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monte Tabor. A estas poblaciones les suministré también trigo en abundancia y
armas para su seguridad futura.
Juan de Giscala intenta suplantar a Josefo
El odio de Juan, hijo de Leví, contra mí era cada vez más intenso, pues no
soportaba mi éxito. Dispuesto a librarse de mí a toda costa, reconstruyó la
muralla de Giscala, su ciudad natal, y envió a Jerusalén a su hermano Simón y
a Jonatán, hijo de Sisena, con un centenar de soldados para pedir a Simón, hijo
de Gamaliel, que convenciese a la comunidad de Jerusalén de que me
destituyeran del gobierno de Galilea y le otorgaran por votación el puesto a él.
Este Simón era natural de Jerusalén, de familia muy ilustre y perteneciente a la
secta de los fariseos, que tiene fama de distinguirse de las demás en la exacta
interpretación de las leyes patrias. Era un hombre de gran inteligencia y buen
juicio, capaz de solucionar con su sabiduría cualquier situación comprometida;
además era amigo íntimo de Juan desde hacía tiempo, y en cambio estaba por
entonces enemistado conmigo. Así pues, atendiendo a su petición, persuadió a
los sumos sacerdotes Anás y Jesús, hijo de Gamalas, y a otros más de su
grupo, a que cortaran en flor mi carrera sin permitirme alcanzar la cima de la
gloria; les decía que saldrían ganando si me retiraban el mando de Galilea.
Pedía también a Anás y a los suyos que no se demorasen, no fuera que,
prevenido yo, me presentara en la ciudad con un ejército numeroso. Ésas eran
las sugerencias de Simón; pero el sumo sacerdote Anás opinaba que el asunto
no era tan fácil, pues muchos de los sumos sacerdotes y de los notables del
pueblo podían atestiguar que yo desempeñaba bien mis funciones de
gobernador militar y acusar a un hombre a quien, en justicia, no podían
imputar nada sería una iniquidad.
Cuando Simón escuchó las objeciones de Anás, pidió a todos que
guardaran silencio y no divulgaran la conversación; pues él se ocuparía
personalmente de que yo fuese relevado de Galilea lo más pronto posible.
Mandó llamar al hermano de Juan y le pidió que enviara regalos a los
simpatizantes de Anás, pues era el medio, decía, de hacerles cambiar
rápidamente de opinión. Finalmente Simón consiguió su propósito; Anás y los
suyos, corrompidos por el dinero, acordaron expulsarme de Galilea, sin que
ninguna otra persona de la ciudad lo supiese. Decidieron enviar una
delegación formada por personas de distinta condición social, pero con el
mismo nivel cultural. Dos de ellos, Jonatán y Ananías, eran plebeyos y de la
secta de los fariseos; el tercero, Joazar, de familia de sacerdotes, también
fariseo, y Simón, el más joven, era descendiente de sumos sacerdotes. Les
ordenaron que, en cuanto entrasen en contacto con los galileos, tratasen de