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Listín Diario 19-11-2022

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4 THE NEW YORK TIMES INTERNATIONAL WEEKLY

SÁBADO 19 DE NOVIEMBRE DE 2022

EL MUNDO

La pérdida de hielo en Groenlandia y su posible mejora

Viene de la página 1

y director ejecutivo de Bluejay

Mining, que planea extraer cobre,

níquel, cobalto, zinc e ilmenita. El

retroceso de la capa de hielo ha

abierto terreno adicional para la

exploración, dijo Stensgaard, y

el clima más cálido ha alargado

la temporada en la que los barcos

pueden viajar a la isla sin el riesgo

de quedar atrapados por el hielo.

Habiendo pasado largos meses

en tiendas de campaña haciendo

trabajo de campo geológico, ve

la transformación no solo como

emprendedor. “He visto glaciares

desaparecer por completo”, dijo.

“He visto osos polares muriendo

de hambre debido a la desaparición

del hielo marino. Estos son

cambios personalmente perturbadores”.

Pero ya que los minerales que

espera extraer son críticos para

cualquier transición futura de

energía verde, el cambio climático

está creando oportunidades en

Groenlandia para abordar la razón

por la que se está derritiendo.

Durante años me consideré no

un negador del calentamiento global

sino un agnóstico de las causas

del cambio climático y desestimaba

la idea de que era una amenaza

catastrófica para el futuro de la

humanidad. ¿No habíamos sobrevivido

repetidamente a alarmas

previas sobre otras catástrofes

ambientales presuntamente inminentes

que no ocurrieron, como la

creencia en la década de 1970 de

que la sobrepoblación conduciría

inevitablemente a la hambruna

masiva? Y si la Revolución Verde

nos hubiera librado de esa pesadilla,

¿por qué no deberíamos tener

confianza en que el ingenio humano

evitaría también los horrores

que se suponía traería el cambio

climático?

También tenía otras dudas. Los

costosos esfuerzos por frenar las

emisiones de gases de efecto invernadero

en Europa y América del

Norte parecían particularmente

infructuosos cuando China, India

y otros países en desarrollo no

estaban dispuestos a frenar su

propio apetito por los combustibles

fósiles.

Ése era mi estado de ánimo

cuando escribí una columna sobre

el tema en abril de 2017. La

reacción que despertó fue intensa.

Los científicos del clima me

denunciaron en cartas abiertas.

Entre los críticos se encontraba

John Englander, un oceanógrafo

que dirige un grupo educativo y de

defensa, el Rising Seas Institute.

Dos años más tarde, en una visita a

Nueva York, me escribió y me pidió

que nos viéramos. Su argumento

fue simple: la costa que hemos

dado por hecho durante miles de

años de historia humana cambió

rápidamente en el pasado debido a

fuerzas naturales —y pronto cambiaría

rápida y desastrosamente

por las creadas por el hombre. Un

viaje a Groenlandia, que contiene

una octava parte del hielo terrestre

del mundo me mostraría cuán

drásticos han sido esos cambios.

¿Iría con él?

Tras dos años de retraso por la

pandemia, lo hice.

Excepto en sus costas, Groenlandia

está cubierta por hielo que

en algunos lugares tiene unos 3

kilómetros de espesor. Incluso eso

es solo una fracción del hielo en la

Antártida, que tiene una superficie

más de seis veces mayor. Pero el

Ártico se está calentando a casi

cuatro veces el promedio mundial,

Envíe sus comentarios a

intelligence@nytimes.com.

lo que significa que el hielo de

Groenlandia presenta un riesgo

a más corto plazo porque se está

derritiendo más rápido. Si todo su

hielo se derritiera, el nivel global

del mar aumentaría unos 7 metros.

Eso sería más que suficiente para

inundar cientos de ciudades costeras

en decenas de países, desde

Yakarta y Bangkok hasta Copenhague

y Ámsterdam.

Pero, ¿qué tan rápido se está

derritiendo el hielo de Groenlandia

ahora? ¿Es esta una emergencia

para nuestro tiempo o es un problema

para el futuro?

Liam Colgan, un climatólogo investigador

canadiense del Servicio

Geológico de Dinamarca y Groenlandia,

me dijo que la pérdida de

hielo promedio anualizada en los

últimos 30 años es de 170 gigatoneladas

por año. Eso es el equivalente

a unas cinco mil 400 toneladas

de hielo perdido por segundo.

Aún así, es difícil pronosticar

con precisión lo que eso significa.

“Cualquiera que diga que sabe cuál

será el nivel del mar en el 2100 te

está dando una conjetura”, dijo Willis,

de la Nasa. Su propia conjetura

es que para 2100 probablemente

estemos viendo un aumento de

más de un tercio de metro o medio

metro y, con suerte, menos de 2

metros.

A primera vista, eso suena

manejable. Incluso si el nivel del

mar aumenta 2 metros, ¿no tendrá

el mundo casi 80 años para

resolver el problema, durante los

cuales las tecnologías que ayudan

a mitigar los efectos del cambio

climático mientras se adaptan a

sus consecuencias probablemente

lograrán grandes avances? ¿No

será el mundo mucho más rico y,

por lo tanto, más capaz de resistir

inundaciones, marejadas y supertormentas?

Englander no es nada optimista.

Él estima que la tasa promedio a la

que está aumentando el nivel del

mar en todo el mundo se ha más

que triplicado en los últimos 30

años, de 1.5 milímetros a 5 milímetros

por año. Eso aún puede parecer

diminuto, pero como aprendió

el mundo durante la pandemia,

los aumentos exponenciales se las

arreglan para golpear fuerte.

Otro comodín importante es la

Antártida, donde la tasa promedio

de pérdida de masa de hielo es de

más de 150 gigatoneladas al año.

Recientemente, Thwaites, un glaciar

en la Antártida occidental de

aproximadamente 170 mil kilómetros

cuadrados, llamó la atención

del mundo cuando un estudio

sugirió que “se aferra hoy con las

uñas”, de acuerdo con Robert Larter,

del British Antarctic Survey y

uno de los coautores.

Escépticos y no alarmistas

En las páginas editoriales de

The Wall Street Journal, el físico

teórico Steven Koonin, ex subsecretario

de Ciencia en el Departamento

de Energía de la Administración

Obama, puso en duda la

amenaza de Thwaites. También

cree que los riesgos asociados con

el derretimiento de Groenlandia

son menos un producto del calentamiento

global inducido por el

hombre que de los ciclos naturales

en las corrientes y temperaturas

del Atlántico Norte.

Otro no alarmista climático es

Roger Pielke Jr., profesor de estudios

ambientales en la Universidad

de Colorado, en Boulder. Llamo a

Pielke un no alarmista en lugar de

un escéptico porque reconoce que

los retos asociados con el cambio

climático, incluyendo el aumento

en el nivel del mar, son reales,

serios y probablemente imparables,

al menos durante muchas

décadas.

Pero esa es también la fuente

de su (relativo) optimismo. “Si

tenemos que tener un problema,

probablemente querremos uno con

un inicio lento que podamos ver

venir”, me dijo.

Entre las áreas de especialización

de Pielke se encuentra el análisis

de tendencias a largo plazo

en desastres relacionados con el

clima.

“Desde la década de 1940, el

impacto de las inundaciones como

proporción del producto interno

bruto de EE. UU. ha caído más del

70 por ciento”, dijo Pielke. “Vemos

esto en todo el mundo, en todos

los fenómenos. Mueren menos

personas y tenemos menos daños

proporcionales al PIB”.

Una cantidad considerable de

datos respalda a Pielke. En la década

de 1920, el promedio anual estimado

de muertes por catástrofes

naturales en el mundo era superior

a los 500 mil. En la década de 2010,

fue menos de 50.000.

El calentamiento global es real y

está empeorando, dijo Pielke, pero

aun así es posible que la humanidad

pueda adaptarse a sus efectos.

O quizás no. Hace unos años,

habría encontrado persuasivas las

voces como las de Koonin y Pielke.

DAMON WINTER/THE NEW YORK TIMES

Ahora estoy menos seguro. Lo que

intervino fue una pandemia.

Pensar en el riesgo

Así como una vez me burlé de

la idea del desastre climático,

también había descartado las predicciones

de otra pandemia global

catastrófica a la par del brote de

influenza de 1918-20. Después

de todo, ¿no habíamos superado

alarmas anteriores relacionadas

con el ébola, el SARS, el MERS y

la vCJD (mal de las vacas locas)

sin una pérdida inmensa de vidas?

¿No habían avanzado tanto la virología,

la epidemiología, la higiene

pública, el desarrollo de fármacos

y la medicina desde el final de la

Primera Guerra Mundial, lo que

hacía que las comparaciones con

pandemias pasadas fueran inútiles

en su mayoría?

Así pensaba hasta la primavera

del 2020, cuando, junto con todo el

mundo, experimenté cuán rápida e

implacablemente puede la naturaleza

abrumar incluso a las sociedades

más ricas y tecnológicamente

más avanzadas.

Fue una lección de pensar en el

riesgo, particularmente los que

caen en la categoría conocida como

eventos de alto impacto y baja probabilidad

que parecen estarnos

golpeando con tanta regularidad

en este siglo: los ataques del 11 de

septiembre de 2001; los tsunamis

de 2004 y 2011; los levantamientos

masivos en el mundo árabe que

comenzaron con la autoinmolación

de un vendedor ambulante tunecino.

Estas eran algunas preguntas

que me carcomían: ¿Qué pasa si el

pasado no hace nada para predecir

el futuro? ¿Qué pasa si los riesgos

climáticos no evolucionan de

manera gradual y relativamente

predecible, sino que de repente se

disparan sin control? ¿Cómo sopesamos

los riesgos de reaccionar

de forma insuficiente al cambio

climático contra los riesgos de reaccionar

de forma exagerada?

Llamé a Seth Klarman, uno de

los administradores de fondos de

cobertura más exitosos del mundo,

para pensar en cuestiones de riesgo.

Si bien no es un experto en cambio

climático, ha pasado décadas

pensando profundamente en todo

tipo de riesgo.

“Si te enfrentas a algo que es potencialmente

existencial, existencial

para las naciones, incluso para

la vida como la conocemos, incluso

si pensaras que el riesgo es de,

A medida que han retrocedido

los glaciares de Groenlandia, el

paisaje que queda atrás es casi

lunar: polvo gris y rocas sueltas.

digamos, el 5 por ciento, querrás

protegerte contra eso”, explicó.

¿Cómo?

“Una cosa que tratamos de hacer,

es comprar protección cuando

es realmente económica, incluso

cuando pensamos que es posible

que no la necesitemos”. Las fuerzas

que contribuyen al cambio

climático, señaló, “podrían ser

irreversibles antes de que el daño

causado por el cambio climático

sea completamente evidente. No

puedes decir que está distante y

esperar cuando, si hubieras actuado

antes, podrías haberlo manejado

mejor y a menor costo. Tenemos

que actuar ahora”.

Para Klarman, la cobertura

climática más simple y obvia es un

impuesto al carbono. Al “aumentar

el precio del petróleo, el gas y el carbón

para hacer que la energía alternativa

sea más atractiva económicamente,

los capitalistas tendrán

incentivos para actuar”, afirmó.

Saber que existe un grave riesgo

para las generaciones futuras y

esperar que las actuales hagan sacrificios

inmediatos por ello desafía

casi todo lo que sabemos sobre

la naturaleza humana. Entonces

comencé a pensar más profundamente

sobre ese reto y otros.

Minería necesaria

Stensgaard, el ejecutivo minero,

mencionó una estadística que me

impactó. Para que el mundo logre

un objetivo de cero emisiones netas

de dióxido de carbono para el 2050,

de acuerdo con la Agencia Internacional

de Energía, tendremos que

extraer, para el 2040, seis veces las

cantidades actuales de minerales

críticos —níquel, cobalto, cobre,

litio, manganeso, grafito, cromo,

tierras raras y otros minerales y

elementos— requeridos para los vehículos

eléctricos, turbinas eólicas

y paneles solares. Y es casi seguro

que tendremos que hacerlo desde

fuentes que no sean Rusia, China, la

República Democrática del Congo y

otros lugares que plantean riesgos

estratégicos, ambientales o humanitarios

inaceptables.

Esa debería ser una gran noticia

para personas como Stensgaard.

Al otro lado de la bahía cubierta

de icebergs de donde cenamos se

encuentra la isla Disko, que, Stensgaard

dice, se cree que contiene

entre 12 y 16 millones de toneladas

de níquel. Para poner esa cifra en

perspectiva, Stensgaard me dijo

que, según un cálculo, la mina de

níquel Norilsk en Rusia, una de las

más grandes del mundo, ha producido

alrededor de 8.3 millones de

toneladas desde la década de 1940.

Un mundo comprometido con el

cero neto necesitará muchas más

islas Disko para satisfacer sus

necesidades de energía “limpia”.

Pongo la palabra “limpia” entre comillas

porque el término es inapropiado.

Ya sea nuclear, biocombustibles,

gas natural, hidroeléctrica

o, sí, eólica y solar, siempre habrá

serias desventajas ambientales

con cualquier forma de energía

cuando se usa a gran escala. Por

ejemplo, una sola turbina eólica de

tamaño industrial generalmente

requiere alrededor de una tonelada

de metales de tierras raras,

así como tres toneladas de cobre,

que es notoriamente destructivo y

sucio para extraer.

Igual de significativo, como he

creído durante mucho tiempo,

ninguna solución de “energía

limpia” nos liberará fácilmente de

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