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Malanga la novela

Novela costarricense posmoderna, fragmentaria sobre una república imaginaria que dice ser un paraíso, pero tiene los conflictos ordinarios de toda sociedad del siglo XXI: doble moral, facilismo, droga, violencia, autoestima y, acaso, el narcoestado. Es una novela pastiche que procura hablar sobre el ser contemporáneo. Su correlato habla de un mundillo literario plagado de oportunistas y tramposos y reflexiona sobre la escritura. La novela está escrita en clave de humor negro.

Novela costarricense posmoderna, fragmentaria sobre una república imaginaria que dice ser un paraíso, pero tiene los conflictos ordinarios de toda sociedad del siglo XXI: doble moral, facilismo, droga, violencia, autoestima y, acaso, el narcoestado. Es una novela pastiche que procura hablar sobre el ser contemporáneo. Su correlato habla de un mundillo literario plagado de oportunistas y tramposos y reflexiona sobre la escritura. La novela está escrita en clave de humor negro.

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A consecuencia de ello, me quebraron los incisivos, los

cuatro. Un mes con la cara inflamada.

Esa noche, la víspera de la mudanza, la dormí en el

hotel de la vuelta. La pasé mal porque todo estaba igual

de deteriorado y ya tenía conciencia clara de que todo

el barrio sufría su vejez irreparable. Supe que no

pasarían muchas décadas para el siguiente paso: el

barrio sería un fantasma de paredes huecas, sonidos

interiores y plagas activas que se fagocitan entre sí para

sobrevivir.

Sí, es cierto. Salvé los electrodomésticos, pero nada

de madera. Ni sillas, ni sillones, ni cuadros. Ni siquiera

los libros. Todo tenía comején y salvar una libreta o

una caja de envolturas significaba arrastrar la plaga al

nuevo domicilio. Y hay males que cuando llegan, no se

erradican.

Un mes después mandé quemar la vieja casona.

Olvidé decir que era grande, dos plantas, muchos

ventanales. Recuerdo los cielos altos y grandes ecos y

fantasmas quedaron en mi memoria, pues la soledad

también tiene sonidos propios. O sería eso las carreras

de roedores en el techo que yo no quería asimilar tan

fácilmente lo que me hacía percibir elementos mágicos

en aquello que de, aceptar, sería repugnante.

Le pagué a unos drogadictos que se habían instalado

en el cascarón para que le diesen fuego y se fuesen.

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