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—Dos misiones. ¿Qué necesitamos para llevarlas a cabo?
—Pues…
—Yo te lo digo: proteínas, porque las proteínas son los ladrillos del cuerpo, pero
también lípidos o grasas, que producen calorías, e hidratos de carbono, que son las
moléculas energéticas. El cuerpo convierte los hidratos de carbono en glucosa y eso es
lo que consume el cerebro: glucosa en estado puro.
Sonó un teléfono móvil cerca de nosotros, lo cogió una señora tras bucear
desesperadamente con la mano en las profundidades de su bolso. Intuí que hablaba con
su marido, al que le dijo que no había setas, aunque se encontraba delante de ellas. «La
próxima vez», concluyó enfadada, «vienes tú a hacer la compra». Arsuaga ni se había
enterado de la conversación porque seguía a lo suyo, mientras yo, sin dejar de
escucharle, lanzaba de vez en cuando miradas de disculpa a los fruteros y a la clientela
cuyo paso obstaculizábamos.
—Para los chimpancés —dijo entonces el paleontólogo—, la caza es una golosina
porque, como te decía antes, las verduras tienen poco poder calórico. Algunos grupos
de machos cazan monos pequeños, sobre todo crías.
—¿Cooperan? —pregunté con asombro.
—En esto hay una enorme discusión. ¿Tú crees que los lobos cooperan o van todos
detrás de la presa? Yo creo que no, que no cooperan. Para que haya cooperación en la
caza, tiene que haber luego un reparto justo. En fin, este es uno de los grandes temas de
la biología social, pero yo soy escéptico. La cooperación requiere un grado de
complejidad grande.
—Decías que los chimpancés cazan.
—Monos pequeños y crías de herbívoros. Monos así, como de un kilo. Eso, en la
economía del cuerpo, no resuelve nada, pero es como un caramelo para un niño:
estimula. A los chimpancés les gusta mucho la carne, los sesitos. La carne es una
moneda de cambio. En el cómputo calórico total no cuenta, pero con esa golosina
puedes comprar voluntades, hacer política, crear alianzas, obtener sexo.
Observé que desde hacía un rato el tono del paleontólogo se había vuelto nostálgico,
lo que repercutía en mi estado de ánimo. Pensé que venimos de allí, de aquellos
cazadores de monos pequeños que constituían las chucherías de la época. Casi me veo a
mí y a mi familia tirando de los brazos del pobre mono, todavía vivo, para arrancárselos
de cuajo y llevárnoslos a la boca. El discurso de Arsuaga era un poco hipnótico, tenía la