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TRANSITAR EN EL SUR: Historias de siete hombres del Nariño andino

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TRANSITAR EN EL SUR

COLECTIVO ANDINXS

La perpetuación de la transfobia desde la institución

familiar

JERÓNIMO: Yo sufría mucho por eso. La transfobia nace

del desconocimiento y la ignorancia. La gente teme a lo que

no conoce, a lo que no entiende, a lo que no ha visto. Y eso era

yo en la Facultad, en mi familia y en la sociedad en general.

Para mí, lidiar con esta realidad fue extremadamente difícil.

Afortunadamente, logré cumplir con mis estudios y lo hice bien;

participé y gané varios concursos de litigio en la universidad.

Sin embargo, al mismo tiempo, sufría de disforia, ya que me

costaba mucho alcanzar ese ideal de hombre que se me imponía.

Recuerdo que, cuando le dije a mi papá que iba a transitar,

él, en un momento de resignación, me dijo: “Bueno, si vas a

hacer un hombre, tienes que ser un hombre de verdad”. Para

él, no solo iba a ser su hijo abogado, sino que ahora iba a ser

un hombre abogado. Mi papá me exigió que me comportara

de una manera que él considera apropiada para los hombres.

En ese momento, me dejé llevar por la imagen del macho

violento, del opresor. Sufría enormemente, porque, al final,

no somos hombres cisgénero y nunca lo seremos; ni tenemos

que pretender serlo ni esperar que nos reconozcan como tales,

porque simplemente no lo somos.

El rol masculino y la disforia como antecedente del rechazo

al machismo y al patriarcado

JERÓNIMO: Yo sufría mucha disforia, a pesar de llevar

dos o tres años en transición. Hacía muchísimo ejercicio y me

interesaban las artes marciales mixtas; creía que me gustaban,

pero en realidad estaba atrapado en una película. Me atraían

todos esos temas violentos que asociaba con lo que significaba

ser hombre.

Me involucraba en peleas con cualquiera afuera de los bares

o durante las clases de artes marciales. Era violento con mis

parejas y tenía muchas mujeres. Salía a beber cada fin de semana.

Tenía una pareja que también era abogada. Cumplía con todos

los estándares: era heterosexual, bebedor, violento y hacía

deporte para verme de una determinada manera. Finalmente,

fui reconocido como uno más del montón de hombres. Durante

los últimos dos o tres años de universidad, pasé desapercibido.

Nunca me sentí bien; siempre sufría por alguna razón,

no me sentía completo. Parecía que el día en que podría ser

realmente Jerónimo, el hombre que quería ser, nunca iba a

llegar. A diferencia de otros compañeros trans o masculinos,

nunca llegué a sentirme cómodo con los hombres cisgénero

heterosexuales. Para mí, era como ponerme un disfraz. Cuando

fui niña y crecí como adolescente, experimenté de manera

intensa la violencia hacia las mujeres: el acoso sexual, laboral

e incluso educativo. Sentía que las mujeres eran convertidas en

objetos de satisfacción, y que sus logros no eran valorados por

su mérito, sino por ser atractivas.

Cuando empecé a relacionarme con hombres cisgénero

heterosexuales, escuchaba cómo hablaban de las mujeres. Lo veía

desde adentro y comprendí cómo funcionan esas dinámicas de

género. No sé si tuve mala suerte al relacionarme con hombres

así, pero la mayoría lo era. Así que las conversaciones con

ellos me parecían aburridas y monótonas; siempre terminaban

cayendo en la misma cultura machista y patriarcal. Fingía estar

ahí porque nunca me sentí cómodo.

Todo esto fue parte de los retos que enfrenté para llegar

a ser lo que soy hoy: el no reconocimiento de mi identidad,

la transfobia y los estándares masculinos que dictaban cómo

debía caminar, hablar y participar en dinámicas violentas. Para

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