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Mapping Madrid. IED Madrid. PhotoEspaña 2009

Catálogo de la exposición de Tete Álvarez en el Palacio de Altamira de Madrid. Textos: Pablo Jarauta. Pedro Medina

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dedo diferentes puntos en el horizonte, asignando<br />

un nombre a cada uno de ellos. Estos nombres<br />

señalaban lugares que no existían pero que<br />

explicaban el entorno del observador: paraísos,<br />

avernos, islas, dioses, monstruos, abismos... que<br />

daban cuenta del curso de los ríos, de los ciclos<br />

del día y la noche, de la relación con la naturaleza,<br />

del origen y el destino. El observador había<br />

completado su imagen del mundo: a los elementos<br />

de su entorno había sumado una interminable<br />

lista de nombres, de lugares inexistentes<br />

que terminaron por configurar sus creencias,<br />

sus costumbres, su relación con el mundo.<br />

II. Esta pequeña historia sobre cómo un observador<br />

cualquiera construyó su mapa del mundo<br />

esconde un esquema que podría sernos de<br />

gran utilidad a la hora de comprender el papel<br />

que juegan las producciones cartográficas hoy<br />

en día. Se trata de un esquema muy simple que<br />

ha estado presente a lo largo de toda la historia<br />

de la cartografía y que atiende al hecho<br />

de habitar una esfera y a la imposibilidad de<br />

una imagen total y directa de nuestro mundo.<br />

Ciertamente, el hecho de habitar una superficie<br />

curva privó a nuestro observador de una<br />

imagen de su mundo, esférico e inaprensible.<br />

Para salvar esta dificultad y ante la necesidad<br />

de una imagen total que explicara el funcionamiento<br />

de su entorno y, en definitiva, de todo<br />

el universo, el observador tuvo que construir<br />

la imagen que quedaba más allá del horizonte,<br />

la primera frontera. Observar los alrededores,<br />

construir el afuera: he ahí el fundamento de<br />

todo mapa, sus entrañas, su razón última.<br />

III. Podría decirse que la tarea de representar el<br />

espacio es tan antigua como la de imaginarlo. En<br />

otras palabras, los mapas son tan antiguos como<br />

las utopías. El primer hombre que trazó un dibujo<br />

de su aldea ya tenía utopías: en su cabeza dormían<br />

despiertos incontables nombres que señalaban<br />

la existencia de lugares imaginarios. Mientras<br />

dibujaba frágiles diagramas de las murallas<br />

de su ciudad, de sus ríos y sus campos, el mundo<br />

se llenó de nombres que anunciaban por doquier<br />

lugares de luces y sombras. Estos nombres no<br />

tardaron en saltar del lenguaje al mapa, pues se<br />

habían consolidado como piezas fundamentales<br />

en el proceso de la elaboración de una imago<br />

mundi. Las utopías, esa construcción del afuera<br />

cartográfico, forman parte del mundo tanto como<br />

la tierra y el mar. Recordemos brevemente lo que<br />

de la Atlántida nos cuenta Platón: “Hubo terribles<br />

temblores de tierra y cataclismos. Durante un día<br />

y una noche horribles, todo nuestro ejército fue<br />

tragado de golpe por la Tierra, y del mismo modo<br />

la Atlántida se abismó en el mar y desapareció.<br />

He ahí por qué todavía hoy ese mar de allí es difícil<br />

e inexplorable, debido a sus fondos limosos y<br />

muy bajos que la isla, al hundirse, ha dejado” (Timeo<br />

24c-25a). Las utopías construyen el mundo,<br />

se hunden dejando fondos limosos, huella geológica<br />

de un lugar inexistente.<br />

“Observar los alrededores,<br />

construir el afuera: he ahí<br />

el fundamento de todo<br />

mapa, sus entrañas,<br />

su razón última”<br />

IV. En este sentido, la construcción del afuera<br />

transforma por completo la naturaleza de<br />

la producción cartográfica. En este esquema<br />

o proceso los instrumentos necesarios para el<br />

establecimiento de una imagen del mundo no<br />

coinciden con los utilizados en la representación<br />

de nuestro entorno. La escala, los cálculos,<br />

el cartabón o el cuadrante quedan ensombreci-<br />

dos por meros nombres de lugares inexistentes,<br />

por mares sin orillas, por objetos y seres<br />

prodigiosos… incluso por una proyección de<br />

nosotros mismos. Estos elementos tan propios<br />

de la utopía como de la cartografía hacen del<br />

mapa un proyecto sobre el mundo. No se trata<br />

ya de representar fielmente un territorio, sino<br />

de cómo queremos que sea. En el mapa se citan<br />

ciencia y literatura, observación e imaginación,<br />

se dan por igual distintos procedimientos<br />

que lo encaminan hacia una voluntad de completar<br />

el gran mosaico del mundo, de comprender<br />

nuestras formas de vida, de aprender a relacionarnos<br />

con la alteridad a partir de nuestro<br />

entorno. En un mapa la representación se torna<br />

proyecto, va más allá del objeto y se sumerge<br />

en la inmensidad de la superficie terrestre, en<br />

la curva sin fin del horizonte, en lo inagotable<br />

de nuestros sueños. Recordando de nuevo las<br />

palabras de C. Jacob, la condición necesaria<br />

para el nacimiento de la cartografía no es tanto<br />

la convicción de su materialidad, sino la convicción<br />

de la posibilidad de su materialización.<br />

Los mapas nacieron como proyecto, nacieron<br />

como el lugar natural de las utopías, pues éstas<br />

solamente existen en su representación.<br />

V. Ahora bien, podríamos pensar que actualmente<br />

estas historias han quedado desfasadas<br />

por una pretensión cartográfica encaminada<br />

hacia la objetividad, la precisión o la neutralidad,<br />

que ya no queda sitio en este mundo para<br />

las utopías, pues no hay rincón de la Tierra que<br />

no haya sido descubierto, clasificado o explotado.<br />

Vivimos en un mundo conocido, hemos<br />

dispuesto en el cielo ojos electrónicos que escrutan<br />

el territorio, que nos localizan, que hacen<br />

de la representación del mundo un asunto<br />

aséptico, casi funcional. Ahora que lo conocemos<br />

todo, que podemos viajar rápida y cómodamente<br />

por todo el orbe, podría parecer que<br />

los mapas han perdido su componente utópico<br />

entregándose enteramente a una lógica de la<br />

objetividad, que los mapas solo sirven para<br />

orientarnos, para desplazarnos sin riesgos de<br />

un lugar a otro, para encontrar una calle, una<br />

tienda o un hospital.<br />

“Los mapas son un reflejo<br />

de la cultura que los ha<br />

realizado, en ellos pueden<br />

encontrarse, aunque sea<br />

en los espacios en blanco,<br />

en sus silencios, los<br />

diferentes proyectos de<br />

cada época”<br />

Sin embargo, es precisamente este exceso de<br />

precisión y objetividad de nuestros días el que<br />

nos exige un retorno a los inicios de la cartografía,<br />

a nuestro observador, a los tiempos en<br />

los que poco o nada se conocía, al momento<br />

utópico de la construcción del mundo. Como<br />

señalara en su día John B. Harley, la cartografía<br />

raras veces es lo que los cartógrafos dicen<br />

que es. Los mapas no son objetivos, precisos<br />

o neutrales, esconden poderes intelectuales e<br />

imaginarios que los sitúan como una valiosa<br />

producción cultural. Los mapas son un reflejo<br />

de la cultura que los ha realizado, en ellos pueden<br />

encontrarse, aunque sea en los espacios en<br />

blanco, en sus silencios, los diferentes proyectos<br />

de cada época. Hoy en día nos vemos ante<br />

la imperiosa necesidad de crear nuevos proyectos<br />

sobre el mundo, nuevas representaciones<br />

que den cuenta de las fracturas existentes<br />

en este mundo pretendidamente homogéneo.<br />

En esta dirección, los mapas seguirán siendo<br />

el mejor lugar para nuestras utopías.<br />

16 <strong>Mapping</strong> <strong>Madrid</strong> · <strong>IED</strong> <strong>Madrid</strong> & PHE09<br />

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