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«El rey Agripa saluda a su queridísimo amigo Josefo. He leído tu libro con
sumo placer y me parece que has escrito con mucha más exactitud que otros
que han tratado el tema. Envíame los demás volúmenes. Te deseo buena
salud.»
«El rey Agripa saluda a su queridísimo amigo Josefo. En tu obra se
observa que no necesitas ningún tipo de aclaración para darnos a conocer la
totalidad de los hechos desde sus comienzos. No obstante, cuando nos
encontremos, podré informarte de muchos detalles ignorados.»
Una vez terminada mi Historia, Agripa, sinceramente y no con ánimo de
adularme (cosa impropia de él), ni tampoco por ironizar, como dirías tú (pues
estaba muy lejos de esas malas costumbres), seguía dando testimonio de su
veracidad, como todos los lectores de mis obras de historia. Pero cese aquí
esta digresión sobre Justo que me parecía obligada.
Juan de Giscala es abandonado por sus partidarios
Después de atender los asuntos de Tiberíade, convoqué a mis amigos a una
reunión para decidir qué medidas íbamos a tomar contra Juan. La opinión
unánime de los galileos era que les diera armas a todos ellos para ir contra
Juan y castigarle como responsable del levantamiento. Pero yo no estaba de
acuerdo con sus planes, pues deseaba acabar con los disturbios sin
derramamiento de sangre; por tanto les aconsejé que hicieran todo lo posible
por averiguar los nombres de los partidarios de Juan. Así lo hicieron, y cuando
supe quiénes eran, proclamé un bando ofreciendo seguridad y ayuda a los
hombres de Juan que estuviesen dispuestos a cambiar de actitud, dándoles un
plazo de veinte días para reflexionar sobre sus propias conveniencias. En el
caso de que no dejasen las armas, les amenazaba con quemar sus casas y
confiscar sus bienes. Al oír eso, los hombres se alarmaron mucho y,
deponiendo las armas, abandonaron a Juan y se unieron a mí; eran cuatro mil.
Sólo se quedaron con Juan sus conciudadanos y algunos extranjeros de la
capital de los tirios, unos mil quinientos aproximadamente. Juan, al ser
vencido por mí de esta manera, se quedó en su ciudad natal lleno de miedo.
Ataque a la ciudad de Séforis
Por ese tiempo, los seforitas, que se sentían seguros por la solidez de sus
muros y porque me veían a mí ocupado en otros asuntos, se atrevieron a coger