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Orson Scott Card El juego de Ender<br />

indudablemente esto haría que su ira fuera asesina. «Bonzo ha sido la última persona que me ha<br />

golpeado -pensó Ender-. Estoy seguro de que no lo ha olvidado.»<br />

Ni había olvidado el sangriento enfrentamiento en la sala de batalla, cuando los chicos<br />

mayores intentaron disolver la sesión práctica de Ender. Ni tampoco lo habían olvidado muchos<br />

otros. Entonces estaban hambrientos de sangre; ahora Bonzo estaría sediento. Ender le dio vueltas a<br />

la idea de volver a seguir un curso superior de defensa personal; pero ahora, con la probabilidad de<br />

tener no una batalla diaria sino dos el mismo día, Ender sabía que no disponía de tiempo. «Tendré<br />

que confiar en mi suerte. Los profesores me han metido en esto, ellos me pueden sacar...»<br />

Bean se desplomó pesadamente en su litera, totalmente agotado; la mitad de los chicos del<br />

cuartel ya estaban durmiendo, y todavía faltaban quince minutos para que se apagaran las luces.<br />

Con hastío, sacó de su casillero la consola y la conectó. Al día siguiente había un examen de<br />

geometría y Bean estaba muy mal preparado. Siempre le quedaba la posibilidad de razonar las<br />

cosas si tenía tiempo. Había leído a Euclides cuando tenía cinco años, pero el examen tenía un<br />

límite de tiempo, de modo que no habría ninguna posibilidad de razonar. Se lo tenía que saber. Y<br />

no se lo sabía. Y probablemente haría mal el examen. Pero hoy habían ganado dos veces, y por eso<br />

se sintió bien.<br />

Sin embargo, en cuanto conectó la consola, todas sus preocupaciones sobre la geometría se<br />

desvanecieron. Alrededor de la pantalla desfiló el mensaje:<br />

VEN A VERME INMEDIATAMENTE − ENDER<br />

Eran las 21.50, sólo diez minutos antes de que se apagaran las luces. ¿Cuánto tiempo haría<br />

que lo había enviado Ender? Sin embargo, mejor que no lo ignorase. Puede que hubiese otra batalla<br />

por la mañana, una idea que le hizo sentirse hastiado, y con independencia de lo que Ender quisiera<br />

hablarle, no había tiempo. Así que Bean rodó de la litera y caminó como desinflado por el corredor<br />

hasta la habitación de Ender. Llamó.<br />

-Entra -dijo Ender.<br />

-Acabo de ver tu mensaje.<br />

-Bien -dijo Ender.<br />

-Falta poco para que se apaguen las luces.<br />

-Te ayudaré a encontrar el camino en la oscuridad.<br />

-Simplemente, no sabía si tenías idea de la hora que era...<br />

-Siempre sé la hora que es.<br />

Bean suspiró para sus adentros. No fallaba. Todas sus conversaciones con Ender acababan en<br />

discusiones. Bean lo odiaba. Admitía la genialidad de Ender y le admiraba por ello. ¿Por qué no<br />

veía Ender algo bueno en él?<br />

-¿Te acuerdas de hace cuatro semanas, Bean, cuando me dijiste que te hiciera jefe de<br />

batallón?<br />

-Sí.<br />

-Desde entonces he hecho cinco jefes de batallón y cinco asistentes. Y ninguno de ellos eres<br />

tú. -Ender levantó las cejas-. ¿Me equivoco?<br />

-No, señor.<br />

-Bien, dime que tal lo has hecho en estas ocho batallas.<br />

-Hoy ha sido la primera vez que me han inutilizado, pero el ordenador me ha contabilizado<br />

quince aciertos antes de que tuviera que parar. Nunca he obtenido menos de cinco aciertos en una<br />

batalla. También he cumplido todas las misiones que se me han encomendado.<br />

-¿Por qué te hicieron soldado siendo tan joven, Bean?<br />

-No más joven de lo que eras tú.<br />

-Pero, ¿por qué?<br />

-No lo sé.<br />

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