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Gen Multicolor n7

Revista de la Asociación DeFrente.

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Inma García de la Fuente

HISTORIA

EL PATRONATO DE LA MUJER, LA CÁRCEL

DE LA MORAL FRANQUISTA PARA

ADOLESCENTES «DESCARRIADAS»

“La dignificación moral de la mujer,

especialmente de las jóvenes, para impedir su

explotación, apartarla del vicio y educarlas con

arreglo a la religión católica”. Esa era la finalidad

del Patronato de Protección a la Mujer.

Fue creado en 1941, tras terminar la Guerra Civil

española. Durante sus primeros años de

existencia, la influencia de la Sección Femenina,

dirigida por Pilar Primo de Rivera, fue clara, para

lentamente ir dejando paso en su control a las

congregaciones católicas.

Oficialmente se les denominaba colegios, sin

embargo funcionaban como verdaderos

reformatorios para adolescentes "descarriadas"

de entre 16 y 25 años.

El centro del Patronato en

Sevilla se ubicó en la calle

Alberto Lista, quedando su

gestión en manos de las

monjas Terciarias Capuchinas.

Los antecedentes del Patronato franquista se

remontan a 1902, cuando se creó el Real

Patronato para la Represión de la Trata de

Blancas, vigente hasta la II República. Será con el

franquismo cuando los supuestos se amplían a

su máxima expresión y adquiere la misión de

“rehabilitación” moral, bajo el paraguas del

Ministerio de Justicia y siendo Carmen Polo,

mujer de Franco, la presidenta de honor.

Bajo la custodia de esta

institución, fueron encerradas

miles de adolescentes entre

los años 1941 y 1985 en

centros de religiosas.

Según explica Pura Sánchez (investigadora del

periodo del franquismo) “la existencia de este

patronato indica cómo la dictadura, sin

abandonar la maquinaria represiva, va poniendo

en funcionamiento otros instrumentos y

mecanismos de control, socialmente más

aceptables y políticamente más rentables que la

represión pura y dura”.

Al Patronato se podía llegar de distintas formas:

entregadas por sus propias familias, denunciadas

por algún vecino o incluso desconocido, a través

de redadas policiales... Además, jugaban un

papel fundamental las “celadoras”, funcionarias

que tenían entre sus tareas el visitar lo que se

consideraba entonces zonas calientes del pecado,

es decir, los cines, bailes, bares o piscinas.

“Cuando veían a una menor en una actitud que

consideraban que no era la adecuada para la

moral de la época, llamaban a la policía”, explica

la investigadora Consuelo García del Cid en su

libro Ruega por nosotras.

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