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Revista Andalucía Management 2024

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OPINIÓN OPINIÓN 9

Francisco Vañó Cañadas

Director General Grupo Castillo de Canena

La agricultura andaluza del

futuro: una visión empresarial

pueden convertirse, lo son ya,

en amenazas reales para el

sector agronómico.

En el caso concreto de nuestra

Comunidad Autónoma

encaramos una verdadera

revolución que ya comenzó

a mediados del siglo XX pero

que proseguirá con más fuerza,

si cabe, durante el actual. Se

hace necesario un importante

incremento en las superficies

de las explotaciones agrarias,

mediante mecanismos de

concentración de estas, de

manera que se pueda realmente

obtener beneficios de las

economías de escala, optimizar

recursos y acometer de manera

más eficaz las inversiones en

CAPEX. También es primordial

afrontar el relevo generacional,

incentivar y estimular la

incorporación de los jóvenes

al campo y, sin duda, invertir

en formación, educación y en

profesionalización, puesto que

en un futuro cercano se va a

necesitar mucha menos mano

de obra, pero mucho más

cualificada.

La irrupción de la digitalización,

la IA, la agricultura de

precisión, los sistemas de

riego cada vez más eficientes

que conllevan limitados

consumos de agua, el uso de

fertilizantes bioestimulantes

de última generación mucho

más efectivos y sostenibles,

la aparición de maquinaria

completamente autónoma

que no necesita ser manejada

por personas y, por ende,

susceptible de estar en servicio

24 horas al día, los sistemas

predictivos de cosechas, la

introducción de la tecnología

blockchain para garantizar

irrefutablemente la trazabilidad

de los productos agrarios, la

mejora en los sistemas de

calidad y seguridad alimentaria,

el reto de la sostenibilidad

mediambiental… todas estas

realidades nos conducen, a mi

juicio, a la misma conclusión:

la agricultura necesita, hoy

mas que nunca, verdaderos

empresarios que sean capaces

de sacar partido de las

ventajas que para el campo

está ya teniendo la revolución

tecnológica y social en la que

estamos inmersos.

La industria agroalimentaria en

Andalucía representa casi un 9%

del total de su PIB frente al 3%

del conjunto de España. Es claro

que, a pesar de ciertos factores

limitantes, como, por ejemplo,

el déficit hídrico que sufrimos de

manera endémica en amplias

zonas de nuestra Comunidad

Autónoma, Andalucía es una

verdadera potencia agrícola en

producción, por ejemplo, de

aceite de oliva, frutas, productos

hortícolas, vino, cítricos,

almendra, pistacho, etc. Los

estragos de todo tipo que sobre

la población causó la reciente

pandemia del COVID-19 ha

demostrado palmariamente

la importancia que tiene el

sector agroganadero (con sus

eficientes cadenas logísticas

de distribución) en nuestra

estructura económica y social y

como el concepto de “soberanía

alimentaria” es crítico (o debe de

serlo) dentro de las estrategias

políticas fundamentales de un

país.

Hay además un punto muy

importante relativo a todo

el ecosistema de la industria

alimentaria cuál es su estrecha

vinculación con la restauración.

En una región como la nuestra,

visitada por más de 20 millones

de turistas cada año, el

universo de consumidores de

productos agrarios se amplía

grandemente a partir del canal

HORECA. El auge imparable

del turismo gastronómico y

el hedonismo propio de la

época posmoderna en la que

nos hallamos son palancas

muy potentes que impulsan

y estimulan la producción de

alimentos, cada vez, de mayor

calidad.

De todas maneras, el sector

en Andalucía en particular y

en la Unión Europa en general,

a pesar de vivir, teóricamente,

un halagüeño presente y un

prometedor futuro se enfrenta

a retos importantes que

pueden poner en peligro el

statu quo actual. El recorte de

las ayudas y el fin de la Política

Agraria Común tal y como la

entendemos en la actualidad,

la globalización, la incidencia

del cambio climático (sea cual

fuere la causa o causas que lo

provocan) la hiper-regulación, el

envejecimiento de la población,

la escasez de la mano de obra,

la irrupción de terceros países

productores agrícolas que

practican el dumping social y por

ende la competencia desleal, y

la demoledora inercia propia

de una actividad económica,

aparentemente, muy madura,

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