amaneció con el cielo cubierto y

promesas de chaparrones...

¡Solo eso les faltaba!

El camión de la mudanza era de un primo de un amigo de

Eduardo, que debía hacer ese viaje ya que transportaba

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El operativo y otros cuentos callejeros

mercadería proveniente de la Triple Frontera, y al ir semi

vacío les hacia la gauchada de llevarle las escuetas cosas

con las que ellos contaban.

Llego como había prometido a las 6:30 de la mañana y

recién para las 9 habían terminado de cargar todo.

Teresa y una vecina limpiaban detrás del desparramo a

todo trapo y para las 10 habían podido entregar el

departamento alquilado al administrador, quien les había

descontado casi todo el depósito en, según el en

reparaciones, pero tontas y sobrevaluadas... pero estaban

tan hartos de pelear, que Eduardo discutió un par de

puntos, logro recuperar algo y acto seguido montaron al

auto y emprendieron viaje.

La noche la pasarían en un pueblo del norte de Corrientes,

en donde les habían recomendado una posada y ya habían

combinado con los dueños, para que los esperase y para

ver si podrían pagarlo.

Si bien el auto tenía ya unos cuantos años, Eduardo se

daba maña para mantenerlo en forma y andaba

impecablemente bien.

Los chicos durmieron los primeros doscientos kilómetros

y para cuando se despertaron, con un ataque de hambre,

Teresa y Eduardo se habían tomado dos termos de mate y

parte de un budín de los que había hecho para el viaje.

Teresa con gran esmero les dio de comer, pollo al horno,

bocadillos de acelga, pan y un huevo duro para cada uno,

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Graciela Mariani

de postre había llevado unas bananas y manzanas. Y se

terminaron una de las dos botellas de jugo que había

preparado.

La tarde fue tranquila, pararon para darle de comer a la

perra, ir al baño y cargar gasoil.

Los gatos habían ido dentro de un gran canasto con su

comida, agua y una fuente con aserrín y arena, para que

hicieran sus necesidades, dentro del camión de la mudanza.

Antes del anochecer les pareció haber pasado al camión,

pero no estaban seguros.

A la posada llegaron a media noche, era humilde pero

limpia, durmieron profundamente, desayunaron con gran

apetito, pan casero, leche y manteca de campo y mate

cocido.

Fue un verdadero festín.

Don Ramón el dueño del lugar les hirvió agua caliente para

los dos termos y les ayudo con la preparación de nuevos

jugos y les dio pan, un pedazo de queso y una longaniza

para el camino, cosas que dijo estaban incluidas en el

precio de la habitación.

Ese segundo día se les hizo interminable, la perra estaba

muy inquieta y despertaba continuamente a los chicos, los

que terminaron estando más inquietos que la perra...

Y de pronto... el cartel que anunciaba - El Dorado, 70 Km.

¡Finalmente!

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El operativo y otros cuentos callejeros

Parecieron los setenta kilómetros más largos de su vida y

para cuando encontraron la casa ya eran como las siete de

la tarde y el camión del Cholo estaba esperándolos, con

bastante apuro.

La casa daba lastima, estaba bastante vieja y arruinada y

para colmo tenía suciedad de años, pero tenía una galería

posterior que miraba a un extenso terreno con

pretensiones de jardín.

Tenía tres habitaciones, contando la cocina, y un baño.

Teresa limpio por encima la habitación del frente, para que

allí pudieran descargar las cosas y mienta lo hacían se

dedicó a limpiar la otra habitación, que usarían esa noche

de dormitorio y aunque más no fuera por encima la cocina

para poner la mesa y el aparador.

Los gatos habían hecho estragos en el canasto, se los

arreglo como pudo y los mantuvo allí dentro ya que

estaban en estado de pánico.

Mientras tanto los chicos se revolcaban por la tierra en el

patio junto con la perra que no paraba de correr.

Cuando el Cholo se fue, Teresa improvisó una cena, lavó a

los chicos y los metió en la cama. Y mientras ella arreglaba

la cama para ellos, él acomodó un poco más los muebles y

ordenó la cocina, prendió el calefón y lavó los platos.

Cuando terminaron, se abrazaron y besaron con profunda

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Graciela Mariani

ternura...

Sacaron unas sillas a la galería, Eduardo llevó el vinito de la

cena y los vasos, y así, uno junto al otro, bajo ese

espléndido cielo estrellado, se sintieron más juntos y

unidos que nunca...

Ambos tenían esa sensación de satisfacción que da el sentir

que se ha tomado la decisión correcta.

La trampa

Me enamoré de Adolfo cuando tenía 16 años. Él era un

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El operativo y otros cuentos callejeros

estudiante avanzado de abogacía, con lentes, alto y sus 23

años recién cumplidos; era mucho más de lo que yo había

soñado encontrar en un hombre.

Sucumbí a él, como sucumben las mariposas a la flama de

una vela. Me rendí ante él, como se rendían los pueblos

abatidos ante la supremacía de los romanos. Me entregue a

él, como se entregó aquel Duque de Windsor a una tal

Simpson, al punto de renunciar a su trono.

Él nunca se entregó a mí. De eso estoy segura.

Nuestro noviazgo duró lo suficiente como para que él

terminara su carrera y se estableciera cómodamente en su

trabajo. Un total de 6 años.

El casamiento fue grandioso. Adolfo ya era socio

minoritario de uno de los más importantes estudios legales

de la ciudad y del país y mi padre un miembro activo de las

Fuerzas Armadas. Eso reunió a 500 invitados en los más

grandes salones del Círculo Militar (ese majestuoso palacio

que perteneció otrora a una de las más importantes

familias de la aristocracia argentina), y a unos miles de

curiosos frente al Santísimo Sacramento, la iglesia en la

cual nos unimos para siempre en sagrado matrimonio.

Nuestra luna de miel en Europa fue maravillosa, Adolfo,

mi marido, era el ser más dulce y romántico del mundo.

Cenamos a la luz de las velas en el Trastevere, en Roma,

paseamos en góndola por los canales de Venecia, tomamos

café con croissants en el Café de la Paix, en París,

almorzamos en medievales tabernas inglesas y dormimos

en las más regias habitaciones de castillos encantados de

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Graciela Mariani

toda Europa.

Si hubiera sido por mí, jamás habríamos dejado el

Mediterráneo.

A nuestro regreso nos esperaba el piso de Quintana y

Callao, que él había hecho decorar para que fuera nuestro

hogar, y que al parecer venía con mucama y cocinera

incorporadas, más un cuarto para cada uno...

Adolfo me explicó que por sus obligaciones regularmente

se levantaba muy temprano y que, en ocasiones, algún

“caso” lo desvelaba hasta muy tarde y que él no deseaba

molestarme, quería que me sintiera lo más cómoda posible

y que no extrañara en absoluto mi casa de soltera.

En ese momento me pareció más tierno y amoroso que

nunca, ¡qué otro marido hubiera sacrificado el lecho

matrimonial para comodidad de su esposa!, ¡mi adorado

Adolfo era uno entre millones!

Dado que nuestra vida social era bastante activa y que mi

gran amor por él me nublaba la mente, los primeros años

de matrimonio se me pasaron volando.

Pero cuando consulté al doctor Pérez Raimonda, un gran

ginecólogo y obstetra, para saber el motivo por el cual no

podía quedar embarazada, comencé a sospechar que algo

no encajaba en nuestro mundo perfecto.

Entonces comprendí que me vigilaban, ellas, las del

servicio estaban contratadas para vigilarme cuando Adolfo

no estaba... O era así o yo estaba en medio de una severa

crisis de “paranoia” y, como no me hubiera gustado

volverme loca, decidí averiguarlo por mí misma.

Acto seguido inicié la búsqueda a dos puntas, por un lado

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El operativo y otros cuentos callejeros

investigué todo lo que pude sobre la paranoia, su

sintomatología, sus posibles orígenes y trastornos

colaterales; por otro, me dispuse a poner algunas trampas

para ver si era cierto que esas sucias ratas mordían el

queso.

No era fácil de llevar a cabo, ya que no había compra que

pudiera hacer por mí misma, no disponía ni de dinero, ni

auto, ni nada...

Algunas veces salía con mi madre o mi hermana, pero eran

pocas, creo que a ellas les molestaba mi ritmo de vida y a

mí que no comprendieran el porqué de mi aburrimiento.

Así que no me era posible hacer nada sin que se notara, ni

leer un libro, y por otro lado debía estar libre para cuando

él me necesitara, así que mi investigación la tuve que llevar

a cabo, un poco aquí y otro poco allá, recorriendo librerías

y leyendo de ojito, argumentando estar realizando la

elección de un regalo u otro, o de un conjunto de vestir

para mí, cosas, claro, que luego compraba con la

supervisión de Adolfo.

¡Los Shopping centres fueron mi verdadera salvación!

Lo primero dio por resultado que, o yo estaba tan loca que

no me daba cuenta y todo era producto de mi imaginación,

o en realidad había algo de cierto en lo que sospechaba.

Para comprobarlo contaba con lo segundo y, como primer

paso, ¡hay Carmela!, decidí incursionar en la cocina... ¡eso sí

que fue una guerra civil! Blandiendo cucharones y

espátulas como armas, ensaladeras por casco y tapas de

cacerola como escudo, cual Don Quijote, me entregué al

fragor de la batalla.

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Graciela Mariani

Demás está decir que no logré hacer bien ni un simple

huevo pasado por agua, pero que les requeté-compliqué la

vida, a esas dos, sí que lo hice, y muy bien.

Mientras las enloquecía iba cambiando de hábitos

aleatoriamente: un día me encaprichaba con un masaje

especializado y con el suficiente cuidado de que no

pudieran encontrar a quien viniera a dármelo.

En otras ocasiones cambiaba la rutina de la manicura, iba

un día desacostumbrado a la peluquería o almorzaba un

sándwich en un Shopping. En la casa cambiaba las cosas

de lugar, escondía papeles sin importancia, copias de

poemas antiguos o pequeñas listas de compras escritas con

la tinta para sellos, mezclada con aceite, para que no se

secara: resultaba una mezcla indeleble muy difícil de quitar.

Ponía papelitos en los cierres de las carteras (como hacen

en las películas con las puertas). Me hacía la distraída y

dejaba mis cosas tiradas por todos lados, apuntaba en mi

agenda turnos inexistentes para el médico o compromisos

falsos con mi madre.

Resultado, Adolfo y sus dos secuaces siempre estaban al

tanto de todo; él, distraídamente, me recordaba durante el

desayuno mi cita (falsa) con el médico y ofrecía

acompañarme, yo respondía que cuando había llamado

para confirmar el turno, me habían dicho que el doctor en

cuestión, había tenido una urgencia, o corría locamente a

buscar mi agenda y decía ingenuamente:

- ¡Pero qué tonta, me confundí de día al anotar el té en

casa de mamá!

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El operativo y otros cuentos callejeros

Pero en lo que no cabía duda, es que eran unas buchonas y

yo una prisionera en mi propia casa. Algo verdaderamente

desalentador para cualquiera...

Por otro lado, si hay algo peor en este mundo que alguien

inútil y ocioso, es alguien inútil ocioso, aburrido y

acorralado. Creo que el aburrimiento y la falta de libertad

son el origen de todos los males... Bueno, así lo fue para

mí.

Con ocasión de un viaje de negocios que mi marido hizo a

Nueva York, un caso muy complicado por el cual debía

hacerlo en pocos días decidió que yo me quedara en casa.

Usualmente, me hubiera mandado a la quinta de su familia

o al campo de mi madre, pero el viaje fue sorpresivo y no

hubo tiempo. Además, mi madre estaba muy ocupada en

uno de sus maratones benéficos.

Así fue como me pude quedar sola por primera vez en mi

casa, pero vigilada por mis dos implacables carceleras.

Pero, oh sorpresa, Rosa, la mucama, amaneció con fiebre

y, María, la cocinera, tendría que hacer sus quehaceres, más

los de ella, más las compras y terminaría agotada.

Esfuerzo y oportunidad... Esa noche tuve ocasión de

revisar la habitación de Adolfo, su estudio y su baño, y no

la desperdicié.

Si hay algo que le sobra a alguien que esta aburrido es

tiempo, mucho, muchísimo tiempo. En aquel entonces, yo

había planeado meticulosamente esa sistemática búsqueda,

y había tenido tanto tiempo para pensarla, que no

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Graciela Mariani

necesitaba guía escrita alguna para recordar cada paso;

hacía meses que ya lo tenía todo fríamente calculado.

Comencé por el dormitorio y terminé por el estudio, en

cada cosa que veía estaba su impronta, en cada cosa que

tocaba estaba su perfume, en cada lugar que examinaba

estaba su pulcritud y su estricto orden.

Para saber buscar había que saber lo que él pensaba, cómo

era, y eso sí que yo lo conocía mejor que nadie.

La sorprendente cantidad de ropa que tenía mi marido, me

dejó atónita, su vestidor era dos veces el mío, lleno de

batas exóticas, camisas de seda y algodón, trajes de

cachemires ingleses, de seda y lana italianos, suéteres

clásicos ingleses y spots de los mejores lugares, camperas

elegantísimas de los más refinados cueros del mundo,

impermeables, ¡como una docena!, ingleses, austriacos y

hasta italianos, todos de marca.

¡Such a man! ¡Qué zapatos! Cuántos y cuán

esmeradamente cuidados.

Era tanto que parecía una muestra de Casa FOA: “vestidor

de hombre soltero”.

El baño, guardaba tantos cosméticos y perfumes, de esos

que yo adoraba, que no sabía por dónde comenzar a

buscar.

Traté de ser metódica y sistemática y demás está decir que

no encontré demasiado, ni poco, pero encontré algo.

Por un lado, unos símbolos geométricos dibujados

regularmente junto a ciertas fechas de su calendario, y por

el otro, dos potes de crema sin etiqueta de los que extraje

una muestra de cada una.

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El operativo y otros cuentos callejeros

Yo tenía una antigua compañera de colegio que era

bioquímica y, en cuanto pude localizarla, sin levantar

sospechas, le pedí que analizara las cremas con el pretexto

de que se las había encontrado a la mucama y que

sospechaba que me estaba robando, poco a poco, algo de

mis finas cremas suizas.

Una de ellas resultó siendo una crema dermatológica y

humectante bastante común, pero, en cambio, la otra, sólo

un sofisticado y muy caro espermicida.

Mi amiga se preocupó mucho por esto último, ya que era

imposible que una mucama, con su mísero salario,

comprara tal crema; además, ese tipo únicamente se

fabricaba en ciertos países europeos. Como epílogo, me

aconsejó deshacerme de ella, porque era casi seguro que

andaba en algo raro, o con algún señor casado del

vecindario.

La tranquilicé diciéndole que así lo haría y volví a mi

pequeña investigación.

Cotejando los símbolos con sus correspondientes fechas y

con mis anotaciones de mi período menstrual, estas

resultaron ser un minucioso recuento del comienzo y el

final del mismo, mes a mes, desde que nos casamos.

No tuve más remedio que pensar que era evidente que

Adolfo no quería hijos.

Empecé a comprender que mi marido era un personaje

egocéntrico y narcisista, y que en su vida sólo había

espacio para una sola persona: él mismo.

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Graciela Mariani

Triste pero real, alcanzar este grado de convencimiento me

tomó más de 8 años.

¡Realmente, yo había estado muy enamorada!

Para mis 30 años, Adolfo me regaló un viaje paradisíaco a

las Antillas Francesas y un lujoso crucero por el Caribe. Me

atendió muchísimo, me llenó de joyas exóticas y de regalos

inútiles y, al cabo de dos semanas, volvimos a nuestra

rutinaria vida de Buenos Aires.

De todos modos, tanta atención me desarmó por

completo y, por un tiempo, hice caso omiso de mis

sospechas y me dediqué de lleno a las clases de pintura

sobre porcelana, que la esposa de un socio de la firma me

había recomendado.

Reaccioné cuando asistimos a ese casamiento tan

importante del sobrino menor de mi madrina, justo

cuando Adolfo estaba muy ocupado trabajando en un

caso, durmiendo muy pocas horas, y prohibiéndome ir sin

él.

Finalmente fuimos, pero eso no hizo que me sintiera

menos esclava.

Esa horrible sensación de impotencia, de inmovilidad en la

que me había sometido paulatinamente, me hizo sentir

ahogada, era prisionera dentro de mi propia casa, sólo me

quedaban mis libros del género de misterio y mi frondosa

imaginación.

Fue una letal combinación, tan letal que, como presa que

116


El operativo y otros cuentos callejeros

se debate por salir de una trampa, sólo podía pensar en la

muerte, pero en la muerte de mi captor, no en la mía...

Yo había tenido una larga historia de pequeños

sometimientos. Sobre todo debido a las jaquecas, los

costosos y largos tratamientos a los que me había visto

obligada a causa de ese mal que sufrí desde pequeña, del

que nunca me curaron y que me obligaba a depender de

los demás.

Quizás por eso es que nadie pensó que algún día pudiera

llegar a molestarme seguir siendo una sometida, cuando lo

que, para ellos, era estar verdaderamente cuidada.

El valerme o no por mí misma, jamás se puso en

discusión.

Mis padres, con la mejor de las intenciones, habían sido

muy absorbentes. Antes que a mí habían perdido dos

niños y, para cuando yo nací, mi hermana ya tenía 8 años,

por lo que se abocaron a la dulce bebé con alma, vida y

corazón. Cosa que ni mi hermana ni yo hemos podido

perdonarles, por opuestos motivos.

Para colmo, me pusieron en un enorme colegio de monjas

alemanas que eran insoportables. Tenía sólo dos amigas y

no muy confidentes que digamos. Podría decirse que era

una chica solitaria.

Para cuando conocí a Adolfo, jamás había hecho algo por

mí y tampoco creía que algún día debería hacerlo. Yo creo

que Adolfo pensó que jamás llegaría ese momento, tal vez

porque me veía cómoda siendo tan dependiente, o quizás

porque no podía creer que deseara huir de él, no lo sé...

Pero sí estoy segura de que nunca se le cruzó por la mente,

117


Graciela Mariani

y ese fue un punto a mi favor.

Una de las tantas veces que fuimos a pasar el día a la quinta

de la familia de Adolfo, a media tarde, tal como era mi

costumbre, me metí en el invernadero a pasear y a buscar

semillas para la casita de aves que había a un lado del

jardín. Tardé en encontrar las semillas, ya que en esa

ocasión los estantes estaban repletos de materiales diversos

(mi suegra había estado haciendo otro de sus cursos de

jardinería), había fertilizantes líquidos, en polvo y en

grageas, semillas y bulbos de varias especies, tierras fértiles

y un gran número de pesticidas líquidos y en polvo. Éstos

eran derribantes para moscas y mosquitos, veneno para

hormigas en granos y líquidos, venenos varios para

babosas y caracoles y dos más completos para todo tipo de

alimañas.

Yo aún no sabía qué clase de alimaña era mi marido, pero

tenía claro que era peligrosa, por lo que decidí mezclar en

un frasquito un poco de cada veneno y llevarme algo en

polvo, por las dudas.

Habría salido a su madre, sin duda, una mujer hermosa,

pero inmensamente fría y dominante, que sometía a todos

con su dura mirada.

Deposité las semillas en la casita para pájaros, dejé los

venenos bien envueltos en papel de cocina y en una bolsita

de nylon que saqué de allí, pasando luego por el toilette

para lavarme las manos y volver tranquilamente a tomar

otro cafecito en la galería con la familia.

Creo que la emoción se delataba en mi rostro, ya que mi

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El operativo y otros cuentos callejeros

suegra me dijo como al pasar:

- Parece que te sienta bien el aire campestre, en este

momento te ves sorprendentemente radiante. Decíme

nena, ¿no me irán a hacer abuela tan joven y querer que me

deprima, ¿no?

Yo me sentí tan preocupada por ser descubierta, que la

acotación me pasó casi desapercibida y, rápidamente,

inventé una emocionante historia de celos por la comida

entre una paloma torcaza y un petirrojo. Fui tan tonta

durante toda mi vida, que a nadie le preocupaba mucho

mis historias, todos sonreían complacientemente y en

cuanto podían, pasaban a otro tema, más interesante y con

otro interlocutor.

Ahí creo que escapé por poquito...

Al llegar a casa no veía la hora de estar a solas en mi baño,

por suerte, Adolf (like Hitler) dijo que tenía que revisar

unos papeles en la computadora y ni apareció por mi

dormitorio.

Corrí con mi bolso al baño, cual chico que introduce un

sapo a la casa a escondidas de la madre; lo peor, es que yo

no sabía qué hacer con mi “sapo”.

Recorrí armarios, estantes, potes de crema y frascos,

finalmente encontré un par bastante adecuado, un gotero

con Flores de Bach y un envase de un cicatrizante en

polvo, al cual le quedaba muy poco. Puse el líquido en el

gotero y el polvo en el frasco de plástico, tirando el resto

por el inodoro, pero, la bolsita de nylon con el frasquito de

119


Graciela Mariani

mi suegra y dos o tres cosas que sobraron, me hicieron

palidecer de terror.

Finalmente, decidí camuflar todo como si fueran toallitas

higiénicas usadas; quedó bárbaro, pero no me arriesgué a

dejarlo en casa, y lo puse nuevamente en mi cartera para

tirarlo en otro momento.

A los dos días, cuando fui a tomar el té con mi madre,

cargué con el “bardo”; por suerte, ella decidió parar a

cargar nafta y yo aproveché para ir al baño, pese a sus

ruegos de que no fuera a un baño público, según ella,

infecto y asqueroso. Fue buenísimo, ya que dentro de éstos

hay un recipiente hermético en donde entra sólo un

apósito por vez; bueno, un socotroco, y luego se cierra

cayendo lo que uno puso, y vuelve a aparecer vacío. Yo,

por las dudas, tiré unas cuantas cosas después de “eso” y,

muy complacida, volví al auto; le di la razón a mi madre

con lo de asqueroso y nos fuimos como dos duquesas

dejando atrás “la prueba del delito”.

El tema es que dicha "prueba" me tenía tan loca que, en

mucho tiempo, no hubo "delito" alguno, y comencé a

dudar que en algún momento realmente lo hubiera.

Con el tiempo tiré el frasquito de veneno en polvo, ya que

no le había podido encontrar alguna aplicación lógica y me

quedé con el gotero.

La tirada del veneno en polvo fue otra pirueta digna de

alquilar balcones y, la conservación del otro frasco, con el

veneno líquido, fue otro tanto; mi vida por esos días era

apasionante y mi cuerpo segregaba adrenalina como nunca

antes.

120


El operativo y otros cuentos callejeros

Fue una época realmente buena.

Cuando toda esa algarabía terminó, me sentí como

aburrida.

Creo que me había acostumbrado a tener una vida secreta,

como esa gente que tiene amantes u otra familia, o tal vez

una profesión deshonrosa (a lo Belle de Jour).

Comencé a sentirme sola y, al experimentar nuevamente

mi vida rutinaria, retornaron mis jaquecas.

Esos dolores de cabeza tan persistentes, como lo dije

antes, son un capítulo aparte dentro de mi vida, ya que de

chica los sufría con frecuencia y, muchas veces, seguidos

de desmayos. Mis padres me habían hecho ver por los

mejores especialistas, los que diagnosticaron desde

epilepsia hasta tensión nerviosa y estrés.

Por todo esto, para cuando me conoció Adolfo, yo había

sido una chica sumamente mimada y cuidada, un poco

aniñada, y de pocos amigos; es decir, alguien hecho a la

medida de sus expectativas.

Las jaquecas son algo terrible para quien las padece y para

los de su entorno, estas producen un malestar general que

trae aparejado un terrible mal humor y, por ende, gran

irritabilidad.

Adolfo solía decirme que debido a mi padecimiento tenía

que tomarlo como un regalo de Dios el que no me

mandara niños, porque su sola presencia, podría

enfermarme.

121


Graciela Mariani

¡Qué tipo tan cínico!

¡Y yo con ese terrible dolor de cabeza que me hacía desear

aún más el verlo muerto!

Uno de los últimos especialistas que visité, me había

recetado un antiepiléptico que debía tomar en pequeñas

dosis y que parecía descomprimirme el cerebro; el tema es

que la jaqueca se iba pero yo quedaba totalmente agotada.

Finalmente, decidió que debía tomarlo regularmente, para

que hiciera un buen efecto.

Así empecé con la pastillita diaria que me hacía sentir

como una inválida.

Cuando comencé a sentirme mejor, retomé, ya como

costumbre, mis escapadas nocturnas a las habitaciones de

Adolfo, en medio de la noche, cuando él viajaba.

Una noche me pescó la cocinera cuando yo andaba

deambulando, eran las tres de la mañana, me preguntó qué

hacía allí y le respondí que debía tomar una pastilla y,

como sabía que mi marido guardaba agua mineral en el

frigobar de su estudio, me había acercado a buscarla. A sus

protestas, respondí que no me había parecido apropiado

despertarla por tan poca cosa.

Y la cosa pasó, pensé que sin ton ni son...

A la semana, como al pasar, Adolfo me mencionó el

hecho.

A mí me sonó a reproche.

Él dijo que el personal de servicio estaba especialmente

para atenderme y, mucho más, cuando él se encontraba

ausente, por lo que no debía dejar de llamarlas cuando lo

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El operativo y otros cuentos callejeros

necesitara.

Allí sugirió que la cocinera durmiera en la habitación

contigua a la mía, cuando él viajara.

Me negué rotundamente, argumentando que no podría

reposar tan cerca de una sirvienta sin sentirme humillada.

Conocía bien su veta racista y coincidió conmigo en que

tenía razón, y que continuáramos como hasta entonces.

Al otro día trajo a un decorador e hizo remodelar esa

habitación pequeña pegada a la mía, transformándola en

un estar íntimo para mí, equipada incluso hasta con una

computadora con Internet y, por supuesto, con un

frigobar.

Yo no sabía si sentirme intimidada o darle las gracias, el

saloncito quedó precioso, la computadora era algo tan

novedoso y que fuera sólo para mí, me tenía de lo más

emocionada.

Luego de ello siguieron días de gran romanticismo y hasta

compartimos algunos desayunos juntos en mi saloncito

privado.

¡Me sentía una geisha!

Con todo eso y con las jaquecas que habían cesado, mi

estado de ánimo mejoró y pensé en tirar también el frasco

de veneno; finalmente, decidí que si bien no lo usaría, me

quedaría con él porque, además, me hacía sentir segura.

Me inscribí en un curso de Internet para beginners; estaba

feliz.

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Graciela Mariani

Una mañana, después de haber pasado la noche juntos, y

luego desayunado tomados de la mano en mi saloncito, yo

sentí que tocaba el cielo; luego de eso, algo extraño sucedió

en un determinado momento, cuando sentí que me miraba

de una manera muy extraña, no recuerdo bien cómo, pero

me hizo segregar adrenalina. Eso que percibí, lo conocía

muy bien, …era un gran temor.

Traté de disimular y me hice la tonta, como de costumbre,

iniciando un relato estúpido sobre una compañera de

pintura sobre porcelana; Alfredo simplemente miró el reloj

y dijo que se le hacía tarde para una reunión, y se fue.

Comencé a preguntarme el porqué de tantos halagos, ya

que, normalmente, luego de hacer el amor, solía irse a su

cama. Esa noche se había quedado y, además, había tenido

la deferencia de desayunar a solas conmigo, incluso con un

sentimiento de complicidad.

Tenía demasiados porqués y ni una somera idea de las

respuestas.

Volví a repasarlo todo cuidadosamente, qué había pasado

de extraordinario durante esa semana, a qué reuniones

habíamos ido... No sé, todo esto era ridículo... Había

coqueteado con alguno que otro, pero no ignoraba que ese

era un juego que lo seducía, ya que ambos sabíamos que yo

era solamente suya y que lo seguiría siendo por siempre.

Otra vez a estar alerta, los desvelos nocturnos, las dudas y

los temores.

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El operativo y otros cuentos callejeros

Tal vez ese era el juego, el mantenerme en una tensión

constante, que volvieran mis jaquecas y el conservarme

recluida para que no lo moleste... Definitivamente, no

pensaba volver a las jaquecas y a los temores por lo que,

para mantenerme lúcida, tendría que jugar el juego sin caer

en la trampa. Después de todo era un nuevo desafío y, al

fin y al cabo, para eso me había estado entrenando.

Lo primero que hice fue deshacerme del frasco de veneno,

por sí las moscas.

Cuando Adolfo llegó, lo hizo con el médico que me estaba

atendiendo; éste me examinó, y prescribió una cura de

sueño...

Yo me puse tan nerviosa que la presión me subió a mil y

mi jaqueca se agudizó tremendamente, lo cual, para mi

desgracia, sólo confirmó su diagnóstico y posterior

tratamiento.

Me inyectaron algo y no supe más nada...

Cuando desperté no podía despegar los ojos, los párpados

me pesaban horrores y el cuerpo no me respondía. Sentí

una molestia en el brazo izquierdo y vi que tenía suero

inyectado con una cánula, no podía quitármelo. Alguien

vino y me dio agua, me preguntó cómo me sentía, pero a

mí no me salían las palabras y creo que volví a dormirme.

El día que pude abrir los ojos, comencé a llorar en silencio.

El suero seguía allí en su lugar y yo estaba conectada a un

par de aparatos que me monitoreaban...

¿Habría tenido un ataque cardíaco?

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Graciela Mariani

No me acordaba de nada, sentía una densa nube dentro de

mi cabeza, como si me taponara los pensamientos. Tenía

sólo reacciones instintivas e involuntarias.

Desordenadamente, intenté ordenarme un poco...

Estaba en una especie de clínica, lujosa, al parecer por el

aspecto armoniosamente decorado de la habitación, y por

lo sofisticado de los aparatos que me rodeaban.

Sin duda, nunca había estado allí antes, ya que por más

drogada que me encontrara, no recordaba el estilo del

decorado, o la forma de las ventanas.

Éstas eran muy particulares, amplias, antiguas y con un

arco de medio punto que las remataba.

La habitación era inmensa y la decoración fastuosa. Parecía

más bien un hotel de lujo en Nueva York, que una clínica

psiquiátrica en Buenos Aires.

Por lo que llegaba a ver con el rabillo del ojo, tenía una

toilette, una cómoda inglesa y un butacón a lo Laura

Ashley, completando la zona dormitorio. Luego de una

gran arcada había un estar con sillones y, a un lado, una

mesa redonda con cuatro sillas.

Si no me hubiera sentido tan mal, estaría feliz de

encontrarme allí...

Sentí un imperceptible ruido y me hice la dormida, era una

enfermera que me hablaba suavemente; yo no le respondí,

y seguí con mi simulacro de respiración profunda.

La enfermera caminó hacia la sala y llamó desde un

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El operativo y otros cuentos callejeros

intercomunicador interno, escuché sólo murmullos y no

pude discernir nada de lo que estaba diciendo.

En realidad, era poco lo que podía percibir de todo eso;

por un momento, pensé que en realidad estaba soñando y

que, de un momento a otro, despertaría en mi cama, como

todos los días.

Supe que era al médico a quien había llamado cuando éste

habló bastante cerca de mi cama.

Estaban hablando de mí y de cuánto de tal o cual

medicamento debían continuar suministrándome en el

suero... Pronto deduje que el galeno le estaba hablando a

otro hombre, cuando este otro, dijo algo como “debe

seguir dormida”…, era la voz de Adolfo.

Hice un esfuerzo supremo para no dar un grito.

El médico dijo que no, que más tiempo podría resultar

letal o producir un daño cerebral irreversible y que él no

podía arriesgar tanto su carrera y prestigio, que hasta allí

había llegado y que lo que fuera, debía dejarlo en sus

manos.

Más o menos fue lo que entendí, y me horroricé por lo que

me estaba haciendo, aunque, en el fondo, ya nada debía

extrañarme de él.

Creo que se fueron o yo me dormí de nuevo, porque me

desperté cuando una enfermera me estaba cambiando unos

pañales desechables. Deduje entonces que más que un

sueño, era una pesadilla y de las largas.

Cuando me moví o me quejé, la mujer me habló, yo no

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Graciela Mariani

quería que supiera que estaba despierta, tenía miedo de que

me atontara de nuevo...

¿Y si me dejaban como un vegetal? ¿Qué derechos tenía yo

en ese momento?

Todo se desvanecía en una noche eterna y oscura, muy

oscura.

La siguiente vez que escuché voces, pude distinguir que era

la enfermera y el médico; parece que éste le preguntaba,

aparentemente preocupado, acerca del motivo por el cual

yo todavía no me había despertado.

Al día siguiente, cuando me habló, parpadeé, en señal de

que estaba consciente.

Me comentó que debía comenzar a recuperarme para

poder comer y para que me sacaran el suero; que me

valiera por mí misma para ir al baño y ducharme, que el

peligro ya había pasado, que ya no debía preocuparme y

que mi marido vendría a visitarme muy pronto...

Hubo un revuelo, ya que cuando mencionó a Adolfo, se

me aceleró el ritmo cardíaco; ocurrido esto, me atendieron

y no volvió a mencionarlo. Extraño, ¿no?

Yo me fui reponiendo lentamente y, después de un

tiempo, me retiraron los aparatos y el suero; de todo ello,

me quedaron sólo un par de moretones.

Allí pude ver que las paquetas ventanas tenían rejas

ornamentales, pero rejas al fin...

Parecía que me pasaría la vida encarcelada y, como dice

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El operativo y otros cuentos callejeros

una vieja canción mejicana, “aunque la jaula sea de oro, no

deja de ser prisión”.

Con el tiempo me repuse bastante bien, aunque no podía

retener nada en la memoria, ni siquiera la fecha de la última

vez que había estado en mi propia casa. Me sentía perdida

sin mis cosas, sin mis libros y sin mis notas.

Al comentárselo a la enfermera, ésta me trajo unos libros

de la biblioteca de la clínica, no eran gran cosa, pero algo

era mejor que nada.

Cuando le pedí un cuaderno y lapiceras, me contestó que

no era conveniente que me agitara pero, a los pocos días,

me trajo otro libro, de los que se usan para las actas

societarias y un par de biromes, recomendándome que los

escondiera de la vista de los demás.

Parecía tener a alguien que era amistoso, pero yo ya había

aprendido a no confiar en nadie y que la amistad ni el amor

existían en mi particular mundo y, como era desconfiada,

sólo escribía unas pocas líneas intrascendentes cada día,

sólo para poder ir contando los días y comenzar a tener

noción del tiempo.

Mañana, tarde y noche habían pasado a ser fundamentales

en mi vida.

Me seguían suministrando un par de medicamentos y unas

vitaminas, uno de ellos era el que yo había venido tomando

en los últimos tiempos, pero en dosis considerablemente

más altas.

Con el tiempo aprendí a diferenciarlos y a poder discernir

cuál tomar y en qué cantidad, ya que las enfermeras me

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Graciela Mariani

habían brindado confianza y me dejaban los remedios para

que yo misma los tomara después de cada comida.

Debo confesar que fue una verdadera hazaña, ya que para

distinguir cuál era la dosis y el medicamento indicado, tuve

que ir alternando con casi todos, y esto me produjo un par

de desequilibrios, nada importantes, en comparación con

lo que había estado padeciendo.

Esto me costó un par de meses, pero lo logré, ya me sentía

más recuperada y las enfermeras me sacaban a pasear por

el jardín y a nadar en la piscina climatizada. Yo

aprovechaba el ejercicio para recuperar fuerzas, no era muy

difícil, las otras internas eran pocas y estaban muy dopadas.

¡Este lugar debía ser carísimo! Por lo tanto, había que

aprovecharlo.

Los masajistas eran muy buenos y la comida inmejorable,

así que inicié una dieta con la nutricionista y una rutina

para el sofisticado gimnasio, tomándolo como si fuera una

cura rejuvenecedora y desestresante en un spa suizo.

El cambiar mi predisposición mental, consiguió que

comenzara a tener esperanzas nuevas y confiara cada vez

más en mí misma.

Un día aparecieron mis padres... ¿Dónde habrían estado

todos esos meses?

Me contaron que estaban en un crucero por las Islas Fidji,

cuando Adolfo los llamó, para comentarles mi

descompensación cardiaca y mi pronta recuperación.

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El operativo y otros cuentos callejeros

¿Realmente creerían toda esa basura?

En fin, ellos comprarían cualquier buzón que Adolfo les

vendiera, y yo no podría hacer nada al respecto.

Dijeron que el médico les había recomendado que la visita

fuera breve y, al poco rato, se fueron prometiendo regresar

la próxima semana.

Parece que la clínica se encontraba en algún lugar a 700

Km. de Buenos Aires, y sólo se podía llegar allí en avión

privado.

Se notaba claramente que Adolfo había aprovechado bien

su carnet de piloto y sus miles de horas de vuelo.

De salir por mis propios medios de allí, ni qué hablar. Eso

me desanimó bastante y estuve muy desganada esa semana;

el personal debía empujarme, literalmente, para realizar mi

rutina acostumbrada...

¡Yo ya había perdido el deseo de vivir!

¡Adolfo había ganado la guerra, finalmente!

Adelgacé y empalidecí mucho más y mis padres se fueron

bastante preocupados de su siguiente visita.

Parece que la cosa no fue tomada de buen ánimo, ya que el

médico vino a verme seguido y comenzó con inyecciones

de algo que podrían ser vitaminas o un antidepresivo.

Parece ser que a la semana siguiente estaba un poco más

animada y mis padres se fueron más contentos, tanto que

prometieron llevarme al campo en cuanto estuviera un

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Graciela Mariani

poco más fuerte y el médico me autorizara a abandonar la

clínica, aunque más no fuese por unas cuantas semanas.

¡Epa! Esa sola idea hizo en mí el efecto de mil

antidepresivos juntos.

Salir, estar nuevamente en mi campo, en mi dormitorio de

niña, algo que siempre me pareció tan aburrido y alejado

del mundo, ya que era allí donde pasaba mis vacaciones y,

también cuando creían que debía recuperarme de alguna

convalecencia... Y ahora, parecía la puerta hacia mi

libertad, un solo día fuera de esa clínica, uno solo era

cuanto quería en la vida.

Era increíble lo que me estaba pasando, si alguien me

hubiese dicho que pasar unos días en el campo de mis

padres llegarían a ser las aspiraciones más importantes de

mi vida, hubiese creído que estaba loco.

La vida cambia y uno cambia con ella o muere, no queda

otra opción...

Curiosa la vida.

¡Qué lugar común!

Adolfo no volvió nunca, solo recibía sus e-mails, escritos

siempre con las palabras medidas y justas.

Yo temía que no me permitiera ir al campo de mis padres,

pero parece que la presión paterna y la del médico deben

haber podido más, o tal vez él cambió de opinión y decidió

tenerme nuevamente...

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El operativo y otros cuentos callejeros

Nunca lo supe…

La avioneta de Adolfo se estrelló en la cordillera, cuando

se dirigía a Chile.

Yo hacía dos semanas que me encontraba en el campo de

mis padres, con Rosa, la cocinera, mimándome como

cuando era adolescente, y gozando de todo lo que me

ofrecía la bendita vida que había recobrado.

Nunca más volví a la clínica ni al piso de Recoleta.

El abogado de mi padre y su administrador me ayudaron a

deshacerme de todo sin tener más que poner un par de

firmas en unos papeles.

De mis pertenencias anteriores, no me llevé nada, hice

vender hasta las joyas, donar los muebles y ropas,

indemnizar a las "carceleras" y el pasado quedo atrás para

siempre.

Desgraciadamente, mi mente no se pudo deshacer tan

fácilmente del infierno pasado, tenía pesadillas, me

encontraba inapetente y nada me entusiasmaba…

Mis padres se preocuparon tanto que me llevaron a varios

especialistas, un clínico, un endocrinólogo, una

nutricionista y hasta a un vidente-mano santa.

Pero nada daba resultado…

Lo que no lograba entender eran dos cosas, una, el porqué

del comportamiento tan destructivo de Adolfo para

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Graciela Mariani

conmigo, y dos, cómo yo le había permitido todas esas

vejaciones.

En medio de toda esa incógnita, el abogado de mi padre

nos sugirió encargarle a una agencia de investigación, de su

confianza, el realizar un estudio de rutina sobre el pasado y

negocios de Adolfo, para descartar la posibilidad de un

atentado, que pudiera luego poner en peligro mi propia

vida. Así se hizo.

La investigación dio como resultado que el padre de

Adolfo no había muerto de un ataque al corazón, como se

decía, sino que se había sido asesinado por unos ladrones

que quisieron robarle.

De acuerdo a los archivos de la investigación policial,

realizada a propósito de la muerte del padre de Adolfo, él

junto con su hijo mayor, Adolfo, quien por ese entonces

tenía sólo doce años, fueron un viernes por la tarde a la

Casa Quinta de la familia, con el objeto de encender la

calefacción y las chimeneas, pasar la noche juntos y que la

casa estuviera ya climatizada cuando llegara su madre y su

hermanita al día siguiente. La niña sufría de espasmos

bronquiales, por lo que los padres se esmeraban mucho en

protegerla de todo aquello que pudiera llegar a afectarla,

aunque sea ínfimamente.

Al parecer al llegar sorprendieron a unos ladrones que no

contaban con su temprano arribo. Y por los destrozos

ocasionados en el lugar, parecía haber habido una pelea, y

por los datos aportados por el niño los hombres se

encontrarían en estado de ebriedad.

A la mañana siguiente, cuando llegó la señora encargada

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El operativo y otros cuentos callejeros

del mantenimiento de la casa, se encontró con un cuadro

escalofriante. Tanto el niño como su padre se encontraban

atados y amordazados a las sillas del comedor y estaban

cubiertos de sangre.

El padre había sido muerto a golpes y el niño se hallaba

inconsciente y posiblemente violentado.

Los homicidas jamás fueron encontrados y luego, según la

versión dada por la familia, el niño habría presenciado el

asesinato de su padre y lo habrían golpeado para asustarlo

y que no hablara, de la violación no se habló nunca.

Lo que había mantenido con dudas a la policía, era que el

chico había sido llevado inmediatamente a Buenos Aires e

internado en la mejor Clínica del momento. Pero dado que

el asesinato era un delito más grave y lo otro podría

lastimar la integridad y el futuro de un niño, no dieron

curso al tema.

En cambio sí continuaron investigando el robo y asesinato,

pero, por falta de datos o debido al escaso personal, la

policía archivó el caso y el tema quedó en el olvido.

Por supuesto, la historia me impactó y consulté con un

especialista al respecto.

Éste era considerado por mi propio médico clínico, como

un excelente psiquiatra.

El hombre en cuestión era un poco extraño, delgado y

encorvado, con la curvatura típica de quien pasa largas

horas sentado a un escritorio, con una barba rala, canosa y

con gruesos anteojos que ocultaban su mirada. Sentí unos

irresistibles deseos de salir huyendo, pero me sobrepuse;

después de todo, tenía un objetivo por cumplir.

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Graciela Mariani

Le expuse el caso adjuntándole copias de todos los

informes que me habían sido entregados por los

investigadores. Me propuso concertar una nueva entrevista

para darle tiempo para estudiar el caso.

Finalmente, me encontré asistiendo a su consultorio dos

veces a la semana y, sorprendentemente, ese hombre de

aspecto curioso, me había hecho sentir cada vez más

cómoda y confiada…

Me hizo entender que, independientemente de las razones

que llevaron a Adolfo a ser un border line, yo debía

restaurar mi propia autoestima y, para ello, me propuso un

plan de trabajo.

Me pareció muy coherente su propuesta y la acepté.

Había estado asistiendo a sus sesiones a lo largo de siete

meses, cuando mis padres me invitaron a compartir un

viaje por Europa.

El “psi” insistió en que lo hiciera, ya que podría ser una

buena oportunidad para comprobar lo mucho que yo había

avanzado.

A mí me daba miedo, pero también me entusiasmaba

dicho viaje, pasear, con mis padres y a solas, recorrer las

orillas del Sena…, aunque me recordara a Adolfo. Creía

que ya era tiempo de superarlo.

Hoy en día vivo en un campo cerca de Sídney, Australia.

Estoy casada con un velludo y bonachón ingeniero

agrónomo, que conocí con mis padres, visitando la

Exposición Anual de la Alimentación en París.

Tenemos dos hermosos hijos y jamás hablamos del

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El operativo y otros cuentos callejeros

pasado. Yo soy inmensamente feliz con la más mínima

sonrisa de mis pequeños hijos o con el menor gesto de

afecto de mi adorable y dulce marido.

Soy feliz viendo a mis hijos que juguetean con los perros,

andando a caballo con mi hijo mayor o pescando en el lago

todos juntos...

Soy absolutamente feliz de estar viva, día a día y poder

compartir todo esto con mis seres queridos.

Me siento tan libre y plena, que jamás me cansaré de

agradecerle a la vida lo afortunada que soy.

Al fin y al cabo, el destino fue generoso conmigo y cada

vez creo más en aquel viejo refrán árabe:

"Siéntate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de

tu enemigo".

Parece que, a los malintencionados, el destino mismo se

encarga de hacerlos caer en su propia trampa.

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Graciela Mariani

Morir de Amor

Eran las cuatro de la tarde cuando Loreta bajo del

colectivo que la llevaba de su clase de baile a la de canto,

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El operativo y otros cuentos callejeros

en Palermo Viejo, cerca de su casa.

El tiempo estaba pesado, y el cielo grisáceo auguraba una

lluvia tarde o temprano.

Ella era muy joven, casi una nena, que dotada de un rostro

angelical, ojos enormes y cuerpo sinuoso, tenía ese andar

felino de algún antepasado mulato.

Era Jueves y los jueves siempre se encontraba con las

chicas. Tomaban cerveza o café y boludeaban hasta

cualquier hora. Les divertía y les ayudaba a soportar las

semanas rutinarias.

En general se veían en el pub en donde Loreta trabajaba,

de tal manera que podía estar con ellas en los momentos

de menos trabajo.

Al principio comenzaron a hacerlo de manera esporádica.

Después que terminaron el colegio, se sentían raras en sus

nuevos ambientes de estudios. Extrañaban los recreos, los

chismes y las cargadas.

Después lo fueron haciendo con mayor continuidad y

luego establecieron un día fijo.

Desde que Loreta trabajaba en el pub, lo adoptaron.

Carolina era la líder, ella todo lo podía, estudiaba

antropología y los dos últimos veranos los había pasado

visitando diferentes tribus en el Amazonas. Fue durante

uno de sus viajes que conoció a Francisco, se amaban y

pensaban casarse a fin de año.

Valeria era la tímida, pero toda una erudita, ella las sacaba

de cualquier duda en todo momento. Había sido la mejor

139


Graciela Mariani

alumna siempre y nadie dudaba que sería una excelente

médica, además ginecóloga probablemente. Se había

casado hacía ya dos años con un médico que había sido

uno de sus primeros profesores. Aun no pensaban en tener

hijos por unos años. Les quitaría libertad.

Chiqui era la típica ansiosa psicoanalizada, escapada de una

película de Woody Allen.

Tal como la lógica lo indica, estudiaba psicología, pero en

una Universidad privada. No vaya a ser que se juntara con

la chusma. Estaba medio viviendo con Miguel desde el

ciclo básico y su pareja siempre estaba en crisis.

Romina era término medio en todo. Vivía desde hace casi

tres años con su novio de la escuela, estudiaba Diseño

Gráfico. Pero por sobre todas las cosas detestaba a los

new-rich y todo aquello que consideraba kitsch. Parece que

soñaba con ser una versión femenina de Versace con sus

diseños. Bueno, ella era la artista del grupo.

A Loreta le molestaba mucho el ser la única de ellas para

quien una relación estable jamás pasaba de los dos meses.

Empujada un poquito por la abrumadora estabilidad

amorosa de sus amigas y ante las más frecuentes preguntas

suspicaces de Chiqui, se había inventado un novio.

Inspirada en aquel fotógrafo canadiense que había

conocido en el boliche el año pasado y con el que salió

durante su estancia en la Argentina, creo a Jean Pierre.

Bueno en realidad él ya había sido creado por la natura, ella

solo creo la relación, o más bien la recreo, pero para la

novela gótica que recién comenzaba.

140


El operativo y otros cuentos callejeros

J.P. había entrado a su vida en un momento de debilidad,

tal como se apoderan los espíritus de un ser vivo y tal

como esos despojos astrales fue invadiendo su cuerpo

poco a poco.

Fue en diciembre, antes de Navidad, cuando Buenos Aires

estaba sofocante por el intenso calor y hedía, como

callejera barata y roñosa de pelo revuelto y uñas negras. La

gente en la calle estaba insoportable, la falta de dinero, la

compra obligatoria de regalos, las cenas de despedida, las

reuniones entre amigos, las fiestas en familia.

Todo era irritante.

Las chicas estaban ocupadas para esos días y habían tenido

ya su reunión de fin de año con una gran panzada de pizza,

helado y cerveza mexicana, tanta que a Loreta todavía le

dolía la cabeza de solo pensarlo.

Caro y Pancho se habían ido, mochila al hombro, al norte

de Bolivia, en busca del eslabón perdido. Valeria tenía

exámenes y guardias. Chiqui estaba en Pinamar con la

familia de Miguel y Romi y Juan se había ido a Barbados a

un club privado, to spend a few happy hours.

Loreta amaba ese Buenos Aires pestilente y ruidoso,

desordenado y candente, desbordante, exacerbado y

canyengue como tango de arrabal.

Por eso cuando sus ojos se encontraron con el azul

profundo de los de J.P., se enamoró y chau.

No hubo rodeos, ni juegos seductores, ni palabras huecas

141


Graciela Mariani

para llenar el tiempo, tomaron bastante, fumaron un par de

porros y durmieron juntos, como quien se toma un café, o

una coca.

El español de él era algo elemental y su ingles no tenía una

sola hache aspirada, resultando gracioso pero

incomprensible para los escasos conocimientos de Loreta y

¿para qué tenían que hablar?, si no había nada que decir.

Así sin demasiadas palabras pasaron días y un par de

semanas.

La mano venia algo alternada, porque J.P. viajaba por el

laburo.

En total no habían pasado mucho tiempo juntos, pero él la

invitó a Angra dos Reis por unos días, allí tenía amigos y

pararon en un grupo de cabañas precarias con gente algo

excéntrica por no decir horrorosa y de aspecto peligroso.

La mano ya venía pesada para cuando J.P. y la banda

empezaron a tomar descontroladamente todo tipo de

bebidas blancas. Primero con jugo de frutas y garotas,

luego solas y Garotos.

Allí la merca hizo su entrada triunfal y Loreta, ni lenta ni

perezosa, se tomó el palo un par de días antes de lo

planeado.

Él apareció una vez, pero no hubo onda y en otra ocasión

le mando una postal de Montreal, una de esas con varias

imágenes juntas de la ciudad nocturna, un horror.

Pero fue suficiente para dar pie a la gran novela del

caballero andante para sus amigas, cuando reanudaron

finalmente sus encuentros, a mediados de Marzo.

Entre las clases, el laburo y su sofisticado romance, llenaba

142


El operativo y otros cuentos callejeros

su vida y sus charlas con las chicas siempre daban un

nuevo e inesperado rumbo a la historia, que se construía

así, sobre la marcha, como la vida.

A medida que paso el tiempo J.P. era mejor fotógrafo y

por qué no camarógrafo a punto de ingresar en la CNN, su

aliento olía a café recién hecho en lugar de alcohol, y era el

impulsor anónimo de campañas anti-droga. La amaba

tanto que no soportaba la vida sin ella y por eso Loreta

debía volver temprano a casa a la espera de su llamada

diaria.

Con una y otra cosa las reuniones con el grupo de los

jueves se fueron haciendo más cortas y espaciadas. Jean

Pierre había recuperado su nombre completo no solo el JP

que acostumbraba y empezaba a ocupar casi todo su

pensamiento.

Lo extrañaba terriblemente, su mente no podía alejar ni

por un momento esa mirada azul profundo, casi no comía,

se le caía el pelo y no podía sincronizar el paso de baile ni

memorizar canciones, ni limpiar la casa, ni lavar la ropa...

La realidad y la fantasía se entremezclaban

desordenadamente y sin control.

Loreta entendía que la situación había escapado a su

control y sin control no tenía vida. Para recuperar su vida,

J.P. debía desaparecer.

Pero como hacer desaparecer a quien no está, una relación

que no existe. ¡Maten al fantasma! Claro, si lo encuentran.

En fin, su J.P. debía morir de cualquier manera.

143


Graciela Mariani

Era una muerte ficticia, de un amante ficticio, para una

relación ficticia, lo cual no

tenía nada de malo en sí mismo.

Pero su corazón se negaba a dar muerte a lo que su razón

le dictaba. Así era como Jean Pierre moría y resucitaba

continuamente.

De pronto sucedió algo inusitado. Alguien voló un avión

atestado de pasajeros apenas despego del aeropuerto de

NY, y allí cayó al mar sin un solo sobreviviente.

La tragedia fue muy shoqueante ya que USA se preparaba

para las Olimpiadas del ‘96, y un ataque presumiblemente

terrorista no estaba en los planes de su gente.

El avión se dirigía a Francia y el pasaje en su mayoría eran

europeos o americanos que iban a visitar parientes, era

horrible, pero un canadiense francés encajaba perfecto.

Loreta lo puso entre los desaparecidos y sus amigas no la

dejaron ni un momento sola, acompañándola en su dolor.

El tiempo pasó, la rutina volvió, la vida de las chicas

retomo su ritmo y Loreta volvió a la carga como si tal cosa.

Se sentía tan aliviada de no tener que seguir inventando

historias que su baile se recuperaba vertiginosamente, su

voz recuperó su fuerza y tono. Pudo volver a su trabajo en

el Pub y a pasarla bastante bien.

Pero llegó diciembre y con él aquel profundo vacío que

deja en el alma un amor perdido.

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El operativo y otros cuentos callejeros

Buenos Aires palideció, las chicas se esparcieron y la

melancolía se apodero de Loreta.

Encontró consuelo en sus amigos de la adolescencia, los

poetas románticos, Bécquer, Rubén Darío, Amado Nervo,

Alfonsina Storni, Sor Juana Inés de la Cruz, Neruda, y

algún par más que no recuerdo.

Ellos mitigaron su dolor acompañándola en las noches

hasta las primeras luces del amanecer, cuando agotada de

llorar caía sin fuerzas por ahí, donde el cansancio y el

sueño inquieto la encontrara.

Pidió, de nuevo, un permiso en el laburo, total si la rajaban

ya no le importaba. En el conservatorio tenía vacaciones y

la profesora de canto siempre suspendía por el verano,

para ir a visitar a su familia a San Juan.

Loreta se dejó invadir por esa dulce y adormecedora

melancolía, dejo de salir porque se sentía desganada y dejó

de comer porque se terminó la comida. Se alimentaba de

poemas y de lágrimas.

Fue entonces cuando comprendió que era inevitable que se

reuniera con su bien amado. Pero una unión cósmica, en el

plano astral, donde las almas se funden en un batir de alas.

La idea la animó, se levantó de su letargo y preparo un

bolso. Fue a Constitución, tomo un tren y se bajó en Mar

del Plata.

Tomo un taxi hasta la playa y comenzó a caminar entre la

gente hacia el norte.

145


Graciela Mariani

Se baño, se secó, paso el día... y al anochecer Loreta pudo

llorar tranquila mirando al mar.

Finalmente se levantó, con elegancia y con paso firme, esas

jóvenes piernas de bailarina la condujeron al mar. Bailando

con las olas, cantando “... te vas Alfonsina con tu soledad...

que poemas nuevos fuiste a buscar… “y perdiéndose en el

horizonte, se reunió al fin, con su amado…

Mate con tortas

fritas

146


El operativo y otros cuentos callejeros

Todo parecía suceder en esa terrible tarde de lluvia...

El viento hacia temblar las ventanas y los viejos postigones

chirriaban y se golpeteaban con el sonido más tenebroso

por mi conocido. Gruesos chorros caían con fuerza desde

el cielo como si los mares se hubieran dado vuelta y se

ensañaran con nosotros. El agua se escurría por todos

lados creando grandes lagunas en el campo. Algunas

rendijas goteaban y silbaban extraños cantos. Los altos

álamos, robles, tipas y eucaliptus sacudían y

desparramaban sus ramas bajo la lluvia como si realizaran

una acongojada y mórbida danza ritual.

Los animales habían desaparecido del paisaje, con

excepción de Tigre, el gato de la abuela, que miraba

temeroso el agua espumante desde su escondite, en las

molduras del tejado, junto a la galería. ¿Porque no estaría

durmiendo acurrucado junto a Chispi en uno de los

sillones de la galería? Chispi era esa gatita suave y blanca

que sorprendía en la oscuridad como una pequeña chispita

refulgente.

Yo, sin embargo, sabía que estaba a salvo, querida y

cómodamente instalada sobre la gran mesa de madera de la

cocina, atenta al sereno ir y venir de Juana, abriendo y

cerrando tarros, amasando, preparando el agua, la sartén y

un gran pote de grasa de vaca, cucharas de madera, azúcar,

fuentes y muchas, muchas... otras cosas más.

Ella, mientras iba y venía, me hablaba con voz muy dulce,

contándome pequeñas historias infantiles. Pero, aunque

147


Graciela Mariani

intentara distraerme yo no perdía pisada del ritmo de su

casera fábrica de Tortas Fritas.

Tomaba pequeños pedazos de masa entre sus manos y

aprecia aplaudirla, hacia ruido con ellos moviéndola

rápidamente de un lado al otro. Y para cuando la apoyaba

sobre la tabla, allí estaba: redonda, perfecta y con un hoyo

en el medio.

La cacerola de hierro que había puesto sobre el fuego con

la grasa, había comenzado a hacer unos crujidos raros pero

Juana la miraba complacida y vigilaba si el fuego necesitaba

más leña, abriendo y cerrando una puertita de hierro de la

enorme cocina de campo.

Para cuando termino con la masa, ya la olla hacia un

chasquido continuo y despedía un olor sumamente

agradable.

Juana tomó una especie de cuchara con agujeros y mango

muy largo y fue metiendo en la olla poco a poco una a una

sus hermosas tortitas. Las cuidaba removiéndolas y al rato

las sacaba cuando tenían un color castaño claro con

pequeños globitos por todos lados.

Las iba poniendo sobre una gran fuente a la que le había

puesto unos papeles blancos encima, después, ponía en un

tarro raro, mucho azúcar y las rociaba con ella por ambos

lados.

Yo ya había conseguido comerme una y tener otras dos

enfriándose en un plato, con mermelada de tomate arriba,

148


El operativo y otros cuentos callejeros

pero ya lo suficientemente tibias como para que Juana me

dejara tocarlas de cuando en cuando. Para entonces ella ya

iba por las últimas que quedaban.

En el otro extremo había una gran bandeja de plata en la

que había puesto el mate, uno alto con pie (el preferido de

mi Abuelita), también había jalea, mermelada de tomate,

bizcochos, azúcar, la tetera rara y grande, llena de agua

humeante y una fuente grande con una carpeta de hilo

bordado, llena pero muy llena de Tortas Fritas.

Cuándo terminó con la última, sacó la olla del fuego y la

puso bien lejos, ¡ah! Pero primero puso todo el líquido que

tenía adentro de un jarro grande de barro, que dejó

arrinconado.

Finalmente y con cara de gran satisfacción (yo ya conocía

esa cara) dijo -- Venga mi cielo, vamos a llevarle el mate a

la abuela. -- Me tomó entre sus brazos, me limpió la boca y

las manos, me dio un beso y me puso en el suelo.

Con el placer de haber colaborado en tan importante tarea,

corrí primera hacia el jardín de invierno, en donde la

Abuelita estaba entretenida con su bordado.

-- Querida -- dijo con su voz tierna, suave y tintineante al

venir y dejando a un lado su tarea continuó:

-- ¿Ya termino Juana en la cocina? --

Yo me reí con toda la picardía de un cómplice amado.

Me bamboleaba como una bailarina de cajita de música,

sabiéndome acariciada por su mirada.

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Graciela Mariani

La lluvia empañaba los vidrios, haciendo el interior aún

más acogedor y seguro.

Mientras tanto Juana aparecía con la gran bandeja en la

mesa del servicio.

Y la Abuelita dijo suspirando y como para sí misma:

-- ¡Ah, que placer! ¡Nada mejor para una tarde de lluvia que

un buen mate con tortas fritas! --

Y sus palabras aun vienen a mi mente cuando la lluvia

repiquetea en mi ventana.

Entonces me llega ese cálido olor a grasa de vaca, de yerba

caliente, de pasto mojado y aquel perfume suave con olor a

violetas que usaba mi abuela.

Lo siento vivido, lo siento persistente y aquí mismo.

Aunque mis chorreadas ventanas miren al Central Park, y

mi computadora se queje un poco cuando la dejo para

observar la lluvia caer fuerte y pareja.

Y pienso, no ya en la distancia o en la muerte, sino en lo

imperceptible de aquellos cuarenta años que nos separan...

150


El operativo y otros cuentos callejeros

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Graciela Mariani

Mujer afortunada

Amaneció ese domingo a las dos de la tarde. El hueco

entre las cortinas me mostró un cielo azul y radiante. Tantee

el teléfono y marque el interno de la cocina.

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El operativo y otros cuentos callejeros

-- Si me diga -- contesto Rogelia

-- Soy yo -- dije con voz áspera y gomosa.

Ella ya sabía que debía hacer. Se apareció al rato con la

bandeja de mi usual desayuno, el diario y las tres revistas del

día. Sabía que no debía hablarme a menos que se lo pidiera,

no lo hizo y salió despacio, dejando tras de sí ese particular

olor a cocina.

Primero tomé el jugo de naranja y luego de desperezarme

fui al baño. La cara que encontré en el espejo, después de

lavarme los dientes, era la de una mujer hermosa de grandes

ojos rasgados y piel de durazno.

La contemple con una mezcla de satisfacción y extrañeza ya

que no era exactamente mi rostro, sino el producto de

costosas cirugías, que bien habían valido la pena y el

sacrificio.

El pijama de pantalón cortito y blusita de seda, que había

usado para dormir dejaba entrever un cuerpo duro y

cuidado, y el color salmón hacia resaltar con mayor

intensidad la blancura de una piel sin sol.

A lo lejos se oía la voz de Lucila, mi hija del primer

matrimonio, que puteaba a alguna mucama por algo, desde

el solárium.

Ignacio, mi marido, habría ido a ver los caballos con

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Graciela Mariani

Sebastián, su hijo mayor, porque tenían un partido por la

tarde. Ayer habían comentado lo del partido, entre la tercera

botella de champagne, los gin tonic y la blanca para seguir

entero, esa era la gran joda.

No dormíamos juntos, él tenía su propio dormitorio en

suite, en la planta baja, y no solía visitarme a menudo. En

base a ese pacto nos habíamos casado, ninguno de los dos

quería ser molestado, y el acuerdo nos beneficiaba a ambos.

Ignacio tenía ambiciones políticas. Él necesitaba una

esposa para pasar por hombre de familia, yo necesitaba su

dinero y protección.

Todo había funcionado bien hasta que llegó Antonio a

nuestras vidas, mezcla de macho latino y niño desvalido,

nuestro personal-trainer, nos había seducido a todos.

Él había triado la blanca María, caliente y fría, a nuestra

casa.

La primera experiencia fue alucinante, nada, absolutamente

nada en el mundo me había hecho sentir así, fue lo máximo.

Máximo estado anímico, máxima potencia sexual, máximo

todo.

Después, como animal salvaje, fue pidiendo más de mí y

cada vez dándome menos. Aunque me sangrara la nariz, no

podía vivir sin ella, el dolor de su ausencia se hacía

insoportable.

Ya no importaban las joyas, los viajes exóticos, la ropa

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El operativo y otros cuentos callejeros

exclusiva. El dinero de Ignacio me podía dar mucho más

que todo eso: la más pura blanca jamás pensada.

La primera raya del día me dio ánimo para vestirme y bajar

al bullicioso ambiente exterior.

Elegí un conjunto de satén color hueso, que tenía una

especie de chaleco largo, estilo capa medieval. Cual

princesa de cuento de hadas hice mi aparición en la galería

de la barbacoa.

Había un pequeño gentío comiendo trocitos de salchicha

criolla a la parrilla y tomando cerveza alemana en grandes

copas alargadas.

El olor a carne asada me revolvía el estómago, me alejé

camino al bar en busca de algo espirituoso, pedí que me

llevaran una botella de Moet Chandon de una selección

privada, y una tabla de quesos, a mi lugar privado lejos del

ruido en una pérgola del otro lado de la gran pileta. Allí

siempre estaba mi set de toallas y accesorios preparados

junto a mi reposera relax, en el juego de ratán policromado.

Para la segunda botella, no había probado el queso e iba por

la quinta raya, cuando Lucila vino a visitarme.

Era preciosa, su pelo rojizo brillaba al sol dándole un

aspecto de fuego ardiente, sus ojos verdes parecían dos

grandes esmeraldas con la luz del día y su boca era pequeña

y perfecta. No había duda de que Alejandro y yo nos

habíamos esmerado mucho para gestarla, allí estaba el

resultado de tanta práctica. Lástima que también hablara.

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Graciela Mariani

Su perorata era una larga protesta contra alguna de las

mucamas, algo tendría que ver los aullidos que había sentido

cuando estaba en el baño.

--... mama, la tenés que echar, no solo revisa mis cosas, sino

que es tan desagradable como aquella vieja que teníamos

cuando era chica, la de cara de huevo y olor a mierda. --

decía con voz mañosa de hija malcriada.

-- Cariño, yo no tengo contacto con la servidumbre. Es

Pascual, el administrador de Ignacio, el que se encarga de

los contratos y despidos. Te sugiero que hables con él. --

-- Pero Ma, sabes que ese tipo no me gusta. -- protesto.

-- Mandale un e-mail. -- respondí inmutable.

-- No ves que con vos no se puede hablar. -- dijo

enérgicamente y dándose media vuelta se alejó con pasos

cortitos y saltarines.

Cuando caminaba así me hacía acordar a Alejando y no

sabía si reír o llorar, nuestra vida en común había sido una

mierda.

La mujer a la que Lucila hacia referencia en segundo

término, era una mucama por horas, que trabajaba en

nuestra casa cuando ella era chica, vivíamos en San Telmo

una vida rotosa y bohemia. No teníamos ni plata ni lugar

para tener a alguien con cama, y esta pobre mujer llamada

Adelina había caído como regalo del cielo.

Era de El dorado, en Misiones, pero ya hacía muchos años

que vivía en Buenos Aires. Solía aparecerse cuando yo

estaba enferma, fuera de sus horas de trabajo, para traerme

156


El operativo y otros cuentos callejeros

un té o unas galletas. A cambio solía pedirme cada tanto

usar el horno para preparar algo que llamaba Sopa

paraguaya, que más que una sopa era una especie de torta

hecha con harina de maíz y otras cosas.

Yo sabía que su aspecto dejaba mucho que desear, era

desaliñada y sucia, usaba minifalda, a pesar de tener más de

sesenta, y unas uñas largas, con pintura violeta

descascarada, que se limpiaba constantemente. El pelo

teñido y escaso lo llevaba batido al estilo de los sesenta, y

de los dientes mejor no acordarme.

Pero era buena, a su manera, y yo solía disfrutar de sus

historias tan tórridas como floridas y tan lejanas a mi

realidad como un cuento de Ray Bradbury.

Había tenido un marido, allá en su pueblo, al que mataron a

puñaladas cuando salía borracho de un bar. Para ella eso

había sido un alivio, ya que solía golpearla. En una

oportunidad hablando sobre chicos le pregunte si tenía

hijos, me contó que había tenido uno pero que había

muerto. En otra ocasión me confeso que estando ella a

punto de dar a luz, su marido la había golpeado estando

borracho, y estando ella tirada en el piso él le pateo

reiteradamente la panza, el niño nació a término, pero medio

muerto y según ella lo tiraron.

Se había venido a Buenos Aires con un camionero y se puso

a buscar trabajo. Con los pesos que había triado pagaba una

pensión de mala muerte, hasta que se quedó sin un mango.

Tres días estuvo sin comer, durmiendo en una plaza, hasta

que se levantó a un tipo que se la llevo a vivir con ella.

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Graciela Mariani

Eso había ha sido mucho antes de trabajar en casa, ya que

en ese momento vivía en el Padelai (vieja sede del Patronato

de la Infancia), en Humberto I y Balcarce, tenía una de las

pocas piezas con baño y una cocina con garrafa.

No tenía gran privacidad, ya que del otro lado vivía un

matrimonio con tres chicos, porque había sido una gran

habitación, luego dividida por un muro de dos metros de

alto, que lloraban y se peleaban constantemente. Por ella, le

pagaba al que organizaba la cosa, unos sesenta pesos

mensuales y el tipo la atendía bien porque Adelina era de las

que pagaban siempre.

Era una mujer feliz, iba a bailar tango los domingos por la

tarde, siempre tenía un hombre o dos, era libre, trabajaba,

tenía su techo, su tv blanco y negro, que más.

Mujer afortunada, solía decirme que se sentía, como una

gran confesión, entre mate y mate -- yo soy una mujer

afortunada, no como mi vecina, o la otra que trabaja para el

Negro. Yo no le doy cuentas a nadie, entiende. –

Yo en aquel entonces no entendía, para mí ella era un

personaje pintoresco y con una vida muy trágica.

-- Su noble caballero parte para el mejor partido que se haya

jugado en la historia, mi bella Dulcinea. -- dijo Ignacio, de

punta en blanco vestido de polista, al darme un beso algo

meloso.

Le deseé suerte, lo vi partir, ya me sentía mal. Busqué mi

cajita de plata y me metí al baño para pegarme un toque. De

allí al yacuzzi, me dolía todo el cuerpo y la nariz había

comenzado a sangrarme.

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El operativo y otros cuentos callejeros

A lo lejos la vi a Lucila charlando animadamente con unos

amigos.

La imagen de Adelina, esa pobre mucama, volvió a mi

mente y por un instante me pareció entender porque, a pesar

de la miserable vida que llevaba, se sentía una mujer

afortunada.

159


Graciela Mariani

Testimonio

El verano en que Enrique desapareció, yo termine en

Londres. Lo supe por las listas que publicaba Amnesty

International.

Cuando vi su nombre en la lista tuve que leerlo y releerlo

repetidas veces para convencerme de lo que estaba

sucediendo y aun así no me parecía cierto.

Yo estaba allí, como siempre husmeando libros usados en

160


El operativo y otros cuentos callejeros

Portobello Road y como era habitual y de manera rutinaria

buscaba el stand de Amnesty International para revisar las

listas de los desaparecidos en la Argentina… como si supiera

quienes eran o que hacían antes de desaparecer y tal vez,

esperando no saberlo nunca.

Al final eran solo nombres, listas anónimas de gente

desconocida, eran unos Juan Pérez, Ramon Diaz, Rubén

Gutiérrez, Fulano y Mengano… como si ellos los estuviesen

inventando o siendo extraídos de cantidades de nombres

comunes en nuestro país y algunos otros de habla hispana.

¡Claro está, yo quería creer que eran inventados!

Cuando leí su nombre se me revolvió el estómago, me sentí

mareada, la muchedumbre me agobiaba y de pronto solté

las listas y miré hacia todos lados como si no pasara nada.

Enrique era un pibe que militaba en el PC en la facultad y

era discapacitado, andaba con muletas por un accidente que

había tenido y necesitaba ayuda para todo. Sería muy raro

que hubieran plantado el nombre y el PC en Argentina era

más inofensivo que los conservadores.

Ya hacía rato que me venía pasando eso de tener miedo a

no sabía qué, pero a partir de allí todo me daba pánico.

Cuando oía la vos estridente e imperativa de algún

argentino, era como si me clavaran una puñalada y huía.

Un día ayude a una mujer que se encontraba perdida con el

inglés y la termine acompañando a su hotel para que no le

volviese a pasar. Allí estaba su marido y me invitaron con

un té y entonces el pregunto:

-- ¿Y vos, que haces acá, nena? --

-- Estudio inglés. -- le dije tímidamente, a lo que él

161


respondió muy categórico,

Graciela Mariani

-- Mira que hay que estar bien al pedo en la vida para venir

a estudiar inglés a Londres. --

Demas esta decir que me sentí una completa idiota y muy

cortésmente emprendí la retirada.

¡Desde entonces les huyo y solo me pregunto porque son

tan agresivos y jodidos!

“Somos derechos y humanos” decía el lema de una

calcomanía que habían popularizado los militares ante las

reiteradas denuncias de los organismos internacionales y los

pedidos de asilo de los que como yo habían podido salir a

tiempo.

Desde entonces muchos argentinos habían hecho propio el

lema y andaban pavoneándose por distintas partes, con

arrogancia y disfrutando de la falsa bonanza que les otorgo

la política económica del Proceso.

¡Y ahora esto!

Enrique en la lista… ¿Cómo podía ser cierto? Aun

conociendo su ideología era extraño, que podía tener de

terrorista un comunista, era comunista, no guerrillero.

Enrique como tantos otros era un perejil y al final los

desaparecidos eran puros perejiles.

Yo sabía que los verdaderos responsables de la guerrilla en

la Argentina estaban lejos, en muy buen estado de salud y

forrados de guita. La mayoría ya no eran idealistas, solo unos

oportunistas megalómanos.

Unos días más tarde me encontraba en el taller de Elena, en

uno de esos scuoters londinenses tan populares entre los

162


El operativo y otros cuentos callejeros

artistas. Charlábamos y tomábamos mate cuando cayó un

conocido de ella, también argentino y monto. Traía un

documento que contenía un reportaje a Firmenich, quien en

aquel entonces se encontraba en Cuba, y el pibe decía que

lo acababa de recibir.

Era un documento mimeografiado, de demasiadas hojas,

que más que un reportaje parecía una nueva declaración de

principios, con la jerga inconfundible que lo caracterizaba,

palabras rimbombantes, declinaciones inexistentes y

afirmaciones imposibles de poner en práctica.

El pibe andaba con pasaporte alemán, por parte de su

abuelo y trabajaba para la organización, trayendo y llevando

información.

-- Hay mucho que hacer --, dijo y conto que le pagaban una

luca verde mensual, tal y como a los otros dos que había

conocido en México.

Cuando se fue sentí un gran alivio, no me gusta ni la

violencia ni la apología de la misma y tampoco me gustaba

el zurdaje pendenciero y violento en el que se habían

transformado las orgas.

Una de las pinturas que Estela tenía preparada para una

exposición sobre el tema de los desaparecidos, era

descarnada y terriblemente expresiva y caló muy hondo

sobre mí, tanto que decidí escribir algo para acompañarla

con algún escrito y el resultado fue una poesía, no menos

cruel que la pintura, a la que titulé:

Argentina

Triste destino te dieron, Argentino...

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Graciela Mariani

Vivir callando, morir luchando,

o ser paria para siempre...

Triste destino te dieron, Argentina...

Patria grande, tierra rica,

¡Con sangre de tus hijos,

regaron tus cosechas!

Ahora, otras manos quieren tomarte,

mientras tus propias manos te torturan.

¡Patria, hermosa patria mía!

El granero del mundo fuiste,

paraíso multicolor, crisol de razas.

Tu extensión que alberga todos los climas,

albergó también todos los anhelos...

¡Tanto el mundo habló de ti en los ’40!

Del mundo fuiste la Paz y la Esperanza,

cuando este ardía en odio y en miseria.

Tus grandes y generosas manos,

abrazaron a los hijos de la tierra,

a los pobres que escaparon

con su honor mancillado.

Tuviste al líder, y con él a Evita.

¡Vanguardia fuiste de Latinoamérica!

¡Cuánto amó ella a tu pueblo cuando dijo:

... aunque deje en mi camino,

jirones de mi vida...

también la esperanza,

Dieciocho años de silenciosa lucha necesitaste,

para retomar la dirección de su mano.

Dieciocho años de ilusión maltratada,

164


El operativo y otros cuentos callejeros

dieciocho años de ansias reprimidas.

Pero llegó el día, llegó la hora,

y con ella el Ideal y la Alegría.

Tu pueblo ardió de nuevo en el antiguo grito:

de Justicia Social, Independencia Económica

y Soberanía Política.

Otra vez el pueblo en las calles,

de nuevo el líder en la Plaza.

¡Pero que corta, cuan corta es la alegría!

¡Y que pronto, cuan pronto murió El Viejo!

¡Primero de julio de 1974, te vestiste de luto,

para siempre, no sabias, para siempre!

¡Cuánto y cómo lo lloró tu pueblo!

¡Fue inmensamente triste tu silencio!

¡Torturada la ilusión de tu gente adolescente,

otras manos te tomaron para matarte de nuevo!

¿Cuántos, cuantos hijos te sacaron?

Cuántos, Patria mía, ¿cuántos escaparon?

¡Cuánto lloro tu pueblo a su ideal prostituido!

¡Triste destino te dieron, Argentino,

morir luchando, o vivir, callando para siempre!

Recuerdo que me hice la ilusión de que realmente Enrique

estaba fugado, como tantos que había visto por ahí, y que

solo habían puesto su nombre para hacer número en las

listas.

Había quienes decían que las orgas hacían eso, que mentían

y ponían los nombres de los fugados para joder a los milicos

y hacer parecer más significativo el número de víctimas.

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Graciela Mariani

Como si eso fuese necesario, como si el horror no fuese

suficiente.

El gobierno por entonces negaba rotundamente la

existencia de campos de concentración, tortura y

exterminio, y aun con más vehemencia negaba la existencia

de los “vuelos de la muerte”.

Todo parecía una larga e interminable pesadilla y todo lo

que estaba por venir no era mucho mejor que eso.

**********

La dictadura militar Argentina termino en 1983, después de haber

llevado a país a una guerra con Inglaterra y la OTAN y perderla con

la complicidad traicionera de algún país vecino.

El proceso de democratización llevo varios meses y finalmente el 10 de

diciembre de 1983 asumió la presidencia de la nación el radical Rail

Alfonsín, ganando la campaña recitando una y otra vez el Preámbulo

de la Constitución Nacional.

Una de las primeras medidas del flamante presidente fue la de crear

una comisión que investigara a fondo las violaciones a los derechos

humanos y desapariciones de personas producidas por dictadura, en el

marco de un terrorismo de estado, dicha comisión se llamó

CONADEP.

La comisión recibió varios miles de declaraciones y testimonios y verificó

la existencia de cientos de lugares clandestinos de detención en todo el

país.

El resultado de toda esa investigación fue entregado el jueves 20 de

septiembre de 1984 al presidente Alfonsín, luego de un discurso

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El operativo y otros cuentos callejeros

de Ernesto Sábato. El voluminoso informe final, de varias carpetas,

registraba la existencia de 8.961 desaparecidos y de 380 centros

clandestinos de detención. La detallada descripción realizada permitió

probar la existencia de un plan sistemático perpetrado desde el gobierno

mismo, siendo efectivamente clave para el Juicio a las Juntas. Este

informe final fue publicado en forma de libro bajo el nombre de Nunca

más. El libro llevaba un memorable prólogo del escritor Ernesto

Sábato quien se comprometió a fondo con el tema.

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Graciela Mariani

Fin

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El operativo y otros cuentos callejeros

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El operativo y otros cuentos callejeros

ACERCA DEL AUTOR

Graciela Mariani es argentina y en tiempos de la Dictadura

Militar de ese país, debió vivir en otras partes del mundo

debido a su antigua militancia en la universidad mientras

estudiaba.

Es arquitecta y urbanista y escribe artículos de

investigación y de opinión, mayormente relacionados con

su profesión.

Reside actualmente en la Argentina con su familia.

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