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La Campana de Jade

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Continuábamos sin tener ni idea de a dónde habría ido mi madre después del robo

en el museo. Eric propuso piratear las listas de pasajeros de los aviones que salieron

desde nuestra ciudad en los días siguientes. Por supuesto, la tía Paula se negó. Adujo

que sería como buscar una aguja en un pajar y casi con total seguridad, no habría

viajado utilizando su verdadera identidad, ya que tendría un pasaporte falso, o varios.

Después del fiasco de lo de las listas de pasajeros, Eric se había enfrascado en la

tarea de sacar algo en claro de la daga falsa.

Primero había trabajado con la empuñadura hasta conseguir el mapa que, en

teoría, escondía en sus grabados.

Una vez conseguimos una imagen clara del plano, había que averiguar el lugar

del que se trataba.

—Esto son montañas, está claro —afirmó Eric con una sonrisa de oreja a oreja.

—Ya, pero hay muchas montañas en el mundo… Podría ser en cualquier sitio. —

La sonrisa de mi amigo se congeló en sus labios. Ser realista ha sido siempre mi

fuerte.

—Bueno, tendremos que buscar un poco, pero seguro que lo encontraremos. De

momento voy a comparar esto con las cordilleras más importantes del mundo.

—¿Cuánto te llevará?

—Unas horas… O un día… O más. No sé, depende de la exactitud del grabado…

—A ver, la daga es del Nepal, lo mismo deberías empezar por comparar con

montañas de la zona, así como idea —propuse—. La cordillera más importante allí es

el Himalaya… Hace de frontera con China.

—¡Qué fuerte! ¡Eres brillante, mi querida amiga! —exclamó dando una palmada.

A mí me parecía más que obvio, pero bueno, si quería pensar que era brillante, me

valía.

Eric se levantó de su asiento frente al ordenador y se dirigió a la zona de la

biblioteca. Tras dejar atrás varias estanterías, se detuvo frente a una y comenzó a

pasar el dedo índice por los lomos de los libros que allí se guardaban. No tardó

mucho en encontrar el que buscaba.

—¡Aquí está! —exclamó, extrayendo un tomo bastante voluminoso de su lugar

—. Sabía que lo había visto en algún sitio…

—¿De verdad conoces todos los libros que hay aquí? —pregunté con la

incredulidad tiñendo mi voz.

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