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La Inteligencia Emocional - Daniel Goleman

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momento.

Una cuestión muy importante es el momento en que puede comenzar a

impartirse este tipo de enseñanza. En este sentido, hay quienes sostienen que

nunca es demasiado pronto. Por ejemplo, el pediatra T. Berry Brazelton, de

Harvard, afirma que los padres pueden beneficiarse de algunos programas de

formación domiciliaria y convertirse en adecuados preceptores de sus hijos. Hay

poderosas razones que confirman la eficacia de la enseñanza sistemática de las

habilidades emocionales y sociales durante el periodo preescolar —como, por

ejemplo, el Head Start— ya que, como hemos visto en el capitulo 12, la

predisposición de los niños a la lectura depende en gran medida de la adquisición

de algunas de estas habilidades emocionales. El período preescolar resulta crucial

para establecer los cimientos de estas habilidades y existen pruebas palpables de

que el programa Head Start —cuando funciona bien, todo hay que decirlo—

tiene provechosas consecuencias emocionales y sociales a largo plazo sobre la

vida de quienes han pasado por él y que se reflejan en un historial adulto menos

afectado por las drogas y las detenciones y, en cambio, más favorecido por un

matrimonio feliz y por un nivel de ingresos más elevado. La eficacia de este tipo

de intervenciones es mucho may or cuando van acompasadas al ritmo del

desarrollo. Aunque, como vimos en el capitulo 15, el llanto del recién nacido

demuestra claramente que, desde el mismo momento del nacimiento, el ser

humano experimenta sentimientos intensos, su cerebro esta lejos de haber

alcanzado la madurez completa. Las emociones del niño sólo alcanzarán la plena

madurez cuando lo haga su sistema nervioso a lo largo de un proceso que va

desplegándose en función de las pautas que va marcando un reloj biológico

innato que concluye en la adolescencia temprana. De hecho, el repertorio de

sentimientos que muestra un recién nacido es muy rudimentario comparado con

el abanico de emociones que despliega un niño de cinco años, y éste, a su vez,

resulta primitivo comparado con la diversidad de sentimientos que presenta un

quinceañero. Es frecuente que los adultos olviden que cada emoción aparece en

un determinado momento del proceso de crecimiento y caigan, con demasiada

frecuencia, en la trampa de creer que los niños son mucho más maduros de lo

que son en realidad. De poco sirven, por ejemplo, las reprimendas a un bravucón

de cuatro anos de edad, puesto que la autoconciencia que le enseñará a ser

humilde aparece alrededor de los cinco años.

El ritmo del crecimiento emocional está ligado a varios procesos de

desarrollo, particularmente a la cognición y a la madurez biológica del cerebro.

Como y a hemos visto anteriormente, las capacidades emocionales, como la

empatía y la autorregulacion emocional, comienzan a aparecer casi desde la

misma infancia.

Los años de la guardería jalonan la maduración de las « emociones sociales»

—sentimientos tales como la inseguridad, la humildad, los celos, la envidia, el

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