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INESA-REVISTA

º2 EDICÓN

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Para mí, originaria de Comitán, esta fuente y estos

chorritos me eran completamente familiares, pues

cuando pequeña, era de nuestra “Pila”, en el barrio

de ese nombre y de sus surtidores, que se proveía

de agua el pueblo. No había agua entubada, los

aguadores la almacenaban en unos pequeños barriles

de cedro, mismos que cargaban a lomo de burro y

la repartían por las calles. Ya entonces era difícil

pensar que el agua no viniera de la pared de la casa

de Don Roque, dónde se encontraban los surtidores

o de más atrás, de la caja de agua enterrada bajo el

quiosco o más allá aún, de las aguas subterráneas

de la “Cueva de tío Ticho” y al final que en realidad

proviniera de la evaporación del agua contenida

en las masas inmensas de pinos que poblaban los

bosques entre Comitán y San Cristóbal y que ahora

cada día se ven menos.

Aunque hoy día la ciudad se surte de pozos ubicados

más al oriente, en la ciénaga, otro reservorio de este

vital líquido; en Comitán los “chorros” de La Pila son

un termómetro sobre si hay o no, agua disponible

para todos; si se adelgazan, la población se preocupa

y si se secan son pésimo presagio.

Pero la falta de agua es algo que no es privativo de

una ciudad en especial, es el mundo entero quien ha

visto alterado sus ciclos, porque el volumen de agua

que hay en el planeta es constante; el problema es

que no hay el mismo nivel de absorción en el suelo,

por eso hay sequía y procesos de desertificación

dónde antes hubo humedad y espesura.

No es fortuito que haya pensado en esa canción

infantil al escribir este artículo. Es que, ante la

crisis climática, pienso mucho en los niños; en que,

mientras más bosque perdamos en la tierra, más

secos veremos los “ojos de agua” y más llenos de

ella veremos los suyos y los de todos nosotros.

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Esperemos que no; que, aunque el reloj esté

corriendo en contra, logremos en poco tiempo un

incremento tal de la conciencia que nos permita

recuperar la masa forestal que se necesita para

que los “ojos de agua” se asombren por nacer

nuevamente, eternamente, en lugares encantados,

en una tierra llena de color y alegría, donde todos

los matices de verde la vistan brillando por todas

partes, en praderas y montañas, donde la vida vibre

vigorosamente y su majestad el bosque sagrado,

de lugar nuevamente a lagos, cascadas y arroyos

murmurantes en los que el agua, copiosa, propicie

la abundancia de pájaros que le devuelvan su canto

y fertilicen el bosque y lo siembren de nuevo, que

los demás seres que lo habitan equilibren y regulen

en él los múltiples procesos de los que surge la vida,

manifiesta en variadas florescencias cuyos colores

llenen todos los corazones de gracia, alegría y

plenitud

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