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Verbo Sur-Abril 2020

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Abril 2020

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de poesía y otros vicios


Nota del Editor

Gonzalo Quiroz

Otro fin de mundo. Por qué han habido muchos, y

muchos quedan por venir. Quizás la novedad sea

la escala planetaria de este ocaso transitorio. Y

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Steve Halama

otra vez el miedo como arma de control, y la

crisis financiera cosechando nuestra angustia.

Cerramos los ojos con toda la fuerza posible,

dando la espalda al silencio, a nuestra sombra, al

lento e implacable movimiento de la tierra sobre

su eje. Llenamos nuestro tiempo con el artículo

de moda, con la pantalla en nuestra mano que

nos aleja de aquello que está más cerca; de la

piel del amante o la alegría de los niños. El cielo

se cae otra vez ante nuestros ojos, mientras el

horizonte abre sus fauces nuevamente, hambriento

del asombro que provoca nuestro camino

inclaudicable.

Y algunos lo sufren y algunos sonríen. Los menos,

se lanzan en loca y feliz carrera directo hacia el

abismo. Han reconocido los colores de su destino.

El momento ineludible esperado de por vida.

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N°1

Abril 2020

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Constanza Martinez


Del cosmos, su vibración

viene tañiendo distancias

¿qué sucede si mi cuerpo

es caja de resonancias?

Edgardo Araneda

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Año 2020:

De “Un mundo

feliz” a “1984”

por: Mg. Felipe Quiroz A.

Hasta hace muy poco pensábamos

que el mundo hipermoderno

correspondía a un sistema súper

complejo de dominación, basado

en estrategias de exacerbación

de los deseos y apetitos instintivos

de los individuos, para generar

en ellos tal grado irracional de

obsesión por el consumo de productos

que los terminase transformando

en el largo plazo, a

ellos mismos, en productos de

consumo. Esto significa, una sociedad

completamente manipulada

desde lo inconsciente, a

través del “arma del placer”, y no

a través del sometimiento que

nace del uso explícito de la violencia.

En este sentido considerábamos

que, si de predicciones existentes

en la literatura se tratase, la

novela “Un mundo feliz” de

Aldous Huxley acertaba en mayor

y mejor medida que “1984” de

George Orwell respecto de los

acontecimientos previstos. En

efecto, las sociedades hiperconsumistas

de hoy establecen su

sistema de dominación a través

del consentimiento de los dominados,

y no por medio de una imposición

dictatorial evidente. De

hecho, el mundo globalizado se

nos muestra como mayoritariamente

democrático y liberal. Los

procesos de dominación política

se realizan, precisamente, gracias

a la creencia instalada en los

ciudadanos respecto de que el

ejercicio de su soberanía para

con la súper estructura política

que “los representa” es un hecho

indiscutible, una verdad incuestionable,

cuando en realidad, representa

todo lo contrario; solo

una creencia. De hecho, una raya

en un papel, cada cuatro años,

no es más que eso; una raya en

un papel. En fin de cuentas, no es

imaginable mayor nivel de esclavitud

que la de aquel que cree ser

libre, sin serlo. Peor aún, no

existe mayor sometido que aquel

que se cree soberano solo en fun-

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ción de un atributo “mágico” que

le entrega, según su imaginación,

el ser parte de una “mayoría”.

En efecto, jamás la cantidad

de gente de acuerdo en algo ha

significado lo que se entiende humanamente

como “privilegio”.

Muy por el contrario, la definición

de este término significa algo absolutamente

opuesto. Y no ha

existido ni existe mayor privilegio

que el ejercicio indiscriminado y

absoluto del poder. Este, al contrario

de lo que la mayoría democrática

cree, jamás ha sido un

derecho, nos guste o no. En

efecto, en la actualidad es un privilegio,

precisamente, gracias a

la creencia de las mayorías democráticas

de que es un derecho,

y “su derecho”.

En cuanto a lo psicológico, el

control ejercido mediante la vigilancia

se realiza, de manera subliminal,

a través del intercambio

de información entre seres profundamente

enajenados que resultan

completamente incapaces

de resistirse a las demandas exteriores,

por estar condicionados

desde la educación, los medios

de comunicación, la publicidad y

la cultura en su totalidad para no

controlar los impulsos interiores,

tal y como lo señalara Lipovetsky.

La finalidad de todo lo descrito se

orienta a generar en los individuos

una dependencia al consumo

tan poderosa como la dependencia

que nos liga a los seres

vivos a los instintos naturales. En

otras palabras, se trata de la instalación

de un vínculo indestructible

e inalienable entre los instintos

y el producto. Tal finalidad,

sin lugar a dudas, se logró. Hoy,

el sistema de comunicación

global se ha convertido en un infinito

supermercado virtual de intercambio

entre “perfiles/productos”,

donde la cultura de la

imagen se ha posicionado como

un imperativo social obligatorio

para las generaciones actuales,

arrojadas sin piedad al desenfreno

de un narcisismo imposible de

superar, y de un hedonismo sin

límites. O sea, se trata de una

generación humana completa

condenada al vacío.

Bueno, todo esto nos parecía “la

última frontera”, el tocar fondo

del ideal humano, alguna vez

existente. Sin embargo, incluso

los más escépticos entre nosotros,

quienes no podíamos escribir

acerca de la realidad actual

desde otro espacio intelectual

que no fuera el del “terror filosófico”,

¡Cuan ingenuos fuimos!

Cuanta bondad existía aún en

nuestra mirada como para no

distinguir que la oscuridad del

terror del umbral, ¡es recién el

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umbral, y no el fondo!

La antesala de nuestra paradójica

situación actual de encierro

global fue un año 2019 lleno de

estallidos sociales en contra del

modelo neoliberal, en diversas

ciudades del mundo entero.

Antes de que eso lo experimentásemos

en la calle -aquí en Chile

desde octubre de ese mismo año

hasta marzo del actual- lo vimos,

de manera casi exacta, a través

ni más ni menos que de la publicidad

y la cultura del entretenimiento,

por décadas. Nunca calculamos

la cantidad de millones

que se han invertido -y aquí la

palabra inversión es necesaria de

considerar en serio- para que

tales producciones llegaran a

nuestras conciencias. Tampoco

calculamos la cantidad de poder

que se necesita para invertir esa

cantidad de millones en la instalación

de estos contenidos en la

cultura global. Una vez experimentado

eso mismo en las calles

de nuestras ciudades, vimos con

asombro como masas enteras de

personas a las que se les privó

toda su vida de educación cívica

alguna y que, junto con ello, se

les generó una aversión instintiva

-nuevamente instintiva- al compromiso

colectivo que implica la

participación de un proyecto democrático

concreto, gritaban a

coro estar dispuestas a todo, incluso

a morir, por defender el

nuevo ideal resucitado de una revolución

que pondría fin al actual

sistema de dominación neoliberal.

Pero esta revolución se trataba

de una sin partidos, sin ideología,

sin proyecto político, en

contra tanto del monstruo del

mercado como del estado. El

ciudadano se tomaba el espacio

público, en ejercicio de su soberanía,

al fin recuperada. Todo

este contexto increíblemente fáctico

parecía, en realidad, un

sueño. O, más bien, una superproducción

cinematográfica, en

donde el ciudadano común, sin

poder, político o militar, ni recurso

económico alguno, triunfa al

fin en contra de una minoría oligarca

con infinito poder y recursos

con los cuales puede financiar,

por ejemplo, a ese mismo

tipo de ficciones culturales de las

que ahora el individuo se cree

parte, en la realidad cotidiana y

ni más ni menos que en el rol de

héroe.

Hoy, a dos meses de lo señalado,

y al margen de cualquier suposición

de intencionalidades, los

hechos son los siguientes: debido

a un virus transformado en pandemia

global el mundo entero

está confinado en sus hogares,

en la trinchera del espacio priva-

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do por miedo al contagio, obligados,

los individuos, a comunicarse

entre ellos solo mediante la

red virtual o a distancia. Como

contrapartida de ello, son las

fuerzas armadas y de orden quienes

ocupan el espacio público.

Por último, debido a la emergencia,

se multiplican las voces que

piden, incluso entre personalidades

políticas y empresariales

hasta hace unos pocos meses defensores

recalcitrantes del neoliberalismo

más salvaje, la intervención

del estado para salvar la

crisis económica que viene como

consecuencia inevitable de la

actual situación de paralización

del empleo, el comercio y de la

producción en general. Como

verdadero canto del cisne del

drama, el mismo ciudadano que

hace unos meses pedía a gritos la

radical transformación de la historia

mediante una forma de revolución

sin precedentes en

contra del sistema, hoy pide a

gritos, con razón o no, la intervención

del estado.

acaba el tiempo de la modernidad

liquida. El nihilismo se transforma

en cosa. Entramos de lleno

en la era de la hipermodernidad

sólida. El “mundo feliz” del absurdo

sueño neoliberal fue solo

una etapa previa, para “1984”: el

monstruoso mundo híper y virtualmente

planificado, que comienza

hoy, en el año 2020.

Ante estos hechos, el escenario

es inmejorable para pasar de la

dominación silente a una evidente,

y para pasar del abuso implícito

a otro explícito. Estamos

ante el extraordinario y abrumador

espectáculo de ver como la

nada se transforma en algo. Se

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Y siempre

tuvimos miedo

por: La Beis

Nunca pensó vivir algo parecido.

La gente ya no se saludaba de

beso, ni de mano, y si alguien se

encontraba con gripe era juzgado

y recriminado. Lo "correcto" era

que esa persona se quedara en

su casa, por amor y respeto a la

gente "sana".

Ella siempre pensó que era una

exageración. El virus existe, es

real, ¿es mortal? Ella no sabe, no

es un especialista, pero confiaba

tanto en el destino que se entregaba

sin mucho cuidado a la

vida.

La mayoría de las personas

usaba mascarillas de los más diversos

diseños. Incluso habían

mascarillas con accesorios brillantes,

para alguna ocasión especial,

seguramente… No era

obligación usarlas, pero ella

agradecía divertida y silenciosamente

- "más oxígeno para mi".

Agradecía egoístamente salir en

su auto, por calles sin aglomeraciones

y con una vista hermosa y

majestuosa de la cordillera sin

smog. Se veían pocos ancianos y

los últimos niños que recuerda

haber visto en persona eran sus

sobrinos, hace ya meses.

La gente seguía con miedo de

salir, a pesar de haberse levantado

el toque de queda hace un

mes. Llevaban respetuosamente

el miedo escrito en la mirada.

Ella no entendía el miedo a qué…

¿miedo a morir?, ¿miedo a que

sus padres longevos mueran?.

No le era indiferente que las personas

murieran, de hecho, la invadía

una tristeza enorme el

pensar en la muerte de un ser

querido, pero se repetía mentalmente

que todo era parte de lo

que debe pasar, parte de un destino

irrevocable.

No podía compartir ninguno de

estos pensamientos, pensaba,

por respeto. ¿Para qué molestar

al resto con sus teorías?, pero

también por egoísmo, el mundo

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había dejado de ser tan insoportable

para Ella.

Despertó ese lunes con la sensación

de haber soñado algo extraño,

pero no pudo recordar qué.

Realizó su rutina cotidiana para

levantarse e ir al trabajo. En el

trayecto, vió a la gente con sus

diversas mascarillas y tuvo la

sensación de haber soñado con

algo relacionado con eso.

Ya en la oficina sus compañeros

comentaban el entretenido fin de

semana con sus amigos a través

de videollamadas. El más entusiasta,

contaba que además del

sábado con sus amigos en línea,

el domingo había almorzado con

sus padres, a través del mismo

medio, y que había conectado la

cámara a la televisión para estar

con ellos todo el día.

La naturalidad con la que asumieron

el cambio de sus relaciones

sociales le parecía macabra.

"¿No te complica ver toda la

semana a tus compañeros de trabajo

y luego enviarles un beso,

un abrazo y mucho amor a tus

seres queridos a través de las

pantalla?", pensaba mientras

todos celebraban haberse "reinventado"

para poder seguir adelante.

En su sueño ya no había toque de

queda - el recuerdo le llegó como

un pensamiento fugaz-, (aunque

no tenía la certeza de que fuera

parte del sueño o un anhelo de

mayor libertad), pero todos seguían

respetando las normas sociales

de "distanciamiento". En la

realidad, ella no veía tan lejano

ese hecho.

Se atormentaba con el sentimiento

de felicidad que sentía

con la poca gente en las calles,

con el silencio por las noches. Se

preguntaba si quizás tenía algo

que ver con el sueño que tuvo.

De regreso, camino a su pequeño

departamento, se detuvo en el

almacén de siempre a comprar.

Todos cuidadosamente respetando

la distancia para finalmente

recibir el pan, el queso laminado

en el momento, manipulado con

guantes, por supuesto, y después

pagar… el dinero iba y

venía, máquinas para pago con

tarjetas también. Pensó en que

todo era como antes del virus.

Las única diferencia era las mascarillas,

los guantes y el miedo.

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Hallarme desnuda...

camino etéreo

profanamente amanecida

devenir de luna sin cielo

no será sin ocultar mis rostros

no habrán muertes

que abracen mis días,

el estigma

del que oscuramente

teje y rearma vacío.

Tatiana Velasquez

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Ponle cine no más

por: Diego Piñol

El Hoyo

Director: Galder Gaztelu-Urrutia

2019

Una película que desea plantear

una crítica social, o bien retratar

nuestros peores miedos o flaquezas,

a través de una historia

simple y directa, cuyo principal

pecado es que se queda en la superficialidad

y entrega una solución

o final vacía.

Mucho hype ha tenido esta película,

y sin más remedio que sucumbir

ante tanto alboroto, uno

queda intrigado en un comienzo

pero decepcionado al final. Al

leer un poco sobre ella en la web,

se confirmó mi sospecha, es una

obra de teatro, que trabajada en

ese lenguaje es una obra brillante,

pero traspasada al cinematográfico

pierde gran parte de sus

virtudes.

Pero seamos justos, es una película

correcta que quizás la mido

con una vara que no le corresponde,

es un producto destinado

al entretenimiento y al consumo

fácil y ligero, que te plantea un

dilema interesante (el egoísmo,

la solidaridad, la competencia, la

sociedad mercantilista, etc.),

pero que lamentablemente

cuando le toca explicar (desarrollar)

la idea, recurre al efecto audiovisual,

al mareo y al vértigo, a

la tensión y al desasosiego, casi

sin ninguna justificación más que

impactar.

Es una película que si hubiera

durado 20 minutos estaría aplaudiéndola

de pie, pero que después

de 60 lo que único que quieres

es que te cuenten cómo termina.

En una época donde la inmediatez

y la búsqueda rápida de

recompensa, la película termina

convirtiéndose en lo que critica,

en una sociedad donde predominaría

el egoísmo y el placer, es un

producto más de emociones y

shock visual, angustiándote pero

mostrándote la esperanza, y de

la manera más superflua que te

puedes imaginar.

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Con El hoyo usted gastará 90 minutos de su día, y de seguro sentirá que

no los desperdició, pero habiendo atrapado tu atención, la película podría

haberse ocupado de hacerte reflexionar y de con-moverte, pero prefirió

pasar el sobresalto y tranquilizarte.

Para mi gusto es una oportunidad perdida, pero me parece que el director

seguirá una senda de varios de sus coterráneos, haciendo un cine comercial

sin tapujos ni pretensiones, buscando hacer méritos para que ojalá

los contraten en Estados Unidos.

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www.calibarediciones.com

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