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TRANSITAR EN EL SUR
COLECTIVO ANDINXS
sufrí debido a mi condición de género como mujer; por otro,
disfrutaba de la aceptación en mi rol de género como hombre,
experimentando espacios libres de discriminación y siendo
visiblemente trans. Estos eran, de alguna forma, privilegios que
experimentaba al inscribirme en una comunidad local, aunque,
al final, decidí marcharme.
Cuando decidí irme de mi pueblo, lo hice impulsado por el
deseo de ocultar mi identidad de género y el sueño de estudiar
en una de las mejores universidades del país, que pertenece a
una de las redes más importantes de educación universitaria
en el mundo. Sin embargo, esa decisión trajo consigo una
sensación de dolor que se intensificó en mí, transformándose
en un vacío dejado por los años no vividos en mi región natal.
A medida que enfrentaba los desafíos en Bogotá, mi esperanza
de lograr un completo cispassing se fue difuminando poco a
poco. Y cuando finalmente lo logré, mis sueños cambiaron: ya
no me interesa ocultar mi identidad; busco espacios donde se
me valore por lo que soy.
De Nariño, lo que más extraño es, sobre todo, la casa de mis
padres, donde mi hermana y yo siempre disfrutamos del espacio
y sus comodidades. Recuerdo la huerta, las dos salas de estar,
los ventanales que dejaban entrar la luz del abundante sol en
El Tambo, y el olor del aire limpio. Los amplios espacios de la
casa ofrecían un refugio cómodo para descansar, leer, escuchar
música o estudiar. Nunca imaginé que todo eso se convertiría
en un eco nostálgico, resonando en mi memoria.
Mi perspectiva sobre Bogotá es la de una ciudad vasta y
misteriosa, un lugar que guarda símbolos de diversidad,
secretos y relatos entrelazados. De sus calles han surgido
cuentos, novelas e incluso crónicas del siglo XVI; un archivo
vivo que aún no he descubierto del todo, pero que he decidido
explorar en barrios como Venecia, Santa Rita, el Tintal, algunos
en Suba y Niza, así como Modelia, Usaquén, Cedritos, Prado
Veraniego, Spring, La Soledad, Palermo, Belalcázar, Galerías,
Pardo Rubio, Marly, Quesada, Acevedo Tejada, Chapinero
Alto, Nicolás de Federmán, Villas del Granada, 7 de Agosto,
La Perseverancia, Virrey, Alcalá, Tihuaque, y el Chicó; también
he recorrido lugares en Barrios Unidos, Los Mártires, Tercer
Milenio, La Candelaria, Puente Aranda y el 20 de Julio.
En este viaje, he encontrado no solo amistades y amores,
sino también conflictos, desesperación, ansiedad y frustración.
En algunos rincones de Bogotá, me he topado con encuentros
malintencionados que han desafiado mi resiliencia.
Fue aquí, en Bogotá, donde me convertí en un hombre adulto.
Sin embargo, el proceso fue retador; por las particularidades
de mi tránsito, esta ciudad se convirtió en un escenario donde
mi identidad de género se volvió más visible, expuesta a las
dinámicas sociales que me rodeaban. Esta experiencia fue a
menudo más triste y caótica, marcada por la pérdida de redes
de apoyo, traiciones sentimentales y violencia. Cada uno
de estos factores se sumó a la construcción de mi identidad
como hombre trans en el contexto bogotano, dejando huellas
indelebles en mi camino hacia el autoconocimiento.
A veces, me cuesta recordar esos momentos, pero son los
años más valiosos de mi experiencia como persona trans. Las
lecciones aprendidas en ese tiempo son la base sobre la cual
he construido mi adultez; eso es algo invaluable. Los años que
siguieron fueron diferentes, ya que, gracias al cispassing, pude
desempeñar el rol de un hombre cis en la sociedad durante un
tiempo. Sin embargo, este proceso desató diversas violencias y
conflictos en contextos específicos, especialmente cuando mi
identidad de género se sentía revelada.
La universidad trajo consigo conflictos con compañeros,
profesores y amigos cercanos; todos ellos eran parte integral
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