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TRANSITAR EN EL SUR: Historias de siete hombres del Nariño andino

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TRANSITAR EN EL SUR

COLECTIVO ANDINXS

las mujeres. Mi mamá presentó un derecho de petición y yo

pasé la mayor parte del colegio con solo uniforme de sudadera,

como el de física. Cuando estaba en once, mi mamá me dijo que

tenía que ponerme el pantalón y afrontar lo que yo era, pues

ya había cambiado mi tarjeta, ya tenía mi género masculino

y mi nombre. Un día, recuerdo que llegué al inicio de clases

muy contento con mi pantalón, mis tenis y muy elegante. Sin

embargo, una amiga íntima me dijo que me pusiera la falda. Eso

es lo único malo que recuerdo de las mujeres; fue una de las

pocas malas experiencias que tuve con ellas en la adolescencia.

DANIEL: Sí, creo que para mí, en mi experiencia personal,

fue como empezar a sentir discriminación en la universidad. En

el pueblo, la comunidad es muy fuerte; sea lo que sea, la gente

lo acoge. En las ciudades es distinto. En mi pueblo, por ejemplo,

todo el mundo sabía que uno era un hombre transexual, y todo

el mundo lo quería. No faltaban los comentarios, pero la gente

lo acogía y lo trataba más allá de ser transexual, como por su

ser, porque eras parte del pueblo, porque eras paisano. Eso creo

que es importante, ¿no?

SANTIAGO E.: Al inicio, pensé que encajaba como lesbiana.

Fui y me metí con una chica, pero no, eso no era lo mío. En mi

pueblo solo había gays y lesbianas, pero al mirar videos y otras

cosas, entendí que uno va descubriendo su rol. En el pueblo, lo

único que hacen es cuestionarlo. En mi caso, que fui el primer

chico trans aquí, era como si cada vez que una persona te

preguntaba 30 veces por qué lo eras, tenías que responderle.

DANIEL: Bogotá es una ciudad muy grande; siempre

cambio de espacios repentinamente y dejo personas atrás.

Cada espacio es una vida nueva, pero en el pueblo, más allá de

ser trans, a veces nos unimos tanto por ser paisanos y amigos

que empezamos a ignorar que somos hombres trans. En los

pueblos, es mucho más común encontrar personas genuinas,

auténticas y humildes.

SANTIAGO E.: Uno en su pueblo es un hombre más.

DANIEL: Creo que la gente también se adapta muy bien. Ha

sido muy bonito vivir en el pueblo. Cuando uno está empezando

a definir quién es y ya toma la decisión, la gente sí comenta y

te hiere con sus acciones. Sin embargo, al final del camino, es la

aceptación en nuestros contextos. También fui al colegio con

el pantalón de paño, ya que antes utilicé jeans, y recuerdo que

un día me sentí raro, como con el cuerpo extraño. No sé si a ti

te pasa…

SANTIAGO E.: Siento las miradas. Siento que me observan

como preguntándose: «¿qué le pasa? ¿tendrá más o menos

esto?» Siento esas miradas, pero a la vez sé que soy el hombre

que quiero ser. Sin embargo, esas miradas te hacen cuestionarte,

te ponen en duda: «¿qué tengo mal? ¿será que esto sí es eso?»

Una experiencia dual: nuestra construcción del rol como

hombres y nuestra sensibilidad

DANIEL: Me siento muy identificado. Creo que nosotros

aprendemos a ser hombres en la sociedad, especialmente con

el apoyo de nuestros amigos trans. Nadie nos enseña a ser

hombres trans, sino que somos el sostén de los otros. Tal vez

somos hombres más comprensivos, sin generalizar. Al haber

tenido infancias como niñxs trans o socializados como niñas,

cumpliendo ese rol en la sociedad, forjamos otros valores y nos

acercamos más a la empatía por otras mujeres. Un dato curioso

es que nos enamoramos más. ¿Cómo ves eso, Santi?

SANTIAGO E.: Creo que las situaciones nos han llevado a

ser mejores hombres. La vida y el contexto nos han impulsado

a superarnos. Esta ha sido nuestra lucha en la vida que nos

tocó.

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