12 La fascinación actual - una reflexión final
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12 La fascinación
actual: una
reflexión final.
A pesar de ya saber montar en bicicleta desde hace
mucho, mi primer año como ciclista urbana fue como
volver a aprender, porque recorrer Bogotá en ella
es un tema de vida o muerte. Era aprender sobre mi
misma, al mismo tiempo que aprendía consciente
e inconscientemente sobre la bici y la ciudad, sus
horarios, sectores y emociones. Así pues aprendí que
entre las cinco y las nueve de la mañana las calles se ven
invadidas de carros, buses, vehículos de carga, motos y
bicicletas.
Entonces este era el horario en el que tendría
que recorrer diferentes barrios como Bosa y
Kennedy, para recorrer la Avenida Américas
hasta la calle 13, siendo este último tramo el que
me llevaría hasta la universidad siguiendo por
el eje ambiental. Cuando después de seis meses
logré llegar en 50 minutos hasta la universidad
supe que me había hecho más fuerte.
“[...] floto en medio
de azulinas ondas
que destilan cloro
pedaleando
timoneando
mi ahogada bicicleta
a la deriva
en la inerme marea
del desencanto
mi voz sellada
en espera
de lo inevitable.”
— LUIS ZALAMEA BORDA,
Para Maggie en una tarde de ventarrón de Miami
En ese periodo de tiempo me di cuenta cómo los límites se
desplazaban cada vez más lejos, era como desbloquear niveles
y descubrir nuevos retos o paradigmas. Al mismo tiempo que
entraba en contacto no solo con la calle, sino con quienes la
habitaban. Empecé a encontrar en la esquina de uno que otro
semáforo un ciclista que compartía la experiencia, encontrando en
algunos una sensación de camaradería muy escasa entre aquellos
que comparten la vía. Esa camaradería de la que me hablaba mi
tío, cuando me contaba sobre sus viajes con su grupo de amigos a
pueblos lejanos.
Por lo demás no se puede decir que en las calles de
Bogotá ese tipo de solidaridad sea fácil de encontrar,
pues el mismo contexto implica que aquellos con
los que me cruce, estén en una posición defensiva
y de lucha. De modo que, entendí con el tiempo que
debía auto instruirme, protegerme y prepararme
para la soledad de andar en mi bicicleta, siendo ésto
no un hecho deprimente; más bien una forma de ser
un mentor discreto, que practica día a día el arte de
afrontar y sobrellevar los dilemas en el tránsito.
el casco es
sagrado
eres capaz de
cargar todo
preparar
herramienta
que te salve en
el camino
debo anticipar la
ropa que usaré
cuida la
bicicleta como
si fuera parte
de tu cuerpo
De modo que en medio de la soledad de mis viajes, tenía la oportunidad de
encontrarme con otros, hombres y mujeres que ya han experimentado la
bicicleta dispuestos a compartir su experiencia conmigo, siendo este un
fenómeno muy novedoso que le da a la bicicleta el poder de desarrollar
mi propia individualidad en la vía, al mismo tiempo que potencia los
vínculos sociales ya sean fortuitos y efímeros.
Así fue como descubrí a Daniel, otro ciclista que resulté conociendo, todo
gracias a un fraude. ¡Ojalá no hubiera tenido que aprender la lección!
¡Ojalá no hubiera confiado tan fácil en una venta virtual!, aún así esta
falla nos sucedió a ambos y terminamos descubriendo que vivíamos a
solo unas cuadras de distancia. Hoy mi camino se cruza eventualmente
con el de él y con otros fantasmas que han aparecido en la vía.
Esos vínculos temporales me permitieron
encontrar compañeros de vía, con los cuales
la soledad desaparece temporalmente. Ya no
me encontraba recorriendo las calles en una
embelesada individualidad; más bien la calle se
convierte en el escenario en que compartimos
gestos para cruzar un semáforo o calle concurrida;
los semáforos se convierten en cafés temporales
en los que se retoma la charla de hace dos cuadras
mientras se comparte un sorbo de agua; las paradas
técnicas se convierten en un espectáculo en donde
observamos las habilidades técnicas del otro, todo
esto hasta la despedida fugaz en la que cada uno
coge su camino a casa.
Esos vínculos temporales me permitieron encontrar compañeros de
vía, con los cuales la soledad desaparece temporalmente. Ya no me
encontraba recorriendo las calles en una embelesada individualidad;
más bien la calle se convierte en el escenario en que los semáforos se
convierten en cafés temporales en los que se retoma la charla de hace dos
cuadras mientras se comparte un sorbo de agua; las paradas técnicas
se convierten en un espectáculo en donde observamos
las habilidades técnicas del otro y se acompaña hasta
la despedida fugaz en la que cada uno coge su camino
a casa.
Es en la calle cuando esos encuentros tienen lugar,
así como cuando venía por la Américas con Boyacá,
siendo ya las siete de la noche, y un fantasma que casi
no reconozco empezó a gritar a lo lejos, mientras me
hacía señas con sus manos. Era Daniel, gritando y
molestando: “ey ey ey, niña! se le cayó algo”, sólo para
llamar la atención. Después de un apretón de manos
montados en bicicleta continuamos nuestro camino
de manera casi automática, sabiendo exactamente por
dónde y para dónde íbamos.
Estos dos pasos, el llamado y el recorrido, confieren a
mi bicicleta el poder del encuentro, de la creación de
lazos y más que todo del aprendizaje.
Después de tres años de utilizar la bicicleta como mi principal
medio de transporte puedo decir que no me las sé todas, pero
el conocimiento progresivo que me ha otorgado deja en mi una
huella imborrable. Hay aquí una paradoja del tiempo, ya que
a pesar de estar en el presente puedo sentir la conexión con el
pasado de mi familia y de mi entorno.
Lo que ellos fueron y la transformación del espacio, narrado de
manera sencilla en este lugar, es como acariciar conscientemente
la línea del tiempo que se mueve en varias direcciones.
Ciertamente la bicicleta revela a su usuario una
nueva perspectiva, tanto de la ciudad que le rodea
como de la relación cuerpo-máquina. La bicicleta
me ha devuelto, por un lado, mis memorias de
la infancia y, a la vez, la capacidad de discutir mi
posición en esta sociedad reconociendo el factor
histórico del caballito de acero.
“Consigue una bicicleta. Si sobrevives no te arrepentirás.”
— MARK TWAIN.
Es como una vida vuelta a vivir
Puedo decir, para acabar este encuentro, que la bicicleta en Bogotá
y en el mundo es una posibilidad utópica. Reside en ella una
historia que nos permite ver cómo se han construido nuestras
ciudades y la sociedad alrededor del concepto del transporte y
de la creación de significados sociales y económicos. Así mismo,
suscita relatos de vida, por medio de los cuales se puede entender
la realidad de varias generaciones, historias y mitos heredados. Es
el pasado y el presente encontrándose constantemente mientras
dos ruedas giran con el impulso de las piernas.
Es una gran amiga y al mismo tiempo una dura maestra, que
golpea y azota el cuerpo, dejándolo en ocasiones lastimado e
inmovil. Así me siento ahora, cuando mi cuerpo está lesionado
y he tenido que dejar la bicicleta de lado. Va más allá del disfrute,
es la pérdida de movimientos, de velocidad, de libertad. Es como
perderme a mí temporalmente.
“Ha perdido la libertad de movimientos, y sería una tontería pensar que
alguna vez la recuperará, con o sin pierna artificial. Nunca volverá a subir
Black Hill, nunca irá pedaleando al mercado a hacer sus compras, mucho
menos bajará a toda velocidad con la bicicleta por las curvas de Montacute.
El universo se ha contraído hasta convertirse en este apartamento y la
manzana o dos que lo rodean, y nunca volverá a expandirse.”
—J. M. COETZEE, El hombre lento
Espero nos volvamos a encontrar pronto.