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La Inteligencia Emocional - Daniel Goleman

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LOS TRASTORNOS ALIMENTICIOS

En una epoca en la que estudiaba psicología clínica a finales de los sesenta,

conocí a dos mujeres que sufrían trastornos de la conducta alimentaria, aunque

sólo me di cuenta de ello varios años después. Una de ellas, una brillante

licenciada en matemáticas por Harvard, era amiga mía desde mis días de

estudiante universitario, la otra era bibliotecaria del MIT (Massachusetts Institute

ol Technology ) Mi amiga matemática se hallaba esqueléticamente delgada pero

no podía comer porque, según decía, « la comida le repugnaba» ; en cambio, la

bibliotecaria era gruesa y solía atiborarse de helados, pastel de zanahoria y todo

tipo de dulces aunque después —como me confesó avergonzada en cierta

ocasión— solía ir al servicio a provocarse el vómito.

Hoy en día, a la primera de ellas le diagnosticaría una anorexia y a la otra

una bulimia, pero, en aquellos años, los clínicos sólo estaban empezando a hablar

de estos problemas y ni siquiera existían estas etiquetas. Hilda Bruch, una pionera

de este movimiento, publicó su primer artículo sobre los trastornos de la conducta

alimentaria en 1969. Bruch, que se hallaba desconcertada por los casos de

mujeres cuya dieta las llevaba al borde de la muerte, propuso que una de las

causas de este problema radica en la incapacidad de estas mujeres para

identificar y responder adecuadamente a sus demandas corporales y

especialmente, por supuesto, a la sensación de hambre. Desde entonces, la

literatura clínica sobre los trastornos de la conducta alimentaria ha proliferado

como las setas y ha aparecido multitud de teorías que tratan de explicar sus

posibles causas. Estas causas van desde las chicas que se quieren mantener

eternamente jóvenes y se sienten obligadas a luchar infatigablemente para lograr

un modelo inalcanzable de belleza femenina, hasta las madres posesivas que

terminan enredando a sus hijas en una trama autoritaria de culpabilidad y

verguenza.

Pero la may or parte de estas hipótesis adolecían de la gran desventaja de ser

extrapolaciones hechas según observaciones efectuadas durante la terapia. Desde

un punto de visto científico es mucho más aconsejable llevar a cabo

investigaciones sobre grandes grupos durante varios años para determinar

quiénes terminan superando el problema. Sólo este tipo de investigación podrá

ay udarnos a determinar con exactitud las variables que favorecen la aparición

del problema y diferenciarlas de aquellas otras condiciones que, si bien parecen

relacionadas, no tienen una incidencia directa sobre él.

Un estudio de este tipo llevado a cabo con más de novecientas muchachas

que se hallaban entre el séptimo y el décimo curso puso de manifiesto la

existencia de serias deficiencias emocionales (como, por ejemplo, la

incapacidad de dominar y expresar los sentimientos desagradables). Sesenta y

una chicas de décimo curso de un instituto de las afueras de Minneapolis

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