Korpus 21 - Vol. 3

Volumen I, núm. 3
PUBLICACIÓN CUATRIMESTRAL DE EL COLEGIO MEXIQUENSE, A.C.
El Colegio Mexiquense, A.C. (CMQ)
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Presidente
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Secretario General
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Coordinador de Investigación
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Korpus 21
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Equipo Editorial
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Asistentes editoriales
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Diseño de interiores, portada,
formación y composición tipográfica
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Zujey García Gasca (CMQ) * Alejandra García Lugo (CMQ)
Corrección de estilo
Editor Responsable
Gustavo Abel Guerrero Rodríguez (CMQ)
Korpus 21, Vol. I, núm. 3, septiembre-diciembre de 2021, es una publicación cuatrimestral de difusión gratuita editada por El Colegio Mexiquense,
A.C. Exhacienda Santa Cruz de los Patos, s/n, col. Cerro del Murciélago, Zinacantepec, C.P. 51350, México, tel. (722) 279 99 08 ext. 183,
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cite la obra de la forma especificada por el autor. Korpus 21 publica 3 fascículos al año. Impresa por Jiménez Servicios Editoriales. Este número
se terminó de imprimir en octubre de 2021 con un tiraje de 300 ejemplares.

Korpus 21 es una publicación cuatrimestral
orientada a la difusión de resultados de investigación
original sobre temas de historia
y ciencias sociales, editada por El Colegio
Mexiquense, A.C. Privilegia los estudios de
carácter inter y transdisciplinar, pero está
abierta a aquellos que adopten una visión
unidimensional en historia, sociología, economía,
ciencia política, geografía, antropología,
así como áreas afines. Dos condiciones
son necesarias: a) el aval empírico, ya
sea de base factual y aparato crítico, en el
caso de historia, o de datos cuantitativos
o cualitativos que respalden hechos estilizados
que detonen y articulen la reflexión
teórica en las otras disciplinas, y b) que permitan
abonar al mejor entendimiento de la
sociedad contemporánea, de sus funcionamientos,
problemas y perspectivas.
La revista publica artículos y ensayos, después
de ser sometidos a dos dictámenes
elaborados por pares ciegos, así como reseñas
inéditos. Todos los artículos y ensayos
son evaluados por expertos nacionales
o internacionales en el tema del documento
postulado y externos a la institución de
origen de los autores. Los trabajos deberán
responder a las intenciones de cada una de
las secciones de la revista: 1) Temática: tema
central del número. En esta sección, los
editores podrán solicitar ex profeso la colaboración
de algunos autores, sin que ello
implique la exención del cabal proceso editorial;
2) General: abierta a cualquier tema
incluido en las distintas áreas que abarca la
revista; 3) Ensayos y crónicas: analizan, interpretan
y discuten un tema mediante el
cual se problematice o demuestre una hipótesis
a través de una secuencia argumentativa
que denote un profundo conocimiento
sobre dicho tema; 4) Lecturas y relecturas:
reseñas de libros de reciente aparición o de
aquellos que se presten a nuevas lecturas o
interpretaciones y 5) Infografías: ordenan y
reordenan datos que necesitan esquemas
y diagramas sistematizados para facilitar la
mejor comprensión de un hecho social determinado.
La revista está orientada a un público
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and edited by El Colegio Mexiquense, A.C. It
privileges inter and transdisciplinary nature
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in other disciplines; and b) that it allows to
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through an argumentative sequence that
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subject; 4) Readings and re-readings: reviews
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El Colegio Mexiquense, A.C.

Tabla de Contenidos
Table of Contents
Sección temática
Mílada Bazant
Maddelyne Uribe Delabra
Presentación
Presentation
John Tutino
1821: The end of New Spain,
dreams of an impossible Mexico
1821: El fin de la Nueva España,
sueños de un México imposible
Guadalupe Jiménez Codinach
Rojo y Negro: militares y eclesiásticos
en la consumación de la independencia de México
Red and Black: military and ecclesiastical in the
consummation of the independence of Mexico
Carlos Herrejón Peredo
Los Villagranes de Huichapan y la visita de Ignacio Rayón
Los Villagranes de Huichapan and the visit of Ignacio Rayon
Eric Van Young
Between Bustamante and Burke:
Lucas Alaman’s Historical Project
Entre Bustamante y Burke:
el proyecto histórico de Lucas Alamán
Luis Fernando Vivero Domínguez
Las ordenaciones sacerdotales en el arzobispado
de México en tiempos de la insurgencia, 1810-1821
The priestly ordinations in the archbishopric
of Mexico during the insurgency, 1810-1821
María del Carmen Salinas Sandoval
La Diputación Provincial y los Ayuntamientos
de Nueva España en la Consumación
de la Independencia (1820-1821)
The Provincial Council and the City Councils of
New Spain in the Consummation
of Independence (1820-1821)
IX
331
351
367
395
419
439

María Guadalupe Mendoza Ramírez,
Rodolfo Huerta González y Rodolfo Cruz Bustos
La Consumación de la Independencia en producciones
escolares de secundaria del siglo XXI en México
The Consummation of Independence in secondary school
productions of the XXI century in Mexico
Jaime del Arenal Fenochio
Una independencia dentro
de un orden constitucional: México, 1821
An Independence within
a constitutional order: Mexico, 1821
Leopoldo López Valencia
La Constitución tradicional
y el constitucionalismo mexicano de 1824
The traditional Constitution
and Mexican constitutionalism of 1824
Tomás Pérez Vejo
Memoria e historia: debates en torno al significado
de la independencia en México (1821-1867)
Memory and history: debates around the meaning
of independence in Mexico (1821-1867
Guadalupe Cecilia Gómez-Aguado de Alba
Instantáneas de Agustín de Iturbide en el siglo XIX
Snapshots of Agustín de Iturbide in the 19th century
Verónica Zárate Toscano
Agustín de Iturbide: el recuerdo de la
Consumación de Independencia durante el siglo XIX
Agustín de Iturbide: the memory of the
consummation of independence during 19th century
María del Pilar Iracheta Cenecorta
La ciudad de Toluca durante la guerra
y la consumación de la Independencia
The city of Toluca during the war
and consummation of the Independence
Sección general
Gabriela Leyva Méndez y Luz María Salazar Cruz
Secularización y politización zapatista de las mujeres tseltales
Zapatista secularization and politicization of Tseltal women
Lecturas y relecturas
María del Pilar Iracheta Cenecorta
Iturbide: Funestos recuerdos del libertador de México
Iturbide: Fateful memories of the liberator of Mexico
463
491
501
523
545
565
585
625
641

SECCIÓN TEMÁTICA

Presentación
NUEVAS INTERPRETACIONES ACERCA
DE LA CONSUMACIÓN DE LA
INDEPENDENCIA
El añejo y profundo conocimiento
de una época, con miradas novedosas y
metodologías interdisciplinarias, es el que
presenta Korpus 21 en este número 3. Los
autores han transitado por los años de la
independencia durante varias décadas y
presentan visiones renovadas, originales y
serenas. Este año de 2021 nos ofrece una
oportunidad especial para repensar el significado
de la guerra de la independencia y el
proceso de creación estado-nación mexicano,
que nació de los escombros de la Nueva
España. Temas, enfoques, regiones, lenguajes,
escenarios y actores convergen en un
universo de una y muchas independencias
que obligan a ampliar las fronteras de los
múltiples bandos en disputa.
En el artículo “1821: The End of New Spain,
Dreams of an Impossible Mexico” John Tutino
realiza una visión panorámica de carácter
interpretativo de la Nueva España antes,
durante y después de la independencia. El
largo aliento del artículo permite, en forma
sintética, adentrarse en el paisaje mesoamericano
permaneciendo, a lo largo de las
épocas, más mesoamericano que español y
con grandes contrastes sociales. Apoyado
en sus propias investigaciones y en múltiples
autores como Van Young y Herrejón, el
autor explica, temática y cronológicamente,
cómo intervinieron los distintos actores
sociales en variados escenarios geográficos
para intentar cambiar las estructuras
políticas y sociales de la Nueva España en
sus dimensiones, aún locales. Recupera una
amplia gama de acontecimientos como la
crisis de 1808-1812 que representa “la caída
de la Justicia Mediadora y el capitalismo de
la plata”, la lucha criolla por el poder político,
la revuelta de Hidalgo –que define por
sus “contradicciones fundamentales”–, el
liberalismo de Cádiz, las revueltas populares
más duraderas y transformadoras en la
región de Guanajuato, la zona más rica en
1810, donde las insurgencias populares fueron
muy persistentes hasta alcanzar la independencia
en 1821 con el Plan de Iguala y el
inicio de un imperio primero, luego de una
nación, marcado, desde su nacimiento, por
muchos conflictos y contradicciones que se
mantuvieron latentes hasta que estallaron
nuevamente durante los últimos años del
régimen porfirista.
Por la estructura cronológica y temática
con que introduce y correlaciona a múltiples
actores y trayectorias, acciones y logros, regiones
y procesos, el artículo de Guadalupe
Jiménez Codinach, “Rojo y negro: militares
y eclesiásticos en la consumación de la independencia
de México”, destaca por su
originalidad, pues explica de forma analítica
el “continuo papel activo” que tanto “casacas
[como] sotanas” desempeñaron en el
proceso emancipador de la Nueva España
de 1808-1821.
Su interpretación pone en tela de juicio
a la historiografía tradicional que durante
décadas calificó la participación de los militares
y eclesiásticos como “retrógrada, conservadora,
antiliberal y anticonstitucional”, y
examina cómo es que en realidad diversos
oficiales, militares regulares o milicianos,
con frecuencia “veteranos de la guerra civil
iniciada en 1810”, unieron no sólo ideas sino
IX

PRESENTACIÓN SECCIÓN TEMÁTICA
también esfuerzos por independizar al territorio
novohispano.
A su vez, “Los Villagranes de Huichapan y
la visita de Ignacio Rayón” es un novedoso
artículo de Carlos Herrejón sobre los aguerridos
Villagrán en la región de Huichapan,
quienes mantuvieron fuera de la zona a los
realistas durante dos años y medio; abona al
estudio de las múltiples independencias regionales,
con sello propio y con escenarios
y protagonistas particulares. Como biógrafo,
historiador y geógrafo –porque Herrejón
observa la historia (tiempo) en mancuerna
con la geografía (espacio) y la microhistoria,
y con su especializada lupa–, el autor hidrata
el conocimiento local desmenuzando aquel
territorio, que recorrió palmo a palmo, describiendo
escenarios de protestas guerreras
intensas, de insurgentes y realistas, dentro
de un marco que refleja el carácter central
de la iglesia. Con sus visitas a la zona, sus
investigaciones previas y éstas que analiza,
Herrejón revive aquella parte de la historia
que hasta hoy estaba encubierta y con este
trabajo arroja luz sobre varios acontecimientos
que presenta en forma cronológica
y temática sobre la guerra, la guerrilla y los
actores locales involucrados.
El sabio escritor, historiador y funcionario
de varios gobiernos después de la Independencia,
Lucas Alamán, escribió una extensa
Historia de México acerca de la guerra insurgente
que él vivió y “oyó” de cerca, de
acuerdo con sus propias palabras, mientras
era un joven estudiante y, posteriormente,
siendo Ministro de Relaciones del Interior
y Exterior del gobierno de México en 1823,
se encargó de los arreglos del destierro de
Iturbide y familia y, paralelamente, de trasladar
a la Ciudad de México los restos de
Hidalgo, Aldama, Allende y Jiménez donde
descansarían en la catedral hasta 1925
en que fueron llevados al Monumento de la
Independencia. A los treinta años que tenía
entonces Alamán, su postura sobre la guerra
de Independencia no se había recrudecido.
Pensaba que la joven república necesitaba
de íconos que forjaran a su gente en una nación,
meta que, luego admitió, a mitad del
siglo XIX, no se había alcanzado.
Eric Van Young, autor de una biografía
monumental sobre Lucas Alamán recientemente
publicada por la Universidad de Yale,
analiza en su artículo “Between Bustamante
and Burke: Lucas Alaman’s Historical Project”
el contenido fáctico e ideológico de
una de las historias de México más importantes
del siglo XIX. El profundo conocimiento
del personaje permitió al autor elaborar este
trabajo cuyo objetivo se centró en analizar
la Historia como “un proyecto intelectual de
expresión propia y pensamiento político”.
Biógrafo y biografiado se integran en este
trabajo y la obra de Alamán cobra vida propia
gracias a la penetración en la interioridad
del personaje y de su época que Van
Young conoce como la palma de su mano.
El pensamiento de Alamán estuvo influido
por el Cuadro histórico de su amigo Carlos
María de Bustamante, muy leído en su tiempo,
y por las Reflexiones de la Revolución en
Francia del irlandés Edmund Burke, padre
del conservadurismo político moderno. La
Historia de Alamán, afirma Van Young, tiene
tintes autobiográficos y es “algo meláncólica,”
eco no sólo de la personalidad del autor
sino de su punto de vista sobre la historia
que cuenta. Pese a que en sus Disertaciones
–obra que precedía a la Historia de México–
Alamán admiraba la época colonial porque
se había implantado una sociedad ordenada
y progresista (aunque admitía que tenía algunas
fallas como la de un sistema educativo
atrasado) y no abocaba a su restauración
pues sabía que el movimiento de independencia
era inevitable, condenó al sanguinario
Hidalgo por la violencia y destrucción
que provocó trayendo como consecuencia
los tiempos caóticos que siguieron después
de 1821. Para Lucas Alamán el padre de la
patria era Iturbide.
Por su parte, mediante un meticuloso análisis
cuantitativo, el artículo de Luis Fernando
Vivero Domínguez, “Las ordenaciones
sacerdotales en el arzobispado de México
en tiempos de la insurgencia, 1810-1821”, nos
sitúa ante una interesante reflexión que sirve
de anclaje para contextualizar, primero,
cómo es que se desenvolvía la clerecía novohispana
durante los años previos a la in-
X

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, IX-XIV
surrección armada, pero, sobre todo, si este
conflicto modificó o incidió en modo alguno
en la ordenación de nuevos sacerdotes, una
de las “tareas clave que acompañó a la mitra
durante todo su trabajo pastoral”; o bien,
si no se experimentaron cambios significativos.
A través de un agudo análisis discursivo
sobre la “percepción del clero”, según constancia
en diversas cartas redactadas por
importantes prelados novohispanos, Vivero
expone los “tintes políticos antes que críticos”
que a menudo caracterizaron a estas
expresiones, contrastando algunos matices
de un discurso ambivalente en el que, por
una parte, se responsabilizaba a la clerecía
de “atizar el fuego” habiéndolo “soplado,
mantenido y propagado”, pero por otra, se
le reivindicaba como “apto para encabezar
la defensa belicosa del reino”.
El artículo de Carmen Salinas Sandoval,
“La Diputación Provincial y los ayuntamientos
de Nueva España en la consumación de
la independencia (1820-1821)” avanza en el
intento por resarcir una inexplicable escasez
de estudios sobre las “respuestas e intervenciones
de las instituciones regionales
y locales” durante los meses previos a la
consumación de Independencia. La autora
analiza dos instituciones clave en el escenario
político local-regional novohispano: las
diputaciones provinciales y los ayuntamientos.
Tras imbuirnos en el origen constitucional-gaditano
y los “principios revolucionarios”
que configuraron a estos organismos,
este análisis se centra en los cambios que
ambas “instituciones liberales” introdujeron
en la estructura político-administrativa,
descubriéndose ante un complejo proceso
de adaptación que se entrelazó con “usos y
costumbres colectivos practicados durante
casi tres siglos de gobierno colonial”.
Enmarcado en un sólido posicionamiento
teórico-metodológico, el artículo de María
Guadalupe Mendoza, Rodolfo Huerta y
Rodolfo Cruz, “La consumación de la independencia
en producciones escolares de secundaria
del siglo XXI en México”, explora
las múltiples transmutaciones, transposiciones
y cambios ocurridos en torno al tratamiento
y significado pedagógico de ciertos
ejes temáticos, específicamente en relación
con la historia como asignatura y cómo se
ha rediseñado su enseñanza, contenidos y
prácticas a través de las diversas reformas
curriculares (2006, 2011 y 2017), ofreciéndonos
un valioso panorama de la educación a
nivel secundaria en nuestro país, escenario
donde contrastan diversos enfoques pedagógicos,
a más de permitirnos advertir que,
contrario a una percepción generalizada, el
“currículum oficial no se aplica de manera
mecánica” en las aulas.
Uno de los temas más complejos concerniente
al estudio de la Independencia es el
abordaje del andamiaje que dio orden legal
a la construcción del edificio de la nueva nación.
Orden, constitución, monarquía, república,
patria, Estado, nación, libertad, ciudadanía
y república son conceptos medulares
que cruzan los estudios de Jaime del Arenal
y de Leopoldo López Valencia.
Apoyado en el entramado histórico-jurídico-político
del nuevo orden constitucional,
el artículo de Jaime del Arenal Fenochio,
“Una independencia dentro de un
orden constitucional: México, 1821” analiza
el “verdadero trasfondo constitucional del
proceso final de la independencia de México”
y los objetivos del proyecto político encabezado
por Agustín de Iturbide, de quien,
por cierto, ha escrito una biografía, desplazando
con talento innovador imágenes encubiertas
del hombre, del militar y del héroe.
Del Arenal conoce a fondo al personaje y a
su obra y nos invita a construir una nueva e
interesante reflexión respecto al carácter y
contenido del Plan de Iguala, interpretándolo
no como un texto reaccionario, ni un flagrante
intento por reestablecer el absolutismo
monárquico o incluso, un orden jurídico
“diametralmente distinto al vigente”, sino
más bien, como un programa encaminado a
implementar una solución “institucional [y]
pacífica”, sin suscitar una ruptura abrupta
con el pasado.
Apoyado en un profundo aparato crítico
y en un vasto conocimiento de la compleja
tradición jurídico-institucional del occidente
medieval, Leopoldo López Valencia cuestiona
en “La constitución tradicional y el cons-
XI

PRESENTACIÓN SECCIÓN TEMÁTICA
titucionalismo mexicano de 1824” uno de los
paradigmas historiográficos más arraigados
en torno al constitucionalismo mexicano,
que emergió durante las primeras dos décadas
de vida independiente. El autor analiza
los proyectos político-jurídicos post independientes,
otrora tildados de “injertos
monstruosos”, o incluso de “simples copias
de las cartas constitucionales europeas o
norteamericanas”, y muestra cómo éstos
nunca se limitaron a reproducir o tomar en
préstamo rasgos ajenos a su propia tradición
jurídica, como mecanismo para constituir
una nueva nación. Por el contrario,
ajustándose a su “constitución histórica,”
condensaron en sí mismos diversos principios,
instituciones y conceptos heredados
de una sólida tradición jurídica española.
Tomás Pérez Vejo y Verónica Zárate Toscano
reconstruyen, en sus respectivos artículos,
los debates y festejos de la guerra
de independencia en torno a las simbólicas
fechas del 15 y 27 de septiembre. ¿Quién
fue el padre de la patria: Hidalgo, Iturbide o
ambos? Más allá de las gestas heroicas que
Hidalgo e Iturbide lograron, y cuya paternidad
de la patria es motivo de polémica a lo
largo de varias décadas, Pérez Vejo analiza
en su acucioso trabajo, “Memoria e historia:
debates en torno al significado de la independencia
en México (1821-1867)” las dos
interpretaciones que guardaban los liberales
y los conservadores en torno al tema
de la independencia, que articula alrededor
de tres temas claves: quiénes habían hecho
la independencia, los descendientes de los
conquistados o los de los conquistadores;
la oportunidad en que ésta se llevó a cabo
y los motivos que había llevado a los insurgentes
a iniciar un conflicto tan sangriento
como destructivo. Memoria, olvido y recuerdo
giran alrededor de estos tres ejes y cada
grupo intentaba empañar las proezas de
uno de los dos protagonistas. Para los conservadores,
el odio de raza del sanguinario
Hidalgo contrastaba con Iturbide, quien
unía a los habitantes de la Nueva España,
sin distinción alguna de europeos, africanos,
ni indios. Por el contrario, para los liberales,
Hidalgo era una especie de “héroe sin mácula”,
un “Dios laico”, “un genio” capaz de
liberar a una nación de una de las monarquías
más poderosas de la tierra. Iturbide
no se salvaba del juicio de la historia de haber
participado al lado de los realistas; sin
embargo, él mismo había explicado que los
planes de Hidalgo habían llevado a la muerte
y a la destrucción y que por ello, él había
luchado bajo la bandera realista. Pérez Vejo
desmenuza el concepto de nación en una
larga y conflictiva “guerra de papel” que termina
con el triunfo de la República en 1867.
Por su parte, Zárate Toscano analiza en
“Los festejos de la consumación de la independencia
en el siglo XIX” la implicación política
proveniente de varias facciones acerca
de las festividades en el momento en que
se llevaron a cabo “vinculando un hecho del
pasado con un presente y vislumbrando el
futuro”. Las conmemoraciones estuvieron
teñidas de “filias y fobias”, que convivieron
entre sí durante varias décadas. La autora
rastrea algunos años emblemáticos en que
distintos personajes –civiles, militares, escritores,
intelectuales– pronunciaron oraciones
cívicas, alocuciones, discursos patrióticos,
que van ofreciendo un abanico de posibilidades
históricas dignas de celebrarse. Durante
varias décadas y pese a las guerras civiles
y contra el extranjero se celebraron los
días 15 y el 27, salvo algunos septiembres,
como el de 1861 y época del Segundo Imperio
cuando el Emperador Maximiliano, contra
lo esperado, decidió celebrar sólo la jornada
del 15. Tal dinámica duró hasta 1883 en
que se cumplió el centenario del nacimiento
de Iturbide y renació la festividad. Entre ese
año y 1921, centenario de la consumación,
hubo varias demostraciones de adhesión
a Iturbide para que no desapareciera de la
memoria.
En esta misma sintonía, el artículo de
Guadalupe Gómez-Aguado, “Instantáneas
de Agustín de Iturbide en el siglo XIX”, toma
como sujeto de análisis al controvertido personaje
de la historia de México, Agustín de
Iturbide, ideólogo del Plan de Iguala, consumador
del movimiento independentista y
a menudo “figura incómoda para la historia
patria, identificado con el conservadurismo
XII

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, IX-XIV
[y] los proyectos monárquicos, [perpetuamente]
relegado al rincón de los antihéroes
[…] sin llegar a ser un villano”. Su objetivo
principal: cuestionarse sobre cómo es que
se construyó y reconfiguró la imagen histórica
del exemperador a lo largo del complejo
siglo XIX. Es así como, apartándose de la mitología
patriótica tan propia del oficialismo,
esta autora rescata de la “desmemoria o la
invisibilidad colectiva” a un personaje que,
indudablemente, desempeñó un papel fundamental
en el proceso de emancipación.
Sugerente en cada una de sus líneas, esta
investigación no sólo cumple con descifrar
el impacto y trascendencia perenne que estos
“primeros relatos” sobre el movimiento
independentista tendrían en la imagen
póstuma –y aún vigente– del vilipendiado
Iturbide, sino que también señala las inherentes
dificultades de aventurar un balance
objetivo sobre esta figura con base en dichos
testimonios, toda vez que, como apuntala
Gómez-Aguado, la construcción de su
imagen no dejó de ser “una manifestación
más de las luchas de facciones que caracterizaron
al siglo XIX”.
Cierra esta sección temática el artículo
“La ciudad de Toluca durante la guerra y
consumación de la independencia”. Basado
en un abundante conjunto de fuentes primarias
y secundarias, Pilar Iracheta nos aporta
un interesante artículo sobre la insurgencia
e independencia que sitúa a la ciudad de
Toluca como un referente neurálgico y de
gran importancia estratégica “azotado bajo
dos fuegos” durante los convulsos años del
conflicto armado entre realistas e insurgente.
Su análisis se destaca por ofrecer una
robusta exploración de caso, que entreteje
con destreza aspectos demográficos, políticos
y socioeconómicos, entre otros, a fin de
ofrecernos una radiografía de las variadas
tensiones político-internas que surgieron a
fines de la época novohispana en relación
con los “tres garantes del orden colonial: el
eclesiástico, la élite política y económica y
el ejército”.
Mílada Bazant
Maddelyne Uribe Delabra
El Colegio Mexiquense A.C.
XIII

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 331-350
DOI: http://dx.doi.org/10.22136/korpus21202158
1821:
THE END OF NEW SPAIN,
DREAMS OF AN IMPOSSIBLE MEXICO
1821:
EL FIN DE LA NUEVA ESPAÑA, SUEÑOS DE UN MÉXICO IMPOSIBLE
John Tutino
Georgetown University
tutinoj@georgetown.edu
Abstract
From 1808 to 1821, New Spain lived a revolution that transformed everything: regime,
the silver economy, social relations, political and religious cultures. This work explores
the power, wealth, stability, and global importance of New Spain before 1810, the
roots of the revolution breaking the regime in 1808, the social predations provoking
the popular insurgencies of 1810 to 1820, and how the intersection of political and
social conflicts that endured for a decade forever changed New Spain and the world
making the dream of a Mexican empire and the republican dreams that followed in
search of a Mexican nation, impossible.
Keywords: silver capitalism, regime mediation, military rule, revolution, impossible
empire.
Resumen
De 1808 a 1821 Nueva España vivió una revolución que transformó todo: régimen,
economía, relaciones sociales, culturas políticas y religiosas. Con la consumación de
la independencia, Iturbide y sus aliados imaginaron un futuro de unión, estabilidad y
prosperidad, imposibilitados por los conflictos en los años precedentes. Este trabajo
explora el poder, riqueza, estabilidad e importancia global de Nueva España antes
de 1800, las raíces de revolución en la quiebra del régimen en 1808 y las depredaciones
sociales que provocaron las insurgencias, imposibilitando el sueño de un imperio
mexicano y los anhelos republicanos en busca de una nación mexicana.
Palabras clave: capitalismo de plata, régimen judicial, poder militar, revolución,
imperio imposible.
331

JOHN TUTINO, 1821: THE END OF NEW SPAIN, DREAMS OF AN IMPOSSIBLE MEXICO
The Mexican government and the Mexican
people celebrate 1810, Father Hidalgo’s Grito
de Dolores, and the insurgency that followed
as the beginnings of fights that led to
independence. There is meaningful truth in
that emphasis. The tie between New Spain
and Spain was not broken until 1821 and
Iturbide’s Plan de Iguala –a less celebrated
and less studied historical moment, yet still
important and very revealing. If 1810 opened
a decade of violent conflicts that culminated
in the founding of Mexico, 1821 marked
the definitive end of New Spain –followed
by a long, uncertain, conflictive search to
build a nation on its remains. To understand
1821 and the difficult decades that followed,
it is essential to understand the collapse of
New Spain, a process that began in 1808,
accelerated in the violence that exploded
in 1810, to bring independence in 1821 to a
region without the economic power, social
stability, and global importance that defined
it during the centuries before 1800.
Still, all was not calamity. Far from the
heights of power and the world of profit seekers,
many of the people who had produced
to sustain New Spain and then pressed the
conflicts that transformed everything after
1810, found more autonomous and more
prosperous lives during the decades after
1821. While nation builders struggled and
profit-seekers flailed, families and communities
on the land found gains in everyday
sustenance and cultural independence. The
dichotomy that marked Mexico’s national
beginnings, as power seekers struggled
while communities claimed autonomies, can
only be understood in the context of the
conflicts that broke New Spain in the years
from 1808 to 1821.
New Spain and Silver Capitalism:
The Richest Kingdom in the Americas,
Engine of Global Trade
When Alexander von Humboldt toured
the Americas in the years just after 1800,
he wrote a massive and detailed four volumes
on the kingdom of New Spain –far
more than he devoted to any other region
of the New World. He portrayed a domain
of economic dynamism and social complexity,
inordinately wealthy, deeply unequal,
socially stable –and important to the world
(Humboldt, 1966). He reported with clarity
and understanding, yet by the time his work
reached global audiences, New Spain was
deep into times of transforming change. It
is essential to understand the powerful importance
of New Spain in the Americas and
the world before 1810, the New Spain Humboldt
explored and reported, before turning
to the transformations that had changed
everything by 1821.
Through the eighteenth century and into
the nineteenth, New Spain was the most populous
kingdom in the Americas, its rich silver
economy expanding to drive trades that
linked Europe, the Americas, and Asia. Mexico
City, its capital, was by far the largest city
in the hemisphere, home to imperial and ecclesiastical
authorities, and to an oligarchy of
financial, commercial, and landed oligarchs
who dominated New Spain and ruled trades
that made the kingdom pivotal to the world.
Great merchant financiers concentrated the
capital that funded mining, while regularly
investing in landed estates that were harbingers
of an agrarian capitalism rare in the
eighteenth-century world. Spain’s claims to
imperial power depended on the productive
dynamism of New Spain’s silver capitalism
(Tutino, 2016b; 2018b).
Diverse regional societies, economies,
and cultures shaped in different ways by
silver capitalism combined to make New
Spain. From the basins around Mexico City
and extending south, communities rooted in
the Mesoamerican past survived the devastating
disease-driven depopulation of the
16 th century to revive as self-governing, landed
indigenous republics –the foundation of
a new Spanish Mesoamerica (Tutino, 2018a).
From the Bajío north, historically sparse state-free
peoples were decimated by war and
disease after 1550, their homelands emptied
and then repopulated by migrants from Mesoamerica
and enslaved Africans who amalgamated
to serve as the producing base of
a new, thoroughly commercial world ruled
332

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 331-350
by profit-seeking Spaniards –a domain I call
Spanish North America (Tutino, 2011).
The two primary civilizations of New
Spain were differentiated within by the impacts
of the dynamic silver economy that
energized change from the 1550s. The regions
of Spanish Mesoamerica surrounding
Mexico City and extending east toward Veracruz
and west through Michoacán were
deeply impacted by the silver economy financially
centered in the capital and energized
by mines at Taxco and Real del Monte
(and in Michoacán by the Guanajuato mines
just north in the Bajío). There, in regionally
varied ways, landed republics lived in regular
interactions with commercial estates.
Haciendas produced mostly European
goods (wheat, sugar, and livestock) to sustain
urban and Hispanic consumers. Native
republics raised native crops (maize, beans,
chile) to sustain themselves, mines, and city
markets –while providing essential seasonal
labor to nearby estates. The result: regional
societies grounded in indigenous republics
keeping autonomous ways of production
and cultural integration, sustained and limited
a Mesoamerican silver capitalism (Castro
Gutiérrez, 2004; García de León, 2011;
Tutino, 2018a).
To the south, indigenous republics grounded
in reconstituted Mesoamerican ways
dominated Mixtec and Zapotec Oaxaca and
the diverse Maya regions from Yucatán,
through Chiapas, and into Guatemala. Silver
was scarce, commercial stimuli limited,
and commercial estates few. Production was
mostly indigenous, urban markets remained
small, yet indigenous produce, notably cloth
and cochineal from Oaxaca, found markets
in the economy stimulated by silver capitalism.
In the south, Spanish Mesoamerica more
Mesoamerican than Spanish –linked to New
Spain by imperial and ecclesiastical institutions,
and by trades that adapted to community
ways of production and diverse ways of
indigenous Christian devotion (Taylor, 1972;
Farriss, 1984; García de León, 1985; Pastor,
1987; Baskes, 2000). Pivotally important,
all of Spanish Mesoamerica was integrated
and stabilized by institutions of mediating
justice sanctioned and sustained by imperial
regime with minimal coercive power on the
land. People in indigenous republics –majorities
approaching 90 percent across Spanish
Mesoamerica– gained local justice under native
magistrates (Lockhart, 1992; Yannakakis,
2008). When they faced conflicts with Hispanic
outsiders, they claimed the attention of
District Magistrates –with rights of appeal to
the General Indigenous Court in Mexico City.
Most resolutions aimed to conciliate competing
claims; implementations came with limited
coercive backing. Mediating justice for
indigenous people and their self-governing
landed communities, sustained by a regime
that provided translators and advocates, underlay
an enduring stability across the diverse
regions of Spanish Mesoamerica even as
social tensions escalated in the eighteenth
century (Taylor, 1979; Borah, 1982; Owensby,
2008).
Spanish North America was fundamentally
different, and also marked by regionally
differing social relations and ways of integration.
The dynamic North began in the
Bajío, marked by the power of silver production
at Guanajuato, the rise of Querétaro
as a center of trade and textile production,
and the spread of often-irrigated commercial
cultivation across the rich bottomlands
of the basin between the two cities and in
nearby uplands from San Miguel to León.
Beyond Querétaro, founded early by Otomí
settlers, ruled by an indigenous council to
the 1660s, and long fed by corporately held
huertas (similar to Xochimilco chinampas),
indigenous republics were scarce in the Bajío
and regions north.
Spanish-owned, profit-seeking enterprises
ruled mining, large-scale obrajes, and
cultivation in the richest region of New
Spain. Diverse migrants from Mesoamerica
–Otomí, Mexica, and Purépecha– mixed in
mining centers, towns, and estates, where
they merged with enslaved Africans to form
amalgamating communities, some classed
as indios, some as free mulattoes, nearly
all without republican rights to land and
self-rule.
333

JOHN TUTINO, 1821: THE END OF NEW SPAIN, DREAMS OF AN IMPOSSIBLE MEXICO
The Bajío prospered thanks to the dynamism
of silver, strong from 1590 to 1640,
steady to 1700, booming through the eighteenth
century. Its producing majority lived
in dependence in a commercial world, sustained
in modest prosperity by their own
scarcity relative to the rising demands of a
profitable silver capitalism. They gained solid
pay, maize rations, and land rentals for
centuries –until population growth turned
against them and they faced new more predatory
impositions after 1780 (with limited
access to judicial mediations). Still, production
boomed and stability held to 1810 (Tutino,
2011).
North of the Bajío, silver mining remained
the engine of Spanish North America: Zacatecas
and San Luis Potosí to 1640, Parral
1640 to 1700, Santa Eulalia near Chihuahua
after 1700 –joined by revivals at Zacatecas
and San Luis Potosí and new booms at Bolaños,
Catorce, Sombrerete, and more. Regions
north of the Bajío also saw most original
state-free peoples eliminated after 1550
by disease and long conflicts, pressured to
settle in missions in marginal uplands (without
rights to land and self-rule). With the
dearth of local native peoples, the north,
too, was settled by migrants from Mesoamerica
along with enslaved Africans, who
again amalgamated to generate growing
populations of free mulattoes who worked
in mines and grazing estates. With the plateau
north of the Bajío mostly dry, cultivation
was limited, except at irrigable oases
such as Aguascalientes, which fed Zacatecas.
The north did not develop major textile
centers –its herds of sheep supplying wool
to Bajío obrajes. Thus, while mining, immigrant
populations, and thoroughly commercial
ways characterized all of Spanish North
America, the Bajío developed commercial
cultivation and textile manufacturing to sustain
itself and regions north –leaving the latter
dependent on the Bajío as profit seekers
drove deeper into the continent. Stability
held in the north, as there too, population
scarcity led to ample and secure remunerations
–a situation that endured to 1810 and
long after (Bakewell, 1971; Hadley, 1979; Langue,
1979; Martin, 1996; Tutino, 2011).
Mexico City integrated Spanish Mesoamerica,
Spanish North America, and the larger
silver capitalism that reached across the
globe to energized everything. Judicial institutions
in the capital oversaw the mediating
justice that kept peace and social stability
across Spanish Mesoamerica, in the regions
of dynamic silver capitalism near the capital
and across zones of indigenous primacy
stretching south. Financial and commercial
powers concentrated there, funded mines in
the Mesoamerican heartland, the Bajío, and
across the north. The capital’s merchant financiers
ruled Atlantic and Pacific trades
(Brading, 1973; Yuste, 2013), sending silver
to fuel economies from Europe, through the
Middle East to South Asia, and via Manila to
China, too –where nearly all the silver eventually
landed to fuel the world most dynamic
economy (Pomeranz, 2000; Parthasarathi,
2011). The financial/commercial and administrative/judicial
powers set in the capital
made New Spain an integrated, prosperous,
stable, and powerful kingdom, funded by
locally generated capital –linking diverse
ways of production, community, and culture
to fund Spain’s empire and fuel global trades
(Tutino, 2018b). A globally-linked silver
capitalism –not mining alone– defined New
Spain and its dynamism in the Americas and
the world.
During the eighteenth century, global trade
expansion, imperial rivalries, rising revenue
demand, and population growth merged
to create new pressures and deepening
inequities in New Spain. Still, silver capitalism
boomed and stability held. When population
growth created new pressures on resources
in indigenous republics, then mixed with rising
land disputes and new commercial intrusions,
judicial mediations held the social
peace across Spanish Mesoamerica –in regions
of dynamic silver capitalism near the
capital, and in Oaxaca, too, far from its profits
and pressures (Taylor, 1979).
The Seven Years War of 1757-63 brought
Spain claims to the lands west of the Mississippi
from New Orleans to St. Louis, thus most
334

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 331-350
of western North America. The conflict also
brought massive debts. An attempt to impose
new taxes and the militarized power to
collect them provoked risings in key regions
of silver capitalism, where Spanish Mesoamerica
intersected Spanish North America.
In 1766 and 1767, mine workers took the
streets of Guanajuato to protest new levies
and demands they join militias to enforce
their collection; workers at Real del Monte
took over mines to protest falling earnings
and deadly conditions. Risings spread to mines
around San Luis Potosí and indigenous
communities near Pátzcuaro. Demands differed;
the refusal to accept new impositions
was shared. It quickly became clear that imperial
demands and extractions threatened
silver capitalism –the essential foundation of
Spain’s imperial power. New Spain’s financial-commercial-mining-
landed oligarchs,
mobilized militias to curb the rioting, impose
exemplary punishments –and press imperial
visitor don José de Gálvez to relent on his
impositions. Mediated settlements conceded
to popular demands, enabling silver and
the economies it drove to revive after 1770,
then drive to new heights. The risings of 1767
were not preludes to independence. They
demonstrated the essential importance of
silver capitalism to Spain, New Spain, and a
world of imperial conflicts and global trades.
It had to persist (Castro Gutiérrez, 1996; Tutino,
2011, Ch. 4 and Part 2).
And persist it did –to 1810. That was seen
clearly (in prejudiced British eyes) by Henry
Ward, England’s first emissary to Mexico in
the 1820s. Struggling to explain why British
capital and technology could not revive
Mexican mines, he wrote the following in
1828:
The system was carried on to an enormous
extent before the Revolution [...] almost all
classes of society were interested in the success
of the mines, while a vast floating capital
was employed in them [...] it gave an impulse
to mining operations altogether unprecedented
in the history of the world [...] it is more
than probable, that if public tranquility had
continued undisturbed, the Mining produce of
Mexico, at the present day, would have exceeded,
by at least one third, the utmost produce
of the richest years before the Revolution
(Ward, 1828, II, pp. 55-56).
To 1810, New Spain was exceptionally
rich, culturally diverse, socially stratified,
judicially stabilized–and important to the
world. Then, the world of silver capitalism
fell apart.
The Revolution that Broke Silver
Capitalism, 1808-1812
Ward dated the revolution that broke silver
capitalism as beginning in 1810. He was not
wrong, for that was the year that mass insurgent
violence assaulted everything. From a
larger perspective, though, the core ways of
New Spain and silver capitalism broke during
four years of unprecedented imperial
crisis, political conflict, and popular insurgencies
that began in 1808. Earlier pressures
had rattled the system –but it carried on,
enabling production to peak in 1809. By 1812,
everything was broken, even as social conflicts
and political debates persisted under
continuing Spanish oversight –until Iturbide’s
Iguala movement led the break of 1821.
The essence of New Spain dissolved in the
years from 1808 to 1812. The once powerful,
prosperous, stable, and globally pivotal
kingdom was a memory when Mexico began
in 1821, leaving nation builders to face persistent
conflicts, debates, and uncertainties.
Theda Skocpol has argued that transforming
revolutions begin in regime breakdowns,
to be driven by risings of irate rural
peoples (Skocpol, 1979). Her model, built on
the French, Russian, and Chinese revolutions,
captures key elements of the conflagration
that transformed New Spain from 1808. It
began in the regime collapse forced by Napoleon’s
invasion of Spain in the Spring of
1808, followed by the overthrow of the reigning
Viceroy in Mexico City that September.
The invasion and the coup militarized power
in Spain and New Spain, setting off political
conflicts that led to mass rural insurgencies
in September of 1810 –insurgencies political
335

JOHN TUTINO, 1821: THE END OF NEW SPAIN, DREAMS OF AN IMPOSSIBLE MEXICO
leaders never controlled and struggled to
contain. The merger of regime conflicts and
popular risings destroyed silver had capitalism
by 1812. The challenges that led to the
regime break and the popular risings were
separate, yet simultaneously. Their parallel
development and eventual fusion made the
revolution that broke New Spain.
The regime break came first. The years
after 1790 had brought mounting challenges.
Imperial wars (and revolution in Saint
Domingue) drove rising demand for silver
to fund trade and sustain imperial treasuries
while wartime disruptions rattled production
and trade (Marichal, 1999). Despite
disruptions, New Spain’s silver rose to peak
in 1809. Spanish revenue needs led to the
Royal Consolidation of 1804-1808, calling in
Church mortgages held by New Spain’s estate
operators, who struggled to pay. Still,
leading oligarchs were least affected, the
powerful negotiated settlements, and the
weakest paid most in negotiated outcomes
that fueled worries and resentments yet inhibited
overt resistance (Wobeser, 2003;
Valle Pavón, 2012, 2016; Tutino, 2018b). During
the same decades, drives for profit led
to predatory pressures on producing communities
in key regions, notably the Bajío
basin lands that sustained Guanajuato, and
the Mezquital close by Real del Monte. There
were local conflicts, but again productive
stability held to 1810 (Tutino, 2011, Part 2;
2018a, Ch. 4).
Everything began with Napoleon. Having
lost Saint Domingue to Haitian revolutionary
ex-slaves in 1804, depriving France of key
overseas revenues, Napoleon invaded Iberia
in 1807, imagining taking Portugal and the
revenues of Brazil from his British foe. When
the British transported the Portuguese monarchy
to Rio de Janeiro, in 1808 he invaded
his Spanish ally –dreaming of claiming New
Spain’s silver still flowing toward historic
peaks. As French troops captured Madrid in
early May, Spain’s monarchs, Carlos IV and
Fernando VII, father and son, accepted comfortable
imprisonment in Bayonne. People
and power holders across Spain rose in resistance
–invoking traditional Spanish rights
of the sovereignty of the pueblos. Without a
legitimate monarch (and few accepted Joseph
Bonaparte as legitimate), the pueblos
–towns with councils– regained the sovereignty
delegated by God and met in juntas
to reject the intruder and restore legitimate
rule. They were soon backed by guerrilla
forces that rose to challenge French armies
in key regions (Stein and Stein, 2014; Tone,
1995).
The news of the fall of the monarchy in
Madrid and the rise of resistance across
Spain came to Mexico City as June became
July. Debates in the City Council seeking rights
to join the reconstitution of sovereignty
quickly engaged Viceroy don José de Iturrigaray.
A summer of mobilization saw men
in the halls of power, and men and women
in the streets and plazas of the capital, debate
rights and ways to popular sovereignty:
did it belong to the pueblos of Spanish
traditions, the people of English assertions,
or the nation imagined by French revolutionaries.
All saw the link to Madrid as broken;
all honored Fernando VII as a monarch deprived
of sovereignty; all pressed for autonomies
to shape New Spain’s response in an
uncertain interim (Tutino, 2018b).
As August became September, Iturrigaray,
allies in the city council and regime
offices, and leading members of the Mexico
City financial, commercial, and landed oligarchy,
moved to call a junta or congress
of New Spain. It would exercise sovereignty
and rule silver capitalism in times of imperial
break and peninsular war, empowered
to adapt to changing uncertainties –in the
interest of New Spain.
Then on the night of September 15-16,
1808, military emissaries sent by the Seville
Junta that claimed supremacy in Spain, mobilized
armed power to capture and depose
the Viceroy, blocking any move toward
autonomy for New Spain. Peninsular justices
on the Audiencia backed a coup implemented
by a section of the Mexico City merchants’
militia led by don Gabriel José de
Yermo, a struggling merchant and aspiring
landlord who had lost property to the Consolidation.
The city was occupied by forces
336

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 331-350
drawn from the provinces, including troops
from San Luis Potosí led by don Félix Calleja,
and militias from Michoacán led by don
Agustín Iturbide. A military coup toppled a
legitimate viceroy to block implementation
of the sovereignty of the pueblos –to ensure
that New Spain’s silver continued to flow to
Seville and the fight against Napoleon. Coup
leaders insisted that the force that toppled
the Viceroy and rattled regime legitimacy
acted as “the people” (Tutino, 2018b; Ortiz
Escamilla, 2019).
The summer of political mobilization in
Mexico City opened debates that would persist
to 1821, and long after. The September
1808 coup ended an opening to autonomy
for New Spain in times of imperial uncertainty
and kept silver flowing to Spain. Less
noted yet more transforming, it began the
militarization of regime power in New Spain,
corroding the rule by judicial mediation long
pivotal to the stability and prosperity of silver
capitalism –thus of the empire. Beyond
key ports and northern frontiers, military
force was scarce in New Spain, mandating
and facilitating rule by mediation. In 1808,
armed power claimed the regime in Mexico
City and tied it to armed powers in Spain.
New Spain would never be the same: militarized
governance in Mexico would be radically
different from its judicially mediating
and stabilizing imperial predecessor (Tutino,
2018b).
Those who had mobilized in the capital
seeking ways toward popular sovereignty
and supporting calls for a congress, acquiesced
in the coup. They had no armed means
to oppose its imposition, and the powerful
knew that any attempt at resistance would
open conflicts that would rattle the silver
economy –their primary interest. So, everyone
continued to honor the captured Fernando
as silver continued to flow to Seville and
its British backers. Still, that funding failed to
halt the march of French forces toward Seville,
which fell in 1810 –sending a regency to
call for a new regime at Cádiz (Tutino, 2018b,
Ch. 10-11). As the old regime broke, legitimacy
became a subject of widening debate.
During the same two years from 1808 to
1810, social predations that had been developing
for decades in key regions deepened.
In the Bajío, rising rents and evictions mixed
with falling wages to make life uncertain. In
the Mezquital, scarce lands in an arid basin
without compensating access to labor
spread painful insecurities. Then, beginning
in the summer of 1810, while calls for popular
sovereignty resonated widely, drought destroyed
crops in the basins around the capital,
across the Bajío, and regions beyond.
Sustenance became scarce and expensive,
while landed capitalists, many having joined
public calls for participations grounded in
popular sovereignty, profiteered in scarce
maize while producing men struggled to
provide and families struggled to survive
(Tutino, 2011, Ch. 7, Epilogue; 2018a, Ch. 4).
Crises of regime power and popular survival
intensified simultaneously from 1808 into
1810.
The failures of the Seville junta led to rising
discontent among provincial elites in
Michoacán in 1809, then in Querétaro in the
summer of 1810. Meanwhile, desperation
peaked among estate-dependent producers
in Guanajuato, where profiteering in draught-driven
scarcities layered onto decades
of predations. Near the capital, in the northern
basin of Mexico and across the Mezquital,
villagers with limited arid lands and
little access to labor at estates converted to
pulque and now faced life-threatening predations
driven by estate profiteering in time
of drought (Tutino, 2018a, Ch. 4).
The summer of 1810 saw a confluence of
crises, one political, the other of survival.
Political discontent and debate focused in
Querétaro, the key commercial center between
the capital and the Guanajuato mines.
Challenges to survival became most
acute, or at least most resented, in the Guanajuato
basin lands west of Querétaro, and
in the dry Mezquital, close by the Real del
Monte mines. As political provincials met in
Querétaro to debate rights of participation
and regional autonomy, they faced a sharp
dilemma. Any challenge to the regime in
Mexico City would bring a military respon-
337

JOHN TUTINO, 1821: THE END OF NEW SPAIN, DREAMS OF AN IMPOSSIBLE MEXICO
se. Any call for a rising to confront that response
would mobilize people angered by
predations pressed by landed power holders
–including many among those seeking
political rights. Fear of provoking a popular
rising prevented the Querétaro debaters
(they were never conspirators) from calling
a revolt –enabling Mexico City authorities
to learn of the debates and to detain many
participants (Herrejón, 2011).
Corregidor don Miguel Domínguez and
his wife doña Josefa Ortiz had joined, at times
hosted, Querétaro’s political debates.
He acquiesced in the regime action; she sent
the message that led don Ignacio Allende
at San Miguel to join don Miguel Hidalgo in
calling insurgency at Dolores on September
15-16, 1810 –exactly two years after the 1808
coup that militarized governance. The fears
that stymied action at Querétaro proved
true –immediately and massively. While a
few provincial leaders joined the rising, backed
by perhaps 1500 militiamen, within days
tens of thousands of men from the countryside
around Dolores, San Miguel, Celaya and
beyond rose with machetes in hand. While
leaders demanded political rights and targeted
agents of Spanish power, insurgent
throngs sacked estates, most owned and
operated by American Spanish landed capitalists
–often claiming crops they had planted
but had no right to harvest to feed desperate
families. The few fighting for political
rights fueled hate against gachupines, aiming
to deflect popular ire from landed men
seen as potential political allies. As assaults
on landed power spread despite anti-gachupín
rhetoric, most landed provincials held
back from the rising and Mexico City landed
oligarchs mobilized to defend property and
the regime (Tutino, in progress, Ch. 3).
From its explosive beginning, the Hidalgo
revolt was defined by fundamental contradictions.
Its angry throngs sacked Guanajuato,
approached Mexico City through the
Toluca basin (where it found little support
in local indigenous republics), retreated to
the Bajío, sacked Guanajuato again, then occupied
Guadalajara –where it found a home
for several weeks, to be defeated at Puente
de Calderón in January of 1811 by troops
and militias drawn from the north and led
by don Félix Calleja. Hidalgo and Allende
fled north, to be captured, tried and executed.
Other political rebels including don
José María Morelos and don Ignacio Rayón
escaped to isolated regions where they carried
on for years. The great mass of insurgents
returned home to the Bajío, planted
crops, then rose early in 1812 to claim the
harvest, take the land for family production,
and sustain guerrilla forces. Insurgent communities
and guerrillas would rule rural Guanajuato
for years –guaranteeing that mining
could not revive. Silver production across
New Spain in 1812 was half that of 1809–a
level that held to 1820 and long after. Silver
mining, the economic engine of New Spain,
the primary support of Spain’s empire, and
an essential stimulus to global trades, died
in the conflicts of 1808-1812 (Tutino, 1998;
forthcoming, Ch. 3-4; Herrejón, 2011; Granados,
2016).
So did the mediating regime that had stabilized
the dynamic inequities that marked
New Spain: the coup of 1808 militarized the
heights of power; the risings of 1810 militarized
political and popular resistance; the
mobilization led by Calleja to defeat Hidalgo
locked armed power at the foundation
of a contested regime. That was plain for all
to see when Calleja became Viceroy in 1813
–honored for the victory at Puente de Calderón,
now recognized as essential to the
survival of Spanish sovereignty (Ortíz Escamilla,
2013, 2017).
More than mining and the mediating regime
broke from 1808 to 1812. Silver capitalism
collapsed, too. That larger, globally
linked system of finance and trade, mining
and agriculture, not only broke –but did so
in ways that blocked any revival. The key
axis of silver capitalism tied New Spain’s
silver to Chinese and South Asian textiles.
The latter had led global cloth trades since
the sixteenth century, purchased with silver
drawn from New Spain that concentrated
wealth, power, and capital in Mexico City.
When New Spain’s silver exports fell by half
from 1810 to 1812, and did not recover, Asian
338

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 331-350
textile production and trades broke –just as
rising production and exports of British industrial
cottons surged into global markets.
Indian cottons and British cottons held equal
shares of global markets in 1810– as British
merchants ruled trade in both. Without New
Spain’s silver, Indian production and exports
collapsed while British mills and merchants
took control of global markets. China’s production
and export of fine silks fell too –and
soon British merchants were sending Indian
opium to China, drugging too many Chinese,
taking China’s historic stores of silver to
fund British rule in India, ending centuries of
Chinese economic and imperial eminence
(Allen, 2009; Lin, 2006; Platt, 2018).
It is now clear that Indian dominance of
global cotton trades and Chinese imperial
eminence were tied to New Spain’s silver.
When silver collapsed, so did Asian manufacturing
and trades –breaking the axis that
drive silver capitalism. The trades financed
in Mexico City that accumulated the capital
that funded silver mining and capitalist
cultivation broke beyond revival or repair.
By 1815, production, trade, and capital accumulation
focused in England. As New Spain
became Mexico, there was no capital ready
and able to revive the mining and capitalist
agriculture broken after 1810. The nation
would search for a new economy for decades
while its politics were destabilized by
conflicts among militarized powers starved
for revenues. Silver capitalism gone, the last
years of New Spain saw militarized powers
fighting to rule a future uncertain at best.
After Silver Capitalism:
Cádiz Liberalism vs. Political
Insurgents, 1812-1814
In 1812, no one in New Spain knew the global
transformations then dissolving silver
capitalism. They did know that mining had
collapsed and that armed powers continued
to contest power in Spain and governance,
property, and social relations in New Spain.
Then Cádiz liberalism offered new ways of
rule that aimed to preserve restore Spanish
rule in Spain and preserve it New Spain by
backing military efforts with new rights and
participations –while ending the mediating
judicial rule that had defined New Spain and
sustained silver capitalism. Contradictions
proliferated.
The delegates that assembled in Cádiz
claimed to represent Spain and its imperial
domains. Yet most of Spain was held by Napoleon.
Its cities and towns were “represented”
by men exiled in Cádiz, while cities in
New Spain and the Americas sent delegates
chosen by local councils. Still, representation
was designed to preserve peninsular
priority, a goal implemented by recognizing
only Hispanic cities and towns, denying representation
to indigenous republics and
their councils –a clear limit on the vaunted
sovereignty of the pueblos. The Cortes
that met at Cádiz did expand participations
across the empire –and limited them, too.
And new participations and new representations
came in support of militarized powers
engaged in military conflicts –the fight for
independence from Napoleon in Spain and
fights to preserve Spanish power across the
empire. Cádiz offered new participations to
support military powers fighting to revive an
empire long dependent on the silver capitalism
then collapsing in New Spain (Breña,
2013; Moreno Alonso, 2011; Tutino, 2016b).
The Cádiz project set off debates across
an empire facing unprecedented challenges
and deepening conflicts. Rights proclaimed
liberal by the Constitution of 1812 were seen
as liberating by some, limited by others, and
assaultive by still others. Cádiz offered individual
rights of citizenship, participation, and
representation to men in the empire, Hispanic,
indigenous, and mixed –while excluding
those of African ancestry. The exclusion aimed
to keep Cuba and its burgeoning sugar
economy built on the labors of enslaved Africans
in the empire; it thus curtailed the rights
of New Spain’s mulattoes, pivotal producers
from the Bajío north and along the coasts.
Also divisive and potentially destructive in
New Spain, the proclamation of individual
rights to political participations ended the
separate rule of indigenous councils and access
to separate mediating indigenous justi-
339

JOHN TUTINO, 1821: THE END OF NEW SPAIN, DREAMS OF AN IMPOSSIBLE MEXICO
ce –long key to stabilizing inequities across
Spanish Mesoamerica (Guarisco, 2003; Tutino,
2018a, Ch. 4-5).
And Cádiz recognized only individual
personal property, leaving Church holdings,
oligarchs’ entailed patrimonies, and the corporate
community lands of indigenous republics
without clear sanction. The openings
to political participations were implemented
where the regime still ruled in New Spain.
Amid armed conflicts in which the support
of the Church, oligarchs, and indigenous republics
was essential to loyalist forces, the
threats to corporate properties and other
rights (including justice) remained implicit
and unimplemented. Still, the promises and
inhibitions of Cádiz liberalism –proclaimed
and partially implemented in 1813-14, abrogated
to 1820, then revived under pressures
from military forces mobilizing to fight in
South America– guaranteed the persistence
of militarized rule while challenging ways
of governance and property rights that had
long kept New Spain and Spain’s empire
strong.
In many ways, Cádiz liberalism aimed to
counter, perhaps conciliate, the political insurgents
who carried on after the defeat of
Hidalgo. It proved a difficult challenge. After
all, Cádiz called for a union of European and
American Spaniards, while political insurgents
continued to inflame anti-gachupín
sentiments. In August 1811, soon after Hidalgo’s
execution far to the north, Rayón and
key allies proclaimed a Junta Suprema de
las Americas at Zitácuaro, denying recognition
to the congress working at Cádiz.
Loyalists facing popular insurgents in the
Bajío and the Mezquital waited until January
1812 to attack Zitácuaro, when Calleja left
Guanajuato to oust the Junta –leaving it
to carry on as a nomadic focus of political
opposition, unable to hold key territories.
Morelos led guerrilla forces that roamed
southern and coastal zones, linked to the
junta yet independent. His May 1812 defeat
at the siege of Cuautla ensured that political
insurgency would not challenge royalist
power in the capital. In September, Rayón
proposed Elementos Constitucionales, retaining
loyalty to the captured Fernando VII
while calling for “Independencia de la América.”
Laden with contradiction, they were
not proclaimed while popular insurgents
continued to challenge property across the
Bajío, the Mezquital, and beyond (Tutino,
2014).
By September 1813, the promises of Cádiz
had resolved little in New Spain. Morelos
then proclaimed his “Sentimientos de la Nación”
at Chilpancingo –far from the power
of Mexico City and the popular insurgents
that still ruled much of the Bajío. He called
for an America independent of Spain, and
without Fernando. He promised to protect
property –limiting any appeal to popular insurgents.
Meanwhile, typhus spread across
New Spain, killing perhaps 20,000 in the capital,
40,000 in surrounding regions (Molina
del Villar, 2010). Arguably, the epidemic
reinforced loyalists grounded in regime resources
and popular insurgents sustained
by local communities. Political insurgents
without such bases saw support become
uncertain and begin to wane.
1814 brought Fernando back to the throne
in Spain and his abrogation of the Cádiz
constitution written to sustain him. Caught
between popular assaults on property in the
Bajío and the Mezquital, and loyalist defenses
led in the capital by Viceroy Calleja and
in the Bajío by Iturbide, political insurgents
continued to struggle (Hamnett, 1986; Van
Young, 2001). In October, Morelos, Rayón,
and others called for “la Libertad de la América
Mexicana” in a new constitution proclaimed
at Apatzingán –again, far from centers
of power and production. No surge of support
followed. Iturbide’s forces defeated,
captured, and executed Morelos in 1815, leaving
political insurgency to limp forward led
by Vicente Guerrero, Morelos’ successor in
Pacific lowlands (Tutino, 2014).
From 1814, the established regime pressed
to rule New Spain, marked by militarization,
constrained by the fall of silver capitalism,
and surrounded by political debates
propelled by Cádiz liberalism.
340

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 331-350
Popular Insurgents Persist,
1812-1820
Popular insurgents attacking power and
property were pivotal to taking down silver
capitalism by 1812, and many kept fighting
for years afterwards. Loyalists fought on to
defend power and property. Political insurgents
struggled in between, challenging the
regime while defending property. The liberal
Cádiz Constitution defended property,
too –while challenging corporate community
rights. During New Spain’s long war of
1810 to 1820, all the forces defending, seeking,
or aiming to transform ways of regime
power staunchly defended property. Popular
insurgents did not rise everywhere, but
where they did, they challenged property
–not by programmatic visions, but by taking
necessities of sustenance and survival,
at first to meet desperate needs, over time
to sustain resistance and forge new more
autonomous communities. They proved the
most enduring and impactful of insurgents,
first breaking silver capitalism, then the
agrarian capitalism that sustained it. In the
efforts, they created new lives for themselves
and many others struggling to survive
across the countryside (this is the key focus
of Tutino, in progress).
Napoleon and those who fought against
him in Spain and New Spain broke mediating
rule and militarized power in 1810. The
combined challenges of political and popular
insurgents broke silver capitalism from
1810 to 1812. Persistent popular insurgents
that took down agrarian capitalism in the
pivotal Bajío bottomlands, transforming rural
life and production there and far beyond.
If the regime break and the militarization of
power transformed the possibilities of political
rule, and the fall of silver capitalism
undermined chances for wealth-seekers to
create and keep capital, profits, and power,
popular assaults on agrarian capitalism completed
the collapse of silver capitalism –and
led to new ways of independent life on the
land, opening new possibilities for communities
and cultures across the diverse countrysides
that would become Mexico.
While political insurgencies waned after
1812, popular insurgencies held strong –in
different ways in key regions long pivotal to
New Spain’s power and prosperity. In other
regions, producing communities remained
at home, at work, and in peace– sustaining
established powers and ways of production
into the years of insurgency. Key examples
are revealing.
From October 1810 into January 1811, Guadalajara
and its surrounding countryside
became the home of the Hidalgo revolt, an
uneasy mix of political rebels seeking provincial
participations and popular insurgents
claiming sustenance however they could.
The city had been the seat of an Audiencia
since the sixteenth century, a center of mediating
justice for New Spain’s northwest.
The late eighteenth century brought a commercial
boon linked to the rise of mines at
nearby Bolaños, the creation of a Consulado
giving corporate organization to local merchants,
and the opening of Pacific trade via
the port of San Blas. The consolidation of
a provincial elite merging peninsular merchants
and American landed entrepreneurs
led to rising pressures on a countryside that
mixed indigenous republics and estate communities.
Resentments of political isolation
led some elites to welcome Hidalgo, while
others fled. A mix of community grievances
and predations on estate dependents drove
popular risings.
After Hidalgo’s defeat, local elites reassembled
to claim power in the city, revive
trade through San Blas (as access to Gulf
ports and blocked), and stay loyal to the
regime through the decade that followed.
Meanwhile, rural communities around Lake
Chapala and regions south, and dispersed
groups elsewhere kept attacking property
–earning labels as bandits while keeping popular
pressures alive. Guadalajara, San Blas,
and the route that linked them to trades to
Panama, Manila, Sonora, and the Californias
held peaceful, loyal, and prosperous. Guadalajara’s
countryside saw persistent popular
insurgencies that waned around 1815, yet
continued to 1820 (Olveda, 2011).
341

JOHN TUTINO, 1821: THE END OF NEW SPAIN, DREAMS OF AN IMPOSSIBLE MEXICO
A different mix of power and loyalty, insurgency
and persistence marked the basins
around Mexico City, the heartland of silver
capitalism. In zones of fertile well-watered
lands –temperate and maize (and wheat)
growing from the Toluca basin to the Chalco
plain, tropical and sugar producing south
around Cuernavaca– pressures of population
growth on community lands had been compensated
by access to seasonal wage work
at nearby estates, negotiated by communitybased
labor captains, keeping community-based
family lives sustainable past 1800.
Pueblos around Toluca showed no interest
in rising with Hidalgo when he arrived in the
fall of 1810; most around Cuernavaca held
aloof from Morelos when he came to Cuautla
in 1810. Most heartland indigenous republics
remained at peace and at work from 1810
to 1820 –a key to sustaining loyal power in
Mexico City as silver capitalism collapsed.
The dry basins of the northern heartland
faced greater challenges during the
last years of silver capitalism, leading many
to years of insurgency after 1810. The arid
lands around Otumba and extending into
the Mezquital lay between the capital and
the mines at Real del Monte. Estates there
raised maize where irrigational allowed,
grazed hogs, and focused on making pulque
to supply taverns in the capital and at the
mines. The richest of oligarchs profited: the
Conde de Regla who ruled mining at Real del
Monte and his wife, Condesa de Jala, all but
monopolized the provision of pulque to the
capital. The turn to pulque in the eighteenth
century served landed oligarchs well, generating
profit while employing little labor.
When population growth left the region’s
Otomí communities short of land to sustain
growing populations around 1800, conflicts
escalated. In the wake of Hidalgo’s revolt,
which passed just west, in 1811 Mezquital villagers
turned to rebellion, attacking estates,
taking produce and land, undermining
commercial production, bringing mining to
a halt at Real del Monte. Silver production
and the revenues it generated plummeted,
as did the earnings of key landed oligarchs
–a challenge from below that began to wane
in 1815, with full pacification delayed to 1816
(Tutino, 2018, Ch.4).
If Mexico City was the financial and commercial
pivot of silver capitalism, and the
surrounding basins mixing mines at Taxco
and Real del Monte and commercial estates
and indigenous republics everywhere, was
its heartland –the Bajío was the productive
engine of silver capitalism, with the mines of
Guanajuato sustained by manufacturing at
Querétaro, San Miguel, and other towns, all
fed by capitalist estates worked by resident
families without rights to land or self-rule.
After centuries of dynamic stability, recent
predations mixing evictions and wage cuts
deepened in the face of draught and profiteering
from 1808 to 1810 –driving the popular
risings that began in September of
1810 and lasted into 1820. Yet insurgency
was not everywhere. Peace and production
held just east around Querétaro, where estate
–dependent communities, more Otomí
than mixed, had faced parallel predations–
cushioned by informal community organizations.
Most stayed at work, claiming gains
in land use and wages too, while sustaining
the regime (Tutino, forthcoming, Ch. 4 on
Guanajuato; Ch. 5 on Querétaro).
Across the rural basins surrounding the
Guanajuato mines, the richest estates in the
kingdom saw tens of thousands rise with Hidalgo
in 1810, then return home to rule rich
irrigated bottomlands and nearby upland
basins through 1818 –with final pacifications
in 1820. Communities took over estates, claimed
land for family production, and sustained
guerrilla bands. The limited mining that
continued at Guanajuato after 1812, was carried
on by independent workers who gave
small shares to mine owners, then sold ore
to refiners –all sustained by the produce of
insurgent communities. Mine workers and
rural families claimed productive autonomies
as silver capitalism fell (Tutino, 1998,
and forthcoming, Ch. 3).
When rural pacification began in 1818, loyalist
commanders learned that Bajío communities
would only accept amnesties when
guaranteed rights to cultivate lands they
had claimed in insurgency and worked for
342

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 331-350
most of a decade. They recognized proprietors’
rights and agreed to pay small rents if
they were sanctioned to retain arms to “defend
the king” –and the right to family production.
Accepting landed property, they
refused any persistence of agrarian capitalism.
Notably, women emerged from the
decade of insurgency as leading tenants in
prosperous ranchero communities on estate
lands. Pacification across rural Guanajuato
–a recognition of insurgent transformations
more than a loyalist victory– was not completed
until the summer of 1820 (Tutino,
1998 and forthcoming).
Meanwhile, limited mining ruled by workers
during a decade without investment in
drainage and infrastructure, culminated in
the flooding of the great Valenciana mine in
1820 just as rural Guanajuato communities
consolidated family control of production.
Silver output held below half the levels before
1810 (Romero Sotelo, 1997). Silver capitalism
had drowned; the agrarian capitalism
that once sustained it was gone. It might
revive only with great capital investment,
which was not available as the trades linking
Europe, China, and India that had long
driven and sustained silver capitalism collapsed
after collapsed with the loss of silver
after 1812 –enabling British industrial textiles
made of US slave-grown cotton to rule global
markets and trade (Lin, 2007; Parthasarathi,
2011; Tutino, 2016b). By 1820, the merchants
of Mexico City no longer drew capital
from global trades tied to China, India, and
Africa; they could no longer send capital to
fund mines now in need of costly drainage
and reconstruction. Global silver capitalism
and the agrarian capitalism that sustained it
in the Bajío were gone by 1820, both brought
down by adamant insurgents taking relief
from predations the two capitalisms had
forced upon them.
1820-1821: New Spain Gone,
Iguala to Come
By 1820, the essential elements that made
New Spain rich and powerful, stable and
sustainable despite deep inequities, and
pivotal to Spain’s empire and global trade,
were gone. The regime of mediating justice
broke in the coup of 1808. Military power
deepened and consolidated in the decade of
conflicts beginning in 1810. The insurgencies
that exploded that year broke silver capitalism,
the agrarian capitalism that sustained
it, and everything they sustained. In 1812,
Cádiz liberalism promised individual electoral
rights to all men (but mulattoes), while
challenging corporate rights: entails for oligarchs,
Church properties, and the community
domains of indigenous republics –all to
sustain military powers. After Fernando’s
return in 1814, political insurgency waned
while popular insurgents fought on and nothing
could revive silver capitalism.
Amid the pacifications of 1820, a political
jolt arrived from Spain. As the year began,
the leaders of military forces assembling to
sail to defend the empire in South America,
refused to embark unless Fernando restored
the Cádiz Constitution. Officers led by
Colonel Rafael Riego pressed the demand,
making clear, again, the link between military
power and liberal political promises
(Stites, 2014). By March, the empire revived
the constitution. Yet Spanish liberalism
had changed since 1814; no longer needing
popular backing to fight Napoleon, peninsular
liberals became increasingly anticlerical
–while the regime pacifying New Spain
kept commitments to Catholicism and the
Church (Breña, 2013).
On receipt of the news, deep divisions
revived among men seeking to re-establish
power and silver capitalism in New Spain.
Many among the once powerful and recently
pummeled aimed to keep established ways
backed by armed power. Many seeking new
possibilities welcomed the new liberalism.
Traditionalists gathered at la Profesa, once
a Jesuit church, calling on Viceroy Apodaca
to reject the constitution and recruiting
Iturbide to gather military forces to back
their program. Meanwhile, Iturbide –removed
from the field in 1816 in response to his
fame for brutality against insurgents and
profiteering with funding for mining and military
operations– regained a command, as-
343

JOHN TUTINO, 1821: THE END OF NEW SPAIN, DREAMS OF AN IMPOSSIBLE MEXICO
signed to pursue Vicente Guerrero and the
political rebels still in Pacific lowlands. They
opened negotiations that led to the Plan de
Iguala in February 1821 –uniting loyalist and
insurgent commanders in a call for a Mexican
monarchy with a constitution appropriate to
Mexican realities. Both opposed the return
to Cádiz –for different reasons: Iturbide mobilized
struggling oligarchs and high Church
officials against liberal threats to corporate
property and clerical precedence; Guerrero,
a mulatto leading mulattos, could not abide
Cádiz’ denial of citizenship to people of African
ancestry. Armed forces long opposed to
each other forged an alliance against Cádiz
while claiming loyalty to Fernando –making
Iguala, too, a movement laden with contradictions
(Arenal Fenocchio, 2002; Olveda,
2011; Moreno Gutiérrez, 2016).
Addressed to the don Juan Ruíz de Apodaca,
Conde de Venadito, Viceroy of New
Spain, the Plan called for a Junta Suprema
de América Septentrional to found an Imperio
Mexicano. The first article protected
Catholicism and the Church; the second declared
New Spain independent of Spain; the
third mandated a monarchy moderated by a
constitution appropriate to Mexico; the fourth
offered the throne to Fernando, or another
Spanish Bourbon. The text went on to
guarantee rights to all, regardless of origins
–key to Guerrero’s support. It guaranteed
the persons and properties of all citizens
–leaving the status of indigenous republics
and their corporate holdings unprotected.
It guaranteed the separate judicial rights
of the clergy, essential to Iturbide’s clerical
backers. And it declared the Army protector
of three essential guarantees: the institutional
and religious monopoly of the Church
(again); independence (while offering the
throne to Fernando); and the “unión íntima
de Americanos y Europeos” –seeking to revive
the ties between immigrant merchants
and American oligarchs that had long driven
silver capitalism (Plan de Iguala, 1821). Yet
silver capitalism was broken, while Spanish
immigrants, proclaimed hated gachupines
by political insurgents, had become a focus
of anger aiming to deflect popular assaults
on the landed properties of American Spaniards.
Contradiction layered on contradiction.
The Iguala Plan, backed by a union of
armed forces unchallenged in political primacy,
offered dreams marked by contradictions
in times social pacification, political
uncertainty, and economic collapse. Iturbide
took the capital in the summer of 1821, negotiating
the Treaty of Córdoba to confirm the
break with Spain. Fernando soon rejected
the Mexican throne, and Iturbide emerged
emperor by default (or plan?). Iturbide and
the Iguala alliance imagined reviving New
Spain and silver capitalism. But silver capitalism
was gone, along with mediating regime
broken by the military powers Iturbide led.
Behind a promise of unity and dreams of
prosperity –Iguala led to impossibilities. Insurgent-driven
transformations had broken
New Spain before Iguala cut ties with Spain.
Mexico’s future was uncertain (Tutino, forthcoming).
Mexico After Silver Capitalism
Iguala and 1821 marked the beginnings of a
search for a nation marked by contradictions
and conflicts. The monarchy mandated by
Iguala carried the name of New Spain’s long
dominant capital city: Mexico. Those struggling
to revive powers once concentrated
there were honored.
Could the name comfort those who had
pursued provincial autonomies since 1810 or
draw the allegiance of people focused on
family production, community rights, and
local religious cultures? The latter generally
stayed home, focused on family, community,
and local cultures. Provincial interests
seeking republican rights soon mobilized
military power led by Veracruz-based Antonio
López de Santa Anna to topple the
monarchy and send Iturbide to exile (Ávila,
2005).
Silver capitalism and the economy it powered
were gone. The Spanish empire that had
mediated and stabilized social, cultural, and
legal diversities was gone. Iturbide’s empire
had fallen, leaving mounting debts –and
344

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 331-350
scarce revenues on the horizon. Another
contradiction became clear: without silver
capitalism, regime revenues were half those
of 1800 to 1809 –while the military remained
entrenched and empowered, and had to be
paid (Ward, 1828, I, 360-408; Hernández
Jaimes, 2013). The transition to federalism
still underway, the founders of the Federal
Republic turned to British capital to repair
a broken treasury while mine owners recruited
British partners, seeking British capital
to revive silver production.
Henry Ward, on the scene in Mexico City
and key mining centers from 1825 through
1827, detailed how British capital provided
but a brief and costly respite for regime finances
–and failed to revive Mexico’s mines.
He saw the corrosion of shafts and tunnels
after a decade of scavenging without investment
in infrastructure. He knew the flooding
that had turned the great Valenciana
and other mines Guanajuato into wells that
required expensive new drainage. He and
British investors learned that the vaunted
pumps of industrial Britain were of little use
in regions long stripped of timber –and without
coal. And they learned that local mine
operators’ long emphasis on building adits,
long tunnels to drain mines from below, was
more effective –but costly and time consuming
in the face of current challenges.
And seeing a long, costly, and uncertain
process of revival, Ward recognized that capital
raised in London would not easily lead
to success. That capital was recruited to pay
regular earnings to Mexican mine operators,
the Reglas at Real del Monte, the Obregón’s
of Valenciana, and more, who entered into
joint ventures. British investors contracted
expecting regular dividends. Such immediate
and regular payments cut into the capital
available for the long and expensive process
of renovation. And British contract capital
lacked the fluidity (emphasized by Ward
as characteristic of New Spain’s merchant
financiers) to surmount challenges of unknown
length and risk. By 1828 when Ward
wrote, it was clear that ventures funded
by British capital had yet to raise output
and failed to generate profits or dividends
(Ward, 1828, II, pp. 3-164).
The underlying problem, which Ward
described in detail, but would not recognize,
was the collapse of silver capitalism and its
integration of trade, capital accumulation,
and mining investment. New Spain’s silver
had fueled global trades in Chinese silks and
Indian cottons, extracting capital that was
invested in multiple mines over long years,
limiting risks while sustaining steady silver
flows –and periodically leading to renowned
bonanzas (see Brading, 1973; complemented
by Yuste, 2007). With silver capitalism
gone, British capital was not structured
with the fluidity to surmount the risks and
uncertainties of mining over the long term
–and terms were longer after revolutionary
era destructions,which Ward emphasized.
What he saw and could not say was that the
primary interest of British capital was the
monopolization of global textile markets.
That shift was well underway in the 1820s,
and neither Ward nor British investors could
imagine slowing that process. He emphasized
that Mexican textile manufacturing had
to end, no matter how many workers and
families were displaced. The goal of reviving
Mexican silver was to pay for textile imports
from Britain. It would cease to be the engine
of a globally dynamic silver capitalism and
become a branch of a British-centered industrial
capitalism. Yet without the capital
generated by silver capitalism, revival as an
appendage of industrial Britain was not to
be.
Through the 1820s, 30s, and beyond, British
cloth rose to dominate global markets,
driving plantations raising cotton with enslaved
hands across the U.S. South (Findlay
and O’Rourke, 2007; Baptist, 2014; Beckert,
2014). In Mexico, communities consolidated
on the land in the 1820s, while regime builders
struggled without revenues, and profit-seekers
dreamed of a silver revival and
new economic ways. In the 1830s, mining
still depressed (except at Zacatecas), Lucas
Alamán (who had participated in British mining
ventures in the 1820s) turned to promote
state-backed investment in Mexican
mechanized textile factories –only to see
345

JOHN TUTINO, 1821: THE END OF NEW SPAIN, DREAMS OF AN IMPOSSIBLE MEXICO
Anglo-Texans secede from Mexico to protect
their rule of cotton and slavery, taking
the great potential source of cotton in Mexico
into the orbit of the expanding United
States. Mexican industrial textiles took off in
the 1840s, just as mining began a slow revival
–only to face the U.S. invasion that took
Texas and all of Mexico’s north including
California into the imperial nation mixing
industry and slavery. All the while, Mexican
communities, former indigenous republics in
the center and south, often tenants on estate
lands in the Bajío and regions north, held
strong (Tutino, 2018a, Ch. 6; Van Young,
2021; Tutino, forthcoming).
The revolution that wracked New Spain
from 1808 to 1820 broke silver capitalism
and the mediating regime that had sustained
it. In 1821, military powers forged in that
revolution broke with Spain in an attempt
to revive silver capitalism. The revival proved
impossible, even with the turn to British
capital –as that capital and its Anglo-American
slave-owning allies were committed to
a very different new world. Mexican regime
builders and profit seekers would struggle
for decades to find new ways to power.
When they did after 1870, they pressed new
predations on producing communities, this
time most destructive in the southern heartland,
provoking a Mexican revolution (Tutino,
2018a, Part 2).
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John Tutino
Recibido: 17 de mayo de 2021.
Reenviado: 28 de junio de 2021.
Aceptado: 27 de julio de 2021.
He is Professor of History and International
Affairs at Georgetown University’s Edmund
A. Walsh School of Foreign Service. His lines
of research are: Historical foundations
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1880, National development experiences after
1910 and the arrival of globalization. His
most recent publications include, as author:
1808: Power, Sovereignty, and Silver in an
Age of War and Revolution, Albuquerque,
University of New Mexico Press (2018), and
The Mexican Heartland: How Communities
Shaped Capitalism, a Nation, and World History,
1500-2000, Princeton, Princeton University
Press (2018). His book Making a New
World: Founding Capitalism in the Bajio and
Spanish North America (2011) received the
“Allen Sharlin” award for the best book published
in 2011 from the Association of History
in Social Sciences, and the Bolton-Johnson
award for the best Latin American
history book published in 2011 by the Latin
American History Conference.
Georgetown. Sus líneas de investigación son:
Fundamentos históricos de América Latina,
Historia de México, Raíces del capitalismo
global en las Américas antes de 1880, Experiencias
de desarrollo nacional después de
1910 y la llegada de la globalización. Entre sus
más recientes publicaciones destacan, como
autor: 1808: Power, Sovereignty, and Silver in
an Age of War and Revolution, Albuquerque,
University of New Mexico Press (2018), y The
Mexican Heartland: How Communities Shaped
Capitalism, a Nation, and World History,
1500-2000, Princeton, Princeton University
Press (2018). Su libro Making a New World:
Founding Capitalism in the Bajio and Spanish
North America (2011) recibió el premio
“Allen Sharlin” para el mejor libro publicado
en 2011 de parte de la Asociación de Historia
en Ciencias Sociales, y el premio Bolton-Johnson
para el mejor libro de historia latinoamericana
publicado en el 2011 de parte de la
Conferencia de Historia Latinoamericana.
Es profesor de Historia y Asuntos Internacionales
en la Escuela de Servicio Exterior
“Edmund A. Walsh” de la Universidad de
349

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 351-366
DOI: http://dx.doi.org/10.22136/korpus21202148
ROJO Y NEGRO:
MILITARES Y ECLESIÁSTICOS EN LA CONSUMACIÓN
DE LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO
RED AND BLACK:
THE MILITARY AND THE ECCLESIASTICS IN THE CONSUMMATION
OF THE INDEPENDENCE OF MEXICO
Guadalupe Jiménez Codinach
Universidad Iberoamericana
rosacodinach@yahoo.com.mx
Abstract
This work attemps to answer the question: can the role of the army and clergy in the
last stage of New Spain’s War of Independence (1820-1821) be characterized as retrograde,
illiberal and unconstitutional? We argue that in this period, the birth of Mexico
as an independent nation and sovereign state, was not the product of a counterrevolution
or the machinations of two regressive groups -army and clergy- concerned only
with their privileges, but part of a revolutionary wave in the Atlantic region during the
years 1820-1823. Indeed, forward-thinking, socially -conscious and freedom- loving individuals
participated in México’s Independence in 1821.
Keywords: Independence of New Spain, military, ecclesiastical, Iturbide counterrevolution,
independent Mexico.
Resumen
Este trabajo intenta responder la siguiente pregunta: ¿la participación de militares y
eclesiásticos en la última etapa de la guerra de independencia de la Nueva España se
puede caracterizar, como muchos la han descrito, de retrógrada, conservadora, antiliberal
y anticonstitucional? En estos años fundacionales, el nacimiento de México como
nación independiente y Estado soberano no fue producto de una contrarrevolución ni
de maquinaciones de dos grupos retrógrados –militares y clero–, preocupados sólo de
sus fueros y privilegios, pues entre sus filas, de 1808 a 1821, se encuentran personas de
ideas avanzadas, de conciencia social, de amor a la libertad.
Palabras clave: Independencia de Nueva España, militares, eclesiásticos, contrarrevolución
de Iturbide, México independiente.
351

GUADALUPE JIMÉNEZ CODINACH, ROJO Y NEGRO: MILITARES Y ECLESIÁSTICOS
EN LA CONSUMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO
Introducción: casacas y sotanas
En su famosa novela Le Rouge et le Noir
(1831) el autor Henri Bayle (1783-1842), bajo
el seudónimo de Stendhal, describe la década
de 1820 a 1830 en Francia. Su protagonista,
Julián Sorel, es un ambicioso joven
que quiere salir de la pobreza y de su infeliz
vida familiar. Para lograrlo, intenta primero
ser sacerdote y después abraza la carrera
militar. El rojo representa el color de
las casacas militares y el negro las sotanas
clericales. Esos serían dos destinos que lo
sacarían de la miseria y que le darían un lugar
distinguido en la sociedad. “Es evidente
–afirma Julián sobre su labor como preceptor
de unos niños– que aquí puedo ganar
unos miles de francos y emprender luego
con mayores ventajas la carrera militar o la
eclesiástica, según la moda que impere en
Francia en ese momento” (Stendhal, 2015:
158). Admirador clandestino del emperador
Napoleón I, Julián representa a miles de oficiales
y soldados veteranos de las guerras
napoleónicas y de las de independencia en
la América española, cansados de las fatigas
de la guerra, de la precariedad y mala vida
en los cuarteles, del fragor de las batallas
pero a la vez admiradores de un oscuro cadete
descrito por su biógrafo Patrice Gueniffey
de la siguiente manera: “Napoleón nace
en la guerra. En ella muestra sus cualidades,
un temperamento, un carisma, incluso un
estilo sin par que no se encuentra en épocas
posteriores” (Gueniffey, 2018: 156).
En el caso de la Nueva España postrera,
casacas y sotanas no sólo aparecerán en
la oleada revolucionaria atlántica de 1820,
sino que estuvieron presentes de 1808 hasta
1821, tanto entre los que deseaban la independencia
como en los que defendían el
gobierno virreinal y serían también parte
de la gran mayoría de los revolucionados, a
fuerza, neutrales en la contienda, pero víctimas
de la violencia y destrucción de la guerra
civil de 11 años. Por ello no sorprende su
participación en la consumación de la independencia
de Nueva España lograda por el
Ejército Trigarante y con el apoyo del clero
diocesano y regular, así como de un pueblo
cansado de años de sufrimiento y privaciones.
Polvos de aquellos lodos
A fines del siglo XX, el historiador Luis González
y González declaró en una entrevista
de prensa:
Yo comparto la idea, junto con otros historiadores,
de que en este país las épocas de avance,
aunque sea lento, son las pacíficas. Hasta
ahorita ningún período violento ha traído consecuencias
positivas en el aspecto económico
o en el político (Rivera, 1999).
Esta reflexión puede corroborarse en la
paciente investigación de cantidad de archivos
y obras sobre el período 1808-1821. Una
mirada a los actores de las sucesivas etapas
de intentos emancipadores revela que la
violencia desatada, el enfrentamiento entre
vecinos y miembros de una misma familia;
la destrucción de edificios, casas, silos y alhóndigas;
la inundación de minas; la quema
de cosechas; la invasión de haciendas y ranchos;
la desaparición de puentes; la quema
de libros, manuscritos, impresos y prensa; la
clausura de escuelas; el abandono de iglesias,
hospitales; el vandalismo de imágenes
y obras de arte; la muerte de cerca de un
millón de personas; la aniquilación de ganados
caballar, vacuno y lanar; la escasez de
alimentos, medicinas y mercancías, en medio
de la zozobra y el terror de hombres,
mujeres y niños, conformaron años de destrucción
que no adelantó el logro de la independencia,
sino que la dificultó.
En este artículo se intenta responder a la
siguiente pregunta: ¿la participación de militares
y de eclesiásticos en la última etapa
de la guerra de independencia se puede caracterizar,
como muchos la han descrito, de
retrógrada, conservadora, antiliberal y anticonstitucional?
¿Cómo fue realizada por la
oligarquía, palabra inexistente en 1820-1821?
Si observamos lo sucedido en los principales
momentos del proceso emancipador,
entre 1808 y 1821, nos encontraremos con
otra realidad: el continuo papel activo de
352

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 351-366
militares regulares o de milicias, de clérigos
diocesanos y de miembros de órdenes religiosas
en los esfuerzos por independizar la
Nueva España y convertirla en una nación
libre y soberana, y cómo sus ideas y obras
continuaron presentes en la trigarancia.
Se ha descrito al movimiento trigarante
como una “contrarrevolución” en la que dos
grupos, los militares y el clero, “(…) opuestos
a la restauración de la Constitución de
Cádiz en la Monarquía española”, lograron
consumar la independencia a contracorriente
de los ideales y esfuerzos iniciados
desde 1808, continuados en 1809, 1810-1815
y 1816-20. Martín Quirarte llama a la etapa
de la Consumación “La Contrarrevolución
de Iturbide” (1995: 71) y así lo sostiene la
obra de Romeo Flores Caballero (1969). 1 En
resumen, estas obras explican la consumación
como el resultado de aquellos que se
opusieron a la insurgencia y que fueron ajenos
a los proyectos de independencia en los
13 años transcurridos de 1808 a 1821.
Este trabajo académico intenta aclarar
y explicar lo sucedido en estos años fundacionales
del nacimiento de México como
nación independiente y Estado soberano,
en mi opinión, muy lejos de esta caracterización
del movimiento trigarante como
producto del triunfo de una contrarrevolución,
de las maquinaciones de dos grupos
retrógrados -los militares y el clero-, preocupados
sólo de sus fueros y privilegios. Si
es, como se afirma temerariamente, que el
grupo triunfador en la consumación de 1821
fue el constituido por los militares y el clero,
ambos retardatarios y movilizados en defensa
de sus intereses -falacia repetida hasta
el día de hoy- ¿ambos grupos se pueden
definir como radicalmente opuestos a la
independencia?, ¿contrarios a los planteamientos
de los criollos del Ayuntamiento de
la Ciudad de México en 1808?, ¿a los objetivos
de Allende e Hidalgo en 1810 y 1811?, ¿a
los esfuerzos de Ignacio López Rayón y de
la Junta de Zitácuaro?, ¿a los trabajos y los
días de José María Morelos, del Congreso
1 Asimismo, una revisión del libro Revolución y Contrarrevolución
en la independencia de México 1767- 1867
(2013).
de Chilpancingo y de los planteamientos de
la Constitución de Apatzingán?, ¿de la valiente
participación de los diputados novohispanos
en las Cortes de Cádiz en defensa
de la igualdad de representación y del derecho
a la ciudadanía de las castas con sangre
africana, de la abolición de la esclavitud,
de la libertad de imprenta, de comercio, de
los derechos del hombre?, ¿de las propuestas
de unión entre realistas e insurgentes,
de españoles peninsulares y americanos de
la II Condesa de Regla en 1815, de la misma
idea expuesta a Vicente Filisola en 1815 por
Agustín de Iturbide y por Xavier Mina, Pedro
Moreno y sus compañeros en 1817?, ¿de
la lucha continuada en las montañas del sur
con Vicente Guerrero y sus seguidores?
¿No será más bien que los veteranos de
la guerra civil iniciada en 1810 eran los menos
entusiastas en continuar con enfrentamientos
y destrucción por doquier? ¿Los
miembros del Ejército de las Tres Garantías,
el primer ejército mexicano, resultado de la
fusión de ex insurgentes, ex realistas e indultados,
casi todos nacidos en la Nueva España,
no serían los más interesados en una
paz negociada para alcanzar la independencia
de su patria, sin recurrir a la violencia, a
la muerte y al sufrimiento de sus familias y
comunidades? Veamos si podemos dar respuesta
a estas preguntas a la luz de hechos
comprobados.
Tres olas revolucionarias
Es importante señalar que se olvida el contexto
del mundo atlántico del periodo 1820-
1848. Ya no son los años 1808, 1810, 1812,
1815 o 1817, aunque ciertamente las vivencias
de esos años están presentes en el imaginario
de la generación consumadora de la
independencia, pero precisamente en 1820
se inició la primera de tres olas revolucionarias:
la de 1820 y las otras dos, la de 1830 y la
de 1848, en ambos lados del Atlántico. Esa
época es conocida como “La Primavera de
los Pueblos” (Soriano Blasco, 2021).
En este breve bosquejo de una época tan
dinámica de la historia universal sólo nos
centraremos en esta primera ola revolucio-
353

GUADALUPE JIMÉNEZ CODINACH, ROJO Y NEGRO: MILITARES Y ECLESIÁSTICOS
EN LA CONSUMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO
naria, aquella en que quedó inmersa la consumación
de la independencia de la Nueva
España y el nacimiento del Estado mexicano:
en esa segunda década del siglo XIX en
la que el ejército y el clero fueron protagonistas
destacados de los movimientos revolucionarios,
no sólo en Nueva España sino
en muchos pueblos del Atlántico.
El 1 de enero de 1820 se inicia en España la
rebelión del coronel Rafael del Riego (1794-
1823), pronunciamiento que se convirtió en
símbolo de la revolución liberal en Europa y
América en la segunda década del siglo XIX.
Sánchez Martín ha escrito que Riego “refleja
los deseos de los militares más progresistas
del momento” (Sánchez Martín, 2016) y
siempre manifestó un escrupuloso respeto
a las normas constitucionales. Se opuso a
combatir a los insurgentes de la América
Hispánica con las armas y él y sus compañeros
exigieron a Fernando VII la vuelta al
orden constitucional. Después de lo ocurrido
en España, se sucedió una serie de revoluciones
mediante pronunciamientos militares
que exigían demandas liberales; entre
ellas, sufragio, igualdad, libertad de prensa,
libertad de comercio, una monarquía constitucional
y un rey o monarca ya hecho (Soriano
Blasco, 2021). Irene Castells, por su
parte, escribe que la Constitución de Cádiz
fue aceptada por muchos “como bandera
frente al absolutismo restaurado” (1989: 85),
sobre todo porque no presentaba aspectos
de ser impía y regicida como la revolución
de Francia: la española era una constitución
católica y monárquica, más cercana a los
habitantes de Nápoles, el Piamonte, Portugal,
a los ortodoxos griegos y a los dominios
españoles en América. Recordemos que los
pobladores de estas regiones eran católicos
y cristianos ortodoxos en Grecia.
En marzo de 1821 un pequeño grupo de
soldados y oficiales dirigidos por Dimitri
Ypsilantes cruzó la frontera rusa y se internó
en Moldavia y Valaquia. El 25 de marzo
de 1821, fecha en que se celebra la independencia
de Grecia, el arzobispo ortodoxo de
Patras llamó a los griegos a la guerra santa
contra los turcos. Una asamblea griega en
Epidauro proclamó una constitución inspirada
en la revolución de independencia de
los Estados Unidos (1776-1783) y en la revolución
francesa de 1789 (NG, 2015).
En 1823, George Gordon, Lord Byron
(1788-1824), reunió un regimiento en apoyo
a la independencia griega y se reunió con
los sublevados en julio de 1823 en Missolonghi,
lugar en donde murió más tarde, víctima
de la malaria a la edad de 36 años (Ruiza
et al., 2004).
Previamente, el 1 de julio de 1820 estalló
la revolución en Nola, un pueblo cercano a
Nápoles, donde un grupo de jóvenes oficiales
se sublevó. Al día siguiente marchó en
compañía de casi la totalidad del destacamento
militar hacia Avelino, junto con unos
Carbonarios, miembros de una organización
secreta de liberales y constitucionales,
encabezados por el abate Luigi Manichini,
con el objetivo de obtener una constitución
como la de Cádiz. Muchos de estos militares
eran antiguos oficiales o soldados de Joaquín
Murat, habían combatido como parte
del ejército francés en España y admiraban
el constitucionalismo español y el levantamiento
de Riego (Pinto, 2020).
El caso de la revolución del Piamonte refleja
también la influencia del movimiento
liberal constitucional de Riego. Entre 1820
y 1823 este ejemplo se propagó por Europa
“donde dio lugar al establecimiento en Nápoles,
Portugal y el Piamonte, de distintos
regímenes constitucionales según el patrón
español” (Butrón Prida, 2012). Los revolucionarios
piamonteses formaron, siguiendo
lo sucedido en España, una Junta Provisional
Gubernativa para defender la igualdad
y la fraternidad como también ha señalado
Castells (1989: 85).
La situación de la Nueva España en estos
agitados años de 1820-1821 no es ajena
a esta primera oleada revolucionaria atlántica
como veremos más adelante, años en
que se dan principalmente levantamientos
militares en el Mediterráneo, inspirados en
la Constitución de Cádiz y en el pronunciamiento
de Rafael del Riego en enero de
1820 (Butrón Prida, 2012).
354

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 351-366
Lo rojo y lo negro
Lo rojo: participación de militares o miembros
de las milicias en conspiraciones pro
independencia, 1808-1821
Si revisamos las principales etapas y los
diversos proyectos emancipadores en la
Nueva España postrera, encontraremos que
hubo participantes militares y eclesiásticos
en todos ellos y es notable cómo sus propuestas
y objetivos reaparecen en 1820-
1823. Para ello empecemos por los militares
de carrera y las milicias.
1807-1808
Miembros de las milicias de varias regiones
del Virreinato de la Nueva España se reunieron
en 1807 en Jalapa, a la espera de un
intento de invasión británica. En septiembre
de 1808, a raíz del Golpe de Estado contra
el virrey José de Iturrigaray y del paso del
gobernante preso y su familia para ser embarcados
en el puerto de Veracruz, la indignación
de los oficiales criollos fue profunda
como lo atestiguan personajes como el
capitán Ignacio de Allende y el oficial José
Mariano Michelena, quienes regresaron a
sus provincias molestos con el gobierno
espurio de la Ciudad de México y empezaron
a conspirar. Recordemos que, desde el
amanecer del 16 de septiembre 1808, la Ciudad
de México y el reino de la Nueva España
quedaron sin autoridad legítima hasta
el viernes 14 de septiembre de 1810, cuando
llegó a la capital novohispana el virrey,
ahora sí legítimo, Francisco Xavier Venegas.
A finales de 1808, Ignacio Allende, Joaquín
Arias, Mariano Quevedo y José Mariano Michelena,
de regreso en sus villas y ciudades,
iniciaron conspiraciones contra el gobierno
ilegítimo de la Ciudad de México. Estos oficiales
de milicia crearon juntas secretas en
varias regiones.
1809
Dos oficiales del Ejército de Nueva España
visitaron al gobernador William Claiborne
de Luisiana, Estados Unidos. Claiborne, en
una carta a sus superiores en Washington,
informó cómo en los primeros días de 1809
militares novohispanos se entrevistaron con
él para sondear la posibilidad de conseguir
el apoyo estadounidense para un plan de independencia.
En 1809 se preparó una conspiración en
Valladolid, Michoacán. Participaron los capitanes
José María Obeso, José Mariano Michelena
y su hermano Nicolás, así como el
oficial Mariano Quevedo, que entraron en
contacto con el capitán Ignacio Allende y el
oficial Mariano Abasolo, del Regimiento de
Dragones de la Reina de San Miguel el Grande.
Se pensó en el coronel Narciso María de
la Canal, también de San Miguel, para dirigir
la estrategia militar del levantamiento. En
1820, José Mariano Michelena fue uno de los
oficiales que arengaron a las tropas en favor
del levantamiento de Rafael del Riego por la
restitución de la Constitución de Cádiz y al
rechazo a embarcarse a la América española
para reprimir a los insurgentes.
1809-1810
Allende organizó, quizás desde 1809, la
Junta Secreta de la Villa de San Miguel el
Grande en donde participaron más de 60
miembros, entre ellos varios oficiales de
los Dragones de la Reina. Las primeras
banderas de la insurrección de 1810, según
testimonio de don Félix María Calleja, pertenecían
a la villa sanmiguelense y en ellas
aparece la Virgen de Guadalupe en el lado
principal y el Arcángel San Miguel al dorso,
con el águila sobre el nopal en el lago y con
armas de varios tipos. 2
La Junta Secreta de San Miguel escogió,
como vocero de la insurrección, al sacerdote
Miguel Hidalgo y Costilla y envió comisionados
a otras ciudades, entre ellas Querétaro.
En dicha ciudad asistieron a la conspiración
Allende, el capitán Joaquín Arias, el oficial
Juan Aldama y participaron el Corregidor y
su esposa. Los conjurados fueron delatados,
2 Hoy se puede apreciar una de ellas en el Museo Nacional
de Historia, ubicado en el Castillo de Chapultepec,
Ciudad de México; la otra permaneció en España.
355

GUADALUPE JIMÉNEZ CODINACH, ROJO Y NEGRO: MILITARES Y ECLESIÁSTICOS
EN LA CONSUMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO
por lo cual doña Josefa Ortiz de Domínguez
avisó a Allende la existencia de una orden
de arresto contra él y sus compañeros.
En este sentido, se adelantó el inicio del
levantamiento al domingo 16 de septiembre.
Originalmente se había preparado para
el 29 de septiembre, fiesta del patrono de la
villa, el Arcángel San Miguel (Jiménez Codinach,
2010: 63-78).
1811-1814
Presos los primeros caudillos de la insurrección
en Acatita de Baján el 21 de marzo de
1811 y fusilados en Chihuahua el 26 de junio
Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez, y
el 30 de julio el padre Hidalgo, la lucha fue
continuada por el secretario de Hidalgo, el
licenciado Ignacio López Rayón.
En 1811 se fundó la logia masónica Lautaro
número 7 en Londres y para 1812 se establecieron
logias Lautaro en Cádiz, Caracas,
Filadelfia, Buenos Aires, Mendoza, Santiago
de Chile y en Jalapa, Veracruz, donde varios
miembros de la milicia eran conspiradores.
En todas ellas participaron oficiales como
Carlos Alvear, José de San Martín, Simón
Bolívar, Bernardo O’Higgins y otros. Eran
logias patrióticas cuyo objetivo era la independencia
de toda la América española.
Durante las reuniones de las Cortes de
Cádiz, por lo general los diputados representantes
de varias regiones de la Nueva
España –a excepción de alguno, como el
sacerdote Antonio Joaquín Pérez, representante
de Puebla– favorecieron las posiciones
del ala liberal de las Cortes. De los
diputados, entre 1812 y 1814, 67 eran o habían
sido militares. El 95% de los diputados
militares votó a favor de la abolición de la
Inquisición, 90% a favor de la libertad de imprenta
y 80% por la abolición de los señoríos
(García Godoy, 1998).
1815-1819
En 1815, durante el sitio al fuerte de Cóporo,
Agustín de Iturbide (1783-1824) le comentó
al oficial Vicente Filisola lo fácil que sería lograr
la independencia de la Nueva España si
se unieran los insurgentes y los realistas en
un solo ejército.
Por su parte, durante 1815 y parte de 1816
se preparó en Londres la expedición a Nueva
España del joven guerrillero Xavier Mina,
quien decidió llevar sólo oficiales con experiencia
como apoyo a la insurgencia de la
Nueva España. La mayoría de los reclutados
son veteranos de las guerras napoleónicas.
En Estados Unidos Mina consiguió más oficiales,
algunos veteranos de la guerra entre
Estados Unidos y Gran Bretaña del periodo
1812-1814. No obstante, Mina y sus compañeros
fueron derrotados en 1817, por lo que
este fracaso suspendió otras dos expediciones
que se preparaban en Gran Bretaña
para apoyar la independencia novohispana
(Jiménez Codinach, 1991). Al respecto, William
D. Robinson comentó que en 1817 “no
había un solo regimiento criollo de los que
estaban a sueldo de la España, que no estuviese
preparado a seguir el estandarte de la
independencia” (Robinson, 1824: 239).
Entre 1817-1818 se organizó la llamada
Confederación Napoleónica en Texas, Estados
Unidos. Los militares franceses, entre
ellos ex generales de la Grand Armee de Napoleón
I, intentaron liberar a Nueva España
y traer de Santa Helena al ex emperador Napoleón
I (Jiménez Codinach, 1988).
Es importante recordar, según nos advierte
Patrick Puigmal, que los ex militares
franceses no sólo arribaron a Estados Unidos:
alrededor de 350 llegaron a Argentina,
Chile y Perú; unos 200 a Nueva España y
a la Capitanía general de Guatemala; 100 a
Brasil y 500 a la Nueva Granada (2012: 18).
1820
Anteriormente se mencionó el pronunciamiento
del coronel Rafael del Riego el 1 de
enero de 1820 en Cabezas de San Juan,
cerca de Sevilla, y cómo participó en dicho
levantamiento el oficial novohispano José
Mariano Michelena, conspirador en 1809 en
Valladolid, Michoacán. Las tropas que estaban
destinadas a reprimir la insurgencia en
Río de la Plata se negaron a ir y exigieron al
rey Fernando VII el restablecimiento de la
356

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 351-366
Constitución liberal de Cádiz. Oficiales españoles
y criollos de la América española
fueron iniciados en logias masónicas y en
otras logias patrióticas.
Agustín de Iturbide, retirado del ejército
realista desde 1816, elaboró su “Plan de Independencia
de la América Septentrional”
en 1820. Este Plan, recordemos, nació en el
contexto atlántico de la primera ola revolucionaria,
particularmente bajo el ejemplo
del coronel Rafael del Riego y del oficial Antonio
de Quiroga y paralelo a las revoluciones
en Grecia, Nápoles, Piamonte, Portugal
y en los Principados y Ducados alemanes,
de carácter liberal y nacionalista iniciadas
con un alzamiento militar (Carmine, 2020).
1821
Iturbide convenció a Vicente Guerrero, caudillo
de las montañas del sur, de unir fuerzas
para lograr la consumación de la independencia.
Así, con la fusión de antiguos insurgentes
y realistas en el ejército trigarante se
logró la Consumación, es decir, con la suma
de varios esfuerzos independentistas anteriores
y con el consenso de miles de ex realistas,
ex insurgentes e indultados así como
el apoyo de un pueblo cansado de la guerra
civil, fue posible alcanzar la independencia
absoluta en 1821.
Entre los criollos de 1808 que se unieron
a Iturbide estaban Juan Francisco de Azcárate,
defensor de la soberanía popular, y
José Mariano de Sardaneta y Llorente, Segundo
Marqués de San Juan de Rayas; de
la época de Ignacio López Rayón, de 1811 a
1813, pasaron a la trigarancia Ramón López
Rayón y Juan Raz y Guzmán, tío de Leona
Vicario y dirigente de la Sociedad Secreta
de los Guadalupes; de los diputados a Cortes
de Cádiz, entre 1811 y 1813, serían trigarantes
don José Miguel Guridi y Alcocer, liberal,
Presidente de dichas Cortes y de los
compañeros de Morelos son miembros del
gabinete de Iturbide Andrés Quintana Roo
y José Manuel de Herrera; de los oficiales de
Xavier Mina se unieron a la trigarancia John
Bradbun, Andrés Wöll y Jean Arago. En 1821
se unieron a Iturbide los combatientes ex
insurgentes Vicente Guerrero, Nicolás Bravo,
Encarnación Ortiz, El Pachón, José María
Tornel, Manuel Mier y Terán, Epitacio Sánchez,
Ignacio Alas y Guadalupe Victoria, así
como miles de ex insurgentes indultados.
Se llegó a una unión de voluntades y al
logro de la independencia por acuerdos
pacíficos con oficiales realistas como Luis
Quintanar, Anastasio Bustamante, Antonio
López de Santa Anna, Manuel Gómez Pedraza
y Pedro Celestino Negrete, quienes compartieron
los objetivos de las Tres Garantías:
la independencia absoluta, la defensa
de la religión, una monarquía constitucional
con un monarca ya hecho, la igualdad ante
la ley, la ciudadanía a los indígenas, a españoles,
criollos, mestizos, africanos, asiáticos,
la unión de todos los ahora mexicanos, libertad
de imprenta y de comercio, formación
de una Junta Suprema Gubernativa,
de un Congreso Constituyente de todas las
provincias, un gobierno de Tres Poderes: el
Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, entre
otras propuestas. El militar liberal don Juan
José Rafael O’Donojú y O’Ryan (1762-1821),
último Jefe Político y Capitán General de
la Nueva España, firmó el 24 de agosto de
1821 los Tratados de Córdoba con Agustín
de Iturbide, aceptó el Plan de Iguala, participó
en la Junta Provisional Gubernativa
del Imperio Mexicano Constitucional y fue
miembro de la Regencia del Imperio. Murió
el 8 de octubre de 1821 y fue sepultado con
honores de virrey en el Altar de los Reyes
de la Catedral de México.
Otro suceso ocurrido en 1821 no debe
soslayarse. Muere el 5 de mayo en Santa Helena
Napoleón Bonaparte, ex emperador de
Francia, el soldado tan admirado por generaciones
de oficiales en Europa y América.
En 1822, el primer jefe del Ejército Trigarante,
Agustín de Iturbide, es elegido emperador,
por unanimidad, por los diputados del
Congreso Mexicano en mayo. Es coronado
en julio del mismo año en la Catedral de México
por el presidente del Congreso con un
ceremonial inspirado en la coronación de
Napoleón I. Consumación, suma de ideas,
propuestas, experiencias e inexperiencias,
nuevas ideas y antiguos valores, usos y cos-
357

GUADALUPE JIMÉNEZ CODINACH, ROJO Y NEGRO: MILITARES Y ECLESIÁSTICOS
EN LA CONSUMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO
tumbres, euforia, objetivos del liberalismo
inglés, francés, español, italiano, estadounidense
y propios del naciente hispanoamericano,
pero también se mezclan en la
fundación de la patria querida, del inicio del
Estado mexicano, antiguos problemas sin
resolver, la bancarrota de la hacienda pública,
la destrucción de puentes, caminos,
silos, el gran número de huérfanos, lisiados,
viudas y viudos, resentimientos, frustraciones
y diferentes intereses ideológicos, políticos
y económicos, resultados de 11 años de
guerra civil, heridas nada fáciles de resanar.
Con la entrada a la ciudad de México el
jueves 27 de septiembre de 1821 y el desfile
de unos 16,000 soldados por la calle de San
Francisco, se consuma la independencia de
la nueva nación con el nombre oficial de
Imperio Mexicano Constitucional. Nace el
Ejército Imperial Mexicano, se establece las
bandera nacional tricolor, probablemente
inspirada en los colores de las tres virtudes
teologales: blanco –fe–, verde –esperanza–
y rojo –caridad–; el águila fundadora de México-Tenochtitlan
se convirtió así en escudo
de la nueva nación; se convocó a elegir los
diputados al primer Congreso Constituyente
Mexicano establecido en 1822; se redactó
el primer documento de Relaciones Exteriores
en diciembre de 1821 y se crearon
instituciones, se establecieron escuelas lancasterianas
y la población, llena de ilusión,
presentó un sinfín de proyectos ante las autoridades
imperiales, entre ellos el voto a la
mujer y su incorporación a ser miembro del
Congreso (1821) (Jiménez Codinach, 2001).
Lo negro: participación e influencia
de eclesiásticos en los procesos de
independencia de la Nueva España,
1808-1821
El mismo ejercicio de revisión, ahora aplicado
a la participación de eclesiásticos en
los diversos proyectos de independencia
entre 1808 y 1821, nos revela otra realidad:
el apoyo de sacerdotes y religiosos al Plan
de Iguala y a los Tratados de Córdoba fue
en cantidad menor a la que se nos ha hecho
creer. Menos número de eclesiásticos
apoyaron la trigarancia que la insurrección
de Allende e Hidalgo, o el periodo de Ignacio
López Rayón y el de José María Morelos
(1811-1815); sin embargo, algunas ideas, propuestas,
objetivos y logros de los miembros
del clero, activos desde 1808 hasta 1821, se
reflejarán en los ideales y textos trigarantes.
En otros trabajos académicos he señalado
algunos equívocos frecuentes en la
historiografía nacional y extranjera sobre
México, como por ejemplo llamar curas a
todos los eclesiásticos, sin tomar en cuenta
que cura sólo es aquel sacerdote que tiene
a su cargo una parroquia, es decir, es cura
párroco, cura de almas de una parroquia. De
unos 7341 sacerdotes en la Nueva España
en 1810, existían sólo 1072 parroquias, y no
era tan fácil recibir la encomienda de una de
ellas; por lo tanto, habría sólo 1072 curas párrocos
y los demás eran meramente sacerdotes,
del clero secular o del regular. Otro
error común es considerar que la Iglesia católica
es únicamente la jerarquía eclesiástica,
como obispos, arzobispos, provinciales
de órdenes religiosas, madres superioras
de conventos, etcétera, y el bajo clero, sin
reflexionar que Iglesia son todos los bautizados
en la fe católica y, para el caso de
la Nueva España, prácticamente era toda
la población. Por tanto, la Iglesia no fue ni
insurgente ni realista ni trigarante, ya que
la mayoría de la población fue testigo de la
guerra, pero no combatiente. Como se verá
más adelante, elementos del clero diocesano
y de las órdenes religiosas actuaron algunos
como insurgentes, otros en defensa
de la autoridad virreinal, pero, en su mayoría,
fueron meros espectadores neutrales, a
veces víctimas de la violencia, y en muchas
ocasiones, intermediarios entre los grupos
combatientes para defender a su feligresía.
Edmundo O’Gorman decía que quien no conoce
la Historia de la Iglesia en México no
conoce la historia mexicana y ello explica
por qué en una sociedad como la novohispana,
la religión católica era el pilar de la
convivencia y el altar y el trono eran las autoridades
más respetadas por la población.
Un somero recorrido por 13 años de incertidumbre,
persecuciones, venganzas y
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KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 351-366
destrucción, pero también de lucha sincera
y generosa por alcanzar la libertad, la independencia,
el bienestar y la paz, la justicia y
la igualdad, muestra la continua presencia
del clero en la etapa postrera de la Nueva
España y de su nacimiento en 1821 como nación
libre y soberana.
1808-1809
Fray Melchor de Talamantes (1765-1809),
mercedario peruano nacido en Lima el mismo
año que José Morelos y Pavón (1765-
1815), llegó a la Nueva España en 1799. Era
doctor en Teología por la Universidad de
San Marcos y amigo del precursor de la independencia
peruana, el doctor Hipólito
Unanue (Pampillo, 2020).
Talamantes participaba en las tertulias
del marqués de Guardiola, conspirador en
pro de la independencia de la Nueva España
en 1785, y de José Mariano de Sardaneta,
marqués de San Juan de Rayas, cercano a
Ignacio Allende, acusado por las autoridades
virreinales de 1810, de ser “el principal
corifeo de la insurrección” de aquel año.
Este fraile mercedario era un ilustrado, conocedor
del latín, griego, francés, inglés y
vasco, de filosofía, historia, física, geografía,
medicina, derecho, teología y lector de
autores como Voltaire, Rousseau, Montesquieu
y Adam Smith (Pampillo, 2020).
Entre otras ideas, fray Melchor escribió:
Aproximándose ya el tiempo de la independencia
de este reino, debe preocuparse que
el Congreso que se forme lleve en sí mismo,
sin que pueda percibirse de los inadvertidos,
las semillas de esa independencia sólida, durable
y que pueda sostenerse sin dificultad y
sin efusión de sangre (Pampillo, 2020: 390). 3
Tres propuestas de Talamantes aparecen,
de alguna manera, en el Plan de Iguala:
creación de una Junta de representantes
del reino, la necesidad de un Congreso y el
intento de lograr “un espíritu de unión” (Jiménez
Codinach, 1997).
3 Nótese que los siguientes términos de 1808 -Independencia,
Reino, Congreso, Independencia sin efusión
de sangre- volverán a aparecer en 1820-1823.
En el verano de 1809 se conspiraba en Valladolid,
cabeza de la diócesis más progresista
de la Nueva España, que comprendía
los actuales estados de Michoacán, Guanajuato
y San Luis Potosí. Entre los conspiradores
se encontraba el sacerdote Manuel de
la Torre Lloreda (1786-1836), poeta y escritor,
quien había estudiado en el Seminario
Tridentino de Valladolid y llegó a ser cura
párroco de Santa Clara y de Pátzcuaro. Por
su participación en la conspiración de Valladolid
en 1809 estuvo preso en el Convento
del Carmen y en el de San Diego de la
misma ciudad. En 1813 describió la pobreza
de sus feligreses de Pátzcuaro y, en 1817,
las dificultades para impartir los sacramentos
debido al caos de la guerra civil. En 1821
apoyó la trigarancia y defendió la monarquía
constitucional, ya que ofrecía grandes
ventajas: unidad de mando, estabilidad sin
despotismo y “democracia en razón del derecho
al voto y a la acción popular mediante
la prensa libre” (Wikipedia, 2021). El 12 de
diciembre de 1821 ofreció el “Discurso que
en la Misa de Gracias en la Iglesia Mayor de
la ciudad de Pátzcuaro el día 12 de diciembre
de 1822, a consecuencia de la aclamación
religiosa del Señor Don Agustín Primero,
emperador de México”, impreso por el
Ayuntamiento Constitucional de Pátzcuaro
(Torre Lloreda, 1822).
1810-1815
Fue en el Obispado de Michoacán donde se
rebelaron varias ciudades y villas contra la
expulsión de los jesuitas en 1767, entre ellas
Guanajuato, Pátzcuaro, San Luis de la Paz y
San Luis Potosí. Todas ellas sufrieron cruenta
represión por defender a sus religiosos.
No sorprende que sea en esta región de la
Nueva España, en esta diócesis de vanguardia
y de conciencia social, donde se inició
la insurrección de 1810, donde tuvo lugar
el mayor número de batallas y de donde
fueron originarios los principales caudillos,
Ignacio Allende, Miguel Hidalgo, Ignacio y
Juan Aldama, José Mariano Jiménez, Nicolás
Zapata, Mariano Abasolo, Ignacio y
Ramón López Rayón, José María Morelos
359

GUADALUPE JIMÉNEZ CODINACH, ROJO Y NEGRO: MILITARES Y ECLESIÁSTICOS
EN LA CONSUMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO
y el primer jefe de la Trigarancia, Agustín
de Iturbide, entre otros muchos destacados
participantes en la guerra civil de 11 años.
El virrey Francisco Xavier Venegas escribía
lo siguiente al Ministro de Guerra el 27
de enero de 1811:
La ciudad de Valladolid ha sido el origen de
la revolución y el constante foco de ella […] El
clero secular y regular de aquella ciudad, empezando
por la mayor parte de los prebendados
de su catedral, han apoyado las ideas revoltosas
y disparatadas del cura Hidalgo, quien
tienen por oráculo (Bravo Ugarte, 1966: 87).
En agosto de 1811 Ignacio López Rayón,
secretario del padre Hidalgo y su sucesor en
la causa insurgente, creó la Junta Gubernativa
de América en Zitácuaro, antecedente
de la Junta Provisional Gubernativa de 1821.
Los propósitos de esta Junta eran defender
los derechos al trono de Fernando VII
y preparar unos Elementos Constitucionales
que, al igual que la Constitución de Cádiz y
la de Apatzingán, establecían la primacía de
la religión católica como la única de la nación.
Varios simpatizantes de la insurgencia
en estos años se unieron a la trigarancia en
1821, entre ellos el sacerdote José Sixto Berduzco,
compañero de Morelos en el Seminario,
y el padre José Manuel Sartorio, muy
cercano a Leona Vicario. Al extenderse por
Europa el modelo constitucional de 1812, la
Nueva España no fue ajena a su influjo.
Paralelamente a la insurrección de 1810-
1813, se produjo una revolución de conciencias
a través de las Cortes de Cádiz. La
mayoría de los diputados novohispanos en
este cuerpo parlamentario son liberales, a
excepción del sacerdote Antonio Pérez de
Puebla. Lo aprendido en Cádiz, gracias al
padre José Miguel Guridi y Alcocer, quien
fue presidente de las Cortes, lo preparó
para que entre 1821 y 1822, como miembro
de la Junta Provisional Soberana, elaborara
un proyecto de Constitución para el Imperio
Mexicano Constitucional.
Por otro lado, el obispo electo de Michoacán,
Manuel Abad y Queipo, ilustrado
y liberal, escribía en 1812 que la insurrección
de 1810 era “obra casi propia de los eclesiásticos,
pues que ellos son los principales
autores, y los que la han promovido y
sostienen” (Bravo Ugarte, 1966: 86-90) y
la realidad que se vivió en la Nueva España
avalaba esta visión: en 1810 participaron en
la insurgencia sacerdotes diocesanos como
el propio Miguel Hidalgo, José María Morelos,
Mariano Matamoros, José María Cos,
José Sixto Berduzco, Marcos Castellanos y
José María Mercado, entre otros.
Con José María Morelos (1765-1815) y sus
compañeros sacerdotes, como José María
Berduzco, José María Cos, Mariano Matamoros
y José Manuel de Herrera, el movimiento
trigarante sostuvo la defensa de la religión,
la inmunidad eclesiástica, la independencia
absoluta de España, la igualdad ante la ley
de todos los sectores sociales, la devoción
guadalupana, entre otros. Recordemos que
fueron tres sacerdotes, doctores en teología,
quienes editaron periódicos en la época
de Morelos: José Manuel de Herrera, Vicario
General Castrense nombrado por el Siervo
de la Nación, José María Cos y José de
San Martín (Herrejón Peredo y Mejía Zavala,
2018: 14).
Asimismo, Isidro Ignacio de Icaza, jesuita
en 1816, rector de la Universidad de México,
miembro de la Junta Provisional Soberana
de 1821 y firmante del Acta de Independencia,
y José Manuel de Herrera, tan cercano
a Morelos, coautor de la Constitución de
Apatzingán, enviado a Estados Unidos como
representante del Congreso insurgente, tutor
de Juan Nepomuceno Almonte, hijo de
Morelos, sería más tarde trigarante y Ministro
de Relaciones Interiores y Exteriores del
Primer Imperio Constitucional Mexicano.
Todos los que lucharon por la independencia,
de 1810 a 1821, pidieron el regreso de los
jesuitas a Nueva España y luego al México
Independiente.
1817-1819
Con Xavier Mina y los ex diputados liberales
españoles exiliados en Londres, se tuvo
fe en el régimen constitucional. El temor a
las monarquías absolutas, la participación
360

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 351-366
de oficiales veteranos de las guerras europeas
y de Estados Unidos en la expedición
auxiliadora y el énfasis en que sólo la unión
de realistas e insurgentes podría conseguir
la anhelada independencia, produjeron confianza.
Entre los eclesiásticos, representantes de
lo negro, existe uno que destaca por la gran
influencia que tuvo en la consumación de la
independencia de Nueva España, especialmente
en el Plan de Iguala: el padre Servando
Teresa de Mier, quien acompañó a Mina
desde Inglaterra y Estados Unidos a la Nueva
España en 1817. Estando preso en San
Juan de Ulúa, escribió que 200 ejemplares
de la obra del abate Dominique de Pradt, ex
Arzobispo de Malinas (nunca confirmado),
De las Colonias y de la Revolución Actual de
la América (1817), habían llegado a Veracruz
y anotaba que temía que hubieran influido
en el plan de Iturbide. ¿Quién era el autor de
esta obra tan leída tanto en Europa como
en América?
Dominique Georges Frederique de Riom
de Prolhiac de Fourt de Pradt nació en el
Castillo de Pradt en Auvernia el 23 de abril
de 1759. Fue ordenado sacerdote en junio
de 1784, se distinguió como diputado por
Rouen en los Estados Generales y como
miembro de la Asamblea Francesa. Como
integrante de esta última se opuso terminantemente
a la Constitución Civil del Clero
promulgada en 1790. Por ser antirrevolucionario
se vio obligado a emigrar al extranjero
y vivió en Bruselas, luego en Münster y en
Hamburgo, población esta última en donde
publicó su primer libro: L’Antidote au Congres
de Radstadt en 1798. Regresó a Francia
en 1800 y su pariente el general Duroc, amigo
cercano de Napoleón Bonaparte, le brindó
su apoyo. En 1802 publicó Les trois Ages
des Colonies ou Leurs Etats Passe, Present
et à Venir, obra leída por muchos hispanoamericanos
y angloamericanos, entre ellos
Simón Bolívar, Bernardino de Rivadavia,
Thomas Jefferson y John Adams. Napoleón
lo nombró su capellán privado y Pradt le correspondió
llamándose a sí mismo “Capellán
del Dios Marte”.
El abate analizó los acontecimientos más
relevantes de su época y dejó escritas 15
obras sobre la independencia de las colonias.
Para la historia de México debemos señalar
que Pradt fue una de las principales
fuentes que inspiraron el “Plan de independencia
de la América Septentrional”, conocido
como “Plan de Iguala” (Jiménez Codinach,
1982). 4
Nuestro abate, después de haber sido un
emigrado contrarrevolucionario, se convirtió,
poco a poco en un destacado escritor
liberal, crítico de Bonaparte, de Carlos IV y
Fernando VII y de las autoridades eclesiásticas
que no quisieron confirmar su nombramiento
como arzobispo de Malinas. Pradt,
considerado “quintaesencia del liberalismo”
y muy popular entre los liberales franceses
de la década de 1820, fue leído y apreciado
por los caudillos sudamericanos de la independencia,
como Simón Bolívar (quien lo invitó
a residir en Colombia y a convertirse en
Patriarca de las Indias), José de San Martín,
Bernardino de Rivadavia (quien lo conoció
en Francia) y Bernardo O’Higgins, el prócer
chileno (Jiménez Codinach, próximamente).
Respecto a México, este sacerdote veía
inaplazable su independencia: así como
es imposible que la bellota deje de venir a
ser con el tiempo una encina, proponía a la
América Española una separación absoluta
de España, pero preparada, sin violencia.
Planteaba el establecimiento de monarquías
constitucionales –por entonces el modelo
político de las revoluciones liberales– y que
los americanos formaran un pacto de familia
con España a través de príncipes de la
familia real en los tronos americanos. Estas
ideas fueron muy comentadas en esos años,
al grado que el padre Mier llamó al Plan de
Iguala “el hijo espiritual de Pradt” (Jiménez
Codinach, 1984: 686). Lorenzo de Zavala,
testigo de conversaciones y discusiones de
la época, anotó lo siguiente:
4 Soberanes Fernández señala al respecto: “de ser
cierta la tesis de Jiménez Codinach, este hecho no
hace sino añadir a la nuestra, pues De Pradt sería un
puente directo entre el liberalismo conservador de
Edmund Burke y la intelectualidad novohispana de
1820” (2019: 191).
361

GUADALUPE JIMÉNEZ CODINACH, ROJO Y NEGRO: MILITARES Y ECLESIÁSTICOS
EN LA CONSUMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO
No debo omitir hacer mención honorífica del
ilustre arzobispo de Malinas M. de Pradt, cuyos
escritos contribuyeron en gran manera
a ilustrar a muchos jefes mexicanos que sirvieron
antes al gobierno español y posteriormente
a la independencia de su patria (Zavala,
1845: 79).
Pradt promovía con insistencia en sus libros
la necesidad de la unión: “el mayor de
los males –escribía– (…) es la división” (Pradt,
2011: 137-138); señalaba la importancia de la
religión católica, pues como Napoleón había
obrado con inteligencia al firmar el Concordato
de la República Francesa con el Papa
Pío VII en 1801, “con la religión se le vio [a
Francia] entrar de nuevo en el orden social”
(Pradt, 2011: 137-138). Y sería México quien,
con el establecimiento del Primer Imperio
Constitucional en 1821, se convertiría en el
único país hispanoamericano que realizaría
el plan de separación preparada y de una
monarquía constitucional propuesto por
Pradt con tanto énfasis.
El primer documento elaborado en diciembre
de 1821 por la Comisión de Relaciones
Exteriores del Imperio Mexicano proponía,
en el caso de Francia, que se levantara
en alguna plaza de la ciudad de México una
estatua a Monseñor de Pradt, por sus insignes
servicios a la causa de la independencia
(Jiménez Codinach, 1982).
1820-1821
El Plan de Iguala, que recoge experiencias
de la insurgencia y de la contrainsurgencia,
del liberalismo español, del inglés, francés,
estadounidense y de los ordenamientos
jurídicos tradicionales hispánicos, es un
documento compuesto y mestizo como el
México independiente. Los artículos más
importantes, según la Comisión de Justicia
del Imperio Mexicano, son el primero, el segundo,
el tercero y el décimo segundo, es
decir, la religión católica sin tolerancia de
alguna otra, misma tesis de la Constitución
de Cádiz (1812), de la Constitución de Apatzingán
(1814) y de la Constitución Federal
de los Estados Unidos Mexicanos (1824), la
cual afirma en el artículo 3º:
La religión de la nación mexicana es y será
perpetuamente la católica, apostólica, romana.
La nación la protege por leyes sabias y
justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra
(Cámara de Diputados, 1824: 77).
Proclamaba además la absoluta independencia
de España, un gobierno monárquico
templado por una constitución análoga
al país, la igualdad de todos los habitantes
del Imperio, la posibilidad de obtener cualquier
empleo sin necesidad de probar hidalguía,
sólo por mérito y virtud” (Jiménez
Codinach, 2002: 423). Y para aquellos que
presentan el Plan de Iturbide como anticonstitucional,
preparado por un grupo de
serviles, es decir, antiliberales de la Casa
Profesa, el lector puede leer el artículo 21 de
dicho Plan: “Interin las Cortes (o Congreso
mexicano) se establecen se procederá en
los delitos con total arreglo a la Constitución
española” (Almonte, 1821). Y el 23 de junio
de 1821, al entrar a Cuernavaca, Iturbide fue
muy claro: “La Constitución Española en la
parte que no contradice nuestro sistema
de independencia, arregla provisionalmente
nuestro gobierno mientras los diputados
de nuestras provincias se reúnan y dicten lo
que más conviene a nuestra felicidad social”
(Jiménez Codinach, 1984: 696).
Conclusiones
La realidad de lo sucedido entre 1820 y 1821,
como se desprende de estas páginas, es que
la consumación de la independencia no fue
obra de una contrarrevolución, ni resultado
de los grupos más retrógrados –como
se describen al clero y a los militares–, sino
todo lo contrario, pues entre sus filas, desde
1808 hasta 1821, se encuentran personas
de ideas avanzadas, de conciencia social, de
amor a la libertad y sólo la ignorancia de sus
trayectorias y de sus acciones y logros explican
que se siga distorsionando el movimiento
trigarante, a la obra de Iturbide y de sus
compañeros como Vicente Guerrero, los ex
insurgentes, los ex realistas, los indultados y
el apoyo entusiasta de la población en general,
a quienes se les debe el nacimiento de
362

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 351-366
México independiente, logrado de manera
pacífica, plena de euforia y alegría.
Fue en este espíritu de consenso, de
suma de propuestas y de la participación
de personajes en las distintas etapas del
proceso emancipador, de la presencia de
hondas raíces culturales de una población
multiétnica, multicultural, sociedad más religiosa
que la de España –a decir de José
María Morelos–, con militares, eclesiásticos,
abogados, intelectuales, periodistas, funcionarios,
maestros, comunidades indígenas,
artesanos, mujeres, jóvenes, ancianos,
abiertos a la posibilidad de ser libres e independientes,
a la representación, a la defensa
de los derechos del Hombre, a la libertad de
expresión, de prensa, el derecho a la ciudadanía,
a la felicidad, a la paz y el bienestar
–valores que se anhelaban en las ciudades,
las universidades, en pueblos y villas, en los
corrillos y tertulias de Europa y de la América
española y particularmente en la postrera
Nueva España– donde finalmente, un
jueves 27 de septiembre de 1821, los pobladores
reían y lloraban de emoción, cantaban
en las calles y paseos adornados de los
colores trigarantes, oían las campanas de
todas las iglesias de la Ciudad de México
repicar de gozo y lanzaban ¡Vivas! al Ejército
de las Tres Garantías, en uno de los días
más felices del México independiente. No es
de sorprender que, en la lejana Francia, el
abate de Pradt, eclesiástico liberal francés,
autor de vanguardia en su época, traducido
al inglés, castellano, italiano, ruso, polaco y
sueco, escribiera eufórico al conocer las noticias
de la consumación de la independencia
de México en 1821:
¡México, convertido en imperio constitucional!
Un rey de Europa y toda su familia hasta la
extinción de ésta, convidados a abandonar la
tierra que produjo los conquistadores del trono
de los Moctezumas y a que vayan a sentarse
en lugar de éstos […] es verdad que todo
esto se parece mucho a las Mil y Unas Noches
y la historia de nuestros días realiza los cuentos
del Oriente (Pradt, 1822).
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Guadalupe Jiménez Codinach
Es licenciada y maestra en Historia por la
Universidad Iberoamericana, doctora en
Historia por la Universidad de Londres (University
College). Ha sido profesora e investigadora
del Departamento de Historia de
la Universidad Iberoamericana y asesora de
Fomento Cultural Banamex, A.C.; ha realizado
trabajos de curaduría para este organismo
y diversos museos mexicanos y tiene
numerosas publicaciones sobre la historia
de México del siglo XV al XIX. Actualmente
está en prensa su más reciente investigación:
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KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 367-394
DOI: http://dx.doi.org/10.22136/korpus21202150
LOS VILLAGRANES DE HUICHAPAN
Y LA VISITA DE IGNACIO RAYÓN
LOS VILLAGRANES DE HUICHAPAN
AND THE VISIT OF IGNACIO RAYON
Carlos Herrejón Peredo
El Colegio de Michoacán
peredoch@gmail.com
Abstract
This article shows the complexity of the insurgent movement in Huichapan and its region
during the predominance of the Villagrán family guerrillas; likewise, it considers
the impact that Ignacio Rayón’s visit as president of the Supreme National Governing
Board had in that region. It ponders the distinct type of war that was carried out on
one side by the Villagranes and the priest Manuel Correa and on the other by Ignacio
Rayón, together with the problems that such visit entailed, which is characterized
(both in the immediate and in the transcendent) by the commemorative celebrations
that it implied.
Keywords: Ignacio Rayon, Supreme National Governing Board, Villagran, partisan,
War of Independence.
Resumen
Este artículo muestra elementos de la complejidad del movimiento insurgente en
Huichapan y su región durante el predomino de los guerrilleros de la familia Villagrán;
asimismo, valora la incidencia que tuvo en esa región la visita de Ignacio Rayón
como presidente de la Suprema Junta Nacional Gubernativa. Se busca ponderar el
diverso tipo de guerra que llevaban a cabo por una parte los Villagranes, así como el
cura Manuel Correa, y por otra, Ignacio Rayón, junto con la problemática que comportó
tal visita, que se caracteriza tanto en lo inmediato como en lo trascendente,
por las celebraciones conmemorativas que implicó.
Palabras clave: Ignacio Rayón, Suprema Junta Nacional Gubernativa, Villagrán,
partisano, Guerra de Independencia.
367

CARLOS HERREJÓN PEREDO, LOS VILLAGRANES DE HUICHAPAN Y LA VISITA DE IGNACIO RAYÓN
Introducción
Este artículo es un breve corte en el espacio
y en el tiempo de la guerra insurgente.
Va de Tlalpujahua a Huichapan, Nopala e
Ixmiquilpan y poco más; el tiempo, principalmente
de agosto a noviembre de 1812. El
diverso tipo de guerra que encontramos en
estos parámetros puede ponderarse a la luz
de teorías e interpretaciones, comenzando
con la figura del partisano tratado por
Schmitt (2013), quien parte de la guerrilla
que hizo el pueblo español contra el ejército
francés invasor de 1808 a 1813. El partisano
es el combatiente de esa guerrilla,
cuyos rasgos principales son: guerra irregular,
movilidad, rapidez, cambios bruscos de
ataque y retirada, apego a la tierra e intensidad
de compromiso político, que lo distingue
del vil ladrón y atracador. El partisano
entra en un círculo de terror y contraterror
hasta la aniquilación total. Está conectado
con la guerra civil (Schmitt, 2013: 23-25, 29,
32-34). Veremos hasta qué punto las guerrillas
y los guerrilleros de Huichapan entran
en esta categoría en contraposición con la
guerra regular que promovía Ignacio Rayón,
particularmente en su visita a la región. Ambas
guerras, tanto la guerrilla de insurgentes
de Huichapan como la de Rayón, que había
iniciado a principios de 1811, forman parte de
la prolongada guerra que, de acuerdo con
Moisés Guzmán,
fue percibida por sus contemporáneos no sólo
como un conflicto entre hermanos, sino también
como una verdadera revolución, porque
trastocó el orden social tradicional y fracturó
la unidad política de la Monarquía […] la guerra
no mantuvo un mismo patrón de conducta
en todos esos años que duró el conflicto; por
el contrario, atravesó por distintas fases tanto
en sus tácticas y estrategias de combate
como en su naturaleza misma [...] Desde un
inicio el enfrentamiento fue entendido como
una guerra de independencia (Guzmán, 2007:
8-9).
Van Young enfatiza que los grupos subalternos
rebelados en Nueva España a partir
de 1810 tenían sus propios fines, distintos
y aun opuestos a las metas de la dirigencia
insurgente: entre otros, ahí están los guerrilleros
de Huichapan (Van Young, 2006:
337-372). Sin embargo, tanto Guardino
como Lempérière advierten que tal división
no siempre se dio. El primero no comparte
“la aguda división entre las motivaciones de
la élite política para rebelarse y las motivaciones
sociales que atribuyeron a los campesinos
de la Nueva España” Archer, Hamnett,
Tutino y Van Young (Guardino, 2001:
89-90). Por su parte, Lempérière considera
que “políticamente hablando, es difícil sostener
que los grupos subalternos sólo participaron
en las guerras para desarrollar sus
propios objetivos limitados, localistas, puramente
sociales, opuesta a los proyectos de
las élites” (2004: 35); da como razón que
todo el clero involucrado en el conflicto formaba
parte de la élite cultural tradicional en
todos los niveles sociales. El señalamiento
forma parte la propuesta de la misma autora
consistente en rebasar “las disyuntivas
esterilizantes entre revolución, guerra civil y
guerra de independencia” (2004: 17), incluyendo
la dimensión religiosa. De esta suerte
destaca el carácter revolucionario de las
guerras de independencia por su índole fundamentalmente
legitimista, en cuanto que
presentaron desde un principio las características
de un proceso revolucionario: la soberanía
cambió de manos, al asumir prerrogativas
distintivas y exclusivas del monarca:
declarar la guerra, levantar hombres para
formar ejércitos, exigir recursos para financiar
el conflicto, establecer relaciones diplomáticas;
y por otra parte señala la violencia
radical de la guerra civil (2004: 34).
Marco Antonio Landavazo, a su vez, da
por sentado que se trataba de una guerra
civil, en que la violencia, incluso extrema, se
ejercía por ambos bandos de manera, a fin
de cuentas, indiscriminada, con tal de lograr
el triunfo de cada causa, no obstante los
controles que introducían (2005: 833-865).
A pesar de lo dicho, Tomás Pérez Vejo
defiende que el conflicto bélico que marca
el nacimiento de la modernidad política en
los territorios de la Monarquía Católica no
368

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 367-394
fue una confrontación internacional –españoles
contra americanos, contra mexicanos,
argentinos, etcétera– sino una guerra civil,
americanos contra americanos, lo que explicaría
que esta especie de guerra fundacional
no sólo no fortaleciese el Estado sino
que más bien lo debilitase (2012: 62). Uno
de sus argumentos principales reposa sobre
el hecho que los ejércitos realistas en su casi
mayoría estaban compuestos por criollos,
indios y castas de Nueva España; incluso
aun después de la llegada de tropas expedicionarias,
las novohispanas siguieron siendo
gran mayoría. Sin embargo, no se explica
suficientemente que las planas superiores
del ejército, el tenientazgo general y el generalato,
estaban reservadas para los peninsulares;
a pesar de que algunos criollos con
mucho esfuerzo apenas llegaban a coroneles,
teniendo mayores méritos que peninsulares
advenedizos. En cambio, dentro de la
insurgencia el ascenso era dable, ya con los
requisitos de Morelos, ya con la prodigalidad
de Rayón, como veremos en nuestro
caso. Es verdad que la guerra de independencia
no fue un conflicto internacional en
el sentido de nación contra nación, porque
precisamente se trataba de lograr la categoría
de Estado nación, luchando contra
los representantes de la nación dominadora.
Además, el odio al gachupín, justificado
o no, marcó la primera insurgencia y entra
en el propósito de independencia (Landavazo,
2009: 195-225). Habrá que tomar en
cuenta la observación de Lemperiérère sobre
disyuntivas esterilizantes: la guerra de
independencia también fue guerra civil y
revolución.
Las interpretaciones enunciadas ayudarán
a reflexionar sobre los datos duros o
empíricos, según vayamos avanzando en la
exposición. Asimismo, en su momento daré
cuenta de conceptos que enmarquen la celebración
conmemorativa organizada por
Rayón en Huichapan.
La investigación se llevó a cabo en fondos
del Archivo General de la Nación y en
la Biblioteca Nacional; en cuanto a impresos,
privilegié el Prontuario de insurgentes,
el Diario de Rayón, el periodismo insurgente
y el realista, y los clásicos de la época. Visité
varios lugares de la región y participé
en celebraciones. Punto relevante en esta
heurística fue utilizar una metodología que
contrastara las fuentes realistas y las insurgentes
sobre los hechos que narraban y valoraban,
así como plasmar en mapas territorios
y rutas. Dentro de la prensa insurgente
hube de interrelacionar al detalle fechas y
lugares, a fin de resolver contradicciones de
la historiografía.
Huichapan: escasez de agua
y escándalos de una familia
Por la región de Huichapan surcaban caminos
entre Querétaro y la Ciudad de México.
Era comarca de conexión o engrane, entre
el centro de Nueva España y el Bajío de la
insurgencia. Las raíces de este movimiento
en Huichapan y su comarca se remontan a
varios agravios padecidos a partir de los últimos
decenios del siglo XVIII. Primero, un
excesivo control del comercio de las telas
de algodón que se hilaban en aquellos lugares:
no había obrajes, pero se contaban
algo más de 102 telares que funcionaban recibiendo
el algodón de algunos europeos y
entregándoles la tela a cambio de magras
cantidades. Se les impedía que concurrieran
directamente a su comercio. Segundo,
el uso y control del agua. Tratándose de
región escasa en este recurso, el agravio
fue más sensible y general. Un benefactor
del poblado, Manuel González, había financiado
represa y embalse para uso público.
Mas una vez fallecido, la familia de Manuel
de la Paz se apoderó de la represa para beneficio
exclusivo del riego de sus trigales.
Otro abusivo, Antonio García, desviaba las
corrientes que alimentaban el embalse para
llevarlas a regar sus hortalizas. La falta de
agua fue resentida principalmente por los
indios y los dedicados a la arriería, entre
ellos los Villagranes. Las protestas llegaron
a la capital y el gobierno virreinal determinó
a favor del bien común, mas no sabemos el
cumplimiento efectivo (Hamnett, 1990: 163-
164).
369

CARLOS HERREJÓN PEREDO, LOS VILLAGRANES DE HUICHAPAN Y LA VISITA DE IGNACIO RAYÓN
Los agravios se juntaron en 1809 con una
sequía que provocó la escasez de maíz ese
año y el siguiente en la jurisdicción de Huichapan,
y sin duda, más allá. La carestía era
aprovechada por comerciantes que podían
surtirse de otras tierras. De tal suerte, el subdelegado
informaba no sin angustia (AGN,
1809: caja 578, exp. 3).
Hubo además dos escándalos en Huichapan
previos a la insurrección, ambos protagonizados
por miembros de la familia Villagrán.
El primero ocurrió en agosto de 1809.
Se trataba de José María, subteniente de la
primera compañía de milicias de Huichapan,
correspondiente a Tula, cuyo capitán era
su tío, Julián Villagrán, padre de otro José
María, homónimo del subteniente, apodado
El Chito. Sucedió que el primer José María
enamoró a una mujer casada, Regina Peimbert,
y la hizo su amante, pues el marido
pasaba temporadas fuera. Temiendo el subdelegado
Juan Cortés y Olarte, así como el
cura Manuel Toral, que una vez enterado el
marido hubiera consecuencias que lamentar,
habló el primero con el padre del subteniente,
para que retrajera a su hijo de semejante
conducta. Resultó contraproducente,
pues José María más bien hizo gala de su
adulterio y la emprendió contra el cura y
el subdelegado: juntamente con su primo
homónimo, El Chito, y otro, Juan Paniagua,
intimidaron al cura echándole el caballo encima,
y al subdelegado le tiraron un lazo a
los pies, arrojándolo al suelo. Al día siguiente
el subdelegado mandó llamar al alguacil
para que aprehendiese a los facinerosos,
pero éste le hizo ver que la familia de los
Villagranes era extensa y tenían costumbre
de juntarse todos y salir a defender a quien
fuera de ellos en cualquier atentado o delito
que cometiera.
Hubiera el subdelegado acudido al capitán
de milicias, Julián Villagrán, pero como
se mencionó, era tío del subteniente y padre
de uno de los cómplices. Incluso sus exhortaciones
eran que para ser buenos militares
han de ser borrachos, enamorados y valientes.
De tal suerte el subteniente, sus cómplices
y otros se mantenían dando mil escándalos,
en cuadrilla de siete u ocho, cantando… mofando
y escarneciendo la jurisdicción real.
Para alivio del subdelegado Cortés, llegó
por entonces a Huichapan el capitán de infantería
Bernardo de Orta, comisionado para
la organización de compañías de ejército.
De acuerdo con él, Juan Cortés elevó representaciones
al virrey arzobispo Francisco
Xavier de Lizana el 16 y el 17 de septiembre
de 1809, pidiéndole su intervención. Éste
consultó con Miguel Bataller, quien propuso
que Orta se instruyera de los hechos y fuera
auxiliado de la tropa necesaria para tomar
la pronta providencia que las circunstancias
demandaren. El 25 de septiembre asentía
el virrey con ese parecer disponiendo que
Orta averiguara los excesos cometidos y
contara con los auxilios necesarios para reducir
al orden al subteniente Villagrán y demás
coludidos. En consecuencia, tanto Orta
como el subdelegado Cortés iniciaron la
instrucción de expedientes. Pero no los terminaron,
porque el subteniente José María
Villagrán y varios de los principales implicados
ocurrieron ante el subdelegado, “detestando
sus errores, haciendo las más sumisas
protestas de su enmienda, hechos sus ojos
un torrente de lágrimas y hasta cometer el
exceso de arrojarse a mis pies, y queriendo
besarlos e implorando, que como padre los
mirase con piedad y que no los perdiese”
(AGN, 1809: caja 5754, exp. 49). El subdelegado
se conmovió y perdonó por su parte
con la advertencia que sólo el virrey podría
absolver del delito público. Informado el
arzobispo virrey, resolvió el 28 de octubre,
en el supuesto de verdadero arrepentimiento,
que se diera por concluida la causa, sin
mayor castigo, “haciendo a los culpados los
apercibimientos correspondientes” (AGN,
1809: caja 5754, exp. 49).
El segundo escándalo, de mayores consecuencias,
fue protagonizado por el otro
José María Villagrán, El Chito, hijo de Julián
y de María Anastasia Mejía, con quien Julián
tuvo al menos otro hijo y seis hijas (García,
1910: 454). Padre e hijo eran de carácter violento
y se embriagaban de vez en cuando.
Pugnaban además por un mayor ascenso
socioeconómico personal al igual que otros
370

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 367-394
criollos e indios, con quienes compartían intereses
y agravios. El 20 de septiembre de
1810 Chito, que trabajaba como empleado en
la inmediata hacienda El Minto, en altercado
mató a cuchilladas a su propietario, Antonio
Chávez Nava, con cuya esposa, María Trinidad
Uribe, Chito tenía devaneos amorosos.
Se convirtió, pues, en un delincuente (Van
Young, 2006: 340-341).
Inicios de la insurgencia
Mientras tanto, la insurrección de Hidalgo
avanzaba por el Bajío y sin duda por diversos
conductos llegó la noticia a Huichapan.
Tal vez para entonces Julián Villagrán ya había
sido invitado por Joaquín Arias, personaje
de ambigüedad respecto a la insurgencia,
a unirse a ella (Villaseñor y Villaseñor, 1963:
80-82), en la cual su hijo podría esquivar la
pena de su asesinato. Sin embargo, es significativo
que la adhesión de los Villagranes
a la causa no se dio pronto o al menos no
contaron con el apoyo mayoritario de Huichapan
sino a fines de octubre de 1810. El
propio Julián Villagrán reconocería que la
Nación fue proclamada en Huichapan hasta
el 28 de octubre. Antes no hay registro ahí
de actividad insurgente de los Villagranes. 1
Quizá los cálculos y la astucia de Julián
le hacían dudar del partido que más le convendría.
Lo que contribuyó a que saliera de
indecisión y se pronunciara por la rebelión
fue la actividad de Miguel Sánchez, comerciante
y próspero labriego de Ixmiquilpan,
conectado a la conspiración de Querétaro,
quien viajaba por diversos rumbos y contaba
con relaciones cerca de Salvatierra, en la
hacienda de San Nicolás de los Agustinos.
Sánchez había logrado formar una tropa
con peones de aquella hacienda y se presentó
ante Hidalgo, quien le dio el grado de
brigadier a su paso por Celaya el 20 o 21 de
septiembre y probablemente lo comisionó
1 No encuentro base documental para las afirmaciones
de Villaseñor y Villaseñor, 1963: 111) ni seguidores, en el
sentido de que Julián Villagrán inmediatamente después
del Grito de Dolores se hizo insurgente y junto
con Miguel Sánchez se apoderaron de San Juan del
Río. Los hechos narrados por el propio Villagrán dan
otra visión.
para que se aproximara a Querétaro con intento
de tomarla. Al efecto, durante octubre
Miguel Sánchez hizo de San Juan del Río su
base de operaciones e incursionaba por la
región. Es muy probable que entonces haya
invitado por su cuenta a Julián Villagrán, a
quien sin duda conocía, ya que Ixmiquilpan
no queda lejos de Huichapan. A Julián hubo
de impresionarle que alguien, a quien no
consideraba de mayores dotes que él, ya tuviera
grado de brigadier y encabezara multitudes.
Sánchez no pudo mantenerse en San
Juan del Río a causa del frecuente paso de
tropas del rey (Villaseñor y Villaseñor, 1963:
81); a cambio, una de sus partidas o el mismo
Julián Villagrán, ya persuadido, capturaba el
28 o 29 de octubre al alcalde de Corte Juan
Collado y otros funcionarios, que se dirigían
de regreso a México. 2 Collado llevaba los
procesos de los capturados por la conspiración
de Querétaro, como el de Epigmenio
González. Se informó del hecho al brigadier
Miguel Sánchez, quien estuvo de acuerdo en
que Julián Villagrán fuera el subdelegado y
comandante insurgente de Huichapan y su
comarca.
Todo se festejó en Huichapan el 29 de
octubre de 1810. El alcalde Collado, el subdelegado
Cortés, el interventor Rodríguez,
el teniente de corte Antonio Acuña, el cura
Gil y otros tres fueron conducidos a prisión.
Se tremolaron banderas: en una figuraba
la Cruz y la frase “Viva Fernando VII”, en la
otra la imagen de la Virgen de Guadalupe.
Por la tarde hubo recepción con Te Deum en
la iglesia parroquial por parte de los clérigos
bachiller Mariano Lezama, Ribera, Mariano
Aguilar, vicario de Nopala, y José Antonio
Magos, descendiente de cacique otomí y
doctor en cánones. 3
Por aquellos días Collado y acompañantes
serían liberados. Mientras tanto, Sán-
2 Bustamante (1961: 74-75) atribuye a Sánchez la captura
de Collado, en tanto que Alamán (1968: 258, 303)
la asigna a Villagrán.
3 José Antonio Magos y García era originario de Huichapan,
hijo de Marcelo Magos y María Inés Leal, y nieto
del cacique Cayetano Magos. Obtuvo el doctorado
en cánones el 3 de junio de 1804 (Fernández, 1963: 190;
Hernández y Dávalos, 1877:109). En 1806 era consiliario
en la Universidad (Carreño, 1963: 818, 819).
371

CARLOS HERREJÓN PEREDO, LOS VILLAGRANES DE HUICHAPAN Y LA VISITA DE IGNACIO RAYÓN
chez se dirigía a Querétaro con intención
de tomarla el 30 de octubre, pero fracasó, y
para rehacerse se dirigió a Huichapan, donde
entró el 1 de noviembre, siendo objeto
de recepción solemne con otro Te Deum y
cumplimiento de los principales vecinos, no
sin disgusto de Villagrán, que fue colocado
a la izquierda del brigadier. El llegado explicó
las causas del fracasado ataque a Querétaro,
pero planeó y dispuso campaña para
tomar los reales mineros de Zimapán y Atotonilco
el Chico, de tal manera reclutó gente
y caballería de Huichapan, no sin disgusto y
desconfianza de Villagrán, que vio la partida
del contingente el 4 de noviembre con dirección
primera hacia Alfajayucan.
Mas entonces se recibieron noticias de
la proximidad de Calleja, decidido a entrar
a degüello en Huichapan. La angustiada y
desprotegida población civil hubo de abandonar
la población y esconderse en los montes.
Villagrán interpretó los acontecimientos
como traición del brigadier Sánchez. De inmediato,
con la gente que pudo convocar
se dirigió a Alfajayucan para reclamar a
Sánchez, éste contestó en tono de jácara y
entonces Villagrán lo atravesó con su lanza.
Huyeron sus inmediatos partidarios y Villagrán
quedó como el principal cabecilla de la
insurrección en la comarca.
El 15 de noviembre Villagrán, con ayuda
de Cayetano y Mariano Anaya, lograría
la captura de un convoy en Calpulalpa, en
que resultó muerto el doctor Pedro Vélez,
asesor de Calleja (Bustamante, 1961: 111; Alamán,
1968: 321); y tanto de esto como de
todo lo anterior informaba a Miguel Hidalgo
en larga carta el 19 del mismo mes, pidiéndole
su aprobación y apoyo. Esta carta es
la fuente principal en la narración hecha sobre
los sucesos de la insurgencia incipiente
en Huichapan (Miquel i Vergés, 1969: 533-
535, 603-604). De su lectura se advierte el
escaso fundamento que tenía para calificar
como traidor a Sánchez y más bien aflora
su rivalidad. No sabemos la respuesta de Hidalgo,
quien para esas fechas, luego de la
derrota de Aculco y del segundo paso por
Valladolid, se dirigía a Guadalajara. Por otra
parte, los Villagranes auxiliaban a José Ma-
riano Anaya en su intento de apoderarse de
Jilotepec en aquellas primeras semanas de
noviembre.
La represión y el incremento de la
causa: el tipo de guerra
Tales actividades, más la captura del convoy,
así como las noticias que daría sobre
Huichapan el alcalde Collado, determinaron
al gobierno virreinal a que José de la Cruz
se encaminara con fuerte tropa a Huichapan,
que ocupó el 21 de noviembre de 1810.
Los Villagranes y muchos seguidores huyeron
oportunamente al cerro de Ñastejé o La
Muñeca. Cruz mandó ejecutar al menos a 14
tachados de rebeldía y a otros, del pueblo
de San Francisco, los colgó en el camino;
condenó a varios más a trabajos forzados y
liberó a 13 españoles peninsulares que halló
presos, uno moribundo. Además sacó 20 mil
pesos “a los honrados vecinos de este pueblo”.
Permanecería tres semanas en el lugar
dictando medidas draconianas para toda la
comarca: “he dado, o por mejor decir, repetido
la orden de muertes e incendios; y por
aquí ejecutaré lo mismo con cuantos acusados
o sospechosos, no más, por manera que
el fuego de la sedición quedará bien apagado
a fuerza de castigos”. Dos miembros de
la familia Villagrán, uno hermano de Julián y
otro sobrino, se le presentaron arrepintiéndose
y pidiendo indulto para ellos y para
Julián y El Chito. 4 Cruz también se apersonó
en el muy cercano pueblo de Nopala, cuyo
párroco, el bachiller Manuel Correa, originario
de Villa del Carbón, resultó sospechoso
de infidencia, y por tal motivo fue enviado
al arzobispo de México, donde se le retuvo,
privándolo de su beneficio (Bustamante,
1961: 112; Alamán, 1968: 51-52; Van Young,
2006: 349-350; AGN, 1809: vol. 41, exp. 35,
f. 63). Tales providencias resultaron contraproducentes
a la causa virreinal, pues en
Huichapan la insurgencia apenas tenía unos
20 días de haber iniciado, con signo de fidelidad
a Fernando VII y a la religión.
4 José de la Cruz al Virrey, 29 de noviembre de 1810 y
1 de diciembre de 1810 (AGN, 1809: vol. 141, exp. 58, fs.
112r-113r; exp. 3, fs. 5r-7v).
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KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 367-394
Por lo mismo, apenas se retiró Cruz de
Huichapan la insurgencia resurgió ahí con
mayor fuerza, pues a los agravios precedentes
se sumaba ahora la represión brutal
de José de la Cruz. Esto es parte de la explicación
del rápido incremento de los grupos
rebeldes en la región, en que destaca la
confirmación de proseguir en la causa por
parte de otros, como el huichapense y doctor
en cánones ya mencionado, José Antonio
Magos, quien desde el 24 de octubre en
compañía de un párroco anterior de Huichapan
habían pasado por Arnedo con objeto
de unirse a Hidalgo; mas hubieron de retirarse
a Xichú por la proximidad del ejército
realista; de ahí Magos volvió a Huichapan y
estuvo en la proclamación del día 28. Con
el tiempo, Magos se convertiría en principal
caudillo insurgente de la sierra Gorda (Hernández,
1877: 109; Miquel, 1969: 352).
Los Villagranes regresaron a Huichapan
a mediados de diciembre de 1810. Se dice
que la población a partir de fines de ese
mes y hasta mediados de 1813 estuvo bajo
control y extorsiones de los Villagranes, que
ejecutaron a varios civiles españoles en la
región (Van Young, 2006: 347-348). A principios
de 1811 los Villagranes y sus gruesas
partidas tenían “ocupada toda la distancia
desde Querétaro a México”, según comunicaba
Calleja a Bernardo Villamil (García,
1910: 104-105). Consiguientemente, el virrey
dispuso que el teniente coronel Castro batiese
a los Villagranes, cosa que logró en la
hacienda de San Francisco para luego entrar
a Huichapan el 10 de abril de 1811. Los insurgentes
se escondieron en los cerros, para
reunirse luego en Calpulalpan donde fueron
dispersados el 19 de abril por el mayor Alonso,
quien se reunió con Castro en Huichapan
y de ahí partieron ambos el 3 de mayo hacia
el cerro de La Magdalena, donde batieron
de nueva cuenta a los rebeldes, comandados
por El Chito Villagrán y Manuel Aldama;
pasaron éstos por Cadereyta, donde varios
indios de Tequisquiapan que se resistieron
a unírseles fueron ejecutados. Ante la escalada
represora, numerosas familias de insurgentes
hubieron de refugiarse en el cerro
del Moro, no lejos de San Juan del Río; pero
hasta ese punto llegó el europeo Ildefonso
de la Torre, quien las exterminó “haciendo
una horrenda carnicería, sin distinción de
sexo ni edad” (Alamán, 1968: 231, 260).
El cura de Nopala, Manuel Correa,
alineado con la Junta
En septiembre de 1811 el comandante realista
José Antonio Andrade se presentó en
la región renovando las medidas represoras.
En Nopala confiscó cuanto pudo y ejecutó
a 18 jóvenes, pastores y leñeros, casi todos
indios. Fue la gota que derramó el vaso para
que el párroco José Manuel Correa se adhiriese
militarmente a la insurrección. Había
tenido noticia de ella desde el 30 de septiembre
de 1810, gracias al arriero Cayetano
Anaya. En un principio le pareció sedición
reprobable, pero luego que Anaya volvió
con otros parientes, trayendo mandato escrito
de Miguel Hidalgo para propagar la
insurgencia, Correa entró en confusión aumentada
por el apoyo de clérigos a la causa
en Huichapan el 28 de octubre ya mencionado.
A partir de entonces simpatizó por la
insurrección. Cuando José de la Cruz penetró
en la región, en noviembre de 1810, llegó
también a Nopala y mandó que Correa se
presentase al arzobispo de México, quien
lo retuvo privándolo de su beneficio parroquial.
Pero en la primera oportunidad, hacia
mediados de 1811, Correa se dirigió a su
parroquia y fue entonces cuando ocurrió la
matanza ordenada por Andrade (Bustamante,
1961: 415; Van Young, 2006: 521-524).
Para su levantamiento, el 24 de septiembre
de 1811, el cura Correa contó con 400
hombres que puso a sus órdenes Miguel
Arriaga; con ellos, aunque mal armados, y
con otros 100 de El Chito Villagrán, Correa
venció a Andrade el 26 de septiembre de
1811 en la Venta Hermosa; le hizo prisioneros,
quitó armas y capturó 9000 carneros. Esto
le valió que la Suprema Junta lo nombrase
brigadier y comandante de Huichapan y Jilotepec,
cosa que tal vez no agradó a Julián
Villagrán, a pesar de la buena relación
que tenían. A continuación, el párroco de
Nopala venció a Antonio Columna en Villa
373

CARLOS HERREJÓN PEREDO, LOS VILLAGRANES DE HUICHAPAN Y LA VISITA DE IGNACIO RAYÓN
del Carbón y enseguida capturó un convoy
en Calpulalpan. El 2 de noviembre el mismo
Andrade, reforzado por Castro y Michelena,
obligó a Correa a esquivar el encuentro, episodio
que el realista, habiendo entrado en
Huichapan, pregonó como victoria, siendo
que la tropa de Correa era de 55 hombres
y sólo le mataron dos. Pero Correa lo engañó,
pues provocó al enemigo desde Cadereyta,
donde le infligió otra derrota el 11
de noviembre. Después acorraló al realista
Columna y a sus hombres en Villa del Carbón,
mas no penetró en ella, porque siendo
su tierra natal, Correa tenía ahí a sus parientes.
Coronó Correa esta primera fase de su
actividad insurgente con la captura de otro
convoy en que iba el obispo de Guadalajara,
Ruiz de Cabañas, cuyo coche por orden del
jefe insurgente no fue perseguido. A pesar
de ello, el episodio le valió al cura de Nopala
una excomunión nominal (Bustamante, 1961:
415-418). 5 Ignacio Rayón comunicaba a Morelos
varios de los hechos de armas antes
consignados:
La división del brigadier Correa, cura de Nopala,
asociada de la del coronel hijo de Villagrán,
derrotó enteramente la fuerza que había
en la villa de Cadereyta, tomando todas las
armas y pertrecho. Las mismas en Calpulapa
con notable desigualdad acometieron al convoy
que iba de México para tierra adentro, y
sin pérdida para nuestra parte, mataron trece
dragones y un europeo, haciéndose de las
armas y montura y tomándoles a más quince
mulas cargadas de pertrecho (Herrejón Peredo,
1987: 181-182).
Como se advierte, había colaboración entre
El Chito Villagrán y el cura Correa. Habría
también diferencias. No es, pues, tan simple
esa relación de altibajos. Algo semejante
acontecería respecto a la Suprema Junta
Nacional Gubernativa creada por Ignacio
Rayón en Zitácuaro el 22 de agosto de ese
año. El cura Correa acataba sus disposiciones.
Incluso había ido en su auxilio, cuando
5 En “Satisfacción que da el cura Correa a sus coinsurgentes”
se da como fecha de la batalla de la Venta La
Hermosa el 25 de septiembre (Cadena Guerrero, 1996:
115-116).
se dio el ataque de Calleja a Zitácuaro a fines
de 1811 y protegió a la Junta en su peregrinación
hasta Tlalchapa. Vuelto a Nopala,
a principios de febrero de 1812, ahí redactó
una proclama para reanimar a sus seguidores,
con cuya colaboración plantó fundición
de cañones. Con dos de ellos y tropa de 700
hombres participó en la campaña de Rayón
sobre el valle de Toluca en abril de 1812
(Bustamante, 1961: 418-419). 6
Peticiones de Morelos, altibajos en la
guerrilla y creación de Departamentos
Morelos, sitiado en Cuautla, solicitó el apoyo
de los Villagranes, que no llegó. Julián se
excusó con fútiles razones (García, 1910: 381;
Guedea, 1995: 422). Tal vez se debió a que
estos guerrilleros estaban empeñados en
sus propias campañas. Colaboraron en efecto
en la toma de Atotonilco el Grande el 6
de abril de 1812, acción que facilitaría el que
otros insurrectos tomaran Pachuca el 23 del
mismo. A raíz de la entrada en Atotonilco se
dio una correspondencia epistolar entre el
párroco Diego Antonio Rodríguez y El Chito
Villagrán (Van Young, 2006: 355-358). Una
supuesta contestación de éste, fechada en
Zimapán el 14 de abril, en que argumenta
sobre la justicia de la causa, no puede haber
sido redactada por él, sino por algún experto
en teología o en cánones, ni siquiera por
cualquier cura como Manuel Correa. Pudo
ser alguien como el huichapense José Antonio
Magos, doctor en cánones. Además, el
encabezado de la carta incurre en un error
al otorgar el grado de mariscal de campo a
José María Villagrán (El Chito) el 14 de abril
de 1812, siendo que su nombramiento ocurrió
hasta septiembre. Esto sugiere su falta
de autenticidad.
Por lo demás, volviendo a la colaboración
con Morelos, el propio Ignacio Rayón,
no obstante que había enviado auxilios en
los inicios del sitio, luego no apoyó a Morelos
como éste lo requería, pues su campaña
sobre Toluca, simultánea al sitio, distrajo
tropas virreinales que no pudieron concurrir
a Cuautla. Mas luego del rompimiento de
6 Véase Cadena Guerrero (1996).
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KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 367-394
aquel sitio, las tropas virreinales se redistribuyeron
y un contingente bajo las órdenes
de Pedro Monsalve atacó Huichapan a
principios de julio de 1812 con 500 hombres.
José María Villagrán lo rechazó exitosamente
y por otra parte recibía noticia de que la
insurgencia había prendido en el puerto de
Tuxpan. 7
Los realistas habían asentado lo principal
de sus tropas en Ixmiquilpan y cerca
de Actopan, al mando de Rafael Casasola y
Domingo Claverino respectivamente. El primero
de ellos, luego de haber destruido un
acantonamiento de insurgentes en El Portezuelo,
se dirigió a Alfajayucan donde había
un tianguis muy concurrido, por ser domingo
de Ramos, 21 de marzo de 1812. Casasola entró
matando e hiriendo a aquella población
civil: dejó al menos 150 muertos y se robó
cuanto pudo llevar. El pretexto era que Alfajayucan
era un punto en el que solían entrar
Villagrán y otros jefes insurgentes. Posteriormente,
reunido con Claverino, Casasola
desalojó el 10 de mayo a los insurrectos de
Pachuca. Del 24 al 30 de mayo se concentraron
varios jefes insurgentes, entre ellos El
Chito Villagrán, Serrano, Osorno, Cañas, Espinosa
y González para tomar Tulancingo,
plaza defendida por Piedras. Estuvieron a
punto de tomarla, pero la llegada de Claverino
los obligó a retirarse. Claverino avanzó
luego al estratégico punto de Calpulalpan,
donde los rebeldes se habían fortificado; los
desalojó de allí y los batió en la venta de Irolo
(Alamán, 1968: 102-105).
Estos reveses de la insurgencia de alguna
forma parecían compensados con una
conquista de Julián Villagrán, quien a mediados
de 1812 se apoderó del real de Zimapán,
donde fijó su cuartel, dejando a su hijo
El Chito el control de Huichapan. En aquel
real de minas se fortificó construyendo parapetos
con 15 cañones de diverso calibre y
una fuerza considerable, aunque mal armada.
Al mismo tiempo prosiguió la explota-
7 Julio 12: ‘El capitán Pedro Monsalve es rechazado al
atacar a Huichapan y perseguido hasta San Juan del
Río’: “Diario de sucesos políticos y de guerra de la Independencia”
(SEP, 1927: 412). Los Villagranes lo participaron
verbalmente a Rayón en visita a Tlalpujahua el
7 de agosto (SEP, 1985: 58).
ción del mineral acuñando gran cantidad de
monedas de plata, algunas de las cuales llevaban
la efigie e inscripción del propio Julián
Villagrán (Van Young, 2006: 366, 352).
Logró también que la Junta formalizara varios
nombramientos de la tropa del departamento
de Zimapán (Guedea, 1995: 234).
Por esos días, la Suprema Junta Nacional
Gubernativa resolvió dividir todo el territorio
de la insurgencia en cuatro Departamentos:
el Norte, que fue encomendado
a José María Liceaga, Vocal de la Junta; el
Poniente, a Sixto Berdusco, también Vocal;
el Sur, a José María Morelos, recientemente
nombrado Vocal; y el Oriente, al Presidente
de la Junta, Ignacio Rayón. Los cuatro a
partir de entonces se nombraron capitanes
generales y tendrían facultades omnímodas
en cada territorio, y en particular deberían
llevar a cabo visitas que reorganizaran los
territorios insurgentes. 8
El Departamento del Oriente abarcaba la
franja oriental de la intendencia de Valladolid
de Michoacán, una porción del sureste de
la intendencia de Guanajuato, gran parte de
la intendencia de México, esto es, los actuales
estados de México, Querétaro, Hidalgo
y Tlaxcala, así como parte de Morelos; asimismo,
la parte septentrional de las intendencias
de Puebla y de Veracruz y el área
de la actual Ciudad de México. La principal
sede de su autoridad fue Tlalpujahua. De
esta manera, la región en la que operaban
los Villagranes correspondía a este Departamento
del Oriente encabezado por Ignacio
Rayón.
El Presidente de la Junta esperaba de los
Villagranes una franca colaboración, no sin
recelo por el antecedente criminal de José
María, El Chito, así como por la dudosa justificación
de su padre Julián en la muerte
8 El acuerdo de separación de los vocales fue publicado
en el Ilustrador Americano del sábado 20 de junio
de 1812, núm. 8, pp. 29-30; facsimilar en García (1910).
La reunión en que se distribuyeron territorios se verificó
en la hacienda de Tiripitío, cerca de Tuzantla (Bustamante,
1961: 427). Ni él ni otros historiadores dan la
fecha precisa de la reunión en Tiripitío. Me parece que
debió ocurrir entre el 3 y el 10 de julio, pues Berdusco
todavía fecha un comunicado en Sultepec el 30 de
junio y él mismo el 15 de julio ya llevaba algunos días
internado en el centro de Michoacán.
375

CARLOS HERREJÓN PEREDO, LOS VILLAGRANES DE HUICHAPAN Y LA VISITA DE IGNACIO RAYÓN
que había infligido a Miguel Sánchez (Van
Young, 2006: 340-348). Para desvanecer
tales prevenciones, El Chito se apersonó en
Tlalpujahua el 7 de agosto para manifestar
a Rayón sus logros en la insurrección, así
como su adhesión y voluntad de acatamiento.
En correspondencia, su padre Julián y él
recibieron de parte de Rayón los títulos de
teniente general y mariscal, respectivamente,
“en virtud de los servicios, antigüedad
y mérito de estos jefes que con honor han
sostenido en el Norte las armas nacionales”.
Concertaron una visita del presidente
a Huichapan, cuya inspección, control y fomento
sería uno de los principales retos de
Rayón, amén de una campaña con el fin de
apoderarse de Ixmiquilpan, punto realista
de importancia estratégica (SEP, 1985: 58). 9
No pocos de los episodios de ese viaje se
fueron consignando de manera sucinta en
un Diario que llevaba el secretario de Rayón
y constituye su fuente principal para la historiografía.
Interpretación reflexiva
Hasta aquí podemos caracterizar el tipo de
guerra de los Villagranes y otros del rumbo.
Presentan rasgos del guerrillero partisano:
irregularidad, movilidad, apego a la tierra
y aspectos de crueldad que los relacionan
con la guerra civil, pues los Villagranes la
ejercen contra enemigos donde la mayoría
no eran peninsulares, incluso contra los
renuentes a obedecerlos. Es indispensable
señalar que la crueldad y la decisión de aniquilar
estuvieron alimentadas una y otra vez
por la bárbara represión de José de la Cruz
y continuadores, no sólo con los rebeldes,
sino también contra familias y población civil.
Pero en cuanto al compromiso político,
está oscurecido desde el origen de su incorporación
al movimiento de Hidalgo por sus
antecedentes criminales y su marcada envidia.
Les interesa sobre todo defender sus
intereses personales y de grupo local prepotente.
La meta de la independencia no se
9 José María Villagrán despacha a José Manuel Alcántara
a hacerse fuerte en Alfajayuca (Guedea, 1995:
478).
excluye, pero ocupa un segundo plano. En
este sentido, hay correspondencia con “la
otra rebelión” descrita por Van Young. La
intención de la guerra de independencia por
parte de los Villagranes, si bien subordinada,
explica su acercamiento al Presidente de
la Junta, y las promesas de acatarla a cambio
de otorgamiento de grados, aprobación
de movimientos y tolerancia de conductas.
Para este acercamiento intervino el otro
guerrillero, Manuel Correa, que coincide con
los Villagranes en varios puntos –guerra irregular,
movilidad, apego a la tierra–, pero se
distancia sobre todo en el compromiso político
y en evitar la crueldad. En el compromiso
político, Correa acata a la Junta, se coordina
efectivamente con ella, colabora en su
protección y en ataques. En él es patente
la coincidencia con la dirección de la insurgencia.
No entra en “La otra rebelión”, a pesar
de que se le haga aparecer ahí. Sin duda
conoce y asume los Elementos de nuestra
Constitución de Rayón, pues andaba con él
cuando los redactó, y en este sentido busca
cambios sustanciales para toda Nueva
España por la vía de una revolución, como
la conciben Guzmán y Lempérière. Para lograrlo,
Correa acepta recibir y dar colaboración
a los Villagranes en la guerra irregular,
particularmente en asalto a convoyes. Por
eso se distingue de la formalidad de Rayón,
quien pretendía insertarse en una guerra
regular. Por lo demás, la incorporación de
Correa en la lucha armada fue muy distinta
a la de los Villagranes. En él privó la reacción
ante las medidas que la represión había
tomado contra él y sobre todo con gente
de su parroquia. Toda esta caracterización
ofrecerá cambios y profundizaciones en una
siguiente fase de la lucha.
Se emprende la visita de Huichapan
La visita a Huichapan se prolongaría por
mes y medio. El itinerario de ida fue el siguiente:
el 26 de agosto de 1812 Ignacio
Rayón partió de Tlalpujahua a la hacienda
de Solís, donde se detuvo hasta el 31 por
la mañana, cuando se dirigió a la hacienda
de Tepuxtepec; ahí se quedó hasta el 5 de
376

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 367-394
septiembre. Durante esa estancia ocurrió el
triunfo de su hermano Ramón Rayón en Jerécuaro,
auxiliado por el coronel Polo, que
mandó el Presidente desde Tepuxtepec. A
este lugar fueron enviados parte del botín
y 90 prisioneros de aquella acción: ocho de
éstos fueron pasados por las armas. También
estando ahí se recibió noticia que el
guerrillero Alcántara había atacado con éxito
la partida enemiga en Jocotitlán y que
Manuel Correa, con su tropa unida a la de
Huichapan, había atacado en Calpulalpan
otro convoy con mediano éxito.
De Tepuxtepec marchó Ignacio Rayón a
la hacienda de La Torre, adonde arribó el
mismo 5 de septiembre. El 7 partió de este
lugar y llegó a Aculco, “donde el honrado
vecindario manifestó con demostraciones
de alegría muy decididas la singular complacencia”
con que recibía al Presidente de
la Junta. Al día siguiente se hizo una excursión
al cerro de Ñadó, en que Rafael Polo
se estaba fortificando y construyendo una
maestranza desde febrero de aquel año. De
vuelta en Aculco recibió correspondencia
del avance de la causa en Orizaba, Zacatlán
y Apan. A este rumbo el Presidente Rayón
delegó como visitador a Ignacio Martínez,
librándole el día 10 un reglamento político,
militar y económico. Hasta el 12 salieron para
Nopala y de ahí a Huichapan, donde arribaron
el 13 de septiembre con un contingente
de 457 soldados. Fueron recibidos con extraordinario
repique de campanas. Dos cosas
llamaron la atención de los visitantes: la
adhesión de los habitantes a la causa insurgente
y la fortificación de la plaza. En cuanto
a lo primero, quedó este testimonio:
tanto la tropa como el vecindario de esta población
benemérita, que constante en los principios
de patriotismo y honor, han querido
más bien ser sacrificados, que doblar cobardemente
la cerviz al infame yugo del déspota,
han demostrado las virtudes que caracterizan
a un pueblo amante hasta el extremo de sus
legítimas autoridades (SEP, 1985: 68).
Rayón y su comitiva pudieron apreciar al
día siguiente las dimensiones de la fortificación
huichapense,
que consiste en diez y seis cortaduras, cuya
profundidad es de cinco varas y de otras tantas
su latitud; diez y seis trincheras al borde
de las cortaduras, y en cada una de ellas una
tronera de cañón y varias de fusil, siendo el
espesor de sus merlones dos varas poco más;
veinte baluartes de adobe repartidos en las
azoteas de las entradas del pueblo, su espesor
una vara y recíprocamente protegidos,
siéndolo también de las trincheras respectivas
(SEP, 1985: 68-69).
Se contaba al menos con media docena
de cañones, algunos de los cuales había querido
El Chito colocarlos en lo alto de la iglesia
parroquial, a lo que el cura González se
había opuesto con amenaza de excomunión
(Van Young, 2006: 352). La tropa existente
en el lugar ascendía a 707 hombres, distribuidos
de la siguiente manera: 85 artilleros,
122 infantes, 301 de a caballo, 115 fusiles y 84
lanzas (SEP, 1985: 70); 10 pero seguramente
las fuerzas de los Villagranes eran mayores,
hallándose a la sazón algunas en Zimapán y
otras acechando los caminos. Sin embargo,
llama la atención que en estos dos días de la
llegada de Rayón en su Diario no se mencione
a ninguno de los Villagranes, como si no
estuvieran, siendo las autoridades del lugar
y habiendo concertado la visita. La ausencia
de Julián Villagrán sí tiene alguna justificación,
por cuanto él más bien solía encontrarse
en Zimapán, según dijimos.
La primera celebración
del 16 de septiembre
Como sea, desde que salió de Tlalpujahua
Ignacio Rayón traía el propósito de celebrar
la conmemoración del 16 de septiembre, en
10 Un insurgente que deseaba el indulto escribió a
Querétaro informando la tropa que había en Huichapan
una semana antes de la llegada de Rayón: “trescientos
setenta y cuatro hombres, con ciento cuarenta
y seis fusiles líquidos, una culebrina y seis cañones”;
asimismo, ponderaba la escasez de maíz ahí y en Zimapán
(AGN, 1809: vol. 12, fs. 91r-92v).
377

CARLOS HERREJÓN PEREDO, LOS VILLAGRANES DE HUICHAPAN Y LA VISITA DE IGNACIO RAYÓN
cumplimiento del artículo 33 de los Elementos
de nuestra Constitución, formulado por
el propio Rayón desde abril de ese año de
1812 en Zinacantepec durante la campaña
sobre Toluca. A la letra dice:
Los días 16 de septiembre en que se proclama
nuestra feliz independencia, el 29 de septiembre
y 31 de julio, cumpleaños de nuestros
Generalísimos Hidalgo y Allende, y el 12 de
diciembre, consagrado a nuestra amabilísima
Protectora, Nuestra Señora de Guadalupe, serán
solemnizados como los más augustos de
nuestra Nación (Lemoine, 1965: 225).
En Tlalpujahua se había realizado una de
esas celebraciones, el onomástico de Ignacio
Allende. En Huichapan se celebrarían
dos: la del Grito y la del onomástico de Hidalgo.
Equívocamente se habla de cumpleaños,
pues eran onomásticos. El festejo por
el inicio de independencia fue reseñado así
por un testigo presencial:
Día 16.- Con un descargue de artillería y vuelta
general de esquilas comenzó a solemnizarse
en la alba de este día el glorioso recuerdo
del grito de libertad dado hace dos años en la
Congregación de Dolores, por los ilustres héroes
y señores serenísimos Hidalgo y Allende,
habiéndose anunciado por bando la víspera
para que se iluminasen y colgasen todas las
calles. Asistió Su Excelencia [Ignacio Rayón]
con el lucido acompañamiento de su escolta,
oficialidad y tropa a la misa de gracias, en que
predicó el señor doctor Brigadier don Francisco
Guerrero, y al tiempo de ella hizo salva
la artillería y la compañía de granaderos de
Huichapan; a las doce, en la serenata, compitiendo
entre sí las dos músicas, desempeñaron
varias piezas selectas con gusto de Su Excelencia
y satisfacción de todo público (SEP,
1985: 69).
Esta sencilla relación tiene un significado
de trascendencia: forma parte del inicio
del culto a los héroes de la independencia,
que comenzaba tempranamente, durante el
proceso de la guerra que habían desatado.
Pero ya dijimos que la primera celebración
conmemorativa no fue la del Grito, sino la
del onomástico de Ignacio Allende, el 31
de julio, en Tlalpujahua. Obviamente por su
misma naturaleza la celebración del 16 era
de mayor rango. Con todo, la de Allende
tuvo su propio valor y sirvió de modelo a la
del Grito.
Incluso es importante mencionar algunos
rasgos de ella, que por no repetirlos el cronista,
los dio por supuestos en la celebración
del 16. Veamos, pues, cuáles fueron y trasladémoslos
a la del 16: desde la víspera, 30
de julio, los balcones y ventanas se adornaron
con colgaduras; hubo salva de artillería
y “en la noche se iluminaron todas las calles
y las dos plazas del real”. Se colocó en lugar
especial el retrato de Fernando VII, considerado
por Rayón como útil “ente de razón”
para el éxito de la causa. Esto quiere decir
que se aprovechaba la tradición de veneración
al monarca, pero dándole el valor más
de una figura ideal que de un ser real. Hubo
serenata y aclamaciones del numeroso concurso.
“En la mañana siguiente se repitieron
las salvas de artillería; se vistió de gala toda
la oficialidad y tropa”; se formó ésta en el
mejor orden; presidiendo Rayón el desfile,
se dirigieron a la iglesia parroquial, donde
se cantó misa y Te Deum con sermón a cargo
del mercedario fray Francisco Guerrero
(García, 1910: 57-60). 11
Por desgracia no ha llegado hasta nosotros
la pieza oratoria de aquel primer festejo
patrio-religioso, como tampoco el sermón
patriótico del 16 de septiembre en Huichapan,
debido igualmente a fray Francisco Guerrero.
La proclama del 16 de septiembre
de 1812
A cambio de la publicación del sermón, tenemos
el texto de una proclama o manifiesto
a los insurgentes suscrito por Ignacio Rayón
y su secretario Ignacio Oyarzábal, que llevaba
el Diario, datada ese día en el Palacio Nacional.
No dice Huichapan, pero obviamente
era el lugar (Hernández y Dávalos, 1877:
418-422). Y no debe sorprendernos que se
11 Ilustrador Americano, Tlalpujahua, 1 de agosto de
1812, núm. 20.
378

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 367-394
diga Palacio Nacional, pues dondequiera que
Rayón como Presidente de la Junta ejercía
funciones y firmaba algún documento oficial
–así fuera, por ejemplo una casa pueblerina
de Tlalchapa–, el sitio se convertía en Palacio
Nacional. No sabemos dónde se hospedó
Rayón durante el mes y medio que vivió en
Huichapan. Una constante tradición oral señala
el lugar desde el cual el Presidente de
la Junta también presidió la celebración del
16 de septiembre: el edificio conocido como
el Chapitel (Guerrero Magos y Guerrero Trejo,
1972: 22). Pudo ser también su morada y
pudo también desde ahí hacer una arenga al
público con algunas ideas de la proclama.
A pesar de que la proclama o manifiesto
expresamente señale como su autor a Rayón,
años después, ya consumada la independencia
y muerto Rayón, Andrés Quintana Roo
afirmó que él “extendió un manifiesto con el
título de Aniversario, por encargo de la Junta
de Zitácuaro”; que lo hizo, aprovechando
medio día en que Rayón, yendo de camino
a Huichapan, se detuvo a visitar el fuerte de
Ñadó; que tal documento de aniversario debía
publicarse tres días después, y que lo concluyó
festinadamente, porque se dio la voz
de “Tenemos al enemigo encima”. 12 Como
se advierte, en primer lugar se afirma la presencia
de Quintana Roo en el viaje, cosa que
el Diario de Rayón omite, porque de alguna
manera lo supone al hablar de que la imprenta
se había trasladado de Tlalpujahua a Huichapan
y sabemos que se continuaron ahí
los periódicos insurgentes de entonces, cuyo
principal redactor era Quintana Roo. Por otra
parte, el encargo no era precisamente de la
Junta, que estaba dispersa, sino de su Presidente
Rayón. Me parece que la redacción de
la proclama tuvo que hacerse con indicaciones
precisas y correcciones de Rayón, que no
carecía de conocimientos del fondo y forma
retórica del asunto. Como sea, hizo suya la
12 Esta autoría de la proclama fue referida en un agregado
a la “Oda a la Patria” del propio Quintana Roo
en el Suplemento de El Amigo de la Religión, Puebla,
1839, p. 65 y ss. (González Obregón, 1966: 619-632).
Además, el agregado original y otros papeles fueron
obsequiados por Quintana Roo a José María Lafragua:
Biblioteca Nacional de México, fondo Lafragua, núm.
928 (Rublúo 1967: 4-9).
proclama, de suerte que podemos hablar de
una autoría compartida. 13
El cuerpo de la proclama es una remembranza
de los principales avatares, triunfos y
derrotas por los que había pasado la causa
de la insurgencia durante los dos años transcurridos.
Es el primer recuento de la gesta
insurgente. Dolores, Guanajuato, Las Cruces,
Aculco, Guadalajara, Puente de Calderón, Zacatecas,
el Piñón, Zitácuaro, Toluca, Tenango,
Cuautla, Lerma, Sultepec, etcétera, así como
algunos de sus generales; se alude a Rayón,
pero no se menciona su nombre; en cambio,
se tributan elogios a Morelos expresamente,
incluso a los Villagrán, anfitriones a la sazón
del Presidente de la Junta. Dice a este propósito
la proclama:
Por todas partes se dejan ver los trofeos del
vencimiento, en tanto que el esforzado Villagrán,
posesionado del Norte, acomete sin interrupción
las reuniones de esclavos que infestan
su demarcación, intercepta convoyes, obstruye
la comunicación al enemigo y lo hostiliza constantemente
con la lentitud más funesta (Hernández,
1877: 420).
En la proclama, y en la realidad, el panorama
final, en septiembre de 1812 ofrecía esperanzas
de triunfo, pues como vimos la Junta
había rediseñado el proyecto de insurgencia
dividiendo el territorio en cuatro Departamentos.
La medida estaba dando resultados
y el gobierno virreinal ya no se daba abasto
parar resistir tanto frente organizado. Llama
mucho la atención que en toda la proclama
no se mencione para nada al rey; en cambio,
sí se habla de independencia, que en el
contexto es absoluta. De tal manera que en
esta ocasión el Presidente de la Junta quita la
máscara del fernandismo, frecuente en él. El
final de la proclama es una exhortación elocuente:
13 Extrañamente y sin fundamento alguno, Alamán
(1968: 133) dice que ese manifiesto, es decir, la proclama,
fue remitido a Rayón desde México. Las fuentes
dicen otra cosa. Tampoco hay fundamento para decir
que se imprimió hasta la vuelta de la imprenta a Tlalpujahua.
Para eso y la continuación de los periódicos
se había hecho el traslado de ella y del autor editor
Quintana Roo.
379

CARLOS HERREJÓN PEREDO, LOS VILLAGRANES DE HUICHAPAN Y LA VISITA DE IGNACIO RAYÓN
Redoblad vuestros esfuerzos, invictos atletas
que combatís la tiranía, salvad vuestro suelo de
las calamidades que la amenazan, sed la columna
sobre la que descanse el santuario de su independencia;
animaos a la vista de los progresos
hechos en sólo los dos años sin tener armas,
dinero, repuestos, ni uno siquiera de los medios
que el fiero gobierno prodiga para destruirnos.
La nación, llena de majestad y grandeza, camina
por el sendero de la gloria a la inmortalidad
del vencimiento (SEP, 1985).
No hay elementos para suponer que esta
proclama fue pronunciada de viva voz. Corrió
impresa y llegó a los otros Departamentos de
la insurrección. Incluso un ejemplar fue enviado
seguramente por uno de los Guadalupes
a Londres donde lo reprodujo fray Servando
Teresa de Mier en su Historia (Guerra, 1813:
749-759). 14
La celebración del 29 de septiembre
y su sermón
También se hizo fiesta el 29 de septiembre,
onomástico de Hidalgo. Era otro intento de
educar en forma práctica a la población en
una nueva identidad para el proyecto de
nueva nación que se gestaba. Por ignorancia,
los organizadores y la crónica confundieron
día de santo con cumpleaños, pues
decían celebrar el natalicio, que en realidad
había ocurrido el 8 de mayo. Como sea, se
repitieron los puntos del programa del 16 de
septiembre, mutatis mutandis. Uno de estos
cambios fue el orador, pues el predicador de
oficio, el mercedario Guerrero, había fallecido
la víspera. Dice así el testigo presencial:
Día 29.- En este día se celebraron los años del
serenísimo Señor don Miguel Hidalgo y Costilla,
con una solemne misa de gracias, a la que
asistió Su Excelencia con su escolta y oficialidad
y un inmenso concurso; predicó el Señor
Doctor Brigadier don Francisco Lorenzo de
Velasco un sermón lleno de unción y de ternura,
hizo salvas la artillería de Huichapan y
14 La reprodujo también Bustamante (1961). No conozco
un impreso original, pero lo refiere Garritz Ruiz
(1990: 329).
la infantería de Zitácuaro: en la serenata tocó
la música piezas de mucho gusto, y las colgaduras
e iluminación de las calles en la noche
realzaron el brillo de una función dictada por
el reconocimiento y gratitud, y dignísima de
su ilustre, inmortal y benemérito objeto (SEP:
1985: 71-72).
Así, pues, el lugar del fraile Guerrero en el
púlpito fue ocupado por un fogoso y joven
clérigo, que acababa de incorporarse a la insurgencia
con escándalo del partido realista,
pues además de doctor teólogo, era canónigo
e hijo de prominente funcionario realista.
Se llamaba Francisco Lorenzo de Velasco y
sería personaje de comedia y tragedia (Miquel,
1969: 593-594). A los pocos días la pieza
oratoria fue publicada en Tlalpujahua. Es
el primer sermón insurgente que, gracias a
reedición de Ernesto Lemoine, conocemos
en su texto (Velasco, 1812, en Lemoine, 1980:
22-27). El epígrafe inspirador de la prédica
es un versículo del Apocalipsis 12:10: “Y escuché
una voz que decía en el cielo: Ahora
se ha realizado la salvación y la fuerza,
puesto que ha sido arrojado el acusador de
nuestros hermanos”.
El texto se interpretaba como la derrota y
expulsión de Satanás por el arcángel san Miguel.
No cabe duda que se prestaba a las circunstancias.
Mas dejando como en suspenso
el interesante paralelismo, el orador pasa
a un exordio de corte ciceroniano, con una
serie de proposiciones condicionales que
terminan por captar la benevolencia de los
oyentes, al señalarles, como lugar al que ellos
también aspiran, “la cumbre del vencimiento,
donde están depositadas la honra, la gloria y
la inmortalidad”. En la proposición del discurso,
que incluye la partición, establece claramente
el mencionado paralelismo, columna
vertebral del discurso: así como la Iglesia celebra
el triunfo de san Miguel, así también la
Patria recuerda la empresa gloriosa de otro
Miguel. Ambos lucharon contra el espíritu de
soberbia arrogante y contra el sórdido interés:
el arcángel contra la soberbia luciferina,
el mexicano contra la soberbia peninsular.
Entonces, ¿cuál deberá ser la memoria que
se tribute al primer héroe de la Patria?
380

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 367-394
La argumentación, consiguientemente,
se desenvuelve en dos partes, la narración
y la confirmación, cada una subdividida a su
vez en otras dos. Primero, lo relativo a san
Miguel: a) La soberbia, “genio primogénito
del abismo”, penetró en “un espíritu de primer
orden” que osó levantarse contra Dios.
b) El cielo se estremeció. Un príncipe celestial
grita “¿Quién como Dios?” y se traba la
lucha. Lucifer se ve expelido.
La segunda parte, la confirmación, relativa
a nuestro Miguel, se desarrolla así: a)
El espíritu de orgullo se enseñoreó de este
suelo con la consiguiente humillación, de
manera que “una obediencia sin ejemplo
y una fidelidad asombrosa nos hacía besar
la mano misma que nos hería”. Cuando
la perfidia arrancó del trono a Fernando,
la América quedó burlada y sujeta a “dura
servidumbre [...] tiránica opresión”. b) Pero
Dios suscita un genio singular y extraordinario,
“un espíritu superior”, Hidalgo, quien
ha de superar el “muro de bronce” que en
razón de sus circunstancias lo apartaba de
la guerra. Mas “la voz de la patria oprimida
la escuchaba en todos lugares”. Y por la
“alta opinión” (Velasco, 1812: 24) que tenía,
los pueblos lo reconocen y proclaman por
su libertador. La imagen de Hidalgo caudillo
tiene entonces otro paradigma irresistible
para el orador: Moisés al frente del pueblo
hebreo. La figura de Israel aplicada a México
había sido cara a los criollos, sobre todo
a partir de que la aparición de la Virgen de
Guadalupe se consideró favor singular: “No
hizo cosa igual con otra nación”.
El orador Velasco prosigue haciendo ver
cómo ante el caudillaje de Hidalgo se levanta
la infamia de sus acusadores, mas ellos
no son capaces de impedir que a través de
triunfos y derrotas la empresa se recupere
aun después de su muerte. La refutación y la
peroración en verdad desmerecen frente al
buen desarrollo anterior. La refutación sólo
se refiere a triunfos y reveses por “juicios
inescrutables del Altísimo”, en tanto que
la peroración acaba precipitadamente con
una invocación a la Virgen de Guadalupe pidiéndole
su protección para el movimiento,
como “causa tuya” (Velasco, 1812: 25). Había
elementos para una recapitulación vigorosa
y una exhortación solemne.
Como sea, el sermón de Velasco es de
primordial importancia. Los anteriores sermones
del fraile Guerrero se los llevó el
viento. El de Velasco pronunciado en Huichapan
marca efectivamente la pauta para
la oratoria de epopeya nacionalista, ya en el
púlpito, ya en la tribuna. El plan en que se
pinta primero la situación anterior al Grito,
luego la hazaña de Hidalgo y por último sus
consecuencias, será el esquema fundamental,
trilladísimo desde entonces. El paradigma
de san Miguel no será muy socorrido,
pero el de Moisés sí reaparecerá con frecuencia.
Igualmente el tema de la increíble
obediencia será reiterado por no pocos oradores.
En cambio, la paradoja de proclamar
simultáneamente el rechazo de gachupines
y fernandismo sólo durará hasta mediados
de 1813. Así pues, el inventor de panteón y
culto patriótico no fue Carlos María de Bustamante.
Rayón y su gente se le adelantaron
y no sólo en la celebración del festejo, sino
también en su carácter de principio obligatorio,
como se estableció en los Elementos
constitucionales (Lemoine, 1965: 173).
Reivindicación de la prensa insurgente
en Huichapan
De las dos piezas que hemos analizado –la
proclama del 16 de septiembre y el sermón
patriótico de Francisco Lorenzo de Velasco–,
la primera se imprimió en Huichapan y
la segunda se empezó a imprimir ahí mismo,
aun cuando el pie de imprenta final
diga Tlalpujahua. Lo anterior es evidente,
porque la presentación de la pieza oratoria
de Velasco fue hecha por José María Revelo,
el impresor de la Imprenta Nacional, quien
data su presentación en Huichapan el 12 de
octubre (Velasco, 1812: 22), día en que salió
la imprenta de este lugar de regreso para
Tlalpujahua.
Todavía más: como esa Imprenta Nacional
había salido de Tlalpujahua a Huichapan
el 28 de agosto y de este lugar salió a Tlalpujahua
el 12 de octubre, entonces en Huichapan
se debieron publicar varios ejem-
381

CARLOS HERREJÓN PEREDO, LOS VILLAGRANES DE HUICHAPAN Y LA VISITA DE IGNACIO RAYÓN
plares de los periódicos insurgentes, esto
es, cuatro números del Ilustrador Americano:
23, 24, 25 y 26, correspondientes a los
sábados 12 y 26 de septiembre; 3 y 10 de
octubre de 1812; así como siete números del
Semanario Patriótico Americano, dirigido
por Andrés Quintana Roo: 7, 8, 9, 10, 11, 12 y
13, correspondientes a los domingos 30 de
agosto, 6, 7, 13, 20 y 27 de septiembre, y 4
y 11 de octubre de 1812. Por lo tanto, Huichapan
debe ocupar un lugar importante en el
periodismo insurgente y se debe considerar
que ahí mismo, el domingo 30 de agosto de
1812, fecha del número 7 del Semanario Patriótico
Americano, se hizo la primera publicación
impresa en territorio de lo que luego
sería el estado de Hidalgo.
Los historiadores de la prensa insurgente
en México no lo han advertido, porque
el primero de ellos, Genaro García, cometió
un error que otros han seguido, como José
María Miquel i Vergés y Tarsicio García (García,
1910: 21; Miquel, 1941: 83, 113, 119; García
Díaz, 1971: 577-592). El error no sólo afecta
el hecho de la imprenta en Huichapan, sino
que disminuye el tiempo de la imprenta en
Tlalpujahua, tiempo que García y seguidores
otorgan a Sultepec, donde se había iniciado
la publicación del Ilustrador Americano
y donde suponen equivocadamente que
también comenzó el Semanario Patriótico
Americano. El error original de Genaro García
se debe a que únicamente leyó la parte
del Diario de Rayón donde se dice que la imprenta
salió para Tlalpujahua el 12 de octubre
de 1812, suponiendo que hasta entonces
había salido de Sultepec; pero no leyó que
páginas atrás el mismo Diario asegura que
la imprenta había salido de Tlalpujahua para
Huichapan. Con ese error Genaro García cometió
otro, al decir que la imprenta había
estado en Sultepec hasta ese 12 de octubre
y consiguientemente incide en cascada de
equivocaciones, como expresar que el Ilustrador
Americano y el Semanario Patriótico
Americano se estuvieron publicando en Sultepec
hasta esa fecha, con lo cual también
disminuyó notablemente el tiempo de esas
publicaciones en Tlalpujahua.
Además, la opinión de Genaro García y
seguidores resulta incompatible con otros
hechos históricos. Sultepec había caído en
poder del gobierno virreinal desde fines
de junio de 1812, de manera que la Suprema
Junta de la insurrección hubo de salir de
ahí por esas fechas y consiguientemente no
hubo ya periodismo insurgente en Sultepec.
Más todavía. El mismo Ilustrador Americano,
que supuestamente habían leído Genaro
García y seguidores, en su número 7 del 17
de junio de 1812, página 27, dice:
Sultepec 16 de junio. […] la Suprema Junta […]
providenció la salida de nuestra tropa, erario,
imprenta, etc., para no dejar a los contrarios
más que el recinto vacío, ni aventurar una
acción cuyo éxito seguramente hubiera sido
muy favorable a sus miras, atendida la inferioridad
de fuerzas con que nos hallábamos. 15
De tal suerte que la imprenta insurgente
salió de Sultepec entre el 14 y el 16 de junio
de 1812. Ignacio Rayón llegó a Tlalpujahua a
mediados de ese mes y lo más probable es
que la imprenta haya arribado junto con él, o
bien poco antes o poco después. Así las cosas,
el Ilustrador Americano siguió publicándose
en aquel real de minas y ahí comenzó
el Semanario Patriótico Americano, excepto
el intervalo considerable en que se editaron
en Huichapan juntamente con otros documentos
importantes, como la proclama del
16 de septiembre.
Medidas de Rayón y el ataque a
Ixmiquilpan: otro tipo de guerra
En los siguientes días a las celebraciones del
16 y 29 de septiembre, Ignacio Rayón tomó
diversas medidas sobre fincas de la nación
(SEP, 1985: 70; Guedea, 1995: 287). El 17 y 19
de septiembre se pasó revista a las tropas
15 Es probable que el número 8 del 20 de junio se haya
impreso de camino en Ixtapan de la Sal u otro punto.
Por otra parte, hay que advertir que los 11 números
que van del 9 al 19 no figuran entre los reimpresos que
se conocen y que en el número 21 del 5 de agosto,
página 64, se dice: “Advertencia. Nuestro Ilustrador ha
interrumpídose por la necesidad de no fijar nuestra residencia”.
Se refiere a que no salía a tiempo en los días
fijados; pero plantea el problema de su ubicación.
382

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 367-394
tanto de Huichapan como a las que conducía
Rayón. Es de notar que en las primeras hay
una división comandada por otro Villagrán,
el coronel José Antonio. Y hubo más de la
misma familia enrolados en la insurgencia:
Juan José Villagrán, capitán de infantería, y
dos homónimos de El Chito: José María Villagrán,
teniente coronel, y José María Villagrán,
cadete (Guedea, 1995: 285, 239, 240).
El 22 del mismo el Presidente disponía
que El Chito Villagrán asaltara dos convoyes
y atacara Tula (SEP, 1985: 70). Antes
de que salieran, el abogado general quería
llevar cuenta de todo, en atención quizá a
la informalidad de los Villagranes; y así se
hubo de registrar la plana mayor de El Chito
(Guedea, 1995: 286). Parece que el primer
convoy, salido de México, no pudo ser
atacado, pero el segundo, que iba de Tierra
Adentro hacia México, sí fue asaltado por El
Chito, obteniendo 2700 cabezas de ganado
menor. Tampoco se llevó a cabo el asalto a
Tula, por ser superior la guarnición; en cambio,
atacó Chilcuautla el 29 de septiembre
con pérdida considerable del enemigo, pero
no logró tomarla por falta de artillería. Tal
vez no alcanzó a recibir dos cañones, uno
con calibre 12 y otro de cuatro, que había
enviado su padre Julián desde Zimapán. En
el ataque murió un primo y homónimo de El
Chito, el ya mencionado coronel José María
Villagrán, a quien se le hizo solemne funeral
en Huichapan el 1 de octubre con acuerdo de
Rayón (SEP, 1985: 68-72; Van Young, 2006:
352). Se trataba del mismo que en 1809 había
protagonizado escándalo y alboroto en
el pueblo por sus aventuras adulterinas y
mofas al subdelegado, según vimos.
Otras partidas insurgentes que se habían
mantenido por Ixmiquilpan (Ortiz Escamilla,
1997: 219) fueron batidas una y otra vez cerca
de Atotonilco el Grande entre el 18 y el 22
del mismo mes (SEP, 1927: 413-414). El 7 de
octubre llegaba correspondencia de Ignacio
Martínez, el visitador de los Llanos de Apan,
que dio cuenta de los avances en el cumplimiento
de su misión (SEP, 1985: 73). Alrededor
del 20 de septiembre, al pasar cerca
de Tepeji, él y siete acompañantes, ninguno
con fusil, habían sido atacados por una
partida realista de 50 hombres al mando de
Moreno, pero lograron escapar. En el parte
que rindió Moreno y publicó la Gaceta virreinal
se dijo que los insurgentes eran más de
170 y los realistas 24. 16
Uno de los objetivos de la visita de Rayón
a Huichapan era combinar con los Villagranes
una campaña para tomar Ixmiquilpan,
cuyo comandante era Rafael Casasola. El
Chito deseaba hacerlo, mas al parecer Rayón
lo contuvo con la idea de combinar un
ataque mejor planeado bajo su dirección.
De esta manera, Rayón concertó la participación
de El Chito para el día del ataque. Sin
embargo, ya para entonces se había producido
tensión entre él y el presidente Rayón,
porque éste le reprochaba que viviera en
amasiato (Van Young, 2006: 353). Salió la
tropa de Rayón de Huichapan el 15 de octubre
a la hacienda del Astillero, de ahí ya con
Manuel Correa y Manuel Polo, a la hacienda
de la Tenería y a Alfajayuca donde arribaron
el 17 a mediodía, para salir por la tarde a las
inmediaciones de Ixmiquilpan, a fin de reconocer
los puntos de la plaza por atacar.
El 18 hacia las nueve de la mañana se avistaron
desde Ixmiquilpan hacia el Poniente
los primeros dragones insurgentes. El comandante
Casasola con 50 de los suyos salió
a batirlos, pero no hubo encuentro, pues
los insurgentes se replegaron al cerro de la
Media Luna, donde terminó de colocarse el
campamento de Rayón a las tres de la tarde.
A la hora salió de Ixmiquilpan una partida
de 60 dragones y alrededor de 40 infantes,
ocultándose con arbustos en el paraje del
puente sobre el río Tula, inmediato a la población;
avanzaron hasta acercarse al punto
en que se hallaba descansando la tropa de
Manuel Correa. A pesar de esto, los insurgentes
reaccionaron con viveza. El coronel
Lobato, a cargo de la infantería, protegió el
movimiento de los dragones insurgentes,
animados por el cuartel maestre Hernández
y el coronel Chavero. Tres veces intentó Casasola
subir el cerro y las tres fue repelido,
dejando muertos a 15 de sus realistas en el
campo y siendo otros tantos los moribun-
16 Ilustrador Americano, 10 de octubre de 1812, núm.
26: 81, en Hernández y Dávalos (1877).
383

CARLOS HERREJÓN PEREDO, LOS VILLAGRANES DE HUICHAPAN Y LA VISITA DE IGNACIO RAYÓN
dos en los fosos. Entre los difuntos se hallaron
el capitán Mariano Negrete y el alférez
de fragata Federico de Álava. En su informe,
Casasola trataría de exculpar su temeridad
diciendo que los insurgentes tenían dos cañones
ocultos y por eso fue rechazado. Al
ponerse el sol hicieron otra salida los realistas,
protegidos ahora por el mucho fuego
de dos cañones del pueblo contra los rebeldes,
pero de nueva cuenta fueron rechazados
con igual bizarría, aunque por su violenta
retirada sólo tres quedaron en el campo.
Por la noche desde el campo insurgente se
hizo fuego a una vigilancia enemiga, sin que
ocurriese más novedad.
El mismo informe de Casasola inserta el
texto de una intimación que supuestamente
hizo Rayón, luego de haber repelido a los
realistas. En ese texto apremia a los defensores
y habitantes a rendirse en el perentorio
plazo de dos horas con la amenaza de
pasar a cuchillo a todos. El mismo informe
inserta la respuesta de Casasola, datada a
las siete y media de la noche. Es posible la
intimación de Rayón. Pero la amenaza de
muerte indiscriminada disiente de su carácter,
conducta más propia de Casasola,
como lo había acreditado en Alfajayucan. Y
es poco creíble que la intimación con plazo
de dos horas se haya formulado al ponerse
el sol. Ciertamente Casasola estaba impresionado
y veía, a pesar de la oscuridad, que
los cerros circundantes eran ocupados por
mucha indiada de Zimapán y del Santuario.
En consecuencia, mandó avisos en demanda
de auxilio a Tlahuelilpan, Actopan y Chilcuautla.
Sólo de este último punto llegaron
a deshora de la noche 30 hombres al mando
de José Félix Merino.
A las cinco de la mañana del 19 de octubre
“se tiró a la plaza el primer cañonazo, y
a las siete comenzó a avanzar a ella toda la
infantería, la mayor parte de la caballería y
dos cañones, quedando con el resto una batería
en la eminencia (la Media Luna), para
proteger desde ella el fuego de fusil (SEP,
1985)”. Manuel Correa y Lobato con sus respectivas
tropas llevaron la mayor parte de
la ejecución del ataque: penetraron por el
puente, echaron abajo dos parapetos y marcharon
hasta la plaza, quedando sólo el último,
ya inmediato a la iglesia y convento de
San Miguel, en que se habían refugiado los
defensores.
Hacia el sureste de Ixmiquilpan se había
situado desde la víspera el coronel Casimiro
Gómez con sus indios de El Cardonal, y
otros de Zimapán y Tecosautla. Ignacio Rayón
había ordenado que los acompañara
como supervisor de su parte el joven canónigo
Francisco Lorenzo de Velasco, el mismo
que había pronunciado el sermón del 29 de
septiembre. No tuvo necesidad de hacer mayor
cosa que admirar el orden y denuedo de
aquellos indios, que habiendo acampado en
el cerro del Calvario, de ahí avanzaron desde
temprano hasta entrar en la población, que
al parecer por ese punto no ofrecía la misma
resistencia que por el Poniente, pues dispersaron
con facilidad al enemigo, penetraron
en varias casas y a las dos de la tarde lograban
colocar dos cañones sobre la iglesia de
El Carmen, que protegieron el avance de la
infantería.
Correa, pues, se hallaba a punto de lograr
la victoria, para lo cual requería un cañón de
mayor calibre –que lo tenía–, pero faltaban
balas, que debía aprestar El Chito, quien se
hallaba en la retaguardia con los hermanos
Polos. Quizá premeditadamente, para impedir
que otro se alzara con la victoria, o
bien en estado de ebriedad, El Chito nunca
se comprometió en la batalla ni aportó las
balas de cañón, a pesar de las órdenes del
Presidente. Correa, sin dejar de combatir,
a las tres de la tarde mandó un parte de la
batalla a Rayón, que se encontraba cerca.
Le ponderó que el pertrecho se terminaba,
que la invencible división de Lobato estaba
fatigadísima, que los auxilios esperados –de
El Chito– se hallaban a mucha distancia, que
podría ser envuelto por la muy probable llegada
de refuerzos realistas, y que por tanto
iba a ordenar la retirada a la división de El
Cardonal. Sin embargo, parece que Correa
ignoraba el importante avance de Casimiro
Gómez porque éste, o mejor dicho, Francisco
Lorenzo de Velasco, no se lo habían
comunicado. Aún aguardaron otra hora a El
Chito. Fueron 11 horas de combate. Correa
384

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 367-394
ordenó tocar retirada. A pesar de la fatiga,
algunos murmuraron, pues ya tenían la victoria
en la mano. Casasola no lo podía creer.
Le habían matado más de 100 hombres de
su guarnición. De los insurgentes sólo hubo
cinco bajas y siete heridos. Hasta el día siguiente
le llegarían más refuerzos, algunos
de los cuales, procedentes de Tlahuelilpan,
habían sufrido destrozo por parte de Casimiro
Gómez.
El informe de Casasola no deja de contener
contradicciones y presenta la sustancia
de los hechos de manera muy diversa. Había
dicho de la tropa insurgente que eran bandidos
e indiada, pero luego precisa que “por
el puente y el río pasó toda la gente uniformada
de Rayón, infantería y caballería”. Que
estos rebeldes colocaron un cañón de a seis
a la entrada del pueblo; que los parapetos
del primer punto, defendido por José Félix
Merino, fueron atacados tres veces, pero
reparados; que Merino dejó el puesto por
ser golpeado fuertemente, “contuso”, y lo
sustituyó José García Marín, quien corrió la
misma suerte; que el segundo parapeto estaba
sostenido por Antonio Fernández con
dragones de Santander; y que los atacantes
“jamás pudieron vencer esta interesante
entrada”. No habla del tercer parapeto. Que
en cuanto a la línea del sureste, el barrio del
Carmen, los jefes realistas Argumosa, Blanco
y Serna “sufrían los tiros de cañón y fusil
que los enemigos hacían desde los cerritos,
ocultándose por todas partes en lo espeso
de la arboleda que rodea este pueblo”; que
en esa misma línea comenzó el incendio de
casas, pero fue sofocado, porque entonces
la tropa de Correa, “que no había adelantado
ni una pulgada de terreno”, se retiraba
con el mayor orden al cerro de la Media
Luna.
Según las cuentas de Casasola, tomadas
supuestamente de desertores insurgentes,
su caballería pasaba de 800, parte de ellos
de los pintos de Tierra Caliente; los fusileros
eran 600, de Huichapan y Zimapán, uniformados
y disciplinados, “y una multitud de indiada
que no bajaba de siete mil hombres”.
Su artillería consistía en 11 cañones, entre
ellos uno de grueso calibre. De los insurgentes
muertos no da número, pero reitera que
fueron muchos, y que llevaban 150 heridos.
En cuanto a los realistas muertos en la acción,
los reduce a 19, y declara 21 heridos y
23 contusos. Recordemos que de acuerdo
con los insurgentes, los realistas muertos
fueron más de 100, y que de los suyos sólo
hubo cinco bajas y siete heridos.
Rayón y su ejército se dirigieron a Alfajayuca,
a donde llegaron el mismo 19. Al día
siguiente partieron a la Tenería, y el 21 por
la tarde a la venta La Hermosa. De aquí retrocedió
el Presidente rápidamente a Huichapan,
dejando su tropa para que luego
se le reuniera. Arribó hacia el mediodía del
22 en busca de El Chito para reconvenirle
por contraventor de sus órdenes superiores.
En lugar de acatamiento, aprovechando
que Rayón se hallaba casi solo, El Chito no
sólo opuso resistencia, sino que de inmediato
propaló entre su gente calumnias contra
Rayón y dictó una serie de medidas para impedirle
que huyera. El Presidente no se intimidó,
también dictó sus providencias, pues
no todos estaban dispuestos a obedecer a
El Chito. Pronto se quedó éste con unos pocos
y Rayón controlaba la situación, tanto
más que llegó su tropa, ante lo cual El Chito
huyó sólo con 20 partidarios. 17
Altibajos en la subordinación a la Junta
En un principio, el padre de El Chito, Julián
Villagrán, también lo reconvino, pero finalmente
condescendió y se declararon los
dos en contra de Rayón. Incluso se atrevieron
a apresar a Ignacio Martínez, comisionado
de Rayón para visitar los Llanos de Apan,
en que operaba Francisco Osorno. A su retorno
pasó por Huichapan y ahí le echaron
mano, pero Martínez lograría escapar aprovechando
una borrachera de los Villagranes
(SEP, 1985: 89).
17 Toda la narración de la batalla y su corolario es una
síntesis de estas fuentes: SEP, 1985: 74-76; Partes militares
de José Manuel Correa y de Francisco Lorenzo
de Velasco, en Ilustrador Americano, 24 de octubre de
1812, núm. 28, pp. 88-92; Parte militar de Rafael Casasola
en Gaceta del Gobierno de México del martes 27
de octubre de 1812, III, núm. 307, pp.1127; Bustamante,
1961: 420 (testimonio de Correa); pp. 510-511 (Gaceta
y otras fuentes); Alamán, 1968: 219-221 (Gaceta, Diario
y Bustamante).
385

CARLOS HERREJÓN PEREDO, LOS VILLAGRANES DE HUICHAPAN Y LA VISITA DE IGNACIO RAYÓN
Como sea, la ausencia de Ignacio Rayón
se había prolongado y hubo de volver a
Tlalpujahua. En realidad este regreso ya estaba
planeado desde antes del ataque a Ixmiquilpan,
puesto que el 12 de octubre Rayón
había dispuesto que la imprenta saliera
ese día para Tlalpujahua. Rayón y su escolta
marcharon de Huichapan hasta el 31 de octubre
y rindieron jornada en la hacienda de
Cuachití. El 1 de noviembre llegaron a Aculco
donde descansaron el 2; ahí, el Presidente
volvió a entrevistarse con el comandante
del fuerte de Ñadó, José Rafael Polo, quien
presentó a Rayón el inventario de armamento,
los gastos del fuerte y la lista de sus
oficiales (Guedea, 1995: 287). Al día siguiente,
acompañado de aquel comandante subieron
otra vez al fuerte; ahí se despidieron
y Rayón prosiguió a la hacienda de Solís. El
4 volvieron a descansar y finalmente arribaron
a Tlalpujahua el 5 de noviembre (SEP,
1985: 78-79).
Los Villagranes no duraron en su rebeldía,
porque el Presidente Rayón comunicaba
todo a los otros capitanes generales, solicitando
su apoyo, cosa que hicieron. Consta
de Sixto Berdusco y de Morelos. El primero
lamentó las incomodidades que los Villagranes
provocaban al Presidente y luego le
aseguró contribuir para tomar venganza de
ellos (Guedea, 1995: 207, 151). 18 Éstos invocaron
a Morelos como única autoridad que
reconocían. Pero el caudillo del Sur apoyó a
Rayón como a Presidente de la Junta: “Villagrán
sólo quiso reconocer a mí y no a la
Junta, y que contara con 60,000 hombres;
ahora supe que a su hijo le forman causa”
(Guedea, 1995: 87). 19 “Nunca me he prometido
buenos resultados de los Villagranes
y sus aliados: ya les ajustaremos la cuenta”
(Lemoine, 1965: 229).
Entonces Julián aprovechó una comunicación
del doctor Magos a Morelos, para
reiterar el ofrecimiento de sus servicios
(Guedea, 1995: 463). Pero el caudillo del Sur
fue claro: “El brindis que me hizo Villagrán
no tendrá efecto; éste y Osorno están de
18 Berdusco a Rayón, 22 de noviembre de 1812; Pátzcuaro,
23 de diciembre de 1812.
19 Morelos a Rayón, Tehuacán, 7 de noviembre de 1812.
acuerdo en no obedecerme; pero nos son
útiles; el cura don Joaquín Gutiérrez vino
huyendo de Villagrán” (Guedea, 1995: 88).
A los 15 días el propio Morelos comunicaba
a Rayón su disposición de castigar a los Villagranes,
mas no lo podía hacer por la distancia
(Guedea, 1995: 209).
Asimismo, el importante mencionado
guerrillero Francisco Osorno, que controlaba
la vecina región de los Llanos de Apan
hasta Zacatlán, habiendo recibido indicación
de la Junta a través de una segunda
visita de Ignacio Martínez, desaprobó la
conducta de los Villagranes y apoyó a Rayón;
incluso fue nombrado comandante de
las fuerzas de los Villagranes y se puso en
comunicación con Julián para que liberara a
Martínez (Herrejón Peredo, 1987: 260; Guedea,
1995: 128, 153; SEP, 1985: 89; Alamán,
1968: 222). 20 Ni qué decir de Manuel Correa,
que no obstante su amistad con los Villagranes,
se pronunció contra su sedición,
dando informes a Rayón y solicitando se le
diese grado de brigadier y se renovara su
nombramiento como comandante de Huichapan
(Guedea, 1995: 334-335). 21
Cuando ya meditaban sobre las desventajas
de quedarse solos en su rebeldía, llegó
a toda la insurgencia la plausible noticia del
triunfo político de los criollos en la Ciudad
de México, en que habían ganado los puestos
de los 12 electores que habrían de escoger
a los miembros del ayuntamiento.
Uno de ellos era Juan de Dios Martínez,
elector por Santa Catalina Mártir, tío de José
María Villagrán, no sabemos en qué grado.
Supuestamente le escribió al sobrino dándole
la noticia y ofreciéndole apoyo para la
causa. O no fue verdad el envío de la carta
y El Chito la inventó, o no la entendió, pues
difundió la noticia de que en México ya no
gobernaba el virrey, sino el grupo de los 12
electores (Guedea, 1995: 219, 478). 22 Cierta-
20 Dice que Martínez había sido peor tratado por Osorno.
No parece, en vista de los documentos citados.
21 Manuel Correa al secretario Ignacio Oyarzábal, Nopala,
12 de noviembre de 1812.
22 José María Villagrán al capitán Pascual Escarpio de
la división de El Cardonal, Huichapan, 5 de diciembre
de 1812. Es probable que otro vecino de la Ciudad de
México fuera pariente de los Villagranes de Huichapan,
un panadero de apellido Villagrán ligado a la so-
386

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 367-394
mente dicho elector Martínez fue reducido
a prisión por sospechas de tener comunicación
con los Villagranes; mas no duraría,
pues Calleja mandó liberarlo (Guedea, 1992:
147, 153, 154, 158, 161, 181, 197).
Lo cierto es que los sediciosos tomaron
la resolución de subordinarse, y para lograr
la venia se valieron de intercesores. El 30 de
diciembre llegaban a Tlalpujahua dos clérigos
procedentes de Huichapan: el bachiller
Mariano Lezama, y el otro, cura interino de
Zimapán. Portaban una representación de
José María Villagrán, al parecer escrita, en
que se arrepentía de su conducta e impetraba
la clemencia del Presidente Rayón.
Los emisarios acompañaron la representación
con súplicas, razones y disculpas y se
quedaron en Tlalpujahua hasta el 3 de enero,
día en que Rayón los despidió dándoles
para ambos Villagranes “el despacho más
favorable que podían recibir, atendida la
enormidad de sus delitos, y es que la conducta
sucesiva de ellos será el garante de
un perdón absoluto, o de un severo castigo”
(SEP, 1985: 91).
Rayón comprobó que su indulgencia se
apoyaría también en la intercesión del fidelísimo
Manuel Correa, que estando en Huichapan
escuchó a los Villagranes reconociendo
sus extravíos y pidiéndole intercediera
también ante Rayón. No sabemos por qué
echaban la culpa al doctor Magos. Así las
cosas volvieron a integrarse a la obediencia
del Presidente de la Junta, y al parecer la
designación de Osorno como comandante
de las fuerzas de los Villagranes quedó sin
efecto. Uno de los apoyos más firmes de
éstos, Casimiro Gómez, también protestó
obediencia a la Junta, bien que seguiría colaborando
con ellos, ya subordinados. Por
otra parte, cuando Ramón Rayón, hermano
de Ignacio, enlistó a los oficiales del cantón
de Tlalpujahua el 1 de febrero de 1813, incluyó
al mariscal José María Villagrán, El Chito;
y por otra parte aparece también un Antonio
Villagrán como brigadier (Guedea, 1995:
154-155, 190, 288).
Así pues, todo el episodio de la rebeldía
de los Villagranes respecto a Ignacio Rayón
ciedad secreta de los Guadalupes.
como Presidente de la Junta, así como su
subordinación, muestra que contra lo que
dicen Alamán y seguidores (Alamán, 1968:
245), la autoridad de la Junta y en especial
de su Presidente no era una mera sombra,
sino que realmente era reconocida por la
gran mayoría de los insurgentes y operaba
hasta doblegar a insubordinados.
Otra cosa sería cuando la propia Junta se
resquebrajó internamente por la disensión
original de Berdusco, secundado por Liceaga,
frente a Rayón. De tal suerte se suscitó
grave pugna entre ellos, en la cual los Villagranes
se pusieron de parte de Berdusco
y Liceaga, y así su subordinación al Presidente
sólo duró hasta abril de 1813. Previamente,
El Chito hizo creer a Manuel Correa
que seguían acatando a Rayón; mas al parecer
sólo fue con objeto de que Correa se
retirara de Huichapan a Villa del Carbón y
procurar luego su desarme, por indicación
de Berdusco y Liceaga, cosa que evadió
Correa con astucia (SEP, 1985: 104; Guedea,
1995: 112, 393; Bustamante, 1961: 420).
Sin embargo, el propio Correa internamente
ponderaba que Rayón había cometido
imprudencias en su visita al rumbo de Huichapan
(Cadena Guerrero, 1996: 118). Como
sea, consecuencia de aquella discordia fue
el avance realista, la ruina de los Villagranes
y la caída de Tlalpujahua el 12 de mayo de
1813 (Alamán, 1968: 286).
En efecto, a pesar de que El Chito todavía
pudo atacar con gran éxito un convoy realista,
esto aceleró la represalia, pues pronto
un ejército de 3000 hombres a las órdenes
de Pedro Monsalve emprendió ataque contra
Huichapan el 3 de mayo, que cayó en
su poder tras encarnizado combate; fue saqueada
y muchos defensores y habitantes
pasados por las armas. El Chito huyó, pero
fue alcanzado y fusilado el 14 de ese mes. Su
padre Julián continuó rebelde en Zimapán,
pero ante la llegada realista el 30 de mayo,
se dio a la huida y hubo de esconderse; uno
de sus propios hombres lo traicionó revelando
su paradero. Fue ejecutado el 21 de
junio del mismo año en la hacienda de Gilitla
(Bustamante, 1961: 596-598; Alamán, 1968:
290-294; Van Young, 2006: 354, 366).
387

CARLOS HERREJÓN PEREDO, LOS VILLAGRANES DE HUICHAPAN Y LA VISITA DE IGNACIO RAYÓN
A raíz de estos acontecimientos, la viuda
de Julián, María Anastasia Mejía, fue capturada
con sus hijas, nueras y criadas. Iban a
ser conducidas a la Ciudad de México, pero
suplicó la pusiesen en libertad, pues aseguraba
que había tratado de que su esposo se
retrajera de la insurgencia, y ponía por testigos
a sacerdotes de Huichapan, Tecosautla y
Zimapán. Por instrucciones del virrey fueron
liberadas en octubre de 1813 (García, 1910:
455).
A pesar de ello, la región de Huichapan
continuó con presencia de insurrectos. Incluso,
otro miembro de la familia, Rafael Villagrán,
hermano de Julián, otrora capitán
de milicias realistas, y que había ayudado
ocultamente a los rebeldes, se declaró insurgente
y persistió hasta su rendición e indulto
en 1816 (Van Young, 2006: 349). Por
otra parte, el huichapense sacerdote José
Antonio Magos, de origen otomí, continuaría
en la insurrección dominando la Sierra
Gorda hasta la consumación de la independencia.
Tal persistencia y extensión de la causa
insurgente en diversos niveles de la población
de la región de Huichapan no se explican
adecuadamente por la personalidad y
los intereses particulares de los Villagranes
y otros, que aprovecharon un estado de fermentación.
Falta un estudio sobre las bases
sociales que nutrieron la insurgencia en ese
rumbo y junto con ello, indagar en el condicionamiento
geográfico.
Como hipótesis podemos plantear que la
ubicación estratégica de Huichapan y Nopala,
entre México y Querétaro, permitió el
asalto constante a convoyes, sobre todo en
Calpulalpan, donde se bifurcaban importantes
vías de comunicación. Al mismo tiempo,
Huichapan y El Cardonal funcionaban
como antemurales de Zimapán, que a su
vez pareciera principal fuente de recursos
constantes de todo orden, no porque todos
se produjeran ahí, sino porque era centro
de acopio y distribución. Lo remontado de
aquel real de minas permitió que Julián Villagrán
ejerciera allá un dominio despótico.
Por otra parte, Ixmiquilpan, en poder de
los realistas, era amenaza constante, impidiendo
la conexión franca entre Huichapan
y El Cardonal, así como con otros grupos
insurgentes que se extendían de Tulancingo
hasta los llanos de Apan. El conjunto de estos
grupos, incluidos los de Rayón por el occidente
y suroeste, así como los de Liceaga
y Berdusco, formaban parte de una media
luna que podía irse acercando a la capital
del virreinato y cerrarse con la otra media
luna que por las mismas fechas, segunda
mitad de 1812 y principios de 1813, ocupaban
fuerzas de Morelos por el sur y el oriente del
centro del país.
Conclusiones
El carácter de guerrillero partisano aplicado
a los Villagranes insurgentes permanece
en cuanto a la irregularidad de su lucha, la
movilidad, los cambios bruscos, el apego a
la tierra y el sello de guerra civil, según se
puede apreciar por la preferencia de ataque
a convoyes, a menudo exitoso. Pero no sólo
continúa la falta de compromiso político, en
el sentido de no ir más allá de sus intereses
de grupo local, sino que se profundiza,
pues la coordinación con Rayón funcionó
poco, entró en crisis por despecho en precedencias
que Rayón asignaba a otros y
aun por detalles muy personales, como la
desaprobación del amasiato de El Chito, y
en el momento decisivo del ataque a Ixmiquilpan,
por envidia del triunfo ajeno. Incluso
el apego a la tierra, entendido como conocimiento
y afecto no sólo al terruño, sino
a su gente, se desvanece en el episodio de
la llegada de Rayón casi solo a Huichapan,
luego de la retirada de Ixmiquilpan: El Chito
pretende que su gente lo aprehenda, pero
en vez de ello se vuelven contra él y lo hacen
huir. Lo anterior insinúa que el liderazgo
de los Villagranes era a la fuerza. A pesar
de importantes contribuciones en la lucha,
ni la revolución ni la independencia eran la
prioridad para los Villagranes. Esto se confirma
por los sucesos posteriores: la subordinación
a Rayón, luego que los vocales de
la Junta, incluido Morelos y otros guerrilleros
desaprobaron su conducta apoyando al
Presidente, fue pasajera.
388

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 367-394
En cuanto a Manuel Correa, mantiene
rasgos de partisano, con fuerte compromiso
político, integrado a una revolución por
la independencia, con la invocación provisional
y estratégica a Fernando VII, como
quería Rayón. El contingente que llevó el
Presidente a Huichapan habla que su guerra
no era al estilo partisano. Y aunque trataba
de dar y recibir apoyo de guerrilleros, buscaba
principalmente hacer guerra formal
con cánones de reglamento, tropa uniformada
y disciplinada, sujeta a un sistema de
rangos militares; cúpula insurgente definida
en cuatro departamentos; todo en el marco
de los Elementos de nuestra constitución.
Su excesivo formalismo y la ambición
de mantener la suprema autoridad no raras
veces lo volvía intransigente y le enajenaba
voluntades. Su lucha no escapaba a notas
de una guerra civil, pero evitaba la crueldad.
Y desde luego se trataba de una revolución
de independencia, bien que gradual y nominalmente
fidelista.
En cuanto a la primera conmemoración
del Grito en Huichapan, programada desde
los Elementos de nuestra Constitución,
se tomó el modelo de la que hubo en Tlalpujahua
para el onomástico de Allende. En
el campo de las representaciones y de los
símbolos significa que Rayón estaba dando
al movimiento una identidad y una raíz histórica
propias, diversas de las expresadas
en la jura del rey y otras celebraciones de
la monarquía, bien que se hayan tomado algunos
de sus elementos. Tal significado peculiar
de la conmemoración en Huichapan
se implica en la proclama de Rayón del 16
de septiembre, en cuya redacción participó
Andrés Quintana Roo.
De ella se desprende que la revuelta del
16 de septiembre se transformaba en el
día que cambiaba la historia. El manifiesto
o proclama, ya por su sola datación celebrativa,
significa que la nación visualizada
por Hidalgo y Allende, en cuanto decidida
a recobrar sus derechos, tenía una fecha de
nacimiento. En realidad la proclama va más
allá, puesto que en su mayor parte constituye
el primer recuento de dos años de la gesta
insurgente. Si bien en tono retórico, es
la historia primigenia y resumida del movimiento.
De esta manera, el 16 de septiembre
aparece con una cauda de acontecimientos
y de nuevos héroes. Su sentido era un estímulo
para los propios insurgentes, esto es,
los de las filas de Rayón, pero en especial
lo era para los insurrectos de Huichapan, a
fin de darles a conocer la visión de la cúpula
insurgente, la presidida por un heredero
directo e Hidalgo y de Allende, más allá de
los objetivos localistas y de grupo de los Villagranes.
En la génesis del nuevo Estado Nación,
por lo que respecta a su representación simbólica,
la proclama o manifiesto de Rayón
en Huichapan ocupa un lugar primordial, un
año antes de los fastos de Chilpancingo. Tal
vez por ello, al nuevo Estado de la federación
que se creó en 1869 a partir de varios
territorios, en que desde luego entraba la
comarca de Huichapan, se le dio el nombre
de Hidalgo. El prócer nunca pisó estas tierras,
pero fue ahí donde por primera vez se
rindió homenaje a la gesta por él iniciada.
Llama la atención la voluntad de Rayón
de corroborar la memoria histórica patriótica,
al celebrar con no menos solemnidad y
alboroto festivo el onomástico de Hidalgo
el 29 del mismo mes, también en Huichapan.
El sermón de Velasco es el primer modelo
para la tradición oratoria septembrina.
La remembranza de episodios de la lucha es
breve en comparación con la proclama del
16; en cambio, es más explícito en señalar
penalidades y fracasos desde una perspectiva
providencialista. Propio de esta pieza
es la mitificación de Hidalgo y la sacralización
del movimiento (Herrejón Peredo,
1995: 125-143).
Para interpretar mejor las celebraciones
referidas, conviene tomar en cuenta algunos
conceptos teóricos sobre conmemoraciones,
recientemente expuestos y analizados
por Susi Ramírez (Ramírez Peña,
próximamente: 40-60). 23 El fenómeno de
las conmemoraciones es entendible a partir
del concepto de imaginario social para de-
23 A pesar de la acotación temporal del título, el estudio
retoma su asunto desde orígenes remotos y próximos
en varias culturas.
389

CARLOS HERREJÓN PEREDO, LOS VILLAGRANES DE HUICHAPAN Y LA VISITA DE IGNACIO RAYÓN
signar representaciones sociales encarnadas
en instituciones. Las conmemoraciones
nacionales y regionales de México sobre la
independencia son un ejemplo, donde se
pueden detectar cuatro características: una
fuerza enunciativa en el origen mítico de su
espacio imaginario conquistado, un imaginario
emancipado, los próceres como héroes-santos
y su imaginario progresista del
tiempo. Todo esto representado material y
de manera actancial y puesto en escena en
espacio público, en un lenguaje unificador.
Para nuestro caso, no hallamos una representación
actancial del espacio imaginario
conquistado, pero tanto la proclama
como el sermón, aunque no hablen de la
conquista, presuponen ese espacio al referirse
a la servidumbre padecida largo tiempo
por el gobierno español despótico. El
imaginario emancipado está presente en el
carácter festivo de la celebración: las salvas,
los adornos, la iluminación, la serenata,
la música y, desde luego, en el optimismo
de las piezas oratorias: triunfos por encima
de las desgracias. A este optimismo se vincula
el imaginario progresista del tiempo,
por cuanto se espera el aumento de triunfos
hasta la independencia definitiva, objetos
implicados como esperanza en la mentalidad
reinante y expresados con firmeza
en las piezas oratorias. El imaginario de los
próceres como héroes-santos aparece claramente
en la proclama y en el sermón, y a
no dudarlo, entraba desde antes de las celebraciones
en la mentalidad de los soldados
de Rayón y de Correa aleccionados al
menos desde el mandato de los Elementos
de llevar a cabo tales celebraciones; por lo
que hace a los combatientes de Huichapan
y a sus habitantes, había el fresco recuerdo
de la celebración festiva que se hiciera ahí
el 29 de octubre de 1810 por la captura del
alcalde de corte Collado y otros funcionarios,
según reseñamos. Comportó banderas
tremoladas y Te Deum en la parroquia; sin
duda con el reconocimiento a los insurgentes
que habían protagonizado la captura,
pero no más. Entra en la serie de festejos
que tanto insurgentes como realistas hacían
por sus victorias o entradas a una población.
Es otro género, no obstante algunos
rasgos similares con las conmemoraciones.
Abunda Ramírez sobre la naturaleza de
los actos cívicos, considerando que los imaginarios
enunciados, si bien se encarnan y
entrelazan con esos actos, se distinguen de
ellos. Esos actos están imbricados en contenidos
narrativos que pueden ser textuales,
en sentido amplio, o bien narrados de manera
argumentativa. Por lo mismo hay que
atender a su representación narrativa, visual
y actancial, donde aparecen la teatralidad,
la monumentalidad y la textualidad. Y como
se trata de conmemoraciones reiteradas
por generaciones, entran en la categoría de
tradiciones. En cuanto a la teatralidad, por
ejemplo un desfile, aunque sea vivencial,
tiene connotaciones de tradición que se reflejan
en la jerarquía de los participantes, el
orden procesional en que aparecen los símbolos
patrios enunciados, los grupos. Respecto
a la textualidad, tiene más capas de
sedimentación como tradición. Sin perder
movilidad, común a todas las configuraciones
celebratorias, la textualidad participa
en una cantidad de oportunidades enunciativas,
que retoman cosas viejas y cosas
nuevas, como de un cofre del tesoro. Otro
sentido de tradición que va más allá del tipo
de tradición a través de generaciones.
Varios de los actos cívicos de las conmemoraciones
de Huichapan se enmarcan en
categorías enunciadas por Ramírez, desde
luego la teatralidad, como es patente por
el traslado del Presidente de su casa a la
iglesia y a las plazas con oficialidad y tropa
abanderada, secretarios y otros, Quintana
Roo entre ellos, no sin música luego de
la Misa, acto religioso-cívico, así como disparos
y salvas de artillería. La textualidad
en sentido restringido de lenguaje o texto
escrito, también es evidente por la proclama
y el sermón. En cambio, la textualidad
como narrativa actancial es todo el conjunto:
lo dicho y el ámbito general festivo
desarrollado gradualmente a través de ese
tiempo corto, pero henchido de significado,
con el repique de campanas al amanecer,
la ornamentación de calles, su iluminación,
la serenata y la participación del pueblo. La
390

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 367-394
monumentalidad, entendida como la erección
o colocación de estatuas, estelas, retratos,
placas o inauguración de inmuebles
nuevos o remodelados, no aparece. La interpretación
de todo esto como tradición,
merece explicación por nuestra parte. Primero,
la fiesta es un sistema de tradiciones,
donde cada elemento responde a sus tradiciones
particulares. Segundo, la conmemoración
como unidad es una tradición. Pero
las conmemoraciones patrióticas de Huichapan
como unidad son una excepción al
concepto de tradición, porque carecen de
reiteración antecedente, elemento esencial
sin el cual no hay tradición (Herrejón Peredo,
1994: 135-149). Era la primera vez que
se celebraba el Grito y el onomástico de Hidalgo.
No se podía asegurar entonces con
certeza que la celebración sería reiterativa.
Sólo retrospectivamente, a partir del México
independiente, el Grito entró a la categoría
de tradición con el valor excepcional
para Huichapan de ser el primer eslabón de
una efectiva cadena. Por otra parte hemos
señalado que si bien formalmente el contenido
de la tradición, lo que se transmite,
es distinto del acto y del medio de transmisión,
ese mismo acto y medio son objeto
de tradición. En este sentido, Ramírez trae
a colación a Paul Connerton, quien señala la
importancia de estudiar el acto en sí mismo,
y no sólo el contenido que se representa,
porque el acto performativo o puesta en escena
–lo actuado, representado– es un ritual
hecho significativo a través de algún tipo de
lenguaje expresivo que proporciona valiosa
información de los que lo realizan y de la sociedad
que lo consume. En tal postura resalta
la visión del acto conmemorativo como
un acto vivo, presencial y hasta cierto punto
polarizante desde las emociones y las sensaciones
en el momento enunciativo, donde
en apariencia el tiempo sacro sustituye al
mundano (Connerton, 1989: 40-60). 24
Finalizamos advirtiendo otra peculiaridad
de las conmemoraciones de Huichapan: ocu-
24 El sentido performativo es sensorial y simbólico,
va directamente relacionado con el acto solemne que
evoca o atrae al observador a sentir implicación emotiva
con el mencionado acto.
rren dentro de la misma guerra que se celebra,
cuyo promotor había sido compañero
de los iniciadores de la gesta y estaba ahí;
guerra que ofrecía complejas facetas según
combatientes y posibilidades: guerra al estilo
partisano, no sin resabios de guerra civil,
rebelión de intereses locales, y guerra formal
de independencia nacional con los avatares
y propósitos de una revolución.
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Reenviado: 3 de mayo de 2021.
Aceptado: 21 junio de 2021.
Carlos Herrejón Peredo
Doctor en Historia por la Escuela de Altos
Estudios en Ciencias Sociales, París, y licenciado
en Teología por la Universidad Gregoriana
de Roma. Es miembro del Sistema Nacional
de Investigadores (SNI), nivel III. Sus
líneas de investigación son: lengua, textos
y tradición (Tradiciones en la Insurgencia:
Congreso, Constitución, Poder Judicial), así
como religión y cultura (Michoacán: tradición
religiosa, 1821-1910). Entre sus publicaciones
más recientes destacan, como autor:
“Documento. La visita ad limina de Clemente
Munguía sobre el obispado de Michoacán.
1862”, Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad,
núm. 148, Zamora, El Colegio de Michoacán,
pp. 185-200 (2016) y “El Congreso
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CARLOS HERREJÓN PEREDO, LOS VILLAGRANES DE HUICHAPAN Y LA VISITA DE IGNACIO RAYÓN
394

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 395-418
DOI: http://dx.doi.org/10.22136/korpus21202142
BETWEEN BUSTAMANTE
AND BURKE:
LUCAS ALAMÁN’S HISTORICAL PROJECT
ENTRE BUSTAMANTE Y BURKE:
EL PROYECTO HISTÓRICO DE LUCAS ALAMÁN
Eric Van Young
Universidad de California en San Diego
evanyoung@ucsd.edu
Abstract
The article explores the influences of Carlos María de Bustamante’s Cuadro histórico
and Edmund Burke’s Reflections on the Revolution in France on Lucas Alamán’s
views on the writing of history and on the process of Mexican independence in his
magisterial Historia de Méjico (1849-1852). Alamán thought that independence was
inevitable and appropriate for Mexico, but that the violence of the decade-long insurgency
had been the wrong way to achieve it. He critiqued Bustamante at length for
his errors and myth-making, and echoed Burke in condemning theoretical political
innovations and the socially and politically destructive effects of revolution.
Keywords: Lucas Alamán, Carlos María de Bustamante, Edmund Burke, revolution,
Mexico’s Independence.
Resumen
Este artículo explora las influencias del Cuadro Histórico de Carlos María de Bustamante
y Reflexiones sobre la Revolución en Francia de Edmund Burke en Lucas
Alamán al escribir sobre el proceso de la Independencia de México en Historia de
Méjico (1849-1852). Alamán creyó que la independencia era inevitable y apropiada,
pero la violencia durante una década de la insurgencia había sido el camino equivocado
para lograrla. Criticó a Bustamante por sus errores y por forjar mitos, y estuvo
de acuerdo con Burke al condenar las innovaciones políticas teóricas y los efectos
sociales y políticos destructivos como consecuencia de la revolución.
Palabras clave: Lucas Alamán, Carlos María de Bustamante, Edmund Burke,
Revolución, Independencia de México.
395

ERIC VAN YOUNG, BETWEEN BUSTAMANTE AND BURKE: LUCAS ALAMÁN’S HISTORICAL PROJECT
Lucas Alamán’s Historia de Méjico:
An Introduction
Among the first tasks Lucas Alamán had to
perform after he entered the government of
the Supremo Poder Ejecutivo as minister of
interior and exterior relations in April 1823,
following the fall of Agustín de Iturbide, was
to arrange for the departure of the ex-emperor
and his family from Mexico (May 11, 1823).
His role in sending the living former emperor
on his way was curiously symmetrical
with his equally central role during the summer
in removing from scattered locations
to the capital the mortal remains of several
Independence heroes. Most of the proceres’
bones were in Guanajuato. Here the severed
heads of Father Miguel Hidalgo, Ignacio
Allende, Juan Aldama, and Mariano Jiménez
had been displayed for a decade in metal
cages on the four corners of Guanajuato’s
Alhóndiga de Granaditas after their trials
and execution in Chihuahua in the spring of
1811 (Alamán, 1968: 264). 1 Along with the remains
of Pedro Moreno and Javier Mina, the
skulls of the independence heroes would be
sent to Mexico City to be ceremoniously interred
with high public honors in the cathedral.
Alamán monitored the process closely
at every step along the way, starting with
the authorization on August 28 of government
funds to construct a carro fúnebre to
bear the patriotic relics from their resting
places to the capital in a stately cortège.
On August 31 the skulls of Hidalgo, Allende,
Aldama, and Jiménez were exhumed from
1 Alamán’s father, Juan Vicente Alamán, was a member
of the Guanajuato city council in the 1790s while
Juan Antonio de Riaño was intendant of the silver city,
and the families were friendly in Lucas Alamán’s youth.
Juan Vicente supported the intendant’s 1793 proposal
to construct a municipal “ever-normal” granary,
the Alhóndiga (not actually built until the end of the
decade), to modulate the price of maize and supply
this cereal of prime necessity during times of dearth.
But he objected to Riaño’s proposals to lend the building
some architectural distinction, suggesting that
the funds might be better applied to more pressing
needs, such as road building, rather than to erecting
a “palacio de maíz”. Intendant Riaño would be killed in
September 1810 defending unsuccessfully the building,
and the people and treasure gathered within the fortified
structure, against the besieging forces of Father
Hidalgo’s insurgency. Hidalgo was also a family friend.
the cemetery at the church of San Sebastián
in Guanajuato, where they had been buried
after their removal from the Alhóndiga.
The headless skeleton of Pedro Moreno was
brought to the great mining city from the
Hacienda de la Tlachiquera to be reunited
with his skull, brought from Lagos, and the
intact remains of Mina arrived from their
place of interment in a church in Pénjamo.
All the bones were put into an urn together,
in which confused state they remain today
in glass display cases after their removal in
1925 from the cathedral to the Independence
monument on the Paseo de la Reforma.
A route to Mexico City was carefully planned
out, leading from Guanajuato to San Miguel
(later San Miguel de Allende), Querétaro,
San Juan del Río, Cuauhtitlán, and the
Villa de Guadalupe, with other stops along
the way. The carro left Guanajuato with its
escort on September 1 and arrived in Mexico
City two weeks later, the ayuntamientos of
the towns along the route offering appropriate
demonstrations of patriotic fervor.
The military commandant of Querétaro, for
example, described in a letter to Minister
Alamán the solemn reception of the convoy
when it passed through the city as a mixture
of ceremonial pomp, religious observance,
and military motifs: the bell ringing, the morning
mass the day following the arrival of
the cortège, and the deployment of cannon
in the central plaza. During these same days
Alamán informed the Congress of the plan
to disinter and transfer to the capital the remains
of Miguel Bravo, the father of Nicolás
Bravo, buried in 1814. In this case, however,
when the paving of the church where the
elder Bravo had been buried was renewed,
all the cadavers unearthed had been mixed
together, making identification impossible
and ceremonial re-burial in the Mexico City
cathedral out of the question. One can only
imagine what the minister of relations and
future historian must have thought about all
this, especially in view of the strongly negative
opinion he would later express in his
writings about the 1810 insurgency as a whole,
and about Father Miguel Hidalgo’s role
in particular. There is some irony in the fact
396

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 395-418
that the barely thirty-year-old minister’s key
role in initiating the national mythology by
facilitating the apotheosis of insurgents into
icons gave way to the middle-aged writer’s
famously strong condemnation not of independence
from Spain as such, but of the
process by which it had been achieved. On
the other hand, in the early 1820s his attitudes
had not yet hardened into the obdurately
critical position toward the process of
Independence he was later to adopt. He was
also a sophisticated political realist even at
this early point in his public career and may
well have realized that the young, politically
unstable republic was in need of icons
to forge its people into a nation, a goal that
he thought had still not been achieved by
mid-century (Van Young, 2021: 152-153). 2
On October 23 1846, twenty-three years
after these events, Alamán began writing his
magisterial Historia de Méjico (5 vols., 1849-
1852). Almost six months had passed since
the outbreak of armed hostilities between
Mexico and the United States on April 25,
1846 in an unprovoked war of aggression
launched by the American president James
K. Polk (1795-1849), a war in which the northern
half of Mexico’s national territory was
seized by the victors. Although the project
was conceived earlier, the timing of the writing
in relation to the outbreak of the war
conveys the unmistakable impression that
the author of the Historia was urged forward
by his desire to explain how the political instability
of the quarter-century following independence
had put Mexico in such a vulnerable
political and military position. By the
time he started writing Alamán would already
have learned of the American army’s
victories at Palo Alto (May 8) and Resaca
de la Palma (May 9), the occupation of Matamoros
(May 18), and the battles of Yerba
Buena (July 10) and Monterrey (September
21-23).
2 BLAC (Benson Latin American Collection, University
of Texas at Austin), Hernández y Dávalos Papers
(BLAC-HyD), 16-6.3425-3433, 28 August-1 September
1823; AGN-GSS (Archivo General de la Nación, Gobernación
sin Sección), leg. 45, exp. 10, Alamán, Mexico
City, to congressional secretaries, 29 August 1823.
The Historia (in these pages generally
HdeM) is a profoundly intelligent, stylistically
brilliant, densely documented, profusely
detailed, and (at points) deeply analytical
account of the country’s independence
struggle, and ipso facto of its larger history.
The narrative of the insurgency is book-ended
by an extended prolegomenon on the
colonial era in the first volume and a long
concluding section on the period between
1821 and mid-century in the fifth. It is arguably
the most distinguished work among the
rich historiographical productions of the
nineteenth century in Mexico, up to and including
the great high-Porfirian synthesis
of the country’s history edited by Vicente
Riva Palacio, México a través de los siglos
(1887-1889) (Riva Palacio et al., 1988). The
object of this article is less to look at the
substance of the HdeM as an empirical and
interpretive depiction of the independence
movement, although some attention to its
substantive content is necessary along the
way, than as an intellectual project, a work
of self-expression, and a political statement.
Equally important, the article aims to explore
some of the resonances of Alamán’s
great work with other important histories of
Atlantic political upheavals during what has
come to be called “the Age of Revolution”,
those of Carlos María de Bustamante on the
Mexican insurgency, and of Edmund Burke
on the French Revolution of 1789. The Historia
was a project in which the trajectory
of Alamán’s own life and his general beliefs
about how history should be written converged.
His desire to understand Mexico’s
past spurred him to a strongly conservative
critique of how New Spain had cast off its
colonial bonds, if not its colonial heritage,
and of how independent Mexico was being
formed. As in the work of other major
writers of the early republican period, all of
whom had had public political careers, Alamán
was laboring to shape the country’s future
as well to understand its past. Historical
writing of the early republican decades
was as much about what was to come as it
was about what had already happened, its
object the shaping of a burgeoning natio-
397

ERIC VAN YOUNG, BETWEEN BUSTAMANTE AND BURKE: LUCAS ALAMÁN’S HISTORICAL PROJECT
nal consciousness. Lucas Alamán offered no
prognostications for the country’s future although
he did suggest some political reforms.
The writing of history at this time was
therefore a profoundly political activity. As
the American scholar Joanne Freeman has
written of early post-revolutionary historical
writing in the young United States:
One man’s history was another man’s partisan
diatribe, an accusation that reverberated
throughout the first half of the nineteenth
century, a period of prolific history writing […]
At the outset of the nineteenth century, the
politically minded came to a common realization:
a history of the nation’s founding had yet
to be written […] History was politics (Freeman,
2001: 277).
Yet behind the political context, as I have
noted, there was an organic relationship between
Lucas Alamán’s life and this massive
historical work. A connection like this exists
in greater or lesser degree in most forms of
writing whether imaginative or “fact-based,”
no matter the claims of distance or objectivity
an author may make. But in Alamán’s
case the relationship of writing to life is particularly
strong: the HdeM even has overtones
of autobiography, as does his earlier Disertaciones
sobre la historia de la República
Megicana (Alamán, 1942). The HdeM is somewhat
melancholy in overall tone, reflecting
not only his view of the very story he
set out to tell, but also its author’s personality.
The narrative arc of the Historia can
be seen to follow Alamán’s own life-course.
The story moved, roughly, from early promise
to decline–in his case from a promising
youth and early manhood to the failure, or
abandonment by subsequent governments,
of most of the policies he espoused while in
a public role, and the decline of his personal
fortune through unsuccessful investments,
until his brief return to power in the last
Santa Anna administration in 1853 and his
death only about six weeks later. This trajectory
tracked the country’s history from the
heady optimism of the early 1820s to near
state failure and potential dissolution in the
Mexican-American War. In the final volume
of the HdeM in 1852, Alamán himself offered
a gloomy assessment of the state to which
Mexico had come:
In seeing in so few years the immense loss of
territory; the ruin of public finances […] the annihilation
of a flourishing and valiant army […]
and above all the complete extinction of public
spirit, which has brought with it the disappearance
of all idea of a national character;
and finding in Mexico no Mexicans, contemplating
a nation that has arrived from infancy
to decrepitude without enjoying more than a
glimmer of the happiness of youth, nor given
any other signs of life than violent convulsions,
it would seem that we have reason to recognize
with the great Bolívar that Independence
has been purchased at the cost of everything
Spanish America possesses […] These dreadful
outcomes have given reason to discuss
if Independence has been a good or an evil
(Alamán, 1942, 5: 556ff).
In tracing Lucas Alamán’s path to this
somber and eloquent statement it is useful to
see the Historia as the most powerful part of
a larger historical and political project, and to
consider some of the influences that shaped
his work. Two of the most important among
these influences have already been mentioned
and are discussed below: the writings
of his somewhat older Mexican contemporary
Bustamante, and those of the Irish writer
and parliamentarian Edmund Burke on
the French Revolution. The literary and intellectual
influence by one writer on another is
often very difficult to discern with any certainty,
but in Lucas Alamán’s case we have
explicit acknowledgment on his part of both
authors’ presence in his thinking.
Alamán’s Historical Project:
The Disertaciones
The Historia de Méjico has generally overshadowed
Alamán’s other, preceding great
work, the Disertaciones sobre la historia de
la República Megicana (1844-1849) (in these
pages generally DHM). Much of what he
398

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 395-418
wrote in the Disertaciones about the conquest
of Mexico has been supplanted by
later works. These days it is very little consulted
by historians (or anyone else, as far
as I can tell) except for some details about
the early urban geography of Mexico City
and a few other matters, or as a literary artifact
for those interested in its author. Although
there are a number of other themes
treated in its ten chapters, including a last
chapter on the history of Spain itself and its
reigning dynasties, the Disertaciones chiefly
provided a platform, especially in its early
chapters, to extoll the virtues, talents, and
accomplishments of Fernando Cortés; he is
certainly the central personality. The Conqueror’s
descendant, the Duque de Terranova
y Monteleone and Marqués del Valle,
a Neapolitan nobleman who lived in Palermo,
Sicily and never set foot in Mexico,
employed Alamán for three decades in the
administration of his substantial properties
in Mexico, so despite the historian’s genuine,
adulatory admiration for Cortés, the encomia
he heaped on Cortés could hardly
have hurt his standing with the Duque. 3 If
he could not restore Mexico to the Spanish
Empire in the early republican period (which
was never his intention despite what his detractors
said at the time and since), Alamán
could at least attempt to influence positively
his countrymen’s attitude toward Spanish
rule by researching the history of the
colonial period, writing cogently and accessibly
about it, and publicizing as widely as
possible the beneficent aspects of imperial
dominion over Mexico. As the author himself
insisted, this three-volume work, and
the five-volume HdeM whose first volume
in print overlapped with the Disertaciones
by at least several months, should be un-
3 Working for a modest salary and on commissions for
the sale of properties, Alamán exercised the Duque’s
power of attorney in Mexico for nearly thirty years.
He administered the Hospital de Jesús in Mexico City,
managed or liquidated the huge property holdings
Terranova had inherited from the estate of Cortés
(including the lucrative sugar-producing Hacienda
de Atlacomulco in Morelos), and defended the estate
against periodic seizures by the Mexican government
during the early Republic. On this relationship see Van
Young (2021: 307-351) and Soto Estrada (2015).
derstood not as separate works but as the
first and second parts of a running history
of the country from its colonial origins into
the early 1850’s. Although there are a number
of significant differences in substance,
approach, tone, and writing style between
the two works, the lines of continuity are
quite clear, and in fact the Disertaciones can
be seen as an extended prolegomenon to
the Historia. Alamán wrote as much in the
prefatory remarks to the third volume of the
Disertaciones:
This work [i.e., the planned HdeM] will be the
complement of the Disertaciones, or rather, these
[the Disertaciones] are the introduction to
that [the Historia]. Since the object of [the Disertaciones]
is to make known the way in which
the crown of Spain acquired dominion over these
lands and how it exercised it, [the Historia]
will show the ways in which [that dominion]
was lost (Plasencia de la Parra, 1997: 316).
In addition to its inherent value as the
product of deep research and historical thinking
(although I cannot explore that aspect
here for lack of space), the DHM warrants
attention because of what it represents as a
project laying the foundations for their author’s
conservative interventions in the history
writing of his time, and because of their
biographical significance in the trajectory of
Lucas Alamán’s life.
The written essays published as the Disertaciones
were originally given as a series
of lectures at the Ateneo, a circle of literary
men, intellectuals, and prominent political figures
established at the end of 1840 by Ángel
Calderón de la Barca, the first Spanish
minister to Mexico and husband of the more
famous Fanny Calderón de la Barca. Espousing
a mission to further the sciences and
the arts through discussion and outreach,
the Ateneo was modeled on a similar group
in Madrid and met periodically in the capital
for discussions of a scholarly nature. 4 Exactly
when Alamán decided to write the lectu-
4 The Ateneo did not survive the North American invasion,
but was revived by Vicente Riva Palacio under
a slightly different name in the early 1880s. On the history
of the Ateneo see Perales Ojeda (1957).
399

ERIC VAN YOUNG, BETWEEN BUSTAMANTE AND BURKE: LUCAS ALAMÁN’S HISTORICAL PROJECT
res is hard to determine: it may have been in
the first months of 1844, during 1843, or perhaps
even earlier. In the opening pages of
the published work he wrote that the lectures/essays
were the fruit of study “during a
large part of my life,” and that “during [my]
most anguished moments” their writing had
proved a welcome distraction. This hints that
he had been working on the essays for some
years, perhaps even as early as his internal
exile in Mexico City during the fifteen months
April 1833 to July 1834, following the fall
of the Anastasio Bustamante government
(1830-1832), in which Alamán had been chief
minister. He went into hiding to evade criminal
prosecution by a special congressional
tribunal on a number of charges arising from
his ministry under Bustamante, principally
that he had been joint author with war minister
José Antonio Facio of the judicial murder
of President Vicente Guerrero in February
1831 during the Guerra del Sur. During this
period of internal exile he produced a short
book brilliantly defending himself against
the charges, as well as the “Memorias de D.
Lucas Alamán” that after about fifteen years
mutated into the Historia de Méjico that we
know today (Alamán, 1942, 1: 3). 5 His faltering
economic position may have had something
to do with the writing and publishing
5 “Defensa del ex ministro de relaciones don Lucas
Alamán: En la causa formada contra él y contra los
ex ministros de Guerra y Justicia del vicepresidente
don Anastasio Bustamante, con unas noticias preliminarias
que dan idea del origen de ésta”, May 1834
(Alamán, 2006: 47-193); and “Memorias de D. Lucas
Alamán, Ministro de Relaciones exteriores e interiores
en diversas épocas: En las que se contiene la verdadera
historia de esta República desde el año de 1808 en
que comenzaron las inquietudes que condujeron a su
independencia hasta el año de 1843,” unfinished and
unpublished ms. in Centro de Estudios de Historia de
México Carso (formerly Condumex) (CEHMC). Alamán
had begun the Memorias as a highly personal account
of his family’s history and some of his own life, revisited
it from time to time in subsequent years, and then
finally used some of the material for what became the
much grander, more ambitious HdeM in the late 1840s
and early 1850s. The entire episode of the Guerra del
Sur, Guerrero’s execution, Alamán’s prosecution in absentia,
and his eventual absolution is treated in detail
in Van Young (2021: 465-521). It is worth mentioning
that in his very good, quite sympathetic biography of
Alamán, José Valadés also used the unpublished Memorias
to good effect; Valadés (1977). If Alamán did
start writing the essays of the DHM at this time, or at
least outlining them, along with the other two works,
it is all the more remarkable since he did not have his
very large personal library at hand.
of the Disertaciones, from which he might
expect to derive some income from sales, although
this is admittedly speculative. Since
the early 1840s he had been saddled with
considerable debt, and his enormous textile
factory at Cocolapan, near Orizaba, in which
he had invested other people’s money and
his own high hopes for wealth, was crashing
into bankruptcy around this time. Furthermore,
most of the Duque de Terranova
y Monteleone’s urban properties had been
liquidated earlier, foreclosing the possibilities
for significant commissions on sales for
his apoderado. But as always with Alamán,
the major motives for his writing of the DHM
and HdeM were intellectual and ideological.
He simply had something to say about the
history of Mexico, and about how the country
had arrived where it was, and wanted to
be heard. He also felt that his writing could
generate respect for the preservation of
historical documentation, sources that “are
being lost, and disappear every day…The archives
of the Audiencia and of the Acordada,
for the most part, were sold as scrap paper,”
he wrote, “and the [archive] of the house of
the Duke of Terranova was at the same risk”.
The preservation of all these old documents
would be “a useful and honorable thing… for
the nation” (Alamán, 1942, 2: 150, and note 7
on same page).
In a prospectus for the lectures of early
1844, Alamán wrote:
Persuaded of the necessity to promote the
study of our national history from the epoch
of the conquest until our days, now that this
material can be treated freely [and] with impartiality,
considering it from a philosophical
point of view, [and] combatting the errors and
preoccupations caused by the lack of knowledge
and the passions excited by circumstances
that happily have entirely passed away, I
propose to the Ateneo to make ten lectures
(Plasencia, 1997:307-348). 6
The proposal for the original ten lectures
included topics such as a general consideration
of the moral, political, and economic
6 Quoted from another edition of the Disertaciones.
400

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 395-418
consequences of the conquest of Mexico;
the establishment of the Spanish government;
the implantation of Christianity and
the extirpation of idolatry among the Indigenous
people; the life of Fernando Cortés;
the history of the Desagüe of Huehuetoca;
the construction of early Mexico City; and a
few other themes. A tenth lecture would explore
the state of Mexico at the start of the
Napoleonic invasion of Spain, the sequestration
of the Bourbons by the French emperor,
and “the causes that drove the independence
[movement], what held it back, and what
definitively decided it.” This last lecture was
dropped entirely only to materialize later
as his five-volume Historia de Méjico. Some
other proposed chapters were shed, as well,
and the essay on the life of Fernando Cortés
expanded into three chapters, the third of
which dealt in considerable detail with Cortés’s
business ventures and family foundations.
The first lecture was delivered to the
Ateneo on April 9, 1844. The first volume in
the printed version of the DHM, in which the
individual essays were considerably longer
than the lectures at the Ateneo, appeared in
print in 1844 and sold well; Alamán kept elaborating
them into 1848, overlapping with
his initial work on the HdeM.
Aside from the fact that the Disertaciones
is clearly the first installment of a larger historical
project that Alamán never finished,
and is historically, structurally, and chronologically
antecedent to the HdeM, one of its
most interesting aspects is the author’s relationship
to his chief protagonist, Fernando
Cortés. Despite the differences in background,
character, life circumstances, and
historical context between the two men,
it is quite apparent that Alamán identified
strongly with Cortés. The author of the DHM
certainly was no charismatic swashbuckler,
but he thought of himself as a decisive man
of action in politics, sturdy in the face of
adversity, smarter than most of the people
around him, and Machiavellian when it was
required of him–all of which he was. And although
he never explicitly drew the comparison,
the other great figure in his historical
writings, Father Miguel Hidalgo in the later
HdeM, may consciously or unconsciously
have served him as the model of an anti-Cortés:
a confused, indecisive, bumbling
egg-head who stumbled into a bloody civil
conflict out of naiveté, almost single-handedly
bringing down the civilization whose
seeds the Conqueror had sown three centuries
before.
Alamán used his account of the conquest
of Mexico, and especially of Cortés, as a thin
disguise for the expression of his own political
opinions and personal disappointments,
thus violating his own oft-repeated strictures
about sticking exclusively to the facts in
the writing of history (on which more below).
In alluding briefly to a number of Cortés’s
less than successful business ventures,
for example, it is plausible to understand his
assessment of the Conqueror’s affairs as related
to himself and his own reverses with
silver mining in the late 1820s and later, with
farming on his Celaya hacienda in the 1820s
and 1830s, and in the textile industry in the
late 1830s and early 1840s. 7 In commenting
on one of Cortés’s business failures, Alamán
editorialized regarding the remark of a business
agent of the Conqueror’s that “your
Lordship was not born to be a merchant”:
Certain it is that the greatest talents cannot
do everything, and that he who has proceeded
with admirable success in the most arduous
human doings does not because of this
[necessarily] move with equal good fortune in
[affairs] that seem within the reach of ordinary
men (Alamán, 1942, 2: 61).
Or again, provoked by the melancholic sight
of the ruined Cortés palace in Cuernavaca,
partially reduced to rubble (escombros)
in his day, the author commented on some
of the reversals Cortés had suffered after
the mid-1520s or so:
In the fate of men it is almost always to be observed
that when someone rises to have some
extraordinary success, afterwards everything
7 On all of these activities, none of which brought
Alamán the wealth to which he aspired, see Van Young
(2021: 255-306, 521-551 and passim).
401

ERIC VAN YOUNG, BETWEEN BUSTAMANTE AND BURKE: LUCAS ALAMÁN’S HISTORICAL PROJECT
is adverse [to him], and the same Fortune that
elevated him appears to take pleasure in beating
him down with repeated reverses, as if
Fortune had exhausted its own power or had
grown tired of favoring him […] The fate of great
men is typically that during their lives they are
targets of criticism and slander, because the ills
they have been able to cause are more in view
than the benefits owed to them. But death and
the passage of time makes us forget the former,
leaving vivid the remembrance of the latter, of
which we have notable recent examples (Alamán,
1942, 2: 61, 33-35, 53).
Alamán would often express this sentiment
of being unappreciated, unrewarded,
and even reviled by the countrymen
for whom he felt he had done so much, a
historical destiny he very much associated
with Fernando Cortés. In an undated letter
published as an appendix to the Diccionario
Universal de Geografía e Historia (Orozco y
Berra, 1855) and inserted in the first volume
of the 1942 edition of the Disertaciones by
Editorial Jus, Alamán wrote of his election
as a corresponding member of the Spanish
Academia de Historia:
Because my countrymen have kept me at a
certain distance from everything here that
may be called public distinctions, everything
[of that nature] coming to me [from Spain]
is all the more flattering from a country I still
view as my own, since my Navarrese and La
Manchan origins do not permit me to forget
it (Alamán, 1942, 1: xviii).
Intimately related to Alamán’s strong
subtextual identification with Cortés, and
his redemptive project of rehabilitating the
Conqueror, was his use of the Disertaciones
as a platform for the discussion of his own
time, most especially the reverberations
of the Mexican independence movement.
What he quite clearly intended, as I have
noted, was to write a complete history of
his patria. After finishing the ten essays of
the DHM he felt he needed to go back and
fill in some gaps with essays he had planned
but left aside, such as the history of the
Desagüe, the Mexico City cathedral, and the
Inquisition. He also intended to produce a
much more detailed history of the colonial
period but never got to it. The DHM took
the story up to about 1550, and only the first
hundred pages or so of the HdeM were devoted
to a pointed but schematic discussion
of the colonial era. A return to a much more
thorough treatment of the three decades following
the fall of Agustín de Iturbide may
also have been on his mind, since in the final
volume of the HdeM he devoted only 150
pages to them, skipping almost entirely over
critical stretches of history such as the story
of Texas and the Texas revolution. 8 But as he
produced the final volumes of the HdeM he
felt his time to be growing short (he wrote of
this in letters), so that the final volume gives
the impression that he had things he wanted
to say to his countrymen about the unfolding
national tragedy immanent in the process
of independence. And he believed that the
proper interpretive framework to approach
the world-historical significance of the conquest
and independence of Mexico was not
an absolute moral metric, but one of historical
relativism. He wrote in the Disertaciones:
There have been two epochs in which our history
has produced significant events of the
sort that influence not just the fate of a nation,
but that produce great consequences in
political life in general, and in the state of the
entire universe: such have been the conquest
and independence […] All nations have from
time to time suffered these upheavals. These
revolutions that change the face of the globe
and have the name of conquests should not
be judged either with regard to justice, nor [in
terms of] the means used to achieve them,
but rather by reason of their consequences
(Alamán, 1942, 1: 4, 102-103).
Mexicans should dwell not on the males
pasageros of the conquest, but its permanent
effects and the benefits produced by it.
8 He also intended to write a book critiquing the other
Mexican authors on the independence movement, but
aside from his essay on Bustamante he never got to
this, either.
402

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 395-418
From this perspective Cortés’s deeds (and
Alamán’s own policies when in government)
did not appear so heinous compared to other
historical cases in his own time in which he
felt the ends justified the means. Alamán’s
vindication of Cortés was not crudely hagiographical,
nor did his commentaries on
the sad state of Mexican post-independence
politics mention the country by name. The
implicit link here was his own embattled status
as defending the implantation of Spanish
institutions at swords-point, the imperatives
of political stability, and the long view
of historical possibilities. This was a position
largely in keeping with the thinking of the
Irishman Burke (1729-1797, on whom more
below), a thinker Alamán invoked at many
points in his writings.
In writing in the Disertaciones of the implantation
of Spanish royal authority in the
newly conquered New Spain, Alamán drew
an explicit comparison between the sort
of governmental arrangements Cortés was
able to establish within a short time, and
the chaotic politics of his own day. That the
comparison seems far-fetched and decontextualized
is less important than what it
says about the author’s thinking:
The present offers us the contrast [with Cortés’s
time] of all the ills produced by the instability
of government, the ambition to gain
control of it by the most disastrous means,
and the unbridled passions of those situated
in it. It demonstrates as well that it is not the
difference in political forms that makes for
the prosperity of nations […] But unfortunately
political institutions have yet to arrive, nor
is it probable that they will ever arrive, at a
degree of perfection such that they obligate
men who govern to work well within the limitation
of faculties imposed on them, [so that]
everything will always depend upon the personal
qualities of individuals. The happy election
of these [individuals] is a blessing that Divine
Providence reserves in its deep secrets to
bestow it on peoples when it desires to have
them enjoy that degree of happiness that it
is possible to possess on earth […] (Alamán,
1942, 1: 200-201).
In this passage Alamán is not only identifying
Divine Providence as a mover in
human affairs, something he was to do repeatedly
in the HdeM. By this he meant the
contingent in history, those aleatory events
and processes that govern human life in general,
behind which a divine intelligence might
be doing its inscrutable will, a force in
earthly affairs more akin to Fortuna. He is
also ascribing good or bad government less
to the nature of political institutions than to
the men who hold power within them, and
in a somewhat indirect way invoking the
Machiavellian notion of virtú–the personal
qualities required in a leader over and above
those necessary in a good citizen (qualities
that he felt Antonio López de Santa
Anna to lack).
Finally, Alamán was foreshadowing his
later argument that national prosperity was
not necessarily linked to the prevailing form
of government e.g., to monarchical or republican
systems as such as long as the men
in power were disinterested, knowledgeable,
and virtuous. He did come to feel that a
monarchy offered the best chances for such
government because of the political stability
it might bring, but that in the Mexico of
his time stability must mean economic development.
This was a situational conviction
of his rather than a lifelong one, although it
certainly reflected his inclination toward a
strongly centralized state. He wrote of the
ideal government being antecedent to economic
development as:
[…] vigorous and energetic, [which] demonstrates
that for nations to be happy it is necessary
that authority be obeyed and respected,
and that the unity of public power be able to
repress anarchy, the necessary result of [political]
division, whose unavoidable result is
weakness and ruin (Alamán, 1942, 3: 37).
Lucas Alamán’s youthful travels, study,
and early political activities in Europe (1814-
23) had convinced him that the British constitutional
monarchy provided these elements,
a far cry from the restored European
absolutist regimes of the post-Napoleonic
403

ERIC VAN YOUNG, BETWEEN BUSTAMANTE AND BURKE: LUCAS ALAMÁN’S HISTORICAL PROJECT
world. This attitude in part accounts for his
attraction to the ideas of Edmund Burke.
And to drive home unequivocally his admiration
for the British system and his sharp
criticisms of the Constitution of Cádiz (1812),
he also wrote in dissertation ten in the wake
of the revolutions of 1848 that:
England, because of the correct equilibrium
[between the aristocracy and the people] has
known how to give her constitution a stability
that the Spanish has lacked, contributing to all
classes the general good, and has succeeded
by the fruit of her institutions to rid herself, at
least some of the time, from the revolutionary
whirlwind that has […] enveloped in ruins the
thrones of the other nations of Europe (Alamán,
1942, 3: 32).
Of revolutions and their consequences in
general, and that of New Spain in particular,
Alamán had nothing good to say in the Disertaciones,
foreshadowing the three thousand
pages or so he would devote to the
theme in the HdeM. The anarchy (as he perceived
it) of Mexico in his own days he linked
to factional conflict and the revolutionary
upheavals so prevalent after the winning of
independence. With reference to Old Spain,
at the very beginning of the first dissertation
he compared the “days of glory and prosperity”
under the Catholic Kings with those
of poverty and confusion to which “the unleashing
of [political] passions and partisan
furor” had brought mid-nineteenth-century
Spain. Despite some conceptual and historical
blurring, he conveyed the idea that war
and political conflict inevitably bred excess,
contextualizing such occurrences relative to
the history of other nations, and taking aim
at his favorite target, the French Revolution:
All nations, in the convulsions of revolutions,
have fallen into more or less excesses, even
those at the forefront of modern civilization
[…] [D]uring the French Revolution, by decree
of the Convention, the tombs of the [French]
kings were opened and the bodies thrown in
a ditch, because vandalism is never more destructive
than when it is carried out in the name
of philosophy and progress. When this revolutionary
furor had already passed, the French
armies that invaded Spain repeated the same
scenes everywhere. In the very church of San
Isidro near Seville where the remains of Cortés
were first deposited, I have seen the tombs
of so many heroes of the family of Guzmán
el Bueno opened, and their statues mutilated.
We lament, then, that the revolutionary spirit
has extended its lash toward us, but we do not
believe that other nations have been exempt
from it (Alamán, 1942, 2: 52-53). 9
Alamán wrote that the effects of political
disorder were “everywhere and at all times
the same, and politics in a state of dissolution
always offer the same symptoms”
(Alamán, 1942, 3: 122). In the Disertaciones,
then, he had laid out some of the essential
arguments on which he was to base his condemnation
of the independence movement
in the Historia de Méjico.
Alamán and Carlos María de
Bustamante
Judging by the text of the Historia de Méjico,
the two writers that most influenced
Lucas Alamán were his friend Carlos María
de Bustamante (1774-1848), and the Irishman
Edmund Burke (1729-1797). Burke was
a man whose work Alamán obviously read
and admired. The prolifically cited Bustamante
served him as a foil, a ready example
of how not to write history, while Burke
apparently shaped his thinking about the
question of revolution, political stability,
and innovation, or at least gave expression
to Alamán’s ideas a half-century before
he did. We know he read Burke, probably
9 Alonso Pérez de Guzmán, “Guzmán el Bueno” (1256-
1309), was a Spanish nobleman and military hero reputed
to be of Muslim extraction. In invoking the profanation
of tombs, Alamán must surely have been thinking,
without mentioning them, of the instances in the early
republican period of various rumors of plots to desecrate
Cortés’s remains. His bones had been transferred
from Spain to Mexico and were interred first in Coyoacán,
then the Franciscan monastery in Mexico City, and
finally in the chapel of the Hospital de Jesús, where they
were moved at least once from one spot to another to
insure their safekeeping, and where they remain today.
404

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 395-418
in English, since Alamán cited him in footnotes
and epigraphs in the HdeM. But the
work for which the Irishman is most famous
today, and that has gained him the reputation
as the father of modern political conservatism,
Reflections on the Revolution in
France (1790), does not appear in the inventory
of Alamán’s library done in great detail
shortly after his death. 10 He cites other
historians in the pages of the HdeM, almost
exclusively Mexican contemporaries who
wrote accounts of the 1810 insurgency or
early republic such as Zavala, Tornel, Mier,
and Mora, either to draw data from them or
criticize them, or both. But except for Burke
he was not generous in acknowledging
modern historical scholars whose works he
might have drawn upon as methodological
models or who might have influenced him in
a philosophical or interpretive key–mostly,
one would think, Europeans, since his library
was dominated by the books of European
writers ancient and modern. The ancient
Greek and Roman historians and philosophers
supplied him primarily with aphorisms,
and he quoted them frequently as an
educated writer of the period was expected
to do. It may be that Lucas Alamán’s failure
to acknowledge influences upon his historical
writing showed that there were few or
none, or revealed his ambition to appear absolutely
original, most likely the latter.
In 1897 Alamán’s elder son, the lawyer
Juan Bautista Alamán, updated the biography
he had written of his father in 1854, the
year after don Lucas’s passing, mentioning
the statesman’s initial intention that the
HdeM not be published until after his death,
clearly linking its composition to the war
with the U.S., and placing Bustamante in the
picture:
He began to write with the intention that it
[the HdeM] not be published until after his
death […] The first volume finished, he showed
it to various trusted friends, and due as much
to their insistence as to believing the general
10 For an analysis of Alamán’s library, which contained
nearly 2000 works, made only four months after his
death in 1853, see Van Young (2021: 667-670).
ideas vindicated with the passage of time and
the disillusionments caused by the misfortunes
of the foreign war, he resolved to bring
the work to the light of day. But before that he
wanted to sound out public opinion, for which
he wrote and published anonymously the
“Biografía de D. Carlos María [de] Bustamante”.
Having taken part in many of the events
in the war for Independence from its beginning,
and having been its historian, although
so passionate [in his views] that he sometimes
for that reason strayed from the truth, Bustamante’s
[work] presented to Alamán the occasion
to treat tentatively the points his book
[would] embrace (Alamán, 1942, 1: ix-xxxviii,
at xxx). 11
As Juan Bautista Alamán’s biographical
essay suggests, we have Bustamante’s
history and the Mexican-American War to
thank in part for his father’s work on Mexican
independence. It is clear from references
in both the DHM and the HdeM that Lucas
Alamán intended to produce a general
history of the country. But he was precipitated
into a history of the insurgency before
he had finished the DHM by the advent of
the war and its ultimately tragic outcome
for Mexico, which caused him to reflect on
the errors and myth-making of Bustamante’s
Cuadro histórico. What the HdeM might
have looked like had the war with the U.S.
not occurred we can only guess at. It would
certainly have been heavily critical of Mexico’s
rejection of the benevolent elements in
the Spanish colonial regime and would have
condemned Father Hidalgo’s uprising and
its violent, destructive aftermath, but might
not have been quite so pessimistic in tone.
In 1849, the year after Bustamante’s
death and the year in which the first volume
of the HdeM was published, Alamán also
authored anonymously the Noticias biográficas
del Lic. D. Carlos María de Bustamante
y juicio crítico de sus obras, escritas por un
11 “Apuntes para la Biografía del Exmo. Sr. D. Lucas
Alamán, Secretario de Estado y del Despacho de Relaciones
Exteriores…”. This is the same biographical essay,
under the same title, published in 1854 by José M.
Lara, Mexico City, 1854. José Valadés apparently relied
heavily on the biography by Alamán’s son for his own
1938 biography of the statesman.
405

ERIC VAN YOUNG, BETWEEN BUSTAMANTE AND BURKE: LUCAS ALAMÁN’S HISTORICAL PROJECT
amigo de don Carlos y más amigo de la verdad
(1849). It is important to note that the
two men were friends, or at least were on
friendly terms. Their politics overlapped at
certain points, and they lent books to each
other at a time when books were expensive
and their lending suggested trust in the borrower’s
integrity. Furthermore, as a trained
lawyer Bustamante offered a spirited legal
defense of Alamán before the Mexican Supreme
Court at the very end of 1834 in the
matter of the ex-minister’s role in the death
of Vicente Guerrero. So, when Alamán referred
to himself as a friend of Carlos María de
Bustamante he was not being ironic. Nonetheless,
in this essay he used Bustamante’s
Cuadro histórico de la revolución Mexicana,
iniciada el 15 de septiembre de 1810 por el C.
Miguel Hidalgo y Costilla, cura del pueblo de
Dolores en el obispado de Michoacán (1961)
as a punching bag, correcting what he saw
as swarms of errors in the older man’s work,
impugning the work’s value implicitly by
pointing to Bustamante’s carelessness and
even duplicity as a historian in general, and
hinting at some of his own differences of interpretation
with Bustamante regarding the
independence movement.
A glance at the abundant footnotes of the
HdeM reveals that Alamán corrected Bustamante
or took issue with him on innumerable
occasions while still mining the Cuadro
histórico for data on the 1810 insurgency;
what his criteria were for deciding what was
accurate and what was inaccurate he does
not tell us. For example, Alamán accused
Bustamante of passing superficially over
the Querétaro conspiracy of 1810, and of the
willful omission of some aspects of this famous
episode (Alamán, 1942, 2: 242-243).
In other places he asserted that Bustamante
had neglected many key facts, “a forgetfulness
inexcusable in a historian” (Alamán,
1942, 1: 32, note 7); had a sketchy relationship
with reality (Alamán, 1942, 1: 253, note
6); and always presented events “in a light
opposite to what they really were” (Alamán,
1942, 2: 256, note 18). In discounting Bustamante’s
version of an event during the insurgency,
Alamán quoted the Roman poet
Horace: “Risum teneatis amici [Can you
help laughing, friends?]” (Alamán, 1942, 2:
96, note 23). Commenting that even in the
second edition of the Cuadro histórico Bustamante
clung stubbornly to errors refuted
by concrete documentation, Alamán wrote
that “such unwillingness [to self-correct],
incompatible with [arriving at] the truth of
history, makes Bustamante’s [history] little
loyal [to reality]” (Alamán, 1942). 12 He continued:
This is, nonetheless, the only history we have
of the revolution that ended in independence;
this is what foreigners read and quote in
their works; [it is] what Mexicans believe and
what romantics make still more fabulous with
the fabulous lies with which they decorate it;
and this proves the necessity of going to the
original documents to find out the truth of the
facts […] It is true that with the same materials,
the same costs, and some greater care in
editing, Lic. Bustamante could have produced
the most important service to national history,
leaving in the Cuadro histórico and subsequent
works well attested facts, presented
with fidelity and impartiality, even if they were
not favorable to the persons to whose benefit
he hid them […] (CEHM 22-1830).
Alamán acknowledged, however, that the
older man “has contributed much to awaken
the fondness for the study of national history…
[and]… [i]t would be very much desired
that Bustamante have imitators, who,
working with the constancy he did, know
how to avoid his mistakes”. 13 Other scholars
12 Alamán included in all five volumes of the HdeM a
section at the end of the volume entitled “Adiciones y
Reformas” in which he discussed points of controversy
in his work or corrected errors brought to his attention
by correspondents (e.g., 1: 392-409), although these
sections tended to get shorter and crankier in tone as
the work progressed. Wrote Alamán in volume one: “El
nuevo exámen de algunos puntos contenidos en este
tomo, hecho con motivo de recojer datos y noticias
sobre otros, y las conversaciones tenidas acerca de
ellos con sugetos capaces de ilustrar estas materias,
ha hecho necesario rectificar ó dar mayor extension a
algunas de las especies vertidas en él, que es el objeto
de estas adiciones” (392-393).
13 Draft of Noticias biográficas…, CEHMC 22-1830;
CEHMC 23-1977 is a draft in Alamán’s hand of the biographical
part of the essay.
406

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 395-418
of the time were no less critical of Bustamante,
and no less ambivalent about the value
of his work. For example, the American
historian of Spain and its empire, William H.
Prescott, in a private letter to Ángel Calderón
de la Barca in 1840 offered his evaluation
of the prolific Mexican historian: “I have
long distrusted [Bustamante], though Mexican
letters are under obligations to his editorial
activities. But between ourselves he is
a sorry ranting bigot, with more tongue than
brains, I suspect” (Jaksic, 2007: 229). 14
As Lucas Alamán acknowledged in his
critical biographical essay on Bustamante,
despite its many shortcomings as a work
of history the older man’s Cuadro histórico
was widely read, laying the foundations of
much subsequent writing by Mexican historians
about independence. The Cuadro
may actually have been more influential
than Alamán’s magisterial HdeM since it set
the lines for the patriotic narrative of the
independence struggle, providing a gallery
of heroic (and villainous) portraits of the
protagonists, and molding nineteenth-century
opinion among general readers. An ardent
nationalist and republican, Bustamante
(along with Padre Mier) condemned the
Spanish colonial regime root and branch as
an unjust usurpation of the legitimate Indigenous
states whose heritage the insurgency
had vindicated, and from whose ruins independent
Mexico was to rise, phoenix-like.
He extolled and mourned the Indigenous
tradition, going so far as to suggest that the
massacre of peninsular and Mexican-born
Spaniards at the Alhóndiga of Guanajuato in
the fall of 1810 was a sort of just vengeance
14 Prescott, Boston, to Calderón de la Barca, Mexico
City, 25 June 1840. José Fernando Ramírez of Durango
(1804-1871) attorney, politician, historian, and bibliophile
commented in a letter to Alamán that Bustamante
was “frivolous, inexact, and more than shading
the truth, he was a liar,” especially criticizing him for
the “useless work” he did in editing Sahagun’s Historia
general de las cosas de la Nueva España (the Florentine
Codex); in the same letter Ramírez added: “I am
happy for you to tell me you are thinking of continuing
with your Disertaciones, and would not object that before
finishing these you would bring to light your history
of the revolution, because who else will fill such a
gap?”; Ramírez, Durango, to Alamán, Mexico City, December
22, 1848, CEHMC 18-1458.
for the atrocities committed against the native
inhabitants of Anáhuac during the conquest
and after. He wrote:
[I] imagined that I saw among those cadavers
and [still] twitching limbs the spirits of Cortés,
of Alvarado, and of Pizarro staggering with terror
looking at them, and of weeping America
throwing herself on them, saying with a terrible
voice “Of what are you so horrified seeing
these victims? Have you forgotten the cruel
massacres you carried out three centuries ago
in Tabasco, in Cholula, in the great temple of
Mexico City, in Cuernavaca? [...] Do you perhaps
not know that in the scales of the great
[Creator of All Things] all these crimes were
weighed and that He reserved His vengeance
for my crushed and enslaved sons, after three
centuries?
And to make the point even more emphatically,
Bustamante added a stanza of poetry:
In this way their unjust crimes Will be punished,
one by one, Blood with blood, and tears,
in the end, with tears (Bustamante, 1961, 1:
39). 15
This Aztec irredentist-revanchisme was a
product of Bustamante’s romantic nationalism,
whereas Alamán (and interestingly, his
staunch political opponent Lorenzo de Zavala)
adhered more to the empiricist school of
Leopold von Ranke (1795-1886), although we
do not know if he read the German historian.
But while Alamán continually proclaimed his
own absolute objectivity in writing the HdeM,
the work was clearly tilted in the direction of
the author’s own conservative political views.
In particular he faulted Bustamante for glorifying
the insurgent leaders into icons in a
national mythology, a mythology Alamán
meant to debunk with his own writing.
Alamán and Edmund Burke
Since the book does not appear in his library,
we must infer that Lucas Alamán read
15 On Bustamante’s life, see Castelán (1997) and Brading
(1991: 634-646).
407

ERIC VAN YOUNG, BETWEEN BUSTAMANTE AND BURKE: LUCAS ALAMÁN’S HISTORICAL PROJECT
Edmund Burke’s Reflections on the Revolution
in France (1790) from the quotations
and epigraphs he took for his own Historia
de Méjico from the Irish MP’s work; but this
seems a very safe inference. After the fall of
the first Anastasio Bustamante government
(1830-1832) and Alamán’s own internal exile
(1833-1834) there was a major point of inflection
in his political thinking away from a
moderate, centralist liberalism to the more
recognizable strong centralist conservatism
and later monarchism with which we
now identify him. In his condemnation of
the political and economic violence of the
Mexican independence movement, and his
often desperate pronouncements about the
chaotic times that followed, Alamán came
to view revolution in general and the political
experimentation that often accompanied
it as social evils. This did not apply in
his mind, of course, to the jalapista uprising
against the government of Vicente Guerrero
in which he played a large organizational
role, and that brought him to power at the
beginning of 1830; but that is a story for another
time. 16 Whether he developed his own
increasingly conservative ideas on his own,
took important elements of inspiration from
Burke, or found that Burke articulated well
some of the ideas he already had is hard to
tell, but the last possibility is the most likely.
However the Mexican encountered the Irishman’s
thinking about politics and society,
the resonance between the two is striking.
This is important rather than just an interesting
coincidence because it places Alamán
yet more firmly in an Atlantic political tradition
and draws his repeated references to
the radical liberals of his time (figures such
as Lorenzo de Zavala and Valentín Gómez
Farías) as “Jacobins” even closer to critiques
of the French Revolution.
The Dublin-born Burke wrote on philosophical
themes –for example, the treatise A
Philosophical Enquiry into the Origins of Our
Ideas of the Sublime and Beautiful (1779)–,
which made his reputation as a young man
16 For an account of this uprising, led by Vice-President
Anastasio Bustamante, see Van Young (2021:465-
482).
of twenty-seven years old; but also on history,
law, the American colonies, contemporary
British affairs, parliamentary reform and
politics, and economics. He served in the
British Parliament’s House of Commons for
several different constituencies from 1766
until three years before his death in 1797, although
he was seldom in the government.
Burke was a life-long Whig, what we might
consider today the more liberal political position
of the two major factions, rather than
a Tory, which his conservatism might lead
one to believe. 17 His Reflections on the Revolution
in France, written largely in response
to a sensationally pro-revolutionary sermon
preached by the Reverend Richard Price in
November 1789, has become a touchstone
of conservative political thinking in the
Anglophone world. Burke’s polemical work
was literally conservative in the sense that
he championed the conservation of ancient
French principles of governance rather than
their sweeping away to clear the ground for
the construction of a new French state ex nihilo.
Burke was much more pragmatic, flexible,
and open to social and political change,
however, than some other conservative
writers of the age, such as the Savoyard
Joseph de Maistre (1753-1821), an ardent
throne-and-altar thinker who may also have
been influenced by his reading of Burke but
was much more extreme and dogmatic in
his views. Aside from espousing the traditional
Whig position of restraining royal power
in favor of Parliament, Burke supported several
progressive causes that even some of
his Whig colleagues rejected. Among these
were the removal of civil disadvantages that
had been placed on Catholics in Protestant
Britain, the abolition of African slavery in the
17 The British-American writer Christopher Hitchens
(2004) wrote that Burke “upheld the more liberal principles
of the Whig faction”. Hitchens quotes Karl Marx,
who in a footnote to volume one of Das Kapital wrote
that Burke was “…a sycophant who in the pay of the
English oligarchy played the romantic laudator temporis
acti [praiser of times past] against the French Revolution…[and]
was an out-and-out vulgar bourgeois;”
and Thomas Jefferson in a 1791 letter remarking “the
rottenness of his mind.” Burke was often accused of
being mercenary, not least by Thomas Paine. There is
a large literature on Burke’s life and ideas; a recent biography
is Jesse Norman (2013).
408

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 395-418
British realms, and a peaceful solution to the
tensions with the American colonies rather
than the aggressive posture adopted–counter-productively,
as it turned out–by the
Tory government (1770-1782) of Lord North.
One of the most famous incidents of his parliamentary
career was his leadership in the
years-long impeachment proceedings in
the House of Commons for embezzlement
and abuse of power against Warren Hastings
(1732-1818), the former de facto governor-general
of Bengal, in eastern India,
whose major city, Calcutta (now Kolkata),
was the capital of the British Raj. Within the
general framework of British and East India
Company policy toward India, Burke’s position
represented those who sought a more
humane treatment of Indians as subjects of
the British crown, with certain rights to have
their political sovereignty acknowledged.
Burke remains a controversial figure, often
condemned as a reactionary for his devotion
to monarchy, his defense of the British
aristocracy, and his deep skepticism toward
political innovation, but just as roundly praised
for the profundity of his political thought
and his advocacy of the rights and liberties
of oppressed social groups.
Edmund Burke’s principle concrete condemnation
of the French Revolution anticipated
very closely the stance assumed by
Lucas Alamán toward the Mexican independence
movement three decades later: it had
destroyed so much of French society that
the costs were greater than any benefit it
may have produced. In a speech in the House
of Commons of early 1790, Burke asserted
that since the summer of 1789:
[…] much work was done in France. The French
had shown themselves the ablest architects of
ruin that had hitherto existed in the world. In a
very short space of time they had completely
pulled down to the ground, their monarchy;
their church; their nobility; their law; their revenue;
their army; their navy; their commerce;
their arts; and their manufactures (Burke,
2001: 66). 18
18 Quoted in Jonathan Clarke’s “Introduction” in Burke,
Reflections.
Compare the melancholy verdict of Alamán,
cited near the beginning of this essay,
assessing in the wake of the Mexican-American
War the effects of independence in
Spanish America in general and Mexico in
particular:
[…] it would seem that we have reason to
recognize with the great Bolívar that Independence
has been purchased at the cost of
everything Spanish America possesses […]
These dreadful outcomes have given reason
to discuss if Independence has been a good
or an evil (Alamán, 1942, 5: 556ff).
But beyond the social and economic
destruction the Revolution had wrought in
France, Burke thought that a fundamental
political mistake, even a criminal mistake,
had been made by the men of revolutionary
France: in essence a denial of history, and
of the implicit contract between the living
generation, generations past, and those
that would come after it. He believed that
states existed in time, not just the political
moment–that the inherent weight and value
of history, the sanctification by experience,
and the implicit inter-generational contract
argued conclusively in favor of
[…] any settled scheme of government against
any untried project, that a nation has long existed
and flourished under it. It is a better presumption
even of the choice of a nation, far
better than any sudden and temporary arrangement
by actual election. Because a nation
is not an idea only of local extent, and individual
momentary aggregation, but it is an idea
of continuity, which extends in time as well as
in numbers, and in space. And this is a choice
not of one day, or one set of people, not
a tumultuary and giddy choice; it is a deliberate
election of ages and of generations; it is
a Constitution made by what is ten thousand
times better than choice, it is made by the peculiar
circumstances, occasions, tempers, dispositions,
and moral, civil, and social habitudes
of the people, which disclose themselves only
in a long space of time (Burke, 2001: 55). 19
19 Quoted in Clark’s “Introduction”.
409

ERIC VAN YOUNG, BETWEEN BUSTAMANTE AND BURKE: LUCAS ALAMÁN’S HISTORICAL PROJECT
An emphatic theme in Burke’s thought
(echoed many times by Alamán) was
the danger of abstract thinking in the spirit
of innovation. He viewed the French constitutionalism
that emerged early in the Revolution
as a dangerous and unwarranted
leap into the unknown, and the Revolution
itself not as a venture into a new world, but
a step backward into irrationality, violence,
and barbarism reminiscent of the sixteenth-century
wars of religion. In the words of
J.C.D. Clark, the most recent editor of the
Reflections,
Burke’s book, then, re-emphasised practice,
experience, and wisdom against revolutionary
theory... To be against theory is not to be without
a theory, however, and Burke’s Reflections
can be shown to embody distinct principles
of government (Burke, 2001: 86).
Burke favored a “mixed and tempered
government” in a state both stable and
with maximum liberties for its citizens, with
a strong central executive well hedged-in
by laws, learning from past experience but
open to innovation. But innovation must be
restrained by a sufficient respect for history
and established institutions:
A spirit of innovation [wrote Burke] is generally
the result of a selfish temper and confined [i.e.,
narrow] views. People will not look forward to
posterity, who never look backward to their
ancestors…We procure reverence to our civil
institutions on the principle upon which nature
teaches us to revere individual men; on
account of their age; and on account of those
from whom they are descended. All your sophists
cannot produce any thing better adapted
to preserve a rational and manly freedom
than the course that we [English] have pursued,
who have chosen our nature rather than
our speculations, our breasts rather than our
inventions, for the great conservatories and
magazines of our rights and privileges (Burke,
2001: 184-185).
In describing somewhat Delphically the
obligation owed by the living to the dead,
Burke wrote:
The state ought not to be considered as nothing
better than a partnership agreement in a
trade of pepper and coffee, calico or tobacco,
or some other such low concern […] [I]t becomes
a partnership not only between those
who are living, but between those who are living,
those who are dead, and those who are
to be born. Each contract of each particular
state is but a clause in the great primeval contract
of eternal society, linking the lower with
the higher natures, connecting the visible and
invisible world, according to a fixed compact
sanctioned by the inviolable oath which holds
all physical and all moral natures, each in their
appointed place (Hitchens: 2004).
If this statement sounds as though Edmund
Burke viewed his model of society (the
model being Britain) as being a sort of corpus
mysticum that evolved organically over
time rather than in fits and starts of fevered
innovation, that is the case. He also believed
in the socially cohesive properties of religious
practice and in the sanctity of private
property. The legislative power (the British
House of Commons in his case) should be
composed of representatives rather than
delegates of a restricted electorship, not a
wide popular democracy, and the people so
selected should be social stakeholders: men
of property, education, and personal integrity;
in other words, hombres de bien. All
these ideas he shared with Alamán.
Alamán and Mexican Independence
In his Historia de Méjico Lucas Alamán constructed
a historical narrative of Mexico’s decline
to near state-failure beginning with the
repudiation of the Spanish heritage by misguided
insurgent chieftains who had led a
class war of the poor and brown against the
white and propertied. From this fundamental
mistake, he reasoned, combined with the
lack of a political culture and historical experience
to support republican institutions,
followed the country’s internal anarchy and
weakness of the post-1821 period. Analyzing
the years following the failed first Mexican
empire, he condemned the political expe-
410

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 395-418
rimentation with radical foreign ideas that
he found ill-suited to Mexican realities. By
“experimentation” he had in mind the federalist
Constitution of 1824, which he thought
full of “brilliant theories” but little practical
wisdom, and other flights of political innovation,
the “hasty alterations, of which it is
very doubtful that they were undertaken
with sound judgment” (Alamán, 1942, 1: 4).
He found particularly noxious the tampering
with traditional religious practice and institutions
by Mexican liberals, although much
worse was yet to come (or so he would have
viewed it) in the Constitution of 1857. In all
this the influence on his thinking, or at least
the parallelism with it, of Edmund Burke’s
writing was strong and explicit.
In his participation in the monarchist
conspiracy of late 1845 and early 1846, and
in his articles (many of which he wrote, but
even when not the author he at least sponsored
and certainly agreed with them) in
his newspaper El Universal (1848-1855), Alamán
made clear in the last half of the 1840s,
approaching the final years of his life, his
predilection for the return of monarchy to
Mexico. 20 But this was a late-life change in
his political thinking, an intensification of an
inclination already present in his mind but
long muted in favor of the strongly centralist,
oligarchical form of government within
whose framework he thought he could work,
and that after the Iturbide episode would
encounter less social and political resistance
than the installation of a monarchy. The
shift in his views grew from deep disillusionment
with the situation to which he believed
republican institutions, and the factionalism
and anarchy they engendered, had brought
the country in the quarter-century after 1821.
It has been plausibly suggested that this explicit
monarchism had receded into a more
“traditional conservatism” after 1848 or so
when Alamán founded a conservative political
party (Palti, 1998). Although he would
come to be one of the principal architects of
the very centralist and authoritarian regime
of Santa Anna beginning in 1853, by the time
he published the last volume of the Historia
20 On the articles of the late 1840s, see Palti (1998).
in 1852 he was ready to repudiate monarchism.
Responding to an assertion in José
María Tornel’s Breve reseña histórica (1852)
that he had held monarchist opinions from
his youth, Alamán wrote:
General Tornel, in the cited Reseña histórica
[sic], supposes in the author of this work [i.e.,
Alamán] monarchical opinions acquired during
his youth in his travels in Europe. It was
precisely to the contrary: the people with
whom he dealt most immediately in these travels
formed in him the opposite opinions, and,
at the time discussed, the opinions he professed
were the same as those of General [Mier]
y Terán: a central republic, with a certain amplitude
of faculties in the provinces, divided in
smaller territories in order to achieve
local welfare without the inconveniences produced
by the sovereignties of the states (Alamán,
1942, 5: 507, note 2). 21
Alamán was a situational monarchist,
not an essential monarchist; that is, at one
point he espoused a monarchist program
but generally did not. Nor was he inconstant
in his opinions, or a political opportunist;
his ideas changed with circumstances but
his basic principles did not. His thinking
quite clearly never implied a rejection of
Mexican independence from Spain. So in
seeking to understand what Lucas Alamán
thought about Mexican independence it is
necessary to acknowledge that while he
had much positive to say about the colonial
regime (on which more below), and has thus
always been seen as its foremost apologist,
he never actually advocated its restoration
because he believed that the independence
of Mexico was an inevitable development
spoiled to a large extent by the manner
of its achievement. His thinking of the late
1840s on the appropriateness of monarchy
for the country should therefore be seen
as a separate but inter-related issue from
his views on independence and how it was
brought about.
21 (Tornel y Mendivil, 1852). Manuel de Mier y Terán
(1789-1832) was a prominent military man, politician
and close friend of Alamán.
411

ERIC VAN YOUNG, BETWEEN BUSTAMANTE AND BURKE: LUCAS ALAMÁN’S HISTORICAL PROJECT
At the time of the HdeM’s publication
there was little if any criticism of the first
hundred pages in volume one, in which Alamán
gave his largely positive account of the
colonial regime, pages that have since furnished
the basis for unending criticism of him
as an apologist for the colonial order and
all its brutalities and inequities. The general
silence of contemporaries about these sections
may have been due to the outraged
focus of most readers on the iconoclasm he
aimed at almost all the independence heroes.
The exception to this was Father José
María Morelos, whom he clearly admired for
his integrity and military abilities even as he
condemned the insurgent priest for his politics.
22 Alamán is well known to have praised
the colonial regime for what he believed was
the orderly society it shaped. This is hardly
surprising since the order/anarchy dyad
was a constant theme in his work as both
politician and writer. It is difficult to imagine
statements more Burkean than these:
By these means [i.e., the political/bureaucratic
machinery], some more stable and ordinary,
others temporary and circumstantial, all the
immense continent of America, today a chaos
of confusion, disorder, and poverty, at that
time moved with uniformity, without violence,
it may be said [even] without effort, and
all moved in a progressive order toward continual
and substantial improvements […] This
system of government had not been the work
of a unitary conception, nor did it proceed
from the speculative theories of legislators
who pretend [that] as incontestable oracles of
truth they wish to subject the human race to
imaginary principles […] It was the outcome of
the knowledge and experience of three centuries.
22 Fairly typical was the passing remark about the first
volume of the HdeM by Mariano Arista in an 1849 letter
to Mariano Riva Palacio. The book had “overflowed the
measure of insult” in its unworshipful attitude toward
the heroic figures of the independence struggle; Arista
expressed astonishment that “there can be a Mexican
so unnatural as to undertake to cast doubt on the deeds
to which the movement of the venerable priest of Dolores
gave rise;” Mariano Arista, Mexico City, to Mariano
Riva Palacio, Toluca, no date, 1849, BLAC-Mariano Riva
Palacio Papers 3032.
And at another point:
We have seen [in the colonial regime] a government
established and successively improved
by the wisdom and experience of three
centuries; consolidated through the habit of
long obedience; supported by the love of its
subjects, and suddenly shaken by unforeseeable
causes [the American and French Revolutions]
[…] Similar to that ancient oak of which
Virgil speaks (Aeneid, book 2, verse 626), attacked
stubbornly by woodsmen determined
to bring it down, although its trunk is almost
cut [through], it still resists the repeated blows
of the axe; it shakes its high crown majestically,
and conquered at last, as it falls brings
down with it the same [men] who destroyed
it (Alamán, 1942, 1:60-61, 221-222).
He did offer some critical opinions about
the colonial order, but these were not simply
fig leaves to lend credibility to his positive
assessment of it. The Inquisition he found
extremely noxious, and the colonial educational
system backward. 23 He also implicitly
acknowledged critical flaws in the colonial
system: the lack of workable representative
institutions, the weakness of entrepreneurial
spirit, and the dependency of New Spain’s
commerce within the monopolistic arrangements
imposed by the metropolis, hardly
unimportant issues.
Although some of his positive assessment
of the colonial order stands up to scrutiny,
in the light of historical scholarship we know
that much of his defense of it was pure rubbish.
For example, Alamán had a relatively
low opinion of Mexico’s Indigenous people,
still the majority of the population in 1810
(he devoted remarkably little attention to
them in the HdeM), so their sufferings under
the exploitation of the colonial system
are not really mentioned at all in his work.
23 As a young man of twenty, Alamán had his own
run-in with the Inquisition in 1812 for reading works on
the Index Librorum Prohibitorum; this finally come to
nothing, probably due to the intervention of his elder
half-brother, the Churchman Juan Bautista Arechederreta
(1771-1835). He also invested a good deal of effort
as a public figure and government minister after 1821
to reform university curricula and implant the Lancasterian
System of primary education in Mexico.
412

KORPUS 21, VOL. I, NÚM. 3, 2021, 395-418
But that is hardly the point here. Alamán
was building a case to show that independence
as an end, or at least a final outcome,
was fatally stained and compromised by the
struggle to achieve it.
Despite his defense of the colonial regime,
and even his nostalgia for it, in more
than one place in the HdeM Alamán made it
very clear that he thought the independence
of New Spain from Old Spain natural and
inevitable. In the first volume he wrote that
it was
[…] an inclination as natural and noble in nations
as in individuals, which, once the idea to
obtain it has awakened, develops with irresistible
force, more so when a promising future
presents itself [with] a vision of great and incalculable
benefits. To further this object, at
that time [i.e., in 1808-1810] no better opportunity
appeared to obtain [independence]
easily than the state of the metropolis. Not
only was there no new injury [for New Spain]
to complain of, no arbitrary act that might justify
a legal resistance, but the just cause for
complaint, the extraction of capital through
the Consolidación de Vales Reales, been removed
(Alamán, 1942, 1: 125, 5: 78).
And in the final volume he restated this
view:
Independence had come to be inevitable for
Mexico and for the entire American continent
[i.e., Latin America]. Born of the events of
1808 in Spain, the absurd plan followed in the
revolution commenced [in Mexico] in 1810 and
the atrocities that stained it, could block the
development [of independence], but not extinguish
the desire to achieve it […] (Alamán,
1942, 1: 125, 5: 78).
The crisis in Spain itself, therefore, initiated
by Napoleon’s invasion of the Iberian
Peninsula and his usurpation of the Spanish
crown, was in Alamán’s telling the trigger, or
really a pretext, for the insurgency. In the end
he espoused very robustly the view that it
was Agustín de Iturbide who consummated
Mexican independence. Yet in emphasizing
the external factor of the imperial crisis of
1808-1810 rather than social, political, and
economic forces within the colony itself,
Alamán never quite resolved the question of
how independence would have come about
if not for the Hidalgo rebellion, misguided
or not.
Independence as such was not the problem
for Alamán; it was the nature of the
insurgency begun by Father Miguel Hidalgo.
This had wrought such destruction on New
Spain that its emergence as independent
Mexico was crippled from the beginning,
not least because it left behind it a legitimacy
vacuum in political life into which flowed
the corrosive juices of factionalism and political
opportunism. Alamán was essentially
pushing this view publicly even before the
appearance of the HdeM beginning in 1849.
In response to the controversy surrounding
the question of whether September 16
should be celebrated as Independence Day,
or September 27 instead, the day in 1821 on
which Iturbide and his forces entered Mexico
City (and incidentally Iturbide’s birthday),
El Universal published what the late Michael
Costeloe described as a “vitriolic condemnation
of Hidalgo and the early stages of
the insurgency,” characterizing Father Hidalgo
and his fellow insurgents as “bandits
and murderers” (Costeloe, 2001: 43-75).
This actually provoked a proposal by liberal
congressmen Guillermo Prieto and Ponciano
Arriaga to raise legal charges against the
newspaper. By the time he came to write of
the early stage of the insurgency in volume
one of the Historia, Alamán characterized
it as a gross perversion of the natural and
healthy drive for independence,
[…] a monstrous mixture of religion with murder
and pillage: a cry of death and desolation
which, my having heard it thousands of times
in the first days of my youth, still sounds in
my ears with a fearful echo! [...] In a people
in which, unfortunately, religion was almost
reduced to merely exterior practice […] [and]
when the dominant vice of the mass of the
population was the propensity to rob, it is not
strange that there should be found so easily
413

ERIC VAN YOUNG, BETWEEN BUSTAMANTE AND BURKE: LUCAS ALAMÁN’S HISTORICAL PROJECT
followers of a revolution […] [that] raise[d] up
the plebs against everything they had feared
or respected until then […] So it is that in all the
villages the priest Hidalgo found such a strong
predisposition, which only needed his presence
to drag behind him all the masses. But the
means he employed to win this popularity
destroyed the foundations of the social edifice,
suffocated every principle of morality and
justice, and have been the origin of all the evils
the nation laments, which all flow from that
poisoned fountain. Hidalgo’s growing army
presented the aspect of [migrating] barbarian
tribes…rather than an army on the march