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ELEMENTOS CONTRAPUESTOS DE PEDRO LOSA “Los artistas ...

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<strong>ELEMENTOS</strong> <strong>CONTRAPUESTOS</strong> <strong>DE</strong> <strong>PEDRO</strong> <strong>LOSA</strong><br />

<strong>“Los</strong> <strong>artistas</strong> son los primeros hombres” (Barnett Newman)<br />

<strong>PEDRO</strong> GONZÁLEZ-TREVIJANO<br />

RECTOR <strong>DE</strong> LA UNIVERSIDAD REY JUAN CARLOS<br />

Acercarse a Pedro Losa es hacerlo, por encima de cualquier otra consideración, al<br />

exigente hacer comprometido de un artista. De alguien que, además de conocer y<br />

dominar la siempre obligada pertinente técnica, para encauzar debidamente todo<br />

proceso creativo que se pueda preciar de tal, ha hecho de la pintura no sólo su profesión<br />

-lo que no crean es poco, dadas las inveteradas y no resueltas dificultades para vivir de<br />

tales empeños tradicionalmente en nuestro país-, sino su más íntimo y definitorio<br />

proyecto vital. Una declaración explícita de un sacerdocio laico profesado, de forma<br />

ininterrumpida, desde su tan querida y evocadora tierra asturiana.<br />

Dicho esto, deseo hacer especial hincapié pronto en tal idea, toda vez que ésta es, con<br />

mucho, la que se me antoja principal, y, por supuesto, lo mejor que se debe decir de<br />

nuestro hombre. Y es que, si no dejamos claro el antedicho parámetro de indiscutible<br />

cualidad y calidad creativa de Pedro Losa, podemos terminar cayendo en la<br />

introspección de otra realidad, sin género de dudas, interesante, susceptible de<br />

analizarse, y hasta de poder compartirse, pero de menor significación respecto de lo que<br />

es trascendente. A saber: el carácter radicalmente auténtico y creador de nuestro artista.<br />

Lo demás, como su férreo apego al terruño, su conocida bonhomía y generosidad con<br />

quienes le rodean y, sobre todo, sus incuestionables preocupaciones filosóficas y<br />

teosóficas, aún siendo interesantes para acercarnos -así lo entiende el propio Losa- a las<br />

raíces más íntimas de su acto creativo, y hasta para comprender mejor los devaneos y el<br />

objeto de su pintura, me resultan mucho menos relevantes de lo que es digno de<br />

mención: su obra artística.<br />

La obra de arte, ¡no tengo dudas!, adquiere entidad sustancial propia con independencia<br />

de sus procesos de conformación, y hasta de sus significados, que se pueden<br />

desconocer, como por lo demás acontece casi siempre, cuando ésta se autonomiza y<br />

libera de su creador, y cómo no, dado el inexorable transcurso del tiempo. Y si no me<br />

creen acérquense a los cuadros mitológicos de <strong>artistas</strong> tan consagrados como Tiziano,<br />

Veronés, Rubens o Poussin, y verán, en seguida, la imposibilidad para la mayoría de los<br />

espectadores que inundan los museos de hoy, y que desconocen casi por completo la<br />

mitología clásica, el discurso narrativo de dichos lienzos.O, aunque desde contextos<br />

distintos, lo mismo que tampoco es necesario para sentir la obra de Kandinsky, tener<br />

que estudiar previamente sus reflexiones sobre las relaciones entre pintura y música, o<br />

dominar las cuestiones epistemológicas de Rothko, para caer hechizado por la pinturaverdad<br />

de su Chapel of the Rice University de Houston, Texas. Sam Francis lo decía<br />

bien, aunque desde otra percepción: “Hay tantos cuadros como ojos capaces de ver.”<br />

Así las cosas, lo sobresaliente, no nos cansamos de incidir, es el proceso de creación, y,<br />

de manera específica, su resultado: la obra de arte. Una obra de arte que, además de sus<br />

intrínsecos valores plásticos, en los que al menos yo creo, nos ayuda a comprender la<br />

realidad, y hasta a enfrentarnos con la misma.


Me explico. Para Pedro Losa -éste no deja de reiterarlo-, su pintura actual no se puede<br />

entender - ¡se refiriere a él mismo, pues, de no ser de esta suerte, no compartiríamos su<br />

firme creencia!-, desde los lejanos pasos de la figuración más ortodoxa, a la marcada<br />

abstracción del momento actual, y su paso por la pintura negra del carbón (a la que<br />

serían aplicables las palabras de Pablo Neruda acerca de las tintadas manos de las minas<br />

y de los de hombres condenados por la silicosis de sus agotados pulmones), sin sus<br />

asentadas convicciones sobre el yin y el yang. Es decir, de la constatación en la<br />

naturaleza de fuerzas contrapuestas y enfrentadas, en las que hay que hallar el equilibrio<br />

y la totalidad. Una manera de vivir, de entender la existencia y hasta, claro, de pintar.<br />

Y desde tales creencias, Losa ansía, porque lo necesita para vivir y para su trabajo, el<br />

equilibrio, la búsqueda de la complitud, que es y está, en su más personal cauce de sus<br />

meditaciones, con él mismo, con lo que lo rodea y con los demás. Una comprensión que<br />

tiene rasgos en común -si bien seguramente menos exagerados y radicales-, con Harold<br />

Rosenberg, que empezó sus estudios, allá en 1948, en el Black College de Carolina del<br />

Norte con el compositor John Cage, quien esgrimía, con vehemencia, la verdad del<br />

budismo zen, argumentando la identificación del pintor con el público y de la vida con<br />

el arte.<br />

De acuerdo con tales postulados -explica el artista que nos congrega en estas páginas-<br />

emerge la antitética presencia en sus lienzos de los azules (del agua) y de los rojos (del<br />

fuego), de los blancos y de los negros, de los dorados y de los plateados, de los<br />

rectilíneos y cartesianos trazos junto a las extensas manchas de color azules, rojas y<br />

negras, de sus diáfanas luces y de sus opacas sombras, etc. Un proceso bien canalizado,<br />

que se sintetiza, y hasta nos atreveríamos a decir, se destila, de manera reposada,<br />

tranquila, sin sobresaltos, con la reflexión del decantado parsimonioso, lejos de todo<br />

atropello y desasosiego, ya que a este último, aunque parezca imposible en el mundo<br />

que vivimos, Losa ha sido capaz de embridar, o mejor de embridarse. Seguramente<br />

porque considera, como Willem de Kooonig, que “la creencia de que la naturaleza es<br />

caótica y que el artista pone orden en ella, es un punto de vista absurdo. A lo máximo<br />

que podemos aspirar es a poner orden en nuestro interior.”<br />

Dicho lo cual, la exteriorización final del proceso creativo llega de manera espontánea,<br />

y hasta estoy convencido de ello, de modo muchas veces inicialmente incomprensible.<br />

El parto, pues de partos hablamos en toda acción artística veraz, tras gestarse y definirse<br />

en la cabeza de Losa, fluye después de modo natural, como todo lo que proviene de<br />

dentro. Adolph Gottlieb lo describía acertadamente: “Mis símbolos preferidos eran los<br />

que no acababa de comprender.” Una realidad que vislumbramos, con claridad, nunca<br />

mejor refrendado, en sus últimas obras sobre circuitos.<br />

Unos circuitos que nos hablan de energía, de canales, de chacras, de entradas. Entradas,<br />

seguramente ab initio demasiadas, quizás porque no puede ser de otra forma, con un<br />

exceso de flashes, de llamadas de atención en que desgranar el proceso, que Losa<br />

delimita, escogiendo, priorizando, mientras minimiza la ansiedad personal que cualquier<br />

acción de esta naturaleza implica. Por esto, podemos compartir también el aforismo de<br />

Rauschenberg: “La pintura se relaciona con el arte y con la vida. Ninguna de las dos<br />

cosas se puede hacer. Trato de actuar en el vacío entre ambas.” O el apuntado por


Rothko: “Está muy extendida entre los pintores la creencia de que lo importante no es lo<br />

que se pinta, sino pintarlo bien. Eso es puro academicismo. No hay buena pintura sobre<br />

nada.”<br />

Así las cosas, Pedro Losa expande sobre sus maderas y telas, cada día menos matéricas<br />

y más diluidas, sus preocupaciones y sentires, como si nos halláramos gráficamente<br />

ante un interminable muelle espiralizado, que transita por el mismo sitio, de arriba<br />

abajo, de abajo a arriba, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, pero a distinta<br />

rima y diferente ritmo. Transitamos, de esta suerte, por un cosmos particularizado,<br />

coparticipando de sus paisajes astrales, de sus paseos por los sistemas, de sus<br />

sensaciones. Siendo desde tales perfiles desde donde podemos atrevernos a desplegar -si<br />

ésta es nuestra intención, pues no tampoco preceptiva, ni ineludible- una labor de<br />

descriptización de su lenguaje hermético, cuando no hasta cifrado. Pues Losa, o mejor<br />

dicho, la obra de Pedro Losa, se sustenta en un código de expresión personal, en un<br />

universo plástico del artista, con que tratar de erigir su comunión creativa.<br />

Pues bien, vuelvo a los inicios de las presentes reflexiones. Lo dicho, aún siendo<br />

enriquecedor para conocer la persona de Losa, y hasta las motivaciones del por qué de<br />

su hacer, e incluso, lo reconozco, aprehender más depuradamente su obra, es, a mi<br />

juicio, lo menos trascendental de su trabajo. Y es que Es el fruto final de su obra, per se,<br />

el que nos importa, y el que justifica que se pueda hacer de él la invocación que aquí<br />

resaltamos de nuevo: su condición de artista.<br />

Y sostengo esto, porque en Pedro Losa se dan, a mi juicio, los parabienes que forjan las<br />

singulares caracterizaciones tan específicas de todo artista. En primer término, una<br />

acreditada, por el paso de los años, que aquí sí es un elemento cualitativo de primer<br />

orden, autenticidad, que es tanto como decir, independencia de criterio y de juicio. De<br />

asumir el riesgo de hilvanar, como Penélope, aunque haya que deshacer, para alcanzar<br />

la meta deseada, muchísimas veces. En palabras de Ad Reinhardt, “para reconocer<br />

determinadas significaciones de la pintura no sólo debe tenerse en cuenta lo que los<br />

pintores hacen, sino también lo que se niegan a hacer.” Una regla de conducta que Losa,<br />

lo podemos atestiguar, ha respetado de forma sagrada, abandonado en su momento<br />

formas que empezaba atisbar trilladas y cómodas, para adentrarse en vertiginosas y<br />

aventuradas acciones en pro del benefactor cambio. Picasso lo sabía y lo aclaró como<br />

ningún otro: “Si se sabe exactamente lo que se va a hacer, ¿para qué hacerlo? Si ya se<br />

sabe, no tienen interés. Es mejor hacer otra cosa.”<br />

Un actuar, por tanto, sin amaneramientos, ni repeticiones ad nauseam, pero también sin<br />

reglas preestablecidas ni cortapisas o restricciones intangibles y cercenadoras de la<br />

creatividad. Un horror al falseamiento, al dejarse arrastrar por lo más fácil y aparente.<br />

Por lo que ya nada aporta, ni dice, esto es, donde el acto creativo se ha extinguido.<br />

Quien mejor que, otra vez el deconstructor Pablo Picasso, para apuntarlo con la<br />

radicalidad de quien no tiene dudas del signo a seguir: “Yo no busco. Encuentro. Nunca<br />

se termina de buscar porque nunca se encuentra.”<br />

Pero al tiempo, Losa es asimismo, como los maestros flamencos y holandeses, desde<br />

Van Eyck a Vermeer, un sabio y cuidadoso artesano y dominador de las técnicas aptas<br />

para expresar su hálito de hacedor, aunque, eso sí, las propias del tiempo que le ha<br />

tocado vivir. Y por ello, cuando hace unos días leía unos versos (Elección) del poeta


polaco Roald Hoffmann sobre la forja del vidrio, me acordé de este artista asturiano: “El<br />

control del soplador:/ en el fuego, dice, fuera. /Presiona el vidrio/con planchas de<br />

corcho, vuelan/ chispas, las tenazas obligan/ El vidrio sumergido en agua/ y cenizas,<br />

crepita, salvado. /Yo sería soplador... Ni demasiado caliente, ni demasiado frío;/<br />

apacible, se templa,/el desorden fluye, bendiciendo/el cambio en forma de la vida…”<br />

La pintura, o mejor dicho, la intrahistoria de la pintura, y, en este caso, la pintura de<br />

Losa, sigue así el también sentir de Jackson Pollock, el referente principal del<br />

denominado expresionismo abstracto: “La búsqueda incesante de uno mismo… Creo<br />

que el pintor contemporáneo no puede expresar su época, la aviación, la bomba atómica<br />

o la radio a través de las viejas formas del Renacimiento o de cualquier otro tiempo<br />

pasado. Cada época encuentra su propia técnica.” Y en ello, el lienzo, en expresión ya<br />

consagrada, como en los de Losa, es “el ruedo en el que actuar.” Y aquí Losa elabora<br />

sus técnicas más aptas para optimizar su expresividad: la presencia de maderas; la<br />

anexión de cuerdas; la asunción de polvos de talco; el uso del carbón; el rallado de sus<br />

lienzos; la utilización de tierras y arenas; la incorporación de hierbas; la fusión de<br />

metales; el abrasante fijador del fuego; la convivencia con las cenizas, etc.<br />

Y termino estas breves reflexiones. Paul Cézanne: llamado, con razón, padre de la<br />

pintura moderna, como él, podemos reseñar con Pedro Losa las siguientes palabras:<br />

“Trabajo con tesón, entreveo la tierra prometida. ¿Seré como el gran jefe de la tierra<br />

prometida -desde luego, nuestro artista se conforma con mucho menos- o podré penetrar<br />

en ella? Yo, mientras tanto, me detengo y participo de las líneas y los colores de Pedro<br />

Losa, de nuestro artista, especialmente de sus últimos delicados azules. Un color, que<br />

me retrotrae, otra vez, a las palabras del Picasso: “Eres el mejor del mundo./ Eres el<br />

color de todos los colores./El más azul de todos los azules./”

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