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21.Aprenda optimismo Haga de la vida una experiencia gratificante

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pesimistas, cuando se refieren a los acontecimientos adversos, son señal de

desamparo. Y cuanta más rumiación demuestra un candidato, mayor es la

desesperanza que transmite. Si los votantes buscan al presidente que les haga creer

que resolverá los problemas del país, entonces han de elegir al optimista.

Estas tres consecuencias, en conjunto, predicen que habrá de perder la elección el

candidato que tenga la rumiación más pesimista.

Para poner a prueba si el optimismo de los candidatos efectivamente influye en el

resultado de los comicios, necesitamos de un marco dentro del cual sea posible

establecer comparaciones entre los discursos de los candidatos y entre los de éstos y

sus antecesores. Y ese marco perfecto existe: es el discurso de aceptación de la

candidatura, donde el candidato expone sus ideas respecto del futuro de la nación.

Hasta hace unos cuarenta años, ese discurso se pronunciaba ante la asamblea

partidaria reunida en un salón, de modo que no llegaba directamente a los hogares de

todos los votantes que quisieran oírlo. Pero a partir de 1948, ha cosechado una

multitud de oyentes siempre creciente: la que observa a través de la televisión. De

modo que, a partir de 1948, extrajimos cada declaración de todos los discursos de

aceptación que se pronunciaron en las diez últimas elecciones, las mezclamos al

azar, como si fueran cartas de la baraja, y las entregamos a los especialistas para que

les dieran su calificación, desde luego, sin que supieran de qué candidatos se trataba.

Así se les aplicó a todos la técnica CAVE. Además, calificamos niveles de

rumiación, tomando el porcentaje de frases que evaluaban o analizaban los malos

acontecimientos sin proponer un curso de acción para contrarrestarlos. También

calificamos como «acción-orientación» el porcentaje de frases en las que cada

candidato hablaba de lo hecho y lo que pensaba hacer. A todo eso le agregamos la

puntuación de la pauta explicativa sumándola a la puntuación de rumiación, para

lograr una puntuación general, para la que inventamos una palabra: pesrum. Cuanto

más alta sea la puntuación pesrum, peor será la pauta del candidato.

Lo primero que vimos, al comparar las puntuaciones pesrum de los dos

candidatos de cada elección desde 1948 hasta 1984, fue que el de puntuación más

baja —es decir, el candidato más optimista— había salido airoso en nueve de las

diez elecciones. Acertamos más que las encuestas, sólo observando el contenido de

los discursos.

Nos equivocamos sólo en una: aquella en que compitieron Nixon y Humphrey, en

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