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La Inteligencia Emocional - Daniel Goleman

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Después le mirará a usted con unos ojos muy abiertos y expectantes que

parecen querer decir: « ¡dime lo grande que soy !»

Estos bebés han conseguido de sus padres la necesaria dosis de aprobación y

aliento, son niños que confían en superar los pequeños retos que les presenta la

vida. En cambio, los bebés que proceden de hogares demasiado fríos, caóticos o

descuidados afrontan la misma tarea con una actitud que ya anuncia su

expectativa de fracaso. No es que estos bebés no sepan unir los dos bloques,

porque lo cierto es que comprenden las instrucciones y tienen la suficiente

coordinación como para hacerlo. Pero, según Brazelton, aun en el caso de que lo

hagan, su actitud es « desgraciada» , una actitud que parece decir: « yo no soy

bueno. Mira, he fracasado» . Es muy probable que este tipo de niños desarrolle

una actitud derrotista ante la vida, sin esperar el aliento ni el interés de sus

maestros, sin disfrutar de la escuela y llegando incluso a abandonarla.

Las diferencias entre ambos tipos de actitudes —la de los niños confiados y

optimistas frente a la de aquéllos otros que esperan el fracaso— comienzan a

formarse en los primeros años de vida. Los padres, dice Brazelton, « deben

comprender que sus acciones generan la confianza, la curiosidad, el placer de

aprender y el conocimiento de los límites» que ayudan a los niños a triunfar en

la vida, una afirmación avalada por la evidencia creciente de que el éxito escolar

depende de multitud de factores emocionales que se configuran antes incluso de

que el niño inicie el proceso de escolarización. Como ya hemos visto en el

capítulo 6, la capacidad de los niños de cuatro años de edad para dominar el

impulso de apoderarse de una golosina predijo —catorce años más tarde— una

ventajosa diferencia de 210 puntos en las puntuaciones SAT.

Durante esos tempranos años es cuando se asientan los rudimentos de la

inteligencia emocional, aunque éstos sigan modelándose durante el período

escolar. Y estas capacidades, como hemos visto en el capítulo 6, son el

fundamento esencial de todo aprendizaje. Un informe del National Center for

Clinical Infant Programs afirma que el éxito escolar no tiene tanto que ver con

las acciones del niño o con el desarrollo precoz de su capacidad lectora como con

factores emocionales o sociales (por ejemplo, estar seguro e interesado por uno

mismo, saber qué clase de conducta se espera de él, cómo refrenar el impulso a

portarse mal y expresar sus necesidades manteniendo una buena relación con sus

compañeros). Según este mismo informe, la may or parte de los alumnos que

presentan un bajo rendimiento escolar carecen de uno o varios de los rudimentos

esenciales de la inteligencia emocional, sin contar con la muy probable presencia

de dificultades cognitivas que obstaculizan su aprendizaje, un problema que no

deberíamos dejar de lado porque, en algunos estados, uno de cada cinco niños

tiene que repetir el primer curso y, a medida que va rezagándose, cada vez se

encuentra más desanimado, resentido y traumatizado.

El rendimiento escolar del niño depende del más fundamental de todos los

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