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21.Aprenda optimismo Haga de la vida una experiencia gratificante

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corrupción es el pan nuestro de cada día.

Por las cifras que arrojaba su pesrum, el discurso de Bush tendría que haber

superado a los de eventuales rivales en cualquier elección moderna. Pero no era

mejor que el pronunciado en julio por Dukakis. Las palabras de Bush fueron, en

cierto modo, más rumiadoras y un poco menos optimistas que las de Dukakis.

Introdujimos los datos del pesrum en nuestras ecuaciones (factores como ser Bush

vicepresidente de Reagan o datos de las encuestas) y observamos lo que decía la

máquina. De esa forma, y apoyándonos en los discursos de aceptación de

candidatura, pronosticamos que Dukakis sería el ganador por estrecho margen… no

más del 3 por 100.

Nunca me gustó hacer apuestas, ni en deportes ni en nada. Pero aquello que

estábamos viendo en las ecuaciones tenía todo el aspecto de ser algo casi seguro.

Llamé a Las Vegas y me puse en contacto con los corredores de apuestas, y se

negaron a recibirlas. «Es ilegal —me dijeron—, no se puede apostar cuando se trata

de resultados de elecciones presidenciales en Estados Unidos.» Eran como para

desalentar a cualquiera que quisiese preparar un resultado. «¿Por qué no prueba con

Inglaterra?», me preguntó uno de los consultados.

Y así fue, no probé con Inglaterra, sino con Escocia y, a comienzos de septiembre

me puse en contacto con alguien que pudiera aceptar algunas libras esterlinas que

tenía ahorradas. Debía ir a pronunciar una conferencia y, acompañado por un amigo,

estuve recorriendo casas donde se aceptaran apuestas. En vista de que las encuestas

estaban dando vencedor a Bush sobre Dukakis desde el día de la última convención,

pude pactar 6 a 5 a que iba a ganar Dukakis. Ya estaba hecha la apuesta.

De vuelta en Filadelfia le conté el asunto de la apuesta a Harold y le ofrecí una

participación. Me dijo que no estaba tan seguro de que le conviniera aceptar;

pronunció aquellas palabras una octava por encima de su tono habitual y un

estremecimiento de temor me recorrió la espina dorsal. No estaba convencido de que

aquello que oímos en julio fuera el verdadero Dukakis. Harold había estado leyendo

todos los discursos de Dukakis desde el Día del Trabajo (el primer lunes de

septiembre en Estados Unidos) en adelante, y ninguno «sonaba» igual que el

pronunciado en la convención demócrata. Como tampoco se le parecían los

discursos de las primarias. Por eso Harold había comenzado a preguntarse si el

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