17.03.2013 Views

EPALEN22_170313_WEB

EPALEN22_170313_WEB

EPALEN22_170313_WEB

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

34<br />

I<br />

El 27 de febrero de 1989, con un tipo de<br />

hambre llamada “acaparamiento”, Enrique<br />

Rengifo salió a buscar comida para su hija<br />

de dos años y su mujer, que estaba a solo<br />

quince días de parir.<br />

La rebelión popular ya había comenzado y el<br />

botín fue tan suculento como unas latas de<br />

sardinas, cerelac y leche en polvo: el inventario<br />

perfecto para surtir un pequeño bloque<br />

donde vivían cinco parejas jóvenes —tres<br />

de ellas preñadas— y seis niños chiquiticos.<br />

A pocos kilómetros de ahí, en Guarenas, se<br />

había armado ese grito de rabia que se llamó<br />

El Caracazo. El Gobierno suspendió las garantías<br />

constitucionales, por lo que Enrique,<br />

a pesar de sus ganas de salir a acoñacear al<br />

mundo, salvó el pellejo a punta de leche en<br />

polvo y soñando con el día en que las vainas<br />

cambiaran en esta tierra santa, vuelta<br />

despojos por la mano del hombre poderoso.<br />

El 16 de marzo mi madre dio a luz a mi hermanita.<br />

Yo no me acuerdo, me lo contó mi<br />

padre.<br />

II<br />

El 4 de febrero de 1992, en una casita de un<br />

pueblo llamado Araira, dos niñitas no fueron<br />

a la escuela no sé por qué. Querían ver<br />

comiquitas, pero el papá estaba viendo a un<br />

señor que decía yo no sé qué.<br />

Al papá le gustaba lo que decía el señor, pero<br />

había algo que no cuadraba: se parecía al<br />

Negro Primero y dijo cosas que le dieron<br />

confianza. Pero era militar, y en esos tiempos<br />

a los militares se les tenía miedo.<br />

Yo me acuerdo un poquito, no entendí casi<br />

nada. Solo sé que el señor dijo algo importante.<br />

Ahí comenzaron a pasar a las cosas.<br />

III<br />

En noviembre de ese año estaba en Caracas,<br />

jugando en el balcón de la casa de mi abuela<br />

en Bello Monte, cuando vi unos aviones<br />

pasar en dirección al Este. A los seis años yo<br />

no sabía cuál era el Este, pero el recuerdo es<br />

claro: iban pa’allá, y pa’ allá es que queda<br />

La Carlota.<br />

Al mismo tiempo, pero en Araira, Enrique<br />

volvía a ver en televisión la cara del Negro<br />

Primero aquel, llamado Chávez, que desde<br />

Yare le enviaba al pueblo un mensaje de esperanza<br />

y patria: la mayor suma de felicidad<br />

posible para todos.<br />

Un amigo de la infancia de mi padre lo instó<br />

a que defendiera, junto a sus camaradas,<br />

aquella Revolución que iba en pañales.<br />

Claro, no pensaba que, aquel burgués<br />

de apellido Pinchevski, diez años después<br />

de ese suceso se estaría arrepintiendo de<br />

lo dicho. Chávez hablaba en serio: la felicidad<br />

nunca más fue un privilegio exclusivo<br />

de la gente con plata, y eso le daba rabia.<br />

Su amistad se quebró por la codicia y hoy<br />

vive allá en Miami, y desde una piscina se<br />

queja por Twitter de cómo el “comunismo<br />

destruyó su país”.<br />

IV<br />

Mi prima grande me invitó a que la ayudara.<br />

El juego era sencillo: escribir en un<br />

Edición Número Veintidós. Año 01. ÉPALE CCS Caracas, 17 de marzo de 2013.<br />

montón de papelitos “¡Viva Chávez, fuera el<br />

gocho!”, para luego pasar los mensajitos por<br />

debajo de las puertas de todos los vecinos.<br />

No sé si el “gocho” se refería a Carlos Andrés<br />

o a Ramón J. Velásquez, pero Chávez era<br />

bueno y el gocho malo, fuera quien fuera.<br />

Yo, que tenía seis años y un sentido de la<br />

justicia del tamaño de un camión, me hice<br />

chavista.<br />

V<br />

La noche del 6 de diciembre de 1998 nos corrieron<br />

de la casa de mi familia paterna por<br />

primera vez. La razón: ganó Chávez.<br />

En el estacionamiento, antes de subir al carro,<br />

el viejo Enrique, quien entonces no era<br />

tan viejo, se agachó frente a nosotras, y nos<br />

dijo: “Dentro de dos años lo llamarán loco;<br />

dentro de tres, lo querrán tumbar. En cinco<br />

años desearán matarlo, pero esta Revolución<br />

va a durar mucho tiempo y no vamos a ver<br />

el cambio sino hasta dentro de diez o quince<br />

años más.”<br />

Asentimos las dos, fingiendo comprenderlo.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!