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TRANSITAR EN EL SUR
COLECTIVO ANDINXS
Al iniciar nuestra conversación, le ofrecí algo para
compartir, un gesto que aprendí aquí en Bogotá como símbolo
de hospitalidad y conexión . En esta vibrante ciudad, los
encuentros en cafeterías, hoteles, tiendas, bares y restaurantes
son casi rituales cotidianos. Sin embargo, Santiago, con su
sabiduría y sencillez innatas, me recordó que en nuestros
pueblos las dinámicas son distintas. Todo lo que podía ofrecerle,
él ya lo tenía; lo verdaderamente valioso era mi compañía y su
decisión de ser parte de este proyecto como entrevistado.
Santiago es dueño de su propia licorera, un espacio que
refleja su arduo trabajo y dedicación. Cuando insistí en ofrecerle
una merienda, prefirió decirme que no me preocupara, que se
encontraba muy bien así. Esta respuesta revela su carácter
auténtico: un hombre sencillo y trabajador. Su empatía y
compromiso brillan a través de sus acciones, haciendo evidente
que el verdadero valor de nuestra relación radica en la conexión
humana y el apoyo mutuo.
A sus 21 años, Santiago ha logrado construir una vida
rica en experiencias mientras navega por su realidad como
hombre trans. Su trayectoria es un testimonio de resiliencia
y autenticidad en un mundo donde las expectativas pueden
ser abrumadoras. Nuestra conversación revela una amistad
cultivada en la confianza y el respeto mutuo, creando un espacio
donde ambos podemos ser nosotros mismos.
Santiago despierta en mí el recuerdo de mi llegada a esta
ciudad y de mi primer año aquí. ¿Qué puedo recordar de ese
tiempo? La verdad, no mucho. Poco a poco, fui guardando esos
recuerdos en una caja negra en mi mente, a la que me negaba a
entrar, enterrando lo que siempre quise ocultar.
Sin embargo, al adentrarme en esos rincones oscuros de
mi memoria, me encuentro con lo que Santiago denomina “mi
verdad”. Esa verdad, que he evitado confrontar durante tanto
tiempo, emergió de repente, como un grito que resuena en lo
más profundo de mi ser. Este grito me recuerda las decisiones
que tomé sobre mi cuerpo y mente desde mi preadolescencia:
mi estética, mi sexualidad, mi forma de vivir y mis creencias.
Cada tatuaje y cada expresión artística son huellas indelebles
de un camino repleto de elecciones en el que he ido enterrando
mi verdad. Por ello, hoy decido explorar esos lugares, buscando
sanar las partes de mí que han estado relegadas.
Vivir en Bogotá ha sido un proceso transformador, una
travesía que me ha llevado a reflexionar sobre mi vida y los
lugares de la memoria que me niego a explorar, como el año
2017 y el inicio de mi vida en esta ciudad. En medio de este
ejercicio introspectivo, he tenido la oportunidad de reconectar
en los últimos años (2023-2024) con amigos que han estado
a mi lado desde siempre, como los hermanos Hurtado Díaz,
especialmente María y Cristian, a quienes conocí en mi escuela
de formación musical en El Tambo, así como Ángela y Marcela,
quienes llegaron cuando ya estaba en Bogotá.
Dado que también emigraron desde nuestro pueblo a la
capital, los hermanos Hurtado Díaz se convirtieron en mis
cómplices durante todo el año 2017. Cuando estaba fuera de la
universidad siempre fueron mi compañía, formando mi única
red de respaldo donde podía ser visiblemente trans. En su
compañía, descubrí un espacio seguro, un rincón donde podía
hablar abiertamente sobre los retos de ser hombre trans y
bisexual. Ellos me conocen desde siempre, y en su presencia
no siento la necesidad de ocultar mi identidad de género. No
es solo que sea imposible, ya que fueron mis amigos antes
de mi transición, sino que me brindan la comodidad y la paz
necesarias para ser un hombre auténtico.
Saber que ellos vivían aquí antes de que yo tomara la
decisión de migrar a la capital fue una motivación crucial para
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