Prosperando Enlace 60
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el cambio de los pisos de sus hogares; ya
no era prioritario remodelar el hogar, era
más importante abastecerse de alimentos
que empezaron a escasear y encarecerse
rápidamente.
Don Próspero no perdió el empleo, pero si
fue afectado significativamente; ya no obtuvo
los maravillosos bonos por ventas que recibía
antes, y ese dinero “extra” que esperaba
ingresara a su cuenta bancaria, ya lo tenía
gastado en su totalidad. Tenía que pagar las
deudas que había adquirido, las tarjetas de
crédito que había recibido y los viajes que
ya había disfrutado financiados a crédito,
sumado a eso, tenía 2 niños pequeños y un
tercero que venía en camino.
Doña Abu tenía cuatro meses de embarazo
y estaba desempleada, se dedicaba al
hogar y el dinero parecía no rendir, además,
tuvieron que despedir a Clarita, la señora
que les ayudaba con el aseo del pequeño
apartamento arrendado en donde vivían,
ya que no podían darse el lujo de seguir
pagándole. Estaban endeudados a mas no
poder, gastaban más de lo que ganaban, el
carro que tenían pedía reparación a gritos y
creían que ahorrar era un cuento de ficción
que se inventaban las entidades para recoger
más plata. Don Próspero en esa época se
sentía abrumado de pensar en cómo llegar a
fin de mes, además, la vida les depararía un
gran susto ese lunes 02 de mayo de 1994.
Esa noche cuando ya iban a acostar a
Joaquín en la cuna, lo vieron muy pálido y le
costaba respirar. Don Próspero apresurado,
intentó prender el cacharro de carro que
tenía, pero sin éxito. Llamó a Don Ramiro, el
vecino que tenía un taxi, ese buen hombre
se apiadó y los llevó a toda velocidad al
hospital. Don Próspero estaba molesto por
no poder pagar un médico privado, el miedo
se apoderaba de él con cada segundo de
espera, le temblaban las piernas y le sudaban
las manos. El médico de turno apareció cerca
de media noche, y les dijo: “ya estabilizamos
al niño y está respirando mejor. Le hicimos
algunos exámenes; hay que ponerle oxígeno
y suministrarle algunos medicamentos
que no los cubre el plan de salud y son algo
costosos, sin embargo, hicieron bien en
traerlo, si se hubiesen demorado 5 minutos la
historia tendría otro triste desenlace”.
Esa noche Don Próspero se sentía muy
impotente sentado en la sala de espera,
viendo a Abu cabeceando con Martica, la
niña mayor, acurrucada en su regazo. Esa
noche se prometió a si mismo que las cosas
iban a ser muy diferentes. Se prometió que
iba a hacerle caso a la señora Carmencita,
una compañera de trabajo que muchas
veces le había hablado de la importancia de
ordenar las finanzas personales y familiares,
saber cuánta plata entraba y cuanto salía,
y así darse cuenta en qué se le “perdía” o
“desaparecía” el dinero.
Los días siguientes pasaron con rapidez,
Joaquín fue dado de alta del hospital gracias
a que hicieron un fondo común en la familia,
para poder pagar el tratamiento y los gastos
médicos que no cubría el servicio de salud.
Don Próspero sentía que algo en su interior
había cambiado, una voz interna le decía
que debía ser fuerte, mantener la esperanza
y confiar en la vida misma, así como en un
Dios que no soltaba su mano, aún así, sabía
que él y Abu tenían que poner de su parte y
cambiar, dejar el miedo a mirar la realidad de
frente y buscar alternativas para salir de ese
hoyo en el que estaban.
Lo primero que hizo, fue realizar numerosas
reuniones con Carmencita después
del trabajo; se sentaron a hablar de la
importancia de cambiar la condenada
mentalidad de pobreza y escasez que
tenían, así mismo, la necesidad de generar
un ahorro, pero ya no en el marranito, ni
debajo del colchón, sino de ahorrar con
un propósito, con una finalidad grande, de
buscar una cooperativa sólida que apoyara
sus sueños. Decidieron averiguar, informarse,
hasta compraron un cuaderno grande y
empezaron a sacar las cuentas, ordenar y
planear, a ponerlo todo en papel. Empezaron
a estudiar sobre el dinero y fue entonces
cuando todo empezó a cambiar para bien.
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Prosperando Edición #60