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SEMANA SANTA

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106<br />

TOLEDO <strong>SEMANA</strong> <strong>SANTA</strong> 2013<br />

Despojado de sus ropas, fue colocado en el madero y clavado en él. Izado, cual estandarte al que todos los ojos contemplan,<br />

comienza a desgranar sus últimas palabras en la tierra, testamento de la Humanidad de todo un Dios: “de sus labios fluye<br />

una corriente limpia de perdón, de amor que ha derramado de sí mismo a lo largo de toda su vida. La melancólica tarde envuelve<br />

al centurión que mira sin comprender, al curioso que parpadea sin ver, a las mujeres que son espejos donde se refleja<br />

su agonía, a los hipócritas que ocultan su rostro entre sus manos asesinas, a su madre, que entrega su fruto generosamente<br />

para ampliar su maternidad y esparce sobre todos ellos pétalos de misericordia que les enseñarán a seguir sus huellas. La<br />

sed se apodera de su alma a medida que avanza el crepúsculo y los miembros se resquebrajan desde su gravidez vertical y<br />

no hay lago ni océano que pueda apagarla. Dominado por una angustia febril cerca de la hora nona increpa al firmamento<br />

su soledad y abandono, y poco después su Padre recibe en sus albas manos su espíritu”.<br />

Al pie de la cruz, dispuesta a recibir el cuerpo inerte de su hijo, se encuentra María. Cuando lo tiene sobre su seno, roto,<br />

violeta y carmesí, acaricia sus cabellos, limpia su frente y sus manos, la herida de su pecho y sus rodillas. Enjuga sus mejillas<br />

y entorna sus ojos. Abraza todo su ser y lo mece como hacía cuando era niño para que conciliara el sueño, y recuerda<br />

sus primeros pasos, sus primeras sonrisas, sus primeros llantos, sus primeras palabras, sus primeros juegos. Una lluvia de<br />

estrellas derraman sus ojos. Nadie puede consolar su profundo dolor, su honda tristeza, y toda la naturaleza llora la muerte<br />

de su hijo predilecto, que en su manto tembloroso y vacilante recoge la plegaria de la Humanidad silente:<br />

Ya no puedo mirar tus ojos<br />

porque los he sellado con mi indiferencia.<br />

el viento y rizaban las aguas,<br />

no me pueden acariciar porque las he clavado en un madero.<br />

Tu esbelto cuerpo, que exhala perfumes de Oriente,<br />

se ve amordazado y herido Ya no puedo mirar tus ojos<br />

porque los he sellado con mi indiferencia.<br />

Tus manos, que peinaban por el látigo cruel de mi impía mano.<br />

Tus pies han dejado de surcar los caminos y los mares<br />

para deshacerse en una cruz atravesados por un duro y frío espolón.<br />

De tu costado brota un espeso manantial de sangre<br />

que ahoga tu respiración y anega tu último aliento.<br />

Y estoy al pie del Gólgota llorando mi culpa<br />

con lágrimas ardientes e implorando tu perdón.<br />

Y estoy al pie del Gólgota, de hinojos,<br />

contemplando tu cárdeno rostro,<br />

enjugando tu frente de rubíes salpicada por las espinas de un trenzado rosal,<br />

abrazando tu cuerpo lacerado, hendido y humillado.<br />

Y estoy al pie del Gólgota, en silencio<br />

enlazando tu mano a la mía con el deseo de volver a pisar<br />

de nuevo contigo las serenas y amenas praderas que me regalaste,<br />

y en las que junto a Ti encontré la paz y la felicidad.

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