La Bocina N° 410 - Octubre 2022
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Octubre 2022
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Leña de sangre
27
La humanidad había llegado a una nueva extinción. Las guerras no solo
habían inundado de radiación el planeta, sino que además habían disminuido
la población mundial a menos de la mitad y en menos de diez
años. Por otro lado, las grandes empresas y mega compañías productoras
de energía, combustibles y comida, estaban destruídas por los bombardeos
estratégicos e intencionados de sus oponentes. Ya sean países,
políticos, grupos rebeldes, grupos humanistas, grupos ultra-religiosos, o
muchos etcéteras más. Cada uno tuvo su propio y mezquino interés en
la tragicomedia final. El mundo llegó a un punto que parecía que había
alcanzado su equilibrio. Pero no. Una nueva y catastrófica pandemia
desatada adrede para beneficio de las farmacéuticas, y como prueba
piloto para futuros patógenos pandémicos, fue instalada a través de un
terrible e infeccioso virus nuevo, modificado genéticamente para ser
como fue: terriblemente virulento, horriblemente mortal, tremendamente
contagioso y devastadoramente mundial. No hubo rincón del
planeta al que sus pegajosas proteínas mejoradas para el anclaje humano,
no llegaran. El virus no solo mató y contagió su virulencia por el
mundo, sino que hundió financieramente a todos los que debieron
cumplir una cuarentena utópica, esperando indefinidamente el pico
pandémico. Al final la gente mataba por comida en las calles, comían
perros, gatos y cualquier animal que pudieran cazar con rudimentarias
armas caseras. Algunos pocos iluminados compraron armas y municiones
antes de que se declarara la cuarentena general y obligatoria que
instalaron país tras país, a medida que el virus avanzaba. Pero las balas
se acabaron, las armas se rompieron y volvieron al arco y a las flechas.
Al garrote y a la hondera. A las picas y a las cachiporras. A los puños y a
los palazos. Volvimos a la época de las cavernas.
Los gobiernos en cambio, todavía tenían recursos, así que ellos comenzaron
pequeñas batallas limítrofes, mientras su pueblo se mataba por
comida, agua o medicamentos. Algunos países sucumbieron a las
armas letales extranjeras, que llegaron y atacaron grandes centros
urbanos. Pero los países europeos, con más armamento y recursos militares,
comenzaron represalias. Atacaban y diezmaban milicias extranjeras,
que tomaban pequeños países en nombre de la libertad y de los
derechos humanos de ese país. De a poco, esos países fueron sucumbiendo
a sus salvadores, que terminaron siendo sus nuevos opresores,
esclavos de la miseria y el despotismo. La mitad del planeta ya estaba
en ruinas, a esa altura de los hechos. Los salvadores y los salvados ya
no podían mantener a raya a sus enemigos, los recursos escaseaban y
se redirigían a la clase alta: dirigentes políticos, reyes y príncipes, millonarios
y billonarios, y a las fuerzas militares que aún eran manejados y
pagados por éstas clases. Debían obedecer órdenes. Debían matar a
sus compatriotas en nombre de la pacificación social. Con la panza
llena se obedece mejor. Algunos comenzaron a darse cuenta de que
eso estaba mal. Matar compatriotas para defender mansiones abarrotadas
de comida y lujos. Se formaron los primeros grupos rebeldes.
Ahora mataban y robaban a la clase alta para darle al pueblo. En el
mundo cada vez había menos gente y recursos. Ya nadie producía energía,
ni comida, ni medicamentos, ni dinero, ni nada. ¿Para qué? No
había lugar en el planeta que no estuviera devastado. ¿Quién pagaría?.
No, así no se hacen los negocios, dijeron los pocos empresarios que
quedaron vivos y se atrincheraron en montañas y en islas privadas.
Junto con políticos amigos y militares, ahora mercenarios a sueldo y
comida. Las poblaciones comenzaron en franco retroceso cuantitativo.
Las muertes se daban en las grandes urbes de todas las formas posibles:
enfermedades, asesinatos, violaciones, tortura, esclavizaciones,
de frío, de calor, de sed, de hambre, de nostalgia, de depresión, suicidio,
de amor y de odio. Los animales y la vegetación comenzaron a
tomar las ciudades. Los sobrevivientes comenzaron a tomar los bosques
y selvas. La energía era un principio fundamental ahora. Un valor
por sí solo, un bien por el cual pelear. Volver a pelear. Un gen que el
ser humano lleva arraigado en sus entrañas. La única energía disponible
para los sobrevivientes provenía de la leña. La leña estaba en los
bosques y en las selvas. En lo salvaje. Hubo que volver al inicio.
Nómades a la caza y la pesca. Las tribus comenzaron su propia nueva
expansión. Las chozas tenían colores, tenían nuevas banderas. Tenían
nuevos adeptos. Nuevas reglas sociales. Quedaban muy pocos en el
mundo. Las tribus ahora no se mataban tanto, y hacían pactos. Pactos
por los recursos, por el trabajo, por la mano de obra, por los conocimientos.
Los territorios comenzaron a tener nuevos nombres. Igual que
sus tribus. Los que se habían escapado a la montaña o a sus islas privadas,
fueron desapareciendo. Generación tras generación, consumieron
todos los recursos de su isla, de su espacio privado alejado de los bosques
y de las selvas. Donde estaba la leña, donde estaba la energía. Y
perecieron. El futuro ya no contó con ellos. A los que no los mató el
hambre o sus propios guardianes, murieron de frío e inanición. Ya no
había a quién pagarle para comprar un recurso, para comprar una
voluntad, para comprar una vida. El dinero era lo único que les sobraba,
pero ya no tenía ningún valor. Lo terminaron usando como combustible,
al calor de los dólares fueron consumiendo sus reservas. El papel
entrega mucha menos energía que la madera. Pero ya no tenían más
leña, ni quién la cortara. No quedó nada de ellos. Su descendencia no
pudo con el nuevo mundo. Las tribus, de a poco, a través de pactos y
treguas, comenzaron un lento y nuevo despertar. La leña la cortaban
en común acuerdo y con restricciones de cantidad, ahora. No se sembrarán
los suficientes árboles como para ir reemplazando a los talados.
Y comenzaron nuevas discordias. Disconformidades porque una tribu
llevaba más leña que la otra. Porque una tribu usaba la leña para hacer
casas, y otros usaban paja para sus chozas. Entonces todos querían
usar leña para sus casas. Y si no los dejaban, traficaban con leña clandestina,
cortada por los nuevos inescrupulosos que talaban sin control
y sin restricciones y solo respondían a sus intereses. Se pagaba con
comida, con armas de manufactura casera y con promesas maritales,
incluso. Los inescrupulosos crecían en número. Entonces, las tribus
tuvieron que formar grupos de custodia de bosques y árboles. Y
comenzaron algunas trifulcas. Controlables al principio. Hasta que apareció
el primer muerto. Pero los custodios no quisieron decir nada, se
cuidaban entre ellos. Hicieron pactos de silencio. Y el segundo muerto
apareció entre la leña. Robaba leña dijeron, así lo encontramos, ya
estaba muerto cuando hacíamos la ronda. Y apareció un tercer, un
cuarto y un quinto muerto. Y la humanidad, tal y como la conocemos,
comenzó de nuevo…
Todos los días de 17 a 18
Martín Tous