Masculinidades Corresponsables - Módulos
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Masculinidades Corresponsables
Los cuidados. Necesidad, derecho, trabajo
su seguridad personal a través de discursos
proteccionistas y paternalistas que justificarán
su domesticación y repliegue del ámbito público.
En nombre de “su propio bien”, se naturalizará
la restricción de sus libertades, en
contraste con las de sus ¿pares? varones. La
posibilidad de realizar el trabajo por fuera del
hogar también es una fuente de ampliación de
libertades.
Aunque sean discursos que van perdiendo
valor de verdad al calor de los cambios culturales
e históricos, siempre han pesado juicios
morales sobre las mujeres que habitaron libremente
el espacio público, cuestionando su
integridad y decencia. Durante siglos fueron
privadas del derecho al trabajo, a la educación,
al sufragio, y aun se las cuestiona por
dónde andaban, con quiénes, haciendo qué
y de qué forma vestían, cuando sufren alguna
agresión sexual en las calles, señalando solapadamente
que no tenían por qué estar ahí,
o bien que nunca debían haber salido de sus
casas.
Sea en nombre del amor, como vimos anteriormente,
o de las supuestas “habilidades naturales
de cuidado” derivadas de la capacidad
de gestar y parir, se considera a las mujeres
más aptas para quedarse en la casa a cuidar,
cocinar, limpiar, sin valorar estas tareas como
trabajo remunerado y sujeto a derechos. Esta
socialización temprana va a influir también
sobre sus expectativas educativas, laborales
y profesionales durante su juventud y adultez,
viendo limitado el repertorio de posibilidades
a partir de los estereotipos y mandatos de
género restrictivos en los que son socializadas.
Cuando trabajan fuera del hogar, suelen
cobrar salarios menores que los varones por
iguales labores y tienen menos posibilidades
de ascender en sus carreras profesionales,
que suelen ser interrumpidas cuando tienen
un/a hijo/a. O porque el progenitor delega
sobre ellas todas las tareas de cuidado o
porque los patrones lo consideran un gasto y
las discriminan laboralmente. De esta manera,
podemos ver cómo los estereotipos de género
tienen efectos concretos sobre la materialidad
de nuestras vidas.
Cabe destacar que los varones cis gozan de
una mejor inserción en el mercado laboral (la
diferencia entre varones y mujeres en relación
con la tasa de empleo en Argentina supera los
20 puntos) (Shokida, 2018). En contraposición,
las mujeres siguen accediendo a trabajos más
precarizados, informales y ligados al cuidado
de otros. Esta distribución de tareas según el
sexo, que llamamos división sexual del trabajo
(Kergoat, 2003), hace que las mujeres ocupen
buena parte de su tiempo y energías en el trabajo
doméstico y los varones suelan limitarse a
ocupar el rol de proveedor de familia trabajando
fuera del hogar.
Además de perjudicar a las mujeres, sobrecargándolas
de labores en el hogar que les impiden
desarrollarse en otros ámbitos, la división
sexual del trabajo ejerce una presión sobre los
varones, que no podemos quedarnos sin trabajo,
enfermar o descansar, puesto que es obligación
ser sostén económico familiar. Al mismo
tiempo, esta socialización de género masculina
incapacita a los varones para cuidar de los y las
demás, así como para autocuidarse, lo cual
afectará la calidad de vida y salud propia y
también de las personas del entorno.
Si bien estos roles han ido cambiando y las
mujeres han logrado insertarse crecientemente
en el mundo laboral, no ha ocurrido lo inverso en
igual proporción. Los varones seguimos siendo
considerados poco aptos para el cuidado y en
muchos casos apelamos a ese prejuicio para
no asumir la corresponsabilidad en las tareas
domésticas. Elegir si cuidar o no hacerlo, en
qué medida y en qué tareas es un privilegio de
género en el que somos socializados los varones,
en contraposición con la naturalización de
la delegación de las tareas de cuidados sobre
los cuerpos y tiempos de las mujeres.
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