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AAS 80 - La Santa Sede

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1608 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale<br />

con Dios, nuestro Señor », 21 que su fundador quería como caracte­<br />

rística del jesuíta. Fundamentaron así, día a día, su trabajo en la<br />

oración, sin dejarla por ningún motivo. (( Por más ocupaciones que<br />

hayamos tenido —escribía el Padre Roque en 1613—, jamás hemos<br />

faltado a nuestros ejercicios espirituales y modo de proceder a. 22<br />

8. <strong>La</strong> liturgia del día de hoy nos lleva, queridos hermanos y her­<br />

manas, al Cenáculo, donde escuchamos aquellas palabras de Cristo:<br />

« Os doy el mandato nuevo : que os améis mutuamente como yo os<br />

he amado (...). En esto conocerán todos que sois discípulos míos». 23<br />

San Juan nos ha transmitido también estas otras palabras de<br />

Cristo: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus<br />

amigos ». 24 Ellas nos dan la clave para entender la vida cristiana<br />

capaz de inmolarse con el martirio. Por eso, debemos amarnos los<br />

unos a los otros, teniendo como modelo el amor de Cristo a los<br />

hombres. <strong>La</strong>s páginas del Evangelio están llenas de este amor. Gran­<br />

des y pequeños, sabios e ignorantes, hombres con posesiones y otros<br />

que no tenían nada, justos y pecadores, hallaron siempre acogida<br />

bondadosa en el corazón de Cristo. Clavado en la cruz, poco antes<br />

de entregar su vida, dio el testimonio postrero de amor perdonando<br />

a quienes lo crucificaron. 25 El apóstol Juan, discípulo amado, nos<br />

legó en su evangelio el mandamiento nuevo del Señor, subrayando<br />

cuál es la mayor prueba de amor. 26<br />

El Padre Roque González de <strong>Santa</strong> Cruz y sus compañeros már­<br />

tires habían entendido y experimentado, sin duda, esta enseñanza.<br />

Por eso fueron capaces de abandonar la vida tranquila del hogar<br />

paterno, el ambiente y las actividades que les eran familiares, para<br />

mostrar la grandeza del amor a Dios y a los hermanos. Ni los obstá­<br />

culos de una naturaleza agreste, ni las incomprensiones de los hom­<br />

bres, ni los ataques de quienes veían en su acción evangelizadora un<br />

peligro para sus propios intereses, fueron capaces de atemorizar a<br />

estos campeones de la fe. Su entrega sin reservas los llevó hasta el<br />

martirio. Una muerte cruenta que ellos nunca buscaron con gestos<br />

de arrogante desafío. Siguiendo las huellas de los grandes evange-<br />

21 Ibid.<br />

22 Carta, 8.X.16Í3.<br />

23 Jn 13, 34-35.<br />

24 Ibid. 15, 13.<br />

25 Cf. Lc 23, 34.<br />

26 Cf. Jn 15, 12-13.

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