El sendero del guerrero- Canastones 4
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CANASTONES VOL. 4
El Sendero del Guerrero
Primera edición: octubre de 2025
A todos los que me leéis,
me venís a ver y me pedís dedicatorias.
A los que queréis más. ¡Gracias!
A. C.
© Texto: Alberto Casamayor Otero, 2025
© Ilustraciones: Palma&Kako, 2025
© Editorial el Pirata, 2025
C. Ripollès, 4 Sabadell (Barcelona)
info@editorialelpirata.com
editorialelpirata.com
Todos los derechos reservados.
ISBN: 978-84-19898-90-6
PO: 9788419898906-1
Depósito legal: B 15822-2025
Impreso en España
Con el apoyo de
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EL SENDERO DEL GUERRERO
Escrito por
Alberto Casamayor
Ilustrado por
Palma&Kako
SOY JOEL
Y TENGO
NUEVE AÑOS.
Ay, ay, ay… ¡y requeteay!
Los que habéis leído alguna aventura de los Canastones
ya sabréis quién soy. Y los que acabáis de
llegar me pilláis en mal momento.
¿Por qué estoy tan estresado? Pues porque Nico,
que es nuestro jugador más fanfarrón, me acaba de
pasar el balón y los jugadores del equipo contrario
(¡todos!) me han rodeado con cara de querer quitármelo,
aunque tengan que pasar por encima de mi
cadáver.
Boto el balón y busco un hueco por donde escapar,
pero los Huracanes (así se llaman nuestros rivales)
se me acercan con miradas amenazantes.
Quizá tú, que estás sentado en el sillón de casa,
o en una cómoda silla de tu habitación, o incluso
sentado en el inodoro mientras haces… eso, creas
que estoy exagerando.
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Si te fijas, verás que los Canastones llevamos la
equipación por encima de ropa térmica, ¡Laura incluso
se ha puesto una bufanda y Samu lleva manoplas!
En cambio, los Huracanes visten camisetas
de tirantes y pantalones cortos como si nada, ¡y eso
que estamos a menos de diez grados centígrados!
Prefiero que
no me pases el
BALÓN, estos
Huracanes asustan
MOGOLLÓN.
¡A mí,
a mí!
Pero a Patrick no se la puedo pasar porque un
mono le ha robado las gafas y no vería un pimiento…
¡ni aunque se lo pegaran a la nariz!
Esquivo una mano que, en vez de buscar el balón,
parece querer arrancarme la cabeza.
—¡Árbitro! —se desgañita el coach Evans, todo
músculos y nervios en el banquillo, bebiendo café
de su termo de cinco litros—. ¡Eso es falta antideportiva!
Tal y como ha ido el partido, sabemos que no va
a pitar. En esta cancha al aire libre, en medio de
una montaña más allá de los Andes, las reglas son
diferentes. Para jugar al baloncesto infantil, solo
debes tener menos de diez años.
El problema es que mucha gente de aquí no tiene
ni idea de en qué año nació, así que el único requisito
real es… ¡tener brazos y piernas!
Busco a Laura con la mirada, ella es nuestra jugadora
más simpática y empática. Siempre se desmarca
para que pueda pasarle el balón y… ¿En serio? ¿Está
firmando autógrafos a un grupo de niños? ¿Ahora?
—¡No la pierdas! —me advierte Hiroko, nuestro
último fichaje, que ha tenido que irse al banquillo
por culpa de un esguince.
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¡¿Que no la pierda?! La chica más bajita de los
Huracanes, que me saca medio palmo de altura, me
acorrala contra la línea de fondo.
—¡Ayuda! —grito, a punto de caer fuera de la pista.
Para despistar a la jugadora de los Huracanes,
Samu, que es nuestro tercer base y al que han descalificado
por hacer trampas, inquieto como un ratón
encerrado, se pone a dar volteretas entre los pies
de la hermana de Bermúdez, que es la ayudante del
coach Evans.
¡Qué desastre! La hace tropezar y, al chocar con
nuestro entrenador, le derrama el café.
A su lado, Providencia, que acostumbra a tener
visiones del futuro, no deja de mirar la montaña
que tenemos detrás. Desde que llegamos al poblado,
dice que estamos en un lugar místico y anda de lo
más despistada.
La artimaña de distracción de Samu no ha funcionado
porque el pívot de ellos, un chico que para
tener nueve años tiene más pelo en las piernas que
el suelo de una peluquería, me arranca el balón de
las manos. Como un potro desbocado, corre hacia
canasta y… ¡la revienta de un mate brutal!
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El marcador, hecho con láminas de madera, marca
50 a 42 a favor de los Huracanes. Del reloj de arena
que marca el tiempo del último cuarto, ya casi no
queda arena por caer.
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—¡Corazones! —grita una voz conocida.
Duna acaba de llegar. Nos quedamos con la boca
abierta porque viene montada encima de…
¡Esperad, esperad! Imagino que debéis de estar
preguntándoos un montón de cosas. ¿Qué hacemos
los Canastones tan lejos? ¿Por qué jugamos contra
un equipo tan violento? ¿Y quién es el increíble
acompañante de Duna?
Pues retrocedamos unos días. Venid, venid, ¡porque
no os vais a creer lo que nos ha pasado!
¡BOING!
Todo empieza días después de derrotar, contra
todo pronóstico, a los Samuráis de Bronce, cuando
el coach Evans nos reúne en la sala de su casa donde
preparamos los partidos.
El pez que nada en la enorme pecera mira con un
ojo el pelo rojísimo de Samu y, con el otro, los plátanos
con los que Bermúdez hace malabares.
—Los plátanos son sanos y fuente de ENERGÍA,
comerlos te alarga la vida y te llena de ALEGRÍA.
—¡Sentaos! —ordena el coach Evans.
Y, al momento, todos nos sentamos donde podemos,
incluso el pez. El coach da un trago a su termo cargado
de café y se pasa un bastoncillo por las orejas
antes de volver a hablar.
—Un viejo conocido de mi mujer, el maestro Konpe
Siko-La, tiene una legendaria escuela de karate en
un pueblo muy lejano. Duna era alumna suya y, al
ser huérfana, también vivía allí… hasta que nosotros
la adoptamos, claro.
Konpe Siko-La, ¿os suena el nombre? Es el maestro
de artes marciales que, muy de vez en cuando,
escoge a un alumno especial para enseñarle sus
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secretos más preciados. Durante mucho tiempo,
Duna se estuvo preparando para ser elegida.
—Así que es cierto… —Los ojos de Patrick se ensanchan
tras sus fantásticas gafas de deportista
miope—. Duna, creciste entre monjes que cazaban
con las manos.
—Con los pies INCLUSO, no descartes su USO —se
maravilla Bermúdez, que hace girar un plátano sobre
su dedo como una hélice.
—Yo también cazo… —Samu se saca del bolsillo
una babosa, gordita y llena de babas.
—¡Ay, por favor! ¿De dónde la has sacado? —se
sulfura Laura.
—Estaba en peligro. —Samu se encoge de hombros
y se guarda la babosa en el bolsillo—. ¡Y, cuando
hay un animalito en peligro, ni me lo pienso!
—¡Está bien! —grita el coach, y todos nos ponemos
rectos como estacas—. El caso es que ha construido
una pista de baloncesto para que los niños
de su escuela puedan jugar.
—¡Oh, qué gran hombre debe de ser ese señor
maestro Kon… Sinpe-Luca! —aplaude Laura.
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—El problema es que su hermano, Masfan Tali-Mon,
lleva años resentido con él. Antes era un buen hombre,
pero discutieron y se fue de la escuela que dirigían
juntos. Se llevó el dinero que habían ahorrado
y creó su propia escuela de karate. Cada vez que
tiene una oportunidad de fastidiarlo, la aprovecha,
y ahora ha ordenado a sus alumnos que no dejen
jugar en la pista a nadie que no sea de su escuela.
—¡Qué ogro! —se subleva Laura—. ¿Y por qué discutieron?
El coach arruga las cejas y da un sorbo de café.
—Por culpa de una leyenda.
—Pues sí que se toman en serio las leyendas —reflexiona
Samu, hurgándose la nariz.
—Así es —asiente el coach—. Pero, hace unos días,
Konpe Siko-La me dijo que su hermano le ha hecho
una promesa. Compartirá la pista de baloncesto y
dejará de incordiar a sus alumnos con una única
condición: que los Canastones derroten a los
Huracanes, su equipo, en un partido de baloncesto.
—¿Y por qué los CANASTONES? Hay equipos de baloncesto
a MONTONES —pregunta Bermúdez.
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—Pues porque somos los mejores —salta Nico,
repeinándose el flequillo—. Eh, señor Evans, ¿qué
televisiones retransmitirán el partido?
—Será sin televisión —contesta el coach—. El poblado
está en la otra punta del mundo. Por eso la
semana que viene, aprovechando que es festiva…
¡Volaremos
a la jungla!
Los Canastones nos quedamos en silencio.
¿Ha dicho «la jungla»?
Pero no querrá decir la jungla donde hay pumas,
osos y otras fieras que te pueden comer de un bocado,
¿verdad?
Unos días más tarde, los Canastones al completo
nos encontramos en la terminal de vuelos internacionales
del aeropuerto.
—No os mováis —nos dice Hiroko—. Nuestro vuelo
es en el avión privado de mi familia, voy a ver si
está listo.
—Los aviones privados son para gente importante…
—dice Nico, dándose golpecitos en el pecho de
su nueva y horrible chaqueta amarilla—. Como yo.
¿Se puede ser más creído? En fin…
—Voy con Hiroko. Vigila que no se metan en líos
—le pide el coach a la hermana de Bermúdez.
La hermana de Bermúdez hace un globo con el
chicle que mastica, se sienta en un banco y se concentra
en su móvil…
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HIROKO
Es nuestra jugadora más reciente. Antes jugaba con
los Samuráis de Bronce, el mejor equipo de baloncesto
infantil del mundo, que solo ha perdido un partido en
toda su historia. No quiero
ser presumido, pero…
¿adivináis contra quién?
Juega de base y… ¡es tan
buena que casi diría que
la han modificado genéticamente
para jugar al
baloncesto!
Además, pertenece a la
familia más ricachona
de la ciudad, ¡pero no se
lo tiene nada creído!
Gracias a ella, a los Canastones
no nos falta
de nada que se pueda
comprar con dinero.
Lo que más le gusta es
la justicia… ¡y jugar al
baloncesto!
Peinado
de samurái
Ropa
impoluta
Zapatillas
del
momento
No sé si habéis estado en un aeropuerto, pero es
un lugar ideal para perderse. ¡Está llenísimo de
gente! Y hay montones de restaurantes con fotografías
de comida brillante y apetitosa. ¡Y eso sin
contar las tiendas!
Patrick se ha quedado hipnotizado con las zapatillas
de una tienda de deportes, Duna ha visto unos
guantes de boxeo que le han robado el aliento, a
Laura los ojos le hacen chiribitas ante un escaparate
de bolsos, Bermúdez mira golosito una frutería,
Nico se ha probado mil perfumes (¡buff, qué peste!),
Samu corre y da volteretas por la cinta transportadora,
y yo me quedo con la boca abierta mirando
portadas de cómics en el expositor de un quiosco.
¿Y Providencia?
—¡Por aquí! —nos llama Hiroko—. El avión está listo.
Pues… ¡como si fueran sordos! Nadie reacciona.
Así que aferro por el brazo a los Canastones uno
a uno y tiro de ellos. Solo falta Samu, que, ¡uy!, sale
disparado de la cinta transportadora y nos derriba.
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Duna, más irritada que un tigre al que le han cortado
las uñas, se prepara para asestarle un golpe de
karate. Pero, de repente, en la tienda de amuletos
y colgantes extraños que tiene delante, una de las
bolas de cristal se ilumina.
—¡Aaaah! —grita la dependienta.
En el interior de la bola se mueve un banco de niebla
y un relámpago. Oímos el gruñido de un animal
temible y… ¡la bola se apaga!
De detrás, con expresión aburrida, sale Providencia.
—¿Has… encendido tú la bola? —le pregunta la
dependienta, con la boca abierta.
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Se ha iluminado
sola cuando
he pasado por
su lado.
Nos alejamos de la tienda, rodeando a Providencia.
—Dinos que has visto algo BUENO, entre el rayo y
el TRUENO —le pide Bermúdez.
—He visto oscuridad y peligro… ¡Ah! Y no os sentéis
en el asiento 14. Es cuanto puedo deciros.
¡El avión es una pasada! Como todo en la familia
Yari Sugi, es de ultimísima tecnología. Liso y dorado,
de morro afilado y alas triangulares, ¡parece una
nave espacial! En el costado tiene pintada una almeja
que conocemos muy bien.
Es el único avión en todo el hangar.
—Lo diseñó mi abuelo hace más de veinte años
—dice Hiroko, orgullosa—. Tenemos el equipaje dentro.
El primero que llegue… ¡escoge asiento!
Sin esperar a que diga más, corremos hacia la
esclusa de entrada como una manada de búfalos
perseguidos por una tribu de indios. Somos amigos,
pero de dar algún que otro empujón no nos libramos
ni uno.
Por cierto, seguro que ya nos conoces, pero por si
acaso, los Canastones somos:
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NICO
Le daría un
soponcio si se
quedara calvo.
PATRICK
Sin sus gafas
está perdido.
DUNA
Una auténtica
guerrera.
SAMU
Nadie da más
volteretas que él.
HIROKO
En la cancha
es más letal
que una katana.
PROVIDENCIA
Misteriosa
como la noche.
LAURA
Todo
le parece
monísimo.
BERMÚDEZ
Le encanta
la POESÍA,
no es ninguna
TONTERÍA.
EVANS
El padre de Duna.
Tiene músculos
de acero y
corazón de oro.
JOEL
Para mí, cada
partido es
una aventura.