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La Inteligencia Emocional - Daniel Goleman

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situada calle abajo.» Durante muchas semanas los niños tenían miedo de

mirarse en los espejos de los lavabos porque se había extendido el rumor de que

la Sangrienta Virgen María —una especie de monstruo imaginario— les espiaba

desde ellos. Muchas semanas después del tiroteo, una muchacha aterrada entró

en el despacho de Pat Busher, el director, gritando: « ¡Oigo disparos! ¡Oigo

disparos!» pero el ruido, como pronto se descubrió, procedía del extremo de una

cadena que el viento hacía chocar contra un poste metálico.

Muchos niños se sumieron en un estado de continua alerta, como si se

mantuvieran constantemente en guardia ante la posibilidad de que se repitiera la

ordalía de terror. Algunos de ellos se arremolinaban en tomo a la puerta sin

atreverse a salir al patio en el que había tenido lugar el incidente; otros adoptaron

la costumbre de jugar en pequeños grupos, mientras uno de ellos montaba

guardia; muchos, por último, siguieron evitando durante meses las zonas

« malditas» , las zonas en las que habían muerto los cinco niños.

Los recuerdos persistían también en forma de pesadillas que asaltaban a los

pequeños mientras dormían. Algunas de éstas revivían directamente el incidente

mientras que en otras ocasiones los niños se despertaban angustiados en medio de

la noche, sobresaltados por todo tipo de imágenes aterradoras que les hacían

creer que ellos tampoco tardarían en morir. Hubo niños que, para evitar soñar,

trataron incluso de dormir con los ojos abiertos.

Como saben los psiquiatras, todas estas reacciones forman parte de los

síntomas que acompañan al trastorno de estrés postraumático (TEPT). Según el

doctor Spencer Eth, psiquiatra infantil especializado en TEPT, en el núcleo de este

tipo de trauma se halla « el recuerdo obsesivo de la acción violenta (un puñetazo,

una cuchillada o la detonación de un arma de fuego). Estos recuerdos se agrupan

en tomo a intensas experiencias perceptibles (y a sean visuales, auditivas,

olfativas, etcétera), como el olor a pólvora, los gritos, el silencio súbito de la

víctima, las manchas de sangre o las sirenas de los coches de la policía» .

En opinión de los neurocientíficos, estos momentos aterrad ora mente vívidos

se convierten en recuerdos que quedan profundamente grabados en los circuitos

emocionales de los afectados.

Todos estos síntomas son, de hecho, indicadores de una hiperexcitación de la

amígdala que impele a los recuerdos del acontecimiento traumático a irrumpir

de manera obsesiva en la conciencia. En este sentido, los recuerdos traumáticos

se convierten en una especie de detonante dispuesto a hacer saltar la alarma al

menor indicio de que el acontecimiento temido pueda volver a repetirse. Esta

exacerbada susceptibilidad es la cualidad distintiva de todo trauma emocional,

incluy endo la violencia física reiterada experimentada durante la infancia.

Cualquier acontecimiento traumático —un incendio, un accidente de

automóvil, una catástrofe natural como, por ejemplo un terremoto o un huracán,

una violación o un asalto— puede implantar estos recuerdos en la amígdala. Son

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