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Malanga la novela

Novela costarricense posmoderna, fragmentaria sobre una república imaginaria que dice ser un paraíso, pero tiene los conflictos ordinarios de toda sociedad del siglo XXI: doble moral, facilismo, droga, violencia, autoestima y, acaso, el narcoestado. Es una novela pastiche que procura hablar sobre el ser contemporáneo. Su correlato habla de un mundillo literario plagado de oportunistas y tramposos y reflexiona sobre la escritura. La novela está escrita en clave de humor negro.

Novela costarricense posmoderna, fragmentaria sobre una república imaginaria que dice ser un paraíso, pero tiene los conflictos ordinarios de toda sociedad del siglo XXI: doble moral, facilismo, droga, violencia, autoestima y, acaso, el narcoestado. Es una novela pastiche que procura hablar sobre el ser contemporáneo. Su correlato habla de un mundillo literario plagado de oportunistas y tramposos y reflexiona sobre la escritura. La novela está escrita en clave de humor negro.

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De ahí, viene la precarización del trabajo. Miles de

funcionarios a la calle, y ningún mercado laboral que los

espere. A lo más, la cacareada movilidad laboral suma

más desempleados, bajo el mito del emprendedurismo,

que les hace ver cómo su liquidación corre como el agua

de lluvia: hacia los caños.

Toda Malanga es un desordenado hormiguero. Uno

cree que va o que viene, pero vegeta.

Por cierto, hay que andar con ojo avizor en todas partes.

No son los baches el único peligro. Acá roban las tapas

de las alcantarillas y las venden a fundiciones.

Desde este punto hasta el lugar del asalto, habrá

cuarenta kilómetros. El camino es de dos carriles, doble

vía y boscoso. Las laderas son inestables y con frecuencia

se derrumba el barro sobre el camino, como un repentino

vómito de la tierra. Resulta tonto tomar esto como ruta

de huida porque mucha gente se detiene en la calzada

hasta para mear, entre la hierba. Camino estrecho y con

zanjones al costado, con pocas viviendas y grandes

restaurantes populares, distanciados entre sí. El comercio

subsiste de recibir buses de turistas, porque acá es el gasto

del viajero lo que insufla vitalidad a los molinos.

Hace veinticinco años con cuarenta millones hubiese

comprado tierra, casa y coche. Hoy, ni una casa de barrio

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