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La Inteligencia Emocional - Daniel Goleman

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posibilidades que tienen de controlar lo que les sucede o de su capacidad para

transformar positivamente sus vidas nos brindan una prueba evidente en este

sentido. Esto es algo que podemos constatar en las valoraciones que hacen los

niños sobre sí mismos en frases tales como « no tengo dificultades para resolver

los problemas cuando éstos se presentan» o « si me esfuerzo soy capaz de sacar

buenas notas» . Los niños que son incapaces de pensar de esta manera sienten

que no pueden hacer nada para cambiar las cosas, lo cual genera una sensación

de impotencia que es más acusada en el caso de los niños más deprimidos. En un

determinado estudio se sometió a observación a varios alumnos de quinto y sexto

curso pocos días después de recibir sus hojas de calificaciones que, como todos

recordaremos, suelen ser una de las principales fuentes de alegría o de

desesperación durante la infancia. Los investigadores descubrieron una marcada

diferencia en la forma en que cada niño se reafirma cuando recibe una

calificación peor de la esperada. En este sentido, los niños que consideran que sus

malas notas son el resultado de algún tipo de deficiencia personal (« soy

estúpido» ) se sienten más deprimidos que aquéllos otros que encuentran una

explicación que deja abierta la posibilidad de hacer algo para transformar las

cosas (« si me esfuerzo más podré sacar mejores notas en matemáticas» ). Los

investigadores estudiaron también a un grupo de alumnos de tercero, cuarto y

quinto curso que eran objeto del rechazo de sus compañeros y efectuaron un

seguimiento de aquéllos que seguían siendo marginados al año siguiente,

descubriendo que un factor decisivo en la génesis de la depresión era el modo en

que estos niños se explicaban a sí mismos el rechazo del que eran objeto. Quienes

consideraban que el rechazo se debía a alguna especie de defecto personal eran

más proclives a la depresión, mientras que los niños más optimistas, los que

sentían que podían hacer algo para mejorar la situación, no se sentían

especialmente deprimidos a pesar del rechazo constante de que eran objeto. Otro

estudio demostró que los niños que tenían una actitud pesimista cuando estaban a

punto de efectuar la difícil transición al séptimo curso, eran más proclives a la

depresión cuando debían enfrentarse al nuevo nivel de exigencias de la escuela o

del hogar. Pero la prueba más palpable de que la actitud pesimista predispone a la

depresión nos la proporciona un seguimiento de cinco años de duración iniciado

cuando los niños estaban en tercer curso. El predictor más decisivo de la

depresión entre los niños más pequeños resultó ser una actitud pesimista ante la

vida en conjunción con un acontecimiento traumático importante, como, por

ejemplo el divorcio de los padres o el fallecimiento de un familiar (situaciones,

en suma, que no sólo conmueven y angustian al niño, sino que también suelen

privarle del apoy o y el consuelo de sus padres). No obstante, a lo largo de la

escuela primaria tiene lugar un cambio significativo en su forma de interpretar

las causas de los acontecimientos positivos y negativos que les toca vivir,

achacándolos, cada vez más, a sus propios rasgos personales (« saco buenas notas

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