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La Inteligencia Emocional - Daniel Goleman

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inútil. No sabía ni siquiera tener una conversación intrascendente sobre el tiempo,

y parecía absolutamente incapaz de la más rutinaria interacción social. Su falta

de talento social resultaba más patente cuando se hallaba con una mujer. Es por

ello por lo que se preguntó si todo aquello no se debería a algún tipo de

« tendencias homosexuales latentes» —a pesar de no tener ningún tipo de

fantasías en ese sentido— y se decidió a emprender una terapia.

Como confió a su terapeuta, el problema real radicaba en su temor a que

nada de lo que pudiera decir interesara a nadie. Pero aquel miedo se asentaba en

una profunda carencia de habilidades sociales. Su nerviosismo durante los

encuentros le llevaba a reír en los momentos más inoportunos aunque no lo

conseguía, sin embargo, por más que lo intentara, cuando alguien decía algo

realmente divertido. Y esta inadecuación se remontaba a la infancia porque

durante toda su vida sólo se había sentido socialmente cómodo cuando estaba con

su hermano may or quien, de algún modo, le facilitaba las cosas, pero apenas

salía de casa, su incompetencia era abrumadora y se sentía completamente

inútil.

Lakin Phillips, un psicólogo de la Universidad George Washington, concluy ó

que las dificultades de Cecil se originaban en su fracaso infantil para aprender las

lecciones más elementales de la interacción social:

¿Qué podría habérsele enseñado a Cecil? Hablar directamente a los demás,

entablar contacto, no esperar siempre que ellos dieran el primer paso, mantener

una conversación más allá de los « síes» , los « noes» o los meros monosílabos,

expresar gratitud, ceder el paso a los demás antes de cruzar una puerta, esperar a

servirse hasta que el otro se hubiera servido, dar las gracias, pedir « por favor» ,

compartir y el resto de habilidades sociales que comenzamos a enseñar a los

niños a partir de los dos años de edad.

No queda claro si la deficiencia de Cecil se debe al fracaso de los demás en

enseñarle estos rudimentos de civismo o a su propia incapacidad para

aprenderlos. Pero sea cual fuere su origen, la historia de Cecil resulta instructiva

porque subraya la naturaleza esencial de las múltiples lecciones que el niño

aprende en la interacción sincrónica y en las reglas no escritas de la armonía

social.

La consecuencia de un fracaso en el aprendizaje de estas reglas llega a

incomodar a quienes nos rodean. Es evidente que la función de estas reglas

consiste en favorecer el intercambio social y que la inadecuación genera

ansiedad. Así pues, las personas que carecen de estas habilidades no sólo son

ineptas para las sutilezas de la vida social sino que también tienen dificultades

para manejar las emociones de la gente que les rodea e inevitablemente

terminan generando perturbaciones a su alrededor.

Todos conocemos a personas como Cecil, personas con una enojosa falta de

desenvoltura social, personas que no parecen saber cuándo poner fin a una

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