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TRANSITAR EN EL SUR
COLECTIVO ANDINXS
La perpetuación de la transfobia desde la institución
familiar
JERÓNIMO: Yo sufría mucho por eso. La transfobia nace
del desconocimiento y la ignorancia. La gente teme a lo que
no conoce, a lo que no entiende, a lo que no ha visto. Y eso era
yo en la Facultad, en mi familia y en la sociedad en general.
Para mí, lidiar con esta realidad fue extremadamente difícil.
Afortunadamente, logré cumplir con mis estudios y lo hice bien;
participé y gané varios concursos de litigio en la universidad.
Sin embargo, al mismo tiempo, sufría de disforia, ya que me
costaba mucho alcanzar ese ideal de hombre que se me imponía.
Recuerdo que, cuando le dije a mi papá que iba a transitar,
él, en un momento de resignación, me dijo: “Bueno, si vas a
hacer un hombre, tienes que ser un hombre de verdad”. Para
él, no solo iba a ser su hijo abogado, sino que ahora iba a ser
un hombre abogado. Mi papá me exigió que me comportara
de una manera que él considera apropiada para los hombres.
En ese momento, me dejé llevar por la imagen del macho
violento, del opresor. Sufría enormemente, porque, al final,
no somos hombres cisgénero y nunca lo seremos; ni tenemos
que pretender serlo ni esperar que nos reconozcan como tales,
porque simplemente no lo somos.
El rol masculino y la disforia como antecedente del rechazo
al machismo y al patriarcado
JERÓNIMO: Yo sufría mucha disforia, a pesar de llevar
dos o tres años en transición. Hacía muchísimo ejercicio y me
interesaban las artes marciales mixtas; creía que me gustaban,
pero en realidad estaba atrapado en una película. Me atraían
todos esos temas violentos que asociaba con lo que significaba
ser hombre.
Me involucraba en peleas con cualquiera afuera de los bares
o durante las clases de artes marciales. Era violento con mis
parejas y tenía muchas mujeres. Salía a beber cada fin de semana.
Tenía una pareja que también era abogada. Cumplía con todos
los estándares: era heterosexual, bebedor, violento y hacía
deporte para verme de una determinada manera. Finalmente,
fui reconocido como uno más del montón de hombres. Durante
los últimos dos o tres años de universidad, pasé desapercibido.
Nunca me sentí bien; siempre sufría por alguna razón,
no me sentía completo. Parecía que el día en que podría ser
realmente Jerónimo, el hombre que quería ser, nunca iba a
llegar. A diferencia de otros compañeros trans o masculinos,
nunca llegué a sentirme cómodo con los hombres cisgénero
heterosexuales. Para mí, era como ponerme un disfraz. Cuando
fui niña y crecí como adolescente, experimenté de manera
intensa la violencia hacia las mujeres: el acoso sexual, laboral
e incluso educativo. Sentía que las mujeres eran convertidas en
objetos de satisfacción, y que sus logros no eran valorados por
su mérito, sino por ser atractivas.
Cuando empecé a relacionarme con hombres cisgénero
heterosexuales, escuchaba cómo hablaban de las mujeres. Lo veía
desde adentro y comprendí cómo funcionan esas dinámicas de
género. No sé si tuve mala suerte al relacionarme con hombres
así, pero la mayoría lo era. Así que las conversaciones con
ellos me parecían aburridas y monótonas; siempre terminaban
cayendo en la misma cultura machista y patriarcal. Fingía estar
ahí porque nunca me sentí cómodo.
Todo esto fue parte de los retos que enfrenté para llegar
a ser lo que soy hoy: el no reconocimiento de mi identidad,
la transfobia y los estándares masculinos que dictaban cómo
debía caminar, hablar y participar en dinámicas violentas. Para
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