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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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[5]<br />

Los Cien Mil Hijos <strong>de</strong> San Luis<br />

Benito Pérez Galdós<br />

Portada e ilustración <strong>de</strong> la edición <strong>de</strong> 1884<br />

Para la composición <strong>de</strong> este libro cuenta el autor con materiales muy preciosos.<br />

A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> las noticias verbales, que casi son el principal fundamento <strong>de</strong> la presente<br />

obra, posee un manuscrito que le ayudará admirablemente en la narración <strong>de</strong> la parte o<br />

tratado que lleva por título Los cien mil hijos <strong>de</strong> San Luis. El tal manuscrito es hechura<br />

<strong>de</strong> una señora, por cuya razón bien se compren<strong>de</strong> que será dos veces interesante, y lo<br />

sería más aún si estuviese completo. ¡Lástima gran<strong>de</strong> que la negligencia <strong>de</strong> los primeros<br />

poseedores <strong>de</strong> él <strong>de</strong>jara per<strong>de</strong>r una <strong>de</strong> las partes más curiosas y necesarias que lo<br />

componen! Sólo dos fragmentos, sin enlace entre sí, llegaron a nuestras manos. Hemos<br />

hecho toda suerte <strong>de</strong> laboriosas indagaciones para [6] allegar lo que falta, pero<br />

inútilmente, lo que en verdad es muy lamentable, porque nos veremos obligados a llenar<br />

con relatos <strong>de</strong> nuestra propia cosecha el gran vacío que entre ambas piezas <strong>de</strong>l<br />

manuscrito femenil resulta.<br />

Este tiene la forma <strong>de</strong> . Su primer fragmento lleva por epígrafe De Madrid a Urgel, y<br />

empieza así:


- I -<br />

En Bayona, don<strong>de</strong> busqué refugio tranquilo al separarme <strong>de</strong> mi esposo, conocí al<br />

general Eguía (1) . Iba a visitarme con frecuencia, y como era tan indiscreto y vanidoso,<br />

me revelaba sus planes <strong>de</strong> conspiración, regocijándose en mi sorpresa y riendo conmigo<br />

<strong>de</strong>l gran chubasco que amenazaba a los franc-masones. Por él supe en el verano <strong>de</strong>l 21<br />

que Su Majestad, nuestro católico Rey D. Fernando (Q. D. G.), anhelando <strong>de</strong>shacerse <strong>de</strong><br />

los revolucionarios por cualquier medio y a toda costa, tenía dos comisionados en<br />

Francia, los cuales eran:<br />

l.º El mismo general D. Francisco Eguía, cuya alta misión era promover <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />

frontera el levantamiento <strong>de</strong> partidas realistas.<br />

2.º D. José Morejón, oficial <strong>de</strong> la secretaría <strong>de</strong> la Guerra y <strong>de</strong>spués secretario<br />

reservado <strong>de</strong> Su Majestad, con ejercicio <strong>de</strong> <strong>de</strong>cretos, el cual tenía el encargo <strong>de</strong><br />

gestionar en París con el Gobierno francés los medios <strong>de</strong> arrancar a España el cauterio<br />

<strong>de</strong> la Constitución gaditana, sustituyéndole con una cataplasma anodina hecha en la<br />

misma farmacia <strong>de</strong> don<strong>de</strong> salió la Carta <strong>de</strong> Luis XVIII.<br />

Yo alababa estas cosas por no reñir con el anciano general, que era muy galante y<br />

atento conmigo; pero en mi interior <strong>de</strong>ploraba, como amante muy fiel <strong>de</strong>l régimen<br />

absoluto, que cosas tan graves se emprendieran por la mediación <strong>de</strong> personas <strong>de</strong> tan<br />

dudoso valer. No conocía yo en aquellos tiempos a Morejón; pero mis noticias eran que<br />

no había sido inventor <strong>de</strong> la pólvora. En cuanto a Eguía, <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cir con mi franqueza<br />

habitual que era uno <strong>de</strong> los hombres más pobres <strong>de</strong> ingenio que en mi vida he visto.<br />

Aún gastaba la coleta que le hizo tan famoso en 1814, y con la coleta el mismo<br />

humor [8] atrabiliario, <strong>de</strong>spótico, voluble y regañón. Pero en Bayona no infundía miedo<br />

como en Madrid, y <strong>de</strong> él se reían todos. No es exagerado cuanto se ha dicho <strong>de</strong> la astuta<br />

pastelera que llegó a dominarle. Yo la conocí, y puedo atestiguar que el agente <strong>de</strong><br />

nuestro egregio Soberano comprometía lamentablemente su dignidad y aun la dignidad<br />

<strong>de</strong> la Corona, poniendo en manos <strong>de</strong> aquella infame mujer negocios tan <strong>de</strong>licados. Ella<br />

asistía la tal a las conferencias, administraba gran parte <strong>de</strong> los fondos, se entendía<br />

directamente con los partidarios que un día y otro pasaban la frontera, y parecía en todo<br />

ser ella misma la organizadora <strong>de</strong>l levantamiento y el principal apo<strong>de</strong>rado <strong>de</strong> nuestro<br />

querido Rey.<br />

Después <strong>de</strong> esto he vivido muchas veces en Bayona y he visto la vergonzosa<br />

conducta <strong>de</strong> algunos españoles que sin cesar conspiran en aquel pueblo, verda<strong>de</strong>ra<br />

antesala <strong>de</strong> nuestras revolucione, pero nunca he visto <strong>de</strong>gradación y torpeza semejantes<br />

a las <strong>de</strong>l tiempo <strong>de</strong> Eguía. Yo escribía entonces a D. Víctor Sáez, resi<strong>de</strong>nte en Madrid, y<br />

le <strong>de</strong>cía: «Felicite usted a los franc-masones, porque mientras la salvación <strong>de</strong> Su<br />

Majestad siga confiada a las manos que por aquí tocan el pan<strong>de</strong>ro, ellos están <strong>de</strong><br />

enhorabuena».


En el invierno <strong>de</strong>l mismo año se realizaron [9] las predicciones que yo, por no po<strong>de</strong>r<br />

darle consejos, había hecho al mismo Eguía, y fue que habiendo convocado <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n<br />

<strong>de</strong>l Rey a otros personajes absolutistas para trabajar en comunidad, se <strong>de</strong>savinieron <strong>de</strong><br />

tal modo, que aquello, más que junta parecía la dispersión <strong>de</strong> las gentes. Cada cual<br />

pensaba <strong>de</strong> distinto modo, y ninguno cedía en su terca opinión. A esta variedad en los<br />

pareceres y terquedad para sostenerlos llamo yo enjaezar los entendimientos a la<br />

calesera, es <strong>de</strong>cir, a la española. El marqués <strong>de</strong> Mataflorida (2) , proponía el<br />

establecimiento <strong>de</strong>l absolutismo puro; Balmaseda, comisionado por el Gobierno francés<br />

para tratar este asunto, también estaba por lo <strong>de</strong>spótico, aunque no en grado tan furioso;<br />

Morejón se abrazaba a la Carta francesa; Eguía sostenía el veto absoluto y las dos<br />

Cámaras a pesar <strong>de</strong> no saber lo que eran una cosa y otra, y Saldaña, nombrado como<br />

una especie <strong>de</strong> quinto en discordia, no se resolvía ni por la tiranía entera ni por la tiranía<br />

a media miel.<br />

Entretanto el Gobierno francés concedió a Eguía algunos millones, <strong>de</strong> los cuales<br />

podría [10] dar cuenta si viviese la hermosa pastelera. Dios me perdone el mal juicio;<br />

pero casi podría jurar que <strong>de</strong> aquel dinero, sólo algunas sumas insignificantes pasaron a<br />

manos <strong>de</strong> los pobres guerrilleros tan bravos como <strong>de</strong>sinteresados, que <strong>de</strong>snudos,<br />

<strong>de</strong>scalzos y hambrientos, levantaban el glorioso estandarte <strong>de</strong> la fe y <strong>de</strong> la monarquía en<br />

las montañas <strong>de</strong> Navarra o <strong>de</strong> Cataluña.<br />

Las bajezas, la ineptitud y el <strong>de</strong>spilfarro <strong>de</strong> los comisionados secretos <strong>de</strong> Su<br />

Majestad, no cesaron hasta que apareció en Bayona, también con po<strong>de</strong>res reales, el gran<br />

pájaro <strong>de</strong> cuenta llamado D. Antonio Ugarte, a quien no vacilo en <strong>de</strong>signar como el<br />

hombre más listo <strong>de</strong> su época.<br />

Yo le había tratado en Madrid el año 19. Él me estimaba en gran manera, y, como<br />

Eguía, me visitaba a menudo; pero sin revelarme impru<strong>de</strong>ntemente sus planes. Des<strong>de</strong><br />

que se encargó <strong>de</strong> manejar la conspiración, seguíala yo con marcado interés, segura <strong>de</strong><br />

su éxito, aunque sin sospechar que le prestaría mi concurso activo en término muy<br />

breve. Un día Ugarte me dijo:<br />

-No se encuentra un solo hombre que sirva para asuntos <strong>de</strong>licados. Todos son<br />

indiscretos, soplones y venales. ¿Ve usted lo que trabajo [11] aquí por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Su<br />

Majestad? Pues es nada en comparación <strong>de</strong> lo que me dan que hacer las intrigas y<br />

torpezas <strong>de</strong> mis propios colegas <strong>de</strong> conspiración. No me fío <strong>de</strong> ninguno, y en el día <strong>de</strong><br />

hoy, teniendo que enviar a Madrid un mensaje muy importante, estoy, como Diógenes,<br />

buscando un hombre sin po<strong>de</strong>r encontrarlo.<br />

-Pues busque usted bien, Sr. D. Antonio -le respondí-, y quizás encuentre una mujer.<br />

Ugarte no daba crédito a mi <strong>de</strong>terminación; pero tanto le encarecí mis <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> ser<br />

útil a la causa <strong>de</strong>l Rey y <strong>de</strong> la Religión, que al fin convino en fiarme sus secretos.<br />

-Efectivamente, Jenara -me dijo-, una dama podrá <strong>de</strong>sempeñar mejor que cualquier<br />

hombre tan <strong>de</strong>licado encargo si reúne a la belleza y gallarda compostura <strong>de</strong> su persona<br />

un valor a toda prueba.<br />

En seguida me reveló que en Madrid se preparaba un esfuerzo político, es <strong>de</strong>cir, un<br />

pronunciamiento, en el cual tomaría parte la Guardia real con toda la tropa <strong>de</strong> línea que


se pudiese comprometer; pero añadió que <strong>de</strong>sconfiaba <strong>de</strong>l éxito si no se hacían con<br />

mucho pulso los trabajos, tratando <strong>de</strong> combinar el movimiento cortesano con una<br />

ruidosa algarada <strong>de</strong> las partidas <strong>de</strong>l Norte. Discurriendo sobre [12] este negocio, me<br />

mostró su grandísima perspicacia y colosal ingenio para conspirar, y <strong>de</strong>spués me<br />

instruyó prolijamente <strong>de</strong> lo que yo <strong>de</strong>bía hacer en Madrid, <strong>de</strong>l arte con que <strong>de</strong>bía tratar a<br />

cada una <strong>de</strong> las personas para quienes llevaba <strong>de</strong>licados mensajes, con otras muchas<br />

particularida<strong>de</strong>s que no son <strong>de</strong> este momento. Casi toda mi comisión era enteramente<br />

confi<strong>de</strong>ncial y personal, quiero <strong>de</strong>cir que el conspirador me entregó muy poco papel<br />

escrito; pero, en cambio, me repitió varias veces sus instrucciones para que,<br />

reteniéndolas en la memoria, obrase con <strong>de</strong>sembarazo y seguridad en las difíciles<br />

ocasiones que me aguardaban.<br />

Partí para Madrid en Febrero <strong>de</strong>l 22.<br />

- II -<br />

Emprendí estos manejos con entusiasmo y con placer; con entusiasmo porque<br />

adoraba en aquellos días la causa <strong>de</strong> la Iglesia y el Trono, con placer porque la<br />

ociosidad entristecía mis días en Bayona. La soledad <strong>de</strong> mi existencia me abrumaba<br />

tanto como el peso <strong>de</strong> las <strong>de</strong>sgracias que a otros afligen y que yo no conocía [13] aún.<br />

Con separarme <strong>de</strong> mi esposo, cuyo salvaje carácter y feroz suspicacia me hubieran<br />

quitado la vida, adquirí libertad suma y un sosiego que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> saboreado por algún<br />

tiempo, llegó a ser para mí algo fastidioso. Poseía bienes <strong>de</strong> fortuna suficientes para no<br />

inquietarme <strong>de</strong> las materialida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la vida; <strong>de</strong> modo que mi ociosidad era absoluta.<br />

Me refiero a la holganza <strong>de</strong>l espíritu que es la más penosa, pues la <strong>de</strong> las manos, yo, que<br />

no carezco <strong>de</strong> habilida<strong>de</strong>s, jamás la he conocido.<br />

A estos motivos <strong>de</strong> tristeza <strong>de</strong>bo añadir el gran vacío <strong>de</strong> mi corazón, que estaba ha<br />

tiempo como casa <strong>de</strong>shabitada, lleno tan sólo <strong>de</strong> sombras y <strong>de</strong> ecos. Después <strong>de</strong> la<br />

muerte <strong>de</strong> mi abuelo, ningún afecto <strong>de</strong> familia podía interesarme, pues los Baraonas que<br />

subsistían, o eran muy lejanos parientes o no me querían bien. De mi infelicísimo<br />

casamiento sólo saqué amarguras y pesadumbres, y para que todo fuese maldito en<br />

aquella unión, no tuve hijos. Sin duda Dios no quería que en el mundo quedase memoria<br />

<strong>de</strong> tan gran<strong>de</strong> error.<br />

Fácilmente se compren<strong>de</strong>rá que en tal situación <strong>de</strong> espíritu me gustaría lanzarme a<br />

esas ocupaciones febriles que han sido siempre el principal gozo <strong>de</strong> mi vida. Ninguna<br />

cosa llana y natural ha cautivado jamás mi corazón, [14] ni me embelesó, como a otros,<br />

lo que llaman dulce corriente <strong>de</strong> la vida. Antes bien yo la quiero tortuosa y rápida, que<br />

me ofrezca sorpresas a cada instante y aun peligros; que se interne por pasos<br />

misteriosos, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> los cuales <strong>de</strong>slumbre más la claridad <strong>de</strong>l día; que caiga como el<br />

Piedra en cataratas llenas <strong>de</strong> ruido y colores, o se oculte como el Guadiana, sin que<br />

nadie sepa dón<strong>de</strong> ha ido.<br />

Yo sentía a<strong>de</strong>más en mi alma la atracción <strong>de</strong> la Corte, no pudiendo <strong>de</strong>scifrar<br />

claramente cuál objeto o persona me llamaban en ella, ni explicarme las anticipadas


emociones que por el camino sentía mi corazón, como el <strong>de</strong>rrochador que principia a<br />

gastar su fortuna antes <strong>de</strong> heredada. Mi fantasía enviaba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sí, en el camino <strong>de</strong><br />

Madrid, maravillosos sueños e infinitos goces <strong>de</strong>l alma, peligros vencidos y amables<br />

i<strong>de</strong>ales realizados. Caminando <strong>de</strong> este modo y con los fines que llevaba, iba yo por mi<br />

propio y verda<strong>de</strong>ro camino.<br />

Des<strong>de</strong> que llegué me puse en comunicación con los personajes para quienes llevaba<br />

cartas o recados verbales. Tuve noticias <strong>de</strong> la rebelión <strong>de</strong> los Guardias que se preparaba;<br />

hice lo que Ugarte me había mandado en sus minuciosas instrucciones, y hallé ocasión<br />

<strong>de</strong> advertir el mucho atolondramiento y ningún concierto con [15] que eran llevados en<br />

Madrid los arduos trámites <strong>de</strong> la conspiración.<br />

Lo mejor y más importante <strong>de</strong> mi comisión estaba en Palacio, adon<strong>de</strong> me llevó D.<br />

Víctor Sáez, confesor <strong>de</strong> Su Majestad. Muchos <strong>de</strong>seos tenía yo <strong>de</strong> ver <strong>de</strong> cerca y<br />

conocer por mí misma al Rey <strong>de</strong> España y toda su real familia, y entonces quedó<br />

satisfecho mi anhelo. Hice un rápido estudio <strong>de</strong> todos los habitantes <strong>de</strong> Palacio,<br />

particularmente <strong>de</strong> las mujeres, la Reina Amalia, D.ª Francisca, esposa <strong>de</strong> don Carlos, y<br />

D.ª Carlota, <strong>de</strong>l Infante D. Francisco. La segunda me pareció <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego mujer a<br />

propósito para revolver toda la Corte. De los hombres, D. Carlos me pareció muy<br />

sesudo, dotado <strong>de</strong> cierto fondo <strong>de</strong> honra<strong>de</strong>z preciosísima, con lo cual compensaba su<br />

escasez <strong>de</strong> luces, y a Fernando le diputé por muy astuto y conocedor <strong>de</strong> los hombres,<br />

apto para engañarles a todos, si bien privado <strong>de</strong>l valor necesario para sacar partido <strong>de</strong><br />

las flaquezas ajenas. La Reina pasaba su vida rezando y <strong>de</strong>smayándose; pero la varonil<br />

D.ª Francisca <strong>de</strong> Braganza ponía su alma entera en las cosas políticas, y llena <strong>de</strong><br />

ambición, trataba <strong>de</strong> ser el brazo <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> la Corte. D.ª Carlota, que entonces estaba<br />

embarazada <strong>de</strong>l que luego fue Rey consorte, tampoco se dormía en esto. [<strong>16</strong>]<br />

Los palaciegos, tan aborrecidos entonces por la muchedumbre constitucional,<br />

Infantado, Montijo, Sarriá y <strong>de</strong>más aristócratas, no servían en realidad <strong>de</strong> gran cosa. Sus<br />

planes, faltos <strong>de</strong> seso y travesura, tenían por objeto algo en que se <strong>de</strong>stacase con<br />

preferencia la personalidad <strong>de</strong> ellos mismos. Ninguno valía para maldita la cosa, y así<br />

nada se habría perdido con quitarles toda participación en la conjura. Los individuos <strong>de</strong><br />

la Congregación Apostólica, que era una especie <strong>de</strong> masonería absolutista, tampoco<br />

hacían nada <strong>de</strong> provecho, como no fuera allegar plebe y disponer <strong>de</strong> la gente fanática<br />

para un momento propicio. En los jefes <strong>de</strong> la Guardia había más presunción que<br />

verda<strong>de</strong>ra aptitud para un golpe difícil, y el clero se precipitaba gritando en los púlpitos,<br />

cuando la situación requería pru<strong>de</strong>ncia y habilidad sumas. Los liberales masones o<br />

comuneros vendidos al absolutismo y que al pronunciar sus discursos violentos se<br />

entusiasmaban por cuenta <strong>de</strong> este, estaban muy mal dirigidos, porque con su<br />

exageración ponían diariamente en guardia a los constitucionales <strong>de</strong> buena fe. He<br />

examinado uno por uno los elementos que formaban la conspiración absolutista <strong>de</strong>l año<br />

22 para que cuando la refiera se explique en cierto modo el lamentable aborto y total<br />

ruina <strong>de</strong> ella. [17]<br />

NOTA DEL AUTOR. A continuación refiere la señora los sucesos <strong>de</strong>l 7<strong>de</strong> Julio.<br />

Aunque su narración es superior a la nuestra, principalmente a causa <strong>de</strong> la graciosa


sencillez y verdad con que toda ella está hecha, la suprimimos por no repetir, ni aun<br />

mejorándolo, lo que ya apareció en otro volumen.<br />

- III -<br />

Después <strong>de</strong> los aciagos días <strong>de</strong> Julio, mi situación que hasta entonces había sido<br />

franca y segura, fue comprometidísima. No es fácil dar una i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la presteza con que<br />

se ocultaron todos aquellos hombres que pocos días antes conspiraban <strong>de</strong>scaradamente.<br />

Desaparecieron como caterva <strong>de</strong> menudos ratoncillos, cuando los sorpren<strong>de</strong> en sus<br />

audaces rapiñas el hombre sin po<strong>de</strong>r perseguirlos, ni aun conocer los agujeros por don<strong>de</strong><br />

se han metido. A mí me maravillaba que D. Víctor Sáez, hombre <strong>de</strong> una obesidad<br />

respetable, pudiese estar escondido sin que al punto se <strong>de</strong>scubriese su guarida. Los<br />

palaciegos se filtraron también, y los que no estaban muy evi<strong>de</strong>ntemente<br />

comprometidos, [18] como por ejemplo, Pipaón, dieron vivas a la Constitución<br />

vencedora, uniéndose a los liberales.<br />

Tuve a<strong>de</strong>más la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r varios papeles en casa <strong>de</strong> un pobre maestro <strong>de</strong><br />

escuela don<strong>de</strong> nos reuníamos, y esto me causó gran zozobra; pero al fin los encontré no<br />

sin trabajo, exponiéndome a los mayores peligros. La seguridad <strong>de</strong> mi persona corrió<br />

también no poco riesgo, y en los días 9 y 10 <strong>de</strong> Julio no tuve un instante <strong>de</strong> respiro, pues<br />

por milagro no me arrastraron a la cárcel los milicianos, borrachos <strong>de</strong> vino y <strong>de</strong><br />

patriotería. Gracias a Dios, vino en mi amparo un joven paisano y antiguo amigo mío, el<br />

cual, en otras ocasiones, había ejercido en mi vida influencia muy <strong>de</strong>cisiva, semejante a<br />

la <strong>de</strong> las estrellas en la antigua cábala <strong>de</strong> los astrólogos.<br />

Pasados los primeros días pu<strong>de</strong> introducirme en Palacio a pesar <strong>de</strong> la formidable y<br />

espesa muralla liberalesca que lo <strong>de</strong>fendía. Encontré a Su Majestad lleno <strong>de</strong><br />

consternación y amargura, principalmente por verse obligado a poner semblante<br />

lisonjero a sus enemigos y aun a darles abrazos, lo cual era muy <strong>de</strong>l gusto <strong>de</strong> ellos, en su<br />

mayoría gente inocentona y crédula. No me agradaba ver en nuestro Soberano tan poco<br />

corazón; pero [19] si en él hubiera concordado el valor con las travesuras y agu<strong>de</strong>zas <strong>de</strong>l<br />

entendimiento, ningún tirano antiguo ni mo<strong>de</strong>rno le habría igualado. Su <strong>de</strong>saliento y<br />

<strong>de</strong>sesperación no le impidieron que se enamorase <strong>de</strong> mí, porque en todas las ocasiones<br />

<strong>de</strong> su vida, bajo las distintas máscaras que se quitaba y se ponía, aparecía siempre el<br />

sátiro.<br />

Temerosa <strong>de</strong> ciertas brutalida<strong>de</strong>s, quise huir. Brin<strong>de</strong>me entonces a <strong>de</strong>sempeñar una<br />

comisión difícil, para lo cual Fernando no se fiaba <strong>de</strong> ningún mensajero; y aunque él no<br />

quiso que yo me encargase <strong>de</strong> ella, porque no me alejara <strong>de</strong> la Corte, tanto insté y con<br />

tales muestras <strong>de</strong> verdad prometí volver, que se me dieron los pasaportes.<br />

El mes anterior había salido para Francia D. José Villar Frontín, uno <strong>de</strong> los<br />

intrigantes más sutiles <strong>de</strong>l año 14, aunque como salido <strong>de</strong> la aca<strong>de</strong>mia <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong>l<br />

Infante D. Antonio, no era hombre <strong>de</strong> gran iniciativa, sino muy plegadizo y servicial en<br />

bajas urdimbres. Llevaba ór<strong>de</strong>nes para que el marqués <strong>de</strong> Mataflorida formase una<br />

Regencia absolutista en cualquier punto <strong>de</strong> la frontera conquistado por los guerrilleros.


Estas instrucciones eran conformes al plan <strong>de</strong>l Gobierno francés, que <strong>de</strong>seaba la<br />

introducción <strong>de</strong> la Carta en España y [<strong>20</strong>] un absolutismo templado; pero Fernando, que<br />

hacía tantos papeles a la vez, <strong>de</strong>seaba que sus comisionados, afectando ser partidarios<br />

<strong>de</strong> la Carta, trabajasen por el absolutismo limpio. Esto exigía frecuentes rectificaciones<br />

en los <strong>de</strong>spachos que se enviaban y avisos contradictorios, trabajo no escaso para quien<br />

había <strong>de</strong> ocultar <strong>de</strong> sus ministros todos estos y aun otros inverosímiles líos.<br />

Yo me comprometí a hacer enten<strong>de</strong>r a Mataflorida y a Ugarte lo que se quería,<br />

transmitiéndoles verbalmente algunas preciosas i<strong>de</strong>as <strong>de</strong>l Monarca, que no podían fiarse<br />

al papel, ni a signo ni cifra alguna. Ya por aquellos días se supo que la Seo <strong>de</strong> Urgel<br />

había sido ganada al Gobierno por el bravo Trapense, y se esperaba que en la agreste<br />

plaza se constituyera la salvadora Regencia. A la Seo, pues, <strong>de</strong>bía yo dirigirme.<br />

La partida y el viaje no eran problemas fáciles. Esto me preocupó durante algunos<br />

días, y traté <strong>de</strong> sobornar, para que me acompañase, al amigo <strong>de</strong> quien antes he hablado.<br />

A él no le faltaban en verdad ganas <strong>de</strong> ir conmigo al extremo <strong>de</strong>l mundo; pero le<br />

contenía el amor <strong>de</strong> su madre anciana. Mucho luché para <strong>de</strong>cidirle, empleando<br />

razonamientos y seducciones diversas; mas a pesar <strong>de</strong> la propensión <strong>de</strong> su carácter [21]<br />

a ciertas locuras y <strong>de</strong>l consi<strong>de</strong>rable prestigio que yo empezaba a ejercer sobre él, se<br />

resistía tenazmente, alegando motivos po<strong>de</strong>rosos, cuya fuerza no me era <strong>de</strong>sconocida.<br />

Al fin tanto pudo una mujer llorando, que él abandonó todo, su madre y su casa, aunque<br />

por poco tiempo y con la sana intención <strong>de</strong> volver cuando me <strong>de</strong>jase en parajes don<strong>de</strong><br />

no existiese peligro alguno. El infeliz presagiaba sin duda su <strong>de</strong>sdichada suerte en<br />

aquella expedición, porque luchó gran<strong>de</strong>mente consigo mismo para <strong>de</strong>cidirse, y hasta el<br />

último momento estuvo vacilante.<br />

Aquel hombre había sido enemigo mío, o más propiamente, <strong>de</strong> mi esposo. Des<strong>de</strong> la<br />

niñez nos conocimos; fue mi novio en la edad en que se tiene novio. Sucesos<br />

lamentables que me afligen al venir a la memoria, caprichos y vanida<strong>de</strong>s mías me<br />

separaron <strong>de</strong> él, yo creí que para siempre; pero Dios lo dispuso <strong>de</strong> otro modo. Durante<br />

mucho tiempo estuve creyendo que le odiaba; pero el sentimiento que en mí había era<br />

más que rencor una antipatía arbitraria y voluntariosa. Por causa <strong>de</strong> ella, siempre le tenía<br />

en la memoria y en el pensamiento. Circunstancias funestas le pusieron en contacto<br />

conmigo diferentes veces, y siempre que ocurría algo grave en la vida <strong>de</strong> él o en la mía<br />

[22] tropezábamos provi<strong>de</strong>ncialmente el uno con el otro, como si el alma <strong>de</strong> cada cual<br />

viéndose en peligro pidiese auxilio a su compañera.<br />

En mí se verificó una crisis singular. Por razones que no son <strong>de</strong> este sitio, yo llegué a<br />

aborrecer todo lo que mi esposo amaba y a amar todo lo que él aborrecía. Al mismo<br />

tiempo mi antiguo novio mostraba hacia mí sentimientos tan vivos <strong>de</strong> menosprecio y<br />

<strong>de</strong>sdén, que esto inclinó mi corazón a estimarle. Yo soy así, y me parece que no soy el<br />

único ejemplar. Des<strong>de</strong> la ocasión en que le arranqué <strong>de</strong> las furibundas manos <strong>de</strong> mi<br />

marido no <strong>de</strong>bí <strong>de</strong> ser tampoco para él muy aborrecible.<br />

Cuando nos encontramos en Madrid, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que hablamos un poco, caímos en la<br />

cuenta <strong>de</strong> que ambos estábamos muy solos. Y no sólo había semejanza en nuestra<br />

soledad, sino en nuestros caracteres, principal origen quizás <strong>de</strong> aquella. Hicimos<br />

propósito <strong>de</strong> echar a la espalda aquel trágico aborrecimiento que antes nos teníamos, el<br />

cual se fundaba en veleida<strong>de</strong>s y caprichosas monomanías <strong>de</strong>l espíritu, y no tardamos<br />

mucho tiempo en conseguirlo. Ambos reconocimos las gran<strong>de</strong>s y ya irremediables


equivocaciones <strong>de</strong> nuestra primera juventud, y nos maravillábamos <strong>de</strong> hallar tan<br />

extraordinaria fraternidad en nuestras almas. [23] ¡Ser <strong>de</strong> este modo, haber nacido el<br />

uno para el otro, y sin embargo haber estado dándonos golpes en las tinieblas durante<br />

tanto tiempo! ¡Qué fatalidad! Hasta parece que no somos responsables <strong>de</strong> ciertas faltas,<br />

y que estas, por lo que tienen <strong>de</strong> placentero, pue<strong>de</strong>n tolerarse como compensación <strong>de</strong><br />

pasados dolores y <strong>de</strong> un error <strong>de</strong>plorable y fatal, <strong>de</strong>pendiente <strong>de</strong> volunta<strong>de</strong>s<br />

sobrehumanas.<br />

Pero no: no quiero eximirme <strong>de</strong> la responsabilidad <strong>de</strong> mi culpa y <strong>de</strong> haber faltado<br />

claramente, impulsada por móviles irresistibles, a la ley <strong>de</strong> Dios. No: nada me disculpa;<br />

ni las atrocida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> mi marido, ni la espantosa soledad en que yo estaba, ni los mil<br />

escollos <strong>de</strong> la vida en la Corte, ni las gran<strong>de</strong>s seducciones morales y físicas <strong>de</strong> mi<br />

paisano y dulce compañero <strong>de</strong> la niñez. Reconozco mi falta, y atenta sólo a que este<br />

papel reciba un escrupuloso retrato <strong>de</strong> mi conciencia y <strong>de</strong> mis acciones, la escribo aquí,<br />

venciendo la vergüenza que confesión tan penosa me causa.<br />

Salimos <strong>de</strong> Madrid en una hermosa noche <strong>de</strong> Julio. Cuando <strong>de</strong>jamos <strong>de</strong> oír el rugido<br />

<strong>de</strong> la Milicia victoriosa, me pareció que entraba en el cielo. Íbamos cómodamente en<br />

una silla <strong>de</strong> postas con buenos caballos y un hábil mayoral <strong>de</strong> Palacio. Yo había tomado<br />

un nombre supuesto, [24] diciéndome marquesa <strong>de</strong> Berceo y él era nada menos que mi<br />

esposo, una especie <strong>de</strong> marqués <strong>de</strong> Berceo. Mucho nos reímos con esta invención, que a<br />

cada paso daba lugar a picantes comentarios y agu<strong>de</strong>zas. No recuerdo días más<br />

placenteros que los <strong>de</strong> aquel viaje.<br />

¡Cuántas veces bajamos <strong>de</strong>l coche para andar largos trechos a pie, recreándonos en la<br />

hermosura <strong>de</strong> las incomparables noches <strong>de</strong> Castilla! ¡Cómo se agrandaba todo ante<br />

nuestros ojos, principalmente las cosas inmateriales! Nos parecía que aquella dulce<br />

vagancia no acabaría nunca, y que los días veni<strong>de</strong>ros serían siempre como aquel cielo<br />

que veíamos, dilatados, serenos y sin nubes. En tales horas o hablábamos poco o<br />

vertíamos el alma <strong>de</strong>l uno en la <strong>de</strong>l otro alternativamente por medio <strong>de</strong> observaciones y<br />

preguntas acor<strong>de</strong>s con el hermoso espectáculo que veíamos fuera y <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> nosotros,<br />

pues <strong>de</strong> mi alma pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse que estaba tan llena <strong>de</strong> estrellas como el firmamento.<br />

Han pasado muchos años: entonces tenía yo veintisiete, y ahora... no lo quiero <strong>de</strong>cir<br />

por no espantarme; pero creo que he traspasado el medio siglo (3) . Entonces mis cabellos<br />

[25] eran <strong>de</strong> oro, ahora son <strong>de</strong> plata, sin que ni una sola hebra <strong>de</strong> ellos conserve su<br />

primitivo color. Mis ojos tenían el brillo que es reflejo <strong>de</strong> la inteligencia <strong>de</strong>spierta y <strong>de</strong><br />

los sentimientos bullidores; ahora no son más que dos empañadas cuentas azules, <strong>de</strong> las<br />

cuales se escapa alguna vez fugitivo rayo. Mi cara entonces respiraba alegría, salud, y el<br />

alma rielaba sobre mis facciones como la luz sobre la superficie <strong>de</strong> las temblorosas<br />

aguas; ahora es una máscara que me sirve para disimular los pensamientos y que a<br />

muchos <strong>de</strong>ja ver todavía huellas claras <strong>de</strong> la gran hermosura que hubo en ella. Entonces<br />

era muy hermosa; ahora soy una vieja que <strong>de</strong>bió haber (4) sido guapa, aunque, si he <strong>de</strong><br />

creer a don Toribio, el canónigo <strong>de</strong> Tortosa, todavía puedo volver loco a cualquiera. En<br />

suma; todo ha pasado, mudándose consi<strong>de</strong>rablemente, e infinitas personas han pasado a<br />

ser recuerdos. Lo que siempre está lo mismo es mi país, que no <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> luchar un<br />

momento por la misma causa y con las mismas armas, y si no con las mismas personas,<br />

con los mismos tipos <strong>de</strong> guerreros y políticos. Mi país sigue siempre a la calesera.


Pues bien: en todo el tiempo transcurrido entre estas dos épocas, no he visto pasar<br />

días como aquellos. Fueron <strong>de</strong> los pocos que tiene cada mortal como un regalo <strong>de</strong>l cielo<br />

para toda [26] la existencia, y que en vano se aguardan <strong>de</strong>spués, porque no vuelven.<br />

Estos aguinaldos <strong>de</strong> la vida no se reciben más que una vez. Salvador era menos feliz que<br />

yo, a causa <strong>de</strong> los <strong>de</strong>beres y las afecciones que había <strong>de</strong>jado atrás. Yo procuraba hacerle<br />

olvidar todo lo que no fuese nosotros mismos; mas resultaba esto muy difícil, por ser él<br />

menos dueño <strong>de</strong> sus acciones que yo, y aun, si se quiere, menos egoísta. Íbamos <strong>de</strong><br />

pueblo en pueblo, sin apresurarnos ni <strong>de</strong>tenernos mucho. Aquel vivir entre todo el<br />

mundo y al mismo tiempo sin testigo, era mi mayor <strong>de</strong>licia. Los diversos pueblos por<br />

don<strong>de</strong> pasábamos no tenían sin duda noticia <strong>de</strong> la felicidad <strong>de</strong> los marqueses <strong>de</strong> Berceo,<br />

pues si la tuvieran, no creo que nos <strong>de</strong>jaran seguir sin quitarnos algo <strong>de</strong> ella.<br />

- IV -<br />

Gracias a nuestro dinero y a nuestro buen porte podíamos disfrutar <strong>de</strong> todas las<br />

comodida<strong>de</strong>s posibles en las posadas. El calor nos obligaba a <strong>de</strong>tenernos durante el día,<br />

caminando por las noches, y ni en Castilla ni en [27] Aragón tuvimos ningún mal<br />

encuentro, como recelábamos, con milicianos, ladrones o espías <strong>de</strong>l Gobierno.<br />

Más allá <strong>de</strong> Zaragoza empezamos a temer que nos salieran al paso las tropas <strong>de</strong><br />

Torrijos o <strong>de</strong> Manso. Por eso en vez <strong>de</strong> tomar directamente el camino <strong>de</strong> Cataluña<br />

subimos hacia Huesca, Salvador, cuya antipatía a los facciosos y guerrilleros era<br />

violentísima, se mostró disgustado al consi<strong>de</strong>rarse cerca <strong>de</strong> ellos. Entonces tuve un<br />

momento <strong>de</strong> súbita tristeza, oyéndole <strong>de</strong>cir:<br />

-Cuando lleguemos a un lugar seguro o estés entre tus amigos, me volveré a Madrid.<br />

Yo <strong>de</strong>seaba que no llegasen ni el lugar seguro ni tampoco mis amigos. Pero aunque<br />

mi tristeza fue gran<strong>de</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel instante, apo<strong>de</strong>rándose <strong>de</strong> mi corazón como un<br />

presagio <strong>de</strong> <strong>de</strong>sventuras, estaba muy lejos <strong>de</strong> sospechar el espantoso golpe que nos<br />

amenazaba, consecuencia provi<strong>de</strong>ncial <strong>de</strong> nuestra falta y <strong>de</strong> mi criminal ligereza. ¡Ay!,<br />

piensa el malo que sus alegrías han <strong>de</strong> ser perpetuas, y la misma grata corriente <strong>de</strong> ellas<br />

le lleva ciego a lo que yo llamo la sucursal <strong>de</strong>l infierno en la tierra, que es la <strong>de</strong>sgracia y<br />

el anticipado castigo <strong>de</strong> los <strong>de</strong>litos.<br />

De Huesca nos dirigimos a Barbastro, siguiendo [28] por un <strong>de</strong>testable camino hasta<br />

Benabarre, don<strong>de</strong> entramos al anochecer. Detuvieron nuestro coche algunos hombres, y<br />

al verles, exclamé:<br />

-Los guerrilleros. Ya estamos en casa.<br />

Salvador mostró gran disgusto, y cuando fuimos interrogados, dio algunas<br />

contestaciones que <strong>de</strong>bieron <strong>de</strong> sonar muy mal en los oídos <strong>de</strong> los soldados <strong>de</strong> la fe. Yo<br />

tenía confianza en mi gente y la seguridad <strong>de</strong> no ser <strong>de</strong>tenida; pero no fue posible evitar<br />

ciertas molestias. Nos hicieron bajar <strong>de</strong>l coche antes <strong>de</strong> llegar a la posada y presentarnos<br />

a un rústico capitán que estaba en la venta <strong>de</strong>l camino bebiendo vino juntamente con


otro guerrillero, al modo <strong>de</strong> frailazo, armado <strong>de</strong> pistolas y con dos o tres individuos <strong>de</strong><br />

malísima catadura.<br />

Sus maneras no eran en verdad nada corteses, a pesar <strong>de</strong> <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r causa tan sagrada<br />

como es la <strong>de</strong>l Altar y el Trono; pero con dos o tres palabras dichas enérgicamente y en<br />

tono <strong>de</strong> dignidad, me hice respetar al punto. Yo mostraba al que parecía jefe mis<br />

papeles, cuando observé que uno <strong>de</strong> los hombres allí presentes miraba a mi compañero<br />

<strong>de</strong> viaje con expresión poco tranquilizadora. Llegose a él, y poniéndole la mano en el<br />

hombro le dijo con brutal modo y expresión <strong>de</strong> venganza: [29]<br />

-¿Me conoces? ¿Sabes quién soy?<br />

-Sí -le respondió Monsalud, pálido y colérico-. Ya sé que eres un hombre vil; tu<br />

nombre es Regato.<br />

El <strong>de</strong>sconocido se abalanzó en a<strong>de</strong>mán hostil hacia mi amigo, pero este supo<br />

recibirle con tanta valentía, que le hizo rodar por el suelo, bañado el rostro en sangre.<br />

Que<strong>de</strong>me sin aliento al ver la furia <strong>de</strong> aquella gente ante el mal trato dado a uno <strong>de</strong> los<br />

suyos. Milagro <strong>de</strong> Dios fue que no pereciésemos allí; pero el capitán parecía hombre<br />

pru<strong>de</strong>nte, y haciendo salir <strong>de</strong> la venta al agraviado, nos notificó que estábamos presos<br />

hasta que el jefe <strong>de</strong>cidiera lo que se había <strong>de</strong> hacer con nosotros.<br />

Afectando serenidad le dije que mirara bien lo que hacía, por ser yo persona <strong>de</strong> gran<br />

po<strong>de</strong>r en la frontera y en Palacio; pero encogiéndose <strong>de</strong> hombros, tan sólo me permitió<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> largas discusiones hablar al que ellos llamaban coronel. Salí <strong>de</strong>salada <strong>de</strong> la<br />

venta, <strong>de</strong>jando en ella la mitad <strong>de</strong> mi alma, pues allí quedó guardado por dos hombres<br />

mi ultrajado amigo, y me presenté al coronel, que era un capuchino <strong>de</strong> Cervera.<br />

Acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>spachar un bodrio y dos azumbres que le habían puesto para que cenase,<br />

y su paternidad, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l pienso, no tenía al parecer la cabeza muy serena. Sin [30]<br />

embargo, no me trató mal. Díjome que el Sr. Regato le había informado ya <strong>de</strong> quién era<br />

mi acompañante, y que en vista <strong>de</strong> sus antece<strong>de</strong>ntes y circunstancias, no podía ser<br />

puesto en libertad. Púseme furiosa; yo me creí capaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>strozar sólo con mis uñas a<br />

aquel tremendo fraile coronel cuyas barbas y salvaje apostura ponían miedo en el<br />

corazón más esforzado. Sin miramiento alguno le increpé, diciéndole cuantas<br />

atrocida<strong>de</strong>s me vinieron a la boca y amenazándole con pedir su cabeza al Rey; pero ni<br />

aun así logré ablandar aquella roca en figura <strong>de</strong> bestia. Oyome el bárbaro con paciencia,<br />

sin duda por ser más fraile que guerrero, y resumió sus resoluciones diciéndome:<br />

-Usted, señora, pue<strong>de</strong> ir libremente a don<strong>de</strong> le acomo<strong>de</strong>; pero ese hombre no me sale<br />

<strong>de</strong> aquí.<br />

¡Ay!, si yo hubiera tenido a mis ór<strong>de</strong>nes diez hombres armados habría atacado al<br />

batallón, cuadrilla o lo que fuera, segura <strong>de</strong> <strong>de</strong>strozarlo, que tanto pue<strong>de</strong> el furor <strong>de</strong> una<br />

hembra ofendida. Volví a la venta, resuelta a sacar <strong>de</strong> ella a Salvador con mis propias<br />

manos, <strong>de</strong>safiando las armas <strong>de</strong> sus guardianes; pero cuando entré, mi compañero <strong>de</strong><br />

viaje, mi adorado amigo, mi pobre marqués <strong>de</strong> Berceo, había [31] <strong>de</strong>saparecido. Le<br />

llamé con la voz ronca <strong>de</strong> tanto gritar; le llamé con toda mi alma, pero no me respondió.<br />

Una mujer andrajosa, que parecía tan salvaje y feroz como los hombres que en aquel<br />

pueblo vi, salió conmigo al camino y señalando a un punto en la oscuridad <strong>de</strong>l espacio<br />

negro, dijo sordamente:


-Allí.<br />

Y mirando hacia don<strong>de</strong> su <strong>de</strong>do me indicaba, vi unas gran<strong>de</strong>s sombras que parecían<br />

murallones almenados y como ruinas hendidos. Pregunté qué sitio era aquel y la<br />

<strong>de</strong>sconocida me contestó:<br />

-El castillo.<br />

La mujer llevando una cesta con provisiones, marchó en dirección <strong>de</strong>l castillo. Yo la<br />

seguí. No tardamos en llegar, y por una poterna <strong>de</strong>svencijada que se abría en la muralla,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> pasado el foso sin agua, penetramos en un patio lleno <strong>de</strong> escombros y <strong>de</strong><br />

yerba.<br />

-¡Aquí, aquí le han encerrado! -exclamé mirando a todos lados como quien ha<br />

perdido el juicio.<br />

La mujer se <strong>de</strong>tuvo ante mí, y señalando el suelo dijo con voz muy lúgubre:<br />

-¡Abajo!<br />

Yo creí volverme loca. Los ojos <strong>de</strong> la horrible persona que me daba tan tremendas<br />

noticias [32] brillaban con claridad verdosa, como los <strong>de</strong> animal felino. Quise seguirla<br />

cuando subió la escalerilla que conducía a las habitaciones practicables entre tanta<br />

ruina; pero un centinela me echó fuera brutalmente, amenazándome con arrojarme al<br />

foso si no me retiraba más pronto que la vista. Estas fueron sus propias palabras.<br />

Corrí hacia el pueblo, resuelta a ver <strong>de</strong> nuevo al coronel capuchino <strong>de</strong> Cervera. Pero<br />

tanta agitación agotó al fin mis fuerzas, y tuve que sentarme en una gran piedra <strong>de</strong>l<br />

camino, fatigada y abatida, porque a mi primera furia sustituyó una aflicción<br />

profundísima que me hizo llorar. No recuerdo haber <strong>de</strong>rramado nunca más lágrimas en<br />

menos tiempo. Al fin, sobreponiéndome a mi dolor, seguí a<strong>de</strong>lante, jurando no<br />

continuar el viaje sin llevar en mi compañía al infeliz cuanto adorado amigo <strong>de</strong> mi<br />

niñez. Desperté al capuchino, que ya roncaba, el cual <strong>de</strong> muy mal talante, repitió su<br />

fiera sentencia, diciendo:<br />

-Usted, señora, pue<strong>de</strong> continuar su viaje; pero el otro no saldrá <strong>de</strong> aquí sin or<strong>de</strong>n<br />

superior. Yo sé lo que me digo. ¡Pisto!, que ya me canso <strong>de</strong> sermonear. Vaya usted con<br />

Dios y déjenos en paz.<br />

Despreciando su barbarie, insistí y amenacé, [33] y al cabo me dio algunas<br />

esperanzas con estas palabras:<br />

-El jefe <strong>de</strong> nuestra partida acaba <strong>de</strong> llegar. Háblele usted a él, y si consiente...<br />

-¿Quién es el jefe?<br />

-D. Saturnino Albuín -me contestó.<br />

Al oír este nombre vi el cielo abierto. Yo había conocido en Bayona al célebre<br />

Manco, y recordé que aunque muy bárbaro, hacía alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> generosidad e hidalguía en


todas las ocasiones que se le presentaban. No quise <strong>de</strong>tenerme ni un instante, y al punto<br />

me informé <strong>de</strong> que D. Saturnino estaba en una casa situada junto al camino a la salida<br />

<strong>de</strong>l pueblo en dirección a Tremp. Des<strong>de</strong> la plaza se veían dos lucecillas en las ventanas<br />

<strong>de</strong> la vivienda. Corrí allá guiada por la simpática claridad <strong>de</strong> aquellas luces semejantes a<br />

dos ojos y que eran para mí fanales <strong>de</strong> esperanza. Llegué sin aliento, agitada por la<br />

fatiga y un dulce presagio <strong>de</strong> buen éxito que me llenaba el corazón.<br />

El centinela me dijo que no se podía pasar; pero apelando a mis bolsillos, pasé. En la<br />

escalera, en el pasillo alto, fui repetidas veces <strong>de</strong>tenida; pero con el mismo talismán<br />

abríame paso.<br />

-Ahí está -me dijo un hombre señalando una puerta <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la cual se oían alteradas<br />

[34] voces en disputa. Sin reparar más que en mi afán empujé la puerta y entré.<br />

Albuín, que estaba en pie, se volvió al sentir el ruido <strong>de</strong> la puerta, y me interrogó con<br />

sus ojos, que expresaban sorpresa y cólera por mi brusca entrada. Otro guerrillero estaba<br />

junto a la mesa con los codos sobre ella, encendiendo un cigarro en la luz <strong>de</strong>l velón <strong>de</strong><br />

cobre que alumbraba la estancia.<br />

-¿Qué se le ofrece a usted, señora? -me dijo Albuín moviendo con gesto <strong>de</strong><br />

impaciencia su única mano.<br />

Yo no había dado cuatro pasos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la habitación, cuando observé que más allá<br />

<strong>de</strong> la mesa había otro hombre, apoltronado en un sillón, con los pies extendidos sobre<br />

una banqueta, inclinada la cabeza sobre el hombro y durmiendo tranquilamente con ese<br />

sueño <strong>de</strong>l guerrillero cansado que acaba <strong>de</strong> recorrer dos provincias y marear a dos<br />

ejércitos. Al verle ¡Santo Dios!, me quedé yerta, muda, como estatua; no pu<strong>de</strong><br />

pronunciar una palabra, ni dar un paso, ni respirar, ni huir, ni gritar. El terror me arrancó<br />

súbitamente <strong>de</strong>l pensamiento mis angustias <strong>de</strong> aquella noche.<br />

Aquel hombre era mi marido.<br />

-¿Qué se le ofrece a usted, señora? -volvió a preguntarme el Manco. [35]<br />

Pasado el primer instante <strong>de</strong> terror, en mí no hubo otra i<strong>de</strong>a que la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> huir, <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>saparecer, <strong>de</strong> <strong>de</strong>svanecerme como el humo o como la palabra vana que se lleva el<br />

viento.<br />

-Pero, ¿qué se le ofrece a usted, <strong>de</strong>monio? -repitió el guerrillero.<br />

-¡Nada! -contesté, y a toda prisa salí <strong>de</strong> la habitación.<br />

Yo creo que ni un relámpago corre como yo corrí fuera <strong>de</strong> la casa. No veía más que<br />

el camino, y mi veloz carrera nunca me parecía bastante apresurada para llegar al centro<br />

<strong>de</strong>l pueblo don<strong>de</strong> había <strong>de</strong>jado mi coche.<br />

A lo lejos, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí, sentí voces burlonas que <strong>de</strong>cían:<br />

-¡La mujer loca, la mujer loca!


Eran los bravos a quienes yo había dado tanto dinero para que me <strong>de</strong>jasen pasar. A<br />

cada instante volvía la cabeza por ver si mi marido venía corriendo <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí.<br />

Llegué medio muerta a don<strong>de</strong> estaba mi coche, y tirando <strong>de</strong>l brazo <strong>de</strong>l cochero para<br />

que <strong>de</strong>spertase, grité:<br />

-¡Francisco, Francisco, vuela, vuela fuera <strong>de</strong> este horrible pueblo!<br />

Y me metí en el coche.<br />

-¿Adón<strong>de</strong> vamos, señora? -me preguntó el pobre hombre sacudiendo la pereza. [36]<br />

-¿Estás sordo? Te he dicho que vueles... ¿Hablo yo en griego?, que vueles, hombre.<br />

Mata los caballos, pero ponme a muchas leguas <strong>de</strong> aquí.<br />

-¿A dón<strong>de</strong> vamos, señora? ¿Hacia la Seo?<br />

-Hacia el infierno si quieres, con tal que me saques <strong>de</strong> aquí.<br />

Mi coche partió a escape, y siguiendo el camino en dirección a Tremp, pasé junto a<br />

la malhadada casa don<strong>de</strong> había visto a mi esposo. Entonces los bárbaros reunidos junto<br />

a la puerta me aclamaron otra vez, arrojando algunas piedras a mi coche. Su grito era:<br />

-¡La mujer loca, la mujer loca!<br />

En efecto, lo estaba. ¡Ah! ¡Benabarre, Benabarre, maldito seas! En ti acabó mi<br />

felicidad; en las espinas <strong>de</strong> tu camino <strong>de</strong>jé clavado mi corazón chorreando sangre.<br />

Fuiste mi calvario y la piedra resbaladiza <strong>de</strong> mal agüero don<strong>de</strong> caí para siempre, cuando<br />

más orgullosa marchaba. Fuiste el tajo don<strong>de</strong> el cielo puso mi cabeza para asegurar el<br />

golpe <strong>de</strong> su cuchilla; pero con ser obra <strong>de</strong>l cielo mi castigo, ¡te odio, execrable pueblo<br />

<strong>de</strong> bandidos! ¡Sepulcro <strong>de</strong> mi edad feliz, no puedo verte sin espanto, y mientras tenga<br />

lengua, te mal<strong>de</strong>ciré! [37]<br />

- V -<br />

Llegué a la Seo el 14 <strong>de</strong> Agosto. ¡Qué viaje el <strong>de</strong> Benabarre a la Seo! Si antes todo<br />

se adaptaba al lisonjero estado <strong>de</strong> mi alma, <strong>de</strong>spués todos los caballos eran malos, todos<br />

los caminos intransitables, todas las posadas insufribles, todos los días calorosos, y las<br />

noches todas tristes como los pensamientos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sterrado. Mi alma sin consuelo,<br />

mientras más gente veía, más sola se encontraba. Mi pensamiento no podía apartarse <strong>de</strong><br />

aquel lugar siniestro don<strong>de</strong> habían quedado mi amor y mi suplicio, mi falta y mi<br />

conciencia, representados cada una en un hombre.<br />

Casi antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>sempeñar mi comisión traté <strong>de</strong> ocuparme <strong>de</strong> salvar al infeliz que<br />

había quedado cautivo en Benabarre; pero Mataflorida me dijo sonriendo:


-Luego, luego, mi querida señora, trataremos <strong>de</strong> ese asunto. Infórmeme usted <strong>de</strong> lo<br />

que trae, pues no hay tiempo que per<strong>de</strong>r. Hoy mismo constituiremos la Regencia.<br />

Más <strong>de</strong> dos horas estuvimos <strong>de</strong>partiendo. [38] Él, como hombre muy ambicioso y<br />

que gustaba <strong>de</strong> ser el primero en todo, recibió con gusto las instrucciones<br />

reservadísimas que le daban gran superioridad entre sus compañeros <strong>de</strong> Regencia. Eran<br />

estos el barón <strong>de</strong> Eroles y don Jaime Creux, arzobispo <strong>de</strong> Tarragona, ambos, lo mismo<br />

que Mataflorida, <strong>de</strong> clase humildísima, sacados <strong>de</strong> su oscuridad por los tiempos<br />

revolucionarios, lo cual no era un argumento muy fuerte en pro <strong>de</strong>l absolutismo. Una<br />

Regencia <strong>de</strong>stinada a restablecer el Trono y el Altar, <strong>de</strong>bió constituirse con gente <strong>de</strong><br />

raza. Pero la edad revuelta que corríamos los exigía <strong>de</strong> otro modo, y hasta el<br />

absolutismo alistaba su gente en la plebe. Este hecho, que ya venía observándose <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

el siglo pasado, lo expresaba Luis XV diciendo que la nobleza necesitaba estercolarse<br />

para ser fecundada.<br />

De los tres regentes, el más simpático era Mataflorida y también el <strong>de</strong> más<br />

entendimiento; el más tolerante Eroles, y el más malo y antipático, D. Jaime Creux. No<br />

pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse <strong>de</strong> estos hombres que habían marchado con lentitud en sus brillantes<br />

carreras. Eroles era estudiante en 1808 y en 18<strong>16</strong> teniente general. El otro <strong>de</strong> clérigo<br />

oscuro pasó a obispo, en premio <strong>de</strong> su traición en las Cortes <strong>de</strong>l año 14.<br />

Yo no tenía mi espíritu en disposición <strong>de</strong> [39] aten<strong>de</strong>r a las ceremonias con que<br />

quisieron celebrar los triunviros el establecimiento <strong>de</strong> la Regencia. Después <strong>de</strong> publicar<br />

su célebre manifiesto, proclamaron solemnemente al Monarca, restituyéndole a la<br />

plenitud <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>rechos, según <strong>de</strong>cíamos entonces. Levantóse en la plaza <strong>de</strong> la Seo un<br />

tablado, sobre el que un sacristán vestido <strong>de</strong> rey <strong>de</strong> armas gritó: «¡España por Fernando<br />

VII!» y luego dieron al viento una ban<strong>de</strong>ra en la cual las monjas habían bordado una<br />

cruz y aquellas palabras latinas que quieren <strong>de</strong>cir: por este signo vencerás. Los altos<br />

castillos que coronan los montes en cuyo centro está sepultada la Seo hicieron salvas, y<br />

aquello en verdad parecía una proclamación en toda regla.<br />

Después <strong>de</strong> la ceremonia política hubo jubileo por las calles y rogativa pública, a que<br />

concurrió el obispo con todo el clero armado y el cabildo sin armas. Era un espectáculo<br />

edificante y al mismo tiempo horroroso. Daba i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la inmensa fuerza que tenían en<br />

nuestro país las dos clases reunidas, clero y plebe; pero los frailes armados <strong>de</strong> pistolas y<br />

los guerrilleros con vela en la mano, el general con crucifijo y el arcediano con<br />

espuelas, movían a risa y a odio juntamente. El ejército <strong>de</strong> la fe, uniformado sólo con el<br />

gorro catalán habría [40] parecido un ejército <strong>de</strong> pavos, si no estuviera bien probado su<br />

indomable valor.<br />

Yo veía aquella procesión chabacana, horrible parodia <strong>de</strong>l levantamiento nacional <strong>de</strong><br />

1808, y aquellas espantosas figuras <strong>de</strong> curas confundidas con guerreros, como se ven las<br />

ficciones horrendas <strong>de</strong> una pesadilla. Tal espectáculo era excesivamente <strong>de</strong>sagradable a<br />

mi espíritu, y la bulla <strong>de</strong>l pueblo me ponía los nervios en el más lastimoso <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n.<br />

Semejante Carnaval en Urgel, que es sin disputa el pueblo más feo <strong>de</strong> todo el mundo,<br />

era para enfermar y aun enloquecer a cualquiera. Mi privilegiada naturaleza me salvó.<br />

Y pasaban días sin que me fuera posible hacer nada <strong>de</strong> provecho por mi amado<br />

prisionero <strong>de</strong> Benabarre. Obtenía, sí, promesas y aun ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> la Regencia; pero<br />

como no podía trasladarme yo misma al lugar <strong>de</strong>l conflicto, era muy difícil que tuviesen


cumplimiento. Antes me <strong>de</strong>jara morir que encaminarme a paraje alguno don<strong>de</strong> hubiese<br />

probabilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> encontrar la persona o siquiera las huellas <strong>de</strong> mi esposo; y según mis<br />

averiguaciones, este no había abandonado el bajo Aragón.<br />

Al fin supe que mi cara mitad, uniéndose a Jeps <strong>de</strong>ls Estanys, había pasado a la alta<br />

Cataluña. [41] Llena <strong>de</strong> esperanza entonces corrí a Benabarre, cargada <strong>de</strong> ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong><br />

Mataflorida y <strong>de</strong>l mismo Eroles que acababa <strong>de</strong> ponerse a la cabeza <strong>de</strong> la insurrección<br />

catalana. Ningún obstáculo podían oponerme ya los guerrilleros; mas por mi <strong>de</strong>sgracia,<br />

cuando llegué al funesto pueblo <strong>de</strong> Aragón ni un solo partidario <strong>de</strong>l realismo quedaba<br />

en su recinto; el castillo había sido volado, y el mísero cautivo, según me dijeron,<br />

trasladado a otro punto.<br />

-¿Vivo? -pregunté.<br />

-Vivo y cargado <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>nas -me contestó la misma mujer <strong>de</strong> aquella horrenda noche<br />

<strong>de</strong> Agosto-. Se iba muriendo por el camino; pero le daban comida y bebida para que no<br />

acabase <strong>de</strong> pa<strong>de</strong>cer.<br />

No tuve tiempo para entregarme a inútiles lamentaciones, porque corrió por todo el<br />

pueblo esta horrible voz: ¡los liberales!, ¡que vienen los liberales!, y tuve que huir. Con<br />

mucho trabajo y gastando bastante dinero pu<strong>de</strong> escapar a Francia por Canfranc.<br />

NOTA DEL AUTOR. Aquí concluye el primer fragmento <strong>de</strong> las curiosas Memorias.<br />

Como el segundo se refiere a sucesos ocurridos en la primavera <strong>de</strong>l 23, resultando una<br />

interrupción <strong>de</strong> siete meses, nos vemos en la necesidad [42] <strong>de</strong> llenar tan lamentable<br />

vacío con relaciones propias, que abreviaremos todo lo posible para que no se echen<br />

<strong>de</strong> menos por mucho tiempo las aventuras <strong>de</strong> la dama viajera, contadas por ella misma.<br />

- VI -<br />

La primera <strong>de</strong>terminación <strong>de</strong>l Gobierno popular que sucedió al <strong>de</strong> <strong>Martínez</strong> <strong>de</strong> la<br />

Rosa, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las jornadas <strong>de</strong> Julio, fue nombrar general <strong>de</strong>l ejército <strong>de</strong>l Norte al<br />

rayo <strong>de</strong> las guerrillas, al Napoleón navarro, D. Francisco Espoz y Mina. En medio <strong>de</strong> su<br />

atolondramiento, los siete Ministros, a quienes la Corte llamaba los Siete niños <strong>de</strong> Écija,<br />

no carecían <strong>de</strong> iniciativa y <strong>de</strong> cierta arrogancia empren<strong>de</strong>dora que por algún tiempo les<br />

permitió sostenerse en el po<strong>de</strong>r con prestigio. El nombramiento <strong>de</strong> Mina y aquella or<strong>de</strong>n<br />

que le dieron <strong>de</strong> hacer tabla rasa <strong>de</strong> las provincias rebel<strong>de</strong>s no pudieron ser más<br />

acertados.<br />

El gran guerrillero no necesitaba muy vivas excitaciones para sentar su pesada mano<br />

a los pueblos. Navarros y catalanes le conocían. Pero antaño había hecho la guerra con<br />

[43] ellos, y ahora <strong>de</strong>bía hacerla contra ellos, lo cual era muy distinto. Antes se batía<br />

contra tropas regulares y ahora con ellas perseguía las partidas. Bien se ve que el coloso


<strong>de</strong> las guerrillas estaba fuera <strong>de</strong> su natural esfera y asiento. Iba a hacer el papel <strong>de</strong>l<br />

enemigo durante la guerra <strong>de</strong> la In<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia.<br />

A pesar <strong>de</strong> esta <strong>de</strong>sventaja empezó con muy buen pie su campaña. No podía <strong>de</strong>cirse<br />

propiamente que había partidas en el Norte, sino que todo el Norte <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Gerona hasta<br />

Guipúzcoa, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Pirineo hasta las inmediaciones <strong>de</strong>l Ebro, ardía con horrible<br />

llamarada absolutista. Quesada, a cuyo lado <strong>de</strong>spuntaba un precoz muchacho llamado<br />

Zumalacárregui, dominaba en Navarra, juntamente con Guergué y D. Santos Ladrón;<br />

Albuín y Cuevillas y Merino, asolaban la tierra <strong>de</strong> Burgos; Capapé, el Aragón; Jeps <strong>de</strong>ls<br />

Estanys, el Trapense, Romagosa y Caragol, a Cataluña, don<strong>de</strong> el barón <strong>de</strong> Eroles trataba<br />

<strong>de</strong> formar un ejército regular con las <strong>de</strong>sperdigadas gavillas <strong>de</strong> la fe. Muchos frailes <strong>de</strong>l<br />

país, empezando por los aguerridos capuchinos <strong>de</strong> Cervera que habían escapado <strong>de</strong>l<br />

furor <strong>de</strong> las tropas liberales, y concluyendo por los monjes <strong>de</strong> Poblet que tanto<br />

trabajaron en la conspiración, formaban en las filas <strong>de</strong>l Manco, o <strong>de</strong> Capapé o <strong>de</strong> Misas.<br />

[44]<br />

Mina tomó el mando <strong>de</strong> las tropas <strong>de</strong> Cataluña, y al poco tiempo el aspecto <strong>de</strong> la<br />

campaña principió a mudarse favorablemente a nuestras armas. En 24 <strong>de</strong> Octubre,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> obligar a los facciosos a levantar el sitio <strong>de</strong> Cervera, arrasó a Castellfollit,<br />

poniendo sobre sus ruinas el célebre cartel que <strong>de</strong>cía: «Aquí existió Castellfollit.<br />

Pueblos, tomad ejemplo, y no <strong>de</strong>is abrigo a los enemigos <strong>de</strong> la patria».<br />

En Noviembre tomó a Balaguer. En el mismo mes obligó a muchos facciosos a pasar<br />

la frontera en presencia <strong>de</strong>l cordón sanitario con que nos amenazaban los franceses. En<br />

<strong>20</strong> <strong>de</strong> Enero, uno <strong>de</strong> los suyos, el brigadier Rotten, jefe <strong>de</strong> la cuarta división <strong>de</strong>l ejército<br />

<strong>de</strong> Cataluña, hacía sufrir a San Llorens <strong>de</strong> Morunys el tremendo castigo <strong>de</strong> que había<br />

sido víctima Castellfollit, diciendo a las tropas en la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l día: «La villa<br />

esencialmente rebel<strong>de</strong> llamada San Llorens <strong>de</strong> Morunys será borrada <strong>de</strong>l mapa».<br />

Aquel <strong>de</strong>structor <strong>de</strong> ciuda<strong>de</strong>s señalaba a cada regimiento las calles que <strong>de</strong>bía saquear<br />

antes <strong>de</strong> dar principio a la operación <strong>de</strong> borrar <strong>de</strong>l mapa. No <strong>de</strong> otra manera procedió<br />

Hoche en la Vendée; pero este sistema <strong>de</strong> borrar <strong>de</strong>l mapa es algo expuesto, sobre todo<br />

en España.<br />

El 8 <strong>de</strong> Diciembre puso Mina sitio a la Seo [45] <strong>de</strong> Urgel, mientras Rotten iba<br />

convenciendo a los rebel<strong>de</strong>s catalanes con las suaves razones que indicamos, y en uno<br />

<strong>de</strong> los pueblos <strong>de</strong>molidos y arrasados, precisamente en aquel mismo San Llorens <strong>de</strong><br />

Morunys, llamado también Piteus, ocurrió un suceso digno <strong>de</strong> mencionarse y que causó<br />

maravilla y emoción muy viva en toda la tropa.<br />

Fue <strong>de</strong> la manera siguiente: Para que el saqueo se hiciera con or<strong>de</strong>n, Rotten dispuso<br />

que el batallón <strong>de</strong> Murcia trabajase en las calles <strong>de</strong> Arañas y Ball<strong>de</strong>lfred; el <strong>de</strong> Canarias,<br />

en las calles <strong>de</strong> Frecsures y Segories; el <strong>de</strong> Córdoba, en la <strong>de</strong> Ferronised y Ascervalds,<br />

<strong>de</strong>jando los arrabales para el <strong>de</strong>stacamento <strong>de</strong> la Constitución y la caballería. Lo mismo<br />

en la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> saqueo que en la <strong>de</strong> incendio, que le siguió, fueron exceptuadas doce<br />

casas que pertenecían a otros tantos patriotas.<br />

El regimiento <strong>de</strong> Córdoba funcionaba en la calle <strong>de</strong> Ferronised, entre la<br />

consternación <strong>de</strong> los aterrados habitantes, cuando unos soldados <strong>de</strong>scubrieron un hondo<br />

sótano o mazmorra, y registrándolo, por si en él había provisiones almacenadas para los


facciosos, vieron a un hombre aherrojado, o más propiamente dicho, un cadáver<br />

viviente, cuya miserable postración y estado les causaron espanto. No vacilaron en [46]<br />

prestarle auxilio cristianamente sacándole <strong>de</strong> allí en hombros, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> quitarle con<br />

no poco trabajo las ca<strong>de</strong>nas; y cuando el cautivo vio la luz se <strong>de</strong>smayó, pronunciando<br />

incoherentes palabras, que más bien expresaban <strong>de</strong>mencia que alegría.<br />

Ro<strong>de</strong>áronle todos, siendo objeto <strong>de</strong> gran curiosidad por parte <strong>de</strong> oficiales y soldados,<br />

que no cesaban <strong>de</strong> <strong>de</strong>nostar a los facciosos por la crueldad usada con aquel infeliz. Este<br />

parecía haber permanecido bajo tierra mucho tiempo, según estaba <strong>de</strong> lívido y exangüe,<br />

y sin duda, era víctima <strong>de</strong>l furor <strong>de</strong> las hordas absolutistas, y más que criminal castigado<br />

por sus <strong>de</strong>litos, un buen patriota con<strong>de</strong>nado por su amor a la Constitución.<br />

Un capitán ayudante <strong>de</strong> Rotten, llamado D. Rafael Seudoquis, se interesó vivamente<br />

por el cautivo, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mandar que se le diera toda clase <strong>de</strong> socorros, le apremió<br />

para que hablase. El hombre sacado <strong>de</strong>l fondo <strong>de</strong> la tierra parecía joven, a pesar <strong>de</strong> lo<br />

que le abrumaba su pa<strong>de</strong>cer, y se sorprendió muy agradablemente <strong>de</strong> ver los uniformes<br />

<strong>de</strong> la tropa. Las primeras palabras que pronunció fueron:<br />

-¿En dón<strong>de</strong> están?<br />

-¿Los facciosos? -dijo Seudoquis riendo-. [47] Me parece que no les veremos en<br />

mucho tiempo, según la prisa que llevan... Ahora, buen amigo, díganos cómo se llama<br />

usted y quién es.<br />

El cautivo hacía esfuerzos para recordar.<br />

-¿En qué año estamos? -preguntó al fin mirando a todos con extraviados ojos.<br />

-En el <strong>de</strong> 1823, que parece será el peor año <strong>de</strong>l siglo, según como empieza.<br />

-¿Y en qué mes?<br />

-En Enero y a 15, día <strong>de</strong> San Pablo ermitaño. Si usted recuerda cuándo le<br />

empaquetaron pue<strong>de</strong> hacer la cuenta <strong>de</strong>l tiempo que ha estado en conserva.<br />

-He estado preso -dijo el hombre <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una larga pausa-, seis meses y algunos<br />

días.<br />

-Pues no es mucho, otros han estado más. No le habrán tratado a usted muy bien: eso<br />

es lo malo; pero <strong>de</strong>scui<strong>de</strong> usted, que ahora las van a pagar todas juntas. El pueblo será<br />

incendiado y arrasado.<br />

-¡Incendiado y arrasado! -exclamó el cautivo con pena-. ¡Qué lástima que no sea<br />

Benabarre!<br />

-Sin duda, el cautiverio <strong>de</strong> usted -dijo Seudoquis, intimando más con el <strong>de</strong>sgraciado-,<br />

empezó en ese horrible pueblo aragonés. [48]<br />

-Sí señor, <strong>de</strong> allí me trajeron a Tremp y <strong>de</strong> Tremp a Masbrú y <strong>de</strong> Masbrú aquí.


-¡Oh!, ¡buen viaje ha sido! ¡Y seis meses <strong>de</strong> encierro, bajo el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> esa canalla!<br />

No sé cómo no le fusilaron a usted seiscientas veces.<br />

-Eran <strong>de</strong>masiado inhumanos para hacerlo.<br />

Lleváronle fuera <strong>de</strong>l pueblo en una camilla y a presencia <strong>de</strong>l brigadier, que le<br />

interrogó. Des<strong>de</strong> el cuartel general vio las llamas que <strong>de</strong>voraban San Llorens, y<br />

entonces dijo:<br />

-Ar<strong>de</strong> lo inocente, las guaridas y los perversos lobos están en el monte.<br />

El bravo y generoso Seudoquis fue encargado por el brigadier <strong>de</strong> vestirle, pues los<br />

andrajos que cubrían el cuerpo <strong>de</strong>l cautivo se caían a pedazos. Al día siguiente <strong>de</strong> su<br />

maravillosa re<strong>de</strong>nción, hallose muy repuesto por la influencia <strong>de</strong>l aire sano y <strong>de</strong> los<br />

alimentos que le dieron, y aunque le era imposible dar un paso, podía hablar sin<br />

acongojarse como el primer día por falta <strong>de</strong> aliento.<br />

-¿Qué ha pasado en todo este tiempo? -preguntó con voz débil y temblorosa al que<br />

continuamente le daba pruebas <strong>de</strong> generosidad e interés-. ¿Sigue reinando Fernando<br />

VII?<br />

-Hombre, sí, todavía le tenemos encima -dijo Seudoquis atizando la hoguera,<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la cual vivaqueaban juntamente con el cautivo [49] cuatro o cinco<br />

oficiales-. Gotosillo sigue nuestro hombre; pero aún nos está embromando y nos<br />

embromará por mucho tiempo.<br />

-¿Y la Constitución, subsiste?<br />

-También está gotosa, o mejor dicho, acatarrada. Me parece que <strong>de</strong> esta fecha<br />

enterramos a la señora.<br />

-¿Y hay Cortes?<br />

-Cortes y recortes. Pero me parece que pronto no quedarán más que los <strong>de</strong> los<br />

sastres.<br />

-Y qué, ¿hay revolución en España?<br />

-Nada: estamos en una balsa <strong>de</strong> aceite.<br />

-¿Qué Ministerio tenemos?<br />

-El <strong>de</strong> los Siete niños <strong>de</strong> Écija. ¿Pues qué, vamos a estar mudando <strong>de</strong> niños todos los<br />

días?<br />

-¿Y ha vuelto la Milicia a sacudir el polvo a la Guardia Real?<br />

-Ahora nos ocupamos todos en cazar frailes y guerrilleros, siempre que ellos no nos<br />

cacen a nosotros.


-¿Y Riego?<br />

-Ha ido a Andalucía.<br />

-¿Hay agitación allá?<br />

-Lo que hay es mucha sangre vertida en todas partes.<br />

-Revolución completa. ¿Dón<strong>de</strong> hay partidas? [50]<br />

-Pregunte usted que dón<strong>de</strong> hay españoles.<br />

-Toda Cataluña parece estar en armas contra el Gobierno.<br />

-Y casi todo Aragón y Navarra y Vizcaya y Burgos y León y mucha parte <strong>de</strong><br />

Guadalajara, Cuenca, Ávila, Toledo, Cáceres. Hay facciones hasta en Andalucía, que es<br />

como <strong>de</strong>cir que hasta las ranas han criado pelo.<br />

-¡Qué horrible sueño el mío -dijo lúgubremente el cautivo-, y qué triste <strong>de</strong>spertar!<br />

-Esto es un volcán, amigo mío.<br />

-¿Pero qué quieren?<br />

-Confites. Pi<strong>de</strong>n Inquisición y ca<strong>de</strong>nas.<br />

-¿Y quién los dirige?<br />

-El Rey y en su real nombre la Regencia <strong>de</strong> Urgel.<br />

-Una Regencia...<br />

-Que tiene su Gobierno regular, sus embajadores en las Cortes <strong>de</strong> Europa y ha<br />

contratado hace poco un gran empréstito. ¡Si no hay país ninguno como este! Espanta el<br />

ver cómo falta dinero para todo menos para conspirar.<br />

-¿Y qué hace el Gobierno?<br />

-¿Qué ha <strong>de</strong> hacer? Boberías. Trasladar los curas <strong>de</strong> una parroquia a otra, <strong>de</strong>clarar<br />

vacantes las sillas <strong>de</strong> los obispos que están en la facción, fomentar las socieda<strong>de</strong>s<br />

patrióticas, suprimir [51] los conventos que están en <strong>de</strong>spoblado y otras gran<strong>de</strong>s<br />

medidas salvadoras.<br />

-¿No ha cerrado el Gobierno las socieda<strong>de</strong>s patrióticas?<br />

-Ha abierto la Landaburiana, para que los liberales tengan una buena plazuela don<strong>de</strong><br />

insultarse.<br />

-¿Siguen los discursos?


-Sí; pero abundan más los cachetes.<br />

-¿Y qué generales mandan los ejércitos <strong>de</strong> operaciones?<br />

-Aquí Mina, en Castilla la Nueva O'Daly, Quiroga en Galicia, en Aragón Torrijos.<br />

-¿Y vencen?<br />

-Cuando pue<strong>de</strong>n.<br />

-Es una <strong>de</strong>licia lo que encuentro a mi vuelta <strong>de</strong>l otro mundo.<br />

-Si casi era mejor que se hubiese usted quedado por allá. Así al menos no sufriría la<br />

vergüenza <strong>de</strong> la intervención extranjera.<br />

-¿Intervención?<br />

-¡Y se asusta! ¿Pues hay nada más natural? Según parece, allá por el mundo<br />

civilizado corre el rumor <strong>de</strong> que esto que aquí pasa es un escándalo.<br />

-Sí que lo es.<br />

-Los Reyes temen que a sus Naciones respectivas les entre este maleficio <strong>de</strong> las<br />

Constituciones, [52] <strong>de</strong> las socieda<strong>de</strong>s Landaburianas, <strong>de</strong> las partidas <strong>de</strong> la Fe, <strong>de</strong> los<br />

frailes con pistolas, y nos van a quitar todos estos motivos <strong>de</strong> distracción. Lejos <strong>de</strong>l<br />

mundo ha estado usted, y muy <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> tierra cuando no han llegado a sus oídos las<br />

célebres notas.<br />

-¿Qué notas?<br />

-El re mi fa <strong>de</strong> las Potencias. Las notas han sido tres, todas muy <strong>de</strong>safinadas, y las<br />

potencias que las han dado, tres también como las <strong>de</strong>l alma: Rusia, Prusia y Austria.<br />

-¿Y qué pedían?<br />

-No puedo <strong>de</strong>círselo a usted claramente porque los embajadores no me las han leído;<br />

pero si sé que la contestación <strong>de</strong>l Gobierno español ha sido retumbante y guerrera como<br />

un redoble <strong>de</strong> tambor.<br />

-Es <strong>de</strong>cir que <strong>de</strong>safía a Europa.<br />

-Sí señor, la <strong>de</strong>safiamos. Ahora se recuerda mucho la guerra <strong>de</strong> la In<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia;<br />

pero yo digo, como Cervantes, que nunca segundas partes fueron buenas.<br />

-¿De modo que tendremos otra vez extranjeros?<br />

-Franceses. Ahí tiene usted en lo que ha venido a parar el ejército <strong>de</strong> observación.<br />

Entre el cordón sanitario y el <strong>de</strong> San Francisco, nos van a dar que hacer... Digo... y los<br />

[53] diputados el día en que aprobaron la contestación a las notas fueron aclamados por<br />

el pueblo. Yo estaba en Madrid esa noche, y como vivo frente al coronel San Miguel,


las murgas no me <strong>de</strong>jaron dormir en toda la noche. Por todas partes no se oyen más que<br />

mueras a la Santa Alianza, a las Potencias <strong>de</strong>l Norte, a Francia y a la Regencia <strong>de</strong> Urgel.<br />

Ahora se dice también como entonces «<strong>de</strong>jarles que se internen»; pero la tropa no está<br />

muy entusiasmada que digamos. Con todo, si entran los interventores no les recibiremos<br />

con las manos en los bolsillos.<br />

-Tremendos días vienen -dijo el cautivo-. Si los absolutistas vencen, no podremos<br />

vivir aquí. O ellos o nosotros. Hay que exterminarles para que no nos exterminen.<br />

-Diga usted que si hubiera muchos brigadieres Rotten, pronto se acababa esa casta<br />

maligna. Fusilamos realistas por docenas, sin distinción <strong>de</strong> sexo ni edad, ni<br />

formalida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> juicio... ¡Ay <strong>de</strong>l que cae en nuestras manos! Nuestro brigadier dice que<br />

no hay otro remedio, ni entien<strong>de</strong>n más razón que el arcabuzazo. Ayer hicimos catorce<br />

prisioneros en San Llorens. Hay <strong>de</strong> toda casta <strong>de</strong> gentes: mujeres, hombres, dos<br />

clérigos, un jesuita que usa gafas, un escribano <strong>de</strong> setenta años, una mujer [54] pública,<br />

dos guerrilleros inválidos; en fin, un muestrario completo. El jefe les ha sentenciado ya;<br />

pero como esto no se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir así, se hace la comedia <strong>de</strong> enviarles a la cárcel <strong>de</strong><br />

Solsona, y por el camino cuando viene la noche y se llega a un sitio conveniente... pim,<br />

pam, se les <strong>de</strong>spacha en un santiamén, y a otra.<br />

-Si no me engaño -dijo el cautivo-, aquellos paisanos que por allí se ven, son los<br />

prisioneros <strong>de</strong> San Llorens.<br />

En una loma cercana, a distancia <strong>de</strong> dos tiros <strong>de</strong> fusil se veía un grupo <strong>de</strong> personas,<br />

custodiadas por la tropa. Parecía un rebaño que se había <strong>de</strong>tenido a sestear.<br />

-Cabalmente -dijo Seudoquis-, aquellos son. Dentro <strong>de</strong> una hora se pondrán en<br />

camino para la eternidad. ¡Y están tan tranquilos!... Como que no han probado aún las<br />

recetas <strong>de</strong>l brigadier Rotten...<br />

-Ojo por ojo y diente por diente -dijo el cautivo contemplando el grupo <strong>de</strong><br />

prisioneros-. ¡Ah, gran canalla!, no se entierran hombres impunemente durante seis<br />

meses, no se baila encima <strong>de</strong> su sepultura para atormentarle, no se les insulta por la reja,<br />

no se les arroja saliva e inmundicia, sin sentir más tar<strong>de</strong> o más temprano la mano<br />

justiciera que baja <strong>de</strong>l cielo. [55]<br />

Después callaron todos. No se oía más que el rasgueo <strong>de</strong> la pluma con que uno <strong>de</strong> los<br />

oficiales escribía, teniendo el papel sobre una cartera y esta sobre sus rodillas. Cuando<br />

hubo concluido, el cautivo rogó que se le diese lo necesario para escribir una carta a su<br />

madre, anunciándole que vivía, pues, según dijo, en todo el tiempo <strong>de</strong> su ya concluida<br />

cautividad no había podido dar noticia <strong>de</strong> su existencia a los que le amaban.<br />

-¿Vivirán como yo -dijo tristemente-, o afligidos por mi <strong>de</strong>saparición habrán muerto?<br />

-Dispénseme usted -manifestó Seudoquis-, pero a medida que hablamos, me ha<br />

parecido reconocer en usted a una persona con quien hace algunos años tuve relaciones.<br />

-Sí, Sr. Seudoquis -dijo el cautivo sonriendo-. El mismo soy. Conspiramos juntos el<br />

año 19 y a principios <strong>de</strong>l año <strong>20</strong>.


-Señor Monsalud -exclamó el oficial abrazándole-, buen hallazgo hemos hecho<br />

sacándole a usted <strong>de</strong> aquella mazmorra. ¡Ya se ve! ¿Cómo podría conocerle, si está<br />

usted hecho un esqueleto?... A<strong>de</strong>más en estos tiempos se olvida pronto. ¡He visto tanta<br />

gente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquellos felices días!... porque eran felices, sí. Aunque sea entre peligros, el<br />

conspirar es siempre muy agradable, sobre todo si se tiene fe. [56]<br />

-Entonces tenía yo mucha fe.<br />

-¡Ah! Y yo también. Me hubiera <strong>de</strong>jado <strong>de</strong>scuartizar por la libertad.<br />

-¡Con qué afán trabajábamos!<br />

-Sí; ¡con qué afán!<br />

-¡Nos parecía que <strong>de</strong> nuestras manos iba a salir acabada y completa la más liberal y<br />

al mismo tiempo la más feliz Nación <strong>de</strong> la tierra!<br />

-Sí, ¡qué ilusiones!... Si no estoy trascordado, también nos hallamos juntos en la<br />

logia <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> las Tres Cruces.<br />

-Sí; allí estuve yo algún tiempo. En aquello nunca tuve mucha fe.<br />

-Yo sí; pero la he perdido completamente. Vea usted en qué han venido a parar<br />

aquellas <strong>de</strong>testables misas masónicas.<br />

-Nunca tuve ilusiones respecto a la Or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> la Viuda.<br />

-Pues nosotros -dijo Seudoquis riendo-, tuvimos hasta hace poco en el regimiento<br />

nuestra caverna <strong>de</strong> Adorinam. Pero apenas funcionaba ya. ¡Cuánta ruina, amigo mío!...<br />

¡Cómo se ha <strong>de</strong>smoronado aquel fantástico edificio que levantamos!... Yo he sido <strong>de</strong> los<br />

que con más gana, con más convicción y hasta con verda<strong>de</strong>ra ferocidad han gritado:<br />

¡Constitución o muerte! Hábleme usted con franqueza, Salvador, ¿tiene usted fe? [57]<br />

-Ninguna -repuso el cautivo-, pero tengo odio, y por el odio que siento contra mis<br />

carceleros, estoy dispuesto a todo, a morir matando facciosos, si el general Mina quiere<br />

hacerme un hueco entre sus soldados.<br />

-Pues yo -manifestó Seudoquis con frialdad-, no tengo fe; tampoco tengo odio muy<br />

vivo; pero el <strong>de</strong>ber militar suplirá en mí la falta <strong>de</strong> estas dos po<strong>de</strong>rosas fuerzas<br />

guerreras. Pienso batirme con lealtad y llevar la ban<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la Constitución hasta don<strong>de</strong><br />

se pueda.<br />

-Eso no basta -dijo Monsalud moviendo la cabeza-. Para este conflicto nacional se<br />

necesita algo más... En fin, Dios dirá.<br />

Y empezó a escribir a su madre.


- VII -<br />

Después <strong>de</strong> dar noticia <strong>de</strong> su estupenda liberación, exponiendo con brevedad los<br />

pa<strong>de</strong>cimientos <strong>de</strong>l largo cautiverio que había sufrido, escribió las frases más cariñosas y<br />

una patética <strong>de</strong>claración <strong>de</strong> arrepentimiento por su <strong>de</strong>snaturalizada conducta y la impía<br />

fuga que tan duramente había castigado Dios. Manifestando [58] <strong>de</strong>spués su falta <strong>de</strong><br />

recursos y que más que un viaje a Madrid le convenía su permanencia en el ejército <strong>de</strong><br />

Cataluña, rogaba a su madre que vendiese cuanto había en la casa, y juntamente con<br />

Solita, se trasladase a la Puebla <strong>de</strong> Arganzón, don<strong>de</strong> pasaría a verlas, pidiendo una<br />

licencia. Concluía indicando la dirección que <strong>de</strong>bía darse a las cartas <strong>de</strong> respuesta, y<br />

pedía que esta fuera inmediata para calmar la incertidumbre y afán <strong>de</strong> su alma.<br />

Aquella misma tar<strong>de</strong> habló con el brigadier Rotten, el cual era un hombre muy rudo<br />

y fiero, bastante parecido en genio y modos a don Carlos España. Aconsejole este que<br />

viera al general Mina, en cuyo ejército había varias partidas <strong>de</strong> contraguerrilleros,<br />

organizadas disciplinariamente; añadió que él (el brigadier Rotten) se había propuesto<br />

hacer la guerra <strong>de</strong> exterminio, quemando, arrasando y fusilando, en la seguridad <strong>de</strong> que<br />

la supresión <strong>de</strong> la humanidad traería infaliblemente el fin <strong>de</strong>l absolutismo, y concluyó<br />

diciendo que pasaba a la provincia <strong>de</strong> Tarragona con todas las fuerzas <strong>de</strong> su mando,<br />

excepción hecha <strong>de</strong>l batallón <strong>de</strong> Murcia, que le había sido reclamado por el general en<br />

jefe para reforzar el sitio <strong>de</strong> la Seo. Monsalud, sin vacilar en su elección, optó por seguir<br />

a los <strong>de</strong> Murcia que iban hacia la Seo. [59]<br />

Salió, pues, Murcia al día siguiente muy temprano en dirección a Castellar, llevando<br />

el triste encargo <strong>de</strong> conducir a los catorce prisioneros <strong>de</strong> San Llorens <strong>de</strong> Morunys.<br />

Seudoquis no ocultó a Salvador su disgusto por comisión tan execrable; pero ni él ni sus<br />

compañeros podían <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>cer al bárbaro Rotten. Púsose en marcha el regimiento, que<br />

más bien parecía cortejo fúnebre, y en uno <strong>de</strong> sus últimos carros iba Monsalud, viendo<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sí a los infelices cautivos atraillados, algunos medio <strong>de</strong>snudos, y todos<br />

abatidos y llorosos por su miserable <strong>de</strong>stino, aunque no se creían con<strong>de</strong>nados a muerte,<br />

sino tan sólo a <strong>de</strong>nigrante esclavitud.<br />

Camino más triste no se había visto jamás. Lleno <strong>de</strong> fango el suelo; cargada <strong>de</strong><br />

neblina la atmósfera, y enfriada por un remusguillo helado que <strong>de</strong>l Pirineo <strong>de</strong>scendía,<br />

todo era tristeza fuera y <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l alma <strong>de</strong> los soldados. No se oían ni las canciones<br />

alegres con que estos suelen hacer menos pesadas las largas marchas, ni los diálogos<br />

picantes, ni más que el lúgubre compás <strong>de</strong> los pasos en el cieno y el crujir <strong>de</strong> los lentos<br />

carros y los suspiros <strong>de</strong> los acongojados prisioneros. El día se acabó muy pronto a causa<br />

<strong>de</strong> la niebla que, al modo <strong>de</strong> envidia, lo empañaba; y al llegar a un ángulo <strong>de</strong>l camino,<br />

en cierto sitio llamado los tres [60] Roures (los tres robles), el regimiento se <strong>de</strong>tuvo.<br />

Tomaba aliento, porque lo que iba a hacer era grave.<br />

Salvador sintió un súbito impulso en su alma cristiana. Eran los sentimientos <strong>de</strong><br />

humanidad que se sobreponían al odio pasajero y al recuerdo <strong>de</strong> tantas penas. Cuando<br />

vio que la horrible sentencia iba a cumplirse, hundió la cabeza sepultándola entre los<br />

sacos y mantas que llenaban el carro, y oró en silencio. Los ayes lastimeros y los tiros<br />

que pusieron fin a los ayes, le hicieron estremecer y sacudirse, como si resonaran en la<br />

cavidad <strong>de</strong> su propio corazón. Cuando todo quedó en lúgubre silencio, alzando su<br />

angustiada cabeza, dijo así:


-¡Qué cobar<strong>de</strong> soy! El estado <strong>de</strong> mi cuerpo, que parece <strong>de</strong> vidrio, me hace débil y<br />

pusilánime como una mujer... No <strong>de</strong>bo tenerles lástima, porque me sepultaron durante<br />

seis meses, porque bailaron sobre mi calabozo y me injuriaron y escupieron, porque ni<br />

aun tuvieron la caridad <strong>de</strong> darme muerte, sino por el contrario, me <strong>de</strong>jaban vivir para<br />

mortificarme más.<br />

El regimiento siguió a<strong>de</strong>lante, y al pasar junto al lugar <strong>de</strong> la carnicería, Salvador<br />

sintió renacer su congoja.<br />

-Es preciso ser hombre -pensó-. La guerra [61] es guerra, y exige estas cruelda<strong>de</strong>s.<br />

Es preciso ser verdugo que víctima. O ellos o nosotros.<br />

Seudoquis se acercó entonces para informarse <strong>de</strong> su estado <strong>de</strong> salud. Estaba el buen<br />

capitán tan pálido como los muertos, y su mano, ardiente y nerviosa temblaba como la<br />

<strong>de</strong>l asesino que acaba <strong>de</strong> arrojar el arma para no ser <strong>de</strong>scubierto.<br />

-¿Qué dice usted, amigo mío? -le preguntó Salvador.<br />

-Digo -repuso el militar tristemente-, que la Constitución será vencida.<br />

- VIII -<br />

Hasta el 25 <strong>de</strong> Enero no llegaron a Canyellas don<strong>de</strong> Mina tenía su cuartel general,<br />

frente a la Seo <strong>de</strong> Urgel. Habían pasado más <strong>de</strong> sesenta días <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que puso sitio a la<br />

plaza, y aunque la Regencia se había puesto en salvo llevándose el dinero y los papeles,<br />

los testarudos catalanes y aragoneses se sostenían fieramente en la población, en los<br />

castillos y en la formidable ciuda<strong>de</strong>la. [62]<br />

Mina, hombre <strong>de</strong> mucha impaciencia, tenía en aquellos días un humor <strong>de</strong> mil<br />

<strong>de</strong>monios. Sus soldados estaban medio <strong>de</strong>snudos, sin ningún abrigo y con menos ardor<br />

guerrero que hambre. A los cuarenta y seis cañones que guarnecían las fortalezas <strong>de</strong> la<br />

Seo, el héroe navarro no podía oponer ni una sola pieza <strong>de</strong> artillería. El país en que<br />

operaba era tan pobre y <strong>de</strong>solado, que no había medios <strong>de</strong> que sobre él, como es<br />

costumbre, vivieran las tropas. Por carecer estas <strong>de</strong> todo, hasta carecían <strong>de</strong> fanatismo, y<br />

el grito <strong>de</strong> Constitución o muerte hacía ya muy poco efecto. Era como los<br />

cumplimientos, que todo el mundo los dice y nadie cree en ellos. Un invierno frío y<br />

crudo completaba la situación, <strong>de</strong>rramando nieves, escarchas, hielos y lluvia sobre los<br />

sitiadores, no menos <strong>de</strong>sabrigados que aburridos.<br />

Delante <strong>de</strong> la miserable casilla que le servía <strong>de</strong> alojamiento solía pasearse D.<br />

Francisco por las tar<strong>de</strong>s con las manos en los bolsillos <strong>de</strong> su capote, y pisando fuerte<br />

para que entraran en calor las entumecidas piernas. Era hombre <strong>de</strong> cuarenta y dos años,<br />

recio y avellanado, <strong>de</strong> semblante rudo, en que se pintaba una gran energía, y todo su<br />

aspecto revelaba al guerreador castellano, más ágil que forzudo. En sus ojos,<br />

sombreados por cejas muy espesas, brillaba la [63] astuta mirada <strong>de</strong>l guerrillero que<br />

sabe organizar las emboscadas y las dispersiones. Tenía cortas patillas, que empezaban


a emblanquecer, y una piel bronca; las mandíbulas, así como la parte inferior <strong>de</strong> la cara,<br />

muy pronunciadas; la cabeza cabelluda y no como la <strong>de</strong> Napoleón, sino piriforme y<br />

amelonada a lo guerrillero. No carecía <strong>de</strong> cierta zandunga (5) su especial modo <strong>de</strong><br />

sonreír, y su hablar era como su estilo, conciso y claro, si bien no muy elegante; pero si<br />

no escribía como Julio César, solía guerrear como él.<br />

No le educaron sus mayores sino los menores <strong>de</strong> su familia, y tuvo por maestro a su<br />

sobrino, un seminarista calaverón que empezó su carrera persiguiendo franceses y la<br />

acabó fusilado en América. Se hizo general como otros muchos, y con mejores motivos<br />

que la mayor parte, educándose en la guerra <strong>de</strong> la In<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia, sirviendo bien y con<br />

lealtad, ganando cada grado con veinte batallas y <strong>de</strong>fendiendo una i<strong>de</strong>a política con<br />

perseverancia y buena fe. Su <strong>de</strong>streza militar era extraordinaria, y fue sin disputa el<br />

primero entre los caudillos <strong>de</strong> partidas, pues tenía la osadía <strong>de</strong> Merino, el brutal arrojo<br />

<strong>de</strong>l Empecinado, la astucia <strong>de</strong> Albuín y la ligereza <strong>de</strong>l Royo. Sus cruelda<strong>de</strong>s, <strong>de</strong> que<br />

tanto se ha hablado, no salían, como las <strong>de</strong> Rotten, <strong>de</strong> las perversida<strong>de</strong>s [64] <strong>de</strong> un<br />

corazón duro, sino <strong>de</strong> los cálculos <strong>de</strong> su activo cerebro, y constituían un plan como<br />

cualquier otro plan <strong>de</strong> guerra. Supo hacerse amar <strong>de</strong> los suyos hasta el <strong>de</strong>lirio, y también<br />

sojuzgar a los que se le rebelaron como el Malcarado.<br />

Poseía el genio navarro en toda su gran<strong>de</strong>za, siendo guerrero en cuerpo y alma, no<br />

muy amante <strong>de</strong> la disciplina, caminante audaz, cazador <strong>de</strong> hombres, enemigo <strong>de</strong> la<br />

lisonja, valiente por amor a la gloria, terco y caprichudo en los combates. Ganó batallas<br />

que equivalían a romper una muralla con la cabeza, y fueron obras maestras <strong>de</strong> la<br />

terquedad, que a veces sustituye al genio. En sus cruelda<strong>de</strong>s jamás cometió viles<br />

represalias, ni se ensañó, como otros, en criaturas débiles. Peleando contra<br />

Zumalacárregui, ambos caudillos cambiaron cartas muy tiernas a propósito <strong>de</strong> una niña<br />

<strong>de</strong> quince meses que el guipuzcoano tenía en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l navarro. Fuera <strong>de</strong> la guerra, era<br />

hombre cortés y fino, <strong>de</strong>smintiendo así la humildad <strong>de</strong> su origen, al contrario <strong>de</strong> otros<br />

muchos, como D. Juan Martín, por ejemplo, que, aun siendo general, nunca <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> ser<br />

carbonero.<br />

Salvador Monsalud había conocido a Mina en 1813, durante la conspiración, y<br />

<strong>de</strong>spués en Madrid. Su amistad no era íntima, pero sí [65] cordial y sincera. Oyó el<br />

general con mucho interés el relato <strong>de</strong> las <strong>de</strong>sgracias <strong>de</strong>l pobre cautivo <strong>de</strong> San Llorens,<br />

y a cada nueva crueldad que este refería, soltaba el otro alguna enérgica invectiva contra<br />

los facciosos.<br />

-Ya tendrá usted ocasión <strong>de</strong> vengarse, si persiste en su buen propósito <strong>de</strong> ingresar en<br />

mi ejército -le dijo, estrechándole la mano-. Yo tengo aquí varias partidas <strong>de</strong><br />

contraguerrilleros, compuestas <strong>de</strong> gentes <strong>de</strong>l país y <strong>de</strong> compatriotas míos que me<br />

ayudan como pue<strong>de</strong>n. Des<strong>de</strong> luego le doy a usted el mando <strong>de</strong> una compañía; ¿acepta<br />

usted?<br />

-Acepto -repuso Salvador-. Nunca fue gran<strong>de</strong> mi afición a la carrera militar; pero<br />

ahora me seduce la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> hacer todo el daño posible a mis infames verdugos, no<br />

asesinándolos, sino venciéndolos... Este es el sentimiento <strong>de</strong> que han nacido todas las<br />

guerras. A<strong>de</strong>más yo no tengo nada que hacer en Madrid. El duque <strong>de</strong>l Parque no se<br />

acordará ya <strong>de</strong> mí y habrá puesto a otro en mi lugar. He rogado a mi madre que venda<br />

todo y se trasla<strong>de</strong> a la Puebla con mi hermana. No quiero Corte por ahora. Las


circunstancias, y una inclinación irresistible que hay <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que me sacaron<br />

<strong>de</strong> aquel horrible sepulcro, me impulsan a ser guerrillero. [66]<br />

-Eso no es más que vocación <strong>de</strong> general -dijo Mina riendo.<br />

Después convidó a Monsalud a su frugal mesa, y hablaron largo rato <strong>de</strong> la campaña y<br />

<strong>de</strong>l sitio emprendido, que según las predicciones <strong>de</strong>l general, tocaba ya a su fin.<br />

-Si para el día <strong>de</strong> la Can<strong>de</strong>laria no he entrado en esa cueva <strong>de</strong> ladrones -dijo-, rompo<br />

mi bastón <strong>de</strong> mando... Daría todos mis grados por podérselo romper en las costillas a<br />

Mataflorida.<br />

-O al arzobispo <strong>de</strong> Creux.<br />

-Ese se pone siempre fuera <strong>de</strong> tiro. Ya marchó a Francia por miedo a la chamusquina<br />

que les espera. ¡Ah! Sr. Monsalud, si no es usted hombre <strong>de</strong> corazón, no venga con<br />

nosotros. Cuando entremos en la Seo, no pienso perdonar ni a las moscas. El Trapense,<br />

al tomar esta plaza, pasó a cuchillo la guarnición. Yo pienso hacer lo mismo.<br />

-¿A qué cuerpo me <strong>de</strong>stina mi general?<br />

-A la contraguerrilla <strong>de</strong>l Cojo <strong>de</strong> Lumbier. Es un puñado <strong>de</strong> valientes que vale todo<br />

el oro <strong>de</strong>l mundo.<br />

-¿En dón<strong>de</strong> está?<br />

-Hacia Fornals, vigilando siempre la Ciuda<strong>de</strong>la. Los contraguerrilleros <strong>de</strong>l Cojo han<br />

jurado morir todos o entrar en la Ciuda<strong>de</strong>la [67] antes <strong>de</strong> la Can<strong>de</strong>laria. Me inspiran tal<br />

confianza, que les he dicho: «no tenéis que poneros <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí sino para <strong>de</strong>cirme que<br />

la Ciuda<strong>de</strong>la es nuestra».<br />

-Entrarán, entraremos <strong>de</strong> seguro -dijo Monsalud con entusiasmo.<br />

-Y ya les he leído muy bien la cartilla -añadió Mina-. Ya les he cantado muy claro<br />

que no tienen que hacerme prisioneros. No doy cuartel a nadie, absolutamente a nadie.<br />

Esa turba <strong>de</strong> sacristantes y salteadores no merece ninguna consi<strong>de</strong>ración militar.<br />

-Es <strong>de</strong>cir...<br />

-Que me haréis el favor <strong>de</strong> pasarme a cuchillo a toda esa gavilla <strong>de</strong> tunantes... Amigo<br />

mío, la experiencia me ha <strong>de</strong>mostrado que esta guerra no se sofoca sino con la ley <strong>de</strong>l<br />

exterminio llevada a su último extremo.<br />

Salvador, oyendo esto, se estremeció, y por largo rato no pudo apartar <strong>de</strong> su<br />

pensamiento la lúgubre fase que tomaba la guerra <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que él imaginó poner su mano<br />

en ella.<br />

Mina encargó al novel guerrillero que procurara restablecerse dándose la mejor vida<br />

posible en el campamento, pues tiempo había <strong>de</strong> sobra para entrar en lucha, si<br />

continuaba la guerra, como era creíble en vista <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong>l país y <strong>de</strong> los amagos <strong>de</strong>


intervención. [68] Otros amigos, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong>l general, encontró Salvador en Canyellas y<br />

pueblos inmediatos; relaciones hechas la mayor parte en la conspiración y fomentadas<br />

<strong>de</strong>spués en las logias y en los cafés patrióticos.<br />

- IX -<br />

La Seo <strong>de</strong> Urgel está situada en la confluencia <strong>de</strong> dos ríos que allí son torrentes: el<br />

Segre, originario <strong>de</strong> Puigcerdá, y el Balira, un bullicioso y atronador joven enviado a<br />

España por la República <strong>de</strong> Andorra. Enormes montañas la cercan por todas partes y<br />

tres gargantas estrechas le dan entrada por caminos que entonces sólo eran a propósito<br />

para la segura planta <strong>de</strong>l mulo. Sobre la misma villa se eleva la Ciuda<strong>de</strong>la; más al Norte<br />

el CASTILLO; entre estas dos fortalezas, el escarpado arrabal <strong>de</strong> Castel-Ciudad, y en<br />

dirección a Andorra la torre <strong>de</strong> Solsona. La imponente altura <strong>de</strong> estas posiciones hace<br />

muy difícil su expugnación, es preciso andar a gatas para llegar hasta ellas.<br />

El 29 Mina dispuso que se atacara a Castel-Ciudad. [69] El éxito fue <strong>de</strong>sgraciado;<br />

pero el 1.º <strong>de</strong> Febrero, operando simultáneamente todas las tropas contra Castel-Ciudad,<br />

Solsona y el Castillo, se logró poner avanzadas en puntos cuya conquista hacía muy<br />

peligrosa la resistencia <strong>de</strong> los sitiados. Por último, el día 3 <strong>de</strong> Febrero, a las doce <strong>de</strong> la<br />

mañana, las contraguerrillas <strong>de</strong>l Cojo y el regimiento <strong>de</strong> Murcia penetraban en la<br />

Ciuda<strong>de</strong>la, <strong>de</strong>fendida por seiscientos hombres al mando <strong>de</strong> Romagosa.<br />

Aunque no se hallaba totalmente restablecido, Salvador Monsalud volvía tan<br />

rápidamente a su estado normal, que creyó <strong>de</strong> su <strong>de</strong>ber darse <strong>de</strong> alta en los críticos días<br />

1.º y 2.º <strong>de</strong> Febrero. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> que se sentía regularmente ágil y fuerte, le mortificaba<br />

la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que se le supusiera más encariñado con la convalecencia que con las balas.<br />

Tomó, pues, el mando <strong>de</strong> su compañía <strong>de</strong> contraguerrillas, a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l valiente<br />

Cojo <strong>de</strong> Lumbier, y fue <strong>de</strong> los primeros que tuvieron la gloria <strong>de</strong> penetrar en la<br />

Ciuda<strong>de</strong>la. Sin saber cómo, sintiose dominado por la rabiosa exaltación guerrera que<br />

animaba a su gente. Vio los raudales <strong>de</strong> sangre y oyó los salvajes gritos, todo ello muy<br />

acor<strong>de</strong> con su excitado espíritu.<br />

Cuando la turba vencedora cayó como una venganza celeste sobre los vencidos,<br />

sintió, sí, [70] pasajero temblor; pero sobreponiéndose a sus sentimientos, recordó las<br />

instrucciones <strong>de</strong> Mina y supo transmitir las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> <strong>de</strong>güello, con tanta firmeza como<br />

el cirujano que or<strong>de</strong>na la amputación. Vio pasar a cuchillo a más <strong>de</strong> doscientos hombres<br />

en la Ciuda<strong>de</strong>la y no pestañeó; pero no pudo vencer una tristeza más honda que todas<br />

las tristezas imaginables, cuando Seudoquis, acercándose a él sobre charcos <strong>de</strong> sangre y<br />

entre los <strong>de</strong>strozados cuerpos palpitantes, le dijo con la misma expresión lúgubre <strong>de</strong> la<br />

tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> los tres Roures:<br />

-Me confirmo en mi i<strong>de</strong>a, amigo Monsalud. La Constitución será vencida.


Al día siguiente bajó a la villa <strong>de</strong> la Seo, que le pareció un sepulcro <strong>de</strong>l cual se<br />

acabara <strong>de</strong> sacar el cuerpo putrefacto. Su estrechez lóbrega y húmeda, así como su<br />

suciedad hacían pensar en los gusanos insaciables, y no se podía entrar en ella con<br />

ánimo sereno. Como oyera <strong>de</strong>cir que en los claustros <strong>de</strong> la catedral, convertidos en<br />

hospital, había no pocas personas <strong>de</strong> Madrid, se dirigió allá creyendo encontrar algún<br />

amigo <strong>de</strong> los muchos y diversos que tenía. Gran<strong>de</strong> era el número <strong>de</strong> heridos y enfermos;<br />

mas no vio ningún semblante conocido. En el palacio arzobispal estaban sólo [71] los<br />

enfermos <strong>de</strong> más categoría. Dirigiose allá y apenas había dado algunos pasos en la<br />

primera sala, cuando se sintió llamado enérgicamente.<br />

Miró y dos nombres sonaron.<br />

-¡Salvador!<br />

-¡Pipaón!<br />

Los dos amigos <strong>de</strong> la niñez, los dos colegas <strong>de</strong> la conspiración <strong>de</strong>l 19, los dos<br />

hermanos, aunque no bien avenidos <strong>de</strong> la logia <strong>de</strong> las Tres Cruces, se abrazaron con<br />

cariño. El buen Bragas, que poco antes, viendo malparada la causa constitucional, había<br />

corrido a la Seo a ponerse a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> la Regencia, cual hombre previsor, pa<strong>de</strong>cía<br />

<strong>de</strong> un persistente reúma que le impidió absolutamente huir a la aproximación <strong>de</strong> las<br />

tropas liberales. Confiaba el pobrecito en las infinitas trazas <strong>de</strong> su sutilísimo ingenio<br />

para conseguir que no se le causara daño, y como tuvo siempre por norte hacerse<br />

amigos, aunque fuera en el infierno, muy mal habían <strong>de</strong> venir las cosas para que no<br />

saliese alguno entre los soldados <strong>de</strong> Mina. A pesar <strong>de</strong> todo, estuvo con el alma en un<br />

hilo hasta que vio aparecer la figura por <strong>de</strong>más simpática <strong>de</strong> su antiguo camarada, y<br />

entonces no pudiendo contener la alegría, le llamó y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> estrecharle en sus<br />

brazos con la frenética alegría <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>nado que logra salvarse, le dijo: [72]<br />

-¡Qué bonita campaña habéis hecho!... Habéis tomado la Seo como quien coge un<br />

nido <strong>de</strong> pájaros... Si he <strong>de</strong> ser franco contigo, me alegro... no se podía vivir aquí con esa<br />

canalla <strong>de</strong> Regencia... Yo vine por cuenta <strong>de</strong>l Gobierno constitucional a vigilar... ya tú<br />

me entien<strong>de</strong>s; y me marchaba, cuando... ¡Qué <strong>de</strong>sgraciado soy! Pero supongo que no me<br />

harán daño alguno, ¿eh?... ¿Tienes influencia con Mina?... Dile que podré ponerle en<br />

autos <strong>de</strong> algunas picardías que proyectan los Regentes. Te juro que diera no sé qué por<br />

ver colgado <strong>de</strong> la torre al arzobispo.<br />

Monsalud <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tranquilizarle pidiole noticias <strong>de</strong> Madrid y <strong>de</strong> su familia.<br />

Pipaón permaneció in<strong>de</strong>ciso breve rato, y <strong>de</strong>spués añadió con su habitual ligereza <strong>de</strong><br />

lenguaje:<br />

-¿Pero dón<strong>de</strong> te has metido? ¿Te secuestraron los facciosos? Ya me lo suponía, y así<br />

lo dije a tu pobre madre cuando estuvo en mi casa a preguntarme por ti. La buena<br />

señora no tenía consuelo. Se compren<strong>de</strong>. ¡No saber <strong>de</strong> ti en tanto tiempo!...<br />

¿Vive mi madre? -preguntó Salvador-. ¿Está buena?<br />

-Hace algunos días que falto <strong>de</strong> Madrid y no te puedo contestar -dijo Bragas<br />

mascullando [73] las palabras-, pero si recibieses alguna mala noticia no <strong>de</strong>bes


sorpren<strong>de</strong>rte. Tu ausencia durante tantos meses y la horrible incertidumbre en que ha<br />

vivido tu buena madre, no son ciertamente garantías <strong>de</strong> larga vida para ella.<br />

-Pipaón, por Dios -dijo Monsalud con amargura-, tú me ocultas algo; tú, por caridad<br />

no quieres <strong>de</strong>cirme todo lo que sabes. ¿Vive mi madre?<br />

-No puedo afirmar que sí ni que no.<br />

-¿Cuándo la has visto?<br />

-Hace cuatro meses.<br />

-¿Y entonces estaba buena?<br />

-Así, así...<br />

-¿Y Sola estaba buena?<br />

-Así, así. Las dos parecían tan apesadumbradas, que daba pena verlas.<br />

-¿Seguían viviendo en el Prado, don<strong>de</strong> yo las <strong>de</strong>jé?<br />

-No, volvieron a la calle <strong>de</strong> Coloreros... Comprendo tu ansiedad. Si no hubiera huido<br />

con la Regencia una persona que se toma interés por ti, que te nombra con frecuencia, y<br />

que hace poco ha llegado <strong>de</strong> Madrid...<br />

-¿Quién?<br />

-Jenara. [74]<br />

-¿Ha estado aquí?... No me dices nada que no me abrume, Pipaón.<br />

-Marchó con el arzobispo y Mataflorida. ¡Qué guapa está! Y conspira que es un<br />

primor. Sólo ella se atrevería a meterse en Madrid, llevando mensajes <strong>de</strong> esta gente <strong>de</strong><br />

la frontera, como hizo en la primavera pasada, y volver locos a los Ministros y a la<br />

camarilla... Pero te has puesto pálido al oír su nombre... Ya, ya sé que os queréis bien.<br />

Ella misma ha <strong>de</strong>jado compren<strong>de</strong>r ciertas cosas... ¡Cuánto ha pa<strong>de</strong>cido por arrancar <strong>de</strong><br />

la facción a un hombre secuestrado en Benabarre! Ese hombre eres tú. Bien claro me lo<br />

ha dado a enten<strong>de</strong>r ella con sus suspiros siempre que te nombraba, y tú con esa pali<strong>de</strong>z<br />

teatral que tienes <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que hablamos <strong>de</strong> ella. Amiguito, bien, bravo; mozas <strong>de</strong> tal<br />

calidad bien valen seis meses <strong>de</strong> prisión. A doce me con<strong>de</strong>naría yo por haber gustado<br />

esa miel hiblea.<br />

Y prorrumpió en alegres risas, sin que el otro participase <strong>de</strong> su jovialidad. Reclinado<br />

en la cama <strong>de</strong>l enfermo, la cabeza apoyada en la mano, Monsalud parecía la imagen <strong>de</strong><br />

la meditación. Después <strong>de</strong> larga pausa, volvió a anudar el hilo <strong>de</strong>l interrumpido<br />

coloquio, diciendo:<br />

-¿Conque ha estado aquí hace poco? [75]


-Sí; ¿ves esta cinta encarnada que tengo en el brazo?... Ella me la puso para<br />

sujetarme la manga que me molestaba. Si quieres este recuerdo suyo te lo puedo ce<strong>de</strong>r<br />

en cambio <strong>de</strong> la protección que me dispensas ahora.<br />

Salvador miró la cinta, pero no hizo movimiento alguno para tomarla, ni dijo nada<br />

sobre aquel amoroso tema.<br />

-¿Y dices que hizo esfuerzos por rescatarme? -preguntó.<br />

-Sí... ¡pobre mujer! Se me figura que te amó gran<strong>de</strong>mente; pero acá para entre los<br />

dos, no creo que la primera virtud <strong>de</strong> Jenara sea la constancia... Si tanto empeño tenía<br />

por salvarte, ¿por qué no te salvó, siendo, como era, amiga <strong>de</strong> Mataflorida, <strong>de</strong>l<br />

arzobispo y <strong>de</strong>l barón? Con tomar una or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> la Regencia y dirigirse al interior <strong>de</strong>l<br />

país dominado por los arcángeles <strong>de</strong> la fe... Pero no había quien la <strong>de</strong>cidiera a dar este<br />

paso, y antes que meterse entre guerrilleros, me dijo una vez que prefería morir.<br />

-Y ¿crees tú que ella podría darme noticias <strong>de</strong> mi familia?<br />

-Se me figura que sí -dijo Pipaón poniendo semblante compungido-. Yo le oí ciertas<br />

cosas... No será malo, querido amigo, que te dispongas a recibir alguna mala noticia.<br />

[76]<br />

-Dímela <strong>de</strong> una vez, y no me atormentes con tus medias palabras -manifestó<br />

Salvador lleno <strong>de</strong> ansiedad.<br />

-De este mundo miserable -añadió Bragas con una gravedad que no le sentaba bien-,<br />

¿qué pue<strong>de</strong> esperarse más que penas?<br />

-¡Ya lo sé! Jamás he esperado otra cosa.<br />

-Pues bien... Yo supongo que tú eres un hombre valiente... ¿Para qué andar con<br />

ro<strong>de</strong>os y palabrillas?<br />

-Es verdad.<br />

-Si al fin había <strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r; si al fin habías <strong>de</strong> apurar este cáliz <strong>de</strong> amargura... ¡Ah, mi<br />

querido amigo, siento ser mensajero <strong>de</strong> esta tristísima nueva!<br />

-¡Oh, Dios mío, lo comprendo todo!... -exclamó Salvador ocultando su rostro entre<br />

las temblorosas manos.<br />

-¡Tu madre ha muerto! -dijo Pipaón.<br />

-¡Oh, bien me lo <strong>de</strong>cía el corazón! -balbució el huérfano traspasado <strong>de</strong> dolor-.<br />

¡Madre querida!, ¡yo te he matado!<br />

Durante largo rato estuvo llorando amargamente. [77]


- X -<br />

Creyendo ahora conveniente el autor no trabajar más por cuenta propia, vuelve a<br />

utilizar el manuscrito <strong>de</strong> la señora en su segunda pieza, que concuerda<br />

cronológicamente con el punto en que se ha suspendido la anterior relación.<br />

Los lectores perdonarán esta larga incrustación ripiosa, tan inferior a lo escrito por<br />

la hermosa mano y pensado por el agudo entendimiento <strong>de</strong> la señora. Pero como la<br />

seguridad <strong>de</strong>l edificio <strong>de</strong> esta historia lo hacía necesario, el autor ha metido su tosco<br />

ladrillo entre el fino mármol <strong>de</strong> la gentil dama alavesa. El segundo fragmento lleva por<br />

título: DE PARÍS A CÁDIZ, y a la letra dice así:<br />

A fines <strong>de</strong> Diciembre <strong>de</strong>l 22, tuve que huir precipitadamente <strong>de</strong> la Seo, que<br />

amenazaba el cabecilla Mina. No es fácil salir con pena <strong>de</strong> la Seo. Aquel pueblo es<br />

horrible, y todo el que vive <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> él se siente amortajado. Mataflorida salió antes<br />

que nadie, [78] trémulo y lleno <strong>de</strong> zozobra. No podré olvidar nunca la figura <strong>de</strong>l<br />

arzobispo, montando a mujeriegas en un mulo, apoyando una mano en el arzón<br />

<strong>de</strong>lantero y otra en el <strong>de</strong> atrás, y con la canaleja sujeta con un pañuelo para que no se la<br />

arrancase el fuerte viento que soplaba. Es sensible que no pueda una <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> reírse en<br />

circunstancias tristes y luctuosas, y que a veces las personas más dignas <strong>de</strong> veneración<br />

por su estado religioso, exciten la hilaridad. Conozco que es pecado y lo confieso; pero<br />

ello es que yo no podía tener la risa.<br />

Nos reunimos todos en Tolosa <strong>de</strong> Francia. Yo resolví entonces no mezclarme más en<br />

asuntos <strong>de</strong> la Regencia. Jamás he visto un <strong>de</strong>sconcierto semejante. Muchos españoles<br />

emigrados, viendo cercana la intervención (precipitada por las altaneras contestaciones<br />

<strong>de</strong> San Miguel), temblaban ante la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que se estableciese un absolutismo fanático y<br />

vengador, y suspiraban por una transacción, interpretando el pensamiento <strong>de</strong> Luis<br />

XVIII. Pero no había quien apease a Mataflorida <strong>de</strong> su borrica, o sea <strong>de</strong> su i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />

restablecer las cosas en el propio ser y estado que tuvieron <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el 10 <strong>de</strong> Mayo <strong>de</strong><br />

1814 hasta el 7 <strong>de</strong> Marzo <strong>de</strong> 18<strong>20</strong>. Balmaseda le apoyaba, y D. Jaime Creux (el gran<br />

jinete <strong>de</strong> quien antes he hablado) era partidario [79] también <strong>de</strong>l absolutismo puro y sin<br />

mancha alguna <strong>de</strong> Cámaras ni camarines; pero el barón <strong>de</strong> Eroles y Eguía se oponían<br />

furiosamente a esta salutífera i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> sus compañeros.<br />

Mi amigo, el general <strong>de</strong> la coleta (ya separado <strong>de</strong> la pastelera <strong>de</strong> Bayona) quería<br />

<strong>de</strong>stituir a la Regencia y pren<strong>de</strong>r a Mataflorida y al arzobispo. Mataflorida, fuerte con<br />

las instrucciones reservadísimas <strong>de</strong> Su Majestad, que yo y otros emisarios le habíamos<br />

traído, seguía en sus trece. La Junta <strong>de</strong> Cataluña, los apostólicos <strong>de</strong> Galicia, la Junta <strong>de</strong><br />

Navarra, los obispos emigrados enviaban representaciones a Luis XVIII para que<br />

reconociese a la Regencia <strong>de</strong> Urgel, mientras la Regencia misma, echándosela <strong>de</strong><br />

soberana, enviaba una especie <strong>de</strong> plenipotenciarios <strong>de</strong> figurón a los Soberanos <strong>de</strong><br />

Europa.


Nada <strong>de</strong> esto hizo efecto, y la Corte <strong>de</strong> Francia, conforme con Eguía y el barón <strong>de</strong><br />

Eroles, puso a la Regencia cara <strong>de</strong> hereje. Por <strong>de</strong>sgracia para la causa real Ugarte había<br />

sido quitado <strong>de</strong> la escena política, y todo el negocio, como pue<strong>de</strong> suponerse, andaba en<br />

manos muy ineptas. Allí era <strong>de</strong> ver la rabia <strong>de</strong> Mataflorida, que alegaba en su favor las<br />

ór<strong>de</strong>nes terminantes <strong>de</strong>l Rey; pero nada <strong>de</strong> esto valía, porque los otros también<br />

mostraban cartas [80] y mandatos reales. Fernando jugaba con todos los dados a la vez.<br />

¿Su voluntad quién podía saberla?<br />

Entretanto todo se volvía recados misteriosos <strong>de</strong> Tolosa a París y a Madrid y a<br />

Verona. Eguía se carteaba con el duque <strong>de</strong> Montmorency, ministro <strong>de</strong> Estado en<br />

Francia, y Mataflorida con Chateaubriand. Cuando este sustituyó a Montmorency en el<br />

Ministerio, nuestro marqués vio el cielo abierto, por ser el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> los que con más<br />

ahínco habían sostenido en Verona la necesidad <strong>de</strong> volver <strong>de</strong>l revés las instituciones<br />

españolas. Necesitando negociar con él y no queriendo apartarse <strong>de</strong> la frontera <strong>de</strong><br />

España por temor a las intrigas <strong>de</strong> Eguía y <strong>de</strong>l barón <strong>de</strong> Eroles, me rogó que le sirviese<br />

<strong>de</strong> mensajero, a lo que accedí gustosa, porque me agradaban, ¿a qué negarlo?, aquellos<br />

graciosos manejos <strong>de</strong> la diplomacia menuda, y el continuo zaran<strong>de</strong>o y el trabar<br />

relaciones con personajes eminentes, Príncipes y hasta soberanos reinantes. Yo, dicho<br />

sea sin perjuicio <strong>de</strong> la mo<strong>de</strong>stia, había mostrado regular <strong>de</strong>streza para tales tratos, así<br />

como para componer hábilmente una intriga; y el hábito <strong>de</strong> ocuparme en ello había<br />

<strong>de</strong>spertado en mí lo que pue<strong>de</strong> llamarse el amor al arte. Mi belleza, y cierta magia que,<br />

según dicen, tuve, contribuían no poco entonces [81] al éxito <strong>de</strong> lo que yo nombraba<br />

plenipotencias <strong>de</strong> abanico.<br />

Tomé, pues, mis cre<strong>de</strong>nciales y partí para París con mi doncella y dos criados<br />

excelentes que me proporcionó Mataflorida. Estaba en mis glorias. Felizmente yo<br />

hablaba el francés con bastante soltura, y tenía en tan alto grado la facultad <strong>de</strong><br />

adaptación, que a medida que pasaba <strong>de</strong> Tolosa a Agen, <strong>de</strong> Agen a Poitiers, <strong>de</strong> Poitiers a<br />

Tours y a París, parecíame que me iba volviendo francesa en maneras, en traje, en figura<br />

y hasta en el modo <strong>de</strong> pensar.<br />

Llegué a la gran ciudad ya muy a<strong>de</strong>lantado Febrero. Tomé habitación en la calle <strong>de</strong>l<br />

Bac, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>de</strong>stinar dos días a recorrer las tiendas <strong>de</strong>l Palais Royal y a entablar<br />

algunas relaciones con modistas y joyeros, pedí una audiencia al señor Ministro <strong>de</strong><br />

Negocios Exteriores. Él, que ya tenía noticia <strong>de</strong> mi llegada, enviome uno <strong>de</strong> sus<br />

secretarios, dignándose al mismo tiempo ofrecerme un billete para presenciar la apertura<br />

<strong>de</strong> las tareas legislativas en el Louvre.<br />

Mucho me holgué <strong>de</strong> esto, y dispúseme a asistir a tan brillante ceremonia, en la cual<br />

<strong>de</strong>bía leer su discurso el Rey Luis XVIII y presentarse <strong>de</strong> corte todos los gran<strong>de</strong>s<br />

dignatarios <strong>de</strong> aquella fastuosa Monarquía. Confieso que [82] jamás he visto ceremonia<br />

que más me impresionase. ¡Qué solemnidad, qué gran<strong>de</strong>za y lujo! El puesto en que me<br />

colocaron los ujieres no era el más cómodo; pero vi perfectamente todo, y la admiración<br />

y arrobamiento <strong>de</strong> mi espíritu no me permitían aten<strong>de</strong>r a las molestias.<br />

La presencia <strong>de</strong>l anciano Rey me causó la sensación más viva. Aclamáronle<br />

ruidosamente cuando apareció en el gran salón, y en realidad, inspiraba afecto y<br />

entusiasmo. Bien pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse que pocos reyes han existido más simpáticos ni más<br />

dignos <strong>de</strong> ser amados. Luis XVIII tomó asiento en un trono sombreado con rico dosel<br />

<strong>de</strong> terciopelo carmesí. Los altos dignatarios se colocaron en pie en los escaños


alfombrados. No se verá en parte alguna nada más grave ni más suntuoso ni más<br />

imponente.<br />

Su Majestad Cristianísima empezó a leer. ¡Qué voz tan dulce, qué acento tan<br />

patético! A cada párrafo era interrumpido por vivas exclamaciones. Yo lloraba y atendía<br />

con toda mi alma. Se me grabaron profundamente en la memoria aquellas célebres<br />

palabras: «He mandado retirar mi embajador. Cien mil franceses, mandados por un<br />

Príncipe <strong>de</strong> mi familia, por aquel a quien mi corazón se complace en llamar [83] hijo,<br />

están a punto <strong>de</strong> marchar invocando al Dios <strong>de</strong> San Luis para conservar el trono <strong>de</strong><br />

España a un <strong>de</strong>scendiente <strong>de</strong> Enrique IV, para librar a aquel hermoso reino <strong>de</strong> su ruina y<br />

reconciliarlo con Europa».<br />

Ruidosos y entusiastas vítores manifestaron cuánto entusiasmaba a todos los<br />

franceses allí presentes la intervención. Yo, aunque española, comprendía la justicia y<br />

necesidad <strong>de</strong> esta medida. Así es que dije para mí, pensando en mis paisanos:<br />

-Ahora veréis, brutos, cómo os harán andar <strong>de</strong>rechos».<br />

Pero el bondadoso Luis XVIII siguió diciendo cosas altamente patrióticas sólo bajo<br />

el punto <strong>de</strong> vista francés, y ya aquello no me gustaba tanto; porque, en fin, empecé a<br />

compren<strong>de</strong>r que nos trataban como a un hato <strong>de</strong> carneros. He sido siempre <strong>de</strong> una<br />

volubilidad extraordinaria en mis i<strong>de</strong>as, las cuales varían al compás <strong>de</strong> los sentimientos<br />

que agitan hondamente mi alma. Así es que <strong>de</strong> pronto, y sin saber cómo se enfrió un<br />

poco mi entusiasmo; y cuando Luis dijo con altanero acento y entre atronadores<br />

aplausos aquello <strong>de</strong> Somos franceses, señores, sentí oprimido mi corazón; sentí que<br />

corría por mis venas rápido fuego, y pensando en la intervención, dije para mí: [84]<br />

-No hay que echar mucha facha todavía, amiguitos. Somos españoles, señores.<br />

Pero no puedo negar que la pompa <strong>de</strong> aquella Corte, la seriedad y gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong><br />

aquella Asamblea, acor<strong>de</strong> con su Rey, y existente con él sin estorbarse el uno a la otra,<br />

hicieron gran<strong>de</strong> impresión en mi espíritu. Me acordaba <strong>de</strong> las discordias infecundas <strong>de</strong><br />

mi país, y entonces sentía pena.<br />

-Allá -pensé-, tenemos <strong>de</strong>masiadas Cortes para el Rey y <strong>de</strong>masiado Rey para las<br />

Cortes.<br />

El día siguiente, 1.º <strong>de</strong> Marzo, era el señalado por Chateaubriand para recibirme. Yo<br />

tenía vivísimos <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> verle, por dos motivos: por mi comisión y porque había leído<br />

la Atala poco antes, hallando en su lectura profundo <strong>de</strong>leite. No sé por qué me figuraba<br />

al vizcon<strong>de</strong> como una especie <strong>de</strong> triste Chactas, <strong>de</strong> tal modo que no podía pensar en él<br />

sin traer a la memoria la célebre canción.<br />

Pero todo cambió cuando entré en el Ministerio y en el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l célebre escritor<br />

que llenaba el mundo con su nombre y había divulgado la manía <strong>de</strong> los bosques <strong>de</strong><br />

América el sentimentalismo católico y las tristezas quejumbrosas a lo René. Vestía <strong>de</strong><br />

gran uniforme. Su semblante pálido y hermoso no tenía más <strong>de</strong>fecto que el estudiado<br />

<strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n <strong>de</strong> los cabellos, [85] que asemejaban su cabeza a una <strong>de</strong> esas testas <strong>de</strong> al<strong>de</strong>ano<br />

en cuya selvática espesura jamás ha entrado el peine. En sus ojos había un mirar tan<br />

vivo y penetrante, que me obligaba a bajar los míos. Estaba bastante <strong>de</strong>caído, aunque su


edad no pasara entonces <strong>de</strong> los cincuenta y dos años. Su exquisita urbanidad era algo<br />

finchada y fría. Sonreía ligeramente y pocas veces, contrayendo los casi imperceptibles<br />

pliegues <strong>de</strong> su boca <strong>de</strong> mármol; pero fruncía con frecuencia el ceño, como una maña<br />

adquirida por la costumbre <strong>de</strong> creer que cuanto veía era inferior a la majestad <strong>de</strong> su<br />

persona.<br />

Pareciome que la presencia <strong>de</strong> la diplomática española le había causado sorpresa. Sin<br />

duda creía ver en mí una maja <strong>de</strong> esas que, conforme él dice en uno <strong>de</strong> sus libros, se<br />

alimentan con una bellota, una aceituna o un higo. Debió (6) admirarle mi intachable<br />

vestido francés y la falta <strong>de</strong> aquella gravedad española que consiste, según ellos, en<br />

hablar campanudamente y con altanería. En sus miradas creí sorpren<strong>de</strong>r una<br />

observación algo impropia <strong>de</strong> hombre tan fino. Pareciome que miraba si había yo<br />

llevado el rosario para rezar en su presencia, o alguna guitarra para tocar y cantar<br />

mientras durase el largo plazo <strong>de</strong> la antesala. En sus primeras palabras advertí marcado<br />

[86] <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> llevarme al terreno literario, porque empezó hablando <strong>de</strong> lo mucho que<br />

admiraba a mi país y <strong>de</strong>l Romancero <strong>de</strong>l Cid, asunto que no vino muy <strong>de</strong> mol<strong>de</strong> en<br />

aquella ocasión.<br />

Yo, viéndole en tan buen terreno, y consi<strong>de</strong>rando cuánto <strong>de</strong>bía (7) agradarle la lisonja,<br />

me afirmé en el terreno literario y le hablé <strong>de</strong> su universal fama, así como <strong>de</strong>l gran eco<br />

<strong>de</strong> Chateaubriand por todo el orbe. Él me contestó con frases <strong>de</strong> mo<strong>de</strong>stia tan ingeniosas<br />

y bien perfiladas, que la misma mo<strong>de</strong>stia no las hubiera conocido por suyas.<br />

Preguntome si había leído el Genio <strong>de</strong>l Cristianismo, y le contesté al punto que sí y que<br />

me entusiasmaba, aunque la verdad es que hasta entonces no había ni siquiera hojeado<br />

tal libro; mas recordando algunos pasajes <strong>de</strong> los Mártires, le hablé <strong>de</strong> esta obra y <strong>de</strong> la<br />

gran impresión que en mí produjera. Él pareció maravillado <strong>de</strong> que una dama española<br />

supiera leer, y me dirigió varias galanterías <strong>de</strong>l más <strong>de</strong>licado gusto. Por mi belleza y mis<br />

gracias materiales, yo no <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> ser <strong>de</strong> palo para el vizcon<strong>de</strong>. Después supe que con<br />

cincuenta y dos años a la espalda aún se creía bastante joven para el galanteo, y amaba a<br />

cierta artista inglesa con el furor <strong>de</strong> un colegial. [87]<br />

- XI -<br />

Entrando <strong>de</strong> lleno en nuestro asunto, el triste Chactas me dijo:<br />

-Ya oiría usted ayer el discurso <strong>de</strong> Su Majestad. La guerra es inevitable. Yo la creo<br />

conveniente para las dos Naciones, y he tenido el honor <strong>de</strong> sostener esta opinión en el<br />

Congreso <strong>de</strong> Verona y en el Ministerio, contra muchos hombres eminentes que la<br />

juzgaban peligrosa. En cuanto a la cuestión principal, que es la clase <strong>de</strong> Gobierno que<br />

<strong>de</strong>be darse a España, no creo en la posibilidad <strong>de</strong> sostener el absolutismo puro. Esto es<br />

un absurdo, aun en España, y las luces <strong>de</strong>l siglo lo rechazan.<br />

Yo le hice una pintura todo lo fiel que me fue posible <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong> nuestras<br />

costumbres y <strong>de</strong> las clases sociales en nuestro país, así como <strong>de</strong> los personajes<br />

eminentes que en él había, haciendo notar <strong>de</strong> paso, conforme a mi propósito, que un


solo hombre gran<strong>de</strong> existía en toda la redon<strong>de</strong>z <strong>de</strong> las Españas. Este hombre era el<br />

marqués <strong>de</strong> Mataflorida.<br />

-Reconozco las altas dotes <strong>de</strong>l señor Marqués [88] -me dijo Chateaubriand con<br />

finísima sonrisa-. Pero la conducta <strong>de</strong> la Regencia <strong>de</strong> Urgel ha sido poco pru<strong>de</strong>nte. Su<br />

manifiesto <strong>de</strong>l 15 <strong>de</strong> Agosto y sus propósitos <strong>de</strong> conservar el absolutismo puro no<br />

pue<strong>de</strong>n hallar eco en la Europa civilizada.<br />

Yo dije entonces, usando las frases más <strong>de</strong>licadas, que no era fácil juzgar <strong>de</strong> los<br />

sucesos <strong>de</strong> Urgel por lo que afirmaran hombres tan corrompidos como Eguía y el barón<br />

<strong>de</strong> Eroles, a los cuales, con buenas palabras, puse <strong>de</strong> oro y azul. Concluí mi perorata<br />

afirmando que la voluntad <strong>de</strong> Fernando era favorable a los planes <strong>de</strong> Mataflorida.<br />

-Para nosotros -dijo-, no hay otra expresión <strong>de</strong> la voluntad <strong>de</strong>l Rey <strong>de</strong> España, que la<br />

contenida en la carta que Su Majestad Católica dirigió a nuestro Soberano.<br />

El pícaro me iba batiendo en todos mis atrincheramientos y me <strong>de</strong>sconcertó<br />

completamente cuando me dijo:<br />

-El Gobierno francés ha acordado nombrar una Junta provisional en la frontera, hasta<br />

que las tropas francesas entren en España.<br />

-¿Y la Regencia?<br />

-La Regencia <strong>de</strong>jará <strong>de</strong> existir; mejor dicho, ha <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> existir ya.<br />

-Pero Fernando no le ha retirado sus po<strong>de</strong>res, [89] antes bien, se los confirma<br />

secretamente un día y otro.<br />

Al oír esto el insigne escritor y diplomático no contestó nada. Conocí que se veía en<br />

la alternativa <strong>de</strong> <strong>de</strong>smentir mi aserto o <strong>de</strong> hablar mal <strong>de</strong> Fernando, y que como hombre<br />

<strong>de</strong> intachable cortesía no quería hacer lo primero, ni como Ministro <strong>de</strong> un Borbón lo<br />

segundo. Viéndole suspenso insistí, y entonces me dijo:<br />

-Indudablemente aquí hay algo que ahora no se pue<strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r; pero que<br />

andando el tiempo se ha <strong>de</strong> ver con claridad.<br />

Después, <strong>de</strong>seando mostrarme el más filantrópico interés por la ventura <strong>de</strong> nuestro<br />

país, afirmó que él había trabajado porque se <strong>de</strong>clarara la guerra, sosteniendo para esto<br />

penosas luchas con Mr. <strong>de</strong> Villéle y sus <strong>de</strong>más colegas; que la resistencia <strong>de</strong> Inglaterra y<br />

<strong>de</strong> Wellington habían exigido <strong>de</strong> su parte gran<strong>de</strong>s esfuerzos y constancia, y por último,<br />

que aún necesitaba <strong>de</strong> no poca energía para vencer la oposición a la guerra que las<br />

Cámaras mostrarían <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer día <strong>de</strong> sus sesiones.<br />

-Muchos -añadió Chactas-, me consi<strong>de</strong>ran loco. Otros me tienen lástima. Algunos, y<br />

entre ellos los envidiosos, preguntan si podré yo conseguir lo que no fue dado a<br />

Napoleón. Pero yo fío al tiempo la consagración <strong>de</strong> este gran [90] hecho, tan necesario a<br />

la seguridad <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n y la justicia en los pueblos <strong>de</strong> Occi<strong>de</strong>nte.


Habló también <strong>de</strong> las socieda<strong>de</strong>s secretas y <strong>de</strong> los carbonarios, a quienes parecía<br />

tener muchísimo miedo; y yo empecé a compren<strong>de</strong>r que el objeto <strong>de</strong> la intervención no<br />

era poner paz entre nosotros, ni hacernos felices, ni aun siquiera consolidar el vacilante<br />

trono <strong>de</strong> un Borbón, sino aterrar a los revolucionarios franceses e italianos que bullían<br />

sin cesar en los tenebrosos fondos <strong>de</strong> la sociedad francesa, jamás reposada ni tranquila.<br />

Prometió contestar a Mataflorida, mas sin mostrarse muy entusiasta <strong>de</strong> las altas<br />

prendas <strong>de</strong> mi amigo, ni indicar nada que trascendiese a propósitos <strong>de</strong> acce<strong>de</strong>r a su<br />

petición. Bajo sus frases corteses yo creía <strong>de</strong>scubrir cierto menosprecio <strong>de</strong> los<br />

individuos <strong>de</strong> la Regencia, y aun <strong>de</strong> todos los que mangoneaban en la conspiración. De<br />

un solo español me habló con acento que indicaba respeto y casi admiración, <strong>de</strong><br />

<strong>Martínez</strong> <strong>de</strong> la Rosa. Atribuí esto a mera simpatía <strong>de</strong>l poeta.<br />

Despedime <strong>de</strong> él, <strong>de</strong>plorando el mal éxito <strong>de</strong> mi embajada, y aquí fue don<strong>de</strong> se<br />

<strong>de</strong>shizo en cumplidos, buscando y hallando en su fina habilidad cortesana ocasión para<br />

<strong>de</strong>slizar dos o tres galanterías con discretos elogios <strong>de</strong> mi [91] hermosura y <strong>de</strong>l país<br />

don<strong>de</strong> florece el naranjo. Me había tomado por andaluza y yo le <strong>de</strong>jé en esta creencia.<br />

A los dos días fue a pagarme la visita a mi alojamiento <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong>l Bac, y en su<br />

breve entrevista me pareció que huía <strong>de</strong> mencionar los oscuros asuntos <strong>de</strong> la siempre<br />

oscura España. En los días sucesivos visité a otras personas, entre ellas al Ministro <strong>de</strong> lo<br />

Interior, Mr. <strong>de</strong> Corbiere, y a algunos señores <strong>de</strong>l partido <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Artois, como el<br />

príncipe <strong>de</strong> Polignac y Mr. <strong>de</strong> la Bourdonnais. También tuve ocasión <strong>de</strong> tratar a dos o<br />

tres viejas aristócratas <strong>de</strong>l barrio <strong>de</strong> San Germán, ardientes partidarias <strong>de</strong> la guerra <strong>de</strong><br />

España y no muy bien quistas con el Rey filósofo y tolerante que gobernaba a la<br />

Francia, convaleciente aún <strong>de</strong> la Revolución y <strong>de</strong>l Imperio. De mis conversaciones con<br />

toda aquella gente pu<strong>de</strong> sacar en limpio el siguiente juicio, que creo seguro y verda<strong>de</strong>ro.<br />

Las personas influyentes <strong>de</strong> la Restauración <strong>de</strong>seaban para Francia una Monarquía<br />

templada y constitucional fundada en el or<strong>de</strong>n, y para España el absolutismo puro. Con<br />

tal que en Francia hubiera tolerancia y filosofía, no les importaba que en España<br />

tuviéramos frailes e inquisición. Todo iría bien, siempre que en ninguna <strong>de</strong> las dos<br />

Naciones [92] hubiese franc-masones, carbonarios y <strong>de</strong>magogos.<br />

Tenían <strong>de</strong> nuestro país una i<strong>de</strong>a muy falsa. Cuando Chateaubriand, que era el genio<br />

<strong>de</strong> la Restauración, <strong>de</strong>cía <strong>de</strong> España: allí el matar es cosa natural, ya sea por amor, ya<br />

sea por odio, pue<strong>de</strong> juzgarse lo que pensarían todas aquellas personas que no supieron<br />

escribir el Genio <strong>de</strong>l Cristianismo. Nos consi<strong>de</strong>raban como un pueblo heroico y salvaje,<br />

dominado por pasiones violentas y por un fanatismo religioso semejante al <strong>de</strong>l antiguo<br />

Egipto.<br />

La princesa <strong>de</strong> la Tremouille se asombraba <strong>de</strong> que yo supiera escribir, y me presentó<br />

en su tertulia como un objeto curioso, aunque sin dar a conocer ningún sentimiento ni<br />

i<strong>de</strong>a que me mortificasen. Yo creo que ni uno solo <strong>de</strong> sus amigos <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> enamorarse <strong>de</strong><br />

mí, ilusionados con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> mi sentimentalismo andaluz y <strong>de</strong> mi gravedad<br />

cal<strong>de</strong>roniana, y <strong>de</strong> la mezcla que suponían en mí <strong>de</strong> maja y <strong>de</strong> gran señora, <strong>de</strong> Dulcinea<br />

y <strong>de</strong> gitana. El más rendido se suponía expuesto a morir asesinado por mí en un arrebato<br />

<strong>de</strong> celos, pues tal i<strong>de</strong>a tenían <strong>de</strong> las españolas, que en cada una <strong>de</strong> ellas se habían <strong>de</strong><br />

hallar comprendidas dos personas, a saber: la cantaora <strong>de</strong> Sevilla y doña Jimena, la<br />

torera que gasta navaja, y la dama [93] i<strong>de</strong>al <strong>de</strong> los romances moriscos. Yo me reía con<br />

esto y llevaba a<strong>de</strong>lante la broma.


Volviendo al asunto <strong>de</strong> la guerra <strong>de</strong> España, diré que al salir <strong>de</strong> París no tenía duda<br />

alguna acerca <strong>de</strong>l pensamiento <strong>de</strong> los franceses en esta cuestión. Ellos no hacían la<br />

guerra por nuestro bien ni por el <strong>de</strong> Fernando. Poco se les importaba que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

vencido el constitucionalismo, estableciésemos la Carta o el <strong>de</strong>spotismo neto. Allá nos<br />

enten<strong>de</strong>ríamos <strong>de</strong>spués con los frailes y los guerrilleros victoriosos. Su objeto, su bello<br />

i<strong>de</strong>al era aterrar a los revolucionarios franceses, harto entusiasmados con las <strong>de</strong>mencias<br />

<strong>de</strong> nuestros bobos liberales, y a<strong>de</strong>más dar a la dinastía restaurada el prestigio militar que<br />

no tenía.<br />

El principal enemigo <strong>de</strong> los Borbones en Francia era el recuerdo <strong>de</strong> Bonaparte, y el<br />

<strong>de</strong>jo <strong>de</strong> aquel dulce licor <strong>de</strong> la gloria, con cuya embriaguez se habían enviciado los<br />

franceses. Una Monarquía que no daba batallas <strong>de</strong> Austerlitz, que no satisfacía <strong>de</strong><br />

ningún modo el ardor guerrero <strong>de</strong> la Nación y que no tocaba el tambor en cualquier<br />

parte <strong>de</strong> Europa, no podía ser amada <strong>de</strong> aquel pueblo, en quien la vanidad iguala a la<br />

verda<strong>de</strong>ra gran<strong>de</strong>za y que tiene tanta presunción como genio. Era preciso armarla, como<br />

<strong>de</strong>cimos en nuestro país; era [94] necesario que la Restauración tuviera su epopeya<br />

chica o gran<strong>de</strong>, aunque esta epopeya fuese <strong>de</strong> mentirijillas; era indispensable vencer a<br />

alguien, para po<strong>de</strong>r poner el grito en el cielo y regresar a París con la bambolla <strong>de</strong> las<br />

conquistas. Dios permitió que el anima vili <strong>de</strong> este experimento fuésemos nosotros, y<br />

que la <strong>de</strong>sgraciada España, cuya fiereza libró a Europa <strong>de</strong> Bonaparte, fuese la víctima<br />

escogida para proporcionar a Francia el <strong>de</strong>sahoguillo marcial que <strong>de</strong>bía poner en olvido<br />

a aquel mismo Bonaparte tan execrado.<br />

Mi viaje a París modificó mucho mis i<strong>de</strong>as absolutistas en principio, si bien<br />

pensando en España no podía admitir ciertas cosas que en Francia me parecían bien.<br />

Toda la vida me he congratulado <strong>de</strong> haber visto y hablado a monsieur <strong>de</strong> Chateaubriand,<br />

el escritor más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> su tiempo. Aunque su fama se eclipsó bastante <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la<br />

revolución <strong>de</strong>l 30, lo cual indica que había en su genio mucho tomado a las<br />

circunstancias, no pue<strong>de</strong> negarse que sus obras <strong>de</strong>leitan y enamoran principalmente por<br />

la galanura <strong>de</strong> su imaginación y la magia <strong>de</strong> su estilo; y aún <strong>de</strong>leitarían más si en todas<br />

ellas no hablase tanto <strong>de</strong> sí mismo. Tengo muy presente su persona, por <strong>de</strong>más<br />

agradable, y su rostro simpático y lleno <strong>de</strong> aquella expresión [95] sentimental que se<br />

puso <strong>de</strong> moda, haciendo que todos los hombres pareciesen enamorados y enfermos. Me<br />

parece que le estoy mirando, y ahora como entonces me dan ganas <strong>de</strong> llevar un peine en<br />

el bolsillo y sacarlo y dárselo diciendo: «Caballero, hágame usted el favor <strong>de</strong> peinarse».<br />

- XII -<br />

Ahora hablemos, ¿por qué no?, <strong>de</strong> la violentísima pasión que inspiré a un francés.<br />

Era este el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Montguyon, coronel <strong>de</strong>l 3.º <strong>de</strong> húsares. Yo le había conocido en<br />

Tolosa, habiendo tenido la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> que mi persona hiciera profunda impresión en<br />

él, trastornando las tres potencias <strong>de</strong> su alma. Era soltero, <strong>de</strong> treinta y ocho años, bien<br />

parecido y atento y finísimo como todos los franceses. Persiguiome hasta París, don<strong>de</strong><br />

me asediaba como esos conquistadores jóvenes e impacientes que han oído la célebre<br />

frase <strong>de</strong> César y quieren imitarla. Al principio me mortificaban sus obsequios; le<br />

rechazaba hasta con menosprecio y altanería; pero al fin, sin correspon<strong>de</strong>r a su amor <strong>de</strong>


ninguna manera, admití la parte superficial <strong>de</strong> [96] sus galanterías. Esto le dio<br />

esperanza; pero siempre me trataba con el mayor respeto. Deseando, sin duda,<br />

i<strong>de</strong>ntificarse con las i<strong>de</strong>as que suponía en mi tierra, se había hecho una especie <strong>de</strong> D.<br />

Quijote, cuya Dulcinea era yo. A veces me parecía por <strong>de</strong>más empalagoso; pero <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> muchos meses <strong>de</strong> indiferencia absoluta, empecé a estimarle, reconociendo sus nobles<br />

prendas. Cuando me disponía a volver a mi país, se me presentó rebosando alegría, y<br />

me dijo:<br />

-Acabo <strong>de</strong> conseguir que me <strong>de</strong>stinen a la guerra <strong>de</strong> España. De este modo consigo<br />

tres gran<strong>de</strong>s objetos que interesan igualmente a mi corazón: guerrear por la Francia,<br />

visitar la hermosa tierra <strong>de</strong> España y estar cerca <strong>de</strong> usted.<br />

Él pretendía que me <strong>de</strong>tuviese para partir juntos; pero a esto no accedí, y me marché<br />

<strong>de</strong>jándole atrás, aunque <strong>de</strong>seosa ¿a qué negarlo?, <strong>de</strong> que no me siguiese a mucha<br />

distancia, pues a causa <strong>de</strong>l fastidio <strong>de</strong> viaje tan largo, Francia, con ser tan bella,<br />

empezaba a aburrirme <strong>de</strong> lo lindo.<br />

¿Se creerá que yo había olvidado a mi pobre cautivo <strong>de</strong> Benabarre? ¡Ah!, no, y hasta<br />

el último momento que estuve en la Seo <strong>de</strong> Urgel me ocupé <strong>de</strong> su <strong>de</strong>sgraciada suerte.<br />

Cada vez que venía a mi pensamiento la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> sus penas, [97] me estremecía <strong>de</strong> dolor,<br />

y toda alegría se disipaba en mi espíritu. Pero este tiene en sí mismo una energía<br />

restauradora, no menos po<strong>de</strong>rosa que la <strong>de</strong>l cuerpo, y sabe curarse <strong>de</strong> todos sus males<br />

siempre que le ayu<strong>de</strong> el mejor <strong>de</strong> los Esculapios, que es el tiempo.<br />

Voltaire, que no por impío y blasfemo <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> tener mucho talento, escribió una<br />

historieta titulada Los dos consolados, en la cual pone <strong>de</strong> relieve las admirables curas <strong>de</strong><br />

aquel charlatán, el único cuyos específicos son infalibles. Yo he leído esa novelita, así<br />

como otras <strong>de</strong>l célebre escritor sacrílego, y esta <strong>de</strong>bilidad mía, imperdonable quizás en<br />

una dama tan acérrima <strong>de</strong>fensora <strong>de</strong> la religión, la confieso aquí contritamente, rogando<br />

a mis lectores que no revelen a ningún cura <strong>de</strong> mi país tan feo secreto, ocultándolo<br />

principalmente al señor canónigo <strong>de</strong> Tortosa, mi director espiritual, el cual se enfurecerá<br />

si le hablan <strong>de</strong> las novelas <strong>de</strong> Voltaire, aunque a mí me consta que él también las ha<br />

leído.<br />

Pues bien, el tiempo fue cicatrizando mis heridas sin curarlas. Yo también podía<br />

erigir una estatua con la inscripción A celui qui console, pues la ausencia in<strong>de</strong>finida y<br />

los días que pasaban rápidamente habían calmado aquel insaciable afán <strong>de</strong> mi alma. En<br />

mí reinaba la [98] tranquilidad, pero no el taciturno y seco olvido; y una aparición<br />

repentina <strong>de</strong>l ser amado podía muy bien en brevísimo instante, <strong>de</strong>struir los efectos <strong>de</strong>l<br />

tiempo renovando mi mal y aun agravándolo.<br />

Des<strong>de</strong> París a la frontera no cesaba el movimiento <strong>de</strong> tropas. Por todas partes<br />

convoyes, cuerpos <strong>de</strong> ejército y oficiales que iban a incorporarse a sus regimientos.<br />

Francia podía creerse aún en los días <strong>de</strong>l gran soldado. Hasta Bur<strong>de</strong>os no tuve noticias<br />

ciertas <strong>de</strong> mi querida Regencia y <strong>de</strong> mi ilustre mandatario el marqués <strong>de</strong> Mataflorida.<br />

¡Ay! La suerte <strong>de</strong> este insigne hombre <strong>de</strong> Estado no podía ser más miserable. Eguía<br />

había triunfado, a pesar <strong>de</strong> las furiosas protestas <strong>de</strong>l regente <strong>de</strong> Urgel; y para colmo <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>sdicha, como aún quisiera este llevar a<strong>de</strong>lante sus locas pretensiones, el duque <strong>de</strong><br />

Angulema le mandó pren<strong>de</strong>r juntamente con el arzobispo, confinándoles a Tours. Así<br />

acabaron las glorias <strong>de</strong> aquellos dos ambiciosos. Yo llegué a tiempo para verles, y


cuando manifesté al marqués las poco lisonjeras disposiciones <strong>de</strong>l triste Chactas, el<br />

atroz Regente, <strong>de</strong>sairado, llamó a Chateaubriand intrigante, enredador, mal poeta y<br />

franchute. Esta fue la venganza <strong>de</strong>l coloso.<br />

Bayona era un campamento cuando yo [99] llegué. El número <strong>de</strong> españoles casi<br />

superaba al <strong>de</strong> franceses, y en todos reinaba gran<strong>de</strong> alegría. Reanudé entonces mis<br />

buenas relaciones con el barón <strong>de</strong> Eroles, haciéndole ver que mi viaje a París había<br />

tenido por causa asuntos particulares, y entre risas y bromas me reconcilié con Eguía, el<br />

cual, por razón <strong>de</strong>l mismo gozo y embobamiento <strong>de</strong>l triunfo, estaba muy dispuesto a<br />

perdonar. En cuanto a las negociaciones, yo no tenía humor <strong>de</strong> seguir ocupándome <strong>de</strong><br />

ellas, y <strong>de</strong>seaba retirarme a <strong>de</strong>scansar sobre mis laureles diplomáticos, no sólo porque<br />

mi entusiasmo absolutista se había enfriado mucho, sino porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> algún tiempo las<br />

conspiraciones y los manejos políticos me causaban hastío. Ya he dicho que siempre fui<br />

muy inclinada a la mudanza en mis ocupaciones. Mi espíritu se aviene poco con la<br />

monotonía, y si hubo un día en que me sedujeron las embajadas, otro llegó en que me<br />

repugnaron. ¡Mágico efecto <strong>de</strong>l tiempo, cuya misión es renovar, creando las estaciones<br />

con los admirables círculos <strong>de</strong>l universo! También el alma humana ve en sí la alterada<br />

sucesión <strong>de</strong> las primaveras e inviernos en sus dilataciones y recogimientos.<br />

Yo <strong>de</strong>seaba entrar en España, y tenía propósito <strong>de</strong> reanudar las diligencias para<br />

averiguar [100] el para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> mi cautivo <strong>de</strong> Benabarre. En Bayona, una familia<br />

francesa legitimista, con quien yo tenía antigua amistad, me convidó a pasar unos días<br />

en su casa <strong>de</strong> campo inmediata a Behobia, y unos parientes míos invitáronme a que les<br />

acompañase a Irún un par <strong>de</strong> semanas. A ambos ofrecimientos accedí, empezando por el<br />

<strong>de</strong> Behobia, aunque la frontera no me parecía el punto más a propósito para residir en<br />

los momentos en que principiaba la guerra. Pero la gente <strong>de</strong> aquel país estaba segura <strong>de</strong><br />

que Angulema atravesaría fácilmente el Pirineo, por ser muy adicto al absolutismo todo<br />

el país vasco-navarro.<br />

Todavía no había pasado Su Alteza la raya, cuando se rompió el fuego junto al<br />

mismo puente internacional. Los carbonarios extranjeros que andaban por España,<br />

unidos a otros perdidos <strong>de</strong> nuestro país, habían formado una legión con objeto <strong>de</strong> hacer<br />

frente a las tropas francesas. Constaba aquélla <strong>de</strong> doscientos hombres, tristes <strong>de</strong>sechos<br />

<strong>de</strong> la ley <strong>de</strong>magógica <strong>de</strong> Italia, <strong>de</strong> Francia y <strong>de</strong> España; y para seducir a los cien mil<br />

hijos <strong>de</strong> San Luis, se habían vestido a la usanza imperial, y on<strong>de</strong>ando la ban<strong>de</strong>ra<br />

tricolor, gritaban en la orilla española <strong>de</strong>l Bidasoa: «¡Viva Napoleón II!»<br />

Su objeto era fascinar a los artilleros franceses con este mágico grito; mas tuvieron la<br />

<strong>de</strong>sdicha <strong>de</strong> que tales aclamaciones fueran contestadas a cañonazos, y con sus ban<strong>de</strong>ras<br />

y sus enormes morriones huyeron a San Sebastián. Pasma la inocente credulidad <strong>de</strong> los<br />

carbonarios extranjeros y <strong>de</strong> los masones españoles. Oí <strong>de</strong>cir en Behobia que los<br />

liberales franceses Lafayette, Manuel, Benjamín, Constant y otros fiaban mucho en los<br />

doscientos legionarios mandados por el republicano emigrado coronel Fabvier. ¡Qué<br />

<strong>de</strong>svaríos engendra el furor <strong>de</strong> partido! Corría esto parejas con la necia confianza <strong>de</strong>l<br />

Gobierno español, que, aun <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>de</strong>clarada la guerra, no había tomado<br />

disposiciones <strong>de</strong> ninguna clase, hallándose sus tropas sin más recursos ni elementos que<br />

el parlerío <strong>de</strong> los milicianos y el gárrulo charlatanismo <strong>de</strong> los clubs.


XIII<br />

Hacia los primeros días <strong>de</strong> abril vi pasar a los generales <strong>de</strong> división Bour<strong>de</strong>ssoulle,<br />

duque <strong>de</strong> Reggio, y Molitor, que entraron en España por Behobia. Después pasó Su<br />

Alteza el sobrino <strong>de</strong> Luis XVIII, con todo su Estado Mayor, en el cual iba Carlos<br />

Alberto, príncipe <strong>de</strong> Carignan. No se pue<strong>de</strong> imaginar cortejo más lucido. Yo no había<br />

visto nada tan magnífico y <strong>de</strong>slumbrador, como no fuera la comitiva <strong>de</strong> José Bonaparte<br />

antes <strong>de</strong> darse la batalla <strong>de</strong> Vitoria [102] el año 13, feliz para la causa española, pero <strong>de</strong><br />

muy malos recuerdos para mí, porque en él perdí la batalla <strong>de</strong> mi juventud, casándome<br />

como me casé.<br />

También vi pasar a mi amigo Eguía remozado por la emoción y tan vanaglorioso <strong>de</strong>l<br />

papel que iba a representar que no se le podía resistir, como no fuera tomando a broma<br />

sus bravatas. Iban con él D. Juan Bautista Erro y Gómez Cal<strong>de</strong>rón, aquel a quien el<br />

mordaz Gallardo llamaba Caldo pútrido. El barón <strong>de</strong> Eroles, que con los anteriores tipos<br />

<strong>de</strong>bía formar la Junta al amparo <strong>de</strong>l Gobierno francés, entró por Cataluña con el<br />

mariscal Moncey.<br />

No recibieron a los franceses las bayonetas ni la artillería <strong>de</strong>l Gobierno<br />

constitucional, sino una nube <strong>de</strong> guerrilleros, que les abrieron sus fraternales brazos,<br />

ofreciéndose a ayudarles en todo y a marchar a la vanguardia, abriéndoles el camino.<br />

Tal apoyo era <strong>de</strong> grandísimo beneficio para la causa, porque los partidarios realistas<br />

ascendían a 35.000 ¡Ay <strong>de</strong> los franceses si hubieran tenido en contra a aquella gente!<br />

Pero les tenían a su favor, y esto sólo ¡qué fenómeno!, ponía al buen Angulema por<br />

encima <strong>de</strong> Napoleón. El absolutismo español no podía hacer al hijo <strong>de</strong> San Luis mejor<br />

presente que aquellos 35.000 salvajes, entre [103] los cuales (¡cuánto han variado mis<br />

i<strong>de</strong>as, Dios mío!) tengo el sentimiento <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que estaba mi marido. ¡Y yo le había<br />

admirado, yo le había aceptado por esposo diez años antes sólo por ser guerrillero!...<br />

Cuando se hacen ciertas cosas, ya que no es posible que el porvenir se anticipe para<br />

avisar el <strong>de</strong>sengaño, <strong>de</strong>biera caer un rayo y aniquilarnos.<br />

- XIII -<br />

El con<strong>de</strong> <strong>de</strong> España mandaba las partidas <strong>de</strong> Navarra, Quesada las <strong>de</strong> las Provincias<br />

Vascongadas y Eroles las <strong>de</strong> Cataluña. ¡Cómo fraternizaron las partidas con los<br />

franceses, que habían sido origen <strong>de</strong> su nacimiento en 1808! Era todo lo que me<br />

quedaba por ver. Se abrazaban, dando vivas a San Luis, a San Fernando, a la religión, a<br />

los Borbones, al Rey, a la Virgen María, a San Miguel arcángel y a los Sermos.<br />

Infantes. Yo no lo vi, porque no quise pasar la frontera. Me repugnaban estas cosas, y<br />

los soldados <strong>de</strong> la fe habían llegado poco a poco a serme muy antipáticos.


Largamente hablé <strong>de</strong> esto con el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> [104] Montguyon, que me perseguía<br />

tenazmente, permaneciendo en Behobia todo el tiempo que le fue posible. Él elogiaba a<br />

los guerrilleros, diciendo que, a pesar <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>fectos, eran tipos <strong>de</strong> heroísmo y <strong>de</strong><br />

aquella in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia caballeresca que tanto había enaltecido el nombre español en<br />

otros tiempos. También le seducían por ser, como los frailes, gente muy pintoresca. Mi<br />

Don Quijote era una especie <strong>de</strong> artista, y gustaba <strong>de</strong> hacer monigotes en un libro,<br />

dibujando arcos viejos, mendigos, casuchas, una fila <strong>de</strong> chopos, carros, lanchas<br />

pescadoras y otras menu<strong>de</strong>ncias <strong>de</strong> que estaba muy envanecido.<br />

Debía ser (8) próximamente el 9 <strong>de</strong> Abril cuando me trasladé a Irún para vivir con la<br />

familia <strong>de</strong> Sodupe-Monasterio, gente muy hidalga, más católica que el Papa, realista<br />

hasta el martirio y <strong>de</strong> afabilísimo trato. Frecuentaban la casa (que era más bien palacio<br />

con hermosos prados y huerta) todos los españoles que el gran suceso <strong>de</strong> la intervención<br />

traía y llevaba <strong>de</strong> una Nación a otra, y muchos oficiales franceses, <strong>de</strong> cuyas visitas se<br />

holgaban mucho los Sodupe-Monasterio, porque oían hablar sin cesar <strong>de</strong> exterminio <strong>de</strong><br />

liberales, <strong>de</strong>l trono <strong>de</strong> San Fernando y <strong>de</strong> nuestra preciosísima fe católica.<br />

Allí Montguyon no me <strong>de</strong>jaba a sol ni [105] a sombra, pintándome su amor con<br />

colores tan extremados, que me daba lástima verle y oírle. Su acendrado y respetuoso<br />

galanteo merecía, en efecto, alguna misericordia. Le permití besar mi mano; pero no<br />

pudo arrancarme la promesa <strong>de</strong> seguirle al interior <strong>de</strong> España. Cada vez sentía yo más<br />

<strong>de</strong>seos <strong>de</strong> quedarme en Irún y en aquella apacible vivienda, don<strong>de</strong>, sin que faltara<br />

sosiego, había bastantes elementos para combatir el fastidio. Con esta resolución, mi D.<br />

Quijote, que ya parecía querer <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> serlo en la pureza <strong>de</strong> sus ensueños amorosos,<br />

estaba <strong>de</strong>sesperado. Despidiose <strong>de</strong> mí muy enternecido y besándome con ardor las<br />

manos, voluptuosidad inocente <strong>de</strong> que nunca se hartaba. ¡Cuán lejos estaba el llagado<br />

amante <strong>de</strong> que no pasarían dos horas sin que cambiara diametralmente mi<br />

<strong>de</strong>terminación!<br />

Pasó <strong>de</strong>l modo siguiente. Al saber que yo estaba en Irún, fue a visitarme un<br />

individuo, que aún no podía llamarse personaje, y al cual conocí en Madrid el año<br />

anterior, y también el 19. Se llamaba D. Francisco Ta<strong>de</strong>o Calomar<strong>de</strong>, y era <strong>de</strong> la mejor<br />

pasta <strong>de</strong> servil que podía hallarse por aquellos tiempos. Hijo <strong>de</strong>l Ministro <strong>de</strong> Gracia y<br />

Justicia, se había criado en los cartapacios y en el papel <strong>de</strong> pleitos: los legajos fueron su<br />

cuna y las reales cédulas [106] sus juguetes. Su jurispru<strong>de</strong>ncia llena <strong>de</strong> pedantería me<br />

inspiraba aversión. Tenía fama <strong>de</strong> muy adulador <strong>de</strong> los po<strong>de</strong>rosos, y según se <strong>de</strong>cía,<br />

compró el primer <strong>de</strong>stino con su mano, casándose con una muchacha muy fea a quien<br />

dio malísimos tratos.<br />

Los que le han juzgado tonto se equivocan, porque era listísimo, y su ingenio, más<br />

bien socarrón que brillante, antes agudo que esclarecido, era maestro en el arte <strong>de</strong> tratar<br />

a las personas y <strong>de</strong> sacar partido <strong>de</strong> todo. Habíase hecho amigo <strong>de</strong> D. Víctor Sáez, y aun<br />

<strong>de</strong>l mismo Rey y <strong>de</strong>l Infante D. Carlos, por sus bajas lisonjas y lo bien que les servía<br />

siempre que encontraba ocasión para ello.<br />

Entonces tenía cincuenta años, y acababa <strong>de</strong> salir <strong>de</strong>l encierro voluntario a que le<br />

redujo el régimen liberal. Había ido a la frontera para llevar no sé qué recados a los<br />

señores <strong>de</strong> la Junta. Me lo dijo, y como no me importaban ya gran cosa los dimes y<br />

diretes <strong>de</strong> los realistas, que no por estar tan cerca <strong>de</strong> la victoria <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong> andar a la<br />

greña, fijeme poco en ello, y lo he olvidado. Calomar<strong>de</strong> no era mal parecido ni carecía


<strong>de</strong> urbanidad, aunque muy hueca y afectada, como la <strong>de</strong>l que la tiene más bien<br />

aprendida que ingénita. La humildad <strong>de</strong> su origen se traslucía bastante. [107]<br />

Hablamos <strong>de</strong> los sucesos <strong>de</strong> Madrid que él había presenciado y prolijamente me<br />

informó <strong>de</strong> todo.<br />

-Siento que usted no hubiera estado por allá -me dijo-; habría visto cómo se iba<br />

<strong>de</strong>sbaratando el constitucionalismo, sólo con el anuncio <strong>de</strong> la intervención. Si no podía<br />

ser <strong>de</strong> otra manera... Ahora están que no les llega la camisa al cuerpo, y en ninguna<br />

parte se creen seguros. Después que ultrajaron a Su Majestad, le han arrastrado a<br />

Andalucía con el dogal al cuello, como el mártir a quien se lleva al sacrificio.<br />

-No tanto, Sr. D. Ta<strong>de</strong>o -le dije-, Su Majestad habrá ido como siempre, en carroza, y<br />

mucho será que los mozos <strong>de</strong> los pueblos no hayan tirado <strong>de</strong> ella.<br />

-Eso se <strong>de</strong>ja para la vuelta -indicó Calomar<strong>de</strong> riendo-. Ahora los franc-masones han<br />

seducido a la plebe, y Su Majestad, por don<strong>de</strong> quiera que va, no oye más que <strong>de</strong>nuestos.<br />

El 19 <strong>de</strong> Febrero, cuando se alborotaron los masones y comuneros porque estos querían<br />

sustituir a aquellos en el Ministerio, los chisperos borrachos y los asesinos <strong>de</strong>l Rastro<br />

daban mueras al Rey y a la Reina. Un diputado muy conocido apareció en la Plaza<br />

Mayor mostrando una cuerda con la cual proponía ahorcar a Su Majestad [108] y<br />

arrastrarle <strong>de</strong>spués. La canalla penetró hasta la Cámara real. ¡Escándalo <strong>de</strong> los<br />

escándalos! Parecía que estábamos en Francia y en los sangrientos días <strong>de</strong> 1792. El<br />

mismo Rey me ha dicho que los Ministros entraban en la Cámara cantando el himno <strong>de</strong><br />

Riego.<br />

-¡Oh, no tanto, por Dios! -repetí, ofendida <strong>de</strong> las exageraciones <strong>de</strong> mis amigos-. Poco<br />

mal y bien quejado.<br />

-Me parece que usted, con sus viajes a Francia y sus relaciones con los Ministros <strong>de</strong>l<br />

liberal y filósofo Luis XVIII, se nos está volviendo franc-masona -dijo D. Ta<strong>de</strong>o entre<br />

bromas y veras-. ¿Hay en la historia <strong>de</strong>sacato comparable con el <strong>de</strong> obligar al Rey a<br />

partir para Andalucía?<br />

-¡Oh, Dios nos tenga <strong>de</strong> su mano!... ¡qué <strong>de</strong>sacato!, ¡qué ignominia!... -exclamé,<br />

remedando sus aspavientos-. Es preciso consi<strong>de</strong>rar que un Gobierno, cualquiera que sea,<br />

está en el caso <strong>de</strong> <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse, si es atacado.<br />

-Según mi modo <strong>de</strong> ver, un Gobierno <strong>de</strong> pillos no merece más que el <strong>de</strong>creto que ha<br />

<strong>de</strong> mandar a Ceuta a todos sus individuos. ¡Ah, señora mía, y cómo se ha entibiado el<br />

fervor <strong>de</strong> usted! Bien dicen que los aires <strong>de</strong> esa Francia loca son tan nocivos... [109]<br />

-Creo lo mismo que creía; pero mi absolutismo se ha civilizado, mientras el <strong>de</strong><br />

uste<strong>de</strong>s continúa en estado salvaje. El mío se viste como la gente y el <strong>de</strong> uste<strong>de</strong>s sigue<br />

con taparrabo y plumas. Si el Gobierno <strong>de</strong> pillos ha resuelto refugiarse en Andalucía,<br />

llevándose a la Corte, ha sido para no estar bajo la amenaza <strong>de</strong> los batallones franceses.<br />

-Ha sido -dijo Calomar<strong>de</strong> riendo brutalmente-, porque sabían que Madrid no tiene<br />

<strong>de</strong>fensa posible; que los ejércitos <strong>de</strong> Ballesteros y <strong>de</strong> La Bisbal son dos fantasmas; que<br />

cuatro soldados y un cabo <strong>de</strong> los <strong>de</strong>l Serenísimo Sr. Duque <strong>de</strong> Angulema, podían


cualquier mañanita sorpren<strong>de</strong>r a la Villa y a los Siete Niños y al Congreso entero y al<br />

Ayuntamiento soberano y a toda la comunidad masónica y Landaburiana. Esta es la<br />

pura verdad. ¡Y qué bonito espectáculo han dado al mundo! En presencia <strong>de</strong> la<br />

intervención armada, ¿cómo se preparan esos mentecatos para conjurar la tormenta?<br />

Llamando a las armas a treinta mil hombres y disponiendo (esto es lo más salado) que<br />

con los milicianos que quieran seguir al Congreso se formen algunos batallones,<br />

recibiendo cada individuo cinco reales diarios. ¡Se salvó la patria, señora!<br />

-El Gobierno -repuse prontamente-, creyó [110] sin duda que los franceses eran<br />

como los Guardias <strong>de</strong>l 7 <strong>de</strong> Julio, es <strong>de</strong>cir, simples juguetes <strong>de</strong> miliciano.<br />

-¡Ya se lo diremos <strong>de</strong> misas! -dijo frotándose las manos-. Ya pagarán su alevosía.<br />

Sólo por el hecho <strong>de</strong> obligar a nuestro Soberano a un viaje que no le agradaba,<br />

merecerían todos ellos la muerte.<br />

-Hasta los Reyes están en el caso <strong>de</strong> hacer alguna vez lo que no les agrada.<br />

-Incluso viajar con un ataque <strong>de</strong> gota, ¿eh? ¡Crueles y sanguinarios, más<br />

sanguinarios y crueles que Nerón y Calígula! Ni a un perro vagabundo <strong>de</strong> las calles se le<br />

trata peor.<br />

-Si el Rey no tenía en aquellos días ataque <strong>de</strong> gota -repliqué complaciéndome en<br />

contra<strong>de</strong>cirle-. Si estaba bueno y sano. La prueba es que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> clamorear tanto por<br />

su enfermedad, anduvo algunas leguas a pie el primer día <strong>de</strong> viaje.<br />

-Bueno, concedo que Su Majestad estaba tan bueno como yo. ¿Y si no quería partir?<br />

-Que hubiera dicho «no parto».<br />

-¿Y si le amenazaban?<br />

-Haberles ametrallado.<br />

-¿Y si no tenía metralla?<br />

-Haberse <strong>de</strong>jado llevar por la fuerza.<br />

-¿Y si le mataban? [111]<br />

-Haberse <strong>de</strong>jado matar. Todo lo admito menos la cobardía.<br />

-Amiguita, usted se nos ha franc-masoneado -me dijo el astuto intrigante dando<br />

cariñosa palmada en mi mano-. A pesar <strong>de</strong> esto, siempre la queremos mucho y la<br />

serviremos en lo que podamos. Yo estoy siempre a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> usted.<br />

Inflado <strong>de</strong> vanidad, el amigo <strong>de</strong>l Rey hizo elogios <strong>de</strong> sí mismo, y <strong>de</strong>spués añadió:<br />

-He tenido el honor <strong>de</strong> ser indicado para secretario <strong>de</strong> la Junta que se va a formar en<br />

la frontera.


-¡Oh, amigo mío, doy a usted la enhorabuena! -manifesté sumamente complacida y<br />

<strong>de</strong>plorando entonces haber estado algo dura con Calomar<strong>de</strong>-. No se podía haber<br />

pensado en una persona más idónea para puesto tan <strong>de</strong>licado.<br />

-¿Se le ofrece a usted algo? -dijo D. Ta<strong>de</strong>o comprendiendo al punto mi cuarto <strong>de</strong><br />

conversión.<br />

-Sí; pero yo acostumbro dirigirme siempre a la cabeza -afirmé resueltamente-. Ya<br />

sabe usted que soy muy amiga <strong>de</strong>l general Eguía, Presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la Junta.<br />

-¡Ah!, entonces...<br />

-Sin embargo. No puedo molestar a Su [112] Excelencia con ciertas menu<strong>de</strong>ncias<br />

tales como pedir noticias <strong>de</strong> personas, averiguar alguna cosilla <strong>de</strong> poca monta...<br />

-Para esto es más propio un secretario tan bien informado como yo <strong>de</strong> todos los<br />

pormenores <strong>de</strong> la causa.<br />

-Exactamente. Dígame usted, si lo sabe, en dón<strong>de</strong> está ahora un pícaro <strong>de</strong> mala<br />

estofa, que se emplea en bajas cábalas <strong>de</strong>l Rey y tiene por nombre José Manuel Regato.<br />

-¡Ah! ¡Regato!... Debe <strong>de</strong> andar por Andalucía con la Corte. No es <strong>de</strong> mi negociado<br />

ese caballero... ¿Qué? ¿Hay ganas <strong>de</strong> sentarle la mano?<br />

-Por sentarle la <strong>de</strong>recha daría la izquierda.<br />

-Pocas noticias puedo dar a usted <strong>de</strong>l señor Regato. Tengo con él muy pocas<br />

relaciones. Quizás Pipaón, que conoce a todo el mundo, pueda indicar dón<strong>de</strong> se halla y<br />

el modo <strong>de</strong> sentarle, no una mano, sino las dos, siempre que sea preciso.<br />

-Y Pipaón, ¿dón<strong>de</strong> está?<br />

-Aquí.<br />

-¡Aquí! ¡Pipaón!... -exclamé con gozo-. Yo le <strong>de</strong>jé en la Seo muy enfermo y creí que<br />

había caído en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> Mina.<br />

-En efecto cayó; pero él... ya usted le conoce... con su <strong>de</strong>streza y habilidad parece<br />

que [113] encontró por allí amigos que le favorecieron.<br />

-Quiero verle, quiero verle al punto -dije con la mayor impaciencia-. Deseo mucho<br />

tener noticias <strong>de</strong> la Seo y <strong>de</strong> las facciones <strong>de</strong> Cataluña.<br />

Y entonces se realizó aquel proverbio que dice: «En nombrando al ruin <strong>de</strong> Roma...».<br />

Por la vidriera que daba a la huerta <strong>de</strong> la casa viose la mofletuda cara y el pequeño<br />

cuerpo <strong>de</strong> Pipaón, que habiendo tenido noticia <strong>de</strong> mi resi<strong>de</strong>ncia en Irún iba también a<br />

verme. Mucho nos alegramos ambos <strong>de</strong> hallarnos juntos, y nuestras primeras palabras<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> los cordiales saludos fueron para recordar los tristes días <strong>de</strong> la Seo, su<br />

enfermedad y mi abatimiento, y luego por el enlace propio <strong>de</strong> los recuerdos, que van <strong>de</strong>


lo triste a lo placentero, hablamos <strong>de</strong>l miedo <strong>de</strong>l arzobispo, <strong>de</strong> las casacas que usaba<br />

Mataflorida y <strong>de</strong> otras cosas frívolas y chistosas, <strong>de</strong> esas que ocurren siempre en los<br />

días trágicos y nunca faltan en los duelos. Después <strong>de</strong> estos <strong>de</strong>sahogos, Pipaón,<br />

tomando aquel tono burlesco que unas veces le sentaba bien y otras le hacía muy<br />

insoportable, me dijo:<br />

-Le traigo a usted noticias muy buenas <strong>de</strong> una persona que le interesa, y con las<br />

noticias una cartita. [114]<br />

- XIV -<br />

Yo me puse pálida. Comprendí <strong>de</strong> quién hablaba Pipaón, pero no me atreví a <strong>de</strong>cir<br />

una palabra, por hallarse <strong>de</strong>lante el entrometido y curioso Calomar<strong>de</strong>, gran<br />

coleccionador <strong>de</strong> <strong>de</strong>bilida<strong>de</strong>s ajenas. Varié <strong>de</strong> conversación, aguardando, para saciar mi<br />

afanosa curiosidad, a que D. Ta<strong>de</strong>o se marchase; pero el pícaro había conocido en mi<br />

semblante la turbación y ansiedad que me dominaban, y no se quería retirar. Parecía que<br />

le habían clavado en la silla. ¡Ay qué gusto tan gran<strong>de</strong> po<strong>de</strong>r coger un palo y romperle<br />

con él la cabeza!... ¡Qué pachorra <strong>de</strong> hombre!<br />

Quise arrojarle con mi silencio; pero él era tan poco <strong>de</strong>licado que conociendo mi<br />

mortificación, se arrellanaba en el blando asiento como si pensara pasar allí el día y la<br />

noche. Pipaón con su expresivo semblante me <strong>de</strong>cía mil cosas, que no podía yo<br />

compren<strong>de</strong>r claramente, pero que me <strong>de</strong>leitaban como avisos o presentimientos<br />

lisonjeros. Llegó un momento en que los tres nos callamos, y callados estuvimos más <strong>de</strong><br />

un cuarto <strong>de</strong> hora. Calomar<strong>de</strong> tocaba [115] una especie <strong>de</strong> paso doble con su bastón en<br />

la pata <strong>de</strong> la mesa cercana. El grosero y pegajoso cortesano había resuelto quemarme la<br />

sangre u obligarnos a Pipaón y a mí a que hablásemos en su presencia.<br />

Resistí todo el tiempo que pu<strong>de</strong>. Mi carácter fogoso no pue<strong>de</strong> ir más allá <strong>de</strong> cierto<br />

grado <strong>de</strong> paciencia, pasado el cual, estalla y se sobrepone a todo, atropellando<br />

amista<strong>de</strong>s, conveniencias y hasta las leyes <strong>de</strong> la caridad. Nunca he podido corregir este<br />

<strong>de</strong>fecto, y la estrechez <strong>de</strong> los límites <strong>de</strong> mi paciencia me ha proporcionado en esta vida<br />

muchos disgustos. Forzando la voluntad puedo a veces aguantar más <strong>de</strong> lo que permite<br />

la extraordinaria fuerza <strong>de</strong> dilatación <strong>de</strong> mi espíritu; pero entonces estallo con más<br />

violencia, rompo mis ligaduras a la manera <strong>de</strong> Sansón y <strong>de</strong>rribo el templo. Vino por fin<br />

el momento en que se me subió la mostaza a la nariz, como dicen las majas madrileñas,<br />

y poniéndome en pie súbitamente, miré a Calomar<strong>de</strong> con enojo. Señalándole la puerta,<br />

exclamé:<br />

-Sr. D. Ta<strong>de</strong>o, tengo que hablar con Pipaón: le suplico a usted que nos <strong>de</strong>je solos.<br />

Debían <strong>de</strong> ser muy terribles mi expresión y mi gesto, porque Calomar<strong>de</strong> se levantó<br />

temblando, y con voz turbada me dijo: [1<strong>16</strong>]<br />

-Señora, manos blancas no ofen<strong>de</strong>n.


¡Manos blancas no ofen<strong>de</strong>n! Diez años <strong>de</strong>spués Calomar<strong>de</strong> <strong>de</strong>bía pronunciar esta<br />

frase al recibir un <strong>de</strong>saire más violento que el mío, la célebre bofetada <strong>de</strong> la Infanta<br />

Carlota, una Princesa que, como yo, tenía muy limitado el tesoro <strong>de</strong> su paciencia y<br />

estallaba con tempestuosas cóleras, cuando la bajeza y solapada intriga <strong>de</strong> los<br />

Calomar<strong>de</strong>s se interponían en su camino.<br />

Pipaón y yo nos quedamos solos. En pocas palabras me refirió que había visto a<br />

Salvador Monsalud sano y salvo en la Seo <strong>de</strong> Urgel. Al oír esto el corazón dio un salto<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí como una cosa muerta que torna a la vida, como un Lázaro que resucita<br />

por sobrehumano impulso.<br />

-Mina le salvó en San Llorens <strong>de</strong> Morunys -me dijo-, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se restableció se<br />

puso a mandar una compañía <strong>de</strong> contraguerrilleros.<br />

Al <strong>de</strong>cir esto, Pipaón me alargó una carta, que abrí con presteza febril, queriendo<br />

leerla antes <strong>de</strong> abrirla. Al mismo tiempo, y <strong>de</strong> una sola ojeada leí el fin y el principio y<br />

el medio. Era la carta pequeña y fría. Decíame en ella que estaba en libertad y que no<br />

pensaba salir en mucho tiempo <strong>de</strong>l lugar don<strong>de</strong> estaba fechada, que era Urgel. Sentí mi<br />

corazón inundado [117] <strong>de</strong> un torrente <strong>de</strong> sangre glacial al ver que no contenía la carta<br />

expresiones <strong>de</strong> ardiente cariño.<br />

-¿De modo que sigue en Cataluña? -pregunté a D. Juan.<br />

-No señora. A estas horas va camino <strong>de</strong> Madrid.<br />

-Pues ¿cómo dice en su carta que no piensa salir <strong>de</strong> la Seo?<br />

-Esa carta me la dio cuando nos separamos, el día 30 <strong>de</strong> Marzo, pero dos días<br />

<strong>de</strong>spués supe, por nuestro común amigo el capitán Seudoquis, que Mina había<br />

encargado a Salvador que fuese a Madrid a llevar un mensaje reservadísimo a San<br />

Miguel y a otras personas.<br />

-¿De modo que está?...<br />

-Sobre Madrid, como se dice en los partes militares.<br />

-Pero eso ¿es cierto?<br />

-Tan cierto como que estoy hablando con una dama hermosa.<br />

-¿Y salió?...<br />

-Según mis noticias, el 10 <strong>de</strong> este mes. No sabía qué camino tomar; pero, según me<br />

dijo Seudoquis, estaba <strong>de</strong>cidido a ir por Zaragoza que es el más <strong>de</strong>recho, aunque no el<br />

menos peligroso.<br />

-¿Sabe la muerte <strong>de</strong> su madre? [118]<br />

-Yo le di la mala noticia.


-Pero ¿qué va a hacer ese hombre en Madrid? -dije sintiendo una tempestad en mi<br />

cerebro-. Si allí no hay ya Gobierno ni nada.<br />

-Pero está en Madrid el gran Consejo <strong>de</strong> la franc-masonería. Mina es <strong>de</strong> la Or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />

la Acacia, señora. Ahora se trata <strong>de</strong> que la Viuda haga un esfuerzo supremo.<br />

En mi espíritu notaba yo aquella po<strong>de</strong>rosa fuerza <strong>de</strong> dilatación <strong>de</strong> que antes he<br />

hablado. Unas cuantas palabras habían trastornado todo mi ser; mi pulso latía con<br />

violencia; asaltáronme i<strong>de</strong>as mil, y el ardoroso afán <strong>de</strong> movimiento que ha sido siempre<br />

una <strong>de</strong> las fórmulas más patentes <strong>de</strong> mi carácter se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> mí. Sin necesidad <strong>de</strong> que<br />

yo le <strong>de</strong>spidiese, <strong>de</strong>jome Pipaón, que iba en busca <strong>de</strong> Eguía para solicitar un puesto en<br />

la Junta, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> pasada mi turbación, pu<strong>de</strong> son<strong>de</strong>ar aquel revuelto piélago <strong>de</strong> mi<br />

espíritu y mirar con serenidad lo que en el fondo <strong>de</strong> él había.<br />

¡Cuán gran<strong>de</strong> había sido mi engaño al creer moribunda la afición aquella que tantas<br />

dulzuras dio a mi alma en el verano <strong>de</strong>l 22! La ausencia habíala escondido entre las<br />

cenizas que diariamente <strong>de</strong>positan los sucesos <strong>de</strong> cada instante, esa multitud <strong>de</strong> ascuas<br />

<strong>de</strong> la vida que van pasando sin interrupción y apagándose [119] hora tras hora. Pero<br />

aquella ascua <strong>de</strong>l verano <strong>de</strong>l 22 era <strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong> y quemadora para pasar y<br />

extinguirse como las <strong>de</strong>más.<br />

Bastó que oyera pronunciar su nombre, que me le anunciaran vivo para que se<br />

verificase en mí un brusco retroceso a los días <strong>de</strong> mi felicidad y <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>sgracia. El<br />

tiempo volvió atrás; las figuras veladas perdieron la sombra que las encubría; las<br />

apagadas palabras que sólo eran ya ecos confusos, volvieron a sonar como cuando eran<br />

la música a cuyo compás danzaba con la embriaguez <strong>de</strong> la pasión mi alma. ¡Cuánto me<br />

había engañado y qué juicios tan erróneos hacemos <strong>de</strong> nuestros propios sentimientos y<br />

<strong>de</strong> todo aquello que está lejos! Nos pasa lo mismo que al ver las lontananzas <strong>de</strong> la tierra,<br />

cuando confundimos con las vanas y pasajeras nubes los montes sólidos e inmutables<br />

que ninguna fuerza humana pue<strong>de</strong> arrancar <strong>de</strong> sus seculares asientos.<br />

Fue aquello como una vuelta, como un ángulo brusco en el camino <strong>de</strong> la vida. Des<strong>de</strong><br />

entonces vi nuevos horizontes, paisaje nuevo, y otra gente y otros caminos. ¡Y yo había<br />

creído po<strong>de</strong>r olvidarle y aun poner en su altar vacío al con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Montguyon! ¡Qué<br />

<strong>de</strong>lirio!... ¡Lo que pue<strong>de</strong>n la ausencia, la distancia, la ignorancia! El tiempo que me<br />

había consolado, hiriome [1<strong>20</strong>] <strong>de</strong> nuevo, y un día, un instante marcado en mi vida por<br />

cuatro palabras como cuatro estrellas resplan<strong>de</strong>cientes, había <strong>de</strong>struido la obra lenta <strong>de</strong><br />

tantos meses.<br />

Con la presteza que Dios me ha dado formé mi plan <strong>de</strong> viaje. Tengo algo <strong>de</strong>l genio<br />

<strong>de</strong> Napoleón para esto <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s movimientos. Para mí la facultad <strong>de</strong> trasportar<br />

todo el interés <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> un punto a otro <strong>de</strong>l mundo es otra prenda muy principal <strong>de</strong><br />

mi carácter, y al mismo tiempo una necesidad a la que muy difícilmente puedo resistir.<br />

El <strong>de</strong>stino me ha presentado siempre los sucesos a propósito para tales juegos <strong>de</strong><br />

estrategia sublime.<br />

Aquella misma tar<strong>de</strong> dispuse todo, y por la noche sorprendí a mi D. Quijote con la<br />

noticia <strong>de</strong> mi viaje. Aficionada a jugar con los corazones que caen en mis manos (a<br />

excepción <strong>de</strong> uno solo), como juega el gatito con el ovillo que rueda por el suelo, dije al<br />

con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Montguyon:


-Me he asustado <strong>de</strong> la soledad en que voy a quedar <strong>de</strong>spués que usted se marche, y<br />

voy a Madrid. De esta manera podré vigilar a cierto caballero francés por si anda en<br />

malos pasos.<br />

Él se puso tan contento, que olvidó aquella noche hablarme <strong>de</strong> la guerra y <strong>de</strong> los<br />

laureles que iban a recoger. Parecía un loco hablando [121] <strong>de</strong> los alcázares <strong>de</strong> Granada,<br />

<strong>de</strong> los romances moriscos, <strong>de</strong> las ricas hembras, <strong>de</strong> las boleras, <strong>de</strong> los frailes que<br />

protegían los amores <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s, <strong>de</strong> las volcánicas pasiones españolas y <strong>de</strong> las<br />

mujeres enamoradas que eran capaces <strong>de</strong>l martirio o <strong>de</strong>l asesinato. Él se creía héroe <strong>de</strong><br />

mil aventuras románticas e interesantes caballerías, tales como se las había imaginado<br />

leyendo obras francesas sobre España. Empleo la palabra románticas porque si bien no<br />

estaba en moda todavía, es la más propia. El romanticismo existía ya, aunque no había<br />

sido bautizado. Excuso <strong>de</strong>cir que Montguyon me juró amor eterno y una fi<strong>de</strong>lidad<br />

inquebrantable como la <strong>de</strong>l Cid por D.ª Jimena.<br />

Yo necesitaba <strong>de</strong> él para mi viaje, por lo cual me guardé muy bien <strong>de</strong> arrancar una<br />

sola hoja a la naciente flor <strong>de</strong> sus ilusiones. Era muy difícil viajar entonces porque casi<br />

todos los vehículos <strong>de</strong>l país habían sido intervenidos por ambos ejércitos. Montguyon<br />

me prometió una silla <strong>de</strong> postas. Y cumplió su oferta, poniéndola a mi disposición al día<br />

siguiente.<br />

Con el primer movimiento <strong>de</strong>l ejército francés, coincidió mi marcha sobre Madrid,<br />

como una conquistadora. El estrépito guerrero que en <strong>de</strong>rredor mío sonara, <strong>de</strong>spertaba<br />

en mi mente i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> Semíramis. [122]<br />

- XV -<br />

Pasé por Vitoria y por la Puebla <strong>de</strong> Arganzón, como los días felices por la vida <strong>de</strong>l<br />

hombre, a escape. No miraba a ningún lado, por miedo a mis malos recuerdos, que<br />

salían a <strong>de</strong>tenerme.<br />

En los pueblos todos <strong>de</strong>l Norte la intervención vencía sin batallas, y antes <strong>de</strong> que<br />

asomara el morrión <strong>de</strong>l primer francés <strong>de</strong> la vanguardia, la Constitución estaba<br />

humillada. Los mozos todos comprendidos en la quinta or<strong>de</strong>nada por el Gobierno, se<br />

unían a las facciones, y eran muy pocos los milicianos que se aventuraban a seguir a los<br />

liberales. No he visto una propagación más rápida <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as absolutistas. Era aquello<br />

como un incendio que <strong>de</strong> punta a punta se <strong>de</strong>sarrolla rápidamente y todo lo <strong>de</strong>vora. En<br />

medio <strong>de</strong> las plazas los frailes predicaban mañana y tar<strong>de</strong>, con pretexto <strong>de</strong> la Cuaresma,<br />

presentando a los franceses como enviados <strong>de</strong> Dios, y a los liberales como alumnos <strong>de</strong><br />

Satanás que <strong>de</strong>bían ser exterminados.<br />

El general Ballesteros mandaba el ejército [123] que <strong>de</strong>bía operar en el Norte y línea<br />

<strong>de</strong>l Ebro para alejar a los franceses. No viendo yo a dicho ejército por ninguna parte,<br />

sino inmensas plagas <strong>de</strong> partidas, pregunté por él, y me dijeron en Bribiesca que<br />

Ballesteros, convencido <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>r hacer nada <strong>de</strong> provecho, se había retirado nada<br />

menos que a Valencia. Movimiento tan disparatado no podía explicarse en


circunstancias normales; pero entonces todo lo que fuera <strong>de</strong>sastres y yerros <strong>de</strong>l<br />

liberalismo tenía explicación.<br />

Al ver cómo crecía en los pueblos la aversión a las Cortes y al Gobierno, el ejército<br />

perdía el entusiasmo. A su paso, como se levanta polvo <strong>de</strong>l camino, levantábanse nubes<br />

<strong>de</strong> facciosos que al instante eran soldados aguerridos. Así se explica que el ejército <strong>de</strong><br />

Ballesteros, compuesto <strong>de</strong> diez y seis mil hombres, se retirara sin combatir<br />

emprendiendo la inverosímil marcha a Valencia, don<strong>de</strong> podía adquirir algún prestigio<br />

<strong>de</strong>rrotando a Sempere, al Locho y al carretero Chambó, tres nuevos generales o<br />

arcángeles guerreros que le habían salido a la fe.<br />

En Dueñas me a<strong>de</strong>lanté, <strong>de</strong>jando atrás a los franceses; tenía tanta prisa como ellos y<br />

menos estorbos en el camino, aunque los suyos no eran tampoco gran<strong>de</strong>s. ¡Cuánto<br />

<strong>de</strong>seaba yo ver tropas regulares españolas por alguna parte! [124] En verdad, me daba<br />

vergüenza que los hijos <strong>de</strong> San Luis, a pesar <strong>de</strong> que nos traían or<strong>de</strong>n y catolicismo, se<br />

internaran en España tan fácilmente. Con todo mi absolutismo yo habría visto con gusto<br />

una batalla en que aquellos liberales tan aborrecidos dieran una buena tunda a los que<br />

yo llamaba entonces mis aliados. Española antes que todo, distaba mucho <strong>de</strong> parecerme<br />

a los señores frailes y sacristanes que en 1808 llamaban judíos a los franceses y ahora<br />

ministros <strong>de</strong> Dios.<br />

En Somosierra encontré tropas. Eran las <strong>de</strong>l ejército <strong>de</strong> La Bisbal, <strong>de</strong>stinado por las<br />

Cortes a cerrar el paso <strong>de</strong>l Guadarrama, amparando <strong>de</strong> este modo a Madrid. Mis dudas<br />

acerca <strong>de</strong>l éxito <strong>de</strong> aquella empresa fueron gran<strong>de</strong>s. Yo conocía a La Bisbal. ¿Cómo no<br />

había <strong>de</strong> conocerle si le conocía todo el mundo? Fue el que el año 14 se presentó al Rey<br />

llevando dos discursos en el bolsillo, uno en sentido realista y otro en sentido liberal,<br />

para pronunciar el que mejor cuadrase a las circunstancias. Fue el que en 18<strong>20</strong> hizo<br />

también el doble papel <strong>de</strong> or<strong>de</strong>nancista y <strong>de</strong> sedicioso. La inseguridad <strong>de</strong> sus opiniones<br />

había llegado a ser proverbial. Era hombre altamente penetrado <strong>de</strong>l axioma italiano ma<br />

per troppo variar natura e bella. [125] Yo no comprendía en qué estaba pensando el<br />

Gobierno cuando le nombró. Si los Ministros se hubieran propuesto elegir para mandar<br />

el ejército más importante al hombre más a propósito para per<strong>de</strong>rlo, no habrían elegido<br />

a otro que a La Bisbal.<br />

Pasé con tristeza por entre su ejército. Aquellos soldados, capaces <strong>de</strong>l más gran<strong>de</strong><br />

heroísmo, me inspiraban lástima, porque estaban <strong>de</strong>stinados a <strong>de</strong>sempeñar un papel<br />

irrisorio, como leones a quienes se obliga a bailar. Sentía yo impulsos <strong>de</strong> arengarles,<br />

diciéndoles: «¡Que os engañan, pobres muchachos! No <strong>de</strong>jéis las armas sin combatir. Si<br />

os hablan <strong>de</strong> capitulación, <strong>de</strong>gollad a vuestros generales».<br />

En Madrid hallé un abatimiento superior a lo que esperaba. Se hablaba allí <strong>de</strong><br />

capitular como <strong>de</strong> la cosa más natural <strong>de</strong>l mundo. Sólo tenían entusiasmo algunos<br />

infelices que no servían para nada, el cuerpo <strong>de</strong> coros <strong>de</strong> los clubs y <strong>de</strong> las socieda<strong>de</strong>s<br />

secretas, la gente gritona y también muchos <strong>de</strong> los que habían tirado <strong>de</strong>l coche <strong>de</strong><br />

Fernando VII cuando volvió <strong>de</strong> Francia el año 14. Los absolutistas creían con razón<br />

ganada la partida y afectaban cierta generosidad magnánima. ¡Pobre gente! Algunos <strong>de</strong><br />

estos pajarracos vinieron a visitarme, entre ellos D. Víctor Sáez, y tuve el gusto [126] <strong>de</strong><br />

mortificarles asegurándoles que Angulema traía or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> obsequiarnos con las dos<br />

Cámaras y un absolutismo templado, suavísimo emoliente para nuestra anarquía. Esto


ponía a mis buenos amigotes más furiosos que las bravatas <strong>de</strong> los liberales, pues aún<br />

había liberales con alma bastante para echar bravatas.<br />

Pero yo me ocupaba poco <strong>de</strong> tales cosas. Mi primer cuidado fue hacer algunas<br />

averiguaciones concernientes a la entrañable política <strong>de</strong> mi herido corazón. Felizmente a<br />

la casa don<strong>de</strong> yo vivía, que era honradísimo albergue <strong>de</strong> una noble familia alavesa, iba a<br />

menudo un tal Campos, hombre muy intrigante, director <strong>de</strong> Correos, si no recuerdo mal,<br />

gran maestre <strong>de</strong> la Or<strong>de</strong>n masónica, o por lo menos principalísimo dignatario <strong>de</strong> ella,<br />

amigo íntimo <strong>de</strong> los liberales <strong>de</strong> más viso y también <strong>de</strong> algunos absolutistas, como<br />

hombre que sabe el modo <strong>de</strong> comer a dos carrillos.<br />

Yo le había tratado el año anterior, y charlando juntos, me reía mucho <strong>de</strong> los<br />

masones, lo cual a él no le enojaba. Entre bromas y veras solía enterarme <strong>de</strong> algunas<br />

cosas reservadas, porque no era hombre <strong>de</strong> extraordinaria discreción ni tampoco <strong>de</strong> una<br />

incorruptibilidad absoluta. En los días <strong>de</strong> mi llegada <strong>de</strong> Irún, que eran los <strong>de</strong> mediados<br />

<strong>de</strong> Mayo <strong>de</strong>l 23, le [127] pregunté si esperaban los masones algún mensaje reservado <strong>de</strong><br />

Mina. Negolo; mas yo, asegurándolo con el mayor <strong>de</strong>scaro y nombrando al mensajero,<br />

le hice confesar que esperaban ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Mina <strong>de</strong> un día a otro. Él, lo mismo que su<br />

secretario cuyo nombre no recuerdo, me aseguraron no haber visto todavía en Madrid a<br />

Salvador Monsalud ni tener noticia alguna <strong>de</strong> él.<br />

-No ha llegado aún -dije-. Mucho tarda.<br />

Sin reparar en nada fui a su casa. Un portero, tan locuaz como pedante, liberal muy<br />

farolón, <strong>de</strong> aquellos a quienes yo llamo sepultureros <strong>de</strong> la libertad, porque son los que<br />

la han enterrado, me informó <strong>de</strong> que el Sr. Monsalud faltaba <strong>de</strong> Madrid <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el mes <strong>de</strong><br />

agosto <strong>de</strong>l año anterior.<br />

-Pue<strong>de</strong> que la Sra. Dª. Solita sepa algo -me dijo-. Pero no es fácil, porque anoche<br />

lloraba... Como no llorase <strong>de</strong> placer, que también esto suce<strong>de</strong> a menudo...<br />

-¿De modo que la casa subsiste? -le pregunté.<br />

-Subsiste, sí señora; pero no subsistirá mucho tiempo si el Sr. D. Salvador no vuelve<br />

<strong>de</strong>l otro mundo.<br />

-Pues qué, ¿ha muerto?<br />

-Así lo creo yo. Pero esa joven sentimental [128] siempre tiene esperanzas, y cada<br />

vez que el sol sale por el horizonte esparciendo sus rayos <strong>de</strong> oro... ¿me entien<strong>de</strong> usted?<br />

-Sí; acabe <strong>de</strong> una vez el Sr. Sarmiento.<br />

-Quiero <strong>de</strong>cir, que siempre que amanece, lo cual pasa todos los días, la Sra. Dª.<br />

Solita dice: «¡Hoy vendrá!». Tal es la naturaleza humana, señora, que <strong>de</strong> todo se cansa<br />

menos <strong>de</strong> esperar. Y yo digo: ¿qué sería <strong>de</strong>l hombre sin esperanza?... Dispénseme la<br />

señora; pero si piensa subir, tengo el sentimiento <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>r acompañarla, porque<br />

como mi hijo es miliciano...<br />

-¿Y qué?


-Como es miliciano y el honor le or<strong>de</strong>na <strong>de</strong>rramar hasta la última gota <strong>de</strong> su sangre<br />

en <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> la dulce patria y <strong>de</strong> la libertad preciosísima <strong>de</strong>l género humano...<br />

-¿Y qué más? -dije complaciéndome en oír las graciosas pedanterías <strong>de</strong> aquel<br />

hombre.<br />

-Que impulsado por su ardoroso corazón, capaz <strong>de</strong>l heroísmo, y por mi paternal<br />

mandato, ha ido a Cádiz con las Cortes; y como ha ido a Cádiz con las Cortes y no<br />

volverá hasta <strong>de</strong>jar confundida a la facción y a los cien mil y quinientos hijos, nietos o<br />

tataranietos <strong>de</strong>l calzonazos <strong>de</strong> Luis XVIII... Por vida <strong>de</strong> la chilindraina y con cien mil<br />

pares <strong>de</strong> docenas <strong>de</strong> [129] chilindrones, que si yo tuviera veinte años menos!... Pues<br />

digo que como Lucas ha ido a Cádiz... y es un león mi hijo, un verda<strong>de</strong>ro león... resulta<br />

que me es forzoso estar al cuidado <strong>de</strong> la puerta, ¿me entien<strong>de</strong> la señora?<br />

-Está bien -le dije riendo-. Puedo subir sola.<br />

Quise darle una limosna, porque su aspecto me pareció muy miserable; pero la<br />

rechazó con dignidad y cierto rubor <strong>de</strong>coroso, propio <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>zas caídas.<br />

Subí a la casa. Mi corazón subía antes que yo.<br />

- XVI -<br />

En seguida que llamé salieron a abrir. Se conocía que en la casa reinaba la<br />

impaciencia. Una mujer <strong>de</strong>scorrió con presteza el cerrojo y me rogó que entrase. Era<br />

ella. Yo recordaba haberla visto en alguna parte.<br />

Carecía <strong>de</strong> verda<strong>de</strong>ra hermosura, pero al reconocerlo así con gozo, no pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar <strong>de</strong><br />

conce<strong>de</strong>rle una atracción singular en toda su persona, un encanto que habría establecido<br />

al instante [130] entre ella y yo profunda simpatía, si en medio <strong>de</strong> las dos no existiese,<br />

como infranqueable abismo, la persona <strong>de</strong> un hombre. Vestía <strong>de</strong> luto, y la <strong>de</strong>lga<strong>de</strong>z <strong>de</strong><br />

su rostro anunciaba el paso <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s penas. Cuando me vio alterose tanto y su<br />

turbación fue tan gran<strong>de</strong>, que no podía dirigirme la palabra. Por mi parte la miré con<br />

serenidad y altanería, como <strong>de</strong> superior a inferior, haciendo todo lo posible para que ella<br />

se creyese muy honrada con mi visita.<br />

Yo había oído hablar a Salvador con cariño y admiración que me ofendían, <strong>de</strong><br />

aquella singular hermana suya que no era tal hermana, ni aun pariente y que muy bien<br />

podía ser otra cosa. Nunca creí en la fraternidad honrada y cariñosa <strong>de</strong> que él me había<br />

hablado, porque conozco un poco el corazón <strong>de</strong>l hombre, y admito sólo los sentimientos<br />

cardinales y fundamentales, y no esas mixturas y composiciones sutiles que no sirven<br />

más que para disfrazar alguna pasión ilícita... Deseaba conocer por mí misma a la<br />

dichosa hermana tan pon<strong>de</strong>rada por él y ver si tenía fundamento el secreto odio que mi<br />

alma hacia ella sentía. Des<strong>de</strong> que la vi, a pesar <strong>de</strong> que me fue muy patente su<br />

inferioridad personal con respecto a la nieta <strong>de</strong> mi abuela, me pareció tener <strong>de</strong>lante a<br />

una [131] rival temible, más peligrosa cuanto más humil<strong>de</strong> en apariencia. Al instante


traté <strong>de</strong> buscar en ella un <strong>de</strong>fecto gran<strong>de</strong>, <strong>de</strong> esos que afean espantosamente a la mujer.<br />

Mi ingenioso rencor encontró al punto aquel <strong>de</strong>fecto, y dije en mi interior.<br />

-Esta muchacha <strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser una hipocritona. No hay más remedio sino que lo es.<br />

Mi juicio fue rápido, como la inspiración, como la improvisación. Des<strong>de</strong> la puerta a<br />

la sala, a don<strong>de</strong> me condujo, hice mil observaciones, entre ellas una que no <strong>de</strong>bo pasar<br />

en silencio. La casa estaba tan perfectamente arreglada que no parecía vivienda sin<br />

dueño. Todo se hallaba en su sitio, sin el más ligero <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n, en perfecto estado <strong>de</strong><br />

limpieza, <strong>de</strong>scubriéndose en cada cosa el esmero peregrino que anuncia la mano <strong>de</strong> una<br />

mujer poseedora <strong>de</strong>l genio doméstico. Creeríase que el amo era esperado <strong>de</strong> un<br />

momento a otro y que todo se acababa <strong>de</strong> disponer para agradarle cuando entrara.<br />

Al sentarme reconcentré mis i<strong>de</strong>as acerca <strong>de</strong>l plan que había formado y le dije:<br />

-Sé que usted pa<strong>de</strong>ce mucho por saber el para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l amo <strong>de</strong> esta casa, y como<br />

tengo noticias <strong>de</strong> él, vengo a tranquilizarla.<br />

-¡Oh!, ¡señora!, ¡cuánta bondad! -exclamó con repentina alegría-. De modo que usted<br />

[132] sabe dón<strong>de</strong> está y por qué no viene... ¿Le han vuelto a coger los facciosos?<br />

-No señora. Está libre y bueno.<br />

-Entonces no tiene perdón <strong>de</strong> Dios -dijo abatiendo el vuelo <strong>de</strong> su alma que tanto se<br />

había elevado con las alas <strong>de</strong> la alegría-. No, no tiene perdón <strong>de</strong> Dios.<br />

-¿Usted le ha escrito?<br />

-Muchas veces. Dirijo las cartas al ejército <strong>de</strong> Mina, con la esperanza <strong>de</strong> que alguna<br />

llegue a sus manos... pero no recibo contestación. Es una iniquidad <strong>de</strong> mi hermano. Por<br />

poco que se acuer<strong>de</strong> <strong>de</strong> mí, por muy gran<strong>de</strong> que sea su olvido, ¿será tal que no me haya<br />

escrito una sola vez?<br />

-Los que están en armas -dije sonriendo- no se acuerdan <strong>de</strong> las pobres mujeres que<br />

lloran.<br />

-Yo creo que me ha escrito. Él es muy bueno y me consi<strong>de</strong>ra mucho. No es capaz <strong>de</strong><br />

tenerme en esta incertidumbre por su voluntad.<br />

-¿Pero usted no ha recibido ninguna carta?<br />

-En Febrero vinieron dos; pero <strong>de</strong>spués ninguna. Quizás se hayan perdido.<br />

-Podría ser.<br />

-A veces me figuro que no me escribe porque viene. Todos los días creo que va a<br />

llegar, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que siento pasos en la escalera, corro a [133] ver si es él. Todo lo tengo<br />

preparado, y si viene, nada encontrará fuera <strong>de</strong> su sitio.


-Sí, ya lo veo. Es usted una alhaja. El pobre Salvador <strong>de</strong>be <strong>de</strong> estar muy satisfecho<br />

<strong>de</strong> su hermana. Él la aprecia a usted mucho. Me lo ha dicho.<br />

-¡Se lo ha dicho a usted! -exclamó tan vivamente conmovida que casi estuvo a punto<br />

<strong>de</strong> llorar.<br />

-Me lo ha dicho, sí. Él me cuenta todo. Para mí nunca ha tenido secretos.<br />

Sola me miró <strong>de</strong> hito en hito durante un momento, que me pareció <strong>de</strong>masiado largo.<br />

¿Qué había en la expresión <strong>de</strong> su semblante al contemplar el mío? ¿Envidia? No podía<br />

ser otra cosa; pero la apariencia indicaba más bien una resignación dolorosa. Le habría<br />

tenido mucha lástima si no hubiera estado convencida <strong>de</strong> que era una hipócrita.<br />

-Muchas veces me ha hablado <strong>de</strong> usted -proseguí-, elogiándome sus bellas<br />

cualida<strong>de</strong>s para el gobierno <strong>de</strong> una casa. Vea usted <strong>de</strong> qué manera ha venido a<br />

encontrarse sola al frente <strong>de</strong> este hogar vacío, conservándole tan bien para cuando él<br />

vuelva.<br />

-La pobre D.ª Fermina -dijo-, que murió <strong>de</strong> pesadumbre por la pérdida <strong>de</strong> su hijo, me<br />

encargó todo al morir, poniendo en mi [134] mano cuanto tenía y or<strong>de</strong>nándome que lo<br />

guardase y conservase hasta que pareciera Salvador.<br />

-¿Entonces ella no le creía muerto?<br />

-Dudaba. Siempre tenía esperanza -manifestó Solita dando un suspiro-. Yo le<br />

hablaba a todas horas <strong>de</strong> la vuelta <strong>de</strong> su hijo, y, la verdad, siempre tuve esperanza <strong>de</strong><br />

verle entrar en la casa, porque una voz secreta <strong>de</strong> mi corazón me <strong>de</strong>cía que volvería. El<br />

día antes <strong>de</strong> fallecer D.ª Fermina, escribió una larga carta a su hijo... ¡Cuántas lágrimas<br />

<strong>de</strong>rramó la pobre! Yo habría dado con gusto mi vida, porque la infeliz madre viera a su<br />

hijo antes <strong>de</strong> morir. Pero Dios no lo quiso así.<br />

-¿Y esa carta...? -pregunté <strong>de</strong>seosa <strong>de</strong> conocer aquel <strong>de</strong>talle.<br />

-Esa carta la <strong>de</strong>positó en mí D.ª Fermina, mandándome que la entregase a Salvador<br />

en su propia mano, si parecía.<br />

-¿Y si no parecía?<br />

-Doña Fermina me mandó que le buscase por todos los medios posibles, y que si<br />

tenía noticias <strong>de</strong> él y no venía a Madrid, fuese a buscarle aunque tuviera que ir muy<br />

lejos.<br />

-Pero ¿cómo podrá usted empren<strong>de</strong>r esos viajes?, ¡pobrecilla! -exclamé mostrando<br />

una compasión que estaba muy lejos <strong>de</strong> sentir. [135]<br />

-Eso sería lo <strong>de</strong> menos. No me faltan ánimos para ponerme en camino, ni tampoco<br />

recursos con que empren<strong>de</strong>r un largo viaje, porque D.ª Fermina me entregó todos sus<br />

ahorros para que los <strong>de</strong>stinase a buscar a su hijo.<br />

-¡Ah!, entonces... Y para el caso <strong>de</strong> no encontrarlo ¿qué dispuso esa señora?


-Que esperase, y le volviera a buscar <strong>de</strong>spués.<br />

-¿Y para el caso <strong>de</strong> que fuera evi<strong>de</strong>nte su muerte?<br />

-Que echase al fuego la carta sin leerla. ¡Ha sido <strong>de</strong>sgraciada suerte la nuestra!<br />

-prosiguió la huérfana con abatimiento-. Un mes <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber subido al cielo<br />

aquella buena señora, vino la carta <strong>de</strong> Salvador anunciando que estaba libre. ¡Ay!, en mi<br />

vida he tenido mayor alegría ni mayor tristeza, juntas tristeza y alegría sin que pudiesen<br />

ser separadas. Yo le contesté diciéndole lo que pasaba y rogándole que viniese. Des<strong>de</strong><br />

aquel día le estoy esperando. Han pasado tres meses, y no ha venido ni me ha escrito.<br />

-Pues ha llegado la ocasión <strong>de</strong> que usted cumpla la última voluntad <strong>de</strong> la pobre<br />

señora difunta, partiendo en busca <strong>de</strong> ese hijo <strong>de</strong>snaturalizado.<br />

-¡Si no sé dón<strong>de</strong> está!... Un amigo que lee [136] todos los papeles públicos y sabe<br />

por dón<strong>de</strong> andan los ejércitos, las guerrillas y las contraguerrillas, me ha dicho que las<br />

tropas <strong>de</strong> Mina se han disuelto. Otro que vino <strong>de</strong>l Norte, me aseguró que Salvador había<br />

emigrado a Francia. Yo, a pesar <strong>de</strong> estas noticias, le espero, tengo confianza en que ha<br />

<strong>de</strong> venir, y he resuelto aguardar lo que resta <strong>de</strong> mes. Sigo mis averiguaciones, y si en<br />

todo Mayo no ha venido ni me ha escrito, pienso ponerme en camino y buscarle con la<br />

ayuda <strong>de</strong> Dios.<br />

-Siento quitarle a usted una ilusión -dije adoptando <strong>de</strong>finitivamente mi diabólico<br />

plan, y resolviéndome a ponerlo en ejecución-. Salvador no vendrá por ahora, no pue<strong>de</strong><br />

venir.<br />

-¿Lo sabe usted <strong>de</strong> cierto? -me preguntó vivamente turbada y con algo <strong>de</strong><br />

incredulidad en sus hermosos ojos.<br />

-¿Duda usted <strong>de</strong> mí? -dije poniendo en mi semblante esa naturalidad inefable que es<br />

uno <strong>de</strong> mis más preciosos resortes para expresar lo que quiero-. Precisamente no he<br />

venido a otra cosa que a <strong>de</strong>cirle a usted su para<strong>de</strong>ro, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tranquilizarla, por si le<br />

creía enfermo o muerto.<br />

-¿Y dón<strong>de</strong> está?<br />

-Habiendo reñido con Mina por una cuestión [137] <strong>de</strong> amor propio, pasó a las<br />

contraguerrillas que siguen al general Ballesteros.<br />

-¿Entonces sigue en el Norte?<br />

-No señora. Ya sabe usted que el ejército <strong>de</strong> Ballesteros se ha retirado a Valencia.<br />

-A Valencia, sí. Efectivamente, lo oí <strong>de</strong>cir. ¿De modo que Salvador está en<br />

Valencia?<br />

-Sí: y estos informes no son vagos ni fundados en conjeturas, porque yo misma...<br />

Al llegar aquí di un suspiro afectando cierta emoción. Después acabé así la frase:


-Yo misma me separé <strong>de</strong> él en Onteniente el <strong>20</strong> <strong>de</strong> Abril.<br />

-¿Es cierto, señora, lo que usted me dice? -me preguntó con gran agitación.<br />

-Sí; pero no creo que haga usted el disparate <strong>de</strong> ponerse en camino para Levante<br />

-indiqué con objeto <strong>de</strong> que no conociera mi verda<strong>de</strong>ra i<strong>de</strong>a.<br />

-¿Pues qué, vendrá?<br />

-Venir no. No vendrá en mucho tiempo, mayormente si <strong>de</strong> hoy a mañana capitula la<br />

Corte, y se establece el absolutismo. Yo creo que se verá obligado a emigrar,<br />

embarcándose en cualquier puerto <strong>de</strong> la costa.<br />

-¡Embarcarse! -exclamó con <strong>de</strong>saliento-. No señora, no; eso no pue<strong>de</strong> ser. Corro allá<br />

al momento. [138]<br />

Se levantó como si <strong>de</strong> un vuelo pudiera trasladarse a Valencia.<br />

-¿Y será usted capaz <strong>de</strong> empren<strong>de</strong>r un viaje tan largo?... ¿Tendrá usted valor?...<br />

-manifesté con fingida admiración.<br />

-Yo tengo valor para todo, señora -me respondió.<br />

Después <strong>de</strong>l primer movimiento <strong>de</strong> credulidad, la vi como abatida y vacilante.<br />

Dudaba.<br />

-Pue<strong>de</strong> usted escribirle -le dije-, con la dirección que yo le dé, y cuando reciba la<br />

contestación <strong>de</strong> él, ponerse en camino... Lo malo será que en ese tiempo tome la guerra<br />

otro aspecto y llegue usted tar<strong>de</strong>.<br />

-Eso sería terrible. Yo creo que si voy <strong>de</strong>bo ir hoy mismo... ¿Y <strong>de</strong> él se separó usted<br />

el <strong>20</strong> <strong>de</strong> Abril?<br />

Dudaba todavía. Al llegar a este punto, la voz <strong>de</strong> la conciencia, que aún me <strong>de</strong>tenía,<br />

fue acallada por mis celos, y no pensé más que en el éxito completo <strong>de</strong>l plan que me<br />

había propuesto. No vacilé más, y pensé en la carta que me había traído Pipaón.<br />

-Me separé <strong>de</strong> él el <strong>20</strong> <strong>de</strong> Abril -afirmé-; pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> eso, hallándome en<br />

Aranjuez, recibí una carta suya.<br />

Con avi<strong>de</strong>z fijó Solita sus ojos en mí. Por gran<strong>de</strong> que fuera mi serenidad, mi corazón<br />

palpitaba, [139] porque ni aun los criminales más criminales hacen ciertas cosas sin<br />

algo <strong>de</strong> procesión por <strong>de</strong>ntro. Confesaré ahora la fealdad toda <strong>de</strong> mi acción para que se<br />

comprenda bien la importancia <strong>de</strong> aquella escena y mi perverso papel.<br />

-Si me quisiera mostrar usted la carta <strong>de</strong> Salvador -me dijo en tono suplicante-, al<br />

menos para saber con fijeza el punto en que se halla...


-No la he traído -repuse con el mayor aplomo-, pero volveré a mi casa, que está a dos<br />

pasos y la traeré, para que tenga usted ese consuelo y una seguridad que no pue<strong>de</strong>n darle<br />

mis palabras.<br />

-¡Oh!, no señora; yo creo...<br />

-No... estas cosas son <strong>de</strong>licadas. Al instante traeré a usted la carta que me escribió y<br />

que no está fechada en Onteniente, sino en otro pueblo <strong>de</strong>l reino <strong>de</strong> Valencia, pues<br />

como usted pue<strong>de</strong> suponer, el ejército se mueve casi todos los días.<br />

Diciendo esto me levanté. Ella me daba las gracias por mi bondad en cariñosas y<br />

vehementes palabras. Brindose a ir conmigo porque yo no me molestase en volver; pero<br />

esto no me convenía y salí rápidamente. ¡Miserable <strong>de</strong> mí, y cuánto me cegaba la pasión<br />

y aquel <strong>de</strong>testable [140] afán <strong>de</strong> hacer daño a la que aborrecía!... Contaré esto con la<br />

mayor brevedad posible, porque me mortifica tan <strong>de</strong>sagradable recuerdo, y en verdad<br />

que si pudiera escribir estas vergonzosas líneas cerrando los ojos, lo haría para no ver lo<br />

que traza mi propia pluma.<br />

- XVII -<br />

Corrí a mi casa, tomé la carta <strong>de</strong> Salvador, y con ese golpe <strong>de</strong> vista <strong>de</strong>l genio<br />

criminal comprendí que lo previsto por mí momentos antes podía realizarse fácilmente.<br />

La data Urgel estaba escrita en letra ancha y mala. La palabra podía ser variada por una<br />

mano hábil, y la mía, fuerza es <strong>de</strong>cirlo, lo era, aunque nunca hasta entonces se había<br />

empleado en tan infames proezas.<br />

Yo tenía muy presente a un primo mío que había comerciado años antes en un<br />

pueblo <strong>de</strong> Alicante llamado Vergel, en las inmediaciones <strong>de</strong> Denia, a orillas <strong>de</strong>l río<br />

Bolana. Esta palabra era el puñal <strong>de</strong>l asesinato proyectado por mí. La tomé con la fiebre<br />

<strong>de</strong>l rencor. ¡Qué admirablemente servía para mi objeto! ¡Qué [141] bien dispuestas<br />

estaban sus letras para una obra satánica! No podía pedirse más, no. Tenía <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí<br />

una <strong>de</strong> esas infernales coinci<strong>de</strong>ncias que <strong>de</strong>ci<strong>de</strong>n a los criminales vacilantes, y a veces<br />

hasta a los justos les impulsan a escandalosos y horribles pecados.<br />

Tomé la pluma, y con mano segura, regocijándome interiormente en la perfección <strong>de</strong><br />

mi obra, convertí la palabra Urgel en Vergel. La fecha era fácil <strong>de</strong> mudar también.<br />

Salvador había puesto Marzo en abreviatura. Yo convertí el Marzo en Mayo, <strong>de</strong>jando el<br />

día que era el 3, lo mismo que estaba... ¡Oh, cuando no se me cayó la mano entonces,<br />

creo que tendré manos para toda mi vida!<br />

Del texto <strong>de</strong> la carta podía mostrarse la primera plana, don<strong>de</strong> <strong>de</strong>cía entre otras cosas<br />

insignificantes: «no pienso en muchos días salir <strong>de</strong> este pueblo».<br />

Corrí allá con mi puñal. Las trágicas figuras antiguas a quienes pintan alborotadas y<br />

arrogantes con un hierro en la mano, no fruncirían el ceño más fieramente que yo, al


landir mi carta homicida. Subí a la casa. Sola me esperaba en la puerta. Entramos: me<br />

senté al punto porque estaba muy cansada.<br />

-Vea usted -le dije-; el pueblo don<strong>de</strong> ahora está es Vergel. He pasado por él. [142]<br />

Solita <strong>de</strong>voraba con los ojos la carta.<br />

-Vergel -añadí mostrándole la carta-, está entre Pego y Denia, sobre un riachuelo que<br />

llaman Bolana. Si va usted a Onteniente le será muy fácil llegar a Vergel.<br />

Ella seguía leyendo.<br />

-Asegura que por ahora no piensa moverse <strong>de</strong> ese pueblo -dijo meditabunda-. Mejor;<br />

con eso tendré la certeza <strong>de</strong> encontrarle.<br />

-¿Pero <strong>de</strong> veras insiste usted en ir?... El resto <strong>de</strong> la carta no se lo enseño a usted<br />

porque no pue<strong>de</strong> interesarle -indiqué, afectando la mayor naturalidad y guardando mi<br />

arma-. No puedo creer que haga usted la locura <strong>de</strong>...<br />

-Iré, iré -dijo con una resolución briosa que inundó mi alma <strong>de</strong> los frenéticos goces<br />

<strong>de</strong>l éxito criminal.<br />

Después <strong>de</strong> manifestar así su propósito, frunció el ceño y me dijo:<br />

-Cuando usted se separó <strong>de</strong> Salvador, ¿él sabía que venía usted a Madrid?<br />

-Lo sabía.<br />

-¿Y cómo no le rogó que me viese y me tranquilizara?<br />

-Porque sabe -repuse con dignidad-, que yo no sirvo para hacer las veces <strong>de</strong> correo.<br />

Si he venido a esta casa, ha sido por... se lo diré a usted con entera franqueza; no quiero<br />

fingir [143] móviles que no tuve al venir aquí, aunque <strong>de</strong>spués que nos hemos tratado<br />

hayan sido distintas mis i<strong>de</strong>as.<br />

Solita atendía a mis palabras como al Evangelio. Yo le tomé una mano y<br />

poniéndome a punto <strong>de</strong> llorar, me expresé así:<br />

-Señora D.ª Solita; dije a usted al entrar que venía con el simple objeto <strong>de</strong><br />

tranquilizarla dándole informes <strong>de</strong> Salvador.<br />

-Así fue, señora, lo que usted me dijo.<br />

-Pues bien; falté a la verdad: quise encubrir mi verda<strong>de</strong>ro objeto con una fórmula<br />

común. Pero yo no puedo fingir, no puedo ocultar la verdad. Mi carácter peca <strong>de</strong><br />

excesivamente franco, natural y expansivo. Mis pasiones y mis <strong>de</strong>fectos, la verdad toda<br />

<strong>de</strong> mi alma, buena o mala, se me sale por los ojos y por la palabra cuando más quiero<br />

disimular. Usted me ha inspirado simpatías; usted me ha revelado una pureza <strong>de</strong><br />

sentimientos que merece el mayor respeto. Quiero ser como usted, y hablarle con la


noble veracidad que se <strong>de</strong>be a los verda<strong>de</strong>ros amigos. ¿No es usted hermana para él?,<br />

pues quiero que lo sea también para mí.<br />

Solita al oír esto se apartó lentamente <strong>de</strong> mi lado. Noté en ella cierta aversión<br />

contenida por el respeto.<br />

-Querida amiga -proseguí forzando mi [144] arte-. No he venido aquí sino por un<br />

egoísmo que usted no compren<strong>de</strong>rá tal vez. He venido por ver su casa, por conocer lo<br />

único que guarda Madrid <strong>de</strong> esa amada persona, este asilo don<strong>de</strong> él ha vivido, don<strong>de</strong><br />

murió su madre, y por el cual parecen vagar aún sus miradas. Quería yo dar a mis ojos<br />

el gusto <strong>de</strong> ver estos objetos, estos muebles don<strong>de</strong> tantas veces se han fijado los ojos<br />

suyos... Nada más, ningún otro objeto me trajo aquí. He tenido a<strong>de</strong>más el placer <strong>de</strong><br />

conocerla a usted, y ahora, <strong>de</strong>seándole que halle pronto a su hermano, me retiro.<br />

Levanteme resueltamente. Solita había prorrumpido en amargo llanto.<br />

-¡Oh! ¡Gracias, gracias, señora! -exclamó secando sus lágrimas-. Le diré que <strong>de</strong>bo a<br />

usted este inmenso favor.<br />

-No, no, por Dios -repliqué vivamente-. Ruego a usted que no me nombre para nada.<br />

Vería en mí una <strong>de</strong>bilidad que no quiero confesarle, mediando, como median en uno y<br />

otro, los propósitos <strong>de</strong> separación eterna.<br />

-Pues callaré, señora, callaré. ¿De modo que usted no le verá más?<br />

Al <strong>de</strong>cir esto había tanto afán en su mirada, que me causó indignación. La habría<br />

abofeteado, si mi papel no hubiera exigido gran pru<strong>de</strong>ncia y circunspección. [145]<br />

-No señora, no le veré más -le dije fijando más sobre mi semblante la máscara que se<br />

caía-. Después <strong>de</strong> lo que ha pasado... Pero no puedo revelarle a usted ciertas cosas. Si<br />

usted le conoce bien, conocerá su inconstancia. Yo le he amado con fi<strong>de</strong>lidad y nobleza.<br />

Él... no quiero rebajarle <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> una persona que le estima. Adiós, señora, adiós. ¿Se<br />

va usted al fin hoy?<br />

Esto lo dije en pie, estrechando aquella mano que habría <strong>de</strong>seado ver cortada.<br />

-Sí señora, iré a buscarle, puesto que él no quiere venir.<br />

-¿Pero se atreve usted, sola, sin compañía, por esos caminos...? -indiqué <strong>de</strong>seando<br />

que me confirmase su resolución.<br />

-Dios irá conmigo -repuso la hipocritona con el acento <strong>de</strong> los que tienen verda<strong>de</strong>ra<br />

fe-. El ordinario <strong>de</strong> Valencia que sale esta noche, era amigo <strong>de</strong> D.ª Fermina. Con él iré.<br />

Tengo confianza en Dios y estoy segura <strong>de</strong> que no me pasará nada... Ahora, tomada esta<br />

<strong>de</strong>terminación, estoy más tranquila.<br />

-La felicidad le retoza a usted en el rostro -afirmé con cruel sarcasmo-. Bien se<br />

conoce que es usted feliz. Yo me congratulo <strong>de</strong> haber proporcionado a usted un cambio<br />

tan dichoso en su espíritu. [146]


Cuando pronuncié estas palabras <strong>de</strong>bió secárseme la lengua, lo confieso.<br />

Poco más hablamos. Hícele ofrecimientos corteses y salí <strong>de</strong> la casa. Cuando bajaba<br />

la escalera sentí impulsos <strong>de</strong> volver a subir y llamarla y <strong>de</strong>cirle: «no crea usted nada <strong>de</strong><br />

lo que he dicho; soy una embustera»; pero el egoísmo pudo más que aquel pasajero y<br />

débil sentimiento <strong>de</strong> rectitud, y seguí bajando. Del mismo modo iba bajando mi alma,<br />

escalón tras escalón, a los abismos <strong>de</strong> la iniquidad. Razoné como los perversos,<br />

diciéndome que la víctima <strong>de</strong> mi intriga era una mujer hipócrita y que las<br />

maquinaciones <strong>de</strong> mal género, tan dignas <strong>de</strong> censura cuando recaen en personas<br />

inocentes, son más tolerables si recaen en quien las merece y es capaz <strong>de</strong> urdirlas<br />

peores. Pero estos sofismas no acallaban mi remordimiento, que empezó a crecer <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

que salí <strong>de</strong> la casa y ha llegado <strong>de</strong>spués, por su mucha gran<strong>de</strong>za y pesadumbre, a<br />

mortificarme en gran manera.<br />

- XVIII -<br />

Verda<strong>de</strong>ramente mi acción no pudo ser más indigna. ¡Precipitar a una <strong>de</strong>samparada e<br />

[147] infeliz mujer a resolución tan loca, obligarla por medio <strong>de</strong> vil engaño a empren<strong>de</strong>r<br />

un viaje largo, dispendioso, arriesgado y sobre todo inútil!... Al mirar esto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> tan<br />

distante fecha, me espanto <strong>de</strong> mi acción, <strong>de</strong> mi lengua, y <strong>de</strong> la horrible travesura y<br />

astucia <strong>de</strong> mi entendimiento.<br />

En aquellos días la pasión que me dominaba y más que la pasión, el envidioso afán<br />

que me producía la simple sospecha <strong>de</strong> que alguien me robase lo que yo juzgaba<br />

exclusivamente mío, no me permitieron ver claramente mi conciencia ni la infamia <strong>de</strong> la<br />

<strong>de</strong>nigrante acción que había cometido; pero cuando todo se fue enfriando y<br />

oscureciendo, he podido mirarme tal cual era en aquel día, y <strong>de</strong>claro aquí que, según me<br />

veo, no hay fealdad <strong>de</strong> <strong>de</strong>monio <strong>de</strong>l infierno que a la mía se parezca.<br />

¡Y sigue uno viviendo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> hacer tales cosas! ¡Y parece que no ha pasado<br />

nada, y vuelve la felicidad, y aun se da el caso <strong>de</strong> olvidar completamente la perversa y<br />

villana acción!... Yo no vacilo en escribirla aquí, porque me he propuesto que este papel<br />

sea mi confesonario, y una vez puesta la mano sobre él, no he <strong>de</strong> ocultar ni lo bueno ni<br />

lo malo. La seguridad <strong>de</strong> que esto no lo ha <strong>de</strong> ver nadie hasta [148] que yo no me<br />

encuentre tan lejos <strong>de</strong> las censuras <strong>de</strong> este mundo como lo están los astros <strong>de</strong> las<br />

agitaciones <strong>de</strong> la tierra, da valor a mi espíritu para escribir tales cosas. Yo digo: «que<br />

todo el mundo escriba con absoluta verdad su vida entera, y entonces ¡cuánto<br />

disminuirá el número <strong>de</strong> los que pasan por buenos! Las cuatro quintas partes <strong>de</strong> las<br />

gran<strong>de</strong>s reputaciones morales no significan otra cosa que falta <strong>de</strong> datos para conocer a<br />

los individuos que se pavonean con ellas fatuamente, como los cómicos cuando se<br />

visten <strong>de</strong> reyes».


Aquella tar<strong>de</strong> torné a pasar por allí, y entablé conversación con Sarmiento; pero me<br />

fue imposible averiguar por él si Solita insistía en partir.<br />

Yo tenía gran <strong>de</strong>sasosiego hasta no saberlo <strong>de</strong> cierto, y para salir <strong>de</strong> mi<br />

incertidumbre quise averiguarlo por mí misma. Soy así: lo que puedo hacer no lo confío<br />

a los <strong>de</strong>más. Me fatigan las dilaciones y la torpeza <strong>de</strong> los que sirven por dinero, y<br />

carezco <strong>de</strong> paciencia para aguardar a que me vengan a <strong>de</strong>cir lo que yo puedo ver por mis<br />

propios ojos. Al llegar la noche y la hora en que solían partir los coches, sillas <strong>de</strong> postas<br />

y galeras, mi criada y yo nos vestimos manolescamente, con pañolón y basquiña, [149]<br />

y nos encaminamos al parador <strong>de</strong>l Fúcar, <strong>de</strong> don<strong>de</strong>, según mis noticias, salía el ordinario<br />

<strong>de</strong> Valencia.<br />

No tuve que esperar mucho para satisfacer mi curiosidad. Allí estaba. Solita partía<br />

irremisiblemente. Ya no me quedaba duda. La vi <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l coche que salía, y no pu<strong>de</strong><br />

sofocar en mí un sentimiento <strong>de</strong> profundísima lástima, forma indirecta que tomaba<br />

entonces mi conciencia para presentarme ante los ojos la imagen <strong>de</strong> mi crimen. Pero el<br />

coche partió; ella se fue con su engaño y yo me quedé con mi lástima.<br />

No se había extinguido el rumor <strong>de</strong> las ruedas <strong>de</strong>l carro <strong>de</strong> Valencia, cuando sonó<br />

más vivo estrépito <strong>de</strong> ruedas y caballerías. Un gran coche <strong>de</strong> colleras entró en el<br />

parador. Mi criada y yo nos <strong>de</strong>tuvimos por curiosidad.<br />

-Es el coche <strong>de</strong> Alcalá -dijeron a nuestro lado-. Esta noche viene lleno <strong>de</strong> gente.<br />

Por una <strong>de</strong> las portezuelas vi la cara <strong>de</strong> un hombre. El corazón parecía hacérseme<br />

pedazos. Me volví loca <strong>de</strong> alegría. No pu<strong>de</strong> contenerme. Era él. Mis exclamaciones<br />

cariñosas le obligaron a bajar <strong>de</strong>l coche, y entonces me arrojé llorando [150] en sus<br />

brazos.<br />

- XIX -<br />

Al día siguiente le aguardaba en mi casa y no fue hasta muy tar<strong>de</strong>, cuando ya<br />

anochecía. Estaba muy fatigado, triste y abatido. Lo primero <strong>de</strong> que me habló fue <strong>de</strong>l<br />

vacío que había <strong>de</strong>jado en su casa la muerte <strong>de</strong> su madre, <strong>de</strong> la partida <strong>de</strong> su hermana, a<br />

quien creía encontrar en Madrid, y <strong>de</strong>l brevísimo espacio que un perverso <strong>de</strong>stino había<br />

puesto entre la marcha <strong>de</strong> ella y la llegada <strong>de</strong> él.<br />

-Castigo <strong>de</strong> Dios es esto -dijo-, por mi <strong>de</strong>scuido en escribirle y mi <strong>de</strong>snaturalizado<br />

proce<strong>de</strong>r.<br />

Después pasó <strong>de</strong> la tristeza a la furia. Yo procuraba arrancarle tan lúgubres i<strong>de</strong>as,<br />

recordándole nuestro placentero viaje <strong>de</strong>l verano anterior y la catástrofe <strong>de</strong> su<br />

cautiverio; hacíale mil preguntas sobre sus pa<strong>de</strong>cimientos, emancipación, campaña <strong>de</strong><br />

Cataluña y toma <strong>de</strong> la Seo; pero sólo me contestaba con monosílabos y secamente.<br />

Escaso interés mostraba por las cosas pasadas, y aun yo misma, que era un presente<br />

digno a mi parecer <strong>de</strong> alguna estima, apenas podía obtener <strong>de</strong> él atención insegura [151]<br />

y casi forzada. Su pensamiento estaba fijo en la fugitiva hermana, y mis sutiles<br />

zalamerías no podían apartarle <strong>de</strong> allí. No cesaba <strong>de</strong> discurrir sobre los móviles <strong>de</strong> aquel<br />

viaje, y yo, sintiendo revivir y agitarse en mí lo que siempre tuve <strong>de</strong> serpiente, estuve a<br />

punto <strong>de</strong> indicarle que Soledad habría partido arrastrada por algún hombre; pero en el


momento en que <strong>de</strong>splegaba los labios para sugerir esta i<strong>de</strong>a, me contuve. Aquella vez<br />

había vencido mi conciencia, y hallándome con fuerzas para las mayores cruelda<strong>de</strong>s, no<br />

las tuve para la calumnia.<br />

Al fin, creí pru<strong>de</strong>nte no <strong>de</strong>cirle una palabra sobre aquella cuestión.<br />

-Bastaba que yo viniese con <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> verla -dijo hiriendo violentamente el suelo con<br />

el pie-, para que ella huyese <strong>de</strong> mí. Así son todas mis cosas. Lo bueno existe mientras<br />

yo lo <strong>de</strong>seo. Pero lo toco, y adiós.<br />

Estas amargas palabras eran un <strong>de</strong>saire para mí, y por lo visto yo no estaba<br />

comprendida en el número <strong>de</strong> las cosas buenas; pero sofoqué mi resentimiento y seguí<br />

escuchándole.<br />

-Des<strong>de</strong> que el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> venganza y mi odio al absolutismo -añadió-, me inclinaron a<br />

tomar las armas, tuve el presentimiento <strong>de</strong> que la campaña se echaría a per<strong>de</strong>r, y así ha<br />

sido. Ya tienes a la plaza <strong>de</strong> Figueras en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> [152] los franceses; a Mina<br />

vagabundo sin saber qué partido tomar, y todo el ejército <strong>de</strong>sconcertado y sin esperanza<br />

<strong>de</strong> vencer. ¡Gran milagro habría sido que don<strong>de</strong> yo estoy hubiese victorias! Desastres y<br />

nada más que <strong>de</strong>sastres. La sombra que yo echo sobre la tierra, <strong>de</strong>struye.<br />

-¡Qué necio eres! ¿Crees acaso en las estrellas fatales y en el sino?<br />

-No <strong>de</strong>biera creer; pero todo me manda que crea... Ya ves. Me envía Mina a Madrid<br />

con una comisión en que funda gran<strong>de</strong>s esperanzas, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que llego aquí pierdo las<br />

pocas esperanzas que traía, porque no hallo sino <strong>de</strong>sanimación y flojedad. Al mismo<br />

tiempo, la ilusión más querida <strong>de</strong> este viaje se ha <strong>de</strong>svanecido como el humo. Yo tenía<br />

una hermana, más que hermana amiga, con una amistad pura y entrañable que nadie<br />

pue<strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r sino ella y yo; una amistad que tiene todo lo santo <strong>de</strong> la fraternidad y<br />

todo lo bueno <strong>de</strong>l amor, sin las tenebrosas ansias <strong>de</strong> este. En mi hermana veía yo todo lo<br />

que me queda <strong>de</strong> familia, lo único que me resta <strong>de</strong> hogar; en ella veía a mi madre y una<br />

representación <strong>de</strong> todos los goces <strong>de</strong> mi casa, la paz <strong>de</strong>l alma, dichas muy gran<strong>de</strong>s sin<br />

mezcla <strong>de</strong> martirio alguno. Pues bien: llego y mi casa está <strong>de</strong>sierta. Jamás pensé en<br />

per<strong>de</strong>rla. Ella, el único ser <strong>de</strong> [153] quien estaba seguro, vuela también lejos <strong>de</strong> mí, y se<br />

va. ¡Ay, Jenara! ¡No puedo <strong>de</strong>cirte cuán sola estaba mi casa! Figúrate todo el universo<br />

vacío y sin vida. Ni mi madre, ni Soledad... ¡Qué sepulcro, Dios mío! Así se va<br />

quedando mi corazón lo mismo que una gran fosa, todo lleno <strong>de</strong> muertos... Tú no<br />

pue<strong>de</strong>s enten<strong>de</strong>r esto, Jenara. En ti todo vive. Tu carácter hace resucitar las cosas y eres<br />

un ser privilegiado para quien el mundo se dispone siempre <strong>de</strong>l modo más favorable;<br />

pero yo...<br />

-Cúlpate a ti mismo -le dije-, y no hables <strong>de</strong>l <strong>de</strong>stino. Te quejas <strong>de</strong> que tu hermana te<br />

haya abandonado, y no recuerdas que has estado mucho tiempo sin escribirle, sin darle<br />

noticias <strong>de</strong> ti, sin <strong>de</strong>cirle ni siquiera: «estoy vivo».<br />

-Es verdad; pero se amparó <strong>de</strong> mí el estúpido <strong>de</strong>lirio <strong>de</strong> la guerra. Me sedujo la i<strong>de</strong>a<br />

gloriosa que representaba nuestro ejército al perseguir a los realistas. Sólo veía lo que<br />

estaba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mis ojos y <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí: el enemigo y los torbellinos <strong>de</strong> mi cerebro, un<br />

i<strong>de</strong>al <strong>de</strong> gloriosas victorias que dieran a mi país lo que no tiene. Ya sabes que yo me<br />

equivoco siempre. Lo extraño es que conociendo mi torpeza me empeñe en andar hacia


a<strong>de</strong>lante como los <strong>de</strong>más hombres, en vez <strong>de</strong> estarme quieto [154] como las estatuas...<br />

Ahora todo lo veo <strong>de</strong>strozado, caído y hecho pedazos por mis propias manos, como el<br />

que entrando en un cuarto oscuro y lleno <strong>de</strong> preciosida<strong>de</strong>s y a ciegas tropieza y lo<br />

rompe todo. En Cataluña, <strong>de</strong>sengaños, en Madrid más <strong>de</strong>sengaños todavía; un gran<br />

vacío <strong>de</strong>l entendimiento y otro más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong>l corazón. Parece que la realidad <strong>de</strong> mis<br />

i<strong>de</strong>as es un ave que se asusta <strong>de</strong> mis pasos y levanta el vuelo cuando me acerco a ella.<br />

¡Maldita persona la mía!<br />

Debía enojarme <strong>de</strong> tales palabras, porque, según ellas, yo no era nada. Pero no me<br />

mostré ofendida y solamente dije:<br />

-Si al llegar encuentras todo solo y vacío, no es porque las cosas vuelen antes <strong>de</strong><br />

tiempo, sino porque tú llegas siempre tar<strong>de</strong>.<br />

-También es verdad. Llego siempre tar<strong>de</strong>. Ya ves lo que me ha pasado ahora -dijo<br />

con el mayor <strong>de</strong>saliento-. Se le antoja al general Mina enviarme aquí cuando todo está<br />

perdido. Pero él no contaba con la rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> este <strong>de</strong>smoronamiento, no contaba con la<br />

retirada <strong>de</strong> Ballesteros, sin combatir, ni con la <strong>de</strong>fección <strong>de</strong> La Bisbal. Mina tiene la<br />

<strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> creer que todos son valientes y leales como él.<br />

-¿La <strong>de</strong>fección <strong>de</strong> La Bisbal? De modo que ya... No creí que fuera tan pronto. El<br />

con<strong>de</strong> [155] acostumbra preparar con cierto arte sus arrepentimientos.<br />

-No se dice públicamente; pero es seguro que ya está en tratos con los franceses para<br />

capitular. Me lo ha dicho Campos, que olfatea los sucesos. De mañana a pasado el<br />

aborrecido estandarte negro on<strong>de</strong>ará en Madrid. ¿A qué he venido yo? No parece sino<br />

que ha venido a izarlo yo mismo.<br />

-Pues no hagas caso <strong>de</strong> los masones, ni <strong>de</strong> la guerra, ni <strong>de</strong> la Constitución -le dije-.<br />

¿Para qué te empeñas en cosas imposibles? ¿Por qué <strong>de</strong>sprecias lo que tienes y buscas<br />

fantasmas vanos?<br />

Él me miró comprendiendo mi intención. Su mirada no indicaba <strong>de</strong>safecto; pero me<br />

era imposible vencer su tristeza. Acompañome a cenar, y mis alar<strong>de</strong>s <strong>de</strong> humor festivo,<br />

mi cháchara y las <strong>de</strong>licadas atenciones que con él tuve no lograron disipar las nubes<br />

sombrías que ennegrecían su alma. También la mía se encapotaba lentamente, cayendo<br />

en hondas tristezas, porque acostumbrada a verse señora <strong>de</strong> los sentimientos <strong>de</strong> aquel<br />

hombre, pa<strong>de</strong>cía mucho al consi<strong>de</strong>rar perdido su amoroso dominio y esa tiranía<br />

dulcísima que al mismo tiempo embelesa al amo y al esclavo.<br />

Pero aún conservaba yo gran parte <strong>de</strong> mi [156] prestigio. Vencí, aunque sin po<strong>de</strong>r<br />

conseguir la tranquilidad que acompaña a los triunfos completos; porque <strong>de</strong>scubrí en su<br />

complacencia algo <strong>de</strong> violento y forzado. Parecía que al correspon<strong>de</strong>r a mi leal cariño,<br />

lo hacía más bien por <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za y por <strong>de</strong>ber que por verda<strong>de</strong>ra inclinación. Esto me<br />

atormentó toda la noche, quitándome el sueño. Cuando pu<strong>de</strong> dormir, la imagen <strong>de</strong> la<br />

pobre huérfana que recorría media España buscando a su hermano, a su amante o lo que<br />

fuera, se me presentó para atormentarme más. ¡Ay!, ¡qué terrible es una gran falta sin<br />

éxito!


La visión <strong>de</strong> la mujer errante no se quitaba <strong>de</strong> mi imaginación. Pero yo entonces,<br />

creyéndome menos amada <strong>de</strong> lo que mi frenética ambición <strong>de</strong> amor exigía; pensando<br />

que me habían vencido ajenos recuerdos y vagueda<strong>de</strong>s sentimentales referentes a otra<br />

persona, me gozaba con fiera crueldad en la <strong>de</strong>solación <strong>de</strong> la hermana viajera.<br />

-¡Bien -le <strong>de</strong>cía-, corre tras él, corre hoy y mañana y siempre, para no encontrarle al<br />

fin!... Muy bien, hipocritona, ¡¡me alegro, me alegro!! [157]<br />

- XX -<br />

Al día siguiente muy temprano entró Campos en casa. Ya he dicho que este masón<br />

era amigo muy constante <strong>de</strong> la familia con quien yo vivía, un matrimonio alavés, <strong>de</strong><br />

edad madura y sin hijos, extraño por lo general a las pasiones políticas, aunque la<br />

señora, como buena vascongada, se inclinaba al absolutismo. Campos entró gritando:<br />

-¡Ya nos la ha pegado ese tunante!<br />

Al punto comprendí lo que quería expresar.<br />

-La Bisbal ha capitulado ¿no es eso? -le dije-. ¡Qué noticia! Ya lo suponíamos.<br />

-Pero al menos, señora, al menos... -manifestó Campos con afán-. Las formas, es<br />

preciso guardar ciertas formas... Todos estamos dispuestos a capitular, porque no es<br />

posible vivir en lucha con la general corriente, ni con la Europa entera; pero... pero...<br />

-¿Y qué ha hecho La Bisbal?<br />

-Dar un manifiesto...<br />

-Ya lo suponía: es el hombre <strong>de</strong> los manifiestos.<br />

-Un manifiesto en que dice que sí y que no, [158] y que tira y afloja, y que blanco y<br />

que negro... En fin, un manifiesto <strong>de</strong> La Bisbal. Después ha entregado el mando al<br />

marqués <strong>de</strong> Castelldosrius y ha <strong>de</strong>saparecido. El ejército está <strong>de</strong>smoralizado. La mayor<br />

parte <strong>de</strong> los soldados se van a don<strong>de</strong> les da la gana, y aquí nos tiene usted, como el 3 <strong>de</strong><br />

Diciembre <strong>de</strong> 1808, en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> los franceses... ¿Vamos a ver, qué hace ahora un<br />

hombre honrado como yo? ¿Qué hacen ahora los hombres que no se han metido en<br />

nada, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su campo <strong>de</strong>fendieron siempre el or<strong>de</strong>n y las conveniencias?...<br />

Yo hacía esfuerzos para contener la risa. La zozobra <strong>de</strong>l masón en momentos <strong>de</strong><br />

tanto apuro y su afán por presentarse como hombre <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n ofrecían un cuadro tan<br />

gracioso como instructivo.<br />

-¿De modo que ya se acabó la Constitución? -dijo la señora <strong>de</strong> Saracha, elevando<br />

majestuosamente las manos al cielo, como en acción <strong>de</strong> gracias-. Pues ahora habrá


perdón general. Se reconciliarán todos los españoles, dándose fraternales abrazos y<br />

amparándose bajo el manto amoroso <strong>de</strong>l Rey.<br />

Yo me eché a reír.<br />

-No es mal perdón el que nos aguarda -dijo Campos con <strong>de</strong>testable humor-. ¡Bonito<br />

manto nos amparará! Ya se ha alborotado la [159] gentuza <strong>de</strong> los barrios bajos, y las<br />

caras siniestras, las manos negras y rapaces, los trabucos y las navajas van apareciendo.<br />

Nada, nada. Tendremos escenas <strong>de</strong> luto y <strong>de</strong> ignominia, otro 10 <strong>de</strong> Mayo <strong>de</strong> 1814.<br />

-¿Será posible? Pues me parece que efectivamente hay algo <strong>de</strong> alboroto en la calle<br />

-dijo mi amiga asomándose al balcón.<br />

Vivíamos en la calle <strong>de</strong> Toledo, que es la arteria por don<strong>de</strong> la emponzoñada sangre<br />

sube al cerebro <strong>de</strong> la villa <strong>de</strong> Madrid en los días <strong>de</strong> fiebre. Cruzaban la calle gentes <strong>de</strong>l<br />

pueblo en actitud poco tranquilizadora. Al poco rato oímos gritar: «¡viva la religión!»,<br />

«¡vivan la caenas!». Fue aquella la primera vez <strong>de</strong> mi vida que oí tal grito, y confieso<br />

que me horrorizó.<br />

Campos no quiso asomarse porque le enfurecían los <strong>de</strong>sahogos <strong>de</strong> la plebe<br />

(mayormente cuando chillaba en contra <strong>de</strong> los liberales) y seguía diciendo:<br />

-Veremos cómo tratan ahora a los hombres honrados que han <strong>de</strong>fendido el or<strong>de</strong>n,<br />

que han procurado siempre contener al <strong>de</strong>mocratismo y a la <strong>de</strong>magogia.<br />

No pu<strong>de</strong> vencer mi natural inclinación a las burlas y le dije:<br />

-Sr. Campos, no doy cuatro cuartos por su pellejo <strong>de</strong> usted. [<strong>16</strong>0]<br />

-Ni yo tampoco -me respondió riendo.<br />

Él, en medio <strong>de</strong> su <strong>de</strong>scontento, esperaba filosóficamente el fin, seguro <strong>de</strong><br />

sobrenadar tar<strong>de</strong> o temprano en el piélago absolutista. Era a<strong>de</strong>más hombre <strong>de</strong> tanto<br />

valor como osadía.<br />

La gente <strong>de</strong> los barrios bajos siguió alborotando todo el día. Moviose la tropa para<br />

mantener el or<strong>de</strong>n, y el general Zayas, que mandaba en Madrid y había firmado la<br />

capitulación aquella misma mañana con los franceses, parecía dispuesto a ametrallar sin<br />

compasión a la canalla. En gran zozobra vivíamos todos los vecinos <strong>de</strong> la Villa, porque<br />

se hablaba <strong>de</strong> saqueo y <strong>de</strong> la aproximación <strong>de</strong> las partidas <strong>de</strong> Bessières, el infante<br />

aventurero, que <strong>de</strong>fendiendo el <strong>de</strong>spotismo quería lograr lo que no pudo conseguir<br />

combatiendo por la República.<br />

Pero la principal causa <strong>de</strong> mi inquietud era no ver a mi lado a la persona que más me<br />

interesaba en aquellos días. Le esperé toda la mañana y toda la tar<strong>de</strong>, y como a ninguna<br />

hora parecía y había hecho promesa <strong>de</strong> visitarme, creí que le pasaba algo <strong>de</strong>sagradable.<br />

Por la noche no pu<strong>de</strong> refrenar mi ardorosa impaciencia y volé a su casa. Tampoco<br />

estaba en ella, y el anciano portero y maestro <strong>de</strong> escuela, armado <strong>de</strong> fusil en medio <strong>de</strong> la<br />

portería, furioso y exaltado [<strong>16</strong>1] cual si acabara <strong>de</strong> escaparse <strong>de</strong> un manicomio, me<br />

inspiró tanto miedo que no quise esperar allí.


Pasé la noche en un estado <strong>de</strong> angustia horrible. Corrían rumores <strong>de</strong> que al día<br />

siguiente habría saqueo, prisiones, muertes y escandalosas escenas. Se <strong>de</strong>cía que los<br />

liberales más señalados eran perseguidos por las calles como perros rabiosos y<br />

apedreadas sus casas. Yo no podía vivir. Al amanecer <strong>de</strong>l otro día, que era el <strong>20</strong> <strong>de</strong><br />

Mayo, busqué a Salvador en diversos puntos, y tampoco le pu<strong>de</strong> encontrar. Antes <strong>de</strong><br />

volver a casa vi movimiento <strong>de</strong> tropas en la Puerta <strong>de</strong>l Sol y me dijeron que Bessières<br />

había aparecido con sus cuadrillas que yo llamaba <strong>de</strong> asesinos <strong>de</strong> la Fe, por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l<br />

Retiro, amenazando entrar en Madrid. La plebe <strong>de</strong> los barrios bajos se le había reunido,<br />

y como hambrientos perros, aullaban mirando a la Corte, con ansias <strong>de</strong> <strong>de</strong>vorarla. Todo<br />

Madrid estaba aterrado, y yo más que nadie, no por el temor <strong>de</strong>l saqueo, sino por la<br />

sospecha <strong>de</strong> que la persona más cara a mi corazón hubiera sido víctima <strong>de</strong>l furor <strong>de</strong> la<br />

plebe.<br />

Esperé también todo aquel día. Campos entró a darnos noticias <strong>de</strong> lo que pasaba.<br />

Oíamos cañonazos lejanos, y a cada instante [<strong>16</strong>2] creíamos ver llegar y difundirse por<br />

las calles a la <strong>de</strong>senfrenada turba salvaje ebria <strong>de</strong> sangre y <strong>de</strong> pillaje. Pero Dios no quiso<br />

que en aquel día triunfaran los malvados. El general Zayas <strong>de</strong>strozó a los asesinos <strong>de</strong> la<br />

Fe, acuchillando a los chisperos y mujerzuelas que graznaban entre ellos. La plebe<br />

aterrada volvió a sus oscuras guaridas, y mucha gente mala huyó a los campos,<br />

aguardando a po<strong>de</strong>r entrar con los franceses. Des<strong>de</strong> que supimos el gran peligro a que<br />

habíamos estado expuestos los habitantes <strong>de</strong> Madrid, todos <strong>de</strong>seábamos que llegasen <strong>de</strong><br />

una vez los cien mil hijos <strong>de</strong> San Luis, para que estableciendo un Gobierno regular,<br />

contuvieran a la canalla azuzada por los realistas furibundos.<br />

Al fin salí <strong>de</strong> la angustia que me atormentaba. En la mañana <strong>de</strong>l día 21, el prófugo,<br />

por quien yo había <strong>de</strong>rramado tantas lágrimas, se presentó <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí en estado<br />

bastante lastimoso, <strong>de</strong>sencajado y lleno <strong>de</strong> contusiones, con los ojos encendidos, seca la<br />

boca, cubierta <strong>de</strong> sudor la hermosa frente, rotos y llenos <strong>de</strong> polvo los vestidos.<br />

Al punto comprendí que había sido maltratado por las feroces bestias populares. No<br />

le dije nada, y me apresuré a cuidarle, proporcionándole alimento y reposo. Él me<br />

miraba [<strong>16</strong>3] con extraviados ojos. Apretando los puños exclamó:<br />

-¿Has visto a la canalla?<br />

Necesitaba sosiego, y por todos los medios procuré tranquilizarle.<br />

-No pienses más en eso -le dije-, y regocíjate ahora en la paz <strong>de</strong> mi compañía y en<br />

esta dulce soledad en que estamos.<br />

-¡No puedo, no puedo! -exclamó con gran agitación.<br />

Y <strong>de</strong>spués repetía:<br />

-¿Has visto a la canalla? ¡Pero qué canalla es la canalla!<br />

Más tar<strong>de</strong> me contó que se había visto en gran peligro, porque al salir <strong>de</strong> un sitio en<br />

que estaban reunidas varias personas contrarias al <strong>de</strong>spotismo, fue acometido, pudiendo<br />

salvar a duras penas la vida gracias a su energía y al coraje con que se <strong>de</strong>fendió.


Su estado febril inspirome bastante ansiedad aquella noche que pasó en mi casa; pero<br />

a la mañana siguiente su prodigiosa naturaleza había triunfado <strong>de</strong> la ebullición <strong>de</strong> la<br />

sangre irritada.<br />

-No puedo ir a mi casa -me dijo-, y aun será peligroso que salga a la calle; pero yo<br />

necesito disponer mi viaje.<br />

-¿Vuelves al Norte? [<strong>16</strong>4]<br />

-No; tengo que ir a Sevilla, don<strong>de</strong> está lo que queda <strong>de</strong> Gobierno liberal. No tengo ya<br />

ni un resto siquiera <strong>de</strong> esperanza; pero es preciso que cumpla fielmente la comisión <strong>de</strong>l<br />

general Mina, y vaya hasta las últimas extremida<strong>de</strong>s, para que me que<strong>de</strong> al menos el<br />

consuelo <strong>de</strong> haberlo intentado todo y para que se pueda <strong>de</strong>cir esta verdad terrible: «No<br />

hubo un solo liberal en España que supiera cumplir con su <strong>de</strong>ber».<br />

-Pues si vas a Andalucía, iré contigo -dije con mucho gozo, regocijándome ya con la<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> acompañarle y huir <strong>de</strong> Madrid, pueblo que tanto alarmaba a mi conciencia.<br />

-El viaje no será fácil -respondió sin <strong>de</strong>mostrar gran<strong>de</strong> entusiasmo por mi compañía-,<br />

mayormente para una señora.<br />

-Para mí todo es fácil.<br />

-No se encontrarán carruajes.<br />

-Como rue<strong>de</strong> el dinero, rodarán los coches.<br />

-La policía vigilará la salida <strong>de</strong> los liberales.<br />

-No importa.<br />

Sin pérdida <strong>de</strong> tiempo empecé mis diligencias para nuestro viaje. Las dificulta<strong>de</strong>s<br />

eran gran<strong>de</strong>s. Ningún propietario <strong>de</strong> coches quería arriesgar su material y sus<br />

caballerías, porque los facciosos se apo<strong>de</strong>raban <strong>de</strong> ellas. No me acobardé, sin embargo,<br />

y seguí mis pesquisas. [<strong>16</strong>5] Campos también <strong>de</strong>seaba proporcionar a mi amigo fácil<br />

escapatoria.<br />

La entrada <strong>de</strong> los franceses, que se verificó el día 23, me dio alguna esperanza; mas<br />

por <strong>de</strong>sgracia entre las fuerzas <strong>de</strong> vanguardia no venía el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Montguyon. Vi en<br />

cambio muchos guerrilleros <strong>de</strong>l Norte, <strong>de</strong> fiero aspecto, y temblé <strong>de</strong> pavor, <strong>de</strong>seando<br />

entonces más vivamente huir <strong>de</strong> la Corte.<br />

¡Y qué <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n en los primeros momentos <strong>de</strong> aquel día! Por mucha prisa que se<br />

dieron los franceses a establecerse, no lograron impedir mil excesos.<br />

Hombres cuyo furor había sido pagado corrían por las calles celebrando entre<br />

borracheras el horrible carnaval <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spotismo. Rompían a pedradas los cristales,<br />

trazaban cruces en las puertas <strong>de</strong> las casas don<strong>de</strong> vivían liberales, como señal <strong>de</strong> futuras<br />

matanzas; escarnecían a todo el que no era conocido por su exaltación absolutista;<br />

gritaban como locos, maldiciendo la libertad y la Nación. No escapaban <strong>de</strong> sus groserías


las personas indiferentes a la política, porque era preciso haber sido perro <strong>de</strong> presa <strong>de</strong>l<br />

absolutismo para obtener perdón. Algunos frailes <strong>de</strong> los que más habían escandalizado<br />

en el púlpito con sus sermones sanguinarios eran llevados en triunfo. [<strong>16</strong>6]<br />

Yo salía <strong>de</strong> misa <strong>de</strong> San Isidro, y me vi insultada y seguida por una turba <strong>de</strong><br />

mujerzuelas feroces, sólo porque llevaba un lazo ver<strong>de</strong>. El color ver<strong>de</strong> era ya el color <strong>de</strong><br />

la ignominia, como emblema <strong>de</strong>l liberalismo, que tantas veces había escrito sobre él<br />

Constitución o muerte. Vi maltratar a un joven <strong>de</strong> buen porte, sólo porque usaba bigote,<br />

y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel día el tal adorno <strong>de</strong> las varoniles caras fue señal <strong>de</strong> franc-masonismo y <strong>de</strong><br />

extranjería filosófica.<br />

Quien vio una vez tales escenas no pue<strong>de</strong> olvidarlas. Mis i<strong>de</strong>as habían cambiado<br />

mucho <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi viaje a Francia. Conservando el mismo respeto al Trono y al Gobierno<br />

fuerte, había perdido el entusiasmo realista. Pero en aquel día tristísimo se<br />

<strong>de</strong>svanecieron en mi cabeza no pocos fantasmas, y aunque seguí creyendo que uno solo<br />

gobierna mejor que doscientos, el absolutismo popular me inspiró aversión y<br />

repugnancia in<strong>de</strong>cibles.<br />

No había concluido <strong>de</strong> referir en mi casa el gran peligro que había corrido por llevar<br />

un lazo ver<strong>de</strong>, cuando entró Campos. Traía semblante muy alegre.<br />

-Ya está resuelta la cuestión <strong>de</strong> tu viaje -dijo a Salvador-. Esta noche pue<strong>de</strong>s<br />

marchar, si quieres. [<strong>16</strong>7]<br />

-¿Cómo? -preguntamos él y yo.<br />

-De un modo tan sencillo como seguro. El marqués <strong>de</strong> Falfán <strong>de</strong> los Godos (9) había<br />

pensado marchar a Andalucía... Como la pobre Andrea está tan <strong>de</strong>licada... En fin, se han<br />

<strong>de</strong>cidido a salir esta noche. Tienen silla <strong>de</strong> postas propia. Al punto me he acordado <strong>de</strong> ti,<br />

Falfán <strong>de</strong> los Godos tiene gusto en llevarte y se alegra mucho <strong>de</strong> tu compañía.<br />

-Eso no pue<strong>de</strong> ser -dije vivamente, saliendo al encuentro <strong>de</strong> aquella proposición con<br />

verda<strong>de</strong>ra furia que trataba <strong>de</strong> disimular.<br />

-¿Por qué no ha <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r ser, señora mía? -dijo Campos-. En la silla <strong>de</strong> postas irán<br />

cómoda y seguramente el Marqués, mi sobrina con su hijo, la doncella y dos criados que<br />

seremos nosotros, Salvador y yo. Perfectísimamente.<br />

El taimado masón se restregaba las manos en señal <strong>de</strong> regocijo.<br />

-Me parece una excelente i<strong>de</strong>a -dijo Monsalud mirándome-. ¿No crees tú lo mismo?<br />

Yo no contesté nada. Estaba furiosa. Él <strong>de</strong>bió compren<strong>de</strong>r (10) en mis ojos la<br />

tempestad que se había <strong>de</strong>satado en mi corazón, mas no por conocerlo se apresuró a<br />

conjurarla. Antes [<strong>16</strong>8] bien, ocupose <strong>de</strong> disponer su viaje con una calma, con una<br />

indiferencia hacia mí que me irritaron más. Mi dignidad me impedía pedir un puesto en<br />

aquel coche que se iba a llevar la mitad <strong>de</strong> mi alma. La misma dignidad me impedía<br />

recordarle nuestro dulce propósito <strong>de</strong> ir juntos. Encerreme breve rato en mi cuarto, para<br />

que nadie conociese la alteración nerviosa que me sacudía, y con los dientes hice


pedazos un pañuelo inocente. Mis ojos secos e inflamados no podían dar salida a la<br />

angustia <strong>de</strong> mi corazón, <strong>de</strong>rramando una sola lágrima.<br />

Cuando me presenté <strong>de</strong> nuevo, mi apariencia no podía ser más tranquila. Afectaba<br />

naturalidad y hasta alegría; tanta era la fuerza <strong>de</strong> mi disimulo, cuando yo llamaba todas<br />

las fuerzas <strong>de</strong> la voluntad para forjar la máscara <strong>de</strong> hierro, bajo la cual escondía mi<br />

verda<strong>de</strong>ro semblante, lleno <strong>de</strong> luto y consternación. ¡Qué pa<strong>de</strong>cimiento tan gran<strong>de</strong>!<br />

¿Cómo no, si Salvador mismo me había contado toda la historia <strong>de</strong> sus relaciones con<br />

Andrea Campos, <strong>de</strong>spués marquesa <strong>de</strong> Falfán <strong>de</strong> los Godos? Yo la había tratado<br />

bastante <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ser marquesa. La admirable hermosura <strong>de</strong> la americanilla,<br />

representándose en mi imaginación, me la quemaba como un hierro abrasado.<br />

Tuve valor para verles partir. Vi a la sobrina [<strong>16</strong>9] <strong>de</strong> Campos subir al coche,<br />

haciéndose la interesante con su langui<strong>de</strong>z <strong>de</strong> dama enfermita; vi al viejo Marqués<br />

engomado y lustroso, como un muñeco que acaba <strong>de</strong> salir <strong>de</strong>l taller <strong>de</strong> juguetes; vi a<br />

Salvador tomando en brazos y besando con el mayor gusto al niño <strong>de</strong> la Marquesa... no<br />

quise ver más. ¡El coche partió!... ¡Se fueron!...<br />

- XXI -<br />

Se fueron y yo me quedé. Las lágrimas que antes no habían querido salir <strong>de</strong> mis ojos<br />

brotaron a raudales, abrasándome las mejillas. No podía <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> pensar en la<br />

hipocritona, que corría por los campos <strong>de</strong>siertos, lanzada por mí al interminable viaje <strong>de</strong><br />

la <strong>de</strong>sesperación; pero lejos <strong>de</strong> tenerle lástima, aquel recuerdo avivaba mi hondo furor,<br />

haciéndome exclamar: -¡Me alegro, mil veces me alegro!<br />

¡Cuán gran<strong>de</strong> había sido mi castigo! Para que este fuera más evi<strong>de</strong>nte, fui con<strong>de</strong>nada<br />

por Dios al mismo suplicio <strong>de</strong> viajar buscando a una persona amada, al martirio<br />

in<strong>de</strong>scriptible <strong>de</strong> correr un día y otro día como el que huye <strong>de</strong> su sombra, siempre<br />

impaciente, [170] siempre anhelante, precipitada siempre <strong>de</strong> la esperanza al <strong>de</strong>sengaño<br />

y <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sengaño a una nueva esperanza. Porque sí, yo emprendí también el viaje a<br />

Andalucía tres días <strong>de</strong>spués. Estaba en la alternativa <strong>de</strong> morir <strong>de</strong> <strong>de</strong>specho o correr<br />

también. Hubo en mí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel día algo <strong>de</strong> la maldición espantosa que pesaba sobre<br />

el judío errante, y me sentí como arrastrada por la fuerza <strong>de</strong> un huracán.<br />

¡Ay!, el huracán estaba <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí misma, en mi <strong>de</strong>specho, en mis celos, en un<br />

loco afán <strong>de</strong> no hallarme lejos <strong>de</strong> dos personas, cuya imagen ni un solo instante se<br />

apartaba <strong>de</strong> mi pensamiento. Si mis lectores me han conocido ya por lo que va contado<br />

<strong>de</strong> mi borrascosa vida, compren<strong>de</strong>rán que yo no podía quedarme en Madrid. Mi carácter<br />

me lanzaba fuera, como la pólvora lanza la bala.<br />

Partí... Pero antes <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cir cómo pu<strong>de</strong> conseguir los medios para ello. Mi primer<br />

paso fue recurrir a Eguía; mas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la entrada <strong>de</strong> los franceses le habían arrinconado<br />

como trasto viejo, y una Regencia fresca y lozana funcionaba en su lugar. Nombrola<br />

Angulema <strong>de</strong> acuerdo con el Consejo <strong>de</strong> Estado, y la componían los duques <strong>de</strong>l<br />

Infantado y <strong>de</strong> Montemart, el barón <strong>de</strong> Eroles, el obispo <strong>de</strong> Osma y don Antonio Gómez


Cal<strong>de</strong>rón. Secretario <strong>de</strong> ella [171] era el venenoso Calomar<strong>de</strong>, (11) al cual me dirigí<br />

solicitando un pase y licencia para el uso <strong>de</strong> coche-posta. Recibiome tan fríamente y con<br />

tanta soberbia e hinchazón, que no pu<strong>de</strong> menos <strong>de</strong> recordar al Don Soplado <strong>de</strong>l poeta<br />

sainetero D. Ramón <strong>de</strong> la Cruz.<br />

Le <strong>de</strong>sprecié como merecía y recurrí a don Víctor Sáez, nombrado Ministro <strong>de</strong><br />

Estado; pero este me recordó a la rana, cuando quiso parecerse al buey. Tuvo el mal<br />

gusto <strong>de</strong> echarme en cara mi supuesta conversión al constitucionalismo y a la Carta<br />

francesa, diciendo mil neceda<strong>de</strong>s presuntuosas y aun amenazándome. Su fatuidad,<br />

semejante a la <strong>de</strong>l pavo cuando se sopla y arrastra las alas para meter ruido, me hizo reír<br />

en sus propias barbas. El único que se me mostró algo propicio fue Erro, hombre<br />

honrado y mo<strong>de</strong>sto. Pero nada positivo saqué <strong>de</strong> la flamante situación, que daba pruebas<br />

<strong>de</strong> su agu<strong>de</strong>za política volviendo las cosas al propio ser y estado que tenían en 7 <strong>de</strong><br />

Marzo <strong>de</strong> 1810, restableciendo los antiguos Consejos y la Sala <strong>de</strong> Alcal<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Casa y<br />

Corte. Era esto volver a los tontillos, al guarda-infante y al pelo empolvado.<br />

Por mi ventura llegó a Madrid el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> [172] Montguyon. Le vi; hízome la<br />

centésima <strong>de</strong>claración <strong>de</strong> amor y luego con semblante dolorido me dijo:<br />

-Soy muy <strong>de</strong>sgraciado, señora, en no po<strong>de</strong>r estar cerca <strong>de</strong> vos. Tengo que partir con<br />

el general Bour<strong>de</strong>soulle para esa poética región que llaman la Mancha, i<strong>de</strong>alizada por<br />

las aventuras <strong>de</strong>l gran caballero.<br />

Entonces le manifesté que si me proporcionaba los medios <strong>de</strong> hacer el viaje,<br />

poniendo yo por mi cuenta todos los gastos, le seguiría a aquel encantado país que hizo<br />

célebre el gran caballero. Al oír esto se volvió todo obsequios, y tres días <strong>de</strong>spués tenía<br />

yo a mi disposición una silla <strong>de</strong> postas con caballos <strong>de</strong>l cuartel general <strong>de</strong> Bour<strong>de</strong>soulle<br />

y un pase que me aseguraba el respeto <strong>de</strong> las turbas por todo el tránsito que iba a<br />

recorrer.<br />

Salí al fin <strong>de</strong> Madrid acompañada <strong>de</strong> mi doncella. Salí como el agua <strong>de</strong> una esclusa<br />

cuando se le abren las compuertas que la sujetan. Yo no veía bastante llanura por don<strong>de</strong><br />

correr; en ningún momento me parecía que andaba bastante mi coche; enfadábame el<br />

cansancio <strong>de</strong> las mulas, la pesa<strong>de</strong>z <strong>de</strong> los mesoneros y la flema <strong>de</strong>l mayoral, que se<br />

ponía siempre <strong>de</strong> parte <strong>de</strong> las caballerías en mi febril contienda con el tiempo y la<br />

distancia. [173]<br />

En los pueblos por don<strong>de</strong> rápidamente pasaba, vi escenas que me causaron tanta<br />

indignación como vergüenza. En Ocaña habían quitado las imágenes que adornaban el<br />

ángulo <strong>de</strong> algunas calles, poniendo en su lugar el retrato <strong>de</strong> Fernando, entre cirios y<br />

ramos <strong>de</strong> flores, y <strong>de</strong>bajo la piadosa inscripción: «¡Vivan las caenas!». En Tembleque<br />

presencié el acto solemne <strong>de</strong> arrojar al pilón don<strong>de</strong> bebían las mulas, a dos o tres<br />

liberales y otros tantos milicianos. En Madri<strong>de</strong>jos tuve miedo, porque una turba que<br />

invadía el camino cantando coplas tan disparatadas como obscenas quiso <strong>de</strong>tenerme,<br />

fundada en que el mayoral había tocado con su látigo el estandarte realista que llevaba<br />

un fraile. Necesité mostrar mucha serenidad y aun <strong>de</strong>rramar algún dinero para que no<br />

me causasen daño; pero no pu<strong>de</strong> seguir hasta que no llegaron a aquel ilustrado pueblo<br />

las avanzadas <strong>de</strong> la caballería francesa.


En Puerto Lápice se rompió una ballesta <strong>de</strong> mi coche, ocasionándome una <strong>de</strong>tención<br />

<strong>de</strong> dos días. Las horas eran siglos para mí. Me quemaba la tierra bajo los pies. Yo<br />

hubiera <strong>de</strong>seado poseer la autoridad <strong>de</strong> una reina asiática para vencer tantas dificulta<strong>de</strong>s,<br />

atando a los hombres al pescante <strong>de</strong> mi coche. La <strong>de</strong>sproporción [174] enorme entre mi<br />

impetuoso anhelo y los medios materiales <strong>de</strong> que disponía, me llevaron a un lamentable<br />

estado nervioso que <strong>de</strong> ningún modo podía calmar. Únicamente logré un poco <strong>de</strong> alivio<br />

a aquel penoso hervor <strong>de</strong> mi carácter empleando un medio bastante pueril, pero que no<br />

parecerá muy absurdo a las mujeres que se me asemejan. Consistía en tomar el látigo<br />

<strong>de</strong>l mayoral y ponerme a <strong>de</strong>scargar furiosos latigazos sobre los robles <strong>de</strong>l camino en<br />

Sierra Morena y sobre los olivos <strong>de</strong> Andalucía.<br />

En Sierra Morena hallé nuevos obstáculos. Allí había una especie <strong>de</strong> ejército<br />

español, mandado por una especie <strong>de</strong> general, que tenía el encargo <strong>de</strong> hacer una especie<br />

<strong>de</strong> resistencia a las tropas <strong>de</strong> Bour<strong>de</strong>soulle. Dios había <strong>de</strong>cidido que no hubiese otro<br />

Bailén en la historia, y los inocentes que creían en un nuevo 19 <strong>de</strong> Julio <strong>de</strong> 1808 se<br />

llevaron gran chasco. ¡Parece mentira! Quince años <strong>de</strong>spués, los papeles <strong>de</strong> aquel drama<br />

habían cambiado. Los personajes eran los mismos. Creeríase que habían resucitado los<br />

muertos <strong>de</strong> la gloriosa época, pero que al vestirse se habían equivocado <strong>de</strong> uniforme.<br />

En pocas horas fue <strong>de</strong>sbaratado Plasencia (que así se llamaba el general que <strong>de</strong>fendía<br />

[175] la puerta <strong>de</strong> Andalucía) y los franceses pisaron el glorioso campo <strong>de</strong> las Navas <strong>de</strong><br />

Tolosa, <strong>de</strong> Menjíbar y <strong>de</strong> Bailén. Menos afortunada yo, fui otra vez <strong>de</strong>tenida; y ahora el<br />

con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Montguyon, a quien Bour<strong>de</strong>soulle mandó situarse en Guarromán, mostró muy<br />

poco interés porque yo siguiera a<strong>de</strong>lante. Con todo, tales artes usé para sacar partido <strong>de</strong><br />

su caballería andante, que me libré <strong>de</strong> él muy lindamente. Por fin, el 6 <strong>de</strong> Junio entré en<br />

Córdoba, don<strong>de</strong> no me <strong>de</strong>tuve más que lo preciso.<br />

El 9 por la tar<strong>de</strong> vi a lo lejos una inmensa mole rojiza que iluminaban los rayos <strong>de</strong>l<br />

moribundo sol. Ante mí se extendían hermosas llanadas <strong>de</strong> trigo, como un campo <strong>de</strong><br />

oro, cuya reverberación amarilla ofendía a los ojos. Yo no había visto un cielo más<br />

alegre, ni un ambiente más respirable y que más embelesase los sentidos, ni un<br />

crepúsculo más <strong>de</strong>licioso. La enorme torre que se <strong>de</strong>stacaba a lo lejos sobre apretado<br />

caserío, y entre otras mil torres pequeñas, iba creciendo a medida que yo me acercaba y<br />

parecía venir a mi encuentro con gigantesco paso. La torre era la Giralda y la ciudad<br />

Sevilla. [176]<br />

- XXII -<br />

¡Sevilla! ¡De qué manera tan grata hería mi imaginación este nombre! ¡Qué<br />

i<strong>de</strong>alismo tan placentero <strong>de</strong>spertaba en mí! No creo que nadie haya entrado en aquel<br />

pueblo con indiferencia, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego aseguro que el que entre en Sevilla como si<br />

entrara en Pinto es un bruto. ¡El Burlador, D. Pedro el Cruel, Murillo! Bastan estas tres<br />

figuras para poblar el inmenso recinto que es en todas sus partes teatro <strong>de</strong> la novela y el<br />

drama, lienzo y marco <strong>de</strong> la pintura. ¡Y hasta las pinturas sagradas son allí voluptuosas!<br />

Para que nada le falte, hasta tiene a Manolito Gázquez, cuyas hipérboles graciosas han<br />

dado la vuelta a España, y parece que forman la base <strong>de</strong> la riqueza anecdótica nacional.


En Sevilla la noche y el día se disputan a cuál es más bello; pero cuando llega el<br />

rigor <strong>de</strong>l verano, vence irremisiblemente la noche, asumiendo todos los encantos <strong>de</strong> la<br />

naturaleza y <strong>de</strong> la poesía. Para ella son los <strong>de</strong>licados aromas <strong>de</strong> jazmines y rosas; para<br />

ella el picante [177] rumor <strong>de</strong> las conversaciones amorosas; para ella la dulce tibieza <strong>de</strong><br />

un ambiente que recrea y enamora, las quejumbrosas guitarras que expresan todo<br />

aquello a que no pue<strong>de</strong>n alcanzar las lenguas. Cuando yo llegué se <strong>de</strong>jaba sentir<br />

bastante el calor, sin ser insoportable; pero las noches eran <strong>de</strong>liciosas, un paraíso en el<br />

cual no se echaba <strong>de</strong> menos el sol.<br />

Me alojé en una hermosa posada <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Génova, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la noche <strong>de</strong> mi<br />

llegada vi a muchos diputados que moraban allí y a otros que iban a visitarles. Aquello<br />

era un hervi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> gente habladora, una olla puesta al fuego. Sus agitadas disputas, sus<br />

gestos, sus furores indicaban la gravedad <strong>de</strong> la situación.<br />

Vivían conmigo Argüelles, Canga Argüelles, Salvato, Flórez Cal<strong>de</strong>rón, el canónigo<br />

Villanueva y D. Cayetano Valdés el almirante. Iban a visitar a estos Galiano, Istúriz,<br />

Beltrán <strong>de</strong> Lis, D. Ángel <strong>de</strong> Saavedra, <strong>de</strong>spués duque <strong>de</strong> Rivas, y otros. Con algunos <strong>de</strong><br />

ellos tenía yo amistad. Oyéndoles supe que se había <strong>de</strong>scubierto una conspiración<br />

tramada por cierto general inglés llamado Downie, el mismo que había organizado una<br />

partida <strong>de</strong> combatientes en la guerra <strong>de</strong> la In<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia. La conspiración <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> ser<br />

muy inocente como todas las modas <strong>de</strong> aquel tiempo, y todo en ella fue <strong>de</strong> [178]<br />

sainete, hasta el <strong>de</strong>scubrimiento, hecho por un cirujano.<br />

Tan sólo <strong>de</strong>scansé en la noche <strong>de</strong> mi llegada, y el día siguiente, que era el 10 <strong>de</strong><br />

Junio, di principio a mis investigaciones, saliendo a hacer algunas visitas. Al pasar por<br />

las calles más principales experimentaba profunda emoción creyendo ver semblantes<br />

conocidos. Yo no sé qué había en aquella fisonomía <strong>de</strong> la multitud para turbarme tanto;<br />

pero esto pasa cuando lo que amamos se pier<strong>de</strong> en las oleadas <strong>de</strong>l gentío, al cual presta<br />

su rostro y su persona toda.<br />

Aprovechando bien el día pu<strong>de</strong> ver a muchas personas y dar con alguna que me<br />

indicó el domicilio <strong>de</strong> los marqueses <strong>de</strong> Falfán. Este era el principal objeto <strong>de</strong> mis<br />

impacientes ansias. Pero en aquel día 10 <strong>de</strong> Junio, precursor <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las fechas más<br />

célebres <strong>de</strong> nuestra historia, nadie hablaba <strong>de</strong> otra cosa que <strong>de</strong> política, <strong>de</strong> la resistencia<br />

<strong>de</strong>l Rey a trasladarse a Cádiz y <strong>de</strong>l empeño <strong>de</strong> los Ministros en llevárselo <strong>de</strong> grado o por<br />

fuerza. Advertí entonces que no era Sevilla población muy liberal, y que en la contienda<br />

entablada, la mayoría <strong>de</strong> los paisanos <strong>de</strong> Manolito Gázquez se ponían <strong>de</strong> parte <strong>de</strong>l Rey.<br />

Por un fenómeno extraño, la aristocracia aparecía más enemiga [179] <strong>de</strong>l absolutismo<br />

que el pueblo; pero esto no me causaba sorpresa, por haber observado el mismo<br />

contrasentido en Madrid.<br />

No pudiendo refrenar mi impaciencia, aquella misma noche fui a casa <strong>de</strong>l marqués<br />

<strong>de</strong> Falfán. Las visitas <strong>de</strong> noche son sumamente agradables en verano y en aquel país,<br />

contribuyendo a ello los frescos patios trocados en salones <strong>de</strong> tertulia. Nadie pue<strong>de</strong>, sin<br />

haber visto estos agradables recintos, formar i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> ellos y <strong>de</strong>l hermoso conjunto que<br />

presentan las plantas, la fuente <strong>de</strong> mármol con su murmurante surtidor, los espejos, los<br />

cuadros al mismo tiempo iluminados por las bujías y por el rayo <strong>de</strong> luna que penetra<br />

burlando el toldo, la dulce cháchara <strong>de</strong> las conversaciones, más dulce a causa <strong>de</strong>l<br />

gracioso ceceo bético, y por último, las lindas andaluzas que alegrarían un cementerio,<br />

cuanto más un patio <strong>de</strong> Sevilla.


Había pocas personas en casa <strong>de</strong> Falfán. Encontré a la Marquesa muy <strong>de</strong>smejorada y<br />

triste en gran manera, lo cual no sé si me causó pena o alegría. Creo que ambas cosas a<br />

la vez. Yo justifiqué mi viaje a Sevilla, suponiendo asuntos <strong>de</strong> intereses, y no me atreví<br />

a preguntar por él ni siquiera a nombrarle para que mi afectada indiferencia alejara todo<br />

recelo. Tenía esperanza <strong>de</strong> verle entrar en el patio [180] cuando menos lo pensase, y me<br />

preparaba para no turbarme en el momento <strong>de</strong> su aparición. Cualquier ruido <strong>de</strong> la puerta<br />

me hacía temblar, dándome los escalofríos propios <strong>de</strong> la pasión en acecho.<br />

Sin que me esté mal el <strong>de</strong>cirlo, y poniendo la verdad por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> todo, aun <strong>de</strong> la<br />

mo<strong>de</strong>stia, yo estaba guapísima aquella noche, vestida al estilo <strong>de</strong> París con una<br />

elegancia superior a cuanto veían mis ojos. Harto me lo probaban los <strong>de</strong> los caballeros<br />

allí presentes, que no se apartaban <strong>de</strong> mí, causando envidia a todas. Como los andaluces<br />

no son cortos <strong>de</strong> genio, aquella noche recibí galanterías y donaires para el año entero.<br />

Mi afán consistía en sacar alguna luz, algún dato, alguna noticia, <strong>de</strong> mi conversación<br />

con la marquesa <strong>de</strong> Falfán; pero fuese discreción suma o ignorancia <strong>de</strong> la hermosa<br />

dama, ello es que nada <strong>de</strong>jó compren<strong>de</strong>r. Hablaba lo menos posible, y con sus miradas<br />

lo mismo que con el sentido <strong>de</strong> sus palabras sólo una cosa me <strong>de</strong>cía claramente, es a<br />

saber: que me aborrecía <strong>de</strong> todo corazón. Yo, maestra consumada, disimulaba mejor que<br />

ella.<br />

El marqués <strong>de</strong> Falfán <strong>de</strong> los Godos, hablándome <strong>de</strong> política, me distrajo <strong>de</strong> esta<br />

batalla que yo daba a la taciturna reserva <strong>de</strong> [181] Andrea. Las aficiones que yo había<br />

mostrado en Madrid a las cosas públicas me perdieron entonces, porque el buen señor<br />

me atacó con verda<strong>de</strong>ra ferocidad <strong>de</strong> charlatanismo, <strong>de</strong>seando saber mi opinión sobre<br />

sucesos y personas. Mi fastidioso interlocutor era liberal templado, partidario <strong>de</strong> un<br />

justo medio, muy justamente mediano, y <strong>de</strong> las dos Cámaras y <strong>de</strong>l veto absoluto. Había<br />

tenido sus repulgos <strong>de</strong> masón, repetía los dichos <strong>de</strong> <strong>Martínez</strong> <strong>de</strong> la Rosa y era bastante<br />

volteriano en asuntos religiosos. Defendía al clero como fuerza política; pero se burlaba<br />

<strong>de</strong> los curas, <strong>de</strong>l Papa y aun <strong>de</strong>l dogma mismo, sin que esto fuera obstáculo para creer<br />

en la conveniencia <strong>de</strong> que hubiese muchos clérigos, muchos obispos, muchísimas misas<br />

y hasta Inquisición. En suma: las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong>l Marqués eran el capullo <strong>de</strong> don<strong>de</strong>, corriendo<br />

días, salió la mariposa <strong>de</strong>l partido mo<strong>de</strong>rado.<br />

Decir cuánto me mareó aquella noche fuera imposible. Tuve que saber cosas que a la<br />

verdad me interesaban poco; por ejemplo: que Calatrava, a la sazón presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l<br />

Ministerio, no era hombre apropiado a las circunstancias; que los masones primitivos o<br />

<strong>de</strong>scalzos estaban en gran pugna con los secundarios o calzados y ambos con los<br />

comuneros y carbonarios; [182] que los partidarios <strong>de</strong> San Miguel trabajaban por<br />

echarlo todo a per<strong>de</strong>r más <strong>de</strong> lo que estaba, y que cuando ocurrió el cambio <strong>de</strong><br />

Ministerio que había llevado al po<strong>de</strong>r a los amigos <strong>de</strong> Calatrava, se habían visto cosas<br />

muy feas. Exaltándose a medida que entraba en materia, me dijo que él (el marqués <strong>de</strong><br />

Falfán <strong>de</strong> los Godos) habría sido ministro si hubiera querido, cuando se negó a serlo<br />

Flores Estrada; pero que no quiso meterse en danzas; que él (el propio Marqués) había<br />

previsto los terribles sucesos que ya estaban cerca, y que la ruina <strong>de</strong>l pobre sistema era<br />

ya inminente y segura. Apoyábanle en esto todos los presentes, mientras yo me aburría<br />

a mis anchas oyéndole. Era para morir.<br />

Habiendo dicho uno <strong>de</strong> los tertulios que Su Majestad se negaría resueltamente a salir<br />

<strong>de</strong> Sevilla, el Marqués habló así:


-Pues el Gobierno insiste en llevárselo a Cádiz, ¡qué tontería!... y como el Rey insiste<br />

en no ir, el Gobierno piensa <strong>de</strong>clararle loco... ¡Loco Su Majestad, señores, el hombre<br />

más cuerdo <strong>de</strong> toda España, el único español que sabe a dón<strong>de</strong> va y por dón<strong>de</strong> ha <strong>de</strong> ir!<br />

Luego, dirigiéndose a mí y como quien habla en secreto, me dijo que Calatrava era<br />

un hombre atolondrado; Yandiola, Ministro <strong>de</strong> [183] Hacienda, una nulidad, y el <strong>de</strong> la<br />

Guerra, Sánchez Salvador, un insensato.<br />

Yo estaba nerviosa a más no po<strong>de</strong>r. Las palabras se me venían a la boca para<br />

contestarle <strong>de</strong> este modo:<br />

-¿Y a mí qué me cuenta usted <strong>de</strong> todo eso señor Marqués? ¿Qué me importa a mí<br />

que Calatrava sea un maja<strong>de</strong>ro, Yandiola y Sánchez Salvador dos maja<strong>de</strong>ros y usted<br />

más maja<strong>de</strong>ro que todos ellos?<br />

Pero con no poco trabajo me contenía. Obligada a <strong>de</strong>cir algo a causa <strong>de</strong> mi pícara<br />

reputación, me complacía en contra<strong>de</strong>cirle, <strong>de</strong> modo que todo lo que para él era blanco,<br />

yo lo veía negro. A cuantos el Marqués <strong>de</strong>nigró yo les supuse talentos <strong>de</strong>smedidos. En<br />

lo relativo a <strong>de</strong>clarar loco a Su Majestad, dije que me parecía el acto más cuerdo y<br />

acertado <strong>de</strong>l mundo.<br />

-Pero, señora -me dijo el Marqués-, esto equivale a <strong>de</strong>stronar a Su Majestad, porque<br />

si le <strong>de</strong>claran incapacitado para reinar...<br />

-Justamente, señor Marqués -repuse-. Le <strong>de</strong>stronan y luego le vuelven a entronizar;<br />

le quitan y le ponen, según conviene a las circunstancias. ¿Hay cosa más natural? ¿El<br />

Rey no abre y cierra las Cortes? Pues las Cortes abren o cierran al Rey cuando les<br />

acomoda.<br />

Tomaron a risa, como lo merecían, mis observaciones; [184] pero no por verme tan<br />

inclinada a las burlas, cejó Falfán en su fastidioso disertar.<br />

Entonces entró el príncipe <strong>de</strong> Anglona, personaje distinguido <strong>de</strong> la fracción <strong>de</strong><br />

<strong>Martínez</strong> <strong>de</strong> la Rosa y el duque <strong>de</strong>l Parque, cuya vista me causó gran<strong>de</strong> alegría. El<br />

Príncipe dijo que al día siguiente habría sesión muy interesante para discutir lo que<br />

<strong>de</strong>biera hacerse en virtud <strong>de</strong> la negativa <strong>de</strong>l Rey a salir <strong>de</strong> Sevilla. Yo le pedí una<br />

papeleta <strong>de</strong> tribuna al duque <strong>de</strong>l Parque y ofreció mandármela. Anglona se brindó a<br />

llevarme a Palacio. Formando mi plan para el día siguiente, <strong>de</strong>terminé ver a Su<br />

Majestad y asistir a la sesión <strong>de</strong> las Cortes, encendiendo <strong>de</strong> este modo una vela a San<br />

Miguel y otra al diablo.<br />

El duque <strong>de</strong>l Parque, cuando no podían oírlo los <strong>de</strong>más, me dijo con malignidad:<br />

-Mi secretario, a quien usted conoce, le llevará mañana la papeleta para la galería<br />

reservada <strong>de</strong> las Cortes.<br />

Al oír esto parece que se abrieron <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí los cielos. Mi alma se llenó <strong>de</strong><br />

alegría, que a no ser por el gran disimulo que eché sobre ella, como se echa hipocresía<br />

sobre un pecado, hubiera sido advertida por la concurrencia. Des<strong>de</strong> aquel momento todo<br />

se transformó a [185] mis ojos. Cuanto dijo el marqués <strong>de</strong> Falfán <strong>de</strong> los Godos lo


encontré discreto y agudo y sus maja<strong>de</strong>rías me parecieron prodigios <strong>de</strong> ingenio y<br />

perspicacia política. A todo le contesté, <strong>de</strong>splegando verbosidad abundante como en mis<br />

mejores tiempos <strong>de</strong> Madrid, emitiendo juicios picarescos y sentenciosos, juzgando a los<br />

personajes con graciosa malevolencia y retratándoles con breves rasgos <strong>de</strong> caricatura.<br />

Des<strong>de</strong> aquel momento tuve lo que me había faltado en toda la noche, ingenio. Respondí<br />

a las galanterías, supe marear a más <strong>de</strong> cuatro, mortifiqué a la Marquesa, alegré la<br />

reunión. Al retirarme no <strong>de</strong>jaba más que tristezas y presentimientos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí. Yo me<br />

llevaba todas las alegrías.<br />

- XXIII -<br />

Des<strong>de</strong> muy temprano me levanté, pues poco dormí aquella noche. Las noches <strong>de</strong><br />

Sevilla no parece que son, como las <strong>de</strong> otras partes, para dormir. Son para soñar en<br />

vela... Le aguardaba con tanta impaciencia, que a cada instante salía al balcón,<br />

esperando verle entre [186] la multitud que pasaba por la calle <strong>de</strong> Génova. De repente<br />

me anunciaron una visita. Creí verle entrar; salí corriendo; pero mi corazón dio un<br />

vuelco quedándose frío y quieto, cual si hubiera tropezado en una pared. Tenía <strong>de</strong>lante<br />

al príncipe <strong>de</strong> Anglona, un señor muy bueno, un caballero muy simpático, muy atento,<br />

pero cuya presencia me contrariaba extraordinariamente en aquel instante.<br />

Venía para llevarme al Alcázar.<br />

-Su Majestad -me dijo-, recibe ahora muy temprano. Anoche le manifesté que estaba<br />

usted aquí y me rogó que la llevase a su presencia hoy mismo.<br />

Yo quise hacer objeciones, pretextando la inusitada hora, pues no habían dado las<br />

once; pero nada me valió. Érame imposible resistir a aquella maja<strong>de</strong>ría insoportable que<br />

revestía las formas <strong>de</strong> la más <strong>de</strong>licada atención. Tampoco podía <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rme con dolor<br />

<strong>de</strong> cabeza, vapores u otros recursos que tenemos para tales trances. Humillé la frente<br />

como víctima expiatoria <strong>de</strong> las conveniencias sociales, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> arreglarme me<br />

dispuse a aceptar un puesto en la carroza <strong>de</strong>l Príncipe, no sin <strong>de</strong>jar antes a mi criada<br />

instrucciones muy prolijas para que <strong>de</strong>tuviera hasta mi vuelta al que forzosamente había<br />

<strong>de</strong> venir. Partí resuelta a hacer a Su Majestad [187] visita <strong>de</strong> médico. En aquella ocasión<br />

<strong>de</strong>ploré por primera vez que existieran Reyes en el mundo.<br />

Poca es la distancia que hay <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Génova al Alcázar. Antes <strong>de</strong> las doce<br />

estaba yo en la Cámara <strong>de</strong> Su Majestad y salía gozoso a saludarme el <strong>de</strong>scendiente <strong>de</strong><br />

cien Reyes, pegado a su regia nariz. No parecía nada contento; pero mostró mucho<br />

placer en verme, dándome a besar su mano y rogándome que me sentase a su lado.<br />

Tanta bondad que a cualquiera habría ensoberbecido, a mí me hizo muy poca gracia, y<br />

menos cuando con sus preguntas daba a enten<strong>de</strong>r que la visita sería larga.<br />

Fernando quiso saber por mí algunas particularida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la entrada <strong>de</strong> los franceses<br />

en Madrid, <strong>de</strong> la <strong>de</strong>fección <strong>de</strong> La Bisbal en Somosierra y <strong>de</strong> la <strong>de</strong>rrota <strong>de</strong> Plasencia en<br />

Despeñaperros. Yo contesté a todo, cuidando <strong>de</strong> la brevedad más que <strong>de</strong> otra cosa, y<br />

fingiéndome ignorante <strong>de</strong> varios hechos que sabía perfectamente; pero ninguna <strong>de</strong> estas


estratagemas me valía, porque Fernando VII, que en el preguntar había sido siempre<br />

absoluto, no se hartaba <strong>de</strong> oír contar cada paso <strong>de</strong>l ejército francés; y como a<strong>de</strong>más <strong>de</strong><br />

mis palabras, le recreaba bastante, como he dicho en otra ocasión, la boca que las <strong>de</strong>cía,<br />

<strong>de</strong> aquí que no llevara [188] camino <strong>de</strong> saciar en muchas horas la curiosidad <strong>de</strong> su<br />

entendimiento y la concupiscencia <strong>de</strong> sus voraces ojos.<br />

-¡Ay!, ¡qué felices son las repúblicas! -pensé-. Al menos, en ellas no hay Reyes<br />

pesados y preguntones que quieran saber noticias <strong>de</strong> la guerra a costa <strong>de</strong> la felicidad <strong>de</strong><br />

sus súbditos.<br />

Yo le miraba haciendo esfuerzos heroicos para disimular mi <strong>de</strong>scontento. Al<br />

respon<strong>de</strong>rle, <strong>de</strong>cía en mi interior:<br />

-Me alegraría <strong>de</strong> que te encerraran en una jaula como loco rematado.<br />

Él entonces, sin indicios <strong>de</strong> conocer mi cansancio, hablome así con cierto tono <strong>de</strong><br />

confianza:<br />

-Se empeñan en que me han <strong>de</strong> llevar a Cádiz, y yo me empeño en no salir <strong>de</strong><br />

Sevilla. Veremos si se atreven a llevarme a la fuerza o si yo cedo al fin.<br />

-No se atreverán, señor.<br />

-Ellos saben -continuó-; que en Cádiz hay una terrible epi<strong>de</strong>mia; pero eso no les<br />

importa. ¡A Cádiz <strong>de</strong> cabeza! ¿Nada importa, señores diputados, que yo y toda la real<br />

familia nos expongamos a perecer?... Veremos lo que <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> el Consejo...<br />

-Decidirá lo más conveniente. [189]<br />

-Yo les digo a esos señores: ¿Creen uste<strong>de</strong>s posible resistir a los franceses? No. Pues<br />

si al fin se ha <strong>de</strong> capitular, ¿no es mejor hacerlo en Sevilla?<br />

-Admirable raciocinio, señor.<br />

-Nada, a Cádiz, a Cádiz, y entretanto ni coches para el viaje, ni recursos...<br />

Parecía mortificado por dos o tres i<strong>de</strong>as fijas que agitadamente se sucedían en su<br />

mente y se enlazaban formando esa dolorosa serie <strong>de</strong> vibrantes círculos cerebrales que,<br />

si no producen la locura, la imitan. Me fue preciso en vista <strong>de</strong> tanta pesa<strong>de</strong>z, fingirme<br />

enferma y pedirle permiso para retirarme. Él entonces, ¡oh fiero y <strong>de</strong>scomunal tirano!,<br />

se empeñó en que me quedase en el Alcázar, don<strong>de</strong> se me prepararía habitación<br />

conveniente.<br />

-Te comprendo, déspota -dije para mí sofocando mi cólera.<br />

No había más remedio que ser huraña y <strong>de</strong>scortés, rehusando los obsequios y<br />

tapando mis oídos a preguntillas que empezaban a <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> ser políticas. Al retirarme,<br />

Su Majestad me dijo:<br />

-No saldré <strong>de</strong> Sevilla, no saldré... Veremos si se atreven.


-No se atreverán, señor -le respondí-. Vuestra Majestad podrá, con una firme<br />

voluntad, [190] <strong>de</strong>sbaratar las maquinaciones <strong>de</strong> los pérfidos.<br />

Estas vulgarida<strong>de</strong>s palaciegas le agradaban. Le <strong>de</strong>jé entregado a sus febriles<br />

inquietu<strong>de</strong>s y corrí a calmar las mías. Por el camino iba contando el tiempo<br />

transcurrido, que me parecía largo, como todo lo que prece<strong>de</strong> a la felicidad que se<br />

espera. Llegué a mi casa, subí precipitadamente, creyendo que él saldría a recibirme con<br />

los brazos abiertos; pero en mis habitaciones hallé un silencio y un vacío tristísimos...<br />

No estaba. Mi primer impulso fue <strong>de</strong> ira contra él por la audacia inaudita, por la infame<br />

crueldad <strong>de</strong> no estar allí; pero luego tornáronse contra el Rey mis furores, cuando<br />

Mariana, mi fiel criada, me dijo que el caballero se había cansado <strong>de</strong> esperar.<br />

-¿Luego ha estado aquí?<br />

-Sí señora; ha estado más <strong>de</strong> hora y media. No haría diez minutos que usted había<br />

salido, cuando entró...<br />

-¿Y no dijo que volvería?<br />

-No dijo nada más sino que tenía que ir a las Cortes.<br />

-Yo también tengo que ir a las Cortes -dije sintiéndome como una máquina loca que<br />

mueve a la vez, con precipitada carrera todas sus ruedas-. Vamos, vístete, Mariana, que<br />

no quiero per<strong>de</strong>r esa gran sesión. [191]<br />

Por no ir sola, yo llevaba siempre conmigo a mi leal criada, vestida <strong>de</strong> señora,<br />

imitando en esto la usanza francesa <strong>de</strong> las señoritas <strong>de</strong> compañía. Esto era sumamente<br />

cómodo para mí, porque me libraba <strong>de</strong> la necesidad <strong>de</strong> admitir en muchos casos la<br />

compañía <strong>de</strong> hombres importunos o antipáticos. En poco tiempo, haciendo yo <strong>de</strong><br />

sirviente y Mariana <strong>de</strong> señora, quedó vestida, no tan bien que se <strong>de</strong>sconociese su<br />

inferioridad con respecto a mí; pero con suficiente elegancia para po<strong>de</strong>r ir al lado mío.<br />

Muchos la creían hermana soltera o parienta pobre.<br />

- XXIV -<br />

Fuimos a las Cortes, que estaban en San Hermenegildo, en la calle <strong>de</strong> La Palma,<br />

frente a San Miguel. Difícil hallamos la entrada a causa <strong>de</strong> la mucha gente que llenaba<br />

la calle agolpándose en las puertas <strong>de</strong>l edificio como las apiñadas lapas en la roca.<br />

Mujeres menos resueltas que nosotras habrían vuelto la espalda; pero Mariana y yo<br />

sabíamos romper las cortezas <strong>de</strong>l vulgo y al fin nos abrimos paso, y entrando [192] con<br />

<strong>de</strong>senfado y pie ligero subimos a la galería. Des<strong>de</strong> antes <strong>de</strong> entrar en ella oímos la voz<br />

<strong>de</strong> un orador que resonaba en medio <strong>de</strong>l más imponente silencio.<br />

Mucho hubimos <strong>de</strong> bregar para encontrar asiento, pero al fin pidiendo mil veces<br />

perdón y oyendo murmullos <strong>de</strong> <strong>de</strong>scontento a un lado y otro logramos acomodarnos. Mi<br />

primer cuidado no fue aten<strong>de</strong>r a lo que aquel gran orador <strong>de</strong>cía, cosas sin duda


altamente dignas <strong>de</strong> aplauso; mi primer cuidado fue registrar con los ojos toda la galería<br />

reservada por ver si estaba allí quien me cautivaba más que los discursos. Pero ni a<br />

<strong>de</strong>recha ni a izquierda, ni <strong>de</strong>lante ni <strong>de</strong>trás le vi, con lo cual la gran pieza oratoria que se<br />

estaba pronunciando empezó a serme muy fastidiosa.<br />

-¿Quién habla? -pregunté a una señora vieja que estaba junto a mí.<br />

-Alcalá Galiano, el gran orador -repuso en tono <strong>de</strong> extrañeza por mi ignorancia.<br />

-¿Y <strong>de</strong> qué habla? -pregunté sin temor <strong>de</strong> que la señora vieja me creyera cerril.<br />

-¿De qué ha <strong>de</strong> hablar? Del suceso <strong>de</strong>l día.<br />

La señora volvió el rostro hacia el salón, <strong>de</strong>mostrando más interés por el discurso<br />

que por mis preguntas. Yo no quise molestar más, y traté <strong>de</strong> aten<strong>de</strong>r también. El orador<br />

hablaba [193] <strong>de</strong> la patria, <strong>de</strong>l inminente peligro <strong>de</strong> la patria, y <strong>de</strong> la salvación <strong>de</strong> la<br />

patria y <strong>de</strong> la gloria <strong>de</strong> la patria. Es el gran tema <strong>de</strong> todos los oradores, incluso los<br />

buenos. No he conocido a ningún político que no estropeara la palabra patriotismo hasta<br />

<strong>de</strong>jarla inservible, y en esto se me parecen a los malos poetas, que al nombrar<br />

constantemente en sus versos la inspiración, la lira, el estro, la musa ardiente, la<br />

fantasía, hablan <strong>de</strong> lo que no conocen.<br />

Alcalá Galiano era tan feo y tan elocuente como Mirabeau. Su figura, bien poco<br />

académica y su cara no semejante a la <strong>de</strong> Antinoo, se embellecían con la virtud <strong>de</strong> un<br />

talismán prodigioso, la palabra. Le pasaba lo contrario que a muchas personas <strong>de</strong><br />

admirable hermosura, las cuales se vuelven feas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que abren la boca. Aquel día, el<br />

joven diputado andaluz había tomado por su cuenta el llevar a<strong>de</strong>lante la hazaña más<br />

revolucionaria que registran nuestros anales.<br />

Los españoles sentían la comezón <strong>de</strong> <strong>de</strong>stronar algo, y el afán <strong>de</strong> probar la<br />

embriaguez revolucionaria que sin duda embelesa a los pueblos <strong>de</strong> Occi<strong>de</strong>nte como a<br />

los chinos el opio, y dijeron: «hagamos temblar a los Reyes, pues que ha llegado la hora<br />

<strong>de</strong> que los reyes tiemblen <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l pueblo...». Mas era aquí la [194] gente <strong>de</strong>masiado<br />

bondadosa para una calaverada sangrienta. En otra parte al ver al Rey sistemáticamente<br />

contrario a la Representación nacional, le hubieran cortado la cabeza; aquí le privaron<br />

<strong>de</strong>l uso <strong>de</strong> la razón temporalmente, diciendo: «Señor, vuestro <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> esperar aquí a<br />

los franceses nos prueba que estáis loco. Con arreglo a la Constitución <strong>de</strong>claramos que<br />

sois digno <strong>de</strong> un manicomio y <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r la autoridad real. Vámonos a Cádiz, y cuando<br />

estemos allí, os adornaremos <strong>de</strong> nuevo con vuestra cabal razón, y seguiremos partiendo<br />

un confite como hasta aquí».<br />

Admirable recurso habría sido este a mi parecer, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el punto <strong>de</strong> vista liberal,<br />

teniendo un gran ejército para reforzar el argumento en los campos <strong>de</strong> batalla. Sin<br />

fuerza, aquel hecho probaba que los diputados estaban más locos que el Rey, y así se lo<br />

dije a Falfán <strong>de</strong> los Godos. Con esto se compren<strong>de</strong> que el Marqués había entrado en la<br />

galería, colocándose <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí. Él ponía mucha más atención que yo al discurso y<br />

aun a los rumores que sonaban arriba y abajo.<br />

-Han llenado <strong>de</strong> gentuza la tribuna pública -me dijo en voz baja-, para que aplauda<br />

las atrocida<strong>de</strong>s que habla ese hombre.


No sé si era o no gente pagada, pero es lo [195] cierto que a cada párrafo coruscante,<br />

terminado en la salvación <strong>de</strong> la patria o en el afrentoso yugo <strong>de</strong> esta Nación heroica, la<br />

galería pública mugía como una tempestad cercana. ¡Qué rugidos, qué gestos <strong>de</strong> bárbaro<br />

entusiasmo, qué manera <strong>de</strong> apostrofar! Algunas señoras tuvieron miedo y se retiraron,<br />

lo cual me agradó en extremo, porque la tribuna se quedó muy holgada.<br />

-¿Piensa usted seguir hasta el fin? -me dijo el marqués <strong>de</strong> Falfán endulzando su<br />

mirada hasta un extremo empalagoso.<br />

-Estaré algún tiempo más -le dije-. No me he cansado todavía.<br />

Y miraba a diestra y siniestra esperando verle y no viéndole nunca. Los que me<br />

conocen compren<strong>de</strong>rán mi aburrimiento y pena. No hay tormento peor que tener<br />

ocupada la mente por una i<strong>de</strong>a fija que no pue<strong>de</strong> ser <strong>de</strong>sechada. Es una espina clavada<br />

en el cerebro, una acerada punta que hiere, y que sin embargo no se pue<strong>de</strong> ni se quiere<br />

arrancar. Yo procuraba distraerme <strong>de</strong> aquel a manera <strong>de</strong> dolor agudísimo, charlando con<br />

Falfán; pero no conseguí nada. La locura <strong>de</strong>l Rey, <strong>de</strong>clarada por una votación que iba a<br />

verificarse, la exaltación revolucionaria <strong>de</strong> los diputados, la elocuencia fascinadora <strong>de</strong><br />

Galiano, no bastaban a dar otra dirección a las fuerzas <strong>de</strong> mi espíritu. [196]<br />

-¿Y usted qué cree? -me preguntó el Marqués.<br />

-Yo no creo nada -respondí con el mayor hastío-. Si he <strong>de</strong> hablar con franqueza, nada<br />

<strong>de</strong> esto me importa gran cosa.<br />

-¡Que <strong>de</strong>claren loco a Su Majestad!...<br />

-Lo mismo que si lo <strong>de</strong>clararan cuerdo... Yo soy así... Parece que se cansan -añadí<br />

reparando que se suspendían los discursos.<br />

-Es que ahora va una comisión <strong>de</strong> las Cortes al Alcázar a intimar al Rey. Si no se<br />

resigna a salir...<br />

-¿Habrá más discursos?<br />

-Las Cortes están en sesión permanente. Después vendrá lo más interesante, lo más<br />

dramático; yo no pienso moverme <strong>de</strong> aquí.<br />

-Su Majestad ha <strong>de</strong> respon<strong>de</strong>r que no sale <strong>de</strong> Sevilla. Me lo ha dicho esta mañana, y<br />

aunque no tengo gran fe en su palabra, parece que por esta vez va a cumplir lo que dice.<br />

-Lo mismo creo, señora. En ese caso, las Cortes, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> este respiro que ahora se<br />

dan, están dispuestas a poner en ejecución el artículo 187 <strong>de</strong> la Constitución...<br />

-¿Y qué dice ese artículo?...<br />

En el momento <strong>de</strong> formular esta pregunta me estremecí toda, y me pasó por <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong> [197] los ojos una claridad relampagueante. Le vi: había entrado en la tribuna<br />

inmediata y volvía sus ojos en todas direcciones, como buscándome. Des<strong>de</strong> aquel


instante las palabras <strong>de</strong>l Marqués no fueron para mí sino un zumbido <strong>de</strong> moscardón...<br />

Por fin sus ojos se encontraron con los míos.<br />

-¡Gracias a Dios! -le dije, empleando tan sólo el lenguaje <strong>de</strong> las pupilas.<br />

El Marqués seguía hablando. Para que no <strong>de</strong>scubriese mi turbación, ni se enojase al<br />

verme tan distraída, le pregunté <strong>de</strong> nuevo:<br />

-¿Y qué dice ese artículo?<br />

-Si se lo he explicado a usted -repuso-. Sin duda no me presta atención. Es usted muy<br />

distraída.<br />

-¡Ah!, sí... estaba pensando en ese pobre Fernando.<br />

-El mejor procedimiento, a mi modo <strong>de</strong> ver -manifestó Falfán <strong>de</strong> los Godos<br />

gravemente- sería...<br />

-¡Que le cortaran la cabeza! -indiqué mostrándome, sin cuidarme <strong>de</strong> ello, tan<br />

revolucionaria como Robespierre.<br />

-¡Qué cosas tiene usted! -exclamó el Marqués, riendo.<br />

Y siguió hablándome, hablándome, es <strong>de</strong>cir, zumbando como un abejorro. Pasados<br />

diez [198] minutos, creí conveniente dirigirle otra vez la palabra, y repetí mi preguntilla.<br />

-¿Y qué dice ese artículo?<br />

-Por tercera vez se lo diré a usted.<br />

Entonces me fue forzoso <strong>de</strong>dicarle un pedacito <strong>de</strong> atención.<br />

-El artículo 187 dice poco más o menos que cuando se consi<strong>de</strong>re a Su Majestad<br />

imposibilitado moralmente para ejercer las funciones <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r ejecutivo, se nombre<br />

una Regencia...<br />

-¿Cómo la <strong>de</strong> Urgel?<br />

-Una Regencia constitucional, señora, que <strong>de</strong>sempeñe aquellas funciones...<br />

-¡Oh!, señor Marqués, en todo soy <strong>de</strong> la misma opinión <strong>de</strong> usted -exclamé con<br />

artificiosa admiración-. En pocos hombres he visto un juicio tan claro para hacerse<br />

cargo <strong>de</strong> los sucesos.<br />

Miré a Salvador. Pareciome que con los expresivos ojos me <strong>de</strong>cía: «Salgamos». Y al<br />

mismo tiempo salía.<br />

-Yo me retiro, señor Marqués -dije <strong>de</strong> improviso levantándome.


-Señora: ¡se marcha usted en el momento crítico! -exclamó con asombro y pena-. Se<br />

van a reanudar estas interesantes discusiones. ¡Qué discursos vamos a oír!<br />

-Estoy fatigada. Hace mucho calor. [199]<br />

-Sin embargo...<br />

Mientras en el salón resonaba un rumor sordo como el anuncio <strong>de</strong> furibunda<br />

tempestad parlamentaria, Mariana y yo nos dispusimos a salir; pero en el mismo<br />

instante, ¡oh contrariedad imprevista!, multitud <strong>de</strong> caballeros y señoras entraron en la<br />

tribuna. Eran los que habían salido durante el período <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso, que regresaban a sus<br />

puestos para disfrutar <strong>de</strong> la parte dramática <strong>de</strong> la sesión. A<strong>de</strong>más, numeroso gentío<br />

recién venido se apiñaba en la puerta. No era posible salir.<br />

-Señora -me dijo el Marqués-, ya ve usted que no es fácil la salida. No pierda usted<br />

su asiento. Esto acabará pronto.<br />

No tuve más remedio que quedarme. Caí en mi asiento como un reo en su banquillo<br />

<strong>de</strong> muerte. Lo que principalmente me apenaba era que entre la multitud había<br />

<strong>de</strong>saparecido el que bastaba a alegrar o entristecer mi situación. En la muralla <strong>de</strong> rostros<br />

humanos, ávidos <strong>de</strong> curiosidad, no estaba su rostro ni otro ninguno que se le pareciese.<br />

-Sin duda me aguarda fuera -pensé-. ¡Qué <strong>de</strong>sesperación! ¡Cuándo acabará esta<br />

farsa!... [<strong>20</strong>0]<br />

- XXV -<br />

-La comisión que fue con el mensaje a Palacio -dijo el Marqués alargando su rostro<br />

para abarcar con una mirada todo el salón-, ha vuelto y va a manifestar la respuesta <strong>de</strong><br />

Su Majestad.<br />

-Que le maten <strong>de</strong> una vez -indiqué en voz baja-. ¿Dice usted, señor Marqués, que<br />

esto acabará pronto?<br />

-Quizás no. Me parece que tendremos para un rato. Cosas tan graves no se <strong>de</strong>spachan<br />

en un credo.<br />

Pensé que se me caía el cielo encima. El profundo silencio que reinó durante un rato<br />

en aquel recinto, obligome a aten<strong>de</strong>r brevemente a lo que abajo pasaba. Un diputado en<br />

quien reconocí al almirante Valdés, tomó la palabra.<br />

Pudimos oír claramente las palabras <strong>de</strong>l marino al <strong>de</strong>cir: «Manifesté a Su Majestad<br />

que su conciencia quedaba salva, pues aunque como hombre podía errar, como Rey<br />

constitucional no tenía responsabilidad alguna; que escuchase la voz <strong>de</strong> sus consejeros y<br />

<strong>de</strong> los representantes [<strong>20</strong>1] <strong>de</strong>l pueblo, a quienes incumbía la salvación <strong>de</strong> la patria. Su<br />

Majestad respondió: He dicho, y volvió la espalda.


Cuando estas últimas palabras resonaron en el salón, un rumor <strong>de</strong> olas agitadas se<br />

oyó en las tribunas, olas <strong>de</strong> patriótico frenesí que fueron encrespándose y mugiendo<br />

poco a poco hasta llegar a un estruendo intolerable.<br />

-Todos esos que gritan están pagados -me dijo el Marqués.<br />

Entonces miré hacia atrás, pues no podía vencer el hábito adquirido <strong>de</strong> explorar a<br />

cada instante la muchedumbre, y le vi. Estaba en la postrera fila: apenas se distinguía su<br />

rostro.<br />

-¡Ah! -exclamé para mí con gozo-. ¡No me has abandonado! Gracias, querido amigo.<br />

Advertí que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el apartado sitio don<strong>de</strong> se encontraba atendía a la sesión con toda<br />

su alma. Mi pensamiento <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> estar don<strong>de</strong> estaba el suyo, y atendí también. Segura<br />

<strong>de</strong> tenerle cerca; segura <strong>de</strong> que fiel y cariñoso me aguardaba, pu<strong>de</strong> tranquilamente fijar<br />

mi espíritu en aquella turbulenta parte <strong>de</strong> la sesión, y en el orador que hablaba. Era otra<br />

vez Galiano. Su discurso que en otra ocasión me hubiera fastidiado, entonces me<br />

pareció elocuente y arrebatador.<br />

¡Qué modo <strong>de</strong> hablar, qué elegancia <strong>de</strong> frase, [<strong>20</strong>2] qué fuerza <strong>de</strong> pensamiento y <strong>de</strong><br />

estilo, qué a<strong>de</strong>mán tan vigoroso, qué voz tan conmovedora! Siendo mis i<strong>de</strong>as tan<br />

contrarias a las suyas entonces, no pu<strong>de</strong> resistir al <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> aplaudirle, enojando mucho<br />

al Marqués con mi llamarada <strong>de</strong> entusiasmo.<br />

-¡Oh, señor Marqués! -le dije-. ¡Qué lástima que este hombre no hable mal! ¡Cuánto<br />

crecería el prestigio <strong>de</strong>l realismo si sus enemigos carecieran <strong>de</strong> talento!...<br />

Los argumentos <strong>de</strong>l orador eran incontestables <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la situación y <strong>de</strong>l artículo<br />

187 que intentaban aplicar. «No queriendo Su Majestad, <strong>de</strong>cía, ponerse en salvo, y<br />

pareciendo a primera vista que Su Majestad quiere ser presa <strong>de</strong> los enemigos <strong>de</strong> la<br />

patria, Su Majestad no pue<strong>de</strong> estar en el pleno uso <strong>de</strong> su razón. Es preciso, pues,<br />

consi<strong>de</strong>rarle en un estado <strong>de</strong> <strong>de</strong>lirio momentáneo, en una especie <strong>de</strong> letargo pasajero...<br />

Estas palabras compendiaban todo el plan <strong>de</strong> las Cortes. Un Rey constitucional que<br />

quiere entregarse al extranjero está forzosamente loco. La Nación lo <strong>de</strong>clara así y se<br />

pasa sin Rey durante el tiempo que necesita para obrar con libertad. ¡Singular<br />

<strong>de</strong>capitación aquella! Hay distintas maneras <strong>de</strong> cortar la cabeza, y es forzoso confesar<br />

que la adoptada [<strong>20</strong>3] por los liberales españoles tiene cierta gran<strong>de</strong>za moral y filosófica<br />

digna <strong>de</strong> admiración. «Antes que arrancar <strong>de</strong> los hombros una cabeza que no se pue<strong>de</strong><br />

volver a poner en ellos, dijeron, arranquémosle el juicio, y tomándonos la autoridad<br />

real, la persona jurídica, podremos <strong>de</strong>volverlas cuando nos hagan falta».<br />

Yo miraba a cada rato a mi adorado amigo, y con los ojos le <strong>de</strong>cía:<br />

-¿Qué piensas tú <strong>de</strong> estos enredos? Luego hablaremos y se ajustarán las cuentas,<br />

caballerito.<br />

No duró mucho el discurso <strong>de</strong> Galiano, porque aquello era como lo muy bueno,<br />

corto, y habían llegado los momentos en que la economía <strong>de</strong> palabras era una gran<br />

necesidad. Cuando concluyó, las tribunas prorrumpieron en locos aplausos. Entre las


palmadas, semejantes por su horrible chasquido a una lluvia <strong>de</strong> piedras, se oían estas<br />

voces: «¡A nombrar la Regencia! ¡A nombrar la Regencia!».<br />

-Señora -me dijo el Marqués horrorizado-, estamos en la Convención francesa. Oiga<br />

usted esos gritos salvajes, esa coacción bestial <strong>de</strong> la gente <strong>de</strong> las galerías.<br />

-Van a nombrar la Regencia.<br />

-Antes votarán la proposición <strong>de</strong> Galiano. ¡Atentado sacrílego, señora! Me parece<br />

que asisto [<strong>20</strong>4] a la votación <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> Luis XVI.<br />

-¡Qué exageración!<br />

-Señora -añadió con solemne acento-. Estamos presenciando un regicidio.<br />

Yo me eché a reír. Falfán, enfureciéndose por el regicidio que se perpetraba a sus<br />

ojos, e increpando en voz baja a la plebe <strong>de</strong> las galerías, era soberanamente ridículo.<br />

-Lo que más me indigna -exclamó pálido <strong>de</strong> ira-, es que no <strong>de</strong>jen hablar a los que<br />

opinan que Su Majestad no <strong>de</strong>be ser <strong>de</strong>stronado.<br />

En efecto: con los gritos <strong>de</strong> ¡fuera!, ¡que se calle!, ¡a votar!, ahogaban la voz <strong>de</strong> los<br />

pocos que abrazaron la causa <strong>de</strong>l Rey. La Presi<strong>de</strong>ncia y la mayoría, interesadas en que<br />

las tribunas gritasen, no ponían veto a las <strong>de</strong>mostraciones. Veíase al alborotado público<br />

agitando sus cien cabezas y vociferando con sus cien bocas. En la primera fila los<br />

brazos gesticulaban señalando o amenazando, o golpeaban el antepecho con las bárbaras<br />

manos que más bien parecían patas. Muchas señoras <strong>de</strong> la tribuna reservada se<br />

acobardaron y diose principio al solemne acto <strong>de</strong> los <strong>de</strong>smayos. Esto fue circunstancia<br />

feliz, porque la tribuna empezó a <strong>de</strong>spejarse un poco, haciendo menos difícil la salida.<br />

-Señor Marqués -dije tomando la resolución [<strong>20</strong>5] <strong>de</strong> marcharme-. Me parece que es<br />

bastante ya.<br />

-¿Se va usted? Si falta lo mejor, señora.<br />

-Para mí lo mejor está fuera. Aquí no se respira. Adiós.<br />

-Que van a votar. Que vamos a ver quiénes son los que se atreven a sancionar con su<br />

nombre este horrible atentado.<br />

-Ahí tiene usted una cosa que a mí no me importa mucho. ¿Qué quiere usted?, yo soy<br />

así. Dormiré muy bien esta noche sin saber los nombres <strong>de</strong> los que dicen sí.<br />

-Pues yo no me voy sin saberlo. Quiero ver hasta lo último; quiero ver remachar los<br />

clavos con que la Monarquía acaba <strong>de</strong> ser crucificada.<br />

-Pues que le aproveche a usted, señor Marqués... Veo que ya se pue<strong>de</strong> salir. Adiós,<br />

tantas cosas a la Marquesa. Ya sabe que la quiero.


No hice muy larga la <strong>de</strong>spedida por temor a que tuviese la <strong>de</strong>plorable ocurrencia <strong>de</strong><br />

acompañarme. Salí. ¡Ay!, aquella libertad me supo a gloria. ¡Con qué placentero<br />

<strong>de</strong>sahogo respiraba! Al fin iba a satisfacer mi <strong>de</strong>seo, la sed <strong>de</strong> mis ojos y <strong>de</strong> mi alma,<br />

que ha tiempo no vivían sino a medias. Des<strong>de</strong> que salí a los pasillos le vi allá lejos<br />

esperándome. Hízome una [<strong>20</strong>6] seña y ambos procuramos acercarnos el uno al otro,<br />

cortando el apretado gentío que salía. Pero cuando estaba a seis pasos <strong>de</strong> él, sentí <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong> mí la áspera voz <strong>de</strong> Falfán, la cual me hizo el efecto <strong>de</strong> un latigazo. Volvime y vi su<br />

sonrisa y sus engomados bigotes que yo creía haber perdido <strong>de</strong> vista por muchos días.<br />

-Señora, no se me escape usted -me dijo, ofreciéndome su brazo-. He salido porque<br />

la votación no es nominal. Esos pícaros han votado levantándose <strong>de</strong> su asiento... ¡qué<br />

escándalo!... ¡Votar así un acuerdo tan grave!... ¡Tienen vergüenza y miedo!... ya se<br />

ve... Tome usted mi brazo, señora.<br />

La importuna presencia <strong>de</strong>l estafermo me <strong>de</strong>jó fría. No tuve otro remedio que apoyar<br />

mi mano en su brazo y salir con él. Frente a nosotros vi a Salvador, que me pareció no<br />

menos contrariado que yo.<br />

-Querido Monsalud -le dijo el Marqués-, ¿ha visto usted la sesión? ¡Gran escena <strong>de</strong><br />

teatro! Me parece que correrá sangre.<br />

No recuerdo lo que ambos hablaron mientras bajamos a la calle. Me daban ganas <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>sasirme <strong>de</strong>l brazo <strong>de</strong>l Marqués, y empujarle con todas mis fuerzas para que fuera<br />

rodando por la escalera abajo, que era bastante pendiente. [<strong>20</strong>7] Pero me fue forzoso<br />

tener paciencia y esperar, fiando en que el insoportable intruso nos <strong>de</strong>jaría solos al<br />

llegar a la calle. ¡Vana ilusión! Sin duda se habían conjurado contra mí todas las<br />

potencias infernales. El marqués <strong>de</strong> Falfán, empleando su relamido tono, que a mí me<br />

sonaba a esquilón rajado, me dijo:<br />

-Ahora, dígnese usted aceptar mi coche y la llevaré a su casa.<br />

-Si yo no voy a mi casa -repuse vivamente-. Voy a visitar a una amiga... o quizás<br />

como ya es tar<strong>de</strong> y no hace calor, daremos Mariana y yo un paseo.<br />

-Bien, a don<strong>de</strong> quiera usted que vaya la acompañaré -dijo el Marqués con la<br />

inexorable resolución <strong>de</strong> un hado funesto-. Y usted, Salvador, ¿a dón<strong>de</strong> va?<br />

-Tengo que ver a un amigo junto a San Telmo.<br />

-Entonces no digo nada. Si va usted en esa dirección no puedo llevarle. Y usted,<br />

Jenara, ¿a dón<strong>de</strong> quiere que la lleve?<br />

-Mil gracias, un millón <strong>de</strong> gracias, señor Marqués -repuse-. El movimiento <strong>de</strong>l coche<br />

me marea un poco. Me duele la cabeza y necesito respirar libremente y hacer algo <strong>de</strong><br />

ejercicio. Mariana y yo nos iremos a dar una vuelta por la orilla <strong>de</strong>l río. [<strong>20</strong>8]<br />

Bien sabía yo que el señor Marqués no gustaba <strong>de</strong> pasear a pie y que en aquellos días<br />

estaba medianamente gotoso. Yo no quería que <strong>de</strong> ningún modo sospechase Falfán que<br />

Salvador y yo necesitábamos estar solos. Al indicar yo que iría a pasear por la orilla <strong>de</strong>l


ío, claramente <strong>de</strong>cía a mi amado: -Ve allá y espérame, que voy corriendo, luego que me<br />

sacuda este abejón.<br />

Comprendiéndome al instante, por la costumbre que tenía <strong>de</strong> estudiar sus lecciones<br />

en el hermoso libro <strong>de</strong> mis ojos, se <strong>de</strong>spidió. Bien claro leí yo también en los suyos esta<br />

respuesta: «Allá te espero: no tar<strong>de</strong>s».<br />

Luego que nos quedamos solos, el Marqués reiteró sus ofrecimientos. Parecía que no<br />

rodaba en el mundo más carruaje que el suyo según la oficiosidad con que lo ponía a mi<br />

disposición.<br />

-La tar<strong>de</strong> está hermosa. Deseo pasear un poco a pie, repetí, como quien ahuyenta una<br />

mosca.<br />

-Pues entonces -me contestó estrechándome la mano-, no quiero alejarme <strong>de</strong> aquí;<br />

aún <strong>de</strong>be pasar algo importante. A los pies <strong>de</strong> usted, señora.<br />

Al fin... al fin me soltó aquel gavilán <strong>de</strong> sus impías garras... Mariana y yo nos<br />

dirigimos [<strong>20</strong>9] apresuradamente a la margen <strong>de</strong>l Guadalquivir.<br />

-¡Ahora si que no te me escapas, amor! -pensaba yo.<br />

- XXVI -<br />

Cuán largo me pareció el camino. Mariana y yo íbamos con más prisa <strong>de</strong> la que a dos<br />

señoras como nosotras convenía. Pero aun conociendo que parecíamos gente <strong>de</strong> poco<br />

más o menos, cuando vi la Torre <strong>de</strong>l Oro, los palos <strong>de</strong> los barcos y los árboles que<br />

adornan la orilla, avivé más el paso. No faltaba gente en aquellos <strong>de</strong>liciosos sitios; mas<br />

esto me importaba poco.<br />

-Vamos hacia San Telmo -dije a Mariana-. Creo que es aquel edificio que se ve más<br />

abajo entre los árboles.<br />

-Aquel es.<br />

-Mira tú hacia la izquierda y yo miraré hacia a<strong>de</strong>lante para que no se nos escape.<br />

Dijo que me esperaría en San Telmo.<br />

-Ya le veo, señora. Allí está.<br />

Mariana le distinguió a regular distancia y [210] yo también le vi. Me aguardaba<br />

puntualmente.<br />

-¡Ah, bribón, ya eres mío! -pensé, <strong>de</strong>teniendo el paso, segura al fin <strong>de</strong> que no se me<br />

escaparía.


Él miraba hacia la puerta <strong>de</strong> Jerez, como si nos aguardara por allí. Avanzamos<br />

Mariana y yo, dando un pequeño ro<strong>de</strong>o para acercarnos a él por <strong>de</strong>trás, y sorpren<strong>de</strong>rle,<br />

sacudiéndole el polvo <strong>de</strong> los hombros con nuestros abanicos. Yo sonreía.<br />

Distábamos <strong>de</strong> él unos diez pasos, cuando sentí que me llamaban.<br />

-¡Jenara, Jenara! -oí <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí, sin po<strong>de</strong>r precisar en el primer instante a quién<br />

pertenecía aquella horrible e importuna voz.<br />

Volvime y el coraje me clavó los pies en el suelo. Era el marqués <strong>de</strong> Falfán <strong>de</strong> los<br />

Godos, que venía hacia mí sonriendo y cojeando. Tan confundida estaba que no le pu<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>cir nada ni contestar a sus empalagosos cumplidos.<br />

-Vaya que ha corrido usted, amiguita -me dijo-. Yo acabo <strong>de</strong> llegar en coche... Es<br />

que en el momento <strong>de</strong> separarnos se me ocurrió una cosa...<br />

-¿Qué cosa?<br />

-Pa<strong>de</strong>cí un gran olvido -dijo relamiéndose-. Dispénseme usted. Como usted dijo que<br />

venía a pasear a este sitio... [211]<br />

-¿Y qué?... ¿qué?... ¿qué?<br />

Según me dijo <strong>de</strong>spués Mariana, yo echaba fuego por los ojos.<br />

-Que olvidé ofrecerme a usted para una cosa que, sin duda, le será muy agradable.<br />

-Señor Marqués, usted se burla <strong>de</strong> mí.<br />

-¡Burlarme! No, hija mía: al punto que nos separamos, dije para mí: «¡Qué <strong>de</strong>satento<br />

he sido!». Puesto que va al río, <strong>de</strong>bí brindarme a acompañarla para ver el vapor y<br />

mostrarle ese prodigio <strong>de</strong> la industria <strong>de</strong>l hombre.<br />

-¡Usted está loco, sin duda! -afirmé ocultando todo lo posible mi <strong>de</strong>specho-; ¿qué es<br />

eso <strong>de</strong>l vapor? No entiendo una palabra.<br />

-¡El vapor, señora! Es lo que más llama la atención <strong>de</strong> todo Sevilla en estos días.<br />

-¿Y qué me importa? -dije bruscamente siguiendo mi camino.<br />

-Dispénseme usted si la he ofendido -añadió el Marqués siguiéndome-; pero como<br />

venía usted a pasear al río, y como yo tengo entrada libre siempre que quiero en esa<br />

prodigiosa máquina, creí que la complacería a usted apresurándome a mostrársela.<br />

-¿Qué máquina es esa? -le pregunté <strong>de</strong>teniéndome.<br />

Al <strong>de</strong>cir esto había perdido <strong>de</strong> vista al imán <strong>de</strong> mi vida. [212]<br />

-Mire usted hacia allá junto a la Torre <strong>de</strong>l Oro.


Miré, y en efecto vi un buque <strong>de</strong> forma extraña, con una gran chimenea que arrojaba<br />

negro y espeso humo. Sus palos eran pequeños y sobre el casco sobresalía una armazón<br />

bastante parecida a una balanza.<br />

-¿Qué es eso? -pregunté al Marqués.<br />

-El vapor, una invención maravillosa, señora. Esos ingleses son el Demonio. Ya sabe<br />

usted que hay unas máquinas que llaman <strong>de</strong> vapor, porque se mueven por medio <strong>de</strong><br />

cierto humo blanquecino que va enredando <strong>de</strong> tubo en tubo...<br />

-Ya sé...<br />

-Pues los ingleses han aplicado esta máquina a la navegación, y ahí tiene usted un<br />

barco con ruedas que corre más que el viento y contra el viento. Esto cambiará la faz <strong>de</strong>l<br />

mundo. Yo lo he predicho y no me equivocaré.<br />

Mirando hacia la máquina prodigiosa, vi a Salvador que se dirigía hacia la Torre <strong>de</strong>l<br />

Oro. Veámoslo <strong>de</strong> cerca, señor Marqués -dije marchando hacia allá-. Verda<strong>de</strong>ramente,<br />

ese barco con ruedas es una maravilla.<br />

-Creo que ahora va a dar un par <strong>de</strong> vueltas por el río, para que lo vean Sus Altezas<br />

Reales [213] que están, si no me engaño, en la Torre <strong>de</strong>l Oro.<br />

-Corramos.<br />

-¡Va toda la gente hacia allá! Descui<strong>de</strong> usted, podremos entrar, si usted quiere. El<br />

capitán es muy amigo mío y los consignatarios son mis banqueros.<br />

-¿De quién es esa máquina?<br />

-De una sociedad inglesa. De veras hubiera sentido mucho no mostrársela a usted<br />

esta tar<strong>de</strong>. Cuando me acordé, faltábame tiempo para acudir a reparar mi grosería.<br />

-Gracias, señor Marqués.<br />

Dejé <strong>de</strong> ver entonces la luz <strong>de</strong> mi vida. Mi corazón se llenó <strong>de</strong> angustia.<br />

-Yo estaba seguro <strong>de</strong> agradar a usted -me dijo Falfán-. Es un asombro ese buque.<br />

-Un asombro, sí: apresuremos el paso.<br />

-Si no se nos ha <strong>de</strong> marchar.<br />

-¡Que se nos pier<strong>de</strong> <strong>de</strong> vista, que se nos va! -exclamé yo sin saber lo que <strong>de</strong>cía.<br />

-Señora, si está anclado... Po<strong>de</strong>mos verlo con toda calma.<br />

Nos acercamos a la Torre <strong>de</strong>l Oro, junto a la cual estaba la nave maravillosa. Tenía<br />

dos ruedas como las <strong>de</strong> un batán, resguardadas por gran<strong>de</strong>s cajones <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra pintados<br />

<strong>de</strong> blanco, con chimenea negra y alta en cuyo centro estaba [214] la máquina, toda


grasienta y ahumada como una cocina <strong>de</strong> hierro, y el resto no ofrecía nada <strong>de</strong> particular.<br />

De sus entrañas negras salía una especie <strong>de</strong> aliento ardoroso y retumbante, cuyo vaho<br />

causaba vértigos. De repente daba unos silbidos tan fuertes que era preciso taparse los<br />

oídos. En verdad aquella máquina infundía miedo. Yo no lo tuve porque no podía fijar<br />

en ella resueltamente la atención.<br />

-¿Se atreve usted a entrar? -me dijo el Marqués.<br />

Yo miré a todos lados y vi reaparecer a mi amor perdido, saliendo <strong>de</strong> entre la<br />

muchedumbre, como el sol <strong>de</strong> entre las nubes.<br />

-No señor, yo me mareo sólo <strong>de</strong> ver un barco -respondí a Falfán-. Estoy satisfecha<br />

con admirar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> fuera esta hermosa invención, y le doy a usted las gracias.<br />

Yo hubiera dado no sé qué porque el vapor echase a andar hacia la eternidad<br />

llevándose <strong>de</strong>ntro al marqués <strong>de</strong> Falfán <strong>de</strong> los Godos.<br />

-¡Oh! -exclamó él-, embarquémonos. Yo le garantizo a usted que no se marea.<br />

Daremos un paseo hasta Aznalfarache. Vea usted cuántas personas entran.<br />

-Pues yo no me <strong>de</strong>cido. Pero no se prive usted por mí <strong>de</strong>l gusto <strong>de</strong> embarcarse.<br />

A<strong>de</strong>ntro, señor mío. Yo me voy a mi casa. [215]<br />

-¡Ah!, no consiento yo que usted vaya sola a su casa -dijo con una galantería cruel<br />

que me asesinaba-. Yo la acompañaré.<br />

-Gracias, gracias... no necesito compañía.<br />

-Es que yo no puedo permitir...<br />

De buena gana habría cogido al Marqués por el pescuezo como se coge a un pollo<br />

<strong>de</strong>stinado a la cazuela, y le hubiera estrangulado con mis propias manos; ¡tal era mi<br />

rabia!<br />

-Al menos -añadió-, ya que lo hemos visto por la popa, vamos a verlo también por la<br />

proa.<br />

Al <strong>de</strong>cir esto el Marqués dirigió sus miradas hacia la Maestranza, y sus i<strong>de</strong>as<br />

variaron <strong>de</strong> súbito.<br />

-Vamos: por allí viene mi señora esposa -dijo señalando-. ¿La ve usted? Por último<br />

se ha atrevido a salir a paseo, aunque no está bien <strong>de</strong> salud.<br />

Miré y vi a la marquesa <strong>de</strong> Falfán que venía con otra señora. También ellas, atraídas<br />

por la curiosidad, se dirigían hacia la Torre <strong>de</strong>l Oro.<br />

-Aguar<strong>de</strong>mos aquí -me dijo el Marqués sonriendo-. Veremos si pasa sin notar que<br />

estamos aquí.


Andrea y su amiga estaban ya cerca <strong>de</strong> nosotros, cuando Salvador pasó junto a ellas,<br />

[2<strong>16</strong>] se <strong>de</strong>tuvo, las saludó y continuó andando a su lado. Nos reunimos los cinco.<br />

-¿También tú vienes a ver el vapor? -exclamó Falfán riendo-. Ya te dije que era una<br />

maravilla. Y usted, Sra. Dª María Antonia, ¿también viene a ver el vaporcito? Y usted<br />

Salvador no quiere ser menos. El que <strong>de</strong>see entrar que lo diga, y nos embarcaremos.<br />

-¿Yo?... -dijo la Marquesa <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> saludarme-. Tengo miedo. Dicen que revienta<br />

la cal<strong>de</strong>ra cuando menos se piensa.<br />

-¿De modo que eso tiene una cal<strong>de</strong>ra, como las fábricas <strong>de</strong> jabón? -preguntó D.ª<br />

María Antonia llevando a sus ojos el lente que usaba.<br />

-¿Entran uste<strong>de</strong>s, sí o no? -dijo el Marqués empeñado siempre en reclutar gente.<br />

-Yo no entraré -repuso la Marquesa con <strong>de</strong>sdén-: me mareo sólo <strong>de</strong> ver ese horrible<br />

aparato. A<strong>de</strong>más, tengo que hacer.<br />

-¿A dón<strong>de</strong> vas ahora? -preguntó Falfán <strong>de</strong> mal talante.<br />

-A las tiendas <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Francos. Ya sabes que necesito comprar varias cosillas.<br />

-Pero si no has paseado aún...<br />

-¿Que no? Sra. D.ª María Antonia, dice que no hemos paseado... Si hace más <strong>de</strong> hora<br />

y media que estamos aquí dando vueltas. Ya nos [217] íbamos cuando te vimos, y volví<br />

atrás para rogarte que nos acompañes.<br />

-¡Yo! -indicó el Marqués con mucho disgusto-. Ya sabes que no me agrada ir a<br />

tiendas.<br />

-Y a mí no me gusta ir sola.<br />

-D.ª María Antonia...<br />

-Es señora, y para ir a las tiendas conviene la compañía <strong>de</strong> un caballero. Mira, hijito,<br />

no te apures por eso, Salvador nos acompañará.<br />

-Con mil amores -dijo mi amigo inclinándose-. Tengo mucho honor en ello.<br />

Cuando allí mismo no abofeteé a mi amante, a la Marquesa, al Marqués, a D.ª María<br />

Antonia y a mí misma, <strong>de</strong> seguro queda <strong>de</strong>mostrado que soy una oveja por lo humil<strong>de</strong>.<br />

-Sí, amigo Monsalud -manifestó Falfán-; acompáñelas usted, se lo suplico. Jenara y<br />

yo nos embarcaremos.<br />

¡Se marcharon! ¡Ay!, no sé cómo lo escribo. Se marcharon sin que yo les<br />

estrangulase. Dentro <strong>de</strong> mí había un volcán mal sofocado por mi disimulo. El Marqués<br />

me hablaba sin que yo pudiese respon<strong>de</strong>rle, porque estaba furiosamente absorta y<br />

embrutecida por el <strong>de</strong>specho que llenaba mi alma.


-Nos embarcaremos -me dijo Falfán relamiéndose [218] como un gato a quien ponen<br />

plato <strong>de</strong> su gusto.<br />

-¡Ah!, señor Marqués -dije <strong>de</strong> improviso apo<strong>de</strong>rándome <strong>de</strong> una i<strong>de</strong>a feliz-. Ahora me<br />

acuerdo <strong>de</strong> una cosa... ¡qué memoria la mía!<br />

-¿Qué, señora?<br />

-Que yo también tengo que comprar algunas cosillas. ¿No es verdad, Mariana?<br />

-¿De modo que va usted...?<br />

-Sí señor, ahora mismo... Son cosas que necesito esta misma noche.<br />

-¿Y hacia dón<strong>de</strong> piensa dirigirse usted?<br />

-Hacia la calle <strong>de</strong> las Sierpes... o la <strong>de</strong> Francos. Son las únicas que conozco.<br />

-Pues la acompañaré a usted.<br />

Hizo señas a su cochero para que acercase el coche.<br />

-Mi mujer -añadió-, se va a enfadar conmigo porque no quise acompañarla y la<br />

acompaño a usted.<br />

No hice caso <strong>de</strong> sus cumplidos ni <strong>de</strong> sus excusas.<br />

-Vamos, vamos pronto -dije subiendo al coche.<br />

Este nos <strong>de</strong>jó en la plaza <strong>de</strong> San Francisco. Nos dirigimos a las tiendas, recorrimos<br />

varias calles; pero ¡ay!, estábamos <strong>de</strong>jados <strong>de</strong> la [219] mano <strong>de</strong> Dios. No les<br />

encontramos; no les vimos por ninguna parte.<br />

En mi cerebro se fijaba con letras <strong>de</strong> fuego esta horrible pregunta: «¿a dón<strong>de</strong> irían?».<br />

Cuando el Marqués me <strong>de</strong>jó en mi casa ya avanzada la noche, yo tenía calentura.<br />

Retireme a pensar y a recordar y a formar proyectos para el día siguiente; pero mi<br />

cerebro ardía como una lámpara; no pu<strong>de</strong> dormir; hablaba a solas sin po<strong>de</strong>r olvidar un<br />

solo momento el angustioso tema <strong>de</strong> mi vida en aquellos días. Por último, mis nervios<br />

se aplacaron un tanto, y me consolé pensando y hablando <strong>de</strong> este modo:<br />

-¡Mañana, mañana no se me escapará!<br />

- XXVII -


Al levantarme con la cabeza llena <strong>de</strong> brumas, pensé en la extraña ley <strong>de</strong> las<br />

casualida<strong>de</strong>s que a veces gobiernan la vida. En aquella época creía yo aún en las<br />

casualida<strong>de</strong>s, en la buena o mala suerte y en el <strong>de</strong>stino, fuerzas misteriosas que<br />

ciegamente, según mi modo <strong>de</strong> ver, causaban nuestra felicidad o nuestra <strong>de</strong>sgracia.<br />

Después han variado mucho mis [2<strong>20</strong>] i<strong>de</strong>as y tengo poca fe en el dogma <strong>de</strong> las<br />

casualida<strong>de</strong>s.<br />

Mi cerebro estaba aquella mañana, como he dicho, cargado <strong>de</strong> neblinas. Pero el día<br />

no podía haber amanecido más hermoso, y para ser 12 <strong>de</strong> Junio en Andalucía, no era<br />

fuerte el calor. Sevilla sonreía convidando a las dulces pláticas amorosas, a las<br />

divagaciones <strong>de</strong> la imaginación y a exhalar con suspiros los aromas <strong>de</strong>l alma que van<br />

<strong>de</strong>sprendiéndose y saliendo, ya gimiendo ya cantando entre vagas sensaciones que son a<br />

la manera <strong>de</strong> una pena <strong>de</strong>liciosa.<br />

Pero yo continuaba con mi i<strong>de</strong>a fija y la contrariedad que me atormentaba. A ratos<br />

<strong>de</strong>teníame a analizar aquel singular estado mío y me asombraba <strong>de</strong> verme tan dominada<br />

por un vano capricho. Es verdad que yo le amaba; pero ¿no había sabido consolarme<br />

honradamente <strong>de</strong> su ausencia <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> Benabarre? ¿Por qué en Sevilla ponía tanto<br />

empeño en tenerle a mi lado? ¿Acaso no podía vivir sin él? Meditando en esto, me creía<br />

muy capaz <strong>de</strong> prescindir <strong>de</strong> él en la totalidad <strong>de</strong> la vida; pero en aquel caso mi corazón<br />

había soltado prendas, habíase fatigado mucho, había, digámoslo así, a<strong>de</strong>lantado<br />

imaginariamente gran parte <strong>de</strong> sus goces; <strong>de</strong> modo que pa<strong>de</strong>cía horriblemente al verse<br />

<strong>de</strong>sairado. Aquel suplicio <strong>de</strong> Tántalo a que había estado [221] sujeto, irritábale más, y<br />

ya se sabe que las ambiciones más ardientes son las <strong>de</strong>l corazón, y que en él resi<strong>de</strong>n los<br />

caprichos y la terrible ley satánica que or<strong>de</strong>na <strong>de</strong>sear más aquello que más<br />

resueltamente nos es negado. Así se explica la in<strong>de</strong>corosa persecución <strong>de</strong> un hombre en<br />

que yo, sin po<strong>de</strong>r dominarme, estaba empeñada.<br />

Or<strong>de</strong>né a Mariana que se preparase para salir conmigo. Mientras yo me peinaba y<br />

vestía, díjome que había oído hablar <strong>de</strong> la partida <strong>de</strong> Su Majestad aquel mismo día y que<br />

Sevilla estaba muy alborotada. Poco me interesaba este tema y le mandé callar; pero<br />

<strong>de</strong>spués me contó cosas muy <strong>de</strong>sagradables. En la noche anterior y por la mañana, dos<br />

diputados resi<strong>de</strong>ntes en la misma casa y que traían entre manos la conquista <strong>de</strong> mi<br />

criada, le habían hecho con respecto a mí, indicaciones maliciosas. Según me dijo, eran<br />

conocidas y comentadas mis relaciones con el secretario <strong>de</strong>l duque <strong>de</strong>l Parque. ¡Maldita<br />

sociedad! Nada en ella pue<strong>de</strong> tenerse secreto. Es un sol que todo lo alumbra, y en vano<br />

intenta el amor hallar bajo él un poco <strong>de</strong> sombra. A don<strong>de</strong> quiera que se esconda vendrá<br />

a buscarle la impertinente claridad <strong>de</strong>l mundo, <strong>de</strong> modo que por mucho que os<br />

acurruquéis, a lo mejor os veis inundados por los rayos <strong>de</strong> la [222] intrusa linterna que<br />

va buscando faltas. El único remedio contra esto es arrojar mucha, muchísima luz sobre<br />

las <strong>de</strong>bilida<strong>de</strong>s ajenas, para que las propias resulten ligeramente oscurecidas. No sé por<br />

qué <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que Mariana vino a mí con aquellos chismes me figuré que mi difamación<br />

procedía <strong>de</strong> los labios <strong>de</strong> la marquesa <strong>de</strong> Falfán. -¡Ah, bribona! -dije para mí-, si yo<br />

hablara...<br />

Las hablillas no me acobardaron. Siendo culpable, hice lo que correspon<strong>de</strong> a la<br />

inocencia: <strong>de</strong>spreciar las murmuraciones.


Cuando manifesté a Mariana que pensaba ir a buscarle a su propia casa, hízome<br />

algunas observaciones que me <strong>de</strong>sagradaron, sin que por ellas <strong>de</strong>sistiera yo <strong>de</strong> mi<br />

propósito.<br />

-¿No averiguaste ayer la casa don<strong>de</strong> vive?<br />

-Sí señora, en la calle <strong>de</strong>l Oeste. Pero usted no repara que en la misma casa viven<br />

también otras personas <strong>de</strong> Madrid que conocen a la señora...<br />

Ninguna consi<strong>de</strong>ración me <strong>de</strong>tenía. Escribí una carta para <strong>de</strong>jarla en la casa si no le<br />

encontraba, y salimos. Mariana conocía bien Sevilla, y pronto me llevó a la calle <strong>de</strong>l<br />

Oeste, que está hacia la Alameda Vieja junto a la Inquisición. Salvador no estaba. Dejé<br />

mi carta, y corrimos a casa porque al punto sospeché que [223] mientras yo le buscaba<br />

en su vivienda me buscaba él en la mía. Así me lo <strong>de</strong>cía el corazón impaciente.<br />

-Me aguardará <strong>de</strong> seguro -pensé-. Ahora, ahora sí que no se me escapa.<br />

En mi casa no había nadie; pero sí una esquela. Salvador estuvo a visitarme durante<br />

mi ausencia, y no pudiendo esperar, a causa <strong>de</strong> sus muchas ocupaciones, <strong>de</strong>jome<br />

también una carta en que así lo manifestaba, añadiendo entre expresiones cariñosas que<br />

por la tar<strong>de</strong> a las cuatro en punto me aguardaba en la catedral. Después <strong>de</strong> indicar la<br />

conveniencia <strong>de</strong> no volver a mi casa, me suplicaba que no faltase a la cita en la gran<br />

basílica y en su hermoso patio <strong>de</strong> los naranjos. Tenía preparado un coche en la puerta <strong>de</strong><br />

Jerez para irnos <strong>de</strong> paseo hacia Tablada.<br />

-¡Gracias a Dios! -exclamé-. Esta tar<strong>de</strong>...<br />

Tomando mis precauciones para que nadie me importunase y po<strong>de</strong>r estar<br />

completamente libre en la hora <strong>de</strong> la cita, consagré algunas al <strong>de</strong>scanso. Pero la ocasión<br />

no era la más a propósito, y a las tres ya estaba yo en la catedral. Era la hora <strong>de</strong>l coro y<br />

los canónigos entraban uno tras otro por la puerta <strong>de</strong>l Perdón. Algunos se <strong>de</strong>tenían a<br />

echar un parrafito en el patio <strong>de</strong> los naranjos paseando junto al púlpito <strong>de</strong> San Vicente<br />

Ferrer. [224]<br />

Al verme <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la iglesia, la mayor que yo había visto, sentí una violenta<br />

invasión <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as religiosas en mi espíritu. ¡Maravilloso efecto <strong>de</strong>l arte que consigue lo<br />

que no es dado alcanzar a veces ni aun a la misma religión! Yo miraba aquel recinto<br />

grandioso que me parecía una representación <strong>de</strong>l universo mundo. Aquel alto<br />

firmamento <strong>de</strong> piedra, así como las hacinadas palmas que lo sustentan y el eminente<br />

tabernáculo, que es cual una escala <strong>de</strong> santos que sube hasta Dios, dilataban mi alma<br />

haciéndola divagar por la esfera infinita. La suave oscuridad <strong>de</strong>l templo hace que brillen<br />

más las ventanas, cuyas vidrieras parecen un fantástico muro <strong>de</strong> piedras preciosas. Las<br />

vagas manchas luminosas <strong>de</strong> azul y rosa que las ventanas arrojan sobre el suelo se me<br />

figuraban huellas <strong>de</strong> ángeles que habían huido al sentir nuestros pasos.<br />

Mi mente se sentía abrumada <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as. Senteme en un banco porque sentía la<br />

necesidad <strong>de</strong> meditar. Delante <strong>de</strong> mis pies, a manera <strong>de</strong> alfombra <strong>de</strong> luces, se extendía la<br />

transparencia <strong>de</strong> una ventana. Alzando los ojos veía las grandiosas bóvedas. Zumbaba<br />

en mis oídos el grave canto <strong>de</strong>l coro, y a intervalos una chorretada <strong>de</strong> órgano, cuyas<br />

maravillosas armonías me hacían estremecer <strong>de</strong> emoción, [225] poniendo mis nervios


como alambres. A poca distancia <strong>de</strong> mí, a la izquierda, estaba la capilla <strong>de</strong> San Antonio<br />

toda llena <strong>de</strong> luces por ser 12 <strong>de</strong> Junio, víspera <strong>de</strong>l santo, y <strong>de</strong> hermosos búcaros con<br />

azucenas y rosas. Volviendo ligeramente la cabeza veía el cuadro <strong>de</strong> Murillo y su<br />

espléndido altar.<br />

Yo pensaba en cosas religiosas; pero mi egoísmo las asociaba al amoroso afán que<br />

me poseía. Pensaba en la santidad <strong>de</strong> la unión sancionada por la Iglesia y <strong>de</strong> los lazos<br />

matrimoniales cuando son acertados. Consi<strong>de</strong>raba lo feliz que hubiera sido yo no<br />

equivocándome como equivoqué, en la elección <strong>de</strong> marido. También pasó por mi<br />

mente, aunque con gran rapi<strong>de</strong>z, el recuerdo <strong>de</strong> la infeliz joven a quien con mis engaños<br />

precipité en los azares <strong>de</strong> un viaje absurdo; pero esto duró poco y a<strong>de</strong>más me apresuré a<br />

sofocar tan triste memoria, dirigiendo el pensamiento a otra cosa.<br />

La imagen que tan cerca estaba atrajo mi atención. Aquel santo tan bueno, tan<br />

humil<strong>de</strong>, tan buen compañero y amigo <strong>de</strong> los pobres es, según dicen, el abogado <strong>de</strong> los<br />

amores y <strong>de</strong> los objetos perdidos. Ocurriome rezarle y le recé con fervor <strong>de</strong> labios y aun<br />

<strong>de</strong> corazón, porque en aquel instante me sentía piadosa. No sólo le pedí como<br />

enamorada, sino como quien busca [226] y no encuentra cosas <strong>de</strong> gran valor; y mientras<br />

más le rezaba, más me sentía encendida en <strong>de</strong>voción y llena <strong>de</strong> esperanza. Concluí<br />

adquiriendo la seguridad <strong>de</strong> que mi afán se calmaría aquella misma tar<strong>de</strong>; y juzgando<br />

que mi entrada en la catedral a causa <strong>de</strong> la cita era obra provi<strong>de</strong>ncial, mi alma se alivió,<br />

y aquella tensión dolorosa en que estaba fue cesando poco a poco.<br />

¿Cómo no esperar si aquel santo era tan bueno, tan complaciente que mereció<br />

siempre el amor y la veneración <strong>de</strong> todos los enamorados? No pu<strong>de</strong> estar allí todo el<br />

tiempo que habría <strong>de</strong>seado porque me causaba vértigo el olor <strong>de</strong> las azucenas y también<br />

porque la hora <strong>de</strong> la cita se acercaba. Cuando salí al patio y en el momento <strong>de</strong> pasar bajo<br />

el cocodrilo que simboliza la pru<strong>de</strong>ncia, la alta campana <strong>de</strong> la Giralda dio las cuatro.<br />

No habíamos llegado al púlpito <strong>de</strong> San Vicente Ferrer, cuando Mariana y yo nos<br />

miramos aterradas. Sentíamos un ruido semejante al <strong>de</strong> las olas <strong>de</strong>l mar. Al mismo<br />

tiempo mucha gente entraba corriendo en el patio <strong>de</strong> los naranjos.<br />

-¡Revolución, señora, revolución! -gritó Mariana temblando-. No salgamos.<br />

La curiosidad, venciendo el miedo, me llevó [227] con más presteza hacia la puerta.<br />

Vi regular gentío que llenaba todo el sitio llamado Gradas <strong>de</strong> la Catedral, y parecía<br />

exten<strong>de</strong>rse por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l palacio arzobispal y la Lonja hasta el Alcázar. Pero la actitud<br />

<strong>de</strong> la muchedumbre era pacífica y más parecía <strong>de</strong> curiosos que <strong>de</strong> alborotadores. Al<br />

punto comprendí que la salida <strong>de</strong> la Corte motivaba tal reunión <strong>de</strong> gente, y se calmaron<br />

mis súbitas inquietu<strong>de</strong>s. Esperaba ver <strong>de</strong> un momento a otro a la persona por quien<br />

había ido a la catedral, y mis ojos la buscaron entre la multitud.<br />

-Aguardaremos un poco -pensé dando un suspiro.<br />

La muchedumbre se agitó <strong>de</strong> repente, murmurando. Por entre ella trataba <strong>de</strong> abrirse<br />

paso un regimiento <strong>de</strong> caballería que apareció por la calle <strong>de</strong> Génova. Entrad la mano en<br />

un vaso lleno <strong>de</strong> agua y esta se <strong>de</strong>sbordará; introducid un regimiento <strong>de</strong> caballería en<br />

una calle llena <strong>de</strong> curiosos y veréis lo que pasa. Por la puerta <strong>de</strong>l Perdón penetró un<br />

chorro que salpicaba dicharachos y apóstrofes andaluces contra la tropa, y tal era su


ímpetu que los que allí estábamos tuvimos que retroce<strong>de</strong>r hasta el centro <strong>de</strong>l patio.<br />

Entonces un sacristán y un hombre forzudo y corpulento <strong>de</strong> esos que <strong>de</strong>sempeñan en<br />

toda iglesia las bajas funciones [228] <strong>de</strong>l trasporte <strong>de</strong> altares, facistoles o bancos, o las<br />

altísimas <strong>de</strong> tocar las campanas y recorrer el tejado cuando hay goteras, se acercaron a<br />

la puerta y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> arrojar fuera toda la gente que pudieron, cerraron con estruendo<br />

las pesadas ma<strong>de</strong>ras. Corrí a protestar contra un encierro que me parecía muy<br />

importuno; mas el sacristán alzando el <strong>de</strong>do, arqueando las cejas y ahuecando la voz<br />

como si estuviera en el púlpito, dijo lacónicamente:<br />

-De or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l señor Deán.<br />

- XXVIII -<br />

Mucho me irritó la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l señor Deán, que sin duda no esperaba a una persona<br />

amada, y entré en la iglesia consolándome <strong>de</strong> aquel percance con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que en<br />

edificio tan vasto no faltarían puertas por don<strong>de</strong> salir. Pasamos al otro lado; pero en la<br />

puerta que da a la plaza <strong>de</strong> la Lonja, otro ratón <strong>de</strong> iglesia me salió al encuentro <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> echar los pesados cerrojos, y también me dijo:<br />

-De or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l señor Deán.<br />

-¡Malditos sean todos los <strong>de</strong>anes! -exclamé [229] para mí, dirigiéndome a la puerta<br />

que da a la fachada. Allí, un viejo con gafas, sotana y sobrepelliz, se restregaba las<br />

manos gruñendo estas palabras:<br />

-Ahora, ahora va a ser ella. Señores liberales, nos veremos las caras.<br />

Yo fui <strong>de</strong>recha a levantar el picaporte; pero también aquella puerta estaba cerrada y<br />

el sacristán viejo al ver mi cólera que no podía contener, alzó los hombros<br />

disculpándose con la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> la primera autoridad capitular. El <strong>de</strong> las gafas añadió:<br />

-Hasta que no pase la gresca no se abrirán las puertas.<br />

-¿Qué gresca?<br />

-La que han armado con la salida <strong>de</strong>l Rey loco. Mi opinión, señora, es que ahora va a<br />

ser ella, porque hay un complot que no lo saben más <strong>de</strong> cuatro.<br />

Volvió a restregarse las manos fuertemente, guiñando un ojo.<br />

-¿Y a qué hora sale Su Majestad?<br />

-A las seis, según dicen; pero antes ha <strong>de</strong> correr la sangre por las calles <strong>de</strong> Sevilla<br />

como cuando la inundación <strong>de</strong> hace veinte años, la cual fue tan atroz, señora, que por<br />

poco fon<strong>de</strong>an los barcos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la catedral.


-¡De modo que estaré encerrada aquí hasta [230] las seis! -exclamé llena <strong>de</strong> furor-.<br />

Esto no se pue<strong>de</strong> sufrir, es un abuso, un escándalo. Me quejaré a las autorida<strong>de</strong>s, al Rey.<br />

-El Rey está loco -dijo el viejo con horrible ironía.<br />

-Al Gobierno; me quejaré al Arzobispo. O me <strong>de</strong>jan salir o gritaré <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la<br />

iglesia, reclamando mi <strong>de</strong>recho.<br />

Discurrí con agitación in<strong>de</strong>cible por la iglesia, nave arriba, nave abajo, saliendo <strong>de</strong><br />

una capilla y entrando en otra, pasando <strong>de</strong>l patio al templo y <strong>de</strong>l templo al patio. Miraba<br />

a los negros muros buscando un resquicio por don<strong>de</strong> evadirme, y enfurecida contra el<br />

autor <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n tan inicua, me preguntaba para qué existían <strong>de</strong>anes en el mundo.<br />

Los canónigos <strong>de</strong>jaban el coro y se reunían en su camarín, marchando <strong>de</strong> dos en dos<br />

o <strong>de</strong> tres en tres, charlando sobre los graves sucesos. Los sochantres y el fagotista se<br />

dirigían piporro en mano a la capilla <strong>de</strong> música, y los inocentes y graciosos niños <strong>de</strong><br />

coro, al ser puestos en libertad iban saltando, con gorjeos y risas, a jugar a la sombra <strong>de</strong><br />

los naranjos.<br />

Varias veces en las repetidas vueltas que di por toda la iglesia, pasé por la capilla <strong>de</strong><br />

San Antonio. Sin que pueda <strong>de</strong>cir que me dominaban sentimientos <strong>de</strong> irreverencia, ello<br />

es que [231] mi compungida <strong>de</strong>voción al santo había <strong>de</strong>saparecido. No le miré con<br />

aversión, pero sí con cierto enojo respetuoso, y en mi interior le <strong>de</strong>cía:<br />

-¿Es esto lo que yo tenía <strong>de</strong>recho a esperar? ¿Qué modo <strong>de</strong> tratar a los fieles es este?<br />

Mi egoísmo había llegado al horrible extremo <strong>de</strong> pedir cuenta a la Divinidad <strong>de</strong> los<br />

<strong>de</strong>saires que me hacía. Irritábame contra el Cielo porque no satisfacía mis caprichos.<br />

Pero, ¡maldita hora!, quien a mí me irritaba verda<strong>de</strong>ramente era el Deán tirano que<br />

mandaba encerrar a la gente porque se le antojaba. Des<strong>de</strong> que le vi salir <strong>de</strong>l coro en<br />

compañía <strong>de</strong>l Arcediano, moviéndose muy lentamente a causa <strong>de</strong>l peso <strong>de</strong> su<br />

<strong>de</strong>scomunal panza, le tuve por un realistón furibundo, sin que por esto me fuese menos<br />

antipático. ¿Por qué habían cerrado las puertas? Por poner el sagrado recinto a salvo <strong>de</strong><br />

una invasión plebeya, e impedir que el bullicio <strong>de</strong> los vivas y mueras turbase la santa<br />

paz <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Dios. A pesar <strong>de</strong> su celo no pudo el señor Deán conseguirlo, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

patio oíamos claramente los gritos <strong>de</strong> la muchedumbre y el paso <strong>de</strong> la caballería. La<br />

Giralda cantó las cinco, cantó las seis, y aquella <strong>de</strong>plorable situación no cambiaba ni las<br />

puertas se abrían, ni se <strong>de</strong>svanecía el rumor [232] <strong>de</strong>l pueblo. Yo creo que si aquello se<br />

prolonga <strong>de</strong>masiado, me atrevo a <strong>de</strong>cir dos palabras al buen canónigo encerrador. Por<br />

fin no era yo sola la impaciente: otras muchas personas, encerradas como yo, se<br />

quejaban igualmente, y todos nos dirigíamos en alarmante grupo al sacristán (12) ; pero sin<br />

conseguir nada.<br />

-Cuando Su Majestad haya salido <strong>de</strong> Sevilla -nos respondía-, o se arma la <strong>de</strong> San<br />

Quintín, o todo quedará tranquilo.<br />

Por fin, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las siete, la puerta <strong>de</strong>l Perdón se abrió y vimos las Gradas y la<br />

gente que iba y venía sin tumulto. Yo me arrojé a la calle como se arrojaría en el agua<br />

aquel cuyos vestidos ardieran. Miraba a un lado y otro; me comía con los ojos a cuantos


pasaban; caminé apresuradamente hacia la Lonja y hasta el Alcázar; mi cabeza se movía<br />

sin cesar, dirigiendo la vista a todo semblante humano. ¡Afán inútil!... Yo buscaba y<br />

rebuscaba, y mi hombre no aparecía en ninguna parte... Ya se ve... ¡Las siete <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>!<br />

Se cansaría <strong>de</strong> aguardarme... tendría que hacer...<br />

Volví <strong>de</strong> nuevo a la catedral, recorrila toda, salí, di la vuelta por la Lonja; pero ¡ay!,<br />

si diera la vuelta a toda la tierra, creo que tampoco le encontrara; ¡tal era la horrible<br />

insistencia <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>sgracia! Y sin embargo, [233] hasta en las baldosas <strong>de</strong>l piso, en el<br />

aire y en el sonido, hallaba no sé qué indicio misterioso <strong>de</strong> que él me había aguardado<br />

allí largas horas. Esto era para morir.<br />

Después <strong>de</strong> mucho correr, senteme en un banco <strong>de</strong> piedra junto a la Lonja. Tanto me<br />

enfadaba la gente que veía regresar <strong>de</strong>l Alcázar y <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> San Fernando, que si<br />

las llamas <strong>de</strong> furor que abrasaban mi pecho fueran materiales, <strong>de</strong> buena gana hubiera<br />

vomitado fuego sobre los que pasaban ante mí. Venían <strong>de</strong> ver partir al Rey loco.<br />

Muchos se lamentaban <strong>de</strong> que se tratase <strong>de</strong> tal suerte al Soberano <strong>de</strong> Castilla.<br />

¡Menguados!, ¿por qué no tomaban las armas? Sí, ¿por qué no las tomaban? Me habría<br />

gustado ver a todos los habitantes <strong>de</strong> Sevilla <strong>de</strong>strozándose unos a otros.<br />

La Giralda cantó otra hora, no sé cuál, y entonces me <strong>de</strong>cidí a tomar nueva<br />

resolución.<br />

-Vamos a su casa -dije a Mariana.<br />

-Es <strong>de</strong> noche, señora -repuso.<br />

La infeliz no quería alejarse mucho <strong>de</strong> la casa. Pero no le contesté y nos pusimos en<br />

camino para la calle <strong>de</strong>l Oeste.<br />

-¿Y si no está? -indicó mi criada-. Porque es muy posible que con estas cosas...<br />

-¿Qué cosas?<br />

-Estas revoluciones, señora. [234]<br />

-Si no hay nada.<br />

-Pues... como se han llevado al Rey <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> volverle loco... En el patio <strong>de</strong> la<br />

catedral <strong>de</strong>cía uno que tendremos revolución mañana, cuando se marche el Gobierno;<br />

porque el Gobierno se marchará.<br />

-Déjalo ir: no nos hace falta. Date prisa.<br />

-Pues yo creo que nos llevaremos otro chasco.<br />

-Si no está en su casa le esperaré.<br />

-¿Y si no vuelve hasta muy tar<strong>de</strong>?<br />

-¡Hasta muy tar<strong>de</strong> le esperaré!


-¿Y si no vuelve hasta mañana?<br />

-Hasta mañana le esperaré. No me muevo <strong>de</strong> su casa hasta que le vea. Ahora, ahora<br />

sí que no se me escapa, ¿concibes tú que se me pueda escapar?<br />

- XXIX -<br />

Al <strong>de</strong>cir esto, mi corazón, oprimido por tantos <strong>de</strong>sengaños, se ensanchaba llenándose<br />

otra vez <strong>de</strong> esperanza, <strong>de</strong> ese don <strong>de</strong>l cielo que jamás se agota y que a nadie pue<strong>de</strong><br />

faltar.<br />

-Pues no veo yo muy tranquila esta noche [235] la ciudad <strong>de</strong> Sevilla -indicó<br />

Mariana-. Si, como dicen, se ha marchado toda la tropa, pue<strong>de</strong> que nos <strong>de</strong>spertemos<br />

mañana en un charco <strong>de</strong> sangre.<br />

Echeme a reír, burlándome <strong>de</strong> sus ridículos temores, y seguimos avanzando con<br />

bastante presteza hacia la calle <strong>de</strong>l Oeste. Detúveme antes <strong>de</strong> llamar en su casa, para que<br />

un breve <strong>de</strong>scanso disimulara mi sofocación y se amortiguasen las llamaradas <strong>de</strong> mis<br />

mejillas.<br />

-Sentémonos -dije a Mariana-, al amparo <strong>de</strong> este árbol. Ahora no hay gran prisa. Ya<br />

le tengo cogido. Estoy tranquila. Él ha <strong>de</strong> venir a su casa. Ahora, ahora sí que le tengo<br />

en mi mano.<br />

Cuando llamamos en la reja que daba entrada al patio, una mujer nos dijo que el<br />

señor Monsalud no estaba en casa.<br />

-Pues tengo que hablarle precisamente esta noche y le esperaré -dije resueltamente.<br />

Yo no reparaba en conveniencia alguna social. En el estado <strong>de</strong> mi espíritu, nada tenía<br />

fuerza para contenerme. Importábame ya muy poco que me vieran, que me conocieran,<br />

que me señalasen con el <strong>de</strong>do, ni que el vulgo suspicaz y murmurador me hiciera objeto<br />

<strong>de</strong> burlas y comentarios <strong>de</strong>shonrosos.<br />

Al principio vacilaba en <strong>de</strong>jarme entrar la [236] mujer que me abrió la puerta; pero<br />

tanto insté y con tan arrogante autoridad me expresaba, que al fin me llevó a una sala<br />

baja. Allí estaba un viejecillo, que a la débil claridad <strong>de</strong> un velón <strong>de</strong> cobre, arreglaba<br />

baúles y cajas, poniendo en ellos libros, ropa y papeles. Era un tal Bartolomé Canencia.<br />

Él no <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> conocerme; pero se apresuró a saludarme con extremadas urbanida<strong>de</strong>s.<br />

Cual si comprendiera las ansias que yo pa<strong>de</strong>cía aquella noche, me dijo:<br />

-No está en casa, ni puedo asegurar que venga pronto; pero sí que vendrá.<br />

Necesitamos arreglar todo para nuestra partida.<br />

¿Cuándo?


-Mañana. Nos vamos con el Gobierno. ¿Quién se atreverá a quedarse aquí <strong>de</strong>spués<br />

que marchen los ministros? Esto es un volcán realista. En cuanto <strong>de</strong>saparezca el<br />

Gobierno que obstruye el cráter, se agitará con fuego y vapores vomitando horrores.<br />

¡Pobre Sevilla!, no ha querido oír mis consejos, los consejos <strong>de</strong> la experiencia, señora, y<br />

hela aquí en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l realismo más brutal. Este pueblo, tan célebre por su riqueza y por<br />

su gracia como por sus procesiones, está infestado <strong>de</strong> curas; y aquí los curas son ricos.<br />

No hay más que <strong>de</strong>cir.<br />

Yo me fastidiaba esta conversación, y así con la mayor habilidad la <strong>de</strong>svié <strong>de</strong> la<br />

política [237] haciéndola recaer sobre mi objeto. Canencia contestó a mis preguntas <strong>de</strong><br />

una manera categórica.<br />

-Esta tar<strong>de</strong> salimos juntos -me dijo-. Él se quedó en las Gradas <strong>de</strong> la Catedral, don<strong>de</strong><br />

tenía una cita, y yo seguí hacia el Alcázar para asistir a la salida <strong>de</strong> Su Majestad...<br />

Luego nos encontramos <strong>de</strong> nuevo a eso <strong>de</strong> las siete; parecía disgustado, sin duda porque<br />

la cita no pudo verificarse. Entramos en casa y <strong>de</strong>spués él salió para ver a Calatrava.<br />

Díjome que volvería a arreglar su equipaje, y aquí me tiene usted arreglando el mío,<br />

señora, para lo que se le ofrezca mandar. De modo que si usted <strong>de</strong>sea algo en Cádiz,<br />

pue<strong>de</strong> dar sus ór<strong>de</strong>nes con toda franqueza.<br />

-Yo también pienso ir a Cádiz -repuse.<br />

-¡Usted también! Bueno es que vayan todos -dijo con ironía maliciosa-, para que se<br />

haga con toda solemnidad el entierro <strong>de</strong> la Constitución. Allí nació, señora, y allí le<br />

pondremos la mortaja; que todo lo que nace ha <strong>de</strong> perecer... Si se hubieran seguido mis<br />

consejos, señora...; pero los hombres se han <strong>de</strong>jado enloquecer por la ambición y la<br />

vanidad. Ya no existen aquellos repúblicos austeros, aquellos filósofos incorruptibles,<br />

aquellos sectarios <strong>de</strong> la honra<strong>de</strong>z más estricta y [238] <strong>de</strong> la sabiduría ateniense, hombres<br />

que con un pedazo <strong>de</strong> pan, un vaso <strong>de</strong> agua y un buen libro se pasaban la mayor parte <strong>de</strong><br />

la vida. Ahora todo es comer a dos carrillos, pedir <strong>de</strong>stinos, figurar... en una palabra,<br />

señora, ya no hay virtu<strong>de</strong>s cívicas.<br />

-¿Y es seguro que el Gobierno marcha mañana? -le pregunte para <strong>de</strong>sviarle <strong>de</strong> su<br />

fastidiosa disertación.<br />

-Segurísimo. No pue<strong>de</strong> ser <strong>de</strong> otra manera.<br />

-¿Por tierra?<br />

-Por agua, señora. Los ministros y diputados marchan en el vapor.<br />

-¿Y usted y Salvador van también en el vapor?<br />

-Iremos don<strong>de</strong> podamos, señora, aunque sea en globo por los aires.<br />

Él siguió arreglando sus maletas y yo me abrumé en mis pensamientos. En la sala<br />

había un reloj <strong>de</strong> cucú con su impertinente pájaro, <strong>de</strong> esos que asoman al dar la hora y<br />

nos hacen tantas cortesías como campanadas tiene aquella. Nunca he visto un animalejo<br />

que más me enfadase, y cada vez que aparecía y me saludaba mirándome con sus ojillos<br />

negros y cantando el cucú, sentía ganas <strong>de</strong> retorcerle el pescuezo para que no me hiciera


más cortesías. El pájaro cantó las nueve y las diez y las once, y [239] con su insolente<br />

movimiento y su <strong>de</strong>sagradable sonido parecía <strong>de</strong>cirme: -¿Qué tal, señora, se aburre Vd.<br />

mucho?<br />

Todo el que ha esperado compren<strong>de</strong>rá mi agonía. Aquel resbalar <strong>de</strong>l tiempo, aquella<br />

veloz corrida <strong>de</strong> los minutos que pasan <strong>de</strong> nuestra frente a nuestra espalda,<br />

amontonándose atrás el tiempo que estaba <strong>de</strong>lante, es para enloquecer a cualquiera.<br />

Cuando no hay un reloj que lleve la cuenta exacta <strong>de</strong> la cantidad <strong>de</strong> esperanza que se<br />

<strong>de</strong>svanece y <strong>de</strong> la paciencia que se gasta grano a grano, menos mal; pero cuando hay<br />

reloj y este reloj tiene un pájaro que hace reverencias cada sesenta minutos y dice cucú,<br />

no hay espíritu bastante fuerte para sobreponerse a la pena. Ya cerca <strong>de</strong> las doce me<br />

<strong>de</strong>cía yo: «¿Si no vendrá?»<br />

Habiendo manifestado mis dudas al viejo Canencia que parecía algo molesto por la<br />

duración <strong>de</strong> mi visita, me dijo:<br />

-Pue<strong>de</strong> que venga y pue<strong>de</strong> que no venga. Seguramente estará ahora en el café <strong>de</strong>l<br />

Turco o en casa <strong>de</strong>l duque <strong>de</strong>l Parque. Ya es medianoche. Dentro <strong>de</strong> unas cuantas horas<br />

será <strong>de</strong> día y... ¡en marcha todo el mundo para Cádiz!<br />

Mariana bostezaba, siendo imitada por Canencia. Yo me sostenía intrépida, sin sueño<br />

ni [240] cansancio, resuelta a estar un año en aquel sitio, si un año tardaba en venir mi<br />

hombre.<br />

-De todas maneras -dije a Canencia-, si se marcha mañana, ha <strong>de</strong> venir a arreglar su<br />

equipaje.<br />

-Es muy posible, señora -me contestó secamente-. En caso <strong>de</strong> que quiera Vd.<br />

retirarse, pue<strong>de</strong> con toda confianza <strong>de</strong>jar el recado verbal que guste. Yo se lo trasmitiré<br />

puntualmente y con la fi<strong>de</strong>lidad <strong>de</strong> un verda<strong>de</strong>ro amigo.<br />

-Gracias.<br />

-Le diré que ha estado aquí... Aunque usted no me ha dicho su nombre, yo creo<br />

conocer a la persona con quien tengo el honor <strong>de</strong> hablar, por haberla visto en Madrid<br />

algunas veces... ¿No es usted la señora marquesa <strong>de</strong> Falfán?<br />

Esta pregunta me hizo estremecer en mi interior, como si un rayo pasara por mí. Pero<br />

dominándome con soberano esfuerzo, repuse gravemente y con afectada vergüenza:<br />

-Sí señor, soy la marquesa <strong>de</strong> Falfán. Fiada en la discreción <strong>de</strong> usted, me he<br />

aventurado a esperar aquí en hora tan impropia.<br />

-Señora, yo soy un sepulcro, y a<strong>de</strong>más un amigo fiel <strong>de</strong> ese excelente joven, y como<br />

le <strong>de</strong>bo muchos beneficios, a la amistad se une la gratitud. Pue<strong>de</strong> usted con toda libertad<br />

confiarme [241] lo que quiera. Es muy posible que él no pueda verla a usted esta noche.<br />

Estará muy ocupado y sin duda el viaje <strong>de</strong> mañana trastorna sus planes, porque, si no<br />

recuerdo mal, hoy me dijo que pensaba <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> usted, por la noche, en casa <strong>de</strong> D.ª<br />

María Antonia.


Al oír esto me quedé como mármol y enseguida me llené <strong>de</strong> ascuas. Desplegué los<br />

labios para preguntar: «¿dón<strong>de</strong> vive esa D.ª María Antonia?» pero me contuve a tiempo<br />

comprendiendo la gran torpeza que iba a cometer. Evocando toda mi <strong>de</strong>streza <strong>de</strong><br />

cómica, dije:<br />

-Así pensábamos; pero no ha podido ser.<br />

El infame pájaro se asomó a su nicho y burlándose <strong>de</strong> mí cantó la una. Yo me<br />

ahogaba, porque a mis primeras fatigas se unía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que habló aquel hombre, la<br />

inmensa sofocación <strong>de</strong> un <strong>de</strong>specho volcánico <strong>de</strong> los celos que me mataban. En mi<br />

cerebro se encajaba una corona <strong>de</strong> brasas resplan<strong>de</strong>cientes y mi corazón chorreaba<br />

sangre, herido por mil púas venenosas. Mi afán, mi <strong>de</strong>seo más vivo era mor<strong>de</strong>r a<br />

alguien.<br />

Esperé más. Canencia seguía bostezando y Mariana dormitaba. Yo sentía en mis<br />

oídos un zumbido extraño, el zumbido <strong>de</strong>l silencio nocturno que es como un eco <strong>de</strong><br />

mares lejanos, y <strong>de</strong>shaciéndome esperaba. Habría dado mi vida [242] entera por verle<br />

entrar, por po<strong>de</strong>r hablarle a solas un momento, arrojando sobre él las palabras, la furia,<br />

la hiel que se <strong>de</strong>sbordaban en mí. A ratos balbucía terribles injurias que siendo tan<br />

infames, a mí me parecían rosas.<br />

El vil pajarraco volvió a chancearse conmigo y haciendo la reverencia más<br />

pronunciada y el canto más fuerte, anunció las dos.<br />

-¡Las dos!... ¡pronto será <strong>de</strong> día! -exclamé.<br />

-Fijamente no viene ya, señora. Es que se embarca con los diputados -dijo Canencia<br />

dando a enten<strong>de</strong>r con sus bostezos que <strong>de</strong> buena gana dormiría un rato.<br />

-¿Y a qué hora se embarcan los diputados?<br />

-Al rayar el día: así se dijo anoche en el salón <strong>de</strong>l Congreso, cuando se levantó la<br />

sesión que ha durado treinta y tres horas.<br />

Estuve largo rato dudando lo que <strong>de</strong>bía hacer. Delante <strong>de</strong> mi pensamiento daba<br />

vueltas un círculo <strong>de</strong> fuego que alternativamente, en su lenta rotación, mostrábame dos<br />

preguntas; primera: ¿Y si viene <strong>de</strong>spués que yo me vaya? Segunda: ¿Y si se embarca en<br />

el muelle mientras yo estoy aquí?<br />

Yo veía pasar una pregunta, <strong>de</strong>spués otra. La segunda sustituía a la primera y la<br />

primera a la segunda en órbita infinita. Ambas tenían [243] igual claridad, ambas me<br />

<strong>de</strong>slumbraban y me enloquecían <strong>de</strong> la misma manera. Yo, que por lo general me <strong>de</strong>cido<br />

pronto, entonces dudaba. Cuando la voluntad se iba inclinando <strong>de</strong> un lado el<br />

pensamiento llamábame <strong>de</strong>l otro, y así contrabalanceados los dos, ponían a mi alma en<br />

estado <strong>de</strong> terrible ansiedad. Largo rato permanecí en esta dolorosa incertidumbre. Los<br />

minutos volaban, y acercándose aquel en que era preciso resolver <strong>de</strong>finitivamente, el<br />

silencio mismo llegó a impresionar mi cerebro como un bramido intolerable, formado<br />

por mil voces. Oía el latir <strong>de</strong> mi corazón como se oye un secreto que nos dicen al oído;<br />

mi sangre ardía, y por fin, aquella misma palpitación <strong>de</strong> mi alborotado seno fue como<br />

una voz que hablaba diciéndome: «anda, anda».


El pájaro, riendo como un <strong>de</strong>monio burlón, me saludó tres veces con su cortesía y su<br />

infernal cucú. Eran las tres.<br />

-Va a ser <strong>de</strong> día -dijo Canencia, <strong>de</strong>jando caer sobre el pecho su cabeza venerable.<br />

Levanteme. Estaba <strong>de</strong>cidida. Pareciome que D. Bartolomé, al verme dispuesta a<br />

partir, vio el cielo abierto. Despedime <strong>de</strong> él bruscamente y salimos.<br />

-¿A dón<strong>de</strong> vamos, señora? -me dijo Mariana-. ¿No es hora <strong>de</strong> retirarnos ya a<br />

<strong>de</strong>scansar? [244]<br />

-Todavía no.<br />

-¡Señora, señora, por Dios!... Está amaneciendo. No hemos cenado, no hemos<br />

dormido...<br />

-Calla, imbécil -le dije clavando mis <strong>de</strong>dos en su brazo-. ¡Calla, o te ahogo!<br />

- XXX -<br />

Amanecía, y multitud <strong>de</strong> hombres <strong>de</strong> mal aspecto vagaban por la calle. Veíanse<br />

gitanos <strong>de</strong>sarrapados, y muchos guapos <strong>de</strong> la Macarena y <strong>de</strong> Triana. Mi criada tuvo<br />

miedo; pero yo no. Repetidas veces nos vimos obligadas a variar <strong>de</strong> rumbo para evitar<br />

el encuentro <strong>de</strong> algunos grupos en que se oía el ronco estruendo <strong>de</strong> ¡vivan las caenas!,<br />

¡muera la nación!<br />

Llegamos por fin al río. Ya el día había aclarado bastante, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong><br />

Triana vimos la chimenea <strong>de</strong>l vapor que <strong>de</strong>spedía humo.<br />

-Si esos barcos <strong>de</strong> nueva invención humean al andar -dije-, el vapor se marcha ya.<br />

Des<strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> Triana a la Torre <strong>de</strong>l Oro se extendía un cordón <strong>de</strong> soldados <strong>de</strong><br />

artillería. [245] En la puerta <strong>de</strong> Jerez había cañones. Nada <strong>de</strong> esto me arredraba, porque<br />

mi exaltación me infundía gran<strong>de</strong>s alientos, y hablando al oficial <strong>de</strong> artillería logré pasar<br />

hasta la orilla, don<strong>de</strong> algunas tablas sostenidas sobre pilotes servían <strong>de</strong> muelle. El vapor<br />

bufaba como animal impaciente que quiere romper sus ligaduras y huir. Multitud <strong>de</strong><br />

personas se dirigían al embarca<strong>de</strong>ro. Reconocí a Canga-Argüelles, a Calatrava, a<br />

Beltrán <strong>de</strong> Lis, a Salvato, a Galiano y a otros muchos que no eran diputados.<br />

-Él se irá también -pensé-. Vendrá aquí <strong>de</strong> seguro... Pero no, no creo que se me<br />

pueda escapar.<br />

Una i<strong>de</strong>a grandiosa cruzó por mi mente, una <strong>de</strong> esas i<strong>de</strong>as napoleónicas que yo tengo<br />

en momentos <strong>de</strong> gravedad suma. Ocurriome embarcarme también en el vapor, si le veía<br />

partir. No tenía equipaje; ¿pero qué me importaba? Mariana se quedaría para llevarlo<br />

<strong>de</strong>spués.


Acerqueme a Calatrava, que se asombró mucho <strong>de</strong> verme.<br />

-Quiero un puesto en el vapor -le dije.<br />

-¿También usted se marcha...? ¿De modo que...?<br />

-Temo ser perseguida. Estoy muerta <strong>de</strong> miedo [246] <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ayer. Me han amenazado<br />

con anónimos atroces.<br />

-¿Ha preparado usted su equipaje?<br />

-He preparado lo más preciso: el viaje es corto. Mi criada se queda para arreglar lo<br />

que <strong>de</strong>jo aquí.<br />

-También nosotros <strong>de</strong>jamos nuestros equipajes porque no caben en el vapor. Irán en<br />

aquella goleta.<br />

-¿Me hace usted un sitio, sí o no?<br />

-¿Un sitio? Sí señora. Dejando el equipaje... El Gobierno ha fletado el buque. Pue<strong>de</strong><br />

usted venir.<br />

Esto se llama proce<strong>de</strong>r pronto y con energía... Pero observé a todos los que llegaban,<br />

y no le vi. A cada instante creía verle aparecer.<br />

-No pue<strong>de</strong> tardar -dije, <strong>de</strong>spués que di mis ór<strong>de</strong>nes a Mariana-. Ahora sí que es mío.<br />

Mariana hacía objeciones muy juiciosas; pero yo a nada atendía. Estaba ciega, loca.<br />

-¿Y si no se embarca? -me dijo mi criada-. Todavía no ha venido...<br />

-Pero ha <strong>de</strong> venir... A ver si está por ahí el duque <strong>de</strong>l Parque.<br />

Miramos las dos en todos los grupos y no vimos al Duque.<br />

-¿El señor duque <strong>de</strong>l Parque no va a Cádiz? -pregunté a Salvato. [247]<br />

-El señor Duque no se ha atrevido a votar el <strong>de</strong>stronamiento.<br />

-¿Y qué?<br />

-Que los que no votaron no se creen en peligro y seguirán en Sevilla.<br />

-De modo que Su Excelencia...<br />

-No tengo noticia <strong>de</strong> que se embarque con nosotros.<br />

-Venga usted -me dijo Calatrava alargándome la mano para llevarme a la cubierta <strong>de</strong>l<br />

buque.


-Entre usted, amigo, entre usted, que aún tengo que <strong>de</strong>cir algo a mi criada.<br />

-Parece que vacila usted...<br />

-En efecto... sí... no estoy <strong>de</strong>cidida aún.<br />

No, no podía entrar en aquel horrible bajel que iba a partir, silbando y<br />

espumarajeando, sin llevar al que turbaba mi vida. Yo les vi entrar uno tras otro, les<br />

conté; ni uno solo escapó a mi observación, y ¡él no estaba! ¡Siempre ausente, siempre<br />

lejos <strong>de</strong> mí, siempre en dirección diametralmente opuesta a la dirección <strong>de</strong> mis i<strong>de</strong>as y<br />

<strong>de</strong> mi apasionada voluntad! Esto era para enloquecer completamente, y digo<br />

completamente, porque yo estaba ya bastante loca. Mi <strong>de</strong>svarío insensato aumentaba<br />

como la fiebre galopante <strong>de</strong>l enfermo solicitado por la muerte.<br />

Se embarcaron ¡ay!, vi al horrendo vapor [248] separarse <strong>de</strong>l muelle, vi moverse las<br />

paletas <strong>de</strong> sus ruedas, machacando y rizando el agua, le oí silbar y mugir echando<br />

humo, hasta que emprendió su marcha majestuosa río abajo.<br />

No yendo él, no podía causarme aflicción quedarme en tierra. Él estaba también en<br />

Sevilla.<br />

-Ahora -dije-, ahora no es posible que le pierda otra vez. Si tengo actividad e<br />

ingenio, pronto saldré <strong>de</strong> esta angustiosa situación.<br />

No quise <strong>de</strong>tenerme como el vulgo que se extasiaba contemplando el humo <strong>de</strong>l vapor<br />

que conducía hacia el postrer rincón <strong>de</strong> España el último resto <strong>de</strong>l liberalismo. Como<br />

aquel humo en los aires, así se <strong>de</strong>svanecía en el tiempo la Constitución... Pero en mi<br />

mente no podían fijarse ni por un instante estas i<strong>de</strong>as.<br />

Me era forzoso pensar en otras cosas y en la realidad <strong>de</strong> mi ya insoportable <strong>de</strong>sdicha.<br />

¿A dón<strong>de</strong> <strong>de</strong>bía ir? En los primeros momentos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l embarque no pu<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>terminarlo, y vagué breve rato por la ribera, hasta que me obligaron a huir los excesos<br />

<strong>de</strong> la salvaje muchedumbre, que se precipitó sobre los equipajes <strong>de</strong> los diputados,<br />

apo<strong>de</strong>rándose <strong>de</strong> ellos y saqueándolos en presencia <strong>de</strong> la poca tropa que había quedado<br />

en el muelle.<br />

Al mismo tiempo sentí el clamor <strong>de</strong> las [249] campanas echadas a vuelo en señal <strong>de</strong><br />

que Sevilla había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> pertenecer al Gobierno constitucional, y en cuerpo y alma<br />

pertenecía ya al absolutismo. ¡Cambio tan rápido como espantoso! El pronunciamiento<br />

se hizo entre berridos salvajes, en medio <strong>de</strong>l saqueo y <strong>de</strong>l escándalo, al grito <strong>de</strong> ¡muera<br />

la Nación! La verdad es que los alborotadores hacían poco daño a las personas; pero sí<br />

robaban cuanto podían. Al entrar por la puerta <strong>de</strong> Jerez, procuré apartarme lo más<br />

posible <strong>de</strong> la turbulenta oleada que marchaba hacia el corazón <strong>de</strong> Sevilla, con objeto,<br />

según oí, <strong>de</strong> <strong>de</strong>strozar el salón <strong>de</strong> sesiones y el café <strong>de</strong>l Turco, don<strong>de</strong> se reunían los<br />

patriotas.<br />

Lejos <strong>de</strong> <strong>de</strong>smayar yo con las muchas contrarieda<strong>de</strong>s, el insomnio y el continuo<br />

movimiento, parecía que la misma fatiga me daba prodigiosos alientos. No sentía el más<br />

ligero cansancio, y mi cerebro, como una llama cada vez más viva, hallábase en ese<br />

maravilloso estado <strong>de</strong> actividad que es para los poetas, para los criminales y para los


que se ven en peligro la rápida inspiración <strong>de</strong>l momento. Yo sentía en mí un estro<br />

grandioso, avivado por mis contrariadas pasiones, mi rencor y mi <strong>de</strong>specho. Tenía la<br />

penetrante vista <strong>de</strong>l genio y había llegado a ese momento sublime en que los más [250]<br />

profundos secretos <strong>de</strong> nuestro <strong>de</strong>stino se nos muestran con claridad espantosa. Mi<br />

pensamiento, como la aguja magnética <strong>de</strong> una brújula, señalaba con insistencia la casa<br />

<strong>de</strong>l marqués <strong>de</strong> Falfán.<br />

-¡Oh, allí, allí... he <strong>de</strong> encontrar la solución <strong>de</strong> este horrible problema!<br />

- XXXI -<br />

Y corriendo hacia la casa, soñaba no ya con las <strong>de</strong>licias <strong>de</strong> un encuentro feliz y <strong>de</strong><br />

una amable reconciliación, sino con proporcionar a mi alma el inefable, el celestial, el<br />

infinito regocijo <strong>de</strong> un escándalo, <strong>de</strong> una escena, <strong>de</strong> una <strong>de</strong> esas venganzas <strong>de</strong> mujer que<br />

son la Ilíada (13) <strong>de</strong>l corazón femenino. No sé si me equivocaré juzgando por mí <strong>de</strong> todas<br />

las mujeres; pero pienso firmemente que ninguna, por muy tímida que sea, <strong>de</strong>ja <strong>de</strong><br />

sentir en momentos dados, y cuando se discuten asuntos <strong>de</strong>l corazón, el po<strong>de</strong>roso<br />

instinto <strong>de</strong> la majeza. La maja, digan lo que quieran, no es más que lo femenino puro.<br />

De mí puedo asegurar que en aquel instante me sentía verdulera. [251]<br />

-Tengo la seguridad -<strong>de</strong>cía-, <strong>de</strong> que le encontraré allí. El corazón me lo dice... Es<br />

precisamente lo que necesito; es la satisfacción más preciosa y agradable <strong>de</strong> mi inmenso<br />

afán, el <strong>de</strong>sahogo <strong>de</strong> mi pecho, semejante a un volcán sin cráter, el consuelo <strong>de</strong> todas<br />

mis penas. Hablaré, gritaré, vomitaré injurias, ¿qué digo injurias?, verda<strong>de</strong>s. Diré todo<br />

lo que sé; abriré los ojos <strong>de</strong> un marido crédulo y bonachón; arrancaré la máscara a una<br />

hipócrita; confundiré a un ingrato... en suma, estaré en mi elemento... ¡¡Ahora, Santo<br />

Dios <strong>de</strong> las venganzas, ahora sí que no se me pue<strong>de</strong> escapar!!<br />

Al dirigirme a la plaza <strong>de</strong> la Magdalena, don<strong>de</strong> vivía el Marqués, vi a dos o tres<br />

patriotas que eran llevados presos por el pueblo con una cuerda al cuello. ¡Pobre gente!<br />

Entre ellos vi a Canencia, que me dirigió al pasar una mirada suplicante; pero no hice<br />

caso y seguí. Casi arrastrando a Mariana que apenas podía seguirme <strong>de</strong> puro cansada y<br />

soñolienta, llegué a casa <strong>de</strong> Falfán.<br />

En el patio encontré al Marqués, que al punto que me vio asombrose mucho <strong>de</strong> la<br />

alteración <strong>de</strong> mi semblante, creyendo que ocurría algún grave acci<strong>de</strong>nte.<br />

-Señora -me dijo ofreciéndome una silla-, no extraño que esa gente mal educada...<br />

[252] Se están cometiendo toda clase <strong>de</strong> excesos en la <strong>de</strong>sgraciada Sevilla.<br />

-No es eso, no -repuse-. Si no me ha pasado nada.<br />

-Señora, su rostro <strong>de</strong> usted me indica gran <strong>de</strong>sasosiego y agitación.<br />

-Es verdad -dije-, pero...


-Está usted muy intranquila.<br />

-Intranquila no, estoy furiosa.<br />

Después <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir esto y <strong>de</strong> romper en seis pedazos mi abanico, que ya lo estaba en<br />

cuatro, procuré tomar una actitud aparentemente serena, pues el caso requería en mí la<br />

grave majestad <strong>de</strong>l que con<strong>de</strong>na, no la atolondrada cólera y pueril turbación <strong>de</strong>l<br />

con<strong>de</strong>nado.<br />

-¿Y por qué está usted furiosa? -me preguntó el Marqués, confundido-. ¿En qué<br />

puedo servir a usted?<br />

-¡Yo sé que está aquí!!... -dije mirando al Marqués <strong>de</strong> un modo que le aterró.<br />

-¿Quién?<br />

-¡Oh!, ¿quién?... será preciso que yo hable, que lo diga todo...<br />

-Señora, no comprendo una palabra.<br />

-Llame usted a la señora Marquesa, y quizás ella me comprenda -repuse con amargo<br />

sarcasmo.<br />

-Andrea no está en casa. [253]<br />

Al oír esto sentí un sacudimiento. Nuevo y más doloroso cambio en mis i<strong>de</strong>as, en mi<br />

voluntad, en mi cólera, en mis planes; nuevo movimiento <strong>de</strong> la aguja magnética que<br />

brujuleaba en mi corazón, marcándome el <strong>de</strong>rrotero en medio <strong>de</strong> la tempestad... El<br />

Marqués no podía tener interés en negarme a su esposa. Así lo comprendí al momento,<br />

y sin vacilar un instante, dije:<br />

-¿Ha ido a la casa <strong>de</strong> D.ª María Antonia?<br />

-Precisamente, allí está -manifestó Falfán en tono <strong>de</strong> confianza honrada y tranquila<br />

que hubiera cautivado a otra persona más irritada que yo-. La Sra. D.ª María Antonia se<br />

puso anoche mala y mi esposa fue a acompañarla un ratito. A las diez estaba <strong>de</strong> vuelta.<br />

-¿A las diez?<br />

-Pero sin duda la Sra. D.ª María Antonia se ha agravado hoy, porque al rayar el día<br />

vinieron a buscar a Andrea y allá está. ¿Encuentra usted en esto algo <strong>de</strong> extraño?<br />

-No señor, nada -dije levantándome-. ¿Y dón<strong>de</strong> vive esa D.ª Antonia?<br />

-En la calle que sale a la puerta <strong>de</strong> Carmona, número 26. ¿Pero se va usted sin<br />

explicarme el motivo <strong>de</strong> su visita, su agitación...?<br />

-Sí señor, me voy. [254]<br />

-Pero...


-Adiós, señor Marqués.<br />

Quiso <strong>de</strong>tenerme; pero rápida como un pájaro fugitivo, le <strong>de</strong>jé y salí <strong>de</strong> la casa.<br />

-A la calle que sale a la puerta <strong>de</strong> Carmona, número 26 -dije a Mariana que me<br />

seguía durmiendo.<br />

-Ahora -<strong>de</strong>cía para mí, en el horroroso vértigo que formaban mis pensamientos y mi<br />

marcha-, ahora sí que <strong>de</strong> ningún modo se me pue<strong>de</strong> escapar.<br />

Yo saboreaba <strong>de</strong> antemano las horribles <strong>de</strong>licias <strong>de</strong>l escándalo que iba a dar, <strong>de</strong> la<br />

venganza que tomaría, <strong>de</strong> las palabras que saldrían <strong>de</strong> mi boca, como el humo y la lava<br />

<strong>de</strong> un volcán en erupción. Me <strong>de</strong>leitaba con aquella copa <strong>de</strong> amarguras que se convertía<br />

en copa llena <strong>de</strong> <strong>de</strong>licioso licor <strong>de</strong> la venganza. Había llegado al extremo <strong>de</strong> recrearme<br />

en el veneno <strong>de</strong> mi alma y <strong>de</strong> hallar <strong>de</strong>licioso el fuego que respiraba. Seguía teniendo<br />

las mismas ganas <strong>de</strong> mor<strong>de</strong>r a alguien, y creo que mi linda boca tan codiciada, habría<br />

sido un áspid, si en carne humana hubiera posado sus secos labios.<br />

Mariana, que conocía a Sevilla, me llevó hacia la puerta <strong>de</strong> Carmona, yo no sé por<br />

dón<strong>de</strong> ni en cuánto tiempo. Había yo perdido la noción [255] <strong>de</strong> la distancia y <strong>de</strong>l<br />

tiempo. Vi una calle larga y solitaria, con muchas rejas ver<strong>de</strong>s llenas <strong>de</strong> tiestos <strong>de</strong><br />

albahaca. Vi una fila <strong>de</strong> casas <strong>de</strong> fachada blanca iluminadas por el sol y otra línea <strong>de</strong><br />

casas en la sombra. Yo buscaba el número 26, cuando sentí pisadas <strong>de</strong> caballos. Delante<br />

<strong>de</strong> mí, como a cuarenta pasos, abriose una gran puerta y salieron tres hombres a caballo.<br />

¡Era él!<br />

Corrí, corrí... Iba vestido con el traje popular andaluz, y su figura era la más hermosa<br />

que pue<strong>de</strong> imaginarse. Los otros dos vestían lo mismo. Caracolearon un instante los<br />

corceles <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la casa, y en seguida emprendieron precipitadamente la carrera en<br />

dirección a la puerta <strong>de</strong> Carmona.<br />

Yo corría, corría, y al mismo tiempo gritaba. Mariana, que no había perdido el juicio,<br />

me <strong>de</strong>tuvo enlazando con sus dos brazos mi talle. Mi furor estalló con un grito salvaje,<br />

con una convulsión horrible y este apóstrofe inexplicable: -¡Ladrones! ¡Ladrones!<br />

En el mismo momento en que yo rugía <strong>de</strong> este modo, dos mujeres se asomaban a la<br />

ventana <strong>de</strong> la casa y saludaban a los jinetes con sus abanicos. Él miró repetidas veces<br />

hacia atrás y saludaba también sonriendo. Vi brillar el lente <strong>de</strong> D.ª María Antonia, vi los<br />

negros [256] ojos <strong>de</strong> Andrea... ¡Oh Satanás, Satanás!<br />

Yo seguí hasta ponerme <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la ventana; pero esta se cerró. Seguí corriendo un<br />

poco más. Un grupo <strong>de</strong> hombres feroces apareció por una boca-calle. Su aspecto<br />

infundía pavor; pero yo me a<strong>de</strong>lanté hacia ellos y señalando a los tres jinetes que huían<br />

a escape fuera <strong>de</strong> la puerta entre nubes <strong>de</strong> polvo, grité con toda la fuerza <strong>de</strong> mis<br />

pulmones:


-¡Que se escapan!... corred... corred tras ellos... ¡Que se escapan!... los patriotas, los<br />

más malos <strong>de</strong> todos, los ateos, blasfemos, los republicanos, los masones, los regicidas,<br />

los enemigos <strong>de</strong>l Rey... ¡los que querían matarle...! Corred y cogedles... Yo tengo<br />

dinero... Mil duros al que les coja... ¡En nombre <strong>de</strong> la religión!... ¡En nombre <strong>de</strong> las<br />

caenas!... Vamos, vamos tras ellos... ¡Que se escapan!<br />

A medida que hablaba, iba <strong>de</strong>sapareciendo en mi espíritu la noción <strong>de</strong> lo externo, y<br />

me sentía envuelta en tinieblas o en llamas, no sé en qué; me sentía caer en un hondo<br />

infierno lleno <strong>de</strong> <strong>de</strong>monios; sumergirme en abismo <strong>de</strong> negro <strong>de</strong>lirio, <strong>de</strong> fiebre, <strong>de</strong> sueño<br />

o muerte; pues no puedo expresar bien lo que era aquello.<br />

Perdí el conocimiento. [257]<br />

- XXXII -<br />

Mi dolorosa enfermedad que me puso al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l sepulcro duró cuarenta días, <strong>de</strong><br />

los cuales no sé cuántos pasé en terrible crisis, sin conciencia <strong>de</strong> las cosas, atormentada<br />

por la fiebre. Mi sangre enar<strong>de</strong>cida había <strong>de</strong>scompuesto en tales términos las funciones<br />

<strong>de</strong> mi cerebro, que en aquellos angustiosos días no vivía con mi vida propia, sino con el<br />

mismo fuego mortífero <strong>de</strong> la enfermedad. Asistiome uno <strong>de</strong> los primeros médicos <strong>de</strong><br />

Sevilla.<br />

Cuando salí <strong>de</strong>l peligro y hubo esperanzas <strong>de</strong> que aún podría seguir mi persona<br />

fatigando al mundo con su peso, halleme en tristísimo estado, sin memoria, sin fuerzas,<br />

sin belleza. Mas empecé a recobrar muy lentamente estos tesoros perdidos, y con ellos<br />

volvían mis pasiones y mis rencores a aposentarse en mi seno, como <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una<br />

inundación, y cuando las aguas se retiran, aparece lentamente la tierra, dibujándose<br />

primero los altos collados, luego las suaves pendientes y por último el llano. Así, pasada<br />

aquella avenida <strong>de</strong> sangre que envolvió mi pensamiento en turbias olas venenosas, [258]<br />

fue apareciendo poco a poco todo lo existente antes <strong>de</strong>l 13 <strong>de</strong> Junio.<br />

Una imagen <strong>de</strong>scollaba sobre todas las que me perseguían, cuando mi fantasía, como<br />

un borracho que recobra la claridad <strong>de</strong> sus sentidos, empezó a presentarme lo pasado.<br />

Esta imagen era la <strong>de</strong> la huérfana, a quien supuse corriendo sin cesar por campos y<br />

ciuda<strong>de</strong>s, buscando lo que no había <strong>de</strong> encontrar. ¿Acaso el tormento <strong>de</strong> ella no era tan<br />

gran<strong>de</strong> o quizás mayor que el mío? Pero yo no me hacía cargo <strong>de</strong> esto, y lejos <strong>de</strong> sentir<br />

lástima <strong>de</strong> mi víctima, echaba leña a la hoguera <strong>de</strong> mis rencores, discurriendo mil<br />

<strong>de</strong>fectos y fealda<strong>de</strong>s en el carácter <strong>de</strong> la hermana <strong>de</strong> Salvador, para <strong>de</strong>ducir que sus<br />

angustias le estaban muy bien merecidas. ¡Qué <strong>de</strong>satinos tan horribles pensé con este<br />

motivo! Parece mentira que la exaltación <strong>de</strong> mi ánimo me llevara hasta los últimos<br />

<strong>de</strong>svaríos, hasta el sacrilegio y la blasfemia.<br />

-Es muy posible -<strong>de</strong>cía yo-, que mis horribles angustias hayan sido causadas por las<br />

maldiciones <strong>de</strong> esa mujer. Al verse engañada habrá pedido a Dios mi castigo, y Dios, no<br />

hay duda, hace caso <strong>de</strong> los hipócritas... ¡Ah, los hipócritas!, ¡perversa raza! Son capaces


con sus fingidas lágrimas <strong>de</strong> engañar al mismo Dios y compelerle a castigar a los<br />

buenos. [259]<br />

A estos horrorosos pensamientos hijos <strong>de</strong> una turbada razón, añadía otros quizás más<br />

sacrílegos. Mi enfermedad, que parecía un aviso <strong>de</strong>l cielo, no me había corregido, antes<br />

bien, cuando resucité estaba más intolerante, más soberbia, y proyectaba nuevos planes<br />

para vencer la tenaz contrariedad <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>stino. Lejos <strong>de</strong> <strong>de</strong>sconfiar <strong>de</strong> mis fuerzas y <strong>de</strong><br />

acobardarme, tenía fe mayor en ellas y me vanagloriaba, suponiendo una inmediata<br />

victoria.<br />

-Me han ocurrido tantos <strong>de</strong>sastres -<strong>de</strong>cía-, porque he sido una tonta. Pero ahora...<br />

¡Oh!, ahora yo me juro a mí misma que moriré o le he <strong>de</strong> atrapar... Iré a Cádiz.<br />

Cuando esto <strong>de</strong>cía, finalizaba Julio y la temperatura <strong>de</strong> Sevilla era irresistible. El<br />

médico me or<strong>de</strong>nó que buscase en la costa aires más templados.<br />

Los franceses se habían establecido ya en Sevilla, don<strong>de</strong> reinaba un or<strong>de</strong>n perfecto.<br />

En toda España, y principalmente en algunos puntos privilegiados <strong>de</strong> la tragedia, como<br />

Manresa y la Coruña, corría la sangre a raudales. Los dos furibundos partidos se herían<br />

mutuamente con impía crueldad. Pero los ejércitos <strong>de</strong> ambas Naciones no habían<br />

empeñado ninguna lucha verda<strong>de</strong>ramente marcial y grandiosa. [260] El nuestro se<br />

<strong>de</strong>sbandaba como un rebaño sin pastores y el francés iba ocupando las ciuda<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong>sguarnecidas y dominando todo el país sin trabajo y sin heroísmo, sin sangre y sin<br />

gloria. Sus victorias eran ramplonas y honradas, su proce<strong>de</strong>r <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los pueblos,<br />

noble y templado. Era aquel ejército como su jefe, leal y sin genio, un ejército<br />

apreciable, compuesto <strong>de</strong> cien mil buenos sujetos que no conocían el saqueo, pero<br />

tampoco la gloria. ¡Detestable suerte la <strong>de</strong> España!... ¡Haber hecho temblar al coloso y<br />

sucumbir ante un hijo <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Artois, ante un pobre emigrado <strong>de</strong> Gante!<br />

¡A Cádiz, a Cádiz! Estas palabras compendiaban todo mi pensamiento en aquellos<br />

días. Empecé a disponer mi viaje con gran prisa, y a principios <strong>de</strong> Agosto nada tenía<br />

que hacer ya en Sevilla.<br />

Mi belleza recobraba al fin su esplendor. Y no era esto poco triunfo, porque la<br />

verdad es que me había quedado como un espectro. ¡Con cuánto alborozo veía yo<br />

<strong>de</strong>spuntar <strong>de</strong> día en día la animación, la gracia, la frescura, la viveza, todos los encantos<br />

<strong>de</strong> mi fisonomía, que iban mostrándose, como flores que se abren al cariñoso amor <strong>de</strong>l<br />

sol! Yo no cesaba <strong>de</strong> mirarme al espejo para [261] observar los progresos <strong>de</strong> mi<br />

restauración, y casi casi estoy por <strong>de</strong>cir que me encontraba más guapa que antes <strong>de</strong> mi<br />

enfermedad. Perdóneseme este orgullo vano; pero si Dios me hizo así, si me dio<br />

hermosura y gracias, ¿por qué no lo he <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir para que lo sepan los que no tuvieron la<br />

dicha <strong>de</strong> conocerme?<br />

El con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Montguyon se me presentó en el momento <strong>de</strong> partir para Cádiz. ¡Oh,<br />

feliz encuentro! Mi D. Quijote, que había sido ascendido a jefe <strong>de</strong> brigada, me<br />

acompañó en casi todo el camino <strong>de</strong> Sevilla a la costa, mostrándose en extremo<br />

orgulloso por creer próximo el momento <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>finitiva conquista, y yo cuidaba no<br />

poco <strong>de</strong> confirmarle en esta creencia, porque quería tenerle muy dispuesto a servirme en<br />

negocios difíciles. Hablamos también <strong>de</strong> política y <strong>de</strong> la Or<strong>de</strong>nanza <strong>de</strong> Andújar, en que


Su Alteza recomendaba la mayor templanza a los absolutistas, habiéndoles disgustado<br />

por esto. Pero el tema más agradable a mi caballero era el amor.<br />

Según se expresaba, su bello i<strong>de</strong>al estaba a punto <strong>de</strong> realizarse. El país ardiente, el<br />

territorio pintoresco, la dama hermosa; nada faltaba para que la leyenda fuese completa.<br />

Pero yo, esmerándome en fomentar sus esperanzas, era sumamente avara <strong>de</strong><br />

concesiones. Mi or<strong>de</strong>nanza [262] <strong>de</strong> Andújar prescribía también la mo<strong>de</strong>ración.<br />

Ya me había yo instalado en el Puerto cuando, apremiada por el Con<strong>de</strong>, le revelé la<br />

causa <strong>de</strong> mis ardientes <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> penetrar en Cádiz.<br />

-Un hombre -le dije-, que antes poseía mi confianza, administrando los bienes <strong>de</strong> mi<br />

casa; un mayordomo que supo servirme algún tiempo con lealtad para engañarme<br />

<strong>de</strong>spués con más seguridad, huyó <strong>de</strong> Madrid, robándome gran cantidad <strong>de</strong> dinero,<br />

muchas alhajas <strong>de</strong> valor y documentos preciosos. Ese hombre está en Cádiz...<br />

-Pero en Cádiz hay tribunales <strong>de</strong> justicia, hay autorida<strong>de</strong>s...<br />

-En Cádiz no hay más que un Gobierno expirante que para prolongar su vida entre<br />

agonías, se ro<strong>de</strong>a <strong>de</strong> todos los pillos.<br />

-Sin embargo, señora, un ladrón <strong>de</strong> semejante estofa no pue<strong>de</strong> ser patrocinado por<br />

nadie. Horribles cosas se ven en las guerras civiles; pero nosotros, nosotros los<br />

franceses entraremos en Cádiz.<br />

-Esa es mi esperanza.<br />

-¿No tiene usted valimiento con los Ministros liberales?<br />

-Ninguno. Mi nombre sólo les sonará a proclama realista. [263]<br />

-Entonces...<br />

-Cuento con la protección <strong>de</strong> los jefes <strong>de</strong>l ejército francés.<br />

-Y con los servicios <strong>de</strong> un leal amigo... El objeto principal es <strong>de</strong>tener al ladrón.<br />

-¡Detenerle y amarrarle y arrastrarle! -exclamé con furor-. Mas <strong>de</strong>seo hacer mi<br />

justicia a espaldas <strong>de</strong> los tribunales, porque aborrezco la curia y los pleitos, aun cuando<br />

los gane.<br />

-¡Oh!, eso es muy español. Se trata, pues, <strong>de</strong> cazar a un hombre; ¿por ventura eso es<br />

fácil todavía?<br />

-Fácil, no.<br />

-Y para una dama...<br />

-Pero yo no estoy sola. Tengo servidores leales que sólo esperan una or<strong>de</strong>n mía<br />

para...


-Para matar...<br />

-No tanto -dije riendo-. Esto le parecerá a usted leyenda, novela, romance o lo que<br />

quiera; pero no, mis propósitos no son tan trágicos como usted se figura.<br />

-Lo supongo... pero siempre serán interesantes... ¿Ha <strong>de</strong>jado usted criados en<br />

Sevilla?<br />

-Uno tengo a mis ór<strong>de</strong>nes. Le he enviado por <strong>de</strong>lante, y ya está en Cádiz.<br />

-Vigilando... [264]<br />

-Acechando.<br />

-Bien: le seguirá <strong>de</strong> noche, embozado hasta las cejas; espiará sus acciones, se<br />

informará <strong>de</strong> su método <strong>de</strong> vida. ¿Y ese criado es fiel?<br />

-Como un perro... Examinemos bien mi situación, señor Con<strong>de</strong>. ¿Se pue<strong>de</strong> entrar en<br />

Cádiz?<br />

-Es muy difícil, señora, sobre todo para los que son sospechosos al Gobierno liberal.<br />

-¿Y por mar?<br />

-Ya sabe usted que en la bahía tenemos nuestra escuadra.<br />

-¿Cuándo tomarán uste<strong>de</strong>s la plaza?<br />

-Pronto. Esperamos a que venga Su Alteza para forzar el sitio.<br />

-¿Y podrán escaparse los milicianos y el Gobierno?<br />

-Es difícil saberlo. Ignoramos si habrá capitulación; no sabemos el grado <strong>de</strong><br />

resistencia que presentarán los insurgentes.<br />

-¡Oh! -exclamé sin saber lo que <strong>de</strong>cía, obcecada por mis pasiones-. Uste<strong>de</strong>s los<br />

realistas no sirven para esto. Si Napoleón estuviera aquí, amigo mío, mañana, mañana<br />

mismo, sí señor, mañana, sería tomada por asalto esa ciudad rebel<strong>de</strong> y pasados a<br />

cuchillo los insensatos que la <strong>de</strong>fien<strong>de</strong>n. [265]<br />

-Me parece <strong>de</strong>masiado pronto -dijo Montguyon sonriendo-. En fin, comprendo la<br />

impaciencia <strong>de</strong> usted.<br />

-Sí, quien ha sido robada, vilmente estafada, no pue<strong>de</strong> aprobar estas dilaciones que<br />

dan fuerza al enemigo. Señor Con<strong>de</strong>, es preciso entrar en Cádiz.<br />

-Si <strong>de</strong> mí <strong>de</strong>pendiera, señora, esta tar<strong>de</strong> mandaba dar el asalto -repuso con<br />

entusiasmo-. Sorpren<strong>de</strong>ría a la guarnición, encarcelaría a los diputados y a las Cortes y<br />

pondría en libertad al Rey.


-Ya eso no me importa tanto -dije en tono <strong>de</strong> conquistador-. Yo entraría al asalto<br />

sorprendiendo a la guarnición. Dejaría a los diputados que hicieran lo que les<br />

acomodase, mandaría al Rey a paseo...<br />

-Señora...<br />

-Buscaría a mi hombre, revolvería todos los rincones, todos los escondrijos <strong>de</strong> Cádiz<br />

hasta encontrarle... y <strong>de</strong>spués que le hallara...<br />

-Después...<br />

-Después, señor Con<strong>de</strong>... ¡Oh!, mi sangre se abrasa...<br />

-En los divinos ojos <strong>de</strong> usted, Jenara -me dijo-, brilla el fuego <strong>de</strong> la venganza. Parece<br />

usted una Me<strong>de</strong>a. [266]<br />

-No me impulsan los celos -dije serenándome.<br />

-Una Judith.<br />

-Ni la i<strong>de</strong>a política.<br />

-Una...<br />

-Parezca lo que parezca, señor Con<strong>de</strong>, ello es preciso entrar en Cádiz.<br />

-Entraremos.<br />

-¿No sirve usted ahora en el Estado Mayor <strong>de</strong>l general Bourmont?<br />

-En él estoy a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> la que es imán <strong>de</strong> mi vida -repuso poniendo los ojos en<br />

blanco.<br />

-¿Bourmont será nombrado comandante general <strong>de</strong> Cádiz, luego que la plaza se<br />

rinda?<br />

-Así se dice.<br />

-¿Hará usted pren<strong>de</strong>r a mi mayordomo?...<br />

-Le haré fusilar...<br />

-¿Me lo entregará usted atado <strong>de</strong> pies y manos?<br />

-Siempre que no huya antes, sí señora.<br />

-¡Huir! Pues qué, ¿tendrá ese hombre la vileza <strong>de</strong> huir, <strong>de</strong> no esperar?...<br />

-El criminal, amiga mía <strong>de</strong> mi corazón, pone su seguridad ante todo.


-¿No dice usted que hay una especie <strong>de</strong> escuadra?<br />

-Una escuadra en toda regla. [267]<br />

-¿Pues <strong>de</strong> qué sirven esos barcos, señor mío -dije <strong>de</strong> muy mal talante-, si permiten<br />

que se escape... ese?<br />

-Quizás no se escape.<br />

-¿De qué sirve la escuadra? -añadí con la más viva inquietud-. ¿Quién es el almirante<br />

que la manda? Yo quiero ver a ese almirante, quiero hablar con él...<br />

-Nada más fácil; pero dudo...<br />

-Me ocurre que si hay capitulación, será más fácil atraparle...<br />

-¿Al almirante?<br />

-No; a... a ese.<br />

-Sin duda. En tal caso se quedaría tranquilo en Cádiz, al menos por unos días.<br />

-Bien, muy bien. Si hay capitulación, arreglo, perdón <strong>de</strong> vidas y libertad para todos...<br />

Señor Con<strong>de</strong>, aconsejaremos al Príncipe que capitule... ¡pero qué tonterías digo!<br />

-Está patente en su espíritu <strong>de</strong> usted la obsesión <strong>de</strong> ese asunto.<br />

-¡Oh!, sí; no puedo pensar en otra cosa. El caso es grave. Si no consigo apo<strong>de</strong>rarme<br />

<strong>de</strong> ese hombre... no sé... creo que me costará la vida.<br />

-Yo también le aborrezco... ¡Hombre maldito!... Pero le cogeremos, señora. Me<br />

pongo al servicio <strong>de</strong> este gran propósito con la sumisión [268] <strong>de</strong> un esclavo. ¿Acepta<br />

usted mi cooperación?<br />

Al <strong>de</strong>cir esto me besaba la mano.<br />

-La acepto, sí, hombre generoso y leal, la acepto con gratitud y profundo cariño.<br />

Al <strong>de</strong>cir esto, yo ponía en mi semblante una sensibilidad capaz <strong>de</strong> conmover a las<br />

piedras, y en mis pestañas temblaba una lágrima.<br />

-Y entonces -añadió Montguyon con voz turbada-, cuando nuestro triunfo sea<br />

seguro, ¿podré esperar que el hueco que se me <strong>de</strong>stina en ese corazón no sea tan<br />

pequeño?<br />

-¿Pequeño?<br />

-Si es evi<strong>de</strong>nte, por confesión <strong>de</strong> él mismo, que ya tengo una parte en sus sublimes<br />

afectos, ¿no puedo esperar...?


-¿Una parte? ¡Oh, no!; todo, todo.<br />

El inflamado galán abrió sus brazos para estrecharme en ellos; pero evadí<br />

prontamente aquella prueba <strong>de</strong> su insensato ardor, y poniéndome primero seria y<br />

<strong>de</strong>spués amable, con una especie <strong>de</strong> enojo gracioso y virtud tolerante, le dije que ni<br />

Zamora ni yo podíamos ser ganadas en una hora. Al <strong>de</strong>cir esto violentos cañonazos me<br />

hicieron estremecer y corrí al balcón.<br />

-Son los primeros tiros <strong>de</strong> las baterías que se han armado para atacar el Troca<strong>de</strong>ro<br />

-me dijo el Con<strong>de</strong>. [269]<br />

-¿Y esas bombas van a Cádiz? -pregunté poniendo inmenso interés en aquel asunto.<br />

-Van al Troca<strong>de</strong>ro.<br />

-¿Y qué es eso?<br />

-Un fuerte que está en medio <strong>de</strong> las marismas.<br />

-¿Y allí están...?<br />

-Los liberales.<br />

-¿Muchos?<br />

-Mil y quinientos hombres.<br />

-¿Paisanos?<br />

-Hay muchos paisanos y milicianos.<br />

-¡Oh!, morirá mucha gente.<br />

-Eso es lo que <strong>de</strong>seamos. Parece que siente usted gran pena por ello.<br />

-La verdad -repuse, ocultando los sentimientos que bruscamente me asaltaban-, no<br />

me gusta que muera gente.<br />

-A excepción <strong>de</strong> su enemigo.<br />

-Ese... ¿pero estará en el Troca<strong>de</strong>ro?<br />

-¡Quién sabe!... Está usted aterrada, Jenara.<br />

-¡Oh!, yo quiero ir al Troca<strong>de</strong>ro.<br />

-Señora...<br />

-Quiero ir al Troca<strong>de</strong>ro.


-Eso mismo <strong>de</strong>seamos nosotros -me dijo riendo-, y para conseguirlo, enviaremos por<br />

<strong>de</strong>lante algunos centenares <strong>de</strong> bombas. [270]<br />

-¿Dón<strong>de</strong> está el Troca<strong>de</strong>ro? -pregunté corriendo otra vez a la ventana.<br />

-Allí -dijo Montguyon asomándose y alargando el brazo.<br />

Hízome explicaciones y <strong>de</strong>scripciones muy prolijas <strong>de</strong> la bahía y <strong>de</strong> los fuertes; pero<br />

bien comprendí que antes que mostrar sus conocimientos, <strong>de</strong>seaba estar tan cerca <strong>de</strong> mí<br />

como estaba, aproximando bastante su cabeza a la mía, y embriagándose con el calor <strong>de</strong><br />

mi rostro y con el roce <strong>de</strong> mis cabellos.<br />

- XXXIII -<br />

¡Qué aparato <strong>de</strong>splegaron contra aquellas fortalezas que se alzan entre charcos<br />

salubres y que llevan por nombre el Troca<strong>de</strong>ro! Des<strong>de</strong> que llegó Su Alteza a mediados<br />

<strong>de</strong> Agosto, no hacían más que disparar bombas y balas contra los fuertes, esperando<br />

abrir brecha en sus gloriosos muros. ¡Figúrese el buen lector mi aburrimiento!<br />

Consi<strong>de</strong>re con cuánta tristeza y tedio vería yo pasar día tras día sin más distracción que<br />

oír los disparos y ver por las noches las majestuosas curvas <strong>de</strong> los proyectiles. Me<br />

consumía [271] en mi casa <strong>de</strong>l Puerto sin tener noticias <strong>de</strong>l interior <strong>de</strong> Cádiz, ni<br />

esperanzas <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r penetrar en la plaza. Ni parecía aquello guerra formal y heroica<br />

como creía yo que <strong>de</strong>bían ser las guerras y como las que vi en mi niñez y en tiempo <strong>de</strong>l<br />

Imperio. Casi todo el ejército sitiador estaba con los brazos cruzados: los oficiales<br />

paseaban fumando; los soldados hacían menos pesado el tiempo con bailoteo y cantos.<br />

No <strong>de</strong>bo pasar en silencio que el duque <strong>de</strong>l Infantado que llegó <strong>de</strong> Madrid en<br />

aquellos días, me llevó a visitar a Su Alteza, nuestro salvador y el ángel tutelar <strong>de</strong> la<br />

moribunda España por aquellos días. Luis Antonio era un rubio <strong>de</strong>sabrido, cuyo<br />

semblante respiraba honra<strong>de</strong>z y buena fe; pero la aureola <strong>de</strong>l genio no circundaba su<br />

frente. Fuera <strong>de</strong> aquel sitio, lejos <strong>de</strong> aquella <strong>de</strong>slumbradora posición y con otro nombre,<br />

el hijo <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Artois habría sido un joven <strong>de</strong> buen ver; mas no en tal manera que<br />

por su aspecto <strong>de</strong>scollase entre la muchedumbre. Para hallar en él lo que realmente le<br />

distinguía era preciso que un trato frecuente hiciese resaltar las perfecciones morales <strong>de</strong><br />

su alma privilegiada, su lealtad sin tacha y aquel levantado espíritu caballeresco sin<br />

quijotismo que le hacía tan estimable en la Corte <strong>de</strong> Francia. Era valiente, humanitario,<br />

[272] cortés, afable, puntual y riguroso en el cumplimiento <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ber. Si estas<br />

cualida<strong>de</strong>s no eran suficientes a formar un gran guerrero, ¿qué importaba? La pericia<br />

militar diéronsela sus prácticos generales y nuestros <strong>de</strong>saciertos, que fueron el principal<br />

estro marcial <strong>de</strong> la segunda invasión.<br />

Angulema me recibió con la más fina <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za y urbanidad; pero <strong>de</strong> todas sus<br />

cortesanías la que más me agradó fue la <strong>de</strong> disponer el asalto <strong>de</strong>l Troca<strong>de</strong>ro. -¡Al fin, al<br />

fin -exclamaba yo-, será nuestro el horrible fuerte que nos abrirá las puertas <strong>de</strong> Cádiz!


El 19 abrieron brecha; pero hasta la noche <strong>de</strong>l 30 no se dio el asalto, habiéndose<br />

guardado secreto sobre esto en los días anteriores, aunque yo lo supe por el con<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

Montguyon, que no me ocultaba nada referente a las operaciones. ¡Noche terrible la <strong>de</strong>l<br />

30 al 31 <strong>de</strong> Agosto!, noche que me pareció día por lo clara y hermosa así como por el<br />

estrépito guerrero que en ella resonara y las acciones heroicas dignas <strong>de</strong> ser alumbradas<br />

por el sol!... Apretado fue el lance <strong>de</strong>l asalto, según oí contar, y Su Alteza y el príncipe<br />

<strong>de</strong> Carignan, se portaron bravamente combatiendo como soldados en los sitios más<br />

peligrosos. No fue ciertamente el hecho <strong>de</strong>l Troca<strong>de</strong>ro una <strong>de</strong> aquellas páginas <strong>de</strong><br />

epopeya [273] que ilustraron el Imperio; fue más bien lo que los dramaturgos franceses<br />

llaman Succés d'estime, un éxito que no tiene envidiosos. Pero a la Restauración le<br />

convenía cacarearlo mucho, ciñendo a la inofensiva frente <strong>de</strong>l Duque los laureles<br />

napoleónicos; y se tocó la trompa sobre este tema hasta reventar, resultando <strong>de</strong>l<br />

entusiasmo oficial que no hubo en Francia calle ni plaza que no llevase el nombre <strong>de</strong>l<br />

Troca<strong>de</strong>ro, y hasta el famoso arco <strong>de</strong> la Estrella, en cuyas piedras se habían grabado los<br />

nombres <strong>de</strong> Austerlitz y Wagram, fue durante algún tiempo Arco <strong>de</strong>l Troca<strong>de</strong>ro.<br />

Yo me había trasladado a Puerto Real para estar más cerca. En la mañana <strong>de</strong>l 31,<br />

cuando vi pasar a los prisioneros hechos en los fuertes, me sentí morir <strong>de</strong> zozobra. Entre<br />

aquellas caras atezadas, a cada instante creía ver la suya. Estuvieron pasando mucho<br />

tiempo, porque eran más <strong>de</strong> mil entre militares y paisanos. Creo que les miré uno por<br />

uno; y al fin, cuando ya quedaban pocos, redoblé mi atención. ¡Oh misericordioso Dios,<br />

qué estupendas cosas permites! En la última fila, casi solo, más abatido, más quemado<br />

<strong>de</strong>l sol, más <strong>de</strong>macrado, con los vestidos más rotos que los <strong>de</strong>más, pasó él, ¡él<br />

mismo...!, no podía dudarlo, porque le estaba viendo, viendo, sí, con mis propios [274]<br />

ojos arrasados <strong>de</strong> lágrimas. Llevaba la mano izquierda en cabestrillo hecho con un<br />

andrajo, y su paso era inseguro y como dolorido, sin duda por tener lleno <strong>de</strong> contusiones<br />

el cuerpo.<br />

Al verle extendí los brazos y grité con toda la fuerza <strong>de</strong> mi voz. Mi enamorada<br />

exclamación hizo volver la cabeza a todos los que iban <strong>de</strong>lante y a los curiosos que le<br />

ro<strong>de</strong>aban. Él, alzando los amortiguados ojos, me miró con expresión tan triste que sentí<br />

partido mi corazón y estuve a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>smayarme. Creo que pronunció algunas<br />

palabras; pero no oí sino un adiós tan lúgubre como campanada funeral, y movió la<br />

mano en a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> cariñoso saludo, y pasó, <strong>de</strong>sapareciendo con los <strong>de</strong>más en una<br />

vuelta <strong>de</strong>l camino.<br />

Mi primera intención fue correr tras él; pero en la casa me <strong>de</strong>tuvieron. Cuando<br />

serenamente me hice cargo <strong>de</strong> la situación, formé mil proyectos; pero todos los<br />

<strong>de</strong>sechaba al punto por <strong>de</strong>scabellados. Pensándolo bien, comprendí que no era tan difícil<br />

conseguir su libertad. Me congratulaba <strong>de</strong> que, al cabo <strong>de</strong> tantas fatigas, el <strong>de</strong>stino me le<br />

presentara prisionero para po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>cir con más valor que nunca: -Ahora sí que no se me<br />

pue<strong>de</strong> escapar. [275]<br />

- XXXIV -


Envié recados al con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Montguyon; pero no se le podía encontrar por ninguna<br />

parte. Unos <strong>de</strong>cían que estaba en el Troca<strong>de</strong>ro, otros que en el Puerto, otros que había<br />

ido a las fragatas con una comisión. Por último, averigüé con certeza su para<strong>de</strong>ro y le<br />

escribí una carta muy cariñosa. Mas pasó un día, pasaron dos y yo me moría <strong>de</strong><br />

impaciencia, sin po<strong>de</strong>r ver al prisionero ni aun saber dón<strong>de</strong> le habían llevado. El Con<strong>de</strong>,<br />

robando, al fin, un rato a sus quehaceres, vino a verme el día 4. Yo estaba otra vez<br />

medio loca y no tenía humor para hacer papeles, sino que espontáneamente <strong>de</strong>jaba que<br />

se <strong>de</strong>sbordasen los sentimientos <strong>de</strong> mi corazón.<br />

-¡Oh! Cuánto me alegro <strong>de</strong> ver a usted -le dije-. Si usted no viene pronto, señor<br />

Con<strong>de</strong>, me hubiera muerto <strong>de</strong> pena.<br />

Con estas palabras, que creía dictadas por un vivo interés hacia él, se puso el noble<br />

francés un poco chispo, que así <strong>de</strong>nomino yo al embobamiento <strong>de</strong> los hombres<br />

enamorados. Se <strong>de</strong>shizo en galanterías, a las cuales daba cierto [276] tono <strong>de</strong> intimidad<br />

cargante, y <strong>de</strong>spués me dijo:<br />

-Pronto, muy pronto, libertaremos a Su Majestad el Rey <strong>de</strong> España, y entraremos en<br />

Cádiz. El sol <strong>de</strong> ese día, señora, ¡cuán alegremente brillará sobre toda España, y<br />

especialmente sobre nuestros corazones!<br />

-Mi estimado amigo -indiqué riendo-, no diga usted tonterías.<br />

Él se quedó cortado.<br />

-Basta <strong>de</strong> tonterías -añadí-, y óigame usted lo que voy a <strong>de</strong>cirle. Ya he encontrado al<br />

hombre que buscaba...<br />

-¿Dón<strong>de</strong>?... ¿cómo?... ¿ese malvado?<br />

-No es malvado.<br />

-¿Cómo no? Me dijo usted que le había robado sus alhajas.<br />

-¡No es ese... por Dios! ¿Cuándo enten<strong>de</strong>rá usted las cosas al <strong>de</strong>recho?<br />

-Siempre que no se me expliquen al revés.<br />

-He encontrado a ese hombre... Pero entendámonos. ¿No dije a usted que había<br />

venido <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí un fiel criado <strong>de</strong> mi casa, el cual entró en Cádiz?...<br />

-¡Ah!, sí... entró para observar los pasos <strong>de</strong>l ladrón.<br />

-Pues ese fiel criado tiene el <strong>de</strong>fecto <strong>de</strong> ser algo patriota... ¡<strong>de</strong>bilida<strong>de</strong>s humanas!, y<br />

[277] como es algo patriota se puso a pelear en el Troca<strong>de</strong>ro por una causa que no le<br />

importaba.<br />

-Ya comprendo, y ha caído prisionero. ¿Le ha visto usted?


-Le vi cuando los prisioneros pasaron por aquí, pero no le he visto más; y ahora,<br />

señor Con<strong>de</strong>, quiero que usted me le ponga en libertad.<br />

-Señora, si Cádiz se rin<strong>de</strong> pronto, como creo, y todo se arregla, espero conseguir lo<br />

que usted me pi<strong>de</strong>.<br />

-¡Qué gracia! Para eso no necesito yo <strong>de</strong> la amistad <strong>de</strong> un jefe <strong>de</strong> brigada -dije con<br />

enfado-. Ha <strong>de</strong> ser antes, mañana mismo.<br />

-¡Oh! Señora, usted somete mi amor a pruebas <strong>de</strong>masiado fuertes.<br />

-¿Quiere usted que <strong>de</strong>jemos a un lado el amor -le dije poniéndome muy seria-, y que<br />

hablemos como amigos?<br />

Montguyon pali<strong>de</strong>ció.<br />

-¿Esa persona -me dijo-, interesa a usted tanto que no pue<strong>de</strong> esperar a que concluya<br />

la guerra, dando yo mi palabra <strong>de</strong> que el prisionero será bien atendido?<br />

-No basta que sea atendido -afirmé con resolución-. No basta nada; quiero su<br />

libertad; quiero aten<strong>de</strong>rle yo misma, cuidarle, curar [278] sus heridas, tenerle a mi lado,<br />

llevarle a sitio seguro...<br />

Me expresé, al <strong>de</strong>cir esto, con vehemencia suma, porque me era ya muy difícil<br />

contener mi corazón que iba al galope en busca <strong>de</strong> las anheladas soluciones. El Con<strong>de</strong><br />

me oía con cierto terror.<br />

-¿Tanto interesa a usted -repitió-, tanto interesa a usted... un criado?<br />

-No es criado.<br />

-¿Tal vez un anciano servidor <strong>de</strong> la casa?<br />

-No es anciano.<br />

-¿Un joven?... ¿Supongo que no será el ladrón?<br />

-¿Qué ladrón?<br />

-El ladrón <strong>de</strong> quien usted me habló...<br />

-¡Ah! No me acordaba... Ya no me ocupo <strong>de</strong> eso.<br />

-¿Abandona usted la empresa <strong>de</strong> <strong>de</strong>tener y castigar a ese miserable?<br />

-La abandono.<br />

-¡Qué inconstancia!<br />

-Yo soy así.


-Pero ese, ese otro... ¿interesa a usted tanto?...<br />

-Muchísimo.<br />

-¿Es pariente <strong>de</strong> usted?<br />

-No. Es compañero <strong>de</strong> la infancia. [279]<br />

-¿Es militar?<br />

-Paisano, señor Con<strong>de</strong> -dije con el tono <strong>de</strong> severa autoridad que sé emplear cuando<br />

me conviene-. Si se empeña usted en ser catecismo, buscaré otra persona más galante y<br />

más generosa que sepa prestar un servicio, economizando las preguntas.<br />

-Creo tener algún <strong>de</strong>recho a ello -repuso con gravedad.<br />

-No tiene usted ninguno -afirmé con <strong>de</strong>senfado-, porque este <strong>de</strong>recho yo sola podría<br />

darlo, y yo lo niego.<br />

-Entonces, señora -objetó, encubriendo su ira bajo formas urbanas-, he pa<strong>de</strong>cido una<br />

equivocación.<br />

-Si cree usted que le amo, sí. La equivocación no pue<strong>de</strong> ser más completa.<br />

Montguyon se levantó. Sus ojos, en los cuales se leía el furor mezclado con la<br />

dignidad, me dirigieron una mirada, que <strong>de</strong>bía ser la última. Yo corrí a él y tomándole la<br />

mano, le rogué que se sentase a mi lado.<br />

-Usted es un caballero -le dije-. Ningún otro ha merecido más que usted mi<br />

estimación, lo juro. Dios sabe que al <strong>de</strong>cir esto hablo con el corazón.<br />

-Dios lo sabrá -repuso Montguyon muy afligido-; mas para mí, y <strong>de</strong> aquí en a<strong>de</strong>lante,<br />

[280] las palabras <strong>de</strong> usted están escritas en el agua.<br />

-Consi<strong>de</strong>re usted las que le diga hoy como si estuvieran grabadas en bronce. La que<br />

confiesa hechos que no le favorecen, ¿no tiene <strong>de</strong>recho a ser creída?<br />

-A veces sí. Confiéseme usted que su conducta conmigo no ha sido leal.<br />

-Lo confieso -repliqué bajando los ojos y realmente avergonzada.<br />

-Confiese usted que yo no merecía servir <strong>de</strong> juguete a una mujer voluntariosa.<br />

-También es cierto y lo confieso.<br />

-Declare usted que ama a otro.<br />

-¡Oh!, sí, lo <strong>de</strong>claro con todo mi corazón, y si cien bocas tuviera con todas lo diría.


El leal caballero se quedó atónito y espantado. Estaba, como ellos dicen, foudroyé.<br />

Durante breve rato no me dijo nada, pero yo comprendí su martirio y le tenía lástima.<br />

¡Oh, qué mala he sido siempre!<br />

-Ese hombre... -murmuró Montguyon-, ese hombre...<br />

-Ahora, reconociéndome culpable, reconociéndome inferior a usted -dije-, le autorizo<br />

para que me abrume a preguntas, si gusta, y aun para que me eche en cara mi ligereza.<br />

-Ese hombre... -prosiguió el francés-. [281] Perdone usted; pero nada es más curioso<br />

que la <strong>de</strong>sgracia. El amor <strong>de</strong>sairado quiere tener miles <strong>de</strong> ojos para son<strong>de</strong>ar las causas<br />

<strong>de</strong> su <strong>de</strong>sdicha. Ese hombre... ¿quién es?<br />

-Un hombre.<br />

-¿De familia ilustre?<br />

-No señor, <strong>de</strong> origen muy humil<strong>de</strong>.<br />

-¿Le ama usted hace tiempo?<br />

-Hace mucho tiempo.<br />

-Él... ¿la ama a usted?<br />

-No estoy muy segura <strong>de</strong> ello.<br />

-¡Oh! ¡Qué iniquidad! -exclamó con furor el Con<strong>de</strong>-. Es un miserable.<br />

-Un ingrato, y es bastante.<br />

-¿Y a pesar <strong>de</strong> su ingratitud le ama usted?<br />

-Tengo esa <strong>de</strong>bilidad, que no puedo dominar.<br />

-Aborrézcale usted.<br />

-Si fuera fácil... Difícil cosa es esa.<br />

-¡Es verdad, difícil cosa! -exclamó Montguyon con tristeza-. ¿Y ese hombre?...<br />

-¿Pero hay más preguntas todavía?<br />

-No, ya no más. Me basta lo que sé, y me retiro.<br />

-Se conduce usted como un cualquiera -le dije con verda<strong>de</strong>ro afecto-. Me abandona<br />

usted, precisamente cuando mi sinceridad merece [282] alguna recompensa. ¿Será<br />

posible que cuando yo empiezo a tener franqueza, <strong>de</strong>je usted <strong>de</strong> tener generosidad?


-¡Oh! Señora, toca usted una fibra <strong>de</strong> mi corazón que siempre respon<strong>de</strong>, aun cuando<br />

la hieran con puñal.<br />

-Sí, sí, amigo mío. Usted es generoso y noble en gran manera. Para que la diferencia<br />

entre los dos sea siempre gran<strong>de</strong>, para que usted sea siempre un caballero y yo una<br />

miserable, págueme usted como pagan en todas ocasiones las almas elevadas. Pues yo<br />

me he portado mal, pórtese usted bien conmigo. Haga cada cual su papel. Cumpla usted<br />

el precepto que manda volver bien por mal. Así crecerá más a mis ojos; así me abatiré<br />

yo más a los suyos; así su generosidad será mayor y mi culpa más gran<strong>de</strong> también, y<br />

usted tendrá en su vida una página más gloriosa que la victoria que acaba <strong>de</strong> alcanzar<br />

frente al enemigo.<br />

-Comprendo lo que usted me dice -murmuró el francés, <strong>de</strong>scansando por breve rato<br />

su frente en la palma <strong>de</strong> la mano-. Yo seré siempre digno <strong>de</strong> mi nombre.<br />

-¡Caballero leal antes, ahora y siempre! -exclamé yo.<br />

-Bien, señora -dijo levantándose y alargándome la mano que estreché cordialmente-.<br />

[283] Lo que usted <strong>de</strong>sea <strong>de</strong> mí es bastante claro.<br />

-Sí.<br />

-Y yo -añadió con manifiesta emoción- empeño mi palabra <strong>de</strong> honor...<br />

-¡Oh!, lo esperaba, lo esperaba.<br />

-Doy mi palabra <strong>de</strong> honor <strong>de</strong> hacer cuanto esté en mi mano para <strong>de</strong>volver a usted la<br />

felicidad, entregándole a su amante.<br />

-Gracias, gracias -exclamé <strong>de</strong>rramando lágrimas <strong>de</strong> admiración y agra<strong>de</strong>cimiento.<br />

El Con<strong>de</strong>, saludándome ceremoniosamente, se retiró. De buena gana le habría dado<br />

un abrazo.<br />

- XXXV -<br />

¡Qué días pasaron! Yo contaba las horas, los minutos, como si <strong>de</strong> la duración <strong>de</strong><br />

ellos <strong>de</strong>pendiese mi vida. Entre españoles y franceses era opinión corriente que la<br />

guerra acabaría pronto, que Cádiz expiraba, que las Cortes se morían por momentos. Sin<br />

embargo, aún resistía el Gobierno liberal y sus secuaces, como la bestia herida que no<br />

quiere soltar su presa mientras tenga un hálito <strong>de</strong> existencia. Esta [284] constancia no<br />

carecía <strong>de</strong> mérito, y lo tendría mayor si se empleara en causa menos perdida. ¡Qué<br />

sacrificio tan inútil! No tenían hombres, porque los alistamientos no producían efecto.<br />

No tenían dinero, porque el empréstito que levantaron en Londres produjo... una libra<br />

esterlina. Yo creo que si mi espíritu hubiera estado en disposición <strong>de</strong> admirar algo,


habría admirado la perseverancia <strong>de</strong> aquel Gobierno que no pudo encontrar en toda<br />

Europa quien le prestase más <strong>de</strong> cinco duros.<br />

Mi <strong>de</strong>seo era que se rindiese todo el mundo, que el Rey y la Nación arreglasen<br />

pronto sus diferencias, aunque las arreglaran <strong>de</strong>vorándose mutuamente. Yo quería tener<br />

el campo libre para el <strong>de</strong>senlace <strong>de</strong> mi campaña amorosa, que veía ya seguro y feliz.<br />

Casi todo Setiembre lo pasaron Angulema y las Cortes en dimes y diretes. Mil<br />

recados atravesaban la bahía en un bote; callaban los cañones para que hablaran los<br />

parlamentarios. Tales comedias me ponían furiosa, porque no se <strong>de</strong>cidía la suerte <strong>de</strong> los<br />

infelices prisioneros <strong>de</strong>l Troca<strong>de</strong>ro, que habían sido repartidos entre los Dominicos <strong>de</strong>l<br />

Puerto y la Cartuja <strong>de</strong> Jerez.<br />

Montguyon me visitó el 12, para informarme <strong>de</strong> que había visto al prisionero, cuyo<br />

nombre [285] y señas le había dado yo oportunamente.<br />

-Está sumamente abatido y melancólico -me dijo-. Se ha negado a recibir los auxilios<br />

pecuniarios que le ofrecí <strong>de</strong> parte <strong>de</strong> usted; pero se ha mostrado muy agra<strong>de</strong>cido. Al oír<br />

que Jenara tenía gran empeño en conseguir su libertad, pareció muy turbado y<br />

conmovido, pronunciando palabras sueltas cuyo sentido no pu<strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r.<br />

-¿Y no <strong>de</strong>sea verme?<br />

-Parece que lo <strong>de</strong>sea ardientemente.<br />

-¡Oh! ¡Estas dilaciones son horribles! ¿Y qué más dijo?<br />

-Cosas tristes y peregrinas. Afirma que <strong>de</strong>sea la libertad para conseguir por ella el<br />

<strong>de</strong>stierro.<br />

-¡El <strong>de</strong>stierro!<br />

-Dice que aborrece a su país y que la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> emigración le consuela.<br />

-Le conozco, sí... Esa i<strong>de</strong>a es suya.<br />

Otras cosas me dijo el Con<strong>de</strong>; pero se referían al trato que se daba a los prisioneros y<br />

a las excepciones ventajosas que él estableciera en beneficio <strong>de</strong> mi amado. ¡Cuánto le<br />

agra<strong>de</strong>cí sus <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>zas! Mientras viva tendré buenos recuerdos <strong>de</strong> hombre tan<br />

caballeroso y humanitario.<br />

Interrumpidos los tratos por la terquedad [286] <strong>de</strong> las Cortes, tomó <strong>de</strong> nuevo la<br />

palabra el cañón, y el día <strong>20</strong> fue ganado por los franceses con otro brioso asalto, el<br />

castillo <strong>de</strong> Santi-Petri. Después <strong>de</strong> este hecho <strong>de</strong> armas, Angulema habló fuerte a los<br />

tenaces liberales, pegados como lapas a la roca constitucional, y les amenazó con pasar<br />

a cuchillo a toda la guarnición <strong>de</strong> Cádiz, si Fernando VII no era puesto inmediatamente<br />

en libertad. El 26 se sublevó contra la Constitución el batallón <strong>de</strong> San Marcial, que<br />

guarnecía la batería <strong>de</strong> Urrutia en la costa; y la armada francesa, secundando el fuego <strong>de</strong><br />

las baterías <strong>de</strong>l Troca<strong>de</strong>ro, arrojaba bombas sobre Cádiz. No era posible mayor<br />

resistencia. Era una tenacidad que empezaba a confundirse con el heroísmo, y la


Constitución moría como había nacido, entre espantosa lluvia <strong>de</strong> balas, saludada en su<br />

triste ocaso, como en su dramático oriente, por las salvas <strong>de</strong>l ejército francés.<br />

Por fin llegaba el anhelado día.<br />

-Habrá perdón general -<strong>de</strong>cía yo para mí-. Todos los prisioneros serán puestos en<br />

libertad. Huiremos. ¡Cuán grato es el <strong>de</strong>stierro! Comeremos los dos el dulce pan <strong>de</strong> la<br />

emigración, lejos <strong>de</strong> indiscretas miradas, libres y felices fuera <strong>de</strong> esta loca patria<br />

perturbada don<strong>de</strong> ni aun los corazones pue<strong>de</strong>n latir en paz. [287]<br />

Montguyon me trajo el 29 muy malas noticias.<br />

-El Duque ha resuelto poner en libertad a todos los prisioneros <strong>de</strong> guerra. Pero...<br />

-¿Pero qué?<br />

-Ha dispuesto que sean entregados a las autorida<strong>de</strong>s españolas los individuos que en<br />

Cádiz <strong>de</strong>sempeñaban comisiones políticas.<br />

-¿Él está comprendido?<br />

-Sí señora. Desgraciadamente se tienen <strong>de</strong> él las peores noticias. Había recorrido los<br />

pueblos alistando gente por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Calatrava; había venido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Cataluña con<br />

ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Mina para realizar asesinatos <strong>de</strong> franceses. Había organizado las partidas <strong>de</strong><br />

gente soez que en el tránsito <strong>de</strong> Sevilla a Cádiz insultaron a Su Majestad.<br />

-¡Oh, eso es falso, falso, mil veces falso! -exclamé sin po<strong>de</strong>r contener mi<br />

indignación.<br />

Y en efecto, tales suposiciones eran infames calumnias.<br />

-Ha llegado al Puerto <strong>de</strong> Santa María -añadió Montguyon- el Sr. D. Víctor Sáez,<br />

secretario <strong>de</strong> Estado, ¿por qué no le ve usted?<br />

-No quiero nada con hombres <strong>de</strong> ese jaez -repuse con enojo-. Usted me ha dado su<br />

palabra <strong>de</strong> honor, usted ha empeñado su nombre <strong>de</strong> caballero, y con usted solo <strong>de</strong>bo<br />

contar. ¡Oh!, [288] señor Con<strong>de</strong>, si mi prisionero es entregado a la brutalidad <strong>de</strong> las<br />

autorida<strong>de</strong>s españolas, sedientas hoy <strong>de</strong> sangre y <strong>de</strong> venganza, sospecharé que usted me<br />

hace traición.<br />

Pali<strong>de</strong>ció el caballero francés. Dirigiéndome una mirada <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosa, me dijo al<br />

<strong>de</strong>spedirse:<br />

-Todavía, señora, no sabe usted quién soy yo.<br />

A pesar <strong>de</strong> mis propósitos <strong>de</strong>terminé visitar a Sáez, porque bueno es tener amigos<br />

aunque sea en el infierno. Vencí mis recientes antipatías, y tomando un coche me


encaminé al Puerto <strong>de</strong> Santa María. Era el 1.º <strong>de</strong> Octubre, día solemne en los fastos<br />

españoles.<br />

Hallé al buen canónigo más soplado y presuntuoso que nunca, como todo aquel que<br />

se ve en alturas a don<strong>de</strong> nunca <strong>de</strong>bió llegar; pero contra lo que yo esperaba, recibiome<br />

afablemente y no me dijo una sola palabra acerca <strong>de</strong> mi conversión al absolutismo.<br />

Parecía olvidado <strong>de</strong> estas pequeñeces, y ocuparse tan sólo, como Jiménez <strong>de</strong> Cisneros,<br />

en los negocios públicos <strong>de</strong> ambos mundos.<br />

-Hoy es día placentero, señora, día feliz, entre todos los días felices <strong>de</strong> la tierra -me<br />

dijo-. Su Majestad D. Fernando, ese ilustre [289] mártir <strong>de</strong> los excesos revolucionarios<br />

es ya libre.<br />

-¿Ya?<br />

-Hoy nos le entregan. Al fin han comprendido esos locos que su resistencia les<br />

podría costar muy cara, pero muy cara. El Duque tiene malas moscas.<br />

-Felicitémonos, Sr. D. Víctor -dije con afectado entusiasmo-, <strong>de</strong> esta solución<br />

lisonjera. España y el mundo están <strong>de</strong> enhorabuena. Mas para que se completara la<br />

dicha, convendría que tantas y tan graves heridas no se ensañasen con la venganza y la<br />

crueldad <strong>de</strong>l partido vencedor, y que un generoso olvido <strong>de</strong> los errores pasados<br />

inaugurase la venturosa era que empieza hoy.<br />

-Así será, señora -repuso sonriendo <strong>de</strong> un modo que me pareció algo hipócrita-. Su<br />

Majestad ha dado ayer en Cádiz un manifiesto en que ofrece perdonar a todo el mundo<br />

y no acordarse para nada <strong>de</strong> los que le han ofendido. ¡Cuánta magnanimidad! ¡Cuánta<br />

nobleza!<br />

-¡Oh!, sí, conducta digna <strong>de</strong> un <strong>de</strong>scendiente <strong>de</strong> cien Reyes, digna <strong>de</strong> quien da el<br />

perdón y <strong>de</strong>l pueblo que la recibe. Si Fernando cumple lo que promete, será gran<strong>de</strong><br />

entre todos los Reyes <strong>de</strong> España.<br />

-Lo cumplirá, señora, lo cumplirá. [290]<br />

Aunque no tenía gran confianza en las afirmaciones <strong>de</strong> Sáez, di crédito a estos<br />

propósitos por creerlos inspiración <strong>de</strong>l duque <strong>de</strong> Angulema.<br />

Invitome luego a presenciar el <strong>de</strong>sembarco <strong>de</strong> Su Majestad, a lo que accedí muy<br />

gustosa. Nos trasladamos al muelle, y habiendo sido colocada por un oficial francés en<br />

sitio muy conveniente para ver todo, presencié aquel acto que <strong>de</strong>bía ser uno <strong>de</strong> los más<br />

notables recodos, uno <strong>de</strong> los más bruscos ángulos <strong>de</strong> la historia <strong>de</strong> España en el tortuoso<br />

siglo presente.<br />

¡Espectáculo conmovedor! La regia falúa, cuyo timón gobernaba el almirante<br />

Valdés, uno <strong>de</strong> los más gloriosos marinos <strong>de</strong> Trafalgar, se acercaba al muelle. En ella<br />

venía toda la familia real, la Monarquía histórica secuestrada por el liberalismo. La<br />

conciliación i<strong>de</strong>ada por cabezas insensatas era imposible, y aquellos regios rehenes que<br />

la Nación había tomado eran <strong>de</strong>vueltos al absolutismo, contra el cual no podían


prevalecer aún los infiernos <strong>de</strong> la <strong>de</strong>magogia. En una lancha volvían <strong>de</strong>l purgatorio<br />

constitucional las ánimas angustiadas <strong>de</strong>l Rey y los Príncipes.<br />

Mientras el victorioso <strong>de</strong>spotismo recobraba sus personas sagradas, allá lejos sobre<br />

la gloriosa peña inundada <strong>de</strong> luz y ceñida por coronas [291] <strong>de</strong> blancas olas, los pobres<br />

pensadores <strong>de</strong>sesperados, los utopistas sin ilusiones, los <strong>de</strong>sengañados patricios lloraban<br />

sus errores, y buscando hospitalidad en naves extranjeras, se disponían a huir para<br />

siempre <strong>de</strong> la patria a quien no habían podido convencer.<br />

Así acaban los esfuerzos superiores a la energía humana, las luchas imposibles con<br />

monstruos potentes <strong>de</strong> terribles brazos, y que hun<strong>de</strong>n en el suelo sus patas para estar<br />

más seguros, como hun<strong>de</strong> sus raíces el árbol. Tal era la contienda con el absolutismo.<br />

Querían vencerle cortándole las ramas, y él retoñaba con más fuerza. Querían ahogarle,<br />

y regándole daban jugo a sus raíces. ¡A vosotros, oh veni<strong>de</strong>ros días <strong>de</strong>l siglo, tocaba<br />

atacarlo en lo hondo, arrancándolo <strong>de</strong> cuajo!... Pero advierto que estoy hablando la jerga<br />

liberal. ¡Qué horror! Verdad es que escribo veinte años <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> aquellos sucesos;<br />

que ya soy vieja, y que a los viejos como a los sabios se les permite mudar <strong>de</strong> parecer.<br />

Fernando puso el pie en tierra. Dicen que al verse en suelo firme dirigió a Valdés una<br />

mirada terrible, una mirada que era un programa político, el programa <strong>de</strong> la venganza.<br />

Yo no lo vi; pero <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> ser cierto, porque me lo dijo quien estaba muy cerca. Lo que<br />

sí [292] puedo asegurar es que Angulema hincando en tierra la rodilla besó la mano al<br />

Rey, que luego se abrazaron todos, que D. Víctor Sáez lloraba como un simple, y que<br />

los vivas y las exclamaciones <strong>de</strong> entusiasmo me volvieron loca. Los franceses gritaban,<br />

los españoles gritaban también, celebrando la feliz resurrección <strong>de</strong> la Monarquía<br />

tradicional y la miserable muerte <strong>de</strong>l impío constitucionalismo. El glorioso imperio <strong>de</strong><br />

las caenas había empezado. Ya se podía <strong>de</strong>cir con toda el alma: -¡Viva el Rey absoluto!<br />

¡Muera la Nación!<br />

- XXXVI -<br />

Faltaba la solución mía. Mi corazón estaba como el reo cuya sentencia no se ha<br />

escrito todavía. El 1.º <strong>de</strong> Octubre por la tar<strong>de</strong> y el día 2 hice diligencias sin fruto, no<br />

siéndome posible ver a Sáez ni a Montguyon, a quien envié frecuentes y apremiantes<br />

recados. Ninguna noticia pu<strong>de</strong> adquirir tampoco <strong>de</strong> los prisioneros. Creo que me<br />

hubiera repetido el ataque cerebral que pa<strong>de</strong>cí en Sevilla, si en el momento <strong>de</strong> mi mayor<br />

<strong>de</strong>sesperación no apareciese [293] mi generoso galán francés a <strong>de</strong>volverme la vida.<br />

Estaba pálido y parecía muy agitado.<br />

-Vengo <strong>de</strong> Cádiz -me dijo-. Dispénseme usted si no he podido servirla más pronto.<br />

-¿Y qué hay? -pregunté con la vida toda en suspenso.<br />

-Deme usted su mano -dijo Montguyon ceremoniosamente.<br />

Se la di y la besó con amor.


-Ahora, señora, todo ha acabado entre nosotros. Mi <strong>de</strong>ber está cumplido, y mi <strong>de</strong>ber<br />

es perdonar, pagando las ofensas con beneficios.<br />

Yo me sentía muy conmovida y no pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle nada.<br />

-Ni un momento he dudado <strong>de</strong> su nobleza e hidalguía -indiqué con acento <strong>de</strong> pura<br />

verdad-. A veces tropezamos en la vida con el bien y pasamos sin verlo. Señor Con<strong>de</strong>,<br />

mi gratitud será eterna.<br />

-No quiero gratitud -díjome con mucha tristeza-. Es un sentimiento que no me gusta<br />

recibido, sino dado. Deseo tan sólo un recuerdo bueno y constante.<br />

-¡Y una amistad entrañable, una estimación profunda! -exclamé <strong>de</strong>rramando<br />

lágrimas. [294]<br />

-Todo está hecho.<br />

-¿Conforme a mi <strong>de</strong>seo...? ¡Bendito sea el momento en que nos conocimos!<br />

-Señora, su prisionero <strong>de</strong> usted está sano y salvo a bordo <strong>de</strong> la corbeta Tisbe que<br />

parte esta tar<strong>de</strong> para Gibraltar.<br />

-¿Y cómo?...<br />

-Por sus antece<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong>bía ser con<strong>de</strong>nado a muerte. Otros menos criminales subirán<br />

al cadalso, si no se escapan a tiempo. Yo le saqué anoche furtivamente <strong>de</strong> los<br />

Dominicos y le embarqué esta mañana. Ya no corre peligro alguno. Está bajo la<br />

salvaguardia <strong>de</strong>l noble pabellón inglés.<br />

-¡Oh, gracias, gracias!<br />

-A<strong>de</strong>más <strong>de</strong>l servicio que a usted presto, creo cumplir un <strong>de</strong>ber <strong>de</strong> conciencia<br />

arrancando una víctima a los feroces Ministros <strong>de</strong>l Rey <strong>de</strong> España.<br />

-¿Pues qué -pregunté con asombro-, ¿Su Majestad no ha ofrecido en su Manifiesto<br />

<strong>de</strong> Cádiz perdonar a todo el mundo?<br />

-¡Palabras <strong>de</strong> Rey prisionero! Las palabras <strong>de</strong>l déspota libre son las que rigen ahora.<br />

Su Majestad ha promulgado otro <strong>de</strong>creto que es la negra ban<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> las proscripciones,<br />

un programa <strong>de</strong> sangre y exterminio. Innumerables personas han sido con<strong>de</strong>nadas a<br />

muerte. [295]<br />

-Esto es una infamia... pero en fin, ¿él está en salvo...?<br />

-En salvo.<br />

-Y sabe que me lo <strong>de</strong>be a mí... sabe que yo... ¡Oh!, señor Con<strong>de</strong>, no extrañe usted mi<br />

egoísmo. Estoy loca <strong>de</strong> alegría, y puedo repetir con toda mi alma: «ahora sí que no se<br />

me pue<strong>de</strong> escapar».


-Sabe que a usted lo <strong>de</strong>be todo, y espera abrazarla pronto.<br />

-¿Cómo?<br />

-Muy fácilmente. Comprendiendo que usted <strong>de</strong>sea ir en su compañía, he pedido otro<br />

pasaporte para D.ª Jenara <strong>de</strong> Baraona.<br />

-De modo que yo...<br />

-Pue<strong>de</strong> embarcarse usted esta tar<strong>de</strong> antes <strong>de</strong> las cuatro a bordo <strong>de</strong> la Tisbe.<br />

-¿Es verdad lo que oigo?<br />

-Aquí está la or<strong>de</strong>n firmada por el almirante inglés. Me la ha dado juntamente con las<br />

que ponen en salvo a los ex-regentes Císcar y Valdés, impíamente con<strong>de</strong>nados a muerte<br />

por el Rey.<br />

-¡Oh... soy feliz, y todo lo <strong>de</strong>bo a usted!... ¡Qué admirable conducta!<br />

Sin po<strong>de</strong>r contenerme, caí <strong>de</strong> rodillas, y con mis lágrimas bañé las generosas manos<br />

<strong>de</strong> aquel hombre. [296]<br />

-Así castigo yo -me dijo levantándome-. Prepárese usted. A las tres y media vengo a<br />

buscarla para conducirla a bordo <strong>de</strong>l bote francés que me han facilitado dos guardias<br />

marinos, parientes míos.<br />

El Con<strong>de</strong> se retiró recomendándome otra vez que estuviera pronta a las tres y media.<br />

Era la una.<br />

Ocupeme con febril presteza <strong>de</strong> preparar mi viaje. Estaba resuelta a abandonar todo<br />

lo que no nos fuera fácil llevar. Mariana y yo trabajamos como locas, sin darnos un<br />

segundo <strong>de</strong> reposo.<br />

La felicidad se <strong>de</strong>sbordaba en mi alma. Me reía sola... Pero ¡ay!, una i<strong>de</strong>a triste<br />

conturbó <strong>de</strong> súbito mi mente. Acor<strong>de</strong>me <strong>de</strong> la pobre huérfana viajera, y esto produjo en<br />

mi espíritu una <strong>de</strong>tención dolorosa en su raudo y atrevido vuelo... Pero al mismo tiempo<br />

sentía que los rencores huían <strong>de</strong> mi corazón siendo reemplazados por sentimientos<br />

dulces y expansivos, los únicos dignos <strong>de</strong> la privilegiada alma <strong>de</strong> la mujer.<br />

-Perdono a todo el mundo -dije para mí-. Reconozco que hice mal en engañar a<br />

aquella pobre muchacha... Todavía le estará buscando... Pero yo también le he buscado,<br />

yo también he pa<strong>de</strong>cido horriblemente... ¡Oh! ¡Dios [297] mío! Al fin me das respiro, al<br />

fin me das la felicidad que tanto he buscado y que no pu<strong>de</strong> obtener a causa sin duda <strong>de</strong><br />

mis atroces faltas... La felicidad hace buenos a los malos, y yo seré buena, seré siempre<br />

buena... Esta tar<strong>de</strong>, cuando le vea, le pediré perdón por lo que hice con su hermana...<br />

¡Oh!, ahora me acuerdo <strong>de</strong> la marquesa <strong>de</strong> Falfán y torno a ponerme furiosa... No, eso sí<br />

que no pue<strong>de</strong> perdonarse, ¡no!... Tendrá que darme cuenta <strong>de</strong> su vil conducta... Pero al<br />

fin le perdonaré. ¡Es tan dulce perdonar!... Bendito sea Dios que nos hace felices para<br />

que seamos buenos.


Esto y otras cosas seguía pensando, sin cesar <strong>de</strong> trabajar en el arreglo <strong>de</strong> mi equipaje.<br />

Miraba a todas horas el reloj que era también <strong>de</strong> cucú, como el <strong>de</strong> aquella horrible<br />

noche <strong>de</strong> Sevilla; pero el pájaro <strong>de</strong> Puerto Real me era simpático y sus saluditos y su<br />

canto regocijaban mi espíritu.<br />

Dieron las tres. Una mano brutal golpeó mi puerta. No había dado yo la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />

pasar a<strong>de</strong>lante cuando se presentaron cuatro hombres, dos paisanos y dos militares. Uno<br />

<strong>de</strong> los paisanos llevaba bastón <strong>de</strong> policía. Avanzó hacia mí. ¡Visión horrible!... Yo había<br />

visto al tal en alguna parte. ¿Dón<strong>de</strong>? En Benabarre. [298]<br />

Aquel hombre me dijo groseramente:<br />

-Señora D.ª Jenara <strong>de</strong> Baraona, <strong>de</strong>se usted presa.<br />

En el primer instante no contesté, porque la estupefacción me lo impedía. Después,<br />

rugiendo más bien que hablando, exclamé:<br />

-¡Yo presa, yo!... ¿Quién lo manda?<br />

-De or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l excelentísimo Sr. D. Víctor Sáez, Ministro universal <strong>de</strong> Su Majestad.<br />

-¡Vil! ¡Tan vil tú como Sáez! -grité.<br />

Yo no era mujer, era una leona.<br />

Al ver que se me acercaron dos soldados y asieron mis brazos con sus manos <strong>de</strong><br />

hierro, corrí por la estancia. No buscaba mi salvación en cobar<strong>de</strong> fuga; buscaba un<br />

cuchillo, un hacha, un arma cualquiera... Comprendía el asesinato. Mi furor no tenía<br />

comparación con ningún furor <strong>de</strong> hombre. Era furor <strong>de</strong> mujer. No encontré ninguna<br />

arma. ¡Dios vengador! Si la encontrara, aunque fuera un tenedor, creo que habría<br />

matado a los cuatro. Un can<strong>de</strong>labro vino a mis manos; tomelo y al instante la cabeza <strong>de</strong><br />

uno <strong>de</strong> ellos se rajó... ¡Sangre! ¡Yo quería sangre!<br />

Pero me atenazaron con sus salvajes brazos... ¡Presa, presa!... Todos mis afanes,<br />

todos [299] mis sentimientos, todos mis <strong>de</strong>seos se con<strong>de</strong>nsaban en uno solo: tener<br />

<strong>de</strong>lante a D. Víctor Sáez para lanzarme sobre él, y con mis <strong>de</strong>dos teñidos <strong>de</strong> sangre,<br />

sacarle los ojos.<br />

No pudiendo hundir mis <strong>de</strong>dos en ajenos ojos, los volví contra los míos... clavelos en<br />

mi cabeza, intentando agujerearme el cráneo y sacarme los sesos. Mi aliento era fuego<br />

puro.<br />

Lleváronme... ¿qué sé yo a dón<strong>de</strong>? Por el camino... ¡oh Satán mío!, ¡oh <strong>de</strong>monio<br />

injustamente arrojado <strong>de</strong>l Paraíso!... sentí el disparo <strong>de</strong> la corbeta inglesa al darse a la<br />

vela.


MADRID<br />

Febrero <strong>de</strong> 1877.<br />

Fin <strong>de</strong><br />

LOS CIEN MIL HIJOS DE SAN LUIS


[5]<br />

El terror <strong>de</strong> 1824<br />

Benito Pérez Galdós<br />

Portada <strong>de</strong> la edición <strong>de</strong> 1885<br />

- I -<br />

En la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l 2 <strong>de</strong> octubre <strong>de</strong> 1823 un anciano bajaba con paso tan precipitado<br />

como inseguro por las afueras <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> Toledo en dirección al puente <strong>de</strong>l mismo<br />

nombre. Llovía menudamente, pero sin cesar, según la usanza <strong>de</strong>l hermoso cielo <strong>de</strong><br />

Madrid cuando se enturbia, y la ronda podía competir en lodos con su vecino<br />

Manzanares, el cual hinchándose como la ma<strong>de</strong>ra cuando se moja, extendía su saliva<br />

fangosa por gran parte <strong>de</strong>l cauce que le permiten los inviernos. El anciano transeúnte<br />

marchaba con pie resuelto, sin que le causara estorbo la lluvia, con el pantalón recogido<br />

hacia la pantorrilla y chapoteando sin embarazo en el lodo con las <strong>de</strong>sfiguradas botas.<br />

Iba estrechamente forrado, como tizona en vaina, en añoso gabán oscuro, cuyo bor<strong>de</strong> y<br />

solapa se sujetaban con alfileres allí don<strong>de</strong> no había botones, [6] y con los agarrotados<br />

<strong>de</strong>dos en la parte <strong>de</strong>l pecho, como la más necesitada <strong>de</strong> <strong>de</strong>fensa contra la humedad y el


frío. Hundía la barba y media cara en el alzacuello, tieso como una pared, cubriéndose<br />

con él las orejas y el ala posterior <strong>de</strong>l sombrero, que <strong>de</strong>stilaba agua como cabeza <strong>de</strong><br />

tritón en fuente <strong>de</strong> Reales Sitios. No llevaba paraguas ni bastón. Mirando sin cesar al<br />

suelo, daba unos suspiros que competían con las ráfagas <strong>de</strong> aire revuelto. ¡Infelicísimo<br />

varón! ¡Cuán claramente pregonaban su <strong>de</strong>sdichada suerte el roto vestido, las horadadas<br />

botas, el casquete húmedo, la aterida cabeza y aquel continuo suspirar casi al compás <strong>de</strong><br />

los pasos! Parecía un <strong>de</strong>sesperado que iba <strong>de</strong>recho a <strong>de</strong>scargar sobre el río el fardo <strong>de</strong><br />

una vida harto pesada para llevarla más tiempo. Y sin embargo, pasó por el puente sin<br />

mirar al agua y no se <strong>de</strong>tuvo hasta el parador situado en la divisoria <strong>de</strong> los caminos <strong>de</strong><br />

Toledo y Andalucía.<br />

Bajo el cobertizo <strong>de</strong>stinado a los alcabaleros y gente <strong>de</strong>l fisco (1) , había hasta dos<br />

docenas <strong>de</strong> hombres <strong>de</strong> tropa, entre ellos algunos oficiales <strong>de</strong> línea y voluntarios<br />

realistas <strong>de</strong> nuevo cuño en tales días. Los paradores cercanos albergaban una fuerza<br />

consi<strong>de</strong>rable cuya misión era guardar aquella principalísima entrada <strong>de</strong> la Corte,<br />

ignorante aún <strong>de</strong> los sucesos que en el [7] último confín <strong>de</strong> la Península habían<br />

cambiado el Gobierno <strong>de</strong> constitucional dudoso en absoluto verídico y puro, poniendo<br />

fin entre bombas certeras y falaces manifiestos, a los tres llamados años. En aquel<br />

cuerpo <strong>de</strong> guardia se examinaban los pasaportes, vigilando con exquisito esmero las<br />

entradas y salidas, mayormente estas últimas, a fin <strong>de</strong> que no escurriesen el bulto los<br />

sospechosos ni se pusieran en cobro los revolucionarios, cuya última cuenta se ajustaría<br />

en el tremendo Josafat <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spotismo.<br />

El vejete se acercó al grupo <strong>de</strong> oficiales y reconociendo prontamente al que sin duda<br />

buscaba, que era joven, adusto y morenote, bastante a<strong>de</strong>lantado en su marcial carrera<br />

como proclamaban las insignias, díjole con mucho respeto:<br />

-Aquí estoy otra vez, señor coronel Garrote. ¿Tiene vuecencia alguna buena noticia<br />

para mí?<br />

-Ni buena ni mala, señor... ¿cómo se llama usted? -repuso el militar.<br />

-Patricio Sarmiento, para servir a vuecencia y a la compañía; Patricio Sarmiento, el<br />

mismo que viste y calza, si esto se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> mi traje y <strong>de</strong> mis botas. Patricio<br />

Sarmiento, el... [8]<br />

-Pase usted a<strong>de</strong>ntro -díjole bruscamente el militar, tomándole por un brazo y<br />

llevándole bajo el cobertizo-. Está usted como una sopa.<br />

Un rumor, <strong>de</strong>l cual podía dudarse si era <strong>de</strong> burla o <strong>de</strong> lástima, y quizás provenía <strong>de</strong><br />

las dos cosas juntamente, acogió la entrada <strong>de</strong>l infeliz preceptor en la compañía <strong>de</strong> los<br />

militares.<br />

-Sí, señor Garrote -añadió Sarmiento-; soy, como <strong>de</strong>cía, el hombre más <strong>de</strong>sgraciado<br />

<strong>de</strong> todo el globo terráqueo. Ese cielo que nos moja no llora más que lloro en estos días,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> que me han anunciado como probable, como casi cierta la muerte <strong>de</strong> mi querido<br />

hijo Lucas, <strong>de</strong> mi niño adorado, <strong>de</strong> aquel que era manso cor<strong>de</strong>ro en el hogar paterno y<br />

león indómito en los combates... ¡ah! señores. ¡Uste<strong>de</strong>s no saben lo que es tener un hijo<br />

único y per<strong>de</strong>rlo en una escaramuza <strong>de</strong> Andalucía, por <strong>de</strong>scuidos <strong>de</strong> un general, o por<br />

intrepi<strong>de</strong>z impru<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> un oficialete!... ¿Pero hay esperanzas todavía <strong>de</strong> que tan


horrible noticia no sea cierta? ¿Se ha sabido algo? Por Dios, señor Garrote, ¿ha sabido<br />

vuecencia si mi idolatrado unigénito vive aún o si feneció en esas tremendas batallas?...<br />

¿Hay algún parte que lo mencione?... porque Lucas no podía morir como cualquiera, no:<br />

había <strong>de</strong> morir ruidosa y gloriosísimamente, <strong>de</strong> una manera tal, que dé gusto y juego a<br />

los historiadores... [9] ¿Ha sabido algo vuecencia <strong>de</strong> ayer acá?<br />

-Nada -repuso Garrote fríamente.<br />

-Ha seis días que vengo todas las tar<strong>de</strong>s y siempre me dice vuecencia lo mismo<br />

-murmuró Sarmiento con angustia-. ¡Nada!<br />

-Des<strong>de</strong> el primer día manifesté a usted que nada podía saber.<br />

-Pero a todas horas entran heridos, soldados dispersos, paisanos, correos que vienen<br />

<strong>de</strong> las Andalucías. ¿Se ha olvidado usted <strong>de</strong> preguntar?<br />

-No me he olvidado -indicó el coronel con semblante y tono más compasivos-, pero<br />

nadie, absolutamente nadie tiene noticia <strong>de</strong>l miliciano Lucas Sarmiento.<br />

-¡Todo sea por Dios! -exclamó el preceptor mirando al cielo-. ¡Qué agonía! Unos me<br />

dicen que sucumbió, otros que está herido gravemente... ¿Han entrado hoy muchos<br />

milicianos prisioneros?<br />

-Algunos.<br />

-¿No venía Pujitos?<br />

-¿Y quién es Pujitos?<br />

-¡Oh! Vuecencia no conoce a nuestra gente.<br />

-Soy forastero en Madrid.<br />

-¡Oh! Pasaron aquellos tiempos <strong>de</strong> gloria -exclamó D. Patricio con lágrimas en los<br />

ojos y <strong>de</strong>clamando con cierto énfasis que no cuadraba [10] mal a su hueca voz y alta<br />

figura-. ¡Todo ha caído, todo es <strong>de</strong>solación, muerte y ruinas! Aquellos adali<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la<br />

libertad, que arrancaron a la madre España <strong>de</strong> las garras <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spotismo, aquellos fieros<br />

leones matritenses, que con sólo un resoplido <strong>de</strong> su augusta cólera <strong>de</strong>sbarataron a la<br />

Guardia Real ¿qué se hicieron? ¿Qué se hizo <strong>de</strong> la elocuencia que relampagueaba<br />

tronando en los cafés, con luz y estruendo sorpren<strong>de</strong>ntes? ¿Qué se hizo <strong>de</strong> aquellas<br />

i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> emancipación que inundaban <strong>de</strong> gozo nuestros corazones? Todo cayó, todo se<br />

<strong>de</strong>svaneció en tinieblas, como lumbre extinguida por la inundación. La oleada <strong>de</strong> fango<br />

frailesco ha venido arrasándolo todo. ¿Quién la <strong>de</strong>tendrá volviéndola a su inmundo<br />

cauce? ¡Estamos perdidos! La patria muere ahogada en lodazal repugnante y fétido. Los<br />

que vimos sus días gloriosos, cuando al son <strong>de</strong> patrióticos himnos eran consagradas<br />

públicamente las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> libertad y nos hacíamos todos libres, todos igualmente<br />

soberanos, lo recordamos como un sueño placentero que no volverá. Despertamos en la<br />

abnegación, y el peso y el rechinar <strong>de</strong> nuestras ca<strong>de</strong>nas nos indican que vivimos aún.<br />

Las iracundas patas <strong>de</strong>l déspota nos pisotean, y los frailes nos...


-Basta -gritó una formidable voz interrumpiendo [11] bruscamente al infeliz<br />

dómine-. Para sainete basta ya, señor Sarmiento. Si abusa usted <strong>de</strong> la benignidad con<br />

que se le toleran sus peroratas en atención al estado <strong>de</strong> su cabeza, nos veremos<br />

obligados a retirarle las licencias. Esto no se pue<strong>de</strong> resistir. Si los <strong>de</strong>socupados <strong>de</strong><br />

Madrid le consienten a usted que vaya <strong>de</strong> esquina en esquina y <strong>de</strong> grupo en grupo,<br />

divirtiéndoles con sus neceda<strong>de</strong>s y reuniendo tras <strong>de</strong> sí a los chicos, yo no permito que<br />

con pretexto <strong>de</strong> locura o idiotismo se insulte al or<strong>de</strong>n político que felizmente nos rige...<br />

-¡Ah! señor Garrote, señor Garrote -dijo Sarmiento moviendo tristemente la cabeza y<br />

sacudiendo menudas gotas <strong>de</strong> agua sobre los circunstantes-. Vuecencia me tapa la boca<br />

que es el único <strong>de</strong>sahogo <strong>de</strong> mi alma abrasada... Callaré: pero <strong>de</strong>me vuecencia nuevas<br />

<strong>de</strong> mi hijo, aunque sean nuevas <strong>de</strong> su muerte.<br />

Garrote encogió los hombros y ofreció una silla al pobre hombre, que <strong>de</strong>spreciando<br />

el asiento, juzgó más eficaz contra la humedad y el fresco pasearse <strong>de</strong> un rincón a otro<br />

<strong>de</strong>l cobertizo, dando fuertes patadas y girando rápidamente, como veleta, al dar las<br />

vueltas. Los <strong>de</strong>más militares y paisanos armados no ocultaban su regocijo ante la<br />

grotesca figura y ditirámbico estilo <strong>de</strong>l anciano, y cada cual imaginaba [12] un tema <strong>de</strong><br />

burla con que zaherirle, mortificándole también en su persona. Este le <strong>de</strong>cía que Su<br />

Majestad pensaba nombrarle ministro <strong>de</strong> Estado y llavero <strong>de</strong>l Reino, aquel que un<br />

ejército <strong>de</strong> carbonarios venía por la frontera <strong>de</strong>recho a restablecer la Constitución, uno<br />

le ponía una banqueta <strong>de</strong>lante para que al pasar tropezase y cayese, otro le disparaba con<br />

cerbatana un garbanzo haciendo blanco en el cogote o la nariz. Pero Sarmiento, atento a<br />

cosas más graves que aquel juego importuno, hijo <strong>de</strong> un sentimiento grosero y vil, no<br />

hacía caso <strong>de</strong> nada, y sólo contestaba con monosílabos o llevándose la mano a la parte<br />

dolorida.<br />

Había pasado más <strong>de</strong> un cuarto <strong>de</strong> hora en este indigno ejercicio, cuando <strong>de</strong> la venta<br />

salió un hombre pequeño, doblado, <strong>de</strong> maciza arquitectura, semejante a la <strong>de</strong> esos<br />

edificios bajos y sólidos que no tienen por objeto la gallarda expresión <strong>de</strong> un i<strong>de</strong>al, sino<br />

simplemente servir para cualquier objeto terrestre y positivo. Siendo posible la<br />

comparación <strong>de</strong> las personas con las obras <strong>de</strong> arquitectura, y habiendo quien se asemeja<br />

a una torre gótica, a un palacio señorial, a un minarete árabe, pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse <strong>de</strong> aquel<br />

hombre que parecía una cárcel. Con su musculatura <strong>de</strong> cal y canto se avenía<br />

maravillosamente una como falta <strong>de</strong> luces, rasgo [13] misterioso e inexplicable <strong>de</strong> su<br />

semblante, que a pesar <strong>de</strong> tener cuanto correspon<strong>de</strong> al humano frontispicio, parecía una<br />

fachada sin ventanas. Y no eran pequeños sus ojos ciertamente, ni <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong> ver con<br />

claridad cuanto enfrente tenían; pero ello es que mirándole no se podía menos <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir:<br />

«¡qué casa tan oscura!».<br />

Su fisonomía no expresaba cosa alguna, como no fuera una calma torva, una especie<br />

<strong>de</strong> acecho pacienzudo. Y a pesar <strong>de</strong> esto no era feo, ni sus correctas facciones habrían<br />

formado mal conjunto si estuvieran <strong>de</strong> otra manera combinadas. Tales o cuales cejas,<br />

boca o narices más o menos distantes <strong>de</strong> la perfección, pue<strong>de</strong>n ser <strong>de</strong> agradable<br />

visualidad o <strong>de</strong> horrible aspecto, según cual sea la misteriosa conexión que forma con<br />

ellas una cara. La <strong>de</strong> aquel hombre que allí se apareció era ferozmente antipática.<br />

Siempre que vemos por primera vez a una persona, tratamos, sin darnos cuenta <strong>de</strong><br />

nuestra investigación, <strong>de</strong> escudriñar su espíritu y conocer por el mirar, por la actitud,<br />

por la palabra lo que piensa y <strong>de</strong>sea. Rara vez <strong>de</strong>jamos <strong>de</strong> enriquecer nuestro archivo


psicológico con una averiguación preciosa. Pero enfrente <strong>de</strong> aquel sótano humano el<br />

observador se aturdía diciendo: «Está tan lóbrego que no veo nada».<br />

Vestía <strong>de</strong> paisano con cierto esmero, y todas [14] cuantas armas portátiles se<br />

conocen llevábalas él sobre sí, lo cual indicaba que era voluntario realista. Fusil<br />

sostenido a la espalda con tirante, sable, machete, bayoneta, pistolas en el cinto hacían<br />

<strong>de</strong> él una armería en toda regla. Calzaba botas marciales con espuelas a pesar <strong>de</strong> no ser<br />

<strong>de</strong> a caballo; mas este accesorio solían adoptarlo cariñosamente todos los militares<br />

improvisados <strong>de</strong> uno y otro bando. Chupaba un cigarrillo y a ratos se pasaba la mano<br />

por la cara, afeitada como la <strong>de</strong> un fraile; pero su habitual resabio nervioso (estos<br />

resabios son muy comunes en el organismo humano) consistía en estar casi siempre<br />

moviendo las mandíbulas como si rumiara o mascullase alguna cosa. Su nombre <strong>de</strong> pila<br />

era Francisco Romo.<br />

D. Patricio, luego que le vio, llegose a él y le dijo:<br />

-¡Ah! Sr. Romo, ¡cuánto me alegro <strong>de</strong> verle! Aquí estoy por sexta vez buscando<br />

noticias <strong>de</strong> mi hijo.<br />

-¿Qué sabemos nosotros <strong>de</strong> tu hijo, ni <strong>de</strong>l hijo <strong>de</strong>l Zancarrón? Papá Sarmiento, tú<br />

estás en Babia... No tardarás mucho en ir al Nuncio <strong>de</strong> Toledo... Ven acá, estafermo -al<br />

<strong>de</strong>cir esto le tomaba por un brazo y le llevaba al interior <strong>de</strong> la venta que servía <strong>de</strong> cuerpo<br />

<strong>de</strong> guardia -, ven acá y sirve <strong>de</strong> algo. [15]<br />

-¿En qué puedo servir al Sr. Romo? Diga lo que quiera con tal que no me pida nada<br />

<strong>de</strong> que resulte un bien al absolutismo.<br />

-Es cosa mía -dijo Romo hablando en voz baja y retirándose con Sarmiento a un<br />

rincón don<strong>de</strong> no pudieran ser oídos-. Tú, aunque loco, eres hombre capaz <strong>de</strong> llevar un<br />

recado y ser discreto.<br />

-Un recado... ¿a quién?<br />

-A Elenita, la hija <strong>de</strong> D. Benigno Cor<strong>de</strong>ro, que vive en tu misma casa, ¿eh? Me<br />

parece que no te vendrán mal tres o cuatro reales... Este saco <strong>de</strong> huesos está pidiendo<br />

carne. ¿Cuántas horas hace que no has comido?<br />

-Ya he perdido la cuenta -repuso el preceptor con afligidísimo semblante, mientras<br />

un lagrimón como garbanzo corría por su mejilla.<br />

-Pues bien, carcamal: aquí tienes una peseta. Es para ti si llevas a la señorita doña<br />

Elena...<br />

-¿Qué?<br />

-Esta carta -dijo Romo mostrando una esquela doblada en pico.<br />

-¡Una carta amorosa! -exclamó Sarmiento ruborizándose-. Sr. Romo <strong>de</strong> mis pecados.<br />

¿por quién me toma usted?


El tono <strong>de</strong> dignidad ofendida con que hablara [<strong>16</strong>] Sarmiento, irritó <strong>de</strong> tal modo al<br />

voluntario realista, que empujando brutalmente al anciano le vituperó <strong>de</strong> este modo:<br />

-¡Dromedario! ¿qué tienes que <strong>de</strong>cir?... Sí, una carta amorosa. ¿Y qué?<br />

-Que es usted un simple si me toma por alcahuete -dijo D. Patricio con severo<br />

acento-. Guar<strong>de</strong> usted su peseta y yo me guardaré mi gana <strong>de</strong> comer. ¡Por vida <strong>de</strong> la<br />

chilindraina! No faltan almas caritativas que hagan limosna sin humillarnos...<br />

Inflamado en vivísima cólera el voluntario y sin hallar otras razones para expresarla<br />

que un furibundo terno, <strong>de</strong>scargó sobre el pobre maestro aburrido uno <strong>de</strong> esos<br />

pescozones <strong>de</strong> catapulta que abaten <strong>de</strong> un golpe las más po<strong>de</strong>rosas naturalezas, y<br />

<strong>de</strong>jándole tendido en tierra, magullados y acar<strong>de</strong>nalados el hocico y la frente, salió <strong>de</strong>l<br />

cuerpo <strong>de</strong> guardia.<br />

A D. Patricio le levantaron casi exánime, y su <strong>de</strong>startalado cuerpo se fue estirando<br />

poco a poco en la postura vertical, restallándole las coyunturas como clavijas mohosas.<br />

Se pasó la mano por la cara, y dando un gran suspiro y elevando al cielo los ojos<br />

llorosos, exclamó así con dolorido acento:<br />

-¡Indigno abuso <strong>de</strong> la fuerza bruta, y <strong>de</strong> la impunidad que protege a estos<br />

capigorrones!... [17] Si otros fueran los tiempos, otras serían las nueces... Pero los<br />

yunques se han vuelto martillos y los martillos <strong>de</strong> ayer son yunques ahora.<br />

¡Rechilindrona! ¡Malditos sean los instantes que he vivido <strong>de</strong>spués que murió aquella<br />

preciosa libertad!...<br />

Y sucediendo la rabia al dolor, se aporreó la cabeza y se mordió los puños. Habíanle<br />

abandonado los que antes le prestaran socorro, porque fuera se sentía gran ruido y<br />

salieron todos corriendo al camino. D. Patricio, coronándose dignamente con su<br />

sombrero, al cual se empeñó en <strong>de</strong>volver su primitiva forma, salió también arrastrado<br />

por la curiosidad.<br />

- II -<br />

Era que venían por el camino <strong>de</strong> Andalucía varias carretas precedidas y seguidas <strong>de</strong><br />

gente <strong>de</strong> armas a pie y a caballo, y aunque no se veían sino confusos bultos a lo lejos,<br />

oíase un son a manera <strong>de</strong> quejido, el cual si al principio pareció lamentaciones <strong>de</strong> seres<br />

humanos, luego se comprendió provenía <strong>de</strong>l eje <strong>de</strong> un carro, que chillaba por falta <strong>de</strong><br />

unto. Aquel [18] áspero lamento unido a la algazara que hizo <strong>de</strong> súbito la mucha gente<br />

salida <strong>de</strong> los paradores y ventas, formaba lúgubre concierto, más lúgubre a causa <strong>de</strong> la<br />

tristeza <strong>de</strong> la noche. Cuando los carros estuvieron cerca, una voz acatarrada y becerril<br />

gritó: ¡Vivan las caenas! ¡viva el Rey absoluto y muera la Nación! Respondiole un<br />

bramido infernal como si a una rompieran a gritar todas las cóleras <strong>de</strong>l averno, y al<br />

mismo tiempo la luz <strong>de</strong> las hachas prontamente encendidas permitió ver las terribles<br />

figuras que formaban procesión tan espantosa. D. Patricio, quizás el único espectador


enemigo <strong>de</strong> semejante espectáculo, sintió los escalofríos <strong>de</strong>l terror y una angustia mortal<br />

que le retuvo sin movimiento y casi sin respiración por algún tiempo.<br />

Los que custodiaban el convoy y los paisanos que le seguían por entusiasmo<br />

absolutista estaban manchados <strong>de</strong> fango hasta los ojos. Algunos traían pañizuelo en la<br />

cabeza, otros sombrero ancho, y muchos, con el <strong>de</strong>sgreñado cabello al aire, roncos,<br />

mojados <strong>de</strong> pies a cabeza, frenéticos, tocados <strong>de</strong> una borrachera singular que no se sabe<br />

si era <strong>de</strong> vino o <strong>de</strong> venganza, brincaban sobre los baches, agitando un jirón con letras,<br />

una bota escuálida o un guitarrillo sin cuerdas. Era una horrenda [19] mezcla <strong>de</strong><br />

bacanal, entierro y marcha <strong>de</strong> triunfo. Oíanse bandurrias <strong>de</strong>sacor<strong>de</strong>s, carcajada,<br />

pan<strong>de</strong>retazos, votos, ternos, kirieleisones, vivas y mueras, todo mezclado con el<br />

lenguaje carreteril, con patadas <strong>de</strong> animales (no todos cuadrúpedos) y con el cascabeleo<br />

<strong>de</strong> las colleras. Cuando la caravana se <strong>de</strong>tuvo ante el cuerpo <strong>de</strong> guardia, y entonces<br />

aumentó el ruido. La tropa formó al punto, y una nueva aclamación al Rey neto alborotó<br />

los caseríos. Salieron mujeres a las ventanas, candil en mano, y la multitud se precipitó<br />

sobre los carros.<br />

Eran estos galeras comunes con cobertizo <strong>de</strong> cañas y cama hecha <strong>de</strong> pellejos y sacos<br />

vacíos. En el <strong>de</strong>lantero venían tres hombres, dos <strong>de</strong> ellos armados, sanos y alegres, el<br />

tercero enfermo y herido, reclinado doloridamente sobre el camastrón, con grillos en los<br />

pies y una larga ca<strong>de</strong>na que, prendida en la cintura y en una <strong>de</strong> las muñecas, se<br />

enroscaba junto al cuerpo como una culebra. Tenía vendada la cabeza con un lienzo<br />

teñido <strong>de</strong> sangre, y era su rostro amarillo como vela <strong>de</strong> entierro. Le temblaban las<br />

carnes, a pesar <strong>de</strong> disfrutar <strong>de</strong>l abrigo <strong>de</strong> una manta, y sus ojos extraviados así como su<br />

anhelante respiración anunciaban un estado febril y congojoso. Cuando el coronel<br />

Garrote se acercó al carro y alzando la linterna [<strong>20</strong>] que en la mano traía, miró con<br />

vivísima curiosidad al preso, este dijo a media voz:<br />

-¿Estamos ya en Madrid?<br />

Sin hacer caso <strong>de</strong> la pregunta, Garrote, cuyo semblante expresaba el goce <strong>de</strong> una<br />

gran curiosidad satisfecha, dijo:<br />

-¿Con que es usted...?<br />

Uno <strong>de</strong> los hombres armados que custodiaban al preso en el carro, añadió:<br />

-El héroe <strong>de</strong> las Cabezas.<br />

Y junto al carro sonó este grito <strong>de</strong> horrible mofa:<br />

-¡Viva Riego!<br />

Garrote se empeñó en apartar a la gente que ro<strong>de</strong>aba el carro, apiñándose para ver<br />

mejor al preso e insultarle más <strong>de</strong> cerca.<br />

Un hombre alargó el brazo negro y tocando con su puño cerrado el cuello <strong>de</strong>l<br />

enfermo, gritó:<br />

-¡Ladrón, ahora la pagarás!


El <strong>de</strong>sgraciado general se recostó en su lecho <strong>de</strong> sacos, y callaba, aunque harto<br />

claramente imploraban compasión sus ojos.<br />

-Fuera <strong>de</strong> aquí, señores, a un lado -dijo Garrote, aclarando con suavidad el grupo <strong>de</strong><br />

curiosos-. Ya tendrán tiempo <strong>de</strong> verle a sus anchas... [21]<br />

-Dicen que la horca será la más alta que se ha visto en Madrid -indicó uno.<br />

-Y que se ven<strong>de</strong>rán los asientos en la plaza, como en la <strong>de</strong> toros -dijo otro.<br />

-Pero déjennoslo ver... por amor <strong>de</strong> Dios. Si no nos lo comemos, señor coronel<br />

-gruñó una dama <strong>de</strong>l parador cercano.<br />

-Si no pue<strong>de</strong> con su alma... ¿Y ese hombre ha revuelto medio mundo? Que me lo<br />

vengan a <strong>de</strong>cir...<br />

-¡Qué facha! ¿Y dicen que este es Riego?... ¡qué bobería!... Si parece un sacristán<br />

que se ha caído <strong>de</strong> la torre cuando estaba tocando a muerto...<br />

-Este es tan Riego como yo.<br />

-Os digo que es el mismo. Le vi yo en el teatro, cantando el himno.<br />

-El mismo es. Tiene el mismo parecido <strong>de</strong>l retrato que paseaban por Platerías.<br />

Hasta aquí las mortificaciones fueron <strong>de</strong> palabra. Pero un grupo <strong>de</strong> hombres que<br />

habían salido al encuentro <strong>de</strong> los carros, una gavilla mitad armada, mitad <strong>de</strong>snuda,<br />

<strong>de</strong>sarrapada, borracha, tan llena <strong>de</strong> rabia y cieno que parecía creación espantosa <strong>de</strong>l lodo<br />

<strong>de</strong> los caminos, <strong>de</strong> la hez <strong>de</strong> las tinajas y <strong>de</strong> la nauseabunda atmósfera <strong>de</strong> los presidios,<br />

un pedazo <strong>de</strong> populacho, <strong>de</strong> esos que <strong>de</strong>sgarrándose se separan [22] <strong>de</strong>l cuerpo <strong>de</strong> la<br />

Nación soberana para correr solo manchando y envileciendo cuanto toca, empezó a<br />

gritar con el gruñido <strong>de</strong> la cobardía que se finge valiente fiando en la impunidad:<br />

-¡Que nos lo <strong>de</strong>n; que nos entreguen a ese pillo, y nosotros le ajustaremos la cuenta!<br />

-Señores -dijo Garrote con energía-, atrás; atrás todo el mundo. El preso va a entrar<br />

en Madrid.<br />

-Nosotros le llevaremos.<br />

-Atrás todo el mundo.<br />

Y los pocos soldados que allí había, auxiliados con tibieza por los voluntarios<br />

realistas, empezaron a separar la gente.<br />

Unos corrieron a curiosear en los carros que venían <strong>de</strong>trás y otros se metieron en la<br />

venta, don<strong>de</strong> sonaban seguidillas, castañuelas y <strong>de</strong>saforados gritos y chillidos. Un cuero<br />

<strong>de</strong> vino, roto por los golpes y patadas que recibiera, <strong>de</strong>jaba salir el rojo líquido, y el<br />

suelo <strong>de</strong> la venta parecía inundado <strong>de</strong> sangre. Algunos carreteros sedientos se habían<br />

arrojado al suelo y bebían en el arroyo tinto; los que llegaron más tar<strong>de</strong> apuraban lo que


había en los huecos <strong>de</strong>l empedrado, y los chicos lamían las piedras fuera <strong>de</strong> la venta, a<br />

riesgo <strong>de</strong> ser atropellados por las mulas <strong>de</strong>senganchadas que iban <strong>de</strong> la calle a la cuadra,<br />

o <strong>de</strong>l tiro al abreva<strong>de</strong>ro. [23] Poco <strong>de</strong>spués veíanse hombres que parecían <strong>de</strong>gollados<br />

con vida, carniceros o verdugos que se hubieran bañado en la sangre <strong>de</strong> sus víctimas. El<br />

vino mezclado al barro y tiñendo las ropas que ya no tenían color, acababa <strong>de</strong> dar al<br />

cuadro en cada una <strong>de</strong> sus figuras un tono crudo <strong>de</strong> mata<strong>de</strong>ro, horriblemente repulsivo a<br />

la vista.<br />

Y a la luz <strong>de</strong> las hachas <strong>de</strong> viento y <strong>de</strong> las linternas, las caras aumentaban en<br />

ferocidad, dibujándose más claramente en ellas la risa entre carnavalesca y fúnebre que<br />

formaba el sentido, digámoslo así, <strong>de</strong> tan extraño cuadro. Como no había cesado <strong>de</strong><br />

llover, el piso inundado era como un turbio espejo <strong>de</strong> lodo y basura, en cuyo cristal se<br />

reflejaban los hombres rojos, las rojas teas, los rostros ensangrentados, las bayonetas<br />

bruñidas, las ruedas cubiertas <strong>de</strong> tierra, los carros, las flacas mulas, las haraposas<br />

mujeres, el movimiento, el ir y venir, la oscilación <strong>de</strong> las linternas y hasta el barullo, los<br />

relinchos <strong>de</strong> brutos y hombres, la embriaguez inmunda, y por último, aquella atmósfera<br />

encendida, espesa, suciamente brumosa, formada por los alientos <strong>de</strong> la venganza, <strong>de</strong> la<br />

rusticidad y <strong>de</strong> la miseria.<br />

En el segundo carro estaban presos también y heridos los compañeros <strong>de</strong> Riego, a<br />

saber: el [24] capitán D. Mariano Bayo, el teniente coronel piamontés Virginio Vicenti<br />

y el inglés Jorge Matías. D. Patricio Sarmiento, que no se atrevió a acercarse al primer<br />

carro, se <strong>de</strong>tuvo breve rato junto al segundo, pasó indiferente por el tercero, don<strong>de</strong> sólo<br />

venían sacos y un guerrillero con su mujer, y se dirigió al cuarto, llamado por una voz<br />

débil que claramente dijo:<br />

-Sr. D. Patricio <strong>de</strong> mi alma... ¡Bendito sea Dios que me permite verle!<br />

-¡Pujitos!... ¡Pujitos mío!... -exclamó Sarmiento extendiendo sus brazos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l<br />

carro-. ¿Eres tú?... Sí, tú mismo... Dime, ¿estás también herido? Por lo visto, también<br />

vienes preso.<br />

-Sí señor -repuso el maestro <strong>de</strong> obra prima-, herido y preso estoy... Diga usted ¿nos<br />

ahorcarán?<br />

-¿Pues eso quién lo duda?<br />

-¡Infeliz <strong>de</strong> mí!... Vea usted los lodos en que han venido a parar aquellos polvos.<br />

Bien me lo <strong>de</strong>cía mi mujer... Sr. D. Patricio, al que está como yo medio muerto <strong>de</strong> un<br />

bayonetazo en la barriga, le <strong>de</strong>berían <strong>de</strong>jarle en manos <strong>de</strong> Dios para que se lo llevase<br />

cuando a su Divina Majestad le diese la gana ¿no es verdad?<br />

-Sí, Pujitos mío -repuso Sarmiento estrechándole la mano-. ¿Sabes que tiemblo y<br />

tengo [25] frío? más frío y más miedo que tú, porque voy a preguntarte por mi hijo en<br />

cuya compañía has vivido por esas tierras, y según lo que me contestes, así moriré o<br />

viviré... Hace seis días que estoy en la incertidumbre más horrible; hace seis días que<br />

bajo a este camino para interrogar a todos los que llegan... ¡Ah! por fin encuentro quien<br />

me diga la verdad. Pujitos <strong>de</strong> mi alma, tú me la dirás, aunque sea terrible.


-Sí señor, sí señor, yo se la diré -repuso Pujitos, cubriéndose con ambas manos el<br />

rostro y rompiendo a llorar como un chicuelo.<br />

-¡Conque es cierto, amigo, conque es verdad que mi pobre Lucas!... -gimió el<br />

preceptor con la voz entrecortada por el llanto-. ¡Pobre hijo <strong>de</strong> mi alma!<br />

-¡Pobre amigo mío! -añadió Pujitos, secando sus lágrimas-. ¡Y era tan cariñoso, tan<br />

bueno, tan leal!... Sin cesar estaba nombrándole a usted y cavilando sobre lo que haría<br />

usted en Madrid o lo que no haría... «Si tendrá discípulos, <strong>de</strong>cía; si pasará trabajos.<br />

Ahora estará barriendo la escuela»... No nos separábamos nunca, partíamos nuestra<br />

ración y éramos en todo como hermanos. En las batallas siempre nos escondíamos<br />

juntos.<br />

-¡Os escondíais! -exclamó D. Patricio levantando el rostro con dignidad, pues esta<br />

era [26] tan gran<strong>de</strong> en él, que ni el dolor podía vencerla.<br />

-¡Ah! señor... el pobre Lucas era el mejor chico <strong>de</strong>l mundo... ¡Pobrecito!...<br />

-Ha tiempo que el dardo estaba clavado en mi corazón... Yo le tenía por muerto; pero<br />

la falta <strong>de</strong> noticias ciertas me daba alguna esperanza. Me agarraba con <strong>de</strong>sesperación a<br />

las conjeturas. Pero tú has disipado mis dudas. Más vale la <strong>de</strong>sgracia verda<strong>de</strong>ra y<br />

<strong>de</strong>clarada que una vacilación <strong>de</strong>sgarradora.<br />

-Aquí está todo lo que resta <strong>de</strong>l pobre Lucas -dijo el herido mostrando un pequeño<br />

lío <strong>de</strong> ropa.<br />

D. Patricio se abalanzó a aquel objeto mudo, testimonio tristísimo <strong>de</strong> su última<br />

esperanza muerta y lo besó con ardiente cariño. Breve rato le vio Pujitos con la cabeza<br />

apoyada en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l carro, oprimiendo con ella el lío <strong>de</strong> ropa y regándolo con sus<br />

lágrimas. Respetuoso con el dolor <strong>de</strong>l padre, el maestro <strong>de</strong> obra prima no <strong>de</strong>cía nada.<br />

-Esto es hecho -exclamó al fin D. Patricio irguiendo la frente caduca, mas bastante<br />

fuerte para soportar, mediante la energía <strong>de</strong> su espíritu, el peso <strong>de</strong> una gran pena-. El<br />

Autor <strong>de</strong> todas las cosas lo quiere así. Ya no tengo hijo... Toda esperanza acabó y con<br />

ella la vida [27] mía... Ahora leal amigo, ahora excelente joven que has sido el Píla<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> aquel noble Orestes, cuéntame sin omitir nada los pormenores <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> mi<br />

hijo; dime cómo se extinguió aquella vida preciosa, porque siendo Lucas <strong>de</strong> ánimo tan<br />

esforzado e intrépido, no podía morir como los <strong>de</strong>más milicianos, sino <strong>de</strong> una manera<br />

gran<strong>de</strong>... ¿me entien<strong>de</strong>s? <strong>de</strong> una manera gloriosa, y en un momento <strong>de</strong> sublime<br />

heroísmo.<br />

-Precisamente heroísmo no, Sr. D. Patricio -dijo Pujitos con embarazo-. Yo le<br />

contaré a usted... Lucas...<br />

-Heroísmo ha habido: no me lo niegues, porque yo conozco muy bien la raza <strong>de</strong><br />

leones <strong>de</strong> que viene mi hijo, yo sé qué casta <strong>de</strong> bromas gastamos los Sarmientos con el<br />

enemigo en un campo <strong>de</strong> batalla. Si por mo<strong>de</strong>stia callas las acciones homéricas en que<br />

tú has tomado parte, haces mal, que al fin y al cabo todo se ha <strong>de</strong> saber, y si no ahí están<br />

los historiadores que en un abrir cerrar <strong>de</strong> ojos <strong>de</strong>sentrañarán lo más escondido.


-Si no ha habido acciones heroicas ni cosa que lo valga, hombre <strong>de</strong> Dios -objetó<br />

Pujitos con pena-. Nosotros estábamos en Málaga con el general Zayas, cuando este<br />

representó a las Cortes al tenor <strong>de</strong> lo que dijo Ballesteros al capitular; [28] ¿usted me<br />

entien<strong>de</strong>? Vino entonces Riego mandado por las Cortes, tomó el mando y nos llevó<br />

contra Ballesteros; ¿usted me entien<strong>de</strong>?<br />

-Y entonces se trabaron esas crueles batallas que yo imagino.<br />

-No hubo más sino que el general llevaba el encargo <strong>de</strong> inflamarnos... Sí señor, <strong>de</strong><br />

inflamarnos, porque todos estábamos muy abatidos y sin ganas <strong>de</strong> guerra, porque la<br />

veíamos muy negra.<br />

-¿Y os inflamó?<br />

¿Cómo se pue<strong>de</strong> inflamar la nieve? Fuimos en busca <strong>de</strong> Ballesteros y le hallamos en<br />

Priego. Allí se armó una...<br />

-¡Corrieron mares <strong>de</strong> sangre!<br />

-No señor. Todo era ¡Viva Ballesteros! por un lado, y por otro ¡Viva Riego! Nos<br />

abrazamos y los generales conferenciaron. Como no se pudieron avenir, Riego arrestó a<br />

Ballesteros.<br />

-Bien hecho, muy bien... ¿Y Lucas?<br />

-Lucas tan bueno y tan sano... Era aquella la mejor vida <strong>de</strong>l mundo, porque como no<br />

había balas sino conferencias... Pero un día se presentó <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nosotros Balanzat y<br />

tiros van tiros vienen... Des<strong>de</strong> entonces perdió la salud el pobre Lucas, porque le entró<br />

como [29] un súpito y se quedó frío y yerto, temblando y quejándose <strong>de</strong> que le dolía<br />

esto y lo otro.<br />

-¡Desgraciado hijo mío! Su principal pena consistiría en no po<strong>de</strong>r batirse en primera<br />

fila.<br />

-Pue<strong>de</strong> que así fuera. Lo cierto es que empezó a <strong>de</strong>caer, a <strong>de</strong>caer, y la calentura<br />

seguía en aumento, y <strong>de</strong>liraba con los tiros. Riego abandonó el campo; nos fuimos con<br />

él y el pobre Lucas parecía que recobraba la vida según nos íbamos alejando <strong>de</strong> las<br />

tropas <strong>de</strong> Balanzat. El general fue perdiendo su gente porque oficiales y soldados<br />

<strong>de</strong>sertaban a cada hora. ¡Qué tristeza, Sr. D. Patricio! Pero el pobre Lucas se alegraba y<br />

<strong>de</strong>cía: «Amigo Pujos, esto parece que acabará pronto». Había mejorado bastante, y<br />

estaba limpio <strong>de</strong> calentura... Pero <strong>de</strong> repente cuando íbamos cerca <strong>de</strong> Jaén, aparecen los<br />

franceses...<br />

-¡Oh! ¡Me tiemblan las carnes al oírte! ¡Cómo correría la sangre en ese glorioso<br />

cuanto infausto día!<br />

-Más corrieron los pies, Sr. Sarmiento. Yo, la verdad sea dicha, no fuí <strong>de</strong> los que más<br />

corrieron, porque no podía abandonar al pobre Lucas, que se <strong>de</strong>scompuso todo, y se<br />

quedó en un hilo. Arrojamos los fusiles que nos pesaban mucho y nos refugiamos en


una casa <strong>de</strong> labor. ¡Ay, pobre amigo mío! Le entró tal calenturón [30] que su cuerpo<br />

parecía un volcán, perdió el conocimiento, y a las treinta horas...<br />

-No sigas que se me parte el corazón -dijo D. Patricio con voz entrecortada por los<br />

sollozos-. ¡Cuánto pa<strong>de</strong>cería al ver que su mísero estado corporal no le permitía batirse!<br />

¡Qué lucha tan horrenda la <strong>de</strong> aquella alma <strong>de</strong> león, al sentirse sin cuerpo que la<br />

ayudara!<br />

-El pobrecito en su <strong>de</strong>lirio nombraba a los franceses y se metía <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l jergón.<br />

Serían las doce y media <strong>de</strong> la noche cuando entregó su alma al Señor...<br />

-¡Ay, parece que me arrancan las entrañas! Calla ya.<br />

-Yo caí prisionero, fuí herido <strong>de</strong> un bayonetazo, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tenerme algunos días<br />

en un calabozo <strong>de</strong> la Carolina me metieron en este carro. Por el camino se nos unió el<br />

general preso y herido también, y juntos hemos llegado aquí. Dicen que nos van a<br />

ahorcar a todos.<br />

-Eso es indudable -contestó Sarmiento en tono que más era <strong>de</strong> satisfacción y orgullo<br />

que <strong>de</strong> lástima-. ¡Fin lamentable, pero glorioso! ¿Qué mayor honra que morir por la<br />

libertad y ser mártires <strong>de</strong> tan sublime i<strong>de</strong>a?<br />

Pujitos, que sin duda no había dado hospedaje en su pecho a tan elevados<br />

sentimientos, suspiró acongojadamente. [31]<br />

-Bendice tu muerte, hijo mío -añadió Sarmiento, extendiendo hacia él sus venerables<br />

manos, en la actitud <strong>de</strong> un sacerdote antiguo-, bendice tus nobles heridas, pregoneras <strong>de</strong><br />

tu indomable valor en los combates. Has sido atravesado <strong>de</strong> un bayonetazo, y a<strong>de</strong>más<br />

tienes heridos la cabeza y el brazo.<br />

-Esto que tengo en el arca <strong>de</strong>l estómago es fechoría <strong>de</strong> un francés a quien vea yo<br />

comido <strong>de</strong> perros. Lo <strong>de</strong> la cabeza es una pedrada, y lo <strong>de</strong>l brazo un mordisco. En los<br />

pueblos por don<strong>de</strong> hemos pasado nos han recibido lindamente, señor. Como los curas<br />

salían diciendo que estábamos todos con<strong>de</strong>nados y que ya nos tenían hecha la cama <strong>de</strong><br />

rescoldo en el infierno, no había para nosotros más que palos, amenazas y pedradas. En<br />

Santa Cruz <strong>de</strong> Mu<strong>de</strong>la nos dieron una rociada buena. El general y yo salimos<br />

<strong>de</strong>scalabrados, y gracias a que los carros echaron a andar; que si no, allí nos quedamos<br />

como San Esteban. En Tembleque nos quisieron matar, y si la tropa no nos <strong>de</strong>fien<strong>de</strong> a<br />

culatazos, allí perecemos todos. Hombres y mujeres salían al camino aullando como<br />

lobos. Uno que <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> ser pariente <strong>de</strong> caníbales, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> molerme a coces y<br />

puñadas me clavó los dientes en este brazo y me partió las carnes... ¿Qué ganará el Rey<br />

absoluto con [32] esto? Mala peste le dé Dios... Pero dicen que todo esto es por obra y<br />

gracia <strong>de</strong> los con<strong>de</strong>nados frailes... ¿Es verdad, Sr. D. Patricio?<br />

-Hijo mío, mucho me temo que esos bribones se venguen ahora <strong>de</strong> lo que les hicimos<br />

con razón. Y no serán como nosotros, generosos y templados en el con<strong>de</strong>nar, sino<br />

fieros, vengativos y sanguinarios cual líbicas hienas... Hemos <strong>de</strong> ver lo que nadie ha<br />

visto, ¡por vida <strong>de</strong> la ch...!


No pudo seguir su frase el buen preceptor, porque un voluntario realista se acercó al<br />

carro y brutalmente gritó:<br />

-Atrás, D. Camello, o le parto... ¡fuera <strong>de</strong> aquí, estantigua!<br />

Sarmiento corrió dando zancajos hacia el parador. Con su gran levitón, cuyos<br />

faldones se agitaban en la carrera, parecía una colosal ave flaca que volaba rastreando el<br />

suelo. Después <strong>de</strong> recoger <strong>de</strong>l fango su sombrero que había perdido en la huida,<br />

confundiose entre la multitud para estar más seguro. Entonces oyó al coronel Garrote<br />

dar esta or<strong>de</strong>n al capitán Romo.<br />

-Siga a<strong>de</strong>lante el convoy. Custódielo usted con su media compañía. Tengo or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />

que no entre en las calles <strong>de</strong> Madrid. Pase el río; tome la ronda a la izquierda hacia la<br />

Virgen [33] <strong>de</strong>l Puerto; a<strong>de</strong>lante siempre, y subiendo por la cuesta <strong>de</strong> Areneros, diríjase<br />

al Seminario <strong>de</strong> Nobles, don<strong>de</strong> esperan a los presos. En marcha, pues. Guár<strong>de</strong>nse los<br />

curiosos <strong>de</strong> seguir al convoy porque haré fuego sobre ellos. Marche cada cual a su casa<br />

y buenas noches.<br />

El convoy se puso en movimiento, carro tras carro, oyéndose <strong>de</strong> nuevo el rechinar<br />

áspero y melancólico <strong>de</strong> los ejes, que aun <strong>de</strong>s<strong>de</strong> muy lejos se percibía clarísimo en el<br />

tétrico silencio <strong>de</strong> la noche. Los farolillos recogíanse poco a poco en el cuerpo <strong>de</strong><br />

guardia como luciérnagas que corren a sus agujeros; se apagaron las hachas y se<br />

extinguieron los graznidos, cayendo todo en una especie <strong>de</strong> letargo, precursor <strong>de</strong>l<br />

profundo sueño en que termina la embriaguez.<br />

Sarmiento se alejó <strong>de</strong> allí, y antes <strong>de</strong> tomar el camino <strong>de</strong> los Ocho Hilos para subir a<br />

la puerta <strong>de</strong> Toledo, parose para ver los carros que ya a mediana distancia iban por el<br />

paseo Imperial. Bien pronto <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> verlos, a causa <strong>de</strong> la oscuridad, mas conocía su<br />

situación por el farolillo que el vehículo <strong>de</strong>lantero llevaba. Con voz sorda habló así el<br />

viejo patriota:<br />

-¡Oh! tú, el héroe más gran<strong>de</strong> que han producido las eda<strong>de</strong>s todas, insigne campeón<br />

<strong>de</strong> la libertad española, soldado ilustre, Riego, amigo [34] mío, si ahora vas conducido<br />

entre sayones en ignominioso carro, mañana tendrás un trono en el corazón <strong>de</strong> todos los<br />

españoles. Si te arrastran a suplicio afrentoso los infames verdugos a quienes<br />

perdonamos cuando éramos fuertes, tu nombre, que tanto repugna a <strong>de</strong>spóticos oídos,<br />

será un símbolo <strong>de</strong> libertad y una palabra bendita cuando humillada la tiranía se<br />

restablezca tu santa obra. Subirás a la morada <strong>de</strong> los justos entre coros <strong>de</strong> patrióticos<br />

ángeles que entonen tu himno sonoro, mientras tu patria se revuelve en el lodo <strong>de</strong> la<br />

reacción domeñada por tus verdugos. ¡Oh, feliz tú, feliz cuanto gran<strong>de</strong> y sublime!<br />

¡Varón excelso, el más precioso que Dios ha concedido a la tierra, si fuera dable a este<br />

humil<strong>de</strong> mortal participar <strong>de</strong> tu gloria!... ¡Si al menos pudiera yo compartir tu martirio y<br />

entrar contigo en la cárcel, y oír juntos la misma sentencia, y subir juntos a la misma<br />

horca!... Este honor, yo lo ambiciono y lo <strong>de</strong>seo con todas las fuerzas <strong>de</strong> mi alma. Vacío<br />

y <strong>de</strong>sierto está el mundo para mí, <strong>de</strong>spués que he perdido al lucero <strong>de</strong> mi existencia, a<br />

aquel preciosísimo mancebo inmolado como tú al numen sanguinario <strong>de</strong> la reacción...<br />

Quiero morir, sí, y moriré.<br />

Inflamado en furor que no tenía nada <strong>de</strong> risible, añadió corriendo con agitación: [35]


-Quiero morir gloriosamente; quiero ser víctima sublime; quiero ser mártir <strong>de</strong> la<br />

libertad; quiero subir al patíbulo... ¡Sicarios, venid por mí!<br />

Tropezando en un árbol, estuvo a punto <strong>de</strong> caer en tierra. Entonces añadió hablando<br />

consigo mismo:<br />

-¡Ah, Patricio, tu noble arranque me causa la más viva admiración!... Mañana has <strong>de</strong><br />

hacer algo digno <strong>de</strong> pasar a las más remotas eda<strong>de</strong>s. Sí, mañana. Vámonos a casa.<br />

Echó a andar, y al poco rato dijo:<br />

-¿Pero en dón<strong>de</strong> está mi casa? Pues no se me ha olvidado dón<strong>de</strong> está mi casa...<br />

Miraba a la tierra como quien ha perdido el sombrero.<br />

-¡Ah! Ya me acuerdo -exclamó sonriendo-. Tu casa está en la calle <strong>de</strong> la<br />

Emancipación Social, ¿no es verdad Patricio?<br />

Meditaba con el índice puesto en la punta <strong>de</strong> la nariz.<br />

-No... -dijo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una pausa, en el tono gozoso <strong>de</strong>l que hace un <strong>de</strong>scubrimiento<br />

útil-. Es que yo solicité <strong>de</strong>l Ayuntamiento que llamase calle <strong>de</strong> la Emancipación Social<br />

a la <strong>de</strong> Coloreros; pero no accedió y sigue llamándose calle <strong>de</strong> Coloreros. Allí vivo,<br />

pues. [36]<br />

Entró en Madrid resueltamente. Subiendo por la calle <strong>de</strong> Toledo, dijo:<br />

-Tengo hambre.<br />

Pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> registrar todos los bolsillos <strong>de</strong> su ropa que no bajaban <strong>de</strong> ocho,<br />

adquirió una certidumbre aterradora, que expresó en angustiosos suspiros.<br />

-Parece que se me doblan las piernas y que voy a caer <strong>de</strong>sfallecido... ¡Comer! ¡que<br />

esto sea indispensable!... Miserable carne, ¿por qué eres así?... ¿A dón<strong>de</strong> iré?... Mi casa<br />

está vacía: no hay en ella ni una miga <strong>de</strong> pan... ¿Pediré limosna? Jamás. Los hombres <strong>de</strong><br />

mi temple sucumben, pero no se humillan. A casa, Sr. D. Patricio; si es preciso se<br />

comerá usted el palo <strong>de</strong> una silla; ¡a casa!<br />

Al entrar en la calle <strong>de</strong> Coloreros encontrola oscura y <strong>de</strong>sierta por ser muy avanzada<br />

la noche. Como su extenuación era gran<strong>de</strong>, se habían <strong>de</strong>bilitado sus sentidos,<br />

particularmente el <strong>de</strong> la vista, y necesitó palpar las pare<strong>de</strong>s para encontrar la puerta. Sin<br />

saber por qué vino entonces a su mente un recuerdo muy triste, que ya otras veces había<br />

turbado profundamente su espíritu. Parecíale estar viendo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sí, en una noche<br />

oscura como aquella, al sin ventura Gil <strong>de</strong> la Cuadra arrojado en el suelo, arrastrando<br />

ignominiosa ca<strong>de</strong>na, [37] insultado por los polizontes. De todos los inci<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong><br />

aquella lúgubre escena, el más presente en la memoria <strong>de</strong> D. Patricio y el que le causaba<br />

más dolor era el ocurrido cuando su infeliz vecino preso pidió agua y Sarmiento,<br />

inspirándose en el más cruel fanatismo, se la negó.


-Ya, ya lo sé -dijo D. Patricio cerrando los ojos para dominar mejor su terror-, ya sé<br />

que aquello fue una gran bellaquería.<br />

Y abriendo, no sin trabajo, la puerta, entró, apresurándose a cerrar tras sí porque le<br />

parecía que feos espectros y sombras iban en su seguimiento y que oía el lamentable son<br />

<strong>de</strong> la ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> Gil <strong>de</strong> la Cuadra, arrastrando por las baldosas. Buscó en sus bolsillos<br />

eslabón y yesca para encen<strong>de</strong>r luz, mas nada halló <strong>de</strong> que pudiera sacarse lumbre. Sin<br />

<strong>de</strong>sanimarse por esto, acometió la escalera con mucho cuidado y empezó a subir,<br />

<strong>de</strong>teniéndose en cada escalón para tomar fuerzas. Pero no había subido ocho cuando le<br />

fue preciso andar a gatas porque las piernas no podían con el peso <strong>de</strong>l <strong>de</strong>smayado<br />

cuerpo.<br />

-Si me iré a morir aquí -dijo con angustia bañado en sudor frío-. ¡Oh! Dios mío. ¿Me<br />

estará reservada una muerte oscura, en mísera escalera, aquí, olvidado <strong>de</strong> todo el<br />

mundo...? Piedad, Señor... [38]<br />

Sus fuerzas, a causa <strong>de</strong> la inacción, se extinguían rápidamente. Llegó a no po<strong>de</strong>r<br />

mover brazo ni pierna. Entonces dio un ronquido y entregose a su malhadado <strong>de</strong>stino.<br />

-¡Oh! no, Señor -pensó allá en lo más hondo <strong>de</strong> su pensar-; no era así como yo quería<br />

morir.<br />

Sus sentidos se aletargaron; pero antes <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r el conocimiento, vio un espectro<br />

que hacia él avanzaba.<br />

Era un hermoso y brillante espectro que tenía una luz en la mano.<br />

- III -<br />

Cuando volvió en su acuerdo, el buen anciano se encontró en un lugar que era<br />

indudablemente su casa y que sin embargo bien podía no serlo. Llena <strong>de</strong> confusión su<br />

mente, miraba en <strong>de</strong>rredor y <strong>de</strong>cía:<br />

-Indudablemente es mi casa; pero mi casa no es así.<br />

Se incorporó en el canapé don<strong>de</strong> yacía, tocó la pared cercana, midió con la vista las<br />

distancias, y a medida que se aclaraba su entendimiento, [39] más gran<strong>de</strong> era su<br />

confusión. La semejanza entre su casa y aquella en que estaba era muy gran<strong>de</strong>, pero<br />

también había diferencias, siendo las principales el aseo, los muebles y el or<strong>de</strong>n perfecto<br />

<strong>de</strong> todo. Pero lo que más sorprendió al maestro <strong>de</strong> escuela fue ver en mitad <strong>de</strong> la<br />

encantada pieza una mesa puesta como para cenar, alumbrada por lámpara <strong>de</strong> pantalla, y<br />

que en la blancura <strong>de</strong> sus manteles y en el brillo <strong>de</strong> los platos revelaba las hacendosas<br />

manos que habían andado por allí. Como la mesa puesta, y puesta <strong>de</strong> aquel modo era el<br />

más gran<strong>de</strong> fenómeno que podía presentarse ante los ojos <strong>de</strong> Sarmiento en su propia<br />

casa, creyose juguete <strong>de</strong> duen<strong>de</strong>s o artes <strong>de</strong>moníacas. Probó a levantarse y pudo<br />

sostenerse en pie aunque apoyándose en la silla. Junto a la mesa había un sillón, y como


Sarmiento lo creyese <strong>de</strong>stinado a su persona, no vaciló en ocuparlo. En el mismo<br />

instante llegaron a su nariz olores <strong>de</strong> comida muy picantes y aperitivos. El anciano<br />

exclamó con mayor confusión:<br />

-No, esta no es mi casa.<br />

Decíalo por aquellos olores que hacía mucho tiempo habían <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> acompañarle<br />

en su domicilio. A pesar <strong>de</strong> no ser supersticioso afirmose en la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> hallarse bajo la<br />

acción [40] <strong>de</strong> una magia o bromazo <strong>de</strong> Satanás. Y sin embargo, era la cosa más sencilla<br />

<strong>de</strong>l mundo. Pronto se convenció <strong>de</strong> ello nuestro amigo viendo entrar a una joven vestida<br />

<strong>de</strong> negro, la cual se llegó a él sonriendo y le dijo:<br />

-Buenas noches, Sr. D. Patricio. ¿Ya se le pasó a usted el <strong>de</strong>smayo? Bien <strong>de</strong>cía yo<br />

que no era nada. Sin embargo, mandamos llamar un médico.<br />

-¡Por vida <strong>de</strong> cien mil chilindrones! -repuso Sarmiento, saliendo poco a poco <strong>de</strong>l<br />

estupor en que había caído-. Pues no me queda duda <strong>de</strong> que estoy hablando con Solita<br />

en persona.<br />

-La misma -dijo la joven acercándose a la mesa y apoyando ambas manos en ella<br />

para contemplar más <strong>de</strong> cerca al viejo.<br />

¿Y cómo es que estoy en mi casa y no estoy en ella?<br />

-Está usted en la mía.<br />

-¡Ah! bien lo <strong>de</strong>cía yo, bien lo <strong>de</strong>cía. Estos platos, estos ricos olores, este arreglo no<br />

pue<strong>de</strong>n existir en la casa <strong>de</strong> un pobre maestro <strong>de</strong> escuela sin discípulos. Como todos los<br />

cuartos <strong>de</strong> la casa son iguales, <strong>de</strong> aquí que... Pues con permiso <strong>de</strong> usted... me retiro a mi<br />

vivienda...<br />

-Antes cenará usted -dijo la muchacha [41] sonriendo con bondad-. Me han dicho<br />

que no hay gran abundancia por allá arriba.<br />

-¿Cómo ha <strong>de</strong> haber abundancia don<strong>de</strong> reina con imperio absoluto la <strong>de</strong>sgracia? He<br />

caído, señorita D.ª Sola, a los más profundos abismos <strong>de</strong> la miseria. Vea usted en mí<br />

una imagen <strong>de</strong>l santo patriarca Job. ¡Dios me ha quitado todo, me ha quitado a mi hijo!<br />

-Cómo ha <strong>de</strong> ser... Es preciso aceptar con resignación esos golpes y todos los que<br />

vengan <strong>de</strong>trás. Ahora cene usted, que Dios manda a los <strong>de</strong>sgraciados no abandonarse al<br />

dolor y dar al cuerpo todo lo que el cuerpo necesita.<br />

-Usted me invita a cenar...<br />

-No invito, sino que obligo -afirmó Sola poniendo en la mesa pan y vino-. Aguar<strong>de</strong><br />

usted un momento, que no le haré esperar.<br />

Al poco rato volvió con una cazuela <strong>de</strong> sopas, cuyo gratísimo olor <strong>de</strong>spertó en<br />

Sarmiento las más dulces sensaciones y una generosa reconciliación con la vida.


-Debe usted recordar, Srta. D.ª Sola -dijo el preceptor, cuando la joven le ataba las<br />

dos puntas <strong>de</strong> la servilleta <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l cogote-, que yo fuí encarnizado enemigo <strong>de</strong> su<br />

padre <strong>de</strong> usted, porque jamás he transigido ni podré transigir con las perras i<strong>de</strong>as<br />

absolutistas.<br />

-Lo recuerdo, sí; pero eso no hace al caso. [42]<br />

-Es que mi <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za -añadió Sarmiento tomando la cuchara-, no me permite<br />

aceptar un banquete... Con usted personalmente no hay resentimiento... pero ¿a qué<br />

negarlo? Usted y yo no po<strong>de</strong>mos ser amigos hoy ni nunca... dígolo para que no se crea<br />

que adulo, que me <strong>de</strong>jo seducir y sobornar por este fino obsequio, que agra<strong>de</strong>zco.<br />

-Cene usted, cene usted... -dijo Solita llenándole el vaso-. La mucha conversación<br />

podrá ser perjudicial a su cabeza, que según me han dicho, no está <strong>de</strong>l todo buena.<br />

-Cenaré, señora, puesto que usted lo toma tan a pechos... Conste que yo no he<br />

mendigado esta cena; conste que me han traído aquí por fuerza; que no he solicitado<br />

esta amistad, conste, en fin, que no po<strong>de</strong>mos ser amigos.<br />

-Aunque no quiera serlo mío, yo me empeño en serlo <strong>de</strong> usted y lo he <strong>de</strong> conseguir<br />

-dijo Soledad sonriendo, y hablando al viejo en el tono que se emplea con los chiquillos.<br />

-Dale, dale -repuso Sarmiento engullendo aprisa-. Conque amiguitos, ¿eh?<br />

¡Chilindrón!... Como si no hubiera pasado nada...Usted no tiene memoria, sin duda.<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente no tengo mucha para el daño recibido.<br />

-Su dichosito papaíto <strong>de</strong> usted y yo éramos [43] como el agua y el fuego... Mi <strong>de</strong>ber<br />

era perseguirle, <strong>de</strong>nunciarle, no <strong>de</strong>jarle respirar... Yo siempre cumplo mi <strong>de</strong>ber, yo soy<br />

esclavo <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>ber. Pertenezco a mi patria, una i<strong>de</strong>a, ¿me entien<strong>de</strong> usted?<br />

-Entiendo.<br />

-Con nada transijo. El enemigo <strong>de</strong> la patria es mi enemigo, y la hija <strong>de</strong>l enemigo <strong>de</strong><br />

mi patria es mi enemiga. ¿Qué dice usted a eso?<br />

-Que no ha tratado a las sopas como enemigas <strong>de</strong> la patria.<br />

-No ciertamente, porque hace mucho tiempo que no las había comido tan buenas.<br />

-Ahora voy por la perdiz.<br />

-¿Perdiz?... Vamos, esto parece un cuento <strong>de</strong> brujas... Si se empeña usted... pero<br />

conste que yo no he pedido la perdiz; que yo no he mendigado nada, que...<br />

Un momento <strong>de</strong>spués Sola partía la perdiz, ofreciéndola pedazo tras pedazo al<br />

hambriento anciano.<br />

-Está sabrosísima... Pero con la sorpresa <strong>de</strong> esta cena había olvidado... ¿Cuándo ha<br />

llegado usted, Sra. D.ª Solita? ¿Qué tal le ha ido en su viaje?


-He llegado esta mañana. Los <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro me hablaron <strong>de</strong> usted... Dijéronme que<br />

estaba usted loco... [44]<br />

-¡Loco yo!<br />

-O poco menos. Que andaba usted mal <strong>de</strong> fondos.<br />

-Eso sí que es como el Evangelio.<br />

-Que había perdido usted a su hijo Lucas.<br />

-También ¡ay! es verdad.<br />

-Esperé verle a usted y ofrecerle algo <strong>de</strong> lo poco que yo tengo.<br />

-Gracias...<br />

-Pero usted había salido antes que yo llegara. Había ido, según me dijeron, a correr<br />

por las calles divirtiendo a los chicos, y sirviendo <strong>de</strong> entretenimiento, con sus discursos,<br />

a los <strong>de</strong>socupados <strong>de</strong> los cafés y <strong>de</strong> la Puerta <strong>de</strong>l Sol.<br />

-¡Yo!<br />

-Descansé un poco. Todo el día lo he empleado en arreglar mi casa. He buscado una<br />

sirviente, he hecho parte <strong>de</strong> lo mucho que hay que hacer cuando se ha tenido todo<br />

abandonado a causa <strong>de</strong> una ausencia <strong>de</strong> cinco meses. Ya muy entrada la noche sentí<br />

pasos en la escalera y <strong>de</strong>spués lamentos y quejidos como <strong>de</strong> una persona enferma.<br />

Salimos y hallamos al gran D. Patricio tendido boca abajo. Los vecinos salieron, y unos<br />

<strong>de</strong>cían: «¡Buena turca ha cogido!» otros: «¡Ya las pagó todas juntas!». ¡Cómo reían<br />

algunos!... «El maldito viejo ya echó su último discurso...». «¡Qué feísimo [45] está!».<br />

Don Juan <strong>de</strong> Pipaón dijo: «No tiene sino hambre. Denle a oler sopas y verán cómo<br />

resucita...». Me pareció que esta opinión era la más razonable. Entre el mancebo <strong>de</strong> los<br />

Cor<strong>de</strong>ros, mi criada y yo entramos el cuerpo <strong>de</strong>smayado en mi casa, que estaba seis<br />

escalones más arriba, le tendimos en ese sofá...<br />

-Conste que yo no entré por mi pie, que no pedí... -dijo Sarmiento con viveza<br />

arqueando las cejas.<br />

-Le abrigamos bien, vino el veterinario <strong>de</strong>l sotabanco y dijo que usted pa<strong>de</strong>cía estos<br />

<strong>de</strong>svanecimientos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que había dado en el hito <strong>de</strong> hablar mucho y no comer... Yo<br />

había cenado ya: al momento dispuse otra cena para el nuevo huésped.<br />

-Traído por fuerza; es <strong>de</strong>cir, acogido, secuestrado, usurpado durante su <strong>de</strong>smayo.<br />

-Mandé venir un médico, mientras hacía la cena -añadió Sola observando con la<br />

mayor complacencia el buen apetito <strong>de</strong> Sarmiento-. Yo creí que al pobre hombre no le<br />

vendrían mal estos cuidados. Yo dije para mí: «Cuando se ponga bueno y se le <strong>de</strong>speje<br />

la cabeza, abrirá <strong>de</strong> nuevo la escuela, se llenarán sus bolsillos, y podrá vivir otra vez<br />

solo y holgado en su casa. Entretanto le conservaré en la mía, si quiere, y partiré con él<br />

lo poco que tengo». [46]


-¡Cuidarme, conservarme aquí, darme asilo!... -murmuró D. Patricio con cierto<br />

aturdimiento.<br />

-Me han dicho que el casero le va a plantar a usted en la calle esta semana.<br />

-Ese troglodita será capaz <strong>de</strong> hacerlo como lo dice.<br />

-En aquel cuarto le he preparado a usted una cama -manifestó Soledad, señalando<br />

una alcoba cercana.<br />

D. Patricio miró y vio un lecho, cuyas cortinas blancas le <strong>de</strong>slumbraron más que si<br />

fueran rayos <strong>de</strong> sol.<br />

-¡Una cama!... ¡para mí!... ¡para mí que hace cinco meses duermo en el suelo!...<br />

-Aquí podrá usted vivir. Yo estoy sola, quizás lo esté por mucho tiempo -añadió la<br />

joven poniendo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l anciano un plato <strong>de</strong> uvas-. La casa es <strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong> para<br />

mí... No tendrá usted que ocuparse <strong>de</strong> nada... le cuidaré, le alimentaré.<br />

-¡Me cuidará, me alimentará!... Repito que esto es magia.<br />

-Es caridad... ¿Por ventura no entien<strong>de</strong>n <strong>de</strong> caridad los patriotas?<br />

-Sí enten<strong>de</strong>mos, sí -replicó Sarmiento tan aturdido ya que no sabía qué <strong>de</strong>cir-. ¡La<br />

caridad! sublime sentimiento. Pero no ha <strong>de</strong> sobreponerse [47] al tesón ni a la fijeza <strong>de</strong><br />

i<strong>de</strong>as. La caridad pue<strong>de</strong> llegar a ser un mal muy gran<strong>de</strong> si se emplea en los enemigos <strong>de</strong><br />

la patria, en los ministros <strong>de</strong>l error... ¿Qué le parece a usted?<br />

-Que las uvas no <strong>de</strong>ben <strong>de</strong> ser ministros <strong>de</strong>l error, según las ha cogido usted.<br />

-Están riquísimas... Yo ¿cómo negarlo? agra<strong>de</strong>zco a usted sus obsequios... Quizás<br />

pueda algún día correspon<strong>de</strong>r a tantas finezas con otras igualmente <strong>de</strong>licadas... Conque<br />

dice que me dará una cama...<br />

-Aquella...<br />

-Y <strong>de</strong>sayuno...<br />

-También.<br />

-Y comida...<br />

-Y cena. Soy pobre; pero tengo para vivir algún tiempo. Después Dios nos dará más.<br />

Ya ve usted que si a veces quita, también da cuando menos se espera.<br />

-Es cierto, sí, es cierto -dijo Sarmiento con viva emoción que se apresuró a<br />

disimular-. Pero me asombra una cosa.<br />

-¿Qué?


-La poca memoria <strong>de</strong> usted.<br />

-¿Poca memoria? En verdad no es mucha -dijo Sola ofreciéndole un vaso <strong>de</strong> agua-.<br />

A veces no sirve la memoria sino <strong>de</strong> estorbo. [48]<br />

-Pues sí -añadió Sarmiento mascullando las palabras y algo cortado-. Usted no se<br />

acuerda... <strong>de</strong> que yo... no era santo <strong>de</strong> la <strong>de</strong>voción <strong>de</strong> su papá <strong>de</strong> usted... Porque que<br />

digan arriba, que digan abajo, su papá <strong>de</strong> usted conspiraba. Así es que yo... Mire usted,<br />

siempre que me acuerdo <strong>de</strong> esto, tengo una congoja... Cierta noche, cuando llevaron<br />

preso al Sr. Gil <strong>de</strong> la Cuadra, yo... Repito que él conspiraba y que hacían bien en<br />

pren<strong>de</strong>rle... ¿Usted recuerda...?<br />

Soledad, pálida y abatida, miraba fijamente el mantel.<br />

-Usted recuerda que su papá... cuando le pusieron las ca<strong>de</strong>nas, ¿eh?... pues sí, parece<br />

que tenía sed. Me pidió agua, y yo no se la quise dar. Hice mal, mal, mal; aquello fue<br />

una bellaquería, una brutalidad... una infamia: seamos claros. Más a<strong>de</strong>lante, cuando<br />

vivían uste<strong>de</strong>s en casa <strong>de</strong> Naranjo... que, entre paréntesis, era un gran bribón, yo... en<br />

fin, recordará usted que la noche en que murió el señor Gil <strong>de</strong> la Cuadra, me metí en la<br />

casa con otros milicianos para registrarla... Confiese usted que teníamos razón, porque<br />

su papá <strong>de</strong> usted conspiraba, es <strong>de</strong>cir, nones, ya no conspiraba por causa <strong>de</strong> estar<br />

muerto; pero...<br />

La confesión <strong>de</strong> sus brutales actos <strong>de</strong> fanatismo [49] costaba al preceptor sudores y<br />

congojas; pero sentía la necesidad imperiosa <strong>de</strong> echar <strong>de</strong> sí aquel tremendo peso, y<br />

como con tenazas iba sacándose las palabras.<br />

-Ello es que yo me porté mal aquella noche... Verdad que éramos enemigos; que él<br />

conspiraba contra la libertad; que yo tenía una misión que cumplir... el Gobierno<br />

<strong>de</strong>scansaba en mi vigilancia... Pero <strong>de</strong> todos modos, Sra. D.ª Solita, usted no obra<br />

cuerdamente al tratarme como me trata.<br />

-¿Por qué? -dijo la joven alzando sus ojos llenos <strong>de</strong> lágrimas.<br />

-Porque somos enemigos políticos.<br />

Bañado el rostro en lágrimas, Sola se echó a reír, lo que producía singular contraste.<br />

-Porque somos enemigos encarnizados... porque me porté mal, y si ahora salimos<br />

con que usted me da cama y mesa... A<strong>de</strong>más mi dignidad no me permite aceptarlo, no<br />

señora. Parecerá que he cedido en mis opiniones... que transijo con ciertas i<strong>de</strong>as.<br />

Sola reía más.<br />

-Usted se burla <strong>de</strong> mí. Bien: no hablemos más <strong>de</strong>l asunto. Se me figura que usted me<br />

perdona aquellos <strong>de</strong>smanes. Bien, muy bien. Reconozco que es un proce<strong>de</strong>r admirable;<br />

[50] pero yo... póngase usted en mi lugar...<br />

-Me parece -dijo Sola-, que ya es hora <strong>de</strong> que se acueste usted.


-¿En esa cama? -dijo Sarmiento con incredulidad y abriendo mucho los ojos.<br />

-En esa.<br />

-¡Y tiene colchones!<br />

-Y manta... Ya que tiene usted repugnancia <strong>de</strong> aceptar lo que le ofrezco, no insistiré<br />

-dijo la muchacha con malicia-; pero valga mi hospitalidad por esta noche. Mañana se<br />

volverá usted a su casa.<br />

-Bien, bien -exclamó Sarmiento-. Por vida <strong>de</strong> la chilindraina, que es una excelente<br />

i<strong>de</strong>a. Mañana lo <strong>de</strong>cidiremos, y esta noche como estoy tan cansado... En verdad, ¿para<br />

qué necesito yo colchones ni platos exquisitos si están contados mis días?... ¡Ay! La<br />

pérdida <strong>de</strong> mi hijo me ha secado el corazón. Para mí ha concluido el mundo. Conozco<br />

que estoy <strong>de</strong> más y me apresuro a empren<strong>de</strong>r el viaje. Pero ha <strong>de</strong> saber usted que mi<br />

i<strong>de</strong>a es morir gloriosamente, mi plan tener un fin que corresponda a la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> las<br />

doctrinas que he sustentado en vida. Yo no puedo morir como otro cualquiera, Sra. D.ª<br />

Solita, y aquí me tiene usted en camino <strong>de</strong> llenar una página <strong>de</strong> la historia. [51]<br />

Sola parecía inquieta oyendo los disparates <strong>de</strong> su huésped.<br />

-Sí señora -añadió Sarmiento exaltándose y echando lumbre por los ojos-. Voy a<br />

morir por la patria, voy a morir por la libertad, por esa luz que ilumina al mundo; voy a<br />

ser mártir; voy a elevar mi frente como los héroes, conquistando con un fin heroico la<br />

inmortalidad.<br />

-Lo que yo veo es que era cierto lo que me habían dicho.<br />

D. Patricio se levantó y tomando una actitud <strong>de</strong> estatua, prosiguió <strong>de</strong> este modo:<br />

-¿A qué arrastrar una vejez oscura y miserable, cuando las circunstancias me brindan<br />

con la inmortalidad? El ejemplo <strong>de</strong> ese héroe a quien he visto conducido como los<br />

criminales y que subirá al Calvario <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> poco, me sirve <strong>de</strong> guía. ¡Oh luz <strong>de</strong> mi<br />

inteligencia, bendita seas por haberme inspirado esta i<strong>de</strong>a!<br />

Tomando luego bruscamente el tono familiar, dijo a Solita:<br />

-Pocos días me restan <strong>de</strong> vida. Quizás tres, quizás dos, quizás uno solo. Como he <strong>de</strong><br />

molestar por tan poco tiempo, apreciable señora, me quedaré aquí.<br />

-Está muy bien pensado. Ahora a dormir.<br />

Vino el médico que habían llamado, y Sarmiento [52] le <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> mal talante,<br />

diciendo que no necesitaba medicinas, porque para él, el cuerpo no era nada y el alma<br />

todo. El médico que ya le conocía, encargole mucho cuidado con la cabeza, advirtiendo<br />

reservadamente a Sola que le encerrara si tenía empeño en que tal enfermo viviese.<br />

Después <strong>de</strong> la partida <strong>de</strong>l Galeno, D. Patricio mostró <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> acostarse.<br />

-Buenas noches, señora -dijo el preceptor entrando en la alcoba-. ¿Mañana tomaré<br />

chocolate?


-¿Eso había <strong>de</strong> faltar? Si no fuera por esa dichosa muerte heroica que le espera, le<br />

tomaría usted muchos días. ¡Qué necedad privarse <strong>de</strong> ese gusto por la gloria que no es<br />

más que humo!<br />

-Usted habla en broma -dijo D. Patricio, cuya voz se oía débilmente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la sala,<br />

porque había cerrado la puerta para acostarse-. No puedo compren<strong>de</strong>r que su claro<br />

entendimiento compare unas cuantas onzas <strong>de</strong> soconusco con la inmortalidad y la<br />

gloria... ¡Ah! señora mía, lo único que me consuela <strong>de</strong> la pérdida que acabo <strong>de</strong><br />

experimentar, es el saber que mi adorado hijo está gozando <strong>de</strong> esa inextinguible luz <strong>de</strong><br />

la gloria, premio justo <strong>de</strong> los que han muerto <strong>de</strong>fendiendo la libertad. [53] ¡Mártir<br />

sublime, que Dios te bendiga como te bendigo yo! ¡Yo que me apresuro a imitarte!...<br />

¿Solita, se ha marchado usted?<br />

-No señor, aquí estoy oyéndole con mucho gusto. ¡Cuánto siento la muerte <strong>de</strong>l pobre<br />

Lucas!... ¡Era tan buen muchacho!...<br />

-¡Válgame Dios lo que he perdido! Era un <strong>de</strong>chado <strong>de</strong> virtu<strong>de</strong>s -dijo Sarmiento<br />

dando un gran suspiro- y <strong>de</strong> amor filial. Su inteligencia superior se remontaba a las más<br />

altas concepciones. Su valor indomable no tenía igual, y creeríase al verle que en él<br />

había resucitado un héroe antiguo. Vamos, que en aquel famoso 7 <strong>de</strong> Julio, <strong>de</strong>jó bien<br />

puesto el pabellón... ¡Pobre hijo mío! Sus nobles facciones eran idénticas a las <strong>de</strong> su<br />

madre. ¡Si supiera usted cuán hermosa era mi Refugio!... ¿Está usted ahí, Solita?<br />

-Aquí estoy. Sí, <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> ser muy hermosa D.ª Refugio.<br />

¡Ah! ¡Si usted la hubiera visto!... ¡Qué boca!... ¡qué ojos!... ¡qué pie!... Me parece<br />

que la estoy mirando. La llamaban la diosa <strong>de</strong> Calabazar <strong>de</strong>l Buey por ser este el lugar<br />

<strong>de</strong> su nacimiento... ¡Oh dulces memorias! ¿por qué venís a atormentarme en estas<br />

aflictivas horas?... Yo me enamoré <strong>de</strong> Refugio como un insensato, porque siempre he<br />

sido así, un fuego [54] vivo. ¡Cuánto me costó sacarla <strong>de</strong> la casa paterna!... en fin, nos<br />

unimos en dulce lazo el día <strong>de</strong> la Encarnación... Por Noche-Buena nació nuestro pobre<br />

Lucas, que parecía una bola <strong>de</strong> oro y manteca... ¡Oh tiempos!... señora doña Solita.<br />

-¿Qué?<br />

-¿Se ha marchado usted?<br />

-No señor, aquí estoy.<br />

-Parece que se ríe usted.<br />

-De ningún modo.<br />

-Hágame usted el favor <strong>de</strong> abrir la puerta, porque <strong>de</strong>seo verla a usted antes <strong>de</strong><br />

dormir. Es una necesidad <strong>de</strong> mi pobre espíritu.<br />

Soledad abrió. Completamente arrebujado en las sábanas, D. Patricio no mostraba<br />

más que la cabeza.


-Está usted mucho más guapa que cuando vivía el Sr. Gil <strong>de</strong> la Cuadra -insinuó el<br />

viejo.<br />

-Podrá ser.<br />

-¿Se acuesta usted ya?<br />

-Antes tengo que hacer.<br />

- Pues buenas noches, porque a causa <strong>de</strong>l mucho cansancio... Perdone usted mi<br />

<strong>de</strong>scortesía; pero no lo puedo remediar; me duermo como un animal. ¡Oh gloria, oh<br />

lauros inmortales, oh libertad!... Esta cama... es tan... buena... [55]<br />

- IV -<br />

Pasando sobre treinta y cinco días, nos trasladamos con el lector al 6 <strong>de</strong> Noviembre.<br />

La plazuela <strong>de</strong> la Cebada, prescindiendo <strong>de</strong>l mercado que hoy la ocupa<br />

<strong>de</strong>sfigurándola y escondiendo su fealdad, no ha variado cosa alguna <strong>de</strong>s<strong>de</strong> 1823.<br />

Entonces, como hoy, tenía aquel aire villanesco y zafio que la hace tan antipática, el<br />

mismo ambiente malsano, la misma arquitectura irregular y ramplona. Aunque parezca<br />

extraño, entonces las casas eran tan vetustas como ahora, pues indudablemente aquel<br />

amasijo <strong>de</strong> tapias agujereadas no ha sido nuevo nunca. La iglesia <strong>de</strong> Nuestra Señora <strong>de</strong><br />

Gracia, viuda <strong>de</strong> San Millán <strong>de</strong>s<strong>de</strong> 1868, tenía el mismo aspecto <strong>de</strong> almacén<br />

abandonado, mientras su consorte, arrinconado entre las callejuelas <strong>de</strong> las Maldonadas y<br />

San Millán, parecía pedir con suplicante modo que le quitaran <strong>de</strong> en medio. La<br />

fundación <strong>de</strong> D.ª Beatriz Galindo no daba a la plaza sino podridos aleros, tuertos y<br />

llorosos ventanuchos, medianerías cojas y covachas miserables. La elegante cúpula [56]<br />

<strong>de</strong> la capilla <strong>de</strong> San Isidro, elevándose en segundo término, era el único placer <strong>de</strong> los<br />

ojos en tan feo y triste sitio.<br />

Esta plazuela había recibido <strong>de</strong> la Plaza Mayor, por donación graciosa, el privilegio<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>spachar a los reos <strong>de</strong> muerte, por cuya razón era más lúgubre y repugnante.<br />

Aquella boca monstruosa y fétida se había tragado ya muchas víctimas, y ¡cuántas le<br />

quedaban aún por tragar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquella célebre fecha <strong>de</strong> Noviembre <strong>de</strong> 1823, que<br />

ennobleció la plaza-cadalso, dándole nombre más <strong>de</strong>coroso que el que siempre ha<br />

llevado!<br />

En la mañana <strong>de</strong>l 6 estaba llena <strong>de</strong> curiosos que por las calles afluyentes entraban<br />

para ver los dos palos largos plantados en medio <strong>de</strong> tal plaza, y asistir con curiosidad<br />

afanosa a la tarea <strong>de</strong> seis hombres que se ocupaban en unir los topes <strong>de</strong> dichos árboles<br />

con un tercer ma<strong>de</strong>ro horizontal. Los corrillos eran muchos y la gente iba y venía<br />

paseando como en los preliminares <strong>de</strong> una fiesta. Veíanse hombres uniformados, otros<br />

con armas y sin uniforme, mucha gente <strong>de</strong>l populacho que por aquellos barrios abajo<br />

tiene sus albergues, y no pocas personas <strong>de</strong> la clase acomodada. Un hombre alto, seco,<br />

moreno, <strong>de</strong> ojos muy saltones, <strong>de</strong> rostro fiero y a<strong>de</strong>mán amenazador, mirar insolente,


[57] boca bravía, como <strong>de</strong> quien no muer<strong>de</strong> por no menoscabar la dignidad humana; un<br />

hombre que francamente mostraba en todo su condición perversa, y en cuyo enjuto<br />

esqueleto el uniforme <strong>de</strong> brigadier parecía una librea <strong>de</strong> verdugo, avanzó resueltamente<br />

por entre el gentío, abriéndose calle bastón en mano; y dirigiéndose <strong>de</strong>spués con airada<br />

voz y gesto a los que trabajaban en el cadalso, les dijo:<br />

-¡Malditos!... Mal haya el pan que se os da... ¿No he mandado que se pusieran los<br />

palos más gran<strong>de</strong>s que hay en los almacenes <strong>de</strong> la Villa?<br />

Uno que parecía jefe <strong>de</strong> los aparejadores balbució algunas excusas que no <strong>de</strong>bieron<br />

<strong>de</strong> satisfacer al vestiglo, porque al punto soltó por su abominable boca nueva andanada<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>nuestos:<br />

-¡Ahora mismo, ahora mismo, canallas!... quitarme <strong>de</strong> ahí ese juguete, si no quieren<br />

que los cuelgue en él... Traigan los palos gran<strong>de</strong>s, los más gran<strong>de</strong>s, aquellos que estaban<br />

la semana pasada en el Canal... ¿Entien<strong>de</strong>n lo que digo?... ¿Hablo yo en castellano?...<br />

Los palos gran<strong>de</strong>s.<br />

Otra vez se disculparon los aparejadores, pero el <strong>de</strong>l bastón repitió sus ór<strong>de</strong>nes.<br />

-Si hace falta más gente, venga más gente... [58] Estos holgazanes no compren<strong>de</strong>n la<br />

gravedad <strong>de</strong> las circunstancias, ni están a la altura <strong>de</strong> un suceso como este... Por vida <strong>de</strong>l<br />

Santísimo Sacramento que yo les haré andar a todos <strong>de</strong>rechos... Sr. Cuadrado, lleve<br />

usted al Canal a todos los operarios <strong>de</strong> la Villa para transportar esos leños, y si no iré yo<br />

mismo, que lo mismo sirvo para un fregado que para un barrido.<br />

Tres horas más tar<strong>de</strong>, el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> aquel hombre tan atroz se empezaba a cumplir, y la<br />

gente allí reunida (porque había más gente) vio que se elevaban con majestad dos<br />

ma<strong>de</strong>ros como mástiles <strong>de</strong> barco, gruesos, lisos, hermosos, gallardos.<br />

-¡Ah, muy bien! -dijo el endriago, observando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos el golpe <strong>de</strong> vista-. Esto es<br />

otra cosa. Así es como el Gobierno quiere que se haga. ¡Magnífico efecto!<br />

Sus miradas <strong>de</strong> satisfacción recorrieron toda la plaza, por encima <strong>de</strong>l mar <strong>de</strong> cabezas,<br />

y parecía <strong>de</strong>cir: «¡Feliz el pueblo que tiene al frente <strong>de</strong> su policía un hombre como yo!».<br />

Clavados los altos ma<strong>de</strong>ros, los aparejadores se ocuparon en atar la traviesa<br />

horizontal. El efecto era soberbio.<br />

Daba nuevas ór<strong>de</strong>nes para perfeccionar tan bella obra el formidable polizonte,<br />

cuando se [59] llegó a él un hombre cuadrado y <strong>de</strong> semblante oscuro e in<strong>de</strong>scifrable,<br />

que le saludó cortésmente.<br />

-¿Qué te parece Romo lo que hemos hecho? -dijo el <strong>de</strong>l bastón, cruzando atrás las<br />

manos con el emborlado instrumento <strong>de</strong> su autoridad.<br />

-¡Oh! es la mayor que se ha elevado en Madrid -repuso contemplando la horca-. Y si<br />

hubiera ma<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> más talla, a mayor altura la pondríamos. Esto <strong>de</strong>biera verse <strong>de</strong> toda<br />

España.


-Des<strong>de</strong> todo el mundo; que fuera <strong>de</strong> aquí también hay pillos a quienes escarmentar...<br />

Yo traería mañana a esta plaza a todos los españoles para que aprendieran cómo acaban<br />

las porquerías revolucionarias... No hay enseñanza más eficaz que esta... Como el nuevo<br />

Gobierno no se empeñe en ir por el camino <strong>de</strong> la tibieza, habrá buenos ejemplos, amigo<br />

Romo.<br />

-Es que si se empeña en ir por el camino <strong>de</strong> la tibieza -dijo Romo dando un golpe en<br />

el puño <strong>de</strong> su sable-, nosotros no le <strong>de</strong>jaremos ir...<br />

-Bien, bien, me gustan esos bríos -afirmó un tercer personaje, casi tan parecido a un<br />

gato como a un hombre, y que <strong>de</strong> improviso se unió a los dos anteriores-. No ha salido<br />

el [60] Rey <strong>de</strong> manos <strong>de</strong> los liberales para caer en las <strong>de</strong> los tibios.<br />

-Sr. Regato -dijo el <strong>de</strong>l bastón-, ha hablado usted como los cuatro Evangelios juntos.<br />

-Sr. Chaperón -añadió Regato-, bien conocidas son mis i<strong>de</strong>as... ¿Ve usted esa horca?<br />

Pues todavía me parece pequeña.<br />

-Se pue<strong>de</strong> hacer mayor -dijo el que respondía al nombre <strong>de</strong> Chaperón-. Por vida <strong>de</strong>l<br />

Santísimo Sacramento, que no se quejará el Cabezudo... y su bailoteo será bien visto.<br />

-¿Conoce usted la sentencia? -preguntó Regato.<br />

-Será conducido a la horca arrastrado por las calles -dijo Romo-. Si hubieran omitido<br />

esto los jueces habría sido una gran falta.<br />

-Es claro: hay que distinguir... Según pedía el fiscal, la cabeza se colocará en el<br />

pueblo don<strong>de</strong> dio el grito nefando el año <strong>20</strong>, y el cuerpo se dividirá en cuatro cuartos.<br />

-Para poner uno en Madrid, otro en Sevilla, otro en Málaga y otro en la isla <strong>de</strong> León<br />

-añadió Chaperón dando gran importancia a tan horribles <strong>de</strong>talles.<br />

-Pues ayer se dijo... yo mismo lo oí... -afirmó Regato-, que los dos cuartos <strong>de</strong>lanteros<br />

quedarían en Madrid. Yo no lo aseguro: pero así se dijo. [61]<br />

-En puridad -dijo Chaperón-, esto no es lo más importante. En vez <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r el<br />

tiempo <strong>de</strong>scuartizando buscaremos nueva fruta <strong>de</strong> cuelga, que no faltará en Madrid...<br />

¿Pero qué alboroto es ese?... ¿Por qué corre mi gente?<br />

Volvió los saltones ojos hacia Nuestra Señora <strong>de</strong> Gracia, don<strong>de</strong> los grupos se<br />

arremolinaban y se oía murmullo <strong>de</strong> vivas. El fiero jefe <strong>de</strong> la Comisión Militar frunció<br />

el ceño al ver que el buen pueblo confiado a su vigilancia relinchaba sin permiso <strong>de</strong> la<br />

policía.<br />

-No es nada, Sr. Chaperón -dijo Regato-. Es que tenemos ahí a nuestro famoso<br />

Trapense.<br />

-Hace un rato -añadió Romo-, venía por Puerta <strong>de</strong> Moros con su escolta. Entró a<br />

rezar en Nuestra Señora <strong>de</strong> Gracia y ya sale otra vez. Viene hacia acá.


En efecto, avanzaba hacia el centro <strong>de</strong> la plaza la más estrambótica figura que pue<strong>de</strong><br />

ofrecerse a humanos ojos en esos días <strong>de</strong> revueltas políticas, en que todo se transfigura,<br />

y sale a la superficie confundido con la clara linfa el légamo social. Era un hombre a<br />

caballo, mejor dicho, a mulo. Vestía hábitos <strong>de</strong> fraile y traía un Crucifijo en la mano, y<br />

pendientes <strong>de</strong>l cinto sable, pistolas y un látigo. Seguíanle cuatro lanceros a caballo y<br />

ro<strong>de</strong>ábale escolta [62] <strong>de</strong> gritonas mujeres, pilluelos y otra ralea <strong>de</strong> gente <strong>de</strong> esa que<br />

forma el vil espumarajo <strong>de</strong> las revoluciones.<br />

Era el Trapense joven, <strong>de</strong> color cetrina, ojos gran<strong>de</strong>s y negros, barba espesa, con un<br />

airecillo más que <strong>de</strong> feroz guerrero, <strong>de</strong> truhán redomado. Había sido lego en un<br />

convento, en el cual dio mucho que hacer a los frailes con su mala conducta, hasta que<br />

se metió a guerrillero, teniendo la suerte <strong>de</strong> acaudillar con buen éxito las partidas <strong>de</strong><br />

Cataluña. Conocedor <strong>de</strong> la patria en cuyo seno había tenido la dicha <strong>de</strong> nacer, creyó que<br />

sus frailunas vestiduras eran el uniforme más seductor para acaudillar aventureros, y al<br />

igual <strong>de</strong> las cortantes armas puso la imagen <strong>de</strong> Crucificado. En los campos <strong>de</strong> batalla,<br />

fuera <strong>de</strong> alguna ocasión solemne, llevaba el látigo en la mano y la cruz en el cinto; pero<br />

al entrar en las poblaciones colgaba el látigo y blandía la cruz, incitando a todos a que la<br />

besaran. Esto hacía en el momento en que le vemos por la plazuela a<strong>de</strong>lante. Su mulo<br />

no podía romper sino a fuerza <strong>de</strong> cabezadas y tropezones la muralla <strong>de</strong> <strong>de</strong>votos<br />

patriotas, y él afectando una seriedad más propia <strong>de</strong> mascarón que <strong>de</strong> fraile, echaba<br />

bendiciones. El <strong>de</strong>monio metido a evangelista no hubiera hecho su papel con más<br />

donaire. Viéndole [63] fluctuaba el ánimo entre la risa y un horror más gran<strong>de</strong> que todos<br />

los horrores. Los tiempos presentes no pue<strong>de</strong>n tener i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> ello, aunque hayan visto<br />

pasar fúnebre y sanguinosa una sombra <strong>de</strong> aquellas espantables figuras. Sus<br />

reproducciones posteriores han sido <strong>de</strong>scoloridas, y ninguna ha tenido popularidad, sino<br />

antes bien, el odio y las burlas <strong>de</strong>l país.<br />

Cuando el bestial fraile, retrato fiel <strong>de</strong> Satanás a caballo, llegó junto al grupo <strong>de</strong> que<br />

hemos hablado, recibió las felicitaciones <strong>de</strong> las tres personas que lo formaban y él les<br />

hizo saludo marcial alzando el Crucifijo hasta tocar la sien.<br />

-Bienvenido sea el padre Marañón -dijo el jefe <strong>de</strong> la Comisión Militar acariciando<br />

las crines <strong>de</strong>l mulo, que aprovechó tal coyuntura para <strong>de</strong>tenerse-. ¿A dón<strong>de</strong> va tanto<br />

bueno?<br />

-Hombre... también uno ha <strong>de</strong> querer ver las cosas buenas -replicó el fraile-. ¿A qué<br />

hora será eso mañana?<br />

-A las diez en punto -contestó Regato-. Es la hora mejor.<br />

-¡Cuánta gente curiosa!... No me han <strong>de</strong>jado rezar, Sr. Chaperón -añadió el fraile<br />

inclinándose como para <strong>de</strong>cir una cosa que no <strong>de</strong>bía oír el vulgo-. Usted, que lo sabe<br />

todo, [64] dígame ¿conque es cierto que se nos marcha el Príncipe?<br />

-¿Angulema? Ya va muy lejos camino <strong>de</strong> Francia. ¿Verdad, padre Marañón, que no<br />

nos hace falta maldita?<br />

-¿Pues no nos ha <strong>de</strong> hacer falta, hombre <strong>de</strong> Dios? -dijo el fraile andante soltando una<br />

carcajada que asemejó su rostro al <strong>de</strong> una gárgola <strong>de</strong> catedral <strong>de</strong>spidiendo el agua por la


oca-. ¿Qué va a ser <strong>de</strong> nosotros sin figurines? Averigüe usted ahora cómo se han <strong>de</strong><br />

hacer los chalecos y cómo se han <strong>de</strong> poner las corbatas.<br />

-Los tres y otros intrusos que oían rompieron a reír, celebrando el donaire <strong>de</strong>l<br />

Trapense.<br />

-Queda <strong>de</strong> general en jefe el general Bourmont.<br />

-Por falta <strong>de</strong> hombres buenos a mi padre hicieron alcal<strong>de</strong> -dijo Chaperón-. Si<br />

Bourmont se ocupara en otra cosa que en coger moscas, y se metiera en lo que no le<br />

importa, ya sabríamos tenerle a raya.<br />

-Me parece que no nos mamamos el <strong>de</strong>do -repuso el fraile-. Y me consta que Su<br />

Majestad viene dispuesto a que las cosas se hagan al <strong>de</strong>recho, arrancando <strong>de</strong> cuajo la<br />

raíz <strong>de</strong> las revoluciones. Dígame usted, ¿es cierto que se ha retractado en la capilla?<br />

-¿Quién, Su Majestad? [65]<br />

-No, hombre, Rieguillo.<br />

-De eso se trata. El hombre está más maduro que una breva. ¿No va usted por allá?<br />

-¿Por la capilla?... No me quedaré sin meter mi cucharada... Ahora no puedo<br />

<strong>de</strong>tenerme: tengo que ver al obispo para un negocio <strong>de</strong> bulas y al ministro <strong>de</strong> la Guerra<br />

para hablarle <strong>de</strong>l mal estado en que están las armas <strong>de</strong> mi gente... Con Dios, señores...<br />

¡arre!<br />

Y echó a andar hacia la calle <strong>de</strong> Toledo, seguido <strong>de</strong>l entusiasta cortejo que le<br />

vitoreaba. Chaperón, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> dar las últimas ór<strong>de</strong>nes a los aparejadores y <strong>de</strong> volver a<br />

observar el efecto <strong>de</strong> la bella obra que se estaba ejecutando, marchó con sus amigos<br />

hacia la calle Imperial, por don<strong>de</strong> se dirigieron todos a la cárcel <strong>de</strong> Corte. En la plazuela<br />

había también gente, <strong>de</strong> esa que la curiosidad, no la compasión, reúne frente a un muro<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l cual hay un reo en capilla. No veían nada, y sin embargo, miraban la negra<br />

pared, como si en ella pudiera <strong>de</strong>scubrirse la sombra, o si no la sombra, misterioso<br />

reflejo <strong>de</strong>l espíritu <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>nado a muerte.<br />

Los tres amigos tropezaron con un individuo que apresuradamente salía <strong>de</strong> la Sala <strong>de</strong><br />

Alcal<strong>de</strong>s.<br />

-¡Eh! no corra usted tanto, Sr. Pipaón - [66] gritole el <strong>de</strong> la Comisión militar-. ¿A<br />

dón<strong>de</strong> tan a prisa?<br />

-Hola, señores; salud y pesetas -dijo el digno varón <strong>de</strong>teniéndose-. ¿Van uste<strong>de</strong>s a la<br />

capilla?...<br />

-No hemos <strong>de</strong> ser los últimos, hombre <strong>de</strong> Dios. ¿Qué tal está mi hombre?<br />

-Va a comer... Una mesa espléndida, como se acostumbra en estos casos. Conque Sr.<br />

Chaperón, Sr. Regato...


-¡A dón<strong>de</strong> va usted que más valga! -dijo Chaperón <strong>de</strong>teniéndole por un brazo-. ¿Hay<br />

trabajillo en la oficina?<br />

-Yo no trabajo en la oficina, porque estoy encargado <strong>de</strong> los festejos para recibir al<br />

Rey -repuso Bragas con orgullo.<br />

-¡Ah! no hay que apurarse todavía.<br />

-Pero no es cosa <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarlo para el último día. No preparamos una chabacanería<br />

como las <strong>de</strong>l tiempo constitucional, sino una verda<strong>de</strong>ra solemnidad regia como lo<br />

merecen el caso y la persona <strong>de</strong> Su Majestad. El carro en que ha <strong>de</strong> verificar su entrada<br />

se está construyendo. Es digno <strong>de</strong> un Emperador romano. Aún no se sabe si tirarán <strong>de</strong> él<br />

caballos o mancebos vistosamente engalanados. Es indudable que llevarán las cintas los<br />

voluntarios realistas.<br />

-Pues se ha dicho que nosotros tiraríamos [67] <strong>de</strong>l carro -dijo Romo con énfasis,<br />

como si reclamara un <strong>de</strong>recho.<br />

-Ahí tiene usted un asunto sobre el cual no disputaría yo -insinuó Regato<br />

blandamente-. Yo <strong>de</strong>jaría que tiraran los caballos.<br />

-Ya se <strong>de</strong>cidirá, señores, ya se <strong>de</strong>cidirá a gusto <strong>de</strong> todos -dijo Bragas con aires <strong>de</strong><br />

transacción-. Lo que me trae muy preocupado es que... verán uste<strong>de</strong>s... me he propuesto<br />

presentar ese día doscientas o trescientas majas lujosamente vestidas. ¡Oh! ¡qué bonito<br />

espectáculo! Costará mucho dinero ciertamente; pero ¡qué precioso efecto! Ya estoy<br />

escogiendo mi cuadrilla. Doscientas muchachas bonitas no son un grano <strong>de</strong> anís. Pero<br />

yo las tomo don<strong>de</strong> las encuentro... ¿eh? De los trajes se encarga el Ayuntamiento... Me<br />

han dado fondos. ¡Caracoles! es una cuestión peliaguda... espero lucirme.<br />

-Este Pipaón es <strong>de</strong> la piel <strong>de</strong> Satanás... ¿De dón<strong>de</strong> van a sacar ese mujerío?<br />

-Yo daría la preferencia a los arcos <strong>de</strong> triunfo -dijo Romo-. Es mucho más serio.<br />

-¿Arcos?... Si ha <strong>de</strong> haber cuatro. Por cierto que el Sr. Chaperón nos ha hecho un<br />

flaco servicio llevándose para la horca los gran<strong>de</strong>s mástiles que sirven para armar arcos<br />

<strong>de</strong> triunfo. [68]<br />

-Hombre, por vida <strong>de</strong>l Santísimo Sacramento -dijo Chaperón mostrando un<br />

sentimiento que en otro pudiera haber sido bondad-, ya servirán para todo. Pues qué,<br />

¿vamos a ahorcar a media España?<br />

-Entre paréntesis, no sería malo... Conque ahora sí que me voy <strong>de</strong> veras.<br />

Estrechó Pipaón sucesivamente la mano <strong>de</strong> cada uno <strong>de</strong> sus tres amigos.<br />

-Ya nos veremos luego en las oficinas <strong>de</strong> la Comisión.<br />

-Pues qué, ¿hay algo nuevo?<br />

-Hombre no se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>samparar a los amigos.


-¡Recomendaciones! -vociferó el brigadier mostrando su fiereza-. Por vida <strong>de</strong>l<br />

Santísimo, que eso <strong>de</strong> las recomendaciones y las amista<strong>de</strong>s me incomoda más que la<br />

evasión <strong>de</strong> un prisionero. Así no hay justicia posible, señor Pipaón, así la justicia, los<br />

castigos y las purificaciones no son más que una farsa.<br />

El terrible funcionario se cruzó <strong>de</strong> brazos, conservando fuertemente empuñado el<br />

símbolo <strong>de</strong> su autoridad.<br />

-Es claro -añadió Romo por espíritu <strong>de</strong> adulación -, así no hay justicia posible.<br />

-No hay justicia posible -repitió Regato como un eco <strong>de</strong>l cadalso. [69]<br />

-Amigo Chaperón -dijo el astuto Bragas con afabilidad y <strong>de</strong>sviando un poco <strong>de</strong>l<br />

grupo al Comisario para hablarle en secreto-, cuando hablo <strong>de</strong> amigos me refiero a<br />

personas que no han hecho nada contra el régimen absoluto.<br />

-Sí, buenos pillos son sus amigos <strong>de</strong> usted.<br />

-No es más sino que al pobre D. Benigno Cor<strong>de</strong>ro le está molestando la policía <strong>de</strong><br />

Zaragoza y es posible que lo pase mal. Ya recordará usted que D. Benigno dio cien<br />

onzas bien contadas porque se le comprendiera en el Decreto <strong>de</strong>l 2 <strong>de</strong> Octubre fechado<br />

en Jerez. Acogiéndose a la proscripción se libraba <strong>de</strong> la cárcel y quizás <strong>de</strong> la horca...<br />

Pues en Zaragoza me le han puesto en un calabozo. Eso no está bien...<br />

-Bueno, bueno -dijo Chaperón disgustado <strong>de</strong> aquel asunto-. También Romo me ha<br />

recomendado a ese Cor<strong>de</strong>ro.<br />

Romo no dijo una palabra, ni abandonó aquella seriedad que era en él como su<br />

mismo rostro.<br />

-Por última vez, señores, adiós -chilló Bragas-, ahora sí que me voy <strong>de</strong> veras.<br />

-Abur.<br />

Dirigiéronse a la puerta <strong>de</strong> la cárcel por la calle <strong>de</strong>l Salvador; pero les fue preciso<br />

<strong>de</strong>tenerse porque en aquel momento entraba una [70] cuerda <strong>de</strong> presos. Iban atados<br />

como criminales que recogiera en los caminos la antigua Hermandad <strong>de</strong> Cuadrilleros, y<br />

por su traje, a<strong>de</strong>manes, y más aún por el modo <strong>de</strong> expresar su pena, <strong>de</strong>bían <strong>de</strong><br />

pertenecer a distintas clases sociales. Los unos iban serenos y con la frente erguida, los<br />

otros abatidos y llorosos. Eran veinte y dos entre varones y hembras, a saber: tres<br />

patriotas <strong>de</strong> los antiguos clubs, dos ancianos que habían <strong>de</strong>sempeñado durante el<br />

régimen caído el cargo <strong>de</strong> vocales <strong>de</strong>l Supremo Tribunal <strong>de</strong> Justicia, un eclesiástico, dos<br />

toreros, cuatro cómicos, un chico <strong>de</strong> siete años, <strong>de</strong>scalzo y roto, tres militares, un<br />

in<strong>de</strong>finido, como no se clasificara entre los pordioseros, una señora anciana que apenas<br />

podía andar, dos <strong>de</strong> buena edad y noble continente, que pertenecían a clase acomodada,<br />

y dos mujeres públicas.<br />

Chaperón echó sobre aquella infeliz gente una mirada que bien podía llamarse<br />

amorosa pues era semejante a las <strong>de</strong>l artista contemplando su obra, y cuando el último


preso (que era una <strong>de</strong> las damas <strong>de</strong> equívoca conducta) se perdió en el oscuro zaguán <strong>de</strong><br />

la prisión, rompió por entre la multitud curiosa y entró también con sus amigos. [71]<br />

- V -<br />

Lo más cruel y repugnante que existe <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la pena <strong>de</strong> muerte es el ceremonial<br />

que la prece<strong>de</strong> y la lúgubre antesala <strong>de</strong>l cadalso con sus cuarenta y ocho mortales horas<br />

<strong>de</strong> capilla. Casi es más horrendo que la horca misma aquella larga espera y agonía entre<br />

la vida y la muerte, durante la cual la víctima es expuesta a la compasión pública como<br />

son expuestos a la pública curiosidad los animales raros. La ley, que hasta entonces se<br />

ha mostrado severa, muéstrase ahora ferozmente burlona, permitiendole la compañía <strong>de</strong><br />

parientes y amigos y dándole <strong>de</strong> comer a qué quieres boca. Algún con<strong>de</strong>nado <strong>de</strong> clase<br />

humil<strong>de</strong> prueba en esos dos días platos y <strong>de</strong>licadas confituras, cuyo sabor no conocía.<br />

Señores, sacerdotes y altos personajes le dan la mano, le dirigen vulgares palabrillas <strong>de</strong><br />

consuelo, y todos se empeñan en hacerle creer que es el hombre más feliz <strong>de</strong> la<br />

creación, que no <strong>de</strong>be envidiar a los que incurren en la tontería <strong>de</strong> seguir viviendo, y<br />

que estar en capilla con el implacable verdugo a la puerta [72] es una <strong>de</strong>licia. Sin<br />

embargo, a nadie se le ha ocurrido solicitar expresamente tanta felicidad, ni contar a<br />

Nerón, Luis XI, D. Pedro <strong>de</strong> Castilla, Felipe II, Robespierre y Fernando VII entre los<br />

bienhechores <strong>de</strong> la humanidad.<br />

Des<strong>de</strong> el 5 <strong>de</strong> Noviembre a las diez <strong>de</strong> la mañana gustaba D. Rafael <strong>de</strong>l Riego las<br />

dulzuras <strong>de</strong> la capilla. Aquel hombre famoso, el más pequeño <strong>de</strong> los que aparecen<br />

injeridos sin saber cómo en las filas <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s, mediano militar y pésimo político,<br />

prueba viva <strong>de</strong> las locuras <strong>de</strong> la fama y usurpador <strong>de</strong> una celebridad que habría<br />

cuadrado mejor a otros caracteres y nombres con<strong>de</strong>nados hoy al olvido, acabó su breve<br />

carrera sin <strong>de</strong>coro ni gran<strong>de</strong>za. Un noble martirio habría dado a su figura el realce<br />

heroico que no pudo alcanzar en tres años <strong>de</strong> impaciente agitación y bullanga; pero tan<br />

<strong>de</strong>sgraciada era la libertad en nuestro país, que ni al morir bajo las soeces uñas <strong>de</strong>l<br />

absolutismo, pudo alcanzar aquel hombre la dignidad y el prestigio <strong>de</strong> la i<strong>de</strong>a que se<br />

avalora sucumbiendo. Pereció como la pobre alimaña que expira chillando entre los<br />

dientes <strong>de</strong>l gato.<br />

La causa <strong>de</strong>l revolucionario más célebre <strong>de</strong> su tiempo fue un tejido <strong>de</strong> iniquida<strong>de</strong>s y<br />

<strong>de</strong> absurdos jurídicos. Lo que importaba era con<strong>de</strong>narle emborronando poco papel, y así<br />

fue. [73] Des<strong>de</strong> que le leyeron la sentencia el preso cayó en un abatimiento lúgubre, hijo<br />

según algunos, <strong>de</strong> sus dolencias físicas. Creeríase que confiaba hasta entonces en la<br />

clemencia <strong>de</strong> los llamados jueces o <strong>de</strong>l Rey, que es todo el caudal <strong>de</strong> inocencia que<br />

pue<strong>de</strong> caber en espíritu <strong>de</strong> hombre nacido. A diferencia <strong>de</strong> otros que en horas tan<br />

tremendas se atracan <strong>de</strong> los ricos manjares con que engorda el verdugo a sus víctimas,<br />

no quiso comer o comió muy poco. Ningún amigo pudo visitarle porque la visita<br />

hubiera sido quizás el primer paso para compañía perpetua hasta la eternidad; pero le<br />

vieron muchos individuos particulares <strong>de</strong> categoría, <strong>de</strong>seosos <strong>de</strong> hartar sus ojos con la<br />

vista <strong>de</strong> aquel hombre que conmovió con su nombre a toda España; sacerdotes que<br />

solícitamente se prestaban a encaminarle al cielo; hermanos <strong>de</strong> diversas hermanda<strong>de</strong>s;


personas varias, en fin, compungidas las unas, indiferentes otras, curiosas las más: pero<br />

en tal número que no <strong>de</strong>jaban al preso un momento <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso.<br />

Estaba frío, caduco, con los ojos fijos en el suelo, amarillo como las velas que ardían<br />

junto al Crucifijo <strong>de</strong>l altar. A ratos suspiraba, parecía vagar en sus labios la palabra<br />

perdón, acometíanle <strong>de</strong>smayos y hacía preguntas triviales. Ni mostró apego a las i<strong>de</strong>as<br />

políticas que le [74] habían dado tanto nombre, ni dio alas a su espíritu con la unción<br />

religiosa, sino que se abatía más y más a cada instante, apareciendo quieto sin<br />

estoicismo, humil<strong>de</strong> su resignación. Chaperón y otros <strong>de</strong> igual talla gozaban viendo<br />

llorar como un alumno castigado al general <strong>de</strong> la Libertad, al pastor que con la magia <strong>de</strong><br />

su nombre arrastraba tras sí rebaño <strong>de</strong> los pueblos. En el <strong>de</strong>lirio <strong>de</strong> su triunfo no habían<br />

ellos soñado con una caída semejante que les <strong>de</strong>sembarazara no sólo <strong>de</strong> su enemigo<br />

mayor, sino <strong>de</strong>l prestigio <strong>de</strong> todos los <strong>de</strong>más.<br />

La retractación <strong>de</strong>l héroe <strong>de</strong> las Cabezas fue una <strong>de</strong> las más ruidosas victorias <strong>de</strong>l<br />

bando absolutista. ¡Qué mayor triunfo que mostrar a los pueblos un papel en que <strong>de</strong> su<br />

puño y letra había escrito el hombre diminuto estas palabras: «Asimismo publico el<br />

sentimiento que me asiste por la parte que he tenido en el Sistema llamado<br />

constitucional, en la revolución y en sus fatales consecuencias, por todo lo cual pido<br />

perdón a Dios <strong>de</strong> mis crímenes...». Han quedado en el misterio las circunstancias que<br />

acompañaron a este arrepentimiento escrito, y aunque el carácter <strong>de</strong> Riego y su<br />

pusilanimidad en las tremendas horas justifican hasta cierto punto aquella genuflexión<br />

<strong>de</strong> su espíritu, pue<strong>de</strong> asegurarse que no [75] hubo completa espontaneidad en ella. El<br />

fraile que le asistía, Chaperón y el escribano Huerta sabrían acerca <strong>de</strong> este suceso cosas<br />

dignas <strong>de</strong> pasar a la posteridad, porque a ellos <strong>de</strong>bieron los absolutistas el<br />

envilecimiento <strong>de</strong>l personaje más culminante, si no el más valioso <strong>de</strong> la segunda época<br />

constitucional. Ahora, cuando ha pasado tanto tiempo y la losa <strong>de</strong>l sepulcro los guarda a<br />

todos, ahorcadores y ahorcados, no po<strong>de</strong>mos menos <strong>de</strong> <strong>de</strong>plorar que los que<br />

acompañaron en la capilla a D. Rafael <strong>de</strong>l Riego en la noche <strong>de</strong>l 6 al 7 <strong>de</strong> Noviembre no<br />

hubieran hecho públicos <strong>de</strong>spués los argumentos empleados para arrancar una<br />

abdicación tan humillante.<br />

El 7 a las diez <strong>de</strong> la mañana le condujeron al suplicio. De seguro no ha brillado en<br />

toda nuestra historia un día más ignominioso. Es tal que ni aun parece digno <strong>de</strong> ser<br />

conocido, y el narrador se siente inclinado a volver, sin leerla, esa página sombría, y a<br />

correr tras <strong>de</strong> una ficción verosímil que embellezca la <strong>de</strong>scarnada verdad histórica. Una<br />

víctima sin nobleza, arrastrada al suplicio por verdugos sin entrañas es el espectáculo<br />

más triste que pue<strong>de</strong>n ofrecer las miserias humanas; es el mal puro sin porción ninguna<br />

<strong>de</strong> bien, <strong>de</strong> ese bien moral que aparece más o menos claro aun en [76] los más<br />

horrendos excesos <strong>de</strong>l furor político y en los suplicios a que es sometida la inocencia.<br />

Una víctima cobar<strong>de</strong> parece que enaltece al verdugo, y al hablar <strong>de</strong> cobardía no es que<br />

echemos <strong>de</strong> menos la arrogancia fanfarrona con que algunos <strong>de</strong>sgraciados han querido<br />

dar realce teatral a su postrer instante, sino la dignidad personal que unida a la<br />

resignación religiosa ro<strong>de</strong>an al mártir jurídico <strong>de</strong> una brillante aureola <strong>de</strong> simpatías y<br />

compasión. Ninguna <strong>de</strong> aquellas especies <strong>de</strong> valor tuvo en su <strong>de</strong>sastroso fin el general<br />

Riego, y creeríase al verle que víctima y jueces se habían confabulado para cubrir <strong>de</strong><br />

vilipendio el último día <strong>de</strong> la libertad y hacer más negro y triste su crepúsculo. La<br />

grosería patibularia y el refinamiento en las fórmulas <strong>de</strong> <strong>de</strong>gradación empleadas por los<br />

unos, parece que guardaban repugnante armonía con la abjuración <strong>de</strong>l otro.


Sacáronle <strong>de</strong> la cárcel por el callejón <strong>de</strong>l Verdugo, y condujéronle por la calle <strong>de</strong> la<br />

Concepción Jerónima, que era la carrera oficial. Como si montarle en borrico hubiera<br />

sido signo <strong>de</strong> nobleza, llevábanle en un serón que arrastraba el mismo animal. Los<br />

hermanos <strong>de</strong> la Paz y Caridad le sostuvieron durante todo el tránsito para que con la<br />

sacudida no pa<strong>de</strong>ciese; pero él, cubierta la cabeza con su gorrete negro, [77] lloraba<br />

como un niño, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> besar a cada instante la estampa que sostenía entre sus atadas<br />

manos.<br />

Un gentío alborotador cubría la carrera. La plaza era un amasijo <strong>de</strong> carne humana.<br />

¿Participaremos <strong>de</strong> esta vil curiosidad, atendiendo prolijamente a los acci<strong>de</strong>ntes todos<br />

<strong>de</strong> tan repugnante cuadro? De ninguna manera. ¡Un hombre que sube a gatas la escalera<br />

<strong>de</strong>l patíbulo, besando uno a uno todos los escalones, un verdugo que le suspen<strong>de</strong> y se<br />

arroja con él, dándole un bofetón <strong>de</strong>spués que ha expirado, una ruin canalla que al verle<br />

en el aire grita: «Viva el Rey absoluto»...! ¿acaso esto merece ser mencionado? ¿Qué<br />

interés ni qué enseñanza ni qué ejemplo ofrecen estas muestras <strong>de</strong> la perversidad<br />

humana? Si toda la historia fuese así, si no sirviera más que <strong>de</strong> afrenta, ¡cuán horrible<br />

sería! Felizmente aun en aquellos días tan <strong>de</strong>sfavorecidos, contiene páginas honrosas<br />

aunque algo oscuras, y entre los miles <strong>de</strong> víctimas <strong>de</strong>l absolutismo húbolas nobilísimas<br />

y altamente merecedoras <strong>de</strong> cordial compasión. Si el historiador acaso no las nombrase,<br />

peor para él; el novelador las nombrará, y conceptuándose dichoso al llenar con ellas su<br />

lienzo, se atreve a asegurar que la ficción verosímil ajustada a la realidad documentada,<br />

pue<strong>de</strong> [78] ser en ciertos casos más histórica y seguramente es más patriótica que la<br />

historia misma.<br />

- VI -<br />

El triste día <strong>de</strong> la ejecución todo Madrid asistió a ella, lo mismo los absolutistas<br />

rabiosos que los antiguos patriotas, a excepción <strong>de</strong> los que no podían salir a la calle sin<br />

peligro <strong>de</strong> ser afeitados o arrojados en los pilones <strong>de</strong> las fuentes, cuando no hechos<br />

trizas por el vulgo. Pero entre tanto gentío faltó un hombre que durante el verano había<br />

vivido casi constantemente en la calle, entreteniendo a los <strong>de</strong>socupados y dando que reír<br />

a los pícaros. Echábanle <strong>de</strong> menos en las esquinas <strong>de</strong> la Puerta <strong>de</strong>l Sol y en los diversos<br />

menti<strong>de</strong>ros, por lo cual le creían muerto. No era cierto. Sarmiento vivía, gozando<br />

a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> una regular salud.<br />

La primera noche que se quedó en casa <strong>de</strong> Solita durmió <strong>de</strong> un tirón once horas, y<br />

habiendo <strong>de</strong>spertado al medio día, llamó con fuertes voces para que le llevaran<br />

chocolate. Dióselo la misma dueña <strong>de</strong> la casa con mucha amabilidad, y entre sorbo y<br />

sorbo, el preceptor <strong>de</strong>cía: [79]<br />

-Puedo aceptar estos obsequios porque hoy mismo entraré por la senda a que me<br />

lleva mi <strong>de</strong>stino... Si fuera por mucho tiempo <strong>de</strong> ningún modo aceptaría... Mi carácter,<br />

mi dignidad, los recuerdos <strong>de</strong> nuestro antagonismo no me lo permiten.<br />

-¿Qué tal está el chocolate? -le preguntó Sola con malignidad.


-Así, así... mejor dicho, no está mal... quiero <strong>de</strong>cir, muy bueno, excelente, o hablando<br />

con completa franqueza, riquísimo.<br />

-¿Hoy se marcha usted?<br />

-Ahora mismo... Me presentaré a las autorida<strong>de</strong>s -repuso Sarmiento <strong>de</strong>jando el<br />

cangilón y arropándose <strong>de</strong> nuevo entre las sábanas-, y les diré: «Aquí tenéis, infames<br />

sicarios, al que os ha hecho tanto daño; quitadme esta miserable vida; bebed mi sangre,<br />

caníbales. Quiero compartir la inmortalidad <strong>de</strong>l insigne Riego...».<br />

-¿Todo eso va a <strong>de</strong>cir usted?... Pues un poco perezosillo está mi buen viejo para<br />

hacer y <strong>de</strong>cir tantas cosas.<br />

-¡Yo perezoso! -exclamó incorporando el anguloso busto y extendiendo los brazos-.<br />

¡Venga al punto mi ropa!<br />

Soledad le mostró ropa blanca limpia y planchada. [80]<br />

-He estado arriba -dijo.<br />

-¿En mi casa?<br />

-Sí; saqué la llave <strong>de</strong>l bolsillo <strong>de</strong> usted, subí, revolví todo buscando ropa mejor que<br />

la que usted tiene puesta... pero no encontré nada.<br />

-¡Cómo había <strong>de</strong> encontrar, alma <strong>de</strong> Dios, lo que no tengo! No se burle usted <strong>de</strong> mi<br />

miseria... Pero entendámonos, ¿qué ropa es esta que me ofrece?<br />

-Estaba en la casa... son piezas <strong>de</strong>sechadas, pero en buen uso.<br />

-¡Ah! ya... es ropa <strong>de</strong>sechada <strong>de</strong>l señor D. Salvador Monsalud... Pues mire usted, si<br />

fuera obsequio <strong>de</strong> otra persona lo rehusaría; pero siendo <strong>de</strong> aquel noble patriota lo<br />

acepto. Conste que no he pedido nada.<br />

-De ropa exterior podríamos arreglarle algunas piezas <strong>de</strong>centes -dijo Sola sonriendo-,<br />

siempre que usted tar<strong>de</strong> algunos días en marchar a la inmortalidad.<br />

-¡Tardar! Basta <strong>de</strong> bromas... ¿Para qué quiero yo ropas bonitas? ¿Voy acaso a entrar<br />

en algún salón <strong>de</strong> baile o en los Elíseos Campos, don<strong>de</strong> los justos se pasean envueltos<br />

en mantos <strong>de</strong> nubes?... Fígurese usted la falta que me hará a mí la buena ropa...<br />

-Pue<strong>de</strong> que tar<strong>de</strong>n en matarle a usted un [81] mes o dos. Y si siguen estos fríos no le<br />

vendrá mal una buena capa.<br />

-Tanto como venir mal precisamente no... ¿La tiene usted?<br />

-La buscaremos.<br />

-No, no es preciso... Voy a levantarme.


Soledad se retiró y al poco rato apareció en la sala D. Patricio completamente<br />

vestido. Sentose en el sofá, y contemplando a la joven con bondadosa mirada, dijo así:<br />

-Des<strong>de</strong> el tiempo <strong>de</strong> mi Refugio, no había dormido en una cama tan buena... ¡Ay!<br />

¡ella era tan hacendosa, tan casera! Nuestro domicilio estaba como un oro, y nuestro<br />

lecho nupcial podía haber servido para que en él se revolcara un Rey... ¡Pobre Refugio!<br />

Si me vieras en mi actual miseria... ¡Pobre Lucas, pobre hijo mío! Hoy tu muerte es<br />

digna <strong>de</strong> envidia porque estás en la morada <strong>de</strong> los héroes y <strong>de</strong> los elegidos; pero tu<br />

padre no tiene consuelo, ni pue<strong>de</strong> vivir sin verte...<br />

Derramó algunas lágrimas y por largo rato estuvo silencioso y cabizbajo, dando<br />

muestras <strong>de</strong> verda<strong>de</strong>ro dolor. Soledad, ocupada en sus quehaceres, no se presentó a él<br />

sino a la hora <strong>de</strong> la comida.<br />

-Supongo que no saldrá usted hasta <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> comer -le dijo poniendo la mesa. [82]<br />

-Saldré antes, ahora mismo, señora -dijo Sarmiento irguiéndose súbitamente como<br />

un asta <strong>de</strong> ban<strong>de</strong>ra-. El peso <strong>de</strong> la vida me es insoportable. Una voz secreta me grita:<br />

«Anda, corre...». Todo mi ser avanza en pos <strong>de</strong> la gloria que me está <strong>de</strong>stinada.<br />

-¡Cuánto mejor irá usted <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> comer!... ¿Es que <strong>de</strong>sprecia usted mi mesa?<br />

-¡Oh! no señora, <strong>de</strong> ningún modo -replicó Sarmiento con cortesía-; pero conste que<br />

sólo por acompañar a usted...<br />

Comieron tranquilamente, siendo <strong>de</strong> notar que el espiritual D. Patricio, creyendo sin<br />

duda poco conveniente el aventurarse por los i<strong>de</strong>ales sen<strong>de</strong>ros con el estómago vacío,<br />

diose prisa a llenarlo <strong>de</strong> cuanto la mesa sustentaba.<br />

-¡Qué buena comida! -dijo permitiendo a su paladar aquel <strong>de</strong>sliz <strong>de</strong> sensualismo-.<br />

¡Qué bien hecho todo, y con cuánto primor presentado! Solita, si usted se casa su<br />

marido <strong>de</strong> usted será el más feliz <strong>de</strong> los hombres.<br />

Al final <strong>de</strong> la comida, los ojos <strong>de</strong> D. Patricio brillaron con resplandores <strong>de</strong> gozo,<br />

viendo una taza llena <strong>de</strong> negro licor.<br />

-¡También café!... ¡Oh! ¡cuánto tiempo hace que no pruebo este <strong>de</strong>licioso líquido!...<br />

el néctar <strong>de</strong> los dioses, el néctar <strong>de</strong> los héroes... Gracias, mil gracias por tan <strong>de</strong>licada<br />

fineza. [83]<br />

-Yo sabía que a usted le gusta mucho este brebaje.<br />

-¡Gracias!... ¡y qué bueno es!... ¡qué aroma!<br />

-Será el último que beba usted, porque en la cárcel no dan estas golosinas.<br />

-¿Y qué importa? -repuso el anciano con solemne acento-. ¿Acaso somos <strong>de</strong><br />

alfeñique? Cuando un hombre se <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> a escalar con gigantesco pie el último círculo<br />

<strong>de</strong>l cielo, ¿<strong>de</strong> qué vale el liviano placer <strong>de</strong> los sentidos?


Dijo, y poniéndose el farolillo <strong>de</strong> fieltro que <strong>de</strong>sempeñaba en su cabeza las funciones<br />

propias <strong>de</strong> un sombrero, se dispuso a salir.<br />

-Adiós, señora -murmuró-, gracias por sus atenciones, que no esperaba en persona <strong>de</strong><br />

quien soy encarnizado enemigo... político. Su papá <strong>de</strong> usted y yo nos aborrecimos y nos<br />

aborreceremos en la otra vida... Abur.<br />

Salió precipitadamente hacia la puerta, mas no pudiendo abrirla, volvió diciendo:<br />

-La llave, la llave...<br />

Soledad rompió a reír.<br />

-¡Y creía el muy tonto que iba a <strong>de</strong>jarle salir! -exclamó-. No faltaba más. Eso<br />

querrían los chicos para divertirse. ¿Quiere usted quitarse ese sombrero, hombre <strong>de</strong><br />

Dios, y sentarse ahí y estarse tranquilo? [84]<br />

-Señora, señora -dijo Sarmiento moviendo la cabeza y pateando ligeramente en<br />

muestra <strong>de</strong> su <strong>de</strong>coroso enfado-, ábrame usted la puerta y déjeme en paz, que cada uno<br />

va a su <strong>de</strong>stino y el mío es... el que yo me sé.<br />

-No abro.<br />

-Señora, señorita, que yo soy hombre <strong>de</strong> poca paciencia. Ábrame la puerta o reñimos<br />

<strong>de</strong> veras.<br />

-Que no abro la puerta -repuso Sola, remedando el tonillo <strong>de</strong> cantinela <strong>de</strong> su digno<br />

huésped.<br />

-Basta <strong>de</strong> bromas, basta, repito -vociferó Sarmiento tomando el aire y tono tragicómicos<br />

que empleaba al repren<strong>de</strong>r a los alumnos-. Yo soy un hombre formal... De mí<br />

no se ríe nadie y menos una chiquilla loca... Ea, niña sin juicio, abra usted si no quiere<br />

saber quién es Patricio Sarmiento.<br />

-Un loco, un maja<strong>de</strong>ro, un vagabundo <strong>de</strong> las calles, a quien es preciso recoger por<br />

caridad y encerrar por fuerza, para que no se <strong>de</strong>gra<strong>de</strong> en las calles como un pordiosero,<br />

haciendo el saltimbanquis y muriéndose <strong>de</strong> miseria, ya que por el estado <strong>de</strong> su cabeza<br />

no pue<strong>de</strong> morirse <strong>de</strong> vergüenza.<br />

Esto le dijo la muchacha con tanta seriedad [85] y entereza, que por breve rato<br />

estuvo el patriota aturdido y confuso.<br />

-Aquí hay algo, aquí hay algún <strong>de</strong>signio oculto que no puedo compren<strong>de</strong>r -afirmó el<br />

anciano-, pero que tiene por objeto, sí, tiene por objeto impedir una resolución<br />

<strong>de</strong>masiado ruidosa y que quizás perjudicaría al absolutismo.<br />

Otra vez se echó a reír Sola <strong>de</strong> tan buena gana, que Sarmiento se enfureció más.<br />

-Por vida <strong>de</strong> la Chilindraina -gritó agitando sus brazos-, que si usted no me da la<br />

llave, la tomaré yo don<strong>de</strong> quiera que se encuentre.


-Atrévase usted -dijo Soledad con festiva afectación <strong>de</strong> valor, incorporándose en su<br />

asiento-. Mujer y sin fuerzas no temo a un fantasmón como usted... Quieto ahí, y<br />

cuidado con apurarme la paciencia.<br />

-Señora, no puedo creer sino que usted se ha vuelto loca -gruñó Sarmiento con<br />

sarcasmo-. ¡Querer <strong>de</strong>tener a un hombre como yo! No sabe usted las bromas que gasto.<br />

Repito que aquí hay una conjuración infame... ¡Oh! si es usted hija <strong>de</strong>l conspirador más<br />

gran<strong>de</strong> que han abortado los <strong>de</strong>spóticos infiernos... ¡Ah, taimada muchachuela! ahora<br />

me explico a qué venían los chocolatitos, la ropita blanca, el buen cocido y mejor sopa...<br />

¡Quite usted allá! [86] ¿Cree usted que con eso se ablanda este bronce? ¿Cree usted que<br />

así se abate esta montaña? ¿Soy yo <strong>de</strong> mantequillas? Aunque fuera preciso <strong>de</strong>rribar a<br />

puñetazos estas pare<strong>de</strong>s y arrancar con los dientes esos cerrojos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spotismo, yo lo<br />

haría, yo... porque he <strong>de</strong> ir a don<strong>de</strong> me llama mi hado feliz, y mi hado, fatum que <strong>de</strong>cían<br />

los antiguos, se ha <strong>de</strong> cumplir, y la víctima preciosa inscrita en el eterno libro no pue<strong>de</strong><br />

faltar, ni la sangre re<strong>de</strong>ntora pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> <strong>de</strong>rramarse, ni la libertad ha <strong>de</strong> quedarse sin<br />

la víctima que necesita. De modo que saldré, pese a quien pese, aunque tenga que<br />

emplear la fuerza contra miserables mujeres, lo que es impropio <strong>de</strong> la nobleza <strong>de</strong> mi<br />

carácter.<br />

-¿Se atreverá usted?<br />

-Sí; <strong>de</strong>me usted la llave <strong>de</strong> esa puerta nefanda -contestó Sarmiento con énfasis<br />

petulante que no tenía nada <strong>de</strong> temible-, o se arrepentirá <strong>de</strong> su crimen... porque esto es<br />

un crimen, sí señora... ¡La llave, la llave!<br />

-Ahora lo veremos.<br />

Corriendo afuera, prontamente volvió Sola con un palo <strong>de</strong> escoba, y enarbolándole<br />

frente a D. Patricio, le hizo retroce<strong>de</strong>r algunos pasos.<br />

-Aquí están mis llaves, pícaro, vagabundo. [87] O renuncia usted a salir, o le rompo<br />

la cabeza.<br />

-Señora -exclamó D. Patricio acorralado en un ángulo <strong>de</strong> la sala-, no abuse usted <strong>de</strong><br />

mi <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za... <strong>de</strong> mi dignidad, que me impi<strong>de</strong> poner la férrea mano sobre una<br />

hembra... ¡Esto es un ardid, pero qué ardid!... una trama verda<strong>de</strong>ramente absolutista.<br />

-Siéntese usted -gritó Soledad conteniendo la risa y sin <strong>de</strong>jar el argumento <strong>de</strong> caña-.<br />

Fuera el sombrero.<br />

-Vaya, me siento y me <strong>de</strong>scubro -repuso Sarmiento con la sumisión <strong>de</strong>l esclavo-.<br />

¿Qué más?<br />

-¿Se compromete usted a no salir en quince días?<br />

-Jamás, jamás, jamás. Antes la muerte -murmuró cerrando los ojos-. Pegue usted.<br />

-Esto es una broma -dijo Soledad arrojando el palo, sentándose junto al anciano y<br />

poniéndole la mano amorosamente sobre el hombro-. ¿Cómo había yo <strong>de</strong> castigar al<br />

pobre viejecito <strong>de</strong>mente y miserable que se pasa la vida por las calles divirtiendo a los


muchachos? Si no hay en el mundo ser alguno más digno <strong>de</strong> lástima... ¡Pobre viejecillo!<br />

Me he propuesto hacer una buena obra <strong>de</strong> caridad y lo he <strong>de</strong> conseguir. Yo he <strong>de</strong> traer a<br />

este infeliz a la razón. ¿Y [88] cómo? Asistiéndole, cuidándole, dándole <strong>de</strong> comer<br />

cositas buenas y sabrosas, arreglándole su ropa para que esté <strong>de</strong>cente y no tenga frío,<br />

proporcionándole todo lo necesario para que no carezca <strong>de</strong> nada y tenga una vejez<br />

alegre y pacífica.<br />

Estas palabras <strong>de</strong>bieron <strong>de</strong> hacer ligera impresión en el espíritu <strong>de</strong>l viejo, porque<br />

moviendo la cabeza, se <strong>de</strong>jó acariciar y no dijo nada.<br />

-Jesucristo nos manda hacer el bien a los pobres, cuidar a los enfermos y aliviar a los<br />

menesterosos- añadió Sola acercando su gracioso rostro a la rugosa efigie <strong>de</strong>l<br />

vagabundo-. Y cuando esto se hace con enemigos, el mérito es mayor, mucho mayor, y<br />

el placer <strong>de</strong> hacerlo también aumenta. Recordando que este pobre iluso y fanático negó<br />

un vaso <strong>de</strong> agua a mi padre en un trance terrible, más me alegro <strong>de</strong> hacerle beneficios,<br />

sí, porque a<strong>de</strong>más yo sé que este <strong>de</strong>sgraciado vejete loco no es malo en realidad, ni<br />

carece <strong>de</strong> buen corazón, sino que por causa <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>nado fanatismo hizo aquella y<br />

otras malda<strong>de</strong>s... Por consiguiente, papá Sarmiento, aquí estarás encerradito, comiendo<br />

bien y cenando mejor, libre <strong>de</strong> chicos, <strong>de</strong> insultos, <strong>de</strong> atropellos, <strong>de</strong> hambre y <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z;<br />

aquí vivirás tranquilo, haciéndome [89] compañía, porque yo soy sola como mi nombre,<br />

y estaré sola por mucho tiempo, quizás toda la vida... ¿Quedamos en eso? Ya ves que te<br />

tuteo en señal <strong>de</strong> parentesco y familiaridad.<br />

-¡Ah! mujer melosa y liviana -dijo Sarmiento haciendo un esfuerzo <strong>de</strong> energía,<br />

semejante al <strong>de</strong> los anacoretas cuando se veían en gran<strong>de</strong> y peligrosa tentación-. ¡Quita<br />

allá! mi alma es <strong>de</strong>masiado fuerte para sucumbir a tus pérfidos halagos.<br />

-Esta noche cenaremos -dijo Soledad hablando como cuando se les anuncia a los<br />

niños lo que han <strong>de</strong> comer-. Oye tú lo que cenaremos: pollo, chuletas, uvas...<br />

Iba contando por los <strong>de</strong>dos cada cosa, y haciendo gran pausa en cada parada.<br />

-Mañana -añadió-, voy a ocupar a mi ancianito en cosas útiles. Me ha <strong>de</strong> trabajar<br />

para que pueda tratarle bien. Yo necesito reformar mi letra, porque escribo patas <strong>de</strong><br />

mosca y no tengo ortografía. El viejecillo me dará lección todas las noches. Por el día le<br />

emplearé en algo que le entretenga. Darele buenos libros... nada <strong>de</strong> política... y cuando<br />

esté domesticado, le sacaré a paseo por las tar<strong>de</strong>s.<br />

A D. Patricio se le hume<strong>de</strong>cieron los ojos. Difícil es saber lo que pasaba en su alma.<br />

[90]<br />

-¿Y mi gloria, pero esa gloria que me está llamando? -dijo dando fuerte porrazo en el<br />

brazo <strong>de</strong> la silla-. ¡Vaya un modo <strong>de</strong> hacer carida<strong>de</strong>s, señora, quitándole a uno la<br />

inmortalidad, el lauro <strong>de</strong> oro que se le tiene <strong>de</strong>stinado!<br />

D. Patricio dijo esto con una seriedad que hacía llorar y reír al mismo tiempo.<br />

-¿Qué gloria? -repuso Soledad-. No conozco sino la que Dios da a los que se portan<br />

bien y cumplen sus mandamientos.


-¿Pero y esa víctima <strong>de</strong> quien necesita la libertad?<br />

-La libertad no necesita víctimas, sino hombres que la sepan enten<strong>de</strong>r... Conque<br />

Sarmientillo, seremos amigos. De aquí no se sale, mientras esa cabeza no esté buena.<br />

Diole dos cariñosas palmadas en ella la encantadora joven, mientras el insigne<br />

patriota exhalaba <strong>de</strong> su noble pecho un suspiro <strong>de</strong> a libra, permítase la frase. ¿Era que<br />

hacía el sacrificio <strong>de</strong> su i<strong>de</strong>al sublime? ¿Era que pedía a su espíritu fuerzas para<br />

sobreponerse a seducción tan terrible? No es fácil saberlo. Los próximos sucesos lo<br />

dirán.<br />

-¡Ah! señora -exclamó tomando la mano <strong>de</strong> Sola-, no sabe usted bien lo que hace. La<br />

historia, quizás, pedirá a usted cuentas <strong>de</strong> su acción abominable, aunque <strong>de</strong>claro que es<br />

inspirada [91] por un noble impulso <strong>de</strong> caridad... Engañosa Circe; no sabe usted bien<br />

qué clase <strong>de</strong> ímpetus sojuzga y contiene al encerrarme; no sabe usted bien qué especie<br />

<strong>de</strong> monstruo encarcela ni qué heroicas acciones se pier<strong>de</strong>n con este hecho, ni qué días<br />

gloriosos serán borrados <strong>de</strong> la serie <strong>de</strong>l tiempo.<br />

Dijo, y un rato <strong>de</strong>spués dormía la siesta.<br />

- VII -<br />

En los días sucesivos tuvo D. Patricio los mismos <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> salir, si bien, a<br />

excepción <strong>de</strong> una vez, no fueron tan ardientes; pero hubo gritos, amenazas, volvió a<br />

funcionar el inocente palo y la carcelera a <strong>de</strong>splegar las armas <strong>de</strong> su convincente piedad<br />

y <strong>de</strong> la graciosa pru<strong>de</strong>ncia que tan buenos efectos produjera el primer día. Horas enteras<br />

pasaba el vagabundo patriota, corriendo <strong>de</strong> un ángulo a otro <strong>de</strong> la sala, como enjaulada<br />

bestia, <strong>de</strong>teniéndose a veces para oír los ruidos <strong>de</strong> la calle, que a él le sonaban siempre<br />

como discursos, proclamas o himnos, y poniéndose a cada rato el sombrero para salir.<br />

Este acto <strong>de</strong> cubrirse primero [92] y <strong>de</strong>scubrirse <strong>de</strong>spués al caer en la cuenta <strong>de</strong> su<br />

encierro era gracioso, y excitaba la risa <strong>de</strong> su amable guardiana. En la comida y cena<br />

mostrábase más manso, y se ponía con cierto orgullo las prendas <strong>de</strong> vestir que Sola le<br />

había arreglado. Des<strong>de</strong> la cabeza a los pies cubríase con lo perteneciente al antiguo<br />

dueño <strong>de</strong> la casa, <strong>de</strong> cuya adaptación no resultaba gran elegancia, a causa <strong>de</strong> la<br />

diferencia <strong>de</strong> talle y estatura.<br />

Por las noches daba a Soledad lección <strong>de</strong> escritura, poniendo en ella tanto cuidado la<br />

discípula como el maestro. Él particularmente mostraba una prolijidad <strong>de</strong>susada,<br />

esmerándose en transmitir a su alumna sus altos principios caligráficos y la primorosa<br />

maestría <strong>de</strong> ejecución que poseía y <strong>de</strong> que estaba tan orgulloso.<br />

-Des<strong>de</strong> que el mundo es mundo -<strong>de</strong>cía observando los trazos hechos por Soledad<br />

sobre el papel pautado-, no se han dado lecciones con tanto esmero. Hanse reunido, para<br />

producir colosales efectos, la disposición innata <strong>de</strong> la discípula y la <strong>de</strong>streza <strong>de</strong>l<br />

maestro. Ahora bien, señora y carcelera mía, la justicia y el agra<strong>de</strong>cimiento pi<strong>de</strong>n que


en pago <strong>de</strong> este beneficio me conceda usted la libertad que es mi elemento, mi vida, mi<br />

atmósfera. [93]<br />

-Bueno -respondió Sola-, cuando sepa escribir te abriré la puerta, viejecillo bobo.<br />

En los primeros días <strong>de</strong> Noviembre estuvo muy tranquilo, apenas dio señales <strong>de</strong><br />

persistir en su diabólica manía, y se le vio reír y aun modular entre dientes alegres<br />

cancioncillas; pero el 7 <strong>de</strong>l mismo mes llegaron a su encierro, no se sabe cómo (sin<br />

duda por el aguador o la indiscreta criada) nuevas <strong>de</strong>l suplicio <strong>de</strong> Riego, y entonces la<br />

imaginación mal contenida <strong>de</strong> D. Patricio perdió los estribos. Furioso y <strong>de</strong>satinado,<br />

corrió por toda la casa gritando:<br />

-¡Esperad, verdugos; que allá voy yo también! No será él solo... Esperad, hacedme<br />

un puesto en esa horca gloriosa... ¡Maldito sea el que quiera arrancarme mis legítimos<br />

laureles!<br />

Soledad tuvo miedo; mas sobreponiéndose a todo, logró contenerle con no poco<br />

trabajo y riesgo, porque Sarmiento no cedía como antes a la virtud <strong>de</strong>l palo, ni oía<br />

razones, ni respetaba a la que había logrado merced a su paciencia y dulzura tan gran<br />

dominio sobre él. Pero al fin triunfaron las buenas artes <strong>de</strong> la celestial joven, y<br />

Sarmiento, acorralado en la sala, sin esperanzas <strong>de</strong> lograr su intento, tuvo que<br />

contentarse con <strong>de</strong>sahogar su espíritu poniéndose <strong>de</strong> rodillas y diciendo con voz sonora:<br />

[94]<br />

-¡Oh! tú, el héroe más gran<strong>de</strong> que han visto los siglos, patriarca <strong>de</strong> la libertad,<br />

contempla <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el cielo don<strong>de</strong> moras esta alma atribulada que no pue<strong>de</strong> romper las<br />

ligaduras que le impi<strong>de</strong>n seguirte. Preso contra todo fuero y razón; víctima <strong>de</strong> una<br />

intriga, me veo imposibilitado <strong>de</strong> compartir tu martirio y con tu martirio tu galardón<br />

eterno. Y vosotros, asesinos, venid aquí por mí si queréis. Gritaré hasta que mis voces<br />

lleguen hasta vuestros perversos oídos. Soy Sarmiento, el digno compañero <strong>de</strong> Riego, el<br />

único digno <strong>de</strong> morir con él; soy aquel Sarmiento, cuya tonante elocuencia os ha<br />

confundido tantas veces, el que no os ha ametrallado con balas sino con razones, el que<br />

ha <strong>de</strong>struido todos vuestros sofismas con la artillería resonante <strong>de</strong> su palabra. Aquí<br />

estoy, matad la lengua <strong>de</strong> la libertad, así como habéis matado el brazo. Vuestra obra no<br />

está completa mientras yo viva, porque mientras yo viva se oirá mi voz por todas partes<br />

diciendo lo que sois... Venid por mí. La horca está manca: falta en ella un cuerpo. No<br />

será efectivo el sacrificio sin mí. ¿No me conocéis, ciegos? Soy Sarmiento, el famoso<br />

Sarmiento, el dueño <strong>de</strong> esa lengua <strong>de</strong> acero que tanto os ha hecho rabiar... ¿No daríais<br />

algo por taparle la boca? Pues aquí le tenéis... Venid pronto... El [95] hombre terrible, la<br />

voz <strong>de</strong>structora <strong>de</strong> tiranías callará para siempre.<br />

Todo aquel día estuvo insufrible en tal manera que otra persona <strong>de</strong> menos paciencia<br />

y sufrimiento que Solita le habría puesto en la calle, <strong>de</strong>jándole que siguiera su glorioso<br />

<strong>de</strong>stino; pero se fue calmando y un sueño profundo durante la noche le puso en regular<br />

estado <strong>de</strong> <strong>de</strong>spejo. Habíale traído Soledad tabaco picado y librillos <strong>de</strong> papel para que se<br />

entretuviese haciendo cigarrillos, y con esto y con limpiar la jaula <strong>de</strong> un jilguero pasaba<br />

parte <strong>de</strong> la mañana. Sentándose <strong>de</strong>spués junto a la huérfana mientras esta cosía,<br />

hablaban largo rato y agradablemente <strong>de</strong> cosas diversas. Uno y otro contaban cosas<br />

pasadas: Sarmiento sus bodas, la muerte <strong>de</strong> Refugio y la niñez <strong>de</strong> Lucas; Sola su<br />

<strong>de</strong>sgraciado viaje al reino <strong>de</strong> Valencia.


Continuaban las lecciones <strong>de</strong> escritura por las noches, y <strong>de</strong>spués leía el anciano un<br />

libro <strong>de</strong> comedias antiguas que Sola trajo <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro. Cuidaba muy bien <strong>de</strong><br />

que en la vivienda no entrase papel ninguno <strong>de</strong> política, y siempre que el anciano pedía<br />

noticias <strong>de</strong> los sucesos públicos se le contestaba con una amonestación acompañada a<br />

veces <strong>de</strong> tal cual suave pasagonzalo. Poco a poco iba acomodándose el buen viejo a tal<br />

género <strong>de</strong> vida, y sus accesos <strong>de</strong> [96] tristeza o <strong>de</strong> rabia eran menos frecuentes cada día.<br />

Su carácter se suavizaba por grados, <strong>de</strong>sapareciendo <strong>de</strong> él lentamente las asperezas<br />

ocasionadas por un fanatismo brutal y la irritación y acritud que en él produjera la gran<br />

enfermedad <strong>de</strong> la vida, que es la miseria. A las ocupaciones no muy trabajosas <strong>de</strong> hacer<br />

cigarrillos y cuidar el pájaro, añadió Soledad otras que entretenían más al anciano.<br />

Como no carecía <strong>de</strong> habilidad <strong>de</strong> manos y había herramientas en la casa, todos los<br />

muebles que tenían <strong>de</strong>sperfectos y todas las sillas que claudicaban recibieron<br />

compostura. En la cocina se pusieron vasares nuevos <strong>de</strong> tablas, y <strong>de</strong>spués nunca faltaba<br />

una percha que asegurar, una cortina que suspen<strong>de</strong>r, una lámpara que colgar, una lámina<br />

que mudar <strong>de</strong> sitio o una ma<strong>de</strong>ja <strong>de</strong> algodón que <strong>de</strong>vanar.<br />

Llegó el invierno, y la sala se abrigaba todas las noches con hermoso brasero <strong>de</strong><br />

cisco bien pasado, en cuya tarima ponían los pies el vagabundo, inclinándose sobre el<br />

rescoldo sin soltar <strong>de</strong> la mano la badila. Era notable Don Patricio en el arte <strong>de</strong> arreglar<br />

el brasero, y se preciaba <strong>de</strong> ello. Su conocimiento <strong>de</strong> la temperatura teníale muy<br />

orgulloso, y cuando el brasero empezaba a <strong>de</strong>sempeñar sus funciones, el patriota<br />

extendía la mano como para palpar el [97] aire y <strong>de</strong>cía: «Ya principia a tomar calor la<br />

habitación... Va aumentando... Un poquito más y tendremos bastante. Yo no necesito<br />

más termómetro que la yema <strong>de</strong>l <strong>de</strong>do meñique».<br />

Más <strong>de</strong> una vez dijo, repitiendo una i<strong>de</strong>a antigua:<br />

-Des<strong>de</strong> el tiempo <strong>de</strong> mi Refugio no había visto yo un brasero tan bueno.<br />

Por la mañana levantábase muy temprano y barría toda la casa, cantorriando entre<br />

dientes. No habían pasado tres meses <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer día <strong>de</strong> su encierro, cuando parecía<br />

haber adquirido conformidad casi perfecta con su pacífica existencia. Sus ratos <strong>de</strong> mal<br />

humor eran muy escasos, y por lo general las turbonadas cerebrales estallaban mientras<br />

Solita estaba fuera, disipándose <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que volvía. Para el espíritu <strong>de</strong>l pobre anciano la<br />

huérfana era como un sol que lo vivificaba. Verla y sentir efectos semejantes a los <strong>de</strong> la<br />

aparición <strong>de</strong> una luz en sitio antes oscuro, era para él una misma cosa.<br />

-Parece que no -<strong>de</strong>cía para sí-, y le estoy tomando cariño a esa muchachuela... Quién<br />

lo había <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir, siendo como éramos enemigos irreconciliables... ¡Ah! Patricio,<br />

Patricio, si ahora te abrieran la puerta <strong>de</strong> la casa y te echaran fuera, ¿abandonarías sin<br />

pena a esta [98] pobre huérfana que te mira como miraría la hija más cariñosa al padre<br />

más <strong>de</strong>sgraciado?<br />

Un día, allá por Febrero o Marzo <strong>de</strong>l 24, Sarmiento observó que Sola estaba más<br />

triste que <strong>de</strong> ordinario. Atribuyolo a no haber recibido las cartas que una vez al mes<br />

causábanla tanta alegría. El siguiente día lo pasó la huérfana llorando <strong>de</strong> la mañana la<br />

noche, lo que afligió extremadamente al patriota. Por más que agotó Sarmiento todo el<br />

repertorio, no muy gran<strong>de</strong> por cierto, <strong>de</strong> sus trasnochados chistes, no pudo sacarla <strong>de</strong><br />

aquel estado, ni menos obligarla a revelar la causa <strong>de</strong> su tristeza. Durante la cena, que<br />

casi fue <strong>de</strong> pura fórmula, Sarmiento dijo:


-Pues si usted no se pone contenta, yo me volveré patriota como antes, ea... Así<br />

estaremos los dos iguales... Me marcharé, sí señora, estoy <strong>de</strong>cidido a marcharme... y lo<br />

siento, porque le he tomado a usted mucho cariño, tanto cariño que...<br />

Se echó a llorar y tuvo que correr a ocultar sus lágrimas en la alcoba inmediata.<br />

Tres días <strong>de</strong>spués Sola salió muy <strong>de</strong> mañana, y volvió asaz contenta, disipada la<br />

aflicción y con frescos colores en la cara, que eran como la irradiación <strong>de</strong> su alegría,<br />

<strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong> para contenerse en los límites <strong>de</strong>l alma. [99] Tampoco entonces pudo<br />

el preceptor saber la causa <strong>de</strong> tan rápido cambio; pero contentose con ver los efectos, y<br />

se puso a bailar en medio <strong>de</strong> la sala, diciendo:<br />

-¡Viva mi señora D.ª Solita, que ya está contenta, y yo también! No más lágrimas, no<br />

más suspiros. Señora, si usted me lo permite me voy a tomar la libertad <strong>de</strong> darle un<br />

abrazo.<br />

Soledad aceptó con júbilo la i<strong>de</strong>a, y el anciano la estrechó en sus brazos con fuerza.<br />

-¿Sabe usted -dijo limpiándose una lágrima-, que hoy se quedó la llave en casa, y<br />

que habría podido escaparme si hubiera querido?<br />

-¿Y por qué no saliste, viejecillo bobo?<br />

-Porque no me ha dado la gana, vamos a ver... porque estoy aquí muy re-que-te-bien.<br />

-¡Cosa más rara! -observó Soledad jovialmente-. Ya no quieres salir...<br />

-No señora, no. Vea usted lo que son los gustos. Ya no quiero salir, y no saldré sino<br />

cuando usted me arroje. Así <strong>de</strong> bóbilis bóbilis me he ido acostumbrando a esta vida<br />

tonta, y... No es que yo renuncie al cumplimiento <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>stino; pero ya vendrá la<br />

ocasión, ¿no es verdad, niña mía? Hay más días que longanizas, y tiempo hay, tiempo<br />

hay.<br />

D. Patricio hacía con su mano <strong>de</strong>recha movimientos semejantes al fluctuar <strong>de</strong> las<br />

olas, [100] queriendo expresar <strong>de</strong> este modo el lento rodar <strong>de</strong>l tiempo.<br />

-Ahora, hija mía... no se me enfa<strong>de</strong> usted si le doy este nombre, que me sale <strong>de</strong>l<br />

corazón... sí señor, porque usted se ha portado conmigo como una hija, y es justo que yo<br />

sea un buen padre para usted... Pues <strong>de</strong>cía, hija querida, que si usted no lo tiene a mal...<br />

me estorba en la boca el tratamiento <strong>de</strong> usted... si no te llamo <strong>de</strong> tú, reviento... Pues<br />

<strong>de</strong>cía, hija <strong>de</strong> mi alma, que ya es hora <strong>de</strong> que me <strong>de</strong>s <strong>de</strong> comer.<br />

Un momento <strong>de</strong>spués comían los dos alegremente, <strong>de</strong>partiendo sobre cosas<br />

placenteras, que no hay cosa que tan bien acompañe a un buen apetito como la<br />

conversación amistosa y grata. Por la tar<strong>de</strong>, Soledad preparaba a su viejo una bonita<br />

sorpresa.<br />

-Como te vas portando bien -dijo-, y vas curándote <strong>de</strong> esas i<strong>de</strong>as ridículas, voy a<br />

darte una golosina.


-¿Qué, hija <strong>de</strong> mi alma? -preguntó D. Patricio con la curiosidad <strong>de</strong> los niños, cuando<br />

se les anuncia algún regalo.<br />

-Una golosina... ya la verás.<br />

-¿Pero qué es? Estoy rabiando. ¿Café? Si lo tomo todos los días... ¿Un periódico?<br />

-Ahora no hay periódicos. [101]<br />

-¡No hay periódicos!... ¡Oh! vil absolutismo. ¿Conque no hay prensa periódica?<br />

Con un simple gesto apagó Soledad aquel chispazo <strong>de</strong> la hoguera que parecía<br />

sofocada.<br />

-¿Pues cuál es la golosina? Dímelo, angelito <strong>de</strong> mi corazón.<br />

-La golosina es un paseo... Esta tar<strong>de</strong> te llevaré a dar un paseíto. Está hermosa la<br />

tar<strong>de</strong>.<br />

-Bien, bravísimo, archi-bravísimo -exclamó el vagabundo arrojando su sombrero al<br />

aire-. Estrenaré esa magnífica capa que me has arreglado. Vamos pronto... Mira, hija,<br />

que pue<strong>de</strong> llover...<br />

-Si no hay nubes...<br />

-Pue<strong>de</strong> ocurrir cualquier cosa.<br />

-Nada pue<strong>de</strong> ocurrir. Aguardaremos.<br />

¡Qué hermoso día! Haces bien en sacarme a pasear. Mira que tengo ganitas <strong>de</strong> saber<br />

lo que es el aire libre.<br />

Salieron a las calles y <strong>de</strong> las calles al campo con vivo contento <strong>de</strong>l patriota que<br />

experimentó grandísimo gozo por tal expansión, y luego se volvieron a casa haciendo<br />

planes para nuevos paseos en los días sucesivos. Así corría mansamente la vejez <strong>de</strong>l<br />

buen maestro, que se asombraba <strong>de</strong> encontrarse feliz sin saberlo, es <strong>de</strong>cir, que miraba<br />

aquel maravilloso cambio <strong>de</strong> sus sentimientos y <strong>de</strong> sus gustos sin acertar a [102] darse<br />

cuenta <strong>de</strong> él, como observa el vulgo los gran<strong>de</strong>s fenómenos <strong>de</strong> la Naturaleza sin<br />

explicárselos. Él pensaba a ratos en estas cosas, tratando <strong>de</strong> examinar <strong>de</strong> cerca la<br />

metamorfosis <strong>de</strong> su alma, y <strong>de</strong>cía:<br />

-Es que yo soy todo corazón... Esta joven me ha recogido, me ha dado <strong>de</strong> comer y <strong>de</strong><br />

vestir, me trata como a un padre. ¿Cómo no adorarla? Patricio no es, no pue<strong>de</strong> ser<br />

ingrato, y su corazón está dispuesto a encen<strong>de</strong>rse, a ar<strong>de</strong>r, a <strong>de</strong>rretirse con los<br />

sentimientos más vivos, así como los más <strong>de</strong>licados... No es que en mí se hayan<br />

enfriado los sublimes afectos <strong>de</strong> la patria, no, <strong>de</strong> ningún modo... (Ponía mucho empeño<br />

en convencerse a sí mismo <strong>de</strong> esta verdad). Soy lo mismo que era, el mismo gran<br />

patriota, y persisto en mi noble i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> sacrificarme por la libertad, ofreciendo mi<br />

sangre preciosísima... Esto no pue<strong>de</strong> faltar, porque está escrito en el sacrosanto libro <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>stino... Es que Dios no quiere que sea tan pronto como yo esperaba. Vendrá el


sacrificio, el cruento martirio, los lauros, la inmortalidad; pero vendrán en oportuna<br />

sazón y cuando suene la hora. A cada sublime momento <strong>de</strong> la historia le suena su hora,<br />

y entonces no hay más que <strong>de</strong>cir... He aquí que Dios me <strong>de</strong>para un medio <strong>de</strong><br />

correspon<strong>de</strong>r a las bonda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> [103] ese mi ángel tutelar. (Al <strong>de</strong>cir esto se frotaba las<br />

manos en señal <strong>de</strong> gozo). Es evi<strong>de</strong>nte que yo no tengo ningún bien mundano que<br />

<strong>de</strong>jarle, pues carezco <strong>de</strong> fincas y <strong>de</strong> dinero, como no sea el que ella misma me da.<br />

¿Quiere <strong>de</strong>cir esto que no pueda legarle algo? No... le <strong>de</strong>jaré un tesoro que vale más que<br />

todas las fincas y caudales, un tesoro que es para beneficio <strong>de</strong>l espíritu, no <strong>de</strong>l cuerpo; le<br />

<strong>de</strong>jo, pues, mi gloria, y así cuando la vean, dirán: «Esa es la compañera <strong>de</strong>l gran<br />

Sarmiento, esa es su hija adoptiva, la que le socorrió en sus últimos días. ¡Loor eterno a<br />

la muchacha!».<br />

Como se ve, el patriota no estaba curado, pero su enfermedad ofrecía menos peligro,<br />

por haber entrado en un período que podremos llamar médicamente <strong>de</strong> revulsión. El<br />

cariño que Sarmiento había tomado a su favorecedora era síntoma muy favorable, y<br />

bien podía verse en aquello más que la extirpación <strong>de</strong>l fanatismo, una nueva dirección<br />

<strong>de</strong> él. No mentía el infeliz al <strong>de</strong>cir que era todo corazón. Capaz era este <strong>de</strong> los<br />

sentimientos más <strong>de</strong>licados, así como <strong>de</strong> los más ardientes; bastaba que las misteriosas<br />

corrientes <strong>de</strong> la vida consumasen su obra, llevando, como las <strong>de</strong>l cielo, la tempestad a<br />

otra región y zona distinta; pero el pensamiento no podía obe<strong>de</strong>cer [104] a este cambio,<br />

porque había en la máquina <strong>de</strong>l cerebro Sarmentil una clavija rota que no podía y quizás<br />

no <strong>de</strong>bía componerse nunca.<br />

También Sola había tomado mucho cariño al <strong>de</strong>svalido anciano. Le recogió por<br />

caridad; propúsose realizar sin ayuda <strong>de</strong> nadie uno <strong>de</strong> esos admirables actos <strong>de</strong> la<br />

voluntad, tanto más meritorios cuanto son más oscuros, y sofocando resentimientos<br />

antiguos, indignos <strong>de</strong> la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> su alma, consumó valerosamente su obra bendita,<br />

digna <strong>de</strong> figurar en el Flos Sanctorum. Con el tiempo encendiose en su pecho un vivo<br />

afecto hacia el mendigo abandonado, y esto, unido a los dulces placeres que trae<br />

consigo el amar, fue el más digno premio <strong>de</strong> su noble acción. Llegó a acostumbrarse <strong>de</strong><br />

tal modo a la compañía <strong>de</strong>l patriota vagabundo, que la habría echado muy <strong>de</strong> menos si<br />

en cualquiera ocasión le faltara.<br />

Un día Sarmiento le dijo:<br />

-Querida Sola, hoy voy a pedirte un favor que creo no me has <strong>de</strong> negar... Es un<br />

caprichillo <strong>de</strong> anciano mimoso, un antojillo <strong>de</strong> abuelo... Si me lo niegas por cualquier<br />

pretexto, no me enfadaré, pero me pondré muy triste.<br />

-¿Qué es?<br />

-Que me permitas darte un beso, hija mía. Hace muchos días que estoy bregando con<br />

esta [105] i<strong>de</strong>a en la imaginación. Ya no puedo esperar más.<br />

Soledad corrió hacia él, y D. Patricio la tuvo largo rato sobre las rodillas<br />

prodigándole tiernas caricias.<br />

-Por vida <strong>de</strong> la grandísima Chilindraina, niña <strong>de</strong> mi corazón -exclamó hecho un mar<br />

<strong>de</strong> lágrimas-, si ahora me separan <strong>de</strong> ti, juro que me moriría <strong>de</strong> pena. ¡Bendita seas tú


mil veces!... Bendita seas, angelito mío, angelito mío, consuelo <strong>de</strong> mi vejez y here<strong>de</strong>ra<br />

<strong>de</strong> mi gloria... ¡Toda, toda ella será para ti!<br />

- VIII -<br />

Parece que es urgente <strong>de</strong>cir algo <strong>de</strong> la singular vida <strong>de</strong> esta solitaria joven, e inquirir<br />

su conducta para <strong>de</strong>ducir <strong>de</strong> su conducta sus proyectos. Sin duda aquel espíritu valeroso,<br />

contrariado por lo que hemos convenido en llamar suerte, no llevaba una existencia<br />

pasiva, entregándose a la arbitraria fluctuación <strong>de</strong> los acontecimientos, sino que vivía en<br />

actividad gran<strong>de</strong>, aunque escondida, trabajando en obra misteriosa o luchando con<br />

obstáculos tan [106] oscuros como sus esfuerzos. Para afirmar esto nos fundamos en<br />

conjeturas y en el conocimiento que <strong>de</strong> su carácter tenemos; mas nada positivo<br />

afirmamos aún.<br />

Nos consta, sí, que recibía cartas <strong>de</strong> cuyo contenido no enteraba a nadie; que a veces<br />

pasaba largas horas fuera <strong>de</strong> su casa; que escribía a altas horas <strong>de</strong> la noche algún pliego<br />

y lo rompía <strong>de</strong>spués para volverlo a escribir, repitiendo este trabajo cuatro o cinco<br />

veces, hasta quedar medianamente satisfecha; que su semblante expresaba con fi<strong>de</strong>lidad<br />

pasmosa cambios muy bruscos en su espíritu, presentándola ya sombríamente<br />

melancólica, ya festiva y dichosa; que no cesaba un punto en su actividad, y cuando los<br />

asuntos <strong>de</strong> la casa le daban reposo, discurría sobre mil temas concernientes a la faena<br />

<strong>de</strong>l día veni<strong>de</strong>ro.<br />

No le conocemos otras relaciones <strong>de</strong> amistad que las que tenía con la familia <strong>de</strong><br />

Cor<strong>de</strong>ro, la cual, a consecuencia <strong>de</strong> las calamida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la época, había ido a vivir en la<br />

misma casa, <strong>de</strong>scendiendo algunos grados en la escala social.<br />

Ya es conocido <strong>de</strong> nuestros lectores el gran D. Benigno Cor<strong>de</strong>ro (2) comerciante <strong>de</strong> la<br />

subida a Santa Cruz, hombre que se preciaba [107] <strong>de</strong> ocupar dignamente su lugar en<br />

todas las ocasiones, y que sabía ser bondadoso padre <strong>de</strong> familia, honrado ten<strong>de</strong>ro,<br />

puntual amigo y también héroe glorioso, según lo que exigían las circunstancias. Siendo<br />

tímido por naturaleza, mandole un día su <strong>de</strong>ber que fuese héroe y lo fue.<br />

Desgraciadamente no hay ninguna calle, ni monumento, ni lápida, ni escultura, que<br />

recuer<strong>de</strong>n a la posteridad su nombre, símbolo <strong>de</strong> la inocencia; pero los veteranos <strong>de</strong>l 7<br />

<strong>de</strong> Julio saben que hubo en Boteros un Leónidas <strong>de</strong> nariz picuda y roja como guindilla,<br />

<strong>de</strong> gafas <strong>de</strong> oro y cuerpo más propio para sobresalir <strong>de</strong> la tabla <strong>de</strong> un mostrador que para<br />

erguirse sobre el pe<strong>de</strong>stal <strong>de</strong> gloria a quien llaman campo <strong>de</strong> batalla.<br />

La espantosa reacción absolutista, como furibunda riada que todo lo arrastra, arrastró<br />

también al digno patricio, que en su tienda <strong>de</strong> encajes había adquirido la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que los<br />

pueblos no se han hecho para los Reyes. Esta i<strong>de</strong>a se pagaba entonces con la cabeza,<br />

con la ruina o con el <strong>de</strong>stierro. Muchos perdieron la primera; infinito número buscó<br />

refugio en el suelo extranjero. No era en verdad <strong>de</strong> los más <strong>de</strong>lincuentes el buen D.<br />

Benigno, porque no había ejercido cargo público <strong>de</strong>l Estado durante los tres llamados<br />

años. Su crimen [108] había sido pertenecer a la Milicia y vestir su honroso uniforme<br />

sin tacha, con la circunstancia agravante <strong>de</strong> haber cargado charreteras como


epresentante <strong>de</strong> las más altas jerarquías. Su sobrino D. Primitivo Cor<strong>de</strong>ro, que se había<br />

significado altamente como correveidile político (el grado inmediatamente inferior al <strong>de</strong><br />

personaje), fue con<strong>de</strong>nado a muerte, y tuvo que huir al extranjero disfrazado <strong>de</strong> pastor,<br />

abandonando su comercio <strong>de</strong> hierro a la autoridad que lo embargara; mas con D.<br />

Benigno fueron más humanos, con<strong>de</strong>nándole tan sólo a hacer una visita a Melilla o a<br />

otra <strong>de</strong> las cortes <strong>de</strong>l África, en lo que recibió más disgusto que si le <strong>de</strong>stinaran a la<br />

horca.<br />

Él, no obstante, diose su maña, y con ella, un poco <strong>de</strong> paciencia y un puñado <strong>de</strong><br />

onzas <strong>de</strong> oro (que entonces corrían <strong>de</strong> lo lindo para estos arreglos), logró <strong>de</strong> la<br />

generosidad absolutista que se le comprendiera en el Decreto <strong>de</strong> proscripción <strong>de</strong> Jerez,<br />

el cual mandaba que todos los que se habían significado durante el malhadado imperio<br />

<strong>de</strong>l Régimen famoso, sin llegar al grado <strong>de</strong> culpabilidad necesario para incurrir en otras<br />

penas mayores, no pudiesen hallarse a cinco leguas en contorno <strong>de</strong> los puntos que<br />

recorría el Rey en su viaje, cerrándoseles a<strong>de</strong>más la Corte y Sitios Reales <strong>de</strong>ntro [109]<br />

<strong>de</strong>l radio <strong>de</strong> quince leguas. Cien mil individuos fueron por este ridículo Decreto<br />

privados <strong>de</strong> la contemplación <strong>de</strong> la Corte y Sitios Reales.<br />

Abandonando su tienda y su familia partió Cor<strong>de</strong>ro a Zaragoza, don<strong>de</strong> fue molestado<br />

y reducido a prisión por la feroz policía <strong>de</strong> aquella ciudad, viéndose precisado a buscar<br />

en su bolsa nuevos argumentos contra la famélica justicia <strong>de</strong> aquel bendito tiempo.<br />

Entretanto la familia vivía en Madrid en la mayor aflicción, esperando todos los días<br />

nuevas tristes <strong>de</strong> Zaragoza, atendiendo al comercio <strong>de</strong> encajes con el mayor celo y<br />

economizando todo lo posible para ver <strong>de</strong> reparar los estragos hechos por la política en<br />

el erario Cor<strong>de</strong>ril. Esta última razón fue la que les impulsó a mudar <strong>de</strong> domicilio, pues<br />

una habitación arreglada cuadraba admirablemente a su presupuesto más estirado ya que<br />

cuerda <strong>de</strong> ballesta. Des<strong>de</strong> Noviembre se instalaron en el principal <strong>de</strong> la casa que ya<br />

conocemos en la calle <strong>de</strong> la Emancipación Social según D. Patricio, y <strong>de</strong> Coloreros<br />

según el Municipio. La tienda continuaba en el mismo sitio, a mano <strong>de</strong>recha, como<br />

vamos a la plazuela <strong>de</strong> Santa Cruz y a la cárcel <strong>de</strong> Villa.<br />

Componían tan hidalga familia la señora <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro y tres hijos, hembra la mayor y<br />

ya mujer, varones y pequeñuelos los otros dos. [110] Acontecía en aquel matrimonio un<br />

contraste que no <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser frecuente en este extravagantísimo mundo, a saber, que si el<br />

esposo era diminuto y ligero, la esposa era corpulenta y pesada. D.ª Robustiana podía<br />

coger a su marido <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l brazo como un fal<strong>de</strong>rillo y aun jugar con él a la pelota si<br />

hubiera tenido tal antojo. Era avilesa y natural <strong>de</strong> Arenas <strong>de</strong> San Pedro, <strong>de</strong> una familia<br />

nombrada Toros <strong>de</strong> Guisando, sin duda porque en la antigüedad adquirió fama <strong>de</strong> dar<br />

hombres y mujeres <strong>de</strong> gran corpulencia. Alta estatura, blancas y apretadas carnes,<br />

admirables contornos y blanduras que estirando la tela pugnaban por mostrarse,<br />

arrogante cabeza con ojos negros y cejas <strong>de</strong> terciopelo, manos gruesas, semblante más<br />

correcto que agraciado, con cierto ceño no muy simpático y algo <strong>de</strong> mohín avinagrado,<br />

boca <strong>de</strong>masiado pequeña con blancos dientes, carrillos con <strong>de</strong>masiada carne, nariz<br />

castellana, escasísima agilidad en los movimientos y mucha fuerza en los puños<br />

componían la persona <strong>de</strong> D.ª Robustiana Toros <strong>de</strong> Guisando <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro.<br />

De la incongrua pareja que formaba esta mujer con el benemérito hombrecillo <strong>de</strong>l<br />

arco <strong>de</strong> Boteros (pareja admirablemente acordada en el or<strong>de</strong>n moral) había nacido el día<br />

mismo <strong>de</strong> la batalla <strong>de</strong> Trafalgar (21 <strong>de</strong> Octubre <strong>de</strong> 1805) [111] Elena Cor<strong>de</strong>ro, en cuya<br />

persona se verificó una preciosa amalgama <strong>de</strong>l ser físico <strong>de</strong>l padre y <strong>de</strong>l <strong>de</strong> la madre. No


salió a ella ni a él, sino a los dos, realizando en sí uno <strong>de</strong> esos maravillosos términos<br />

medios que sólo resultan bien en los divinos talleres <strong>de</strong> la Naturaleza. No era Elena<br />

gran<strong>de</strong> ni chica, ni gorda ni flaca, sino admirablemente proporcionada en talle, color y<br />

estatura. Su cabeza era <strong>de</strong> las más hermosas que pue<strong>de</strong>n imaginarse, <strong>de</strong> tal modo que<br />

viéndola se comprendía que el valor sereno <strong>de</strong> don Benigno no era el único parentesco<br />

<strong>de</strong> aquella familia con la raza helénica. Su cara era la más bella que se ha visto durante<br />

muchos años en toda la zona <strong>de</strong>l comercio matritense <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Maja<strong>de</strong>ritos a la calle <strong>de</strong><br />

Milaneses.<br />

Quizás faltaba a su rostro aquella movilidad <strong>de</strong> la fisonomía española, que es como<br />

el temblor <strong>de</strong> la luz jugando sobre la superficie <strong>de</strong>l agua agitada; quizás le faltaba esa<br />

facultad <strong>de</strong> hablar en silencio, lenguaje admirable <strong>de</strong>l cual son signos las pestañas, el iris<br />

negro que alumbra como una luz, la sombra <strong>de</strong> la cara, el modo <strong>de</strong> mover el cuello, la<br />

olvidada gue<strong>de</strong>ja sobre la sien, el rumorcillo <strong>de</strong>l pendiente que se mueve ensartado en la<br />

oreja. Quizás Elena era <strong>de</strong>masiado selecta y tenía <strong>de</strong>masiada corrección en su persona;<br />

mas no por esto [112] <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> ser acabado tipo <strong>de</strong> hermosura. Verdad es que miraba y<br />

reía, se peinaba y se adornaba <strong>de</strong> una manera harto metódica; mas es posible que su<br />

corta edad y su educación circunspecta la tuvieran en tal estado. Sus apasionados<br />

alegaban para <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rla que era más bella su timi<strong>de</strong>z inocente y aquella perfección<br />

muñequil tan esmerada en sus limpios perfiles que la <strong>de</strong>senvoltura y graciosa viveza <strong>de</strong><br />

otras. Algunos la ponían resueltamente en el or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> los juguetes finos; otros, en el <strong>de</strong><br />

las imágenes <strong>de</strong> iglesia. Pero, no obstante tal diversidad <strong>de</strong> opiniones, era generalmente<br />

admirada, contribuyendo a<strong>de</strong>más la fama <strong>de</strong> su virtud a aumentar la aureola <strong>de</strong> respeto y<br />

consi<strong>de</strong>ración que circundaba como nimbo luminoso a toda la familia <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro.<br />

De los dos varones poco pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse; eran pequeñuelos, traviesos y muy <strong>de</strong>votos<br />

hermanos <strong>de</strong> la hermandad <strong>de</strong>l Novillo. En aquel tiempo las familias discurrían el modo<br />

<strong>de</strong> congraciarse con el bando dominante, y uno <strong>de</strong> los sistemas más eficaces durante el<br />

trienio había sido vestir a los niños <strong>de</strong> milicianos nacionales. Cambiadas radicalmente<br />

las cosas, D.ª Robustiana, que quería estar en paz con la situación, siguió la general<br />

moda vistiendo a los borregos <strong>de</strong> frailes. Los domingos Primitivo y [113] Segundito<br />

salían a la calle hechos unos padres priores que daban gozo.<br />

La familia, que antes <strong>de</strong> la catástrofe <strong>de</strong> la Constitución era feliz y vivía tranquila en<br />

su paz laboriosa, había caído en gran <strong>de</strong>saliento y tristeza <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la proscripción <strong>de</strong>l<br />

padre. Temían nuevas <strong>de</strong>sgracias, y como no veían en torno <strong>de</strong> sí más que cuadros <strong>de</strong><br />

luto, ignominia, venganzas horribles, asesinatos jurídicos, <strong>de</strong>laciones infames, horcas y<br />

traición, no respiraban. Resuelta D.ª Robustiana a no ser en manera alguna sospechosa a<br />

los ojos <strong>de</strong> la reacción, se esmeraba en variar los vestidos domingueros <strong>de</strong> los niños,<br />

dándoles la forma y color <strong>de</strong> todas las ór<strong>de</strong>nes religiosas imaginables.<br />

Compartían el tiempo hija y madre entre la tienda y la casa. En la primera tenían un<br />

mancebo jovenzuelo que era muy <strong>de</strong>spierto y les prestaba no poca ayuda. En la casa<br />

vivían recogidamente, sin cultivar amista<strong>de</strong>s que podrían resultar peligrosas; huyendo<br />

<strong>de</strong> tratar mucha y diversa gente; consagrando bastantes horas a rezar por la vuelta <strong>de</strong>l<br />

padre, y a imaginar medios pacíficos y legales para hacer su situación menos aflictiva.<br />

La amistad más íntima y cariñosa que cultivaban era la <strong>de</strong> Sola, que bajaba todos los<br />

días un par <strong>de</strong> horas lo [114] menos, cuando no subía Elena a hacerle compañía y<br />

ayudarla en sus quehaceres. La amistad <strong>de</strong> la huérfana databa <strong>de</strong> 1822 en vida <strong>de</strong> su<br />

padre, que era paisano <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro; pero se había aumentado y encendido más el afecto


con la común <strong>de</strong>sgracia. Elena había sentido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego por ella una <strong>de</strong> esas vivas<br />

inclinaciones <strong>de</strong> la primera juventud, que establecen lazos dura<strong>de</strong>ros para toda la vida, y<br />

a la cual daban aliciente la belleza moral <strong>de</strong> Sola y aquel peculiar atractivo in<strong>de</strong>finible<br />

que sometía los corazones. La <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro reconocía en ella una gran superioridad<br />

espiritual, que le infundía respeto no inferior a su cariño, y subyugada por el misterioso<br />

e invencible <strong>de</strong>spotismo que ejerce a la callada la aristocracia moral, se sometía a los<br />

pensamientos y al sentir <strong>de</strong> Sola, con la docilidad <strong>de</strong> la niñez ante la edad madura.<br />

Siendo Sola poco menos joven que ella, se le representaba, por la seriedad <strong>de</strong> sus<br />

consejos y su precoz experiencia, como <strong>de</strong> edad mucho más alta. Hermana mayor antes<br />

que amiga, la huérfana fue erigida en confesor, en consejero, y en <strong>de</strong>positaria <strong>de</strong> los<br />

secretos <strong>de</strong>l corazón <strong>de</strong> Elenita, porque el corazón <strong>de</strong> la muñeca tan perfilada, metódica<br />

y acabadita tenía secretos.<br />

Otra principal amistad <strong>de</strong> los Cor<strong>de</strong>ros era [115] con la familia <strong>de</strong> los Romos, y<br />

particularmente con Francisco Romo, jefe a la sazón <strong>de</strong>l comercio conocido con este<br />

nombre en la plazuela <strong>de</strong> Herradores. Las excelentes relaciones mercantiles entre ambos<br />

ten<strong>de</strong>ros fueron parte a anudar las <strong>de</strong> la amistad, y durante la emigración <strong>de</strong> D. Benigno,<br />

Romo colmó <strong>de</strong> atenciones y finezas a la familia, sirviéndoles al mismo tiempo <strong>de</strong><br />

amparo contra la reacción, por ser voluntario realista <strong>de</strong> los más significados. D.ª<br />

Robustiana fiaba mucho en la amistad <strong>de</strong> aquel joven <strong>de</strong> tanto po<strong>de</strong>r entre las turbas<br />

realistas, y por nada <strong>de</strong>l mundo la diera en cambio <strong>de</strong> la <strong>de</strong> un príncipe. Creía tener en él<br />

fortísimo escudo contra las brutalida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la época y fiaba en que por mediación suya<br />

sería restituido prontamente Cor<strong>de</strong>ro a la dulzura <strong>de</strong> su hogar.<br />

-Hay que tener un poquito <strong>de</strong> paciencia -les <strong>de</strong>cía Romo -. Se hace todo lo que se<br />

pue<strong>de</strong> para que el Sr. D. Benigno vuelva a su casa; pero no se podrá mucho, hasta que<br />

los liberales no estén sometidos. Figúrese usted, señora D.ª Robustiana, que el Gobierno<br />

abre un poco la mano y empieza a perdonar, a perdonar... pues ya tiene usted la<br />

revolución encima. No lo digo por el Sr. D. Benigno, que es un hombre <strong>de</strong> bien, sino<br />

por esos pillos que están acechando [1<strong>16</strong>] nuestra <strong>de</strong>bilidad para soltar las riendas <strong>de</strong> su<br />

<strong>de</strong>svergüenza... No se aflijan uste<strong>de</strong>s; que vamos a dar una amnistía, una amnistía<br />

amplia, general, con excepción <strong>de</strong> todos los pillos se entien<strong>de</strong>, y entonces o no soy<br />

quien soy, o D. Benigno será comprendido en ella.<br />

Con estas promesas se consolaba la familia; pero pasaban los meses y la <strong>de</strong>seada<br />

amnistía no era más que una esperanza. En su lugar veíanse nuevas proscripciones,<br />

encarcelamientos, la horca siempre en pie, la venganza más cruel gobernando a la<br />

Nación, y la vida <strong>de</strong> los españoles pendiente <strong>de</strong>l capricho <strong>de</strong> un salvaje frailón o <strong>de</strong><br />

fieros polizontes. Las <strong>de</strong>laciones, como puñaladas recibidas en la oscuridad, traían en<br />

gran consternación a la Corte. Desaparecían los ciudadanos sin que fuera posible saber<br />

en qué calabozo habían caído. Las cárceles tragaban gente como las tumbas en una<br />

epi<strong>de</strong>mia. Nadie, libre hoy, podía estar seguro <strong>de</strong> conservar la libertad mañana, porque<br />

la virtud más pura no podía estar segura <strong>de</strong>l golpe secreto, como no pue<strong>de</strong> estarlo <strong>de</strong>l<br />

miasma invisible.<br />

Al fin, allá en Mayo <strong>de</strong>l 24, vino la amnistía. Por ella se concedía indulto y perdón<br />

general; mas eran tantas las excepciones, que antes que amnistía parecía el Decreto <strong>de</strong><br />

una sangrienta [117] burla. Se perdonaba a todo el mundo y se exceptuaba <strong>de</strong>spués a<br />

todo el mundo. La familia <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro, viendo que pasaban meses sin que el proscrito<br />

volviese, examinaba <strong>de</strong>tenidamente los 15 artículos <strong>de</strong> las excepciones, por ver si D.


Benigno podía ser comprendido en alguno <strong>de</strong> ellos; pero Romo tranquilizaba a las dos<br />

señoras, diciéndoles:<br />

-Eso corre <strong>de</strong> mi cuenta. D. Benigno vendrá; en caso que la Superinten<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong><br />

policía tenga algún escrúpulo, le purificaremos y... Santas Pascuas.<br />

En efecto, una mañana <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong> Agosto hallábase D.ª Robustiana en el mostrador<br />

midiendo algunas varas <strong>de</strong> puntilla, cuando vio que oscurecía la luz <strong>de</strong> la puerta un<br />

objeto, un bulto, un cuerpo, un hombre, ¡D. Benigno!... Cayósele <strong>de</strong> las manos la vara<br />

<strong>de</strong> medir, y dando un grito, extendió los macizos brazos por encima <strong>de</strong>l mostrador.<br />

Cor<strong>de</strong>ro, a quien la emoción tenía mudo y aturdido, no acertaba a abrazar a su esposa<br />

convenientemente, hallándose por medio, como guión entre dos letras, la dura tabla <strong>de</strong>l<br />

mostrador, y le dio una cabezada en el pecho. Entonces D.ª Robustiana cogiole con sus<br />

robustas manazas, tiró <strong>de</strong> él suspendiéndole, y D. Benigno quedó <strong>de</strong> rodillas sobre el<br />

mostrador. Su amante esposa le oprimía contra [118] su <strong>de</strong>lantera y así estuvieron largo<br />

rato entre babas y sollozos, hasta que vencida por su sensibilidad que era más fuerte que<br />

ella, cayó redonda al suelo la esposa, como un colchón que recobra su posición natural.<br />

El mancebo corrió en busca <strong>de</strong> un sangrador.<br />

-Esto no es nada -dijo D. Benigno corriendo a <strong>de</strong>sabrochar el corsé <strong>de</strong> su esposa, que<br />

no era tarea <strong>de</strong> un momento-. Robustiana... Robustiana... ¿Y qué tal? ¿Están buenos los<br />

niños? ¿Y Elena?... ¿En dón<strong>de</strong> están mis hijos?<br />

El héroe <strong>de</strong> Boteros se bebía las lágrimas. No tardó la señora en volver <strong>de</strong> su<br />

soponcio, y abrazándose nuevamente ambos, <strong>de</strong>rramaron más lágrimas. D. Benigno dijo<br />

entre pucheros:<br />

-No más política, no más tonterías. La lección ha sido buena. Viva mi familia, que es<br />

lo único que me interesa en el mundo.<br />

Los amigos <strong>de</strong> las tiendas cercanas acudieron a felicitarle; el mancebo corrió a traer a<br />

los chicos que ya habían ido a la escuela, y él, no pudiendo refrenar su impaciente<br />

anhelo <strong>de</strong> ver a Elena, corrió a la calle <strong>de</strong> Coloreros. Por el camino topaba a cada<br />

instante con amigos que le daban la bienvenida, y como casi todos se empeñaban en<br />

manifestarle su gozo con apretones <strong>de</strong> manos, abrazos y otras muestras <strong>de</strong> sensibilidad,<br />

al feliz padre le consumía [119] el <strong>de</strong>sasosiego, y procurando <strong>de</strong>sasirse <strong>de</strong> las amistosas<br />

manos, exclamaba:<br />

-Yo bueno... estoy bien... Hasta luego, señores... Voy a ver a mi hija querida.<br />

Y penetrando en el portal, <strong>de</strong>cía:<br />

-Estará sola la pobrecita... ¡qué alegría tendrá cuando me vea!... ¡Pobre ángel <strong>de</strong> mi<br />

vida!<br />

Subió temblando y al acercarse a la puerta, y cuando alargaba la mano para tomar el<br />

ver<strong>de</strong> cordón <strong>de</strong> la campanilla, sintió una voz <strong>de</strong> hombre que sonaba <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la casa.<br />

Era una voz agria, bronca, y pronunciaba atropelladamente palabras que no podían<br />

enten<strong>de</strong>rse bien <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la escalera. Luego oyó D. Benigno la voz <strong>de</strong> su hija,<br />

expresándose con agitación. Al buen ciudadano matritense se le heló la sangre en las


venas, a pesar <strong>de</strong> no haber formado aún i<strong>de</strong>a concreta <strong>de</strong> lo que oía, y llamó fuertemente<br />

con la campanilla y con los puños, gritando:<br />

-Elena, hija mía, soy yo... ¡tu padre!<br />

- IX -<br />

Aquella mañana, cuando D. Benigno estaba aún a dos leguas <strong>de</strong> la Corte, Sola<br />

entraba [1<strong>20</strong>] en su casa <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una breve excursión por las tiendas.<br />

-Querida niña -le dijo D. Patricio suspendiendo el barrido y apoyándose en el palo <strong>de</strong><br />

la escoba-, Elenita Cor<strong>de</strong>ro ha venido a buscarte para que la acompañes un poco. Hoy<br />

está sola todo el día.<br />

-¿Y no ha venido nadie más?<br />

-Sí, ha venido también el caballero que estuvo ayer -repuso Sarmiento poniendo<br />

ceño <strong>de</strong> disgusto-. Pue<strong>de</strong> que él crea que yo no le conozco, a pesar <strong>de</strong> las barbas <strong>de</strong><br />

capuchino que gasta... Si me parece que le estoy viendo en la sala <strong>de</strong> armas <strong>de</strong>l castillo...<br />

Pero más vale callar... ¡Ah! se me olvidaba <strong>de</strong>cirte que ha <strong>de</strong>jado un paquete para ti.<br />

-Sí... hoy <strong>de</strong>bía traerle -dijo Sola mirando a todos lados con ansiedad-. ¿En dón<strong>de</strong> lo<br />

ha <strong>de</strong>jado?<br />

D. Patricio señaló una puerta, por la cual entró Sola corriendo. Fue <strong>de</strong>recha a tomar<br />

un paquete que estaba sobre su cama. Pálida y con los labios secos, le dio vueltas en sus<br />

manos temblorosas, buscando la lazada <strong>de</strong>l cordón que lo ataba. La veía, la tocaba sin<br />

acertar a <strong>de</strong>shacerla, <strong>de</strong> tal modo se había vuelto torpe a causa <strong>de</strong> su gran emoción.<br />

En el paquete había cartas, muchas cartas; [121] pero Sola buscó entre todas una que<br />

<strong>de</strong>bía <strong>de</strong> ser la principal, y hallada se puso a leerla. Por temor a ser interrumpida,<br />

encerrose en la alcoba, y sentándose en un rincón, arrojó todo su espíritu sobre un papel<br />

escrito. Allí estuvo largo rato aleteando sobre él, como la mariposa sobre la flor, y tan<br />

pronto lloraba como reía según los sentimientos expresados por aquella sombra <strong>de</strong> un<br />

ser vivo a la cual se llama carta. Después miró uno por uno los sobrescritos <strong>de</strong> las otras,<br />

y al hacer esto no mostraba mucho contento, antes bien miedo. A<strong>de</strong>más el paquete<br />

contenía una cajita pequeña con dinero en monedas <strong>de</strong> oro. Contolas una por una y<br />

<strong>de</strong>spués lo guardó todo cuidadosamente, a excepción <strong>de</strong> las cartas que no eran para ella.<br />

De estas hizo un nuevo paquete que ocultó en su seno.<br />

Púsose la mantilla para salir. D. Patricio vio pintado en el semblante <strong>de</strong> la joven el<br />

gran gozo que la dominaba, y dando el último escobazo, se dirigió a ella sonriendo. Sola<br />

se <strong>de</strong>tuvo en la puerta, y mirando a su protegido con expresión <strong>de</strong> lástima y <strong>de</strong> bondad,<br />

le dijo:


-Abuelo Sarmiento, si yo tuviera que marcharme para Inglaterra, ¿qué harías tú,<br />

viejecillo bobo? [122]<br />

Y diciendo esto y sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> mirarle bajó la escalera.<br />

Inmóvil y perplejo D. Patricio, empuñando con su <strong>de</strong>recha mano el palo <strong>de</strong> la<br />

escoba, y alzando la siniestra hasta la altura <strong>de</strong> su frente, parecía la estatua erigida para<br />

conmemorar la petrificación <strong>de</strong>l hombre.<br />

Solita entró en casa <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro. Elena, que corrió a abrirle la puerta, le dijo:<br />

-Hace una hora que te espero... quítate la mantilla... estoy sola con Reyes... Tengo<br />

muchas cosas que contarte.<br />

Entraron en la sala. En el centro <strong>de</strong> ella había una gran mesa llena <strong>de</strong> puntillas que<br />

Elenita cosía unas con otras...<br />

-¿Pero no te quitas la mantilla? -repitió la <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro, emprendiendo la obra<br />

interrumpida-. Hoy no sales <strong>de</strong> aquí en todo el día.<br />

-Ahora mismo me voy -replicó Solita <strong>de</strong>jando escapar el contento por los ojos.<br />

-¡Vaya unas amigas! -dijo Elena manifestando en el tono su tristeza-. ¿A dón<strong>de</strong> vas<br />

ahora? Hay mucho calor.<br />

-Tengo que hacer -repuso la huérfana tocándose el pecho para ver si se le habían<br />

perdido las cartas-. Hay cosas que no se pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong>jar para mañana.<br />

-Es verdad -dijo la muñeca poniendo un [123] hilo entre los dientes-. Si yo pudiera<br />

<strong>de</strong>jar esto para la semana que entra lo <strong>de</strong>jaría... Parece que estás contenta...<br />

-Siempre no hemos <strong>de</strong> estar tristes.<br />

-¿A dón<strong>de</strong> fuiste esta mañana?<br />

-A comprar un vestido.<br />

-¿Y ahora a dón<strong>de</strong> vas?<br />

Sola vaciló un instante, porque era preciso mentir, y su inventiva no era gran<strong>de</strong>.<br />

-A comprar otro -repuso al fin.<br />

-¡Qué lujo!... -exclamó Elena en son <strong>de</strong> amistosa burla.<br />

-Qué quieres tú... Es posible que tenga que salir <strong>de</strong> Madrid para ir a...<br />

-¿A dón<strong>de</strong>? -preguntó la <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro con viveza.


-A... otra parte -repuso la huérfana cayendo en la cuenta <strong>de</strong> que había sido<br />

indiscreta-. Todavía no hay nada <strong>de</strong> cierto.<br />

-De modo que me quedaré sola... Pero muy satisfecha, muy oronda estás hoy.<br />

Sola se echó a reír. Este era el <strong>de</strong>sahogo <strong>de</strong> un espíritu, a quien la pru<strong>de</strong>ncia imponía<br />

silencio absoluto. Cuando una alegría tiene en la boca <strong>de</strong> su cráter una gran piedra <strong>de</strong><br />

discreción que la tapa y la ahoga, sólo pue<strong>de</strong> calmar su hervor riendo como los chicos y<br />

los tontos.<br />

-Tú ríes y yo estoy <strong>de</strong>sesperada -dijo la [124] primorosa muñeca dando una patadita<br />

en el suelo y rompiendo <strong>de</strong> un tirón el hilo que tenía entre los dientes-. Solilla, anoche...<br />

si supieras lo que pasó anoche...<br />

-¿Qué?<br />

Este monosílabo lo pronunció Sola distraída y maquinalmente, porque tenía fija toda<br />

su atención en sí misma.<br />

-¡Anoche!<br />

-¡Anoche!... -repitió la amiga volviéndose a tocar el pecho para ver si había perdido<br />

las cartas.<br />

-Todavía no se me ha quitado el miedo -dijo Elena suspendiendo su obra para que<br />

ningún acto perjudicase a la expresión <strong>de</strong> lo que iba a <strong>de</strong>cir-. Antes ese hombre me era<br />

muy antipático; pero ahora... te juro que le aborrezco con toda mi alma.<br />

-¡Pobrecito!... no, no, quiero <strong>de</strong>cir que le está bien merecido... El Sr. Romo no<br />

cautivará a ninguna mujer. Sin ser feo, es tal que parece más feo que los que lo son<br />

adre<strong>de</strong>.<br />

-Justamente, has dicho la verdad... El amigo <strong>de</strong> la casa se empeña en quererme y en<br />

que yo le he <strong>de</strong> querer... ¡Ay! amiga, tú tienes razón en <strong>de</strong>cir que ese hombre es malo...<br />

Tiene en la cara una cosa... ¿qué es? Parece que va pasando por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él una<br />

máscara horrible [125] que le hace sombra en la cara. ¿No es así?<br />

-Así mismo es, así -dijo Sola mirándose en un espejo que frente a ella había y<br />

haciendo la observación <strong>de</strong> que no se encontraba tan poco bonita como antes creyera.<br />

-Pues ve a <strong>de</strong>cirle a mamá que Francisco Romo no es la flor y nata <strong>de</strong> los<br />

caballeros... Todo lo bueno lo hace el Sr. Romo... «Ay, cuándo vendrá el Sr. <strong>de</strong> Romo<br />

para contarle lo que nos pasa!...». «De este apuro nadie más que el Sr. <strong>de</strong> Romo pue<strong>de</strong><br />

sacarnos...». «Si el Sr. <strong>de</strong> Romo no nos <strong>de</strong>vuelve a tu padre, tenlo por perdido...». Y<br />

dale con el señor <strong>de</strong> Romo.<br />

-¿Por qué no le cuentas a tu madre lo que te pasa?


-No puedo... <strong>de</strong> ningún modo -dijo Elenita mostrando en su hermoso rostro perfilado<br />

la imagen <strong>de</strong> la mayor confusión- ¡Ay! ¡pobre <strong>de</strong> mí qué <strong>de</strong>sgraciada soy! ¡sí, la más<br />

<strong>de</strong>sgraciada <strong>de</strong> todas las mujeres!<br />

Diciendo esto, la figurita <strong>de</strong> porcelana cayó en una silla y llevó a los ojos,<br />

acompañadas <strong>de</strong> un largo pañuelo, sus dos lindas manos. Alarmada Solita acudió hacia<br />

ella y abrazola tiernamente, rogándole que explicase aquellas <strong>de</strong>sgracias tan enormes<br />

que abrumaban a la gentil doncella. [126]<br />

-Yo no puedo querer a Romo -afirmó esta sollozando-, porque es muy feo, muy<br />

bastote y porque no me gusta... ¿Qué culpa tengo yo <strong>de</strong> que otro me haya parecido<br />

mejor? Dime tú si cualquier mujer a quien le pongan <strong>de</strong>lante a Francisco Romo y a<br />

Angelito Seudoquis pue<strong>de</strong> dudar.<br />

-¡Oh! no, <strong>de</strong> ningún modo. Angelito Seudoquis se ha <strong>de</strong> llevar la palma.<br />

-Pues está claro -dijo Elena recibiendo gran consuelo con la <strong>de</strong>claración <strong>de</strong> su<br />

amiga-. El pobre muchacho es muy bueno, <strong>de</strong> muy noble familia, superior a nosotros,<br />

que somos ten<strong>de</strong>ros; es muy honrado, muy caballero, muy fino, muy valiente, según él<br />

mismo me ha dicho, y quiere casarse conmigo.<br />

-¿Y por qué no se ha <strong>de</strong> casar?<br />

-Porque yo soy muy <strong>de</strong>sgraciada... no te rías... la más <strong>de</strong>sgraciada <strong>de</strong> las mujeres<br />

-exclamó la doncella llorando como una Magdalena-, y a<strong>de</strong>más porque he sido mala,<br />

muy mala y Dios me está castigando.<br />

-¿Qué has hecho?<br />

-Escribí una carta a Angelito -dijo Elena observando atentamente su pañuelo.<br />

-Eso sí que no me lo habías dicho.<br />

-Pensaba <strong>de</strong>círtelo hoy... Le he escrito dos cartas. [127]<br />

-¿Dos?<br />

-No... me parece que han sido tres... o quizás sean cuatro.<br />

-¿Cuatro?<br />

-La verdad, amiga <strong>de</strong> mi alma; le ha escrito ya cinco cartas.<br />

-No digas más, porque si sigue la cuenta, va a resultar que le has escrito cincuenta.<br />

-Él pasaba todos los días por aquí... yo sentía sus taconazos con el rechinchín <strong>de</strong> las<br />

espuelas, y me daba mucha lástima... No podía menos <strong>de</strong> asomarme... un día me mando<br />

con Reyes un papelito... En fin, en la última carta que le escribí...<br />

-Eso es, vamos a la última.


-En la última carta le <strong>de</strong>cía muchas boberías... Como él es tan tierno y en las cartas<br />

pinta muchos corazones atravesados chorreando sangre...<br />

-¿Tú también le pintaste corazones?<br />

-No... pero le <strong>de</strong>cía que Romo es un animal... porque está celoso <strong>de</strong> Romo...<br />

También le <strong>de</strong>cía que con él (es <strong>de</strong>cir, con Angelito) o con nadie... que me metería<br />

monja... que el sepulcro me era más dulce que casarme con otro... En fin, esas cosillas<br />

que se dicen...<br />

-¿Y nada más? [128]<br />

-Pero el caso es que la policía ha puesto preso a Angelito ayer por la mañana.<br />

-¡Jesús, mujer!<br />

-Sí -añadió Elena más acongojada-. Le han puesto preso, porque parece que un<br />

hermano suyo que estaba emigrado en Inglaterra ha venido para conspirar. Le buscan, y<br />

como no pue<strong>de</strong>n encontrarle, han cogido al hermanito... y... y...<br />

Elena soltó un torrente <strong>de</strong> lágrimas y se <strong>de</strong>shizo en sollozos.<br />

-¡Y... y le van a ahorcar! -prosiguió con lastimeros ayes.<br />

-No seas tonta, mujer -le dijo Sola, que se había puesto muy pálida-. Y dices que por<br />

haber llegado su hermano...<br />

-Sí, un con<strong>de</strong>nado masón que ha venido a armar revoluciones; y como no le han<br />

podido coger...<br />

Soledad pasó <strong>de</strong> la sorpresa a la estupefacción más profunda.<br />

-¡Esos infames polizontes son tan malos!... -añadió la <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro-. ¿Qué culpa tiene<br />

el pobre Angelito?... Él es liberal, muy liberal; pero se halla <strong>de</strong>cidido, así me lo ha<br />

dicho, a no <strong>de</strong>senvainar su espada contra el Rey... Ya sabes que es ca<strong>de</strong>te. No, no, jamás<br />

Angelito atentará a los <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong>l Trono... Pues volviendo [129] a ese vil Romo... Ya<br />

sabes que él es amigo <strong>de</strong> los <strong>de</strong> la policía y <strong>de</strong> Chaperón.<br />

Sola no oía nada. Estaba absorta y no apartaba su mano <strong>de</strong>l seno. Creía sentir sobre<br />

él un peso colosal que la abrumaba.<br />

-Como es amigo <strong>de</strong> la policía... -añadió Elena-. Ya sabes que registran a todos los<br />

presos... Romo encontró en el bolsillo <strong>de</strong> Angelito la última carta que le escribí...<br />

¿Conoces tú <strong>de</strong>sgracia semejante?<br />

-¿Y qué?<br />

-Que la tiene él... Romo... y me la enseñó anoche... y dice que se la va a enseñar a<br />

mamá y a papá cuando venga... y dice que cuando ahorquen a Angelito él le tirará <strong>de</strong> los<br />

pies...


Un nuevo temporal <strong>de</strong>shecho <strong>de</strong> lágrimas, ayes y acongojados sollozos interrumpió<br />

la narración <strong>de</strong> la inocente doncella.<br />

-Yo me voy -dijo Sola levantándose bruscamente.<br />

-No digas eso -repuso Elena tirando <strong>de</strong> la falda <strong>de</strong> su amiga-. Voy a estar llorando<br />

todo el día: acompáñame.<br />

-Después.<br />

-Ahora.<br />

-Tengo que salir -repitió Sola sin mirar a su amiga y oprimiéndose el seno. [130]<br />

-¿Qué llevas ahí? -preguntó Elena tocando también y sintiendo rumor <strong>de</strong> papeles.<br />

-Nada, nada -repuso la huérfana con turbación.<br />

¡Ah! pícara... las cartas <strong>de</strong> tu novio... y no me has querido <strong>de</strong>cir quién es... y dices<br />

que no tienes ninguno; ¡y te escribe tantos pliegos!... Ahí llevas una resma... No te<br />

vayas, por amor <strong>de</strong> Dios.<br />

Sola se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> su amiga con gran <strong>de</strong>sasosiego.<br />

-Parece que se te ha <strong>de</strong>svanecido la alegría -le dijo la muñeca.<br />

-Adiós.<br />

-Espera un rato.<br />

-Ni un minuto... Voy a ver a una persona...<br />

-¿No me has dicho que a comprar otro vestido?<br />

-Es verdad... volveré pronto. Adiós.<br />

- X -<br />

Elenita se quedó sola en la calma y silencio <strong>de</strong> la casa, apenas interrumpidos por los<br />

[131] cantorrios <strong>de</strong> la criada que chillaba en la cocina acompañándose con el almirez.<br />

La <strong>de</strong>sgraciada joven, más infeliz que todas las mujeres nacidas, según su propio<br />

parecer, reanudó su trabajo <strong>de</strong> coser puntillas, el cual, si no ponía la artífice gran<br />

atención, había <strong>de</strong> salir muy imperfecto. No iba a las mil maravillas la obra, por cuya<br />

razón Elena <strong>de</strong>shacía con frecuencia lo hecho, tornando a empezar. A ratos aparecían


entre la <strong>de</strong>licada tela <strong>de</strong> araña algunas lágrimas que se quedaban temblando en los<br />

menudos hilos negros, como insectos <strong>de</strong> diamantes cogidos en una red <strong>de</strong> pelo. A ratos<br />

los suspiros <strong>de</strong> la obrera hacían moverse y volar los pedazos más pequeños, que se<br />

remontaban en busca <strong>de</strong> otros climas. Frecuentemente se picaba Elenita con la aguja, y<br />

muy a menudo se le enredaba el hilo entre los <strong>de</strong>dos obligándola a <strong>de</strong>tenerse y a per<strong>de</strong>r<br />

los minutos. También solía pasar la aguja con tanta presteza como si fuera puñal y con<br />

él tratara <strong>de</strong> atravesar un corazón aborrecido.<br />

Absorta en sus reflexiones, la niña no advirtió que habían llamado a la puerta, que la<br />

criada acababa <strong>de</strong> abrir y que un hombre avanzaba con pie muy quedo, al modo <strong>de</strong><br />

ladrón, hacia la salita don<strong>de</strong> estaba el taller <strong>de</strong> encajes. Así es que al sentir las palabras:<br />

«¿Se pue<strong>de</strong> pasar?», [132] la joven dio un grito y saltó <strong>de</strong>spavorida, cual si se viera en<br />

presencia <strong>de</strong> un toro <strong>de</strong>l Jarama.<br />

-Váyase usted Sr. <strong>de</strong> Romo, váyase usted -exclamó con terror, refugiándose en un<br />

rincón <strong>de</strong> la estancia-. Mamá no está aquí... estoy sola...<br />

-Mejor -repuso Romo sonriendo y tratando <strong>de</strong> dar a su rostro y a su a<strong>de</strong>mán el aire<br />

no aprendido <strong>de</strong> la cortesía-. ¿Me como yo a la gente? ¿Soy ladrón o facineroso?... No:<br />

yo vengo aquí con móviles <strong>de</strong> honra<strong>de</strong>z... ¿Podrán todos <strong>de</strong>cir lo mismo?<br />

-No, aquí no ha entrado nadie, nadie más que usted.<br />

-Puesto que usted lo dice, Elenita, lo creo -dijo el hombre oscuro tomando una silla-.<br />

Con la venia <strong>de</strong> usted me sentaré. Estoy muy fatigado.<br />

-¡Y se sienta!<br />

-Sí, porque tenemos que hablar. Atención, Elenita, yo tengo la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> estar<br />

prendado <strong>de</strong> usted.<br />

-Pues mire usted, yo tengo muchas <strong>de</strong>sgracias, menos esa.<br />

Romo contrajo su semblante, expresando sus afectos como los animales, <strong>de</strong> una<br />

manera muy opaca, digámoslo así, por ser incapaz <strong>de</strong> [133] hacerlo <strong>de</strong> otro modo. No<br />

podía <strong>de</strong>cirse si era el ruin <strong>de</strong>specho o la meritoria resignación lo que <strong>de</strong>terminaba aquel<br />

signo ilegible, que en él reemplazaba a la clara sonrisa, señal genérica <strong>de</strong> la raza<br />

humana.<br />

-Pues mire usted -dijo afectando candi<strong>de</strong>z-, a otros les ha pasado lo mismo, y al fin, a<br />

fuerza <strong>de</strong> paciencia, <strong>de</strong> buenas acciones y <strong>de</strong> finezas se han hecho adorar <strong>de</strong> las que les<br />

menospreciaban.<br />

-No conseguirá usted tal cosa <strong>de</strong> la hija <strong>de</strong> mi madre.<br />

-Pues qué... ¿tan feo soy? -preguntó Romo indicando que no tenía la peor i<strong>de</strong>a<br />

respecto a sus <strong>de</strong>sgracias personales.<br />

-No, no; es usted monísimo -dijo Elena con malicia-, pero yo estoy por los feos...<br />

¿Quiere usted hacer una cosa que me agradará mucho?


-No tiene usted más que hablar, y obe<strong>de</strong>ceré.<br />

-Pues déjeme sola.<br />

-Eso no... -repuso frunciendo el ceño-. No pasa un hombre los días y las noches<br />

oyendo leer sentencias <strong>de</strong> muerte, y acompañando negros a la horca; no pasa un<br />

hombre, no, su vida entre lágrimas, suspiros, sangre y cuerpos horribles que se<br />

zaran<strong>de</strong>an en la soga, [134] para venir un rato en busca <strong>de</strong> goces puros junto a la que<br />

ama y verse <strong>de</strong>spedido como un perro.<br />

-Pero yo, pobre <strong>de</strong> mí, ¿qué puedo remediar? -dijo Elena cruzando las manos.<br />

-Es terrible cosa -continuó el hombre-cárcel con hueco acento-, que ni siquiera<br />

gratitud haya para mí.<br />

-¿Gratitud?... eso sí... nosotros estamos muy agra<strong>de</strong>cidos.<br />

-Se compromete uno, se hace sospechoso a sus amigos, intercediendo siempre por un<br />

don Benigno que mató a muchos guardias <strong>de</strong>l Rey en el Arco <strong>de</strong> Boteros; trabaja uno, se<br />

<strong>de</strong>svive, se <strong>de</strong>sacredita, echa los bofes... y en pago... vea usted... ¡Rayo! hay una niña<br />

que en nada estima los beneficios hechos a su familia... ¿Qué le importan a ella la buena<br />

opinión <strong>de</strong>l favorecedor <strong>de</strong> su padre, su honra<strong>de</strong>z, su limpia fama en el comercio?...<br />

Todo lo pospone al morrioncillo, a las espuelas doradas y al bigotejo rubio <strong>de</strong> un<br />

mozalbete que no tiene sobre qué caerse muerto, hijo y hermano <strong>de</strong> conspiradores...<br />

Encendida como la grana, Elena se sentía cobar<strong>de</strong>. Pero si su valor igualara a su<br />

indignación y sus tijeras pudieran cortar a un hombre como cortaban un hilo, allí mismo<br />

dividiera en dos pedazos a Romo. [135]<br />

-Calle usted, cállese usted -exclamó sofocada.<br />

-Y sin embargo -añadió el hombre opaco poniéndose más amarillo <strong>de</strong> lo que<br />

comúnmente era-, soy bueno, tengo paciencia, me conformo, callo y pa<strong>de</strong>zco... Es<br />

verdad que tengo en mi po<strong>de</strong>r un instrumento <strong>de</strong> venganza... pero no lo emplearé por<br />

razón <strong>de</strong> amor, no, lo emplearé tan sólo por el <strong>de</strong>coro <strong>de</strong> esta familia a quien estimo<br />

tanto.<br />

Elena tuvo un arranque <strong>de</strong> esos que se han visto alguna vez, muy pocas, pero se han<br />

visto, en las palomas, en los cor<strong>de</strong>ros, en las liebres, en las mariposas, en los seres más<br />

pacíficos y bondadosos, y pálida <strong>de</strong> ira, con los labios secos y los puños cerrados,<br />

apostrofó al amigo <strong>de</strong> su familia, gritando así:<br />

-Usted es un malvado, y si yo supiera que algún día había <strong>de</strong> caer en el pecado <strong>de</strong><br />

quererle, ahora mismo me quitaría la vida para que no pudiera llegar ese día. Usted es<br />

un tunante, hipócrita y falsario, y si mi padre dice que no, yo diré que sí, y si mi padre y<br />

mi madre me mandan que le quiera, yo les <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>ceré. Hágame usted todo el daño<br />

que guste, pues todo lo que venga <strong>de</strong> usted lo <strong>de</strong>sprecio, sí señor, lo <strong>de</strong>sprecio, como<br />

<strong>de</strong>sprecio su persona toda, sí señor; su alma y su cuerpo, sí señor... [136] Ahora, ¿quiere<br />

usted quitárseme <strong>de</strong> <strong>de</strong>lante, o tendré que llamar a la vecindad para que me ayu<strong>de</strong> a<br />

echarle por la escalera abajo?


Al concluir su apóstrofe, la doncella se quedó sin fuerzas y cayó en una silla; cayó<br />

blanda, fría, muerta como la ceniza <strong>de</strong>l papel cuando ha concluido la rápida llama. No<br />

tenía fuerzas para nada, ni aun para mirar a su enemigo, a quien suponía levantado ya<br />

para matarla. Pero el tenebroso Romo más que colérico parecía meditabundo, y miraba<br />

el suelo, juzgando sin duda indigno <strong>de</strong> su perversidad grandiosa el conmoverse por la<br />

flagelación <strong>de</strong> una mano blanca. Su resabio <strong>de</strong> mascullar se había hecho más notable.<br />

Parecía estar rumiando un orujo amargo, <strong>de</strong>l cual había sacado ya el jugo <strong>de</strong> que nutría<br />

perpetuamente su bilis. Veíase el movimiento <strong>de</strong> los músculos maxilares sobre el<br />

carrillo verdoso don<strong>de</strong> la fuerte barba afeitada extendía su zona negruzca. Después miró<br />

a Elena <strong>de</strong> un modo que si indicaba algo era una especie <strong>de</strong> paciencia feroz o el<br />

aplazamiento <strong>de</strong> su ira. La córnea <strong>de</strong> sus ojos era amarilla como suele verse en los<br />

hombres <strong>de</strong> la raza etiópica y su iris negro con azulados cambiantes. Fijaba poco la<br />

vista, y raras veces miraba directamente como no fuera al suelo. Creeríase que el suelo<br />

era un espejo, [137] don<strong>de</strong> aquellos ojos se recreaban viendo su polvorosa imagen.<br />

Levantose pesadamente, y dando vueltas entre las manos al sombrero, habló así:<br />

-Y sin embargo, Elena, yo la adoro a usted... Usted me insulta, y yo repito que la<br />

adoro a usted... Cada uno según su natural; el mío es requemarme <strong>de</strong> amor... ¡Rayo! si<br />

usted me quisiera, aunque no fuese sino poquitín, me <strong>de</strong>jaría gobernar como un perro<br />

fal<strong>de</strong>ro... Sería usted la más feliz <strong>de</strong> las mujeres y yo el más feliz <strong>de</strong> los hombres,<br />

porque la quiero a usted más que a mi vida.<br />

Sus palabras veladas y huecas parecían salir <strong>de</strong> una mazmorra. Sin embargo, hubo en<br />

el tono <strong>de</strong>l hombre oscuro una inflexión que casi casi podría creerse sentimental; pero<br />

esto pasó; fue cosa <strong>de</strong> brevísimo instante, como la rápida y apenas perceptible<br />

<strong>de</strong>safinación <strong>de</strong> un buen instrumento músico en buenas manos. Elena se echó a llorar.<br />

-Ya ve usted que no pue<strong>de</strong> ser -balbució.<br />

-Ya veo que no pue<strong>de</strong> ser -añadió Romo mirando a su espejo, es <strong>de</strong>cir, a los<br />

ladrillos-. Pue<strong>de</strong> que sea un bien para usted. Mi corazón es <strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong> y negro...<br />

Ama <strong>de</strong> una manera particular... tiene esquinas y picos... <strong>de</strong> modo que no podrá querer<br />

sin hacer [138] daño... A mí me llaman el hombre <strong>de</strong> bronce... Adiós, Elenita...<br />

quedamos en que me resigno... es <strong>de</strong>cir, en que me muero... Usted me aborrece... ¡Rayo!<br />

¡con cuánta razón!... Es que soy malo, perverso y amenacé a usted con hacer ahorcar a<br />

ese pobre pajarito <strong>de</strong> Seudoquis... No lo haré... si le ahorcara, al fin le olvidaría usted,<br />

olvidándose también <strong>de</strong> mí... Eso sí que no me gusta. Es preciso que usted se acuer<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

este <strong>de</strong>sgraciado alguna vez.<br />

Elena no comprendiendo nada <strong>de</strong> tan incoherentes razones, vacilaba entre la<br />

compasión y la repugnancia.<br />

-A<strong>de</strong>más yo había amenazado a usted con otra cosa -dijo Romo retrocediendo<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> dar dos pasos hacia la puerta-. Yo tengo una carta, sí, aquí está... en mi<br />

cartera la llevo siempre. Es una esquela que usted escribió a esa lagartija. En ella dice<br />

que yo soy un animal... Bien: pue<strong>de</strong> que sea verdad. Yo dije que iba a mostrar la carta a<br />

su mamá <strong>de</strong> usted... No, ¿a qué viene eso? Me repugnan las intriguillas <strong>de</strong> comedia. ¡Yo<br />

enseñando cartas ajenas, en que me llaman animal!... Tome usted el papelejo y no<br />

hablemos más <strong>de</strong> eso.


Romo largó la mano con un papel arrugado, <strong>de</strong>l cual se apo<strong>de</strong>ró Elena, guardándolo<br />

prontamente. [139]<br />

-Gracias -murmuró.<br />

En aquel instante oyose la campanilla <strong>de</strong> la puerta, y la voz <strong>de</strong> D. Benigno, que<br />

gritaba:<br />

-Hija mía, soy yo, tu padre.<br />

Elena corrió a abrir, y el amoroso D. Benigno abrazó con frenesí a su adorada hija,<br />

comiéndose a besos la linda cara, sonrosada <strong>de</strong> llorar. También él lloraba como una<br />

mujer. -¿Quién está aquí?... ¿Con quién hablabas? -preguntó con viveza el padre,<br />

luego que pasaron las primeras expansiones <strong>de</strong> su amor.<br />

Al entrar en la sala, D. Benigno vio a Romo que iba a su encuentro abriendo también<br />

los brazos.<br />

-¡Ah! ¿estaba usted aquí... era usted...? ¡amigo mío!<br />

-No esperábamos todavía al Sr. Cor<strong>de</strong>ro -dijo Romo-. Desconfiaba <strong>de</strong> que le soltaran<br />

a usted.<br />

-¿Por qué llorabas, hija mía, antes <strong>de</strong> yo entrar? -dijo el patriota, fijando en esto toda<br />

su atención.<br />

-El Sr. Romo -repuso Elena muy turbada, pero en situación <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r disimularlo<br />

bien- acababa <strong>de</strong> entrar...<br />

-Yo creí que estaría aquí D.ª Robustiana -añadió el realista.<br />

-Y me <strong>de</strong>cía -prosiguió Elena-, me estaba [140] diciendo que usted... pues, que no<br />

había esperanzas <strong>de</strong> que le soltaran a usted, padre.<br />

-Eso me dijeron esta mañana en la Superinten<strong>de</strong>ncia; pero por lo visto las ór<strong>de</strong>nes<br />

que se dieron la semana pasada han hecho efecto.<br />

-Venga acá el mejor <strong>de</strong> los amigos, venga acá- exclamó D. Benigno con entusiasmo,<br />

abriendo los brazos para estrechar en ellos a su salvador-. Otro abrazo... y otro... A<br />

usted <strong>de</strong>bo mi libertad. No sé cómo pagarle este beneficio... Es como <strong>de</strong>ber la vida...<br />

Venga otro abrazo... ¡Haber dado tantos pasos para que no me maltrataran en Zaragoza,<br />

haberme servido tan lealmente, tan <strong>de</strong>sinteresadamente! No, no se ve esto todos los<br />

días. Y es más admirable en tiempos en que no hay amigo para amigo... Yo liberal,<br />

usted absolutista, y sin embargo, me ha librado <strong>de</strong> la horca. Gracias, mil gracias, Sr. D.<br />

Francisco Romo -añadió con emoción que brotaba como un torrente <strong>de</strong> su alma<br />

honrada-. ¡Bendita sea la memoria <strong>de</strong> su padre <strong>de</strong> usted! Por ella juro que mi gratitud<br />

será tan dura<strong>de</strong>ra como mi vida.<br />

Era la hora <strong>de</strong> comer; y cerrada la tienda, llegaron la señora, los niños y el mancebo.<br />

Quiso D. Benigno que les acompañase Romo a la frugal mesa; pero excusose el


voluntario y partió, <strong>de</strong>jando a la hidalga familia entregada [141] a su felicidad. Elena no<br />

respiró fácilmente hasta que no vio la casa libre <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sapacible lobreguez <strong>de</strong> aquel<br />

hombre.<br />

- XI -<br />

Dejamos a D. Patricio como aquellas estatuas vivas <strong>de</strong> hielo, a cuya mísera quietud y<br />

frialdad quedaban reducidas, según confesión propia, las heroínas <strong>de</strong> las comedias tan<br />

duramente flageladas por Moratín. El alma <strong>de</strong>l insigne patriota había caído <strong>de</strong> improviso<br />

en turbación muy honda, saliendo <strong>de</strong> aquel dulce estado <strong>de</strong> serenidad en que ha tiempo<br />

vivía. Dudas, temores, <strong>de</strong>sconsuelo y congoja le sobresaltaron en invasión aterradora,<br />

sin que la presencia <strong>de</strong> Sola le aliviara, porque la huérfana habló muy poco durante todo<br />

aquel día y no dijo nada <strong>de</strong> lo que a nuestro anciano había quitado hasta la última<br />

sombra <strong>de</strong> sosiego.<br />

Mas por la noche, cuando la joven se retiraba, volvió a <strong>de</strong>cir la terrible frase:<br />

-Si yo me fuera a Inglaterra, ¿qué harías tú, viejecillo bobo?<br />

D. Patricio no pudo hablar, porque su garganta [142] era como <strong>de</strong> bronce y todo el<br />

cuerpo se le quedó frío. No pudo dormir nada en toda la noche, revolviendo en su mente<br />

sin cesar la terrible pregunta.<br />

-¡Consagrar yo mi vida a una criatura como esta!... -exclamaba en su calenturiento<br />

insomnio-: ¡amarla con todas las fuerzas <strong>de</strong>l alma, ser padre para ella, ser amigo, ser<br />

esclavo, y a lo mejor oír hablar <strong>de</strong> un viaje a Inglaterra!... ¡Ingrata, mil veces ingrata! Te<br />

ofrezco mi gloria, trasmito a ti, bendiciéndote, los laureles que han <strong>de</strong> ornar mi frente, y<br />

me abandonas!... ¡Ah! Señor, Señor <strong>de</strong> todas las cosas... ¡La ocasión ha llegado! El<br />

momento <strong>de</strong> mi sacrificio sublime está presente. No espero más. ¡Adiós, hija <strong>de</strong> mi<br />

corazón; adiós, esperanza mía, a quien diputé por compañera <strong>de</strong> mi fama!... Tú a<br />

Inglaterra, yo a la inmortalidad... ¿Pero a qué vas tú a Inglaterra, grandísima loca? ¿a<br />

qué?... Sepámoslo. ¡Ay! te llama el amor <strong>de</strong> un hombre, no me lo niegues, <strong>de</strong> un<br />

hombre a quien amas más que a mí, más que a tu padre, más que al abuelo Sarmiento...<br />

¡Por vida <strong>de</strong> la Ch...! Esto no lo puedo consentir, no mil veces... yo tengo mucho<br />

corazón... Sola, Sola <strong>de</strong> mi vida... ¿por qué me abandonas? ¿por qué te vas, y <strong>de</strong>jas solo,<br />

pobre, miserable, a tu buen viejecito [143] que te adora como a los ángeles? ¿Qué he<br />

hecho yo? ¿Te he faltado en algo? ¿No soy siempre tu perrillo obediente y callado que<br />

no respiraría si su respiración te molestara?<br />

Diciendo esto sus lágrimas regaban la almohada y las sábanas revueltas.<br />

Al día siguiente notó que Sola estaba también muy triste y que había llorado; pero no<br />

se atrevió a preguntarle nada.


Por la noche luego que cenaron, Sola, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> larga pausa <strong>de</strong> meditación, durante<br />

la cual su amigo la miraba como se mira a un oráculo que va a romper a hablar, dijo<br />

simplemente:<br />

-Abuelito Sarmiento; tengo que <strong>de</strong>cirte una cosa.<br />

D. Patricio sintió que su corazón bailaba como una peonza.<br />

-Pues abuelito Sarmiento -añadió Sola, mostrando que le era muy difícil <strong>de</strong>cir lo que<br />

<strong>de</strong>cía-, yo, la verdad... ¡tengo una pena, una pena tan gran<strong>de</strong>!... Si pudiera llevarte<br />

conmigo te llevaría, pero me es imposible, me es absolutamente imposible. Me han<br />

mandado ir sola, enteramente sola.<br />

D. Patricio <strong>de</strong>jó caer su cabeza sobre el pecho, y le pareció que todo él caía, como un<br />

viejo roble abatido por el huracán. Lanzó un [144] gemido como los que exhala la vida<br />

al arrancar <strong>de</strong>l mundo su raíz y huir.<br />

-Es preciso tener resignación -dijo Sola poniéndole la mano en el hombro-. Tú, en<br />

realidad, no eres hombre <strong>de</strong> mucha fe, porque con esas doctrinas <strong>de</strong> la libertad los<br />

hombres <strong>de</strong> hoy pier<strong>de</strong>n el temor <strong>de</strong> Dios, y principiando por aborrecer a los curas<br />

acaban por olvidarse <strong>de</strong> Dios y <strong>de</strong> la Virgen.<br />

-Yo creo en Dios -murmuró Sarmiento-. Ya ves que he ido a misa <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que tú me lo<br />

has mandado.<br />

-Sí, no dudo que creerás, pero no tan vivamente como se <strong>de</strong>be creer, sobre todo<br />

cuando una <strong>de</strong>sgracia nos cae encima -dijo la huérfana con enérgica expresión-. Ahora<br />

que vamos a separamos, es preciso que mi viejecito tenga la entereza cristiana que es<br />

propia <strong>de</strong> su edad y <strong>de</strong> su buen juicio... porque su juicio es bueno, y felizmente ya no se<br />

acuerda <strong>de</strong> aquellas glorias, laureles, sacrificios, inmortalida<strong>de</strong>s, que le hacían tan<br />

divertido para los granujas <strong>de</strong> las calles.<br />

-Yo no he renunciado ni <strong>de</strong>bo renunciar a mi <strong>de</strong>stino -repuso el anciano<br />

humil<strong>de</strong>mente.<br />

-Ni aun por mí...<br />

-Por ti tal vez; pero si te vas...<br />

-Si me voy, será para volver -replicó Sola [145] con ternura-... yo confío en que el<br />

abuelito Sarmiento será razonable, será juicioso. Si el abuelito en vez <strong>de</strong> hacer lo que le<br />

mando, se entrega otra vez a la vida vagabunda, y vuelve a ser el hazme reír <strong>de</strong> los<br />

holgazanes, tendré grandísima pena. Pues qué, ¿no hay en el mundo y en Madrid otras<br />

personas caritativas que pue<strong>de</strong>n cuidar <strong>de</strong> ti como he cuidado yo? Hay, sí, personas<br />

llenas <strong>de</strong> abnegación y <strong>de</strong> amor <strong>de</strong> Dios, las cuales hacen esto mismo por oficio,<br />

abuelito, y consagran su vida a cuidar <strong>de</strong> los pobres ancianos <strong>de</strong>svalidos, <strong>de</strong> los pobres<br />

enfermos y <strong>de</strong> los niños huérfanos. A estas personas confiaré a mi pobre viejecillo bobo,<br />

para que me le cui<strong>de</strong>n hasta que yo vuelva.<br />

D. Patricio que había empezado a hacer pucheros, rompió a llorar con amargura.


-Soledad, hija <strong>de</strong> mi alma... -exclamó-. Ya comprendo lo que quieres <strong>de</strong>cirme. Tu<br />

intención es ponerme en un asilo... ¡Lo dices y no tiemblas!<br />

Después, variando <strong>de</strong> tono súbitamente, porque variaba <strong>de</strong> i<strong>de</strong>a, ahuecó la voz, alzó<br />

la mano y dijo:<br />

-¡Y crees tú que a un hombre como este se le mete en un hospicio! Sola, Sola,<br />

piénsalo bien. Tú has olvidado qué clase <strong>de</strong> mortal es [146] este que tienes en tu casa.<br />

¡Y me crees capaz <strong>de</strong> aceptar esa vida oscura, sin gloria y sin ti, sin ti y sin gloria! ¡ay!<br />

los dos polos <strong>de</strong> mi existencia... Mira, niña <strong>de</strong> mi alma, para que comprendas cuánto te<br />

quiero y cómo has conquistado mi gran corazón, te diré que yo no soy el que era, que si<br />

mis i<strong>de</strong>as no han variado han variado mis acciones y mi conducta.<br />

Y luego con una seriedad que hizo sonreír a Sola en medio <strong>de</strong> su pena, se expresó<br />

así:<br />

-Es evi<strong>de</strong>nte... porque esto es evi<strong>de</strong>nte como la luz <strong>de</strong>l día... que yo estoy <strong>de</strong>stinado a<br />

coronarme <strong>de</strong> gloria, a adornar mi frente <strong>de</strong> rayos esplendorosos sacrificándome por la<br />

libertad, ofreciéndome como víctima expiatoria en el altar <strong>de</strong> la patria, como el insigne<br />

general, mi compañero <strong>de</strong> martirio, que me espera en la mansión <strong>de</strong> los justos, allá<br />

don<strong>de</strong> las virtu<strong>de</strong>s y el heroísmo tienen eterno y solemne premio... Pues bien, es tanto lo<br />

que te quiero, que por tu cariño he ido <strong>de</strong>jando pasar días y días y días y hasta meses sin<br />

cumplir esto que ya no es para mí una pre<strong>de</strong>stinación tan sólo, sino un <strong>de</strong>ber sagrado.<br />

¿Me entien<strong>de</strong>s?<br />

Soledad le pasó la mano por la cabeza, incitándole a que no siguiese tocando aquel<br />

tema.<br />

-Por ti, sólo por ti... -prosiguió el viejo-. [147] ¡Me da tanta pena <strong>de</strong>jarte!... Así es<br />

que me digo: «Tiempo habrá, Señor»... ¿Creerás que aquí en tu compañía se me han<br />

pasado semanas enteras sin acordarme <strong>de</strong> semejante cosa?... Hay más todavía: yo estaba<br />

dispuesto a hacer un sacrificio mayor... ¿te espantas? que es el <strong>de</strong> sacrificarte mi<br />

sacrificio, ¿no lo entien<strong>de</strong>s?... Sí, poner a tus pies mi propia gloria, mi corona <strong>de</strong><br />

estrellas... Sí, chiquilla, yo estaba dispuesto a no separarme jamás <strong>de</strong> ti y a no pensar<br />

más en la política... ni en Riego, ni en la libertad... ¡Oh! hija mía, tú no pue<strong>de</strong>s<br />

compren<strong>de</strong>r la inmensidad <strong>de</strong> tal sacrificio. Por él juzgarás <strong>de</strong> la inmensidad <strong>de</strong>l amor<br />

que te tengo. ¡Y cuando yo renuncio por ti a lo que es mi propia vida, a mi i<strong>de</strong>a santa,<br />

gloriosa, augusta, tú me abandonas, me echas a un lado como mueble inútil, me mandas<br />

a un hospicio y te vas!...<br />

Soledad veía crecer y tomar proporciones aquel problema <strong>de</strong> la separación que le<br />

causaba tanta pena. Su alma no era capaz <strong>de</strong> arrepentirse <strong>de</strong>l bien que había hecho al<br />

<strong>de</strong>svalido anciano; pero <strong>de</strong>ploraba que por los misteriosos <strong>de</strong>signios <strong>de</strong> Dios, la caridad<br />

que hiciera algunos meses antes, le trajese ahora aquel conflicto que empezaba a surgir<br />

en su cristiano corazón.<br />

-El Señor nos iluminará -dijo, remitiendo [148] su cuita al que ya la había salvado <strong>de</strong><br />

gran<strong>de</strong>s peligros-. Confío en que Dios nos indicará el mejor camino. Si tú le pidieras<br />

con fervor, como yo lo hago, luz, fuerzas, paciencia y fe, sobre todo fe...


-Yo le pediré todo lo que tú quieras, hija <strong>de</strong> mi alma; yo tendré fe... Dices que tengo<br />

poca; pues tendremos mucha. Me has contagiado <strong>de</strong> tantas cosas, que no dudo he <strong>de</strong><br />

adquirir la fe que tú, sólo con mirarme, me estás infundiendo.<br />

-Para adquirir ese tesoro -dijo Sola con cierto entusiasmo-, no basta mirarme a mí ni<br />

que yo te mire a ti, abuelo; es preciso pedirlo a Dios y pedírselo con ardiente <strong>de</strong>seo <strong>de</strong><br />

poseer su gracia, abriendo en par en par las puertas <strong>de</strong>l corazón para que entre; es<br />

preciso que nuestra sensibilidad y nuestro pensamiento se junten para alimentar ese<br />

fuego que pedimos y que al fin se nos ha <strong>de</strong> dar. Teniendo ese tesoro, todo se consigue,<br />

fuerzas para soportar la <strong>de</strong>sgracia, valor para acometer los peligros, bondad para hacer<br />

bien a nuestros enemigos, conformidad y esperanza, que son las muletas <strong>de</strong> la vida para<br />

todos los que cojeamos en ella.<br />

-Pues yo haré que mi sensibilidad y mi pensamiento se encaminen a Dios, niña mía -<br />

[149] replicó el vagabundo participando <strong>de</strong>l entusiasmo <strong>de</strong> su favorecedora-. Haré todo<br />

lo que mandas.<br />

-Y tendrás fe.<br />

-Tendremos fe... sí; venga fe.<br />

-Con ella resolveremos todas las cuestiones -dijo Sola acariciando el flaco cuello <strong>de</strong><br />

su amigo-. Ahora, abuelito, es preciso que nos recojamos. Es tar<strong>de</strong>.<br />

-Como tú quieras. Para los que no duermen, como yo, nunca es tar<strong>de</strong> ni temprano.<br />

-Es preciso dormir.<br />

-¿Duermes tú?<br />

-Toda la noche.<br />

- Me parece que me engañas... En fin, buenas noches. ¿Sabes lo que voy a hacer si<br />

me <strong>de</strong>svelo? Pues voy a rezar, a rezar fervorosamente como en mis tiempos juveniles,<br />

como rezábamos Refugio y yo cuando teníamos contrarieda<strong>de</strong>s, alguna <strong>de</strong>udilla que no<br />

podíamos pagar, alguna enfermedad <strong>de</strong> nuestro adorado Lucas... Ello es que siempre<br />

salíamos bien <strong>de</strong> todo.<br />

-A rezar, sí; pero con el corazón, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> hacerlo con los labios.<br />

-Adiós, ángel <strong>de</strong> mi guarda -dijo Sarmiento besándola en la frente-. Hasta mañana,<br />

que seguiremos tratando estas cosas. [150]<br />

Retirose Soledad, y el anciano se fue a su cuarto y se acostó, durmiéndose<br />

prontamente; mas tuvo la poca suerte <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertar al poco tiempo sobresaltado,<br />

nervioso, con el cerebro ardiendo.<br />

-Ea, ya estamos <strong>de</strong>svelados -dijo dando vueltas en su cama, que había sido para él<br />

durante diez meses un lecho <strong>de</strong> rosas-. Voy a poner por obra lo que me mandó la niña;<br />

voy a rezar.


Disponiendo <strong>de</strong>votamente su espíritu para el piadoso ejercicio, rezó todo lo rezable,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> las oraciones elementales <strong>de</strong>l dogma católico hasta la que en distintas épocas ha<br />

inventado la piedad para dar pasto al insaciable fervor <strong>de</strong> los siglos. Sarmiento rezó a<br />

Dios, a la Virgen, a los Santos que antaño habían sido sus abogados, sin olvidar a los<br />

que fueron procuradores <strong>de</strong> Refugio, mientras esta, <strong>de</strong>sterrada en el mundo, les<br />

necesitara.<br />

Mas a pesar <strong>de</strong> esto, el anciano no advirtió que entrara gran porción <strong>de</strong> calma en su<br />

espíritu, antes al contrario, sentíase más irritado, más inquieto con propensiones a la<br />

furia y a protestar contra su malhadada suerte. Como llegara un instante en que no pudo<br />

permanecer en el abrasado lecho, levantose en la oscuridad y se vistió a toda prisa sin<br />

estar seguro <strong>de</strong> ponerse [151] la ropa al <strong>de</strong>recho. Sentía impulsos <strong>de</strong> salir gritando por<br />

toda la casa y <strong>de</strong> llamar a Sola y echarle en cara la crueldad <strong>de</strong> su conducta y <strong>de</strong>cirle:<br />

«Ven acá, loca, ¿quién es el infame que te llama <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Inglaterra?... ¿Qué vas tú a hacer<br />

a Inglaterra?... ¡Ah! Es un noviazgo lo que te llama. Y si es noviazgo, ¡vive Dios!<br />

¿quién es ese monstruo? Dímelo, dime su nombre, y correré allá y le arrancaré las<br />

entrañas».<br />

En la sala distinguió débil claridad, por lo que supuso que había luz en el cuarto <strong>de</strong><br />

su amiga. Paso a paso, avanzando como los ladrones, dirigiose allá; empujó suavemente<br />

la puerta, pasó a un gabinete, <strong>de</strong>slizose como una sombra extendiendo las manos para<br />

tocar los objetos que pudieran estorbarle el paso. La puerta <strong>de</strong> la alcoba estaba<br />

entreabierta; había luz <strong>de</strong>ntro, pero no se oía el más leve rumor. Alargando el cuello<br />

Sarmiento vio a Sola dormida junto a una mesa en la cual había papeles y tintero.<br />

-Estaba escribiendo -pensó-, y se ha dormido. Veremos a quién.<br />

Entró en la alcoba, andando <strong>de</strong>spacio, quedamente y con mucho cuidado para no<br />

hacer ruido. Su rostro anhelante, su cuerpo tembloroso, sus ojos ávidos y saltones<br />

dábanle aspecto [152] <strong>de</strong> fantasma, y si la joven <strong>de</strong>spertase en aquel momento se<br />

llenaría <strong>de</strong> terror al verle. Estaba profundamente dormida, con la cabeza apoyada en el<br />

respaldo <strong>de</strong>l sillón y ligeramente inclinada. Delante tenía una carta a medio escribir, y<br />

otra muy larga y <strong>de</strong> letra extraña que parecía ser la que estaba contestando.<br />

-Yo conozco esa letra -pensó Sarmiento, <strong>de</strong>vorando con los ojos el escrito, que<br />

estaba apoyado en un libro puesto <strong>de</strong> canto a manera <strong>de</strong> atril.<br />

Conteniendo su respiración, el vagabundo examinó el pliego, que, abierto por el<br />

centro, no presentaba ni el principio ni el fin. Después fijó los ojos en la carta a medias<br />

escrita por Sola. D. Patricio miraba y fruncía el ceño apretando las mandíbulas. Tenía<br />

un aspecto tal <strong>de</strong> ferocidad aviesa, que si él mismo pudiera verse tuviera miedo <strong>de</strong> sí<br />

mismo. No tardó mucho en satisfacer su curiosidad; pero esta era tan intensa, que<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> leer una vez leyó la segunda. Después <strong>de</strong> la tercera no estaba tampoco<br />

satisfecho; mas temiendo que la joven <strong>de</strong>spertara, se retiró como había venido. Al llegar<br />

a su cuarto se <strong>de</strong>jó caer en la cama, y dando un gran suspiro exclamó para sí:<br />

-¡Bien lo <strong>de</strong>cía yo: los emigrados!... [153]


- XII -<br />

Muy gozoso y satisfecho estaba D. Benigno Cor<strong>de</strong>ro con el suceso <strong>de</strong> su vuelta a la<br />

patria y al hogar querido, y resuelto a que el durase mucho el contento, hacía propósito<br />

firmísimo <strong>de</strong> no tornar a mezclarse en política, ni vestir uniforme, ni menos hacer<br />

heroicida<strong>de</strong>s en Boteros ni en otro arco alguno. Verdad es que guardaba en su pecho<br />

cual tesoro riquísimo o como los restos queridos <strong>de</strong> una persona amada que se <strong>de</strong>positan<br />

en secreta urna, las mismas aficiones políticas a que <strong>de</strong>bió su <strong>de</strong>stierro. Eso sí: antes<br />

creyera que el sol salía <strong>de</strong> noche que <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> ver en la libertad, en el progreso y en la<br />

soberanía <strong>de</strong>l pueblo, la felicidad <strong>de</strong> las Naciones. Mas era preciso poner una losa sobre<br />

estas cosas y D. Benigno la puso.<br />

-Des<strong>de</strong> hoy -dijo-, Benigno Cor<strong>de</strong>ro no es más que un comerciante <strong>de</strong> encajes. No<br />

adulará al absolutismo, no dirá una sola palabra en favor <strong>de</strong> suyo; pero no, ya no tocará<br />

más el pito constitucional ni la flauta <strong>de</strong> la milicia. A Segura llevan preso. Yo tengo<br />

i<strong>de</strong>as, sí, [154] i<strong>de</strong>as firmes, pero tengo hijos. Es posible, es casi seguro que otros, que<br />

también tienen mis i<strong>de</strong>as, las hagan triunfar; pero mis hijos por nadie serán cuidados si<br />

se quedan sin padre. Atrás las doctrinas por ahora, y a<strong>de</strong>lante los muchachos. Ahora<br />

silencio, paz, retraimiento absoluto... cabeza baja y pico cerrado... pero ¡ay! alma mía,<br />

allá recogida en ti misma y sin que te oigan los oídos <strong>de</strong> la propia carne en que estás<br />

encerrada, no ceses <strong>de</strong> gritar: «¡Viva, viva y mil veces viva la señora libertad!».<br />

Los muchos amigos <strong>de</strong>l ex-jefe <strong>de</strong> milicianos le felicitaban cordialmente, y sus<br />

parroquianos así como sus compañeros <strong>de</strong> comercio recibieron gran contento al verle.<br />

Como era tan generoso, y tenía un natural por <strong>de</strong>más expansivo, antejósele, ocho días<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l <strong>de</strong> su vuelta, obsequiar a los amigos con un mo<strong>de</strong>sto banquete <strong>de</strong>dicado a<br />

grabar en la memoria <strong>de</strong> todos el fausto evento <strong>de</strong> su liberación; pero D.ª Robustiana,<br />

cuyo sentido práctico igualaba al peso <strong>de</strong> su cuerpo, le quitó <strong>de</strong> la cabeza la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />

aquella manifestación dispendiosa, arguyéndole así:<br />

-Desgraciadamente no estamos para fiestas. Acuérdate <strong>de</strong>l dinero que has gastado en<br />

congraciarte con esos pillos; que tiempo hay [155] <strong>de</strong> dar banquetes. Mañana domingo,<br />

28 <strong>de</strong> Agosto, haremos para la cena un extraordinario <strong>de</strong> poca monta, y convidaremos a<br />

Romo, al Sr. <strong>de</strong> Pipaón que también nos ha servido, y a Sola. Total: tres convidados.<br />

Basta, hombre, basta. Tiempo hay <strong>de</strong> echar la casa por la ventana, y no faltará un<br />

motivo para ello ni tampoco elementos, ¿me entien<strong>de</strong>s?... porque si siguen los frailes<br />

reponiendo la ropa <strong>de</strong>l altar, no faltará venta <strong>de</strong> encaje blanco para todo el año que<br />

corre.<br />

D. Benigno, como siempre, armonizó su opinión con la <strong>de</strong> su cara esposa, y a<br />

consecuencia <strong>de</strong> tan dulce avenencia, al día siguiente la cocina <strong>de</strong> los Cor<strong>de</strong>ros <strong>de</strong>spedía<br />

inusitado aroma <strong>de</strong> ricas especias, el cual anunciaba a toda la vecindad la presencia <strong>de</strong><br />

un extraordinario. A la hora <strong>de</strong> la cena resplan<strong>de</strong>cía el comedor con la luz <strong>de</strong> dos<br />

quinqués, colocados en contrapuestos sitios, y alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la mesa se sentaron el Sr. <strong>de</strong><br />

Pipaón, Sola y los <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro, sin excluir los niños, que ocupaban un extremo junto a su


hermana. El puesto más preeminente entre los <strong>de</strong> convite estaba vacío, lo cual causaba<br />

gran disgusto a D. Benigno.<br />

-¿Por qué no habrá venido Romo? -<strong>de</strong>cía-. Es particular: no le hemos visto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

día <strong>de</strong> mi llegada. ¿Estará enojado con nosotros? [156]<br />

Se esperó un rato; pero viendo que no parecía, dio principio el banquete. El digno<br />

anfitrión estaba intranquilo por aquella ausencia <strong>de</strong> su amigo, y a cada instante miraba a<br />

su esposa como para preguntarle qué opinaba ella <strong>de</strong> tan extraño caso. Ya D.ª<br />

Robustiana había dicho:<br />

-Estará muy ocupado en la Comandancia <strong>de</strong> Voluntarios. Se le han mandado tres<br />

avisos al anochecer. Uste<strong>de</strong>s no saben bien la calma que gasta el Sr. <strong>de</strong> Romo. Otra<br />

noche le convidamos a cenar y se <strong>de</strong>scolgó aquí a las diez <strong>de</strong> la noche.<br />

La señora presidía majestuosamente la mesa y gobernaba con mucha <strong>de</strong>streza aquella<br />

maniobra <strong>de</strong> los banquetes antiguos, consistente en estar pasando platos <strong>de</strong> aquí para allí<br />

y <strong>de</strong> <strong>de</strong>recha a izquierda, como si los convidados en vez <strong>de</strong> reunirse para comer lo<br />

hicieran para jugar al juego <strong>de</strong> sopla y vivo <strong>de</strong> lo doy. Descollaba su hermoso busto por<br />

encima <strong>de</strong> la blanca mesa, a manera <strong>de</strong> un trono forrado en tela oscura sobre el cual<br />

colocaran su cabeza como provisionalmente y mientras parecía el cuello perdido. Con la<br />

estrechez <strong>de</strong>l ajuste, los abundantes dones que en ella acumuló sin tasa Natura formaban<br />

un circuito <strong>de</strong> tanta extensión que una mosca (esto pue<strong>de</strong> asegurarse y [157] lo<br />

certificaron testigos oculares), una mosca, <strong>de</strong>cimos, que salió <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los brazos para<br />

ir al otro pasando por <strong>de</strong>lante, tardó no se sabe cuánto tiempo en dar la vuelta y llegar a<br />

su <strong>de</strong>stino.<br />

En el otro extremo <strong>de</strong> la mesa Primitivo y Segundo, que por ser día <strong>de</strong> fiesta vestían<br />

<strong>de</strong> padres provinciales <strong>de</strong> la or<strong>de</strong>n dominica, estaban bajo la vigilancia <strong>de</strong> Soledad y<br />

Elena respectivamente, las cuales no podían probar bocado, entretenidas en enseñar a<br />

los frailescos ángeles el modo <strong>de</strong> comer; y mientras el uno se rociaba con sopa los<br />

hábitos, llevábase el otro la cuchara a los ojos, sin cesar <strong>de</strong> pedir, chillar y hacer<br />

comentos varios sobre cuanto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la fuente a sus platos pasaba.<br />

Pipaón, cuyo apetito parecía crecer a medida que había menos motivos aparentes<br />

para ello, amenizaba con sus chistes la comida. Estaba elegantísimo, como <strong>de</strong><br />

costumbre, el ingenioso cortesano, ataviado con su calzón <strong>de</strong> punto blanco, su levita<br />

polonesa <strong>de</strong> mangas jamonadas, su corbata metálica <strong>de</strong>stinada a anticipar la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la<br />

muerte en garrote, por si acaso algún día era el individuo con<strong>de</strong>nado a ella. Revueltos<br />

los cabellos con artístico <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n, parecía su cabeza una escoba, en lo cual cumplía a<br />

maravilla con los preceptos <strong>de</strong> la [158] moda corriente. ¡Oh! era aquel un señor muy<br />

bondadoso y sencillo, que lo mismo se sentaba a la mesa <strong>de</strong>l rico que a la <strong>de</strong>l pobre, con<br />

tal que en ellas hubiera buenos manjares que comer; y sin dar privadamente excesiva<br />

importancia a las i<strong>de</strong>as políticas, lo mismo fraternizaba con el negro que con el blanco,<br />

siempre que ni el uno ni el otro le estorbasen en su prodigioso medro. Menos alegre que<br />

su comensal a causa <strong>de</strong> la ausencia <strong>de</strong> Romo, D. Benigno conversaba con chispa y<br />

donaire, volviendo con graciosa movilidad el rostro hacia Pipaón, hacia su esposa y<br />

hacia la silla vacía don<strong>de</strong> se echaba <strong>de</strong> menos la torva figura <strong>de</strong>l voluntario realista; y<br />

¡cosa singular! aquella silla don<strong>de</strong> no se sentaba el hombre oscuro, tenía cierto aspecto<br />

lúgubre. Romo no estaba allí, y sin embargo parecía que estaba.


Esquivando entrar en el tema político a que la verbosidad importuna y mareante <strong>de</strong><br />

Pipaón quería llevarle, D. Benigno dijo:<br />

-Ya he manifestado cuál es mi propósito. Y qué, Sr. D. Juan, ¿cree usted que me será<br />

difícil cumplirlo? De ningún modo. Los que necesitan <strong>de</strong> la política para vivir, porque si<br />

no hay bullanga no comen, difícilmente aceptarán esta oscura vida privada que es mi<br />

<strong>de</strong>licia. Quite usted a los intrigantes la política y [159] será como si les cortaran las<br />

manos a los rateros o los pies a las bailarinas. ¿Digo mal? Hoy con este partido, mañana<br />

con el otro, ello es que siempre se les ve a flote...<br />

A D. Benigno se le cayó <strong>de</strong>l tenedor un pedazo <strong>de</strong> calabacín que en él tenía,<br />

aguardando a que la boca callase para entrar. La causa <strong>de</strong> tan inesperado siniestro fue<br />

que D.ª Robustiana le estaba tocando el codo, primero suavemente y <strong>de</strong>spués con<br />

fuerza, para que su marido cayese en la cuenta <strong>de</strong> que estaba haciendo la sátira <strong>de</strong><br />

Pipaón.<br />

-Verdad es que no todos los que se ocupan <strong>de</strong> política son así -dijo el honrado<br />

comerciante pinchando <strong>de</strong> nuevo la hortaliza-, ya se compren<strong>de</strong>; pero ni a unos ni a<br />

otros quiero parecerme. La vida privada es hoy mi sueño <strong>de</strong> oro... No quiere <strong>de</strong>cir que<br />

en lo íntimo <strong>de</strong> mi alma no exista siempre... pero <strong>de</strong>jemos esto. Pue<strong>de</strong> uno llevar en su<br />

fuero interno el fardo que más le acomo<strong>de</strong>, sin necesidad <strong>de</strong> ponerse una etiqueta en la<br />

frente... esto es claro como el agua. No hay necesidad <strong>de</strong> meter ruido. En la vida privada<br />

pue<strong>de</strong> tener el buen ciudadano mil ocasiones <strong>de</strong> realizar fines patrióticos y <strong>de</strong> servir a la<br />

patria. ¿Cómo? Cumpliendo lealmente esa multitud <strong>de</strong> pequeños esfuerzos que en<br />

conjunto reclaman tanta energía [<strong>16</strong>0] como cualquier acto <strong>de</strong> heroísmo; así lo ha dicho<br />

Juan Jacobo Rous... tente lengüita. Dejemos a ese caballero en su casa, pues hay<br />

palabras que ahorcan... Yo me concreto a lo siguiente: vea usted mi plan, Sr. <strong>de</strong> Pipaón.<br />

Antes que el plan <strong>de</strong> D. Benigno, merecía la atención <strong>de</strong> Bragas una lonja <strong>de</strong> ternera,<br />

cuyo especioso condimento bastaba a acreditar la ciencia culinaria <strong>de</strong> la señora <strong>de</strong><br />

Cor<strong>de</strong>ro.<br />

-Muy bien, Sr. D. Benigno -gruñó Pipaón engullendo-. Su plan <strong>de</strong> usted me parece<br />

muy bien asado... No, no, quiero <strong>de</strong>cir que la ternera está muy bien asada y que su plan<br />

<strong>de</strong> usted es excelente, sabrosísimo, es <strong>de</strong>cir, atinadísimo.<br />

-Mi plan es el siguiente: Yo trabajo todo el día con excepción <strong>de</strong> los domingos; yo<br />

cumplo con los preceptos <strong>de</strong> Nuestra Santa Madre la Iglesia oyendo misa, confesando y<br />

comulgando como se me manda; yo cumplo asimismo mis obligaciones comerciales; yo<br />

no <strong>de</strong>bo un cuarto a nadie; yo educo a mis hijos; yo pago mis contribuciones<br />

puntualmente; yo obe<strong>de</strong>zco todas las leyes, <strong>de</strong>cretos, bandos y ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> la autoridad;<br />

yo hago a los pobres la limosna que mi fortuna me permite; yo no hablo mal <strong>de</strong> nadie, ni<br />

siquiera <strong>de</strong>l Gobierno; yo sirvo a los amigos en lo que puedo; yo no conspiro; yo [<strong>16</strong>1]<br />

celebro mucho que todos vivan bien y estén contentos; en suma, yo quiero ser la más<br />

or<strong>de</strong>nada, puntual y exacta clavija <strong>de</strong> esta gran máquina que se llama la patria, para que<br />

no dé por mi causa el más ligero tropezón... ¿Qué tal? ¿Me he explicado bien?<br />

Conversación tan interesante hubo <strong>de</strong> interrumpirse porque uno <strong>de</strong> los chicos tuvo la<br />

ocurrencia <strong>de</strong> <strong>de</strong>rramar sobre su hábito toda la salsa que había en el plato, mientras el


otro barraqueaba como un ternero porque no le permitían comer con las manos.<br />

Calmada la agitación al otro extremo <strong>de</strong> la mesa, D. Benigno continuó:<br />

-Siempre ha sido mi norma <strong>de</strong> conducta... Segundito, cuidado... ocupar el puesto que<br />

me señalaban las circunstancias. He sido y soy esclavo <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>ber... Primitivo, que te<br />

estoy mirando; ¿cómo se coge el tenedor?... Un día las circunstancias me dijeron: «es<br />

preciso que seas valiente» y fuí valiente. Heridas tengo que darán razón <strong>de</strong> ello. Hoy me<br />

dicen las circunstancias: «es preciso que seas pacífico» y pacífico soy... Niños ¿me<br />

enfado?... Mi conciencia está tranquila con tan juicioso plan <strong>de</strong> conducta; a mi<br />

conciencia obe<strong>de</strong>zco y nada más.<br />

En esto sonaron fuertes campanillazos en [<strong>16</strong>2] la puerta <strong>de</strong> la casa. D.ª Robustiana<br />

se sobresaltó.<br />

-A buena hora viene ese señor... cuando ya estamos en los postres -dijo D. Benigno-.<br />

De seguro es Romo.<br />

-No, no llama él <strong>de</strong> ese modo -observó la señora, poniendo atención para oír en el<br />

momento que la criada abría.<br />

-Pue<strong>de</strong> que sea Romo -indicó Pipaón dirigiendo sus <strong>de</strong>dos en persecución <strong>de</strong> una<br />

pera que rodaba por el mantel.<br />

-Son dos señores, dos hombres -dijo la criada entrando en el comedor-. Preguntan<br />

por el amo.<br />

-Allá voy -dijo Cor<strong>de</strong>ro levantándose.<br />

-Que esperen -manifestó D.ª Robustiana con mal humor-. ¡Que siempre te has <strong>de</strong><br />

levantar <strong>de</strong> la mesa...!<br />

D. Benigno salió con la servilleta sujeta al cuello. En la sala encontró dos hombres<br />

<strong>de</strong>sconocidos.<br />

-Una luz, Reyes -gritó a la criada.<br />

La claridad <strong>de</strong> la vela que trajo la moza permitió al honrado patriota distinguir bien<br />

las fisonomías. Creía reconocer aquellas caras. Ninguna <strong>de</strong> las dos <strong>de</strong>spertaba gran<strong>de</strong>s<br />

simpatías, y en cuanto a los cuerpos eran <strong>de</strong> lo más sospechoso que pue<strong>de</strong> imaginarse.<br />

[<strong>16</strong>3]<br />

-¿Es usted D. Benigno Cor<strong>de</strong>ro? -le preguntó uno <strong>de</strong> ellos secamente.<br />

-Para lo que uste<strong>de</strong>s gusten mandar. ¿Qué quieren uste<strong>de</strong>s?<br />

-Que venga usted con nosotros.<br />

-¿A dón<strong>de</strong>?


-¡Toma... a la cárcel! -exclamó el individuo esgrimiendo su bastoncillo y admirado<br />

<strong>de</strong> que no se hubiera comprendido el objeto <strong>de</strong> tan grata visita.<br />

D. Benigno se quedó aturdido... Creía soñar... estaba lelo.<br />

-¡A la cárcel! -murmuró.<br />

-Y pronto. Tenemos que hacer...<br />

-A la cárcel... -dijo otra vez Cor<strong>de</strong>ro, como el <strong>de</strong>lirante que repite un tema-. Yo...<br />

¿por qué?... ¿yo...? ¿han dicho que a la cárcel...?<br />

-Sí señor, a la cárcel... nosotros no tenemos que explicar... No somos jueces -graznó<br />

el polizonte con <strong>de</strong>senfado y altanería, consecuente con el tono general <strong>de</strong> los pillastres<br />

que se <strong>de</strong>dican a perseguir a la gente honrada.<br />

-Aguar<strong>de</strong>n uste<strong>de</strong>s un momento -dijo Cor<strong>de</strong>ro sin saber lo que <strong>de</strong>cía-. Voy... Les diré<br />

a uste<strong>de</strong>s...<br />

Dio varias vueltas, tropezó con una puerta. Parecía un hombre que ha perdido la<br />

cabeza y [<strong>16</strong>4] la está buscando. Sin propósito <strong>de</strong>liberado, fue al comedor, entró. Su<br />

esposa y su hija perdieron el color al ver su cara, que era la cara <strong>de</strong> un muerto.<br />

-Son dos caballeros -murmuró Cor<strong>de</strong>ro con voz trémula-. Dos amigos... No hay que<br />

asustarse... Tengo que salir con ellos... Pipaón amigo, salga usted a ver qué es eso... mi<br />

sombrero, ¿en dón<strong>de</strong> está mi sombrero?<br />

Dio una vuelta alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la mesa y salió otra vez. Sin duda había perdido el<br />

juicio.<br />

-Conque dicen uste<strong>de</strong>s que... ¡a la cárcel!... ¿y se podrá saber...?<br />

-Si usted no viene pronto -dijo el polizonte con ira-, llamaremos a los voluntarios<br />

que están abajo.<br />

El otro bribón había encendido un cigarro y fumaba mirando los cuadros <strong>de</strong> la sala.<br />

-Pues vamos. Esto es una equivocación -dijo el comerciante recobrando un poco su<br />

entereza.<br />

-¿Pero su hija <strong>de</strong> usted no se presenta?- preguntó el primer esbirro.<br />

-¡Mi hija!<br />

-¡Sí señor, su hija! -exclamó el mismo abriendo las manos y mostrando en dos<br />

abanicos <strong>de</strong> carne sus diez <strong>de</strong>dos sucios, negros, [<strong>16</strong>5] nudosos y con las yemas<br />

amarillas por el uso <strong>de</strong>l cigarro <strong>de</strong> papel.<br />

-¿Y para qué tiene que presentarse mi hija?


-¿Pues qué?... ¿No le dije que su hija tiene que venir también a la cárcel?<br />

-Usted no me ha dicho nada, y si me lo hubiera dicho, no lo habría creído -afirmó<br />

Cor<strong>de</strong>ro sintiendo que su corazón se oprimía.<br />

-Vea usted este papel -dijo el funcionario mostrando un volante-. Benigno Cor<strong>de</strong>ro y<br />

su hija Elena Cor<strong>de</strong>ro.<br />

-¡Mi hija! -exclamó D. Benigno, lanzando un gemido <strong>de</strong> dolor-. ¿Pues qué ha hecho<br />

mi hija?<br />

-¡Eh! que suban los voluntarios. Así <strong>de</strong>spacharemos pronto.<br />

D. Benigno se había vuelto idiota. No se movía. Pipaón que había oído algo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />

puerta, se acercó diciendo:<br />

-Esto ha <strong>de</strong> ser alguna equivocación <strong>de</strong> la Superinten<strong>de</strong>ncia.<br />

Al verle los <strong>de</strong> la policía le hicieron una reverencia, como suele usarlas la infame<br />

adulación cuando quiere parecerse a la cortesía.<br />

-¿No es usted el que llaman Mala Mosca? ¿No me <strong>de</strong>be usted su <strong>de</strong>stino? -preguntó<br />

Pipaón.<br />

-Sí señor -repuso el infame [<strong>16</strong>6] mostrando tras los replegados labios una <strong>de</strong>ntadura<br />

que parecía un muladar-. Soy el mismo, para servir al señor <strong>de</strong> Pipaón.<br />

-A ver la or<strong>de</strong>n.<br />

Pipaón leyó a punto que entraban en la sala, sobrecogidas <strong>de</strong> terror, las tres mujeres<br />

y los dos frailecitos y la criada.<br />

-Nada, nada, esto <strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser un quid pro quo -dijo Bragas con disgusto evi<strong>de</strong>nte-;<br />

pero es preciso obe<strong>de</strong>cer la or<strong>de</strong>n. Des<strong>de</strong> este momento empezaré a dar los pasos<br />

convenientes...<br />

Los <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro se miraron unos a otros. Se oía la respiración. En aquel instante <strong>de</strong><br />

congoja y pavura, Elena fue la que tuvo más valor, y haciendo frente a la situación<br />

exclamó:<br />

-¿Yo también he <strong>de</strong> ir presa? Pues vamos. No tengo miedo.<br />

-¡Hija <strong>de</strong> mi alma! -gritó D.ª Robustiana abrazándola con furor-. No te separarás <strong>de</strong><br />

mí. Si a los dos os llevan presos, yo voy también a la cárcel y me llevo a los niños.<br />

-Con usted no va nada, señora -dijo el polizonte-. El señor mayor y la niña son los<br />

que han <strong>de</strong> ir... Conque andando.<br />

Arrojose como una hiena la señora sobre aquel hombre, y <strong>de</strong> seguro lo habría pasado<br />

mal el funcionario <strong>de</strong> la Superinten<strong>de</strong>ncia si [<strong>16</strong>7] D.ª Robustiana, en el momento <strong>de</strong>


clavar las manos en la verrugosa cara <strong>de</strong> su presa no hubiera quedado sin sentido, presa<br />

<strong>de</strong> un breve síncope. Acudieron todos a ella, y el policía gritó, poniéndose rojo y<br />

horrible:<br />

-¡Al <strong>de</strong>monio con la vieja!... Vamos al momento, o que suban los voluntarios. No<br />

po<strong>de</strong>mos per<strong>de</strong>r el tiempo con estos remilgos.<br />

D. Benigno, cuyo espíritu estaba templado para hacer frente a las situaciones más<br />

terribles, elevose sobre aquella tribulación, como el sol sobre la bruma, e iluminando la<br />

lúgubre escena con un rayo <strong>de</strong> heroísmo que a todos les <strong>de</strong>jó absortos, gritó:<br />

-Vamos, vamos a la cárcel. Ni mi hija ni yo temblamos. La inocencia no tiene miedo,<br />

cobar<strong>de</strong>s sayones... Vamos a la cárcel, al patíbulo, a don<strong>de</strong> queráis, canallas, mil veces<br />

canallas... Yo había vuelto la espalda a la libertad, y la libertad me llama... ¡Allá voy,<br />

i<strong>de</strong>al divino; aquí estoy; a<strong>de</strong>lante!... Vamos, miserables, abandono a mi esposa, a mis<br />

hijos. Todo se queda aquí... Tan miserables sois vosotros como Calomar<strong>de</strong> que os<br />

manda. Vamos a la cárcel, y ¡Viva la Constitución!<br />

Salió bizarra y noblemente, lleno <strong>de</strong> entusiasmo y valor, ro<strong>de</strong>ando con su brazo el<br />

cuello <strong>de</strong> Elena, que al heroico arrojo <strong>de</strong> su padre [<strong>16</strong>8] respondió diciendo también:<br />

-«¡Viva la Constitución!».<br />

Al salir encargó a Soledad que cuidase <strong>de</strong> su madre y <strong>de</strong> sus hermanos. Algo más<br />

pensaba <strong>de</strong>cir; pero los sayones no la <strong>de</strong>jaron. El compañero <strong>de</strong> Mala Mosca se quedó<br />

para registrar la vivienda.<br />

- XIII -<br />

Al día siguiente, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las doce, entró Pipaón en la casa, muy agitado y<br />

sudoroso, como hombre que ha subido en pocas horas todas las escaleras <strong>de</strong> las oficinas<br />

<strong>de</strong> Madrid. Halló a D.ª Robustiana en lamentable estado. Yacía la atribulada señora en<br />

cama, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la noche anterior, lejos <strong>de</strong> calmarse sus ataques nerviosos, se habían<br />

exacerbado a causa <strong>de</strong> la inquebrantable resistencia a tomar alimento. Cuando Pipaón<br />

entró, no podía dar un paso en la estancia, porque estaba casi a oscuras con objeto <strong>de</strong><br />

que la luz no molestase a la señora; mas por los suspiros que oía se fue guiando hasta<br />

que dio con el lecho y pudo distinguir a Solita, sentada junto a este sin apartar la<br />

atención ni un punto <strong>de</strong> su infeliz amiga. [<strong>16</strong>9]<br />

El ilustre cortesano <strong>de</strong> 1815 se sentó, cuidando <strong>de</strong> exhalar también un gran suspiro<br />

para que no se dudase <strong>de</strong> la autenticidad <strong>de</strong> su pena, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> enterarse con mucha<br />

solicitud <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong> la paciente, dijo así:<br />

-Señora, he visto a Chaperón.<br />

D.ª Robustiana contestó con un quejido lastimero.


-Señora -añadió Bragas-, he visto a Aymerich, jefe <strong>de</strong> los voluntarios realistas.<br />

Respondiole otro quejido seguido <strong>de</strong> sollozos.<br />

-Señora, he visto a Ugarte, a Cea Bermú<strong>de</strong>z, a varios individuos <strong>de</strong> la Junta Secreta<br />

<strong>de</strong> Estado, a dos individuos <strong>de</strong> la Comisión Militar.<br />

No obtuvo respuesta.<br />

-Señora, he visto a Calomar<strong>de</strong>, he hablado con él: estaba almorzando, me hizo pasar,<br />

le dije lo que ocurría, contestome que viese a D. José Manuel <strong>de</strong> Arjona. También es<br />

amigo mío: hemos hablado largamente. Voy a enterar a usted con toda claridad <strong>de</strong> la<br />

verda<strong>de</strong>ra situación en que estamos, situación grave, señora, ¿a qué ocultarlo? pero no<br />

<strong>de</strong>sesperada. Yo creo que se <strong>de</strong>ben pintar los sucesos tales cuales son, porque <strong>de</strong> nada<br />

valdría <strong>de</strong>sfigurarlos, ¿estamos en eso? Pues bien: juzgue usted por sí misma. [170]<br />

D.ª Robustiana parecía hallarse en estado <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>r juzgar nada por sí misma; pero<br />

el impávido Pipaón habló así:<br />

-Ya sabrá usted que ha habido audaces tentativas revolucionarias en Tarifa, Almería<br />

y otros pueblos <strong>de</strong> la costa <strong>de</strong>l Mediodía. Esos tunantes salieron <strong>de</strong> Gibraltar. El<br />

<strong>de</strong>sembarco les salió mal. Gracias a la vigilancia <strong>de</strong> las autorida<strong>de</strong>s, tan gran<strong>de</strong><br />

iniquidad quedó frustrada. De hoy a mañana, señora, serán fusilados en Tarifa<br />

trescientos <strong>de</strong> esos pillos.<br />

Pipaón notó que el lecho se estremecía.<br />

-Ya sabrá usted -añadió-, que por el Decreto <strong>de</strong>l <strong>20</strong> se con<strong>de</strong>na a muerte a todos los<br />

que por cualquier medio pretendan restablecer el sistema representativo. Aquí será<br />

fusilado Gregorio Iglesias, un chicuelo <strong>de</strong> 18 años que intentó unirse a los<br />

revolucionarios <strong>de</strong>l Mediodía. También parece que hoy ha sido con<strong>de</strong>nado a muerte otro<br />

jovenzuelo, Tomás Franco, por haber proferido expresiones contra la vida <strong>de</strong> Su<br />

Majestad... En La Coruña ha sido preciso sentar la mano. Muchos <strong>de</strong> los sentenciados a<br />

la última pena han sido ejecutados ya; otros se han suicidado con opio o abriéndose las<br />

venas... En fin, señora, esto es muy triste, pero usted compren<strong>de</strong>rá que el Gobierno,<br />

viéndose acosado por esos infames <strong>de</strong>magogos negros sedientos [171] <strong>de</strong> <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n,<br />

necesita mostrarse riguroso, pero muy riguroso... Yo pregunto a todas las personas<br />

imparciales y juiciosas: «¿En vista <strong>de</strong> lo que pasa, pue<strong>de</strong> el Gobierno ser benigno?».<br />

El discreto amigo no recibió contestación ni <strong>de</strong> la enferma, ni <strong>de</strong> Soledad, pero lo<br />

mismo que si la recibiera, prosiguió diciendo:<br />

-Exactamente: no pue<strong>de</strong> ser benigno. Los frailes, los obispos, todos los absolutistas<br />

<strong>de</strong> temple incitan al Gobierno a extirpar la negrería; los voluntarios realistas que son<br />

más levantiscos e indomables que la malhadada Milicia Nacional <strong>de</strong> marras, amenazan<br />

con sublevarse si no se les da todos los días sangre <strong>de</strong> liberales, horcas y más horcas. ¿Y<br />

qué se ha <strong>de</strong> hacer? Sobre ellos, sobre esa base po<strong>de</strong>rosa se asienta el edificio <strong>de</strong>l<br />

absolutismo y ¡ay <strong>de</strong> todo esto el día en que los voluntarios <strong>de</strong> la fe pasen <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>scontento a la sedición y <strong>de</strong> las palabras a los hechos! Por lo dicho, compren<strong>de</strong>rá


usted que en la situación actual, cuando alguno, aunque sea inocente, tiene la <strong>de</strong>sgracia<br />

<strong>de</strong> caer en la cárcel, no es fácil sacarle <strong>de</strong> ella a dos tirones...<br />

D.ª Robustiana exhaló la mitad <strong>de</strong> su alma en un gemido.<br />

-No quiere esto <strong>de</strong>cir que D. Benigno y [172] su niña no puedan salir -añadió<br />

Bragas-; saldrán, sí señora, saldrán con la ayuda <strong>de</strong> Dios. Pero es difícil, sumamente<br />

difícil, ¿por qué he <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir otra cosa? ¿Por qué he <strong>de</strong> engañar a usted con ilusiones que<br />

luego serían amargos <strong>de</strong>sengaños? Ahora examinemos el <strong>de</strong>lito <strong>de</strong> nuestros queridos<br />

presos.<br />

Al oír esto, estremeciose otra vez el lecho, y oyéronse sílabas torpemente articuladas.<br />

-El Sr. D. Benigno y su hija han sido <strong>de</strong>latados, no se sabe por quién ni es fácil<br />

saberlo. Por más que yo he tratado <strong>de</strong> averiguarlo, no me ha sido posible. Acúsanles<br />

<strong>de</strong>... pero vamos por partes, para mayor claridad. Parece que Elenita tiene un novio<br />

llamado Ángel Seudoquis...<br />

-¡Es mentira, es una infame impostura! -exclamó D.ª Robustiana, sobreponiéndose a<br />

su estado nervioso-. Mi hija no tiene novio.<br />

-Ángel Seudoquis -prosiguió Pipaón, dando poca importancia a la negativa <strong>de</strong> la<br />

enferma-, hermano <strong>de</strong> D. Rafael Seudoquis, militar sin purificar, <strong>de</strong>gradado y aun creo<br />

que con<strong>de</strong>nado a muerte por varios horrorosos crímenes <strong>de</strong> Estado. Según consta en la<br />

<strong>de</strong>lación, Rafael Seudoquis, que ha venido <strong>de</strong> Inglaterra con ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> los<br />

revolucionarios para hacer una tentativa, se valió <strong>de</strong> su hermano Ángel, [173] novio <strong>de</strong><br />

la niña, para ponerse en comunicación con D. Benigno, el cual parecía tener encargo <strong>de</strong><br />

ayudarle...<br />

-¡Qué horrible maquinación! ¡Qué tejido <strong>de</strong> infames mentiras! -murmuró D.ª<br />

Robustiana ahogando los sollozos-. Sola, tú que nos conoces y sabes quién entra y sale<br />

en nuestra casa, ¿no te horrorizas <strong>de</strong> oír tales calumnias?<br />

Soledad no contestó nada. Tenía un nudo en la garganta.<br />

En la <strong>de</strong>lación consta también -prosiguió el amigo <strong>de</strong> la casa-, que Rafael Seudoquis<br />

entró dos veces seguidas disfrazado... gran<strong>de</strong>s barbas, aspecto fiero... yo no le conozco.<br />

Ello es que le vieron entrar. Guardábale el bulto su hermano, paseando en la calle.<br />

Consta que Elena recibía <strong>de</strong> él papeles que luego entregaba a D. Benigno, y constan<br />

otras estupendas cosas que no recuerdo en este momento.<br />

-Consta que los jueces y <strong>de</strong>latores son un enjambre <strong>de</strong> miserables bandidos -afirmó<br />

doña Robustiana con ira, incorporándose-. Sola, ¡por Dios santo! tú que nos conoces, di<br />

a ese hombre que se engaña, porque también él, con ser nuestro amigo, parece dar<br />

crédito a tales patrañas.<br />

-Yo ni afirmo ni niego... poco a poco -manifestó Pipaón, conservándose en aquel<br />

saludable [174] justo medio que le había llevado a consi<strong>de</strong>rables alturas burocráticas-.<br />

El Sr. D. Benigno y su hija pue<strong>de</strong>n ser inocentes y pue<strong>de</strong>n no serlo: <strong>de</strong> un modo o <strong>de</strong>


otro es el Sr. Cor<strong>de</strong>ro un excelente amigo, a quien <strong>de</strong>bo servir y serviré con todas mis<br />

fuerzas.<br />

Levantose. La enferma, acometida por una convulsión, <strong>de</strong>splomose sobre las<br />

almohadas.<br />

-Ánimo, señora -dijo con la frialdad <strong>de</strong>l médico que pone recetas en el momento <strong>de</strong><br />

la muerte-. Usted me conoce y sabe que haré cuanto <strong>de</strong> mí <strong>de</strong>penda. El caso es grave,<br />

gravísimo: ignoro hasta dón<strong>de</strong> pue<strong>de</strong> llegar mi influencia; pero hay que confiar en Dios,<br />

que hace milagros, que los ha hecho algún día, que los volverá a hacer, señora, si es<br />

preciso. Dios ampara a los buenos.<br />

Emitida esta máxima, se llevó el pañuelo a los ojos, como si quisiera limpiar la<br />

humedad <strong>de</strong> una lágrima auténtica, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> echar un suspirillo mal sacado, salió <strong>de</strong><br />

la alcoba, <strong>de</strong>jando a las dos mujeres más atribuladas <strong>de</strong> lo que estaban antes <strong>de</strong> su<br />

aparición.<br />

Muy avanzada la noche, cuando la enferma, vencida por la fatiga, pudo hallar en un<br />

ligero sueño alivio a las penas <strong>de</strong> su alma, Sola subió a su casa. Ordinariamente subía la<br />

escalera [175] en veloces saltos, cual pájaro que vuela a su nido; aquella noche la subió<br />

lentamente, con tanto trabajo como si cada escalón fuese una montaña. No apartaba los<br />

ojos <strong>de</strong>l suelo, y su rostro estaba lívido. Sin duda veía <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sí misma espectros que<br />

la horrorizaban.<br />

¿Qué tienes, niña mía? -le preguntó Sarmiento, que había salido a abrirle-. ¡Cuánto<br />

tiempo sin verte!... Esa pobre gente estará muy afligida. Y gracias que tienen un ángel<br />

como tú para que les acompañe.<br />

La huérfana no contestó nada. La voz <strong>de</strong> D. Patricio parecía no ser para ella más<br />

interesante ni más expresiva que el áspero chirrido <strong>de</strong> los goznes <strong>de</strong> la puerta.<br />

-¿Qué tienes? ¿en qué piensas? -dijo el anciano sentándose junto a ella-. Tú tienes<br />

algo.<br />

Después <strong>de</strong> una pausa en que silenciosamente la contempló, dijo con la más viva<br />

amargura:<br />

-¡Ya comprendo, pobre <strong>de</strong> mí! Ha llegado el momento <strong>de</strong> separarte <strong>de</strong> tu viejo, <strong>de</strong><br />

meterme en un hospicio y <strong>de</strong> marcharte para Inglaterra. Como me has tomado algún<br />

cariño, esta separación no pue<strong>de</strong> menos <strong>de</strong> afligirte.<br />

-Ya no me voy para Inglaterra -murmuró Sola con una seriedad sepulcral que<br />

<strong>de</strong>sconcertó más a Sarmiento. [176]<br />

-Pues entonces... eso que me has dicho me causa muchísima alegría, hija <strong>de</strong> mi<br />

corazón. ¿Conque no te vas? ¡Qué sabrosas nuevas has traído esta noche a tu viejecito!<br />

Dame un abrazo.<br />

Al caer en los brazos <strong>de</strong>l vagabundo, y cuando este la estrechaba con amante ardor<br />

en ellos, Sola gimió dolorosamente y se echó a llorar, diciendo:


-¡Ay, abuelo!... ¡qué <strong>de</strong>sgraciada es tu niña!... Más le valdría no haber nacido.<br />

- XIV -<br />

En la planta baja <strong>de</strong>l edificio que se llamó primero Cárcel <strong>de</strong> Corte, <strong>de</strong>spués Sala <strong>de</strong><br />

Alcal<strong>de</strong>s, más tar<strong>de</strong> Audiencia y que ahora va camino <strong>de</strong> llamarse, según parece,<br />

Ministerio <strong>de</strong> Ultramar, estaba situada la Superinten<strong>de</strong>ncia General <strong>de</strong> Policía. La cárcel<br />

ocupaba el inmundo edificio, que ya no existe, en la manzana inmediata, hacia la<br />

Concepción Jerónima, y que fue casa y hospe<strong>de</strong>ría <strong>de</strong> los padres <strong>de</strong>l Salvador. Des<strong>de</strong><br />

uno a otro caserón la distancia era insignificante, como la que existe entre la agonía y la<br />

muerte, y a falta <strong>de</strong> un Puente <strong>de</strong> los Suspiros, existía el callejón <strong>de</strong>l [177] Verdugo, <strong>de</strong><br />

fácil tránsito para los que <strong>de</strong>l tribunal pasaban a los calabozos o <strong>de</strong> los calabozos a la<br />

horca.<br />

Las respetables oficinas <strong>de</strong> aquella institución (firme columna <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n político<br />

dominante entonces), tenían alojamiento tan digno <strong>de</strong> los jueces como <strong>de</strong> las leyes, en<br />

las in<strong>de</strong>corosas crujías que ha visto no hace mucho todo el que tuvo la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong><br />

frecuentarlos Juzgados <strong>de</strong> primera instancia. La Comisión Militar, que era la que<br />

juzgaba a toda clase <strong>de</strong> <strong>de</strong>lincuentes, tenía su albergue en un antiguo edificio <strong>de</strong> la<br />

plazuela <strong>de</strong> San Nicolás; pero el Presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> ella frecuentaba tanto la<br />

Superinten<strong>de</strong>ncia que se había mandado arreglar un <strong>de</strong>spacho en el ángulo que da al<br />

callejón <strong>de</strong>l Verdugo. El Superinten<strong>de</strong>nte recibía en la sala contigua a la callejuela <strong>de</strong>l<br />

Salvador. El contraste horriblemente burlesco entre los nombres <strong>de</strong> las fétidas<br />

callejuelas por don<strong>de</strong> respiraban los dos instrumentos más activos <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r judicial y<br />

político, no establecían diferencia esencial entre ellos, porque ambos eran igualmente<br />

patibularios. Las odiosas antesalas <strong>de</strong> la horca eran negras, tristes, frías, con repulsivo<br />

aspecto <strong>de</strong> vejez y humedad, repugnante olor a polilla, tabaco, suciedad, y una<br />

atmósfera que parecía formada <strong>de</strong> lágrimas y suspiros. [178]<br />

En todas las gran<strong>de</strong>s poblaciones y en todas las épocas ha existido siempre un<br />

infierno <strong>de</strong> papel sellado compuesto <strong>de</strong> legajos en vez <strong>de</strong> llamas y <strong>de</strong> oficinas en vez <strong>de</strong><br />

cavernas, don<strong>de</strong> tiene su resi<strong>de</strong>ncia una falange no pequeña <strong>de</strong> <strong>de</strong>monios bajo la forma<br />

<strong>de</strong> alguaciles, escribanos, procuradores, abogados, los cuales usan plumas por tizones, y<br />

cuyo oficio es freír a la humanidad en gran<strong>de</strong>s cal<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> hirviente palabrería que<br />

llaman autos. El infierno <strong>de</strong> aquella época era el más infernal que pue<strong>de</strong> imaginar la<br />

humana fantasía espoleada por el terror.<br />

En una serie <strong>de</strong> habitaciones sucias y tenebrosas tenían sus mesas los <strong>de</strong>monios<br />

inferiores, muy semejantes a hombres a causa <strong>de</strong> su hambrienta fisonomía y <strong>de</strong> su<br />

amarillo color, resultado al parecer <strong>de</strong> una inyección <strong>de</strong> esencia <strong>de</strong> pleito, que se forma<br />

<strong>de</strong> la bilis, la sangre y las lágrimas <strong>de</strong>l género humano. Con los brazos enfundados en el<br />

manguito negro, <strong>de</strong>sempeñaban entre <strong>de</strong>sperezos, cuchicheos y bocanadas <strong>de</strong> tabaco,<br />

sus nefandas funciones que consistían en escribir mil cosas ineptas. Con su pluma estos<br />

diablillos pinchaban, martirizando lentamente; pero más allá, en otras salas más negras,<br />

más in<strong>de</strong>corosas y más ahumadas con el hálito brumoso <strong>de</strong> la curia, los [179] <strong>de</strong>monios<br />

mayores <strong>de</strong>scuartizaban como carniceros. Sus nefandas rúbricas, compuestas por trozos<br />

nigrománticos, abrían en canal a las pobres víctimas, y cada vez que llenaban un pliego<br />

<strong>de</strong> aquella simpática letra cuadrada y angulosa que ha sido el orgullo <strong>de</strong> nuestros<br />

calígrafos, daban un resoplido <strong>de</strong> satisfacción, señal <strong>de</strong> que el precito estaba bien cocho<br />

por un lado y era preciso ponerlo a cocer por el otro.


Las mesas negras, <strong>de</strong>svencijadas, cubiertas <strong>de</strong> un hule roto por don<strong>de</strong> corría<br />

libremente la arenilla secante esperando a que se acercara una mano sudorosa para<br />

pegarse a ella, sostenían los haces <strong>de</strong> llamaradas, los paquetes <strong>de</strong> ascua, en forma <strong>de</strong><br />

barbudos legajos amarillentos, todos garabateados con la pez hirviente <strong>de</strong> los tinteros <strong>de</strong><br />

plomo o <strong>de</strong> cuerno, en cuyo horrendo abismo se cebaban las ávidas plumas.<br />

Mientras algunos <strong>de</strong> estos <strong>de</strong>monios escribían, otros no se daban reposo, entrando y<br />

saliendo <strong>de</strong> caverna en caverna y llevando recados a la Superinten<strong>de</strong>ncia y a la cárcel.<br />

Los alguaciles y or<strong>de</strong>nanzas, que eran unos pajecillos infernales muy saltones,<br />

transportaban gran<strong>de</strong>s cargamentos <strong>de</strong> materia ígnea <strong>de</strong> un rincón a otro: sonaban las<br />

campanillas, como una señal <strong>de</strong>moníaca para activar los tizonazos y la quemazón; se<br />

oían llamamientos, peticiones, [180] apuradas preguntas; buscábase entre mil legajos el<br />

legajo A o B, se recriminaban unos a otros los <strong>de</strong> manguito en brazo y pluma en oreja,<br />

se arrojaban fétidas colillas, volaba el papel con el pesado aire que entraba al abrir y<br />

cerrar las puertas, oíase chirrido <strong>de</strong> plumas trazando homicidas rúbricas, y movíanse,<br />

gimiendo sobre sus goznes mohosos, las mamparas en cuyo lienzo roto se leía:<br />

Departamento <strong>de</strong> purificaciones... Padrón general... Sentencias... Pruebas... Negociado<br />

<strong>de</strong> sospechosos.<br />

La Superinten<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> policía y la Comisaría Militar se diferenciaban poco en el<br />

fondo y en la forma, y no se juzgue a la segunda por su calificativo, creyendo que<br />

imperaba en ella el criterio comúnmente pundonoroso y honrado, aunque severo, <strong>de</strong><br />

nuestro ejército. Estaba presidida por un terrible individuo que vestía <strong>de</strong> brigadier, para<br />

baldón <strong>de</strong>l uniforme español; militares eran también sus vocales y el fiscal; pero todo su<br />

mecanismo interno, su personal secundario así como sus procedimientos habían sido<br />

tomados <strong>de</strong> la curia más abyecta. Entonces no había propiamente ejército, porque casi<br />

todo él estaba sujeto al juicio <strong>de</strong> purificación. Los voluntarios realistas, cuyo jefe era el<br />

ministro <strong>de</strong> la Guerra, sostenían el or<strong>de</strong>n social, auxiliando a los sanguinarios tribunales<br />

y también [181] imponiéndose a ellos. La Comisión Militar, que contaba en el número<br />

<strong>de</strong> sus diversas misiones, la <strong>de</strong> purificar a aquel nefando ejército, casi totalmente afecto<br />

a la Constitución, estaba en absoluto sometida (3) a la voluntad <strong>de</strong> aquella odiosa palanca<br />

<strong>de</strong>l Gobierno llamada D. Francisco Chaperón. Los <strong>de</strong>más altos individuos <strong>de</strong>l<br />

aborrecido tribunal eran figuras <strong>de</strong>corativas que sólo servían para hacer resaltar con su<br />

penumbra la roja aureola infernal <strong>de</strong>l presi<strong>de</strong>nte.<br />

El público aguardaba en la portería <strong>de</strong> la Comisión (plazuela <strong>de</strong> San Nicolás),<br />

impaciente, mugidor, grosero, blasfemante. Componíase en gran parte <strong>de</strong> los oscuros<br />

ministros <strong>de</strong> la <strong>de</strong>lación y <strong>de</strong> los testigos <strong>de</strong> cargo, porque los <strong>de</strong> <strong>de</strong>scargo no eran en<br />

ningún caso admitidos. Había personas <strong>de</strong> todas clases, abundando las <strong>de</strong> la clase<br />

popular. De la clase media eran pocos, <strong>de</strong> la más elevada poquísimos. Reuniéndolo<br />

todo, lo <strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro y lo <strong>de</strong> fuera, el gentío que escribía y el que esperaba, los diablos<br />

todos, gran<strong>de</strong>s y pequeños y sus cómplices <strong>de</strong>latores podría haberse formado un<br />

magnífico presidio. La inocencia no habría reclamado para sí sino a poquísimas<br />

personas.<br />

Gran<strong>de</strong> era el alboroto entre los que esperaban por querer cada uno entrar antes que<br />

los <strong>de</strong>más, y los voluntarios tenían que forcejear [182] a brazo partido para mantener el<br />

or<strong>de</strong>n y establecer un turno riguroso.<br />

-Yo estaba primero, señora... Échese usted atrás.


-¿Usted primero? Si estoy aquí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la madrugada...<br />

-Guardia, aquí se ha colado esta mujer. Ha venido <strong>de</strong>spués que yo y está <strong>de</strong>lante.<br />

-Le digo a usted que estoy aquí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la madrugada.<br />

-¿A qué viene usted, hermosa? Si viene usted como testigo ha <strong>de</strong> esperar a que la<br />

llamen... aunque no se admiten aquí testigos con faldas.<br />

-No vengo como testigo.<br />

-¿Viene a reclamar?... Tiempo perdido.<br />

-No vengo a reclamar.<br />

-¿A <strong>de</strong>latar?<br />

La mujer calló. Era joven, vestía mo<strong>de</strong>stamente <strong>de</strong> negro, con mantilla. Su cara<br />

estaba pálida; sus ojos gran<strong>de</strong>s y oscuros se abatían con tristeza.<br />

-¿Pero usted a qué viene? -le preguntó el voluntario encargado <strong>de</strong> mantener el or<strong>de</strong>n.<br />

-A ver al Sr. Chaperón. Ya se lo he dicho a usted seis veces.<br />

-Acabáramos... ¿Y no podría usted ver en su lugar al segundo jefe? [183]<br />

-No señor. Tengo que hablar con el señor Chaperón, con el mismo Sr. Chaperón.<br />

-Pues aún aguardará usted un ratito.<br />

Una hora <strong>de</strong>spués, el mismo se acercó a ella y en tono <strong>de</strong> benevolencia le dijo:<br />

-Ahora en cuanto salga ese señor sacerdote que acaba <strong>de</strong> entrar, pasará usted.<br />

-Ya es tiempo.<br />

-¿Ha esperado usted mucho, niña?<br />

-Seis horas: son las diez. Apenas puedo ya tenerme en pie. Ayer también estuve a las<br />

ocho <strong>de</strong> la mañana. Me dijeron que esto era cosa <strong>de</strong> la Superinten<strong>de</strong>ncia. Fui a la<br />

Superinten<strong>de</strong>ncia. Allí esperé seis horas; fui <strong>de</strong> oficina en oficina y al fin un señor muy<br />

gordo me dijo que yo era tonta y que la Superinten<strong>de</strong>ncia no tenía nada que ver con lo<br />

que yo iba a <strong>de</strong>cir; que marchase a ver al Sr. Chaperón. Por la noche le busqué en su<br />

casa; dijéronme que viniese aquí...<br />

-Usted viene a dar informes a la Comisión Militar -dijo el voluntario realista<br />

encubriendo con estas palabras la infante i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la <strong>de</strong>lación.<br />

La joven no contestó nada.


-Ya pue<strong>de</strong> usted pasar -oyó <strong>de</strong>cir al fin; y otro voluntario, especie <strong>de</strong> Caronte <strong>de</strong><br />

aquellos infernales pasadizos, la guió a<strong>de</strong>ntro. [184]<br />

Al atravesar el lóbrego pasillo, oprimiósele el corazón y tembló toda, creyendo que<br />

una infernal boca se la tragaba y que jamás vería la clara luz <strong>de</strong>l día. Rechinó una<br />

mampara. La mujer vio una estancia regularmente iluminada por los huecos <strong>de</strong> dos<br />

ventanas, y entró. Allí había dos hombres.<br />

- XV -<br />

Uno estaba en pie, colocado frente al marco <strong>de</strong> la puerta, <strong>de</strong> modo que recibiendo la<br />

luz por <strong>de</strong>trás, todo él parecía negro, negro el uniforme, negras las manos, negra la cara.<br />

Pero en la sombra podía reconocerse fácilmente al celoso funcionario que dispuso la<br />

elevación <strong>de</strong> la horca en la plaza <strong>de</strong> la Cebada el 6 <strong>de</strong> Noviembre <strong>de</strong> 1823.<br />

El otro estaba sentado y escribía con la soltura y garbo <strong>de</strong> quien ha consagrado una<br />

existencia entera al oficio curialesco. Era un viejecillo encorvado y pergaminoso, con<br />

espejuelos ver<strong>de</strong>s, las facciones amomiadas, el cuerpo enjuto. Mientras escribía, su<br />

espinazo afectaba una perfecta curva, cuyo extremo, o [185] sea la región capital, casi<br />

tocaba el papel. Al <strong>de</strong>jar la pluma, recobraba lentamente su posición vertical, que<br />

siempre era bastante incorrecta, por tener su cabeza cierta ten<strong>de</strong>ncia a colgar<br />

balanceándose, como fruta madura que va a caer <strong>de</strong> la rama. Tenía la costumbre <strong>de</strong><br />

subirse a la frente las antiparras ver<strong>de</strong>s mientras escribía, y entonces parecía estar<br />

dotado <strong>de</strong> cuatro ojos, dos <strong>de</strong> los cuales se encargaban <strong>de</strong> vigilar la estancia mientras sus<br />

compañeros cubrían el papel <strong>de</strong> una hermosa letra <strong>de</strong> Torío que en claridad podía<br />

competir con la <strong>de</strong> imprenta. Su nariz y la <strong>de</strong>saforada boca combinaban<br />

armoniosamente sus formas para producir una muequecilla entre satírica y benévola que<br />

producía distintos efectos en los que tenían la dicha <strong>de</strong> ser mirados por el licenciado<br />

Lobo, pues tal era el nombre <strong>de</strong> este personaje, no <strong>de</strong>sconocido para nuestros lectores (4) .<br />

La joven balbució un saludo dirigiéndose al <strong>de</strong> la mesa, que le parecía más principal.<br />

Después extendió sus miradas por toda la pieza, que se le figuró no menos triste y<br />

lóbrega que un panteón. Cubría los polvorientos ladrillos <strong>de</strong>l suelo una estera <strong>de</strong><br />

empleita que a carcajadas [186] se reía por varios puntos. Los muebles no superaban en<br />

aseo ni elegancia al resto <strong>de</strong> las oficinas, y las mesas, las sillas, los estantes se<br />

<strong>de</strong>coraban con el mismo tradicional mugre que era peculiar a todo cuanto en la casa<br />

existía, no librándose <strong>de</strong> él ni aun el retrato <strong>de</strong> nuestro Rey y señor D. Fernando VII,<br />

que en el testero principal, y <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un marco prolijamente <strong>de</strong>corado por las moscas,<br />

mostraba la augusta majestad neta. Los gran<strong>de</strong>s ojos negros <strong>de</strong>l Rey, fulgurando bajo la<br />

espesa ceja corrida, parecían llenar toda la sala con su mirada aterradora.<br />

-¿Qué quiere usted? -gritó bruscamente Chaperón, mirando a la joven.<br />

La turbación suele causar algo <strong>de</strong> sor<strong>de</strong>ra; así es que la interpelada <strong>de</strong>jose caer en<br />

una silla con muestras <strong>de</strong> gran cansancio.


-Gracias, señor, me sentaré. Estoy muy fatigada; no me puedo tener.<br />

Su entrecortado aliento, su pali<strong>de</strong>z, la sequedad <strong>de</strong> sus labios indicaban una fatiga<br />

capaz <strong>de</strong> producir la muerte si se prolongara mucho.<br />

-No he dicho a usted que se siente, sino que qué quiere -manifestó con <strong>de</strong>sabrimiento<br />

el brigadier.<br />

La joven se levantó vacilante como un ebrio. [187]<br />

-Pue<strong>de</strong> usted sentarse, sí, siéntese usted -dijo Chaperón con menos dureza.<br />

Lobo le hizo una seña amistosa, obsequiándola al mismo tiempo con un ejemplar <strong>de</strong><br />

su sonrisa.<br />

-Yo -dijo la joven dirigiéndose a Lobo que le parecía más amable-, quería hablar con<br />

el Sr. <strong>de</strong> Chaperón.<br />

-Pues pronto, amiguita -gruñó este-, <strong>de</strong>spachemos, que no estamos aquí para per<strong>de</strong>r<br />

el tiempo.<br />

-¿Es Vuecencia el Sr. D. Francisco Chaperón?<br />

-Sí, yo soy... ¿qué se te ofrece? -repuso el funcionario practicando su sistema <strong>de</strong><br />

tutear a los que no le parecían personas <strong>de</strong> alta calidad.<br />

-Quería hablar a Vuecencia -dijo la muchacha temblando-, acerca <strong>de</strong> D. Benigno<br />

Cor<strong>de</strong>ro y su hija.<br />

-Cor<strong>de</strong>ro... -dijo Chaperón recordando-. ¡Ah! ya... el encajero. Está bien. ¿Tú has<br />

servido en su casa?<br />

-No señor.<br />

-Su causa está muy a<strong>de</strong>lantada. No creo que haya nada por esclarecer. Sin embargo...<br />

Señor licenciado Lobo, recoja usted las <strong>de</strong>claraciones <strong>de</strong> esta joven. [188]<br />

-¿Cómo se llama usted? -preguntó Lobo tomando la pluma.<br />

-Soledad Gil <strong>de</strong> la Cuadra.<br />

-¡Gil <strong>de</strong> la Cuadra! -exclamó Chaperón con sorpresa dando algunos pasos hacia la<br />

joven-. Yo conozco ese nombre.<br />

-Mi padre -dijo Sola reanimándose- era muy afecto a la causa <strong>de</strong>l Rey. Quizás<br />

Vuecencia le conocería.<br />

-D. Urbano Gil <strong>de</strong> la Cuadra... Ya lo creo. ¿Se acuerda usted, Lobo?... Últimamente<br />

se oscureció y no supimos más <strong>de</strong> él... Era una benemérito español que jamás se <strong>de</strong>jó<br />

embaucar por la canalla.


-Murió pobre y olvidado <strong>de</strong> todo el mundo -manifestó Sola, triste por la memoria y<br />

gozosa al mismo tiempo por una circunstancia que <strong>de</strong>spertaría tal vez interés hacia ella<br />

en el ánimo <strong>de</strong> aquellos señores tan serios-. Sabiendo quién soy y recordando la<br />

veracidad y honra<strong>de</strong>z <strong>de</strong> mi padre, tengo mucho a<strong>de</strong>lantado en la opinión <strong>de</strong><br />

Vuecencias.<br />

-Seguramente.<br />

-Y darán crédito a lo que diga.<br />

-El pertenecer a una familia que se distinguió siempre por su aborrecimiento a las<br />

noveda<strong>de</strong>s constitucionales, es aquí la mejor <strong>de</strong> las recomendaciones. [189]<br />

-Pues bien, señores -dijo Soledad animándose más-, yo diré a Vuecencias muchas<br />

cosas que ignoran en el asunto <strong>de</strong> D. Benigno Cor<strong>de</strong>ro.<br />

-Anote usted, licenciado... En efecto, siempre me han parecido algo oscuros los<br />

hechos <strong>de</strong> ese endiablado asunto <strong>de</strong> Carnero...¿no es Carnero?... No, Cor<strong>de</strong>ro. Tengo la<br />

convicción <strong>de</strong> su culpabilidad; pero...<br />

-¡Oh! señor -dijo Soledad con viveza-, precisamente yo vengo a <strong>de</strong>cir que el Sr. D.<br />

Benigno y su hija son inocentes.<br />

Chaperón, que iba en camino <strong>de</strong> la ventana, dio una rápida vuelta sobre su tacón,<br />

como los muñecos que giran en las veletas al impulso <strong>de</strong>l viento.<br />

-¡Inocente! -exclamó arrugando todas las partes arrugables <strong>de</strong> su semblante, que era<br />

su modo especial <strong>de</strong> manifestar sorpresa.<br />

Lobo <strong>de</strong>jó la pluma y bajó sus anteojos.<br />

-Sí señor, inocente - repitió Sola.<br />

-Oye, tú -añadió Chaperón-. ¿Habrás venido aquí a burlarte <strong>de</strong> nosotros?...<br />

-No señor, <strong>de</strong> ningún modo -repuso la huérfana temblando-. He venido a <strong>de</strong>cir que el<br />

Sr. Cor<strong>de</strong>ro es inocente.<br />

-Cor<strong>de</strong>ro... inocente... Inocente... Cor<strong>de</strong>ro... ¡Qué bien pegan las dos palabrillas,<br />

[190] eh! -dijo el Comisario militar con la bufonería horripilante que le aseguraba el<br />

primer puesto en la jerarquía <strong>de</strong> los <strong>de</strong>monios judiciales.<br />

Se había acercado a la joven, casi hasta tocar con sus botas marciales las rodillas <strong>de</strong><br />

ella, y cruzando los brazos y arrugando el ceño, la miraba <strong>de</strong> arriba abajo<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosamente, como pudiera mirar el can a la hormiga. Soledad elevaba los ojos para<br />

po<strong>de</strong>r ver la tenebrosa cara suspendida sobre ella como una amenaza <strong>de</strong>l cielo. Su<br />

convicción y su abnegación dábanle algún valor, por lo cual, <strong>de</strong>safiando la siniestra<br />

figura, se expresó <strong>de</strong> este modo:


-Yo afirmo que los Cor<strong>de</strong>ros son inocentes, que están presos por equivocación. Ya se<br />

supone que no habré venido sin pruebas.<br />

Ella ignoraba que en aquel odioso tribunal las pruebas no hacían falta para con<strong>de</strong>nar<br />

ni para absolver. No hacían falta para lo primero porque se con<strong>de</strong>naba sin ellas, ni para<br />

lo segundo, porque se con<strong>de</strong>naba también, a pesar <strong>de</strong> ellas.<br />

-Conque pruebas... -dijo el vestiglo marcando más el tono <strong>de</strong> su bufonería-. ¿Y<br />

cuáles son esas pruebecitas?<br />

-Yo no vengo a negar el <strong>de</strong>lito -afirmó Soledad con voz entrecortada, porque apenas<br />

podía hablar mientras sintiera encima el formidable [191] peso <strong>de</strong> la mirada<br />

chaperoniana-. Yo no vengo a negar el <strong>de</strong>lito, no señor; vengo a afirmarlo. Pero he<br />

dicho... que el Sr. Cor<strong>de</strong>ro es inocente <strong>de</strong> ese <strong>de</strong>lito, que el <strong>de</strong>lito ¿me entien<strong>de</strong>n<br />

uste<strong>de</strong>s? se ha achacado al Sr. Cor<strong>de</strong>ro por equivocación... y esto lo probaré revelando<br />

quién es el verda<strong>de</strong>ro... culpable, sí señor; el culpable <strong>de</strong>l <strong>de</strong>lito... <strong>de</strong>l <strong>de</strong>lito.<br />

-Eso varía -dijo Chaperón apartándose-. Para probarme que no vienes a burlarte <strong>de</strong><br />

nosotros, dime cuál es el <strong>de</strong>lito.<br />

-Un oficial <strong>de</strong>l ejército llamado D. Rafael Seudoquis, vino <strong>de</strong> Londres con unas<br />

cartas.<br />

-¡Ah!... estás en lo cierto -dijo Chaperón con gozo, interrumpiéndola-. Por ahí, por<br />

ahí...<br />

-Como Seudoquis no podía estar en Madrid sino día y medio, las cartas venían en un<br />

paquete a cierta persona que las <strong>de</strong>bía distribuir y recoger las contestaciones.<br />

-Admirable -dijo Chaperón como un maestro que recibe <strong>de</strong>l examinando la<br />

contestación que esperaba-. Y Seudoquis no celebró entrevistas con Cor<strong>de</strong>ro, sino con<br />

otra persona. ¿No es eso lo que quieres <strong>de</strong>cir?<br />

-Sí señor; Cor<strong>de</strong>ro ni siquiera le conoce. Lo <strong>de</strong>l noviazgo <strong>de</strong> Elena con Angelito es<br />

verdad; pero D. Rafael no ha visto a su hermano [192] ni a ninguna otra persona <strong>de</strong> su<br />

familia en las treinta horas que estuvo en Madrid.<br />

-Vamos, veo que conoces el paño... Bien, paloma. Ahora, revélanos todo lo que<br />

sabes. Lobo, anote usted.<br />

Lobo tomó la pluma y subió otra vez a la frente sus ver<strong>de</strong>s ojos sin pestañas.<br />

-Yo no diré nada -afirmó Soledad con la firmeza <strong>de</strong> un mártir-, no diré una palabra,<br />

aunque me <strong>de</strong>n tormento, si antes Vuecencia no me da palabra <strong>de</strong> poner en libertad al<br />

Sr. Cor<strong>de</strong>ro y a su hija.<br />

-Según y conforme... Aquí no somos bobos. Si yo veo clara la equivocación...<br />

-¡Pues no ha <strong>de</strong> verla!... Deme Vuecencia su palabra <strong>de</strong> ponerles en libertad <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

que conozca al verda<strong>de</strong>ro culpable.


-Bueno; te la doy, te doy mi palabra; mas con una condición. No soltaré a los<br />

Cor<strong>de</strong>ros si no resulta que el verda<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>lincuente es un ser vivo y efectivo, ¿me<br />

entien<strong>de</strong>s? Aquí no queremos fantasmas. Si es persona a quien po<strong>de</strong>mos traer aquí para<br />

que confiese y dé noticias y vomite todo lo que sabe y expíe sus crímenes... corriente.<br />

Tendremos mucho gusto en reparar la equivocación. ¿Para qué estamos aquí si no es<br />

para hacer justicia?<br />

-El <strong>de</strong>lincuente -dijo Sola con firmeza-, [193] es un ser vivo y efectivo, podrá<br />

confesar, podrá expiar su culpa... Acabemos, señores, soy yo.<br />

Chaperón y el experto licenciado habían visto muchas veces en aquella misma<br />

siniestra sala y en otras <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncias <strong>de</strong>l tribunal, personas que negaban su<br />

culpabilidad, otras que <strong>de</strong>lataban al prójimo, algunas que intentaban con lágrimas y<br />

quejidos ablandar el corazón <strong>de</strong> los jueces; habían visto muchas lástimas, infamias sin<br />

cuento, algo <strong>de</strong> abnegación en pocos casos, afectos diversos y diversísimas especies <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>lincuentes; pero hasta entonces no habían visto a ninguno que a sí mismo se acusara.<br />

Hecho tan inaudito les <strong>de</strong>sconcertó a entrambos y se miraron consultándose aquella<br />

jurispru<strong>de</strong>ncia superior a sus alcances morales.<br />

-¿De modo que tú dices que tú misma eres quien cometió esos <strong>de</strong>litos que Su<br />

Majestad nos ha mandado castigar? ¿Tú?...<br />

-Sí señor, yo misma.<br />

-¿Y tú misma lo aseguras?... <strong>de</strong> modo que te <strong>de</strong>latas a ti misma... -insistió Chaperón<br />

no dando entero crédito a lo que oía-. Anote usted, Lobo. Esto es singularísimo, lo más<br />

singular que hemos visto aquí. Lobo, anote usted.<br />

Si en vez <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir «anote usted», hubiera [194] dicho: «Lobo, muerda usted», el<br />

leguleyo no se habría arrojado con más ferocidad sobre la pluma y el papel. La<br />

extrañeza <strong>de</strong>l caso hacía estremecer todas las fibras <strong>de</strong> su corazón, digámoslo así, <strong>de</strong><br />

curial.<br />

-Soledad Gil <strong>de</strong> la Cuadra -dijo el magistrado militar dictando-, compareció... etc...<br />

Después, volviéndose a la víctima que observaba el mover <strong>de</strong> la pluma <strong>de</strong> Lobo,<br />

como si <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su sitio pudiera leer lo que este escribía, le dijo:<br />

-¿Conque tú has sostenido relaciones con los emigrados? ¿Cuántas veces? ¿Con<br />

varios o con uno solo?<br />

-Con uno solo.<br />

-Relaciones políticas, se entien<strong>de</strong> -indicó Chaperón más bien afirmando, que<br />

preguntando.<br />

-No señor, relaciones <strong>de</strong> amistad -dijo Soledad vacilando a cada palabra.<br />

-¿De amistad?... ¿Quién es él?


Solita, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> dudar breve instante, pronunció un nombre. Pudo observar que<br />

Lobo, al anotar aquel nombre, frunció primero el ceño, exagerando <strong>de</strong>spués hasta llegar<br />

a la caricatura la contracción burlesca <strong>de</strong> su boca.<br />

-¿Tienes tú parentesco con ese bergante? -pregunto Chaperón. [195]<br />

-No señor.<br />

-Entonces, ¿qué relaciones son esas?<br />

-Es mi hermano... quiero <strong>de</strong>cir, mi amigo, mi protector.<br />

-Ya, ya sabemos lo que quieren <strong>de</strong>cir esas palabrillas -gruñó el hombre-horca dando<br />

a luz una especie <strong>de</strong> sonrisa-. Háblanos con franqueza; que juez y confesor vienen a ser<br />

lo mismo. ¿Eres tú su querida?<br />

Soledad se puso como la grana. Dominándose, hablo así:<br />

-Condéneme usted; pero no me avergüence. Yo no soy querida <strong>de</strong> nadie.<br />

-¿Venimos aquí con vergüencilla? -vociferó el ogro riendo con brutal jovialidad-.<br />

¡Ay! ¡qué mimos tan monos!... Paloma, recoge ese colorete. ¿Ruborcillo tenemos? Aquí<br />

se conoce el mundo. Sr. Lobo, anote usted que ha revelado tener relaciones ilícitas con<br />

el susodicho...<br />

-No es cierto, no es cierto -exclamó Soledad levantándose y corriendo hacia la mesa.<br />

-¡Or<strong>de</strong>n! -gritó Chaperón señalando a la víctima su asiento.<br />

La huérfana, que había acopiado gran caudal <strong>de</strong> resignación, volvió a su sitio y tan<br />

sólo dijo:<br />

-Si tengo valor para sacrificarme por un [196] inocente, también lo tendré para<br />

calumniarme.<br />

-¡Calumniarse!... ¿Seguimos con las palabrejas retumbantes? Pasemos a otra cosa.<br />

¿Ese <strong>de</strong>scuellacabras te ha escrito muchas veces?<br />

-Seis veces <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que está en Inglaterra.<br />

-¿Te ha hablado <strong>de</strong> sucesos políticos?<br />

-Muy poco y por referencia.<br />

-¿Conservas las cartas?<br />

-No señor, las he roto.<br />

-Ya lo averiguaremos. ¿Se ha anotado el domicilio <strong>de</strong> la reo?


-Sí señor.<br />

-A<strong>de</strong>lante. Llegamos a D. Rafael Seudoquis. Ese señor trajo <strong>de</strong> Londres un paquete<br />

<strong>de</strong> cartas para que tú las repartieras...<br />

-Sí señor... -repuso la joven con firmeza-. Puedo asegurar que Seudoquis no conoce a<br />

D. Benigno Cor<strong>de</strong>ro; que este no podía encargarse <strong>de</strong> repartir las cartas, ni menos su<br />

hija, porque ni uno ni otra tenían noticia <strong>de</strong> semejante cosa. Vivimos en la misma casa,<br />

yo en el segundo, ellos en el principal, y como alguien <strong>de</strong> la policía vio al Sr. Seudoquis<br />

entrar en la casa, supuso que iba a la habitación <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro, cuando en realidad iba a la<br />

mía.<br />

-Muy bien, anote usted eso. Pue<strong>de</strong> muy bien resultar que el tal Cor<strong>de</strong>ro sea inocente,<br />

¿por qué no?... la justicia y la verdad por <strong>de</strong>lante. [197] Sepamos ahora a quién iban<br />

dirigidas esas cartas. Este es el punto principal... Cor<strong>de</strong>ro no supo darnos noticia alguna.<br />

Si tú lo haces, tendremos la mejor prueba <strong>de</strong> que no has venido a burlarte <strong>de</strong> nosotros.<br />

Soledad vaciló un instante. Helado sudor corría por su frente, y sintió como un<br />

torbellino en su cerebro. Era aquel un caso que la infeliz no había previsto, porque su<br />

alma llena toda <strong>de</strong> generosidad y ofuscada por la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l bien que a realizar iba, no<br />

supo calcular la ignominia que podía salirle al paso y <strong>de</strong>tenerla en su gallardo vuelo.<br />

Aquel acto <strong>de</strong> abnegación era <strong>de</strong> esos que no pue<strong>de</strong>n realizarse con éxito feliz sin<br />

tropezar con la infamia, poniendo a la voluntad en la alternativa <strong>de</strong> retroce<strong>de</strong>r o incurrir<br />

en actos vergonzosos. Espantada Sola <strong>de</strong> los peligros que aparecían en su camino, no se<br />

atrevió a acometerlos, ni supo tampoco esquivarlos, porque carecía <strong>de</strong> la <strong>de</strong>streza y<br />

travesuras propias <strong>de</strong> tan gran empeño. Su única fuerza consistía en un valor heroico,<br />

pasivo, formidable, y robusteciendo su alma con él, dijo al severo magistrado:<br />

-Yo me acuso a mí misma; pero no <strong>de</strong>lataré a los <strong>de</strong>más.<br />

-Me gusta... sí, me gusta la salida -afirmó Chaperón cruzándose <strong>de</strong> brazos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

[198] ella y moviendo el cuerpo como si fuera a dar un salto-. ¿Sabes que tienes<br />

frescura?... Esto es <strong>de</strong>jarnos con un palmo <strong>de</strong> narices... Dime, mocosa, si no aclaras eso<br />

<strong>de</strong> las cartas, ¿qué ventaja sacamos <strong>de</strong> que seas tú el <strong>de</strong>lincuente en vez <strong>de</strong> serlo<br />

Cor<strong>de</strong>ro y su hija? ¿Qué diferencia hay?<br />

-La diferencia que hay <strong>de</strong> la verdad a la mentira -replicó Soledad imperturbable -. Si<br />

ellos son inocentes, ¿por qué han <strong>de</strong> estar en la cárcel ocupando un puesto que me<br />

correspon<strong>de</strong> a mí?<br />

-Música, música -dijo el funcionario haciendo sonar como castañuelas los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong><br />

su mano <strong>de</strong>recha-. Aquí no estamos para per<strong>de</strong>r el tiempo en distingos. Hay mucho que<br />

hacer para resguardar Trono y Sociedad <strong>de</strong> los ataques <strong>de</strong> esa gentualla negra. A ver:<br />

¿qué hemos sacado en limpio <strong>de</strong> tu acusación contra ti misma? Nada entre dos platos.<br />

¡Por vida <strong>de</strong>l Santísimo Sacramento! Yo creí que en punto a noticias frescas y bonitas<br />

nos ibas a traer aquí oro molido... ¡Que es inocente D. Benigno! ¿Y qué? ¡Que las cartas<br />

las recibiste tú y no él ni tampoco su hija! ¿Y qué? ¡Por vida <strong>de</strong>l Sant...! esto es burlarse<br />

<strong>de</strong> la Comisión Militar. Aquí se viene a servir al Estado, no a hacer comedias. ¿Eres tú<br />

partidaria <strong>de</strong>l Altar [199] y <strong>de</strong>l Trono, o por el contrario, eres amiga <strong>de</strong> la canalla? ¿Te


has prestado inocentemente a esa maquinación sin saber lo que hacías?... Hablemos<br />

claro.<br />

Diciendo esto, Chaperón <strong>de</strong>mostraba en la voz y en el gesto hallarse muy satisfecho<br />

<strong>de</strong> su elocuencia y <strong>de</strong>l incontrastable po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> sus razones. Después <strong>de</strong> una pausa se<br />

acercó a Sola, y mirándola <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la altura <strong>de</strong> su corpachón negro, capaz <strong>de</strong> intimidar al<br />

más bravo; accionando enérgicamente con la mano <strong>de</strong>recha, cuyo <strong>de</strong>do índice se erguía,<br />

tieso e inflexible como un emblema <strong>de</strong> la autoridad, habló <strong>de</strong> este modo:<br />

-El Gobierno <strong>de</strong> Su Majestad, que nos ha puesto aquí para que vigilemos, tiene<br />

recompensas para los que le sirven, ayudándole a esclarecer las maquinaciones <strong>de</strong> los<br />

pillos, ¿te vas enterando? y tiene también castigos muy severos, muy severos, pero<br />

merecidos, para los que encubren a los malvados con su punible silencio, ¿te vas<br />

enterando?<br />

-¿Eso lo dice Vuecencia para que <strong>de</strong>late a los que recibieron las cartas? -preguntó<br />

Soledad cerrando los ojos cual si estuviera suspendida sobre su cuello el hacha <strong>de</strong>l<br />

verdugo-. Siento mucho <strong>de</strong>sairar a Vuecencia; pero no puedo <strong>de</strong>cir nada. [<strong>20</strong>0]<br />

Chaperón se <strong>de</strong>tuvo en su paseo por el cuarto. Viósele apretar las mandíbulas,<br />

contraer los músculos <strong>de</strong> la nariz, como si fuera a lanzar un estornudo, revolver los<br />

ojos... Sin duda su cólera augusta iba a estallar. Pero afortunadamente <strong>de</strong>tuvo la<br />

formidable explosión un hombre entre soldado y alguacil, <strong>de</strong> in<strong>de</strong>finible jerarquía, mas<br />

<strong>de</strong> indudable fealdad, el cual abriendo la mampara, dijo:<br />

-Vuecencia me dispense; pero la señora que vino esta mañana está ahí, y quiere<br />

pasar.<br />

-Que espere... ¡Por vida <strong>de</strong>l...!<br />

-Está furiosa -observó con timi<strong>de</strong>z el que parecía soldado, alguacil, polizonte, sin ser<br />

claramente ninguna <strong>de</strong> estas tres cosas.<br />

Chaperón dudaba. Iba a <strong>de</strong>cir algo, cuando una señora empujó resueltamente la<br />

mampara y entró.<br />

- XVI -<br />

Era una mujer hermosísima, arrogante y tan airosa y guapetona en su rostro y figura,<br />

como elegante en su vestir y tocado, <strong>de</strong> modo que Naturaleza y Arte se juntaban para<br />

formar [<strong>20</strong>1] un acabado tipo <strong>de</strong> mujer a la moda. La mirada que echó a Chaperón y a<br />

su legista, semejante a una limosna dada más bien por compromiso que por voluntad,<br />

indicaba que la mo<strong>de</strong>stia no era virtud principal en la señora. Pero su gallarda altanería<br />

¡cuán grato es <strong>de</strong>cirlo! venía como <strong>de</strong> mol<strong>de</strong> enfrente <strong>de</strong> aquellos <strong>de</strong>spreciables hombres<br />

tan duros con los <strong>de</strong>sgraciados.


-Ni para ver al Rey se necesitan más requisitos -dijo la dama sentándose en la silla<br />

que Chaperón le ofreció sonriendo-. Vi a Calomar<strong>de</strong> esta mañana y me mandó venir<br />

aquí... Yo creí que era cosa <strong>de</strong> un momento... pero si hay más <strong>de</strong> doscientas personas en<br />

la puerta... ¡Y qué gente! Diga usted ¿a qué viene toda esa gente, a <strong>de</strong>latar? Si yo fuera<br />

la Comisión, empezaría por ahorcar a todo el que <strong>de</strong>latara sin pruebas... ¿No tienen<br />

uste<strong>de</strong>s otro sitio para que hagan antesala las personas <strong>de</strong>centes?<br />

-Señora -repuso Chaperón en tono adulador, que no galante-, siempre que usted<br />

venga, pasará <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego a mi <strong>de</strong>spacho. Tengo mucho gusto en complacerla, no sólo<br />

por estimación particular, sino por lo mucho que respeto y admiro al Sr. Calomar<strong>de</strong>, mi<br />

amigo.<br />

-Gracias -dijo la señora con indiferencia-. [<strong>20</strong>2] Vamos a mi asunto. D. Ta<strong>de</strong>o me<br />

prometió que esto quedaría resuelto en tres días.<br />

-D. Ta<strong>de</strong>o <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su poltrona halla muy fáciles los negocios <strong>de</strong> policía. Yo quisiera<br />

verle aquí enredado con tanta gente y tanto papel... ¡En tres días amigo Lobo, en tres<br />

días!<br />

El licenciado apoyó la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> su jefe, moviendo la cabeza con expresión <strong>de</strong> lástima<br />

<strong>de</strong> sí mismo, por el mucho trabajo que entre manos traía.<br />

-Esto es vergonzoso -exclamó la señora sin disimular su enfado-. ¿Conque para<br />

<strong>de</strong>spachar un pasaporte se ha <strong>de</strong> gastar más tiempo que para juzgar y con<strong>de</strong>nar a muerte<br />

a un hombre?... ¡Qué tribunales, Santo Dios! ¡Qué Superinten<strong>de</strong>ncia y qué Comisión<br />

Militar! Pongan todo eso en manos <strong>de</strong> una mujer y <strong>de</strong>spachará en dos horas lo que<br />

uste<strong>de</strong>s no saben hacer en una semana.<br />

-Pero usted, señora -dijo Chaperón con el tono que en él pasaba por benévolo-, no<br />

tiene en cuenta las circunstancias...<br />

-Veo que aquí las circunstancias lo hacen todo. Invocándolas a cada paso se cometen<br />

mil torpezas, infamias y atropellos. Si volviera a nacer, Dios mío, querría que fuese en<br />

un país don<strong>de</strong> no hubiera circunstancias.<br />

-Si se tratara aquí <strong>de</strong>l pasaporte <strong>de</strong> una señora [<strong>20</strong>3] -indicó el presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la<br />

Comisión con énfasis como el que va a <strong>de</strong>sarrollar una tesis jurídica-, an<strong>de</strong> con<br />

Barrabás... Pero usted lleva dos criados, los cuales es preciso que antes se <strong>de</strong>finan y se<br />

purifiquen, porque uno <strong>de</strong> ellos perteneció en tiempo <strong>de</strong> la Constitución a la clase <strong>de</strong><br />

tropa, y el otro sirvió largos años al ministro Calatrava... Pero nos ocuparemos <strong>de</strong>l<br />

asunto sin levantar mano...<br />

-Yo <strong>de</strong>seo partir mañana -dijo la señora con displicencia -. Voy muy lejos, señor<br />

Chaperón, voy a Inglaterra.<br />

-Empezaremos, empezaremos ahora mismo. A ver, Lobo...<br />

Al dirigirse a la mesa, Chaperón fijó la vista en la víctima cuyo proceso verbal había<br />

sido suspendido por la entrada <strong>de</strong> la soberbia dama.


-¡Ah!... ya no me acordaba <strong>de</strong> ti -dijo entre dientes-. Voy a <strong>de</strong>spacharte.<br />

Soledad miraba a la señora con espanto. Después <strong>de</strong> observarla bien, cerciorándose<br />

<strong>de</strong> quién era, bajó los ojos y se quedó como una muerta. Creeríase que batallaba<br />

angustiosamente con su <strong>de</strong>smayado espíritu, tratando <strong>de</strong> infundirle fuerza, y que entre<br />

sollozos imperceptibles le <strong>de</strong>cía: «Levántate, alma mía, que aún falta lo más espantoso».<br />

[<strong>20</strong>4]<br />

-Con el permiso <strong>de</strong> usted, señora -dijo Chaperón mirando a la dama-, voy a<br />

<strong>de</strong>spachar antes a esta joven. Lobo, extienda usted la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> prisión... Llame usted<br />

para que la lleven... Or<strong>de</strong>n al alcai<strong>de</strong> para que la incomunique...<br />

La víctima <strong>de</strong>jó caer su cabeza sobre el pecho.<br />

Después miró <strong>de</strong> nuevo a la dama; pero esta vez encendiose su rostro y parecía que<br />

sus ojos relampagueaban con viva expresión <strong>de</strong> amenaza. Esto duró poco. Fue la<br />

sombra <strong>de</strong>l espíritu maligno al pasar en veloz corrida por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l ángel oscureciendo<br />

su luz.<br />

La señora estaba también pálida y <strong>de</strong>sasosegada. Indudablemente no gustaba <strong>de</strong> ver a<br />

quien veía, y en presencia <strong>de</strong> aquella humil<strong>de</strong> personilla con<strong>de</strong>nada parecía tener miedo.<br />

-Aquí tienes, mala cabeza -dijo Chaperón dirigiéndose a la huérfana-, el resultado <strong>de</strong><br />

tu terquedad. Demasiado bueno he sido para ti... ¿Qué hemos sacado <strong>de</strong> tu <strong>de</strong>claración?<br />

Que Cor<strong>de</strong>ro es inocente. ¿Y qué ganamos con eso, qué gana con eso la justicia? Tú y<br />

nosotros a<strong>de</strong>lantamos muy poco... Si hablaras sería distinto... Tú habrás oído <strong>de</strong>cir<br />

aquello <strong>de</strong>... quien te dio el pico, te hizo rico. ¿Te vas enterando? pero ahora, picarona,<br />

lo meditarás [<strong>20</strong>5] mejor en la cárcel... Allí se aclaran mucho los sentidos... verás. Esta<br />

linda pieza -añadió señalando a la víctima y mirando a la señora- es la estafeta <strong>de</strong> los<br />

emigrados, ¿qué tal? Ella misma lo confiesa, lo cual no <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> tener mérito; pero nos<br />

ha <strong>de</strong>jado a media miel, porque no quiere <strong>de</strong>cir a quién entregó las cartas que ha<br />

recibido hace unos días.<br />

Soledad se levantó bruscamente.<br />

-Una <strong>de</strong> las cartas <strong>de</strong> los emigrados -dijo con tono grave extendiendo el brazo-, la<br />

entregué a esa señora.<br />

Después <strong>de</strong> señalarla con fuerza, cayó en su asiento con la cabeza hacia atrás. Breve<br />

rato estuvieron mudos y estupefactos los tres testigos <strong>de</strong> aquella escena.<br />

-Es verdad -balbució la dama-. He recibido una carta <strong>de</strong> un emigrado que está en<br />

Inglaterra; no sé quién la llevó a mi casa... ¿qué mal hay en esto?<br />

Chaperón, que estaba como aturdido, iba a contestar algo muy importante, cuando la<br />

señora corrió hacia la huérfana, gritando:<br />

-Se ha <strong>de</strong>smayado esa infeliz.


En efecto, rendida Sola a la fuerza superior <strong>de</strong> las emociones y <strong>de</strong>l cansancio, había<br />

perdido el conocimiento.<br />

La señora sostuvo la cabeza <strong>de</strong> la víctima, [<strong>20</strong>6] mientras Lobo, cuya oficiosidad<br />

filantrópica no se <strong>de</strong>smentía un solo momento, acudió trasportando un vaso <strong>de</strong> agua<br />

para rociarle el rostro.<br />

-Eso no es nada -afirmó Chaperón-. Vamos, mujer, ¡qué mimos gastamos! Todo<br />

porque la mandan a la cárcel...<br />

La puerta se abrió dando paso a cuatro hombres <strong>de</strong> fúnebre aspecto, que parecían<br />

pertenecer al respetable gremio <strong>de</strong> enterradores.<br />

-Ea, llevadla <strong>de</strong> una vez... -dijo don Francisco resueltamente-. El alcai<strong>de</strong> le dará<br />

algún cordial... No quiero <strong>de</strong>smayos en mi <strong>de</strong>spacho.<br />

Los cuatro hombres se acercaron a la con<strong>de</strong>nada.<br />

-Un poco <strong>de</strong> vinagre en las sienes... -añadió el jefe <strong>de</strong> la Comisión Militar-. Ea,<br />

pronto... quitadme eso <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>spacho.<br />

-¡A la cárcel! -exclamó con lástima la señora, acercándose más a la víctima como<br />

para <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rla.<br />

-Señora, dispense usted -dijo Chaperón apartándola con enfática severidad-. Deje<br />

usted a la justicia cumplir con su <strong>de</strong>ber... Vamos, cargar pronto. No le hagáis daño.<br />

Los cuatro hombres levantaron en sus brazos a la joven y se la llevaron, siendo<br />

entonces [<strong>20</strong>7] perfecta la similitud <strong>de</strong> todos ellos con la venerable clase <strong>de</strong><br />

sepultureros.<br />

La mampara, cerrándose sola con estrépito, produjo un sordo estampido, como golpe<br />

<strong>de</strong> colosal bombo, que hizo retumbar la sala.<br />

- XVII -<br />

Aquel mismo día ¡por vida <strong>de</strong> la Chilindraina! ¡cuán amargas horas pasó el pobre<br />

don Patricio! Habrían bastado a encanecer su cabeza si ya no estuviera blanca, y a<br />

encorvar su cuerpo, si ya no lo estuviera también. Sus suspiros eran capaces <strong>de</strong><br />

conmover las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la casa: sus lágrimas corrían amargas y sin tregua por las<br />

apergaminadas mejillas. No podía permanecer en reposo un solo instante, ni distraerse<br />

con nada, ni comer, ni aposentar en su cerebro pensamiento alguno, como no fuera el<br />

fúnebre pensamiento <strong>de</strong> su <strong>de</strong>samparo y <strong>de</strong> la gran pena que le <strong>de</strong>sgarraba el corazón.<br />

Este lastimoso estado provenía <strong>de</strong> que Solita había salido temprano, diciéndole:


-No sé cuándo volveré. Quizás vuelva pronto, quizás mañana, quizás nunca...<br />

Escribiré [<strong>20</strong>8] al abuelo diciéndole lo que <strong>de</strong>be hacer. Adiós...<br />

Y dirigiéndole una mirada cariñosa, se limpió las lágrimas, y había bajado<br />

rápidamente la escalera y había <strong>de</strong>saparecido ¡Santo Dios! como un ángel que se dirige<br />

al cielo por el camino <strong>de</strong>l mundo.<br />

-¿Será posible que haya salido hoy para Inglaterra? -se preguntaba D. Patricio<br />

apretándose el cráneo con las manos para que no se le escapara también-. ¡Pero cómo, si<br />

aquí está toda su ropa, si no ha hecho equipaje, si en la cómoda ha <strong>de</strong>jado todo su<br />

dinero!... ¿Pues adón<strong>de</strong> ha ido entonces?... «Quizás vuelva pronto, quizás mañana,<br />

quizás nunca...». Nunca, nunca.<br />

Y repetía esta <strong>de</strong>sconsoladora palabra, como un eco que <strong>de</strong> su cerebro salía a sus<br />

labios. Otro motivo <strong>de</strong> gran confusión para él era que Soledad había <strong>de</strong>spedido a la<br />

criada el día anterior. Estaba, pues, el viejo solo, enteramente solo, encerrado en la<br />

espantosa jaula <strong>de</strong> sus tristes pensamientos, que era como una jaula <strong>de</strong> fieras. Pasaba <strong>de</strong>l<br />

sentimentalismo más patético a la <strong>de</strong>sesperación más rabiosa, y si a veces secaba sus<br />

lágrimas <strong>de</strong>spaciosamente, otras se mordía los puños y se golpeaba el cráneo contra la<br />

pared. En los momentos <strong>de</strong> exaltación [<strong>20</strong>9] recorría la casa toda <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la sala a la<br />

cocina, entraba en todas las piezas, salía para volver a entrar, daba vueltas, y tropezaba<br />

y caía y se levantaba. Como entrara en la alcoba <strong>de</strong> Sola, vio su ropa y abalanzándose<br />

sobre ella hizo con febril precipitación un lío y oprimiéndolo contra su pecho, cual si<br />

fuera el cuerpo mismo <strong>de</strong> la persona amada y fugitiva, exclamó así con lastimero<br />

acento:<br />

-Ven acá, paloma... ven acá, niña <strong>de</strong> mi corazón... ¿Por qué huyes <strong>de</strong> mí? ¿por qué<br />

huyes <strong>de</strong>l pobre viejo que te adora? Ángel divino, ángel precioso <strong>de</strong> mi guarda cuya<br />

hermosura no puedo comparar sino a la <strong>de</strong> la diosa <strong>de</strong> la Libertad, circundada <strong>de</strong> luz y<br />

sonriendo a los pueblos; adorada hija mía, ¿en dón<strong>de</strong> estás? ¿no oyes mi voz? ¿no oyes<br />

que te llamo? ¿no ves que me muero sin ti? ¿no te sacrifiqué mi gloria?... ¡Ay!... Mi<br />

<strong>de</strong>stino, mi glorioso <strong>de</strong>stino me reclama ahora, y no puedo ir, porque sin ti soy un<br />

miserable y no tengo fuerzas para nada. Contigo al suplicio, a la gloria, a la<br />

inmortalidad, a los Elíseos Campos; sin ti a la muerte oscura, a la ignominia. Sola, Sola<br />

<strong>de</strong> mi vida, ¿en dón<strong>de</strong> estás? Dímelo, o revolveré toda la tierra por encontrarte.<br />

Esto <strong>de</strong>cía cuando llamaron fuertemente a la puerta. Corrió a abrir más ligero que<br />

una [210] liebre... No era Sola quien llamaba, eran seis hombres, que sin fórmula alguna<br />

<strong>de</strong> cortesía se metieron <strong>de</strong>ntro. Uno <strong>de</strong> ellos soltó <strong>de</strong> la boca estas palabras:<br />

-¿No es éste el viejo Sarmiento que predicaba en las esquinas?... Echadle mano,<br />

mientras yo registro.<br />

-¡Ah!... -exclamó D. Patricio algo confuso-. ¿Son uste<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la policía?... Sí, yo<br />

recuerdo... conozco estas caras.<br />

-Procedamos al registro -dijo solemnemente el que parecía jefe <strong>de</strong> los corchetes-.<br />

Toda persona que se encuentre en la casa, <strong>de</strong>be ser presa. Cuidado no se escape el<br />

abuelo.


-Quiere <strong>de</strong>cir -balbució Sarmiento-, que estoy preso.<br />

-Ya se lo dirán allá -replicó el polizonte <strong>de</strong>sabridamente-. Andando... Llévenme para<br />

allá al vejete, que aquí nos quedamos dos para <strong>de</strong>spachar esto.<br />

Según la or<strong>de</strong>n terminante <strong>de</strong>l funcionario, (que era un funcionario vaciado en la<br />

común turquesa <strong>de</strong> los cazadores <strong>de</strong> blancos en aquella tenebrosa e infame época),<br />

Sarmiento fue inmediatamente conducido a la cárcel, y sólo por un exceso <strong>de</strong><br />

benevolencia incomprensible y hasta peligrosa para la reputación <strong>de</strong> aquella celosa<br />

policía, le dieron tiempo para ponerse el [211] sombrero, recoger el pañuelo y media<br />

docena <strong>de</strong> cigarrillos.<br />

No se daba cuenta <strong>de</strong> lo que le pasaba el infeliz maestro, y durante el trayecto <strong>de</strong> su<br />

casa a la cárcel <strong>de</strong> Corte, que no era largo, fue con los ojos bajos, el cuerpo encorvado,<br />

las manos a la espalda y en un estado tal <strong>de</strong> confusión y aturdimiento, que no veía por<br />

dón<strong>de</strong> pasaba, ni oía las observaciones picarescas <strong>de</strong> los transeúntes. Cuando entraron<br />

en la cárcel, el anciano se estremeció, revolviendo los ojos en <strong>de</strong>rredor. Su entrada había<br />

sido como el choque <strong>de</strong>l ciego contra un muro, símil tanto más exacto cuanto que D.<br />

Patricio no veía nada <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l tenebroso zaguán por don<strong>de</strong> se<br />

comunicaba con el mundo aquella mansión <strong>de</strong> tristeza y dolor.<br />

Lleváronle al registro y <strong>de</strong>l registro a un patio, don<strong>de</strong> había algunas personas que<br />

imploraban la misericordia <strong>de</strong> los carceleros para po<strong>de</strong>r ver a los <strong>de</strong>tenidos. Hiciéronle<br />

subir luego más que <strong>de</strong> prisa por hedionda escalera que se abría en uno <strong>de</strong> los ángulos<br />

<strong>de</strong>l patio, y hallose en un largo corredor o galería, que parecía haber sido claustro, pero<br />

que tenía entonces tapiadas todas sus ventanas, sin <strong>de</strong>jar más entrada a la luz que unos<br />

ventanillos bizcos en la parte más alta. [212]<br />

Al entrar en la galería, Sarmiento oyó gritos, lamentos, imprecaciones. Era al caer <strong>de</strong><br />

la tar<strong>de</strong>, y como la luz entraba allí avergonzada al parecer y temerosa, <strong>de</strong>teniéndose en<br />

los ventanillos por miedo a que la encerraran también, no se podía distinguir <strong>de</strong> lejos las<br />

personas. Veíanse sombrajos movibles, los cuales, al acercarse a ellos, resultaban ser la<br />

simpática humanidad <strong>de</strong> algún calabocero que entraba en las celdas o salía <strong>de</strong> ellas.<br />

Había centinelas <strong>de</strong> trecho en trecho, cuya vigilancia no podía ser muy gran<strong>de</strong>,<br />

porque a cada instante les era forzoso apartar <strong>de</strong> las puertas <strong>de</strong> las celdas a personas<br />

importunas que iban a turbar la tranquilidad <strong>de</strong> los reos. Las llorosas mujeres, abusando<br />

<strong>de</strong> los miramientos a que tiene <strong>de</strong>recho su sexo, molestaban a los señores cabos<br />

pidiéndoles noticia <strong>de</strong> tal o cual preso, dándoles cualquier recadillo verbal o encargo<br />

enojoso, como llevar pan a alguno <strong>de</strong> los muchos hambrientos que se comían los <strong>de</strong>dos<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las celdas. En una <strong>de</strong> estas <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> estar encerrado un loco furioso, cuya<br />

manía era dar golpes en la puerta, con lo cual estaban muy disgustados los carceleros,<br />

hombres celosísimos <strong>de</strong> la paz <strong>de</strong> la casa. El dolor y la <strong>de</strong>sesperación, callado el uno,<br />

ruidosa la otra, hacían estremecer las frágiles pare<strong>de</strong>s, [213] porque el mezquino<br />

edificio era indigno <strong>de</strong> la rabia que contenía, y a ser tal como a ella cuadraba, hubiera<br />

tenido más piedras que el Escorial y más hondos cimientos que el alcázar <strong>de</strong> Madrid.<br />

Sarmiento fue introducido en una pieza relativamente gran<strong>de</strong>, cuya suciedad parecía<br />

ser resumen y muestrario <strong>de</strong> todas las suertes <strong>de</strong> inmundicia que los años y la incuria <strong>de</strong><br />

los hombres habían acumulado en la in<strong>de</strong>corosa cárcel <strong>de</strong> Corte. En la zona más baja,


una especie <strong>de</strong> faja mugrienta marcaba el roce <strong>de</strong> muchas generaciones <strong>de</strong> presos, <strong>de</strong><br />

muchas generaciones <strong>de</strong> alguaciles, <strong>de</strong> muchas generaciones <strong>de</strong> jueces y curiales.<br />

Alumbrábala el afligido resplandor <strong>de</strong> un quinqué colgado <strong>de</strong>l techo, que parecía<br />

acababa <strong>de</strong> oír leer su sentencia <strong>de</strong> muerte, y se disponía con semblante contrito a hacer<br />

confesión <strong>de</strong> sus pecados. Como el techo era muy bajo, y los allí presentes se movían <strong>de</strong><br />

un lado para otro en torno al ajusticiado quinqué, las sombras bailaban en las pare<strong>de</strong>s<br />

haciendo caprichosos juegos y cabriolas. En el fondo había la indispensable estampa <strong>de</strong><br />

Su Majestad, y sobre ella un Crucifijo cuya presencia no se comprendía bien, como no<br />

tuviera por objeto el recordar que los hombres casi son tan malos <strong>de</strong>spués como antes <strong>de</strong><br />

la Re<strong>de</strong>nción. [214]<br />

Delante <strong>de</strong> Su Majestad en efigie y <strong>de</strong> la imagen <strong>de</strong> Cristo crucificado, estaba en pie,<br />

apoyándose en una mesa, no fingido, sino <strong>de</strong> carne y hueso, horriblemente tieso y<br />

horriblemente satisfecho <strong>de</strong> su papel, el representante <strong>de</strong> la justicia, el apóstol <strong>de</strong>l<br />

absolutismo, don Francisco Chaperón, siempre negro, siempre <strong>de</strong> uniforme, siempre<br />

atento al crimen para confundirle don<strong>de</strong> quiera que estuviese en honra y gloria <strong>de</strong>l<br />

Trono, <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n y <strong>de</strong> la Fe católica. Pocas veces se le había visto tan fieramente<br />

investigador como aquella noche. Indudablemente parecía que el tal personaje acababa<br />

<strong>de</strong> llegar <strong>de</strong>l Gólgota y que aún le dolían las manos <strong>de</strong> clavar el último clavo en las<br />

manos <strong>de</strong>l otro, <strong>de</strong>l que estaba <strong>de</strong>trás y en la cruz, sirviendo <strong>de</strong> sarcástico coronamiento<br />

al retrato <strong>de</strong>l señor D. Fernando VII.<br />

A la <strong>de</strong>recha había una mesa don<strong>de</strong> estaban media docena <strong>de</strong> diablejos vestidos con<br />

el uniforme <strong>de</strong> voluntario realista y acompañados por el licenciado Lobo, prestos todos<br />

a lanzar las plumas <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los tinteros. La izquierda era ocupada por un banquillo<br />

pintado <strong>de</strong> color <strong>de</strong> sangre <strong>de</strong> vaca: en él se sentaba alguien a quien D. Patricio no vio<br />

en el primer momento. El anciano no había salido aún <strong>de</strong> aquel estupor que le<br />

acometiera al ser conducido fuera [215] <strong>de</strong> su casa; miró con cierta estupi<strong>de</strong>z al<br />

tremendo fantasma, miró <strong>de</strong>spués a toda la chusma curialesca que le ro<strong>de</strong>aba, al<br />

licenciado Lobo; miró al Santo Cristo, al Rey pintado, y por fin, clavando los ojos en el<br />

banco <strong>de</strong> color <strong>de</strong> sangre, vio a su adorada hija y compañera.<br />

-¡Sola!... ¡hija <strong>de</strong> mi alma!... -gritó lanzando ronca exclamación <strong>de</strong> alegría-. Tú<br />

aquí... yo también... ¡parece que esto es la cárcel!... ¡el suplicio!...¡la gloria!... ¡mi<br />

<strong>de</strong>stino!...<br />

- XVIII -<br />

Clarísima luz entró <strong>de</strong> improviso en la mente <strong>de</strong>l afligido viejo; <strong>de</strong>saparecieron las<br />

percepciones vagas, las i<strong>de</strong>as confusas para dar paso a aquella siempre fija, inmutable y<br />

luminosa que había dirigido su voluntad durante tanto tiempo, llenando toda su vida<br />

moral.<br />

-Ya estoy en mí -dijo en tono <strong>de</strong> seguridad y convicción-. Soledad... ¡tú y yo en este<br />

sitio! Al fin, al fin Dios ha señalado mi día. ¿No lo <strong>de</strong>cía yo?... ¿no <strong>de</strong>cía yo que al fin<br />

vendría la hora sublime? ¡Destino honroso el nuestro, [2<strong>16</strong>] hija mía! He aquí que no


sólo heredas mi gloria, sino que la compartes, y los dos juntamente, unidos aquí como<br />

lo estuvimos allá, somos llamados...<br />

-Silencio -gritó Chaperón bruscamente-. Responda usted a lo que le pregunto.<br />

¿Cómo se llama usted?<br />

-Excusada pregunta es esa -repuso con aplomo y dignidad D. Patricio-, pues todo el<br />

mundo sabe en Madrid y fuera <strong>de</strong> él que soy Patricio Sarmiento, adalid incansable <strong>de</strong> la<br />

i<strong>de</strong>a liberal, compañero <strong>de</strong> Riego, amigo <strong>de</strong> todos los patriotas, <strong>de</strong>fensor <strong>de</strong> todas las<br />

Constituciones, amparo <strong>de</strong> la <strong>de</strong>mocracia, terror <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spotismo. Soy el que jamás<br />

tembló <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los tiranos, el que no tiene en su corazón una sola fibra que no grite<br />

libertad, y el que aun <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> muerto sacará la cabeza <strong>de</strong>l sepulcro para gritar...<br />

-Basta -dijo Chaperón, notando que las palabras <strong>de</strong>l reo provocaban murmullos-.<br />

Charlatán es el viejo... Responda usted. ¿Conoce a esta joven?<br />

-¿Que si la conozco? Que si conozco a Sola... Si no temiera faltar al respeto que<br />

<strong>de</strong>bo a todo juez quienquiera que sea, diría que es necia pregunta la que Vuecencia<br />

acaba <strong>de</strong> hacerme. Esta es mi hija adoptiva, mi ángel [217] <strong>de</strong> la guarda, mi amparo, mi<br />

compañera <strong>de</strong> vida, <strong>de</strong> muerte, <strong>de</strong> cielo y <strong>de</strong> inmortalidad. Dios, que dispone todas las<br />

gran<strong>de</strong>zas, así como el hombre es autor <strong>de</strong> todas las pequeñeces, ha dispuesto que este<br />

ángel divino me acompañe también ahora. ¡Admirable solución <strong>de</strong> la Provi<strong>de</strong>ncia! Yo<br />

creí haberla perdido y la encuentro junto a mí en la hora culminante <strong>de</strong> mi vida, cuando<br />

se cumple mi <strong>de</strong>stino; aparece a mi lado, no para darme esos triviales consuelos que no<br />

necesita mi corazón magnánimo, sino para compartir mi sacrificio y con mi sacrificio<br />

mi gloria. A<strong>de</strong>lante, señores jueces, a<strong>de</strong>lante. Acaben uste<strong>de</strong>s. Soledad y yo nos<br />

<strong>de</strong>claramos reos <strong>de</strong> amor a la libertad, nos <strong>de</strong>claramos dignos <strong>de</strong> caer bajo vuestras<br />

manos, y confesamos haber trabajado por el triunfo <strong>de</strong>l santo principio, ahora y antes y<br />

siempre, porque para ello nacimos y por ello morimos.<br />

Causaba diversión a los diablillos menores y aun al diablazo gran<strong>de</strong> el <strong>de</strong>senfado <strong>de</strong>l<br />

buen viejo, por lo cual no habían puesto tasa a la charla <strong>de</strong> este. Mas Chaperón, que<br />

<strong>de</strong>seaba concluir pronto, dijo al reo:<br />

-¿Es cierto que esta joven recibió un paquete <strong>de</strong> cartas <strong>de</strong> los emigrados para<br />

repartirlas a varias personas <strong>de</strong> Madrid?<br />

-¿Y eso se pregunta? -replicó Sarmiento [218] como si admirara la candi<strong>de</strong>z <strong>de</strong>l<br />

vestiglo-. ¿Pues qué había <strong>de</strong> hacer sino trabajar noche y día por el triunfo <strong>de</strong> la sagrada<br />

causa?... ¿No he dicho que para eso nacimos y por eso morimos?<br />

Soledad miraba con ojos muy compasivos a su amigo y al juez alternativamente.<br />

Mas pronto <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> mirarlos y se reconcentró en sí misma, mostrando estoica<br />

indiferencia hacia aquel lúgubre diálogo entre un insensato y un verdugo. Había hecho<br />

ya con Dios pacto <strong>de</strong> resignación absoluta y se entregaba a la voluntad divina,<br />

prometiendo no oponer ninguna resistencia a los acci<strong>de</strong>ntes humanos, ni aceptar otro<br />

papel que el <strong>de</strong> víctima callada y tranquila. Entre el instante en que la sacaron<br />

<strong>de</strong>smayada <strong>de</strong> la caverna <strong>de</strong>l gran esbirro hasta aquel en que le pusieron <strong>de</strong>lante al<br />

compañero <strong>de</strong> su infortunio, habían pasado para ella horas muy angustiosas. Pero su<br />

espíritu se había rendido al fin, aceptando la fórmula esencial <strong>de</strong>l cristiano, que es


endirse para vencer y per<strong>de</strong>rse absolutamente para absolutamente salvarse. Si algún<br />

pequeño combate sostenía aún su alma, era porque el propósito <strong>de</strong> pensar solamente en<br />

Dios no podía cumplirse aún con rigurosa exactitud. Pensaba en algo que no era Dios,<br />

pero aun así, iba conquistando la tranquilidad [219] y un pasmoso equilibrio moral,<br />

porque había arrojado fuera <strong>de</strong> sí valerosamente toda esperanza.<br />

-Usted sabrá sin duda a quién venían dirigidas esas cartas -preguntó Chaperón a<br />

Sarmiento.<br />

-¿Pues qué?... ¿ella no lo ha dicho? -repuso el anciano nuevamente admirado <strong>de</strong> la<br />

ignorancia <strong>de</strong>l tribunal-. Esto no se pue<strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rar como <strong>de</strong>lación, porque esas<br />

personas son leales patricios que también anhelan llegue la coyuntura <strong>de</strong> sacrificarse por<br />

la libertad. Nosotros no tenemos secretos, nosotros, como los héroes <strong>de</strong> la antigüedad, lo<br />

hacemos todo a la luz <strong>de</strong>l día. Fue preciso prestar un servicio a la santa causa,<br />

facilitando las comunicaciones entre todos los que conspiran <strong>de</strong>ntro y fuera para hacerla<br />

triunfar, y lo prestamos, sí señor, lo prestamos a la clarísima luz <strong>de</strong>l sol, coram populo.<br />

Las cartas eran cuatro.<br />

-Atención -dijo D. Francisco acercándose a la mesa <strong>de</strong> los escribanos.<br />

-Una era para D. Antonio Campos, ese gran patriota que acaba <strong>de</strong> llegar <strong>de</strong> Tarifa y<br />

Almería, otra para un oficial <strong>de</strong> la antigua guardia que se llama Ramalejo, la tercera<br />

venía dirigida a D. Roque Sáez y Onís, y la cuarta a D.ª Genara <strong>de</strong> Baraona. [2<strong>20</strong>]<br />

-Muy bien -gruñó Chaperón, asemejándose mucho en su gruñido al perro que acaba<br />

<strong>de</strong> encontrar un hueso perdido-. Veo que el viejo y la niña son la peor casta <strong>de</strong><br />

conspiraciones que se conoce en Madrid.<br />

-Sí -dijo Sarmiento con exaltación-, insúltenos usted... Eso nos agrada. Los insultos<br />

son coronas inmarcesibles en la frente <strong>de</strong>l justo. Mire usted las espinas que lleva en su<br />

cabeza aquel que está en la cruz.<br />

-Silencio -gritó Chaperón-. Veo que él es tan parlachín como ella hipocritona. Ya<br />

sabemos lo <strong>de</strong> las cartas, linda pieza... Ahora el buen viejo nos informará <strong>de</strong> todas las<br />

particularida<strong>de</strong>s que hayan ocurrido en la casa. ¿Tiene noticia <strong>de</strong> que entrara en estos<br />

líos don Benigno Cor<strong>de</strong>ro?<br />

-¡Cor<strong>de</strong>ro! -exclamó Sarmiento con asombro-. Cor<strong>de</strong>ro es un hombre vulgar, un<br />

ten<strong>de</strong>ro, un cualquiera... ¿Cómo pue<strong>de</strong> ser capaz semejante hombre <strong>de</strong> intervenir en un<br />

complot <strong>de</strong> esos que sólo acometen las almas gran<strong>de</strong>s y valerosas?<br />

-¿Seudoquis fue muchas veces a la casa?<br />

-Dos veces, dos. Para nada hay que mentar a Cor<strong>de</strong>ro. Nuestra gloria es nuestra,<br />

señor mío, y <strong>de</strong> nadie más. ¡Ay <strong>de</strong> aquel que intente quitarnos una partícula <strong>de</strong> ella,<br />

siquiera sea <strong>de</strong>l [221] tamaño <strong>de</strong> un grano <strong>de</strong> alpiste! Nosotros, nosotros solos somos los<br />

héroes, nosotros las víctimas sublimes. Fuera intrusos y gentezuela que se presenta en el<br />

festín <strong>de</strong> la gloria con sus manos lavadas reclamando lo que no les pertenece ni han<br />

sabido ganar con su abnegación. Nosotros solos, ella y yo, nadie más que ella y yo.


-El que enviaba las cartas -añadió don Francisco dando un paso hacia Sarmiento-,<br />

¿no hablaba <strong>de</strong> lo <strong>de</strong> Almería y Tarifa ni <strong>de</strong> la revolución que estaban preparando?<br />

-Nosotros - repuso Sarmiento con <strong>de</strong>sdén-, no nos ocupamos <strong>de</strong> frívolos <strong>de</strong>talles.<br />

¡Almería, Tarifa! ¿qué vale eso ni qué significa? Hechos aislados que ni precipitan ni<br />

<strong>de</strong>tienen el hecho principal, que es la victoria <strong>de</strong> la libertad. Si al fin tiene que ser, si ha<br />

<strong>de</strong> venir tan <strong>de</strong> seguro como saldrá el sol mañana... Que se frustre una intentona, que<br />

salga mal un <strong>de</strong>sembarco, que fusiléis a trescientos o a mil o a un millón <strong>de</strong> patriotas...<br />

nada importa, señores. Lo que ha <strong>de</strong> venir, vendrá. Si pretendéis atajarlo con patíbulos,<br />

vendrá más pronto. Los patíbulos son árboles fecundos, que con el riego <strong>de</strong> la sangre<br />

dan frutos preciosísimos. Echad sangre, más sangre; eso es lo que hace falta. Las venas<br />

<strong>de</strong> los patriotas [222] son el filón <strong>de</strong> don<strong>de</strong> mana la nueva vida.<br />

«No me habléis <strong>de</strong> conspiraciones parciales; yo no entiendo <strong>de</strong> eso. El que escribió<br />

las cartas, lo mismo que mi hija, lo mismo que yo, cooperamos con nuestra voluntad y<br />

nuestros <strong>de</strong>seos más íntimos y más ardientes en ese gran complot moral cuyas<br />

ramificaciones se extien<strong>de</strong>n por todo el mundo. ¡Ah! señores, no conocéis la gran<br />

conspiración <strong>de</strong>l tiempo. A ella pertenezco, a ella pertenecen todas vuestras víctimas...<br />

Ea, <strong>de</strong>spachemos pronto. Basta <strong>de</strong> fórmulas y <strong>de</strong> procedimientos necios. El patíbulo, el<br />

patíbulo, señores, esa es nuestra jurispru<strong>de</strong>ncia. De él hemos <strong>de</strong> salir triunfantes,<br />

trocados <strong>de</strong> humanos miserables en inmaculados espíritus. Lo mismo nos da que nos<br />

ahorquéis <strong>de</strong> esta o <strong>de</strong> la otra manera, más o menos noblemente. ¿A los mártires <strong>de</strong>l<br />

circo romano les importaba que el tigre que se los comía tuviera la oreja negra o<br />

amarilla? No, porque no atendían más que a la sublime i<strong>de</strong>a; lo mismo nosotros no<br />

aten<strong>de</strong>mos más que a esta i<strong>de</strong>a que nos lleva en pos <strong>de</strong>l suplicio, la cual es como un<br />

fuego sacrosanto que nos embelesa y nos purifica. No tenemos ya sentidos, no sabemos<br />

lo que es dolor... ¡La carne!... ¡ah! no nos merece más interés que el <strong>de</strong>spreciable polvo<br />

<strong>de</strong> nuestros zapatos. A<strong>de</strong>lante, pues. Cumpla cada uno con [223] su <strong>de</strong>ber: el vuestro es<br />

matar, el nuestro sucumbir carnalmente, para vivir <strong>de</strong>spués la excelsa, la inacabable y<br />

<strong>de</strong>liciosa vida <strong>de</strong>l espíritu... Vamos allá; ¿en dón<strong>de</strong>, en dón<strong>de</strong> está esa bendita horca?».<br />

Había tanta naturalidad en las entusiastas expresiones <strong>de</strong>l exaltado viejo patriota y al<br />

mismo tiempo un tono <strong>de</strong> dignidad tan majestuoso, que los empleados <strong>de</strong> la Comisión,<br />

así militares como civiles, no podían resistir al <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> oírle. Aunque el sentimiento<br />

que a la mayoría dominaba era <strong>de</strong> burla con cierta ten<strong>de</strong>ncia a la compasión, no faltaba<br />

quien oyese al estrafalario viejo con un interés distinto <strong>de</strong>l que comúnmente inspiran las<br />

palabras <strong>de</strong> los tontos. El mismo Chaperón se mostraba complacido, sin duda porque le<br />

divertía su víctima, haciéndolo mucho más barato que el célebre gracioso Guzmán que<br />

empezaba su carrera en el teatro <strong>de</strong>l Príncipe. Pero como la dignidad <strong>de</strong>l tribunal no<br />

permitía tales comedias, Don Francisco mandó al reo que diese por terminada la<br />

representación.<br />

Los empleados <strong>de</strong> policía que se quedaron registrando la casa <strong>de</strong> Sola, aparecieron.<br />

Según parecía, habían encontrado alguna cosa <strong>de</strong> gran valor jurídico; habían hecho<br />

provisión <strong>de</strong> pedacitos <strong>de</strong> papel, fragmentos <strong>de</strong> cartas, sin [224] olvidar un polvoriento<br />

retrato <strong>de</strong> Riego, hallado entre los bártulos <strong>de</strong> D. Patricio, dos o tres documentos<br />

masónicos o comuneros y una carta dirigida al maestro <strong>de</strong> escuela. Examinolo todo<br />

ávidamente Chaperón y lo entregó <strong>de</strong>spués a Lobo para que constase en el proceso. En<br />

tanto D. Patricio se había acercado a su compañera <strong>de</strong> infortunio y en voz baja le <strong>de</strong>cía:


-Animo, ángel <strong>de</strong> mi vida, cor<strong>de</strong>ra mía. Que en esta ocasión solemne no <strong>de</strong>je <strong>de</strong> estar<br />

tu espíritu a la altura <strong>de</strong>l mío. Inspírate en mí. Reflexiona en la gloria que nos espera y<br />

en el eco que tendrán nuestros sonorosos nombres en los siglos futuros perpetuándose<br />

<strong>de</strong> generación en generación. ¿Por qué estás triste en vez <strong>de</strong> estar alegre como unas<br />

castañuelas? ¿Por qué bajas los ojos en vez <strong>de</strong> alzarlos como yo, para tratar <strong>de</strong> ver en el<br />

cielo el esplendoroso asiento que nos está <strong>de</strong>stinado? Tu <strong>de</strong>stino es mi <strong>de</strong>stino. Ambos<br />

están escritos en el mismo renglón. Hay gemelos <strong>de</strong>l morir como los hay <strong>de</strong>l nacer: tú y<br />

yo somos mellizos y juntos saldremos <strong>de</strong>l vientre <strong>de</strong> este miserable mundo a la inmensa<br />

vida <strong>de</strong>l otro... Posible es que no lo comprendieras antes, niña <strong>de</strong> mis ojos; yo tampoco<br />

lo creía, y era engañado por hechos mentirosos. Tu proyecto <strong>de</strong> abandonarme era una<br />

ficción <strong>de</strong>l <strong>de</strong>stino para sorpren<strong>de</strong>rme <strong>de</strong>spués con esta [225] unión celestial. Mi entrada<br />

en tu casa, el amparo que me diste, ¿qué significan sino la preparación para estas<br />

nuestras bodas mortuorias, <strong>de</strong> las cuales saldremos unidos por siempre ante el altar <strong>de</strong> la<br />

glorificación eterna? Tú necesitas <strong>de</strong> mí para este santo objeto, así como yo necesito <strong>de</strong><br />

ti... Bien sabía yo que conspirabas... ¡Y conspirabas por la santa libertad! Bendita seas...<br />

Serás con<strong>de</strong>nada y yo también. ¡Seremos con<strong>de</strong>nados!... ¿Ves cómo no es posible la<br />

separación? ¿Ves cómo lo ha dispuesto Dios así? Viviremos juntos eternamente. ¡Qué<br />

inefable dicha!... Solilla <strong>de</strong> mi vida, ten ánimo; que la flaca naturaleza corporal no<br />

soborne con sus halagos tu alma <strong>de</strong> patriota. Vive como yo la excelsa vida <strong>de</strong>l espíritu.<br />

Desprécialo todo, mira al cielo, nada más que al cielo y a mí, que soy tu compañero <strong>de</strong><br />

gloria, tu gemelo, tu segundo tú, a quien has <strong>de</strong> estar unida por los siglos <strong>de</strong> los siglos.<br />

Soledad miró a su amigo. La serenidad que en él producía un loco entusiasmo<br />

producíala en ella la resignación, ese heroísmo más sublime que todas las exaltaciones<br />

<strong>de</strong> valor, y al cual damos un nombre oscuro: lo llamamos paciencia, y germina como<br />

flor invisible y mo<strong>de</strong>sta en el alma <strong>de</strong> los que parecen débiles.<br />

-Veo que no lloras -dijo D. Patricio observando [226] aquel semblante plácidamente<br />

tranquilo, a quien la virtud mencionada daba angelical hermosura-. No lloras, no estás<br />

<strong>de</strong>mudada...<br />

-¿Yo llorar? ¿por qué?<br />

-Así me gusta -exclamó Sarmiento con entusiasmo-. ¡Oh! almas sublimes, ¡oh!<br />

almas escogidas. ¡Y pensar que os han <strong>de</strong> intimidar horcas y suplicios!... Señores<br />

jueces, aquí aguardamos la hora <strong>de</strong>l holocausto. Llevadnos ya: subidnos a esos gallardos<br />

ma<strong>de</strong>ros que llamáis infamantes. Mientras más altos mejor. Así alumbraremos más.<br />

Somos los fanales <strong>de</strong>l género humano.<br />

Chaperón mandó que los dos reos fuesen conducidos cada cual a su calabozo; mas<br />

como el alcai<strong>de</strong> manifestase la imposibilidad <strong>de</strong> ocupar dos <strong>de</strong>partamentos, se dispuso<br />

que ambos gemelos <strong>de</strong> la muerte fuesen encerrados en un solo cuarto.<br />

-Vamos -dijo D. Patricio enlazando con su brazo la cintura <strong>de</strong> Sola.<br />

Esta se <strong>de</strong>jó llevar. Cuando iban por la oscura galería, la joven huérfana oyó<br />

claramente en su oído estas palabras dichas en voz muy baja, como un silbido:


-Señora, no se sofoque usted mucho... se hará un esfuercito por salvarla... Una<br />

persona [227] que se interesa por usted... que se interesa, sí... me encarga <strong>de</strong><br />

advertírselo.<br />

Soledad volviose prontamente y vio unos ojos ver<strong>de</strong>s y gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l tamaño <strong>de</strong><br />

huevos. Estos ojos brillaban, reflejando la claridad <strong>de</strong>l farol <strong>de</strong> los carceleros, en un<br />

semblante amojamado y partido en dos por la hendidura sonriente <strong>de</strong> la prolongada<br />

boca, casi vacía. En vez <strong>de</strong> tranquilizarse, Soledad tuvo miedo.<br />

- XIX -<br />

El licenciado Lobo, asesor privado <strong>de</strong>l señor Chaperón, tenía su oficina en el ángulo<br />

más oscuro y apartado <strong>de</strong> la planta baja <strong>de</strong> la Comisión Militar. Cubría el piso la estera<br />

más vieja, servíale <strong>de</strong> escritorio la mesa más rota que contaba entre sus propieda<strong>de</strong>s el<br />

Estado, y el pupitre, el tintero, la estantería <strong>de</strong>notaban con honrosa vejez haber<br />

acompañado en toda su larga vida a las antiguas covachuelas. Hasta el retrato <strong>de</strong><br />

Fernando VII, que <strong>de</strong>coraba la pared, era el más feo <strong>de</strong> toda la casa, y comido <strong>de</strong> polilla,<br />

no presentaba a la admiración <strong>de</strong>l espectador más que los ojos y parte <strong>de</strong>l cuerpo. [228]<br />

Lo <strong>de</strong>más era una mancha irregular con gran<strong>de</strong>s brazos al modo <strong>de</strong> tentáculos. Parecía<br />

un gran cefalópodo que estaba contemplando a su víctima antes <strong>de</strong> chupársela.<br />

En el centro <strong>de</strong> este mueblaje y encorvado sobre una mesa llena <strong>de</strong> <strong>de</strong>scoloridos<br />

papeles, aparecía el leguleyo, cuya figura encajaba en tal marco como el cernícalo en su<br />

nido. La diestra pluma rasgueaba sin cesar cual si fuera absolutamente imprescindible<br />

su actividad para la existencia <strong>de</strong> todo aquello, o como si fuera la clave cabalística <strong>de</strong><br />

que <strong>de</strong>pendían las imágenes <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spacho y <strong>de</strong>l retrato y <strong>de</strong> los muebles y <strong>de</strong>l licenciado<br />

mismo. Cuando la pluma paraba parecía que todo iba a <strong>de</strong>svanecerse. Si no fuera<br />

porque en los ratos <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso el asesor se ponía a tararear alguna tonadilla<br />

trasnochada <strong>de</strong> las <strong>de</strong>l tiempo <strong>de</strong> la Briones y <strong>de</strong> Manolo García, se le hubiera tenido<br />

por momia automática o por alma en pena a quien se había impuesto la tarea <strong>de</strong> escribir<br />

mil millones <strong>de</strong> causas para po<strong>de</strong>rse redimir.<br />

Al día siguiente <strong>de</strong> la prisión <strong>de</strong> Sarmiento y cuando aún no había <strong>de</strong>spachado<br />

regular porción <strong>de</strong> su faena <strong>de</strong> la mañana, una señora se presentó sin anunciarse en el<br />

escondrijo <strong>de</strong>l asesor.<br />

-¡Oh! señora... -exclamó Lobo suspendiendo [229] la escritura-. No esperaba a usted<br />

tan tempranito. Hágame usted el obsequio <strong>de</strong> tomar asiento.<br />

Ya la señora lo había hecho en la única silla que servía para el caso. Era la misma<br />

dama a quien vimos en el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> Chaperón, guapa si las hay, seductora mujer <strong>de</strong><br />

cara y cuerpo y apostura, tota totalitate hermosa. Envolvíase en un rico chal blanco que<br />

a Lobo le pareció, sobre los lindos hombros y entre los brazos <strong>de</strong> ver<strong>de</strong> vestidos, como<br />

el más gracioso capricho <strong>de</strong> la nieve entre las plantas <strong>de</strong> un jardín. Como a los viejos<br />

feos se les permite ser galantes, Lobo dijo que la cara <strong>de</strong> la señora era una rosa con la<br />

cual no se había atrevido la nieve, temiendo que una mirada la <strong>de</strong>rritiera.


-Déjese usted <strong>de</strong> san<strong>de</strong>ces -dijo ella-. Yo he venido a salir <strong>de</strong> dudas.<br />

-¿Respecto a esa jovenzuela que se <strong>de</strong>lató a sí misma?... Confieso que es el primer<br />

caso que he visto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que tengo esta nobilísima pluma en la mano. Usted se interesa<br />

por ella...<br />

-Mucho, muchísimo -repuso la dama con pena-. Anoche he tenido una pesadilla... no<br />

es la primera vez que sueño con ella... ¿Pues no he dado en soñar que soy verdugo y que<br />

la estoy ahorcando? [230]<br />

-es graciosísimo, señora mía, graciosísimo. ¿La conoce usted hace tiempo? ¿De qué<br />

proce<strong>de</strong> ese interés tan vivo? Ella no <strong>de</strong>muestra tenerla a usted grabada en las telas <strong>de</strong> su<br />

corazón. Recor<strong>de</strong>mos cómo <strong>de</strong>claró haberle entregado una <strong>de</strong> las cartas. Sin duda quería<br />

per<strong>de</strong>rla a usted. ¡Infame víbora! ¡Y usted quiere favorecerla! ¡Oh generosidad inaudita!<br />

-¡Ella me aborrece!<br />

-Se conoce: sí, porque lo <strong>de</strong> la carta es una calumnia.<br />

-No es calumnia, no. Recibí la carta -dijo la señora suspirando-. Pero Chaperón me<br />

ha dicho que no seré molestada por esa <strong>de</strong>claración. Mostraré la carta si es preciso. No<br />

contiene nada que trascienda a conspirar.<br />

-Todo sea por Dios -dijo Lobo con a<strong>de</strong>mán distraído-. Pues todo se arreglará. Basta<br />

que usted se interese por ella, para que Don Francisco sea benigno. Para él no hay más<br />

Dios que Calomar<strong>de</strong>, y como mi señora tiene felizmente todo el favor <strong>de</strong> nuestro<br />

querido Ministro y también el <strong>de</strong> Quesada...<br />

-No me fío yo mucho <strong>de</strong>l Ministro -dijo la dama nublando su hermoso semblante con<br />

las sombras <strong>de</strong> la duda-. Muy amigo mío era don Víctor Sáez y me prendió en Cádiz,<br />

como usted sabe. Aquello duró poco; pero fuí maltratada [231] <strong>de</strong>l modo más grosero.<br />

No hay que fiar <strong>de</strong> las amista<strong>de</strong>s en estos tiempos.<br />

-No, no hay que fiar, señora mía -repuso Lobo riendo y bajando la voz como el que<br />

va a <strong>de</strong>cir un secreto peligroso-. ¡Estamos en los tiempos más perros que se han visto<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> que hay tiempos, y bregamos con la gente más mala que se ha visto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que el<br />

hombre, esa infame bestia inteligente, apareció sobre la tierra! Empero, usted<br />

conseguirá lo que <strong>de</strong>sea. ¿Es cuestión <strong>de</strong> gratitud? ¿Ha recibido usted favores <strong>de</strong> esa<br />

infeliz o <strong>de</strong> su familia?<br />

-No, no es eso -repuso la dama, mostrando que la importunaba la curiosidad <strong>de</strong>l<br />

hombre <strong>de</strong> leyes-. Es cuestión <strong>de</strong> conciencia.<br />

-¿Debe usted favores a esa <strong>de</strong>sgraciada?<br />

-No, ella me <strong>de</strong>be a mí un disfavor muy gran<strong>de</strong>. Yo he sido mala, Sr. Lobo... pero<br />

no, no soy tan mala como yo misma creo. No faltan voces en mi conciencia... Verdad es<br />

que tengo un genio arrebatado, que soy capaz en ciertos momentos... Vamos, lo diré,<br />

soy capaz hasta <strong>de</strong> coger un puñal...


La hermosa dama, moviendo su brazo como para matar, convirtiose por breve<br />

momento en una figura trágica <strong>de</strong> extraordinaria belleza.<br />

-Pero estos furores me pasan -añadió pasándose la mano por los ojos-. Pasan, sí, y<br />

[232] como Dios castiga y advierte... Yo he sido mala; pero no he cerrado mis ojos a las<br />

advertencias <strong>de</strong> Dios. No es posible siempre reparar el mal que se ha causado... pero se<br />

me presenta ahora la ocasión <strong>de</strong> hacer un bien y lo he <strong>de</strong> hacer: quiero sacar <strong>de</strong> la<br />

prisión a esa joven.<br />

-El Sr. D. Francisco...<br />

-No me fío yo <strong>de</strong>l Sr. D. Francisco. Es <strong>de</strong>masiado amigo <strong>de</strong> mi esposo para que yo<br />

haga caso <strong>de</strong> sus palabrejas corteses. Usted, usted pue<strong>de</strong> arreglarlo fácilmente.<br />

-¿Cómo?<br />

-Componiendo la causa <strong>de</strong> modo que aparezca la reo tan inocente <strong>de</strong> conspiración<br />

como los ángeles <strong>de</strong>l cielo, aunque no sé yo si Chaperón y Calomar<strong>de</strong> podrán<br />

convencerse <strong>de</strong> que los ángeles no conspiran.<br />

-¡La causa, señora! -exclamó Lobo sonriendo con malicia.<br />

-Sí, componer la causa, hombre <strong>de</strong> Dios, poner lo blanco negro y lo negro blanco.<br />

-Pero Sra. D.ª Genara <strong>de</strong> mis pecados, si aquí no hay causas, ni jurispru<strong>de</strong>ncia, ni<br />

ley, ni sentencia, ni testimonio, ni pruebas, ni nada más que el capricho <strong>de</strong> la Comisión<br />

Militar y <strong>de</strong> la Superinten<strong>de</strong>ncia, sometidas, como usted sabe, al capricho más bárbaro<br />

aún [233] <strong>de</strong> los voluntarios realistas. Si todo este fárrago <strong>de</strong> papeles que usted ve aquí<br />

es tan inútil para la suerte <strong>de</strong> los presos como las piedras <strong>de</strong> que está empedrada la<br />

calle... Si todo esto es vana fórmula; si yo escribo porque me pagan para que escriba; si<br />

esto es puramente lo que yo llamo pan <strong>de</strong> archivo, porque no sirve más que para llenar<br />

esa gran boca que está siempre abierta y nunca se sacia... ¡Oh inocencia, oh candor<br />

pastoril! No hable usted <strong>de</strong> causas ni <strong>de</strong> procedimientos, porque si todo esto (señaló los<br />

legajos que en gran<strong>de</strong>s pilas le ro<strong>de</strong>aban) se escribiera en griego, serviría para lo mismo<br />

que en castellano sirve, para nada... ¡Pobres ratones! ¡y es tan inhumana la sala, que<br />

manda poner ratoneras para impedirles que se coman esto!<br />

El licenciado <strong>de</strong>spués que concluyó <strong>de</strong> hablar siguió riendo un buen rato.<br />

-Entonces es preciso empren<strong>de</strong>r la conquista <strong>de</strong> Chaperón.<br />

-Cosa muy fácil, pero facilísima... tenga usted <strong>de</strong> su parte a Calomar<strong>de</strong> y a Quesada<br />

y échese usted a dormir, señora.<br />

-Es que ahora -repuso la dama muy preocupada-, dicen que apretarán mucho la<br />

cuerda y que no perdonarán a nadie.<br />

-Sí, el Gobierno necesita ahora más que [234] nunca <strong>de</strong>mostrar gran celo para<br />

perseguir a los liberales. Los voluntarios realistas le acusan <strong>de</strong> que ahorca poco.


-¡Qué horror! -exclamó la señora con espanto.<br />

-De que ahorca poco. Pues bien, el Gobierno se verá en el caso <strong>de</strong> ahorcar mucho.<br />

-¡Y a esa pobre joven...!<br />

-Esa pobre joven... La verdad es que la causa, como causa <strong>de</strong> conspiración, es <strong>de</strong> las<br />

que más alto pi<strong>de</strong>n un <strong>de</strong>senlace trágico. Ahora me acuerdo <strong>de</strong> una circunstancia que<br />

favorece mucho su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> usted.<br />

-¿Qué?<br />

-Anoche nos han traído al que figura como cómplice <strong>de</strong> la tunantuela.<br />

-¿Sarmiento?... le conozco -dijo la señora <strong>de</strong>sanimándose-. Es un pobre tonto, a<br />

quien la Comisión no pue<strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rar como reo.<br />

-Poquito a poco. La ley está <strong>de</strong> tal modo redactada, que yo no me atrevería a<br />

absolverle. Puesto que la señora quiere que yo dé unos cuantos toques a la causa, se<br />

hará. Nada se pier<strong>de</strong> en ello. Verá usted cómo resulta que el culpable <strong>de</strong> todo es<br />

Sarmiento, y que la joven jamás ha roto un plato.<br />

-Buena i<strong>de</strong>a, si ese infeliz estuviese en su claro juicio; si tuviera responsabilidad...<br />

[235]<br />

-Ahí está el quid. Anoche dijo Chaperón que iba a mandarle al Nuncio <strong>de</strong> Toledo.<br />

Pue<strong>de</strong> que persista en esta humanitaria i<strong>de</strong>a. Allá veremos... Ya sabe usted que la cabeza<br />

<strong>de</strong> mi jefe es una berroqueña.<br />

-Lo que sé -dijo la dama en tono humorístico-, es que su jefe <strong>de</strong> usted es uno <strong>de</strong> los<br />

hombres más brutos que han comido pan en el mundo.<br />

-Señora -repuso Lobo como quien da expansión a un sentimiento contenido por el<br />

<strong>de</strong>ber-, yo le aseguro a usted que no come cebada por no dar qué <strong>de</strong>cir. Así anda el<br />

Reino en manos <strong>de</strong> esta gente. Malaventurados los que se ven en la dura necesidad <strong>de</strong><br />

servirle, como yo, por ejemplo, que pudiendo estar pavoneándome en una sala <strong>de</strong>l<br />

Consejo, cual lo pi<strong>de</strong>n mis merecimientos y servicios, me hallo reducido a la triste<br />

condición en que usted me ve. ¡Ay! señora <strong>de</strong> mi vida -añadió haciendo pucheros-. Esto<br />

me pasa por haber sido una mala cabeza, por haber fluctuado entre los dos partidos sin<br />

<strong>de</strong>cidirme por ninguno. Des<strong>de</strong> la guerra vengo haciendo quiebros como un bailarín sin<br />

saber a qué faldón agarrarme. Mis vacilaciones, mi timi<strong>de</strong>z natural, y ¿por qué no<br />

<strong>de</strong>cirlo? mi honra<strong>de</strong>z me han traído al estado en que me veo, simple secretario [236] <strong>de</strong><br />

un Chaperón, yo que llegué a posarme en la sala <strong>de</strong> Mil y quinientas... ¡Y que no he<br />

pasado yo congojas en gracia <strong>de</strong> Dios!... -al <strong>de</strong>cir esto movía la cabeza como los<br />

muñecos que la tienen pegada al cuerpo por una espiral <strong>de</strong> alambre-. ¡Sin <strong>de</strong>stino y<br />

teniendo que mantener esposa, dos suegras y once becerros mamones! Es verdad que<br />

Dios se llevó <strong>de</strong> mi casa a la gente mayor; pero vinieron nietecillos... ¡y qué casorios los<br />

<strong>de</strong> mis hijas!... En fin, señora, me callo, porque si sigo hablando <strong>de</strong> mis lástimas ha <strong>de</strong><br />

llorar hasta el tintero. ¡Qué hubiera sido <strong>de</strong> mí sin la pensión que me dio durante tres<br />

años el Sr. <strong>de</strong> Araceli, y sin el favor <strong>de</strong> personas generosas como usted y otras a quienes


viviré eternamente agra<strong>de</strong>cido!... Pero me callo, positivamente me callo, porque si<br />

siguiera hablando...<br />

-Una persona <strong>de</strong> tantas tretas como usted -manifestó Genara poco atenta a las<br />

lamentaciones <strong>de</strong>l curial-, pue<strong>de</strong> ingeniarse para que yo vea satisfecho mi <strong>de</strong>seo. Estoy<br />

segura <strong>de</strong> que no he <strong>de</strong> quedar <strong>de</strong>scontenta.<br />

-En estos tiempos, señora, ¿quién es el guapo que pue<strong>de</strong> dar una seguridad? ¿No ve<br />

usted que todo está sujeto al capricho?<br />

Genara, vagamente distraída, contemplaba el cefalópodo formado por la humedad<br />

sobre el [237] retrato <strong>de</strong>l Monarca. De repente sonaron golpes en la puerta y una voz<br />

gritó:<br />

-El señor Presi<strong>de</strong>nte.<br />

-Con perdón <strong>de</strong> usted, señora -dijo levantándose-. Ya está ahí ese Judas Iscariote.<br />

Tengo que ir al <strong>de</strong>spacho.<br />

El licenciado salió un momento como para curiosear, y al poco rato volvió corriendo<br />

con su pasito menudo y vacilante.<br />

-Señora -dijo a su amiga en tono <strong>de</strong> alarma-. Con Chaperón ha entrado el Sr. Garrote,<br />

su digno esposo <strong>de</strong> usted.<br />

-¡Jesús, María y José! -exclamó la dama llena <strong>de</strong> turbación-. Me voy, me voy... ¿Por<br />

dón<strong>de</strong> salgo, Sr. Lobo, <strong>de</strong> modo que no encuentre...?<br />

-Por aquí, por aquí... -manifestó el curial guiándola fuera <strong>de</strong> la pieza por oscuros<br />

pasillos, don<strong>de</strong> había alcarrazas <strong>de</strong> agua, muebles viejos y esteras sin uso-. No es muy<br />

bueno el tránsito, pero saldrá usted a la calle <strong>de</strong> los Autores sin tropezar con bestias<br />

cornúpetas mayores ni menores.<br />

-Ya, ya veo la salida... Adiós, gracias, Sr. Lobo. Vaya usted luego por mi casa -dijo<br />

la señora recogiéndose la falda para andar más ligera.<br />

Al poner el pie en el callejón, pasaba por [238] <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella, tocándola, una figura<br />

imponente y majestuosa. Cruzáronse dos exclamaciones <strong>de</strong> sorpresa.<br />

-¡Señora!<br />

-¡Padre Alelí!...<br />

Era un fraile <strong>de</strong> la Merced, alto, huesudo, muy viejo, <strong>de</strong> vacilante paso, cuerpo no<br />

muy <strong>de</strong>recho, y una carilla regocijada y con visos <strong>de</strong> haber sido muy graciosa, la cual<br />

resaltaba más sobre el hábito blanco <strong>de</strong> elegantes pliegues. Apoyábase el caduco varón<br />

en un palo, y al andar movía la cabeza, mejor dicho, se le movía la cabeza, cual si su<br />

cuello fuera más que cuello una bisagra.<br />

-¿A dón<strong>de</strong> va el viejecito? -le dijo la señora con bondad.


-¿Y usted <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> viene? Sin duda <strong>de</strong> interce<strong>de</strong>r por algún <strong>de</strong>sgraciado. ¡Qué<br />

excelente corazón!<br />

-Precisamente <strong>de</strong> eso vengo.<br />

-Pues yo voy a la cárcel, a visitar a los pobres presos. Dicen que han entrado muchos<br />

ayer. Voy a verlos. Ya sabe usted que auxilio a los con<strong>de</strong>nados a muerte.<br />

-Pues a mí me ha entrado el antojo <strong>de</strong> visitar también a los presos.<br />

-¡Oh! magnánimo espíritu... Vamos, señora... Pero, tate, tate, no mueva usted los<br />

[239] piececillos con tanta presteza, que no puedo seguirla. Estoy tan gotoso, señora<br />

mía, que cada vez que auxilio a uno <strong>de</strong> estos infelices, me parece que veo en él a un<br />

compañero <strong>de</strong> viaje.<br />

Después <strong>de</strong> recorrer medio Madrid con la pausa que la andadura <strong>de</strong> Su Paternidad<br />

exigía, entraron en la cárcel. Al subir por la inmunda escalera, la dama ofreció su brazo<br />

al anciano que lo aceptó bondadosamente, diciendo:<br />

-Gracias... Si estos escalones fueran los <strong>de</strong>l cielo, no me costaría más trabajo<br />

subirlos... Gracias: se reirán <strong>de</strong> esta pareja; ¿pero qué nos importa? Yo bendigo este<br />

hermoso brazo que se presta a servir <strong>de</strong> apoyo a la ancianidad.<br />

- XX -<br />

Chaperón entró en su <strong>de</strong>spacho con las manos a la espalda, los ojos fijos en el suelo,<br />

el ceño fruncido, el labio inferior montado sobre su compañero, la tez pálida y muy<br />

apretadas las mandíbulas, cuyos tendones se movían bajo la piel como las teclas <strong>de</strong> un<br />

piano. Detrás <strong>de</strong> él [240] entraron el coronel Garrote (<strong>de</strong> ejército) y el capitán <strong>de</strong><br />

voluntarios realistas Francisco Romo, ambos <strong>de</strong> uniforme. En el <strong>de</strong>spacho aguardaba<br />

holgazanamente recostado en un sofá <strong>de</strong> paja el diestro cortesano <strong>de</strong> 1815, Bragas <strong>de</strong><br />

Pipaón.<br />

A tiro <strong>de</strong> fusil se conocía que el insigne cuadrillero <strong>de</strong>l absolutismo estaba<br />

sofocadísimo por causa <strong>de</strong> reciente disgusto o altercado. ¡Ay <strong>de</strong> los <strong>de</strong>sgraciados<br />

presos! ¡Si los diablillos menores temblaban al ver a su Lucifer, cómo temblarían los<br />

reos si le vieran!<br />

Garrote y Romo no se sentaron. También hallábanse agitados.<br />

-No volverá a pasar, yo juro que no volverá a pasar -dijo Chaperón dando una gran<br />

patada-. Por vida <strong>de</strong>l Santísimo Sacramento... vaya un pago, vaya un pago que se da a<br />

los que lealmente sirven al Trono.<br />

Hubiérase creído que la estera era el Trono, a juzgar por la furia con que la pisoteaba<br />

el gran esbirro.


-Todavía -añadió mirando con atónitos ojos a sus amigos- le parece que no hago<br />

bastante; que <strong>de</strong>jo vivir y respirar <strong>de</strong>masiado a los liberales. ¿Hase visto injusticia<br />

semejante? «Señor Chaperón, usted no hace nada, Sr. Chaperón, las conspiraciones<br />

crecen y usted [241] no acierta a sofocarlas. Los conspiradores le tiran <strong>de</strong> la nariz y<br />

usted no los ve...». «Pero Sr. Calomar<strong>de</strong>, ¿me quiere usted <strong>de</strong>cir cómo se persigue a los<br />

liberales, a los comuneros, a los milicianos, a los compradores <strong>de</strong> bienes nacionales, a<br />

los clérigos secularizados, a toda la canalla, en fin? ¿Pue<strong>de</strong> hacerse más <strong>de</strong> lo que yo<br />

hago? ¿Cree usted que esa polilla se extirpa en cuatro días?...». Pues que no, y que no,<br />

que para arriba y que para abajo, que yo soy tibio, que soy benigno, que <strong>de</strong>jo hacer, que<br />

no tengo ojos <strong>de</strong> lince, que se me escapan los más gordos, que me trago los camellos y<br />

pongo a colar a los mosquitos. Y vaya usted a sacarlos <strong>de</strong> ahí. Convénzales usted <strong>de</strong> que<br />

no es posible hacer otra cosa, a menos que no salgamos (5) a la calle con una compañía y<br />

fusilemos a todo el que pase... Esta misma noche he <strong>de</strong> procurar ver a Su Majestad y<br />

<strong>de</strong>cirle que si encuentra otro que le sirva mejor que yo en este puesto, le coloque en<br />

lugar mío. Francisco Chaperón no consentirá otra vez que D. Ta<strong>de</strong>o Calomar<strong>de</strong> le llame<br />

zanguango.<br />

-No hay que tomarlo tan por la tremenda -dijo Garrote con su natural franqueza,<br />

apoyándose en el sable-. Si el Ministro y el Rey se quejan <strong>de</strong> usted, me parece injusto...<br />

ahora si se quejan <strong>de</strong> la organización que se ha dado [242] a la Comisión Militar, me<br />

parece que están acertados.<br />

-Eso, eso es -afirmó Romo sin variar su impasible semblante.<br />

-No lo entiendo -dijo D. Francisco.<br />

-Es muy sencillo. Las Comisiones están organizadas <strong>de</strong> tal modo que aquí se<br />

eternizan las causas. Papeles y más papeles... Los presos se pudren en los calabozos...<br />

¡Demonio <strong>de</strong> rutina! Para que esto marchara bien, sería preciso que los procedimientos<br />

fueran más ejecutivos, enteramente militares, como en un campo <strong>de</strong> batalla... ¿Me<br />

entien<strong>de</strong> usted?... ¿Se quiere arrancar <strong>de</strong> cuajo la revolución? Pues no hay más que un<br />

medio. -(Al <strong>de</strong>cir esto se puso en el centro <strong>de</strong> la sala accionando como un jefe que da<br />

ór<strong>de</strong>nes perentorias)-. A ver, tú, ¿has conspirado contra el Gobierno <strong>de</strong> Su Majestad?<br />

Pues ven acá... Ea, fusilarme a esta buena pieza. A ver, tú: ¿has gritado «viva la<br />

Constitución»?... Ven acá, te vamos a apretar el gaznate para que no vuelvas a gritar... Y<br />

tú, ¿qué has hecho? ¿compraste bienes <strong>de</strong>l clero? Diez años <strong>de</strong> presidio... Y nada más.<br />

Entonces sí que se acababan pronto las conspiraciones. Juro a usted que no se había <strong>de</strong><br />

encontrar un revolucionario aunque lo buscaran a siete estados bajo tierra. [243]<br />

Chaperón hundía la barba en el pecho acariciándosela con su <strong>de</strong>recha mano.<br />

-Lo que dice el amigo Navarro -afirmó Romo-, no tiene vuelta <strong>de</strong> hoja. Nosotros los<br />

voluntarios realistas hemos salvado al Rey. Los franceses no habrían hecho nada sin<br />

nosotros. Somos el sostén <strong>de</strong>l Trono, las columnas <strong>de</strong> la Fe católica. Pues bien, dígase<br />

con franqueza, si tenemos las preeminencias que nos correspon<strong>de</strong>n. Los liberales nos<br />

insultan y no se les castiga.<br />

Chaperón hizo un brusco movimiento. Iba a respon<strong>de</strong>r.


-Quiero <strong>de</strong>cir, que no se les castiga como merecen -añadió el voluntario realista-. En<br />

vez <strong>de</strong> tener absoluta confianza en nosotros, se nos quiere sujetar a reglamentos como<br />

los <strong>de</strong> la Milicia Nacional. Nos miran con <strong>de</strong>sconfianza... ¿y por qué? porque no<br />

permitimos que se falte al respeto a Su Majestad y a la Fe católica, porque estamos<br />

siempre en primera línea cuando se trata <strong>de</strong> sofocar una rebelión o <strong>de</strong> precaverla.<br />

Nuestro criterio <strong>de</strong>biera ser el criterio <strong>de</strong>l Gobierno. ¿Y cuál es nuestro criterio? Pues es<br />

ni más ni menos que exterminio absoluto, no perdonar a nadie, cortar toda cabeza que se<br />

levante un poco, aplacar todo chillido que sobresalga. ¡Ah! señores, si así se hiciera otro<br />

gallo [244] nos cantara. Pero no se hace. Aunque el Sr. Chaperón se enfa<strong>de</strong>, yo repito<br />

que hay lenidad, mucha lenidad, que no se castiga a nadie, que las causas se eternizan,<br />

que <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> poco los negros han <strong>de</strong> reírse en nuestras barbas, que así no se pue<strong>de</strong><br />

estar, que peligra el Trono, la Fe católica... Y no lo digo yo solo, lo dice todo el instituto<br />

<strong>de</strong> voluntarios realistas, a que me glorio <strong>de</strong> pertenecer... Y estamos trinando, sí, señor<br />

Chaperón, trinando porque usted no castiga como <strong>de</strong>biera castigar.<br />

El hombre oscuro emitió su opinión sin inmutarse, y las palabras salían <strong>de</strong> su boca<br />

como salen <strong>de</strong> una cárcel los alaridos <strong>de</strong> dolor sin que el edificio ría ni llore. Tan sólo al<br />

fin, cuando más vehemente estaba, viose que amarilleaba más el globo <strong>de</strong> sus ojos y que<br />

sus violados labios se secaban un poco. Después pareció QUE SEGUÍA<br />

MASCULLANDO como en él era costumbre, el orujo amargo <strong>de</strong> que alimentaba su<br />

bilis.<br />

-Todo sea por Dios -dijo Chaperón, alzando <strong>de</strong>l suelo los ojos y dando un suspiro-.<br />

¡Y <strong>de</strong> tantos males tengo yo la culpa!... Ya verán quién es Calleja.<br />

Diciendo esto se encaminó a la mesa. Ya el licenciado Lobo ocupaba en ella su<br />

puesto.<br />

-A ver, <strong>de</strong>spachemos esas causas -dijo al leguleyo. [245]<br />

-Aquí tenemos algunas -repuso Lobo poniendo su mano sobre un montón <strong>de</strong><br />

infamia-, a las que no falta sino que Vuecencia falle.<br />

-A ver, a ver. Con bonito humor me cogen. Vamos a prepararle su trabajo al fiscal.<br />

Lobo tomó el primer legajo y dijo:<br />

-Número 241. Esta es la causa <strong>de</strong> aquel comunero que propuso establecer la<br />

república.<br />

-Horca -dijo Chaperón prontamente y con voz <strong>de</strong> mando, como un oficial que a las<br />

tropas dice «fuego»-. Sea con<strong>de</strong>nado a la pena ordinaria <strong>de</strong> horca.<br />

-Número 242 -añadió Lobo tomando otro legajo-. Causa <strong>de</strong> Simón Lozano, por<br />

irreverencias a una imagen <strong>de</strong> la Virgen.<br />

-Horca -gruñó Chaperón, cual si se le pudriera la palabra en el cuerpo-. A<strong>de</strong>lante.<br />

-Número 243. Causa <strong>de</strong> la mujer y <strong>de</strong> la hija <strong>de</strong> Simón Lozano, acusadas <strong>de</strong> no haber<br />

<strong>de</strong>latado a su marido.


-Diez años <strong>de</strong> galera.<br />

-Número 244. Causa <strong>de</strong> Pedro Errazu por expresiones subversivas en estado <strong>de</strong><br />

embriaguez.<br />

-El estado <strong>de</strong> embriaguez no vale. ¡Horca! Añada usted que sea <strong>de</strong>scuartizado.<br />

-Número 245. Causa <strong>de</strong> Gregorio Fernán<strong>de</strong>z [246] Retamosa, por haber besado el<br />

sitio don<strong>de</strong> estuvo la lápida <strong>de</strong> la Constitución.<br />

-Diez años <strong>de</strong> presidio... no, doce, doce.<br />

-Número 246. Causa <strong>de</strong> Andrés Rosado por haber exclamado: «¡Muera el Rey!».<br />

-Horca.<br />

-Número 247. Causa <strong>de</strong>l sargento José Rodríguez por haber elogiado la Constitución.<br />

-Horca.<br />

-248. Causa <strong>de</strong> su compañero Vicente Ponce <strong>de</strong> León, por haber permanecido en<br />

silencio cuando Rodríguez elogió la Constitución.<br />

-Diez años <strong>de</strong> presidio y que asista a la ejecución <strong>de</strong> Rodríguez, llevando al cuello el<br />

libro <strong>de</strong> la Constitución que quemará el verdugo.<br />

-249. Causa <strong>de</strong> D. Benigno Cor<strong>de</strong>ro y <strong>de</strong> su hija Elena Cor<strong>de</strong>ro por conspiración...<br />

-¡Alto! -gritó una voz <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el otro extremo <strong>de</strong> la sala.<br />

Era la <strong>de</strong> Pipaón que se a<strong>de</strong>lantó extendiendo su mano como una divinidad<br />

protectora.<br />

-Si es criminal perdonar al culpable, criminal es, criminalísimo, con<strong>de</strong>nar al inocente<br />

-dijo con énfasis-. Yo me opongo, y mientras tenga un hálito <strong>de</strong> vida alzaré mi voz en<br />

<strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> la inocencia.<br />

-Vaya, recomendaciones habemos -observó Garrote riendo-. Eso no pue<strong>de</strong> faltar en<br />

España. [247] Favorcillo, amista<strong>de</strong>s, empeños... Mientras tengamos eso, no habrá<br />

justicia en nuestro país... ¡Recomendación! Yo empezaría por ahorcar esa palabra. Me<br />

repugna.<br />

-No se trata aquí <strong>de</strong> recomendar a un amigo a la generosidad <strong>de</strong> D. Francisco -dijo el<br />

cortesano poniéndose rojo <strong>de</strong> tanto énfasis-. Es que la inocencia <strong>de</strong> D. Benigno está ya<br />

tan clara como la diáfana luz <strong>de</strong>l día. ¿Le consta a usted que no?<br />

-A mí no me consta nada -repuso Navarro alzando los hombros-. Si no le conozco...<br />

Pero me ha llamado la atención una cosa, y es que se han sentenciado en este mismo<br />

momento varias causas por <strong>de</strong>sacato, por exclamaciones, por besos, por sacrilegio, sin<br />

que hayamos oído una voz que se interese por los reos; pero aparece una causa <strong>de</strong>


conspiración (al <strong>de</strong>cir esto dio una gran palmada) y en seguida vemos venir la<br />

recomendación. Si no hay gente más feliz que los conspiradores... Yo no sé cómo se las<br />

componen, que siempre encuentran amigos.<br />

-Hablemos claro -dijo el cortesano tragando saliva-. Yo no recomiendo a un<br />

conspirador: solamente afirmo que el Sr. Cor<strong>de</strong>ro no ha conspirado jamás. ¿No está el<br />

Sr. Chaperón convencido <strong>de</strong> ello? ¿No se ha <strong>de</strong>mostrado que los verda<strong>de</strong>ros culpables<br />

son otros? [248]<br />

-Este es un caso extraño -afirmó D. Francisco-. Cierto es que los Cor<strong>de</strong>ros son<br />

inocentes.<br />

-Bueno, si hay realmente inocencia, no digo nada -objetó sonriendo Navarro-. Pero<br />

es particular que sólo los que conspiran resulten inocentes.<br />

-Sólo los que conspiran -añadió Romo en tono <strong>de</strong>l más perfecto asentimiento.<br />

-¿Pues qué? -dijo Pipaón con mayor dosis <strong>de</strong> énfasis y encarándose con el voluntario<br />

realista-. ¿No será usted capaz <strong>de</strong> sostener que nuestro amigo D. Benigno y su hija son<br />

inocentes <strong>de</strong>l crimen que les imputó un <strong>de</strong>lator <strong>de</strong>sconocido?<br />

Romo miró a todos uno tras otro impasiblemente. Jamás había su rostro aparecido<br />

más frío, más oscuro, <strong>de</strong> más difícil <strong>de</strong>finición que en aquel instante. Era como un papel<br />

blanco, en cuya superficie busca en vano la observación una frase, una línea, un rasgo,<br />

un punto.<br />

-Bien conocen todos -dijo con tranquilo tono- mi carácter leal, mi amor a la<br />

veracidad. Para mí la verdad está por encima <strong>de</strong> todos los afectos, hasta <strong>de</strong> los más<br />

sagrados. Soy así y no lo puedo remediar. ¿Por qué me llaman los compañeros, Romo el<br />

voluntario <strong>de</strong> bronce? Porque soy como <strong>de</strong> bronce, señores; a mí no hay quien me<br />

tuerza, ni me doble, ni [249] me funda. ¿Se trata <strong>de</strong> una cosa que es verdad? Pues<br />

verdad y nada más que verdad. (Romo hizo tal gesto con el <strong>de</strong>do índice que parecía<br />

querer agujerear el suelo). Si mi padre falta y me lo preguntan digo que sí. No significa<br />

esto que sea insensible, no. Yo también tengo mis blanduras. Soy <strong>de</strong> bronce y tengo mi<br />

car<strong>de</strong>nillo... (el hombre duro y lóbrego se conmovía). Yo también sé sentir. Bien saben<br />

todos que quiero mucho a D. Benigno Cor<strong>de</strong>ro. Bien saben todos que trabajé porque<br />

volviera a Madrid. Pues bien, supongamos que me preguntan ahora si creo que D.<br />

Benigno Cor<strong>de</strong>ro conspiraba: yo respon<strong>de</strong>ré... que no lo sé.<br />

Díjolo <strong>de</strong> tal modo, que dudando afirmaba. Lo que el hombre <strong>de</strong> bronce llamaba su<br />

car<strong>de</strong>nillo, si para él era un afecto, para los <strong>de</strong>más podía ser un veneno.<br />

-¡Que no lo sabe! -exclamó Pipaón con ira-. Por fuerza usted ha perdido el juicio.<br />

-No lo sé -repitió el voluntario mirando al suelo-. Si no lo sé, ¿por qué he <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir<br />

que lo sé, faltando a mi conciencia? ¿Qué importan mis afectos ante la verdad? Yo cojo<br />

el corazón y lo cierro como se cierra un libro prohibido, y no lo vuelvo a abrir aunque<br />

me muera... porque no tengo que fijar los ojos más que en la [250] verdad... y la verdad<br />

es antes que nada, y maldito sea el corazón si sirve para apartarnos <strong>de</strong> la verdad.


-El amigo Romo -dijo Navarro-, nos da un ejemplo <strong>de</strong> honra<strong>de</strong>z que es muy raro y<br />

tendrá muy pocos imitadores.<br />

-Pues yo -afirmó Pipaón subiendo todavía algunos puntos en la escala <strong>de</strong> su énfasis-,<br />

digo que si la verdad está sobre el corazón, la caridad está sobre la verdad... Pero no<br />

necesitan los Cor<strong>de</strong>ros implorar la caridad sino alegar su <strong>de</strong>recho, porque son inocentes.<br />

Señor D. Francisco Chaperón, ¿no cree usted que son inocentes?<br />

-Yo creo que sí -replicó el Presi<strong>de</strong>nte con acento <strong>de</strong> convicción-. El <strong>de</strong>lito que a ellos<br />

se imputaba ha sido cometido por otras personas. Así consta por <strong>de</strong>claración <strong>de</strong> los<br />

mismos reos. La <strong>de</strong>lación ha sido equivocada.<br />

-¿Lo ven uste<strong>de</strong>s? -dijo Bragas rompiéndose las manos una con otra.<br />

-Por lo que veo, el <strong>de</strong>lito no <strong>de</strong>saparece -indicó Garrote-. Lo que hay es un cambio<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>lincuente.<br />

-Eso es, una sustitución <strong>de</strong> <strong>de</strong>lincuente.<br />

-¿Y se castigará? -preguntó con incredulidad el coronel <strong>de</strong>l ejército <strong>de</strong> la Fe.<br />

-¡Bueno fuera que no!... ¿Estamos en Babia?... [251] A fe que tengo hoy humor <strong>de</strong><br />

blanduras. Siga usted, Lobo.<br />

-Causa <strong>de</strong> D. Benigno Cor<strong>de</strong>ro.<br />

Chaperón meditó un rato. Después, tomando un tonillo <strong>de</strong> jurisconsulto que emite<br />

parecer muy docto, habló así:<br />

-Absolución. Solamente les con<strong>de</strong>no a dos meses <strong>de</strong> cárcel, por no haber <strong>de</strong>nunciado<br />

las visitas <strong>de</strong> Seudoquis al piso segundo <strong>de</strong> su misma casa.<br />

-¡Qué bobería! -murmuró por lo bajo Pipaón, arqueando las cejas.<br />

-Número 251. Causa <strong>de</strong> D. Ángel Seudoquis -cantó el licenciado.<br />

-Diez años <strong>de</strong> prisión y pena <strong>de</strong> <strong>de</strong>gradación militar, por no haber dado parte a la<br />

autoridad <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong> su hermano a Madrid... Las cartas que se le han encontrado<br />

son amorosas... No hay la menor alusión a las cosas políticas. A<strong>de</strong>lante.<br />

-Número 252. Causa <strong>de</strong> Soledad Gil <strong>de</strong> la Cuadra y <strong>de</strong> Patricio Sarmiento.<br />

-Es la más rara que se ha conocido en esta Comisión.<br />

-Sí, la más rara -añadió Romo-, porque presenta un caso nunca visto, señores, el caso<br />

más admirable <strong>de</strong> abnegación <strong>de</strong> que es capaz el espíritu humano. Figúrense uste<strong>de</strong>s una<br />

joven [252] inocente que por salvar a dos personas que le han hecho favores se <strong>de</strong>clara<br />

culpable... mentira pura... una mentira sublime, pero mentira al fin.


-Abnegación -indicó Chaperón con cierto aturdimiento-. ¿Qué enten<strong>de</strong>mos nosotros<br />

<strong>de</strong> eso? Cosas <strong>de</strong>l fuero interno, ¿no es verdad, Lobo? Al grano, digo yo, es <strong>de</strong>cir, a los<br />

hechos y a la ley. El <strong>de</strong>lito es indudable. La prueba es indudable. Tenemos un reo<br />

convicto y confeso. Caiga sobre él la espada inexorable <strong>de</strong> la justicia, ¿no es verdad,<br />

Lobo?<br />

El licenciado no <strong>de</strong>cía nada.<br />

-Pero aparecen ahí dos personas -dijo Navarro.<br />

-Una joven y un viejo tonto. Ella parece la más culpable. Del mentecato <strong>de</strong><br />

Sarmiento no <strong>de</strong>bemos ocuparnos. Sería gran mengua para este tribunal.<br />

-Si tras <strong>de</strong> lo <strong>de</strong>sacreditado que está -dijo Navarro con sorna-, da en la flor <strong>de</strong> soltar a<br />

los cuerdos y ajusticiar a los imbéciles...<br />

-Nada, nada. A<strong>de</strong>lante -manifestó Chaperón con impaciencia-. Despachemos eso.<br />

-Soledad Gil -cantó Lobo.<br />

-Pena ordinaria <strong>de</strong> horca. Y sea conducido D. Patricio a la casa <strong>de</strong> locos <strong>de</strong> Toledo.<br />

Esto propondré a la Sala pasado mañana. [253]<br />

Miró a sus amigos con expresión <strong>de</strong> orgullo semejante a la que <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> tener<br />

Salomón <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> dictar su célebre fallo.<br />

-Me parece bien -afirmó Garrote.<br />

-Admirablemente -dijo Pipaón, tranquilizado ya respecto a la suerte <strong>de</strong> sus amigos y<br />

fiando en que le sería fácil <strong>de</strong>spués librarles <strong>de</strong> los dos meses <strong>de</strong> cárcel.<br />

-Y yo digo que habrá no poca ligereza en el tribunal si aprueba eso -insinuó con<br />

hosca timi<strong>de</strong>z Romo.<br />

-¡Ligereza!<br />

-Sí; averígüese bien si la <strong>de</strong> Gil <strong>de</strong> la Cuadra es culpable o no.<br />

-Ella misma lo asegura.<br />

-Pues yo la <strong>de</strong>smentiré, sí señor, la <strong>de</strong>smentiré.<br />

-Este es un hombre que no duerme si no ve ahorcados a sus amigos.<br />

-Aquí no se trata <strong>de</strong> amigos -exclamó Romo con cierto calor que se podía tomar por<br />

rabia-. Yo no tengo amigos en estas cuestiones; yo no soy amigo <strong>de</strong> nadie, más que <strong>de</strong>l<br />

Rey y <strong>de</strong> la sacratísima Fe católica. Romo, el voluntario <strong>de</strong> bronce, no tiene amista<strong>de</strong>s<br />

más que con la justicia y con la verdad. Y ya que hablamos <strong>de</strong>l Sr. Cor<strong>de</strong>ro, diré que<br />

<strong>de</strong>jé <strong>de</strong> frecuentar su casa <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que vi en ella ciertas cosas. [254]


-¿Qué ha visto usted? -preguntó vivamente el cortesano, tan sofocado por su enojo<br />

como por su collarín metálico que le con<strong>de</strong>naba elegantemente a garrote.<br />

-No tengo para qué <strong>de</strong>cirlo ahora -repuso el voluntario volviendo la espalda-. Está<br />

sentenciada la causa ¿para qué añadir una palabra más?<br />

-Me parece -dijo Bragas en tono <strong>de</strong> sarcasmo-, que el amigo Romo está durmiendo y<br />

ve visiones, como las veía el que <strong>de</strong>lató a nuestros amigos.<br />

-¿Se sabe quién los ha <strong>de</strong>latado? -preguntó Navarro al presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la Comisión-.<br />

¿Es persona que merece crédito?<br />

-Dos individuos <strong>de</strong> nuestra policía. Generalmente obran por indicaciones <strong>de</strong> personas<br />

afectas a Su Majestad.<br />

-Esas personas son entonces los verda<strong>de</strong>ros <strong>de</strong>nunciadores.<br />

-En efecto, esas son -dijo Romo-, a esas personas hay que agra<strong>de</strong>cer el expurgo que<br />

se está haciendo y al cual <strong>de</strong>berá su tranquilidad el Reino. ¿Quién se atrevería a<br />

vituperar a los médicos porque dijeran: «Córtese usted ese <strong>de</strong>do que está gangrenado»?<br />

-Pues si aquí no ha habido una mala inteligencia, ha habido una infame intención<br />

-replicó [255] Bragas firme en su puesto-. Mi amigo Cor<strong>de</strong>ro ha sido víctima <strong>de</strong> una<br />

venganza.<br />

-Usted no sabe lo que dice -afirmó Romo con <strong>de</strong>sprecio-. En las oficinas <strong>de</strong>l Consejo<br />

y en los gabinetes <strong>de</strong> las damas se enten<strong>de</strong>rá <strong>de</strong> intrigar, <strong>de</strong> entorpecer la marcha <strong>de</strong> la<br />

justicia; pero <strong>de</strong> purificar el Reino, <strong>de</strong> hacer polvo a la revolución...<br />

-¿Y cómo se purifica el Reino? ¿Atropellando a la inocencia, con<strong>de</strong>nando a un<br />

hombre <strong>de</strong> bien por la <strong>de</strong>lación <strong>de</strong> cualquier <strong>de</strong>sconocido?<br />

-Repito que usted no sabe lo que habla -dijo Romo presentando en su rostro creciente<br />

alteración que le hacía <strong>de</strong>sconocido-. Los que pasan la vida enredando para poner en<br />

salvo a los mayores <strong>de</strong>lincuentes; los que se entretienen en escribir billetes <strong>de</strong><br />

recomendación para favorecer a todos los pillos, no entien<strong>de</strong>n ni enten<strong>de</strong>rán nunca la<br />

rectitud <strong>de</strong>l súbdito leal que en silencio trabaja por su Rey y por la Fe católica. Mírenme<br />

a la cara (el Sr. Romo estaba horrible), para que se vea que sé afrontar con orgullo toda<br />

clase <strong>de</strong> responsabilida<strong>de</strong>s. Y para que no du<strong>de</strong>n <strong>de</strong> la verdad <strong>de</strong> una <strong>de</strong>lación por<br />

suponerla oscura, se aclarará, sí señores, se aclarará... Mírenme a la cara (cada vez era<br />

más horrible); yo no oculto nada. Para [256] que se vea si la <strong>de</strong>lación <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro es una<br />

farsa, <strong>de</strong>claro que la he hecho yo.<br />

Al <strong>de</strong>cir yo diose un gran golpe en el pecho que retumbó como una caja vacía.<br />

Brillaban sus ojos con extraño fulgor <strong>de</strong>sconocido; se había transfigurado, y la cólera<br />

iluminaba sus facciones antes oscuras. El lóbrego edificio don<strong>de</strong> jamás se veía claridad,<br />

echaba por todos sus huecos la lumbre amarillenta y sulfúrea <strong>de</strong> una cámara infernal.<br />

Haciendo un gesto <strong>de</strong> amenaza, se expresó así:<br />

-El que sea guapo que me <strong>de</strong>smienta.


Y salió sin añadir una palabra. Pipaón, que era hombre <strong>de</strong> muy pocos hígados como<br />

se habrá podido observar en otras partes <strong>de</strong> esta historia, se quedó perplejo, pero<br />

afectaba la in<strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> un valiente que medita las atrocida<strong>de</strong>s que ha <strong>de</strong> hacer,<br />

Chaperón dijo:<br />

-No se <strong>de</strong>cida nada sobre esas dos causas. Qué<strong>de</strong>nse para otro día.<br />

Un diablillo menor entró muy gozoso, diciendo a su jefe:<br />

-Acabamos <strong>de</strong> recibir una gran noticia <strong>de</strong> la Superinten<strong>de</strong>ncia. Rafael Seudoquis ha<br />

sido preso en Val<strong>de</strong>moro. Esta noche llegará a Madrid.<br />

-¡Suceso provi<strong>de</strong>ncial! -exclamó D. Francisco [257] con júbilo-. Cayó el principal<br />

pez. Vea usted, Sr. Pipaón, <strong>de</strong> qué manera vamos a salir pronto <strong>de</strong> dudas. Sobre ese sí<br />

que no habrá dimes y diretes. Apunte usted, Lobo... horca ¡tres veces horca!<br />

-Saldremos <strong>de</strong> dudas -indicó Pipaón <strong>de</strong>cidiéndose a aflojar la hebilla <strong>de</strong> su collarín<br />

metálico, cuya presión se le hacía insoportable-. Ese hombre es la provi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> mis<br />

amigos.<br />

- XXI -<br />

Decir cuánto pa<strong>de</strong>ció el magnánimo espíritu <strong>de</strong>l Presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la Comisión Militar en<br />

aquellos días fuera imposible. Había en el fondo, muy en el fondo <strong>de</strong> su alma, perdido<br />

entre el légamo <strong>de</strong> los más perversos sentimientos, un poco <strong>de</strong> equidad o rectitud.<br />

Verdad es que esta virtud era un diminuto corpúsculo, un ser rudimentario, como las<br />

móneras <strong>de</strong> que nos habla la ciencia; pero su pequeñez extraordinaria no amenguaba la<br />

po<strong>de</strong>rosa fuerza expansiva <strong>de</strong> aquel organismo, y a veces se la veía exten<strong>de</strong>rse tratando<br />

<strong>de</strong> luchar en las tinieblas con el cieno que la oprimía, y <strong>de</strong> abrirse paso por entre la masa<br />

<strong>de</strong> yerbas inmundas y groseras [258] existencias que llenaban todo el vaso <strong>de</strong> la<br />

conciencia chaperoniana.<br />

Convencido <strong>de</strong> la inocencia <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro y <strong>de</strong> su hija, D. Francisco sentía que la<br />

mónera <strong>de</strong> su alma le gritaba con vocecita casi imperceptible que les pusiera en libertad.<br />

Sus compañeros <strong>de</strong> Comisión, aunque generalmente <strong>de</strong>liberaban y votaban por fórmula,<br />

<strong>de</strong>jándole a él toda la gloria <strong>de</strong> la iniciativa (y reservándose sólo los sueldos), opinaban<br />

también que Cor<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>bía ser absuelto. Los últimos escrúpulos <strong>de</strong> D. Francisco se<br />

disiparon con las <strong>de</strong>claraciones <strong>de</strong> Rafael Seudoquis, el cual, si al principio se mostró<br />

reservado, <strong>de</strong>spués por la virtud <strong>de</strong> un hábil interrogatorio capcioso, echó gran luz sobre<br />

el suceso <strong>de</strong> las cartas, <strong>de</strong>jando ver la inculpabilidad absoluta <strong>de</strong>l ten<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> encajes y<br />

<strong>de</strong> su hija.<br />

La <strong>de</strong>claración <strong>de</strong> Soledad, la <strong>de</strong> Seudoquis, la opinión <strong>de</strong> todos los individuos <strong>de</strong> la<br />

Comisión Militar, las gestiones <strong>de</strong>l habilidoso Bragas y su propia conciencia (guiada<br />

esta vez por el mísero corpúsculo que crecía en el fondo <strong>de</strong> ella) <strong>de</strong>cidieron a D.<br />

Francisco a firmar la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> excarcelación, novedad inaudita en aquellas diabólicas


egiones, cuya semejanza con el infierno se completaba por la imposibilidad <strong>de</strong> que<br />

salieran los que entraban. [259]<br />

Pero aquí comenzaron las tribulaciones <strong>de</strong>l funcionario absolutista, (y no es forzoso<br />

ponernos <strong>de</strong> su parte) porque el mismo día en que dictara la excarcelación, recibió tales<br />

vejaciones y <strong>de</strong>saires <strong>de</strong> sus amigos los voluntarios realistas, que estuvo a riesgo <strong>de</strong><br />

reventar <strong>de</strong> cólera, aunque la <strong>de</strong>sahogaba con votos y ternos, asociando la vida <strong>de</strong>l<br />

Santísimo Sacramento a todas las picardías habidas y por haber. Al ir por la mañana al<br />

tribunal para oír misa vio un pasquín infamante en la esquina <strong>de</strong> la parroquia <strong>de</strong> San<br />

Nicolás, en el cual documento se hablaba <strong>de</strong> las onzas <strong>de</strong> oro que percibía el brigadier<br />

traga-muertos por cada preso que soltaba. Recibió diversos anónimos amenazándole<br />

con <strong>de</strong>scubrir sus artimañas, y supo que en el cuerpo <strong>de</strong> guardia habían pintado los<br />

voluntarios su simpática imagen pendiente <strong>de</strong> la horca con amenos versículos al pie.<br />

-Esos bergantes, a quienes se permite la honra <strong>de</strong> parecerse a los soldados -<strong>de</strong>cía para<br />

sí midiendo con las piernas al modo <strong>de</strong>l compás, el suelo <strong>de</strong> su <strong>de</strong>spacho-, se van a<br />

figurar que reinan con Fernando VII... Sí... como no les corten las alas, ya verán qué<br />

bonito se va a poner esto... ¿Tenemos aquí otra vez la Milicia Nacional? porque es lo<br />

mismo; llámese blanco, llámese negro, es exactamente lo mismo. [260] Miserables<br />

saltimbanquis, ¿<strong>de</strong> qué me acusáis? ¿<strong>de</strong> que no castigo a los conspiradores? ¿Pues qué<br />

he <strong>de</strong> hacer, marmolejos con fusil, sino castigarlos? ¿Entendéis vosotros <strong>de</strong> ley,<br />

borrachos? Que no castigo las conspiraciones... que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que sucedió lo <strong>de</strong> Almería y<br />

Tarifa, no ha sido con<strong>de</strong>nado ningún conspirador. ¿Pues no está ahí Seudoquis? ¿No<br />

están también sus cómplices, sus infames cómplices?... ¡porque estos sí que son malos!<br />

Ahí les tenéis, presos por conspiración. ¿Queréis más, ladrones <strong>de</strong> caminos? Ahí tenéis<br />

a Seudoquis, a quien veréis en la horca, ahí tenéis a la muchachuela a quien veréis en la<br />

horca... ¿Queréis más carne muerta, cuervos? ¡Por vida <strong>de</strong>l Santísimo! ¿queréis también<br />

al imbécil?... Sr. Lobo, a ver esa causa.<br />

Lobo, que silenciosamente cortaba su pluma, diole las últimas raspaduras, y hojeó<br />

<strong>de</strong>spués varios legajos.<br />

-Al punto voy, excelentísimo señor -dijo melifluamente.<br />

Aquel día se notaba en el licenciado un extraordinario recru<strong>de</strong>cimiento <strong>de</strong><br />

amabilidad y oficiosa con<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia.<br />

-Esa endiablada causa, excelentísimo señor... aquí la tenemos. Abulta, abulta que es<br />

un primor. Ya se ve: como que está llena <strong>de</strong> picardías... No vaya a creer Vuecencia que<br />

[261] consta <strong>de</strong> dos o tres pliegos como algunas. Esto es un archivo. Y que he trabajado<br />

poco en gracia <strong>de</strong> Dios... No, no es tan fácil hinchar un perro.<br />

-De Seudoquis no se hable -dijo Chaperón tomando asiento frente a su asesor, e<br />

implantando los dos codos sobre la mesa para unir las manos arriba, <strong>de</strong> modo que<br />

resultaba la perfecta imagen <strong>de</strong> una horca-. Ese está juzgado. En cuanto a la joven, su<br />

culpabilidad es indudable, y yo creo que la <strong>de</strong>bemos ahorcarla también. ¿Qué le parece<br />

a usted, licenciado <strong>de</strong> todos los <strong>de</strong>monios?<br />

-¿Quiere vuecencia que le hable como jurisconsulto o como amigo? -preguntó Lobo<br />

con cierto misterio.


-Como usted quiera, con tal que hable claro.<br />

-¿Como jurisconsulto?<br />

-Dale.<br />

-Como asesor opino... Sr. D. Francisco, haga usted lo que más le acomo<strong>de</strong>. Ahora, si<br />

me consulta Vuecencia como amigo... ¿Quiere que le hable con completa claridad y<br />

confianza?<br />

-Sí.<br />

-Pues en confianza, si la Comisión ahorca a esa madamita, me parece que hace una<br />

gran barbaridad. [262]<br />

-¿Eh?<br />

-Una barbaridad <strong>de</strong> a folio.<br />

-¿Por qué?<br />

-Porque es inocente.<br />

-¿Esas tenemos?... ¡Por vida <strong>de</strong>l Santísimo! -exclamó con ira-, como usted no tiene<br />

la responsabilidad <strong>de</strong> este <strong>de</strong>licado cargo; como a usted no le acusan <strong>de</strong> tibieza, ni <strong>de</strong><br />

benignidad, ni <strong>de</strong> venalidad... Ya les echaré yo un lazo a mis <strong>de</strong>tractores... pero vamos<br />

al caso. ¿Dice usted que es inocente?<br />

-Sí, y lo pruebo -repuso Lobo tomando la más solemne expresión <strong>de</strong> gravedad<br />

judicial.<br />

-Lo prueba, lo prueba... -dijo Chaperón con sarcástica bufonería-. Lo que usted<br />

probará será el aguardiente si se lo dan. Grandísimo borracho, escriba usted, escriba<br />

usted mi fallo.<br />

-Escribiremos, excelentísimo señor -dijo Lobo resignadamente, como el que<br />

habiendo recibido una coz no se cree en el caso <strong>de</strong> <strong>de</strong>volver otra.<br />

Chaperón encendió un cigarro. Después <strong>de</strong> la primera chupada, dijo:<br />

-La con<strong>de</strong>no a pena ordinaria <strong>de</strong> horca.<br />

Luego se quedó un rato contemplando la primera bocanada <strong>de</strong> humo, que salía <strong>de</strong>l<br />

horrendo cráter <strong>de</strong> sus labios. [263]


- XXII -<br />

La primera noche <strong>de</strong> su encierro D. Patricio y su compañera <strong>de</strong> cárcel no durmieron.<br />

La prisión no pecaba ciertamente <strong>de</strong> estrecha; pero en luces competía con la noche<br />

absoluta, siendo difícil asegurar quién llevaba la ventaja, si bien al filo <strong>de</strong>l medio día<br />

parecía vencer la cárcel a su rival a causa <strong>de</strong> ciertas clarida<strong>de</strong>s que se entraban por el<br />

enrejado ventanillo, temerosas y sobrecogidas <strong>de</strong> miedo, y embozadas misteriosamente<br />

en espesas capas <strong>de</strong> telarañas. Dichas clarida<strong>de</strong>s recorrían con pasos <strong>de</strong> ladrón el techo y<br />

las pare<strong>de</strong>s, miraban con cautela a los negros rincones y al piso, y a eso <strong>de</strong> las dos o las<br />

tres volvían la espalda para retirarse <strong>de</strong>jando la fúnebre pieza a oscuras. Dos sillas, una<br />

tarima pegada a la pared y una mesa constituían el mísero ajuar. Los ladrillos <strong>de</strong>l suelo<br />

respondían siempre a cada pisada <strong>de</strong> los presos con un movimiento <strong>de</strong> balanza y un<br />

sonido seco, señales ciertas <strong>de</strong> su disgusto por verse molestados en su posición<br />

horizontal. Seguramente ellos, como toda la casa, habrían vuelto con gozo a po<strong>de</strong>r <strong>de</strong><br />

los Padres <strong>de</strong>l Salvador, [264] sus antiguos dueños, hombres pacíficos que jamás<br />

lloraban, ni hacían escándalos, ni pateaban <strong>de</strong>sesperadamente, ni pedían a gritos que los<br />

sacaran <strong>de</strong> allí.<br />

La primera noche, como hemos dicho, Sarmiento y su amiga, no muy bien avenidos<br />

con su resi<strong>de</strong>ncia en tan ameno sitio, no durmieron nada y hablaron poco. El viejo,<br />

como si su entusiasta locuacidad <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l tribunal le hubiera agotado las fuerzas y<br />

secado el rico manantial <strong>de</strong> sus i<strong>de</strong>as, estaba taciturno. Los excesos <strong>de</strong> espontaneidad<br />

producían en él una reacción sobre sí mismo. Después <strong>de</strong> divagar por el exterior, libre,<br />

sin freno, cual andante aventurero que todo lo atropella, se metía en sí como cartujo.<br />

Soledad también sufría la reacción correspondiente a una espontaneidad que sin duda le<br />

estaba pareciendo excesiva. Pero su espíritu estaba tranquilo; su pensamiento, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> pasar revista con cierto <strong>de</strong>sdén a los sucesos próximos, se remontaba orgullosamente<br />

a las alturas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> pudiera <strong>de</strong>scubrir horizontes más gratos y personas más dignas<br />

<strong>de</strong> ocuparlo. Había llegado a adquirir la certidumbre <strong>de</strong> un trágico fin; pero lejos <strong>de</strong><br />

sentir el terror propio <strong>de</strong> tales casos y muy natural en una débil muchacha inocente, se<br />

sobrepuso con ánimo grandioso a la situación; [265] supo mirar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> tan alto su propia<br />

persona, su prisión, su proceso, sus verdugos, las causas e inci<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> aquella<br />

lamentable aventura, que fue creciendo, creciendo, y bien pronto cuanto la ro<strong>de</strong>aba,<br />

incluso Madrid, la Nación y el mundo entero, se quedó enano. ¡Admirable resultado <strong>de</strong>l<br />

espíritu religioso y <strong>de</strong> la elasticidad <strong>de</strong>l corazón, cuya magnitud, cuando él se <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> a<br />

crecer, se pier<strong>de</strong> en las in<strong>de</strong>finidas dimensiones <strong>de</strong> lo infinito!<br />

Al día siguiente, D. Patricio, que había llegado ya al límite <strong>de</strong> su tétrico silencio y no<br />

podía permanecer más tiempo mudo, se expresó así:<br />

-Hija mía, me parece que esto es hecho.<br />

-¿Por qué no te echas a ver si duermes un ratito? -le dijo Sola con bondad-. La tarima<br />

no es como las camas <strong>de</strong> casa; pero a falta <strong>de</strong> otra cosa...<br />

-¡Dormir... dormir yo! -exclamó Sarmiento con voz lastimera-. Ya el dormir<br />

profundo está cercano. Te digo que esto es hecho.


-Sí, esto no pue<strong>de</strong> ser más hecho... Ya que no quieres levantarte <strong>de</strong>l suelo, al menos<br />

tién<strong>de</strong>te <strong>de</strong> largo y recuesta esa pobre cabecita sobre mis rodillas.<br />

Sola, que estaba sentada en la silla, se puso [266] en el suelo, dando <strong>de</strong>spués una<br />

palmada sobre su falda, para indicar que podía servir <strong>de</strong> blanda almohada. D. Patricio,<br />

sentado contra la pared, con las rodillas en alto, los brazos cruzados sobre aquellas y la<br />

barba sobre los brazos, formando con su cuerpo dos ángulos opuestos y muy agudos, no<br />

quiso <strong>de</strong>jar tan encantadora postura <strong>de</strong> zig-zag.<br />

-No, niña mía; aquí estoy bien. Lo que te digo es que esto es hecho.<br />

-Se me figura que estás cobar<strong>de</strong>, viejecillo tonto.<br />

-¡Cobar<strong>de</strong> yo! -exclamó Sarmiento con un rugido-. No me lo digas otra vez, porque<br />

creeré que me insultas.<br />

-Como te he visto tan parlanchín <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los jueces y ahora tan callado... -dijo la<br />

reo extendiendo su mano en la oscuridad para palpar la cabeza <strong>de</strong>l anciano.<br />

-Es que el alma humana tiene gran<strong>de</strong>s misterios, niña querida. Des<strong>de</strong> que entramos<br />

aquí estoy pensando una cosa.<br />

-Con tal que no sea algún disparate, <strong>de</strong>seo saberla.<br />

-Pues verás... Me ocurre... que esto es hecho, quiero <strong>de</strong>cir, que se cumple al fin mi<br />

altísimo <strong>de</strong>stino, que las misteriosas veredas trazadas por el Autor <strong>de</strong> todas las cosas y<br />

<strong>de</strong> [267] todos los caminos, me traen al fin a la excelsa meta a don<strong>de</strong> yo quiero ir.<br />

Pero...<br />

-Veamos ese pero, abuelito Sarmiento. Hasta ahora no había peros en ese negocio<br />

<strong>de</strong>l <strong>de</strong>stino.<br />

-Pero... hay una cosa en la cual yo no había pensado bien hasta que salimos <strong>de</strong> aquel<br />

endiablado tribunal. Respecto <strong>de</strong> mi suerte no hay duda... ¿pero y tú?<br />

-No tengo yo dudas respecto a la mía -dijo Sola con seriedad-. Los dos moriremos.<br />

-¡Tú... tú también!<br />

Oyose un bramido <strong>de</strong> horror y <strong>de</strong>spués largo silencio.<br />

-Eso no pue<strong>de</strong> ser, eso es monstruoso, inicuo -gritó el preceptor agitando en la<br />

oscuridad sus brazos.<br />

-Ahora te espanta, viejecillo, y cuando estábamos en el tribunal te parecía natural.<br />

¿No <strong>de</strong>cías, «moriremos los dos, somos mellizos <strong>de</strong> la muerte...»? ¿No dijiste también:<br />

«vamos a la horca, mientras más alta será mejor. Así alumbraremos más. Somos los<br />

fanales <strong>de</strong>l género humano»?


-Es verdad que tales cosas dije, pero has <strong>de</strong> tener en cuenta que yo me hallaba<br />

entonces en uno <strong>de</strong> esos momentos <strong>de</strong> inspiración, en los cuales pronuncio las<br />

sorpren<strong>de</strong>ntes piezas oratorias [268] que me han dado tanta fama. Yo no esperaba<br />

encontrarte allí. ¡Ay cuando te vi presa y con<strong>de</strong>nada por conspiradora... porque tú has<br />

conspirado, niña <strong>de</strong> mis ojos... sentí una alegría tan gran<strong>de</strong>!... Me pareció que Dios te<br />

<strong>de</strong>stinaba también al martirio; pero ahora veo que esto no <strong>de</strong>be ser. Calmada aquella<br />

estupenda exaltación, la voz <strong>de</strong> la Naturaleza ha resonado en mí, diciéndome que no<br />

<strong>de</strong>bo asociar a mi muerte a ningún otro ser. Tú eres una muchacha oscura, y tu sacrificio<br />

no pue<strong>de</strong> ser <strong>de</strong> gran beneficio a la causa santa.<br />

-¡Ah! -dijo Soledad sonriendo, pero sin que nadie pudiera ver su sonrisa, como no<br />

fueran las mismas tinieblas-, ya comprendo: tienes envidia <strong>de</strong> que vaya a quitarte un<br />

poquito <strong>de</strong> esa gloria.<br />

-Tonta, pero tonta -replicó el anciano muy expresivamente-, si toda has <strong>de</strong> heredarla<br />

tú, toda, toda. Si no es preciso que tú mueras como yo, ni eso viene al caso.<br />

-Los jueces no creerán lo mismo.<br />

-¡Pues son unos bribones, unos!... -exclamó Sarmiento ronco <strong>de</strong> ira moviendo sus<br />

piernas para levantarse-. Yo les diré que eso no pue<strong>de</strong> ser... Les convenceré, sí; pues no<br />

he <strong>de</strong> convencerles...<br />

Soledad se echó a reír. [269]<br />

-Te ríes... pues esto es muy serio. Yo no creo que te con<strong>de</strong>nen; pero si te<br />

con<strong>de</strong>naran...<br />

Oyose un chasquido que bien podía ser causado por una gran manotada que el<br />

preceptor se dio en la cabeza.<br />

-Sí, me con<strong>de</strong>narán, porque mi <strong>de</strong>lito <strong>de</strong> recoger y repartir las cartas está más que<br />

probado, y si no, con la <strong>de</strong>claración tuya...<br />

-Yo <strong>de</strong>claré... ¿qué <strong>de</strong>claré yo?...<br />

Soledad repitió a Sarmiento lo que él mismo había dicho respecto a las cartas y a las<br />

personas que las recibieron.<br />

-¡Yo <strong>de</strong>claré todo eso, yo! -dijo el patriota muy perplejo, como un beodo que va<br />

poco a poco recobrando el sentido-. ¿Y por eso dices que te con<strong>de</strong>narán?... Me parece<br />

que no estás en lo cierto. De ahí se <strong>de</strong>spren<strong>de</strong> que el <strong>de</strong>lincuente, según ellos, soy yo, yo<br />

el conspirador, yo el apóstol y el agente secreto <strong>de</strong> la libertad, y como yo tengo a<strong>de</strong>más<br />

la nota <strong>de</strong> Demóstenes constitucional y <strong>de</strong> haber revuelto a media España con mis<br />

conmovedoras arengas, <strong>de</strong> aquí que yo sea el con<strong>de</strong>nado y tú no.<br />

-Me parece -dijo la huérfana tocando el hombro <strong>de</strong> Sarmiento-, que mi viejecito ve<br />

las cosas al revés. Yo seré con<strong>de</strong>nada y él irá a un sitio don<strong>de</strong> se vive muy bien y tratan<br />

caritativamente a los pobres. [270]


-¡Por vida <strong>de</strong> ochenta millones <strong>de</strong> Chilindrainas! -gritó Sarmiento poniéndose <strong>de</strong> un<br />

salto en pie-, no me digas que tú serás con<strong>de</strong>nada a muerte sin mí, porque me vuelvo<br />

loco, porque soy capaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>rribar <strong>de</strong> un puñetazo esas férreas puertas, y hacer añicos a<br />

Chaperón y los <strong>de</strong>más jueces, y <strong>de</strong>moler a puntapiés la cárcel y pegar fuego a Madrid<br />

entero... ¡Tú con<strong>de</strong>nada a muerte!<br />

-Somos los fanales <strong>de</strong>l género humano.<br />

-No, no, esa es una figura <strong>de</strong> retórica, tonta -dijo el fanático pasando <strong>de</strong>l tono trágico<br />

al familiar-. Aquí no hay más fanal que yo. Tú me acompañas en mi última hora, me<br />

acompañas, ¿entien<strong>de</strong>s?... pero no mueres. ¡Morir tú!... ¿por qué, ángel <strong>de</strong>licado e<br />

inocente?... ¿Habrá un juez que falle tal infamia?... Si tu muerte no es provechosa a la<br />

santa causa... ¿A qué ni para qué? Yo solo, yo solo, ¿lo entien<strong>de</strong>s bien? ¡yo solo! Este es<br />

el <strong>de</strong>stino, esta la voluntad, esto lo que está trazado en los libros inmortales, cuyos<br />

renglones dicen a cada siglo sus gran<strong>de</strong>zas, a cada generación su papel, a cada hombre<br />

su puesto... Pobre y <strong>de</strong>svalida niña <strong>de</strong> mis entrañas, no me digas que vas a morir<br />

también, porque me siento cobar<strong>de</strong>, me convierto <strong>de</strong> águila majestuosa en tímido<br />

jilguerillo, se me van las [271] i<strong>de</strong>as sublimes, se me achica el corazón, me trastorno<br />

todo, me siento caer <strong>de</strong>splomándome como una torre secular que es sacudida por<br />

temblores <strong>de</strong> tierra, me evaporo, niña mía, <strong>de</strong>sfallezco, <strong>de</strong>jo <strong>de</strong> ser un Cayo Graco para<br />

no ser más que un Juan Lanas.<br />

Arrastrándose por el suelo, Sarmiento tanteaba con las manos en la oscuridad hasta<br />

que dio con el cuerpo <strong>de</strong> Sola. Echándose entonces como un perro, hundió la cabeza en<br />

su regazo. Soledad no dijo nada.<br />

- XXIII -<br />

Prolongábase el silencio <strong>de</strong> ambos cuando se abrió la puerta <strong>de</strong>l calabozo y entraron<br />

dos personas: el carcelero y el padre Alelí. Acostumbraba el buen sacerdote visitar a los<br />

presos para consolarles u oírles en confesión, y frecuentemente pasaba largos ratos con<br />

alguno <strong>de</strong> ellos hablando <strong>de</strong> cosas festivas, con lo cual se amenguaban las tristezas <strong>de</strong> la<br />

cárcel. Era el padre Alelí un varón realmente santo y caritativo: su bondad se mostraba<br />

en dos especies <strong>de</strong> manías: dar almendras a los muchachos <strong>de</strong> las calles y palique a los<br />

presos. Parecía [272] que unos y otros eran su familia y que no podía vivir sin ellos.<br />

Con su fórmula <strong>de</strong> costumbre saludó a nuestros dos infortunados amigos, que apenas<br />

distinguían en la lobreguez <strong>de</strong>l cuarto la escueta figura blanca <strong>de</strong>l fraile, vaga, semifantástica,<br />

cual un capricho <strong>de</strong> la oscuridad para engañar a los ojos. El padre Alelí tocó<br />

en tierra y en las pare<strong>de</strong>s con un palo, como los ciegos, y al mismo tiempo <strong>de</strong>cía:<br />

-¿Pero dón<strong>de</strong> están uste<strong>de</strong>s?... ¡Ah! ya toco aquí un cuerpo.<br />

Soledad, tomándole <strong>de</strong>l brazo, le ofreció una silla.


-No, tengo que marcharme. Hoy he <strong>de</strong> hacer muchas visitas... Gracias, señora... ¿Es<br />

usted la que llaman Soledad? Debo advertirle una cosa que le consolará mucho: hay una<br />

dama que se interesa por usted... Ahí fuera está... No la han <strong>de</strong>jado entrar; pero me<br />

encarga diga a usted que hará todo lo posible para evitar una <strong>de</strong>sgracia... ¡Qué señora<br />

tan angelical, qué corazón <strong>de</strong> oro!... ¿Y el ancianito dón<strong>de</strong> está?... Anímese usted, buen<br />

hombre. Ya, ya me han dicho que está <strong>de</strong>mente.<br />

Oyose entonces una voz sorda e inarticulada, que parecía expresar amargo <strong>de</strong>sprecio.<br />

[273]<br />

-¿Está en el suelo el pobre hombre? -añadió Alelí, tanteando suavemente con su<br />

palo-. Me parece que le siento roncar... Si todos tuvieran el buen abogado que este<br />

tiene... ¡Su <strong>de</strong>mencia le salvará!... Adiós, hijos míos, no puedo <strong>de</strong>tenerme... mañana será<br />

más larga la visita.<br />

Retirose y los dos presos quedaron solos todo el día. Al anochecer les interrogaron.<br />

Después volvieron a quedar solos, ella muda y recogida, Patricio taciturno a ratos y a<br />

ratos poseído <strong>de</strong> furor que con ninguna especie <strong>de</strong> consuelos podía calmar su<br />

compañera. Tampoco aquella noche durmieron gran cosa, y al día siguiente que era el<br />

1.º <strong>de</strong> Setiembre volvió el padre Alelí, a quien el carcelero <strong>de</strong>jó encerrado <strong>de</strong>ntro.<br />

-Hoy puedo <strong>de</strong>dicar a mis amigos un ratito -dijo <strong>de</strong>jándose conducir por Soledad a la<br />

silla-. Ya estoy... Gracias, señora... Me han dicho que es usted muy simpática... En estos<br />

cavernosos cuartos no se ve nada... ¿Y el pobre tonto cómo se encuentra?<br />

-¡Quieres <strong>de</strong>jarnos en paz, endiablado frailón! -gritó una voz ronca, irritada,<br />

temblorosa, que parecía ser la voz misma <strong>de</strong> la oscuridad que había tomado la palabra.<br />

El padre Alelí sintió cierto terror. [274]<br />

-¡Jesús, María y José! -exclamó santiguándose-. Verda<strong>de</strong>ramente esta no es casa <strong>de</strong><br />

orates. Todo sea por Dios.<br />

-Abuelito Sarmiento -dijo Soledad acariciando al anciano que arrojado a sus pies<br />

estaba-. No es propio <strong>de</strong> persona cortés y bien educada como tú, el tratar así a un<br />

sacerdote.<br />

-¡Que se vaya <strong>de</strong> aquí!... ¡Que nos <strong>de</strong>je solos! -gruñó el fanático, arrastrándose como<br />

un tigre enfermo-. ¿Qué busca aquí el frailucho? ¿qué quiere?<br />

-¡Ave María purísima!...<br />

-Si al menos nos trajera buenas noticias...<br />

-Buenas las traigo para usted...<br />

-A ver, a ver... -dijo D. Patricio incorporándose <strong>de</strong> improviso.<br />

-Usted será absuelto libremente.


Sarmiento se <strong>de</strong>splomó en el suelo, haciendo temblar los ladrillos.<br />

-¡Maldita sea la boca que lo dice!... -murmuró con hondo bramido.<br />

-Siento no po<strong>de</strong>r dar nuevas igualmente lisonjeras a esta señora -añadió el fraile<br />

tomando la mano <strong>de</strong> la joven y estrechándosela entre las suyas-. No puedo <strong>de</strong>cir lo<br />

mismo, ni quiero dar esperanzas que no han <strong>de</strong> verse realizadas. Las circunstancias<br />

obligan al tribunal a ser muy severo... ¡Cómo ha <strong>de</strong> ser! Más pa<strong>de</strong>ció [275] Jesucristo<br />

por nosotros. Si tiene usted resignación, paciencia cristiana; si purificando su alma sabe<br />

<strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rla <strong>de</strong> las miserias <strong>de</strong>l mundo y elevarla al cielo en este trance <strong>de</strong> apariencia<br />

aflictiva, será más digna <strong>de</strong> envidia que <strong>de</strong> lástima.<br />

-¡Maldita sea la boca que lo dice!<br />

Sarmiento al hablar así, arrastrábase hasta el ángulo opuesto.<br />

-¿Qué es la vida? -añadió Alelí tomando un tono melifluo-. Nada, un soplo, aire, una<br />

ilusión. ¿Qué es el tiempo que contamos en el mundo? Nada, un momento. La vida está<br />

allá. ¿Qué importan un sufrimiento pasajero, un dolor instantáneo? Nada, nada, porque<br />

<strong>de</strong>spués viene el eterno gozar y la plácida eternidad en que se <strong>de</strong>leitan los justos. Nadie<br />

es mejor recibido allá que los que aquí han pa<strong>de</strong>cido mucho. Los perseguidos por la<br />

justicia son los primeros entre los bienaventurados. Los pecadores que se <strong>de</strong>puran por el<br />

arrepentimiento y el castigo corporal forman en la línea <strong>de</strong> los inocentes, y todos juntos<br />

penetran triunfantes en la morada celestial.<br />

A esta homilía, dicha con arte y sentimiento, siguió largo silencio. El padre Alelí<br />

suspiraba. Su mucha práctica en consolar a los reos <strong>de</strong> muerte no había gastado en él los<br />

tesoros [276] <strong>de</strong> sensibilidad que poseía, antes bien, los había enriquecido más. Estaba<br />

sujeto a gran<strong>de</strong>s aflicciones por razón <strong>de</strong> su oficio y se i<strong>de</strong>ntificaba tanto con sus<br />

penitentes, que <strong>de</strong>cía: «Me han ahorcado ya doscientas veces y tengo sobre mí un par <strong>de</strong><br />

siglos <strong>de</strong> presidio».<br />

Después que cobró ánimos, habló así:<br />

-Hoy he visto a esa señora; ¡qué angelical bondad la suya! Está <strong>de</strong>sesperada por no<br />

haber podido conseguir cosa alguna en pro <strong>de</strong> usted. Sin embargo, no ce<strong>de</strong> en su<br />

empeño... aún tiene esperanza... Yo, si he <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir la verdad, ya no la tengo.<br />

-Yo tampoco la tengo ni la quiero -dijo Soledad con un arranque <strong>de</strong> unción<br />

religiosa-. Me resigno a mi <strong>de</strong>sgraciada suerte y sólo espero morir en Dios.<br />

Por gran<strong>de</strong>s que sean los bríos <strong>de</strong> un alma valerosa, la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l morir y <strong>de</strong> un morir<br />

violento, antinatural y vergonzoso la turba y la acomete con fiera sacudida, prueba clara<br />

<strong>de</strong> que sólo a Dios correspon<strong>de</strong> matar. Sola <strong>de</strong>rramó algunas lágrimas y el fraile notó<br />

que sus heladas manos temblaban. Ya a aquella hora, que era la <strong>de</strong>l medio día, habían<br />

aparecido, puntuales en su cuotidiana visita, las clarida<strong>de</strong>s advenedizas que se paseaban<br />

por el cuarto. A favor <strong>de</strong> ellas se distinguían bien los tres personajes: [277] el fraile<br />

sentado en la silla, todo blanco y puro como un ángel secular que hubiera envejecido,<br />

Soledad <strong>de</strong> rodillas ante él, vestida <strong>de</strong> negro, mostrando su cara y sus manos <strong>de</strong> una<br />

pali<strong>de</strong>z transparente, D. Patricio echado en el rincón opuesto, con la cara escondida


entre los brazos y estos sobre los ladrillos, cada vez más semejante a un tigre enfermo,<br />

cuya respiración era calenturiento ronquido.<br />

-Llore usted, llore -dijo el padre Alelí a su penitente-, que así se calma la congoja.<br />

Yo también lloro, querida mía, también me lleno <strong>de</strong> agua la cara, a pesar <strong>de</strong> estar tan<br />

acostumbrado a ver lástimas y dolores. ¿El mundo qué es? barro amasado con lágrimas,<br />

ni más ni menos. Lloramos al nacer, lloramos también al morir que es el verda<strong>de</strong>ro<br />

nacimiento.<br />

-Padre -dijo la huérfana-, si ve Su Reverencia hoy a esa señora, hágame el favor <strong>de</strong><br />

manifestarle que le doy gracias <strong>de</strong> todo corazón por lo que ha hecho por mí, aunque sus<br />

buenos <strong>de</strong>seos hayan sido inútiles. Al mismo tiempo quiero que Su Reverencia le<br />

ruegue que me perdone... Su Reverencia no está en antece<strong>de</strong>ntes. Yo cometí el día <strong>de</strong> mi<br />

prisión una grave falta; me <strong>de</strong>jé arrastrar por la ira, y por la primera vez en mi vida sentí<br />

en mi corazón el ardor <strong>de</strong> una pasión infame, la venganza. No [278] sé cómo fue<br />

aquello... Me hizo tanto daño mi propio furor, que me <strong>de</strong>smayé. Nunca había sentido<br />

cosa semejante. Parece que pasó por <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí como un rayo. Verdad es que yo tenía<br />

motivos, sí, padre, motivos... Pero no hablemos <strong>de</strong> eso... Yo ruego a esa señora que me<br />

perdone.<br />

-Y yo me comprometo a asegurar a usted que ya está perdonada -replicó el fraile con<br />

bondad-. Conozco a la señora y sé que sabe perdonar.<br />

-Su Reverencia podrá <strong>de</strong>cirme si le ocasionarán algún perjuicio a esa señora las<br />

palabras que yo dije <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l juez.<br />

-Presumo que no le ocasionarán daño alguno. Esté usted tranquila por ese lado. Creo<br />

haber entendido (quizás me equivoque, porque estoy ya un poco lelo), que entre usted y<br />

ella hay un resentimiento antiguo. Parece que la señora, en un momento <strong>de</strong> <strong>de</strong>lirio,<br />

porque los tiene, sí, tiene esos momentos <strong>de</strong> <strong>de</strong>lirio...<br />

-No quisiera que se nombrase eso más -replicó Sola con presteza, extendiendo la<br />

mano como para taparle la boca al fraile-. Soy la agraviada, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que estoy aquí me<br />

he propuesto olvidar ese y otros agravios perdonándolos con todo mi corazón.<br />

-Bien, muy bien. Esa cristiana conducta [279] me gusta más que cien mil rosarios<br />

bien rezados.<br />

-¿Su Reverencia conoce bien lo que pasa en la Comisión Militar? Estoy muy ansiosa<br />

por saber si el Sr. Cor<strong>de</strong>ro y su hija han sido puestos en libertad.<br />

-Des<strong>de</strong> ayer, hija, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ayer están en su casa tan contentos.<br />

-¡Oh, qué dicha! -exclamó Sola cruzando las manos-. Eso es lo que yo quería...<br />

porque son inocentes y estaban presos por un <strong>de</strong>lito que yo cometí. Yo le contaré todo a<br />

Su Reverencia. Quiero hacer confesión general.<br />

-A punto estamos -repuso el fraile, acomodando el codo en la mesa y sosteniendo la<br />

frente en la mano.


Sola se acercó más, dando principio al solemne acto.<br />

Duró próximamente media hora. El padre Alelí dio su absolución en voz alta y con<br />

los ojos cerrados, trazando lentamente la cruz en el aire con su brazo blanco y su mano<br />

flaca y <strong>de</strong>licada. Concluido el latín, dijo en castellano a la penitente:<br />

-Adquisición admirable hará el reino <strong>de</strong> Dios muy pronto con la entrada <strong>de</strong> un alma<br />

tan hermosa.<br />

Sola, que sentía mucho dolor en las rodillas, [280] se echó hacia atrás sentándose<br />

sobre sus propios pies.<br />

En el mismo momento oyose un feroz ronquido y el roce <strong>de</strong> un cuerpo contra el<br />

suelo. La voz cavernosa y terrible <strong>de</strong> Sarmiento se expresó así:<br />

-¿Quiere usted marcharse con cien mil docenas <strong>de</strong> <strong>de</strong>monios?... ¿Qué cuchichean<br />

ahí?<br />

El fraile se levantó y dando dos pasos hacia el punto en don<strong>de</strong> sonaban las tremendas<br />

voces, dijo:<br />

-Su compañera <strong>de</strong> usted ha confesado. ¿Quiere usted hacer lo mismo?<br />

-¡Yo!... Por vida <strong>de</strong> la re-con<strong>de</strong>nada Chilindraina, Sr. D. Maja<strong>de</strong>ro, que si no se me<br />

quita pronto <strong>de</strong> <strong>de</strong>lante...<br />

El padre Alelí se tocó la sien con su <strong>de</strong>do índice, moviendo la cabeza en señal <strong>de</strong><br />

lástima.<br />

-¡Confesar yo!... ¡yo, que soy un volcán <strong>de</strong> rabia! -añadió el <strong>de</strong>sgraciado tratando <strong>de</strong><br />

levantarse con fatigosos movimientos que hacían bailar a los ladrillos-. ¡Repito que no<br />

hay Dios!... ¡no, no hay Dios! Todo es una mentira. El mundo, la gloria, el <strong>de</strong>stino,<br />

fábula y palabrería. Denme un cuchillo, porque me quiero matar, me avergüenzo <strong>de</strong><br />

vivir... Al primero que se me ponga por <strong>de</strong>lante, le muerdo. [281]<br />

Las clarida<strong>de</strong>s que un momento se habían alejado, volvieron juguetonas, sin<br />

abandonar sus capisayos <strong>de</strong> telarañas, y con ellas pudo ver el padre Alelí que la pobre<br />

bestia enferma alzaba la cabeza y mostraba una horrible cara amoratada y polvorienta,<br />

toda llena <strong>de</strong> viscosa baba. Sus ojos daban miedo.<br />

-¡Desgraciado! -murmuró con dolor el padre Alelí-. Tú que vivirás eres más digno <strong>de</strong><br />

lástima que ella, <strong>de</strong>stinada a morir.<br />

-No me lo digas, no me lo digas -gritó Sarmiento incorporando su busto por un<br />

movimiento rapidísimo <strong>de</strong> sus remos <strong>de</strong>lanteros-. No me lo digas porque te mato,<br />

infame fraile, porque te <strong>de</strong>voro.<br />

-Eres un pobre <strong>de</strong>mente.


-Soy un hombre que ha perdido su i<strong>de</strong>al risueño, un hombre que soñó la gloria y no<br />

la posee, un hombre que se creyó león y se encuentra cerdo. Mi <strong>de</strong>stino no es <strong>de</strong>stino, es<br />

una farsa inmunda, y al caer y al envilecerme y al pudrirme como me pudro, tengo la<br />

<strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> conservar intacto el corazón para que en él clave su vil puñal la justicia<br />

humana, matando a mi hija... Infame frailucho, ¿has venido a gozarte en mi miseria?<br />

Vete pronto <strong>de</strong> aquí, vete. Mira que no soy hombre, soy una bestia. [282]<br />

Clavaba sus uñas en los ladrillos y estiraba el amenazante rostro <strong>de</strong>scompuesto.<br />

-Que Dios se apia<strong>de</strong> <strong>de</strong> ti -dijo grave y solemnemente el fraile bendiciéndole-. Adiós.<br />

Y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> encargar a Sola que tuviera resignación, mucha resignación por las<br />

diversas causas que lo exigían (señalaba al infortunado viejo), se retiró consi<strong>de</strong>rando la<br />

magnitud <strong>de</strong> los males que afligen a la raza humana.<br />

- XXIV -<br />

¡Válganos Dios y qué endiablado humor tenía D. Francisco Chaperón, a pesar <strong>de</strong><br />

haber procedido conforme a lo que en él hacía las veces <strong>de</strong> conciencia! Pues no llegaba<br />

el cinismo <strong>de</strong> los voluntarios realistas al incalificable extremo <strong>de</strong> vituperarle aún,<br />

<strong>de</strong>spués que tan clara prueba <strong>de</strong> severidad y rectitud acababa <strong>de</strong> dar... ¡Cuán mal se<br />

juzga a los gran<strong>de</strong>s hombres en su propia patria! Varones eminentes, <strong>de</strong>svelaos,<br />

consagrad vuestra existencia al servicio <strong>de</strong> una i<strong>de</strong>a, para que luego la ingratitud<br />

amargue vuestra noble alma... ¡Todo sea por Dios!... ¡Por vida <strong>de</strong>l Santísimo<br />

Sacramento, esto es una gran bribonada! [283]<br />

Todavía vacilaba el D. Francisco en perdonar a Cor<strong>de</strong>ro, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberlo<br />

propuesto en junta general a la Comisión; pero el cortesano <strong>de</strong> 1815 añadió a las<br />

muchas razones anteriormente expuestas otras <strong>de</strong> mucho peso, logrando atraer a su<br />

partido y asociar hábilmente a su trabajo a un hombre cuya opinión era siempre palabra<br />

<strong>de</strong> oro para el digno Presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la Comisión. Este hombre era el coronel don Carlos<br />

Garrote. Para seducirle, Bragas no necesitó emplear sutiles argucias. Bastole <strong>de</strong>cir que<br />

Genara bebía los vientos por sacar <strong>de</strong> la cárcel a Sola aunque en sustitución <strong>de</strong> ella fuese<br />

preciso ahorcar a todos los Cor<strong>de</strong>ros y a todos los Toros <strong>de</strong> Guisando nacidos y por<br />

nacer. No necesitó <strong>de</strong> otras razones Navarro para sugerir a Chaperón la luminosa i<strong>de</strong>a<br />

siguiente:<br />

-Vea usted cómo voy comprendiendo que la hija <strong>de</strong> Gil <strong>de</strong> la Cuadra es una<br />

intrigante. De esta especie <strong>de</strong> polilla es <strong>de</strong> la que se <strong>de</strong>be limpiar el Reino. Apuesto a<br />

que es la querida <strong>de</strong> Seudoquis.<br />

No se habló más <strong>de</strong>l asunto. Aunque <strong>de</strong>cidido a castigar severamente, Chaperón no<br />

había <strong>de</strong> reconquistar las simpatías perdidas en el cuerpo <strong>de</strong> voluntarios. Hubiéralo<br />

llevado con paciencia el hombre-horca, y casi casi estaba dispuesto a consolarse, cuando<br />

un suceso <strong>de</strong>sgraciadísimo [284] para la causa <strong>de</strong>l Trono y <strong>de</strong> la Fe católica vino a<br />

complicar la situación, exacerbando hasta el <strong>de</strong>lirio el inhumano celo <strong>de</strong>l señor


igadier. En la noche <strong>de</strong>l 2 al 3 <strong>de</strong> Setiembre, un preso, el más importante sin duda <strong>de</strong><br />

cuantos guardaba en su inmundo vientre la cárcel <strong>de</strong> Corte, halló medios <strong>de</strong> evadirse, y<br />

se evadió. No se sabe si anduvo en ello la virtud <strong>de</strong>l metal que es llave <strong>de</strong> corazones y<br />

ganzúa <strong>de</strong> puertas, o simplemente la <strong>de</strong>streza, energía y agu<strong>de</strong>za <strong>de</strong>l preso. No<br />

discutiremos esto: basta consignar el hecho tristísimo (atendiendo al Trono y a la Fe<br />

católica) <strong>de</strong> que Seudoquis se escapó. ¿Fue por el tejado, fue por las alcantarillas, fue<br />

por medio <strong>de</strong> un disfraz? Nadie lo supo, ni lo sabrá probablemente. En vano D.<br />

Francisco, corriendo a la cárcel muy <strong>de</strong> mañana (pues ni siquiera tuvo tiempo <strong>de</strong> tomar<br />

chocolate) mandó hacer averiguaciones y registrar las bohardillas y sótanos, y pren<strong>de</strong>r a<br />

casi todos los calaboceros e interrogar a la guardia, y amenazar con la horca hasta al<br />

mismo santo emblema <strong>de</strong> la Divinidad humanada, que tan asen<strong>de</strong>reado estaba siempre<br />

en su irreverente y fiera boca.<br />

A la hora <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spacho se encerró con Lobo. Estaba tan fosco, tan violento, que al<br />

verle, se sentían vivos <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> [285] no volverle a ver más en la vida. Para hablarle <strong>de</strong><br />

indulgencia se habría necesitado tanto valor como para acercar la mano a un hierro<br />

can<strong>de</strong>nte. Chaperón sólo se hubiera ablandado a martillazos.<br />

-¿Está corriente la causa <strong>de</strong> esa?... Es preciso presentarla sin pérdida <strong>de</strong> tiempo al<br />

tribunal -dijo a su asesor.<br />

-Ahora mismo la remataré Excelentísimo Señor.<br />

-Me gusta la calma... Yo he <strong>de</strong> ocuparme <strong>de</strong> todo... No sirven uste<strong>de</strong>s para nada...<br />

Voy a llamar al primer asno que pase por la calle para encomendarle todo el trabajo <strong>de</strong><br />

esta secretaría.<br />

En aquel mismo instante entró Genara. No podía presentarse en peor ocasión, porque<br />

venía a pedir indulgencia. Nunca había sido tampoco tan interesante ni tan guapa,<br />

porque sus atractivos naturales se sublimaban con su generosidad y con el valor propio<br />

<strong>de</strong> quien intrépidamente penetra en una caverna <strong>de</strong> lobos para arrancarles la oveja que<br />

ya han empezado a <strong>de</strong>vorar.<br />

La fiera estaba tan mal dispuesta en aquella nefanda hora, que sin aguardar a que<br />

Genara se sentase, díjole con voz ahogada:<br />

-Por centésima vez, señora... [286]<br />

Se <strong>de</strong>tuvo moviendo la cabeza sobre el metálico cuello, cual si este le estrangulara<br />

impidiendo el fácil curso <strong>de</strong> las palabras.<br />

-Por centésima vez... -gruñó <strong>de</strong> nuevo poniéndose rojo.<br />

-Acabemos, hombre <strong>de</strong> Dios.<br />

-Por centésima vez digo a usted que no pue<strong>de</strong> ser... En bonita ocasión me coge...<br />

Ciertamente que están las cosas a propósito para perdonar... Seudoquis escapado... los<br />

Cor<strong>de</strong>ros en libertad... La Comisión <strong>de</strong>sacreditada, acosada, vilipendiada, escarnecida...<br />

No somos jueces, somos vinagrillo <strong>de</strong> mil flores... No sé cómo no entran los chicos <strong>de</strong><br />

las calles y nos tiran <strong>de</strong> la nariz... Me han pintado colgado <strong>de</strong> la horca... y con razón,


con mucha razón... Más vale que digan <strong>de</strong> una vez: «se acabó el Gobierno absoluto;<br />

vuelvan los liberales...». Malditas sean las recomendaciones... Ellos conspiran y<br />

nosotros perdonamos... Con tales farsas pronto tendremos al Cojo <strong>de</strong> Málaga en el<br />

Trono... Seudoquis escapado... ¡la impunidad! aquí no hay más que impunidad... Se<br />

ahorca por besar el sitio don<strong>de</strong> estuvo la lápida <strong>de</strong> la Constitución, y damos chocolate a<br />

los conspiradores... Señora, usted me toma por un Dominguillo... Señora... ¡Seudoquis<br />

escapado!... ¡la impunidad!... [287] esa malhadada impunidad... lepra horrible,<br />

horrible...<br />

Echaba las palabras a borbotones, interrumpidos a intervalos por sofocadas toses y<br />

gruñidos. Los temblorosos labios parecían el obstruido caño <strong>de</strong> una fuente, por don<strong>de</strong><br />

salía el agua en violentas bocanadas con intermitencias <strong>de</strong> resoplidos <strong>de</strong> aire. A cada<br />

segundo se metía los <strong>de</strong>dos en el duro cuello negro <strong>de</strong> cartón para ensanchárselo y<br />

respirar mejor.<br />

-Tanto enfado me mueve a risa -dijo la dama con burlona sonrisa y <strong>de</strong>mostrando<br />

mucha tranquilidad-. Cualquiera que a usted le viese creería que estoy en presencia <strong>de</strong>l<br />

mismo Soberano absoluto <strong>de</strong> estos Reinos. Sr. Chaperón, ¿por quién se ha tomado?<br />

-Señora -dijo el brigadier enfrenando su cólera-, usted pue<strong>de</strong> tomarme por quien<br />

quiera; pero esta vez no cedo, no cedo... Ya comprendo la intriga, me trae usted una<br />

cartita <strong>de</strong> Calomar<strong>de</strong>... Es inútil, inútil, no hago caso <strong>de</strong> recomendaciones. Si Calomar<strong>de</strong><br />

me manda aten<strong>de</strong>r al ruego <strong>de</strong> usted, presentaré al punto mi dimisión. De mí no se ríe<br />

nadie: soy responsable <strong>de</strong> la paz <strong>de</strong>l Reino, y si vienen revoluciones, tráigalas quien<br />

quiera, no yo.<br />

-Calomar<strong>de</strong> no ha querido darme carta <strong>de</strong> [288] recomendación -manifestó Genara<br />

sin abandonar su calma.<br />

-Ya lo presumía. Hemos hablado anoche... hemos convenido en la necesidad <strong>de</strong><br />

apretar los tornillos, <strong>de</strong> apretar mucho los tornillos.<br />

-Calomar<strong>de</strong> y usted apretarán la hebilla <strong>de</strong> sus propios corbatines hasta ahogarse si<br />

gustan -dijo ella con malicioso <strong>de</strong>sdén-, pero en las cosas públicas no harán sino lo que<br />

se les man<strong>de</strong>.<br />

-Señora, permítame usted que no haga caso <strong>de</strong> sus bromitas. La ocasión no es a<br />

propósito para ello. Tenemos que hacer... ¿Pero qué es eso? Veo que me trae usted una<br />

carta.<br />

-Sí señor -replicó Genara alargando un papel-, lea usted.<br />

-Del Sr. Con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Balazote, gentil-hombre <strong>de</strong> Su Majestad -dijo el vestiglo abriendo<br />

y leyendo la firma-. ¿Y qué tengo yo que ver con ese señor?<br />

-Lea usted.<br />

-¡Ah!... ya... -murmuró Chaperón quedándose estupefacto <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> leer la carta-,<br />

el señor gentil-hombre me besa la mano...


-¡Ya ve usted qué fino!<br />

-Y me hace saber que Su Majestad me or<strong>de</strong>na presentarme inmediatamente en<br />

Palacio. [289]<br />

-Para hablar con Su Majestad.<br />

-Quiere <strong>de</strong>cir que Su Majestad <strong>de</strong>sea hablarme...<br />

Chaperón volvió a leer. Después dio dos o tres vueltas sobre su eje.<br />

-Mi sombrero... -dijo <strong>de</strong>mostrando grandísima inquietud-, ¿en dón<strong>de</strong> está mi<br />

sombrero...? Señora, usted dispense... Lobo, aguár<strong>de</strong>me usted...<br />

-Yo aguardo aquí -indicó Genara.<br />

-Veremos lo que quiere <strong>de</strong> mí Su Majestad -añadió D. Francisco en estado <strong>de</strong><br />

extraordinario aturdimiento-. ¿Y mi bastón, en dón<strong>de</strong> he puesto yo ese con<strong>de</strong>nado<br />

bastón?... ¿Habré traído los guantes?... Señora, dispense usted que... A los pies <strong>de</strong><br />

usted... ¿Su Majestad me espera?... Sí, me esperará, no saldrá hasta que yo no vaya... Y<br />

yo no recordaba que la Corte había venido ayer <strong>de</strong> la Granja para trasladarse a<br />

Aranjuez... Adiós; vuelvo.<br />

Una hora <strong>de</strong>spués Chaperón entraba <strong>de</strong> nuevo en su <strong>de</strong>spacho. Venía, si así pue<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>cirse, más negro, más tieso, más encendido, más agarrotado <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l collarín <strong>de</strong><br />

cuero. Cruzando sus brazos se encaró con Genara, y le dijo:<br />

-Vea usted aquí a un hombre perplejo. Su [290] Majestad me ha hablado, me ha<br />

tratado con tanta bondad como franqueza, me ha llamado su mejor amigo, y por fin me<br />

ha mandado dos cosas <strong>de</strong> difícil conciliación, a saber: que sea inexorable y que acceda<br />

al ruego <strong>de</strong> usted.<br />

-Eso es muy sencillo -replicó Genara con gracia suma-. Eso quiere <strong>de</strong>cir que sea<br />

usted generoso con mi protegida y severo con los <strong>de</strong>más.<br />

-¡Inexorable, señora, inexorable! -exclamó D. Francisco apretando los dientes y<br />

mirando foscamente al suelo.<br />

-Inexorable con todos menos con ella. ¿Hay nada más claro?<br />

-Dije a Su Majestad que se había escapado Seudoquis, y me contestó... ¿qué creerá<br />

usted que me contestó?<br />

-Alguna <strong>de</strong> sus bromas habituales.<br />

-Que había hecho perfectamente en escaparse, si se lo habían consentido.<br />

-Eso es hablar como Salomón.


-Veremos cómo salgo yo <strong>de</strong> este aprieto. Tengo que contentar al Rey, a usted, a los<br />

voluntarios realistas, a Calomar<strong>de</strong>; tengo que contentar a todo el mundo, siendo al<br />

mismo tiempo generoso e inexorable, benigno y severo.<br />

Chaperón se llevó las manos a la cabeza expresando [291] el gran conflicto en que se<br />

veía su inteligencia.<br />

-¡Qué lástima que soltáramos a ese Cor<strong>de</strong>ro!... -dijo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> meditar-. Pero agua<br />

pasada no mueve molino, veamos lo que se pue<strong>de</strong> hacer. Formemos nuestro plan...<br />

Atención, Lobo. Lo primero y principal es complacer a la Sra. D.ª Genara... ¿Qué filtros<br />

ha dado usted a nuestro Soberano para tenerle tan propicio?... Atención, Lobo. Lo<br />

primero es poner en libertad a esa joven... escriba usted... por no resultar nada contra<br />

ella.<br />

Genara aprobó con un agraciado signo <strong>de</strong> cabeza.<br />

-Ahora pasemos a la segunda parte. Esta prueba <strong>de</strong> benevolencia no quiere <strong>de</strong>cir que<br />

erijamos la impunidad en sistema. Al contrario, si la inocencia es respetada... porque esa<br />

joven será inocente... si la inocencia es respetada, el <strong>de</strong>lito no pue<strong>de</strong> quedar sin castigo...<br />

Atienda usted, Lobo... Esta conspiración no quedará impune <strong>de</strong> ningún modo. Soledad<br />

Gil <strong>de</strong> la Cuadra es inocente, inocentísima ¿no hemos convenido en eso? Sí; ahora bien,<br />

sus cómplices, o mejor dicho, los que aparecen en este negocio <strong>de</strong> las cartas que se<br />

repartieron... No, no hay que tomarlo por ese lado <strong>de</strong> las cartas. [292] Lobo, quite usted<br />

<strong>de</strong> la causa todo lo relativo a cartas. Veamos el cómplice.<br />

-Patricio Sarmiento.<br />

-¿Ese hombre está en su sano juicio?<br />

-Permítame Vuecencia -dijo Lobo- que le manifieste... El hablar <strong>de</strong> la imbecilidad <strong>de</strong><br />

ese hombre me parece... Si Vuecencia, excelentísimo señor, me permite expresarme con<br />

franqueza...<br />

-Hable usted pronto.<br />

-Pues diré que eso <strong>de</strong> la imbecilidad <strong>de</strong> Sarmiento me parece una inocentada.<br />

-Eso es: una inocentada -repitió Genara.<br />

-Pues qué, ¿no constan en la causa mil cosas que acreditan su buen juicio? Se le<br />

encontró entre sus papeles un paquete <strong>de</strong> cartas sobre la organización <strong>de</strong> la Comunería,<br />

y consta que fue uno <strong>de</strong> los que más parte tuvieron en el asesinato <strong>de</strong> Vinuesa.<br />

-¿Hay pruebas, hay testigos?<br />

-Diez pliegos están llenos <strong>de</strong> las <strong>de</strong>claraciones <strong>de</strong> innumerables personas honradas<br />

que han asegurado haberle visto entrar, martillo en mano, en la cárcel <strong>de</strong> la Corona.<br />

-Admirable. A<strong>de</strong>lante.


-Después ha fingido hallarse <strong>de</strong>mente para po<strong>de</strong>r insultar a Su Majestad, burlarse <strong>de</strong><br />

la religión y apostrofar a los <strong>de</strong>fensores <strong>de</strong>l Trono. [293]<br />

-¡Se ha fingido <strong>de</strong>mente!<br />

-Está probado, probadísimo, excelentísimo señor.<br />

Chaperón dudaba, hay que hacerle ese honor. La mónera <strong>de</strong> que antes hablamos se<br />

agitaba inquieta y alborotada entre el cieno, haciendo esfuerzos por mostrarse.<br />

-Pero esas pruebas <strong>de</strong> que se fingía <strong>de</strong>mente... -murmuró-. ¿Hay dictamen<br />

facultativo?<br />

Genara no veía con gusto aquella discusión y guardaba silencio.<br />

-¿Qué dice el artículo 7.º <strong>de</strong>l Decreto <strong>de</strong>l <strong>20</strong> <strong>de</strong> este mes? -preguntó Lobo con<br />

extraordinario calor.<br />

-Que la fuerza <strong>de</strong> las pruebas en favor o en contra <strong>de</strong>l acusado se <strong>de</strong>jan a la<br />

pru<strong>de</strong>ncia e imparcialidad <strong>de</strong> los jueces. Bien, admitamos que la ficción <strong>de</strong> <strong>de</strong>mencia es<br />

cosa corriente. No hay más que hablar.<br />

-¿Qué dice el artículo 11 <strong>de</strong>l mismo Decreto?<br />

-Que se castigue con el último suplicio a los que griten «Viva la Constitución,<br />

mueran los serviles, mueran los tiranos, viva la libertad...». ¡Ah! aquí no pue<strong>de</strong> haber<br />

quebra<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> cabeza. Según este artículo, Sarmiento <strong>de</strong>bía haber sido ahorcado cien<br />

veces... Pero la imbecilidad, la locura o como quiera llamarse a [294] esa su semejanza<br />

con los graciosos <strong>de</strong> teatro...<br />

-¿Qué dice el artículo 6.º <strong>de</strong>l mismo Decreto? -preguntó <strong>de</strong> nuevo Lobo con tanto<br />

entusiasmo que sin duda se creía la imagen misma <strong>de</strong> la jurispru<strong>de</strong>ncia.<br />

-Dice que la embriaguez no es obstáculo para incurrir en la pena.<br />

-¿Y qué es la embriaguez más que una locura pasajera?... ¿Qué es la locura más que<br />

una embriaguez permanente? Consulte Vuecencia, excelentísimo señor, todos los<br />

autores y verá cómo concuerdan con mi parecer. Vuecencia podrá fallar lo que quiera;<br />

pero <strong>de</strong> la causa resulta, claro como la luz <strong>de</strong>l día, que la muchacha y los ángeles <strong>de</strong>l<br />

cielo rivalizan en inocencia, y que el Sarmiento es reo convicto <strong>de</strong>l asesinato <strong>de</strong><br />

Vinuesa, <strong>de</strong> propagación <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as subversivas, <strong>de</strong>l establecimiento <strong>de</strong> la Comunería, <strong>de</strong><br />

predicación en sitios públicos contra la única soberanía que es la real, <strong>de</strong> connivencia<br />

con los emigrados, etc., etc.<br />

-¡Oh! Sr. D. Francisco -dijo la dama con generoso arranque-. Si quiere usted merecer<br />

un laurel eterno y la bendición <strong>de</strong> Dios, perdone usted también a ese pobre viejo.<br />

-Señora, poquito a poco -repuso el funcionario poniéndose muy serio-. Antes que<br />

erigir en sistema la impunidad, cuidado con la impunidad, [295] ¡por vida <strong>de</strong>l...!<br />

presentaré mi dimisión. Bastante ha conseguido usted.


La dama inclinó la cabeza, fijando los ojos en el suelo. Otra vez suplicó, porque no<br />

podía resistir impasible a la infame tarea <strong>de</strong> aquellos inicuos polizontes; pero Chaperón<br />

se mostró tan celoso <strong>de</strong> su reputación, <strong>de</strong> su papel y <strong>de</strong> aten<strong>de</strong>r a las circunstancias<br />

(¡siempre las circunstancias!) que al fin la intercesora, creyéndose satisfecha con el<br />

triunfo alcanzado, no quiso comprometerlo, aspirando a más. Se retiró contenta y triste<br />

al mismo tiempo. Necesitaba ver aquel mismo día a los <strong>de</strong>más individuos <strong>de</strong> la<br />

Comisión, pues aunque el Presi<strong>de</strong>nte lo era todo y ellos casi nada, convenía prevenirlos<br />

para asegurar mejor la victoria.<br />

Cuando se quedaron solos, Chaperón dijo a su asesor privado:<br />

-Arrégleme usted eso inmediatamente. Extienda usted la sentencia y llévela al<br />

comandante fiscal para que la firme. Hoy mismo se presentará al tribunal. Mañana nos<br />

reuniremos para sentenciar a la mujer que robó el almirez <strong>de</strong> cobre y el vestido <strong>de</strong> percal<br />

viejo... Pasado mañana tocará sentenciar eso... ¡Oh! veremos si los compañeros quieren<br />

hacerlo mañana mismo... Quesada me ha recomendado hoy la mayor celeridad en el<br />

<strong>de</strong>spacho [296] y en la ejecución <strong>de</strong> las sentencias...<br />

Y cabizbajo, añadió:<br />

-Veremos cómo lo toma la Comisión. Yo tengo mis dudas... mi conciencia no está<br />

completamente tranquila... pero, ¿qué se ha <strong>de</strong> hacer? todo antes que la impunidad.<br />

Y aquel hombre terrible, que era Presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> <strong>de</strong>recho <strong>de</strong>l pavoroso tribunal, y <strong>de</strong><br />

hecho fiscal, y el tribunal entero; aquel hombre, <strong>de</strong> cuya vanidad sanguinaria y brutal<br />

ignorancia <strong>de</strong>pendía la vida y la muerte <strong>de</strong> miles <strong>de</strong> infelices, se levantó y se fue a<br />

comer.<br />

La Comisión, reunida al día siguiente para fallar la causa <strong>de</strong> la mujer que había<br />

robado un almirez <strong>de</strong> cobre y un vestido <strong>de</strong> percal viejo, falló también la <strong>de</strong> Sarmiento.<br />

No pecaban <strong>de</strong> escrupulosos ni <strong>de</strong> vacilantes aquellos señores, y siempre sentenciaban<br />

<strong>de</strong> plano conformándose con el parecer <strong>de</strong>l que era vida y alma <strong>de</strong>l tribunal. Todas las<br />

mañanas, antes <strong>de</strong> reunirse, oían una misa llamada <strong>de</strong> Espíritu Santo, sin duda porque<br />

era celebrada con la irreverente pretensión <strong>de</strong> que bajara a iluminarles la tercera persona<br />

<strong>de</strong> la Santísima Trinidad. Por eso <strong>de</strong>liberaban tranquila, rápidamente y sin quebra<strong>de</strong>ros<br />

<strong>de</strong> cabeza. Todos los días, al dar la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> la plaza y distribuir las guardias y servicios<br />

<strong>de</strong> tropa, el Capitán [297] General <strong>de</strong>signaba el sacerdote castrense que había <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir la<br />

misa <strong>de</strong> Espíritu Santo. Esto era como la señal <strong>de</strong> ahorcar (6) .<br />

Al anochecer <strong>de</strong>l día en que fue sentenciada la causa <strong>de</strong> Sarmiento, previa la misa<br />

correspondiente, el escribano entró en la prisión y a la luz <strong>de</strong> un farolillo que el alguacil<br />

sostenía, leyó un papel.<br />

Oyéronle ambos reos con atención profunda. Sarmiento no respiraba. No había<br />

concluido <strong>de</strong> leer el escribano, cuando D. Patricio enterado <strong>de</strong> lo más sustancial, lanzó<br />

un grito y poniéndose <strong>de</strong> rodillas elevó los brazos, y con entusiasmo que no pue<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>scribirse, con <strong>de</strong>lirio sublime, exclamó:<br />

-¡Gracias, Dios <strong>de</strong> los justos, Dios <strong>de</strong> los buenos! ¡Gracias, Dios mío, por haber oído<br />

mis ruegos!... ¡Ella libre, yo mártir, yo dichoso, yo inmortal, yo santificado por los


siglos <strong>de</strong> los siglos!... Gracias, Señor... Mi <strong>de</strong>stino se cumple... No podía ser <strong>de</strong> otra<br />

manera. Jueces, yo os bendigo. Pueblo, mírame en mi trono... Estoy ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> luz.<br />

[298]<br />

- XXV -<br />

La capilla <strong>de</strong> los reos <strong>de</strong> muerte que estaba en el piso bajo y en el ángulo formado<br />

por la calle <strong>de</strong> la Concepción Jerónima y el callejón <strong>de</strong>l Verdugo, era el local más<br />

<strong>de</strong>cente <strong>de</strong> la cárcel <strong>de</strong> Corte. No parecía en verdad <strong>de</strong>coroso, ni propio <strong>de</strong> una nación<br />

tan empingorotada que los reos se prepararan a la muerte mundana y salvación eterna en<br />

una pocilga como los <strong>de</strong>partamentos don<strong>de</strong> moraban durante la causa. A<strong>de</strong>más en la<br />

capilla entraban movidos <strong>de</strong> curiosidad o compasión muchos personajes <strong>de</strong> viso,<br />

señores obispos, consejeros, generales, gentiles-hombres, y no se les había <strong>de</strong> recibir<br />

como a cualquier pelagatos. Tomaba sus luces esta interesante pieza <strong>de</strong>l cercano patio,<br />

por la mediación graciosa <strong>de</strong> una pequeña sala próxima al cuerpo <strong>de</strong> guardia; mas como<br />

aquellas llegaban tan <strong>de</strong>bilitadas que apenas permitían distinguir las personas, <strong>de</strong> aquí<br />

que en los días <strong>de</strong> capilla se alumbrara esta con la fúnebre claridad <strong>de</strong> las velas amarillas<br />

encendidas en el altar. Lúgubre cosa era ver al reo, aquel [299] moribundo sano, aquel<br />

vivo <strong>de</strong> cuerpo presente, en la antesala <strong>de</strong> la horca, y oírle hablar con los visitantes y<br />

verle comer junto al altar, todo a la luz <strong>de</strong> las hachas mortuorias. Generalmente los<br />

con<strong>de</strong>nados, por valientes que sean, toman un tinte cadavérico que anticipa en ellos la<br />

imagen <strong>de</strong> la <strong>de</strong>scomposición física, asemejándoles a difuntos que comen, hablan, oyen,<br />

miran y lloran para burlarse <strong>de</strong> la vida que abandonaron.<br />

No fue así D. Patricio Sarmiento, pues <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que le entraron en la capilla en la para<br />

él felicísima mañana <strong>de</strong>l 4 <strong>de</strong> Setiembre, pareció que se rejuvenecía, tales eran el<br />

contento y la animación que en sus ojos brillaban. Rosicler mustio le tiñó las ajadas<br />

mejillas, y su espina dorsal hubo <strong>de</strong> adquirir por maravilloso don una rectitud y<br />

esbelteza que recordaban sus buenos tiempos <strong>de</strong> Roma y Cartago. Soledad, a quien<br />

permitieron acompañarle todo el tiempo que quisiera, se hallaba en estado <strong>de</strong> viva<br />

consternación, <strong>de</strong> tal modo que ella parecía la con<strong>de</strong>nada y él el absuelto.<br />

-Querida hija mía -le dijo D. Patricio cuando juntos entraron en la capilla-, no<br />

<strong>de</strong>smayes, no muestres dolor, porque soy digno <strong>de</strong> envidia, no <strong>de</strong> lástima. Si yo tengo<br />

este fin mío por el más feliz y glorioso que podría imaginar, [300] ¿a qué te afliges tú?<br />

Verdad es que la Naturaleza (cuyos Códigos han dispuesto sabiamente los modos <strong>de</strong><br />

morir) nos ha infundido instintivamente cierto horror a todas las muertes que no sean<br />

dictadas por ella, o hablando mejor, por Dios; pero eso no va con nosotros, que tenemos<br />

un espíritu valeroso, superior a toda niñería... Ánimo, hija <strong>de</strong> mi corazón. Contémplame<br />

y verás que el júbilo no me cabe en el pecho... Figúrate la alegría <strong>de</strong>l prisionero <strong>de</strong><br />

guerra que logra escaparse y anda y camina, y al fin oye sonar las trompetas <strong>de</strong> su<br />

ejército... Figúrate el regocijo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sterrado que anda y camina y ve al fin la torre <strong>de</strong> su<br />

al<strong>de</strong>a. Yo estoy viendo ya la torre <strong>de</strong> mi al<strong>de</strong>a, que es el Cielo, allí don<strong>de</strong> moran mi<br />

padre, que es Dios, y mi hijo Lucas, que goza <strong>de</strong>l premio dado a su valor y a su<br />

patriotismo. Bendito sea el primer paso que he dado en esta sala, bendito sea también el


último; bendito el resplandor <strong>de</strong> esas velas, benditas esas sagradas imágenes; bendita tú<br />

que me acompañas, y esos venerables sacerdotes que me acompañan también.<br />

Soledad rompió a llorar, aunque hacía esfuerzos para dominarse, y D. Patricio<br />

fijando los ojos en el altar y viendo el hermoso Crucifijo <strong>de</strong> talla que en él había y la<br />

imagen <strong>de</strong> [301] Nuestra Señora <strong>de</strong> los Dolores, experimentó una sensación singular,<br />

una especie <strong>de</strong> recogimiento que por breve rato le turbó. Acercándose más al altar, dijo<br />

con grave acento:<br />

-Señor mío, tu presencia y esos tus ojos que me ven sin mirarme recuérdanme que<br />

durante algún tiempo he vivido sin pensar en ti todo lo que <strong>de</strong>biera. El gran favor que<br />

acabas <strong>de</strong> hacerme me confun<strong>de</strong> más en tu presencia. Y tú, Señora y Madre mía, que<br />

fuiste mi patrona y abogada en cien calamida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> mi juventud, no creas que te he<br />

olvidado. Por tu intercesión sin duda, he conseguido <strong>de</strong>l Eterno Padre este galardón que<br />

ambicionaba. Gracias, Señora, yo <strong>de</strong>mostraré ahora que si mi muerte ha <strong>de</strong> ser patriótica<br />

y valerosa para que sea fecunda, también ha <strong>de</strong> ser cristiana.<br />

Admirados se quedaron <strong>de</strong> este discurso el padre Alelí y el padre Salmón que<br />

juntamente con él entraron para prestarle los auxilios espirituales. Ambos frailes oraban<br />

<strong>de</strong> rodillas. Levantáronse y tomando asiento en el banco <strong>de</strong> iglesia que en uno <strong>de</strong> los<br />

costados había, invitaron a Sarmiento a ocupar el sillón.<br />

-Yo no daré a Vuestras Reverencias mucho trabajo -dijo el patriota sentándose<br />

ceremoniosamente en el sillón-, porque mi espíritu no necesita <strong>de</strong> cierta clase <strong>de</strong><br />

consuelillos mimosos [302] que otras vulgares almas apetecen en esta ocasión; y en<br />

cuanto al auxilio puramente religioso, yo gusto <strong>de</strong> la sencillez suma. En ella estriba la<br />

gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong>l dogma.<br />

El padre Alelí y el padre Salmón se miraron sin <strong>de</strong>cir nada.<br />

-Veo a Sus Reverencias como cortados y confusos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí -añadió Sarmiento<br />

sonriendo con orgullo-. Es natural, yo no soy <strong>de</strong> lo que se ve todos los días. Los siglos<br />

pasan y pasan sin traer un pájaro como este. Pero <strong>de</strong> tiempo en tiempo Dios favorece a<br />

los pueblos dándole uno <strong>de</strong> estos faros que alumbran el género humano y le marcan su<br />

camino... Si una vida ejemplar alumbra muy mucho al género humano, más le alumbra<br />

una muerte gloriosa... Me explico perfectamente la admiración <strong>de</strong> Sus Paternida<strong>de</strong>s; yo<br />

no nací para que hubiera un hombre más en el mundo; yo soy <strong>de</strong> los <strong>de</strong> encargo,<br />

señores. Una vida consagrada a combatir la tiranía y enaltecer la libertad; una muerte<br />

que viene a aumentar la ejemplaridad <strong>de</strong> aquella vida, ofreciendo el espectáculo <strong>de</strong> una<br />

víctima que expira por su fe y que con su sangre viene a consagrar aquellos mismos<br />

principios santos; esta entereza mía; esta serenidad ante el suplicio, serenidad y entereza<br />

que no son más que la convicción profunda que tengo [303] <strong>de</strong> mi papel en el mundo, y<br />

por último la acendrada fe que tengo en mis i<strong>de</strong>as, no pertenecen, repito, al or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />

cosas que se ven todos los días...<br />

El padre Alelí abrió la boca para hablar; mas Sarmiento, <strong>de</strong>teniéndole con un gesto<br />

que revelaba tanta gravedad como cortesía, prosiguió así:<br />

-Permítame Vuestra Paternidad Reverendísima que ante todo haga una <strong>de</strong>claración<br />

importante, sí, sumamente importante. Yo soy enemigo <strong>de</strong>l instituto que representan


esos frailunos trajes. Faltaría a mi conciencia si dijese otra cosa; yo aborrezco ahora la<br />

institución como la aborrecí toda mi vida, por creerla altamente perniciosa al bien<br />

público. Ahí están mis discursos para el que quiera conocer mis argumentos. Pero esto<br />

no quita que yo haga distinciones entre cosas y las personas, y así me apresuro a<br />

<strong>de</strong>cirles que si a los frailes en general les <strong>de</strong>testo, a Vuestras Paternida<strong>de</strong>s les respeto en<br />

su calidad <strong>de</strong> sacerdotes y les agra<strong>de</strong>zco los auxilios que han venido a prestarme.<br />

A<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>bo recordar que ayer, hallándome en mi calabozo, traté groseramente <strong>de</strong><br />

palabra a uno <strong>de</strong> los que me escuchan, no sé cuál era. Estaba mi alma horriblemente<br />

enar<strong>de</strong>cida por creerse víctima <strong>de</strong> maquinaciones [304] que tendían a <strong>de</strong>sdorarla, y no<br />

supe lo que me dije. Los hombres <strong>de</strong> mi temple son muy imponentes en su grandiosa<br />

ira. Entiéndase que no quise ofen<strong>de</strong>r personalmente al que me oía, sino apostrofar al<br />

género humano en general y a cierto instituto en particular. Si hubo falta la confieso y<br />

pido perdón <strong>de</strong> ella.<br />

El padre Alelí, aprovechando el <strong>de</strong>scanso <strong>de</strong> Sarmiento, tomó la palabra para <strong>de</strong>cirle<br />

que tuviese presente el sitio don<strong>de</strong> se encontraba, y rompiese en absoluto con toda i<strong>de</strong>a<br />

<strong>de</strong>l mundo para no pensar sino en Dios; que recordase cuál trance le aguardaba y cuáles<br />

eran los mejores medios para prepararse a él; y finalmente, que ocupándose tanto <strong>de</strong><br />

vanida<strong>de</strong>s, corría peligro <strong>de</strong> no salvarse tan pronto y <strong>de</strong>rechamente como <strong>de</strong> la limpieza<br />

<strong>de</strong> su corazón <strong>de</strong>bía esperarse. A lo cual D. Patricio, volviéndose en el sillón con mucho<br />

aplomo y seriedad, dijo al fraile que él (D. Patricio) sabía muy bien cómo se había <strong>de</strong><br />

preparar para el fin no lamentable sino esplendoroso, que le aguardaba, y que por lo<br />

mismo que moría proclamando su i<strong>de</strong>al divino, pensaba morir cristianamente, con lo<br />

cual aquél había <strong>de</strong> aparecer más puro, más brillante y más ejemplar.<br />

Esto <strong>de</strong>cía cuando llegaron los hermanos <strong>de</strong> la Paz y Caridad, caballeros muy<br />

cumplidos [305] y religiosos que se <strong>de</strong>dican a servir y acompañar a los reos <strong>de</strong> muerte.<br />

Eran tres y venían <strong>de</strong> frac, muy pulcros y atildados, como si asistieran a una boda.<br />

Después que abrazaron uno tras otro cordialmente a D. Patricio, preguntáronle que<br />

cuándo quería comer, porque ellos eran los encargados <strong>de</strong> servirle, añadiendo que si el<br />

reo tenía preferencias por algún plato, lo <strong>de</strong>signara para servírselo al momento, aunque<br />

fuese <strong>de</strong> los más costosos.<br />

Sarmiento dijo que pues él no era glotón, trajeran lo que quisieran, sin tardar mucho,<br />

porque empezaba a sentir apetito. Des<strong>de</strong> los primeros instantes los tres cofra<strong>de</strong>s<br />

pusieron cara muy compungida, y aun hubo entre ellos uno que empezó a hacer<br />

pucheros, mientras los otros dos rezaban entre dientes; visto lo cual por Sarmiento, dijo<br />

muy campanudamente que si habían ido allí a gimotear, se volviesen a sus casas, porque<br />

aquella no era mansión <strong>de</strong> dolor, sino <strong>de</strong> alegría y triunfo. No creyendo por esto los<br />

hermanos que <strong>de</strong>bían abandonar su papel oficial, comenzaron a soltar una tras otra las<br />

palabrillas emolientes que eran <strong>de</strong>l caso y que tantas veces habían pronunciado, verbigratia...<br />

«Querido hermano en Cristo, la celestial Jerusalém abre sus puertas para ti»...<br />

«Vas a entrar en la morada [306] <strong>de</strong> los justos»... «Ánimo. Más pa<strong>de</strong>ció el Re<strong>de</strong>ntor <strong>de</strong>l<br />

mundo por nosotros».<br />

-Queridos hermanos en Cristo -dijo el reo con cierta jovialidad <strong>de</strong>licada-. Agra<strong>de</strong>zco<br />

mucho sus consuelos; pero he <strong>de</strong> advertirles que no los necesito. Yo me basto y me<br />

sobro. Así es que no verán en mí suspirillos, ni congojas, ni babas, ni pucheros... Me<br />

gusta que hayan venido, y así podrán <strong>de</strong>cir a la posteridad cómo estaba Patricio<br />

Sarmiento en la capilla, y qué bien revelaba en su noble actitud y reposado continente


(al <strong>de</strong>cir esto erguía la cabeza, echando el cuerpo hacia atrás) la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> la i<strong>de</strong>a por<br />

la cual dio su sangre.<br />

Pasmados se quedaron los hermanos así como los frailes, <strong>de</strong> ver su serenidad, y le<br />

exhortaron <strong>de</strong> nuevo a que cerrase el entendimiento a las vanida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l mundo. Sola, <strong>de</strong><br />

rodillas junto al altar, rezaba en silencio.<br />

- XXVI -<br />

Empezaron los hermanos a servir la comida. Sentose D. Patricio a la mesa, invitando<br />

a todos a que le acompañaran. No había comenzado [307] aún, cuando entró el Sr. <strong>de</strong><br />

Chaperón, que jamás <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> visitar a sus víctimas en la antesala <strong>de</strong>l mata<strong>de</strong>ro. Como<br />

<strong>de</strong> costumbre en tales casos, el señor brigadier trataba <strong>de</strong> enmascarar su rostro con<br />

ciertas muecas y contorsiones y gestos encargados <strong>de</strong> expresar la compasión, y helo<br />

aquí arqueando las cejas y plegando santurronamente los ángulos <strong>de</strong> la boca, sin<br />

conseguir más que un aumento prodigioso en su fealdad.<br />

Saludó a Sarmiento con esa cortesía especial que se emplea con los reos <strong>de</strong> muerte, y<br />

que es una cortesía in<strong>de</strong>finible e incomprensible para el que no ha visto muestras <strong>de</strong> ella<br />

en la capilla <strong>de</strong> la cárcel; urbanidad en la cual no hay ni asomos <strong>de</strong> estimación, porque<br />

se trata <strong>de</strong> un <strong>de</strong>lincuente atroz, ni tampoco <strong>de</strong>sprecio o (7) encono a causa <strong>de</strong> la<br />

proximidad <strong>de</strong>l morir. Es una callada fórmula <strong>de</strong> repulsión compasiva, sentimiento<br />

extraño que no tiene semejante como no sea en el alma <strong>de</strong> algún carnicero no muy<br />

novicio ni tampoco muy empe<strong>de</strong>rnido.<br />

-Hermano en Cristo -dijo D. Francisco poniendo su mano, tan semejante al hacha <strong>de</strong>l<br />

verdugo, sobre el cuello <strong>de</strong>l preceptor-, supongo que su alma sabrá buscar en la religión<br />

los consuelos...<br />

Esta formulilla era <strong>de</strong> cajón. Aquel funcionario [308] <strong>de</strong> tan pocas i<strong>de</strong>as la llevaba<br />

prevenida siempre que a los reos visitaba.<br />

-Sr. D. Francisco -replicó Sarmiento levantándose-, si Vuecencia quiere<br />

acompañarme a la mesa...<br />

-No, gracias, gracias, siéntese usted... ¿Qué tal estamos <strong>de</strong> salud?... ¿Y el apetito?<br />

Lo preguntaba, como lo preguntaría un médico.<br />

-Vamos viviendo -repuso el patriota-. O si se quiere, vamos muriendo. Todavía no ha<br />

llegado el instante precioso en que sea innecesario este grosero sustento <strong>de</strong> la bestia...<br />

Hemos <strong>de</strong> arrastrar el peso <strong>de</strong>l cuerpo, hasta que llegue el instante <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarlo en la orilla<br />

y lanzarnos al océano sin fin, en brazos <strong>de</strong> aquellas olas <strong>de</strong> luz que nos mecerán<br />

blandamente en presencia <strong>de</strong>l Autor <strong>de</strong> todas las cosas.


Chaperón miró a los frailes e hizo un gesto que indicaba opinión favorable <strong>de</strong>l juicio<br />

<strong>de</strong> Sarmiento.<br />

-Y ya que Vuecencia ha tenido la bondad <strong>de</strong> visitarme -añadió el reo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

saborear el primer bocado-, tengo el gusto <strong>de</strong> <strong>de</strong>clarar que no siento odio contra nadie,<br />

absolutamente contra nadie. A todos les perdono <strong>de</strong> corazón, y si <strong>de</strong> algo valen las<br />

preces <strong>de</strong> un escogido como yo (al <strong>de</strong>cir esto su tono indicaba [309] el mayor orgullo)<br />

he <strong>de</strong> alcanzar <strong>de</strong>l Altísimo que ilumine a los extraviados para que mu<strong>de</strong>n <strong>de</strong> conducta,<br />

trocando sus i<strong>de</strong>as absolutistas por el culto puro <strong>de</strong> la libertad... Sí señor; se interce<strong>de</strong>rá<br />

por los que están ciegos, para que reciban luz; se recomendará a los crueles para que<br />

hallen misericordia en su día. Patricio Sarmiento es leal, pío, generoso, como apóstol <strong>de</strong><br />

la misma generosidad, que es el liberalismo... En mi corazón ya no caben<br />

resentimientos; todos los he echado fuera, para presentarme puro y sin mancha. El<br />

mártir <strong>de</strong> una i<strong>de</strong>a, el que con su sangre ha puesto el sello a esa i<strong>de</strong>a ¿me entien<strong>de</strong>n<br />

uste<strong>de</strong>s? para que que<strong>de</strong> consagrada en el mundo, no enturbiará su conciencia con odios<br />

mezquinos. Reconozco que con arreglo a las leyes mi con<strong>de</strong>nación ha sido razonable.<br />

Vuecencia que me oye no ha hecho más que cumplir con la ley que se le ha puesto en la<br />

mano. Así me gusta a mí la gente. Venga esa mano, Sr. D. Francisco.<br />

Diole tan fuerte apretón <strong>de</strong> manos, que Chaperón hubo <strong>de</strong> retirar la suya prontamente<br />

para que no se la estrujara.<br />

-A<strong>de</strong>más -prosiguió Sarmiento-, yo sé que los que hoy me con<strong>de</strong>nan, me admirarán<br />

mañana, si viven, y los que me vituperan hoy, luego me pondrán en el mismo cuerno <strong>de</strong><br />

la [310] luna... Porque esto durará poco, Sr. D. Francisco; el absolutismo, a fuerza <strong>de</strong><br />

estrangular, se sostendrá un año, dos, tres, pongamos cuatro... En este guisado <strong>de</strong> vaca<br />

-añadió dirigiéndose a uno <strong>de</strong> los hermanos <strong>de</strong> la Caridad- se le fue la mano a la<br />

cocinera: lo ha cargado <strong>de</strong> sal... Pongamos cuatro años; pero al fin tiene que caer y<br />

hundirse para siempre, porque los siglos muertos no resucitan, señor D. Francisco,<br />

porque los pueblos, una vez que han abierto los ojos, no se resignan a cerrarlos, y así<br />

como cada estación tiene sus frutos, cada época tiene su sazón propia, y los españoles,<br />

que hasta aquí hemos amargado <strong>de</strong> puro ver<strong>de</strong>s, vamos madurando ya, ¿me entien<strong>de</strong><br />

Vuecencia? y se nos ha puesto en la cabeza que no servimos para ensalada. Vuecencias<br />

ahorquen todo lo que quieran. Mientras más ahorquen peor. El absolutismo acabará<br />

ahorcándose a sí mismo. ¿No lo quieren creer? Pues lo pruebo. Empezó creando para su<br />

<strong>de</strong>fensa y sostenimiento la fuerza <strong>de</strong> voluntarios realistas. Son estos unos animalillos<br />

voraces y tragaldabas que no se prestan a servir a su amo, si este no les alimenta con<br />

cuerpos muertos. Una vez cebados y enviciados con el fruto <strong>de</strong> la horca, mientras más<br />

se les da más pi<strong>de</strong>n, y llegará un momento en que no se les pueda dar [311] todo lo que<br />

pi<strong>de</strong>n, ¿me entien<strong>de</strong> Vuecencia?<br />

D. Francisco, sin contestarle, y dirigiendo maliciosas ojeadas a los frailes, hacía<br />

señas <strong>de</strong> asentimiento.<br />

El padre Salmón, que atendía con sorna a las razones <strong>de</strong>l preso, bajó la cabeza para<br />

ocultar la risa. Pero el padre Alelí, que <strong>de</strong>votamente rezaba en su breviario, alzó los ojos<br />

y mirando con expresión <strong>de</strong> alarma al reo, le dijo:


-Hermano mío, veo que lejos <strong>de</strong> apartar usted su pensamiento <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as mundanas,<br />

se engolfa más y más en ellas, con gran perjuicio <strong>de</strong> su alma. Los momentos son<br />

preciosos; la ocasión impropia para hacer discursos.<br />

-Y yo digo que es menos propia para sermones -replicó Sarmiento dando un<br />

golpecillo en la mesa con el mango <strong>de</strong>l tenedor-. Yo sé bien lo que correspon<strong>de</strong> a cada<br />

momento, y repito que consagraré a la religión y a mi conciencia todo el tiempo que<br />

fuere necesario.<br />

-Bastante ha perdido usted en vanida<strong>de</strong>s.<br />

-Poquito a poco, señor sacerdote -dijo Sarmiento frunciendo las cejas-, yo nada le<br />

quito a Dios. No se quite nada tampoco a las i<strong>de</strong>as, que son mi propia vida, mi razón <strong>de</strong><br />

ser en el mundo, porque, entiéndase bien, son la misión que Dios mismo me ha<br />

encargado. Cada uno tiene su <strong>de</strong>stino: el <strong>de</strong> unos es <strong>de</strong>cir misa, el <strong>de</strong> [312] otros es<br />

enseñar e iluminar a los pueblos. El mismo que a Su Paternidad Reverendísima le dio<br />

las cre<strong>de</strong>nciales me las ha dado a mí.<br />

-Reflexione, hombre <strong>de</strong> Dios -indicó el padre Salmón, rompiendo el silencio-, en qué<br />

sitio se encuentra, qué trance le espera, y vea si no le cuadra más preparar su alma con<br />

<strong>de</strong>vociones, que aturdirla con profanida<strong>de</strong>s.<br />

-Vuestras Paternida<strong>de</strong>s me perdonen -dijo Sarmiento grave y campanudamente<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> beber el último trago <strong>de</strong> vino-, si he hablado <strong>de</strong> cosas profanas, que no les<br />

agrada. Yo soy quien soy y sé lo que me digo. Sé mejor que nadie por qué estoy aquí,<br />

por qué muero y por qué he vivido. Allá nos enten<strong>de</strong>remos Dios y yo, Dios que llena mi<br />

conciencia y me ha dictado este acto sublime, que será ejemplo <strong>de</strong> las generaciones.<br />

Pero pues las religiosida<strong>de</strong>s no están nunca <strong>de</strong>más, vamos a ellas y así quedarán todos<br />

contentos.<br />

-Esas divagaciones, hombre <strong>de</strong> Dios -dijo Salmón con puntos <strong>de</strong> malicia-, confirman<br />

uno <strong>de</strong> los <strong>de</strong>litos que le han traído a este sitio.<br />

-¿Qué <strong>de</strong>lito?<br />

-El <strong>de</strong> fingirse enajenado para po<strong>de</strong>r tratar impunemente <strong>de</strong> cosas vedadas.<br />

-Hablillas -dijo Sarmiento sonriendo con <strong>de</strong>sdén-. Señores hermanos <strong>de</strong> la Paz, si<br />

tuvieran [313] uste<strong>de</strong>s la bondad <strong>de</strong> darme cigarros, se lo agra<strong>de</strong>cería... Hablillas <strong>de</strong>l<br />

vulgo. Si fuéramos a hacer caso <strong>de</strong> ellas, ¿cómo quedaría el padre Salmón en la opinión<br />

<strong>de</strong>l mundo? ¿No dicen <strong>de</strong> él que sólo piensa en llenar la panza y en darse buena vida?<br />

¿No goza fama <strong>de</strong> ser mejor cocinero que predicador?... ¿<strong>de</strong> frecuentar más los estrados<br />

<strong>de</strong> las damas para hablar <strong>de</strong> modas y comidas, que el coro para rezar y la cátedra para<br />

enseñar? Esto dice el vulgo. ¿Hemos <strong>de</strong> creer lo que diga? Pues <strong>de</strong>l padre Alelí que me<br />

está oyendo y que es persona apreciabilísima, ¿no se dijo en otro tiempo que era<br />

volteriano? ¿No le tuvo entre ojos la Inquisición? ¿No <strong>de</strong>cían que antaño era amigo <strong>de</strong><br />

Olavi<strong>de</strong> y que <strong>de</strong>spués se había congraciado con los realistas para no ser molestado?<br />

Esto se dijo: ¿hemos <strong>de</strong> hacer caso <strong>de</strong> las neceda<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l vulgo?


El padre Alelí pali<strong>de</strong>ció, <strong>de</strong>mostrando enojo y turbación. Chaperón se mordía los<br />

labios para dominar sus impulsos <strong>de</strong> risa. Ofrecía en verdad la fúnebre capilla<br />

espectáculo extraño, único, el más singular que pue<strong>de</strong> presentarse. Frente al altar veíase<br />

una mujer <strong>de</strong> rodillas, rezando sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> llorar, como si ella sola <strong>de</strong>biera interce<strong>de</strong>r<br />

por todos los pecadores habidos y por haber; en el centro una mesa llena [314] <strong>de</strong><br />

viandas y un reo que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> hablar con <strong>de</strong>senfado y entereza recibía cigarros <strong>de</strong> los<br />

hermanos <strong>de</strong> la Paz y Caridad y los encendía en la llama <strong>de</strong> un cirio; más allá dos<br />

frailes, <strong>de</strong> los cuales el uno parecía vergonzoso y el otro enfadado; enfrente la<br />

tremebunda figura <strong>de</strong> D. Francisco Chaperón, el abastecedor <strong>de</strong> la horca y el terror <strong>de</strong><br />

los reos y <strong>de</strong> los ajusticiados, sonriendo con malicia y dudando si poner cara afligida o<br />

regocijada; todo esto presidido por el Crucifijo y la Dolorosa, e iluminado por la<br />

claridad <strong>de</strong> las velas <strong>de</strong> funeral que daban cadavérico aspecto a hombres y cosas, y allá<br />

más lejos en la sala inmediata una sombra odiosa, una figura horripilante que esperaba,<br />

el verdugo.<br />

D. Francisco Chaperón se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> su víctima. En la sala contigua y en el patio<br />

encontró a varios individuos <strong>de</strong> la Comisión Militar y a otros particulares que venían a<br />

ver al reo.<br />

-¡Que me digan a mí que ese hombre es tonto! -exclamó con evi<strong>de</strong>nte satisfacción-.<br />

Tan tonto es él como yo. No es sino un grandísimo bribón, que aún persiste en su plan<br />

<strong>de</strong> fingirse <strong>de</strong>mente, por ver si consigue el indulto... Ya, ya. Lo que tiene ese bergante<br />

es mucho, muchísimo talento. Ya quisieran más [315] <strong>de</strong> cuatro... Por cierto que entre<br />

bromas y veras ha hablado con un donaire... Al pobre Salmón le ha puesto <strong>de</strong> hoja <strong>de</strong><br />

perejil, y Alelí no ha salido tampoco muy librado <strong>de</strong> manos <strong>de</strong> este licenciado<br />

Vidriera... Es graciosísimo: véanle uste<strong>de</strong>s... Por supuesto bien se compren<strong>de</strong> que es un<br />

solemnísimo pillo.<br />

Y D. Francisco se retiró, repitiéndose a sí mismo con tanta firmeza como podría<br />

hacerlo un reo ante el juez, que D. Patricio no era imbécil, sino un gran tunante. Tal<br />

afirmación tenía por objeto sofocar la rebeldía <strong>de</strong> aquel insubordinado corpúsculo, a<br />

quien llamamos antes la mónera <strong>de</strong> la conciencia chaperoniana, y que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />

Sarmiento entró en capilla, se agitaba entre el légamo, queriendo mostrarse y alborotar y<br />

hacer cosquillas en el ánimo <strong>de</strong>l digno funcionario. Con aquella afirmación, D.<br />

Francisco aplacó la vocecilla y todo quedó en profundo silencio allá en los cenagosos<br />

fondajes <strong>de</strong> su alma.<br />

- XXVII -<br />

Durante la noche arreció el nublado <strong>de</strong> visitantes, sin que su curiosidad importuna y<br />

amanerada [3<strong>16</strong>] compasión causaran molestia al reo; antes bien recibíalos este como un<br />

soberano a su corte. Situado en pie frente al altar, íbalos saludando uno por uno, con<br />

ligeros arqueos <strong>de</strong> la espina dorsal y una sonrisa protectora, cuya intensidad <strong>de</strong><br />

expresión amenguaba o disminuía según la importancia <strong>de</strong>l personaje. Todos salían<br />

haciéndose lenguas <strong>de</strong> la serenidad <strong>de</strong>l reo, y en la sala-vestíbulo, inmediata al cuerpo<br />

<strong>de</strong> guardia, oíase cuchicheo semejante al que se oye en el atrio <strong>de</strong> una iglesia en noches


<strong>de</strong> novena o tinieblas. Los entrantes chocaban con los que salían, y la sensibilidad <strong>de</strong> los<br />

unos anticipaba a la curiosidad <strong>de</strong> los otros noticias y comentarios.<br />

Pipaón, que se había presentado <strong>de</strong> veinte y cinco alfileres, y parecía un ascua <strong>de</strong> oro<br />

según iba <strong>de</strong> limpio y elegante, estuvo largo rato en compañía <strong>de</strong>l reo, y le dio varias<br />

palmadas en el hombro, diciéndole:<br />

-Ánimo, Sr. Sarmiento, y encomién<strong>de</strong>se a Su Divina Majestad y a la Reina <strong>de</strong> los<br />

cielos, Nuestra Madre amorosísima, para que le <strong>de</strong>n una buena muerte y franca entrada<br />

en la morada celestial... Adiós, hermano mío. Como mayordomo que soy <strong>de</strong> la<br />

hermandad <strong>de</strong> las Ánimas, le tendré presente, sí, le tendré presente para que no le falten<br />

sufragios... [317] Adiós... Procure usted serenarse... Medite mucho en las cosas<br />

religiosas... este es el gran remedio y el más seguro lenitivo... ¡La religión, la dulce<br />

religión! ¡Oh! ¿qué sería <strong>de</strong> nosotros sin la religión?... es nuestro consuelo, el rocío que<br />

nos regenera, el maná que nos alimenta... Adiós, hermano en Cristo, venga un abrazo (al<br />

dar el abrazo Pipaón tuvo buen cuidado <strong>de</strong> que no fuera muy expresivo, para que no se<br />

chafaran los encajes <strong>de</strong> su pechera)... Estoy conmovidísimo... Adiós, repítole que<br />

medite mucho en los sagrados misterios y en la pasión y muerte <strong>de</strong> Nuestro Señor<br />

Jesucristo... No le faltarán sufragios, muchos sufragios. Quizás nos veamos en el Cielo,<br />

¡ay <strong>de</strong> mí! si Dios es misericordioso conmigo.<br />

Este fastidioso discurso, mo<strong>de</strong>lo exacto <strong>de</strong> la retórica convencional y amanerada <strong>de</strong>l<br />

cortesano, agradó mucho a cuantos le oyeron; mas D. Patricio lo acogió con seriedad<br />

cortés y cierto <strong>de</strong>sdén que apenas se traducía en ligero fruncimiento <strong>de</strong> cejas. Pipaón<br />

salió y aunque iba muy aprisa <strong>de</strong>recho a la calle, <strong>de</strong>tuviéronle en el patio algunos<br />

amigos.<br />

-Estoy afectadísimo... no puedo ver estas escenas -les dijo respondiendo a sus<br />

preguntas-. Fáltame poco para <strong>de</strong>smayarme. [318]<br />

-Dicen que es el reo más sereno que se ha visto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que hay reos en el mundo.<br />

-Es un prodigio. Pero aquella vanidad e hinchazón son cosa fingida... ¡Cuánto <strong>de</strong>be<br />

pa<strong>de</strong>cer interiormente! Se necesitan los bríos <strong>de</strong> un héroe para sostener ese papel sin<br />

faltar un punto.<br />

-¡Farsante!<br />

-Es el perillán más acabado no he visto en mi vida. Seguramente espera que le<br />

indulten; pero se lleva chasco. El Gobierno no está por indultos.<br />

-Entremos... todo Madrid <strong>de</strong>sea verle. Vuelva usted, Pipaón.<br />

-¿Yo? por ningún caso -repuso el cortesano estrechando manos diversas una tras<br />

otra-. Voy a una reunión don<strong>de</strong> cantan la Fábrica y Montresor... ¡Qué aria <strong>de</strong> la Gazza<br />

Ladra nos cantó anoche esa mujer! Montresor nos dio el aria <strong>de</strong> Tancredo. ¡Aquello no<br />

es hombre, es un ruiseñor!... ¡Qué portamentos, qué picados, qué trinos, qué<br />

vocalización, qué falsete tan <strong>de</strong>licioso! Parece que se transporta uno al sétimo cielo.<br />

Con que adiós, señores... tengo que ensayar antes un paso <strong>de</strong> gavota. Señores, divertirse<br />

con el viejo Sarmiento.


Aún no se había separado <strong>de</strong> sus amigos, cuando salió al patio un señor obispo que<br />

venía [319] también <strong>de</strong> visitar al reo. Todos se <strong>de</strong>scubrieron al verle, haciéndole calle.<br />

Pipaón, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> besarle el anillo, le habló <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>nado a muerte.<br />

-Mi opinión -dijo su ilustrísima (que era una <strong>de</strong> las lumbreras <strong>de</strong>l Episcopado)- es<br />

que si no constara en los autos, como aseguran consta <strong>de</strong> una manera indubitable, que se<br />

ha fingido y se finge loco para hablar impunemente <strong>de</strong> temas vedados, la ejecución <strong>de</strong><br />

este hombre sería un asesinato. Desempeña este <strong>de</strong>sgraciado su papel con inaudita<br />

perfección, y apreciándole por lo que dice, no hay en aquella mollera ni el más pequeño<br />

grano <strong>de</strong> juicio... A propósito <strong>de</strong> juicio, Sr. <strong>de</strong> Pipaón, no lo ha tenido usted muy gran<strong>de</strong><br />

fijando para el lunes la gran fiesta <strong>de</strong> <strong>de</strong>sagravios a Su Divina Majestad que celebra la<br />

Hermandad <strong>de</strong> Indignos esclavos <strong>de</strong>l Santísimo Sacramento, porque siendo el lunes día<br />

<strong>de</strong> la Natividad <strong>de</strong> Nuestra Señora, la Real Congregación <strong>de</strong> la Guardia y Custodia<br />

dispone por antiguo privilegio <strong>de</strong> la iglesia <strong>de</strong> San Isidro.<br />

Pipaón respondió, mutatis mutandis, que no correría sangre a causa <strong>de</strong> un conflicto<br />

entre ambas hermanda<strong>de</strong>s, y que él respondía <strong>de</strong> arreglarlo todo a gusto <strong>de</strong> clérigos y<br />

seglares, y sin que se quejaran el Santísimo Sacramento [3<strong>20</strong>] ni Nuestra Señora, con lo<br />

cual y con aceptar la carroza <strong>de</strong> Su Ilustrísima para trasladarse a la calle <strong>de</strong> la Puebla<br />

don<strong>de</strong> había <strong>de</strong> hacer el ensayo <strong>de</strong> la gavota antes <strong>de</strong> la tertulia, tuvo fin aquel diálogo.<br />

Ya avanzada la noche se cerró la capilla a los curiosos, y también la puerta <strong>de</strong> la<br />

cárcel, <strong>de</strong>spués que entraron seis presos recién sacados <strong>de</strong> sus casas por <strong>de</strong>laciones<br />

infames. Una nueva conspiración <strong>de</strong>scubierta dio mucho que hacer aquella noche y en la<br />

siguiente mañana al Sr. Chaperón.<br />

D. Patricio se acostó a dormir en la alcoba inmediata a la capilla; pero su sueño no<br />

fue tranquilo. Velábanle solícitos y siempre prontos a servir en todo los hermanos <strong>de</strong> la<br />

Paz y Caridad. Sola no se apartó <strong>de</strong> la capilla ni un solo instante ni <strong>de</strong> día ni <strong>de</strong> noche.<br />

-Abuelito querido -le dijo al amanecer-, estoy muerta <strong>de</strong> pena, porque veo que tu<br />

conducta no es propia <strong>de</strong> un buen cristiano.<br />

-Adorada hija -repuso Sarmiento besándola con ardiente cariño-, si es propia <strong>de</strong> un<br />

filósofo, lo será <strong>de</strong> un cristiano, porque el filósofo y el cristiano se juntan, se<br />

compendian y amalgaman en mí maravillosamente. Hazme el favor <strong>de</strong> ver si esos<br />

señores hermanos me han preparado el chocolate... No extraño tus [321] observaciones,<br />

hija mía. Eres mujer y hablas con tu preciosa sensibilidad, no con la razón que a mí me<br />

alumbra y guía. ¡Bendito sea Dios que me permite tenerte a mi lado en estas horas<br />

postreras! Si no te estuviera viendo, quizás me faltaría el valor que ahora tengo. Una<br />

sola cosa me afecta y entristece, nublando el esplendoroso júbilo <strong>de</strong> mi alma, y es que<br />

mañana a la hora <strong>de</strong> las diez... porque supongo que... eso será a las diez... <strong>de</strong>jaré <strong>de</strong><br />

recrear mis ojos con la contemplación <strong>de</strong> tu angelical persona... Pero ¡ay! tú <strong>de</strong>bes<br />

seguir viviendo; no ha llegado aún la hora <strong>de</strong> tu entrada en la mansión divina; llegará,<br />

sí, y entrarás, y el primero a quien verás en la puerta abriendo los brazos para recibirte<br />

en ellos amoroso y <strong>de</strong>lirante será tu abuelito Sarmiento, tu viejecillo bobo.<br />

La voz temblorosa indicaba una viva emoción en el reo.


-Y te llevaré a presencia <strong>de</strong>l Padre <strong>de</strong> todo lo existente y le diré: «¡Señor, aquí la<br />

tienes; esta es, mírala!...». Pero no quiero afligirte más. Ahora oye varios consejos que<br />

<strong>de</strong>bo darte y algunos encarguillos que quiero hacerte... ¿Está ese chocolate?... Dame la<br />

mano para levantarme, hija mía. ¿Sabes que están pesados y duros mis pobres huesos?...<br />

¡Ah! pronto tendrás [322] este bocado, ¡oh carnívora tierra! pronto, pronto se te arrojará<br />

esta piltrafa, que por lo acecinada <strong>de</strong>muestra que te pertenece ya. El noble espíritu<br />

abandona este inmundo saco, y vuela en busca <strong>de</strong> su patria y <strong>de</strong> sus congéneres los<br />

ángeles.<br />

Levantose <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Sola porque estaba vestido. Un hermano le trajo el chocolate, y<br />

quedándose solo con su amiga, le dijo estas palabras que ella oyó con profundísima<br />

atención:<br />

-Idolatrada hija, mañana a las diez nos separaremos para siempre. Dios me dio la<br />

inefable dicha <strong>de</strong> conocerte, para que mi espíritu se confortase antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar el mundo.<br />

Te condujiste conmigo tan noble y caritativamente que no vacilo en <strong>de</strong>clararte<br />

merecedora <strong>de</strong> inmortal premio. Yo te lo aseguro, yo te lo profetizo -dijo esto cerrando<br />

los ojos y extendiendo solemnemente los brazos en actitud <strong>de</strong> profeta-, yo te lo fío<br />

bendiciéndote. Creo tener po<strong>de</strong>res para ello. Gozarás <strong>de</strong> la eterna dicha por tu cristiana<br />

acción. Ahora bien; hablando <strong>de</strong> cosas más terrestres, te diré que es mi <strong>de</strong>seo partas en<br />

seguida para Inglaterra a ponerte bajo el amparo <strong>de</strong> ese hombre generoso que ha sido tu<br />

protector y hermano. Le conozco y sé que su corazón está lleno <strong>de</strong> bonda<strong>de</strong>s. Como me<br />

intereso también por él, <strong>de</strong>claro ante ti que ese joven <strong>de</strong>be [323] tomarte por esposa, <strong>de</strong><br />

lo cual resultará ventaja para entrambos; para ti porque vivirás al arrimo <strong>de</strong> un hombre<br />

<strong>de</strong> mérito, capaz <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r lo que vales; para él porque tendrá la compañera más<br />

fiel, más amante, más útil, más hacendosa, más cristiana y más honesta con que pue<strong>de</strong><br />

soñar el amor <strong>de</strong> un hombre. Tengo la seguridad <strong>de</strong> que él lo compren<strong>de</strong>rá así -al <strong>de</strong>cir<br />

esto mostraba la convicción <strong>de</strong> un apóstol-. Si no lo comprendiese, dile que yo se lo<br />

mando, que es mi sacra voluntad, que yo no hablo por hablar, sino transmitiendo por el<br />

órgano <strong>de</strong> mi lengua la inspiración celeste que obra <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí.<br />

Sola oyó este discurso con recogimiento y admiración, pasmada <strong>de</strong> advertir una<br />

profundísima concordancia entre la <strong>de</strong>mencia <strong>de</strong> su amigo y ciertas i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> antiguo<br />

arraigadas en ella. No acertó a <strong>de</strong>cir una palabra sobre aquel tema, y su viejecillo bobo<br />

se le representó entonces gran<strong>de</strong> y luminoso, cual nunca lo había visto, más respetable<br />

que todo lo que como respetable se presenta en el mundo.<br />

Después <strong>de</strong> una pausa, durante la cual apuró el pocillo, Sarmiento prosiguió así:<br />

-Querida hija <strong>de</strong> mi corazón, voy a hacerte un encargo, atañe<strong>de</strong>ro a cosas terrestres.<br />

Las cosas terrestres también me ocupan, porque <strong>de</strong> [324] la tierra salí, y en ella he <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>jar las preciosas enseñanzas que se <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>n <strong>de</strong> mi martirio. El género humano<br />

merece mi mayor interés. La dicha <strong>de</strong>l Cielo no sería completa, si <strong>de</strong>s<strong>de</strong> él no<br />

contempláramos la constante labor <strong>de</strong> este pobre género humano, sin cesar trabajando<br />

en mejorarse. Los que <strong>de</strong> él salimos no po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> enviarle <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allá arriba un<br />

reflejo <strong>de</strong> nuestra gloria, sin lo cual se envilecería, acercándose más a las bestias que a<br />

los ángeles. Hay que pensar en el género humano <strong>de</strong> hoy, que es el coro celestial e<br />

inmenso <strong>de</strong> mañana, y todo hombre es la crisálida <strong>de</strong> un ángel, ¿me entien<strong>de</strong>s? Si las<br />

criaturas superiores, al remontarse sobre los mundanos <strong>de</strong>spojos, miraran con <strong>de</strong>sprecio<br />

esta pobre turba inquieta y enferma a que pertenecieron; si no atendiendo más que al


Eterno Sol, hicieran <strong>de</strong>l <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> la bienaventuranza un egoísmo, adiós universo, adiós<br />

pasmoso or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> cielo y tierra, adiós concierto sublime. No, yo miro a la tierra y la<br />

miraré siempre. Le <strong>de</strong>jo un don precioso, mi vida, mi historia, mi ejemplo, hija mía,<br />

¿sabes tú lo que vale un buen ejemplo para esta mísera chusma rutinaria? Sí, mi historia<br />

será pronto una <strong>de</strong> las más enérgicas lecciones que tendrá el rebaño humano para<br />

implantar la libertad que ha <strong>de</strong> conducirle a su mejoramiento [325] moral. Pero digo yo,<br />

¿es fácil escribir esa historia? No. Bien conocidos son mis discursos, y aunque yo no los<br />

he escrito, como todo el mundo los tiene grabados en la memoria, no faltará quien los<br />

dé a la estampa. Sócrates no <strong>de</strong>jó escrito nada... Pero si serán perpetuados mis discursos,<br />

habrá gran escasez <strong>de</strong> datos biográficos respecto a mí. Oye, pues, lo que voy a <strong>de</strong>cirte.<br />

Tomando a Sola por un brazo, la acercó a sí:<br />

-Viviendo en tu casa -añadió-, apunté no hace dos meses, los principales datos <strong>de</strong> mi<br />

vida, tales como el día <strong>de</strong> mi nacimiento, el <strong>de</strong> mi bautizo, el <strong>de</strong> mi confirmación, el <strong>de</strong><br />

mi boda con Refugio, el <strong>de</strong>l feliz natalicio <strong>de</strong> Lucas, el <strong>de</strong> mi entrada en la enseñanza y<br />

otros: son datos preciosísimos. Como los historiadores han <strong>de</strong> empezar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mañana<br />

mismo a revolver archivos y libros parroquiales, yo te encargo que les saques <strong>de</strong> apuros.<br />

Mira tú; el apunte en que constan esos datos está escrito con lápiz... Me parece que lo<br />

puse <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l hule <strong>de</strong> la cómoda. Búscalo bien por toda la casa, y entrégalo a esos<br />

señores. Al punto sabrás quiénes son, porque no se hablará <strong>de</strong> otra cosa en todo el<br />

mundo. No te <strong>de</strong>scui<strong>de</strong>s, y evitarás mil quebra<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> cabeza, y quizás inexactitu<strong>de</strong>s<br />

[326] y errores que darán ocasión a <strong>de</strong>sagradables polémicas.<br />

Sola sintió al oír esto que la admiración <strong>de</strong>spertada por anteriores palabras <strong>de</strong>l<br />

viejecillo bobo, se disipaba como humo. ¡Cuán difícil era señalar la misteriosa línea<br />

don<strong>de</strong> los <strong>de</strong>svaríos <strong>de</strong> Sarmiento se trocaban en ingeniosas observaciones, o por el<br />

contrario, sus admirables vuelos en lastimoso rastrear por el polvo <strong>de</strong> la necedad! La<br />

joven prometió cumplir fielmente todo lo que le mandaba.<br />

Al poco rato apareció el padre Alelí preparado para <strong>de</strong>cir la misa, y empezada esta,<br />

Sarmiento la ayudó con extraordinaria <strong>de</strong>voción y acierto, tan seguro en las ceremonias<br />

como si hubiera sido monaguillo toda su vida. Soledad la oyó con gran edificación<br />

acompañada <strong>de</strong> los hermanos y <strong>de</strong> algunos empleados <strong>de</strong> la cárcel. Después, por or<strong>de</strong>n<br />

<strong>de</strong>l Sr. Chaperón, se cerró la capilla al público.<br />

- XXVIII -<br />

Poniendo sobre todas las cosas su anhelante <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> llegar pronto al fin <strong>de</strong> la<br />

jornada vital, que era el comienzo <strong>de</strong> su triunfo, Sarmiento [327] <strong>de</strong>ploraba que la<br />

justicia <strong>de</strong> aquellos tiempos hubiese fijado en cuarenta y ocho horas el plazo <strong>de</strong> la<br />

preparación religiosa. Con diez o doce horas había bastante, según él. Los dos frailes<br />

que le asistían aprovecharon la ocasión <strong>de</strong> su soledad para hablarle recio en el negocio<br />

<strong>de</strong> la salvación, logrando que D. Patricio atendiese a él, y consintiera en oír el<br />

trasnochado sermoncillo que preparado traía el padre Salmón. Después <strong>de</strong> comer,<br />

cuando Sola vencida por el cansancio había cedido al sueño y dormitaba sentada, el


padre Alelí logró hacerse oír <strong>de</strong> Sarmiento con mayor interés. Por la noche pareció que<br />

el espíritu <strong>de</strong>l buen viejo se recogía y como que se amilanaba algún tanto, mostrándose<br />

a<strong>de</strong>más en su rostro y cuerpo cierto <strong>de</strong>smayo o fatiga. El patriota no permanecía ya en<br />

pie, sino recostado con abandono en el sillón, fijando la vista en el suelo cual si cayera<br />

en meditación taciturna. Silencio profundísimo reinaba en la cárcel; las velas se habían<br />

consumido mucho y ardían en el último cabo <strong>de</strong> ellas, elevando entre la vacilante luz el<br />

negro pábilo caduco, y <strong>de</strong>rramando cera amarilla en gran<strong>de</strong>s chorros sobre los<br />

can<strong>de</strong>leros y sobre el altar. El Crucifijo y la Dolorosa parecían entregados a un sopor<br />

misterioso. Nunca, como en aquella tristísima hora, había [328] parecido la capilla<br />

lúgubre y conmovedora. Su ambiente <strong>de</strong> panteón daba frío, su luz tenue convidaba a<br />

morirse y enterrarse. Era la madrugada <strong>de</strong>l último día.<br />

No fue insensible el espíritu <strong>de</strong> Sarmiento a esta influencia externa, y conociéndolo<br />

Alelí, le dijo que ya le quedaban pocas horas; que viese lo que hacía si no <strong>de</strong>seaba ar<strong>de</strong>r<br />

perpetuamente en los infiernos. Al oír esto, mirole Sarmiento con <strong>de</strong>sdén y<br />

levantándose <strong>de</strong>l sillón, se puso <strong>de</strong> rodillas.<br />

-Puesto que Su Paternidad quiere que confiese, confesaré -dijo lacónicamente.<br />

-No es preciso que se arrodille usted, hermano mío -indicó el buen fraile<br />

levantándole-. En estos casos permitimos al penitente que haga la confesión sentado<br />

para evitarle cansancio.<br />

-Yo prefiero estar <strong>de</strong> rodillas, porque no soy <strong>de</strong> alfeñique -dijo el reo volviéndose a<br />

hincar-. Ahora, si Vuestra Paternidad tiene oídos, oiga... Yo amo a Dios sobre todas las<br />

cosas. ¿Cómo no amarle, si es fuente <strong>de</strong> todo bien, manantial <strong>de</strong> toda i<strong>de</strong>a, origen <strong>de</strong><br />

toda vida? Él dio la i<strong>de</strong>a moral al mundo, y el mundo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mil luchas, disputas y<br />

sangre, aceptó la ley moral que felizmente lo rige. Después le dio la i<strong>de</strong>a política, es<br />

<strong>de</strong>cir, la libertad, [329] para que se gobernase, y todavía el mundo no la ha aceptado en<br />

su totalidad. Estamos en la época <strong>de</strong> la predicación, <strong>de</strong>l martirio...<br />

-Basta -dijo Alelí con enfado-. Está usted profanando el nombre <strong>de</strong> Dios con<br />

absurdas afirmaciones. Poco a<strong>de</strong>lantamos por ese camino, hermano querido. Confiese<br />

usted su amor a Dios, sin mezcla <strong>de</strong> extravagancia alguna. Me basta con eso por ahora,<br />

y a<strong>de</strong>lante.<br />

-Confieso -añadió el penitente-, que con frecuencia he jurado su santo nombre en<br />

vano, y a<strong>de</strong>más que he usado votos y ternos raros, pues adquirí tiempo ha la pícara<br />

costumbre <strong>de</strong> sacar a todo el Chilindrón y la Chilindraina; pero, con perdón <strong>de</strong> Vuestra<br />

Reverencia, creo que pecados como este no llevan a casa <strong>de</strong> Pedro Botero. Tampoco he<br />

santificado las fiestas como está mandado... <strong>de</strong>sidia, pura <strong>de</strong>sidia y abandono. En el<br />

cuarto, ¿qué he <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir sino que jamás he faltado a él ni en pensamiento? Pues en lo <strong>de</strong><br />

matar, si alguien perdió por mí la vida fue en leal acción <strong>de</strong> guerra y cuando el honor <strong>de</strong><br />

mi ban<strong>de</strong>ra me lo mandaba así. No obstante, un pecado grave tengo en lo tocante a este<br />

mandamiento, y ese lo voy a confesar aquí con la boca y con el corazón, porque ha<br />

tiempo pesa sobre mi conciencia, [330] y aunque estoy muy arrepentido, paréceme que<br />

jamás logro echar <strong>de</strong> mí la mancha y peso que me <strong>de</strong>jó. Hallándose preso y enca<strong>de</strong>nado<br />

un vecino mío, padre <strong>de</strong> esta joven que me acompaña, pidió un vaso <strong>de</strong> agua y se lo<br />

negué. ¡Qué infame bellaquería! Pero válgame mi contrición sincera y el cariño ardiente<br />

que <strong>de</strong>spués he puesto en la bendita hija <strong>de</strong> aquel <strong>de</strong>sgraciado.


-A<strong>de</strong>lante -murmuró Alelí satisfecho <strong>de</strong> que hubiese algún pecado evi<strong>de</strong>nte que<br />

justificase su ministerio.<br />

-Del sexto no diré más sino que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> mi Refugio, que acaeció<br />

hace veintidós años, he observado castidad absoluta, a pesar <strong>de</strong> ser solicitado para faltar<br />

a aquella preciosa virtud por más <strong>de</strong> una hembra que no <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> mirarme cual saco <strong>de</strong><br />

paja. Tampoco he robado jamás a nadie ni el valor <strong>de</strong> un alfiler, y en el ramo <strong>de</strong> mentir<br />

si alguna vez falté a la verdad fue en negocios baladís y <strong>de</strong> poca monta.<br />

-Alto, alto -dijo Alelí con interés sumo, viendo llegado el tema que abordar quería-.<br />

Usted ha mentido, y ha mentido gravemente por sistema sosteniendo un papel engañoso<br />

con la terquedad <strong>de</strong>l hombre más perverso. Es opinión general que usted se finge<br />

<strong>de</strong>mente, poseyendo [331] en realidad un claro juicio; es público y notorio, y así consta<br />

en la causa, que todos esos disparates con que ha divertido a Madrid son obra <strong>de</strong>l talento<br />

más astuto, para po<strong>de</strong>r vivir en una sociedad que proscribe a los revolucionarios. Vamos<br />

a ver, hermano mío, repare usted <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> quién está, mire esa imagen sacratísima,<br />

consi<strong>de</strong>re que le restan pocas horas <strong>de</strong> vida, consi<strong>de</strong>re que ya no es posible la mentira, y<br />

ábrame su corazón y arroje la máscara y dígame si en efecto este hombre exaltado que<br />

vemos es un hábil histrión. ¡Ah! hermano mío, aseguran que usted sostiene su papel,<br />

esperando que le indulten por tonto... ¡error, error, porque no es ese el camino <strong>de</strong>l<br />

indulto! Más fácil le sería conseguirlo con una confesión franca <strong>de</strong> su pecado... Al<br />

menos haciéndolo así, tendrá el perdón <strong>de</strong> Dios y la gloria eterna.<br />

-¡Yo farsante, yo histrión, yo...! ¡yo! -exclamó Sarmiento clavando ambas manos,<br />

como garras, en su pecho.<br />

Miraba al padre Alelí con los ojos encendidos y con expresión <strong>de</strong> sorpresa, que bien<br />

pronto se tornó en amargo <strong>de</strong>sdén.<br />

-Usted no me compren<strong>de</strong>... -dijo levantándose-. Vaya usted a confesar colegiales,<br />

señor padre Alelí. Me confesaré solo. [332]<br />

Y arrodillándose <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l altar, alzó las manos y sin quitar los ojos <strong>de</strong>l Crucifijo,<br />

habló así:<br />

-Señor, Tú que me conoces no necesitas oír <strong>de</strong> mi boca lo que siente mi corazón, que<br />

pronto dará su último latido <strong>de</strong>jándome libre. Sabes que te adoro, que te reverencio, y<br />

que ejecuto puntualmente la misión que me señalaste en el mundo. Sabes que la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />

la libertad enviada por Ti para que la difundiéramos, fue mi norte y mi guía. Sabes que<br />

por ella vivo y por ella muero. Sabes que si cometí faltas, me he arrepentido <strong>de</strong> ellas con<br />

grandísima congoja. Sabes que perdono <strong>de</strong> todo corazón a mis enemigos, y que me<br />

dispongo a rogar por ellos, cuando mi espíritu pueda hablar sin boca y ver sin necesidad<br />

<strong>de</strong> ojos. Mi confesión está hecha públicamente. Óigala todo el que tiene oídos.<br />

Y <strong>de</strong>spués volviéndose al fraile que enfrente y absorto le miraba, díjole:<br />

-Ahora, padre Alelí, espero que no tendrá Vuestra Paternidad reverendísima<br />

inconveniente alguno en darme el pan Eucarístico. Bien se ve que puedo recibir a Dios<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí. Estoy puro <strong>de</strong> toda mancha: soy como los ángeles.


Entonces viose una cosa extraña, que por [333] lo extraña parecía horrible en aquel<br />

sitio y (8) ocasión. El padre Alelí no pudo evitar una sonrisa. Diríase que esta brilló en la<br />

fúnebre capilla como un reflejo mundano <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la región <strong>de</strong> los difuntos. Pero<br />

contuvo al punto su hilaridad, y gravemente dijeron a dúo ambos frailes:<br />

-No po<strong>de</strong>mos dar a usted la Eucaristía, <strong>de</strong>sgraciado hermano.<br />

Mientras Sola acudió a consolar a Sarmiento que parecía muy contrariado por<br />

aquella negativa, Alelí llevó aparte a Salmón y le dijo:<br />

-Es más tonto que hecho <strong>de</strong> encargo. Yo repito que ajusticiar a este hombre es un<br />

asesinato, y Chaperón, los jueces que le sentenciaron y nosotros que le asistimos,<br />

estamos más locos que él. Yo no puedo ver este horrible espectáculo. ¿Pero no es<br />

evi<strong>de</strong>nte que ese hombre es necio <strong>de</strong> capirote? Estamos coadyuvando a una obra inicua.<br />

¡Y esperábamos que confesase su comedia!<br />

-Como siempre le tuve por mentecato redomado, no me he llevado chasco. No sé<br />

para qué nos traen aquí.<br />

-Ni yo. Voy a hablar con Chaperón.<br />

-Yo no me tomaría el trabajo <strong>de</strong> hablar con nadie.<br />

-Pues yo sí. [334]<br />

-Pues yo no.<br />

Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> esto el reo vio los objetos y las personas con una claridad que le<br />

conturbó sobremanera sin saber por qué. Era que había avanzado el día y la capilla<br />

recibía un poco <strong>de</strong> luz, ante la cual pali<strong>de</strong>cía ligeramente la <strong>de</strong> las soñolientas velas, casi<br />

consumidas. Aquel débil resplandor <strong>de</strong>l astro rey hizo daño a la retina y al espíritu <strong>de</strong>l<br />

viejo, sin que su entendimiento pudiera explicarse la razón <strong>de</strong> ello.<br />

-Es <strong>de</strong> día -dijo con cierto asombro, y al punto se quedó taciturno.<br />

Los hermanos <strong>de</strong> la Caridad aparecían más compungidos que en el día anterior, y<br />

rezaban <strong>de</strong>votamente arrodillados ante el altar. Salmón rogó al con<strong>de</strong>nado que se<br />

sentase, y poniéndose a su lado hízole exhortaciones encaminadas a apartar su alma <strong>de</strong>l<br />

tremendo abismo a cuyo bor<strong>de</strong> se encontraba.<br />

-Pocas horas me restan -murmuró el patriota, dando un gran suspiro-. Mi alma será<br />

más fuerte cuanto más cerca esté el instante lisonjero <strong>de</strong> su liberación. ¿Cuántas horas<br />

faltan?<br />

-No cuente usted las horas... ¿Qué valen dos ni tres horas comparadas con la<br />

eternidad?<br />

Sarmiento no respondió nada. Observaba los ladrillos <strong>de</strong>l piso y fijaba su vista con<br />

minuciosidad aritmética en todos aquellos que tenían [335] el ángulo gastado. Diríase<br />

que los contaba.


-¿En dón<strong>de</strong> está mi hija? -dijo <strong>de</strong> súbito moviendo la cabeza con ansiedad-. Sola,<br />

niña <strong>de</strong> mi corazón, no te separes <strong>de</strong> mí.<br />

Sola se arrojó llorando en sus brazos. Notó que tenía las manos frías y temblorosas.<br />

-Dentro <strong>de</strong> poco <strong>de</strong>jaré <strong>de</strong> verte -exclamó el viejo haciendo esfuerzos<br />

verda<strong>de</strong>ramente heroicos para dominar su emoción-. Que sea tan flaca y miserable esta<br />

humana Naturaleza, que ni aun teniendo por segura la entrada en la morada celestial,<br />

pueda mirar con absoluto <strong>de</strong>sprecio los afectos <strong>de</strong>l mundo... Aquí me tienes más<br />

valiente que un león (sus labios temblaban al <strong>de</strong>cirlo y su voz era como el ronco trinar<br />

<strong>de</strong> una ave moribunda), y sin embargo, esto <strong>de</strong> separarme <strong>de</strong> ti, esto <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarte sola...<br />

Se pasó la mano por la frente, y durante un rato tapose los ojos.<br />

-No sé por qué está triste el día -murmuró con disgusto-. ¡Qué ruido hay en la<br />

cárcel!... ¿qué voces son esas? Parece un canto <strong>de</strong>sacor<strong>de</strong> o un graznido <strong>de</strong> pájaros<br />

llorones. ¿Qué es eso?<br />

Soledad no contestó nada, y apoyó su frente sobre el pecho <strong>de</strong>l anciano. A la capilla<br />

llegaba una repugnante música llorona <strong>de</strong> gritos humanos que parecía formada <strong>de</strong> todos<br />

los rencores, <strong>de</strong> todos los sarcasmos, <strong>de</strong> todas las lágrimas [336] y <strong>de</strong> todos los suspiros<br />

encerrados en la cárcel.<br />

El padre Alelí, que había salido al amanecer, volvió muy cabizbajo, y sin hablar una<br />

sola palabra al reo ni a los <strong>de</strong>más preparose para <strong>de</strong>cir la misa. En tanto, uno <strong>de</strong> los<br />

hermanos <strong>de</strong>partía con Sarmiento <strong>de</strong> cosas religiosas, sabedor <strong>de</strong> que estas habían <strong>de</strong><br />

llevar gran alivio y fuerzas al espíritu <strong>de</strong>l reo.<br />

-Hoy -le dijo-, celebramos en Santa Cruz los Mayordomos <strong>de</strong> esta Real<br />

Archicofradía misa solemne <strong>de</strong> rogativa para implorar los divinos auxilios en la última<br />

hora <strong>de</strong>l pobre con<strong>de</strong>nado a muerte. Ya sabe usted que Nuestro Santísimo Padre Pío VII<br />

ha concedido indulgencia plenaria a todos nosotros y a los fieles que asistan a esa misa<br />

y hagan oración por la concordia <strong>de</strong> los Príncipes cristianos, extirpación <strong>de</strong> las herejías<br />

y exaltación <strong>de</strong> la Fe católica.<br />

-De modo -dijo Sarmiento con amarga ironía-, que en esa misa se hace oración por<br />

todo menos por mí.<br />

-No, hermano mío, no -dijo el cofra<strong>de</strong> con la melosidad <strong>de</strong>l beato-, que también<br />

habrá lo que llamamos ejercicio <strong>de</strong> agonía, don<strong>de</strong> se hace la recomendación <strong>de</strong>l alma<br />

<strong>de</strong>l reo; luego siguen las jaculatorias <strong>de</strong> agonía y se cantará el ne [337] recor<strong>de</strong>ris. Los<br />

más bellos himnos <strong>de</strong> la Iglesia y las piadosas oraciones <strong>de</strong> los fieles acompañan a usted<br />

en su tránsito doloroso... ¿qué digo doloroso? gloriosísimo. Piense usted en la pasión <strong>de</strong><br />

Nuestro Señor Jesucristo, y se sentirá lleno <strong>de</strong> valor. ¡Oh, feliz mil veces el que<br />

abandona esta vida miserable libre <strong>de</strong> todo pecado!<br />

El hermano inclinó la cabeza a un lado, bajando los ojos y cruzando las manos en<br />

mística actitud. Después rezó en silencio.


El padre Alelí dijo la misa, que oyó Sarmiento como el día anterior, <strong>de</strong> rodillas y con<br />

profunda atención. Al concluir sentose con muestras <strong>de</strong> gran cansancio; mas ponía<br />

mucho empeño en disimularlo.<br />

-¿No quiere usted tomar nada? -le dijo uno <strong>de</strong> los hermanos-. Hemos preparado un<br />

almuerzo ligero. ¿Se siente usted mal, hermano querido? Vamos, un huevo frito y un<br />

poco <strong>de</strong> jamón... Si para eso no se necesita gana -añadió viendo que el patriota hacía<br />

signos negativos con la cabeza y con la mano-. Sí, lo traeremos, y también un vaso <strong>de</strong><br />

vino.<br />

-No quiero nada.<br />

-¿Ni café?<br />

-Tomaré el café por complacer a uste<strong>de</strong>s -repuso Sarmiento sonriendo con tristeza.<br />

[338]<br />

Alelí se sentó junto a él y tomándole la mano se la apretó cariñosamente diciéndole:<br />

-Hermano mío, en nombre <strong>de</strong> Dios y <strong>de</strong> María Santísima, a cuya presencia llegará<br />

usted pronto, si sabe morir como cristiano en estado <strong>de</strong> contrición perfecta, le ruego que<br />

no me oculte sus pensamientos, si por ventura son distintos <strong>de</strong> lo que ha manifestado<br />

aquí y fuera <strong>de</strong> aquí.<br />

-Si yo ocultara mis pensamientos, si yo no fuera la misma verdad -replicó D. Patricio<br />

con la entereza más noble-, no sería digno <strong>de</strong> este nobilísimo fin que me espera... ¡Ah!<br />

señores, la taimada naturaleza nos tien<strong>de</strong> mil lazos por medio <strong>de</strong> la sensibilidad y <strong>de</strong>l<br />

instinto <strong>de</strong> conservación; pero no, no será mi gran<strong>de</strong> espíritu quien caiga en ellos.<br />

Vamos, vamos <strong>de</strong> una vez.<br />

Y se levantó.<br />

-Calma, calma, hermano mío; aún no es tiempo -le dijo Alelí tirándole <strong>de</strong>l brazo-.<br />

Siéntese usted. Por cierto que no es nada conveniente para su alma esa afectación <strong>de</strong><br />

valor y ese empeño <strong>de</strong> sostener el papel <strong>de</strong> héroe. Una resignación humil<strong>de</strong> y sin<br />

aparato, una conformidad <strong>de</strong>corosa sin disimular el dolor y un poco <strong>de</strong> entereza que<br />

<strong>de</strong>muestre la convicción <strong>de</strong> ganar el cielo, son más propias <strong>de</strong> esta [339] hora que la<br />

fanfarronería teatral. Usted está nervioso, <strong>de</strong>sazonado, inquieto, sin sosiego, tiémblanle<br />

las carnes y se cubre su piel <strong>de</strong> frío sudor.<br />

-El que era Hijo <strong>de</strong> Dios sudó sangre -afirmó Sarmiento con brío-; yo que soy<br />

hombre, ¿no he <strong>de</strong> sudar siquiera agua?... Vamos pronto. Repito que tengo vivos <strong>de</strong>seos<br />

<strong>de</strong> concluir.<br />

Entonces sintiose más fuerte el coro <strong>de</strong> lamentos, y al mismo tiempo ronco son <strong>de</strong><br />

tambores <strong>de</strong>stemplados.<br />

-He aquí las tropas <strong>de</strong> Pilatos -observó Sarmiento.


-Hermano, hermano querido -le dijo Alelí abrazándole-. Una palabra, una palabra<br />

sola <strong>de</strong> verda<strong>de</strong>ra piedad, <strong>de</strong> verda<strong>de</strong>ra religiosidad, <strong>de</strong> amor y temor <strong>de</strong> Dios. Una<br />

palabra y basta; pero que sea sincera, salida <strong>de</strong>l fondo <strong>de</strong>l corazón. Si la dice usted,<br />

todos esos pensamientos livianos <strong>de</strong> que está llena su cabeza, como <strong>de</strong>sván lleno <strong>de</strong><br />

alimañas, huirán al ver entrar la luz.<br />

-Cristiano católico soy -afirmó Sarmiento-. Creo todo lo que manda creer la Iglesia,<br />

creo todos los misterios, todos los sagrados dogmas, sin exceptuar ninguno. He oído<br />

misa, he confesado sin omitir nada <strong>de</strong> lo que hay en mi conciencia, he <strong>de</strong>seado<br />

ardientemente recibir [340] la Eucaristía, y si no la he recibido ha sido porque no han<br />

querido dármela. ¿Qué más se quiere <strong>de</strong> mí? ¡Oh! Señor <strong>de</strong> cielos y tierra, ¡oh! tú,<br />

María, Madre amantísima <strong>de</strong>l género humano, a vosotros vuelvo mis miradas, vosotros<br />

lo sabéis, porque veis mi rostro, no este <strong>de</strong> la carne sino el <strong>de</strong>l espíritu. Los que no ven<br />

el <strong>de</strong> mi espíritu, ¿cómo pue<strong>de</strong>n compren<strong>de</strong>rme? Hacia Vosotros volaré, invocándoos,<br />

llevando en mi diestra la ban<strong>de</strong>ra que habéis dado al mundo, la ban<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la libertad,<br />

por la cual he vivido y por la cual muero.<br />

Salmón y Alelí movieron la cabeza. Su pena y <strong>de</strong>sasosiego eran muy profundos.<br />

Soledad, sin fuerzas ya para luchar con su dolor, estaba a punto <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r el<br />

conocimiento. Don Patricio, dicho su último discurso, examinaba una grieta que en el<br />

techo había y <strong>de</strong>spués la costura <strong>de</strong>l paño <strong>de</strong>l altar. Creeríase al verle que aquellos dos<br />

objetos insignificantes merecían la mayor atención.<br />

Varias personas entraron en la capilla, todas <strong>de</strong>corando sus caras con la aflicción más<br />

edificante. El reo se levantó y sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> observar la costura <strong>de</strong>l altar, habló así<br />

solemnemente:<br />

-Cayo Graco, Harmodio y Aristogitón, Bruto... héroes inmortales, pronto seré con<br />

[341] vosotros... y tú, Lucas, hijo mío, que estás en las filas <strong>de</strong> la celestial infantería,<br />

avanza al encuentro <strong>de</strong> tu dichoso padre.<br />

Los frailes, puestos <strong>de</strong> rodillas, recitaban oraciones y jaculatorias, empeñándose en<br />

que el reo las repitiera; pero Sarmiento se apartó <strong>de</strong> ellos afirmando:<br />

-Todo lo que pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse lo he dicho en mi corazón durante la misa y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

ella.<br />

Oyose el tañido <strong>de</strong> la campana <strong>de</strong> Santa Cruz.<br />

-Tocan a muerto -dijo Sarmiento-. Yo mandaría repicar y alzar arcos <strong>de</strong> triunfo,<br />

como en el día más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> todos los días. ¡Ya veo tus torres, oh patria inmortal,<br />

Jerusalén amada! ¡Bendito el que llega a ti!<br />

El alcai<strong>de</strong> le saludó, enmascarándose también con la carátula <strong>de</strong> piedad lastimosa<br />

que pasaba <strong>de</strong> rostro en rostro, conforme iban entrando uno y otro personaje. Después<br />

separáronse todos para dar paso a un hombre obeso, algo viejo, vestido <strong>de</strong> negro, cuyo<br />

aire <strong>de</strong> timi<strong>de</strong>z contrastaba singularmente con su horrible oficio: era el verdugo, que<br />

avanzando hacia el reo, humilló la frente como un lacayo que recibe ór<strong>de</strong>nes.


D. Patricio sintió en aquel momento que un rayo frío corría por todo su cuerpo <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

el [342] cabello hasta los pies, y por primera vez <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su entrada en la fúnebre capilla<br />

sintió que su magnánimo corazón se arrugaba y comprimía.<br />

-Sí, sí, perdono, perdono a todo el mundo -balbució el reo, fijando otra vez toda su<br />

atención en los ladrillos <strong>de</strong>l piso-. Vamos ya... ¿No es hora <strong>de</strong> ir?<br />

Pero su ánimo, rápidamente abatido, forcejeó iracundo en las tinieblas y se levantó.<br />

Fue como si se hubiera dado un latigazo. La dosis <strong>de</strong> energía que <strong>de</strong>splegara en aquel<br />

momento era tal, que sólo estando muerta hubiera <strong>de</strong>jado la mísera carne <strong>de</strong> respon<strong>de</strong>r a<br />

ella. Tenía Sarmiento entre las manos su pañuelo y apretando los <strong>de</strong>dos fuertemente<br />

sobre él, y separando las manos lo partió en dos pedazos sin rasgarlo. Cerrando los ojos<br />

murmuraba:<br />

-¡Cayo Graco!... ¡Lucas!... ¡Dios que diste la libertad al mundo...!<br />

El verdugo mostró un saco negro. Era la hopa que se pone a los con<strong>de</strong>nados para<br />

hacer más irrisorio y horriblemente burlesco el crimen <strong>de</strong> la pena <strong>de</strong> muerte. Cuando el<br />

<strong>de</strong>lito era <strong>de</strong> alta traición la hopa era amarilla y encarnada. La <strong>de</strong> Sarmiento era negra.<br />

Completaba el ajuar un gorro también negro.<br />

-Venga la túnica -dijo preparándose a ponérsela-. Reputo el saco como una vestidura<br />

[343] <strong>de</strong> gala y el gorro como una corona <strong>de</strong> laurel (9) .<br />

Después le ataron las manos y le pusieron un cor<strong>de</strong>l a la cintura, a cuyas operaciones<br />

no hizo resistencia, antes bien, se prestó a ellas con cierta gallardía. Incapacitados los<br />

movimientos <strong>de</strong> sus brazos, llamó a Sola y le dijo:<br />

-Hija mía, ven a abrazar por última vez a tu viejecillo bobo.<br />

La huérfana lo estrechó en sus brazos, y regó con sus lágrimas el cuello <strong>de</strong>l anciano.<br />

-¿A qué vienen esos lloros? -dijo este sofocando su emoción-. Hija <strong>de</strong> mi alma, nos<br />

veremos en la gloria, a don<strong>de</strong> yo he tenido la suerte <strong>de</strong> ir antes que tú. De mi<br />

imperece<strong>de</strong>ra fama en el mundo, tú sola, tú serás única here<strong>de</strong>ra, porque me asististe y<br />

amparaste en mis últimos días. Tu nombre, como el mío, pasará <strong>de</strong> generación en<br />

generación... No llores; llena tu alma <strong>de</strong> alegría, como lo está la mía. Hoy es día <strong>de</strong><br />

triunfo; esto no es muerte, es vida. El torpe lenguaje <strong>de</strong> los hombres ha alterado el<br />

sentido <strong>de</strong> todas las cosas. Yo siento [344] que penetra en mí la respiración <strong>de</strong> los<br />

ángeles invisibles que están a mi lado, prontos a llevarme a la morada celestial... es<br />

como un fresco <strong>de</strong>licioso... como un aroma <strong>de</strong>licado... Adiós... hasta luego, hija mía...<br />

no olvi<strong>de</strong>s mis dos recomendaciones, ¿oyes? Vete con ese hombre... ¿oyes?... los<br />

apuntes... Adiós, mi glorioso <strong>de</strong>stino se cumple... ¡Viva yo! ¡Viva Patricio Sarmiento!<br />

Desprendieron a Sola <strong>de</strong> sus brazos; tomola en los suyos el alcai<strong>de</strong> para prestarle<br />

algún socorro, y D. Patricio salió <strong>de</strong> la capilla con paso seguro.<br />

El padre Alelí le ató un Crucifijo en las manos y Salmón quiso ponerle también una<br />

estampa <strong>de</strong> la Virgen; pero opúsose a ello el reo diciendo:


-Con mucho gusto llevaré conmigo la imagen <strong>de</strong> mi Re<strong>de</strong>ntor, cuyo ejemplo sigo;<br />

pero no esperen Vuestras Paternida<strong>de</strong>s que yo vaya por la carrera besando una<br />

estampita. A<strong>de</strong>lante.<br />

Al llegar a la calle presentáronle el asno en que había <strong>de</strong> montar, y subió a él con<br />

arrogantes movimientos, diciendo:<br />

-He aquí la más noble cabalgadura cuyos lomos han oprimido héroes antiguos y<br />

mo<strong>de</strong>rnos. Ya estoy en marcha. [345]<br />

Al llegar a la calle <strong>de</strong> la Concepción Jerónima y ver el inmenso gentío que se<br />

agolpaba en las aceras y en los balcones, en vez <strong>de</strong> amilanarse, como otros, se creció, se<br />

engran<strong>de</strong>ció, tomando extraordinaria altitud. Revolviendo los ojos en todas direcciones,<br />

arriba y abajo, <strong>de</strong>cía para sí:<br />

-Pueblo, pueblo generoso, mírame bien, para que ningún rasgo <strong>de</strong> mi persona <strong>de</strong>je <strong>de</strong><br />

grabarse en tu memoria. ¡Oh! ¡si pudiera hablarte en este momento!... Soy Patricio<br />

Sarmiento, soy yo, soy tu gran<strong>de</strong> hombre. Mírame y llénate <strong>de</strong> gozo, porque la libertad<br />

por quien muero renacerá <strong>de</strong> mi sangre, y el <strong>de</strong>spotismo que a mí me inmola perecerá<br />

ahogado por esta misma sangre, y el principio que yo consagro muriendo, lo disfrutarás<br />

tú viviendo, lo disfrutarás por los siglos <strong>de</strong> los siglos.<br />

El murmullo <strong>de</strong>l pueblo crecía entre los roncos tambores, y a él le pareció que toda<br />

aquella música se juntaba para exclamar:<br />

-¡Viva Patricio Sarmiento!<br />

El padre Alelí le mostraba el Crucifijo que en su mano llevaba (el mismo padre<br />

Alelí) y le <strong>de</strong>cía que consagrase a Dios su último pensamiento. Después el venerable<br />

fraile rezaba en silencio, no se sabe si por el reo, o por sus jueces. Probablemente sería<br />

por estos últimos. [346]<br />

Al llegar a la plazuela, Sarmiento extendió la vista por aquel mar <strong>de</strong> cabezas, y<br />

viendo la horca, dijo:<br />

-¡Ahí está!... ahí está mi trono.<br />

Y al ver aquello, que a otros les lleva al postrer grado <strong>de</strong> abatimiento, él se<br />

engran<strong>de</strong>ció más y más, sintiendo su alma llena <strong>de</strong> una exaltación sublime y <strong>de</strong><br />

entusiasmo expansivo.<br />

-Estoy en el último escalón, en el más alto -dijo-. Des<strong>de</strong> aquí veo al mísero género<br />

humano, allá abajo, perdido en la bruma <strong>de</strong> sus rencores y <strong>de</strong> su ignorancia. Un paso<br />

más y penetraré en la eternidad, don<strong>de</strong> está vacío mi puesto en el luminoso estrado <strong>de</strong><br />

los héroes y los mártires.<br />

Al pie <strong>de</strong> la horca, rogáronle los frailes que adorase al Crucifijo, lo que hizo muy<br />

gustoso, besándolo y orando en voz alta con entonación vigorosa.


-Muero por la libertad como cristiano católico -exclamó ¡Oh! Dios, a quien he<br />

servido, acógeme en tu seno.<br />

Quisieron ayudarle a subir la escalera fatal; pero él <strong>de</strong>sprendiéndose <strong>de</strong> ajenos<br />

brazos, subió solo. El patíbulo tenía tres escaleras; por la <strong>de</strong>l centro subía el reo, por una<br />

<strong>de</strong> las laterales el verdugo y por la otra el sacerdote [347] auxiliante. Cada cual ocupó su<br />

puesto. Al ver que el cor<strong>de</strong>l ro<strong>de</strong>aba su cuello, Sarmiento dijo con enfado:<br />

-¿Y qué? ¿no me <strong>de</strong>jan hablar?<br />

Los sacerdotes habían empezado el Credo. Callaron. Juzgando que el silencio era<br />

permiso para hablar, el patriota se dirigió al pueblo en estos términos:<br />

-Pueblo, pueblo mío, contémplame y une tu voz a la mía para gritar: ¡Viva la...!<br />

Empujole el verdugo y se lanzó con él.<br />

Cayeron <strong>de</strong> rodillas los sacerdotes que habían permanecido abajo, y elevando el<br />

Crucifijo exclamaron consternados:<br />

-¡Misericordia, Señor!<br />

La muchedumbre lanzó el trágico murmullo que indicaba su curiosidad satisfecha y<br />

su fúnebre espanto consumado.<br />

El padre Alelí dijo tristemente:<br />

-Desgraciado, sube al Limbo.<br />

- XXIX -<br />

¿Qué sabía él?... A pesar <strong>de</strong> ser fraile discreto y gran sabedor <strong>de</strong> teología, ¿qué sabía<br />

él si su penitente había ido al Limbo o a otra [348] parte? ¿Quién pue<strong>de</strong> afirmar a dón<strong>de</strong><br />

van las almas inflamadas en entusiasmo y fe? ¿Habrá quien marque <strong>de</strong> un modo preciso<br />

la esfera don<strong>de</strong> el humano sentido merecedor <strong>de</strong> asombro y respeto, se trueca en la<br />

enajenación digna <strong>de</strong> lástima? Siendo evi<strong>de</strong>nte que en aquella alma se juntaban con<br />

extraña aleación la excelsitud y la trivialidad, ¿quién podrá <strong>de</strong>cir cuál <strong>de</strong> estas<br />

cualida<strong>de</strong>s vencía a la otra? Glorifiquémosle todos. Murió pensando en la página<br />

histórica que no había <strong>de</strong> llenar, y en la fama póstuma que no había <strong>de</strong> tener. ¡Oh, Dios<br />

po<strong>de</strong>roso! ¡Cuántos tienen esta con menos motivo, y cuántos ocupan aquella habiendo<br />

sido tan locos como él, y menos, mucho menos sublimes!<br />

FIN DE EL TERROR DE 1824.


MADRID<br />

Octubre <strong>de</strong> 1877.


[5]<br />

Un voluntario realista<br />

Benito Pérez Galdós<br />

[Portada] [Contraportada]


- I -<br />

La ciudad <strong>de</strong> Solsona, que ya no es obispado, ni plaza fuerte ni cosa que tal valga y<br />

hasta se ha olvidado <strong>de</strong> su escudo, consistente en cruz <strong>de</strong> oro, castillo y cardo <strong>de</strong> los<br />

mismos esmaltes sobre campo <strong>de</strong> gules, gozaba allá por los turbulentos principios <strong>de</strong><br />

nuestro siglo la preeminencia <strong>de</strong> ser una <strong>de</strong> las más feas y tristes poblaciones <strong>de</strong> la<br />

cristiandad, a pesar <strong>de</strong> sus formidables muros, <strong>de</strong> sus nueve esbeltos torreones, <strong>de</strong> su<br />

castillo romano, indicador <strong>de</strong> gloriosísimo abolengo, y a pesar también <strong>de</strong> su catedral a<br />

que daban lustre cuatro dignida<strong>de</strong>s, dos canonjías, doce raciones y veinticuatro<br />

beneficios. La que Ptolomeo llamó Setelsis, se ensoberbecía con la fábrica suntuosa <strong>de</strong><br />

cuatro conventos que eran regocijo [6] <strong>de</strong> las almas pías y un motivo <strong>de</strong> constante<br />

edificación para el vecindario. Este se elevaba a la babilónica cifra <strong>de</strong> 2.056 habitantes.<br />

Estos 2.056 habitantes setelsinos ocupaban ¿a qué negarlo? lugar muy excelso en el<br />

mundo industrial con sus ocho fábricas <strong>de</strong> navajas, tres <strong>de</strong> candiles y otras <strong>de</strong> menor<br />

importancia. También se <strong>de</strong>dicaban a criar mulas lechales que traían <strong>de</strong>l cercano<br />

Pirineo; cultivaban con esmero las <strong>de</strong>licadas frutas catalanas y eran maestros en cebar<br />

aves domésticas así como en cazar la muchedumbre <strong>de</strong> codornices, palomas silvestres,<br />

ána<strong>de</strong>s y becadas que tanto abundan en aquellos espesos montes y placenteros ríos. No<br />

podían ser tales industrias <strong>de</strong> las menos lucrativas en tierra tan poblada <strong>de</strong> canónigos,<br />

racioneros y regulares.<br />

En 19 <strong>de</strong> septiembre <strong>de</strong> 1810 los franceses que nada respetaban, entraron en Solsona<br />

con estrépito, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cometer mil <strong>de</strong>smanes se entretuvieron en quemar la<br />

catedral, con cuyo siniestro <strong>de</strong>splomáronse las torres y vinieron al suelo las campanas.<br />

También pusieron mano en los conventos, encariñándose <strong>de</strong>masiado con los <strong>de</strong><br />

religiosas, don<strong>de</strong> cometieron <strong>de</strong>safueros que mejor están callados que referidos. El<br />

convento <strong>de</strong> monjas dominicas llamado San Salomó por ser fundación <strong>de</strong>l marqués <strong>de</strong><br />

este nombre (1573) pa<strong>de</strong>ció diversos [7] tormentos <strong>de</strong> los que no pocas memorias<br />

guardaron las espantadas vírgenes <strong>de</strong>l Señor. Tan horribles <strong>de</strong>smanes no eximían a las<br />

santas casas <strong>de</strong> sufrir expoliaciones y <strong>de</strong>rribos, y San Salomó, que perdiera en aquel<br />

horrendo día tantos tesoros, se quedó también sin copón, sin can<strong>de</strong>leros y sin las<br />

arracadas <strong>de</strong> la Virgen. Desaparecieron cuadros y estatuas, y un trozo <strong>de</strong>l ala <strong>de</strong><br />

Poniente fue <strong>de</strong>rribado a cañonazos, quedando reducidas a escombros seis celdas <strong>de</strong>l<br />

piso alto y el refectorio que estaba en el bajo.<br />

Este convento <strong>de</strong> San Salomó exige <strong>de</strong> nosotros la mayor atención. Era edificio <strong>de</strong><br />

muy diversas partes compuesto, que semejaba una vieja capa <strong>de</strong> riquísima y <strong>de</strong>scolorida<br />

tela, remendada con innobles trapos. Allí había algo <strong>de</strong>l hermosos género ojival que<br />

domina en el Principado, restos <strong>de</strong> bóvedas románicas, puertas churriguerescas, trozos<br />

pertenecientes a la insulsa arquitectura <strong>de</strong>l siglo pasado, pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> ladrillo enyesado,<br />

tapias <strong>de</strong> adobes, muros hendidos, techos que se habían chafado cual sombrero;<br />

tragaluces bizcos (1) , ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> una especie <strong>de</strong> marco palpebral hecho con blanco yeso;<br />

rejas comidas <strong>de</strong> moho, tras <strong>de</strong> las cuales estaban las podridas celosías, por cuyos<br />

huecos sólo cabía el <strong>de</strong>do meñique <strong>de</strong> las monjas; vigas que servían <strong>de</strong> puntales; [8]<br />

tapiales mo<strong>de</strong>rnos que se empeñaban en cubrir huecos ocasionados por el <strong>de</strong>splome o<br />

abiertos por la bala <strong>de</strong> artillería; una torrecilla cuya espadaña sólo tenía un esquilón; en<br />

suma, era un adalid valeroso combatido por los formidables enemigos que se llaman


tiempo y guerra; pero que se <strong>de</strong>fendía bien tapándose sus heridas y remendándose sus<br />

<strong>de</strong>sgarrones como Dios le daba a enten<strong>de</strong>r, y <strong>de</strong>safiaba orgulloso a lluvias y vientos,<br />

prometiéndose llegar con sus jorobas, infartos, bizmas y muletas a las más remotas<br />

eda<strong>de</strong>s veni<strong>de</strong>ras.<br />

Estaba San Salomó en un extremo <strong>de</strong> la ciudad, y en el punto más <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong> ella,<br />

por don<strong>de</strong> partía el camino <strong>de</strong> Guardiola y Peracamps, que a corto trecho se trocaba en<br />

intransitable cuesta escarpada cuyas ramificaciones se perdían en las montañas. La calle<br />

<strong>de</strong> los Codos, llamada así porque formaba dos ángulos en opuesto sentido quebrándose<br />

como un biombo, limitaba el convento por Poniente. Dicha calle no era otra cosa que un<br />

hueco, foso o pasadizo que quedaba entre San Salomó y el lienzo occi<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong> la<br />

muralla <strong>de</strong> la ciudad, y los codos que daban nombre a tal vía eran ocasionados por los<br />

ángulos estratégicos <strong>de</strong> la fortificación. Al fin <strong>de</strong> la calle se veía un torreón y un poco<br />

más allá la puerta <strong>de</strong>l Travesat. [9]<br />

Por Oriente con vuelta al Mediodía estaba la iglesia, en la calle <strong>de</strong> la Sombra, y no<br />

lejos <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> aquella la <strong>de</strong>l torno y locutorio, que era un arco románico picado y<br />

bruñido por la barbarie académica <strong>de</strong>l siglo anterior y pintorreado <strong>de</strong> azul por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />

la madre aba<strong>de</strong>sa. Hacia el Norte extendíase la gran tapia <strong>de</strong> la huerta, sin más huecos<br />

que las hendiduras producidas por el resentimiento <strong>de</strong> la fábrica. Las rejas y celosías en<br />

la parte más alta miraban al campo por encima <strong>de</strong> la muralla. Su estructura no permitía a<br />

los curiosos ojos monjiles ver la calle, en lo que verda<strong>de</strong>ramente perdían muy poco,<br />

pues rara vez pasaba por las calles <strong>de</strong> los Codos o (2) <strong>de</strong> la Sombra alguna cosa digna <strong>de</strong><br />

ser vista.<br />

A pesar <strong>de</strong> su aspecto caduco, no reinaba la miseria en el interior <strong>de</strong> aquel silencioso<br />

retiro, como acontece en los conventos <strong>de</strong>l día, que casi casi no son otra cosa que asilos<br />

<strong>de</strong> mendicidad. Por el contrario, al <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> algunos curiosos solsoneses, imperaban allí<br />

<strong>de</strong>ntro el bienestar y la abundancia. Siempre fueron las dominicas poco inclinadas a la<br />

pobreza absoluta: su or<strong>de</strong>n ha sido, por lo general aristocrática, compartiendo con la <strong>de</strong>l<br />

Cister la prerrogativa (3) <strong>de</strong> acoger a las señoritas nobles a quienes vocación sincera,<br />

<strong>de</strong>sgraciados amores o la imposibilidad <strong>de</strong> ocupar [10]una alta posición arrojaban <strong>de</strong>l<br />

mundo. San Salomó albergaba en la época <strong>de</strong> nuestra historia, veintidós señoras que<br />

habían llegado a sus tristes puertas impulsadas respectivamente por alguna <strong>de</strong> aquellas<br />

tres causas.<br />

Todas eran nobles, pues no podía convenir al <strong>de</strong>coro <strong>de</strong>l reino <strong>de</strong> Dios que<br />

mancomunadamente con las hijas <strong>de</strong> marqueses y con<strong>de</strong>s vivieran mujeres <strong>de</strong> baja<br />

estofa. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> las rentas <strong>de</strong> la casa que a todas por igual beneficiaban, algunas<br />

monjas, contraviniendo las reglas más elementales <strong>de</strong> la or<strong>de</strong>n, gozaban <strong>de</strong> rentillas y<br />

señalamientos privados que les otorgaran el padre, el tío o el abuelo, y esto se lo comían<br />

en la sagrada paz <strong>de</strong> su celda sin dar participación a las <strong>de</strong>más. Es probable que no<br />

reinara <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> San Salomó la paz más perfecta como acontece en los claustros don<strong>de</strong><br />

se han relajado todas las reglas y sobre la fraternidad impera el egoísmo; pero también<br />

es probable que los solsoneses no supiesen nada <strong>de</strong> esto, porque entonces los conventos,<br />

si habían olvidado muchas cosas, aún sabían guardar a maravilla sus secretos.<br />

Y sus secretos eran que se permitían hacer vida separada, comiendo algunas en sus<br />

celdas y teniendo criadas para el servicio particular; que hasta diez hermanas no se<br />

hablaban ni aun para saludarse, porque era evi<strong>de</strong>nte [11] que si cambiaran dos palabras,


<strong>de</strong> estas dos palabras había <strong>de</strong> nacer una docena <strong>de</strong> disputas, y finalmente que había<br />

algunas (afortunadamente eran las menos) que se odiaban <strong>de</strong> todo corazón.<br />

Por diversas cosas y motivos era célebre San Salomó; pero aquello en que su fama se<br />

elevaba hasta tocar el mismo cuerno <strong>de</strong> la luna era el arte culinario. Váyanse noramala<br />

cuantas confituras han podido labrar manos <strong>de</strong> monja en todas las ór<strong>de</strong>nes habidas y por<br />

haber; váyanse con mil <strong>de</strong>monios los platos suculentos e ingeniosos <strong>de</strong> la cocina<br />

extranjera; que nada hay comparable a lo que salió en tiempos felicísimos <strong>de</strong> los hornos,<br />

<strong>de</strong> las sartenes y <strong>de</strong> los peroles <strong>de</strong> San Salomó. No hace muchos años vivía aún uno <strong>de</strong><br />

los testimonios más entusiastas <strong>de</strong> aquella superioridad incontestable, el padre<br />

Merca<strong>de</strong>r, arcipreste <strong>de</strong> Ager vere nullius que fue en su edad <strong>de</strong> oro capellán <strong>de</strong> aquellas<br />

benditas mujeres. Viejo y enfermo parece que se rejuvenecía al referir los sabrosos<br />

regalos que le enviaban en días solemnes, con la particularidad <strong>de</strong> que las señoras <strong>de</strong><br />

San Salomó hacían platos nunca i<strong>de</strong>ados por cocinera alguna y que unían a la novedad<br />

más asombrosa el gusto más excitante y <strong>de</strong>licado. Ellas tenían las trazas más habilidosas<br />

<strong>de</strong>l mundo para preparar [12] una colación en la cual se saborearan bocados muy<br />

exquisitos sin faltar al ayuno. Ellas a<strong>de</strong>rezaban una comida <strong>de</strong> vigilia con tal arte que<br />

sin faltar a las reglas literales <strong>de</strong> la penitencia experimentase el paladar regaladas<br />

<strong>de</strong>licias. Hacían entre otras cosas un compuesto <strong>de</strong> aba<strong>de</strong>jo que en la Semana Santa <strong>de</strong><br />

cierto año produjo grandísimo zipizape en el cabildo catedral por los celos que <strong>de</strong> los<br />

felices gustadores <strong>de</strong> aquella ambrosía piscatoria tuvieron los que no lograron catarla. El<br />

<strong>de</strong>án y el chantre estuvieron siete años sin hablarse.<br />

Basta <strong>de</strong> cocina.<br />

- II -<br />

Durante cuarenta años fue sacristán <strong>de</strong> San Salomó un buen hombre verda<strong>de</strong>ramente<br />

sencillo y piadoso que tenía por nombre José Armengol. Como sintiera que la muerte<br />

venía por él, pensó que era lamentable no <strong>de</strong>jar sucesor en la sacristía para que recayese<br />

en su linaje la recompensa <strong>de</strong> tantos años <strong>de</strong> servicios prestados a la religión con piedad<br />

y <strong>de</strong>sinterés. No tenía hijos el Sr. Armengol, pues el único que Dios le concediera había<br />

muerto [13] <strong>de</strong> un lanzazo en la guerra <strong>de</strong>l Rosellón; pero tenía un nieto que si bien <strong>de</strong><br />

corta edad, podía servir para <strong>de</strong>sempeñar el cargo, mayormente si las benévolas monjas<br />

le en<strong>de</strong>rezaban a la virtud haciéndole hombre <strong>de</strong>voto o instruyéndole en todos los<br />

oficios <strong>de</strong> la sacristanía. El señor Armengol se murió tranquilo y satisfecho cuando la<br />

madre aba<strong>de</strong>sa le prometió que el pequeñuelo sería sacristán <strong>de</strong> San Salomó.<br />

Trajeron a Pepet <strong>de</strong> las montañas <strong>de</strong> la Cerdaña en que se criaba libre y salvaje como<br />

los pájaros, familiarizado con las altas cimas piníferas, con las soleda<strong>de</strong>s abruptas y<br />

rumorosas, con el estrépito <strong>de</strong> los torrentes y la sombría majestad <strong>de</strong> la cordillera <strong>de</strong><br />

Cadí, país propicio a las leyendas y al bandolerismo. Doce años tenía cuando se vio en<br />

po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> la madre aba<strong>de</strong>sa, la cual, poniendo sobre la cabeza <strong>de</strong>l rapaz su mano<br />

protectora le dijo con grave y bondadoso acento:


-Noy, el Señor te ha favorecido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> tu tierna edad <strong>de</strong>stinándote, aunque indigno, a<br />

servir en esta casa. Gran<strong>de</strong> honra te cabe en esto y no todos tropiezan a tu edad con tales<br />

prebendas. Pruébanos ahora que mereces el favor <strong>de</strong> Dios y que eres capaz <strong>de</strong> sostener<br />

el buen nombre <strong>de</strong> tu abuelo.<br />

Pepet miró a la madre aba<strong>de</strong>sa con espanto. [14] No comprendía lo que aquello<br />

significaba, aunque su instinto le dio a enten<strong>de</strong>r que se hallaba bajo el dominio <strong>de</strong> las<br />

señoras pálidas y <strong>de</strong> fantástico aspecto, cubiertas <strong>de</strong> blancos paños y <strong>de</strong> negras tocas.<br />

Quiso protestar; pero no tuvo voz ni valor para ello.<br />

La primera noche que pasó en el convento tuvo calentura y pesadillas horribles, en<br />

las cuales giraron <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su cerebro las pálidas caras <strong>de</strong> ojos mortecinos, <strong>de</strong>sabrido<br />

sonreír y glacial aspecto. Aquel andar suave y vagoroso por los claustros y coro sin que<br />

se sintieran los pasos infundíale más pavor que respeto. El susurro <strong>de</strong> sus apagadas<br />

voces, semejante al gotear <strong>de</strong> una fuente lejana, le hacía temblar. Pero los días pasaron y<br />

aquella primera impresión penosa se calmó, llegando el inocente niño a ver sin miedo a<br />

las religiosas y a consi<strong>de</strong>rarlas como unas señoras muy buenas, infinitamente mejores<br />

que cuantas hembras <strong>de</strong> una y otra clase había visto en su corta vida.<br />

Pepet se adiestraba en su oficio bajo la dirección <strong>de</strong> un sacristán suplente traído para<br />

aquel objeto <strong>de</strong> Nuestra Señora <strong>de</strong>l Claustro, hombre sesudo y riguroso, a quien<br />

llamaban por apodo Fray Tinieblas. De seguro habría tratado mal al neófito por envidia<br />

<strong>de</strong> sus altos <strong>de</strong>stinos sacristaniles, si las monjas no lo impidiesen, [15] manifestando al<br />

chico la protección más <strong>de</strong>cidida.<br />

Los conocimientos y la práctica <strong>de</strong> Pepet a<strong>de</strong>lantaron rápidamente, y la madre<br />

aba<strong>de</strong>sa, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el coro atisbaba los primeros trabajos <strong>de</strong>l pre<strong>de</strong>stinado niño, <strong>de</strong>cía<br />

para sí con gozo:<br />

-Este tierno arbolito será digno sucesor <strong>de</strong> aquel tronco robusto que se llamaba José<br />

Armengol.<br />

A los dos meses <strong>de</strong> hallarse en San Salomó, presenció Pepet un espectáculo que<br />

produjo en su alma sensaciones muy hondas y patéticas. Era un día <strong>de</strong> gran solemnidad.<br />

La iglesia resplan<strong>de</strong>cía como un ascua <strong>de</strong> oro, siendo tantas las luces, que él solo<br />

recordaba haber encendido más <strong>de</strong> doscientas. Debía correr la estación primaveral,<br />

porque los altares estaban llenos <strong>de</strong> frescas y olorosas flores que embriagaban el<br />

sentido. Llenábase la estrecha nave <strong>de</strong> fieles, que pugnaban por hallar un hueco y se<br />

estrujaban unos contra otros. El señor obispo, acompañado <strong>de</strong> un mediano ejército <strong>de</strong><br />

canónigos y racioneros, había subido al altar mayor y entrado en la sacristía.<br />

Deslumbradoras ropas llenas <strong>de</strong> encajes, oro, pedrerías, cubrieron los encorvados<br />

hombros, y sonaron melodiosos cantos <strong>de</strong> órgano combinados con la dulcísima voz <strong>de</strong><br />

las [<strong>16</strong>] monjas. Pepet miraba y oía con embeleso sintiendo su alma en estado <strong>de</strong><br />

arrobamiento y exaltación, porque su fantasía simpatizaba <strong>de</strong> un modo extraordinario<br />

con las cosas solemnes, ruidosas y misteriosamente bellas.<br />

Pero el estupor <strong>de</strong>l sacristán en ciernes llegó a su colmo al ver que entre la fila <strong>de</strong><br />

monjas arrodilladas en la <strong>de</strong>lantera <strong>de</strong>l coro apareció una joven <strong>de</strong> sorpren<strong>de</strong>nte<br />

hermosura. Vestía las fastuosas ropas mundanas que jamás había visto él en tan<br />

lóbregos sitios. Lujosas pedrerías adornaban su garganta y orejas, y sobre sus hombros


caían con admirable majestad y gracia los más hermosos cabellos negros que se podían<br />

ver en el mundo. Su divino rostro estaba tan pálido como la cera <strong>de</strong> la encendida vela<br />

que en la mano sustentaba. No alzaba <strong>de</strong>l suelo los ojos, no movía ni las cejas ni los<br />

<strong>de</strong>scoloridos labios, ni las negras pestañas que velaban sus miradas como vela el pudor<br />

a la hermosura, ni parte alguna <strong>de</strong> su cuerpo. Parecía una estatua, una mujer muerta;<br />

pero que acabada <strong>de</strong> morir en aquel mismo instante y se conservara <strong>de</strong>recha y <strong>de</strong><br />

rodillas por milagroso don.<br />

El obispo echó muchos latines, y todos echaron latines, incluso Pepet que también<br />

había aprendido sus latines sin saber lo que querían <strong>de</strong>cir; y el órgano seguía cantando<br />

como [17] una en<strong>de</strong>cha tierna y dulce, semejante a canción <strong>de</strong> amores o al acordado<br />

ritmo <strong>de</strong> flautas pastoriles en las soñadas pra<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> la égloga. El pueblo gemía lleno<br />

<strong>de</strong> admiración o quizás <strong>de</strong> lástima. Estaban todos en lo más serio <strong>de</strong> los latines, <strong>de</strong> la<br />

música y <strong>de</strong> los gemidos, cuando Pepet vio que ro<strong>de</strong>aron a la hermosa doncella que<br />

parecía muerta; quitáronle sus joyas; arrancaron <strong>de</strong> su seno las flores que lo adornaban y<br />

que ni aun en el mismo tallo natal habrían estado más bien puestas, y <strong>de</strong>spués... Pepet<br />

sintió que la sangre ardía en sus venas... oyó el rechinar <strong>de</strong> unas tijeras. ¡Horrible, feroz<br />

atentado! ¡Le cortaban los cabellos!... Los tijeretazos que arrancaban una tras otra<br />

gue<strong>de</strong>ja, <strong>de</strong>strozaron el corazón <strong>de</strong>l pobre rapaz... sintió que su alma minúscula se<br />

llenaba <strong>de</strong> una cólera sofocante, irresistible, volcánica, sintió una angustia mortal, y sin<br />

saber cómo, dio un salto y lanzó un terrible grito, diciendo:<br />

-¡Brutos!... ¡pillos!<br />

Hubo pequeña alarma, y le recogieron <strong>de</strong>l suelo, porque había perdido el<br />

conocimiento. El obispo se echó a reír, y los <strong>de</strong>más también. Repuesto <strong>de</strong> su <strong>de</strong>smayo,<br />

Pepet salió <strong>de</strong> la sacristía don<strong>de</strong> le había metido Tinieblas. Des<strong>de</strong> aquel momento sintió<br />

que en su espíritu entraban <strong>de</strong> rondón i<strong>de</strong>as nuevas, y [18] que su conciencia empezaba<br />

a sacudirse y a resquebrajarse como un gran témpano que se <strong>de</strong>shiela. Oyó con<br />

indiferencia las palabras huecas <strong>de</strong> un canónigo que subiera al púlpito para suplicar a<br />

todas las jóvenes solsonesas allí presentes que imitaran el ejemplo <strong>de</strong> la gentil y noble<br />

doncella, que había <strong>de</strong>jado el regalo <strong>de</strong> su casa y el cariño <strong>de</strong> sus padres para <strong>de</strong>sposarse<br />

con Jesús, aceptando la vida <strong>de</strong> humildad y <strong>de</strong> penitencia que estos celestiales<br />

<strong>de</strong>sposorios traen consigo. La hermosa doncella que había tomado el velo era doña<br />

Teodora <strong>de</strong> Aransis y Peñafort, sobrina <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Miralcamp.<br />

Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> este suceso Pepet cayó gravemente enfermo <strong>de</strong> pertinaces<br />

calenturas; véase cómo. Las madres <strong>de</strong> San Salomó, que comprendían cuán necesitada<br />

<strong>de</strong> esparcimiento y <strong>de</strong> solaz es la niñez, permitían a su acólito que fuese todos los días a<br />

jugar con los <strong>de</strong>más chicos <strong>de</strong>l pueblo, los cuales tenían costumbre <strong>de</strong> congregarse al<br />

filo <strong>de</strong>l Mediodía en la ribera <strong>de</strong>l río Negro, por ser este el sitio don<strong>de</strong> con más libertad<br />

se entregaban al goce <strong>de</strong> sus diabluras y al juego <strong>de</strong> tropa que era su mayor <strong>de</strong>licia. Allí<br />

organizaban ejércitos con espadas <strong>de</strong> caña y sombreros <strong>de</strong> papel; allí asaltaban<br />

formidables plazas, <strong>de</strong>fendían castillos, se <strong>de</strong>strozaban a cañonazos [19] (entiéndase<br />

pedradas) conquistando lauros inmortales y ganando gloriosísimas contusiones, tras <strong>de</strong><br />

las cuales venía la zurribamba que en sus casas les administraban los enojados padres o<br />

el maestro <strong>de</strong> escuela.<br />

Al poco tiempo <strong>de</strong> darse a conocer Pepet en aquella sociedad militar, don<strong>de</strong> se<br />

estimaban en su justo valer las prendas <strong>de</strong>l soldado, empezó a <strong>de</strong>splegar las más


eminentes dotes. Tenía el con<strong>de</strong>nado muchacho ese singular don <strong>de</strong> prestigio que<br />

aparece frecuentemente en la niñez como anuncio <strong>de</strong> una superioridad futura. Algunas<br />

veces <strong>de</strong>saparece, y los que <strong>de</strong> chicos fueron leones al crecer se vuelven pollinos. Pepet<br />

era atrevido, daba gran<strong>de</strong>s porrazos, no perdonaba las faltas <strong>de</strong> disciplina, sacaba <strong>de</strong> su<br />

cabeza las más admirables invenciones en cuanto a plan <strong>de</strong> batallas y pedreas, y resolvía<br />

gallardamente todas las disputas ya fuesen personales o <strong>de</strong> antagonismo entre los<br />

distintos cuerpos <strong>de</strong> ejército. A todo atendía con pru<strong>de</strong>ncia suma, por todo velaba; era<br />

astuto en las exploraciones, heroico en los encuentros, pru<strong>de</strong>nte en las retiradas,<br />

previsor en todos los casos. Si se trataba <strong>de</strong>l aprovisionamiento <strong>de</strong> las plazas, nada se<br />

hacía sin Pepet, que al ver a sus bravos soldados faltos <strong>de</strong> vituallas, dirigía<br />

admirablemente el mero<strong>de</strong>o <strong>de</strong> fruta en las huertas <strong>de</strong>l río o el saqueo <strong>de</strong> [<strong>20</strong>] una<br />

cabaña cuando estaban ausentes los dueños. Muchos palos y tirones <strong>de</strong> orejas ganaban<br />

todos a veces en estas guerreras trapisondas; pero las más veían recompensadas sus<br />

fatigas con el abundante esquilmo <strong>de</strong> las parras llenas <strong>de</strong> racimos, <strong>de</strong> los perales y <strong>de</strong> los<br />

melocotoneros.<br />

Pepet no ascendió a general; lo fue <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer momento, porque su natural<br />

intrepi<strong>de</strong>z y la energía <strong>de</strong> su carácter púsole <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego en aquel elevado puesto, don<strong>de</strong><br />

se habría conservado con asombro y orgullo <strong>de</strong> ambas riberas si no atajaran sus pasos<br />

gloriosos las calenturas. El río Negro, con sus verdosos charcos, era un foco <strong>de</strong> miasmas<br />

palúdicos. Muchos días pasó el chico entre la vida y la muerte; pero Dios y los cuidados<br />

<strong>de</strong> las buenas madres le salvaron.<br />

Vivía el pobrecito general en compañía <strong>de</strong> Tinieblas en la habitación sacristanesca,<br />

pieza espaciosa y abovedada que estaba <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l altar mayor. Había una puerta que<br />

comunicaba esta pieza con el claustro <strong>de</strong>l convento, y aunque la regla mandaba que esta<br />

puerta estuviera siempre con<strong>de</strong>nada, y bien lo <strong>de</strong>cían sus gruesos barrotes y candados,<br />

las madres la tenían abierta durante el día y por ella entraban en la vivienda <strong>de</strong> Pepet<br />

con ánimo <strong>de</strong> asistirle. Merecía disculpa y aun perdón esta [21] falta cometida con fines<br />

tan caritativos. La madre aba<strong>de</strong>sa y Sor Teodora hacían la buena obra con solicitud y<br />

piedad.<br />

La convalecencia <strong>de</strong> Pepet fue muy larga y penosa. Estaba pálido y <strong>de</strong>lgado como un<br />

cirio; sus ojos se habían agrandado tanto que parecía que ellos solos ocupaban la cara.<br />

Apenas podía andar, y la buena Teodora <strong>de</strong> Aransis y la excelente Sor Ángela <strong>de</strong> San<br />

Francisco le sostenían cada cual por un brazo para que paseara un poco por el claustro y<br />

la huerta en las horas <strong>de</strong> sol. Sentábanle en un banco y allí pasaba largos ratos con la<br />

mirada fija en el suelo, las manos cruzadas. Fortalecido al fin, buscaban las madres algo<br />

que le entretuviese, pues nada es tan necesario a los muchachos enfermos y <strong>de</strong>caídos<br />

como un juguete o pasatiempo cualquiera que les distraiga y alegre los espíritus. La<br />

madre Teodora, que en lo compasiva y generosa ganaba a todas las habitantes <strong>de</strong> San<br />

Salomó, lo mismo que les superaba en gracia y belleza, le dijo un día hallándose con él<br />

en el claustro:<br />

-Pobre Pepet, siento mucho que no tengamos en la casa un mal juguete con que<br />

puedas vencer tu tristeza.<br />

Pepet sonrió, mirándose en los hermosos ojos <strong>de</strong> la monja, que cual espejos negros le<br />

fascinaban: [22]


-¿Qué <strong>de</strong>seas tú? Dímelo y veré si puedo proporcionártelo -añadió la religiosa con<br />

dulce bondad-. Tú estás muy triste... ¿qué <strong>de</strong>seas?<br />

Pepet callaba, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> mirarla con una fijeza parecida al éxtasis. Interrogado <strong>de</strong><br />

nuevo, murmuró...<br />

-Yo <strong>de</strong>seo... sí, señora; yo <strong>de</strong>seo...<br />

-¿Qué?<br />

-Un tambor -repuso el chico con firmeza.<br />

La monja se echó a reír.<br />

-Ya sé que eres muy guerrero -dijo- pero en esta casa no tenemos nada <strong>de</strong> eso. Sería<br />

bueno que se oyera aquí ruido <strong>de</strong> tambores... Que se te quite eso <strong>de</strong> la cabeza, pobre<br />

Pepet... ¿Quieres que te haga un sombrero <strong>de</strong> papel y una espada <strong>de</strong> caña para que te<br />

pasees por la huerta como un general?<br />

Sin esperar contestación, la <strong>de</strong> Aransis corrió a su celda con andar vivaracho, y al<br />

poco rato regresó, trayendo un sombrero hecho <strong>de</strong> papel que usaban para poner pastas al<br />

horno, y una espada <strong>de</strong> caña. Dando ambas prendas a Pepet, le dijo con orgullo:<br />

-En un momento lo he hecho... ¿No es verdad que está bien?<br />

Pepet no hizo movimiento alguno para constituirse en propietario <strong>de</strong> aquellos enseres<br />

marciales. Permitió que Sor Teodora le pusiera el [23] gorro; pero sus ojos<br />

relampaguearon, y rechazó la espada diciendo:<br />

-La espada que yo <strong>de</strong>seo no es <strong>de</strong> caña, sino <strong>de</strong> hierro.<br />

- III -<br />

Pepet se curó por completo. Pasaron años y el muchacho crecía, y en el convento se<br />

<strong>de</strong>sarrollaba placentera y sosegada la vida <strong>de</strong> las monjas. Con los años fue <strong>de</strong>splegando<br />

Armengol tan buenas aptitu<strong>de</strong>s para aquel edificante servicio, que al fin quedose solo y<br />

<strong>de</strong>spidieron como inútil a su maestro fray Tinieblas, <strong>de</strong> Nuestra Señora <strong>de</strong>l Claustro.<br />

Fiel a sus <strong>de</strong>beres, respetuoso con las madres, puntual en las ocasiones, riguroso con<br />

los fieles, fanático por la religión, Pepet era un mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> sacristanes. Su carácter<br />

adusto y reconcentrado, su trato más bien taciturno que amable, la aspereza <strong>de</strong> sus<br />

palabras no eran realmente <strong>de</strong>fectos en aquel difícil puesto. Su formalidad era objeto <strong>de</strong><br />

gran<strong>de</strong>s alabanzas, y había olvidado los ruidosos juegos <strong>de</strong> su infancia. Jamás se le vio<br />

en tabernas ni en sitios malos, ni gastó [24] palabras en disputas, ni dinero en<br />

francachelas, ni el tiempo en cosas frívolas, ajenas al cuidado y custodia <strong>de</strong> su querida


iglesia. De esta manera llegó a los diez y ocho años, siendo su salud perfecta, su vida<br />

triste y metódica, su castidad absoluta.<br />

Era Pepet <strong>de</strong> cuerpo más bien pequeño que mediano, <strong>de</strong> enjutas carnes, complexión<br />

acerada y movimientos fáciles. Su rostro no tenía gracia alguna, a no ser la fijeza y<br />

vivacidad <strong>de</strong> la mirada, la cual, dotada <strong>de</strong> gran potencia, distinguía los objetos más<br />

lejanos con tanta seguridad que antes parecía adivinarlos que verlos. Sus cejas eran<br />

corridas y juntas, formando un ceño poco apacible y que a veces infundía miedo. Tenía<br />

la tez terrosa, los labios gruesos, buenos dientes, la barba rayada por una cicatriz que<br />

ganó en río Negro, la frente ancha y ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> cabellos negros y duros como crines. Su<br />

cuerpo <strong>de</strong> una agilidad pasmosa no conocía dificulta<strong>de</strong>s para subir, encaramarse,<br />

<strong>de</strong>slizarse, saltar, escabullirse, doblarse y hacer los más estupendos equilibrios, como no<br />

sin susto podían observar todos los años las señoras monjas cuando se armaba<br />

monumento.<br />

A los diez y ocho años ganó Armengol el nombre que puso en olvido el que le dieran<br />

en el bautismo. Fue este culminante suceso [25] <strong>de</strong>l modo siguiente. Ya se sabe que<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquella feroz acometida que dieron los franceses <strong>de</strong> Napoleón al convento en<br />

1810, perdió este muchas cosas preciosísimas que en diversos ór<strong>de</strong>nes atesoraba: en este<br />

número <strong>de</strong> joyas perdidas y jamás recobradas estaban las campanas. No tenía, pues, San<br />

Salomó en tiempo <strong>de</strong> Pepet Armengol más que un menguado esquilón que servía para<br />

dar los toques canónicos, llamar a misa y echar <strong>de</strong> tiempo en tiempo algún repiqueteo<br />

que era objeto <strong>de</strong> punzantes bromas en todo Solsona. «Ya suena el almirez <strong>de</strong> las<br />

madres», <strong>de</strong>cían, o bien: «Hoy tienen fiesta las monjas cascabeleras». Un día que pasaba<br />

Pepet por la plaza, una mujer le dijo: «Adiós, señor Tilín».<br />

Y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel día cuando el joven iba solo y meditabundo como <strong>de</strong> costumbre por la<br />

calle <strong>de</strong> la Sombra, los chicos, escondiéndose <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una esquina y asomando la<br />

carilla burlona, gritaban: ¡Tilín, Tilín!, y apretaban a correr en seguida para librar sus<br />

nalgas <strong>de</strong> la venganza <strong>de</strong>l ofendido.<br />

No se sabe cuál es la misteriosa ley que divulga los nombres postizos y los fija y los<br />

esculpe y les da una perpetuidad que en vano preten<strong>de</strong>n las sentencias más graves <strong>de</strong> los<br />

filósofos. No se sabe cómo fue; pero ello es cierto que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces Pepet Armengol<br />

no tuvo otro [26] nombre que Tilín, y Tilín se llamó toda su vida.<br />

No se sabe tampoco cómo penetran en los conventos las noticias, las noveda<strong>de</strong>s y<br />

aun las hablillas y picardihuelas <strong>de</strong>l mundo; pero es lo cierto que penetran, sí, en<br />

aquellos santuarios <strong>de</strong> recogimiento y ascetismo, porque para la atmósfera moral como<br />

para la física no se conocen puertas. Una tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>tuvo a Pepet en el claustro la madre<br />

Teodora <strong>de</strong> Aransis, a quien él tributaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su enfermedad culto ar<strong>de</strong>ntísimo <strong>de</strong><br />

gratitud y admiración. Sonriendo le dijo la buena religiosa:<br />

-Tilín, dame un poco <strong>de</strong> cera para pegar unas flores. ¿Qué haces, Tilín?... ¿No oyes<br />

lo que te digo?... Anda pronto, Tilín.<br />

Des<strong>de</strong> este momento Pepet se resignó con su nuevo bautismo.<br />

El capellán <strong>de</strong> San Salomó, hombre instruido y amigo <strong>de</strong> las letras, había puesto<br />

particular cariño a su acólito y quiso en<strong>de</strong>rezarle por el camino <strong>de</strong> la iglesia docente. La


tentativa no tuvo resultado y Pepet mostrose tan rebel<strong>de</strong> al latín, que Mosén Crispí <strong>de</strong><br />

Tortellá diputó a su protegido como el más torpe y zafio <strong>de</strong> los hombres. No obstante<br />

Tilín cobró grandísima afición a los libros <strong>de</strong>l capellán, y se pasaba largas horas en la<br />

excelente biblioteca <strong>de</strong> este leyendo obras <strong>de</strong> historia, que [27] eran las que sobre todo<br />

lo escrito le enamoraban. Reprendíale Mosén Crispí por su antipatía a los poetas y a los<br />

teólogos; pero Tilín, firme en sus gustos como todo aquel que los tiene <strong>de</strong> veras y<br />

<strong>de</strong>sconoce el capricho, estrechaba más y más su exaltado consorcio con Plutarco, Solís,<br />

Tito Livio, Mas<strong>de</strong>u, Mariana y todos aquellos que hablaran mucho <strong>de</strong> guerras,<br />

trapisondas, matanzas, heroicida<strong>de</strong>s, asaltos y acometidas.<br />

Durante aquel tiempo hízose su carácter más sombrío y taciturno y empezó a pa<strong>de</strong>cer<br />

tan lamentables distracciones que las madres le dieron quejas acerca <strong>de</strong> ciertos <strong>de</strong>talles<br />

en el servicio <strong>de</strong> la iglesia. Durante tres, cuatro o quizás cinco años (pues no hay gran<br />

exactitud en las fechas anteriores a la presente historia) prosiguieron las horas taciturnas<br />

<strong>de</strong> Tilín, así como los quejumbrosos murmurios <strong>de</strong> la madre aba<strong>de</strong>sa y los<br />

fruncimientos <strong>de</strong> cejas <strong>de</strong> Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis a causa <strong>de</strong>l mal servicio. Esta solía<br />

amonestarle suavemente en tono <strong>de</strong> madre a hijo, aunque la diferencia <strong>de</strong> edad entre<br />

ambos no pasaba <strong>de</strong> diez años que <strong>de</strong>bía cargarse en la cuenta <strong>de</strong> la siempre<br />

hermosísima monja; y un día que estalló coyuntura para <strong>de</strong>cirle cosas que ha tiempo<br />

meditaba, le habló en la huerta <strong>de</strong> esta manera:<br />

-Tilín, tu conducta no es la <strong>de</strong> un buen [28] sacristán; no es tampoco la <strong>de</strong> un hombre<br />

agra<strong>de</strong>cido. La madre aba<strong>de</strong>sa ha dicho que si sigues <strong>de</strong>scuidándote en el servicio <strong>de</strong> la<br />

iglesia se verá precisada a ponerte en la calle.<br />

Tilín se estremeció y con muestras <strong>de</strong> espanto repuso:<br />

-¡Me echará la señora!<br />

-No lo sé... quizás no. Yo espero que te portarás bien.<br />

-¡Portarme bien! -exclamó Tilín con sarcasmo- ¿y qué llaman portarme bien?<br />

-Hacer todas las cosas al <strong>de</strong>recho y no equivocarse en la misa, y tener bien limpio<br />

todo el metal, y no <strong>de</strong>jar la mitad <strong>de</strong> las luces sin encen<strong>de</strong>r, y hacer todo como lo hacía<br />

el buen Tilín <strong>de</strong> otros tiempos, que era como un oro, cuidadoso y puntual.<br />

-El otro Tilín... -murmuró Pepet como si estuviera lelo-. ¡Ay! aquel era un niño y yo<br />

soy un hombre.<br />

-¡Un hombre! ¡Ah! ¿por qué no completas la i<strong>de</strong>a? ¿Por qué no dices «un<br />

ambicioso»?<br />

-Señora -afirmó Tilín con súbita energía que asustó a la hermosa monja-. Yo<br />

sacristán es lo mismo que el <strong>de</strong>monio con casulla... Se acabó, se acabó...<br />

-¡Ah, tunante! -replicó Teodora <strong>de</strong> Aransis con emoción-. ¿De ese modo tratas a las<br />

[29] pobres monjitas que te han criado? ¡Qué ingratitud!...


-Señora, yo no sé lo que digo -manifestó Pepet pasando la mano por su ancha frente,<br />

semejante a una convexa placa <strong>de</strong> bronce ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> crines-. Hace tiempo que me<br />

siento como loco, tonto, maniático o no sé qué... Yo no puedo olvidar lo que <strong>de</strong>bo a las<br />

buenas madres... yo no quiero <strong>de</strong>jar esta casa; pero yo quiero... yo <strong>de</strong>seo probar que<br />

Tilín sirve para algo más que para sacristán <strong>de</strong> monjas.<br />

-Tilín, tú eres un ambicioso, un alucinado, un pecador que está sediento, sí, con la<br />

abrasadora sed <strong>de</strong>l mundo -dijo la madre tomando tanto interés en aquel tema que sus<br />

mejillas se tiñeron <strong>de</strong> ligero rosicler-. Tú estás dominado por Satanás que te quiere<br />

arrastrar al mundo, al pecado. Tu alma se pier<strong>de</strong>, Tilín; que se pier<strong>de</strong> tu alma... Cuidado,<br />

<strong>de</strong>tente; cuidadito, hijo mío... Por ser ambicioso como tú, un hermano mío a quien quise<br />

y quiero con toda mi alma, ha sido muy <strong>de</strong>sgraciado. Abandonó la casa <strong>de</strong> mis padres,<br />

metiose en las bullangas <strong>de</strong>l mundo y hoy le tienes emigrado, pervertido por el<br />

jacobinismo. Es al mismo tiempo el amparo y el tormento <strong>de</strong> mi anciana madre.<br />

Cruzó las manos como si suplicara y parecía que <strong>de</strong> sus enrojecidos ojos iban a salir<br />

lágrimas. [30]<br />

-¿Qué <strong>de</strong>seas tú, qué quieres? -añadió-. ¿Cuál es tu ambición? ¿Quieres ser rico?<br />

-No.<br />

-¿Quieres ser po<strong>de</strong>roso?<br />

-No.<br />

-Si no estuvieras en esta santa casa ¿qué posición, qué oficio elegirías tú?<br />

Tilín irguió su cabeza, y echando lumbre por los ojos exclamó prontamente:<br />

-El <strong>de</strong> soldado, el <strong>de</strong> guerrero.<br />

-¡Ah! -exclamó burlonamente Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis, arrancando unas hojas <strong>de</strong><br />

sándalo y oliéndolas-. ¿Con que lo que te gusta es matar gente?... ¡Bonito oficio! ¡Oh!<br />

se pue<strong>de</strong> ser guerrero y santo al mismo tiempo. Ahí tienes a San Fernando, a San Jorge,<br />

a San Luis. En el mismo cielo hay milicias angélicas <strong>de</strong> que es capitán el gloriosísimo<br />

San Miguel.<br />

La expresión profundamente <strong>de</strong>sconsolada <strong>de</strong>l rostro <strong>de</strong> Pepet indicaba que no era su<br />

<strong>de</strong>seo figurar en las milicias <strong>de</strong>l cielo, sino en las <strong>de</strong> la tierra.<br />

-Yo soy un <strong>de</strong>sgraciado que <strong>de</strong>lira <strong>de</strong>spierto -murmuró con <strong>de</strong>saliento-. Si usted me<br />

promete no reírse, yo le contaré todo lo que pienso y siento, cosas que ciertamente la<br />

maravillarán, haciéndole sentir por mí... no sé si diga interés o lástima.<br />

-Quizás las dos cosas. Ya te escucho. [31]<br />

La monja se sentó en un banco <strong>de</strong> piedra. Pepet en una carretilla <strong>de</strong> transportar tierra.


- IV -<br />

-Yo, señora -dijo Tilín- no tengo vocación para la Iglesia ni para estar metido entre<br />

monjas. Des<strong>de</strong> muy niño, y cuando andaba solo por los montes <strong>de</strong> Cadí saltando <strong>de</strong><br />

peña en peña y <strong>de</strong>scolgándome por los precipicios y trepando a los picachos y<br />

metiéndome en las cuevas don<strong>de</strong> se escon<strong>de</strong>n las bestias feroces y va<strong>de</strong>ando torrentes y<br />

rompiendo jaras y malezas como el jabalí que se abre paso con los dientes; <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

entonces, señora madre, yo no tenía más que un pensamiento... ¿cuál? pues meter ruido<br />

en el mundo. Me parecía que yo estaba <strong>de</strong>stinado a hacer trastornos, a luchar... y vencer<br />

se entien<strong>de</strong>; todas mis trapisondas habían <strong>de</strong> concluir con vencer, poniendo bajo mis<br />

pies a los pillos que no habían querido reconocer mi gran<strong>de</strong>za.<br />

La monja sonreía.<br />

-Ya sé que la señora se reirá <strong>de</strong> mí. Es natural; ¡cosas <strong>de</strong> chiquillos! Dicen que todos<br />

los chiquillos sueñan como yo soñaba, aunque [32] cada cual según sus gustos: aquel<br />

sueña con verse obispo echando bendiciones, el otro con verse en un teatro<br />

representando comedias. A mí nunca me dio por tales simplezas, sino por arremeter<br />

espada en mano contra mucha gente y <strong>de</strong>strozarla y poner mi ley sobre todas las leyes...<br />

Después he ido conociendo el mundo, y a veces me he reído un poquillo, como la<br />

señora se está riendo ahora... Pero ¡qué triste es reírse uno mismo <strong>de</strong> sus propias cosas,<br />

<strong>de</strong> todo aquello que ha soñado y visto en la niñez!... Muchas cosas que eran gran<strong>de</strong>s se<br />

han vuelto chicas <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mis ojos... Yo he crecido, yo he llegado a hombre y todavía<br />

sueño. No, no nací yo para estar metido entre monjas. Yo vivo con dos vidas, la <strong>de</strong>l<br />

sacristán y la <strong>de</strong>l guerrero; con la primera enciendo velas, ayudo a misa, fregoteo plata,<br />

toco la campana; con la segunda mando ejércitos, conquisto plazas, allano ciuda<strong>de</strong>s,<br />

<strong>de</strong>struyo pueblos, aplasto tronos, conduzco a los hombres como rebaños <strong>de</strong> carneros,<br />

quito y pongo fronteras, todo esto sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> ser el mismo Tilín <strong>de</strong> siempre, sin<br />

enfatuarme en mi persona, ni gastar lujo, ni probar más alimento que el <strong>de</strong> los campos<br />

<strong>de</strong> batalla, un pedazo <strong>de</strong> carne y un vaso <strong>de</strong> vino, durmiendo sobre el suelo con una<br />

cureña por almohada, escribiendo mis ór<strong>de</strong>nes sobre un tambor; siempre valiente, [33]<br />

señora, y siempre sencillo, que es la manera <strong>de</strong> ser siempre gran<strong>de</strong>.<br />

Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis miró a Pepet <strong>de</strong> un modo que revelaba tanta curiosidad como<br />

admiración. Después, expresándose maquinalmente como el corista que repite una<br />

fórmula litúrgica, dijo:<br />

-Vanidad <strong>de</strong> vanida<strong>de</strong>s.<br />

-A veces he creído que estas vidas, señora, venían la una <strong>de</strong> Dios nuestro padre y, la<br />

otra <strong>de</strong>l Demonio malo que inventa tantas picardías para per<strong>de</strong>rnos. Pero no; Satanás no<br />

tiene nada que ver en esto. Dios es el que ha puesto este fuego <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí. Hay cosas<br />

que no pue<strong>de</strong>n venir más que <strong>de</strong> Dios: eso se conoce, sí, lo conozco en que cuando<br />

pienso en las guerras, todo mi afán <strong>de</strong> revolver y <strong>de</strong> alborotar en el mundo lleva el<br />

objeto <strong>de</strong> hacer justicia y castigar a los bribones, y poner sobre todas las cosas la<br />

religión, y sobre todos los hombres al mismo Dios.


La madre se quedó meditabunda con la mejilla sostenida en la palma <strong>de</strong> la mano y<br />

balanceando el cuerpo hacia a<strong>de</strong>lante. Ya no <strong>de</strong>cía «vanidad <strong>de</strong> vanida<strong>de</strong>s» sino:<br />

-Vaya con Tilín... vaya con Tilín.<br />

-Dios -añadió este- fue quien me llevó a la biblioteca <strong>de</strong>l señor capellán, don<strong>de</strong> los<br />

libros <strong>de</strong> historia acabaron <strong>de</strong> enloquecerme, [34] presentándome escrito lo que yo había<br />

supuesto, y ofreciéndome vivo lo que yo había visto soñado. De tanto gozar, yo pa<strong>de</strong>cía<br />

leyendo, señora. Figurábame que era yo mismo el autor <strong>de</strong> tantas proezas y que las<br />

había realizado en otra época remota y olvidada. Yo <strong>de</strong>cía: «Lo que fue podrá volver a<br />

ser, y tan hombre soy yo como César». Pero al <strong>de</strong>cir esto miraba mi sotana y caía como<br />

un pájaro a quien una bala parte el corazón cuando va volando por el cielo... ¡Mi sotana!<br />

Aquí tiene usted el Demonio, señora; el verda<strong>de</strong>ro Demonio mío es mi sotana.<br />

Tilín dio un puñetazo en el banco <strong>de</strong> piedra, con tanta fuerza cual si sus manos<br />

tuvieran la culpa <strong>de</strong> su <strong>de</strong>sgracia.<br />

-Sí, señora -añadió- yo llamo el Demonio a este perro <strong>de</strong>stino mío que me ha puesto<br />

en situación <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>r ser nunca nada. ¡Un sacristán <strong>de</strong> monjas! No; en todo lo que he<br />

leído no he visto que ninguno <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s guerreros fuera en su juventud lo que yo<br />

soy. O nacieron en el trono o entre la nobleza, y los que nacieron en el pueblo fueron<br />

soldados <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su niñez y jamás conocieron otro oficio. Algunos han dado saltos muy<br />

gran<strong>de</strong>s pasando <strong>de</strong> una posición a otra; pero ninguno vio <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sí distancias como<br />

las que yo veo... ¡Sacristán <strong>de</strong> monjas!... No, no se concibe que [35] se empiece la vida<br />

en una sacristía y se continúe en el Capitolio, o en el campo <strong>de</strong> Mantinea o en el <strong>de</strong><br />

Cerinola, o en Narwa, don<strong>de</strong> Carlos XII <strong>de</strong> Suecia con ocho mil suecos <strong>de</strong>rrotó a<br />

ochenta mil rusos. Todos esos hombres han <strong>de</strong>mostrado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su primera edad el<br />

<strong>de</strong>stino que Dios les había dado, y hasta sus nombres parece que son los más propios<br />

para la inmortalidad. Epaminondas, Hernán Cortés, el gran Fe<strong>de</strong>rico no habrían sido<br />

nada si hubieran estado don<strong>de</strong> yo estoy y se hubieran llamado como yo me llamo. ¡Ay!<br />

este nombre mío es mi muerte, mi esclavitud. Paréceme que tener este nombre es lo<br />

mismo que estar encerrado <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un arca <strong>de</strong> hierro o <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> una losa enorme.<br />

Dígame usted, señora madre, con toda franqueza si no es así. ¡Ay! ¿cree usted que<br />

Hernán Cortés habría conquistado a Méjico si en vez <strong>de</strong> llamarse Hernán Cortés se<br />

hubiese llamado Tilín?... No, yo no concibo un libro <strong>de</strong> historia que se titule: «De la<br />

conquista <strong>de</strong> tal o cual reino por Tilín I», o «Relación <strong>de</strong> la batalla que ganó Tilín al<br />

emperador Fulano».<br />

Las quejas amargas <strong>de</strong>l pobre Pepet revelaban juntamente con la energía <strong>de</strong> una<br />

vocación entusiasta, el candor más extraordinario. Aquel cachorro <strong>de</strong> león que mostraba<br />

la garra, tenía aún la boca teñida con la leche <strong>de</strong> la leona [36] madre. La monja le<br />

miraba atentamente y mirándole revolvía en su cabeza atrevidos y <strong>de</strong>susados<br />

pensamientos que rara vez, como no sea en España, ocupan el amodorrado cerebro <strong>de</strong><br />

una religiosa. No <strong>de</strong>cía nada por temor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir <strong>de</strong>masiado con una sola palabra.<br />

-Y yo -continuó Tilín con acento <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación- no sólo veo en mí gran<strong>de</strong>s<br />

estorbos para el cumplimiento <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>stino, sino que los veo también fuera. Ya en el<br />

mundo no hay guerras. Todo está quieto. España quiere paz y más paz. Después que<br />

echamos a los franceses y quitamos a los liberales, no queda nada que hacer. Ni siquiera<br />

tenemos un rey intruso a quien combatir: no tenemos más que el legítimo, el verda<strong>de</strong>ro,


aquel en quien no se pue<strong>de</strong> poner la mano. Nada, señora, paz y más paz es lo que se ve a<br />

<strong>de</strong>recha e izquierda.<br />

-¿Paz? -preguntó Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis, con graciosa ironía.<br />

-Sí, señora, paz.<br />

-Pues yo no la veo.<br />

La monja irguió su hermoso cuello, moviendo la cabeza y arqueando las cejas con<br />

expresión enteramente mundana.<br />

-Yo no veo sino guerra -dijo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una pausa, durante la cual miraba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

sí, como se mira a un espejo.<br />

-¿En dón<strong>de</strong> está esa guerra? [37]<br />

-En España.<br />

-¿En España? No hay guerra por ahora.<br />

-Pero la habrá -afirmó Sor Teodora con aplomo.<br />

-¿Por qué motivo? ¿No tenemos rey? ¿Acaso podrán levantarse otra vez los<br />

liberales?<br />

-No se levantarán. Pero los masones tienen minado el trono.<br />

-¡El trono! -exclamó Pepet lleno <strong>de</strong> confusión-. Es el más seguro <strong>de</strong>l mundo.<br />

-Tal vez no.<br />

-¿No tenemos gobierno absoluto?<br />

-A medias; gobierno con puntas <strong>de</strong> masónico, que no se <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> a poner la religión<br />

por encima <strong>de</strong> todo... Veo que no entien<strong>de</strong>s una palabra, Tilín. Nosotras que jamás<br />

salimos <strong>de</strong> esta casa, conocemos lo que pasa en el mundo mejor que tú. En la biblioteca<br />

<strong>de</strong>l padre capellán no apren<strong>de</strong>rás sino cosas muertas y pasadas para siempre. Voy a<br />

explicarte lo que ignoras, fiando en tu discreción y en el respeto que me tienes. Has <strong>de</strong><br />

guardarme el secreto, porque esto no lo saben aún sino pocas personas.<br />

Tilín prometió a la señora ser más reservado que un sepulcro, y con tal <strong>de</strong>claración,<br />

ella cobró ánimos para hablar <strong>de</strong> este modo:<br />

-Te equivocas gran<strong>de</strong>mente al suponer que tendremos paz. No, hijo mío; guerra, y<br />

guerra [38] muy empeñada y tremenda nos aguarda. Todo está por hacer: con la <strong>de</strong>rrota<br />

<strong>de</strong> los liberales no se ha conseguido casi nada; todo está, pues, <strong>de</strong>l mismo modo: la<br />

Religión por los suelos, la Inquisición sin restablecer, los conventos sin rentas, los<br />

prelados sin autoridad. Ya no tenemos aquellos gloriosísimos días en que los confesores<br />

<strong>de</strong> los reyes gobernaban a las naciones; se publican libros que no son <strong>de</strong> Religión, o le


son contrarios; en pocas materias se consulta al clero, y muchas, muchísimas cosas se<br />

hacen sin contar con él para nada. ¡Qué vergüenza! Es verdad que no hay Cortes; pero<br />

hay Consejos y ministros que son todos seglares y carecen <strong>de</strong> la divina luz <strong>de</strong> Espíritu<br />

Santo. No gobiernan los liberales, es verdad, pero ello es que, sin saber cómo, gobierna<br />

algo <strong>de</strong> su espíritu, y las sectas, las infames sectas masónicas no han sido <strong>de</strong>struidas. El<br />

ejército, que se compone absolutamente <strong>de</strong> masones, no ha sido disuelto y <strong>de</strong>sbaratado,<br />

y en cambio están sin organizar los voluntarios realistas. Mil noveda<strong>de</strong>s execrables han<br />

subsistido <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> aquella horrorosa tormenta, y en cambio no funcionan ya las<br />

comisiones <strong>de</strong> purificación que habían empezado a limpiar el reino. ¡Cuánta ignominia!<br />

Es verdad que se han concedido merce<strong>de</strong>s al clero; pero los primeros puestos los han<br />

atrapado los jansenistas, y están en la oscuridad [39] hombres que pelearon con la<br />

lengua y con la espada, en el púlpito y en los campos <strong>de</strong> batalla. Andan sueltos muchos,<br />

muchísimos que fueron milicianos nacionales y asesinos <strong>de</strong> frailes y monjas, y la<br />

masonería se extien<strong>de</strong> hasta el mismo trono, hasta el mismo trono, Tilín.<br />

Absorto, anonadado estaba el sacristán oyendo aquellas graves razones que la monja<br />

<strong>de</strong>cía con firmeza y <strong>de</strong>voción, añadiendo a su elocuencia para hacerla más seductora las<br />

gracias <strong>de</strong> su persona. No <strong>de</strong>splegaba sus labios Pepet y oía la voz <strong>de</strong> la dama cual si<br />

esta fuera un ángel <strong>de</strong> Dios que había bajado <strong>de</strong>l cielo con un recado para los hombres.<br />

-Ese trono que tanto ha costado -prosiguió la madre con brioso entusiasmo-, que fue<br />

preciso <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r primero <strong>de</strong> los franceses y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> los liberales, no satisface las<br />

aspiraciones <strong>de</strong> nuestro católico reino. La Religión no ha triunfado todavía, y es preciso<br />

que la Religión triunfe. Santiago, nuestro glorioso patrón, no ha <strong>de</strong> permitir que sus<br />

escuadrones estén mano sobre mano. Lo que se pue<strong>de</strong> hacer, ¿por qué no se hace?<br />

Contra la masonería, que es el gobierno <strong>de</strong> Satanás, se levantará la Religión, que es el<br />

gobierno <strong>de</strong> Dios. Todo lo que se opone, o si no se opone estorba al triunfo <strong>de</strong> la Fe<br />

caerá, y si lo que estorba es un trono, [40] caerá también. Veo que te asombras, Tilín;<br />

veo que te espantas.<br />

-No, señora, no; Tilín no se asusta <strong>de</strong> nada que sea caída <strong>de</strong> cosas altas y enormes,<br />

hundimientos y choque <strong>de</strong> unas gentes con otras, sorpresas terribles, cataclismos y<br />

erupciones <strong>de</strong> la rabia humana... Pero yo no creía, no sospechaba que los <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong><br />

nuestro Rey, tan <strong>de</strong>seado y querido, pudieran ser puestos en duda.<br />

-Culpa será <strong>de</strong> quien no ha sabido seguir el camino que le trazó la divina Provi<strong>de</strong>ncia<br />

-replicó vivísimamente la exaltada monja-. ¿Tú no sabes que hay un príncipe insigne,<br />

ferviente católico, amante <strong>de</strong> su pueblo, fiel cumplidor <strong>de</strong> los preceptos <strong>de</strong> la Iglesia, y<br />

que hasta en sus menores actos <strong>de</strong>muestra que vive para la Fe y por la Fe? Ese príncipe<br />

santo se ro<strong>de</strong>a <strong>de</strong> los varones más sabios, <strong>de</strong> los prelados más virtuosos, <strong>de</strong> clérigos<br />

previsores y <strong>de</strong> seglares <strong>de</strong>votísimos; ama la Religión sobre todas las cosas, y para él la<br />

Religión está sobre todo lo humano, y sobre pueblos y reinos y monarquías; ese príncipe<br />

confiesa y comulga todas las semanas, dando así una lección a todos los príncipes <strong>de</strong> la<br />

tierra, y no se separa jamás <strong>de</strong> una imagen <strong>de</strong> la Inmaculada Concepción, que es su<br />

dulcísima patrona y consejera... ¿Quieres saber más?... ¿Necesito <strong>de</strong>cirte más? [41]<br />

-Sí... sí -exclamó Tilín, que ya no tenía curiosidad, sino fiebre.<br />

-La Religión <strong>de</strong>be triunfar, y para que triunfe es preciso que haya quien la <strong>de</strong>fienda<br />

-dijo la monja asemejándose por su acento y su apostura a la Sibila Cumana-. Tú dices


que habrá paz, y yo digo que habrá guerra, guerra cruel y reñida... Nada te digo respecto<br />

a tu vocación ni a tu <strong>de</strong>stino. Tú sabrás lo que haces. Únicamente he querido probarte<br />

que las circunstancias no son tan impropias como creías... que los tiempos son para<br />

cosas gran<strong>de</strong>s, ruidosas y heroicas, que la vocación guerrera no tiene hoy nada <strong>de</strong><br />

trasnochada, y que un hombre pue<strong>de</strong> llamarse Tilín y sin embargo...<br />

Cambiando bruscamente <strong>de</strong> tono y levantándose (4) , añadió:<br />

-¡Pero si anochece!... ¡qué tar<strong>de</strong>! Tilín, corre a tocar el Angelus... ¡qué dirá la madre<br />

aba<strong>de</strong>sa si me ve aquí charla que charla!... Corre, hombre, corre... Parece que estás lelo.<br />

La monja se alejó apresuradamente. Tilín, inmóvil y con la vista fija en ella la vio<br />

<strong>de</strong>saparecer bajo la arquería <strong>de</strong>l claustro, como una sombra que se difundía en la masa<br />

oscura <strong>de</strong> la noche. Lentamente marchó a la sacristía, y empuñando la soga <strong>de</strong>l esquilón,<br />

tocó el Angelus. La campana, difundiendo su gangoso [42] tañido por los aires mucho<br />

más allá <strong>de</strong> Solsona, hasta los montes lejanos, parecía proclamar aquel nombre irrisorio<br />

que <strong>de</strong>bía ser el nombre <strong>de</strong> un héroe, y gritaba con insistencia: Tilín, Tilín.<br />

-¡Jesús, María y José! -exclamaba la madre aba<strong>de</strong>sa-. ¡Vaya un modo <strong>de</strong> tocar el<br />

Angelus! Tilín se ha vuelto loco. Parece que toca a rebato.<br />

Y los vecinos <strong>de</strong>cían: «Las monjas cascabeleras están tocando a fuego».<br />

- V -<br />

Transcurrieron muchos días (eran los <strong>de</strong> marzo <strong>de</strong> 1827) sin que Sor Teodora <strong>de</strong><br />

Aransis volviese a <strong>de</strong>partir tan extensa y acaloradamente con el sacristán <strong>de</strong> San<br />

Salomó, y en este se acentuaron más las distracciones y los <strong>de</strong>scuidos, llegando a<br />

cometer faltas <strong>de</strong> servicio que eran escándalo <strong>de</strong> las madres y <strong>de</strong>sdoro <strong>de</strong>l culto. Pasaba<br />

a veces la noche entera en la ciudad, y su trato era por <strong>de</strong>más adusto y misantrópico.<br />

Una tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> Abril presentáronse dos damas en el locutorio. Era una <strong>de</strong> ellas<br />

hermosa [43] por todo extremo, ricamente ataviada, con a<strong>de</strong>mán un poco altanero y<br />

edad que podía sin gran seguridad suponerse entre los 35 y los 40 años. Vestía con lujo<br />

y sin remilgos, dando a enten<strong>de</strong>r que no la mortificaba ninguna cosa que diera realce a<br />

su belleza, tanto más cuanto que esta iba necesitando auxilio para que no se conociera<br />

<strong>de</strong>masiado su occi<strong>de</strong>nte. Doña Josefina Comerford, pues tal era el nombre <strong>de</strong> aquella<br />

histórica dama, era una belleza en <strong>de</strong>ca<strong>de</strong>ncia; mas no por esto <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> ser magnífica,<br />

como es magnífica una puesta <strong>de</strong> sol. La mujer que la acompañaba parecía servidora.<br />

Después <strong>de</strong> esperar breve rato, <strong>de</strong>scorriose la cortina que tapaba la reja, y una voz<br />

dijo:<br />

-¡Oh! Josefina... no me habían dicho que era usted... Voy a mandar que se le abra la<br />

puerta.


-Man<strong>de</strong> usted abrir y entraré -repuso doña Josefina mirando al través <strong>de</strong> la reja sin<br />

ver nada.<br />

Después dio algunos paseos por el locutorio con impaciente <strong>de</strong>senvoltura. Miraba al<br />

suelo, como miran los hombres cuando tienen un grave proyecto entre ceja y ceja.<br />

Por fin una vieja criada <strong>de</strong>l convento presentose a ella, cerró la puerta <strong>de</strong>l locutorio<br />

que daba a la calle, mandó a la servidora que [44] esperase allí, y haciendo señas a doña<br />

Josefina para que (5) la siguiese, condújola por un pasadizo oscuro que iba a parar al<br />

claustro. Des<strong>de</strong> allí no necesitó guía la <strong>de</strong> Comerford para dirigirse a la sala interior <strong>de</strong>l<br />

locutorio, don<strong>de</strong> la aguardaban tres monjas.<br />

Era la sala gran<strong>de</strong> y no muy clara a pesar <strong>de</strong> la blancura <strong>de</strong> sus pare<strong>de</strong>s. Zócalo <strong>de</strong><br />

pintados azulejos cubría hasta la altura <strong>de</strong> una vara la parte inferior <strong>de</strong> aquellas, y<br />

sencilla y añosa estera <strong>de</strong> esparto libraba los pies <strong>de</strong> la frialdad <strong>de</strong> los ladrillos. Un<br />

tríptico <strong>de</strong> relevante mérito y dos o tres cuadros oscuros y muy borrosos en que apenas<br />

se distinguían el cor<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> San Juan o el caballo <strong>de</strong> San Martín o el hábito <strong>de</strong> San<br />

Bernardo, por ser trozos pintados con blanco, compendiaban el interés iconográfico <strong>de</strong><br />

la sala. En ella reinaba mortecina y difusa claridad roja producida por la transparencia<br />

<strong>de</strong> las dos cortinillas encarnadas que cubrían las ventanas. Media docena <strong>de</strong> sillones y<br />

un gran banco que parecían ser las obras más ingeniosas <strong>de</strong> la Inquisición, por lo duros,<br />

incómodos y rígidos, servían para martirio <strong>de</strong> los huesos. En uno <strong>de</strong> ellos se sentó la<br />

visitante <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> saludar a las tres monjas una tras otra.<br />

La claridad roja daba al rostro <strong>de</strong> doña Josefina el aspecto <strong>de</strong> una llamarada en figura<br />

[45] humana, con lo cual se avenía perfectamente el inextinguible ardor <strong>de</strong> sus palabras.<br />

Las tres monjas, encendidas también, y asemejadas en cierto modo a sanguinolentos<br />

espectros ocupaban sus puestos con correcta simetría, haciendo honor a los sillones <strong>de</strong><br />

nogal por la tiesura con que se sentaban en ellos. Trabose al punto vivísima<br />

conversación en lengua catalana.<br />

-Ayer esperábamos a usted -dijo la madre aba<strong>de</strong>sa.<br />

-No se pue<strong>de</strong>, no se pue<strong>de</strong>, señora -repuso la <strong>de</strong> Comerford-. Van los negocios muy<br />

atrasados. Acabo <strong>de</strong> llegar <strong>de</strong> Berga y apenas he tenido tiempo para vestirme... Debo<br />

salir esta noche misma para Manresa; el tiempo es corto. Diré en pocas palabras lo que<br />

tengo que <strong>de</strong>cir y hasta otro día.<br />

-También nosotras seremos breves -indicó la madre aba<strong>de</strong>sa moviendo un brazo-.<br />

Ante todo, díganos usted... ¿Es cierto que han sido ahorcados Planas y Lloret?<br />

-Cierto es que la serpiente nos ha herido a dos <strong>de</strong> nuestros bravos leones -dijo la <strong>de</strong><br />

Comerford con vehemencia-. Pero todo no pue<strong>de</strong> ser flores. Ha <strong>de</strong> haber muchas<br />

víctimas y no pocos mártires. Si no los hubiera no sería tan santa nuestra causa... Las<br />

partidas que hoy existen no tienen más objeto que ir tanteando [46] a los pueblos en los<br />

límites <strong>de</strong>l Principado. Más a<strong>de</strong>lante se verá quién es Cataluña. Ahora lo que nos<br />

importa es que la empresa no se malogre por precipitación. De eso nos ocupamos, y si<br />

las ór<strong>de</strong>nes se cumplen bien se conseguirá el objeto. Tenemos <strong>de</strong> nuestra parte muchas<br />

autorida<strong>de</strong>s militares que se han vendido en secreto. Algunos sospechan que nos harán<br />

traición; yo no lo creo. A<strong>de</strong>más, <strong>de</strong> Madrid vienen un día y otro las mayores


segurida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> que tendremos apoyo en altas esferas. ¡Ay! aquella celosa Junta no se<br />

duerme en las pajas. Ha sabido unir todos los <strong>de</strong>seos en uno solo, y hoy, amigas mías,<br />

muchos personajes <strong>de</strong> aquí y <strong>de</strong> allá que tenían distintas opiniones piensan ya <strong>de</strong> la<br />

misma manera. El acuerdo es perfecto, puedo asegurarlo a uste<strong>de</strong>s, entre el arzobispo <strong>de</strong><br />

Tarragona, el Sr. Miguel, vicecancelario <strong>de</strong> Cervera, el padre Barrí <strong>de</strong> Santo Domingo,<br />

el señor don José Corrons, lectoral <strong>de</strong> Vich, el domero <strong>de</strong> Manresa, el guardián <strong>de</strong><br />

Capuchinos <strong>de</strong> esta ciudad y el valiente entre los valientes nuestro indomable Jep <strong>de</strong>ls<br />

Estanys. Las instrucciones que ha recibido <strong>de</strong> Madrid la Junta son precisas y resuelven<br />

todas las dudas que había en puntos muy esenciales; los escrúpulos <strong>de</strong> algunos se han<br />

disipado; el beneplácito <strong>de</strong> la Santa Se<strong>de</strong> es ya evi<strong>de</strong>nte y aún se tiene [47] por segura la<br />

protección <strong>de</strong> la Rusia y <strong>de</strong> la Francia. ¿Qué tal? En el palacio <strong>de</strong> Madrid se sabe todo lo<br />

que pasa aquí, y no se dará un paso por estas leales montañas que sea hijo <strong>de</strong>l acaso o<br />

<strong>de</strong>l capricho, sino que todos, chicos y gran<strong>de</strong>s nos moveremos con arreglo a un plan<br />

admirablemente concertado. ¡Oh! amigas mías, regocijémonos, entusiasmémonos con la<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que esta tierra <strong>de</strong> cristianos tendrá al fin el verda<strong>de</strong>ro gobierno cristiano.<br />

-¡Loado sea el Señor! -exclamó la aba<strong>de</strong>sa moviendo por igual los dos brazos-. Este<br />

acuerdo entre tales varones nos prueba que no obe<strong>de</strong>cen al capricho ni a la fantasía, sino<br />

a una voz divina que en el interior <strong>de</strong> todos ellos ha sonado. La Virgen Santísima sea<br />

con ellos. Ahora bien, amiga querida, puesto que para gloria y salvación nuestra nos<br />

correspon<strong>de</strong> hacer algo en la medida <strong>de</strong> nuestras escasas fuerzas, en pro <strong>de</strong> la causa <strong>de</strong>l<br />

Señor, aquí estamos aguardando las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> la junta <strong>de</strong> Manresa, <strong>de</strong> la cual es usted<br />

órgano tan precioso.<br />

-A eso voy, amiga mía -dijo doña Josefina acercando más su inquisitorial sillón al <strong>de</strong><br />

las madres-. Primeramente, al dinerillo que uste<strong>de</strong>s tienen en <strong>de</strong>pósito se unirá <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />

poco el que se está recaudando en esta diócesis <strong>de</strong> Solsona y parte <strong>de</strong>l que vendrá <strong>de</strong><br />

Madrid. Lo entregará el señor <strong>de</strong>án <strong>de</strong> esta Santa Iglesia [48] Catedral y uste<strong>de</strong>s lo darán<br />

a Jep <strong>de</strong>ls Estanys, a Caragol o a Pixola, previa presentación <strong>de</strong> un vale reservado y en<br />

cifra don<strong>de</strong> se especificará la suma. También podrá usted recibir dinero <strong>de</strong>l alcal<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

Solsona o dárselo. Aquí traigo la clave <strong>de</strong> la cifra y la explicaré para que no hallen<br />

dificulta<strong>de</strong>s en el momento preciso.<br />

Doña Josefina sacó un papel <strong>de</strong> su ridículo (porque doña Josefina llevaba ridículo) y<br />

acercándose a las madres explicoles durante corto rato los signos y combinaciones que<br />

aquellas <strong>de</strong>bían conocer. Después la simetría que se había alterado cuando se inclinaron<br />

en una misma dirección las tres señoras volvió a restablecerse.<br />

-He comprendido perfectamente -dijo melífluamente la aba<strong>de</strong>sa-. Se hará todo como<br />

lo mandan los señores. Dulcísimo es para nosotras prestar este concurso a obra tan<br />

insigne.<br />

Era la madre aba<strong>de</strong>sa señora muy redicha, como se habrá observado. Tenía buen<br />

fondo; pero el fanatismo le había sorbido los sesos. Lanzada por las bullidoras<br />

eminencias <strong>de</strong>l país a los torbellinos <strong>de</strong> una odiosa conspiración, había llegado a olvidar<br />

el lenguaje sencillo, dulce y místico <strong>de</strong> las mujeres enclaustradas, adoptando un tonillo<br />

presuntuoso con puntas <strong>de</strong> diplomático, que era como un eco <strong>de</strong>l charlar [49] vehemente<br />

<strong>de</strong> la gran alborotadora catalana doña Josefina Comerford, la cual solía dar a la<br />

expresión <strong>de</strong> su fanatismo algo <strong>de</strong> la atropellada facundia <strong>de</strong> los clubs.


-Ahora, amigas <strong>de</strong> mi alma -manifestó doña Josefina- ahora que todo lo material está<br />

preparado, falta tan sólo que se esgriman aquellas armas sutiles contra las cuales no<br />

pue<strong>de</strong>n nada los más altos torreones ni la artillería más formidable: hablo <strong>de</strong> las armas<br />

<strong>de</strong> la oración. Yo, como pecadora, poco puedo alcanzar con mis preces; pero uste<strong>de</strong>s,<br />

amantísimas esposas <strong>de</strong>l que da las victorias, <strong>de</strong>l que con sus batallones <strong>de</strong> ángeles tiene<br />

a raya al Malo, pue<strong>de</strong>n conseguir mucho. El auxilio <strong>de</strong> la <strong>de</strong>voción y la piedad es <strong>de</strong><br />

gran precio. El señor lectoral <strong>de</strong> Vich dijo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí a las clarisas <strong>de</strong> aquella ciudad:<br />

«Las lágrimas suplicantes <strong>de</strong> los débiles darán a los fuertes la victoria».<br />

La madre aba<strong>de</strong>sa se inclinó <strong>de</strong> un lado cruzando las manos, en señal <strong>de</strong> la magnitud<br />

<strong>de</strong> su emoción, y entonces alterose por completo la simetría <strong>de</strong>l grupo. Al mismo<br />

tiempo <strong>de</strong>jose oír una voz hueca, telarañosa, si es permitido <strong>de</strong>cirlo así, una voz gastada<br />

y oscurecida por los años, la cual voz provenía, según todos los indicios, <strong>de</strong> la<br />

carcomida laringe <strong>de</strong> la señora monja que se sentaba a la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong> [50] la madre<br />

aba<strong>de</strong>sa, y que hasta entonces había sido mudo testigo <strong>de</strong> la conferencia. Aquella voz<br />

dijo con lastimero tono:<br />

-¡Oh! ¡Si pudiera conseguirse tal alto fin con las oraciones!... Todos los lectorales <strong>de</strong><br />

Vich y todos los prelados <strong>de</strong> la cristiandad no me convencerán <strong>de</strong> que la causa <strong>de</strong>l Señor<br />

y el triunfo <strong>de</strong> su Fe hayan <strong>de</strong> conquistarse con guerras, violencias, brutalida<strong>de</strong>s y<br />

matanzas. Doña Josefina nos habla <strong>de</strong> las oraciones, como aprestos <strong>de</strong> guerras... Esos,<br />

esos solos <strong>de</strong>ben ser los sables, los cañones y los fusiles <strong>de</strong> los regimientos <strong>de</strong><br />

Jesucristo.<br />

Alzando sus brazos, a que daban majestad las amplias mangas blancas, la monja se<br />

animaba. Era una mujer anciana y cadavérica, cuyas palabras sonaban con no sé qué<br />

tono <strong>de</strong> prestigio y autoridad, como palabras salidas <strong>de</strong> la tumba.<br />

Antes que la última sílaba <strong>de</strong> la anciana religiosa acabase <strong>de</strong> vibrar, oyose en la sala<br />

una leve exclamación, una <strong>de</strong> esas ligeras inflexiones <strong>de</strong> voz que son como el preludio<br />

<strong>de</strong> una risa <strong>de</strong> <strong>de</strong>sdén. Provenía este bullicio <strong>de</strong> la tercera monja, que aún no había dicho<br />

nada y estaba sentada a la izquierda <strong>de</strong> la madre aba<strong>de</strong>sa. Sonó <strong>de</strong>spués la risa y luego<br />

estas palabras:<br />

-¡Qué cosas tiene la madre Montserrat! [51]<br />

El <strong>de</strong>licioso y fresco timbre <strong>de</strong> la voz, la gracia <strong>de</strong> la entonación y el festivo reír<br />

indicaban claramente la persona por <strong>de</strong>más simpática <strong>de</strong> Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis.<br />

-Es lo que me quedaba que oír -añadió con <strong>de</strong>senvoltura-. ¡Que las sectas y el<br />

imperio <strong>de</strong> los malos puedan <strong>de</strong>rribarse con oraciones! ¡Que una nación invadida por<br />

herejes sea limpia por rezos <strong>de</strong> monjas!... Decir eso es vivir en el Limbo. Bueno es<br />

rezar; pero cuando el mal ha tomado proporciones y domina arriba y abajo, en el trono y<br />

en la plebe, ¿<strong>de</strong> qué valen los rezos?... ¿Por qué tantos ascos a la guerra? La guerra<br />

impulsada y sostenida por un fin santo es necesaria, y Dios mismo no la pue<strong>de</strong><br />

con<strong>de</strong>nar. ¿Cómo ha <strong>de</strong> con<strong>de</strong>narla, si él mismo ha puesto la espada en la mano <strong>de</strong> los<br />

hombres, cuando ha sido menester? Nos asustamos <strong>de</strong> la guerra, y la vemos en toda la<br />

historia <strong>de</strong> nuestra Fe, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que hubo un pueblo elegido. ¿No peleó Josué, no peleó<br />

Matatías gran sacerdote, no pelearon los Macabeos y el santo rey David? Bonito papel<br />

habría hecho San Fernando si en vez <strong>de</strong> arremeter espada en mano contra los moros, se


hubiera puesto a rezar, esperando vencerlos con rosarios. No es tan mala la guerra,<br />

cuando un apóstol <strong>de</strong> Jesucristo se dignó tomar parte en ella, con su manto <strong>de</strong> peregrino<br />

y caballero en [52] un caballo blanco, repartiendo tajos y pescozones. La guerra contra<br />

infieles y herejes es santa y noble. ¡Benditos los que mueren en ella, que es como morir<br />

en olor <strong>de</strong> santidad! En el cielo hay lugar placentero <strong>de</strong>stinado a los valientes que han<br />

sucumbido peleando por Dios.<br />

Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis se agitó hablando <strong>de</strong> este modo, y sus bellas facciones tenían<br />

el divino sello <strong>de</strong> la inspiración. Atendían a sus palabras con muestras <strong>de</strong> asentimiento<br />

Doña Josefina y la madre aba<strong>de</strong>sa; pero la madre Montserrat, dirigiendo una mirada<br />

rencillosa a la audaz <strong>de</strong>fensora <strong>de</strong> la fuerza, rumió estas palabras:<br />

-Hermana Teodora <strong>de</strong> Aransis, usted es una niña.<br />

-Tengo treinta y dos años -repuso con brío la <strong>de</strong> Aransis, sin dignarse mirar a su<br />

contrincante.<br />

-Y yo tengo sesenta -afirmó esta-, yo he visto guerras, y usted no. Yo he visto las<br />

horrorosas calamida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la guerra; yo he visto este santo asilo profanado, <strong>de</strong>rribadas<br />

sus pare<strong>de</strong>s a cañonazos y sus claustros y celdas invadidos por una solda<strong>de</strong>sca infame.<br />

¡Todo lo envilece, sí, todo lo envilece! Yo vi caer el ala <strong>de</strong>l Poniente y <strong>de</strong>saparecer<br />

hechas escombros tres celdas arriba y el refectorio abajo, quedando [53] sólo en pie lo<br />

que llamamos la Isla, don<strong>de</strong> usted vive; yo vi a tres hermanas <strong>de</strong>golladas y a otras<br />

injuriadas horriblemente. Los pocos cabellos que tengo se erizan todavía en mi cabeza<br />

al recordar aquel día <strong>de</strong> Setiembre <strong>de</strong> 1810. ¡Vaya un día, Señor Dios sacramentado!<br />

¿Cómo quieren que me entusiasme con la guerra? La aborrezco, le tengo miedo: el<br />

ruido <strong>de</strong> un tambor me hace morir... Esta buena Teodora <strong>de</strong> Aransis es una niña, piensa<br />

mundanamente a pesar <strong>de</strong> llevar algunos años <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> esta casa, y tiene los espíritus<br />

muy levantiscos.<br />

-No se trata ahora <strong>de</strong> soldados <strong>de</strong>l infame Napoleón, señora -dijo Teodora<br />

burlándose-. Precisamente es todo lo contrario. Los soldados <strong>de</strong> la Fe no darán sustos a<br />

la asustadiza madre Montserrat.<br />

-Todos los soldados son iguales y todas las guerras odiosas... Hay cabezas tan duras<br />

que no enten<strong>de</strong>rán nunca.<br />

-Y hay personas que jamás han tenido en su mollera ni pizca <strong>de</strong> discernimiento -dijo<br />

la <strong>de</strong> Aransis con tono <strong>de</strong> sofocada ira.<br />

-Y hay jóvenes que se olvidan <strong>de</strong>l hábito que visten, renegando <strong>de</strong> la humildad y <strong>de</strong>l<br />

respeto que se <strong>de</strong>be a las personas mayores -gruñó la madre Montserrat.<br />

-Y hay espectros tan empingorotados y [54] tan tiesos que hacen oposición a todo, y<br />

con su cara <strong>de</strong> vinagre y su necio orgullo se hacen insoportables.<br />

-Y hay monjillas tan casquivanas que se componen y acicalan <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sus celdas,<br />

cuando nadie las ve, y no pue<strong>de</strong>n olvidar que en tiempos muy <strong>de</strong>sgraciados han ido a<br />

bailoteos y teatros.


-Y hay madrazas <strong>de</strong> cara ver<strong>de</strong>, <strong>de</strong>l propio color <strong>de</strong> la envidia, que han vivido setenta<br />

años encolerizadas contra todo lo que valía más que ellas, criticando lo que les era<br />

superior.<br />

-Y yo sé <strong>de</strong> quien tiene la lengua muy larga...<br />

-Y yo sé <strong>de</strong> quien la tiene llena <strong>de</strong> veneno...<br />

-Y yo...<br />

-Paz, paz... exclamó la aba<strong>de</strong>sa, extendiendo a un lado y otro sus blancas manos.<br />

-La madre Teodora es <strong>de</strong>masiado vehemente -dijo Doña Josefina guiñando el ojo a<br />

Sor Teodora-, y la madre Montserrat muy rigorista. Todo esto ha provenido <strong>de</strong> una<br />

opinión sobre las guerras. Yo creo también que la guerra es a veces necesaria y que<br />

Dios mismo la dispone. Hay santos <strong>de</strong>l combatir como hay santos <strong>de</strong>l ayunar. Pero no es<br />

esto motivo para que la madre Montserrat se enfa<strong>de</strong>. [55]<br />

-Ni para que se altere la armonía que en estas casas <strong>de</strong>be reinar -expresó la madre<br />

aba<strong>de</strong>sa con afectada unción-. En nombre <strong>de</strong> Nuestro Señor Jesucristo, que a todos<br />

perdonó, yo ruego a las dos hermanas que me oyen... sí, yo les ruego, como hermana y<br />

como superiora, que sofoquen al punto el rencor y se reconcilien dándose el ósculo <strong>de</strong><br />

paz.<br />

-Mi alma es incapaz <strong>de</strong> rencor -dijo la madre Montserrat.<br />

-Yo perdono <strong>de</strong> todo corazón -murmuró Sor Teodora.<br />

Se besaron. La vieja imprimió sus labios sobre las hermosas mejillas <strong>de</strong> la joven, y<br />

esta contestó al beso fijando apenas sobre la seca piel ajena sus frescos labios. Aquel<br />

besuqueo fue una ventosa contestada por una picadura. Doña Josefina <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> repetir<br />

sus instrucciones, se retiró.<br />

- VI -<br />

A pesar <strong>de</strong> los preparativos, cuya importancia se daba a conocer por la actividad<br />

bullidora <strong>de</strong> Doña Josefina Comerford, pasaron los meses <strong>de</strong> Mayo y Junio en aparente<br />

paz. Cataluña parecía tranquila y <strong>de</strong>sarmada. Solsona [56] continuaba viviendo con<br />

aquella serenidad y monotonía que eran la <strong>de</strong>licia <strong>de</strong> sus canónigos. La compañía medio<br />

organizada <strong>de</strong> voluntarios realistas y los pocos artilleros que prestaban el servicio<br />

militar <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los muros, más parecían figuras <strong>de</strong>corativas que soldados en la víspera<br />

<strong>de</strong> una batalla.<br />

Cierto día <strong>de</strong> fines <strong>de</strong> Junio vio Solsona una cosa que dio mucho que hablar. Por la<br />

calle Mayor a<strong>de</strong>lante iba Tilín vestido con el uniforme <strong>de</strong> voluntario realista. Su figura<br />

no era un tipo acabado <strong>de</strong> militar gallardía; pero él marchaba por la calle abajo con


<strong>de</strong>senfado, aunque sin fanfarronería, indiferente a las hablillas que sus insólitos arreos<br />

suscitaban.<br />

-Mejor le sienta la sotana -<strong>de</strong>cían en los corrillos-. ¿A dón<strong>de</strong> va ese holgazán con<br />

media vara <strong>de</strong> cartuchera y un quintal <strong>de</strong> morrión?... Mírenlo... pues no va poco tieso...<br />

Todos los bordados <strong>de</strong>l cuello y solapa, así como las charreteras y los cordones <strong>de</strong>l<br />

morrión se los han hecho las monjas... Es el uniforme más guapo que hay en toda<br />

Solsona... Y diz que entra en el cuerpo con el grado <strong>de</strong> alférez... Si no hay como ser<br />

sacristán <strong>de</strong> las monjas cascabeleras para llegar pronto a general... No, mujer, no entra<br />

<strong>de</strong> alférez sino <strong>de</strong> sargento; pero como haya guerra, y dicen que la habrá, verás cómo<br />

sube más vivo que un águila, con el [57] favor <strong>de</strong> las madres... Mírale, mírale, cómo<br />

pasa sin saludar a nadie... ¡Con<strong>de</strong>nado Tilín! ¡cómo se reirá <strong>de</strong> él la tropa! No habrá un<br />

solo voluntario que le obe<strong>de</strong>zca.<br />

Y siguieron los comentarios.<br />

Así como la aparición <strong>de</strong> ciertas aves exóticas anuncia la proximidad <strong>de</strong> tempesta<strong>de</strong>s,<br />

aquella <strong>de</strong>susada vestimenta <strong>de</strong>l sacristán <strong>de</strong> San Salomó anunció un acontecimiento<br />

que puso en gran<strong>de</strong> zozobra y pasmo a la ciudad <strong>de</strong> Solsona. Era la madrugada, cuando<br />

el sueño <strong>de</strong> los pacíficos moradores fue bruscamente turbado por estrepitoso ruido <strong>de</strong><br />

tambores. Echáronse los vecinos <strong>de</strong> las camas, fueron abrieron todas las puertas y<br />

acudieron los voluntarios a la plaza, don<strong>de</strong> había ya un par <strong>de</strong> compañías, venidas,<br />

según <strong>de</strong>spués se supo, <strong>de</strong> Berga al mando <strong>de</strong>l ex-carnicero Pixola (Don Narciso<br />

Abres). Un fraile, puesto en pie en medio <strong>de</strong> la plaza y entre la gente armada, hizo callar<br />

con solemne gesto a los tambores, y en<strong>de</strong>rezó a los solsoneses una arenga diciéndoles<br />

que Cataluña se lanzaba a la guerra porque el monarca no gozaba <strong>de</strong> la libertad<br />

necesaria para gobernar el reino. ¡Qué pico <strong>de</strong> oro! Sin abandonar su tono <strong>de</strong> sermón,<br />

añadió que S. M. había expedido ór<strong>de</strong>nes reservadas autorizando el pronunciamiento e<br />

invistiendo <strong>de</strong> mandos militares a aquellos bravos y piadosísimos [58] cabecillas, los<br />

cuales, ¡oh abnegación evangélica! abandonaban sus hogares por <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r la Fe <strong>de</strong><br />

Cristo y el glorioso trono <strong>de</strong> las Españas.<br />

Después que el fraile hubo <strong>de</strong>sembuchado lo que en su mollera traía, volvieron a<br />

sonar los tambores, y los pelotones <strong>de</strong> voluntarios recorrieron la ciudad y la muralla<br />

toda en redondo como por fórmula <strong>de</strong> toma <strong>de</strong> posesión <strong>de</strong> la plaza y <strong>de</strong> su absoluto<br />

rendimiento a las tropas apostólicas. Los pocos soldados <strong>de</strong> línea se entregaron sin<br />

vacilar porque ya estaban concertados para ello; repicaron las campanas, <strong>de</strong>clarose en<br />

rebelión el municipio y alguna que otra ban<strong>de</strong>rola hecha por manos claustradas subió<br />

agitándose y haciendo gestos a lo alto <strong>de</strong> un palo para anunciar a los pueblos vecinos la<br />

grata nueva.<br />

Pixola publicó en seguida un bando disponiendo que se entregasen todas las armas, y<br />

que todos los oficiales in<strong>de</strong>finidos domiciliados en la ciudad y su término se presentasen<br />

inmediatamente en esta comandancia general para recibir ór<strong>de</strong>nes. Obe<strong>de</strong>cieron<br />

algunos por miedo o porque simpatizaban con la insurrección, o quizás porque estaban<br />

cansados <strong>de</strong> una vida oscura; pero otros contestaron a los emisarios <strong>de</strong> Pixola con<br />

insultos y bravatas, por lo cual enfurecido el cabecilla, juró que haría una [59] <strong>de</strong>gollina<br />

<strong>de</strong> in<strong>de</strong>finidos si Dios no lo remediaba. El más reacio fue un coronel retirado, viejo,<br />

terco y realista por más señas, que tenía por nombre D. Pedro Guimaraens y por<br />

vivienda una casa solar a media legua <strong>de</strong> Solsona y a la opuesta orilla <strong>de</strong>l río Negro.


-Di a ese <strong>de</strong>sollador <strong>de</strong> carneros -contestó al portador <strong>de</strong>l mensaje- que si voy a<br />

Solsona será para arrancarle las orejas por bandido y ladrón, y que tengo aquí muchas<br />

armas, sí, muchas, para <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong>l Rey y <strong>de</strong> la Religión, y que si él <strong>de</strong>sea probarlas que<br />

se <strong>de</strong> un paseo por acá con toda esa cuadrilla <strong>de</strong> sacristanes y salteadores <strong>de</strong> caminos.<br />

Tal como lo oyó <strong>de</strong> los labios <strong>de</strong> Guimaraens se lo dijo el emisario a D. Narciso<br />

Abres, el cual, bramando <strong>de</strong> ira se levantó <strong>de</strong> la mesa don<strong>de</strong> comía para ir en persona a<br />

castigar tamaña afrenta.<br />

-Sosiéguese vuecencia -le dijo con calma Pepet Armengol que en la misma mesa<br />

comía, juntamente con otros dos jefes y el padre capellán <strong>de</strong> San Salomó, pues allí no<br />

había categorías-. A ese espantajo <strong>de</strong> Guimaraens no se le conquista con amenazas. Yo<br />

le conozco bien, porque he ido muchas veces a llevarle recados <strong>de</strong> las madres... Ya sabe<br />

usted que una hermana suya está en San Salomó... Le conozco bien, y sé que es una<br />

oveja. Déjeme vuecencia [60] ir allá, y verá cómo sin ruido ni amenazas sino antes bien<br />

con maña y tiento, le sonsaco las armas y le obligo a reconocer la autoridad que ha dado<br />

a vuecencia la Junta <strong>de</strong> Cataluña.<br />

-Me parece buena i<strong>de</strong>a -dijo Mosén Crispí <strong>de</strong> Tortellá dando un golpe en la mesa con<br />

el vaso <strong>de</strong> vino <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> vaciado-. Veamos el estreno <strong>de</strong> Tilín... Una hazaña, querido<br />

Abres, tendremos una hazaña, porque este Tilín ha leído mucho.<br />

Pixola se echó a reír.<br />

-No se tome esto a broma -añadió el capellán-. Tilín es amigo <strong>de</strong> Guimaraens, el cual<br />

es el mayor y más refinado glotón que ha comido perdices en todo el Principado... ¡Ah!<br />

señores; no sólo el pez muere por la boca; muere también el valiente por la misma parte.<br />

Guimaraens que en una batalla sería más bravo que cien leones, no hará jamás lo que<br />

hizo D. Mariano Álvarez en Gerona, porque no tiene el heroísmo <strong>de</strong>l ayuno. ¿Saben<br />

uste<strong>de</strong>s cómo se conquista a ese hombre? Con la artillería <strong>de</strong> las monjas <strong>de</strong> San Salomó,<br />

cuyo ginovesado ha rendido ya muchas plazas... Dese esta empresa a Tilín, querido<br />

Abres, y verá usted qué victoria alcanza nuestro bravo rapavelas si, como creo, consigue<br />

<strong>de</strong> las madres un par <strong>de</strong> perdices en adobo, o siquiera un mediano plato <strong>de</strong> esas natillas<br />

sin igual que no [61] <strong>de</strong>ben divulgarse mucho para que el género humano no se<br />

corrompa y enerve con las <strong>de</strong>licias <strong>de</strong> Capua.<br />

Pixola y los <strong>de</strong>más reían a carcajadas.<br />

-Anda, hijo, anda -dijo Tortellá a su antiguo acólito dándole un pescozón-. Dile a la<br />

madre Purificación que se esmere... se trata <strong>de</strong> una gran conquista: se trata <strong>de</strong> ganar el<br />

nuevo Zaragoza.<br />

-Pue<strong>de</strong>s ir -indicó Abres al sacristán-soldado-. ¿Necesitas gente?<br />

-Tres hombres escogidos por mí.<br />

-Toma los que quieras.<br />

-Dentro <strong>de</strong> dos horas estaré <strong>de</strong> vuelta. Conozco la casa. El Sr. Guimaraens estará en<br />

la huerta fumándose un cigarro. No le faltará la compañía <strong>de</strong> los dos artilleros viejos y


<strong>de</strong> los dos criados, y <strong>de</strong> la señora Badoreta... Vamos allá... la casa tiene dos puertas... en<br />

la huerta hay un ángulo... <strong>de</strong>spués se suben tres escalones... ya... ya... Vamos a hacer<br />

una visita <strong>de</strong> cumplimiento a casa <strong>de</strong>l señor coronel.<br />

Poco <strong>de</strong>spués Tilín pasaba el río por el puente <strong>de</strong> Llobera, acompañado <strong>de</strong> tres<br />

montañeses <strong>de</strong> la Cerdaña sin uniforme y con armas. En vez <strong>de</strong> tomar en línea recta la<br />

dirección <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Guimaraens, que a la distancia <strong>de</strong> un cuarto <strong>de</strong> legua se<br />

<strong>de</strong>stacaba sobre la verdura <strong>de</strong> un bosque espeso, caminaron a la [62] <strong>de</strong>recha río abajo,<br />

y <strong>de</strong>scribiendo luego una gran curva, subieron hacia la montaña por extensa la<strong>de</strong>ra <strong>de</strong><br />

viñas y almendros. No tardaron en penetrar en el bosque, y allí con precaución y<br />

silencio se acercaron a la casa. Por espacio <strong>de</strong> un cuarto <strong>de</strong> hora estuvo Tilín<br />

cuchicheando con su gente. Subió <strong>de</strong>spués a un árbol, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> podía explorar la<br />

huerta, y vio a la señora Badoreta tendiendo ropa en el jardinillo <strong>de</strong>lantero; Valentín, el<br />

más bravo <strong>de</strong> los dos veteranos, limpiaba el caballo y Suárez estaba regando las judías y<br />

poniéndoles tutores. No viendo por ninguna parte a los otros dos criados, supuso que<br />

estaban <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la casa. Bajando <strong>de</strong>l árbol, dio Tilín sus ór<strong>de</strong>nes a los que le seguían,<br />

repitiéndoselas hasta tres veces para que se les clavaran bien en la mollera; les señaló<br />

una ventana baja que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí se veía abierta; indicoles los puntos por don<strong>de</strong> podían<br />

escalar fácilmente la tapia, y <strong>de</strong>spués penetró solo en la casa.<br />

Condújole la señora Badoreta al interior, no sin reírse <strong>de</strong> su chistosa metamorfosis (6) ,<br />

y al verse Tilín en presencia <strong>de</strong>l Sr. Guimaraens en la sala don<strong>de</strong> este residía<br />

comúnmente, oyó una carcajada <strong>de</strong> franca burla, seguida <strong>de</strong> estas palabras:<br />

-Tilín, Tilín <strong>de</strong> todos los <strong>de</strong>monios... ¿Conque es cierto que te has echado a militar?<br />

¡No [63] he visto en mi vida mamarracho semejante! ¡Hombre, vuélvete <strong>de</strong> espaldas<br />

para verte por <strong>de</strong>trás!... ¡Y tienes bayoneta!... ¿Cómo no te han dado fusil esos pillos?<br />

¡Serías capaz hasta <strong>de</strong> hacer fuego con él!... ¡Vaya con Tilín!... Hombre <strong>de</strong> Dios, pues<br />

es verdad que así, así, con esa albarda, nadie diría que eres sacristán... ¡Qué <strong>de</strong>monio! si<br />

ayudas a misa con esa facha, te juro que he <strong>de</strong> ir a verte. ¿Y qué dicen las reverendas?<br />

-Las señoras no tienen novedad -repuso Tilín secamente.<br />

-¿Me traes algo <strong>de</strong> parte <strong>de</strong> ellas?... Vamos, tú nunca has venido a mi casa con las<br />

manos vacías.<br />

El Sr. Guimaraens era un tipo militar <strong>de</strong> los <strong>de</strong> la guerra <strong>de</strong>l Rosellón, viejo, sin<br />

barba ni bigote, con el blanco pelo un poco largo, cual si no hubiese renunciado aún a<br />

ponerse coleta. Aunque anciano era fuerte y membrudo y tenía la presencia majestuosa,<br />

la talla corpulentísima, el semblante agraciado y noble. Era hombre muy <strong>de</strong>voto y<br />

realista ferviente aunque no <strong>de</strong> los furibundos; y cuando Tilín se presentó a él estaba<br />

sentado en su lustroso sillón <strong>de</strong> cuero, leyendo la vida <strong>de</strong>l santo <strong>de</strong>l día, costumbre<br />

piadosa a que no había faltado en treinta años. Era célibe y vivía en compañía <strong>de</strong> dos<br />

viejos, leales camaradas <strong>de</strong> [64] sus campañas allá en los tiempos <strong>de</strong>l general Ricardos y<br />

ora criados que parecían amigos. Un pinche, un mozo <strong>de</strong> cuadra y la señora Badoreta,<br />

famosa en el cocinar y antaño criada en San Salomó, completaban la familia <strong>de</strong>l<br />

pacífico veterano.<br />

Vio con <strong>de</strong>sconsuelo que Tilín no traía consigo cesta ni ban<strong>de</strong>ja cubierta con la<br />

blanquísima servilleta monjil, y dando un <strong>de</strong>sconsolado suspiro le dijo:


-Esas señoras reverendísimas, ocupadas <strong>de</strong> la insurrección, han <strong>de</strong>jado apagar los<br />

hornillos. ¡Qué pícaras! Siéntate, Tilín, hablaremos un poco y echarás un cigarro.<br />

-Gracias, señor; tengo que marcharme pronto -dijo el voluntario dando un paso hacia<br />

él.<br />

-¿Entonces a qué has venido?<br />

-A traer a usted un recado.<br />

-¿De las monjas?<br />

-De las monjas, sí, señor.<br />

-¿Qué quieren esas señoras mías?<br />

-Que me entregue usted inmediatamente todas las armas que tiene en su casa, y que<br />

se venga conmigo para ponerse a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Pixola.<br />

Dijo esto Tilín con tal osadía y aplomo, que Guimaraens se quedó perplejo por un<br />

momento; pero al punto recobrose, y tomando el [65] caso a risa, como era natural,<br />

empezó a batir palmas. Reía con estrépito, echado el cuerpo hacia atrás y apretándose<br />

los ijares.<br />

-¡Bravísimo, <strong>de</strong>liciosísimo, señor sacristán! -exclamó poniéndose como la grana <strong>de</strong><br />

tanto reír-. Di a tus amas que me he reído <strong>de</strong> la gracia hasta morir... ¿Con que armas?...<br />

¡Bendito seas Dios! ¡Pobre Tilín!... Me dan ganas <strong>de</strong> abrazarte por el gusto que me das.<br />

Eres un mamarracho..., pero chistosísimo... y con esa casaca... y esos humos <strong>de</strong><br />

general... ¿Conque mis armas? Pi<strong>de</strong> por esa boca, monago.<br />

Guimaraens <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> reír, porque vio a Tilín transformado <strong>de</strong> súbito. El rostro <strong>de</strong>l<br />

voluntario realista estaba lívido, sus ojos centelleaban, y su mano convulsa mostraba<br />

una pistola. Fiero e imponente el monago, exclamó:<br />

-No he venido aquí a hacer reír.<br />

-¿Miserable, qué haces? -dijo Guimaraens levantándose y poniéndose a la <strong>de</strong>fensiva.<br />

-Saltarle a usted la tapa <strong>de</strong> los sesos si no me obe<strong>de</strong>ce.<br />

Tilín apuntó al rostro <strong>de</strong>l venerable anciano, que al punto echó mano a una silla.<br />

-Si usted se mueve -dijo Tilín intrépido y osado hasta lo sumo-, si usted da un grito<br />

pidiendo socorro, le mato como a un perro. Tengo cuarenta hombres en el bosque a<br />

espaldas <strong>de</strong> la casa, con encargo <strong>de</strong> arrasarla y <strong>de</strong> [66] matar a todos sus moradores si se<br />

me hace resistencia.<br />

-¡Ratero! -gritó furioso Guimaraens- ¡qué has <strong>de</strong> tener tú!... ¡Hola, Valentín!...<br />

¡Suárez!


Al punto apareció <strong>de</strong>spavorido un hombre, un jovenzuelo. Oyéronse dos disparos en<br />

la huerta y los gritos <strong>de</strong> la señora Badoreta que exclamaba: ¡ladrones! El joven<br />

abalanzose a la <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> su amo; pero Tilín, rápido como el pensamiento guardose las<br />

espaldas apoyándose en un alto ropero, y disparó sobre el criado que cayó muerto sin<br />

exhalar un grito. Guimaraens al ver <strong>de</strong>sarmado a Tilín que arrojara al suelo su pistola,<br />

arremetió a él como un león. Pero recibiole Pepet con un puñal, sin que por esto se<br />

acobardase el veterano. Trabáronse estrechamente <strong>de</strong> manos, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una lucha<br />

breve y terrible, en la cual Armengol se esforzaba en <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> su enemigo sin<br />

herirle, apareció bañado en sangre uno <strong>de</strong> los tres montañeses <strong>de</strong> Pixola.<br />

-¡Miserables ladrones -gritó el coronel- no os valdrá vuestra alevosía!... ¡Suárez!...<br />

¡Valentín!<br />

Guimaraens fue acorralado, vencido, pero aún se necesitó el concurso <strong>de</strong> otro<br />

guerrillero para atarle los brazos por la espalda. El valiente y noble anciano rugía, y <strong>de</strong><br />

su espumante [67] boca salían blasfemias, como sale <strong>de</strong>l volcán la hirviente lava.<br />

Valentín, uno <strong>de</strong> los veteranos que servían a D. Pedro, entró malherido, echando<br />

venablos por la boca, armado <strong>de</strong> tremenda espada con que acometió ciego <strong>de</strong> ira a los<br />

guerrilleros que sometían a su amo; pero como se hallaba <strong>de</strong>scalabrado, tuvo que<br />

someterse sin que le valiera <strong>de</strong> nada su fiera intrepi<strong>de</strong>z. Suárez estaba atado al tronco <strong>de</strong><br />

un árbol y herido también. Sorprendidos cuando el uno se hallaba limpiando el caballo y<br />

el otro trabajando en las hortalizas, no tuvieron tiempo ni <strong>de</strong> armarse ni <strong>de</strong> pedir auxilio<br />

a los payeses <strong>de</strong> las cercanías. El plan <strong>de</strong> Pepet Armengol había tenido realización<br />

cumplida, aunque no fácil porque uno <strong>de</strong> los guerrilleros quedó muerto por Suárez que<br />

pudo disponer <strong>de</strong> la azada; otro recibió un sartenazo <strong>de</strong> la señora Badoreta, a quien el<br />

peligro dio los alientos y el rencor <strong>de</strong> una leona.<br />

Antes <strong>de</strong> anochecer Tilín y los tres hombres <strong>de</strong> su cuadrilla, penetraron en Solsona<br />

llevando atado como alimaña recién cogida, al respetable coronel D. Pedro Guimaraens.<br />

A poca distancia les seguía un carro lleno <strong>de</strong> armas diversas. Inmenso gentío se<br />

agolpaba para ver al preso, a quien no compa<strong>de</strong>cían muchos por ser hombre repudiado<br />

<strong>de</strong> orgulloso, y que [68] últimamente, a causa <strong>de</strong> la sospechosa templanza <strong>de</strong> su<br />

realismo, era acusado <strong>de</strong> jacobino.<br />

- VII -<br />

Al día siguiente Pixola, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> encomiar la acción <strong>de</strong> Tilín, dijo al señor<br />

capellán:<br />

-Me parece que tenemos un hombre. Cuando las madres me lo recomendaron, yo le<br />

<strong>de</strong>stiné mentalmente a ranchero, pero me parece que ese caballero <strong>de</strong>l esquilón va a<br />

picar un poco alto. Le voy a dar el mando <strong>de</strong> una compañía. Ahí tiene usted un sacristán<br />

que valdrá más que cien obispos.


Las hordas <strong>de</strong> Pixola eran un conjunto heterogéneo <strong>de</strong> voluntarios realistas<br />

uniformados y proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> los cuerpos que se formaran el 24, <strong>de</strong> soldados<br />

<strong>de</strong>sertores, <strong>de</strong> payeses que se armaban con lo que podían, y <strong>de</strong> trabucaires o<br />

contrabandistas <strong>de</strong> la Cerdaña y <strong>de</strong> los valles <strong>de</strong> Arán y <strong>de</strong> Andorra. En el improvisado<br />

ejército las jerarquías militares iban saliendo <strong>de</strong> los acontecimientos, <strong>de</strong> las hazañas<br />

individuales y también <strong>de</strong> las intrigas, que son fruto natural <strong>de</strong> toda colectividad don<strong>de</strong><br />

hierven las pequeñas pasiones al lado <strong>de</strong> [69] las gran<strong>de</strong>s. Así es que el prestigio<br />

adquirido en un buen golpe <strong>de</strong> mano, y la recomendación <strong>de</strong> personas a quienes se tenía<br />

en mucho, bastaron a elevar a Tilín a una categoría semejante a la <strong>de</strong> teniente. El<br />

carnicero le llamó aparte, y agarrándole por un botón <strong>de</strong> la pechera, como era su<br />

costumbre siempre que hablaba con un amigo, hablole así:<br />

-Mira, Tilín, yo voy ahora hacia Balaguer y la Conca <strong>de</strong> Tremp a recoger las tropas<br />

que se están organizando. Tú te vas hacia Pinós, don<strong>de</strong> hay mucha gente que no ha<br />

querido afiliarse. Allí se necesita una mano pesada. Te llevarás cincuenta hombres con<br />

el encargo <strong>de</strong> que has <strong>de</strong> reclutar doscientos. En ese país hay muchos caballos, no<br />

perdones ninguno... Oye otra cosa -añadió reteniéndole por el botón-. También hay<br />

mucho dinero, es preciso que recau<strong>de</strong>s todo lo que puedas. Hombres, dinero, caballos...<br />

Abre bien las orejas: hombres, dinero, caballos. Espero que nuestro monago sabrá<br />

ayudar esta misa <strong>de</strong> sangre. Después nos reuniremos en Cardona para ir todos sobre<br />

Manresa don<strong>de</strong> nos espera el general en jefe, Jep <strong>de</strong>ls Estanys... ¡Ah! se me olvidaba<br />

otra cosa; si encuentras tropas <strong>de</strong>l gobierno te retiras a la montaña y las <strong>de</strong>jas pasar.<br />

Con estas instrucciones y sus cincuenta hombres partió Tilín el 8 <strong>de</strong> Julio en<br />

dirección [70] a Clariana y al río Cardoner. Asombró a todos la atinada organización<br />

que supo dar a su pequeña hueste, principiando por establecer en ella la más rigurosa<br />

disciplina. El segundo día <strong>de</strong> expedición, dos individuos <strong>de</strong> malísima estofa que habían<br />

sido contratados por Pixola en la raya <strong>de</strong> Andorra no mostraron gran celo por cumplir<br />

una or<strong>de</strong>n que el gran Tilín les diera. Reprendioles este con severidad, pero sin malas<br />

palabras ni grosería, y lo mismo fue oír la voz <strong>de</strong>l jefe, rompieron ellos a reír diciéndole<br />

que harto hacían en <strong>de</strong>jarse mandar por un sacristán <strong>de</strong> monjas y que no se les hurgara<br />

mucho porque también ellos sabían repicar campanas. El <strong>de</strong>nodado teniente les mandó<br />

fusilar; hubo un momento <strong>de</strong> vacilación; pero los <strong>de</strong>lincuentes perecieron; y a los<br />

disparos que les cortaran la vida siguió ese silencio congojoso <strong>de</strong> la disciplina que es<br />

como el <strong>de</strong> la muerte. Tenía Tilín un núcleo <strong>de</strong> diez o doce hombres feroces que le<br />

obe<strong>de</strong>cían ciegamente y sobre esta sólida base fundó el or<strong>de</strong>n y la cohesión admirables<br />

<strong>de</strong> su pequeño ejército.<br />

Siempre sereno, atento a su <strong>de</strong>ber, previsor, <strong>de</strong>mostrando gran conocimiento <strong>de</strong>l<br />

terreno y un tacto singular para dirigir la marcha, aquel prodigioso monaguillo se<br />

parecía a un gran general. [71]<br />

Antes <strong>de</strong> llegar a Cardona se internaron en la montaña buscando la sierra <strong>de</strong> Pinós.<br />

En todos los caseríos Tilín reclamaba los hombres útiles, y si algunos se le unían <strong>de</strong><br />

buen grado, otros buscaban refugio en las montañas; pero él supo encontrar en su caletre<br />

trazas muy ingeniosas para que la mayor parte no se le escapase. El primer pueblo<br />

don<strong>de</strong> puso en práctica su plan fue San Salvador <strong>de</strong> Torruella. Hizo que se le<br />

presentaran el alcal<strong>de</strong> y los dos o tres vecinos más acomodados <strong>de</strong>l pueblo; pidioles los<br />

mozos útiles <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>20</strong> a 45 años, con más todo caballo, mula o animal cuadrúpedo que<br />

sirviese para trasportes <strong>de</strong> guerra, y por añadidura una suma que concienzudamente fijó


en treinta mil reales. Alborotáronse los prohombres, a pesar <strong>de</strong> su férvido y jamás<br />

sospechoso realismo, jurando y perjurando que ni aun vendiéndose al moro todos los<br />

vecinos juntarían los treinta mil. En cuanto a mozos todos los <strong>de</strong>l pueblo estaban ya en<br />

la evangélica facción, y <strong>de</strong> cuadrúpedos no había que hablar, porque allí el trabajo <strong>de</strong><br />

los animales lo hacían los hombres.<br />

Hallábanse durante estas conferencias en un mesón que hay a la entrada <strong>de</strong>l pueblo.<br />

Tilín, económico <strong>de</strong> palabras como todo el que es pródigo en acciones, mandó al alcal<strong>de</strong><br />

que bajase al patio. [72]<br />

-¡Perdón! -gritó el pobre hombre cayendo <strong>de</strong> rodillas.<br />

Tilín dio una or<strong>de</strong>n terrible, como quien da un consejo, y el alcal<strong>de</strong> fue fusilado.<br />

Igual suerte habrían sufrido los otros caciques si al punto no acudieran los vecinos con<br />

todo el dinero que tenían y seis caballos, presentándose a<strong>de</strong>más catorce hombres que<br />

antes <strong>de</strong> la cruel sentencia y suplicio <strong>de</strong>l alcal<strong>de</strong> andaban escondidos en pajares y<br />

<strong>de</strong>svanes.<br />

En Pra<strong>de</strong>s tuvo mejor acogida. El alcal<strong>de</strong> salió vara en mano a recibirle y <strong>de</strong>nunció la<br />

existencia en el pueblo <strong>de</strong> dos sargentos in<strong>de</strong>finidos y <strong>de</strong> cuatro liberales que a todas<br />

horas hablaban mal <strong>de</strong> Sus Majesta<strong>de</strong>s y <strong>de</strong> la Religión. Sin aten<strong>de</strong>r a estas<br />

menu<strong>de</strong>ncias, Tilín pidió lo <strong>de</strong> siempre, dinero, armas, hombres, caballos. Hablósele <strong>de</strong><br />

un rico que tenía cinco hijos útiles, muchos ahorros, dos pares <strong>de</strong> mulas, seis escopetas<br />

<strong>de</strong> caza y un pedazo <strong>de</strong> cañón <strong>de</strong> los que se cogieron a los franceses en el Bruch. Tilín<br />

mandó visitar la casa <strong>de</strong>l rico y pudo allegar la mitad <strong>de</strong> aquellos tesoros, <strong>de</strong>spreciando<br />

el medio cañón que era <strong>de</strong> un valor puramente arqueológico. Los frailes salieron a<br />

recibirle en comunidad y poco faltó para que salieran también con palio; le abrazaron,<br />

obsequiándole con gran mesa; pero él se mostró sobrio y discreto. Por la tar<strong>de</strong> y [73]<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la misma puerta <strong>de</strong>l convento arcabuceó a dos reclutas que se le habían<br />

querido escapar. En Quadrells fueron cinco las víctimas; pero ya los mozos recogidos<br />

ascendían a ochenta, siendo menos <strong>de</strong> la mitad los recogidos por fuerza: los <strong>de</strong>más se<br />

filiaban voluntariamente por entusiasmo o por vagancia o por miedo. El dinero<br />

recaudado se elevaba a diez mil duros y las armas formaban un arsenal respetable<br />

aunque heterogéneo. En caballos y mulas habían juntado lo bastante para organizar un<br />

pequeño escuadrón.<br />

En Torá hubo conatos sediciosos porque algunos <strong>de</strong>scontentos quisieron separarse <strong>de</strong><br />

la cuadrilla incitados por un voluntario <strong>de</strong> Berga que era al modo <strong>de</strong> alférez. Tilín cortó<br />

la conspiración mandando arcabucear a siete, y a un bendito y chismoso lego <strong>de</strong> San<br />

Francisco que le acompañaba con hábito y sable hízole obsequio <strong>de</strong> cincuenta palos por<br />

no haber dado cuenta <strong>de</strong> la trama que conocía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus principios. Respetado y temido,<br />

Tilín avanzaba en su empresa y fue terror <strong>de</strong> los pueblos y brazo potente <strong>de</strong> la<br />

insurrección en aquella agreste comarca, don<strong>de</strong> reclutaba zorros para hacer <strong>de</strong> ellos<br />

leones.<br />

Al salir <strong>de</strong> Torá sus espías le dijeron que una fuerza <strong>de</strong>l ejército bajaba por la<br />

carretera <strong>de</strong> Manresa. Se la había visto el día anterior [74] en Fals y parece que seguiría<br />

en dirección a Castelfullit. Al punto ambicionó ardientemente el monago sorpren<strong>de</strong>r<br />

aquella fuerza, cualquiera que fuese su importancia, y concebir un plan y dar las<br />

primeras ór<strong>de</strong>nes para su inmediata ejecución fue todo uno. Hermosísima noche le


favorecía. Avanzó con buenos guías <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sus tropas para hacerse cargo <strong>de</strong>l terreno<br />

y pagó a peso <strong>de</strong> oro el espionaje, en lo cual le favorecía la adhesión <strong>de</strong>l país a una<br />

causa propagada al calor <strong>de</strong>l fanatismo religioso; apostó sus tropas convenientemente<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> obligarlas a una marcha titánica en seis horas por sierras y vericuetos;<br />

repartió palos a los morosos, fusiló a los díscolos, recompensó a los valientes, avanzó,<br />

acechó, olfateó, inquirió el rastro <strong>de</strong>l enemigo con ese instinto felicísimo <strong>de</strong>l guerrillero<br />

que es la <strong>de</strong>sesperación <strong>de</strong> la estrategia, y antes <strong>de</strong> que amaneciera el día <strong>20</strong> <strong>de</strong> Julio<br />

cayó como una lluvia <strong>de</strong> verano sobre las tropas <strong>de</strong>l coronel Roda (división <strong>de</strong><br />

Carratalá), que recorrían la carretera <strong>de</strong> Cataluña para intimidar a los pueblos y<br />

<strong>de</strong>sarmar a los voluntarios. Tres batallones y cuarenta caballos componían aquella<br />

fuerza que fue materialmente <strong>de</strong>strozada y hecha trizas por un sacristán ávido <strong>de</strong> los<br />

laureles <strong>de</strong> Viriato. Había dado or<strong>de</strong>n a sus guerrilleros <strong>de</strong> que no perdonaran a nadie.<br />

El estrago [75] fue inmenso, la lucha breve y sangrienta, el gozo <strong>de</strong> Tilín <strong>de</strong>lirante.<br />

Dispersose la mitad <strong>de</strong> los soldados por la vertiente <strong>de</strong> Montserrat; muchos perecieron<br />

batiéndose con ardor; cincuenta quedaron prisioneros con treinta y dos caballos y gran<br />

número <strong>de</strong> armas.<br />

Era aquélla la primera victoria formal <strong>de</strong>l águila que había tenido por nido una<br />

sacristía y por plumaje una sotana. Pero él miró su triunfo como hombre acostumbrado<br />

a saborearlos y se apresuró a tomar las medidas necesarias para hacerlo más fructífero.<br />

Sin dar <strong>de</strong>scanso a su gente recorrió los pueblos <strong>de</strong> la carretera hasta cerca <strong>de</strong> Cervera.<br />

Calaf, Vilamajor, Montfalcó, Rabasa le vieron <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sus muros y <strong>de</strong> grado o a<br />

regañadientes diéronle cuanto se le antojó pedir. Los mozos ingresaban con gusto,<br />

porque ya los frailes habían hecho su papel y tenían soliviantado al país; no así el<br />

dinero, para cuya percepción necesitaba Tilín emplear argumentos un poco fuertes y<br />

hablar con los fusiles <strong>de</strong> sus bárbaros soldados. Ovaciones y plácemes tuvo el héroe, y<br />

allí eran <strong>de</strong> ver cómo le ensalzaban los frailes y le mandaban golosinas las monjas, y le<br />

pre<strong>de</strong>cían todos magnífico porvenir y fama no menos gran<strong>de</strong> que la <strong>de</strong> los más<br />

esclarecidos guerreros <strong>de</strong> la cristiandad.<br />

No quiso llegar a Cervera, y retrocediendo [76] volvió a internarse en Pinós para <strong>de</strong><br />

allí pasar a la cuenca <strong>de</strong>l Cardoner y marchar a Cardona don<strong>de</strong> esperaba recibir nuevas<br />

ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Pixola. Había recogido doscientos hombres, más <strong>de</strong> quince mil duros,<br />

muchas armas y ochenta caballos. Por el camino instruía y armaba su nueva gente,<br />

aumentaba y organizaba un escuadrón. Satisfecho <strong>de</strong> tantos y tan rápidos triunfos y<br />

comprendiendo por estos y por la magnitud <strong>de</strong> su suerte que merecía ser coronel, pensó<br />

darse a sí mismo este grado; mas la mo<strong>de</strong>stia habló en su alma, y contentose con ser<br />

comandante por el momento. Lo hizo extendiendo un oficio en que textualmente <strong>de</strong>cía:<br />

«En atención a mis eminentes servicios a la causa <strong>de</strong> la Religión y <strong>de</strong>l Trono absoluto,<br />

vengo en nombrarme comandante <strong>de</strong> los ejércitos <strong>de</strong> la Fe».<br />

Revolviendo en su titánica mente estos y otros altos pensamientos, <strong>de</strong>cía para sí:<br />

-¡Rabo y uñas <strong>de</strong> Lucifer! Si Pixola no me reconoce el grado... le fusilaré. [77]<br />

- VIII -


Llegó a tierra <strong>de</strong> Cardona el 1.º <strong>de</strong> agosto. El calor era sofocante y un sol canicular<br />

abrasaba y asfixiaba el país. Existe en aquel ducado uno <strong>de</strong> los más admirables<br />

prodigios <strong>de</strong> la Naturaleza en Europa, y es la montaña <strong>de</strong> sal que tiene más <strong>de</strong> cien varas<br />

<strong>de</strong> altura y una legua <strong>de</strong> circunferencia; inmenso cristal duro y brillante, con el cual<br />

podrían abastecerse todas las cocinas <strong>de</strong>l mundo durante siglos <strong>de</strong> siglos, si fuese<br />

suprimido el mar. Los mágicos reflejos irisados, los cambiantes <strong>de</strong> mil colores que<br />

producen los rayos <strong>de</strong>l sol al herir las vertientes <strong>de</strong> aquel peñasco, que semeja colosal<br />

diamante caído <strong>de</strong> las arracadas <strong>de</strong>l cielo, seducen y embelesan la vista. No se parece<br />

aquello a nada <strong>de</strong> cuanto en otras campiñas y montañas se ve. Sus crestas relampaguean,<br />

sus costados fulguran, en sus caprichosas grutas compiten los reflejos <strong>de</strong> todas las<br />

piedras preciosas.<br />

Al caer <strong>de</strong> la calurosa tar<strong>de</strong>, las tropas <strong>de</strong> Tilín <strong>de</strong>scansaban junto a una al<strong>de</strong>a y a la<br />

sombra <strong>de</strong> espesos bosques. El jefe avanzó paseando por la carretera, en compañía <strong>de</strong> su<br />

segundo [78] y <strong>de</strong>l padre Maza, no el <strong>de</strong> los cincuenta palos, sino un beato mínimo <strong>de</strong><br />

Cervera que se le había incorporado en calidad <strong>de</strong> capellán, asesor militar, inten<strong>de</strong>nte,<br />

con ciertos vislumbres y pujos <strong>de</strong> jefe <strong>de</strong> Estado Mayor por su gran pericia topográfica<br />

en aquel país. Iba Tilín meditabundo, con las manos a la espalda, a<strong>de</strong>mán harto común<br />

<strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s genios militares, y contemplaba el monte <strong>de</strong> sal que con la fuerza <strong>de</strong> los<br />

rayos <strong>de</strong>l sol parecía estar sudando y brillaba <strong>de</strong> tal modo que en ciertos parajes no era<br />

posible fijar la vista en él. De pronto vieron los paseantes que por el camino abajo venía<br />

un hombre a caballo. No se le pudo distinguir bien en el primer momento porque los<br />

resplandores <strong>de</strong>l vibrante sol en la montaña cristalina le envolvían en diabólica luz,<br />

semejante a telarañas <strong>de</strong> fuego; pero cuando estuvo cerca, advirtiose que era el caballero<br />

<strong>de</strong> buen porte y el corcel <strong>de</strong> magnífica estampa.<br />

-He aquí un viajero que me parece sospechoso -dijo el padre Maza-. Trae una valija a<br />

la grupa, y yo juraría que es militar aunque viste <strong>de</strong> paisano.<br />

-Y yo -dijo Tilín- creo que en toda Cataluña no hay un caballo como este.<br />

Cuando estuvo a diez pasos, Tilín gritó:<br />

-¡Alto!.. <strong>de</strong>téngase el jinete. [79]<br />

Este se <strong>de</strong>tuvo <strong>de</strong> mal talante.<br />

-¿A dón<strong>de</strong> va usted? -preguntole Tilín ásperamente.<br />

-¿Y a usted qué le importa?... ¿Quién es usted?<br />

-Soy el comandante Armengol, que manda un batallón <strong>de</strong> la división <strong>de</strong> Solsona<br />

-dijo el guerrillero, pareciendo muy complacido <strong>de</strong> tomar en su boca aquellos sonoros<br />

términos militares.<br />

-¡Ah!... ¡ya! -exclamó el jinete con cierta sorna-. ¿Pero qué batallón y qué divisiones<br />

son ésos?... ¿Me encuentro entre la gente <strong>de</strong>l célebre Tilín, que estos días da tanto que<br />

hablar en el país?<br />

-Ese soy yo -dijo el ex-sacristán con orgullo.


El jinete saludó.<br />

-Muy señor mío... Lo celebro mucho. Espero que no habrá inconveniente para seguir<br />

mi camino.<br />

-Según y conforme. ¿Quién es usted?<br />

-Soy hombre <strong>de</strong> paz. Realistas, liberales, jacobinos y apostólicos, son lo mismo para<br />

mí.<br />

-¿De modo que usted no es nada?<br />

-Nada.<br />

-Grandísima falta: es preciso ser apostólico.<br />

-Soy comerciante. [80]<br />

-¿Cómo se llama usted?<br />

-Es curioso el señor militar.<br />

-¿De dón<strong>de</strong> viene usted?<br />

-Pesadito es el interrogatorio.<br />

-Poco a poco -dijo Tilín tomando la brida <strong>de</strong>l fogoso animal-. Usted no pasa a<strong>de</strong>lante<br />

sin probarnos que no es hombre sospechoso, un espía <strong>de</strong> Calomar<strong>de</strong> o <strong>de</strong>l marqués <strong>de</strong><br />

Campo-Sagrado. Será usted registrado; veremos si lleva papeles. En caso <strong>de</strong> que sea<br />

inocente le <strong>de</strong>jaré marchar quedándome con el caballo.<br />

-No permitiré que me quiten mi caballo -afirmó el caballero con resolución y enojo-.<br />

Sabré <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rlo.<br />

Pepet llamó a los guerrilleros que estaban más cerca.<br />

-Este hombre es preso -les dijo-. Llevadle al ventorrillo don<strong>de</strong> está mi alojamiento.<br />

Vamos allá, padre Maza, que, o mucho me engaño, o este encuentro ha <strong>de</strong> dar algo <strong>de</strong><br />

sí.<br />

Viendo el jinete que la resistencia, a más <strong>de</strong> ser muy arriesgada, habría empeorado su<br />

ya malísima situación, se <strong>de</strong>jó llevar con el alma inflamada <strong>de</strong> ira y maldiciendo entre<br />

dientes la hora menguada en que su mala suerte le llevara por aquel infernal camino. En<br />

el breve trayecto hasta la vivienda <strong>de</strong>l jefe, esforzose en tomar cierto aire <strong>de</strong> dignidad y<br />

confianza, [81] porque mostrarse débil y receloso entre semejante gente, habría sido<br />

excitarla más y más a la barbarie. Si le tomaban por un personaje <strong>de</strong> posición elevada,<br />

<strong>de</strong> ésos que con sus amista<strong>de</strong>s y relaciones se sobreponen a todos los obstáculos, incluso<br />

a los <strong>de</strong> la justicia, fácil sería que no le hicieran daño. Así cuando se apeó junto al<br />

tinglado <strong>de</strong>l ventorrillo entre un círculo <strong>de</strong> soldados y guerrilleros que admiraban la


soberbia estampa <strong>de</strong>l caballo, entregó este al mismo que le había conducido y en tono<br />

<strong>de</strong> amo le dijo:<br />

-Dale un pienso y agua. Cuídalo bien si quieres una buena propina. Si en vez <strong>de</strong> la<br />

propina quieres tres palos míos y una reprimenda <strong>de</strong>l Sr. Tilín, trátamelo mal.<br />

Dando dos palmadas <strong>de</strong> cariño al generoso animal, entró en el alojamiento, que<br />

consistía en dos fementidas piezas comunicadas entre sí, y ambas horriblemente sucias<br />

y <strong>de</strong>smanteladas, sin más muebles que las cojas mesas y los bancos <strong>de</strong> figón manchados<br />

<strong>de</strong> polvo y vino. El caballero hizo que entraran su valija, y <strong>de</strong>spués se paseó por la<br />

estancia sin dignarse mirar a los guerrilleros que allí había, dormitando unos y bebiendo<br />

o jugando los otros.<br />

Era el preso un hombre como <strong>de</strong> treinta y cuatro años, <strong>de</strong> gallarda figura y hermoso<br />

semblante. Su fisonomía, como sus modales [82] y su vestir, revelaban esa hidalguía<br />

que antes se consi<strong>de</strong>raba principalmente vinculada en la alcurnia, pero que ha tiempo ha<br />

pasado al patrimonio <strong>de</strong> todas las clases, aunque siempre viene <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cuna. Su mirar<br />

tenía severidad y altivez en la precisa dosis que cabe <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la cortesía. Era bastante<br />

moreno, con hermoso pelo y bigotes negros: calzaba botas polacas, y su traje tenía un<br />

corte especial que a distancia indicaba la mano <strong>de</strong> sastre extranjero. Su sombrero, que<br />

llevaba con gracia, no tenía entonces prece<strong>de</strong>nte en las modas españolas, pues era uno<br />

<strong>de</strong> esos blancos platos <strong>de</strong> lana que <strong>de</strong>spués se usaron mucho llevando el nombre <strong>de</strong><br />

boinas. Este no era aún un nombre fatídico.<br />

No hacía diez minutos que el caballero estaba allí cuando entró Armengol,<br />

acompañado <strong>de</strong> su segundo y <strong>de</strong>l padre Maza. Antes que le dirigiera la palabra, el preso<br />

dijo:<br />

-Conviene que estemos un rato solos, señor brigadier.<br />

Y él mismo señaló con un gesto la puerta a los guerrilleros. El padre Maza, juzgando<br />

que la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> <strong>de</strong>spejo no rezaba con él, acomodaba su crasa humanidad en un banco,<br />

cuando el caballero le dijo sonriendo:<br />

-Si hoy necesito confesión religiosa, llamaré al padre mínimo. Por ahora únicamente<br />

[83] tengo que hablar con el señor brigadier.<br />

Quedáronse solos, y Tilín le dijo:<br />

-Ha <strong>de</strong> saber usted que yo no soy brigadier.<br />

-¿No? Yo creí que sí... Como en Cardona oí hablar tanto <strong>de</strong> usted, y se <strong>de</strong>cía que<br />

había sometido toda la provincia <strong>de</strong> Lérida, juzgué que un caudillo <strong>de</strong> tanto valor no<br />

podía menos <strong>de</strong> tener un grado muy alto en los ejércitos <strong>de</strong> la Fe.<br />

-Soy comandante -afirmó secamente Tilín.<br />

-Me habían dicho que era usted muy joven -dijo el caballero observándole con<br />

curiosidad y admiración- pero nunca creí que fuera tanta su mocedad. Usted llegará a<br />

los primeros puestos, aunque es preciso contar con la envidia que intentará estorbar su


carrera. Los jefes procurarán oscurecer sus triunfos, le rebajarán, le calumniarán tal<br />

vez... Hoy mismo, cuando son tan evi<strong>de</strong>ntes los servicios <strong>de</strong> Tilín, he oído censurarle<br />

por excesivamente atrevido, y hasta me han dicho que Pixola piensa quitarle el mando<br />

<strong>de</strong> esta fuerza... Amigo mío, no contaba usted con la envidia, que en nuestro país por<br />

<strong>de</strong>sgracia, ennegrece todas las cosas...<br />

-¡Destituirme!... ¡quitarme el mando! -exclamó Tilín con ira-. Falta que yo lo<br />

permita. ¿Dicen eso en Cardona? [84]<br />

-Lo oí <strong>de</strong>cir a dos frailes <strong>de</strong> San Francisco que ayer mismo comieron con Pixola en<br />

Clariana.<br />

-¿Está Pixola en Clariana?<br />

-Sí, señor... Ahora empieza usted su vida militar. Por lo mismo que la ha empezado<br />

gloriosísimamente, verá que todos esos figurones ineptos, todos esos holgazanes llenos<br />

<strong>de</strong> vanidad tratarán <strong>de</strong> oscurecer su mérito y <strong>de</strong> apropiarse su fama.<br />

-Mi mérito y mi fama -dijo Tilín gravemente- si es que los tengo o los puedo tener,<br />

saldrán por encima <strong>de</strong> todo.<br />

-Así lo creo... Pero vamos a nuestro asunto. Es preciso que usted me <strong>de</strong>je partir<br />

inmediatamente.<br />

-A eso vamos -replicó Pepet-. ¿Y quién es usted? Juraría que no es comerciante.<br />

-Así es, en efecto -dijo el caballero sonriendo con amable franqueza-. Pero la<br />

compañía <strong>de</strong> usted al interrogarme no me permitía <strong>de</strong>cir la verdad. Había allí un fraile, y<br />

los frailes son indiscretos y parlanchines. Ahora que estamos solos, diré mi nombre y la<br />

razón <strong>de</strong> mi viaje. Me llamo D. Jaime Servet y vengo <strong>de</strong> Barcelona.<br />

-¿Y a dón<strong>de</strong> va usted?<br />

-A Cervera.<br />

-¿Y qué objeto lleva usted? Eso es lo principal, [85] eso -afirmó el guerrillero con<br />

buenos modos-. Si usted va como amigo <strong>de</strong> nuestra causa y me lo prueba mostrándome<br />

sus <strong>de</strong>spachos, le <strong>de</strong>jaré seguir. Si usted va como particular a negocios propios y me lo<br />

prueba, le <strong>de</strong>jaré seguir también quedándome con el caballo. Si usted es espía o<br />

comisionado <strong>de</strong> Calomar<strong>de</strong> o <strong>de</strong>l marqués <strong>de</strong> Campo-Sagrado, entonces le fusilaré...<br />

Vamos, no hay más que hablar. Ahora responda el Sr. D. Jaime Servet.<br />

Sin vacilar Servet respondió:<br />

-Voy a Cervera a llevar ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> la Junta <strong>de</strong> Barcelona.<br />

-Muéstreme usted los pliegos -dijo Tilín sin mirar a su interlocutor.<br />

-Mi comisión es <strong>de</strong> índole tan reservada, que nada llevo escrito. Las ór<strong>de</strong>nes que<br />

llevo las daré verbalmente.


Sonrisa <strong>de</strong> duda y mofa contrajo los enormes labios <strong>de</strong> Tilín.<br />

-En ese caso, la Junta daría a usted salvoconducto para que libremente atravesara el<br />

país sublevado.<br />

-No tengo salvoconducto ni cosa que lo valga -repuso el caballero sin per<strong>de</strong>r la<br />

serenidad-. Lo tenía; pero por un <strong>de</strong>scuido que pago muy caro, <strong>de</strong>jé ese papel en manos<br />

<strong>de</strong> Jep <strong>de</strong>ls Estanys cuando me presenté a él en Vich. [86]<br />

-¡Qué casualidad!... Bueno, pues dígame usted esas ór<strong>de</strong>nes verbales que va a llevar<br />

a Cervera.<br />

-Si usted se llamara fray Agustín Barrí, guardián <strong>de</strong> Capuchinos <strong>de</strong> Cervera, lo haría<br />

<strong>de</strong> buen grado. Mi <strong>de</strong>ber es morir cien veces antes que revelar una palabra sola.<br />

-¿Tan reservadas son esas ór<strong>de</strong>nes?<br />

-Lo son tanto y <strong>de</strong> tal gravedad para Cataluña, para España, para el mundo todo, que<br />

sólo el pensarlo espanta.<br />

Guardó silencio Tilín durante un minuto, acariciándose la barba, y <strong>de</strong>spués miró a su<br />

prisionero, y con calma flemática le dijo:<br />

-Usted es un impostor, usted es espía <strong>de</strong> Calomar<strong>de</strong>. Voy a mandar que le fusilen<br />

inmediatamente.<br />

El caballero tembló; mas dominando la furibunda ira que hervía en su alma, se<br />

expresó <strong>de</strong> este modo:<br />

-Sea, pues. Solo e in<strong>de</strong>fenso no puedo protestar <strong>de</strong> ese horrible crimen, sino ante<br />

Dios. Pero no sólo la justicia divina, sino la humana, ha <strong>de</strong> vengarme algún día, y usted<br />

que ensoberbecido con sus triunfos, encubre con la ban<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la Fe el asesinato <strong>de</strong> un<br />

servidor <strong>de</strong> su propia causa, dará cuenta pronto, muy pronto, <strong>de</strong> mi muerte, y en toda su<br />

vida, por larga que sea, no aplacará sus remordimientos. [87]<br />

La entereza y el tono <strong>de</strong> solemnidad con que el forastero se había expresado<br />

confundieron momentáneamente al voluntario realista. Clavando su mirada profunda y<br />

sagaz cual ninguna en el rostro <strong>de</strong>l prisionero, díjole así:<br />

-¡Uñas y rabo <strong>de</strong> Satanás! Si no es usted traidor, que me fusilen a mí. Jamás me<br />

equivoco... Pero observo que ha traído usted consigo una maleta. Deme usted la llave.<br />

El extranjero sacó una llave, y arrojándola en el suelo a los pies <strong>de</strong> Armengol, volvió<br />

la espalda, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> llevarse la mano a la frente, se puso a pasear. Tilín abrió la<br />

valija, y al registrar, sus manos parecían las insaciables y viles manos <strong>de</strong> un aduanero.<br />

-Ropa -dijo sacando varias piezas- dinero... ¿Qué es esto?<br />

Mostraba un pliego. El llamado Servet tembló al ver aquel pliego en manos <strong>de</strong>l<br />

voluntario realista. Sin po<strong>de</strong>r dominar su coraje, exclamó:


-Un papel, asesino. Léalo el que pueda.<br />

Tilín fijaba sus ojos con atención en tres letras misteriosas trazadas sobre la cubierta<br />

<strong>de</strong>l pliego.<br />

-Esto parece masónico -dijo sonriendo diabólicamente-. ¿Qué significan estas letras<br />

F. P. D.? ¡Uñas y rabo!... Por mi vida, que [88] recuerdo haber oído hablar <strong>de</strong> estas tres<br />

letras a Mosén Crispí <strong>de</strong> Tortellá.<br />

-Esas tres letras -dijo Servet acariciando una i<strong>de</strong>a feliz- quieren <strong>de</strong>cir Ferdinandum<br />

pedibus <strong>de</strong>strue.<br />

-¡Ah!... yo había oído aquello <strong>de</strong> Lilia pedibus..., «pisotea las flores <strong>de</strong> lis».<br />

-Aquí no se pisotea más que a Fernando. Aquel era un lema jacobino, éste es un<br />

lema...<br />

-Un lema... -dijo Tilín con ansiedad-. Pero leeremos lo que dice este papel.<br />

-Un lema apostólico -afirmó prontamente el llamado D. Jaime.<br />

Abrió el papel para leerlo; pero al punto exclamó con <strong>de</strong>sconsuelo:<br />

-Si está en latín...<br />

En el semblante <strong>de</strong>l prisionero brilló un rayo <strong>de</strong> esperanza. Inmutose como la cara<br />

<strong>de</strong>l reo que vislumbra su salvación.<br />

-Llamaré al padre Maza para que me lo traduzca -dijo Pepet.<br />

El semblante <strong>de</strong> Servet se nubló segunda vez. Por dicha suya, antes <strong>de</strong> apartarse <strong>de</strong> la<br />

maleta, Tilín vio otro pliego. Tomándolo, leyó el sobre-escrito, que <strong>de</strong>cía:<br />

A la señora madre aba<strong>de</strong>sa <strong>de</strong> San Salomó en Solsona.<br />

Tilín, estupefacto, no apartaba sus ojos <strong>de</strong> aquellas letras. [89]<br />

-Lea usted -dijo el caballero animándose consi<strong>de</strong>rablemente- si es que en las<br />

costumbres <strong>de</strong> los guerrilleros entra también el sorpren<strong>de</strong>r los secretos <strong>de</strong> las damas.<br />

-Esta carta es...<br />

-De doña Josefina Comerford -replicó con imperturbable audacia y gravedad el<br />

caballero.<br />

Tilín que ya había empezado a <strong>de</strong>splegar la oblea con su grosero <strong>de</strong>do, se <strong>de</strong>tuvo. El<br />

caballero firme en su difícil papel <strong>de</strong> osadía y <strong>de</strong>scaro, que era el único conveniente en<br />

tales circunstancias, prosiguió así:


-Concluyamos. Me repugna esta escena <strong>de</strong> Inquisición. Si he <strong>de</strong> ser arcabuceado que<br />

sea <strong>de</strong> una vez. Necesito un confesor, como católico cristiano. Caiga mi sangre sobre la<br />

cabeza <strong>de</strong> mi asesino. Una sola disposición me cumple hacer.<br />

-¿Cuál?<br />

-Que lleve usted esos paquetes <strong>de</strong> oro y esa carta a don<strong>de</strong> dice el sobre.<br />

-¿A las monjas?<br />

-Sí. El resto <strong>de</strong> mi comisión no puedo revelarlo. El secreto se va conmigo y con<br />

usted la responsabilidad <strong>de</strong> este crimen.<br />

Tilín puso la carta en la valija, y acompañando sus palabras <strong>de</strong> un gesto <strong>de</strong>senfadado<br />

y como generoso, exclamó: [90]<br />

-Caballero, es usted libre. Pue<strong>de</strong> usted seguir su camino.<br />

Mientras el caballero daba interiormente gracias a Dios por el buen término <strong>de</strong><br />

aquella peligrosa aventura, el terrible soldado colocaba el dinero y las ropas en su sitio.<br />

-Un favor espero <strong>de</strong> usted, caballero -dijo al concluir.<br />

-Estoy a sus ór<strong>de</strong>nes.<br />

-Que lleve usted una carta mía a San Salomó. Es para Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis.<br />

Tilín sacó <strong>de</strong>l pecho una carta que había escrito aquel día y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mirarla con<br />

cierta expresión afectuosa, la entregó al mensajero.<br />

- IX -<br />

Recobrados el caballo y las armas, puesta en or<strong>de</strong>n la valija y apurado un vaso <strong>de</strong><br />

vino con que le obsequiara el jefe <strong>de</strong> la partida, púsose el caballero <strong>de</strong> nuevo en marcha<br />

sin querer <strong>de</strong>tenerse, a pesar <strong>de</strong> los ruegos <strong>de</strong> Tilín y <strong>de</strong>l padre Maza que le incitaban a<br />

<strong>de</strong>scansar aguardando la frescura <strong>de</strong> media noche para seguir su viaje. Él les dijo muy<br />

cortesmente [91] que <strong>de</strong> buen grado pasaría unas horas en tan grata compañía; pero que<br />

la premura y gravedad <strong>de</strong> las ór<strong>de</strong>nes que llevaba no le permitían reposo alguno. La<br />

verda<strong>de</strong>ra causa <strong>de</strong> su precipitación era un <strong>de</strong>seo vehementísimo <strong>de</strong> ponerse a gran<br />

distancia <strong>de</strong> semejantes pájaros y no dar tiempo a que el bravo Tilín se arrepintiera <strong>de</strong><br />

su generosidad. Metió espuelas para alejarse todo lo posible, temeroso <strong>de</strong> que fueran en<br />

su seguimiento, y cuando se creyó seguro <strong>de</strong>jose ir con lentitud para meditar sobre el<br />

grave suceso pasado y dar gracias a Dios. La noche era oscura y el camino solitario;<br />

pero el alma <strong>de</strong>l caballero estaba alegre.


-Otra vez mi buena estrella -<strong>de</strong>cía- o mejor, la Divina Provi<strong>de</strong>ncia me ha sacado sano<br />

y salvo <strong>de</strong> un grave peligro. ¡Bendito sea Dios que me ha salvado una vez más, y<br />

sírvame este suceso <strong>de</strong> aviso y lección para no meterme en aventuras tan arriesgadas<br />

como poco provechosas! Maldita fue la hora en que discurrí pasar <strong>de</strong> Barcelona a<br />

Zaragoza, y según voy viendo más corto será el camino <strong>de</strong> la Meca. Salgo y las partidas<br />

me impi<strong>de</strong>n llegar a Manresa; tomo el camino <strong>de</strong> Berga y las partidas me echan sobre<br />

Cardona; ahora creo que voy en dirección <strong>de</strong> Solsona, pero no me asombrará verme a<br />

las puertas <strong>de</strong> Pekín si sigo tropezando con bandidos y sacristanes. Me he metido [92]<br />

en un país encantador que está saboreando las <strong>de</strong>licias <strong>de</strong> la guerra civil más bestial,<br />

más soez y repugnante que imaginarse pue<strong>de</strong>... ¡Ah! señores míos, señores míos (al<br />

<strong>de</strong>cir esto parecía dirigirse a alguien que podía escucharle) no conocen uste<strong>de</strong>s la tierra<br />

que <strong>de</strong>sean reformar. Esto no tiene enmienda por ahora ni hay alquimia que <strong>de</strong> esta<br />

basura haga oro puro. Lo que he pensado y sostenido varias veces lo veo y lo palpo<br />

ahora... Un puñado <strong>de</strong> hombres refugiados en Inglaterra se empeñan en librar a su país<br />

<strong>de</strong>l <strong>de</strong>spotismo y mientras ellos sueñan allá, ese mismo país se subleva, se pone en<br />

armas con fiereza y entusiasmo, no porque le mortifique el <strong>de</strong>spotismo, sino porque el<br />

<strong>de</strong>spotismo existente le parece poco y quiere aún más esclavitud, más ca<strong>de</strong>nas, más<br />

miseria, más golpes, más abyección.<br />

Había soltado las riendas como D. Quijote cuando le hervían en la cabeza los<br />

pensamientos, y mecido por el lento paso <strong>de</strong>l animal que también parecía cavilar<br />

sesudamente en la vanidad <strong>de</strong> las glorias caballares, <strong>de</strong>jábase llevar por sus recuerdos y<br />

sus reflexiones a distintas esferas.<br />

-¿Y a qué voy yo a Zaragoza? -prosiguió-. ¿A qué? Mis pasos por este país son tan<br />

insensatos como los <strong>de</strong>l caballero andante más loco, más ridículo y más extraviado que<br />

hizo disparates [93] en el mundo. ¿A dón<strong>de</strong> voy yo?... ¿La principal misión que me<br />

encargaron no la he <strong>de</strong>sempeñado ya? ¿No me dijeron: «explora y examina cómo está el<br />

país, tómale el pulso y observa si está dispuesto a apoyar una sublevación liberal»? Pues<br />

bien, yo he venido, yo he examinado, yo he tomado el pulso y he visto ¡mala peste nos<br />

<strong>de</strong> Dios! la horrible fiebre <strong>de</strong>l absolutismo más abrasadora que nunca... ¡Señores<br />

mineros (7) , vengan todos acá y verán qué divina patria tenemos! ¡Da gozo viajar por<br />

estas amenas provincias, pobladas <strong>de</strong> frailes y guerrilleros hambrientos <strong>de</strong> esclavitud<br />

como la hiena <strong>de</strong> carne muerta!... ¿Qué tengo yo que hacer aquí? Nada: ya he visto<br />

<strong>de</strong>masiado. La lección es buena y suficiente, el peligro que mi pellejo corre<br />

extraordinario. Vámonos a la frontera. Patria querida, me repugnas.<br />

Arrendando a su caballo miró al horizonte hacia el Norte. Expresión <strong>de</strong> <strong>de</strong>sdén y<br />

amargura nubló su rostro, cuando apartando su corcel <strong>de</strong>l camino real, se metió por una<br />

senda que a mano <strong>de</strong>recha partía en dirección al monte. Pasó junto a las tapias <strong>de</strong>l<br />

cementerio <strong>de</strong> una al<strong>de</strong>a, pasó junto a la misma al<strong>de</strong>a que [94] era un montón <strong>de</strong> ruinas<br />

gloriosas <strong>de</strong>l tiempo <strong>de</strong> la guerra con los franceses, y al poco trecho se <strong>de</strong>tuvo. Sus<br />

pensamientos habían dado una brusca vuelta como la veleta atormentada por el viento.<br />

-No -dijo hundiendo en el pecho la barba <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mirar al cielo-. Es preciso ir a<br />

Zaragoza. ¿Qué me <strong>de</strong>tiene? ¿el peligro? ¿Tendré yo menos valor que el pobre Valdés,<br />

héroe y mártir en Tarifa; que los hermanos Bazán sacrificados en Alicante? ¿Y por qué<br />

he <strong>de</strong> ser tan <strong>de</strong>sgraciado como ellos? Sí, aventurero, déjate <strong>de</strong> subterfugios y ve a<br />

Zaragoza... No hay que fiar <strong>de</strong>masiado en las apariencias. Ni todo el país está tan<br />

fanatizado como Cataluña ni toda Cataluña está compuesta <strong>de</strong> frailes, ni todos los frailes


son guerrilleros. En Barcelona hay liberalismo y cultura suficientes para compensar este<br />

salvajismo <strong>de</strong> la sublevación apostólica. No hay que <strong>de</strong>sconfiar todavía. Las<br />

poblaciones podrán arrancar a las al<strong>de</strong>as su barbarie si hay empeño en ello. No, no será<br />

tanta la abyección <strong>de</strong> este pedazo <strong>de</strong> tierra europea que disponga <strong>de</strong> su suerte media<br />

docena <strong>de</strong> monjas y otros tantos canónigos. Los tenebrosos intrigantes <strong>de</strong>l Ángel<br />

Exterminador no prevalecerán aunque lo man<strong>de</strong> el Papa y aunque se <strong>de</strong>vanen los sesos<br />

todas las eminencias <strong>de</strong> cal y canto que farolean en el cuarto <strong>de</strong>l infante D. Carlos. [95]<br />

Espoleando a su caballo volvió al camino real.<br />

-¿No es lastimoso que me vuelva sin <strong>de</strong>sempeñar la mitad <strong>de</strong> mi comisión? ¿Si salí<br />

en bien <strong>de</strong> la primera mitad, por qué no he <strong>de</strong> salir en bien <strong>de</strong> la segunda? Dios me ha<br />

favorecido siempre, a pesar <strong>de</strong> ser yo tan gran pecador, aunque no empe<strong>de</strong>rnido.<br />

A<strong>de</strong>lante, a<strong>de</strong>lante y salga el sol por... Zaragoza. Si ahora vuelves al extranjero y te<br />

preguntan: «¿Qué has hecho?», ¿podrás respon<strong>de</strong>r algo? Algo sí, pero no lo bastante.<br />

Los barceloneses respon<strong>de</strong>n <strong>de</strong> reunir dos mil paisanos armados, y aseguran que los<br />

voluntarios realistas <strong>de</strong> aquella ciudad son poco temibles. Es verdad,; Cataluña<br />

sublevada por el absolutismo <strong>de</strong>lirante, no es el mejor terreno para una tentativa; pero lo<br />

que es imposible en Cataluña, ¿no será hace<strong>de</strong>ro en Aragón, don<strong>de</strong> el clero tiene mucho<br />

menos po<strong>de</strong>r? A<strong>de</strong>más, este infame levantamiento clerical que aquí es un obstáculo<br />

enorme, ¿no pue<strong>de</strong> ser un auxiliar en otra parte? Calomar<strong>de</strong> acudirá con todas sus<br />

fuerzas a Cataluña, y el corazón <strong>de</strong> España quedará <strong>de</strong>samparado por el absolutismo.<br />

¡Ah! cómo paga el infame absolutismo su culpa. Este asqueroso tumor que le ha salido<br />

dará con su podrida existencia en tierra... Aventurero, marcha.<br />

Después <strong>de</strong> distraerse pensando en otras [96] cosas que no interesan al lector, volvió<br />

a dar en su misma i<strong>de</strong>a y dijo:<br />

-Veamos; ¿qué has hecho tú? ¿qué has hecho para justificar tu vuelta al extranjero?<br />

¿Has dado a conocer la noble i<strong>de</strong>a que hoy agita a lo más selecto <strong>de</strong> los emigrados?<br />

Apenas la manifesté en Barcelona, todos la creyeron irrealizable. Es una ilusión, un<br />

disparate, un cuento <strong>de</strong> viejas. Pero ¡ay! ¡hemos visto tantos disparates convertidos en<br />

realidad <strong>de</strong> la noche a la mañana! ¿Quién pudo creer que España resistiera a Napoleón?<br />

Nadie, y sin embargo... Hoy todo liberal español a quien se dice que nuestra salvación<br />

estriba en cambiar <strong>de</strong> dinastía, poniendo en el trono a D. Pedro <strong>de</strong> Braganza, se ríe y<br />

duda. ¿No aspiran los apostólicos a cambiar <strong>de</strong> rey? Poco a poco la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> un cambio<br />

<strong>de</strong> familia <strong>de</strong>jará <strong>de</strong> causar espanto... ¡Ah!... ¡D. Pedro, D. Pedro!... Verda<strong>de</strong>ramente es<br />

un disparate; pero un disparate seductor que se presta a ser propagado. A<strong>de</strong>lante, pues.<br />

No me voy a Francia sin arrojar esta i<strong>de</strong>a en el surco. Anda, aventurero, anda. Todavía<br />

tienes afecciones en este país. Tu patria te llama con voces distintas; te llama con la voz<br />

cariñosa <strong>de</strong> una mujer; te llama con la voz grave <strong>de</strong>l interés. Aventurero, eres pobre,<br />

pero vas a ser rico: has heredado. Un tío que ha vuelto <strong>de</strong> América [97] te ha <strong>de</strong>jado<br />

algunos miles, que es preciso recoger. Sí; no se vive sólo <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as, se vive también <strong>de</strong><br />

pan. Ya que sigues a<strong>de</strong>lante, aventurero, sé pru<strong>de</strong>nte, toma precauciones. Llevas papeles<br />

que te comprometen. ¡Fuera toda esa carga inútil, por si viene el naufragio!<br />

Diciendo esto se apartó <strong>de</strong>l camino, ató su corcel al tronco <strong>de</strong> un árbol y poniendo la<br />

valija en el suelo apresurose a hacer prolijo escrutinio <strong>de</strong> lo que en ella había.


-Este papelote en latín <strong>de</strong> nada me sirve ya -dijo rasgándolo-. Con la autorización<br />

escrita y cifrada que me dio la Junta <strong>de</strong> Barcelona para la <strong>de</strong> Zaragoza, me bastará.<br />

Explicaré verbalmente las i<strong>de</strong>as que traigo <strong>de</strong> Londres. La carta <strong>de</strong> Torrijos podría<br />

servirme, pero la sacrifico también. La <strong>de</strong> Chapalangarra es inútil, porque tengo amigos<br />

en Navarra. Esta otra <strong>de</strong> Palarea está tan bien imaginada y encubre tan bien el objeto<br />

con el artificio <strong>de</strong> la recomendación para comprar harinas, que la conservaré. Romperé<br />

la <strong>de</strong> D. Alejandro O'Donnell que no encubre bien la comisión, porque esto <strong>de</strong> que vaya<br />

a ven<strong>de</strong>r reliquias un comerciante <strong>de</strong> harinas, no engañará más que a los tontos. Esta<br />

lista <strong>de</strong> personas dada por Mendizábal, tampoco conduce a nada nuevo: en tierra con<br />

ella. ¡Ah! aquí sale mi salvación; la esquela para las monjitas <strong>de</strong> San Salomó... [98] muy<br />

señoras mías... Si aquella buena mujer que me alojó en Cardona no me hubiera dado<br />

este papel, que creo es una especie <strong>de</strong> memorial pidiendo chocolate, a estas horas quizás<br />

estaría ya <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l Padre Eterno, no pidiendo chocolate, sino dándole cuenta <strong>de</strong> mis<br />

culpas. También guardaré la carta <strong>de</strong> Tilín para la monja. ¡Benditos sean los amigos que<br />

me enteraron <strong>de</strong> las intrigas <strong>de</strong> doña Josefina Comerford y <strong>de</strong> las madrecitas <strong>de</strong> San<br />

Salomó! Sin estos preciosos datos, ¡pobre <strong>de</strong> mí!... Todo está bien; vuelva la valija a la<br />

grupa, el hombre al caballo, el caballo al camino, y Dios por <strong>de</strong>lante.<br />

Ningún encuentro digno <strong>de</strong> ser mencionado tuvo aquella noche. Al divisar los muros<br />

<strong>de</strong> Solsona encomendose a Dios para que no le <strong>de</strong>parase ninguna <strong>de</strong>sventura en la<br />

histórica ciudad episcopal; pero sin duda el Autor <strong>de</strong> todas las cosas, o le creyó indigno<br />

<strong>de</strong> misericordia por la magnitud <strong>de</strong> sus pecados, o quiso someterle a sufrimientos muy<br />

amargos para probar el temple <strong>de</strong> su espíritu, porque no bien pisó el caballo blanco los<br />

guijarros que pavimentaban las calles <strong>de</strong> Solsona, cuando cayeron sobre el caballero<br />

tantas <strong>de</strong>sventuras, que tuvo por dichoso el encuentro con Tilín y las <strong>de</strong>más trapisondas<br />

y pa<strong>de</strong>cimientos <strong>de</strong> su trabajada existencia. Dejémosle ahora lamentando su [99] triste<br />

suerte en las mazmorras <strong>de</strong>l Ayuntamiento <strong>de</strong> Solsona, y antes <strong>de</strong> ocuparnos <strong>de</strong> los<br />

reveses <strong>de</strong> este aventurero <strong>de</strong>sconocido, veamos lo que aconteció al bravo Tilín y el giro<br />

que tomaron sus asombrosas y nunca vistas proezas.<br />

- X -<br />

Había corrido próximamente un mes <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la gloriosa salida <strong>de</strong>l voluntario realista a<br />

civilizar los pueblos <strong>de</strong> la sierra, cuando recibió or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Pixola mandándole que al<br />

punto se trasladase a Solsona. Maravilló a Tilín esta premura y la sequedad <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>spacho; pero mucho mayor fue su sorpresa cuando al entrar en Solsona con su ya<br />

numerosa partida, vio que Pixola en vez <strong>de</strong> recibirle con los brazos abiertos y encomiar<br />

el éxito <strong>de</strong> la expedición, recibíale ásperamente, sin mostrar ni un ápice <strong>de</strong> entusiasmo<br />

por tan <strong>de</strong>scomunales servicios, ni menos alabar su heroico valor. Aquel primer arañazo<br />

dado por la horrible arpía, enemiga <strong>de</strong> las humanas gran<strong>de</strong>zas, hizo manar sangre <strong>de</strong>l<br />

ardiente corazón <strong>de</strong> Pepet Armengol. [100]<br />

Gran con<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia fue que el carnicero reconociese y otorgase al héroe los<br />

grados que este mismo se había dado por un procedimiento novísimo en los fastos <strong>de</strong> las<br />

improvisaciones personales; mas con esto el díscolo guerrillero <strong>de</strong>mostraba que no sólo<br />

aborrecía a Pepet, sino también que le tenía un tantico <strong>de</strong> miedo. Ni la muchedumbre <strong>de</strong>


mozos útiles, ni las armas, ni el dinero, bastaron a modificar la opinión <strong>de</strong> Pixola sobre<br />

los merecimientos <strong>de</strong> su subalterno, la cual como se asentaba en la ruin envidia, más<br />

<strong>de</strong>sfavorable era cuanto mayores motivos había para que no lo fuese. Pero el punto en<br />

que más insistió, por ser aquel en que se encontraba más fuerte, fue el <strong>de</strong> la protección<br />

que Tilín había dado a un pícaro sectario y jacobino que andaba por el país<br />

malquistando a los realistas unos con otros, y metiendo cizaña y haciéndoles <strong>de</strong>sconfiar<br />

<strong>de</strong> sus jefes y dándoles dinero para que atropellasen e hicieran atrocida<strong>de</strong>s.<br />

Perplejo se quedó el sacristán al oír esto; pero contestó que ni él había protegido a<br />

ningún perro sectario, y que si dio libre paso a un <strong>de</strong>sconocido, fue por creerle enviado<br />

<strong>de</strong> la Junta <strong>de</strong> Barcelona.<br />

-Ya, ya veo que tienes buenas traga<strong>de</strong>ras -le dijo Pixola gozoso <strong>de</strong> humillarle <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong> [101] las notables personas, canónigos, frailes, honrados contrabandistas y<br />

trabucaires que presentes a la sazón estaban-. Valiente papamoscas tenemos aquí... No<br />

basta un poco <strong>de</strong> valor, Sr. Tilín, para mandar tropa en una guerra como esta; es preciso<br />

tener mucha astucia y cierto pesquis y ciencia <strong>de</strong>l mundo, que no se apren<strong>de</strong>n en la<br />

sacristía <strong>de</strong> las reverendísimas. Ya me figuraba yo que el jacobino te engañaría, como<br />

engañamos a un pobre pez cuando le arrojamos el anzuelo. ¡Ves cómo no me engañó a<br />

mí! Des<strong>de</strong> que le eché el ojo, dije: «ese hombre no me gusta; que lo pongan a la<br />

sombra». ¡Oh! ya conozco yo a mi gente masónica. Sus farsas no me convencieron, ni<br />

la carta que traía para las monjas pidiendo chocolate, ni la que tú le diste, poniendo tus<br />

acciones en las mismas nubes, y pintándolas como iguales a las <strong>de</strong> Hernán Cortés en la<br />

Nueva España.<br />

Las risas y chacota que acogieron estas observaciones, hicieron temblar el corazón<br />

soberbio y fogoso <strong>de</strong> Tilín, y las llamaradas <strong>de</strong> su enojo, <strong>de</strong> su <strong>de</strong>specho, <strong>de</strong> su ofendido<br />

amor propio salieron a su bronceado rostro, poniéndolo sanguinoso.<br />

-¿Quieres saber las consecuencias <strong>de</strong> tu falta? -añadió el cruel Pixola-. Pues ya dicen<br />

por ahí que los jacobinos te han ganado... [102] Podrá no ser verdad; yo creo que es<br />

mentira; pero ello es que maldita la confianza que puedo tener en ti.<br />

Tilín se puso rojo, <strong>de</strong>spués amarillo y tembloroso. Dando una patada que hizo<br />

estremecer la casa, exclamó con salvaje furia:<br />

-¡Por el rabo <strong>de</strong>l Malo! El que sostenga que yo me he vendido a los jacobinos, venga<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí, dígamelo en mi cara, y le sacaré las entrañas.<br />

-¡Oh! fuertecillo estás -dijo el carnicero riendo <strong>de</strong> su triunfo y <strong>de</strong> la cólera <strong>de</strong> Tilín-.<br />

No se prueba la honra<strong>de</strong>z sacando entrañas; se prueba con la conducta... En fin, gracias<br />

que has dado con un hombre como yo <strong>de</strong>cidido a protegerte. Mira si seré bueno, que no<br />

pienso quitarte el mando.<br />

Tilín, mirando fijamente a su jefe, dijo para sí, sin <strong>de</strong>spegar los amoratados labios:<br />

-Y si me le quitaras, perro ladrón, yo lo volvería a tomar.


Los importantes varones que presentes estaban llevaron la conversación a otro<br />

terreno, y durante una hora larga se habló <strong>de</strong>l proyecto <strong>de</strong> tomar a Manresa para fundar<br />

en aquella excelente plaza el gobierno central <strong>de</strong> la i<strong>de</strong>a apostólica.<br />

-Jep ha salido ya <strong>de</strong> Berga -dijo Pixola-. [103] Caragol <strong>de</strong>be <strong>de</strong> haber salido también<br />

<strong>de</strong> Vich, y yo me pongo en marcha mañana. Nos juntaremos, y allá para la semana que<br />

viene a más tardar, Manresa será nuestra.<br />

No se ocuparon más aquel día el guerrillero y su pequeña corte <strong>de</strong> la importante<br />

persona <strong>de</strong> Tilín; pero al siguiente recibió el héroe la estocada mortal <strong>de</strong> la envidia con<br />

la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> permanecer en Solsona, mientras las <strong>de</strong>más tropas y somatenes iban sobre<br />

Manresa. Esta eliminación en la jornada <strong>de</strong> más peligro y lucimiento puso al sacristán<br />

en el último grado <strong>de</strong> la rabia. Era evi<strong>de</strong>nte ya que se <strong>de</strong>seaba oscurecerle y postergarle;<br />

pero él guardó su rabia en el pecho aparentando resignación y conformidad con su<br />

suerte. El veneno y las llamas que <strong>de</strong>voraban su alma, fueron celosamente guardados<br />

como el puñal <strong>de</strong> que se piensa hacer uso en momento oportuno. Se le vio silencioso<br />

mas no irritado, en el momento <strong>de</strong> salir la gente <strong>de</strong> Pixola y la suya para tan notable<br />

empresa, y dijo adiós a sus compañeros sin mostrarse envidioso. Para colmo <strong>de</strong><br />

humillaciones, ni siquiera quedaba al frente <strong>de</strong> la guarnición <strong>de</strong> la ciudad, sino como<br />

subalterno <strong>de</strong> un tal Mañas, nombrado jefe <strong>de</strong> la plaza, el cual era un viejo borracho que<br />

pasaba la mitad <strong>de</strong>l tiempo durmiendo y la otra mitad jugando a las cartas. [104]<br />

Los partidarios que quedaban en Solsona no tenían más consigna que vigilar a los<br />

presos sepultados en las mazmorras <strong>de</strong>l Ayuntamiento, entre los cuales hallábanse<br />

Guimaraens y el aventurero D. Jaime Servet, y <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r la ciudad en caso <strong>de</strong> un ataque,<br />

muy poco probable por cierto, <strong>de</strong> las tropas <strong>de</strong>l Rey. Tilín, viéndose con<strong>de</strong>nado a<br />

forzosa holganza, vagaba sin compañía por la solitaria muralla <strong>de</strong> la ciudad o bien por<br />

las tristes riberas <strong>de</strong>l río Negro, testigo <strong>de</strong> los juegos <strong>de</strong> su infancia, terminando siempre<br />

su paseo en la puerta <strong>de</strong>l Travesat junto a San Salomó.<br />

Por las mañanas visitaba la sacristía, ayudaba algunas misas, y si se lo permitían,<br />

pasaba a ver a las madres y a <strong>de</strong>partir con ellas acerca <strong>de</strong> los negocios <strong>de</strong> la causa<br />

apostólica, que iban mal según unas y a pedir <strong>de</strong> boca según otras. Aquella preferencia<br />

que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su edad más tierna había mostrado Pepet por la bella y afable Sor Teodora <strong>de</strong><br />

Aransis mostrábase ahora con más claridad, bien porque la <strong>de</strong>sgracia avivase los afectos<br />

<strong>de</strong> su corazón, o bien porque la situación <strong>de</strong>sventajosa en que se encontraba,<br />

relativamente a su antigua jerarquía sacristanesca, le autorizase a <strong>de</strong>jar traslucir lo que<br />

antes ocultaba. La corta pero acci<strong>de</strong>ntada vida militar había gastado dos principalísimas<br />

protuberancias, digámoslo así, [105] <strong>de</strong>l carácter <strong>de</strong> Tilín, la timi<strong>de</strong>z y el respeto a<br />

ciertas cosas y personas, bien así como la piedra puntiaguda y angulosa se pule y<br />

redon<strong>de</strong>a al ser arrastrada por los torrentes.<br />

Todos los días pasaba largas horas en el monasterio sin quitarse el uniforme, y<br />

aunque la madre aba<strong>de</strong>sa no gustaba <strong>de</strong> ver allí los arreos marciales, inclinose al fin a<br />

tolerarlos por lo singular <strong>de</strong> las circunstancias. Rogole dicha señora que ayudase al<br />

sacristán su sustituto en los servicios <strong>de</strong> limpieza <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la sacristía; pero Tilín se<br />

negó a <strong>de</strong>gradar su uniforme en faena tan impropia <strong>de</strong> un militar <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s alientos.<br />

Fuele dicho entonces que se quitase la casaca, espada y chacó, con cuya advertencia<br />

recibió nuestro héroe tanta pena como si le hubieran dado cien bofetadas; pero como<br />

habría sido más gran<strong>de</strong> aún su dolor si le privaran <strong>de</strong> entrar en el convento durante


aquellos días <strong>de</strong> tristeza, <strong>de</strong>sgracia y <strong>de</strong>scanso, consintió al cabo en <strong>de</strong>gradarse. No<br />

creyendo <strong>de</strong>cente estar en mangas <strong>de</strong> camisa, se puso su antigua sotana, con lo cual se<br />

vio realizada una metamorfosis <strong>de</strong> que no creemos pueda haber ejemplo en otro país <strong>de</strong>l<br />

mundo. Así cambiaba <strong>de</strong> apariencia aquel extraordinario mozo pasando <strong>de</strong> guerrero a<br />

sacristán lo mismo que había pasado <strong>de</strong> la oscuridad <strong>de</strong> la sacristía al esplendor y<br />

estruendo <strong>de</strong> los campos <strong>de</strong> batalla. [106]<br />

Casualmente había a la sazón en el convento una obra que exigía buenas manos, y el<br />

sustituto <strong>de</strong> Tilín, si las tenía excelentes para robar cera, carecía <strong>de</strong> fuerzas para trabajos<br />

mayores. Estaban arreglando un flamante y lindo altar para la Virgen <strong>de</strong> Setiembre y era<br />

necesario el concurso <strong>de</strong> un hombre <strong>de</strong> buenos puños. Tilín <strong>de</strong>spachó esta obra <strong>de</strong><br />

romanos en dos días, y <strong>de</strong>spués quiso arreglar la huerta que se hallaba en malísimo<br />

estado por enfermedad <strong>de</strong>l hortelano.<br />

Asistiendo, como auxiliares o como meras espectadoras, a estas santas tareas,<br />

algunas monjas se regocijaban oyendo a Tilín la relación <strong>de</strong> sus proezas, siendo <strong>de</strong><br />

observar que el héroe <strong>de</strong> ellas, antes <strong>de</strong> aminorarlas con la mo<strong>de</strong>stia las acrecía con el<br />

frecuente uso <strong>de</strong> la hipérbole, presentándolas con tal grandor que las buenas señoras se<br />

quedaban embobadas ante tanta maravilla creyendo ver resucitado el tiempo <strong>de</strong> la<br />

caballería andante. Como eran caritativas y bondadosas, Tilín hacía caso omiso <strong>de</strong> los<br />

fusilamientos que había or<strong>de</strong>nado y todo era batallas y más batallas en las cuales había<br />

salido victorioso.<br />

La que ponía más atención a estos homéricos relatos era Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis, que<br />

seguía con interés febril el giro <strong>de</strong> los sucesos apostólicos, teniendo siempre en tortura<br />

[107] su imaginación y sobreexcitados sus nervios.<br />

Lejos <strong>de</strong> extinguirse en el rudo corazón <strong>de</strong> Tilín, madriguera <strong>de</strong> impetuosas pasiones,<br />

el profundo afecto hacia ella, aquel sentimiento había ido tomando cuerpo con los años,<br />

variando <strong>de</strong> naturaleza conforme al giro <strong>de</strong>l tiempo y a las mudanzas <strong>de</strong>l carácter. Era<br />

para él la <strong>de</strong> Aransis objeto <strong>de</strong> un respeto que rayaba en supersticioso culto, y <strong>de</strong> tal<br />

modo se apo<strong>de</strong>raron <strong>de</strong> su ánimo la memoria y la imagen <strong>de</strong> la esposa <strong>de</strong> Cristo, que ni<br />

un instante se apartaron ambas <strong>de</strong> su cerebro durante la campaña. Sin embargo mientras<br />

fue soldado la pureza <strong>de</strong> sus pensamientos era tal y tan gran<strong>de</strong> la fuerza <strong>de</strong>l respeto, que<br />

sus afectos parecían más bien un apasionado fervor místico que afición ordinaria entre<br />

dos seres humanos.<br />

- XI -<br />

Pero <strong>de</strong>spués que volvió <strong>de</strong> la campaña y se puso <strong>de</strong> nuevo, aunque no por razón <strong>de</strong><br />

oficio, la malhadada sotana <strong>de</strong> su niñez, Tilín no era el mismo, al menos en la forma. Ya<br />

hemos dicho que había perdido su timi<strong>de</strong>z; mas con ella perdió la <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za y aquellas<br />

formas <strong>de</strong> [108] respetuoso culto con que antaño solía expresar sus pasiones o velarlas,<br />

dándoles apariencia dulce y simpática, y ahora <strong>de</strong>spuntaba en él una brutalidad<br />

<strong>de</strong>sapacible, una expresión ruda y <strong>de</strong>sentonada, cual si <strong>de</strong>sapareciese todo lo que dan la


educación, el trato, el tiempo, los lugares y no quedase más que la obra pura y tosca <strong>de</strong><br />

la Naturaleza.<br />

Es preciso consi<strong>de</strong>rar que aquel hombre <strong>de</strong> pasiones ardientes, criado <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un<br />

convento <strong>de</strong> monjas, amoldado en el hueco <strong>de</strong> una sacristía tan violentamente como<br />

podría amoldarse una espada <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un cáliz, había roto su clausura, había ido a los<br />

campos <strong>de</strong> batalla, frecuentando el trato <strong>de</strong> soldados, hombres <strong>de</strong> mundo y bandidos;<br />

que había vivido en la in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l guerrillero y <strong>de</strong>l salvaje consumando<br />

diariamente actos <strong>de</strong> valor, ensoberbeciéndose con un éxito constante, y aprendiendo a<br />

practicar la vida <strong>de</strong> las pasiones libres y sin artificio, porque el guerrillero es atrevido,<br />

brutal, cruel; pero es verda<strong>de</strong>ro en sus sentimientos, lleva su corazón <strong>de</strong>snudo como su<br />

espada, no engaña a nadie más que al enemigo, porque así lo reclama su oficio, y es un<br />

tipo <strong>de</strong>l adalid <strong>de</strong> las primitivas socieda<strong>de</strong>s, luchando por un pedazo <strong>de</strong> suelo.<br />

Consi<strong>de</strong>rando esto, se compren<strong>de</strong>rá que Tilín guerrero, no podía ser el mismo Tilín <strong>de</strong><br />

marras. [109]<br />

En efecto; Sor Teodora notó que no la miraba como antes; que no le hablaba en el<br />

mismo tono que antes; que sus pensamientos eran más audaces; que se expresaba con<br />

más <strong>de</strong>senfado. Había en todo él cierta claridad <strong>de</strong>slumbradora y relampagueante, que<br />

hacía daño a la vista; un no sé qué <strong>de</strong> franqueza y <strong>de</strong>sembozo que causaba miedo. Pero<br />

Sor Teodora, fanatizada por la guerra, a que atendía con tanto interés, no alcanzaba a<br />

penetrar la razón <strong>de</strong> esta soltura <strong>de</strong> Tilín. Si alguna vez paró mientes en ello,<br />

consi<strong>de</strong>rolo como la <strong>de</strong>senvoltura propia <strong>de</strong> un soldado <strong>de</strong> Cristo, y pensó que aun<br />

perteneciendo a las milicias cristianas, han <strong>de</strong> ser los guerreros muy distintos <strong>de</strong> los<br />

monaguillos.<br />

Tilín trabajaba un día en la huerta. Sor Teodora se acercó y le dijo:<br />

-No se sabe nada <strong>de</strong> Manresa, Tilín. ¿Qué piensas tú <strong>de</strong> esto?<br />

-Yo no pienso nada, señora -dijo el voluntario realista, haciendo un movimiento<br />

homicida con el cuchillo <strong>de</strong> jardinero que en la mano tenía-. ¿Acaso yo puedo dar razón<br />

<strong>de</strong> la guerra? ¿No han creído que todo pue<strong>de</strong> hacerse sin mí?<br />

-Ha sido una injusticia. Ya te he dicho que la madre aba<strong>de</strong>sa piensa escribirle dos<br />

letras sobre esto a Jep <strong>de</strong>ls Estanys, y yo le he [110] escrito ya sobre el particular a doña<br />

Josefina Comerford.<br />

-Poco me importan a mí Jep y doña Josefina -replicó Tilín, poniéndose ceñudo- pues<br />

estoy <strong>de</strong>cidido a hacerme justicia. ¿Piensa la señora que voy a volver a la sacristía <strong>de</strong><br />

San Salomó?<br />

-No, eso no; no faltaría más. Tu vocación y tu ardor guerrero te llevan a ser general,<br />

y lo serás, sí; ya la historia se ocupará <strong>de</strong> general Tilín.<br />

-General o no, yo me vengaré -dijo Pepet con fiereza.<br />

-La venganza es cosa mala, Tilín, muy mala.<br />

Esto <strong>de</strong>cía con unción la monja que tanto se entusiasmaba con batallas y guerras.


-Será cierto; pero yo necesito vengarme. El hombre bueno se volverá malo tal vez;<br />

pero ¿quién tiene la culpa?<br />

-No hables <strong>de</strong> malda<strong>de</strong>s. Es preciso que tú seas siempre bueno. Algunos guerreros<br />

han sido santos.<br />

-Yo no seré santo, señora, yo no seré santo, no quiero ser santo -afirmó Tilín con<br />

ruda franqueza-. Aunque quisiera serlo no podría.<br />

-¿Por qué? -preguntó la monja disponiéndose a dar a su protegido una lección <strong>de</strong><br />

teología. [111]<br />

-Porque cada uno nace para lo que nace. ¡Santo yo! -dijo Tilín dando un gran suspiro<br />

y sentándose con muestras <strong>de</strong> cansancio-. Mi corazón ar<strong>de</strong> como una hoguera que no se<br />

pue<strong>de</strong> <strong>de</strong> ningún modo apagar. Quise ser soldado y apenas empecé a serlo me ataron las<br />

manos. Es fuerza que este volcán estalle por alguna parte y no hay duda que estallará.<br />

Luego acercose a Sor Teodora y con acento terrible, le dijo sin alzar los ojos:<br />

-Señora, yo no lo puedo remediar; yo haré barbarida<strong>de</strong>s, haré estragos y quizás mi<br />

memoria sea maldita.<br />

-¿Por qué? ¡Pepet, estoy aterrada!... Explícame eso -dijo la religiosa poniéndose<br />

pálida y juntando las manos.<br />

-¿Por qué?... porque ambiciono mucho, y todo lo que ambiciono es imposible. Me<br />

faltan alas, me sobra espacio.<br />

-Pues no ambiciones tanto.<br />

-No puedo, no puedo.<br />

Su acento era el <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sesperación.<br />

-¡Qué locura!<br />

-¡Todo es imposible! ¿Cree la señora que me satisface esa guerra mezquina, guerra<br />

<strong>de</strong> estúpidos y <strong>de</strong> salteadores?... No; yo no quiero mandar somatenes, sino ejércitos. Yo<br />

adoro el estruendo, las gran<strong>de</strong>s marchas, la fatiga, el [112] polvo <strong>de</strong> los campos, el calor<br />

horrible, las hambres, la gloria <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s jornadas, los inmensos peligros, la<br />

embriaguez <strong>de</strong> la matanza, las astucias, las sorpresas, las ban<strong>de</strong>ras alzadas sobre los<br />

montones <strong>de</strong> muertos...<br />

-¡Qué horror! -exclamó la monja cubriéndose el rostro con las manos.<br />

-Yo adoro todo eso... ¿Qué puedo esperar <strong>de</strong> esta guerra que no tiene más objeto que<br />

el robo, ni más móvil que la envidia? Bien lo <strong>de</strong>cía yo: mi época ha pasado. ¡Ay <strong>de</strong> mí!<br />

Me atrasé en el nacer; todo lo posible es ridículo, y todo lo gran<strong>de</strong>, señora, es tan<br />

imposible para mí como poner en el cielo mis manos <strong>de</strong> barro miserable.


Diciendo esto, se llevó el puño a la cabeza y se hubiera arrancado un mechón <strong>de</strong><br />

cabellos, si su cabello cortado a lo militar tuviera mechones.<br />

-Después <strong>de</strong> esta guerra vendrá otra más gran<strong>de</strong> -dijo la religiosa tomando el tono<br />

sibilino que tan gran<strong>de</strong> impulso había dado a la vocación <strong>de</strong> Tilín- vendrán cosas<br />

estupendas, y pasarás <strong>de</strong> esta esfera mezquina <strong>de</strong> los somatenes a la esfera <strong>de</strong> las<br />

gran<strong>de</strong>s acciones <strong>de</strong> guerra.<br />

-No, no, no -gritó Tilín, y cada no parecía en su boca como un golpe <strong>de</strong> maza; tal era<br />

la energía con que los pronunciaba. [113]<br />

-Vendrá...<br />

-No vendrá nada... Delante <strong>de</strong> este sacristán <strong>de</strong>stituido no hay más que imposibles,<br />

imposibles, imposibles. No es sólo el <strong>de</strong> la guerra.<br />

-¿Cuál otro?<br />

-Otro.<br />

Tilín volvió su rostro, y Sor Teodora se echó a reír.<br />

-Me causan risa tus ardores, Tilín -le dijo-. Apostamos a que al fin y al cabo, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> tanto <strong>de</strong>lirio, acabas por renunciar a las glorias <strong>de</strong>l mundo y te consagras a servir a<br />

Dios en la sacristía <strong>de</strong> las pobrecitas monjas cascabeleras.<br />

-Eso no, eso no, eso no -exclamó Tilín, soltando sus palabras como gemidos <strong>de</strong><br />

agonía-. Jamás, señora; yo no puedo continuar en San Salomó.<br />

-¡Ya no nos quieres, pícaro!<br />

-¡Oh!... no es eso... -dijo Tilín, enternecido súbitamente-. Yo no puedo seguir aquí;<br />

soy muy malo y no me puedo vencer. El valiente es cobar<strong>de</strong> consigo mismo. ¡Yo en<br />

esta casa, en la casa <strong>de</strong> Dios y <strong>de</strong> la religión!...<br />

Pepet hundió su cabeza, mirando tan <strong>de</strong> cerca un hoyo que <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él estaba<br />

abierto, que parecía querer enterrarse vivo. Arrojó <strong>de</strong> su pecho varios suspiros cual si<br />

quisiera expulsar <strong>de</strong> su cuerpo la vida. [114]<br />

-Adiós, Tilín -dijo la madre dando algunos pasos hacia el claustro.<br />

La monja se separó <strong>de</strong> él. Tilín la vio alejarse y no le dijo nada. Después abandonó<br />

las herramientas <strong>de</strong>l jardín para ir a la sacristía, ponerse su uniforme y salir a la calle.<br />

Largo rato estuvo platicando <strong>de</strong> cosas indiferentes con el sacristán sustituto. Cuando<br />

salió, vestido ya su gallardo uniforme, era casi <strong>de</strong> noche. Las monjas se retiraban a sus<br />

celdas y veíanse sombras blancas que se perdían en el claustro, y oíase rumor <strong>de</strong><br />

perezosos rezos. Tilín quiso hablar a la aba<strong>de</strong>sa y dirigiose al vestíbulo <strong>de</strong> don<strong>de</strong> partía<br />

la escalera. Todo estaba oscuro. Vio <strong>de</strong>lante una figura que entraba <strong>de</strong>l claustro para<br />

pasar al coro. Tilín la <strong>de</strong>tuvo; Sor Teodora lanzó una exclamación <strong>de</strong> sorpresa, y antes


que pudiese <strong>de</strong>cir una palabra, cayó <strong>de</strong> rodillas ante ella el sacristán guerrillero, y como<br />

un reo que pi<strong>de</strong> perdón, exclamó con voz profunda y sofocada:<br />

-¡Madre, mujer, Sor Teodora...! por Dios, quiéreme.<br />

La hermosa dama se quedó estática y muda; tanto le sorprendieron el tono y la voz<br />

<strong>de</strong>l sacristán soldado.<br />

-¡Tilín!... ¡Jesús!... -murmuró.<br />

Y Tilín repitió con loco ardor.<br />

-¡Quiéreme, quiéreme! [115]<br />

Su voz temblaba. Después se levantó y tendiendo sus brazos sin atreverse a tocarla,<br />

acercó su boca al oído <strong>de</strong> Sor Teodora y a media voz dijo estas palabras:<br />

-Monja, yo te amo.<br />

-¡Jesús Crucificado, ampárame! -gritó la esposa <strong>de</strong> Cristo llevándose las manos a la<br />

cabeza-. ¡Satanás, perro maldito, vete!...<br />

Quiso huir. Sintió que sujetaban su hábito. Dio un nuevo grito. Oyéronse pasos y una<br />

voz que <strong>de</strong>cía: «¿Quién está ahí?».<br />

Dos monjas que llegaron vieron a Sor Teodora acongojada y trémula. ¿Había tenido<br />

una visión? Sensiblemente turbada parecía; pero con un vaso <strong>de</strong> agua la volvieron a su<br />

prístino ser. Tilín había <strong>de</strong>saparecido.<br />

- XII -<br />

Largo rato estuvo la madre sin volver <strong>de</strong> su espanto, aterrada y sobrecogida,<br />

sintiendo sobre su alma un peso colosal y una opresión tan angustiosa en su pecho que<br />

apenas podía respirar, y todo lo veía negro y rojo, como si se hallara bajo las pavorosas<br />

bóvedas <strong>de</strong>l Infierno. La inaudita revelación, tan [1<strong>16</strong>] sacrílega como infame, había<br />

producido en su espíritu una sacudida espantosa como la que produciría un reclamo<br />

verbal <strong>de</strong>l mismo Satanás, reclutando gente para sus cal<strong>de</strong>ras. No obstante el espíritu <strong>de</strong><br />

la buena religiosa estaba absolutamente limpio <strong>de</strong> pecado en aquel negocio, y ni con<br />

fugaz i<strong>de</strong>a, ni con vano pensamiento era cómplice <strong>de</strong> la execrable pasión <strong>de</strong> Armengol.<br />

Por el contrario el atrevido sacristán representósele <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel instante como un ser<br />

aborrecible, digno <strong>de</strong> los más crueles castigos.<br />

El primer cuidado <strong>de</strong> la dama aquella noche <strong>de</strong>spués que se retiró a su celda fue<br />

rezar, implorando la misericordia <strong>de</strong> Dios, no en pro <strong>de</strong> ella misma, que en aquel caso<br />

no la necesitaba, sino en pro <strong>de</strong>l miserable extraviado que con sus livianos<br />

pensamientos y <strong>de</strong>seos faltaba horriblemente a la ley divina y profanaba el santo asilo


<strong>de</strong> las castas esposas <strong>de</strong> Jesucristo. Aun se pue<strong>de</strong> tener por seguro que Sor Teodora <strong>de</strong><br />

Aransis se dio una buena tanda <strong>de</strong> azotes y se puso silicio (8) , mortificaciones ambas que<br />

habrían caído mejor en el cuerpo <strong>de</strong>l bárbaro criminal que en el <strong>de</strong> la mujer inocente. La<br />

causa <strong>de</strong> esta severidad con sus propias carnes era que se creía culpable por otro<br />

concepto, y como culpable, digna <strong>de</strong> castigo. Veamos la opinión que formó <strong>de</strong> sí<br />

misma. [117]<br />

Dos o tres horas llevaba <strong>de</strong> oración y recogimiento <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l tremendo suceso,<br />

cuando ocurriole <strong>de</strong> súbito una i<strong>de</strong>a que le pareció sorpren<strong>de</strong>nte por lo juiciosa y<br />

atinada. En efecto, aquella i<strong>de</strong>a encerraba una lógica profunda. Según esta, lo que había<br />

pasado a Sor Teodora, las infernales palabras que había oído, aquel brutal hombre que<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sí había visto, horrorizándola con su <strong>de</strong>lirio, no eran otra cosa que un castigo<br />

provi<strong>de</strong>ncial por su <strong>de</strong>testable afición a las guerras religiosas. La noble conciencia <strong>de</strong> la<br />

dama iluminose con esta i<strong>de</strong>a, y comprendió que era contrario a la religión, a la<br />

severidad monástica y a las leyes más elementales <strong>de</strong>l amor <strong>de</strong> Dios su afán por las<br />

luchas <strong>de</strong> los hombres y aquel su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> ver triunfar al son <strong>de</strong> trompetas, cajas,<br />

cañonazos y gemidos <strong>de</strong> moribundos la mansa Fe católica.<br />

Sí, castigo era por haber olvidado la ley <strong>de</strong> Dios y la santidad <strong>de</strong> la or<strong>de</strong>n,<br />

contribuyendo a inflamar las pasiones <strong>de</strong> los hombres. ¿Qué era Tilín sino la<br />

personificación monstruosa <strong>de</strong> aquella misma guerra salvaje, <strong>de</strong> aquel bando osado,<br />

violento, sedicioso, rebel<strong>de</strong> a toda ley? Sí, ella había consagrado a la infame hidra la<br />

vehemencia, el interés, las simpatías y aun el amor que <strong>de</strong>bía a su esposo, y en castigo<br />

<strong>de</strong> esta infi<strong>de</strong>lidad, el ofendido [118] consorte había permitido que la infame hidra se<br />

volviese contra ella y la hiriera con una <strong>de</strong> sus más ponzoñosas garras. Bien, muy bien,<br />

la lógica <strong>de</strong> este razonamiento irradiaba en la conciencia <strong>de</strong> la noble mujer como un<br />

reflejo <strong>de</strong> verdad divina.<br />

Consecuencia inmediata <strong>de</strong> tal lógica fueron los azotes que la religiosa se administró,<br />

maltratando tan sin piedad sus hermosos hombros y espaldas, que si alguien la viera se<br />

habría apresurado a impedir tal <strong>de</strong>safuero contra la belleza y contra una <strong>de</strong> las más<br />

seductoras obras <strong>de</strong>l Autor <strong>de</strong> todas las cosas y carnes. Parte <strong>de</strong> la noche estuvo en vela<br />

la madre, orando con fervor, y al día siguiente púsolo todo en conocimiento <strong>de</strong> su<br />

confesor, <strong>de</strong> quien recibió absolución completa y los más saludables consuelos.<br />

Más tranquila <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l acto religioso, Sor Teodora rogó a la madre aba<strong>de</strong>sa que la<br />

impusiera una tarea cualquiera aunque fuese <strong>de</strong> las más penosas. La madre aba<strong>de</strong>sa<br />

mandole que barriese todo el claustro, y apenas cogiera Sor Teodora la escoba para dar<br />

principio a su obra, vio aparecer a Tilín, que <strong>de</strong> la sacristía salió con una espuerta <strong>de</strong><br />

herramientas y algunos pedazos <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. Pareciole tan horrible y repugnante, que<br />

bien pudo conocer Pepet el espanto que causaba en el ánimo <strong>de</strong> la [119] señora. Quiso<br />

esta retirarse pero él le dijo:<br />

-Una palabra, señora, pues va en ello la salvación <strong>de</strong> mi alma.<br />

¡La salvación <strong>de</strong> su alma! Esto era motivo bastante para no huir. A veces una palabra<br />

basta a llenar <strong>de</strong> gracia un corazón y salvar un alma. Si ella podía <strong>de</strong>cir esa palabra, ¿por<br />

qué no <strong>de</strong>cirla? La <strong>de</strong> Aransis no era gazmoña.


-La madre aba<strong>de</strong>sa me ha mandado que clave estas tablas en la puerta -dijo Tilín-.<br />

Dios me <strong>de</strong>para por un instante la compañía <strong>de</strong> la persona que más amo en el mundo.<br />

Señora, si usted no me oye y se va...<br />

Al <strong>de</strong>cir esto, Tilín fijó sus ojos <strong>de</strong> fuego en el semblante <strong>de</strong> la asustada monja, y al<br />

mismo tiempo mostró un cuchillo enorme que con las otras herramientas tenía.<br />

-¿Qué?... -murmuró ella.<br />

-Si usted se va y no me oye, ahora mismo me parto el corazón con este cuchillo y<br />

acabo para siempre.<br />

Diciéndolo mostraba el filo <strong>de</strong>l arma.<br />

Sor Teodora tembló <strong>de</strong> espanto y no se atrevió a moverse. Veía a Tilín en las agonías<br />

<strong>de</strong> la muerte; veía el convento manchado por la sangre <strong>de</strong> un suicida, y el horrible<br />

escándalo que había <strong>de</strong> seguir a este hecho. Más muerta que viva tomó su escoba y se<br />

puso a barrer a pocos pasos <strong>de</strong>l dragón. [1<strong>20</strong>]<br />

-Señora -dijo este tomando un martillo-. Yo haré por vencerme; pero es precisa<br />

condición que usted no huya <strong>de</strong> mí.<br />

-Malvado -exclamó la monja, recobrando <strong>de</strong> pronto su energía- si no temiera ofen<strong>de</strong>r<br />

a Dios, aquí mismo te rompía la cabeza con este palo. ¿Quién te inspiró tan infames<br />

i<strong>de</strong>as? ¿De ese modo pagas los beneficios que has recibido en esta casa? Sin duda estás<br />

dominado por Satanás. Ar<strong>de</strong>rás en los infiernos si no te <strong>de</strong>tienes a tiempo.<br />

Y diciendo esto barría.<br />

-Ar<strong>de</strong>ré con gusto si ar<strong>de</strong>mos juntos -replicó Tilín, que lanzado por los <strong>de</strong>speña<strong>de</strong>ros<br />

<strong>de</strong>l sacrilegio, no podía <strong>de</strong>tenerse-. Yo no soy como ningún otro, señora. Veneno y<br />

fuego corren ya por mis venas.<br />

-Maldito, para todos hay misericordia; pí<strong>de</strong>la y se te dará.<br />

-No la quiero sin usted... ¿Por qué soy maldito? Porque amo. ¿Quién ha hecho los<br />

corazones sino Dios? Si usted estuviera fuera <strong>de</strong> esta casa, ¿qué mal habría en que<br />

correspondiera a mi cariño?... Mi cariño es ahora salvaje y loco... pero sería dulce y<br />

tranquilo si no hallara tantas espinas cuando se acerca a su objeto. Todo el mal consiste<br />

en que es usted monja, en que viste un hábito, en que hizo votos... ¡Ay, señora! hace<br />

doce años, cuando [121] le cortaron a usted el cabello... yo era niño y usted era ya una<br />

mujer que podía haberse casado con cualquier hombre... Pues digo que cuando le<br />

cortaron a usted el cabello sentí que una espada fría me atravesaba el corazón. Des<strong>de</strong><br />

aquel instante la quiero a usted y la adoro más que si estuviera en los altares.<br />

Sor Teodora iba a contestar, pero no pudo y siguió barriendo.<br />

-Eso <strong>de</strong> ser monja -añadió Tilín, clavando un clavo- es lo que me atormenta. Yo digo<br />

que a veces es Satanás quien hace los conventos. Este por lo menos obra suya es... No<br />

me hable usted <strong>de</strong> Dios, ni me llame irreligioso, ni sacrílego... todo eso será verdad, será


verdad; pero no quiero oírlo... Demasiado me atruena la tempestad que zumba en mis<br />

oídos... Hay un medio <strong>de</strong> cortar este mal, señora -añadió suspendiendo su obra y<br />

mirando a la monja con fijeza y una especie <strong>de</strong> éxtasis <strong>de</strong>leitoso, que le hacía poner los<br />

ojos en blanco-; hay un medio. Usted que es tan santa, usted que conseguirá <strong>de</strong> Dios<br />

cuanto le pida, pídale que le arranque esa soberana hermosura, que le apague la luz <strong>de</strong><br />

esos ojos divinos, que le quite esa gracia y ese encanto hechicero prestado por los<br />

ángeles <strong>de</strong>l cielo, que le prive <strong>de</strong> ese noble continente y <strong>de</strong> ese modo <strong>de</strong> mirar, el cual<br />

parece que va repartiendo dones don<strong>de</strong> [122] quiera que vuelve los ojos, pídale usted<br />

esto, y entonces... no entonces tampoco <strong>de</strong>jaré <strong>de</strong> quererla, tampoco entonces.<br />

Sor Teodora volvió el rostro. Creía sentirse estrangulada por una serpiente que se<br />

enroscaba en su cuello.<br />

-Este miserable no tiene salvación -pensó-. Abandonémosle.<br />

Y dio algunos pasos para alejarse.<br />

-Señora -gritó Tilín lleno <strong>de</strong> <strong>de</strong>specho- nos veremos, nos veremos cuando usted<br />

menos lo piense.<br />

Esta audaz <strong>de</strong>spedida, que era una amenaza, <strong>de</strong>spertó tal cólera en el ánimo <strong>de</strong> la <strong>de</strong><br />

Aransis, que se volvió y dijo:<br />

-¿Pues qué, menguado y vil hombrecillo, todavía esperas que he <strong>de</strong> tolerar una vez<br />

más tus groserías? Yo te juro que es hoy el último día que pondrás los pies en esta casa.<br />

-Eso dicen, señora. Ya me ha mandado la madre aba<strong>de</strong>sa que no vuelva más, porque<br />

el capellán se ha quejado <strong>de</strong> mis entradas aquí.<br />

-¿Lo ves, lo ves, execrable víbora?<br />

-Sí; ya me han prohibido la entrada, y en cuanto clave esta puerta adiós para siempre<br />

San Salomó, mi querido San Salomó, don<strong>de</strong> está mi vida toda... Pero volveré, señora, yo<br />

juro a usted que me verá cuando y don<strong>de</strong> menos lo piense. Esto no se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar. [123]<br />

La monja sintió que su terror se aumentaba. La imagen <strong>de</strong>testable <strong>de</strong> Tilín se le<br />

representó lo mismo que el terrible individuo que está a los pies <strong>de</strong> San Miguel.<br />

-Volveré -repitió Tilín levantándose y recogiendo las herramientas-. Hasta luego,<br />

señora... No se digna mirar al pobre con<strong>de</strong>nado. Señora...<br />

La monja se alejaba rápidamente. Huía como se huye <strong>de</strong>l monstruo más horrendo.<br />

-Sí... me con<strong>de</strong>naré... -murmuró Tilín-. Ya estoy con<strong>de</strong>nado... Sí, ya lo estoy; si ya<br />

no puedo salvarme.<br />

El sacristán guerrero estaba tan absorto en sus pensamientos que no vio a la madre<br />

aba<strong>de</strong>sa que hacia él venía.


-Tilinillo -le dijo la señora- antes que te vayas arregla el emparrado <strong>de</strong> la huerta. Ya<br />

ves que con el peso <strong>de</strong> los racimos y lo mucho que ha crecido la vid amenaza caerse uno<br />

<strong>de</strong> los palos y rompernos la crisma el día menos pensado. Ponle un par <strong>de</strong> clavos y nada<br />

más.<br />

-Ya había pensado en ello, señora. Voy a traer la escalera gran<strong>de</strong> que hay en la<br />

iglesia. Compondré el emparrado y también daré una mano <strong>de</strong> cal a las tejas <strong>de</strong>l palomar<br />

que se están cayendo.<br />

-Bien, hombre, bien, todo se te ocurre -dijo la madre entusiasmada con la previsión<br />

[124] <strong>de</strong>l sacristán soldado-. Yo no tendría inconveniente en que siguieras entrando<br />

aquí. ¿Qué importa? Tú eres bueno; te hemos criado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> niño... sabes respetarnos y<br />

nos quieres mucho... pero el señor capellán me ha dicho hoy que esto no pue<strong>de</strong><br />

consentirse...tiene razón... no pue<strong>de</strong> consentirse... y hoy te <strong>de</strong>spedirás <strong>de</strong> nosotras. Pero<br />

vendrás a vernos por el locutorio, ¿no es verdad?<br />

-Sí, señora; volveré por el locutorio.<br />

-Espero que otra vez tomarás parte en la campaña. ¡Qué injusto ha sido contigo ese<br />

bribón <strong>de</strong> Pixola! Ya le he escrito a Jep... Por las espinas <strong>de</strong> Cristo que es un dolor ver<br />

oscurecido a militar tan valiente. Es lástima que no hayas ido a Manresa.<br />

-Aún es tiempo: iré.<br />

-¿Con la gente <strong>de</strong> aquí?<br />

-Con la gente <strong>de</strong> aquí o conmigo solo.<br />

Y sin más razones fue a buscar la escalera. Viósele <strong>de</strong>spués sobre el emparrado,<br />

sobre el palomar y andando por el filo <strong>de</strong> la gran tapia. Parecía el gato <strong>de</strong> San Salomó<br />

recorriendo sus dominios. Después se encerró largo rato en la leñera, sala baja que antes<br />

<strong>de</strong> la embestida <strong>de</strong> los franceses fue refectorio y pasando a trastera estaba<br />

completamente atestada <strong>de</strong> restos <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y <strong>de</strong> retama para los hornos <strong>de</strong> bollos. Allí<br />

estuvo Pepet revolviendo todo en [125] busca <strong>de</strong> no sabemos qué materiales para la<br />

obra magna que pensaba hacer en el palomar. Gran<strong>de</strong> fue su tarea; pero al anochecer dio<br />

todo por concluido, y puesto el uniforme y <strong>de</strong>spidiéndose <strong>de</strong> las monjas, salió <strong>de</strong>l<br />

convento.<br />

- XIII -<br />

Había <strong>de</strong>cidido poner fin a aquel estado <strong>de</strong> <strong>de</strong>stierro y vergonzosa inacción en que le<br />

tenía el envidioso Abres y correr a compartir las fatigas y las glorias <strong>de</strong>l ejército<br />

apostólico junto a los muros <strong>de</strong> Manresa. ¿Qué le importaba la <strong>de</strong>saprobación <strong>de</strong> su jefe<br />

inmediato? Él hallaría modo <strong>de</strong> congraciarse con Jep <strong>de</strong>ls Estanys, y si no lo lograba<br />

obraría por cuenta propia organizando un somatén libre que levantara una ban<strong>de</strong>ra<br />

enfrente <strong>de</strong> todas las ban<strong>de</strong>ras habidas y por haber; y si no conseguía esto tampoco se


sometería al fallo <strong>de</strong> la Junta Suprema para que le fusilase, le quemase, le <strong>de</strong>scuartizase<br />

o hiciera con él todo lo que una Junta Suprema pue<strong>de</strong> hacer con un oficial rebel<strong>de</strong>.<br />

Su osadía no reparaba en consi<strong>de</strong>ración alguna, [126] y tanto <strong>de</strong>sprecio le inspiraba<br />

la disciplina como el peligro.<br />

Concertose aquella misma tar<strong>de</strong> con dos docenas <strong>de</strong> amigos, gente que nada tenía<br />

que per<strong>de</strong>r, <strong>de</strong> esa que lo mismo sirve para lances heroicos que para las empresas más<br />

<strong>de</strong>salmadas, y al cerrar la noche salieron todos <strong>de</strong> Solsona, sin dar cuenta a nadie,<br />

resueltos a no parar hasta Manresa.<br />

Deseaba Tilín acometer con los suyos una empresa gran<strong>de</strong> y terriblemente difícil,<br />

cosa en verdad más posible en pensamiento que en realidad, por no ser aquellos tiempos<br />

propios para ninguna especie <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>zas como no fueran las gran<strong>de</strong>zas <strong>de</strong> la<br />

vulgaridad. Hallándose su alma empapada, digámoslo así, en tan sublime i<strong>de</strong>a forzó la<br />

marcha para llegar pronto, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> andar sin <strong>de</strong>scanso por espacio <strong>de</strong> una noche y<br />

un día, apartándose <strong>de</strong> los caminos más frecuentados, llegó a San <strong>Mateo</strong> <strong>de</strong> Bagés,<br />

don<strong>de</strong> supo que las tropas y somatenes <strong>de</strong> la causa apostólica estaban sobre Manresa,<br />

aguardando el momento <strong>de</strong> la entrada, el cual no iba a <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>r <strong>de</strong> sangrientas peleas ni<br />

<strong>de</strong> empeñados asaltos, sino <strong>de</strong>l soborno <strong>de</strong> la guarnición <strong>de</strong> la plaza. Decir cuánto enfrió<br />

esta noticia el ánimo <strong>de</strong> Tilín fuera inútil conociéndose sus bríos indomables y su<br />

natural violento y <strong>de</strong>spótico para quien el empleo <strong>de</strong> la fuerza era una necesidad, [127]<br />

una <strong>de</strong>licia y la única razón y lógica posibles.<br />

Resolvió ante todo presentarse al general en jefe a quien había escrito una carta muy<br />

expresiva la madre aba<strong>de</strong>sa, y manifestarle que no podía servir a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Pixola,<br />

porque Pixola era un hombre rastrero, vil, envidioso. Después pensaba pedirle el puesto<br />

<strong>de</strong> más peligro en los próximos combates, para borrar con un comportamiento heroico<br />

sus faltas <strong>de</strong> disciplina.<br />

En San Fructuoso <strong>de</strong> Bagés halló Tilín al comandante general <strong>de</strong> los sublevados, el<br />

hombre <strong>de</strong> confianza <strong>de</strong> la Junta, el brazo <strong>de</strong> aquella inmensa intriga <strong>de</strong> canónigos<br />

inquietos, <strong>de</strong> inquisidores cesantes y <strong>de</strong> seglares sin empleo que tenía su centro en<br />

Madrid, no se sabe si en la sociedad <strong>de</strong>l Ángel Exterminador (cuya existencia no está<br />

históricamente <strong>de</strong>mostrada) o en el misterioso cuarto <strong>de</strong>l infante D. Carlos.<br />

D. José Bussons, llamado vulgarmente Jep <strong>de</strong>ls Estanys, era un guerrillero anciano,<br />

seco, pequeño, pero fuerte y ágil todavía, <strong>de</strong> carácter violento y agrio. Hablaba poco,<br />

reía menos y era el hombre más blasfemo <strong>de</strong> Cataluña, y aun pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse <strong>de</strong> toda la<br />

cristiandad; pero esto no era obstáculo para que los píos autores <strong>de</strong> la rebelión hicieran<br />

<strong>de</strong> él [128] el Josué <strong>de</strong> la guerra apostólica, por aquello <strong>de</strong> operibus credite non verbis.<br />

Y las obras <strong>de</strong> Jep eran las más propias para <strong>de</strong>spertar entusiasmo entre la genta oscura<br />

y envidiosa que rumiaba su <strong>de</strong>scontento en claustros, sacristías y camarillas episcopales,<br />

porque poseía el instinto <strong>de</strong> la organización bélica y había establecido la práctica <strong>de</strong> que<br />

las gavillas <strong>de</strong> la Fe rezasen el rosario entre batalla y batalla. De la conciencia privada,<br />

digámoslo así, <strong>de</strong> Jep <strong>de</strong>ls Estanys pue<strong>de</strong> juzgarse por el hecho inaudito <strong>de</strong> recibir a<br />

bofetadas a los sacerdotes que quisieron prestarle los auxilios espirituales cuando fue<br />

con<strong>de</strong>nado a muerte en el sangriento epílogo <strong>de</strong> aquella campaña.


Según <strong>de</strong>claró en su último instante, había estado diez y ocho veces en la cárcel por<br />

diferentes crímenes, aunque los principales, dicho sea en disculpa suya, eran <strong>de</strong>litos <strong>de</strong><br />

contrabando. Su educación guerrera la hizo en las gloriosas peleas contra el fisco, y sus<br />

primeros laureles los ganó pasando géneros prohibidos. De esta escuela pasó a la <strong>de</strong> la<br />

guerra <strong>de</strong> la In<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia, saltando <strong>de</strong> contrabandista a coronel. Guerreó más tar<strong>de</strong><br />

contra los constitucionales, ganando una pensión vitalicia <strong>de</strong> veinte mil reales con que<br />

el Rey quiso premiar méritos tan sobresalientes. Detestaba la vida pacífica y normal <strong>de</strong><br />

las ciuda<strong>de</strong>s y el [129] noble trabajo <strong>de</strong> la industria. Su más grata mansión era el campo,<br />

su <strong>de</strong>scanso el cansancio, su cama las duras peñas; tan bien vivía bajo un sol abrasador<br />

como sobre nieves y hielos, con tal que no le faltase un pedazo <strong>de</strong> pan y un tomate<br />

crudo para <strong>de</strong>sayunarse. Cuando no había guerra era preciso, según él, inventarla,<br />

conformándose en esto con el pensamiento <strong>de</strong> Voltaire respecto a Dios.<br />

No era ambicioso <strong>de</strong> riquezas; inquietábale un afán insaciable, que según unos era el<br />

afán <strong>de</strong> hacer daño. Despreciaba las penalida<strong>de</strong>s y sabía cómo se conciliaba el sueño en<br />

los calabozos, lugares <strong>de</strong> comodidad y regalo para quien había aprendido a dormir a<br />

caballo o en la rama <strong>de</strong> un árbol. Tenía la audacia y la presteza <strong>de</strong>l cernícalo, así como<br />

su crueldad. Su cara era seca, áspera y arrugada como un pedazo <strong>de</strong> leña vieja.<br />

Cuando se ofrece a la contemplación <strong>de</strong> nuestros lectores, vestía uniforme <strong>de</strong><br />

voluntario realista sin cruces ni insignias, no llevando el ingente chacó con que se<br />

<strong>de</strong>coraban los individuos <strong>de</strong> aquel cuerpo, sino la montera catalana doblada hacia<br />

a<strong>de</strong>lante, como la usaban la mayor parte <strong>de</strong> las tropas. A estas las trataba<br />

caprichosamente, siendo unas veces severo con las faltas, y otras muy tolerante, según<br />

estaba <strong>de</strong> humor. La buena estrella [130] <strong>de</strong> Tilín quiso que este fuese bueno aquel día,<br />

y así <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> observarle <strong>de</strong> pies a cabeza, le dijo el general:<br />

-¡Ah! eres tú el que se ha criado en las faldas <strong>de</strong> las monjas... Bien, bien. Ya sé que<br />

eres valiente. A mí me gustan los hombres valientes sobre todo. A mí también me<br />

criaron monjas. Mi madre era criada <strong>de</strong> las madres <strong>de</strong>l monte Olivete en Tortosa... Pero<br />

esto no hace al caso.<br />

-Lo que pido a vuecencia -dijo Tilín con entereza- es que me conceda el puesto <strong>de</strong><br />

mayor peligro en la toma <strong>de</strong> Manresa. De este modo lavaré mi falta.<br />

-¿Qué falta? -preguntó Jep con asombro.<br />

-La <strong>de</strong> no haber obe<strong>de</strong>cido a Pixola. Yo quería tomar parte en la guerra y no estar<br />

mano sobre mano en Solsona.<br />

-¡Ah!... Ya sé que Pixola es un bruto. ¿Quién hace caso <strong>de</strong> Pixola? Has hecho<br />

perfectamente en venir aquí... ¿Y qué grado tienes?... ¿Nada menos que comandante?...<br />

Cuando esto se acabe rectificaremos todos los grados, y el Rey, cualquiera que sea, dará<br />

los premios que cada cual merezca... Mira, chico, ya que estás aquí, pue<strong>de</strong>s prestarme<br />

un servicio. Estos brutos no sirven para nada. Todavía están mis botas sin limpiar...<br />

Hace dos horas que están arreglando los [131] arneses <strong>de</strong> los caballos... Mira, Tilín,<br />

límpiame esas botas que están llenas <strong>de</strong> barro.<br />

El comandante general, calzado con alpargatas y sentado junto a una mesa sobre la<br />

cual garrapateaba un oficio, señaló sus botas que estaban arrojadas en un rincón <strong>de</strong> la


sala junto a un montón <strong>de</strong> ropa sucia. Viéndolas parecía que se veían los pies <strong>de</strong> un<br />

borracho. De un morral sacó Jep un cepillo y lo tiró al otro extremo <strong>de</strong> la sala.<br />

-Ya tienes lo necesario -dijo tomando la pluma con no poca dificultad-. ¿Conque tú<br />

quieres un puesto <strong>de</strong> peligro? Lo mismo fui yo en mi mocedad. ¡Un puesto <strong>de</strong> peligro!<br />

Eso es, o ser soldado o no serlo. Lo <strong>de</strong>más se <strong>de</strong>ja para las damas. El inconveniente,<br />

chiquillo, es que ahora no habrá puestos <strong>de</strong> peligro. Como nosotros guerreamos por<br />

ór<strong>de</strong>nes que vienen <strong>de</strong> muy alto; como a nosotros nos apoya parte <strong>de</strong> la corte si no toda<br />

ella, y hay un manejo secreto que hace inútiles las bayonetas, la guarnición <strong>de</strong> Manresa<br />

se rendirá. Allá <strong>de</strong>ntro hay unos nenes <strong>de</strong> sotana que harán más que todos los<br />

generales... Sin embargo, pue<strong>de</strong> que tengas don<strong>de</strong> lucirte. Has subido mucho, monago;<br />

veo que aquí cada uno se da a sí mismo los grados que le acomodan.<br />

Echose mano al bolsillo y sacando los trebejos <strong>de</strong> fumar, dijo: [132]<br />

-Mira Tilín, toma dos cuartos y vete a comprármelos <strong>de</strong> yesca. Doblas la esquina <strong>de</strong><br />

esta casa, y enfrente ves la lonja <strong>de</strong>l Alfarrás. Tráemela pronto, que quiero fumar...<br />

pronto digo: me gusta la gente <strong>de</strong> piernas ligeras.<br />

El soñador Tilín, cuyo cerebro hervía con el movimiento y bullicio <strong>de</strong> gloriosas<br />

batallas, sintió su corazón atravesado por una aguja <strong>de</strong> hielo y una sensación <strong>de</strong> caída<br />

semejante a la que tenemos cuando en sueños nos <strong>de</strong>speñamos <strong>de</strong> una alta cima sobre<br />

abismos sin fondo. Arrojó el cepillo con <strong>de</strong>sdén, y tomados los dos cuartos, salió<br />

diciendo para sí:<br />

-¡El Demonio me lleve! Ni esto es guerra, ni estos son soldados, ni esto es causa<br />

apostólica, ni esto es <strong>de</strong>cencia, ni esto es valor, sino una farsa inmunda.<br />

- XIV -<br />

Los intrigantes que <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> Manresa trataban <strong>de</strong> ganar a la tropa <strong>de</strong> línea no<br />

pudieron convencer a algunos oficiales <strong>de</strong> la ventaja que obtendrían en su carrera,<br />

pasándose a la insurrección. Estos oficiales eran hombres <strong>de</strong> honor que no se vendían<br />

por dinero, ni [133] tampoco por las promesas <strong>de</strong> salvación eterna. Pero los<br />

conspiradores lograron sobornar a algunos y a casi todos los sargentos <strong>de</strong>l regimiento <strong>de</strong><br />

la Reina, empleando entre otros argumentos el <strong>de</strong> que la Junta <strong>de</strong> Cataluña tenía po<strong>de</strong>res<br />

secretos <strong>de</strong>l Rey para sublevarse contra el mismo Rey. Al leer esta pestilente página <strong>de</strong><br />

nuestra historia es preciso tener mucha lástima <strong>de</strong> un soberano contra quien se<br />

sublevaba una parte <strong>de</strong>l reino, tomando su nombre. Pero la doblez ya proverbial <strong>de</strong>l hijo<br />

<strong>de</strong> Carlos IV autorizaba este procedimiento.<br />

Manresa tiene buena situación para una <strong>de</strong>fensa. Rodéala en gran parte <strong>de</strong> su circuito<br />

el río Cardoner, y su planta es enriscada, agria y tortuosa, y pendientes sus calles. Una<br />

guarnición pundonorosa la habría <strong>de</strong>fendido contra todas las bandas y somatenes que<br />

pue<strong>de</strong>n eruptar las cavernas <strong>de</strong>l Bruch, los bosques <strong>de</strong>l Ampurdán y las grietas <strong>de</strong> la<br />

Cerdaña. Pero la guarnición, salvo la oficialidad y un puñado <strong>de</strong> soldados, sucumbió a


las intrigas, no al plomo ni al fuego, y se <strong>de</strong>jó vencer por la astuta labia <strong>de</strong>l padre<br />

Vina<strong>de</strong>r, religioso mínimo, y <strong>de</strong>l reverendo doctor D. José Quinquer, domero mayor <strong>de</strong><br />

la Colegiata.<br />

En la noche <strong>de</strong>l 27 al 28 <strong>de</strong> Agosto penetraron <strong>de</strong> improviso las hordas apostólicas<br />

capitaneadas [134] por Jep <strong>de</strong>ls Estanys, Caragol y Pixola.<br />

Al grito <strong>de</strong> ¡Viva la religión! ¡Mueran los negros! Que es el grito que servía<br />

entonces para la consumación <strong>de</strong> todas las hazañas populares, fueron asaltadas muchas<br />

casas y ultrajadas multitud <strong>de</strong> personas que no eran todas liberales: la mayor parte<br />

habían incurrido en el <strong>de</strong>sagrado apostólico por la tolerancia <strong>de</strong> su realismo y la<br />

suavidad <strong>de</strong> su celo religioso. La ciudad fue al punto dominada por los payeses,<br />

voluntarios realistas y guerrilleros, que unían sus berridos a los <strong>de</strong> la plebe manresana<br />

ya sobornada para dar a aquel acto <strong>de</strong> civilización todo el esplendor posible.<br />

Los pocos soldados y los veinticinco oficiales leales se resistieron en el<br />

Ayuntamiento, dando ocasión a una refriega en la cual ambas partes se batieron<br />

valerosamente. Los leales hacían fuego <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los balcones, y los insurrectos intentaron<br />

varias veces el asalto. Dios sabe a qué extremo <strong>de</strong> encarnizamiento habrían llegado<br />

aquellos hombres si el comandante <strong>de</strong> la plaza no hubiera mandado a los suyos que se<br />

rindieran. Todo iba bien para los frailes, admirablemente; y con pocos heridos y menos<br />

muertos poseían una situación estratégica <strong>de</strong> grandísimo precio para dominar la<br />

montaña y tener en jaque a Barcelona. [135]<br />

Tilín y su gente sostuvieron el fuego en el Ayuntamiento al lado <strong>de</strong> la guardia negra<br />

<strong>de</strong> Jep <strong>de</strong>ls Estanys, que mandaba la acción <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un callejón cercano. En lo más recio<br />

<strong>de</strong> ella, Tilín vio a Pixola que se metía entre el tumulto.<br />

-¿Cómo estás aquí, sacristanillo? -preguntó el carnicero con asombro.<br />

-Ladrón, estoy porque he venido -replicó el joven indicándole con un gesto que se<br />

apartara.<br />

-¿Por qué saliste <strong>de</strong> Solsona?<br />

-Porque me dio la gana, borracho.<br />

El furor bélico <strong>de</strong> Tilín daba a sus palabras extraordinario brío. Si Pixola en aquel<br />

instante se pusiera <strong>de</strong>lante en a<strong>de</strong>mán hostil, <strong>de</strong> seguro le partiera en dos, como hacían<br />

los caballeros andantes con los endriagos y monstruos fabulosos.<br />

Pepet habría <strong>de</strong>seado que el Ayuntamiento <strong>de</strong> Manresa fuera altísimo castillo con<br />

formidables torres y baluartes, para acometerlo y asaltarlo, <strong>de</strong>spreciando el ardor <strong>de</strong> los<br />

<strong>de</strong>fensores, y hacer allí uno <strong>de</strong> esos admirables <strong>de</strong>satinos que son pasmo <strong>de</strong> los siglos:<br />

pero cuando más sublimado estaba su espíritu con esta i<strong>de</strong>a y cuando sentía en su grado<br />

más alto el <strong>de</strong>lirio <strong>de</strong> la matanza y el espeluznamiento <strong>de</strong> la embriaguez marcial, viose<br />

que los sitiados no se [136] <strong>de</strong>fendían; un pañuelo blanco se agitó en la ventana,<br />

acudieron parlamentarios, entró y salió un fraile llevando recados, y todo acabó.


-Cuando yo digo -murmuró Tilín hiriendo el suelo con furibundo pie- que ni aquí<br />

hay guerra, ni plan, ni soldados, ni i<strong>de</strong>a ninguna, ni <strong>de</strong>cencia, ni valor, sino una comedia<br />

in<strong>de</strong>cente...<br />

Los oficiales y soldados <strong>de</strong>l Rey fueron al punto <strong>de</strong>sarmados, y Jep, tomando<br />

posesión <strong>de</strong> la casa municipal, procedió a la formación <strong>de</strong> la indispensable Junta.<br />

Mientras se nombraba, los frailes y canónigos se confundían en las salas <strong>de</strong>l edificio con<br />

los guerrilleros y jefes <strong>de</strong> somatén. Parecía aquello un mercado <strong>de</strong> infames ambiciones<br />

en que la vanidad cotizaba los servicios <strong>de</strong> cada sujeto en las campañas <strong>de</strong> la intriga. Un<br />

lenguaje soez compuesto <strong>de</strong> los vocablos más populares sobresalía entre aquel tumulto<br />

como el espumarajo que corona las olas agitadas <strong>de</strong>l mar. Sobre aquel espumarajo <strong>de</strong><br />

dicterios, <strong>de</strong> voces <strong>de</strong> venganza, <strong>de</strong> insultos y <strong>de</strong> blasfemias, se <strong>de</strong>stacaron al fin los<br />

nombres <strong>de</strong> los elegidos para componer la Junta, el padre Vina<strong>de</strong>r, <strong>de</strong> la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />

mínimos; el canónigo Quinquer, el guerrillero Caragol, el médico D. Magín Pallás y el<br />

regidor San Martín.<br />

Durante la elección unos cuantos <strong>de</strong>salmados [137] <strong>de</strong> la horda <strong>de</strong> Pixola invadieron<br />

la casa <strong>de</strong>l gobernador; arrastraron, sacándola <strong>de</strong>l lecho don<strong>de</strong> estaba enferma, a su<br />

esposa, y ya les tenían a ambos en medio <strong>de</strong> la plaza con los ojos vendados para<br />

fusilarles, cuando D. José Saperes (Caragol) que era el más humano <strong>de</strong> los junteros<br />

acudió y pudo impedir un horrible crimen. Los <strong>de</strong>más atropellos no fueron <strong>de</strong><br />

consi<strong>de</strong>ración. Pero gran parte <strong>de</strong>l vecindario abandonó la ciudad en la mañana<br />

siguiente buscando refugio en Barcelona.<br />

Inútil es <strong>de</strong>cir que el primer cuidado <strong>de</strong> la paternal Junta fue publicar una proclama y<br />

dar las consabidas ór<strong>de</strong>nes para que todos los oficiales se presentasen, sin que se<br />

olvidara la cobranza <strong>de</strong> un año <strong>de</strong> contribución y el reclutamiento <strong>de</strong> los quintos <strong>de</strong>l<br />

último reemplazo. La tradición revolucionaria fue escrupulosamente cumplida,<br />

probándose que no en vano habíamos tenido en nuestra historia cursos completos <strong>de</strong><br />

motines. La santa causa <strong>de</strong>l Trono y <strong>de</strong>l Altar, como <strong>de</strong>cía la proclama <strong>de</strong> Manresa, que<br />

poco <strong>de</strong>spués fue quemada por la mano <strong>de</strong>l verdugo, como lo fuera años antes la<br />

Constitución <strong>de</strong>l 12, plagiaba ramplonamente a los <strong>de</strong>magogos <strong>de</strong> las Cabezas <strong>de</strong> San<br />

Juan.<br />

El día <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la toma <strong>de</strong> la ciudad, Jep <strong>de</strong>ls Estanys trató a Tilín con <strong>de</strong>svío, no<br />

<strong>de</strong>mostrando [138] admiración <strong>de</strong> sus dotes militares, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> preguntarle si tenía<br />

buena letra le puso a escribir oficios. Mucho disgustó a nuestro héroe verse en la triste<br />

condición <strong>de</strong> escribiente; pero no quiso manifestar su cólera. El mismo Jep <strong>de</strong>bió<br />

conocer cuánto le mortificaba la inacción.<br />

-Mira, Tilín -le dijo al día siguiente-, me ha hecho notar el Sr. Pallás, individuo <strong>de</strong> la<br />

Junta y médico <strong>de</strong> la ciudad, que las calles están llenas <strong>de</strong> inmundicias y que esto pue<strong>de</strong><br />

ser causa <strong>de</strong> enfermeda<strong>de</strong>s. No es natural que nuestros bravos chicos se ocupen en<br />

limpiar las calles, ¿verdad?<br />

-Tiene razón vuecencia -repuso Tilín <strong>de</strong>cidido a <strong>de</strong>jarse fusilar antes que envilecer su<br />

persona con el oficio <strong>de</strong> barren<strong>de</strong>ro.<br />

-Pues mira, Tilín, vas a hacer lo siguiente: ya sabes que la cárcel está llena <strong>de</strong> presos.<br />

Son los liberales y toda la gentuza negra <strong>de</strong> Manresa... conozco a algunos. Esos son los


que van a poner a nuestra ciudad como el mismo oro. Llévate un par <strong>de</strong> docenas <strong>de</strong><br />

hombres armados, entra en la primera tienda don<strong>de</strong> encuentres escobas y cubos para<br />

agua y toma tantos como sean los presos... me parece que estos pasarán <strong>de</strong> veinte.<br />

Luego vas a la cárcel, sacas a los negros y a cada uno le pones en la mano su escoba y<br />

su cubo. Ellos limpiarán y [139] tus soldados les vigilarán. Al primero que se niegue al<br />

trabajo, o murmure <strong>de</strong> nosotros, o pronuncie algún vocablo contra el Altar y el Trono<br />

me le <strong>de</strong>jas en el sitio. No te digo más.<br />

Ni él necesitaba más. Aquella tar<strong>de</strong> se hizo todo como lo había mandado el jefe y las<br />

calles quedaron limpias <strong>de</strong> inmundicia. No así el corazón <strong>de</strong> los apostólicos que cada<br />

vez se enfangaba más.<br />

El héroe <strong>de</strong> San Salomó había <strong>de</strong> tener otros empleos y ocupaciones durante su<br />

resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> cerca <strong>de</strong> dos meses al lado <strong>de</strong> la Excelentísima Junta Superior. Un fraile<br />

que acompañaba a Jep en calidad <strong>de</strong> jefe <strong>de</strong> división y que tenía la audacia <strong>de</strong> escribir<br />

furibundos libelos con la horrible firma <strong>de</strong> El Padre Puñal, quiso tomar a Tilín por<br />

ayudante. Negose este y un día se trabaron <strong>de</strong> palabras. Cada cual sacó a relucir su<br />

jerarquía militar. De las palabras vinieron a las acciones y Tilín tuvo la suerte <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r<br />

pasearse sobre las costillas <strong>de</strong> su enemigo, a quien no <strong>de</strong>jó hueso sano. El escándalo fue<br />

gran<strong>de</strong> y Pepet pasó a un calabozo, <strong>de</strong> don<strong>de</strong> le sacó días <strong>de</strong>spués otro fraile que le tenía<br />

gran afición. Viose luego maltratado por Jep <strong>de</strong>ls Estanys y favorecido por Caragol;<br />

pero fue víctima <strong>de</strong> las hablillas, y una mañana Caragol le llamó simple.<br />

Su carácter impetuoso, su afán por sobresalir [140] y su indómita soberbia, diéronle<br />

fama <strong>de</strong> díscolo y revoltoso, y nadie hacía buenas migas con él. Sus mejores amigos le<br />

abandonaban, y si hubiera intentado echarse al campo con un somatén <strong>de</strong> su propia<br />

pertenencia, no habría encontrado quince hombres que le siguieran. Aquella esfera <strong>de</strong><br />

vulgaridad y <strong>de</strong> bajeza era muy impropia para el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> su carácter <strong>de</strong>spótico y<br />

soberbio, que necesitaba acción incesante y vasto campo para ejercer su dominio.<br />

Aquella guerra no era guerra, era una campaña <strong>de</strong> rencillas, <strong>de</strong> insultos, <strong>de</strong> miserias, <strong>de</strong><br />

contiendas pequeñas semejantes a las disputas <strong>de</strong> las verduleras. Una revolución gran<strong>de</strong><br />

y atrevida, una <strong>de</strong> esas revoluciones <strong>de</strong>scaradas que atacan lo más firme en nombre <strong>de</strong><br />

cualquier i<strong>de</strong>a fija y van <strong>de</strong>rechas a su objeto hasta que vencen o se estrellan, hubiérale<br />

sobrepuesto a la multitud, personificando en su ruda figura todas las violencias<br />

disfrazadas <strong>de</strong> justicia, la firmeza heroica y quizás todas las malda<strong>de</strong>s y excesos <strong>de</strong> la<br />

pasión humana; pero en aquella sentina <strong>de</strong> intrigas frailescas tenía que hundirse<br />

necesaria y fatalmente. Era inepto para toda intriga. Capaz <strong>de</strong> los más febriles arrebatos<br />

<strong>de</strong>l valor y <strong>de</strong> la audacia, en la ociosidad <strong>de</strong> la plaza ganada no era más que un pobre<br />

monaguillo.<br />

El fraile que ya a fines <strong>de</strong> Setiembre le había [141] sacado <strong>de</strong> la cárcel le <strong>de</strong>mostraba<br />

siempre mucho cariño. Regalábale frutas y dulces <strong>de</strong> monjas; pero con confites no se<br />

conquistaba el corazón inmenso <strong>de</strong>l voluntario realista. Un día el padre Bernardino <strong>de</strong><br />

Chirlot le dijo:<br />

-Querido Armengol, si hubiera muchos hombres como tú, fácil sería dar al traste con<br />

ese fantasmón orgulloso que tiene forma humana y se llama Caragol. Yo sé que muchos<br />

religiosos verían con gusto que la actual Junta era disuelta a puntapiés y nombrada en su<br />

lugar otra <strong>de</strong> verda<strong>de</strong>ros católicos... A todas partes llega el francmasonismo.


-Padre Chirlot -dijo Tilín, ebrio <strong>de</strong> cólera- tan canalla sería una Junta como otra, y<br />

tan bestia es Caragol como todos los <strong>de</strong>más. ¿Quiere usted sobornarme para una<br />

sedición?<br />

-Todo sería que te dieran medios para ello-, replicó el fraile, acariciándose la luenga<br />

barba roja semejante a la cola <strong>de</strong> un caballo.<br />

-¿Me darían dinero?<br />

-Tal vez -dijo el capuchino con malicia.<br />

-¿Y hombres?<br />

-Tú los buscarías. Con dinero convertirás las piedras en hombres.<br />

-¿Y el objeto?... ¿el fin?... ¡Ah! ¡padre Chirlot <strong>de</strong> todos los <strong>de</strong>monios, para farsa<br />

asquerosa basta ya! Váyase usted con Barrabás. [142]<br />

Y se retiró <strong>de</strong>jando al fraile medianamente corrido.<br />

Al llegar al alojamiento <strong>de</strong>l general en jefe, vio a este en la puerta con las manos<br />

metidas en la faja, paseando <strong>de</strong> largo a largo.<br />

-¡Monago! -gritó Jep <strong>de</strong>ls Estanys.<br />

Este nombre causaba a Tilín enojo violentísimo, que no se atrevía a manifestar por<br />

temor <strong>de</strong> hacerse más ridículo.<br />

-¿Qué manda vuecencia? -dijo.<br />

-¿Por qué estás tan pálido?... ¿Te pasa algo? El Demonio cargue contigo... Mira,<br />

monago, lleva mi caballo al río y dale un baño.<br />

Pepet Armengol tomó el caballo, lo sacó <strong>de</strong> la ciudad, y al llegar al camino montó en<br />

él en pelo, y oprimiéndole los ijares con sus talones sin espuelas, lo lanzó a la carrera<br />

por el camino <strong>de</strong> Solsona. Su alma sentía inefables <strong>de</strong>licias en aquella carrera,<br />

semejante al loco <strong>de</strong>sbordamiento <strong>de</strong> su fantasía. Estaba solo, corría, era libre.<br />

- XV -<br />

Llegó <strong>de</strong> noche a la ciudad y se apeó en casa <strong>de</strong> Mosén Crispí. Al día siguiente los<br />

pocos [143] hombres <strong>de</strong> armas que guarnecían la ciudad le recibieron con simpatía,<br />

mostrándose dispuestos a obe<strong>de</strong>cer al sedicioso, por cierta inclinación instintiva que<br />

tenían todos ellos a la anarquía.


-¿Qué ór<strong>de</strong>nes tenéis? -les dijo.<br />

-Nada más que vigilar a los pocos presos que están en el Ayuntamiento y alojar a las<br />

facciones <strong>de</strong> Aragón y Navarra que llegarán <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> dos días.<br />

-Pues es preciso hacer todo lo contrario -afirmó Pepet gozando extremadamente en la<br />

rebeldía-, es preciso soltar a los presos y no preparar alojamiento alguno a esa nueva<br />

canalla que ha <strong>de</strong> venir.<br />

En la mañana <strong>de</strong>l 30 <strong>de</strong> Setiembre fueron puestos en libertad los presos, siendo los<br />

primeros que vieron la luz <strong>de</strong>l día D. Pedro Guimaraens y D. Jaime Servet. En cuanto al<br />

borracho <strong>de</strong> Mañas que tenía en Solsona una sombra <strong>de</strong> autoridad, harto beneficio le<br />

hacían en no ahorcarle. El vino acabaría con él.<br />

Llenos <strong>de</strong> alarma y susto estaban los solsoneses al ver que nadie mandaba en la<br />

ciudad, porque Tilín no se <strong>de</strong>jaba ver en sitios públicos, ni cuidaba <strong>de</strong> nada, ni impedía<br />

que unos cuantos <strong>de</strong>salmados cometiesen <strong>de</strong>safueros y malda<strong>de</strong>s. También las monjas<br />

se asustaron, y cuando Tilín fue a visitar a la madre [144] aba<strong>de</strong>sa en el locutorio, esta<br />

le echó un sermón por su mala conducta. El antiguo sacristán estuvo luego tres días sin<br />

repetir su visita, y rara vez se le veía en las calles <strong>de</strong> la ciudad.<br />

Excusado es <strong>de</strong>cir que Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis que había sentido vivísimo contento<br />

por la ausencia <strong>de</strong>l dragón, se asustó mucho cuando tuvo conocimiento <strong>de</strong> su llegada.<br />

Puesto que esta ilustre señora nos ha <strong>de</strong> ocupar bastante en el curso <strong>de</strong> la historia<br />

presente, convendrá que como complemento <strong>de</strong> las amplias noticias que se han <strong>de</strong> dar,<br />

<strong>de</strong> su vida y <strong>de</strong> su carácter, mencionemos también lo que la ro<strong>de</strong>aban. De los objetos<br />

materiales que acompañan a la persona, sirviéndole como <strong>de</strong> marco, el que siempre<br />

ofrece más interés es la vivienda; y la vivienda <strong>de</strong> Sor Teodora es digna <strong>de</strong> preferente<br />

atención.<br />

Des<strong>de</strong> aquel infausto día <strong>de</strong> Setiembre <strong>de</strong> 1810, cuyo recuerdo, a pesar <strong>de</strong>l lento paso<br />

<strong>de</strong> los años, no se había borrado aún <strong>de</strong> la memoria <strong>de</strong> la madre Montserrat, la casa <strong>de</strong><br />

San Salomó horriblemente profanada por los franceses, había recibido varias<br />

reparaciones; pero el ala occi<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong>l claustro continuaba en el suelo. En la parte alta<br />

<strong>de</strong> dicha ala, formada por una fila <strong>de</strong> doce celdas, había una [145] gran solución <strong>de</strong><br />

continuidad <strong>de</strong>bida a la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong> cuatro celdas, <strong>de</strong> modo que quedaban cinco<br />

unidas al cuerpo central <strong>de</strong>l edificio y tres aisladas en el extremo <strong>de</strong> la crujía. En la<br />

solución <strong>de</strong> continuidad subsistía parte <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s, el techo era nulo, las puertas<br />

estaban tapiadas, la galería <strong>de</strong> unión estaba reparada y era perfectamente practicable.<br />

Disputas y cuestiones entre las monjas sobre los fondos <strong>de</strong>l convento habían impedido<br />

reedificar la parte <strong>de</strong>molida, y tan sólo se habían hecho las obras <strong>de</strong> albañilería<br />

necesarias para que la <strong>de</strong>strucción no fuese a mayores. A las tres celdas que habían<br />

quedado solas al extremo <strong>de</strong>l ala, dieron las madres un nombre muy propio; las<br />

llamaban la Isla, y en ellas moraban dos religiosas. La tercera celda, muy pequeña y<br />

casi inhabitable, servía <strong>de</strong> <strong>de</strong>spensa a entrambas señoras. Una <strong>de</strong> las monjas que<br />

habitaban la Isla era Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis. En la época <strong>de</strong> nuestra historia era la<br />

única, porque su compañera había muerto.


El monasterio constaba: <strong>de</strong> un cuerpo <strong>de</strong> edificio pegado a la iglesia, y <strong>de</strong> dos alas<br />

paralelas que partían en ángulo recto y en dirección <strong>de</strong> Sur a Norte. Separábalas el<br />

rectángulo <strong>de</strong>l claustro. El centro y ala <strong>de</strong> Oriente hallábanse intactos. El ala <strong>de</strong><br />

Occi<strong>de</strong>nte era la que tenía la solución <strong>de</strong> continuidad y la Isla. [146] El claustro que<br />

resultaba <strong>de</strong> estas tres construcciones, estaba cerrado al Norte por el piso inferior que<br />

contenía el refectorio nuevo: en el superior hallábase abierto y un gran tejado servía <strong>de</strong><br />

punto <strong>de</strong> unión impracticable a los extremos <strong>de</strong> las alas.<br />

Diferentes veces dijo la madre aba<strong>de</strong>sa a Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis que mudase <strong>de</strong><br />

habitación, para que no viviera sola en aquel apartado sitio; pero ella sin rechazar la<br />

i<strong>de</strong>a, hizo propósito <strong>de</strong> permanecer allí durante el estío, por razón <strong>de</strong> la frescura que en<br />

aquella parte <strong>de</strong>l convento se disfrutaba. La celda tenía su puerta hacia la galería <strong>de</strong>l<br />

claustro, una pequeña reja al Poniente y otra gran<strong>de</strong> al Norte, sobre la huerta, cuya<br />

frondosidad embelesaba el sentido en noches <strong>de</strong> verano. Des<strong>de</strong> aquellas rejas que<br />

distaban poco <strong>de</strong> la gran tapia <strong>de</strong>l convento, se veían las murallas <strong>de</strong> la ciudad, sólo<br />

separadas <strong>de</strong> este por la tortuosa calle <strong>de</strong> los Codos, la puerta <strong>de</strong>l Travesat y parte <strong>de</strong> la<br />

campiña y <strong>de</strong> las montañas.<br />

Interiormente era la celda un lugar sosegado y <strong>de</strong>licioso por el dulce silencio que en<br />

él reinaba a causa <strong>de</strong> su alejamiento <strong>de</strong>l centro <strong>de</strong>l edificio. Perfecto or<strong>de</strong>n reinaba allí,<br />

así como la pulcritud más refinada, no siendo la austeridad tan excesiva que convidase<br />

al ascetismo, ni tanta la pobreza que inspirase un [147] vivo anhelo <strong>de</strong> ser santo. Por el<br />

contrario, Sor Teodora tenía en su morada varios objetos primorosos que había traído <strong>de</strong><br />

su casa, entre los cuales <strong>de</strong>scollaban algunos vasos y jarros <strong>de</strong> plata, una alacena <strong>de</strong> talla<br />

que habría honrado a cualquier museo y un tapiz, obra <strong>de</strong> sus hábiles manos, que<br />

hubiera caído maravillosamente en el gabinete <strong>de</strong> una dama <strong>de</strong>l siglo. Dos o tres<br />

pinturas <strong>de</strong>l mejor gusto, algunas imágenes <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra que no lo eran tanto, tres docenas<br />

<strong>de</strong> libros, muchísimas flores contrahechas que casi competían con las verda<strong>de</strong>ras,<br />

completaban el ajuar.<br />

Como la regla mandaba que las monjas no tuvieran cama sino un solo colchón<br />

puesto sobre el suelo, el lecho <strong>de</strong> Sor Teodora, como el <strong>de</strong> todas las monjas <strong>de</strong> San<br />

Salomó y el <strong>de</strong> muchas monjas que hoy existen en Madrid y provincias, era un inmenso<br />

colchón <strong>de</strong> tres pies <strong>de</strong> alto. Véase aquí cómo interpretando la regla por la manera más<br />

ingeniosa y burlándola en realidad, convertían las monjas la mortificación en<br />

comodidad, y la pobreza en el refinamiento <strong>de</strong>l bienestar.<br />

Ciertamente convidaba a una vida regalada y tranquila, tal como pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong>searla los<br />

egoístas más empe<strong>de</strong>rnidos, aquel dulce retiro que tenía las ventajas <strong>de</strong>l aislamiento, <strong>de</strong>l<br />

silencio, <strong>de</strong> la calma unidas a las comodida<strong>de</strong>s [148] <strong>de</strong> una dorada medianía. Pocos<br />

habrá que no tengan la abnegación <strong>de</strong> ser pobres, austeros y recogidos en una cueva <strong>de</strong><br />

tal naturaleza, don<strong>de</strong> no pue<strong>de</strong> llamarse virtud el apartamiento <strong>de</strong>l mundo. Había allí<br />

cierta elegancia unida al aseo más grato; había <strong>de</strong>licado olor <strong>de</strong> flores, que no sabemos<br />

si es parecido al que los beatos llaman olor <strong>de</strong> santidad.<br />

Recogiose Sor Teodora en su apacible nido <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cerrar la puerta, no con llave<br />

ni cerrojo, porque las celdas <strong>de</strong> los conventos no tenían entonces aquellas segurida<strong>de</strong>s,<br />

reputadas inútiles, sino simplemente con un picaporte que lo mismo podría abrirse por<br />

fuera que por <strong>de</strong>ntro. Encendió su lámpara, tomó un libro y se puso a leer.


Después <strong>de</strong> leer tranquilamente por espacio <strong>de</strong> media hora, se puso <strong>de</strong> rodillas y rezó<br />

con fervor y recogimiento. Ya se llevaba las manos a la cabeza para quitarse las tocas,<br />

primera <strong>de</strong> las operaciones precursoras <strong>de</strong>l acostarse, cuando sintió ruido en la puerta.<br />

Volviose sobresaltada por no ser costumbre que ninguna monja la visitara <strong>de</strong> noche, y<br />

vio con espanto... ¡Jesús Sacramentado!... parecía un sueño increíble, pero era realidad<br />

innegable...,vio a Tilín en persona, con su cuerpo uniformado, su cara morena, sus<br />

gruesos labios, sus ojos <strong>de</strong> fuego, su frente <strong>de</strong> bronce, sus cabellos duros. [149] El<br />

sacristán guerrero mantúvose en la puerta con una especie <strong>de</strong> timi<strong>de</strong>z feroz, como si ni<br />

aun su colosal osadía tuviese la fuerza suficiente para traspasar aquel umbral sagrado.<br />

Había atropellado la ley <strong>de</strong> Dios, abolido su propia conciencia y no obstante se <strong>de</strong>tenía<br />

tembloroso ante el pudor y la hermosura, cuyo imponente prestigio llenaba <strong>de</strong> confusión<br />

al miserable.<br />

Sor Teodora no pudo gritar: cayó <strong>de</strong>sfallecida en una silla, cerró los ojos y sus brazos<br />

se estiraron trémulos como para apartar un objeto terrible.<br />

-Señora -balbució Tilín dando un paso y cerrando la puerta tras sí- no hay que temer<br />

nada <strong>de</strong> este miserable... no vengo más que a pedir perdón, señora... este miserable...<br />

Procurando dominarse la monja se levantó para salir y pedir socorro. Tilín la <strong>de</strong>tuvo<br />

con mano <strong>de</strong> hierro, y precipitadamente le dijo:<br />

-Si usted llama, vendrán y seré <strong>de</strong>scubierto, y habrá escándalo; mientras que si se<br />

calma y me oye un instante, nada más que un instante, me marcharé pronto, la <strong>de</strong>jaré<br />

tranquila para siempre, señora, para siempre.<br />

-No quiero -dijo Sor Teodora, intentando <strong>de</strong>sasirse-. Voy a llamar. [150]<br />

-Por Dios y la Virgen María que a mí me han <strong>de</strong>samparado, señora, óigame usted. Si<br />

usted grita me marcho, y si me voy no sabrá una cosa que le interesa mucho.<br />

-Nada tuyo pue<strong>de</strong> interesarme -exclamó ella ardiendo en ira-. Malvado, te aborrezco.<br />

-Eso al menos es algo -murmuró Tilín con sarcástico gozo-. Yo no vengo sino a<br />

pedir perdón y a ver por última vez, por última vez a quien me aborrece.<br />

Se <strong>de</strong>jó caer <strong>de</strong> rodillas y besó el suelo.<br />

-Antes <strong>de</strong> privarme para siempre <strong>de</strong> ver la luz <strong>de</strong> mi vida -exclamó con voz<br />

ahogada-, he querido besar estos ladrillos. Era un <strong>de</strong>seo ardiente; no quiero morirme sin<br />

satisfacerlo. ¡Besar estos ladrillos! Es lo único que puedo alcanzar. Con poco se<br />

contenta el malvado aborrecido.<br />

Absorta y petrificada, la <strong>de</strong> Aransis permaneció en medio <strong>de</strong> la celda con los ojos<br />

fijos en Pepet y las manos cruzadas. Los elegantes pliegues <strong>de</strong> su hábito blanco daban a<br />

aquella imponente figura belleza y majestad.<br />

-Aquí está el hombre más infeliz <strong>de</strong>l mundo -dijo Tilín, tocando los ladrillos con su<br />

frente- aquí está el polvo más vil que Dios tiene en el mundo con forma <strong>de</strong> hombre.<br />

Vilipendiado, aborrecido <strong>de</strong> todo el mundo, sin [151] gloria, sin honra, sin porvenir, sin


ilusión alguna, este miserable no ve ya más que tinieblas y ruinas <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sí... ruinas<br />

y tinieblas.<br />

Miró <strong>de</strong>spués a la señora y le pareció más aplacada en su violento enojo.<br />

-¿Y ni siquiera ha <strong>de</strong> merecer un ligero consuelo en su corazón? ¡Esto es horrible,<br />

señora! Los perros son más felices que yo. Soy criminal; pero ya que no puedo verme<br />

amado, quiero tener el único placer que me es lícito, el <strong>de</strong> verme perdonado.<br />

-Sal <strong>de</strong> aquí al instante -dijo la madre con brío- y te perdono.<br />

-Saldré, señora, saldré -replicó Tilín sin levantarse <strong>de</strong>l suelo-. Mi vida es el infierno.<br />

Para compren<strong>de</strong>r mi estado, no imagine usted las llamas y las cal<strong>de</strong>ras hirvientes <strong>de</strong> que<br />

hablan los predicadores; eso no basta, eso es frío y <strong>de</strong>scolorido; imagine usted la falta<br />

absoluta <strong>de</strong> esperanzas y <strong>de</strong> ilusiones, la ruina completa <strong>de</strong> todo lo que edifica el<br />

espíritu... Ese es el infierno en que vivo yo. Mi único alivio será que usted me mire un<br />

rato sin ira, que me permita estar aquí y hable conmigo... y me diga, me diga: «Tilín...».<br />

-¡Ni un instante! Malvado sacrílego... <strong>de</strong>masiadas pruebas te doy <strong>de</strong> mi bondad, pues<br />

que te escucho. [152]<br />

-Un momento pequeño señora; muy poco, muy poco tiempo...<br />

-Nada.<br />

-¡Estoy con<strong>de</strong>nado!<br />

-Condénate cien veces.<br />

-¡Con<strong>de</strong>nado por usted! ¡por usted! ¡por usted!<br />

Y levantando la faz lívida hacia ella, añadió con voz ronca:<br />

-Con<strong>de</strong>nado por ti, monja, que pareces hechicera.<br />

Y se cogió su propia cabeza por los cabellos, como cogería el verdugo la <strong>de</strong>l recién<br />

<strong>de</strong>gollado para mostrarla al pueblo.<br />

-¡Con<strong>de</strong>nado por ti! ¡por ti! -repitió ella- por tu execrable maldad y sacrilegio.<br />

-Pues bien, señora, perdón, perdón, yo pido a usted perdón. Pero démelo sin ira, sin<br />

enfado, sin repugnancia, con aquella voz dulce y angelical con que me hablaba en mi<br />

niñez, con aquel mirar tiernísimo y aquel trato seductor que era mi encanto en tiempos<br />

mejores.<br />

-Te perdono, márchate, y no vuelvas más aquí... Huye <strong>de</strong> mí, <strong>de</strong>monio <strong>de</strong>l infierno.<br />

La religiosa se cubrió el rostro con muestras <strong>de</strong> horror, y estremecimientos nerviosos<br />

sacudieron su cuerpo.


-¡Ni un momento siquiera! -murmuró Tilín apretándose el corazón. [153]<br />

Miró a la monja y la monja le miró a él. Gran<strong>de</strong> fue la sorpresa <strong>de</strong> Sor Teodora al ver<br />

lágrimas en las atezadas mejillas <strong>de</strong> aquel hombre que tanto se parecía a un volcán por<br />

tener el centro <strong>de</strong> fuego y el exterior <strong>de</strong> piedra.<br />

-Te perdono -dijo la madre con lástima, pero siempre con el mismo terror-. Vete,<br />

vete, te digo que te vayas. Infame bandido que has escalado los muros <strong>de</strong> la santa casa,<br />

huye <strong>de</strong> aquí, ¿no temes la maldición <strong>de</strong> Dios?<br />

-¡Dios!... ¡Dios!... ¿Para qué hablar tanto <strong>de</strong> él? Mi Dios es otro. Si usted me permite<br />

estar un poco más, y contemplarla y referirle mis penas... mis penas que son gran<strong>de</strong>s,<br />

atroces...<br />

-No permito nada.<br />

Tilín dio un suspiro y se levantó. Su semblante <strong>de</strong>sconcertado y contraído parecía el<br />

semblante <strong>de</strong> un reo <strong>de</strong> muerte momentos antes <strong>de</strong> subir al patíbulo.<br />

-¡Mal rayo! -exclamó con <strong>de</strong>sesperación- ¡que el mundo sea así y no <strong>de</strong> otro modo!<br />

¡Que existan estas pare<strong>de</strong>s, y estos votos, y estas rejas horribles!<br />

Con fiereza revolvió los ojos por la estancia.<br />

-Adiós, señora -dijo en tono y con a<strong>de</strong>manes <strong>de</strong> loco.<br />

Sor Teodora le señaló la puerta. [154]<br />

Acercose Tilín a la monja, retrocedió ella. Acercándose él más y bajando la voz le<br />

dijo:<br />

-Antes <strong>de</strong> llegar los dos al otro mundo, nos veremos. Adiós.<br />

Cuando él salió <strong>de</strong> la celda, Sor Teodora dio algunos pasos para observar por dón<strong>de</strong><br />

iba; pero faltáronle las fuerzas consumidas en aquel cuarto <strong>de</strong> hora <strong>de</strong> angustias<br />

infinitas, y sintiéndose acometida <strong>de</strong> un <strong>de</strong>smayo se <strong>de</strong>jó caer <strong>de</strong> hinojos, apoyó la<br />

frente en la silla y perdió por un instante el conocimiento y el uso <strong>de</strong> sus claros sentidos.<br />

- XVI -<br />

Poco duró el síncope a la ilustre dama, y al reponerse, su primer cuidado fue correr a<br />

observar qué camino tomaba el dragón. Pero ni por la puerta <strong>de</strong> la celda, ni por la reja<br />

abierta al Sur sobre el emparrado y frente al palomar divisó forma humana. Teodora al<br />

dar por terminadas inútilmente sus observaciones, supuso que Tilín había entrado por la<br />

sacristía.


-Ese bribón -pensó- se ha quedado esta tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la iglesia, o en algún rincón<br />

[155] <strong>de</strong> la sacristía. Al avanzar la noche salió <strong>de</strong> su agujero, como los ratones que van a<br />

hacer sus correrías y ahora se ha metido en él otra vez... Pero yo he <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir el<br />

escondite y he <strong>de</strong> armar una ratonera para enseñar a ese <strong>de</strong>salmado a jugar con el honor<br />

<strong>de</strong> respetables mujeres consagradas a Dios.<br />

Como la puerta no tenía cerrojo puso tras ella todos los muebles que pudo cargar;<br />

mas ni aun con tal barricada quedó la señora tranquila, y rebel<strong>de</strong>s sus ojos al sueño, no<br />

podían apartar <strong>de</strong> sí la imagen fiera <strong>de</strong>l voluntario realista. Acostose rendida, y no<br />

logrando hallar sosiego ni calmar la fiebre que el insomnio le producía, levantose y se<br />

puso a leer. Pronto advirtió que su atención se distraía <strong>de</strong>l piadoso asunto <strong>de</strong>l libro,<br />

corriendo hacia otros pensamientos, y atormentándose con un <strong>de</strong>scarriado giro alre<strong>de</strong>dor<br />

<strong>de</strong> las pasiones humanas. Para esto conocía Sor Teodora un remedio preciosísimo que<br />

guardaba en la gaveta más alta <strong>de</strong>l armario. Al punto abrió la gaveta para sacar su<br />

precioso específico. Era un manojo <strong>de</strong> cuerdas con nudos.<br />

Largo rato duraron los azotes, cuyo término fue cuando la viveza <strong>de</strong> los dolores<br />

anunció a la buena religiosa que un golpe más haría traspasar los límites <strong>de</strong> la penitencia<br />

para entrar en los <strong>de</strong> la barbarie. Sin embargo, como [156] testigos presenciales,<br />

po<strong>de</strong>mos asegurar que los instrumentos <strong>de</strong> mortificación usados por la madre Teodora<br />

<strong>de</strong> Aransis no eran <strong>de</strong> los más <strong>de</strong>structores y que cualquiera podría hacerse santo con<br />

ellos sin riesgo <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r la vida temporal.<br />

Abandonadas las disciplinas, pensó la dama que pues las oraciones no tranquilizaban<br />

su ánimo ni tampoco el cruento vapuleo, lo mejor sería ponerse al trabajo, y al punto<br />

tomó una obra <strong>de</strong> bordar que empezado había dos semanas antes.<br />

Dábale a la aguja arriba y abajo, y cada vez que sentía algún ruido exterior o bullicio<br />

<strong>de</strong> las hojas <strong>de</strong> los árboles se estremecía y sobresaltaba. Así pasó la noche hasta la hora<br />

en que la campana <strong>de</strong>l convento la llamó a maitines. No solía madrugar para asistir al<br />

coro, contribuyendo con su pereza, fundada casi siempre en dolores <strong>de</strong> cabeza o en<br />

cualquier <strong>de</strong>sazón ilusoria, a la relajación <strong>de</strong> la disciplina; pero aquel día fue diligente y<br />

asistió al coro.<br />

En el coro la madre Montserrat le dijo:<br />

-Ya sé que ha estado usted enferma anoche.<br />

-Yo... yo no, señora -repuso con turbación la <strong>de</strong> Aransis.<br />

-Ha estado usted en vela toda la noche - [157] afirmó la vieja moviendo su<br />

apergaminada cabeza como un martillo-. Me pareció que vi luz.<br />

-Entonces también usted ha estado en vela -dijo Teodora.<br />

-También... Pero yo estuve rezando -replicó con malicia la madre Montserrat.<br />

Trazó una grandísima cruz <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su frente a su cintura y <strong>de</strong> hombro a hombro, y<br />

volviendo la vista al altar tomó parte en el rezo general.


Sor Teodora no tenía criada, no ciertamente por alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> pobreza, sino porque en su<br />

sentir las criadas <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los conventos no compensaban con sus servicios las<br />

molestias que ocasionaban ni los enredos que se traen chismorreando <strong>de</strong> celda en celda<br />

y ocasionando enemista<strong>de</strong>s y sinsabores. Ella misma, pues, se hizo su chocolate y se<br />

preparó su comida privada, porque en San Salomó, como en muchos conventos<br />

mo<strong>de</strong>rnos, aunque había refectorio y yantar común cada celda tenía sus festinillos a que<br />

asistían dos, tres, cuatro monjas, o más generalmente una sola. Sor Teodora disponía <strong>de</strong><br />

una pequeña cocina en la tercera <strong>de</strong> las piezas que componían la Isla y allí, ayudada <strong>de</strong><br />

una fámula <strong>de</strong> las que servían indistintamente a todas las monjas, se a<strong>de</strong>rezaba alguna<br />

vez platos <strong>de</strong> su gusto. Aquel día, quizás con motivo [158] <strong>de</strong>l largo insomnio, sintió la<br />

buena madre inusitado apetito y antojos <strong>de</strong> comer golosinas. Felizmente no carecía <strong>de</strong><br />

elementos. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> los riquísimos fiambres que se hacían en la gran cocina <strong>de</strong>l<br />

monasterio, la hermosa dama recibía <strong>de</strong> su familia jamones y carnes mechadas que<br />

habrían tentado a un cenobita. En la alacena <strong>de</strong> talla que ocupaba lugar muy principal en<br />

su celda había manjares diversos que con un poco <strong>de</strong> lumbre serían <strong>de</strong> exquisito gusto.<br />

Bastante tiempo empleó la señora en disponer algunas chucherías para su propio<br />

regalo pero cuando llegó la hora <strong>de</strong> comer apenas probó un poco <strong>de</strong> cada cosa. Su<br />

apetito, que la había incitado a trabajar con tanto celo en la cocina, había <strong>de</strong>saparecido.<br />

Guardó todo para <strong>de</strong>dicarse a su labor <strong>de</strong> aguja. Mientras trabajaba sintió <strong>de</strong>seos<br />

vivísimos <strong>de</strong> pasearse por la huerta y bajó; pero el aburrimiento obligola a subir <strong>de</strong><br />

nuevo, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> pasearse en su celda discurriendo lo que podría hacer para matar el<br />

tiempo consi<strong>de</strong>ró que lo mejor sería escribir a su familia. Casualmente no había<br />

contestado a la última carta <strong>de</strong> su hermano.<br />

Después <strong>de</strong> escribir por espacio <strong>de</strong> un cuarto <strong>de</strong> hora tomó <strong>de</strong> nuevo el trabajo para<br />

bordar un ala <strong>de</strong> mariposa. Dedicose luego a <strong>de</strong>shacer un ramo <strong>de</strong> flores naturales que<br />

en un [159] búcaro tenía y hacerlo <strong>de</strong> nuevo, operación en que tardó media hora. Corría<br />

lentamente la tar<strong>de</strong> pesada, calorosa y larga, y Sor Teodora pensó que era conveniente<br />

para su alma rezar un poco. Bajó al coro, estuvo rezando largo rato, subió <strong>de</strong>spués a la<br />

cocina, <strong>de</strong>scendió a la huerta cuando ya había aflojado el calor, y se paseó bajo el<br />

emparrado mirando alternativamente al suelo y al cielo.<br />

Para que el lector comprenda bien a Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis le diremos que aquel<br />

<strong>de</strong>sasosiego, aquel constante mudar <strong>de</strong> ocupación, aquella caprichosa inconstancia en<br />

los empleos que había <strong>de</strong> dar a su fantasía y a sus manos eran fenómenos que se<br />

repetían invariablemente todos los días <strong>de</strong>s<strong>de</strong> algún tiempo.<br />

No nos es difícil inquirir la causa <strong>de</strong> este <strong>de</strong>sasosiego ni nos importa nada <strong>de</strong>cirla,<br />

porque no es <strong>de</strong>presiva para la noble señora. Ya hemos dicho a su tiempo que Teodora<br />

<strong>de</strong> Aransis consi<strong>de</strong>ró como un pecado digno <strong>de</strong> los más acerbos castigos poner toda su<br />

atención y sus pensamientos y sus afectos todos en las cosas <strong>de</strong> la guerra y <strong>de</strong> la intriga<br />

apostólica. Así <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que consi<strong>de</strong>ró pecaminoso aquel <strong>de</strong>svarío bélico y político, la<br />

buena madre hubo <strong>de</strong> intentar arrojarlo <strong>de</strong> sí y limpiar su espíritu <strong>de</strong> tan infame maleza.<br />

En efecto, no volvió a informarse <strong>de</strong> [<strong>16</strong>0] ninguna particularidad relativa a la guerra, ni<br />

leyó las cartas <strong>de</strong> Doña Josefina Comerford, y siempre que venían a su pensamiento<br />

i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> batallas ganadas o por ganar, <strong>de</strong> reyes caídos, <strong>de</strong> príncipes elevados o <strong>de</strong><br />

trapisondas por la Fe, echaba prontamente sobre ello otras i<strong>de</strong>as e imaginaciones, como<br />

se echa tierra sobre el cadáver recién enterrado en el hoyo. El efecto <strong>de</strong> este sistema fue,<br />

como es fácil suponer, un estado <strong>de</strong> atolondramiento y vaguedad constante en el espíritu


<strong>de</strong> la ilustre religiosa, que al hallarse apartado <strong>de</strong> su ocupación predilecta, pugnaba por<br />

tomar a ella, rechazando todas las distracciones que se le ofrecían para apartarle <strong>de</strong> su<br />

tema. En suma, Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis se aburría lindamente en San Salomó, aunque<br />

ella misma no lo conocía y daba otro nombre a aquel su estado <strong>de</strong> constante zozobra,<br />

diciendo: -¡Ay, Dios mío, qué maniática me he vuelto!<br />

Ya sabemos <strong>de</strong> ella que su religiosidad no era extraordinaria. La más preciada joya<br />

<strong>de</strong> su corona <strong>de</strong> monja era su conformidad con aquella vida y con la irremediable<br />

reclusión en que estaba sin saber fijamente por qué. Y no es fuera <strong>de</strong> propósito <strong>de</strong>cir<br />

algo acerca <strong>de</strong> las causas <strong>de</strong>l monjío <strong>de</strong> Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis. Sus padres que ricos y<br />

nobles murieron tempranamente, <strong>de</strong>jándola en la orfandad con [<strong>16</strong>1] otras dos hermanas<br />

<strong>de</strong> menos edad que ella, y un hermano mayor. Por <strong>de</strong>svío <strong>de</strong> su madre, fue criada por<br />

unos tíos que la fiaron a las Ursulinas <strong>de</strong> Lérida para su educación, la cual fue<br />

<strong>de</strong>sempeñada tan cumplidamente en el or<strong>de</strong>n religioso que a los diez y ocho años <strong>de</strong> su<br />

edad, Teodora, catequizada por las madres y por un capellán anciano que era un águila<br />

para el confesonario, no pensó más que en ser monja. Ninguna persona <strong>de</strong> su familia<br />

trató <strong>de</strong> contrariar esta vocación juvenil que por lo precoz <strong>de</strong>bió haber sido sujeta a<br />

observación; antes bien los nobles tíos <strong>de</strong> Teodora y su madre, que en Francia residía,<br />

encendieron más y más en su alma el celo religioso, y avivaron la llama <strong>de</strong> su <strong>de</strong>voción,<br />

convenciéndola <strong>de</strong> que era una felicidad para ella abandonar el mundo y sus picardías.<br />

¡Y qué poco le alabaron <strong>de</strong> palabra y por cartas su afición, y qué mal le pintaron las<br />

vanida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l mundo y la dificultad <strong>de</strong> salvarse fuera <strong>de</strong> los claustros!... La pobre joven,<br />

cuya acalorada imaginación necesitaba poco para tomar vuelo, abrazó la vida mística<br />

con <strong>de</strong>leite y entusiasmo, mientras allá en el perverso mundo sus hermanas menores se<br />

casaban con sus primos, y su hermano mayor <strong>de</strong>rrochaba la fortuna paterna y metía<br />

ruido y escandalizaba y emigraba y se hacía jacobino. [<strong>16</strong>2]<br />

En los primeros años ¡Ave María Purísima! la religiosidad y unción <strong>de</strong> Teodora<br />

fueron el asombro <strong>de</strong> San Salomó. Parecía que iba a eclipsar con su celo y piedad a las<br />

Teresas, Claras, Ritas y Rosas. No había culto que ella no practicase, ni mortificación<br />

que no se impusiese, ni sutileza mística que no discurriera para más elevar su alma. El<br />

amor divino la puso <strong>de</strong>licada y enferma, juntamente con las increíbles penitencias que<br />

se imponía en castigo <strong>de</strong> pecados que no había cometido, y para aplacar tentaciones que<br />

no había tenido. Pero así como se <strong>de</strong>svanece poco a poco la ilusión <strong>de</strong> un amor primero,<br />

tanto menos sólido cuanto mayor es su aparente vehemencia, así se fue disipando la<br />

seráfica exaltación <strong>de</strong> Teodora <strong>de</strong> Aransis a la manera que van apagándose las<br />

memorias y oscureciéndose la imagen <strong>de</strong>l novio ausente. Así como las evoluciones <strong>de</strong> la<br />

vida física parece que sustituyen un ser con otro al verificarse el paso más importante <strong>de</strong><br />

la edad, así el alma <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> Aransis, mudó <strong>de</strong> aficiones y <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as. Su vocación<br />

había sido, dicho sea sin irreverencia, como esos amoríos juveniles tan parecidos a los<br />

fuegos artificiales que se <strong>de</strong>svanecen <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber sonreído y estallado en la<br />

oscuridad, y no <strong>de</strong>jan tras sí más que ceniza, humo, sombras. [<strong>16</strong>3]<br />

Creeríase que Sor Teodora había estado hasta poco antes en la edad <strong>de</strong> los juguetes,<br />

y que entraba en la edad <strong>de</strong> las personas, en aquella edad en que los muñecos son<br />

arrinconados y entran a <strong>de</strong>sempeñar su papel los hombres. A la seriedad afectada que<br />

tan mal le sentaba, sucedió una seriedad verda<strong>de</strong>ra. Adquirió entonces un <strong>de</strong>sarrollo<br />

físico que la hacía parecer más linda, y su interesante hermosura mostrose con todo el<br />

esplendor <strong>de</strong> una risueña primavera. En el recinto triste y sombrío <strong>de</strong> San Salomó,<br />

aquella belleza <strong>de</strong> un carácter gracioso, seductor, mundano y ligeramente maligno


parecía, según la expresión <strong>de</strong> Mosén Crispí <strong>de</strong> Tortellá, la imagen <strong>de</strong>l sol <strong>de</strong> Mediodía<br />

reflejada en el fondo <strong>de</strong> un pozo.<br />

Sor Teodora <strong>de</strong>bió conocer que era hermosa, extraordinariamente hermosa, porque el<br />

convento, a pesar <strong>de</strong> la disciplina y <strong>de</strong> todas las reglas estaba lleno <strong>de</strong> pícaros espejos.<br />

Ignoramos lo que pensó la ilustre dama acerca <strong>de</strong> su impremeditado casorio con<br />

Jesucristo; pero la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l honor y <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ber estaba muy profundamente arraigada en su<br />

alma, y tenía por sí tanta fuerza que sustituyó a la vocación. No pudo ser esto sin<br />

tormento interior; pues no hay, no pue<strong>de</strong> haber sacrificio placentero, y al consi<strong>de</strong>rarse<br />

sepultada en vida y al conformarse a ello, Teodora ponía sobre sus sienes [<strong>16</strong>4] una<br />

corona quizás <strong>de</strong> más precio que aquella <strong>de</strong> imaginarias espinas, con que soñaba en la<br />

época <strong>de</strong> místico <strong>de</strong>lirio.<br />

La <strong>de</strong>voción externa amenguó tanto en ella, que hubo <strong>de</strong> causar algo <strong>de</strong> escándalo.<br />

Esto la obligó a hacer esfuerzos para no parecer menos monja que sus compañeras. Pero<br />

al mismo tiempo la hermosa dama necesitaba apacentar con algo su espíritu, y diose a la<br />

lectura. Por algún tiempo leyó obras diversas tanto sagradas como profanas, aunque<br />

estas últimas eran autorizadas por la Iglesia. Más tar<strong>de</strong> se <strong>de</strong>dicó a criar pájaros.<br />

Después abandonó los pájaros regalándolos juntamente con los libros al padre capellán,<br />

y su alto espíritu y esclarecida inteligencia se apacentaron, se cebaron mejor dicho en<br />

aquel negocio <strong>de</strong>lirante <strong>de</strong> las guerras. Nada hay más que <strong>de</strong>cir, sino que al <strong>de</strong>sechar <strong>de</strong><br />

sí toda aquella maleza pecaminosa, se quedó tal cual tuvimos el honor <strong>de</strong> pintarla al<br />

comienzo <strong>de</strong> este capítulo, inquieta, <strong>de</strong>sasosegada, caprichosa. Era una niña <strong>de</strong> treinta y<br />

dos años que no podía estarse quieta.<br />

Y como en un convento, por más que se discurra, no se pue<strong>de</strong>n inventar ocupaciones<br />

variadas y que interesen profundamente; como el continuo rezar no podía satisfacer<br />

aquellas constantes ansias <strong>de</strong> actividad, Sor Teodora había caído en el más gran<strong>de</strong> tedio.<br />

[<strong>16</strong>5] Nada <strong>de</strong> lo que hacía era en ella más que una fórmula. Rezaba por fórmula, y se<br />

azotaba por hacer algo. Cocinaba por capricho y trabajaba por mecanismo. El trabajo<br />

material no podía satisfacer sino parcialmente a su entendimiento superior. ¡Oh! si no<br />

hubiera tenido el contrapeso <strong>de</strong> un gran sentimiento <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ber, aquel espíritu preclaro,<br />

<strong>de</strong> cuya exaltación fanática hemos visto alguna muestra en las expresiones y discursos<br />

<strong>de</strong> marras, habría hecho per<strong>de</strong>r a Nuestro Señor una <strong>de</strong> sus esposas más guapas, aunque<br />

no es la hermosura la cualidad que más estima él.<br />

Aquel día (y entiéndase que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> esta explicación retrospectiva, volvemos a<br />

aquel día, es <strong>de</strong>cir, al que siguió a la nocturna diabólica aparición <strong>de</strong> Tilín) Sor Teodora<br />

tenía en qué pensar. Su terror era tan fuerte y <strong>de</strong> tal modo le repugnaban la pasión y más<br />

que la pasión la persona <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sgraciado Armengol, que no cesaba en discurrir medios<br />

para impedir que volviese a poner los pies en el convento.<br />

Pensó referir todo a la madre aba<strong>de</strong>sa; pero luego <strong>de</strong>sistió <strong>de</strong> este pensamiento por<br />

no dar motivo <strong>de</strong> escándalo en la comunidad y <strong>de</strong> grandísimo regocijo a la madre<br />

Montserrat, su terrible alguacil y enemiga. ¡Ah! ¡infame vieja! Ella fue la que por<br />

primera vez dijo que [<strong>16</strong>6] Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis ¡horrible calumnia! se acicalaba a<br />

escondidas en su celda, adobándose el rostro, perfumándose el cabello y refinando su<br />

hermosura con afeites y profanida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l mundo. ¡Ella la que constantemente le clavaba<br />

las aceradas uñas <strong>de</strong> su aleve ironía; ella la que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su celda, situada en el extremo <strong>de</strong>l<br />

ala oriental <strong>de</strong>l convento, atisbaba noche y día la <strong>de</strong> Sor Teodora, situada en la Isla,


observando con vigilante saña a qué horas <strong>de</strong> la noche apagaba la luz, a qué horas <strong>de</strong>l<br />

día bajaba a la huerta!<br />

No, no, lo mejor era callar aquel horrible secreto, tomando precauciones para que no<br />

se repitiera el suceso en las noches siguientes. En caso <strong>de</strong> reinci<strong>de</strong>ncia, revelaría todo,<br />

aunque el convento se hundiese, y con él la reputación intachable <strong>de</strong> casa tan noble, tan<br />

santa y venerable.<br />

Firme en su i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que Tilín se había ocultado en la sacristía, examinó aquella tar<strong>de</strong><br />

la puerta <strong>de</strong> esta y viola clavada, como estaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que el voluntario realista saliera<br />

para Manresa. Gran<strong>de</strong> fue entonces la confusión <strong>de</strong> la dama, y sin dar cuenta a nadie <strong>de</strong><br />

su sobresalto, observó la reja <strong>de</strong>l locutorio y la puerta interior <strong>de</strong> este; mas nada pudo<br />

hallar que indicase fractura reciente. Al anochecer retirose a su celda, muy <strong>de</strong>scontenta<br />

<strong>de</strong> [<strong>16</strong>7] sus observaciones, y estuvo más <strong>de</strong> una hora pasando mental revista a todos los<br />

escondrijos y agujeros <strong>de</strong> San Salomó, representándose en su imaginación la informe y<br />

heterogénea masa <strong>de</strong>l edificio con sus muros hendidos, sus techos abollados, sus altas<br />

tapias absolutamente inaccesibles <strong>de</strong>s<strong>de</strong> fuera.<br />

No tenía sueño ni esperaba tenerlo en toda la noche. La temperatura era buena,<br />

aunque ya avanzaba Octubre. Sor Teodora salió a la galería, y apoyando sus brazos en<br />

el barandal, estuvo largo rato aspirando la frescura <strong>de</strong> la huerta y recreándose con un<br />

ligero vientecillo que a ratos venía <strong>de</strong>l Norte y que le besaba el rostro. La noche era<br />

oscurísima y en el cielo brillaban algunas estrellas con tan vivo fulgor, que parecían<br />

haber <strong>de</strong>scendido, según la observación <strong>de</strong> Sor Teodora, a contemplar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cerca la<br />

tierra. Cansada <strong>de</strong> fresco y <strong>de</strong> astronomía, entró en su celda y entornó las ma<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> la<br />

ventana enrejada. Después encendió la luz. El reló (9) <strong>de</strong> la catedral dio las diez.<br />

La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l <strong>de</strong>samparo en que estaba y <strong>de</strong> la escasa seguridad <strong>de</strong> su celda volvió a<br />

mortificarla. Una barricada <strong>de</strong> muebles podía no ser obstáculo bastante para el<br />

monstruo. ¡Oh! ¡cuánto sintió en aquella hora no haber referido el inaudito caso a la<br />

madre aba<strong>de</strong>sa!... ¿Qué <strong>de</strong>bía hacer? Lo mejor era quedarse en [<strong>16</strong>8] vela toda la noche,<br />

sin perjuicio <strong>de</strong> arrastrar todos los muebles hacinándolos junto a la puerta. Sobrecogida<br />

y espantada, miró a la puerta, creyendo sentir ruido fuera.<br />

Sor Teodora dio algunos pasos para reforzar el picaporte con algún objeto que le<br />

sujetara, y antes <strong>de</strong> llegar quedose yerta y muda <strong>de</strong> terror. Su corazón dio un vuelco<br />

terrible cual si se rompiera en pedazos. Helose su sangre.<br />

En la puerta que ligeramente se abría, apareció un bulto, un hombre... ¡el dragón!<br />

- XVII -<br />

Conviene apartar los ojos por ahora <strong>de</strong> los sustos y congojas <strong>de</strong> aquella noble mujer,<br />

sometida por el pícaro Enemigo Malo a duras pruebas, para fijarlos en los pasos cada<br />

vez más errados y torpes, <strong>de</strong>l infelicísimo voluntario realista, el cual parecía no ya<br />

sometido a pruebas o escrúpulos, sino arrastrado al mismo infierno por Satanás, atizador


infame [<strong>16</strong>9] <strong>de</strong> las humanas pasiones y perturbador <strong>de</strong> aquellas almas que encuentra<br />

organizadas con alientos gran<strong>de</strong>s, mas sin el sostén <strong>de</strong> un sentido moral muy puro.<br />

Por noticias <strong>de</strong> muy fiel origen sabemos que Tilín, luego que salió <strong>de</strong> la celda <strong>de</strong> Sor<br />

Teodora <strong>de</strong> Aransis, <strong>de</strong>jando a esta sin habla ni sentido, montó a horcajadas sobre el<br />

barandal <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, y sin esfuerzo alguno, inclinándose <strong>de</strong> un lado, puso el pie en los<br />

palos horizontales <strong>de</strong>l emparrado. No era preciso ser gran equilibrista para andar por<br />

allí, a causa <strong>de</strong> la robustez <strong>de</strong> los ma<strong>de</strong>ros. Andando a gatas y cuidando <strong>de</strong> evitar los<br />

huecos ocultos por el follaje, se podía recorrer aquel camino aéreo, especie <strong>de</strong> puente<br />

echado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la galería hasta el palomar que estaba en el mismo bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la tapia, punto<br />

don<strong>de</strong> acababa el convento y empezaba el mundo. El palomar tenía un rebor<strong>de</strong> por el<br />

cual se podía andar fácilmente agarrándose a los ladrillos <strong>de</strong> las frágiles pare<strong>de</strong>s que lo<br />

formaban; pero al llegar a la tapia, que en aquel sitio formaba un ángulo entrante casi<br />

recto, cesaba todo camino y era preciso volar para salir <strong>de</strong>l convento. La pared era en lo<br />

exterior lisa, perfectamente vertical, y su altura <strong>de</strong> doce varas hacía ilusoria toda<br />

tentativa <strong>de</strong> escalamiento para entrar o <strong>de</strong> salto para salir. Tilín miró [170] hacia abajo y<br />

vio que todo era tinieblas en el callejón oscuro formado por las tapias <strong>de</strong> San Salomó y<br />

las murallas <strong>de</strong> la ciudad. Parecía aquello un abismo sin fondo, propio para que un<br />

<strong>de</strong>sesperado arrojase en él la enojosísima carga <strong>de</strong> la vida.<br />

Pero no era ésta la intención <strong>de</strong>l joven realista. Ya sabía él por dón<strong>de</strong> andaba. En lo<br />

alto <strong>de</strong> la tapia y asegurado entre los ladrillos <strong>de</strong>l ángulo que esta formaba con la pared<br />

<strong>de</strong>l palomar, había un fortísimo clavo, <strong>de</strong>l cual pendía hacia fuera una soga. La hábil<br />

colocación <strong>de</strong> esta y la firmeza <strong>de</strong>l hierro que la sostenía indicaban no ser aquel un<br />

trabajo <strong>de</strong>l momento improvisado por la pasión o el capricho, sino más bien obra <strong>de</strong><br />

premeditación hecha con estudio y en sazón oportuna. El lector, si tiene memoria,<br />

compren<strong>de</strong>rá cuándo fue hecha esta obra. Tilín confió su cuerpo a la cuerda y echose<br />

fuera <strong>de</strong>scendiendo lentamente con los puños, y al llegar a distancia como <strong>de</strong> tres varas<br />

<strong>de</strong>l suelo buscó con el pie un objeto en la superficie <strong>de</strong> la pared. Hallado al fin aquel<br />

objeto que era un segundo clavo tan sólido como el <strong>de</strong> arriba y apoyando en él su pie,<br />

<strong>de</strong>jó la cuerda, agarrose con los acerados <strong>de</strong>dos a los huequecitos <strong>de</strong> los ladrillos y<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí se arrojó al suelo.<br />

En el momento <strong>de</strong> caer, una voz sonó a su [171] lado, y manos nada blandas le<br />

tocaron los hombros. La voz dijo riendo:<br />

-Date preso, seductor <strong>de</strong> monjas.<br />

-¡Quién va! -gritó Tilín <strong>de</strong>sasiéndose <strong>de</strong> aquellas manos y arremetiendo a su<br />

<strong>de</strong>scubridor con amenazadores puños.<br />

-Alto, alto, señor Tilín -dijo este agarrotando las muñecas <strong>de</strong>l sacristán con mano<br />

vigorosa-. Soy amigo. No tema usted nada <strong>de</strong> un pobre prisionero. Jamás he sido<br />

protector <strong>de</strong> monjas, y si lo fuera, callaría este caso, porque tampoco soy <strong>de</strong>lator...<br />

-¿Quién es usted?<br />

-¿Tan <strong>de</strong>sfigurado estoy que no me conoce? -dijo acercando su rostro al <strong>de</strong> Pepet.<br />

-¡Ah! es el Sr. Servet si no me engaño.


-El mismo, y si por carácter no fuera discreto seríalo ahora por tratarse <strong>de</strong> un hombre<br />

a quien eternamente <strong>de</strong>bo gratitud por la libertad que me ha dado.<br />

-El <strong>de</strong>monio cargue con usted y con su gratitud -replicó Tilín, cuyo enojo no podía<br />

aplacarse con las corteses manifestaciones <strong>de</strong>l que en tan mala ocasión le había<br />

sorprendido.<br />

-Y con el mal humor <strong>de</strong> usted -añadió el llamado Servet-. En ninguna parte está<br />

mejor un secreto que en el pecho <strong>de</strong> un hombre agra<strong>de</strong>cido. Si en vez <strong>de</strong> ser yo quien<br />

pasaba [172] por aquí hubiera sido otro, el Sr. Tilín habría tenido un disgusto. Mañana<br />

sabría toda la ciudad que las monjas <strong>de</strong> San Salomó...<br />

-¡Por las patas y el rabo <strong>de</strong> Satanás! -gritó Tilín con ira- que si usted habla mal <strong>de</strong> las<br />

señoras o las ultraja, aquí mismo le arranco el corazón. Tengo ganas <strong>de</strong> matar a alguien.<br />

-Hombre, ¡qué capricho!... Pues a mí me pasa lo mismo -dijo Servet<br />

flemáticamente-. Aquí tengo dos pistolas y un cuchillo <strong>de</strong> monte que me ha dado el<br />

señor <strong>de</strong> Guimaraens.<br />

-Pues vamos -gritó Tilín como un insensato dando algunos pasos hacia la puerta <strong>de</strong>l<br />

Travesat.<br />

-¿A dón<strong>de</strong>?<br />

-A matarnos.<br />

Si la noche hubiera estado clara se habría visto en los ojos <strong>de</strong> Pepet Armengol el<br />

brillo siniestro <strong>de</strong> la locura.<br />

-Eso <strong>de</strong>be meditarse antes -dijo el caballero D. Jaime con gravedad no exenta <strong>de</strong><br />

burla-. Mi vida actual no es precisamente <strong>de</strong> las que merecen el nombre <strong>de</strong> <strong>de</strong>liciosas;<br />

pero ¡qué <strong>de</strong>monio! es preciso llevarla a cuestas y la llevaremos; no faltará un cabecilla<br />

que nos alivie <strong>de</strong> ese peso.<br />

-¡Déjeme usted... déjeme usted solo! -exclamó Tilín apoyando su cuerpo en la<br />

muralla [173] <strong>de</strong> la ciudad y hundiendo la barba en el pecho.<br />

-Pues adiós, adiós. Nunca me ha gustado ser importuno.<br />

El caballero dio algunos pasos para alejarse. Con violento a<strong>de</strong>mán se abalanzó Tilín<br />

hacia él y <strong>de</strong>teniéndole por un brazo, acercó el martilludo puño a su rostro y le dijo:<br />

-Si usted <strong>de</strong>ja escapar una palabra, una palabra sola que ofenda la honra, la fama y la<br />

santidad <strong>de</strong> las señoras <strong>de</strong> San Salomó, encomién<strong>de</strong>se usted a Dios. ¿Está entendido?<br />

-Entendido. Yo no he visto nada. Pue<strong>de</strong> volver a subir si gusta.<br />

-No subiré más, no. No subiré más -bramó el voluntario moviendo la cabeza con<br />

<strong>de</strong>sesperación-. Y si subo o no subo, a usted poco le importa. Las madres <strong>de</strong> San<br />

Salomó son honradas. No hay ninguna que no lo sea. Yo soy el criminal, ellas no.


Servet encogió los hombros y volvió a retirarse.<br />

-No, no se vaya usted -dijo Tilín <strong>de</strong>teniéndole primero y siguiéndole <strong>de</strong>spués.<br />

-Pronto cambiamos <strong>de</strong> parecer, amigo.<br />

-Yo no tengo amigos. ¡Ay! si tuviera alguno le pediría un consejo.<br />

-Pues cuente usted que yo soy ese amigo y ábrame su corazón. [174]<br />

-No, no, no. Mi corazón no se abre, no se pue<strong>de</strong> abrir, está ya soldado con plomo<br />

<strong>de</strong>rretido.<br />

-¡Qué exaltación, señor Tilín! Vámonos <strong>de</strong> aquí. Entraremos en la taberna <strong>de</strong><br />

Mogarull o <strong>de</strong> Guasp, y beberemos un poco para que al buen guerrillero se le <strong>de</strong>speje la<br />

cabeza.<br />

Tilín se <strong>de</strong>jó llevar como un idiota.<br />

-Yo siento haber sorprendido un secreto tan <strong>de</strong>licado como el que acaba <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>scubrirme la casualidad -añadió el caballero mientras se internaban en la ciudad-.<br />

Pero no es culpa mía sino <strong>de</strong> la Provi<strong>de</strong>ncia. Yo entré por la puerta <strong>de</strong>l Travesat. Venía<br />

<strong>de</strong> casa <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guimaraens que, entre paréntesis, si <strong>de</strong>be a usted la libertad, no<br />

pue<strong>de</strong> olvidar que le <strong>de</strong>be también la prisión, y aguarda una coyuntura para <strong>de</strong>sollarle<br />

vivo. Mi Sr. D. Pedro, luego que salimos <strong>de</strong> la cárcel me llevó a su casa, diome <strong>de</strong><br />

comer y <strong>de</strong> vestir, obsequiándome con tanta finura que no sé cómo pagarle. Todo<br />

cuanto he necesitado lo ha puesto a mi disposición menos una cosa que me hace suma<br />

falta; un caballo, un caballo, señor Tilín, que me lleve a la frontera antes que estos<br />

benditos apostólicos vuelvan a pren<strong>de</strong>rme.<br />

-¡Un caballo! -repitió maquinalmente Tilín sin aten<strong>de</strong>r a la narración <strong>de</strong> Servet.<br />

-El Sr. <strong>de</strong> Guimaraens, que salió anteayer [175] para Cervera a ponerse a las ór<strong>de</strong>nes<br />

<strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> España... ¿no sabe usted que tenemos encima las tropas reales?... se<br />

<strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> mí con grandísima pena y me dijo: «Querido Servet, siento no po<strong>de</strong>r darte<br />

un caballo; pero te ofrezco mi tartana, que es la mejor pieza que rueda en Cataluña».<br />

¡Donoso regalo! Heme aquí, Tilín amigo, dueño <strong>de</strong> un coche que <strong>de</strong> nada me sirve y<br />

que daría por la pezuña <strong>de</strong> un caballo.<br />

-¿Un coche? -dijo Tilín vivamente con muestras <strong>de</strong> gran interés.<br />

-Sí, esa preciosa alhaja la tengo en una cabaña que está a cien varas <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong>l<br />

Travesat. Esta tar<strong>de</strong> he traído mi vehículo gallardamente tirado por un asno, sobre cuyos<br />

lomos he roto medio fresno sin conseguir hacerle salir <strong>de</strong> un pasillo morigerado y<br />

tímido que me quemaba la sangre. Mi ánimo es buscar un caballo en Solsona, empresa<br />

difícil porque carezco <strong>de</strong> amista<strong>de</strong>s en esta generosa ciudad <strong>de</strong> mis entrañas. Pero confío<br />

en Dios, que ya me ha dado pruebas <strong>de</strong> su protección <strong>de</strong>parándome un amigo al dar mi<br />

primer paso <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> estos benditos muros... ¿Benditos dije?... ¡si yo os viera hechos<br />

polvo juntamente con toda la caterva apostólica!... En suma, señor Tilín amigo, yo<br />

consi<strong>de</strong>ro harto feliz nuestro encuentro, acaecido <strong>de</strong>l modo más extraño. [176] Entraba


yo por la calle <strong>de</strong> los Codos, pensando en el coche que tengo y en el caballo que no<br />

tengo, cuando pareciome sentir ruido en lo alto <strong>de</strong> la tapia <strong>de</strong> San Salomó. Miré y no vi<br />

nada. Detúveme...<br />

-No quiero que nombre usted a San Salomó.<br />

-Detúveme y al fin vi un bulto que <strong>de</strong>scendía por una cuerda.<br />

-Basta.<br />

-Era un hábil trabajo <strong>de</strong> volatinero que merecía verse, mayormente cuando se veía<br />

gratis. El bulto se <strong>de</strong>sprendió arrojándose al suelo. Hay un clavo a la altura <strong>de</strong> la mano,<br />

señor Tilín. La i<strong>de</strong>a es ingeniosa.<br />

-Digo que basta.<br />

-No se hable más <strong>de</strong>l asunto. Lo principal es que realmente yo soy aquí el que<br />

cuelga, el que pen<strong>de</strong>, no digo <strong>de</strong> una soga sino <strong>de</strong> un cabello, y bajo mis pies miro, no la<br />

<strong>de</strong>leitosa calle <strong>de</strong> los Codos, sino el insondable abismo <strong>de</strong> mi perdición.<br />

-¿Necesita usted un caballo?...<br />

-Sí; un caballo a quien confiar mi pobre persona para que la ponga en la frontera<br />

sana y salva. Si estoy aquí un día más, señor guerrillero, me expongo a per<strong>de</strong>r otra vez<br />

mi libertad. En el caso <strong>de</strong> que los señores apostólicos que hay en la ciudad y los que<br />

pronto [177] vendrán fueran misericordiosos conmigo, ¿cuál sería mi suerte el día que<br />

entrase en Solsona el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> España, vencedor y vengativo? Y ese día no está lejos,<br />

amigo Tilín; ya se han visto tropas <strong>de</strong>l Rey a dos leguas <strong>de</strong> aquí. Guimaraens recibió<br />

anteayer ór<strong>de</strong>nes fechadas en Cervera.<br />

-¿Y teme usted al con<strong>de</strong> <strong>de</strong> España? ¿Pues no es usted espía <strong>de</strong> Calomar<strong>de</strong>?<br />

-¡Espía yo!<br />

-Entonces no hay duda <strong>de</strong> que es usted sectario y jacobino. Tenía razón Pixola.<br />

-Tampoco soy jacobino.<br />

-A mí no me importa que sea usted el mismo Lucifer, capitán <strong>de</strong>l Infierno -dijo<br />

Tilín-. Nada me asusta. No tengo ya afición a ninguna causa política; todas me son<br />

indiferentes, mejor dicho, todas me interesan con tal que <strong>de</strong>struyan.<br />

-¡Destruir!<br />

-Sí, <strong>de</strong>struir. Dígame usted ¿no está la corte minada por los masones? ¿Es cierto,<br />

como aquí nos han dicho, que si los masones triunfan, <strong>de</strong>struirán todo, y no <strong>de</strong>jarán en<br />

pie nada <strong>de</strong> lo que hoy existe?<br />

-Los masones no triunfarán.


-¿Qué bando hará tabla rasa <strong>de</strong> todo?<br />

-El <strong>de</strong> uste<strong>de</strong>s si triunfara, pero tampoco triunfará. [178]<br />

-¿Y Calomar<strong>de</strong> pegará fuego a toda Cataluña?<br />

-No lo creo; pero fusilará a todos los cabecillas que coja.<br />

-Pregunto si pegará fuego a toda Cataluña.<br />

-No lo sé.<br />

-¿Y no <strong>de</strong>molerá las ciuda<strong>de</strong>s?<br />

-Mucho es eso.<br />

-Entonces ¿quién volverá el mundo <strong>de</strong>l revés?<br />

-Tampoco lo sé; pero <strong>de</strong> seguro habrá alguien que lo haga.<br />

-¿Y quién lo hará?<br />

-Uno que pue<strong>de</strong> mucho.<br />

-¿Es fuerte?<br />

-Más fuerte que todos los tronos, que todos los partidos, que todos los hombres.<br />

-¿Quién es?<br />

-El tiempo.<br />

-¡El tiempo! ¿dón<strong>de</strong> está ese tiempo que no viene?<br />

-Ya vendrá.<br />

-¡Oh! tarda.<br />

-Es propio <strong>de</strong>l tiempo tardar.<br />

Tilín calló <strong>de</strong>spués profundamente. Seguían andando y <strong>de</strong> pronto <strong>de</strong>túvose el<br />

guerrillero y mirando al cielo con espantados ojos y haciendo un gesto convulsivo como<br />

si al mismo cielo amenazara, exclamó: [179]<br />

-¡Me aborrece!<br />

-¿Quién?<br />

-¡Necia pregunta! -dijo Tilín apretando fuertemente el brazo <strong>de</strong>l caballero-. No tengo<br />

amigos; yo no confiaré a nadie lo que me pasa... Señor Servet...


-¿Qué?<br />

-Míreme usted.<br />

-Ya miro.<br />

Los dos hombres se contemplaron lúgubremente en la oscuridad <strong>de</strong> la noche.<br />

-Señor Servet -prosiguió Tilín acercando más su rostro al <strong>de</strong> su improvisado amigo-.<br />

¿Es cierto que yo soy horrible?<br />

D. Jaime no supo contestar.<br />

-No, ciertamente. Un corazón generoso, una figura tosca, aunque enérgica y<br />

simpática, no pue<strong>de</strong>n ser horribles.<br />

-¿Entonces no es cierto que yo sea un monstruo?<br />

-¿Un monstruo?<br />

-Sí lo seré; pero <strong>de</strong> maldad, <strong>de</strong>... no sé <strong>de</strong> qué.<br />

Después estuvo meditando largo rato, apoyado en un poste <strong>de</strong> las arquerías <strong>de</strong> la<br />

plaza <strong>de</strong> San Juan.<br />

Delante <strong>de</strong> él Servet contemplaba su faz sombría alumbrada a ratos por la mirada, y<br />

su fuerte y áspera cabellera que parecía tormentosa [180] nube pesando sobre un<br />

horizonte inflamado en ciertos momentos por la sulfúrea luz <strong>de</strong>l relámpago. El caballero<br />

cortó el silencio diciendo:<br />

-Usted se ha malquistado con sus jefes. Es indudable que si le cogen los cabecillas<br />

apostólicos le fusilarán, y si cae en las manos <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> España, le fusilará también.<br />

La común <strong>de</strong>sgracia nos hará amigos y compañeros. Ayudémonos mutuamente, y<br />

huyamos juntos.<br />

-¡Huir! -murmuró Tilín con sordo gemido-. Yo también huiré.<br />

-Iremos juntos.<br />

-No, yo tengo que hacer algo en Solsona.<br />

Miró al cielo hacia la parte don<strong>de</strong> estaba San Salomó.<br />

-Lo que más importa es no per<strong>de</strong>r el tiempo, porque mañana, quizás <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />

algunas horas no habrá remedio para nosotros. Ya sabe usted que las facciones <strong>de</strong><br />

Aragón y Navarra, en la imposibilidad <strong>de</strong> hacer cosa <strong>de</strong> provecho en aquellas<br />

provincias, vienen a reforzar las <strong>de</strong> Cataluña.<br />

-Yo no sé nada.


-Se dice que pronto llegarán a Solsona. Yo temo volver a visitar los aposentos<br />

subterráneos <strong>de</strong>l ayuntamiento, y usted no <strong>de</strong>be vivir muy tranquilo puesto que ya está<br />

<strong>de</strong>clarado rebel<strong>de</strong> y pronto se le <strong>de</strong>clarará vendido a [181] Calomar<strong>de</strong>. Sé lo que son<br />

revoluciones y sé cómo se trata en ellas a los que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberlas servido las<br />

abandonan.<br />

Tilín no atendía a las razones harto discretas <strong>de</strong>l forastero. Abstraído en otros<br />

pensamientos dijo <strong>de</strong> súbito:<br />

-Yo tengo una casa en Cadí... allá en los bosques <strong>de</strong> la Cerdaña, don<strong>de</strong> apenas hay<br />

raza humana... ¡Qué soledad, qué soledad tan gran<strong>de</strong> aquella!<br />

-¡Ah! -dijo Servet-. ¡un buen guerrillero, cansado <strong>de</strong>l mundo y herido en el corazón<br />

por los <strong>de</strong>sengaños se retira a hacer vida <strong>de</strong> anacoreta en su casa solar! Muy bien. Me<br />

gusta esa i<strong>de</strong>a que respon<strong>de</strong> a dos necesida<strong>de</strong>s urgentes, la <strong>de</strong> <strong>de</strong>scansar <strong>de</strong> las fatigas <strong>de</strong><br />

la guerra o <strong>de</strong> los sobresaltos amorosos y la <strong>de</strong> ponerse a veinte leguas <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

España, cuya compañía <strong>de</strong>be evitar quien estime en algo la vida. Y el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> España<br />

está en Cataluña... lo que equivale a <strong>de</strong>cir que nuestras cabezas y las cabezas <strong>de</strong> todos<br />

los guerrilleros apostólicos están sobre el tajo. En mal hora vendrán esos valientes<br />

navarros y aragoneses, como no vengan, según se ha dicho, a someterse.<br />

-El locutorio -dijo Pepet <strong>de</strong> súbito- está al lado <strong>de</strong>l camarín, don<strong>de</strong> están el altar viejo<br />

y las piezas <strong>de</strong>l monumento. [182]<br />

Pasmado se quedó el forastero al oír razones tan incoherentes y que tan mal<br />

respondían al asunto <strong>de</strong> que se trataba. Continuó hablando <strong>de</strong> la necesidad <strong>de</strong> huir, <strong>de</strong> la<br />

absoluta perdición <strong>de</strong> la causa apostólica, y cuando pidió a Pepet su parecer sobre tan<br />

importante opinión, respondiole el irritado voluntario:<br />

-De aquí a mi casa <strong>de</strong> la Cerdaña... cuatro jornadas y cuatro <strong>de</strong>scansos, uno en<br />

Regina Cœli, otro en Vilaplana, otro en Nargo, otro en Querforadat.<br />

Oyendo tan <strong>de</strong>sconcertadas razones, Servet pensó que aquel hombre había perdido el<br />

juicio.<br />

-Cree usted -dijo Tilín echándose las manos a la espalda y dando algunos pasos en<br />

contrario sentido- ¿cree usted, Sr. Servet, que el viento Sur me será favorable?<br />

-Si piensa usted ir en buque...<br />

-No es eso, digo que será favorable... ¡Oh! no, mejor será el viento Nor<strong>de</strong>ste.<br />

Y miró al cielo para ver la dirección que llevaban las nubes.<br />

-Norte fijo- afirmó Servet mirando también y riendo <strong>de</strong> los <strong>de</strong>spropósitos <strong>de</strong> su<br />

nuevo amigo-. Cataluña necesita un poco <strong>de</strong> fresco para limpiar su atmósfera <strong>de</strong> lo que<br />

le viene <strong>de</strong>l Sur. También tenemos al Rey D. Fernando en camino <strong>de</strong> esta tierra, y según<br />

todas las noticias [183] ya <strong>de</strong>be <strong>de</strong> estar cerca <strong>de</strong> Tarragona. Ese solícito y paternal<br />

monarca ha querido venir por sí mismo a aplacar la insurrección... ¿Sabe usted, señor<br />

Tilín, que más me huele a cáñamo que a pólvora?


El voluntario no contestó sino <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> pasado un rato.<br />

-Todo podrá quedar hecho en una hora -dijo mirando con extravío a D. Jaime-, y se<br />

hará, se hará.<br />

Al <strong>de</strong>cir esto oyose lejano y ronco el ruido <strong>de</strong> los tambores <strong>de</strong> guerra, y algunos<br />

hombres pasaron presurosos por la plaza disputando. Reuniose bastante gente, y entre el<br />

rumor <strong>de</strong> las hablillas oyose que <strong>de</strong>cían:<br />

-Las facciones <strong>de</strong> Aragón... ahí están.<br />

-Ahí tenemos ya a la canalla que faltaba -dijo Servet-. Ya vengan a pelear, ya vengan<br />

a someterse, conviene evitar su compañía. Buenas noches, Sr. Tilín.<br />

El voluntario le estrechó la mano, diciéndole:<br />

-Tendrá usted el caballo que <strong>de</strong>sea, pero es preciso que me dé su coche.<br />

-Con la mejor voluntad <strong>de</strong>l mundo -replicó el otro lleno <strong>de</strong> gozo-. Es un mueble que<br />

no me parece mío sino por lo que me estorba.<br />

-Pues yo lo necesito: es para mí <strong>de</strong> grandísima utilidad. [184]<br />

-Como el caballo para mí. Bendito sea el momento en que, entrando por la calle <strong>de</strong><br />

los Codos, vi <strong>de</strong>scolgarse <strong>de</strong> la tapia...<br />

-Basta. Usted no ha visto nada.<br />

-Es verdad, amigo y protector mío: nada he visto.<br />

Estipularon en seguida <strong>de</strong> un modo formal y <strong>de</strong>finitivo el cambio que habían<br />

indicado. Servet daría su tartana a Tilín a trueque <strong>de</strong> un caballo. Mas como el guerrillero<br />

no tenía por el momento más que el suyo, o sea el <strong>de</strong> Jep <strong>de</strong>ls Estanys, hizo solemne<br />

promesa <strong>de</strong> buscar el que Servet necesitaba, y <strong>de</strong> tenerlo a su disposición en todo el día<br />

siguiente.<br />

No pudo fijar Tilín punto <strong>de</strong>terminado para verse ambos amigos en el curso <strong>de</strong> las<br />

veinticuatro horas siguientes, «porque -<strong>de</strong>cía- mis quehaceres serán muchos mañana, y<br />

no se me podrá ver por ninguna parte».<br />

Al fin quedó concertado que Servet entregaría al día siguiente su coche y fuera al<br />

caer <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> a la posada <strong>de</strong> José Guasp, don<strong>de</strong> hallaría a un amigo <strong>de</strong> Tilín y con este<br />

el <strong>de</strong>seado caballo. Dándose afectuosos apretones <strong>de</strong> manos, <strong>de</strong>spidiéronse cuando ya<br />

entraban en la plaza los grupos <strong>de</strong> guerrilleros aragoneses y navarros que acababan <strong>de</strong><br />

llegar.<br />

-¿Podremos hacer el viaje juntos? -dijo Servet al voluntario. [185]<br />

-De ningún modo -repuso este-. ¿Sale usted mañana?


-Contando con el caballo, mañana.<br />

Tilín clavó sus ojos en el cielo. Ceñudo y fosco parecía leer en la tierra misteriosos<br />

anuncios <strong>de</strong>l <strong>de</strong>stino.<br />

-Entonces...<br />

Y dijo una frase que uno y otro ¡ay! habrían <strong>de</strong> recordar más tar<strong>de</strong>.<br />

Aquella frase era:<br />

-Quizás nos encontremos en el camino.<br />

- XVIII -<br />

El caballero D. Jaime Servet (<strong>de</strong> quien hemos <strong>de</strong> ocuparnos ahora con algún<br />

<strong>de</strong>tenimiento) se retiró al campo y a la casa <strong>de</strong> Guimaraens, don<strong>de</strong> estuvo solo todo el<br />

siguiente día siguiente. Impaciente y sin sosiego, esperaba la tar<strong>de</strong> para ir a la ciudad y<br />

tomar el caballo prometido: así cuando comenzó a oscurecer quiso <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> la<br />

señora Badoreta, que por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> su amo le había prestado ropa y algunos dineros para<br />

el viaje; pero la señora Badoreta no estaba en la casa, y el caballero tuvo que marcharse<br />

sin <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> ella, y [186] lo que es más sensible, sin comer. Partió hacia la ciudad.<br />

En la cabaña situada fuera <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong>l Travesat halló a Pepet que puntual había ido<br />

a tomar posesión <strong>de</strong> la tartana. Estaba el guerrillero en compañía <strong>de</strong> seis hombres cuyo<br />

aspecto pareció a Servet harto sospechoso, y aun el mismo Tilín figurósele más<br />

sombrío, más ceñudo, más hipocondriaco que <strong>de</strong> ordinario. Pocas palabras cambiaron.<br />

Tilín anunció a su amigo que el caballo le esperaba en la posada <strong>de</strong> Guasp.<br />

-¿No entra usted en Solsona? -le dijo Servet.<br />

-No: está atestada <strong>de</strong> navarros y aragoneses. Me repugna esa gente.<br />

Despidiose <strong>de</strong> su amigo, y como el día anterior le dijo:<br />

-Quizás nos encontremos en el camino.<br />

Servet entró en la ciudad. Vestía un traje ambiguo que <strong>de</strong> la cintura abajo era <strong>de</strong><br />

caballero, y <strong>de</strong> medio cuerpo arriba <strong>de</strong> payés, terminando el atavío con la gorra catalana.<br />

Su chaquetón pardo con vueltas encarnadas <strong>de</strong>jaba ver el pecho don<strong>de</strong> se cruzaban los<br />

curvos mangos <strong>de</strong> dos pistolas, cuyos cañones <strong>de</strong>saparecían entre la seda <strong>de</strong> una faja<br />

morada. El pantalón <strong>de</strong> pana oscura era ajustado y <strong>de</strong>saparecía en la rodilla, bajo el<br />

bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> cuero <strong>de</strong> sus botas negras con espuelas <strong>de</strong> plata. A pesar <strong>de</strong> [187] la suavidad<br />

<strong>de</strong> la estación, no había olvidado la manta necesaria en las altitu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los puertos <strong>de</strong>l<br />

Pirineo.


Sin <strong>de</strong>tenerse más que en comprar avíos para cargar sus armas, encaminose a la<br />

posada <strong>de</strong> Guasp, punto <strong>de</strong> mucha concurrencia, por ser la parada <strong>de</strong> todos los carros y<br />

caballerías, y a<strong>de</strong>más porque el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> vino y comidas reunía en la oscura y fétida<br />

sala baja a todos los holgazanes <strong>de</strong> Solsona y sus cercanías. Aquella noche el figón<br />

rebosaba <strong>de</strong> gente, y por su enorme puerta chata y gibosa salía un bullicio ronco y un<br />

vaho inmundo semejantes a las blasfemias y al vinoso hálito que salen <strong>de</strong> la boca <strong>de</strong>l<br />

borracho. El humo <strong>de</strong> los cigarros envolvía el enjambre <strong>de</strong> bebedores en una nube que<br />

hacía pali<strong>de</strong>cer las luces. Componíase tan noble concurrencia <strong>de</strong> guerrilleros navarros y<br />

aragoneses, y estaban discutiendo si seguirían hacia Manresa o se volverían a su país,<br />

pues ya la guerra se tenía por abortada. Cuando D. Jaime entró, oyó que <strong>de</strong>cían: «Nos<br />

han engañado... nos han tendido un lazo. Esto es una farsa... Volvámonos a nuestra<br />

tierra». Algunos hablaban la jerga in<strong>de</strong>finible en la cual los éuscaros hallan gran belleza<br />

eufónica, y que la tendrá realmente cuando sea bello el ruido <strong>de</strong> una sierra.<br />

Servet buscó al posa<strong>de</strong>ro, a quien conocía [188] <strong>de</strong>s<strong>de</strong> antes <strong>de</strong> su prisión, y hallado<br />

aquel insigne hombre, cuya semejanza con un tonel sostenido en dos patas <strong>de</strong> oso era<br />

perfecta, le preguntó por el caballo que había <strong>de</strong>jado Tilín. El posa<strong>de</strong>ro le contestó que<br />

el caballo estaba en la cuadra. Gran<strong>de</strong> era la prisa <strong>de</strong> Servet, pero su hambre era mayor,<br />

y así, resuelto a acallar tan fiero enemigo, pidió un poco <strong>de</strong> carne asada y vino.<br />

Procuraba buscar los sitios más oscuros y huir <strong>de</strong> los grupos más bullangueros; pero en<br />

todas partes había gente. Dirigíase a un rincón que era sin duda el más ahumado, el más<br />

tenebroso y el más fétido <strong>de</strong>l local, cuando viose frente a frente <strong>de</strong> un hombre alto y<br />

proceroso que clavó en él sus ojos con asombro. Para figurarse aquel hombre, es preciso<br />

que el lector se figure antes una zalea bermeja cuyos abundantes vellones apenas <strong>de</strong>jan<br />

ver unos pómulos rojos, dos ojos azules y una nariz mediana. La zalea era la barba, lo<br />

<strong>de</strong>más la cara <strong>de</strong> tal individuo, que apenas tenía frente, y esta <strong>de</strong>saparecía bajo el bor<strong>de</strong><br />

redondo <strong>de</strong> una gorra blanca.<br />

Servet le miró también y se estremeció <strong>de</strong> terror; mas disimulándolo, siguió a<strong>de</strong>lante.<br />

Oyó que el coloso barbado <strong>de</strong>cía a otro <strong>de</strong> poca talla, regor<strong>de</strong>te y moreno:<br />

-Oricaín, mira esa cara.<br />

Y señaló al forastero que quería confundirse [189] entre la multitud. El pequeño dijo<br />

al gran<strong>de</strong>:<br />

-Zugarramundi, ¿estás seguro <strong>de</strong> que es él? (10)<br />

Servet salió al patio que era gran<strong>de</strong> y tenía en uno <strong>de</strong> sus costados un gran tinglado a<br />

cuyo amparo pensaban gravemente mulas y caballos. Púsose a examinar los animales<br />

buscando el suyo, y afectando no ocuparse <strong>de</strong> los que le seguían; pero estaba muy<br />

intranquilo, y en vez <strong>de</strong> caballos y mulas veía los inmensos peligros que tan a <strong>de</strong>shora le<br />

habían salido al camino.<br />

De pronto oyó tras <strong>de</strong> sí la voz <strong>de</strong>l gigante barbudo que gritaba:<br />

-Carlos, Carlos, baja.<br />

Y <strong>de</strong>spués la voz <strong>de</strong> otro que dijo:


-Señor coronel Navarro, baje usted.<br />

Ya no quedó al forastero duda alguna respecto al grandísimo aprieto en que se vería;<br />

pero como era hombre <strong>de</strong> mucho temple, pensó que la precipitación y azoramiento<br />

podían per<strong>de</strong>rle. Afortunadamente pasó el mesonero con una cesta <strong>de</strong> paja, y Servet,<br />

formando un plan al instante con la rápida inspiración que infun<strong>de</strong> el peligro, le dijo:<br />

-Señor Guasp, me siento indispuesto y [190] quiero pasar aquí la noche. Deme usted<br />

un cuarto.<br />

-¡Un cuarto! -gruñó jovialmente el tonel con forma y alma humana-. ¿Y <strong>de</strong> dón<strong>de</strong><br />

voy yo a sacar un cuarto? Como no quiera usted uno <strong>de</strong> los cuatro míos.<br />

-¿No hay ninguno? ¿Ni siquiera aquel don<strong>de</strong> dormían los volatineros hace dos<br />

meses?<br />

-¡Ah!... aquel, sí... libre está, y si usted lo quiere, saque la llave <strong>de</strong> mi bolsillo. No<br />

puedo valerme <strong>de</strong> las manos.<br />

-Gracias... Aquí está la llave -dijo Servet, retirando su mano <strong>de</strong> los bolsillos <strong>de</strong>l señor<br />

Guasp.<br />

-¿Sabe usted cuál es el cuarto?<br />

-Ya, ya sé -dijo el caballero dirigiéndose sin precipitación al otro extremo <strong>de</strong>l patio<br />

don<strong>de</strong> había una puerta que más bien <strong>de</strong> pocilga que <strong>de</strong> habitación para hombres<br />

parecía.<br />

Mientras abría la puerta, observó a los que le observaban. Eran el individuo <strong>de</strong> las<br />

espesas barbas, su compañero y un tercer personaje con uniforme militar. No distinguió<br />

Servet su cara, pero la reconocía en la oscuridad <strong>de</strong> la noche y la reconociera en medio<br />

<strong>de</strong> las tinieblas absolutas.<br />

El caballero entró en su vivienda y cerró por <strong>de</strong>ntro.<br />

-Ahora -pensó- que venga a buscarme. [191]<br />

Y se ocupó en cargar sus pistolas. Hecho esto, aplicó el oído a la puerta.<br />

-Ya viene -dijo- y por el ruido que hace parece que trae un regimiento para<br />

cazarme... Bien, señor Garrote, tu cobardía no se ha <strong>de</strong> <strong>de</strong>smentir un momento. Traes<br />

cien perros contra un solo hombre. ¡Oh! Maldita sea cien veces mi suerte -exclamó<br />

hiriendo furiosamente el suelo con su pie-. Me cazará como a una liebre.<br />

Llevó su mano a la frente y se dio un golpe con ella, como para que <strong>de</strong>l choque<br />

brotase una i<strong>de</strong>a. La i<strong>de</strong>a brotó.<br />

-No, no, no seré tan necio que les espere aquí. ¿De qué me valdría una <strong>de</strong>fensa<br />

<strong>de</strong>sesperada? ¡Ah! malvado asesino; no sospechaba que fueras jefe <strong>de</strong> estos bandidos <strong>de</strong>


Aragón y Navarra. Debí sospecharlo, porque allí don<strong>de</strong> hay bandoleros has <strong>de</strong> estar tú<br />

para mandarlos.<br />

Volvió a escuchar. Bulliciosa gente se acercaba por la parte exterior.<br />

-¡Ah! ¡cobar<strong>de</strong> sayón! -murmuró Servet corriendo a la ventana y abriéndola-. Por<br />

esta vez se te escapa la pieza... ¡Maldito seas <strong>de</strong> Dios!<br />

Mientras sonaban golpes en la puerta, él midió la altura <strong>de</strong> la ventana sobre el suelo.<br />

No era mucha, y aunque lo fuera, no vacilara [191] en arrojarse. Saltó y hallose en un<br />

corral. Felizmente había un gran portalón a poca distancia y entrose en él sin saber a<br />

dón<strong>de</strong> iba. No había dado diez pasos por aquel recinto acotado, cuando se vio<br />

acometido por dos enormes perros, <strong>de</strong> los cuales a pesar <strong>de</strong> su brío, no pudo <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse.<br />

Le magullaron atrozmente un brazo y una mano. Un mozo apareció armado <strong>de</strong> garrote;<br />

mas sin darle tiempo a que le acometiera, fue <strong>de</strong>recho a él Servet y apuntándole con una<br />

pistola, le dijo: -Si al instante no me abres camino para salir a la calle, te mato. Sujeta<br />

esos perros o si no, te mato también.<br />

Sin duda el joven (pues era un joven hortelano <strong>de</strong> pocos alientos) creyó que se las<br />

había con algún personaje <strong>de</strong> campanillas y no con ladrón o ratero <strong>de</strong> gallinas como al<br />

principio pensara, porque temblando <strong>de</strong> miedo, le dijo: -No me mate usted, señor, y le<br />

enseñaré por dón<strong>de</strong> se va a la calle.<br />

Los perros contenidos por el muchacho <strong>de</strong>jaron <strong>de</strong> acometer al fugitivo.<br />

-¿Es usted...? -balbució el joven.<br />

-Déjate <strong>de</strong> preguntas... guía pronto y sácame <strong>de</strong> aquí, porque te mato.<br />

-Venga usted, señor, y guar<strong>de</strong> esa pistola, por amor <strong>de</strong> Dios.<br />

Y le condujo a una puerta, que abrió. Al [193] verse en un callejón oscuro y<br />

estrecho, el caballero dijo: -¿Qué calle es esta?<br />

-El callejón <strong>de</strong>l Cristo.<br />

-¿A dón<strong>de</strong> va?<br />

-Por la izquierda a la plazuela <strong>de</strong> las Tablas, por la <strong>de</strong>recha a la calle <strong>de</strong> los Codos.<br />

-¿Y a dón<strong>de</strong> sale la plazuela <strong>de</strong> las Tablas?<br />

-A la muralla y a la cuesta <strong>de</strong> Peramola, don<strong>de</strong> están las veinte casas arruinadas.<br />

Servet miró a un lado y otro como el hombre que viendo dos muertes iguales a<br />

<strong>de</strong>recha e izquierda, no sabe cuál preferir. Pero era preciso <strong>de</strong>cidirse y se <strong>de</strong>cidió. Sin<br />

<strong>de</strong>cir adiós al muchacho, tomó hacia la izquierda.


Iba <strong>de</strong>spacio, pegado a las casas para ocultarse más en la sombra. Antes <strong>de</strong> llegar a la<br />

plazuela <strong>de</strong> las Tablas, sintió ruido <strong>de</strong> muchas pisadas <strong>de</strong> hombres que parecían brutos y<br />

una voz que claramente lanzó al negro espacio estas palabras:<br />

-Por aquí ha <strong>de</strong> salir, por aquí... No pue<strong>de</strong> escaparse.<br />

Volviendo atrás y corrió a escape en dirección contraria. Era aquel más que callejón<br />

un tubo, sin salida lateral alguna. No vio puerta abierta, ni ángulo, ni resquicio. Andaba<br />

por allí como la bala por el ánima <strong>de</strong>l cañón. Su fuga era semejante a la que<br />

empren<strong>de</strong>mos en sueños, cuando nos vemos perseguidos por horrible [194] monstruo y<br />

no tenemos más escape que correr por larguísima galería que no se acaba nunca, nunca.<br />

El monstruo nos sigue, nos alcanza y la galería, ¡oh angustia <strong>de</strong> las angustias! no tiene<br />

fin.<br />

Salió por fin a una calle que era la <strong>de</strong> los Codos. Siguiola en dirección a la puerta <strong>de</strong>l<br />

Travesat, porque hubiera sido temeridad tomar la vía contraria en dirección al corazón<br />

<strong>de</strong> la ciudad. Sus perseguidores le seguían: eran muchos, veinte o treinta lo menos, a<br />

juzgar por las patadas y los gritos. Decían: «Ahí va, ahí va».<br />

La calle <strong>de</strong> los Codos era como una zanja formada por la muralla <strong>de</strong> la ciudad y la<br />

tapia <strong>de</strong> San Salomó. Tres ángulos agudos y contrarios, <strong>de</strong>terminados por los baluartes,<br />

hacían <strong>de</strong> esta zanja un zic-zac. Servet apretó el paso. Llegó a un punto en que sus<br />

perseguidores no podían verle porque la noche era oscura y porque a<strong>de</strong>más le protegía<br />

la pared saliente <strong>de</strong> San Salomó. Allí, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> aquel gran pliegue <strong>de</strong>l muro se <strong>de</strong>tuvo<br />

para respirar. Pero no había tiempo <strong>de</strong> tomar aliento, porque los sabuesos venían y sus<br />

infames ladridos sonaban cerca.<br />

Con rapi<strong>de</strong>z inapreciable Servet pensó que su única salida era la puerta <strong>de</strong>l Travesat;<br />

pero en la puerta había guardia y era más fácil [195] cogerle. ¿Se arrojaría por la<br />

muralla? No, porque sería milagro que no se estrellase.<br />

-¡Ah! -exclamó con súbito gozo-. Dios es conmigo.<br />

Alzando su mano la extendió por la pared <strong>de</strong> San Salomó hasta tropezar con un<br />

grueso y fuerte clavo. Se agarró a él y su cuerpo trepó... Al punto buscaron sus manos<br />

una soga, la hallaron y haciendo un esfuerzo <strong>de</strong>sesperado subió como un marinero.<br />

¡Arriba! Subía con el corazón, con el impulso <strong>de</strong> su sangre hirviente, con el empuje<br />

elástico <strong>de</strong> sus músculos <strong>de</strong> acero, con su pensamiento atrevido, con su alma toda.<br />

Una vez arriba prestó atención. La jauría pasaba. Oyó <strong>de</strong>spués disputar en la puerta<br />

<strong>de</strong>l Travesat. La guardia sostenía que por allí no había salido nadie. Los infames<br />

cazadores retrocedían para reconocer la muralla, don<strong>de</strong> había lienzos <strong>de</strong>struidos por<br />

don<strong>de</strong> un hombre podía escabullirse y bajar aunque difícilmente al campo. No parecían<br />

sospechar <strong>de</strong> San Salomó, y recorrieron la calle <strong>de</strong> los Codos y <strong>de</strong>spués salieron al<br />

campo, y volvieron a entrar, y tornaron a salir metiendo tanta bulla que no parecía sino<br />

que en Solsona andaba suelto el <strong>de</strong>monio.


- XIX -<br />

La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> su triunfo regocijó <strong>de</strong> tal modo a Servet, mejor dicho, le enloqueció tanto<br />

que estuvo a punto <strong>de</strong> gritar: «¡Galgos <strong>de</strong>l infierno, no me cogeréis aquí!».<br />

No pudo reprimir la risa que le inspiraba el inútil furor y la confusión <strong>de</strong> sus<br />

perseguidores. Se reía con toda su alma inundada <strong>de</strong> una complacencia <strong>de</strong>lirante. Creía<br />

sentir bajo su cuerpo la trepidación <strong>de</strong>l convento y <strong>de</strong>l pueblo todo lo que era como la<br />

prolongación <strong>de</strong> su carcajada.<br />

Siguió observando y vio que sus perseguidores se <strong>de</strong>tenían al pie <strong>de</strong>l muro, y uno <strong>de</strong><br />

ellos señalaba a lo alto. Uno había sospechado, y la i<strong>de</strong>a no había parecido a sus<br />

compañeros absurda. Les oyó discutir: <strong>de</strong>spués miraron todos hacia arriba, como si un<br />

secreto instinto u olfato <strong>de</strong> sabueso les indicase que allí estaba el rastro <strong>de</strong>l hombre<br />

perdido. Servet tuvo cuidado <strong>de</strong> retirar la cuerda. Ellos seguían mirando: al fin<br />

retiráronse todos y quedaron algunos como <strong>de</strong> guardia. [197]<br />

-Esos salvajes -pensó Servet- serán capaces <strong>de</strong> registrar el convento.<br />

Comprendiendo que allí era gran<strong>de</strong> también el peligro si no tomaba resolución<br />

pronta, Servet exploró el lugar adon<strong>de</strong> su buena o su mala estrella le había llevado, y<br />

vio confusamente las negras alas <strong>de</strong>l convento, el emparrado tendido como un puente <strong>de</strong><br />

ver<strong>de</strong>s pámpanos entre el muro y el edificio, y por último una luz en la reja más<br />

cercana. Entre tanto, un dolor agudísimo en el brazo recordole que había sido mordido<br />

poco antes y que su herida ensañada por el esfuerzo últimamente hecho y por el roce <strong>de</strong><br />

los ladrillos iba a tomar carácter <strong>de</strong> gravedad. Su <strong>de</strong>bilidad recordole también que no<br />

había comido nada en todo el día y que era urgente acudir a la restauración <strong>de</strong> fuerzas<br />

tan bien empleadas hasta allí y tan necesarias aún si Dios no se ponía <strong>de</strong> su parte.<br />

Pronto comprendió nuestro fugitivo que no podía haber dado con su pobre cuerpo en<br />

sitio menos a propósito. ¡Un convento <strong>de</strong> monjas! ¡Buen genio tendrían las madres para<br />

recibir a <strong>de</strong>shora huéspe<strong>de</strong>s llovidos! La extraordinaria santidad <strong>de</strong> aquel lugar hacíalo<br />

¡cosa horrible! casi tan inhospitalario como el Infierno. Pero ni estas consi<strong>de</strong>raciones,<br />

que habrían bastado para dar en tierra con el corazón más esforzado, abatieron el <strong>de</strong><br />

Servet que confiaba [198] mucho en las soluciones provi<strong>de</strong>nciales e inesperadas, en los<br />

bruscos cambios <strong>de</strong> la suerte, o si se quiere <strong>de</strong>cir más clara y cristianamente, en la<br />

misericordia <strong>de</strong> Dios.<br />

Encomendose a él con todo su corazón y <strong>de</strong>slizose por el emparrado a<strong>de</strong>lante,<br />

poniendo pies y manos don<strong>de</strong> parecía haber resistencia. Andaba como un gusano, y su<br />

situación, con ser tan <strong>de</strong>plorable, le hacía sonreír. Cerca <strong>de</strong> él brillaba la claridad <strong>de</strong> una<br />

luz que parecía ar<strong>de</strong>r en el recatado y honesto recinto <strong>de</strong> una celda. La reja estaba<br />

entreabierta. ¡Oh, Dios po<strong>de</strong>roso! En el interior una hermosa monja leía.<br />

El caballero pensó lo siguiente:<br />

-Necesito ahora <strong>de</strong> toda la audacia, <strong>de</strong> todo el <strong>de</strong>scaro, <strong>de</strong> toda la sangre fría que<br />

pue<strong>de</strong> tener un <strong>de</strong>sesperado.


Entre los peligros, mejor dicho, la muerte segura que había fuera <strong>de</strong> aquellos muros y<br />

las <strong>de</strong>sconocidas soluciones que podría ofrecerle aquella casa, no <strong>de</strong>bía existir<br />

vacilación. La inspiración divina que le llevó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> los Codos a <strong>de</strong>slizarse<br />

como un reptil por entre los pámpanos, podría sugerirle <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> San Salomó recursos<br />

salvadores. Era preciso tener mucho arrojo, firmeza gran<strong>de</strong> en la acción y rapi<strong>de</strong>z suma,<br />

lo mismo que cuando se va a dar una gran batalla. [199]<br />

Concibió su plan y con aquella prontitud aquilífera que es la cualidad primera <strong>de</strong>l<br />

genio estratégico lo empezó a ponerlo en ejecución. Saltó a la galería, empujó primero<br />

suavemente la puerta <strong>de</strong> la celda y viendo que cedía la abrió con fuerza... entró.<br />

Súbitamente cerró tras sí y dirigiéndose a la monja y poniéndole su puñal al pecho, le<br />

dijo:<br />

-Si usted da un grito <strong>de</strong> alarma, si usted llama, si usted <strong>de</strong>nuncia <strong>de</strong> algún modo a la<br />

comunidad mi entrada en el convento, me veré precisado a matarla, y la mataré con<br />

sentimiento; pero sin vacilar un instante. El peligro me obliga a ser <strong>de</strong>spiadado.<br />

Ya dijimos que Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis había creído ver un bulto, un hombre, el<br />

dragón. Su sorpresa y terror fueron mayores al ver que no era Tilín el que entraba: era<br />

un <strong>de</strong>sconocido.<br />

El miedo, el estupor, la vista <strong>de</strong>l arma terrible cuya punta tocaba su pecho, quitáronle<br />

todo movimiento y paralizaron el curso <strong>de</strong> su sangre y hasta <strong>de</strong> sus pensamientos, y<br />

<strong>de</strong>tuvieron en su garganta la palabra. Sólo pudo exhalar un débil gemido, como la<br />

cor<strong>de</strong>ra próxima a morir, y balbució estas palabras: «Hombre, no me mates, no me<br />

mates».<br />

Había cruzado sus hermosas manos blancas [<strong>20</strong>0] y con suplicantes ojos más que<br />

con palabras pedía misericordia al aventurero intruso.<br />

-Señora -dijo este, amenazando siempre con su arma-. No soy un ladrón, no soy un<br />

asesino, soy un <strong>de</strong>sgraciado caballero víctima <strong>de</strong> las discordias civiles y <strong>de</strong> una<br />

miserable venganza. He entrado aquí al azar huyendo <strong>de</strong> un inmenso peligro; no vengo<br />

a llevarme nada ni a faltar al respeto; sólo pido amparo por poco tiempo, un hueco, un<br />

escondite. Elija usted entre la muerte y otorgarme lo que le pido, comprometiéndose a<br />

ocultarme en sitio seguro, si, como creo, es registrado esta noche el convento para<br />

buscarme.<br />

Sor Teodora no podía <strong>de</strong>cir nada. Convulsión violenta agitaba su cuerpo y sus ojos<br />

<strong>de</strong>sencajados se fijaban en el aparecido como en espectro aterrador. El intruso tuvo una<br />

i<strong>de</strong>a. Volviéndose rápidamente cerró la puerta, y tomando una silla sentose <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

ella.<br />

-Señora -dijo gravemente bajando la voz-, mi situación en esta celda es sumamente<br />

<strong>de</strong>sagradable para mí. Mi brusca entrada en esta casa <strong>de</strong> paz y santidad, la audacia con<br />

que he profanado esta celda honesta y venerable, presentaranme a los ojos <strong>de</strong> usted<br />

como un ser aborrecible, espantoso. No podré con palabras hacer que se forme <strong>de</strong> mi<br />

una opinión mejor, no: el peligro en que me veo me ha obligado a [<strong>20</strong>1] amenazar a<br />

usted con esta arma que sólo usan los malvados... Pero no, yo intentaré... yo intentaré,


convencer a usted <strong>de</strong> que no soy un criminal, sino un <strong>de</strong>sgraciado, el más <strong>de</strong>sgraciado<br />

<strong>de</strong> los hombres. Me he hallado solo en la ciudad, frente a centenares <strong>de</strong> enemigos... ¿No<br />

es legítima mi <strong>de</strong>fensa? ¡Ah! señora. Mientras yo tenga sangre en mis venas, mientras<br />

mi mano pueda empuñar un arma y mi cuerpo pueda sostenerse, no entregaré mi vida a<br />

la ferocidad <strong>de</strong> esa gente, no mil veces... He luchado contra inmensos obstáculos. A<br />

punto <strong>de</strong> caer en manos <strong>de</strong> mis verdugos, un milagro me ha salvado, la mano <strong>de</strong> Dios<br />

me ha levantado y me ha puesto aquí... Es preciso que yo me salve, no porque estime en<br />

mucho mi vida que poco vale, sino para no dar a esos miserables el regocijo <strong>de</strong> la<br />

victoria... Señora -añadió con noble acento- perdone usted la violencia <strong>de</strong> mis palabras y<br />

mis crueles amenazas. Han sido recurso impuesto por la necesidad, superior a mi<br />

carácter, a mi respeto, a todo, por el peligro que convierte en fieras a los seres más<br />

pacíficos.<br />

Sor Teodora empezó a recobrar el uso <strong>de</strong> sus pensamientos, <strong>de</strong> sus palabras, <strong>de</strong> su<br />

acción.<br />

-Váyase usted <strong>de</strong> mi celda -dijo con torpe y angustiosa voz- salga pronto <strong>de</strong> aquí, y<br />

acójase [<strong>20</strong>2] en cualquier parte <strong>de</strong>l convento. Yo no le <strong>de</strong>nunciaré... yo no.<br />

-¡En cualquier parte <strong>de</strong>l convento!... No conozco el edificio. Si le registran esta<br />

noche para buscarme...<br />

-¿Y quién, quién se atreverá a registrar a San Salomó?<br />

-Quien se ha atrevido a cosas mayores, señora.<br />

-Salga usted al instante <strong>de</strong> mi celda -repitió Sor Teodora restableciéndose<br />

prodigiosamente en el ejercicio <strong>de</strong> sus faculta<strong>de</strong>s intelectuales y vocales-. No puedo<br />

tolerar esta profanación horrible. Salga Vd. y ocúltese... no diré nada. Si usted no se va,<br />

gritaré y llamaré a las hermanas. Por pronto y bien que usted me mate, no me faltará un<br />

aliento para pedir auxilio.<br />

-¡Oh! no -exclamó el caballero-. Me arrepiento <strong>de</strong> mi primer arrebato. No pondré la<br />

mano en quien ya me ha prometido un poco <strong>de</strong> amparo permitiéndome que me oculte en<br />

cualquier parte <strong>de</strong>l convento. Ya he encontrado una generosidad que no esperaba, y esto<br />

me mueve a abandonar el papel odioso que, a pesar mío, he hecho al entrar aquí.<br />

Señora...<br />

El intruso se levantó.<br />

-¿Qué? [<strong>20</strong>3]<br />

-Señora, si yo pudiera mover a compasión el espíritu elevado y piadoso <strong>de</strong> usted me<br />

tendría esta noche por el más feliz <strong>de</strong> los hombres. He entrado aquí inspirando miedo.<br />

Prefiero cualquier beneficio otorgado por la caridad a las mayores ventajas concedidas<br />

por el miedo.<br />

-Bien, bien -dijo Sor Teodora <strong>de</strong>seando poner fin a aquella escena que aún le parecía<br />

espantosa pesadilla-. Váyase usted, ¡por las llagas <strong>de</strong> Jesucristo!... váyase usted...


escóndase en cualquier parte... Yo haré que no sé nada... Es lo único, lo único que<br />

puedo hacer.<br />

-Yo saldré, saldré -dijo Servet- pero si usted me lo permite...<br />

-No admito réplica... Fuera, fuera <strong>de</strong> aquí -prosiguió la monja adquiriendo al fin<br />

dominio sobre sí misma y acercándose con paso seguro y a<strong>de</strong>mán imponente al intruso.<br />

-¡Oh! ¡señora!... cómo me atreveré a pedir a usted un poco más <strong>de</strong> compasión, un<br />

poco, casi nada.<br />

-No oigo una palabra más. Salga usted... ya no temo sus armas, las <strong>de</strong>sprecio, porque<br />

mi <strong>de</strong>ber se sobrepone a todo y al miedo <strong>de</strong> morir.<br />

-Señora...<br />

El caballero dio un gran suspiro, apoyose en la silla, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>jó caer su cabeza<br />

sobre el [<strong>20</strong>4] pecho, y sus brazos <strong>de</strong>sfallecidos extendiéronse a un lado y otro. Volvió<br />

hacia la ilustre religiosa su semblante pálido, y con dolorido acento le dijo:<br />

-Estoy herido.<br />

Sor Teodora se quedó cortada y parecía meditar. El forastero caía rápidamente en<br />

profundo marasmo. Mortal pali<strong>de</strong>z cubrió su rostro y su voz sonó cavernosa como la <strong>de</strong>l<br />

que agoniza.<br />

-¡Herido! -repitió la monja, mirando el brazo ensangrentado-. Es verdad.<br />

-Si la caridad, señora -murmuró el caballero- no se sobrepone en el ánimo <strong>de</strong> usted al<br />

rencor que le he inspirado, al sentimiento <strong>de</strong> la profanación <strong>de</strong> esta casa por mi entrada<br />

importuna, a su recato y a su escrupulosidad <strong>de</strong> monja, <strong>de</strong>clárome abandonado no sólo<br />

<strong>de</strong> los hombres sino <strong>de</strong> Dios, y me resigno a morir. No puedo más.<br />

Cerró los ojos y su abatimiento fue más visible.<br />

-Mis escrúpulos -indicó Sor Teodora con entereza- no me impedirán dar a usted<br />

algunos auxilios. ¿Esa herida es grave?<br />

-Es la mor<strong>de</strong>dura <strong>de</strong> un perro; siento dolores horribles. Después he tenido que trepar<br />

por la tapia <strong>de</strong> San Salomó y me he magullado horriblemente el brazo herido. [<strong>20</strong>5]<br />

-Mi conciencia -pensó la religiosa- no me dice nada contra la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> curarle esa<br />

herida, y vendarle el brazo.<br />

Y dirigiose a la alacena para sacar <strong>de</strong> ella lo necesario.<br />

-¡Oh, señora! -dijo el intruso con fervor-. Ya veo que Dios no me abandona. Perdón,<br />

perdón por mis amenazas al entrar aquí, por mi lenguaje <strong>de</strong>scortés. Creí entrar en la<br />

caverna <strong>de</strong> un enemigo y me encuentro en la morada <strong>de</strong> un ángel.


Sor Teodora echó vino en un vaso. Parecía muy atenta a preparar la medicina, pero<br />

su semblante estaba ceñudo y no indicaba gran tranquilidad en su alma.<br />

-Señora y venerable madre -añadió el herido, tomando su puñal y sus pistolas y<br />

poniéndolos sobre la mesa-. Ahí tiene usted las armas que le han inspirado tanto miedo.<br />

En presencia <strong>de</strong> un ángel <strong>de</strong> bondad me <strong>de</strong>sarmo. Me entrego a usted en cuerpo y alma<br />

y estoy dispuesto a obe<strong>de</strong>cerla. Me someto a su autoridad, y si mi bienhechora se<br />

arrepiente <strong>de</strong> serlo y me <strong>de</strong>nuncia, hágalo en buena hora. ¡Infeliz <strong>de</strong> mí! Antes lo fiaba<br />

todo a mi audacia y al arrojo que me infundía el peligro; ahora lo fío todo a la nobleza y<br />

a la caridad <strong>de</strong> esta dama tan santa como hermosa, que tiene pintada en su semblante la<br />

bondad <strong>de</strong> los ángeles. [<strong>20</strong>6] ¡Bendito sea Dios que me ha traído aquí!<br />

La <strong>de</strong> Aransis <strong>de</strong>jó un momento su obra para recoger las armas y ponerlas en otro<br />

sitio.<br />

-Soy <strong>de</strong> usted -dijo el herido con sumisión-. Mi libertad, mi vida, están en sus divinas<br />

manos.<br />

- XX -<br />

Poco <strong>de</strong>spués los blancos y finísimos <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> Teodora se acercaban temblando a la<br />

herida y tocaban sus bor<strong>de</strong>s doloridos. El semblante <strong>de</strong> la religiosa era todo compasión,<br />

y el <strong>de</strong>l aventurero gratitud.<br />

-Esto <strong>de</strong>be lavarse -dijo ella.<br />

Sin <strong>de</strong>tenerse echó agua en una jofaina <strong>de</strong> plata, añadiéndole gotas <strong>de</strong> una esencia<br />

aromática que perfumó la celda. Después <strong>de</strong> lavar la herida aplicó sobre ella el vino que<br />

había batido con aceite y la vendó al fin cuidadosamente.<br />

Clavando sus negros ojos en el herido, señaló la puerta y le dijo:<br />

-Ahora...<br />

-Ahora, sí -repuso él <strong>de</strong> mala gana sin moverse [<strong>20</strong>7] <strong>de</strong> su silla-. Si yo me atreviera<br />

a <strong>de</strong>cir a la señora una cosa...<br />

Hablaba en el tono más humil<strong>de</strong>.<br />

-¿Qué cosa? -preguntó Sor Teodora con severidad.<br />

-Que me muero <strong>de</strong> hambre, señora.<br />

Al <strong>de</strong>cir esto parecía que sus fuerzas se extinguían y que iba a per<strong>de</strong>r el<br />

conocimiento. La monja miró al suelo, luego al intruso, <strong>de</strong>spués a la rica alacena <strong>de</strong> talla<br />

que guardaba tantos tesoros.


-Las inmensas fatigas <strong>de</strong>l día <strong>de</strong> hoy -añadió Servet con profunda lástima <strong>de</strong> sí<br />

mismo- no me han permitido llevar un pedazo <strong>de</strong> pan a la boca. El hambre y el<br />

cansancio me agobian <strong>de</strong> tal modo, señora, que si usted me arroja <strong>de</strong> aquí en este triste<br />

estado, no podré dar un paso.<br />

La venerable madre volvió a fruncir el ceño. Parecía vacilar. Después dirigiose a la<br />

alacena y sacó <strong>de</strong> ella un objeto que <strong>de</strong>spidió olores gratísimos al olfato: era una gallina<br />

asada. Su dorada pechuga, sus gordos muslos medio achicharrados por el fuego,<br />

convidaban a la gastronomía. El hambriento se reanimó sólo con la vista <strong>de</strong> tan hermosa<br />

pieza, honra <strong>de</strong> las cocinas <strong>de</strong> San Salomó.<br />

Sin <strong>de</strong>cir una palabra, la monja tendió sobre la mesa un mantel, blanco y limpio<br />

[<strong>20</strong>8] como el cuello <strong>de</strong> un cisne, puso en él la fuente con la gallina, un pan entero y una<br />

botella <strong>de</strong> vino blanco que en el subido color <strong>de</strong> oro y <strong>de</strong>licadísimo aroma indicaba sus<br />

muchos años. Hecho esto, sin olvidar el cubierto y un vaso <strong>de</strong> plata, se apartó <strong>de</strong> la<br />

mesa, y tomando una silla sentose en ella, volviendo la espalda al intruso que había<br />

caído ya sobre la cena. Sor Teodora no acompañó con una sola palabra su acción, ni<br />

tampoco con una sola mirada. Tomando su libro <strong>de</strong> oraciones, se puso a leer.<br />

-Si mil años viviera -dijo el hambriento, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> los primeros bocados- no tendría<br />

tiempo bastante para agra<strong>de</strong>cer a usted lo que ha hecho por mí esta noche, venerable<br />

madre.<br />

Hubo una pausa durante la cual nada se oía más que el ruido <strong>de</strong>l comer. La <strong>de</strong><br />

Aransis miró <strong>de</strong> reojo y viendo que el intruso, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> hacer <strong>de</strong>saparecer media<br />

pechuga y un ala, se <strong>de</strong>tenía, levantose y volviendo a la alacena, sacó unas lonjas <strong>de</strong><br />

jamón adornadas con esa filigrana <strong>de</strong> cocina que llaman huevos hilados y es tan<br />

agradable al paladar como a la vista.<br />

-Gracias, señora -murmuró D. Jaime-. Mi hambre ha sido satisfecha y me basta.<br />

La monja sacó también un plato <strong>de</strong> confituras y se lo puso <strong>de</strong>lante. Sin mirarle, ni<br />

cambiar con él palabra alguna, volvió a su [<strong>20</strong>9] asiento y tomó su libro. ¡Qué ganas <strong>de</strong><br />

rezar la habían entrado! Sin duda quería <strong>de</strong>sagraviar a Dios <strong>de</strong>l grandísimo <strong>de</strong>sacato y<br />

profanación que la entrada <strong>de</strong> aquel hombre en su celda representaba. Pero el aventurero<br />

se cansó <strong>de</strong>l largo silencio, y <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> romperlo, habló <strong>de</strong> este modo:<br />

-Bien sé, reverenda madre, que el hombre que ha entrado aquí como un ladrón<br />

amenazando y aterrando, no merece ser tratado con miramiento ni consi<strong>de</strong>ración. Lo<br />

más que se pue<strong>de</strong> hacer por él es darle una limosna, pero nada más, nada más.<br />

Sor Teodora no pronunció sílaba ni movió pestaña. Parecía una <strong>de</strong> esas estatuas en<br />

que el arte ha representado a un grave personaje histórico leyendo sobre su sepulcro.<br />

-Bien sé que este hombre no merece consi<strong>de</strong>ración -añadió el caballero-. Si se le<br />

conociera bien, quizás la tendría; pero no se le conoce, no es más que como un saltador<br />

<strong>de</strong> tapias. ¡Ah! si se conocieran sus inmensas <strong>de</strong>sgracias, los móviles que le han traído<br />

aquí, quizás, quizás no tendría el sentimiento <strong>de</strong> ver apartados <strong>de</strong> sí los ojos <strong>de</strong> su<br />

bienhechora. Permítame usted -añadió dirigiéndose a ella- que me duela este <strong>de</strong>svío. No<br />

estoy acostumbrado a él. He tenido la suerte <strong>de</strong> encontrar hasta hoy simpatías, afecto,


amistad en todas partes. [210] Bien sé que pedir esto en el caso presente sería mucho<br />

pedir... He recibido mucho más <strong>de</strong> lo que podía esperar y mi gratitud será eterna.<br />

Inclinose profundamente con el mayor respeto.<br />

-Demasiado favor es -dijo Sor Teodora sin mirarle- auxiliar a un hombre<br />

<strong>de</strong>sconocido que ha entrado aquí como entran los ladrones sacrílegos.<br />

Entonces le miró y con súbito enojo le dijo:<br />

-¿Pero no se marcha todavía?...<br />

-Espero las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> mi dueño -replicó el intruso inclinando su cabeza.<br />

-Váyase usted.<br />

-¿A dón<strong>de</strong>, señora?<br />

-Al Infierno... ¿qué sé yo?<br />

-No puedo salir <strong>de</strong> San Salomó mientras estén en Solsona las guerrillas <strong>de</strong> Navarra.<br />

Me es imposible, señora. Si salgo mi muerte es segura: entre mis cazadores hay uno que<br />

jamás perdona.<br />

-¿Y qué me importa eso? -dijo la monja alzando bruscamente los hombros y<br />

cerrando el libro.<br />

-Yo he puesto mi vida en manos <strong>de</strong> usted, señora, en esas manos que han nacido para<br />

ser generosas y que lo serán, aunque usted misma no quiera. He entregado a usted mis<br />

armas. [211] Estoy in<strong>de</strong>fenso. Si usted no quiere completar su acción caritativa<br />

ocultándome en el convento por esta noche, abra esa puerta, llame a las buenas madres<br />

que duermen, alborote la casa, toque la campana <strong>de</strong> alarma, llame a las autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la<br />

ciudad y entrégueme a ellas. Si usted lo hace lo acepto, recibiré mi perdición y mi<br />

muerte como si vinieran <strong>de</strong> Dios.<br />

-¿De modo que insiste usted en quedarse aquí? -dijo la <strong>de</strong> Aransis confusa y<br />

asombrada.<br />

-Por mi voluntad sí, señora, porque nadie va voluntariamente a su ruina. Si usted en<br />

conciencia cree que <strong>de</strong>bo ser arrojado <strong>de</strong> este asilo que me <strong>de</strong>paró la Provi<strong>de</strong>ncia,<br />

arrójeme en buen hora.<br />

-¿Hase visto un <strong>de</strong>scaro igual?... ¡Un hombre en mi celda!... ¡Jesús y María<br />

Santísima <strong>de</strong> mi alma!<br />

La madre se llevó las manos a su preciosa cabeza cubierta con las blancas tocas.<br />

-No pretendo que usted me oculte aquí, sino en cualquier otro sitio don<strong>de</strong> esté<br />

seguro. Lo pido como se pi<strong>de</strong>n los favores, no con amenazas ni con armas; usted hará lo<br />

que su conciencia le dicte, señora, o entregarme a mis enemigos o salvarme.


-¿Cómo he <strong>de</strong> salvar a quien no conozco, cómo? No es virtud sino pecado ocultar al<br />

criminal [212] y ponerle a cubierto <strong>de</strong> la justicia.<br />

-Yo no soy criminal, ni nunca, nunca lo he sido, señora -<strong>de</strong>claró el intruso con acento<br />

patético y conmovido.<br />

Su acento tenía la admirable entonación <strong>de</strong>l honor verda<strong>de</strong>ro que no pue<strong>de</strong><br />

confundirse con ninguna otra. Los histriones más hábiles apenas pue<strong>de</strong>n fingirla. Sor<br />

Teodora que tenía su alma fácilmente abierta a la convicción, principió a experimentar<br />

hacia Servet las agradables sensaciones que producen los movimientos <strong>de</strong> benevolencia<br />

en el corazón humano.<br />

-Por el que está en esa cruz -dijo el herido extendiendo su mano hacia el crucifijo-<br />

juro que no soy criminal, que no lo he sido nunca, que esta cacería que ahora sufro no es<br />

motivada por ningún hecho <strong>de</strong>shonroso.<br />

-¿El cazador <strong>de</strong> usted quién es?<br />

El caballero vaciló un instante. Comprendiendo que la verdad le salvaría dijo:<br />

-Es un celoso.<br />

-¡Un celoso! -repitió Sor Teodora sintiendo su cerebro cargado <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as que<br />

repentinamente entraron en él.<br />

-Un celoso y a<strong>de</strong>más un fanático. Si yo le contara a usted esa historia, usted que es<br />

buena y noble <strong>de</strong>jaría <strong>de</strong> ver en mí un criminal atrevido, y si en el curso <strong>de</strong> ella<br />

aparecían [213] faltas y faltas graves, seguro estoy <strong>de</strong> que me las perdonaría.<br />

-Tal vez no -replicó ella que había empezado a sentir abrasadora curiosidad sin po<strong>de</strong>r<br />

precisar <strong>de</strong> qué ni por qué.<br />

-Y pongo por testigo a Dios <strong>de</strong> que la protección que usted se digne conce<strong>de</strong>rme esta<br />

noche no será mal empleada ni recaerá en persona indigna <strong>de</strong> ella. No es vanidad,<br />

señora, lo que voy a <strong>de</strong>cir; si usted, faltando a todas las leyes <strong>de</strong> la caridad, diera la voz<br />

<strong>de</strong> alarma y me entregase a mis enemigos, cometería un crimen abominable, porque<br />

crimen es entregar al verdugo un inocente.<br />

Sor Teodora replicó frunciendo el ceño:<br />

-Eso podrá ser verdad y podrá no serlo.<br />

-Sí, podrá ser verdad y podrá no serlo. Pero esto no lo ha <strong>de</strong> <strong>de</strong>cidir el discernimiento<br />

frío <strong>de</strong> un juez, sino el corazón noble y generoso <strong>de</strong> una dama, <strong>de</strong> una religiosa, <strong>de</strong> una<br />

santa. Elija usted, señora.<br />

Sor Teodora dio un gran suspiro indicio cierto <strong>de</strong>l grave compromiso en que estaba<br />

su alma, fluctuando entre el rigor <strong>de</strong> los <strong>de</strong>beres monásticos y la bondad <strong>de</strong> su corazón.<br />

No siempre va este en perfecto acuerdo con las tocas.


-No me será muy difícil creer -dijo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una larga pausa- que no estoy <strong>de</strong>lante<br />

[214] <strong>de</strong> un ladrón, bandolero, o asesino. Bien veo por su lenguaje que no pertenece<br />

usted a esa pobre clase plebeya <strong>de</strong> la cual salen todos los malvados. Hasta llegaré a<br />

creer que pertenece usted a la clase más alta <strong>de</strong> nuestra sociedad. Ciertos modales y<br />

lenguaje no se adquieren sino habiendo nacido a larga distancia <strong>de</strong>l populacho... Pero<br />

hay muchas especies <strong>de</strong> criminales <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que la política ha trastornado la sociedad, y<br />

quizás usted, sin ser precisamente reo <strong>de</strong> esos feos <strong>de</strong>litos propios <strong>de</strong> la baja plebe haya<br />

cometido otros que me vedarían en absoluto ampararle.<br />

-Señora, no comprendo a usted.<br />

-Des<strong>de</strong> que me entregó sus armas, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que usted me habló <strong>de</strong> esa terrible<br />

persecución que sufre, formé un juicio que creo ha <strong>de</strong> resultar cierto. A ver si me<br />

engaño: el afán con que usted huye <strong>de</strong> los guerrilleros <strong>de</strong> Navarra, es porque sin duda<br />

algún celoso <strong>de</strong>fensor <strong>de</strong>l Altar y <strong>de</strong>l Trono ha visto en usted a un enemigo <strong>de</strong> esta<br />

causa sagrada. Usted es espía <strong>de</strong> Calomar<strong>de</strong> y <strong>de</strong> las tropas <strong>de</strong>l Rey que ya están sobre<br />

Cervera. ¡Oh! señor mío, no creo en la farsa <strong>de</strong> esa cacería por celos, no: tanta inquina<br />

en ellos, tanto recelo en usted, me prueban que anda por medio la pasión <strong>de</strong> las<br />

pasiones... la política. ¿Y siendo usted amigo <strong>de</strong> esos hombres corrompidos que vienen<br />

a sofocar [215] esta santa insurrección por la Fe, se atreve a buscar asilo <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los<br />

muros sagrados <strong>de</strong> San Salomó?... ¡Qué audacia!<br />

-¡Oh, señora! -exclamó el caballero, cruzando las manos-. Nada podré ocultar a<br />

usted. Dios ha dispuesto que me revele a mi bienhechora tal como soy... Me he fiado a<br />

su generosidad y su generosidad no pue<strong>de</strong> faltarme. Hallo en usted un carácter que<br />

<strong>de</strong>spierta en mí grandísima afición y simpatía, y no puedo <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> correspon<strong>de</strong>r a ese<br />

carácter, mostrando la parte principal <strong>de</strong>l mío, que es el amor a la verdad. El corazón me<br />

dice que <strong>de</strong> tan noble y hermosa dama, que <strong>de</strong> tan ejemplar religiosa no he <strong>de</strong> recibir<br />

más que beneficios. Señora, me presentaré a usted con mi verda<strong>de</strong>ra forma, y así me<br />

haré más acreedor a su amparo... Yo no soy espía <strong>de</strong> Calomar<strong>de</strong>.<br />

-Entonces...<br />

-Los <strong>de</strong>fensores <strong>de</strong> la llamada causa apostólica y los realistas <strong>de</strong> Madrid son<br />

igualmente extraños a mis i<strong>de</strong>as y a mis acciones. Habiéndome impuesto ahora el <strong>de</strong>ber<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir a usted la verdad pura, creyendo que así ha <strong>de</strong> tomar más interés por mí, le<br />

diré... Salga lo que saliere, señora, digo a usted que soy liberal.<br />

Sor Teodora sofocó un grito y se puso pálida. [2<strong>16</strong>]<br />

-Y repito ahora lo que antes dije -manifestó el intruso arrodillándose ante la monja<br />

en la actitud más respetuosa-. Reverenda madre, disponga usted <strong>de</strong> mi suerte.<br />

Entrégueme usted a mis enemigos o salve esta pobre vida, según lo que su conciencia le<br />

dicte.<br />

-¡Jacobino! -murmuró Sor Teodora santiguándose.<br />

-Así nos llaman -dijo festivamente permaneciendo <strong>de</strong> hinojos y alzando los ojos para<br />

contemplar la soberana hermosura <strong>de</strong> la monja-. Así nos llaman... De modo que tiene<br />

usted <strong>de</strong> rodillas a sus pies al mismo Demonio.


-Levántese usted -dijo la <strong>de</strong> Aransis bruscamente.<br />

-No me levanto hasta no oír mi sentencia <strong>de</strong> esos labios -repuso galantemente el<br />

caballero-. ¿Será posible que mi franqueza no <strong>de</strong>spierte en usted la piedad? A un<br />

hombre que muestra así el más grave <strong>de</strong> sus secretos ¿se le pue<strong>de</strong> negar amparo?<br />

Sor Teodora había llegado al más alto grado <strong>de</strong> confusión. Bien lo comprendía<br />

Servet, el cual, conocedor <strong>de</strong>l corazón humano había visto en la ilustre dama uno <strong>de</strong><br />

esos caracteres que se conquistan más fácilmente con la verdad y la franqueza, que con<br />

la violencia y la amenaza. La <strong>de</strong> Aransis era en efecto como él creía. Para conquistar su<br />

benevolencia [217] era preciso confiársele resueltamente, someterse a ella sin ro<strong>de</strong>os. El<br />

<strong>de</strong>sconfiado, el artificioso, el astuto no serían sus amigos; pero el franco, el leal y el<br />

verda<strong>de</strong>ro sí.<br />

-Lo que usted me ha dicho -indicó mirando tan fijamente al caballero que parecía<br />

querer penetrar sus más íntimos pensamientos- me mueve a tratarle como el mayor<br />

enemigo <strong>de</strong> esta casa. Yo no puedo dar asilo a un jacobino, enemigo <strong>de</strong> los Reyes y <strong>de</strong><br />

la Fe.<br />

Servet inclinó su cabeza en señal <strong>de</strong> resignación.<br />

-Por consiguiente -añadió ella alzando la mano y estirando el <strong>de</strong>do índice como un<br />

predicador- voy a dar aviso a la comunidad para que llame a las autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Solsona.<br />

El caballero se inclinó otra vez. Las miradas y el tono <strong>de</strong> Sor Teodora no parecían<br />

indicar sentimientos tan crueles como los que sus palabras expresaban.<br />

-Sin embargo -añadió- prometo ocultarle y favorecerle, si me revela el objeto <strong>de</strong> su<br />

venida a Solsona y las conspiraciones <strong>de</strong> jacobinos que entre manos trae... porque usted<br />

ha venido sin duda con algún fin contrario a esta porfía apostólica que hay ahora.<br />

-Si yo comprara a ese precio el favor <strong>de</strong> usted, señora -dijo el caballero con entereza-<br />

sería un miserable. Yo creí que usted no me [218] tendría por un miserable. ¡Revelar lo<br />

que se nos ha confiado como un secreto! No, señora. En lo que usted me pi<strong>de</strong>, acaba la<br />

franqueza y empieza la <strong>de</strong>shonra. La reverenda madre no sabrá nada <strong>de</strong> mis labios. Yo<br />

no soy traidor a mis amigos y favorecedores. ¿Esperaba usted mi contestación para dar<br />

la voz <strong>de</strong> alarma a la comunidad? pues ya la tiene... He dicho antes que me sometía en<br />

cuerpo y alma a mi bienhechora. Desarmado estoy... pue<strong>de</strong> per<strong>de</strong>rme si gusta; salga<br />

usted... no tema que lo impida violentamente.<br />

Corriendo a la puerta, puso su mano en el picaporte.<br />

-Quieto -dijo vivísimamente Teodora corriendo a impedir aquel movimiento.<br />

-Es que no puedo acce<strong>de</strong>r a la traición que se me exige.<br />

-No importa... yo no quiero que nadie sea <strong>de</strong>sleal -replicó la monja, acompañando su<br />

voz <strong>de</strong> un a<strong>de</strong>mán tranquilizador-. Me he acordado <strong>de</strong> mi pobre hermano, que como<br />

usted tiene la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> ser jacobino. ¡Pobre hermano mío! A su recuerdo <strong>de</strong>be usted<br />

mi piedad.


-¿Entonces me favorece usted, se <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> a ampararme?<br />

-Sí -repuso ella sonriendo ligeramente.<br />

Pareciole a Servet, al ver aquella sonrisa, [219] que veía, como vulgarmente<br />

<strong>de</strong>cimos, el cielo abierto.<br />

-¡Oh! ¡gracias, gracias, señora! -exclamó acercándose a ella con intención evi<strong>de</strong>nte<br />

<strong>de</strong> besarle las manos.<br />

-Por Dios, hable usted más bajo, más bajo -dijo Sor Teodora retirándose y<br />

poniéndose el <strong>de</strong>do en la boca.<br />

- XXI -<br />

-En la otra celda <strong>de</strong> la Isla... en el cuarto <strong>de</strong> la leña... en la sacristía... no, mejor será<br />

en la iglesia... no, en la iglesia no... En la covacha <strong>de</strong>l hortelano... no, en la torre... ¿por<br />

qué no en la iglesia?... <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los altares...<br />

Estas palabras dichas por Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis, con la voz apagada, los ojos fijos<br />

en el suelo y un <strong>de</strong>do sobre el labio inferior, <strong>de</strong>mostraban la gran vacilación <strong>de</strong> su alma.<br />

Iba nombrando los distintos lugares don<strong>de</strong> el caballero podía escon<strong>de</strong>rse, pero tan<br />

pronto como los nombraba los <strong>de</strong>sechaba, por no ofrecer la seguridad absoluta que el<br />

caso requería. El problema era dificilísimo; pero la dama [2<strong>20</strong>] se aplicaba a él con la<br />

constancia y el ardor <strong>de</strong> un buen matemático. Después <strong>de</strong> indicar varios sitios<br />

apuntando en seguida sus inconvenientes, miró al caballero y le dijo:<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente no hay en la casa paraje alguno don<strong>de</strong> no pueda usted ser<br />

<strong>de</strong>scubierto. Si no se tratara más que <strong>de</strong> la noche, fácil sería... pero usted quiere estar<br />

oculto toda la noche y todo el día <strong>de</strong> mañana...<br />

-Hasta que se vayan esos salvajes <strong>de</strong> Navarra.<br />

La venerable madre, <strong>de</strong>mostrando un interés que contrastaba un tanto con su anterior<br />

<strong>de</strong>svío, volvió a enumerar los distintos rincones <strong>de</strong> San Salomó.<br />

-Hay aquí al lado una celda que no tiene uso -dijo-. Nadie entra en ella... pero la<br />

madre priora guarda la llave... y si se le antoja entrar... la madre priora tiene el don <strong>de</strong><br />

hacer las cosas cuando menos falta hacen... Suele venir a mi cocina que está entre las<br />

dos celdas, y si siente ruido... o si se le antoja... porque tiene unos antojos muy<br />

ridículos...<br />

-Y recibo la visita <strong>de</strong> esa respetable señora... En tal caso procuraré que no tenga<br />

quejas <strong>de</strong> mi cortesía.


-Quite usted allá, hombre <strong>de</strong> Dios -exclamó la dama mostrando por segunda vez al<br />

caballero su linda <strong>de</strong>ntadura-. De todos modos [221] es preciso que usted me <strong>de</strong>je sola<br />

lo más pronto posible... Bien podría suce<strong>de</strong>r que cualquier hermana pasase por aquí y<br />

viese un hombre en mi celda... En tal caso resultaría muy mal recompensada mi<br />

generosidad.<br />

-No pasará eso, señora. Las buenas madres duermen. Dios vela su sueño y los<br />

ángeles <strong>de</strong> la guarda impedirán que este acto caritativo sea <strong>de</strong>scubierto y mal<br />

interpretado por la malicia.<br />

-Mucho confío en el amparo <strong>de</strong> los ángeles <strong>de</strong> la guarda y en la bondad <strong>de</strong> Dios -dijo<br />

la señora- pero lo mejor es que salga usted <strong>de</strong> aquí.<br />

Estaban sentados los dos el uno frente al otro junto a la mesa central <strong>de</strong> la celda, y la<br />

luz <strong>de</strong> la lámpara iluminaba <strong>de</strong> lleno ambos rostros.<br />

-Nadie que esto viera -añadió la monja contemplando a su huésped con curiosa<br />

fijeza- podría interpretarlo como lo que es realmente, como un acto caritativo...<br />

¡Cuántos juicios equivocados se forman en el mundo! ¡Cuántas personas inocentes son<br />

víctimas <strong>de</strong> la maledicencia!...<br />

-Pero hay un juez que todo lo sabe, y que nunca se equivoca en sus sentencias. A ese<br />

hay que apelar <strong>de</strong>spreciando los vanos juicios <strong>de</strong> los hombres, inspirados siempre en el<br />

odio [222] o la envidia... Pero no quiero mortificar por más tiempo a mi bienhechora,<br />

permaneciendo aquí.<br />

Se levantó.<br />

-Estaba pensando -dijo la madre- que pudiendo trepar por una ventanilla que está<br />

sobre la puerta <strong>de</strong> la sacristía, podría usted ocultarse fácilmente en el camarín. Hay allí<br />

mil objetos... Pero no: el sacristán ha dado ahora en la manía <strong>de</strong> arreglar aquello y todo<br />

el día está revolviendo trastos... ¿Dón<strong>de</strong>, Jesús Sacramentado, dón<strong>de</strong>?... Déjeme usted<br />

pensar.<br />

Apoyó la frente en la palma <strong>de</strong> la mano. El caballero se sentó <strong>de</strong> nuevo y esperó las<br />

<strong>de</strong>cisiones <strong>de</strong> su ángel bienhechor. Después <strong>de</strong> largo rato el caballero no oyó más que<br />

un suspiro.<br />

-¿No halla usted mi salvación, reverenda madre? -dijo al fin Servet.<br />

-¿Qué? -exclamó bruscamente ella como si fuera arrancada <strong>de</strong> una meditación<br />

profunda.<br />

-Lo mejor será que no se mortifique usted más por este <strong>de</strong>sgraciado. Si Dios ha<br />

<strong>de</strong>cidido ampararme esta noche nadie lo podrá impedir.<br />

El caballero volvió a levantarse.


-Yo creo -dijo Teodora en tono <strong>de</strong> lástima y melancolía- que Dios no le abandonará a<br />

usted si son ciertas, como creo, esas cristianas [223] i<strong>de</strong>as que ha manifestado. El que<br />

confía en Dios nuestro Señor y amantísimo padre, será salvo.<br />

-Tantas, tantísimas veces me ha librado <strong>de</strong> inmensos peligros, que he llegado a<br />

creerme invulnerable, y siento un valor muy gran<strong>de</strong> para acometer los trances difíciles y<br />

arriesgados. Mi secreta confianza en Dios me ha sostenido durante mi juventud, la más<br />

borrascosa que pue<strong>de</strong> imaginarse, por las pasiones, los trabajos, las sorpresas, los<br />

compromisos, las penalida<strong>de</strong>s, los triunfos y las caídas que en ella ha habido, y es tal mi<br />

vida, reverenda madre, que yo mismo me recreo echando una ojeada hacia atrás y<br />

mirando esas turbulentas páginas ya pasadas.<br />

La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> una vida agitada, fatigosa, llena <strong>de</strong> pasiones y sobresaltos, <strong>de</strong> dolores y<br />

alegrías contrastaba <strong>de</strong> tal modo con la i<strong>de</strong>a que Sor Teodora tenía <strong>de</strong> su propia<br />

juventud, la más monótona, la más solitaria, la más <strong>de</strong>sabrida <strong>de</strong> todas las juventu<strong>de</strong>s<br />

posibles, que la dama ilustre sintió vivo interés ante aquella existencia que se le<br />

presentaba como un drama vivo. Su discreción era tanta que pudo disimular aquel<br />

interés y curiosidad ansiosa, diciendo:<br />

-La juventud <strong>de</strong>l día vive en locos afanes. No dudo que la <strong>de</strong> usted habrá sido y será<br />

<strong>de</strong> las más <strong>de</strong>sasosegadas. [224]<br />

El huésped se sentó.<br />

-La mayor <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> mi vida -dijo- ha sido siempre no poseer lo que amo y amar<br />

todo lo que no puedo poseer, corriendo siempre <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> cosas imposibles.<br />

-Ese mal parece muy común.<br />

El caballero dio su opinión sobre esto, y Sor Teodora se admiró <strong>de</strong> observar en sí<br />

cierta cosa inexplicable, así como un <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> saber toda la vida <strong>de</strong>l intruso hasta en sus<br />

más escondidos repliegues. Despertaba en ella interés semejante al <strong>de</strong> una novela <strong>de</strong> la<br />

cual se han leído algunas páginas que anuncian escenas conmovedoras. Después <strong>de</strong><br />

doce años <strong>de</strong> convento había sentido la reverenda madre un brusco llamamiento <strong>de</strong> la<br />

vida exterior y mundana, <strong>de</strong> toda aquella vida que había puesto juntamente con sus<br />

magníficos cabellos, a los pies <strong>de</strong>l Esposo. Ella se asombraba <strong>de</strong> no estar todo lo<br />

horrorizada que <strong>de</strong>bía estar en presencia <strong>de</strong> un extraño, y se admiraba <strong>de</strong> oír con agrado,<br />

más que con agrado, con simpatía la conversación <strong>de</strong>l caballero <strong>de</strong>sconocido.<br />

Pero lo escandaloso <strong>de</strong> su situación revelósele <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un momento <strong>de</strong> tristeza<br />

meditabunda en que se creyó libre, sin tocas, en el siglo, ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> afectos nobles, en<br />

consorcio honrado y cariñoso con toda clase <strong>de</strong> personas. Fue una visión breve y<br />

risueña, y tras [225] la visión vino un sobresalto y un grito <strong>de</strong> la conciencia semejante al<br />

alarido <strong>de</strong>l centinela que da el «quién vive».<br />

Levantándose bruscamente, dijo:<br />

-Esto no pue<strong>de</strong> seguir. Salga usted y escóndase don<strong>de</strong> pueda... ¡No parece sino que<br />

estoy tonta!


El caballero se dispuso a obe<strong>de</strong>cer. El reló (11) <strong>de</strong> la ciudad dio la una.<br />

Sor Teodora abrió cautelosamente la puerta y examinó la galería y el claustro para<br />

ver si reinaba soledad absoluta. Sus sentidos experimentaron impresión extraña. Tuvo<br />

miedo, lanzó una ligera exclamación. Servet acercose a ella y vio que aspiraba el aire<br />

fuertemente, cual si no bastándole sus ojos y oídos, quisiera explorar con el olfato.<br />

- XXII -<br />

Por la parte exterior <strong>de</strong> la celda corría poco antes algo que merece ser referido. La<br />

soledad y apartamiento <strong>de</strong> la Isla no eran tan gran<strong>de</strong>s que estuviese a salvo <strong>de</strong> la<br />

curiosidad monjil aquella interesante parte <strong>de</strong>l convento, y así como no hay bien que no<br />

tenga su [226] sombra <strong>de</strong> mal, así la in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia que gozaba la <strong>de</strong> Aransis, tenía por<br />

enemigo el afán inquisitorial <strong>de</strong> una madre que habitaba en el ala opuesta <strong>de</strong>l convento,<br />

frente a frente, claustro por medio, <strong>de</strong> la celda <strong>de</strong> Sor Teodora. Grandísima era la<br />

inclinación <strong>de</strong> la madre Montserrat a saber lo que hacían o <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong> hacer las otras<br />

monjas, y ya corrompiendo con mimos y regalitos la discreción <strong>de</strong> las criadas, ya<br />

valiéndose <strong>de</strong> sus propios ojos, había logrado ser un archivo humano lleno <strong>de</strong> cuantos<br />

datos pudiera apetecer el autor que tuviese el capricho <strong>de</strong> escribir la historia íntima <strong>de</strong><br />

aquella antigua casa. Hacía con tal disimulo sus pesquisas, y observaba con tal<br />

<strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za y finura, que la mayor parte <strong>de</strong> las madres apenas notaban la presencia <strong>de</strong><br />

aquel diligente alguacil aposentado en el extremo Norte <strong>de</strong>l ala <strong>de</strong> Oriente.<br />

Pero a ninguna <strong>de</strong> sus compañeras vigilaba con tanta gana y celo tan vivo como a<br />

Sor Teodora, la cual por su hermosura, por su orgullo y por antiguas rivalida<strong>de</strong>s tenía<br />

cierto <strong>de</strong>recho divino a la fiscalización <strong>de</strong> la madre Montserrat, según opinión <strong>de</strong> esta<br />

misma. Bien pue<strong>de</strong> afirmarse que los pasos <strong>de</strong> la <strong>de</strong> Aransis, sus entradas en la celda y<br />

en la cocina, sus paseos por la huerta, sus visitas al coro, ocupaban las tres cuartas<br />

partes <strong>de</strong>l [227] tiempo y <strong>de</strong>l espíritu <strong>de</strong>l alguacil <strong>de</strong> enfrente. Ponía este especial<br />

atención en la hora a que apagaba su luz la monja <strong>de</strong> la Isla; y cuando a las altas horas<br />

<strong>de</strong> la noche estaba la lámpara encendida, la Montserrat salía paso a paso <strong>de</strong> su celda,<br />

recorría la galería <strong>de</strong>l ala <strong>de</strong> Oriente, pasaba <strong>de</strong>spués por el gran pasillo <strong>de</strong>l cuerpo<br />

central <strong>de</strong>l edificio, y recorriendo la galería <strong>de</strong>l ala <strong>de</strong> Poniente se acercaba con pasos<br />

ligerísimos a la celda <strong>de</strong> su enemiga, y por un agujero, que allí habían hecho los ángeles<br />

sin duda, introducía su alma toda puesta en una mirada. Miraba como quien clava una<br />

aguja.<br />

Algunas veces al retirarse <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> esta inspección <strong>de</strong>cía:<br />

-Lo que yo me figuraba... Está leyendo novelas.<br />

Otra noche al retirarse, se santiguó tres o cuatro veces, y poniendo cara <strong>de</strong> espanto,<br />

exclamó para sí:<br />

-Nuestra Señora <strong>de</strong> Montserrat nos valga... Está con las tocas quitadas poniéndose<br />

flores en la cabeza y mirándose al espejo.


La atisbadora iba a su celda por el mismo camino. Sus pasos no se sentían: calzaba<br />

sus venerandos pies con alpargatas que parecían <strong>de</strong> plumas.<br />

Aquella noche (nos referimos a la noche [228] <strong>de</strong>l caballero hambriento, que fue<br />

noche muy célebre en San Salomó) la <strong>de</strong> Montserrat hizo su viaje <strong>de</strong> inspección porque<br />

era cerca <strong>de</strong> la una y la celda <strong>de</strong> su víctima estaba iluminada. Era preciso tomar acta <strong>de</strong><br />

este peregrino caso.<br />

La monja aplicó su oreja a la puerta, y entonces... ¡por los sagrados clavos y las<br />

divinas llagas <strong>de</strong> Jesucristo!... Se quedó helada <strong>de</strong> espanto. No daba crédito a aquel su<br />

sentido acústico tan bien ejercitado y tan experto. El agujerillo <strong>de</strong> vigilancia parecía que<br />

se había agrandado. Adaptó la monja su ojo vidrioso... Miró, estuvo mirando un largo<br />

rato. ¡Cómo miraba! Creyó al principio que era alucinación; pero no, era realidad,<br />

realidad.<br />

Echó a correr tambaleándose, porque sus caducas piernas vacilaban, cual si no<br />

pudieran sostener el formidable peso <strong>de</strong> su indignación. Se santiguó repetidas veces,<br />

elevó las flacas manos al cielo, movió la cabeza tan semejante a una calavera, y<br />

murmuró:<br />

-Ya me esperaba yo esto... En esto habían <strong>de</strong> parar las locuras <strong>de</strong> esa mujer. ¡Piedad,<br />

Señor!<br />

Dicen que la reverendísima estuvo a punto <strong>de</strong> dar en tierra con su esqueleto, tal era el<br />

pavor que sentía; pero ella sacó <strong>de</strong> su <strong>de</strong>macración senil las fuerzas que necesitaba para<br />

po<strong>de</strong>r [229] llegar hasta la madre aba<strong>de</strong>sa y referirle un caso tan horroroso. Los minutos<br />

que tardó en llegar a la celda <strong>de</strong> la superiora, le parecieron siglos <strong>de</strong> infamia, <strong>de</strong><br />

vilipendio para la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Santo Domingo.<br />

La aba<strong>de</strong>sa no estaba en su celda. Aquella buena señora que era la más rezona <strong>de</strong> las<br />

habitantes <strong>de</strong> la casa, acostumbraba <strong>de</strong>jar por las noches su angosto lecho y bajar al<br />

coro, don<strong>de</strong> estaba en oración largas horas, <strong>de</strong> rodillas sobre el mármol duro y frío,<br />

apoyando sus brazos en una silla que le servía <strong>de</strong> reclinatorio y sumido el espíritu en las<br />

honduras mareantes <strong>de</strong> la mística. Algunas monjas la imitaban en esta santa costumbre.<br />

Entró la vieja en el coro, y a la luz incierta <strong>de</strong> la lámpara que alumbraba al Cristo,<br />

vio a la madre aba<strong>de</strong>sa <strong>de</strong> rodillas. Acercose y le tocó en el hombro.<br />

-¿Quién es? -dijo la aba<strong>de</strong>sa con voz soñolienta.<br />

La <strong>de</strong> Montserrat se arrodilló a su lado y se persignó con precipitación.<br />

-Soy yo -repuso- que vengo a poner en conocimiento <strong>de</strong>...<br />

-Ya... ya me lo figuro -dijo la madre aba<strong>de</strong>sa incorporándose-. Yo también empezaba<br />

a alarmarme.<br />

-¿Sabe usted lo que voy a <strong>de</strong>cirle?... [230]<br />

-Sí... que se siente olor a ma<strong>de</strong>ra quemada.


-No, no es eso.<br />

-Hace un rato que sentí ese olor -afirmó la madre aba<strong>de</strong>sa husmeando el aire-. ¿No<br />

siente usted?<br />

-Fuego hay en el convento, pero es un fuego que no se ve.<br />

-¿Qué me dice usted, señora?<br />

-Dentro <strong>de</strong>l convento ha entrado esta noche un hombre.<br />

-Usted sueña, hermana... Pues no me queda duda... ¿No siente usted olor a quemado?<br />

-Será que en las murallas han encendido alguna hoguera... Cuando pasan cosas<br />

graves, cuando el convento está profanado, <strong>de</strong>shonrado por la infamia y el sacrilegio, no<br />

conviene pensar en fruslerías.<br />

La aba<strong>de</strong>sa se levantó.<br />

-¡Un hombre! Eso no pue<strong>de</strong> ser -dijo con espanto.<br />

Y al punto se puso a temblar.<br />

-Un hombre, sí. ¿No sé yo lo que es un hombre?<br />

-¿En dón<strong>de</strong>?<br />

-En la celda <strong>de</strong> una religiosa.<br />

La aba<strong>de</strong>sa cesó <strong>de</strong> temblar y empezó a reír. El caso le parecía tan absurdo, tan<br />

inverosímil; estaba a<strong>de</strong>más tan acostumbrada a los ridículos [231] terrores <strong>de</strong> Sor María<br />

Montserrat, que no pudo permanecer seria.<br />

-Si a la aba<strong>de</strong>sa <strong>de</strong> esta comunidad -dijo la <strong>de</strong>latora- le falta valor para llamar a la<br />

puerta <strong>de</strong> la celda don<strong>de</strong> se está consumando el horrendo sacrilegio, yo lo haré. No temo<br />

nada, no me importa que un asesino...<br />

La monja no pudo continuar porque fue acometida <strong>de</strong> una tos muy fuerte.<br />

-¡Oh!... sí, parece que hay humo aquí -dijo en tono <strong>de</strong> alarma.<br />

Las dos monjas se acercaron a la reja que daba al altar mayor <strong>de</strong> la iglesia.<br />

-¡Humo, humo!<br />

Esta exclamación brotó a su tiempo <strong>de</strong> una y otra garganta. A la in<strong>de</strong>cisa luz <strong>de</strong> la<br />

lámpara veíase una como niebla espesa que envolvía los abigarrados oropeles <strong>de</strong>l altar<br />

churrigueresco.<br />

Las dos monjas corrieron <strong>de</strong> aquella reja a otra que al claustro daba.


-¡Jesús <strong>de</strong> mi alma! -gritó la madre Montserrat llevándose las manos a la cabeza-.<br />

¿Qué es esto?... Un hombre... dos hombres, tres hombres... les he visto correr por el<br />

claustro hacia la sacristía...<br />

La aba<strong>de</strong>sa se quedó tan aterrada que no pudo ni hablar ni moverse. Volvieron a<br />

asomarse a la reja <strong>de</strong> la iglesia. Una claridad tenue [232] y rojiza llenaba el recinto<br />

sagrado permitiendo ver las imágenes, las colgaduras, los altares: era un aspecto<br />

siniestro y horripilante.<br />

Las dos monjas corrieron hacia el claustro. Oyéronse los pasos precipitados <strong>de</strong> tres<br />

hermanas que bajaban. En el patio había también algo <strong>de</strong> humo. Corrieron todas a la<br />

puerta <strong>de</strong> la sacristía, la empujaron; estaba abierta. Cuando la puerta cedió las cinco<br />

madres lanzaron espantoso grito y retrocedieron <strong>de</strong> un salto. Por la puerta salió una<br />

bocanada, un chorro, una manga formidable <strong>de</strong> humo negro, espeso, resinoso y en el<br />

fondo <strong>de</strong>l centro oscuro vieron las llamas que brillaban y extendían sus rojas lenguas<br />

por las pare<strong>de</strong>s.<br />

Todo San Salomó no tuvo más que una voz para gritar:<br />

-¡Fuego!... ¡Fuego!<br />

- XXIII -<br />

Propagose con fulminante rapi<strong>de</strong>z, siendo <strong>de</strong> notar que parecía haber comenzado por<br />

dos puntos distintos; por la sacristía y por las habitaciones ruinosas llenas <strong>de</strong> retama y<br />

trastos viejos que estaban <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la Isla. Es difícil [233] distinguir los incendios <strong>de</strong><br />

casualidad <strong>de</strong> los <strong>de</strong> intención. La primera sabe remedar a la segunda, y esta tiene a<br />

veces bastante <strong>de</strong>streza para disfrazarse <strong>de</strong> inocencia... Pero no pue<strong>de</strong>n hacerse<br />

consi<strong>de</strong>raciones <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un convento que se quema y en presencia <strong>de</strong> veintiséis<br />

pobrecitas mujeres, contando religiosas y sirvientes, aprisionadas entre llamas y que por<br />

ninguna parte hallarán salida si no las favorece el vecindario.<br />

Las llamas entraron en la iglesia y agarrando la primera cortina que hallaron a mano<br />

junto al altar escalaron la pared. Como bocas hambrientas que hallan pan, clavaron sus<br />

voraces dientes en la vieja ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> los altares; <strong>de</strong> un soplo <strong>de</strong>voraron el apolillado<br />

tisú y las secas flores que adornaban las imágenes; subieron más culebreando; <strong>de</strong> una<br />

manotada hicieron estallar todos los vidrios, entraron fuertes corrientes <strong>de</strong> aire, y<br />

entonces engordando súbitamente los horribles dragones <strong>de</strong> fuego estrecharon en sus<br />

mil brazos ondulantes las vigas <strong>de</strong> la techumbre.<br />

Por otra parte, la sacristía que era centro y raíz principal <strong>de</strong>l incendio, enviaba llamas<br />

por el pasillo que conducía al locutorio, mientras el fuego que salía <strong>de</strong> las crujías bajas<br />

<strong>de</strong>l ala izquierda trepaba a las galerías incendiando las celdas altas. Felizmente la<br />

escalera estaba [234] libre y, aunque muy cargada <strong>de</strong> humo, permitía a las monjas bajar<br />

al claustro. La invasión <strong>de</strong> la sacristía por el fuego no permitía tocar la campana; pero<br />

los vecinos <strong>de</strong> Solsona vieron pronto aquella claridad horrible y la columna <strong>de</strong> humo


que coronaba a San Salomó como una aureola infernal. Todas las campanas <strong>de</strong> la ciudad<br />

se <strong>de</strong>sgañitaban y se levantaron los habitantes todos, para correr en auxilio <strong>de</strong> las<br />

madres dominicas.<br />

El incendio era <strong>de</strong> esos que no habrían cedido ante los aparatos mo<strong>de</strong>rnos,<br />

formidable artillería <strong>de</strong> agua que servida por los bomberos suele abatir baluartes <strong>de</strong><br />

fuego en las ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> hoy. ¿Qué podrían hacer contra aquel infierno los diligentes<br />

vecinos y los guerrilleros navarros llevando cubos <strong>de</strong> agua? Pronto se conoció que<br />

serían inútiles todos los esfuerzos para salvar la fundación <strong>de</strong>l señor marqués <strong>de</strong> San<br />

Salomó y no hubo más que un pensamiento: salvar a las pobres madres.<br />

No se sabe por dón<strong>de</strong> entraron los primeros que fueron a auxiliar a la comunidad; lo<br />

cierto es que cuando algunos vecinos rompieron a hachazos la puerta <strong>de</strong>l locutorio y<br />

entraron en el claustro, vieron que <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l convento había ya gente ocupada en salvar<br />

lo que se podía. Sin duda aquellos hombres habían entrado antes que el fuego<br />

imposibilitase [235] el paso <strong>de</strong> la sacristía al claustro.<br />

El aspecto <strong>de</strong> este y <strong>de</strong>l patio era espantoso. Bajaban llorando las pobres monjas, y<br />

no hubo santo alguno que no fuera invocado entre gritos, lamentos, congojas,<br />

interjecciones <strong>de</strong> horror. Veíanse las blanquinegras figuras corriendo y bajando al<br />

claustro, como rebaño <strong>de</strong> ovejas acosadas por el lobo. Algunas habían salido <strong>de</strong> sus<br />

celdas sin acabar <strong>de</strong> vestirse, porque el fuego no les había dado tiempo para más. Ponían<br />

otras gran empeño en salvar su ajuar, y hacían subir a los vecinos o trataban ellas<br />

mismas <strong>de</strong> arrostrar la atmósfera <strong>de</strong> humo para sacar algunos objetos. Otras más<br />

filosóficas, creían que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> perdida la casa, nada merecía ser salvado.<br />

Los hombres a quienes la catástrofe había abierto las puertas <strong>de</strong>l sagrado asilo,<br />

sacaron <strong>de</strong> las celdas lo que se podía salvar y lo arrojaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la galería alta. Las<br />

llamas avanzaban y no fue posible continuar en aquella tarea. Un calor horroroso,<br />

suficiente a dar i<strong>de</strong>a perfecta <strong>de</strong> las penas <strong>de</strong>l Infierno, impedía a todo ser vivo<br />

permanecer más tiempo en el claustro y aun en la huerta. Era preciso salir, abandonar<br />

para siempre aquellos benditos muros que el Demonio había tomado para sí expulsando<br />

a las esposas <strong>de</strong> Jesucristo. Había monja a quien esta i<strong>de</strong>a afligía más que el peligro <strong>de</strong><br />

morir [236] asada. Dos <strong>de</strong> aquellas infelices que estaban enfermas en cama fueron<br />

sacadas en brazos y en una <strong>de</strong> ellas pudo tanto el miedo que expiró en el claustro.<br />

La confusión crecía. Había allí hombres diversos, paisanos y militares, yendo y<br />

viniendo sin enten<strong>de</strong>rse. Todos mandaban, nadie obe<strong>de</strong>cía. Cada cual obraba según su<br />

valor, su generosidad o su iniciativa. Hubo quien se echó a cuestas a dos monjas y quiso<br />

salir con ellas cuando aún no habían bajado todas. Hubo quien propuso un premio al<br />

que entrara en la iglesia para salvar <strong>de</strong> las llamas el símbolo <strong>de</strong> la Eucaristía, sin que<br />

apareciese un héroe <strong>de</strong>cidido a afrontar la muerte por empresa tan santa. Hubo quien<br />

intentó salir por la puerta <strong>de</strong>l locutorio; pero esto era imposible. Las llamas se habían<br />

extendido ya por el pasillo y el humo era tan <strong>de</strong>nso que no había medio <strong>de</strong> dar un paso<br />

en el locutorio.<br />

Las monjas se llamaban unas a otras como para reconocerse y recontarse.<br />

-Madre Transfiguración, ¿está usted ahí?


-Sí, el Señor me ha <strong>de</strong>jado vivir, ¿y Sor Melitona <strong>de</strong> San Francisco?<br />

-La he visto hace un momento... ¿Se ha salvado la Madre Rosa <strong>de</strong> San Pedro<br />

Regalado?...<br />

-Sí, ahí está... [237]<br />

-Sor Ana, ¿está usted aquí?... Sor Ana.<br />

-Allá está... Se ha empeñado en salvar sus colchones, y por tales pingajos han estado<br />

a punto <strong>de</strong> perecer dos hombres.<br />

-Hay personas muy impru<strong>de</strong>ntes.<br />

-¿Y la madre Montserrat?<br />

-Aquí estoy, hija, más muerta que viva -repuso la voz cavernosa que salía al parecer<br />

<strong>de</strong> una calavera-. Por más que me vuelvo loca no puedo averiguar dón<strong>de</strong> está Sor<br />

Teodora <strong>de</strong> Aransis.<br />

La flaca monja entraba y salía <strong>de</strong> grupo en grupo, como una serpiente que culebrea<br />

resbalando entre la yerba.<br />

-¿Está Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis?<br />

-Repito que no lo sé... No está aquí, ni allí, ni allá.<br />

-¡Jesús Sacramentado! ¿Si se habrá quedado en su celda...?<br />

-¡Calle usted, tonta!... ¡por las sagradas llagas!... ¡Si hemos subido y hemos<br />

encontrado la celda vacía!... y los restos <strong>de</strong> un festín. ¡Es particular!... ¡Y el incendio ha<br />

sido intencionado! ¡Aquel hombre!... no me queda duda <strong>de</strong> que él, él...<br />

-¡Sor Teodora! ¡Sor Teodora!...<br />

-Es preciso salir al momento, no pue<strong>de</strong> per<strong>de</strong>rse un minuto. A fuera, señoras -gritó<br />

un hombre moreno, bien plantado, con uniforme [238] militar, el cual había logrado a<br />

fuerza <strong>de</strong> golpes, bramidos y empellones imponer su voluntad en medio <strong>de</strong>l gran<br />

tumulto.<br />

¡Gracias a Dios, al fin había alguien que mandara en aquel <strong>de</strong>sconcierto!<br />

-¡Que se cae la pared <strong>de</strong>l claustro! -gritó una voz terrible y <strong>de</strong> agonía.<br />

-¡A fuera, a fuera!<br />

Fue preciso abrir con grandísimo trabajo un boquete en la tapia <strong>de</strong> la huerta, con<br />

espacio suficiente para dar salida a la comunidad, siempre que esto se hiciera con or<strong>de</strong>n.<br />

El hombre moreno, coronel <strong>de</strong> ejército y jefe <strong>de</strong> los voluntarios navarros y aragoneses,<br />

<strong>de</strong>signó un plazo para aquella operación y la hizo ejecutar a sablazos. Trabajaban con


ardorosa fiebre picoteando el ladrillo con azadones, palas, barras, clavos; con cuanto<br />

había. No había concluido la obra importante, cuando el coronel sintió que le sacudían<br />

fuertemente el brazo. Volviose y vio una monja que no parecía sino la estampa <strong>de</strong> la<br />

muerte.<br />

-Señor coronel -dijo el espectro-. Señor coronel, el incendio ha sido intencionado.<br />

Yo sé quién es el perverso que ha hecho esta gran bellaquería.<br />

-¿Quién?... ¿Dón<strong>de</strong> está?<br />

El espectro extendió su brazo blanco que parecía un bastón metido en la funda <strong>de</strong><br />

una [239] almohada y señaló a un hombre vestido <strong>de</strong> payés y con un brazo vendado, el<br />

cual en aquel instante arrojaba una herramienta <strong>de</strong> las que habían servido para abrir el<br />

boquete y se <strong>de</strong>slizaba por él, ávido <strong>de</strong> poner sus pies en la calle.<br />

Dando un rugido, Carlos Navarro gritó:<br />

-¡A ese... ese... que se escapa!... ¡Zugarramundi... ahí va... cuidado... es él!...<br />

La roja claridad que iluminaba las caras, daba a esta escena un aspecto <strong>de</strong><br />

extraordinario pavor.<br />

La gritería que fuera sonaba no permitió conocer lo que pasó; pero sin duda los<br />

<strong>de</strong>seos <strong>de</strong>l jefe quedaron satisfechos, porque se abalanzó a la tronera y retirose <strong>de</strong>spués<br />

diciendo:<br />

-Muy bien, compañeros... No pensé que Dios me lo <strong>de</strong>pararía esta noche... Bien<br />

<strong>de</strong>cía yo que se había metido aquí... ¿Con que también incendiario? ¡Horrible conjunto<br />

<strong>de</strong> crímenes!... Ahora, señoras, salgamos. Mucho or<strong>de</strong>n... digo que mucho or<strong>de</strong>n... Esta<br />

noche le voy a romper la cabeza a uno.<br />

Colocó un grupo fuera <strong>de</strong> la tronera y otro grupo <strong>de</strong>ntro. No eran como dos ejércitos,<br />

sino como dos partidas <strong>de</strong> juego <strong>de</strong> pelota. Los <strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro cogían en brazos una dominica<br />

y por el boquete la entregaban en los brazos <strong>de</strong> los que estaban fuera. Parecía que<br />

echaban niños [240] en el torno <strong>de</strong> una casa <strong>de</strong> expósitos. Nunca falta un bufón en las<br />

más terribles escenas <strong>de</strong> la vida, y allí hubo uno que al echar fuera una monja, <strong>de</strong>cía:<br />

«Ahí va otra carta al correo».<br />

Pocas hubo que hicieran <strong>de</strong>ngues y repulgos al verse entre brazos <strong>de</strong> hombres; pero<br />

el susto, el horror, el peligro, no permitieron a las más <strong>de</strong> ellas entretenerse en<br />

gazmoñerías. Cuando todas estuvieron fuera, se reunieron en apretado grupo; no sabían<br />

andar, no sabían a dón<strong>de</strong> ir. La más tranquila era la muerta, a quien echaron fuera como<br />

un saco. Aunque se incendiase el mundo todo, aquella nada podría <strong>de</strong>cir. Unas se<br />

arrojaban sin aliento en el suelo; otras lloraban a lágrima viva, otras hablaban todas a un<br />

tiempo, haciéndose preguntas, expresando con una observación breve, con un vocablo<br />

suelto, con una articulación in<strong>de</strong>finible el pánico, el azoramiento, la turbación <strong>de</strong> aquel<br />

instante.<br />

-¿Estamos todas?


-Una, dos, tres, cuatro...<br />

-¿Y a mí no me cuentan? También estoy aquí.<br />

-Tengo una mano abrasada... ¡Jesús mío, qué dolor tan vivo!<br />

-Mirad cómo está mi hábito; y gracias que la Santísima Virgen me libró <strong>de</strong> morir<br />

achicharrada. [241]<br />

-Estuvo en un tris que me quedase en la escalera hecha carbón.<br />

-Ya sabéis que no gusto <strong>de</strong> enredos. Por la salvación <strong>de</strong> mi alma, que cuando<br />

subimos había en la celda restos <strong>de</strong> un festín... pero <strong>de</strong> un festín opíparo.<br />

-Contemos otra vez... dos, tres...<br />

-Pues sí que falta una.<br />

-Su celda estaba vacía, vacía, vacía... La luz apagada... Yo le había visto antes, y su<br />

cara se me quedó en la memoria ¡qué terror! Tenía el brazo vendado y la manga subida.<br />

-El único zapato que pu<strong>de</strong> ponerme se me perdió en la huerta...<br />

-Yo dormía profundamente, cuando sentí un ruido infernal, abrí los ojos, vi la<br />

claridad... ¡El divino Jesús nos valga!<br />

-Ya no queda duda. Con la muerta somos veintiuna; con las cuatro criadas veinte y<br />

cinco.<br />

-¡Falta una, falta una!<br />

-¿Sería yo capaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir una cosa por otra?... Un hombre, un hombre. ¡Horripilante<br />

suceso! ¿Por qué nos quemaría nuestra casa ese malvado?<br />

-Yo también digo que el convento ha sido incendiado por una mano alevosa.<br />

-¡Falta una!<br />

-¡Qué horrible aspecto presenta nuestra [242] casa!... Adiós, San Salomó, vivienda<br />

querida, vivienda adorada, adiós para siempre.<br />

-Adiós, San Salomó. Señor, Padre Nuestro, pues tú lo has querido, sea. Pobres<br />

<strong>de</strong>bemos ser y pobres seremos.<br />

-¡Bendito sea el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> Dios!<br />

-No puedo mirar a San Salomó... Me muero <strong>de</strong> aflicción.<br />

-Ánimo, hermanas mías. El Señor lo ha querido así; tengamos resignación.


-Yo le vi, yo le vi.<br />

-¿A dón<strong>de</strong> vamos?<br />

-¿Estamos todas?<br />

-No, no, que falta una.<br />

-Falta una.<br />

-Una.<br />

- XXIV -<br />

El concertado <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> esta narración que es menos novela <strong>de</strong> lo que creerán<br />

muchos, exige que no digamos ahora una palabra más <strong>de</strong> las buenas madres <strong>de</strong> San<br />

Salomó, <strong>de</strong>jándolas entregadas a su dolor y en camino <strong>de</strong>l albergue provisional que les<br />

preparó el obispo <strong>de</strong> Solsona. Otros personajes nos llaman [243] en lugar no apartado<br />

<strong>de</strong>l siniestro, allá don<strong>de</strong> suena la bronca trompeta <strong>de</strong> la historia anunciando los sucesos<br />

que se escriben en unos libros muy serios y que también han <strong>de</strong> tener su hueco<br />

importante en este que lo son <strong>de</strong> entretenimiento.<br />

A la mañana siguiente, cuando aún echaba humo y chispas el cadáver tostado <strong>de</strong> San<br />

Salomó, D. Carlos Garrote (y jamás pudo en su gloriosa vida <strong>de</strong> insurrecciones por la Fe<br />

quitarse nombre tan duro) estaba en su alojamiento <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> San Francisco<br />

acometido <strong>de</strong> un mal que con frecuencia pa<strong>de</strong>cía, y que en los últimos años se le había<br />

recru<strong>de</strong>cido bastante: este mal era la cólera. Mostraba su dolencia hiriendo el suelo con<br />

el pie, golpeando con la mano una mesa harto <strong>de</strong>svencijada, y que con tales caricias iba<br />

en camino <strong>de</strong> no servir más que para leña, y finalmente, soltando <strong>de</strong> su boca en nutrida<br />

<strong>de</strong>scarga, venablo tras venablo.<br />

Mientras él expresaba su enojo andando <strong>de</strong> un testero a otro y llevando <strong>de</strong> la cabeza<br />

a los bolsillos sus manos, un segundo personaje sentado junto a una segunda mesa<br />

don<strong>de</strong> había butifarra, pasteles y vino, parecía encargado <strong>de</strong> representar con su sensual<br />

abandono, sus ojos medio chispos y su semblante epicúreo, la antítesis <strong>de</strong>l exaltado y<br />

ardiente [244] Garrote. Aquel viejo borracho era Mañas, guerrillero estúpido que los<br />

caudillos habían arrinconado por no servir más que <strong>de</strong> estorbo.<br />

Un tercer personaje agrandaba el cuadro: era un capitán <strong>de</strong> lanceros, joven, bien<br />

parecido y que por su cortesanía y aspecto hidalgo contrastaba con la ru<strong>de</strong>za <strong>de</strong> los dos<br />

soldados apostólicos. Aún falta mencionar otro individuo; pero en este basta la<br />

mención: era el capellán <strong>de</strong> San Salomó Mosén Crispí <strong>de</strong> Tortellá. Lo único que la<br />

escrupulosidad histórica nos obliga a <strong>de</strong>cir es que parecía inclinarse más a compartir<br />

con Mañas la butifarra, los pasteles y el vino, que con Garrote la ira, las manotadas y los<br />

vocablos picantes. Menos Navarro, todos estaban sentados y a excepción <strong>de</strong> Mañas<br />

todos muy serios.


Lástima que no estuviéramos allí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio <strong>de</strong>l consejo. El primero a quien<br />

oímos fue a Garrote, que repitiendo una i<strong>de</strong>a expresada sin duda muchas veces antes <strong>de</strong><br />

nuestra llegada, dijo con la boca, con las manos y con los pies:<br />

-Yo no me someto.<br />

A esta aseveración semejante a un disparo, sucedió un silencio profundo. Garrote,<br />

luego que dio varias vueltas en una órbita cuyo centro era Mañas, se paró <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l<br />

[245] oficial <strong>de</strong> lanceros y le echó a boca <strong>de</strong> jarro estas palabras:<br />

-Si los <strong>de</strong>más quieren someterse, yo no me someto. Dígalo usted así al con<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

España que le ha enviado.<br />

-Ya esta guerra no tiene razón <strong>de</strong> ser, señor coronel -dijo con energía el oficial-. Su<br />

Majestad ha llegado ya a Cataluña y ha mandado <strong>de</strong>jar las armas a los que se habían<br />

alzado en su nombre.<br />

-Yo no me he levantado en su nombre.<br />

-¿Pues en nombre <strong>de</strong> quién?<br />

-En nombre <strong>de</strong> otro... No vengamos aquí con mistificaciones... Se nos dijo una cosa<br />

y ahora resulta otra... Este es un juego in<strong>de</strong>cente, un juego in<strong>de</strong>cente.<br />

-Pero señor coronel <strong>de</strong> mis pecados -dijo Mosén Crispí apretándose el vientre y<br />

tratando <strong>de</strong> dar a su rostro expresión <strong>de</strong> bondad-. Si Su Majestad <strong>de</strong>clara que es libre,<br />

que no hay tal jacobinismo en palacio, que pondrá la Fe católica por encima <strong>de</strong> todo...<br />

¿qué hemos <strong>de</strong> hacer nosotros? No seamos más realistas que el Rey, por amor <strong>de</strong> Dios.<br />

-Señor Tortellá <strong>de</strong> mil <strong>de</strong>monios -dijo Garrote encarándose con él e increpándole con<br />

<strong>de</strong>sabrimiento-. No venga usted a empastelarnos con sus distingos y sus boberías <strong>de</strong><br />

canónigo harto. Bastante nos han engañado ya; [246] ¿y quién nos ha metido en este<br />

berenjenal? Usted y sus colegas los <strong>de</strong> hábito negro y pardo. ¿Por qué antes nos <strong>de</strong>cían<br />

una cosa y ahora otra? ¿Qué inmunda farsa es esta? ¿Qué comedia ridícula y<br />

nauseabunda quieren uste<strong>de</strong>s representar? ¿Me han tomado por títere? A mí me gustan<br />

las cosas claras, y las palabras concretas, ¡señor Tortellá <strong>de</strong> mil rábanos! Uste<strong>de</strong>s nos<br />

han engañado; nos hicieron tomar las armas, y ahora nos mandan soltarlas. ¿Cuál fue la<br />

razón <strong>de</strong> aquello? ¿Cuál fue la razón <strong>de</strong> esto?<br />

-Nosotros... -balbució el capellán muy atolondrado.<br />

-Uste<strong>de</strong>s, sí -<strong>de</strong>claró Garrote furioso como un león.<br />

Estaba junto a la mesa <strong>de</strong>svencijada, y a cada dos o tres palabras, daba con la palma<br />

<strong>de</strong> la mano un golpe que sonaba como un pistoletazo.<br />

-Sí, uste<strong>de</strong>s... Nos dijeron que se iba a empren<strong>de</strong>r una guerra gran<strong>de</strong>, gloriosa...,<br />

¡pum! una guerra por la Religión. Nos dijeron que el Rey ¡pum! estaba entregado a los<br />

masones, y que la Cámara real era una logia, una zahúrda <strong>de</strong> jacobinos... ¡pum! que<br />

Calomar<strong>de</strong> era masón, que el Rey era masón... ¡pum! Nos dijeron, y esto es lo más


grave, que la guerra se haría alzando la ban<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la Religión y proclamando... [247]<br />

¡pum! el nombre <strong>de</strong>l infante don Carlos como futuro Rey <strong>de</strong> España en sustitución <strong>de</strong><br />

Fernando VII... Nos dijeron que en Madrid estaba todo hecho para quitar <strong>de</strong>l trono a un<br />

hermano el cual estaba vendido a los masones, y poner... ¡pum! a otro hermano que oye<br />

misa todos los días... Nos dijeron que cuando se levantase Cataluña, toda España<br />

respon<strong>de</strong>ría, y que el reinado <strong>de</strong> la Fe y la <strong>de</strong>strucción <strong>de</strong>l liberalismo vendrían<br />

fácilmente... Nos dijeron que había un breve secreto <strong>de</strong>l Papa, or<strong>de</strong>nando el alzamiento,<br />

y que Francia, Austria y Rusia lo apoyaban... ¡pum! Nos engañaron pintándonos la<br />

Junta Apostólica <strong>de</strong> Madrid como un centro po<strong>de</strong>roso, y ahora veo que no es más que<br />

una reunión <strong>de</strong> mentecatos, <strong>de</strong> algunos consejeros cesantes que quieren volver al<br />

Consejo, <strong>de</strong> algunos canónigos que quieren ser obispos y <strong>de</strong> algunos brigadieres que<br />

quieren ser generales... ¡pum, pum, pum!<br />

La mano <strong>de</strong>l guerrillero rebotaba como una pelota <strong>de</strong> goma y tenía la palma roja, casi<br />

sangrienta. Mosén Crispí no se atrevió a contestar y miraba a la butifarra, a Mañas, al<br />

oficial, a la mesa golpeada, por ver si alguno <strong>de</strong> estos tres objetos le sugería una i<strong>de</strong>a.<br />

-Y ahora -prosiguió Garrote apartándose <strong>de</strong> la mesa que había quedado casi<br />

llorando-, ahora nos dicen que todo ha sido una broma, [248] que <strong>de</strong>jemos las armas,<br />

que el proyecto <strong>de</strong> poner a D. Carlos en el trono es prematuro, impracticable, tonto, cosa<br />

<strong>de</strong> monjas, y no sé qué más... Esto es jugar con hombres formales. Ha bastado que el<br />

Rey haya venido a Cataluña para que todo se <strong>de</strong>svanezca como el humo; los más<br />

valientes se vuelven cobar<strong>de</strong>s, muchos bravos son sacrificados, y los curas se meten en<br />

sus iglesias a <strong>de</strong>cir: pésame, Señor... ¡Mil rábanos! No ha pasado nada... con tal que<br />

conserven sus empleos, sus canonjías y sus prebendas esos señores que nos han<br />

hostigado. El Rey llegará y hará un picadillo masónico con la carne <strong>de</strong> todos los que se<br />

han batido en Cataluña por la causa santa, divina, inmortal, <strong>de</strong> la Fe y <strong>de</strong> la Monarquía.<br />

-No -dijo bruscamente el oficial- lo primero que ha dicho Su Majestad es que<br />

perdonará a todo el mundo.<br />

-Eso se dice para que soltemos las armas, para que nos entreguemos como cor<strong>de</strong>ros...<br />

¡Perdón, perdonar! ¡Qué horrible ironía! Linda cosa es el perdón masónico. Los mismos<br />

que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Madrid y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Barcelona dirigieron esta trama, serán los primeros que<br />

aconsejen al Rey castigos terribles, para que callen las bocas que pudieran revelar<br />

secretos graves... ¡Rábano, rábano! La mía, si no me la cierra el verdugo, será la primera<br />

que grite: «Esos que [249] hoy se acogen al manto real y reciben en triunfo a D.<br />

Fernando, fueron los que nos hostigaron a quitarle <strong>de</strong>l trono para poner en su lugar al<br />

infante D. Carlos que oye misa todos los días».<br />

Mañas que comprendió la necesidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir algo, murmuró algunas palabras torpes<br />

y oscuras que salieron <strong>de</strong> su boca como un vapor vinoso. Mosén Crispí le mandó callar,<br />

tocándose la sien con el <strong>de</strong>do índice y guiñando el ojo. Su mímica quiso <strong>de</strong>cir:<br />

-Ese hombre <strong>de</strong> los rábanos está loco: no hagamos caso <strong>de</strong> él.<br />

-Sus <strong>de</strong>beres <strong>de</strong> militar, sus gloriosos antece<strong>de</strong>ntes, señor coronel -dijo el oficial- el<br />

uniforme que viste, el bien <strong>de</strong>l país, y la suerte <strong>de</strong> muchos hombres inocentes exigen <strong>de</strong><br />

usted que se someta a la voluntad <strong>de</strong>l Rey. El Rey ha pedido a todos pru<strong>de</strong>ncia y<br />

cordura, y es preciso que todos respondamos a la voz <strong>de</strong> nuestro Rey legítimo.


-Yo no me someto, yo no me someto -afirmó Garrote con voz <strong>de</strong> trueno-. Si Jep <strong>de</strong>ls<br />

Estanys, Caragol, Pixola, Rafi y los <strong>de</strong>más quieren someterse, háganlo en buen hora:<br />

ellos se enten<strong>de</strong>rán con su conciencia. Al hacerlo habrán visto <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sí la balanza<br />

que tiene en uno <strong>de</strong> sus platos el ascenso y en otro el verdugo. ¡Mal <strong>de</strong>monio harto <strong>de</strong><br />

rábanos! a mí [250] no me sobornan las charreteras ni me asusta la horca... Cuando mi<br />

conciencia me acuse me fusilaré yo mismo. Yo no me someto... Aquí hay mucha, pero<br />

muchísima inmundicia... Esto da náuseas.<br />

-Somos militares y <strong>de</strong>bemos obediencia al Rey -dijo el oficial con brío.<br />

Garrote clavó en él una mirada centelleante; apretó los dientes: la piel verdosa <strong>de</strong> sus<br />

sienes y <strong>de</strong> su cara vibró como si los tendones y venas fueran alambres sacudidos por la<br />

<strong>de</strong>scarga eléctrica.<br />

-¡Obediencia! -exclamó sacando <strong>de</strong> su volcánico pecho palabras como rugidos-. ¿A<br />

quién?... ¡Ah! señor oficial... yo no obe<strong>de</strong>zco más que a Dios que fortalece mi brazo y<br />

afila mi espada para que <strong>de</strong>fienda su religión santa contra los jacobinos. Yo no<br />

obe<strong>de</strong>zco más que a mi conciencia que me manda no reconocer dueño alguno mientras<br />

no se siente en el trono <strong>de</strong> San Fernando el príncipe elegido por Dios para restablecer<br />

los santos principios <strong>de</strong>l gobierno cristiano... Veo que mira usted mis charreteras... ¡Ah!<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> hoy las consi<strong>de</strong>ro como una <strong>de</strong>shonra... No puedo servir a dos señores... Fuera <strong>de</strong><br />

mí, insignias <strong>de</strong> vilipendio que me parecéis diabólicos emblemas <strong>de</strong> un or<strong>de</strong>n masónico.<br />

Y se arrancó con salvaje fuerza las charreteras. [251] Su mano como una garra tiró<br />

tan violentamente que rasgó el paño <strong>de</strong> la levita y mostró la camisa en los hombros.<br />

Después arrojó contra la pared las insignias, gritando:<br />

-¡Fuera <strong>de</strong> mí!... No quiero pertenecer a este rebaño <strong>de</strong> miserables... Des<strong>de</strong> hoy soy<br />

libre, combatiré solo, combatiré por la Fe y por el verda<strong>de</strong>ro Trono allá en mis benditas<br />

montañas don<strong>de</strong> jamás se conoció la traición.<br />

El oficial se levantó.<br />

-Nada tengo que hacer aquí -manifestó con <strong>de</strong>sabrimiento afirmándose el chacó en la<br />

cabeza-. Por fortuna los jefes principales <strong>de</strong>l movimiento conocen lo <strong>de</strong>scabellado y<br />

ridículo <strong>de</strong> sostenerlo más tiempo, y ya han dicho que <strong>de</strong>pondrán las armas.<br />

-Cada cual -dijo Garrote mirando al oficial con <strong>de</strong>sdén- es dueño <strong>de</strong> meterse en lodo<br />

hasta el cuello.<br />

El oficial hizo una profunda reverencia y se retiró. El ruido <strong>de</strong> sus pasos no se había<br />

extinguido en la escalera, cuando Garrote se acercó a la puerta y gritó: -¡Zugarramundi!<br />

El hombre velludo tan parecido a un oso pirenaico, apareció en la puerta: era <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

antaño feroz satélite y ayudante <strong>de</strong>l furibundo coronel. En las guerras <strong>de</strong> partidas era su<br />

jefe <strong>de</strong> Estado Mayor.<br />

-Nos vamos en seguida -le dijo el jefe. [252]<br />

-¿A dón<strong>de</strong>?


-A nuestra tierra; los aragoneses pue<strong>de</strong>n quedarse en la suya.<br />

-Está bien: ¿y cuándo salimos?<br />

-Dentro <strong>de</strong> una hora. Paga las cuentas <strong>de</strong>l mesón, dispón los caballos... Si algún<br />

catalán <strong>de</strong> los que están conmigo quiere someterse le <strong>de</strong>jas ir en paz... Pero antes...<br />

Zugarramundi que ya se retiraba volvió.<br />

-Pero antes -añadió el coronel- le mandas dar veinticinco palos.<br />

-Está bien... ¿Y qué dispones <strong>de</strong>l prisionero?<br />

-¡Ah... el prisionero! no me acordaba en este momento. Pues al prisionero...<br />

Se puso a meditar acariciándose la barba.<br />

-Le llevaremos con nosotros. ¿Cuántos carros tenemos?<br />

-Cinco.<br />

-Destina uno para él si no pue<strong>de</strong> andar.<br />

-No pue<strong>de</strong>; la herida que ayer le hicimos cuando quería escaparse por la gatera <strong>de</strong><br />

San Salomó le tiene un poco marchito. ¿No dijiste que había que fusilarle? Pues<br />

<strong>de</strong>jémosle aquí.<br />

-¿Muerto?<br />

-O vivo. El señor Mañas se encargará <strong>de</strong> cumplir la sentencia.<br />

-Sí; para que me lo suelten otra vez. ¡Rábanos! No; le llevaremos, le llevaremos, y en<br />

[253] el camino daremos cuenta <strong>de</strong> él. ¿Va algún capellán con nosotros?<br />

-Ninguno.<br />

-Bueno; no faltará un cura que le auxilie... Dale bien <strong>de</strong> comer... no quiero que<br />

pa<strong>de</strong>zca hambre... Es paisano nuestro, Zugarramundi, es alavés.<br />

Está bien.<br />

Después que se retiró el oso, quien primero rompió el silencio fue Mosén Crispí <strong>de</strong><br />

Tortellá, y gozoso <strong>de</strong> tener un tema <strong>de</strong> conversación distinto <strong>de</strong> aquel en que había<br />

merecido los apóstrofes <strong>de</strong>l coronel, habló <strong>de</strong> este modo:<br />

-Por mis pecados, Sr. D. Carlos Navarro, que ha sido usted <strong>de</strong>masiado benigno con<br />

ese <strong>de</strong>monio <strong>de</strong> hombre. Yo le hubiera mandado fusilar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> las tapias humeantes<br />

<strong>de</strong> esa santa casa vilmente incendiada. ¡Oh! ¡Señor don Carlos, horripila ver la enorme<br />

dosis <strong>de</strong> perversidad que Lucifer ha <strong>de</strong>positado en el alma <strong>de</strong> algunos hombres!.


Carlos sólo contestó con un gruñido.<br />

-No pue<strong>de</strong> quedar duda <strong>de</strong> que ese embajador <strong>de</strong> los jacobinos fue quien puso fuego<br />

a la casa <strong>de</strong>l Señor, sin duda con el salvaje intento <strong>de</strong> reducir a carbón a las inocentes<br />

vírgenes... No puedo hablar <strong>de</strong> esto sin que se me parta el corazón. [254]<br />

En el mismo instante Mañas partía la butifarra.<br />

-No obstante -añadió el venerable tomando la rue<strong>de</strong>cilla que Mañas le ofrecía- yo<br />

procuraría indagar... Indudablemente aquí hay un misterio... Ese hombre...<br />

-Mosén Crispí -dijo Navarro interrumpiéndole bruscamente-. Aquí no hemos venido<br />

a hablar <strong>de</strong> ese hombre.<br />

-Aquí hemos venido... -murmuró Mañas con torpe lengua, <strong>de</strong>mostrando que si los<br />

<strong>de</strong>más habían ido allí con algún objeto, él no había ido sino a comer cerdo y a beber<br />

vino.<br />

-Sí, ya lo sé -replicó el capellán algo turbado-. Hemos venido a convenir cómo se ha<br />

<strong>de</strong> arreglar esto <strong>de</strong> soltar las armas... Es caso grave, porque la ciudad <strong>de</strong> Solsona no<br />

quiere malquistarse con el Rey; la ciudad <strong>de</strong> Solsona no quiere que la horca se alce en<br />

su plaza <strong>de</strong> San Juan, ni que las tropas <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> España entren aquí tocando los<br />

clarines <strong>de</strong> la venganza.<br />

-Pues usted dirá... Ya sabe usted que yo me voy.<br />

-Pues... el ayuntamiento, que me <strong>de</strong>legó para tratar con usted <strong>de</strong> la paz, <strong>de</strong>sea que<br />

todo se arregle, que la ciudad <strong>de</strong> Solsona aparezca amiga <strong>de</strong> Su Majestad.<br />

-Yo me voy... [255]<br />

-No sometiéndose, eso es lo mejor para la tranquilidad <strong>de</strong> la ciudad. Ahora falta ver<br />

quién recoge el mando <strong>de</strong> las pocas fuerzas apostólicas que hay por aquí.<br />

-Por mi voluntad entregaría el mando a D. Pedro Guimaraens, la única persona<br />

<strong>de</strong>cente que conozco en esta tierra.<br />

-D. Pedro marchó al cuartel general, y dicen que el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> España le ha dado un<br />

batallón para que recorra el país, y apoye a los que quieran someterse, que son los más.<br />

Pue<strong>de</strong> que esté en Regina Cœli. A falta <strong>de</strong> don Pedro Guimaraens, yo pondría la<br />

autoridad en la cabeza <strong>de</strong> Tilín.<br />

-¿En dón<strong>de</strong> está ese Tilín?<br />

-Pues mire usted que no lo sé, y me da qué pensar su <strong>de</strong>saparición. Hoy le he<br />

buscado todo el día y no he podido encontrarle. Anoche se portó heroicamente; fue el<br />

primero que entró a salvar a las pobres monjas... Después no se le vio más.<br />

-¿En dón<strong>de</strong> está?


-¿No le he dicho a usted que no lo sé? Ese sacristán tiene unas rarezas... Suele<br />

escon<strong>de</strong>rse cuando se le necesita y presentarse cuando no hace falta.<br />

-Bien -dijo Garrote-. Pues ha <strong>de</strong> quedar en la división apostólica <strong>de</strong> Solsona una<br />

sombra <strong>de</strong> autoridad; pues es preciso que esta farsa [256] asquerosa que llaman la paz...<br />

yo la llamaría la ignominia... se haga con visos <strong>de</strong> convenio, yo <strong>de</strong>lego mi autoridad...<br />

Miró con <strong>de</strong>sprecio a Mañas que con su mano temblorosa vaciaba el turbio residuo<br />

<strong>de</strong> la última botella.<br />

-Sí -añadió el fogoso guerrillero-. El bando apostólico <strong>de</strong> Solsona es digno <strong>de</strong> tener<br />

por jefe a un borracho. Viejo Mañas, te confiero el mando. Toma ese bastón, animal.<br />

Y cogiendo una butifarra y haciendo a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> metérsela por la boca, y dándole<br />

<strong>de</strong>spués dos golpes con ella en la cabeza, la arrojó violentamente sobre la mesa y salió<br />

<strong>de</strong> la sala.<br />

- XXV -<br />

Des<strong>de</strong> que los cocheros <strong>de</strong> palacio, los marmitones, los lacayos y algunos soldados<br />

vendidos a los cortesanos inauguraron el 19 <strong>de</strong> marzo <strong>de</strong> 1808 en Aranjuez la serie <strong>de</strong><br />

bajas rapsodias revolucionarias que componen nuestra epopeya motinesca, el más<br />

repugnante movimiento ha sido la sublevación apostólica <strong>de</strong> 1827. Es a<strong>de</strong>más <strong>de</strong><br />

repugnante, oscuro, porque [257] su origen, como el <strong>de</strong> los monstruos que <strong>de</strong>gradan con<br />

su fealdad a la raza humana, no tuvo nunca explicación cabal y satisfactoria. Acabó<br />

misteriosamente, lo mismo que había empezado, como esas tragedias reales en que por<br />

una secreta confabulación <strong>de</strong> testigos, asesinos y jueces, queda todo in<strong>de</strong>terminado y<br />

confuso, no existiendo la evi<strong>de</strong>ncia más que en la muerte <strong>de</strong> la víctima. No hubo lógica<br />

ni plan en la sublevación, como no hubo justicia en los castigos. Creeríase que eran<br />

autores <strong>de</strong> aquella intriga sangrienta los mismos contra quienes parecía dirigida, y que<br />

la propia mano herida por el filo, acariciaba la empuñadura <strong>de</strong> aquella espada que se<br />

forjó en las agrestes ferrerías <strong>de</strong> las montañas catalanas y se templó en los conventos.<br />

En todo lo relativo a los orígenes <strong>de</strong> tal guerra, hay algo <strong>de</strong> las poéticas vagueda<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

la leyenda: la historia no ha podido esclarecer con su luz las lobregueces <strong>de</strong> este hecho<br />

que sólo pue<strong>de</strong> compararse a las tenebrosas <strong>de</strong>mencias <strong>de</strong>l suicidio.<br />

Durante largo tiempo se consi<strong>de</strong>ró que la guerra apostólica había sido engendrada<br />

por la sociedad secreta <strong>de</strong>l absolutismo llamada El Ángel Exterminador, y compuesta <strong>de</strong><br />

obispos ambiciosos, consejeros cesantes e inquisidores sin trabajo. Aunque el<br />

absolutismo ha tenido también su masonería, y <strong>de</strong> las más [258] chuscas, aun sin el uso<br />

<strong>de</strong> mandiles, ningún historiador ha probado la existencia <strong>de</strong> El Ángel Exterminador.<br />

Quién <strong>de</strong>cía que su centro estaba en Roma, quién que estaba en el cuarto <strong>de</strong>l infante D.<br />

Carlos. Pero si la sociedad no es cosa evi<strong>de</strong>nte, lo es sí la existencia <strong>de</strong> una intriga<br />

formidable y subterránea, <strong>de</strong> la cual eran activos trabajadores muchos próceres y<br />

magnates, diestros en las artes <strong>de</strong>l topo. La posterior guerra <strong>de</strong> los siete años probó que<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> 1825 el absolutismo rabioso, anhelando cambiar <strong>de</strong> ídolo porque el existente no


satisfacía por completo su sed <strong>de</strong> persecuciones y <strong>de</strong> venganzas, había empezado a<br />

preparar el terreno.<br />

Si alguien pudo esclarecer los orígenes <strong>de</strong> la sublevación apostólica fueron los<br />

cabecillas catalanes; sin duda ellos pensaban <strong>de</strong>cir algo; pero antes que pudieran ser<br />

indiscretos, Calomar<strong>de</strong> y el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> España les fusilaron a todos. El Rey les prometió<br />

el perdón para que se sometieran, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> sometidos les fusiló para que no<br />

hablaran. Es una diplomacia como otra cualquiera.<br />

¿Fue Calomar<strong>de</strong> instigador <strong>de</strong> la guerra? Entonces resultaría Fernando VII juguete<br />

<strong>de</strong> su ministro, y esto no era así. Calomar<strong>de</strong>, que sin duda hubiera sido capaz <strong>de</strong><br />

ven<strong>de</strong>rse a quien le quisiera comprar, sirvió bien a Fernando [259] hasta el cuarto<br />

casamiento <strong>de</strong> este, y en 1827 todavía era no más que instrumento harto sumiso <strong>de</strong> las<br />

pasiones y <strong>de</strong>l brutal egoísmo <strong>de</strong> su señor.<br />

Si Calomar<strong>de</strong> no fue autor <strong>de</strong> la guerra, los verda<strong>de</strong>ros autores <strong>de</strong> ella se le<br />

sometieron al ver el mal éxito que aquella tenía, aspirando a sacar <strong>de</strong> la paz el partido<br />

que no habían podido sacar <strong>de</strong> la guerra. Es indudable que los tenebrosos<br />

congregacionistas <strong>de</strong>l Ángel Exterminador (y es forzoso dar este nombre a la pandilla<br />

por no tener otro) salieron muy bien librados <strong>de</strong> aquella sangrienta aventura; pero<br />

también lo es que los infelices que habían sacado las castañas <strong>de</strong>l fuego para satisfacer<br />

las hinchadas ambiciones y las envidias <strong>de</strong> la corte, pagaron con su vida el crimen<br />

propio y el ajeno.<br />

Grave cosa fue aquella sublevación cuando Fernando se dispuso a sofocarla por sí<br />

mismo. Salió <strong>de</strong>l Escorial el 22 <strong>de</strong> Setiembre, siendo <strong>de</strong>spedido por los célebres versos<br />

<strong>de</strong> la bondadosa Reina Amalia, que al componerlos <strong>de</strong>mostró tener más comercio con<br />

los ángeles que con las musas. Al Rey acompañaba Calomar<strong>de</strong>. Había gran prisa, y el<br />

déspota y su Sancho Panza recorrieron el camino con una rapi<strong>de</strong>z que habrían envidiado<br />

quizás algunos <strong>de</strong> nuestros trenes mixtos. Pero <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l Rey habían [260] salido los<br />

correos reservados llevando ór<strong>de</strong>nes apremiantes para que cesara todo. Por eso apenas<br />

puso el pie en tierra <strong>de</strong> Lérida el egregio con<strong>de</strong> <strong>de</strong> España con su ejército, principió la<br />

<strong>de</strong>sbandada. Las pequeñas partidas se presentaban, y las gran<strong>de</strong>s se ponían en<br />

movimiento para sacar algún jugo <strong>de</strong>l país antes <strong>de</strong> disolverse. La sublevación cayó<br />

como un espantajo <strong>de</strong> trapo y caña puesto en medio <strong>de</strong> los sembrados, y al cual quitan<br />

<strong>de</strong> pronto la vara que lo sustenta. Los facciosos <strong>de</strong>l Panadés y <strong>de</strong> Tarragona fueron los<br />

más solícitos para presentarse a indulto. En cambio Jep <strong>de</strong>ls Estanys, Caragol y la gente<br />

furibunda <strong>de</strong> Manresa se mostraron muy rebel<strong>de</strong>s. Sin atreverse a hacer frente al con<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> España, resistiéronse a terminar tan tonta y <strong>de</strong>sabridamente una guerra a que los <strong>de</strong>l<br />

Ángel Exterminador les habían lanzado, ofreciéndoles la cooperación <strong>de</strong> Rusia con<br />

40.000 hombres y 6.000 caballos, el apoyo <strong>de</strong> Francia y las simpatías <strong>de</strong>l Papa.<br />

Dejando guarnecida a Manresa salieron: Jep se dirigió a Berga que era su madriguera<br />

preferida, y Caragol fingió una marcha sobre Barcelona, unos dicen que con objeto <strong>de</strong><br />

acercarse a la frontera y otros que con el fin puramente apostólico <strong>de</strong> mero<strong>de</strong>ar. No<br />

tenían las manos atadas aquellos benditos arcángeles [261] <strong>de</strong> fusil y cartuchera, porque<br />

Jep <strong>de</strong>ls Estanys cuando tuvo que salir <strong>de</strong> Berga perseguido por el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> España sacó<br />

<strong>de</strong> allí diez y ocho cargas <strong>de</strong> dinero que eran la cosecha <strong>de</strong> unos cuantos meses <strong>de</strong><br />

trabajo en la viña <strong>de</strong>l Altar y el Trono.


Ya veremos la suerte que les cupo a estos andantes cosecheros, a quienes Fernando<br />

hablaba en su proclama el lenguaje <strong>de</strong> la clemencia, abriéndoles sus brazos <strong>de</strong> padre<br />

amoroso. Una observación haremos que será la última pincelada en el cuadro <strong>de</strong> aquella<br />

guerra, y es que todas las reyertas entre los absolutistas <strong>de</strong> uno y otro bando, así como<br />

todas sus reconciliaciones terminaban con un porrazo a los liberales. Estos infelices,<br />

pocos en número, acobardados y oscurecidos, pagaban el furor <strong>de</strong> los sublevados y <strong>de</strong><br />

los perseguidores <strong>de</strong> los sublevados. Los rebel<strong>de</strong>s, al huir <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> España,<br />

gritaban <strong>de</strong> pueblo en pueblo: «¡muerte a los negros!» y el feroz España solía <strong>de</strong>cir:<br />

«esos malvados negros tienen la culpa <strong>de</strong> todo». Así es que se llevaba con paciencia la<br />

fuga e impunidad <strong>de</strong> los apostólicos con tal que hubiese negros que sacrificar. Un<br />

observador <strong>de</strong> pura casta absolutista, como Mosén Crispí, habría creído que aquellos<br />

pobres fueron puestos en España por Dios para impedir que los <strong>de</strong>fensores <strong>de</strong> este [262]<br />

se <strong>de</strong>strozaran mucho al engrescarse entre sí.<br />

Es preciso ser <strong>de</strong> bronce o <strong>de</strong> berroqueña para no sentir la más viva lástima <strong>de</strong> tales<br />

<strong>de</strong>sdichados. ¿Vencían los apostólicos?... pues ¡muerte a los negros! ¿Iban bien los<br />

absolutistas?... pues ¡duro en los negros! Que las cosas iban mal en el campo <strong>de</strong> Jep...<br />

pues ¡a ellos, que tienen la culpa <strong>de</strong> todo! Que salía chasqueado el con<strong>de</strong> y se<br />

<strong>de</strong>sesperaba por no po<strong>de</strong>r alcanzar a Pixola... pues ¡viva la religión y mueran los<br />

masones! Síntesis <strong>de</strong> este hecho y resumen <strong>de</strong> él fueron las horrorosas hecatombes <strong>de</strong><br />

Barcelona a principios <strong>de</strong>l año siguiente, cuando los envenenados odios y disputas que<br />

<strong>de</strong>sgarraban el seno <strong>de</strong> la familia realista parecían no po<strong>de</strong>r aplacarse sino<br />

engolosinando a uno y otro partido con carne <strong>de</strong> liberales.<br />

Explicada la situación <strong>de</strong> la guerra, nos cumple <strong>de</strong>spedirnos <strong>de</strong> esa bienaventurada<br />

ciudad <strong>de</strong> Solsona, don<strong>de</strong> han ocurrido los principales sucesos <strong>de</strong> esta historia, para<br />

buscar el término y solución lógica <strong>de</strong> ellos en otro pueblo menos ilustre, pues carece <strong>de</strong><br />

escudo <strong>de</strong> armas, <strong>de</strong> abolengo romano y <strong>de</strong> murallas; pero que merecería tener todas<br />

estas cosas y aun otras, sólo por haber sido teatro <strong>de</strong> los verídicos sucedidos que vamos<br />

a referir. [263]<br />

- XXVI -<br />

Al anochecer <strong>de</strong>l día que siguió a la catástrofe <strong>de</strong> San Salomó, un cochecillo <strong>de</strong> dos<br />

ruedas corría por el <strong>de</strong>testable camino que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Solsona se dirige a la Conca <strong>de</strong> Tremp.<br />

Era uno <strong>de</strong> esos vehículos puramente españoles que parecen hechos para realizar el<br />

i<strong>de</strong>al <strong>de</strong> la incomodidad, y cuyo nombre respon<strong>de</strong>ría perfectamente a su cruel instituto<br />

si en vez <strong>de</strong> tartana fuera quebranta-huesos. El que ocupa hoy nuestra atención era<br />

cerrado, formando una especie <strong>de</strong> cajón alto con portezuela en la parte posterior y en la<br />

<strong>de</strong>lantera una ventanucha pequeña sin vidrio <strong>de</strong>stinada a dar aire a la víctima, para que<br />

no la asfixiara el calor antes <strong>de</strong> tener los huesos bien rotos y las carnes bien molidas.<br />

Tiraba <strong>de</strong> él un brioso caballo que parecía más hecho al noble oficio <strong>de</strong> la silla que al<br />

<strong>de</strong>l arrastre, a juzgar por el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n <strong>de</strong> su marcha y los brincos con que amenazaba<br />

volcar el vehículo. Guiábalo un joven sentado en media cuarta <strong>de</strong> tabla adherida a la<br />

limonera <strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha. Parecía tener el cochero un <strong>de</strong>lirante anhelo <strong>de</strong> llegar pronto a<br />

su <strong>de</strong>stino, según aporreaba [264] al animal con la vara. El interior lo ocupaba sin duda


persona a quien el <strong>de</strong> fuera estimaba en mucho porque entre golpe y golpe <strong>de</strong>scargado<br />

sobre la bestia, volvía su rostro, y mirando al interior <strong>de</strong>l quebranta-huesos por la<br />

ventanilla <strong>de</strong>lantera <strong>de</strong>cía algunas palabras en<strong>de</strong>rezadas a dulcificar la molestia <strong>de</strong><br />

transporte tan inquisitorial. El camino, que más era <strong>de</strong> herradura que <strong>de</strong> ruedas, estaba<br />

alfombrado <strong>de</strong> guijarros que en algunos sitios eran verda<strong>de</strong>ros peñones, ofreciendo en<br />

otros hoyos profundos. Caballo y camino jugaban con el coche como un titiritero con<br />

las bolas haciéndole dar graciosas piruetas. Viendo aquello, tendría corazón <strong>de</strong> bronce<br />

quien no compa<strong>de</strong>ciera a la persona que iba <strong>de</strong>ntro. Si tal persona a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> ir allí, iba<br />

contra su voluntad, entonces era tan digna <strong>de</strong> lástima como quien va al patíbulo en la<br />

fatal carreta.<br />

La noche era oscura y serena; pero el horizonte se inflamaba a ratos con vivos<br />

relámpagos, indicio <strong>de</strong> tormenta próxima, y algunas ráfagas <strong>de</strong> aire fresco venían <strong>de</strong>l<br />

lado <strong>de</strong> la montaña, levantando polvo y haciendo murmurar el ramaje <strong>de</strong> los árboles.<br />

Ni un alma se hallaba en tal hora por aquel camino solitario y agreste, y las pocas<br />

casas que se veían al paso estaban cerradas y silenciosas. [265] Creeríase que la<br />

superstición había alejado a todos los habitantes <strong>de</strong> aquella tierra y que sólo quedaban<br />

los duen<strong>de</strong>s para obligar a huir también a los que <strong>de</strong>spués viniesen.<br />

Pero el quebranta-huesos pasó al fin a regular distancia <strong>de</strong> una casa, en cuya ventana<br />

brillaba una luz. Entonces <strong>de</strong>l lóbrego cajón inquisitorial salió una voz angustiosa que<br />

dijo:<br />

-¡Socorro!<br />

El que guiaba castigó fieramente a la cabalgadura para que acelerase el paso, y<br />

cuando quedó a distancia mayor la casa iluminada, el hombre volviose hacia <strong>de</strong>ntro y<br />

dijo:<br />

-No... no vale pedir socorro, señora. Nadie oye, nadie ve.<br />

-¡Socorro! ¡Socorro! -repitió la voz interior ya enronquecida y furiosa.<br />

Después varió <strong>de</strong> tono y acompañada al parecer <strong>de</strong> lágrimas, dijo suplicante y<br />

dolorida:<br />

-Por la salvación <strong>de</strong> tu alma, Pepet, por la memoria <strong>de</strong> tu madre; déjame, suéltame,<br />

déjame en medio <strong>de</strong>l camino y vete solo con tu endiablado coche... Te lo agra<strong>de</strong>ceré, te<br />

lo agra<strong>de</strong>ceré con toda mi alma... no te guardaré rencor, Tilín... no te tendré miedo; me<br />

acordaré <strong>de</strong> ti en mis oraciones; pediré a Dios por ti... Sé bueno conmigo, ten piedad <strong>de</strong><br />

mí... suéltame, déjame y así podrás librarte <strong>de</strong>l castigo [266] que te espera por tu<br />

maldad... Piensa un instante siquiera en Dios.<br />

El hombre no pensaba en Dios. Pálido y hosco, cejijunto, balbuciente como el<br />

asesino en el momento <strong>de</strong> clavar el puñal en la víctima dormida, marchaba <strong>de</strong>recho a su<br />

bárbaro objeto; no reparaba en consi<strong>de</strong>ración alguna, no se acordaba <strong>de</strong> Dios, no era<br />

cristiano; era incapaz <strong>de</strong> toda i<strong>de</strong>a piadosa; no veía tampoco obstáculos, no veía más<br />

que la fiebre ardiente que le <strong>de</strong>voraba y aquel objeto criminal que le atraía fascinando su


alma irritada, objeto que, fijo en su cerebro, le enloquecía con el <strong>de</strong>leite <strong>de</strong>l triunfo y le<br />

quemaba con el fuego <strong>de</strong> la impaciencia.<br />

Oyó que su víctima lloraba <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l coche. Entonces se volvió a<strong>de</strong>ntro y dijo:<br />

-Es verdad que soy un malvado, que me con<strong>de</strong>naré, que ar<strong>de</strong>ré en el Infierno... ¿pero<br />

<strong>de</strong> quién es la culpa?<br />

-Tuya, infame ladrón, incendiario, tuya, monstruo emparentado con todos los<br />

<strong>de</strong>monios <strong>de</strong>l Infierno -exclamó la voz <strong>de</strong>l coche, volviendo a ser colérica-. Mucho más<br />

humano serías conmigo si me mataras... ¡Ay! te lo agra<strong>de</strong>cería con toda mi alma. Viva o<br />

muerta, infame bandido, no ar<strong>de</strong>ré como tú en los infiernos... estarás solo, y pa<strong>de</strong>cerás<br />

eternamente, siempre, quemándote en tus sacrílegas [267] pasiones, sin satisfacer en<br />

toda la eternidad la sed rabiosa <strong>de</strong> tu alma.<br />

Tilín hizo crujir sus dientes, tan fuertemente los apretaba, y hablando consigo<br />

mismo, dijo:<br />

-¡El Infierno!... pues poco que me gusta a mí el Infierno... Ya sé que he <strong>de</strong> ir a él... ya<br />

lo sé... Si <strong>de</strong> todos modos he <strong>de</strong> ir a él, que sea...<br />

Y azotaba al caballo, porque aunque este corría mucho, a él siempre le parecía que<br />

andaba poco; tan anheloso estaba <strong>de</strong> ganar terreno. Habría <strong>de</strong>seado las alas negras que<br />

había visto pintadas en el ángel <strong>de</strong> las tinieblas, para cruzar con ellas el cielo<br />

tempestuoso hasta llegar con su presa a las cavernas don<strong>de</strong> se traman en juntas<br />

diabólicas las tentaciones que luego se esparcen por la tierra. Era firme creyente y creía<br />

en las potesta<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l Báratro tal como las pinta la doctrina cristiana. Hacía el mal<br />

conociendo lo que hacía y las consecuencias <strong>de</strong> él. No era malo por carencia <strong>de</strong> sentido<br />

moral, como los adocenados criminales que pueblan diariamente los presidios y dan<br />

trabajo al verdugo, sino por un extravío que arrancaba <strong>de</strong> la exacerbación <strong>de</strong> sus<br />

violentas pasiones. Su corazón precipitado en aquel rumbo perverso, podía torcerse <strong>de</strong><br />

improviso tomando otro camino. Esto lo conocía Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis. Dando a ratos<br />

tregua a su violenta [268] ira, no creía fácil conseguir nada por la violencia y trataba <strong>de</strong><br />

someter a su terrible enemigo, tocándole hábilmente al corazón. Por eso intentaba dar<br />

suavidad a su voz y mágico encanto a sus palabras. Sofocando su cólera, <strong>de</strong>jaba que<br />

hablase la conmovedora piedad. Diríase <strong>de</strong> ella que intentaba enternecer y cristianizar al<br />

Demonio con las súplicas que se dirigen a los santos. Sus manos aparecieron cruzadas<br />

en el ventanillo.<br />

-Tilín, Tilín -le dijo-. Yo te juro por Dios que es mi padre y por nuestro glorioso<br />

patriarca Santo Domingo, que si me <strong>de</strong>jas y te vas, no te guardaré rencor, no tendré <strong>de</strong> ti<br />

malos recuerdos... al contrario los tendré buenos, muy buenos... A nadie diré que<br />

pegaste fuego a San Salomó; a nadie diré que en la confusión <strong>de</strong>l primer momento y<br />

cuando bajé huyendo <strong>de</strong> las llamas, me cogiste, me amordazaste y me sacaste por la<br />

puerta <strong>de</strong>l locutorio, cuando el fuego y el humo permitían aún pasar por allí. A nadie<br />

diré que me ocultaste <strong>de</strong>spués en una casucha que hay fuera <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong>l Travesat,<br />

don<strong>de</strong> tú y otros bandidos como tú, digo mal, bandidos no, sino alucinados, me tenían<br />

preparado el suplicio <strong>de</strong> este coche. A nadie diré que luego me has traído a este viaje<br />

horrible que no sé dón<strong>de</strong> terminará; no diré nada... tendré buenos [269] recuerdos <strong>de</strong> ti,<br />

me acordaré <strong>de</strong> tu amistad, <strong>de</strong> tus buenos servicios; todos los días, todos, cuando me


arrodille <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l Señor Sacramentado para pedirle por los pecadores, pediré a Dios<br />

que te quite esos malos pensamientos y te <strong>de</strong> otros buenos y cristianos que lleven tu<br />

alma al cielo, don<strong>de</strong> me volverás a ver... sí me volverás a ver.<br />

Esta i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>bió parecer eficaz a la dominica, porque la repitió <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una pausa,<br />

añadiendo:<br />

-Me volverás a ver, me estarás viendo por toda una eternidad.<br />

Tilín no dijo nada. De pronto <strong>de</strong>tuvo el coche. El corazón <strong>de</strong> Sor Teodora, al sentir<br />

aquella pausa en su tormento físico, palpitó <strong>de</strong> emoción y esperanza.<br />

Pero Tilín se había <strong>de</strong>tenido para prestar atención a un rumor lejano que a su espalda<br />

había creído sentir, y quiso cerciorarse <strong>de</strong> él.<br />

-Sí -pensó <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un minuto <strong>de</strong> atención-. Viene gente a caballo, y no <strong>de</strong>be <strong>de</strong><br />

ser poca según el ruido que hace.<br />

El sacristán diablo pareció un momento turbado; pero al punto halló en su gran<strong>de</strong><br />

ánimo la iniciativa y la prontitud <strong>de</strong> ejecución que le distinguía en los lances <strong>de</strong><br />

difíciles.<br />

-Tilín -añadió la señora- ¿no oyes lo que te he dicho? Ten compasión <strong>de</strong> mí,<br />

acuérdate [270] <strong>de</strong> aquellos días en que asistiéndote en tu enfermedad, te salvé esa vida<br />

que ahora vuelves contra mí. Tú eras entonces un niño, yo una joven. Ahora soy una<br />

vieja. ¿Qué quieres <strong>de</strong> mí? Por Dios y por tu madre, hijo mío, ¿a dón<strong>de</strong> me llevas? ¿Qué<br />

horrible viaje es este?<br />

-En la Cerdaña -dijo Tilín con nerviosa agitación- en lo más alto, en lo más<br />

enriscado, en lo más solitario, en lo más montuoso, allí don<strong>de</strong> están libres los osos, y<br />

don<strong>de</strong> nacen los torrentes, tengo yo una casa...<br />

-¡Y allá me quieres llevar, bandido! -exclamó la dama con <strong>de</strong>sesperación, no<br />

pudiendo reprimir la cólera-. No, yo gritaré y alguien me oirá... Esto no pue<strong>de</strong> seguir.<br />

¿No hay almas caritativas aquí? ¿Se ha acabado el mundo? ¿Es posible que no me<br />

favorezca Dios? ¡Dios, Dios mío!... ¿Tantos son mis pecados que merezca este horrible<br />

infierno en vida?<br />

Tilín, muy temeroso por aquel ruido <strong>de</strong> tropa que había sentido, volvió a azotar al<br />

caballo, y <strong>de</strong>sviándose <strong>de</strong>l camino por una colina pelada que a la <strong>de</strong>recha había, dijo<br />

para sí:<br />

-Me ocultaré en el monte hasta que pase esa tropa. Por aquí está si no me engaño, el<br />

convento arruinado <strong>de</strong> Regina Cœli don<strong>de</strong> sólo viven dos clérigos pobres que pi<strong>de</strong>n<br />

limosna. No sería malo intentar congraciarme con ellos... Necesito un sitio seguro<br />

don<strong>de</strong> pasar el [271] día <strong>de</strong> mañana. ¿Qué hora es? próximamente las doce. Este<br />

maldito coche es el estorbo <strong>de</strong> los estorbos. Si pudiera llevarla a caballo... Necesito<br />

cuatro jornadas que es preciso hacer <strong>de</strong> noche y tres <strong>de</strong>scansos por el día, uno aquí o en<br />

Vilaplana, otro en Nargo, otro en Querforadat, para <strong>de</strong> allí subir a mi casa. ¡Maldito<br />

coche!... Alas, alas es lo que yo quisiera. Sólo mi fuerza <strong>de</strong> voluntad que jamás se


acobarda es capaz <strong>de</strong> intentar este viaje con tales obstáculos... Si triunfo, Lucifer tendrá<br />

que darme tratamiento <strong>de</strong> Excelentísimo Señor.<br />

El coche avanzaba lentamente, porque el camino era casi impracticable en la<br />

oscuridad <strong>de</strong> la noche. De pronto oyose un estallido metálico, seco, y el coche se hundió<br />

cayendo sobre un costado. Sor Teodora dio un grito, y Tilín lanzó un apóstrofe que<br />

habría hecho estremecer <strong>de</strong> espanto a cielo y tierra, si la tierra y el cielo se afectaran por<br />

las vanas palabras <strong>de</strong>l hombre. El eje <strong>de</strong>l coche se había roto.<br />

-¿Lo ves, lo ves? -dijo Sor Teodora esforzándose en reprimir su alegría-. ¿Qué quiere<br />

<strong>de</strong>cir esto, Tilín? ¿No ves claros y patentes los <strong>de</strong>signios <strong>de</strong> Dios? ¿No ves la mano que<br />

te ataja en tu infame camino? Tú tienes buen corazón, tú tienes conciencia, aunque<br />

ahora está [272] muy perturbada. Consi<strong>de</strong>ra, hijo; reflexiona...<br />

Al mismo tiempo que esto <strong>de</strong>cía dulcificando su voz, temblaba interiormente <strong>de</strong><br />

miedo, pensando que aquella contrariedad exasperaría al malvado inspirándole quizás<br />

alguna violencia horrible. También ella oyó entonces el ruido <strong>de</strong> hombres a caballo y<br />

puso atención invocando mentalmente a Dios para que en tan apretada ocasión la<br />

amparase. Tilín que oía también con toda su alma, rugió así:<br />

-¡Por las uñas y rabo <strong>de</strong>l Otro! Es la partida <strong>de</strong> Garrote que salió esta tar<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

Solsona.<br />

Después miró su coche que yacía en tierra como un buque recién naufragado.<br />

Abriendo la portezuela, ayudó a salir a Sor Teodora, cuyos molidos huesos apenas le<br />

permitían moverse. La dama dio algunos pasos para probar si funcionaban <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l<br />

atroz suplicio <strong>de</strong>l coche los tendones y músculos <strong>de</strong> sus piernas. Tilín dijo<br />

sombríamente:<br />

-Esto pue<strong>de</strong> remediarse. A una legua escasa <strong>de</strong> aquí está el herrero Gasparó Cort que<br />

tiene ejes <strong>de</strong> coche. Si tiene ejes, iré, traeré uno antes <strong>de</strong>l día, y seguiremos nuestro<br />

camino.<br />

-¡Y yo, insigne mentecato -gritó Sor Teodora viendo que su situación mejoraba<br />

extraordinariamente- te esperaré aquí tan tranquila [273] como si estuviera en la celda<br />

<strong>de</strong> mi convento! A fe que eres simple. Esto ha concluido. Déjame en paz.<br />

Tilín comprendió lo <strong>de</strong>scabellado <strong>de</strong> su plan en lo relativo a buscar un nuevo eje,<br />

como no lo forjara con un hueso <strong>de</strong> su cuerpo en la fragua <strong>de</strong> su corazón. No había más<br />

remedio que dar por concluido el viaje, pensando cristianamente en la intervención <strong>de</strong> la<br />

Provi<strong>de</strong>ncia para salvar a la digna señora <strong>de</strong>l riesgo en que estaba. Pero Tilín,<br />

enérgicamente apasionado y <strong>de</strong>lirante, antes que en Dios pensaba en los <strong>de</strong>monios que<br />

guiaban sus pasos y silbaban en sus oídos palabras enloquecedoras y le ponían <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong> los ojos fantasmas y espectáculos <strong>de</strong> gran atractivo para él.<br />

-No, no, señora -exclamó <strong>de</strong> súbito, asiendo la mano <strong>de</strong> su víctima con extraño<br />

vigor-. Esto no ha concluido. Un hombre como yo no se <strong>de</strong>ja vencer por un eje roto.


Sor Teodora al sentir la mano <strong>de</strong> hierro que la sujetaba como las tenazas <strong>de</strong> Satanás<br />

sujetarían al precito sobre la cal<strong>de</strong>ra hirviente, encomendó su alma al Señor. La<br />

oscuridad y silencio <strong>de</strong>l bosque cercano diéronle grandísimo pavor; pero evocando las<br />

fuerzas todas <strong>de</strong> su alma, <strong>de</strong>cidió hacer frente a los mayores peligros, <strong>de</strong>splegando los<br />

recursos <strong>de</strong> su voluntad, <strong>de</strong> su astucia y aun <strong>de</strong> su vigor físico, [274] que no era<br />

<strong>de</strong>spreciable a pesar <strong>de</strong> ser mujer y monja.<br />

-Tilín -dijo con grave acento-. Por malvado y pervertido que seas, no podrás<br />

<strong>de</strong>sconocer que la voz <strong>de</strong> Dios acaba <strong>de</strong> hablarte, que su mano te ha <strong>de</strong>tenido en tu<br />

criminal carrera.<br />

El criminal no <strong>de</strong>cía nada; pero apretaba más la mano preciosa, como el avaro<br />

oprime su tesoro temiendo que se le escape. Fijaba sus ojos con terrible expresión <strong>de</strong><br />

duda en el suelo.<br />

-¡Tilín, Tilín! -añadió la monja, que había comenzado a compren<strong>de</strong>r la posibilidad <strong>de</strong><br />

ablandar aquel bronce-. ¿No me oyes? ¿Piensas en Dios, en tu crimen, estás mirando a<br />

tu horrible conciencia? Por Dios y su Santa Madre, déjame y sálvate, sálvate, hijo mío,<br />

<strong>de</strong> la con<strong>de</strong>nación eterna.<br />

Cuando esto <strong>de</strong>cía oyose el tañido <strong>de</strong> un esquilón que sonaba muy cerca, en el<br />

bosque.<br />

-¿Qué campana es esta?<br />

-La <strong>de</strong> Regina Cœli, la <strong>de</strong> Regina Cœli -gritó Tilín hiriendo el suelo furiosamente<br />

con el pie.<br />

-¡Es un convento, un asilo! -dijo ella-. ¡Dios mío, has venido en mi ayuda!<br />

Y la monja empezó a rezar. Pero Tilín le apretaba aún la mano. [275]<br />

Oyose entonces a muy poca distancia el ruido <strong>de</strong> gente a caballo que poco antes<br />

obligara a Pepet a apartarse <strong>de</strong>l camino.<br />

-¡Gente <strong>de</strong> armas! -balbució Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis inundada <strong>de</strong> gozo-. ¡Me he<br />

salvado!<br />

-El Demonio, sí, el Demonio es quien me ha jugado esta mala partida.<br />

-Suéltame, ladrón -dijo la dominica recobrando su entereza y dueña ya <strong>de</strong> la<br />

situación-, suéltame.<br />

Sacudió la mano gritando: -¡Socorro!<br />

-Basta, basta -gruñó Pepet soltando la mano.<br />

La monja dio algunos pasos hacia don<strong>de</strong> sonaba el esquilón, y Tilín corrió hacia ella.


-Es usted libre -le dijo-. Pida usted hospitalidad a los frailes <strong>de</strong> Regina Cœli... Me<br />

confieso vencido. El Demonio se ha reído <strong>de</strong> mí.<br />

-No me sigas, malvado, no me sigas.<br />

-¿Qué pensarán <strong>de</strong> una religiosa que se presenta sola, a estas horas, pidiendo asilo en<br />

un convento <strong>de</strong> frailes?<br />

La monja se <strong>de</strong>tuvo.<br />

-¿Qué importa? -dijo-. Todo antes <strong>de</strong> estar en tu po<strong>de</strong>r, monstruo. No me sigas.<br />

-Yo también quiero pedir hospedaje en Regina Cœli, yo también: estoy cansado.<br />

Pero Teodora había a<strong>de</strong>lantado y no le [276] oía. Corriendo entre los árboles,<br />

perdiose por un momento; pero al fin pudo salir a don<strong>de</strong> se veía la oscura mole <strong>de</strong><br />

Regina Cœli. El esquilón seguía tocando. La dama vio una puerta y en la puerta luz, y<br />

esta luz iluminaba una figura, un hombre, un fraile, cualquier cosa... Sin vacilar corrió<br />

hacia él.<br />

(12)<br />

- XXVII -<br />

-¡Una monja! -exclamó con asombro el que estaba en la puerta, que era un viejecillo<br />

tembloroso y caduco, empaquetado <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una sotana, y que ni aun parecía tener<br />

fuerzas para sostener la linterna con que se alumbraba, y cuyos rayos caían<br />

principalmente sobre la pechera encarnada <strong>de</strong> un segundo personaje vestido con<br />

uniforme militar.<br />

-¡Una monja! -repitió este, antes <strong>de</strong> que la <strong>de</strong> Aransis tuviera tiempo <strong>de</strong> exponer el<br />

objeto <strong>de</strong> su peregrina visita.<br />

-Sí, una monja -dijo ella- una pobre monja <strong>de</strong> San Salomó, que se ve obligada a pedir<br />

auxilio a los religiosos, caballeros, militares o quienes quiera que sean los habitantes<br />

[277] <strong>de</strong> esta casa... Pero si no me engaño estoy hablando con el Sr. D. Pedro<br />

Guimaraens.<br />

-El mismo, señora -repuso el bravo coronel quitándose galantemente el sombrero y<br />

dirigiendo hacia el semblante <strong>de</strong> la religiosa los pálidos rayos <strong>de</strong> la linterna-. Me parece<br />

que estoy viendo a Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis.<br />

-Esa soy yo... Usted no compren<strong>de</strong>rá mi presencia aquí -dijo muy turbada la dama,<br />

como quien aún no ha inventado bien la mentira que va a <strong>de</strong>cir-. Ya sabe usted que<br />

anoche nos quemaron el convento... Yo iba a casa <strong>de</strong> mis tíos, a Balaguer, porque me


encuentro muy enferma... ¡cosa tremenda!... el coche en que iba se ha roto... roto el<br />

eje... me vi sola en medio <strong>de</strong>l camino... sola no... con el criado <strong>de</strong> mis tíos.<br />

-No se necesitan más explicaciones para dar alojamiento a la buena madre -<strong>de</strong>claró<br />

Guimaraens menos atento a las cuitas <strong>de</strong> Sor Teodora que al ruido <strong>de</strong> caballos que cerca<br />

se sentía-. Yo estoy aquí cumpliendo un <strong>de</strong>ber militar por encargo <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

España... ¿Sabe usted?... Este sitio es el mejor para cortar la comunicación <strong>de</strong> los valles<br />

<strong>de</strong>l Cardoner con la Conca <strong>de</strong> Tremp... Estoy aquí con un pequeño <strong>de</strong>stacamento<br />

esperando las fuerzas que han <strong>de</strong> llegar a la madrugada...<br />

Y volviéndose al frailecillo, añadió: [278]<br />

-Nuestro bendito padre Martín <strong>de</strong> la Concepción se ha cansado <strong>de</strong> tocar la<br />

campanilla, y es preciso que no cese <strong>de</strong> tañer en todo momento para que la brigada<br />

pueda dirigirse aquí sin equivocarse, porque esos niños <strong>de</strong> Madrid no conocen estas<br />

tierras... Que toque, que siga tocando... Pues sí, señora mía, aquí podrá usted reposar<br />

hasta mañana. No hay comodida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> ninguna especie, ¿verdad Padre Juanico?<br />

-No importa -dijo la dominica entrando en el atrio-. Me basta con hallarme en lugar<br />

seguro.<br />

-Y dispénseme la reverendísima madre -indicó D. Pedro haciéndole otra cortesía<br />

sombrero en mano- que no la acompañe en este momento, porque siento ruido <strong>de</strong><br />

caballerías y si al principio me parecía tropel <strong>de</strong> arrieros que iban al mercado <strong>de</strong><br />

Castellnou, ahora me parece una partida fugitiva que pasa.<br />

-Vaya su excelencia -dijo el frailecillo-. Yo acompañaré a la reverendísima madre a<br />

la única habitación que tenemos para cuando se nos presenta algún forastero... ¿No ha<br />

traído la señora la servidumbre? ¿No ha venido con la señora alguna otra madre, o un<br />

par <strong>de</strong> madres, o media docena <strong>de</strong> madres?<br />

Incapaz <strong>de</strong> respon<strong>de</strong>r a estas preguntas, la monja calló, <strong>de</strong>jándose guiar por el padre<br />

Juanico. En el ruinoso patio sintió rumor [279] <strong>de</strong> soldados que jugaban o cantaban<br />

coplas tendidos en el suelo. Tan aturdida estaba la buena madre, que no había formado<br />

aún juicio alguno sobre su nueva situación, si bien se veía segura y salva por el respeto<br />

que entonces infundía a la gente armada el hábito religioso. Érale sí forzoso <strong>de</strong>splegar<br />

un poco <strong>de</strong> ingenio para explicar su presencia en Regina Cœli sin ocasionar<br />

interpretaciones malignas, y para hacerse trasladar a Solsona sin peligro <strong>de</strong> caer <strong>de</strong><br />

nuevo en los terribles brazos <strong>de</strong>l dragón que la perseguía.<br />

D. Pedro salió a toda prisa acompañado <strong>de</strong> algunos soldados, mientras el padre<br />

Juanico guiaba a Sor Teodora por un claustro medio <strong>de</strong>rruido, siendo preciso mucho<br />

cuidado para no tropezar en las piedras que obstruían el paso.<br />

-Esta casa, señora -dijo el caduco fraile- está así <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la acometida <strong>de</strong> los franceses<br />

el año 10. Regina Cœli era una casa <strong>de</strong> clérigos regulares. ¡Ah! entonces éramos treinta<br />

y cinco, ya no somos más que dos, el padre Martín <strong>de</strong> la Concepción y un servidor <strong>de</strong><br />

Vuestra Maternidad reverendísima... Creo que ha sido horrible eso <strong>de</strong> San Salomó.


El padre Juanico se <strong>de</strong>tenía a cada seis pasos para contemplar el rostro <strong>de</strong> la señora, y<br />

alzando no sin esfuerzo su cabecilla flaca y colgante, [280] obsequiaba a la monja con<br />

una sonrisa senil harto grotesca.<br />

-Sólo dos, señora -añadió alumbrando el piso lleno <strong>de</strong> piedra-. Vivimos <strong>de</strong> limosna...<br />

vivimos tranquilos, esperando la muerte que ha <strong>de</strong> asemejamos a estos escombros, a<br />

estas piedras, a este cadáver <strong>de</strong>scompuesto <strong>de</strong> Regina Cœli. Lo poco que aún vive <strong>de</strong><br />

Regina Cœli será polvo también... Pues como <strong>de</strong>cía a la señora, los dos hermanos<br />

vivimos aquí tranquilamente, es <strong>de</strong>cir, vivíamos tranquilamente hasta esta noche a las<br />

diez, hora menguada en que se nos metió por las puertas el señor D. Pedro Guimaraens<br />

con sesenta soldados <strong>de</strong> Su Majestad... ¡Linda noche nos ha dado!... Al pobre Martín <strong>de</strong><br />

la Concepción lo tiene <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace dos horas tocando la esquila... y no quiere que se<br />

canse el buen hombre, sino que toque y toque... Estos <strong>de</strong>monches <strong>de</strong> militares son muy<br />

déspotas, señora... Cuidado no tropiece usted en la losa <strong>de</strong> ese sepulcro... Por aquí,<br />

señora, por aquí... y aún falta lo mejor. Esos toques <strong>de</strong> la esquila son para avisar a una<br />

brigada entera, a una brigada <strong>de</strong> <strong>de</strong>monios uniformados que vienen a tomar posesión <strong>de</strong>l<br />

convento... Estamos lucidos... ¡Venir a turbar a dos pobres religiosos moribundos que<br />

esperamos por instantes la última hora!... En fin, paciencia nos <strong>de</strong> Dios. Aceptemos este<br />

cáliz no tan amargo [281] como el que supo apurar Su Divina Majestad en la noche <strong>de</strong><br />

su pasión... El pobre hermano Martín se ha cansado otra vez <strong>de</strong> tocar... En fin, señora,<br />

esta es la única habitación que po<strong>de</strong>mos ofrecerle a Vuestra Maternidad reverendísima<br />

para que pase la noche... Iré a ver si han llegado los <strong>de</strong> la servidumbre <strong>de</strong> Vuestra<br />

Maternidad reverendísima.<br />

-¡Esta es la habitación!... -exclamó llena <strong>de</strong> asombro la madre Teodora <strong>de</strong> Aransis<br />

contemplando las <strong>de</strong>snudas pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> una sala inmensa, helada, vacía, con el techo<br />

agujereado y el piso hecho <strong>de</strong> escombros.<br />

-No tenemos otra. En cuanto a lecho para dormir no espere Vuestra Maternidad que<br />

se lo ofrezcamos, porque no lo tenemos. Martín <strong>de</strong> la Concepción y yo dormimos en el<br />

suelo.<br />

La madre volvió a mirar no menos espantada que la vez primera el antro en que se<br />

hallaba. Un pedazo <strong>de</strong> altar y un rimero <strong>de</strong> tablas carcomidas eran los únicos asientos.<br />

Algunas piedras sepulcrales llenas <strong>de</strong> escudos e inscripciones formaban apiladas como<br />

una especie <strong>de</strong> mesa.<br />

Aterrada en el primer momento, Sor Teodora se serenó pronto comprendiendo que<br />

no estaba en el caso <strong>de</strong> pedir gollerías.<br />

-Está bien, reverendo hermano -dijo-. [282] Déme usted una luz y ayú<strong>de</strong>me a cerrar<br />

estas ventanas.<br />

-Estas dos ventanas no se pue<strong>de</strong>n cerrar -dijo el frailecillo con burlona sonrisa-.<br />

Tampoco se cierra la puerta, en una palabra, madre reverendísima, aquí no se cierra<br />

nada. En Regina Cœli no hay llaves, ni cerrojos, ni trancas, ni candados. Pue<strong>de</strong> vuestra<br />

maternidad entornar las puertas y afianzarlas con un palo. Como no hay viento no se<br />

abrirán... Traeré la luz al momento.


Largo rato estuvo sola y a oscuras la buena monja embebida en hondas reflexiones<br />

sobre su situación, y ya se impacientaba <strong>de</strong> la oscuridad cuando volvió el padre Juanico<br />

tan apresurado como sus piernas medio muertas se lo permitían. Puso una lámpara <strong>de</strong><br />

cobre sobre el montón <strong>de</strong> piedras sepulcrales que hacían las veces <strong>de</strong> mesa, y <strong>de</strong>jándose<br />

caer sobre un ma<strong>de</strong>ro, dijo suspirando:<br />

-Déjeme Vuestra Maternidad que <strong>de</strong>scanse un ratito... no puedo tenerme... Este<br />

renegado <strong>de</strong> Guimaraens va a quitarnos la poca vida que nos queda... ¿Oye usted?<br />

todavía repica el <strong>de</strong>sventuradísimo Martín <strong>de</strong> la Concepción... ¡Ay! cómo me canso,<br />

señora, con estas idas y venidas. A estas horas estaríamos el hermano y yo roncando<br />

riquísimamente sobre nuestras tablas si esos Barrabases no se nos hubieran metido<br />

[283] aquí... Y lo que falta, pues, y lo que falta.<br />

-Paciencia, hermano -dijo la dominica sentándose también.<br />

-Pues como iba contando -prosiguió el fraile <strong>de</strong>mostrando menos cansancio <strong>de</strong><br />

lengua que <strong>de</strong> piernas-, esos hombres a caballo que iban por el camino eran los <strong>de</strong> la<br />

partida <strong>de</strong> Garrote que hace días pasó para Solsona y ahora se vuelve a su país. El señor<br />

<strong>de</strong> Guimaraens les ha quitado algunas armas y les ha <strong>de</strong>jado seguir. Llevaban consigo<br />

un prisionero, un hombre malvado <strong>de</strong> esa infame ralea <strong>de</strong> jacobinos. Es, según dicen, el<br />

que pegó fuego a San Salomó.<br />

Sor Teodora suspendió tan bruscamente sus reflexiones que se la habría creído<br />

picada por el aguijón <strong>de</strong> una víbora. Clavó los negros ojos en el rostro excesivamente<br />

maduro y pasado <strong>de</strong>l padre Juanico que alentado por la atención que a sus palabras se<br />

prestaba, añadió:<br />

-Garrote que va en retirada y sin armas ha <strong>de</strong>jado aquí al prisionero para que el señor<br />

<strong>de</strong> Guimaraens haga un poco <strong>de</strong> justicia. ¡Hace tanta falta en estos tiempos!... Le van a<br />

fusilar.<br />

Sor Teodora se levantó. Un lúgubre rumor que en el patio se oía llamó vivamente su<br />

[284] atención. Miró por la ventana que al patio daba.<br />

-Ahí le llevan -dijo el fraile señalando al patio don<strong>de</strong> se distinguían grupos<br />

moviéndose con algazara-. Le van a meter en la cueva, en lo que era panteón y ahora<br />

nos sirve <strong>de</strong> leñera.<br />

Sor Teodora no vio más que sombras, pero comprendió lo que pasaba. El corazón se<br />

le salía <strong>de</strong>l pecho latiendo con <strong>de</strong>susada violencia.<br />

-Adiós, señora, que pase Vuestra Maternidad reverendísima buena noche -dijo el<br />

padre Juanico tomando su linterna-. ¡Ah! me olvidaba <strong>de</strong> advertir a Vuestra Maternidad<br />

que el Sr. <strong>de</strong> Guimaraens pasará a verla. Me lo ha dicho. Sin embargo estará muy<br />

ocupado en toda la noche. Parece que ya llega la brigada que esperaban... ¡Gracias a<br />

Dios que <strong>de</strong>scansa el pobre Martín!... Buenas noches... He visto entrar a varios<br />

paisanos... la servidumbre <strong>de</strong> Vuestra Maternidad reverendísima.<br />

-Yo no tengo servidumbre -dijo Sor Teodora bruscamente.


-¿Ha venido Vuestra Maternidad sola? -exclamó el padre Juanico <strong>de</strong>splegando toda<br />

la piel <strong>de</strong> los ojos.<br />

-Sola, sí, sola -afirmó la dama con energía sin pensar en su reputación. [285]<br />

El padre Juanico iba a persignarse, pero no se persignó. Creyó que <strong>de</strong>bía marcharse...<br />

y se marchó.<br />

La <strong>de</strong> Aransis dio algunos pasos hacia la puerta, <strong>de</strong>spués retrocedió... Llevose las<br />

manos a la cabeza, cruzolas <strong>de</strong>spués. Pue<strong>de</strong> afirmarse que en los treinta y dos años <strong>de</strong> su<br />

existencia no había conocido su alma un afán tan gran<strong>de</strong>. Tan gran<strong>de</strong> era, que la última<br />

aventura <strong>de</strong> Tilín le parecía cosa lejana, indigna <strong>de</strong> fijar su atención, y en verdad aquel<br />

drama terrible, puramente externo y que en nada afectaba a sus sentimientos, le parecía<br />

muy menguada cosa en comparación <strong>de</strong> la íntima sacudida que ora sentía en su alma.<br />

Tan absorta estaba, tan atenta a sí misma, que no observó que era espiada. Fuera <strong>de</strong><br />

la ventana abierta a un segundo patio lleno <strong>de</strong> ruinas, un espantajo negro la vigilaba.<br />

Ella no veía el brillo verdoso <strong>de</strong> los ojos <strong>de</strong>l búho acechando su presa.<br />

- XXVIII -<br />

Sí, aquel tenaz guerrillero D. Carlos Garrote, cuya cólera hirviente, cuyas palabras<br />

[286] amenazantes encerraban un gran fondo <strong>de</strong> rectitud, porque anunciaban su odio a<br />

las intrigas y a las transacciones in<strong>de</strong>corosas, tuvo que abandonar parte <strong>de</strong> sus armas en<br />

Regina Cœli. Habría sido petulancia sostener un combate. Él no se sometía; pero se<br />

retiraba <strong>de</strong> la lucha. No disparaba un tiro en contra <strong>de</strong> la causa apostólica; pero tampoco<br />

en pro <strong>de</strong>l Rey, cuya doblez conocía como nadie. Deferente y cortés con D. Pedro<br />

Guimaraens a quien por sus altas cualida<strong>de</strong>s apreciaba, no sólo le entregó algunas<br />

armas, sino también un valioso prisionero, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> recomendarlo al señor coronel<br />

con la mayor eficacia, siguió a<strong>de</strong>lante, para buscar por la Conca <strong>de</strong> Tremp el camino <strong>de</strong><br />

Aragón.<br />

No estaba a cien varas <strong>de</strong> Regina Cœli cuando su pequeño ejército inerme fue<br />

<strong>de</strong>tenido por otro armado y relativamente gran<strong>de</strong>. Era la brigada que esperaba<br />

Guimaraens, y que había sido mandada por el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> España para ocupar Regina<br />

Cœli. Guimaraens a quien España dio el día anterior pequeñas comisiones, fue<br />

encargado <strong>de</strong> ocupar previamente a Regina Cœli, en la previsión <strong>de</strong> que alguna pequeña<br />

partida se apo<strong>de</strong>rase <strong>de</strong> punto tan conveniente, y <strong>de</strong> esperar allí a la brigada. El aviso <strong>de</strong><br />

la campana fue cosa convenida entre el jefe <strong>de</strong> esta y Guimaraens. [287]<br />

Garrote sabía que probablemente encontraría aquella tropa, sabía también quién la<br />

mandaba, y así con la esperanza <strong>de</strong> refrescar cordiales y antiguas amista<strong>de</strong>s, luego que<br />

las avanzadas le <strong>de</strong>tuvieron, preguntó:<br />

-¿En dón<strong>de</strong> está el jefe? ¿En dón<strong>de</strong> está mi amigo queridísimo el Sr. D. Francisco<br />

Chaperón?


Fuele respondido que no lejos venía, y poco <strong>de</strong>spués el valiente soldado navarro y el<br />

antiguo presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la Comisión Militar Ejecutiva se daban estrechísimo abrazo en<br />

mitad <strong>de</strong>l camino, alargando cada cual el cuerpo sobre el caballo, <strong>de</strong> modo que por un<br />

instante parecieron un solo hombre sobre dos brutos.<br />

-Por vida <strong>de</strong>l Santísimo Sacramento -dijo el brigadier (13) - que no creí tener sorpresa<br />

tan agradable. Sabía que andaba usted por estos barrios... ¿Y a dón<strong>de</strong> se va? Supongo<br />

que en retirada.<br />

-Me voy a mis montañas, me voy sin armas, sin ilusiones, sin esperanza por ahora...<br />

Han querido meterme en intrigas, y enlodarme con estos inmundos arreglos, y... me<br />

voy, me voy. ¡Esto es una farsa, Sr. D. Francisco; pero qué farsa! [288]<br />

-Hombre, ¡qué diantres! ya sabemos que en el mundo, todo es farsa... Pero ¿a qué<br />

conducía esta guerra? Francamente, hablemos como hombres formales... más a<strong>de</strong>lante,<br />

no digo que no; pero ahora... ¡Vaya con las diabluras catalanas! Es preciso sofocar esto,<br />

echarle tierra a todo trance, antes que tome vuelo, porque si no se aprovecharán <strong>de</strong> ello<br />

los liberales. Es lo que yo digo: divídase el partido <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n y tendremos a los masones<br />

tirándonos <strong>de</strong> la nariz...<br />

-Los liberales tienen poco que ver en este negocio.<br />

-¡Qué error! Por don<strong>de</strong>quiera que vamos recibimos la noticia <strong>de</strong> tramas horribles.<br />

Ellos son los que con halagos y promesas inclinan a los guerrilleros a no someterse. Yo<br />

le digo al con<strong>de</strong> <strong>de</strong> España: «Señor con<strong>de</strong>, mientras que<strong>de</strong> uno <strong>de</strong> esos, no tendremos<br />

paz en el reino», y el con<strong>de</strong> es <strong>de</strong> mi opinión. A veces me dice: «Chaperoncillo, aquí<br />

hay que amenazar a un lado y dar a otro», y yo soy también <strong>de</strong> esa opinión. Estoy<br />

contento <strong>de</strong> haber enviudado <strong>de</strong> aquella endiablada Comisión que me dio tantos<br />

disgustos, y <strong>de</strong> haberme casado con esta guerra. Me gustan los campamentos más que<br />

las oficinas, y nuestro jefe me agrada mucho. Es riguroso, y hace cumplir la or<strong>de</strong>nanza<br />

con crueldad; pero eso es bueno, eso es bueno. También [289] sabe premiar a los que<br />

sirven con celo y a los que ejecutan sus ór<strong>de</strong>nes con prontitud y sin vacilaciones... Con<br />

que, amigo mío... Por vida <strong>de</strong>l Santísimo Sacramento, estoy por <strong>de</strong>cirle a usted que<br />

vuelva grupas y me acompañe a Regina Cœli, que ya <strong>de</strong>be <strong>de</strong> estar cerca... allí<br />

echaremos una copa y fumaremos un cigarro.<br />

-No puedo, Sr. D. Francisco... Regina Cœli está a dos pasos: allí <strong>de</strong>scansará usted.<br />

Por cierto que le he <strong>de</strong>jado a usted allí un buen regalo.<br />

-¿Algo <strong>de</strong> cena? -dijo D. Francisco haciendo con su mano en las inmediaciones <strong>de</strong> la<br />

fiera boca, el gesto vulgarísimo que <strong>de</strong>nota buen apetito.<br />

-Nada <strong>de</strong> eso.<br />

-¿Pues qué?<br />

-Un liberal.<br />

-¿Y para qué quiero yo un liberal, como no sea para fusilarlo?


-Precisamente para eso.<br />

-¿Sí? Por vida <strong>de</strong>l... ¿Y quién es?<br />

-Un gran <strong>de</strong>lincuente. Anoche le cogimos in fraganti. Había pegado fuego al<br />

convento <strong>de</strong> San Salomó en Solsona.<br />

-Hombre, ¡qué alhaja! Para encontrar estos primores no hay otro como usted.<br />

-Vino a España enviado por los <strong>de</strong> Londres [290] para tejer una <strong>de</strong> tantas<br />

conspiraciones. Es pájaro <strong>de</strong> cuenta: le conozco hace tiempo. Es <strong>de</strong> los que figuraron<br />

cuando las Cabezas... Después anduvo en masonerías y comunismo.<br />

-¡Preciosísimo!<br />

-Es paisano mío. Se llama Salvador Monsalud.<br />

-Yo he oído ese nombre, lo he oído.<br />

-Le han oído todos los que en Madrid asistieron a los infames escándalos <strong>de</strong> los tres<br />

años.<br />

-¿Y está allí, en Regina Cœli?<br />

-La verdad, no quise <strong>de</strong>jarle en Solsona porque no tengo confianza en la gentuza que<br />

queda allá. Es probable que le <strong>de</strong>jaran escapar. Después tuve intención <strong>de</strong> fusilarle en el<br />

camino; pero Sr. D. Francisco, yo soy buen católico y no me atrevo a matar a un<br />

hombre cuando no puedo darle los auxilios religiosos... Mis creencias no me permiten<br />

quitar a un hombre, por malvado que sea, la probabilidad <strong>de</strong> re<strong>de</strong>nción, y aunque este<br />

sea <strong>de</strong> los que merecen morir como perros, yo... no quiero cuestiones con mi<br />

conciencia... ¿He hecho bien?<br />

-Perfectamente: si es usted al mismo tiempo un bravo soldado y un doctor <strong>de</strong> la<br />

Iglesia. Para casos como este tengo yo mis capellanes, que <strong>de</strong>spabilan un par <strong>de</strong> reos en<br />

diez minutos. [291]<br />

-Hay dos curas en Regina Cœli.<br />

-El negocio corre <strong>de</strong> mi cuenta -dijo don Francisco <strong>de</strong>mostrando gran impaciencia.<br />

-¿Confío en que usted castigará al mayor <strong>de</strong> los criminales?...<br />

-¡Hombre, qué i<strong>de</strong>a! Pues si así no lo hiciera... A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> que me gusta arrancar la<br />

mala yerba que encuentro en mi camino, soy hombre que no está dispuesto a recibir<br />

reprensiones <strong>de</strong>l general en jefe, y le juro a usted que si el con<strong>de</strong> supiera que yo <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> tener en mi mano un pájaro <strong>de</strong>l plumaje <strong>de</strong> ese caballero masón le había <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar<br />

escapar... vamos, no quiero pensarlo. Yo creo que me mandaría dar palos como a un<br />

recluta. Usted no conoce bien a ese insigne <strong>de</strong>fensor <strong>de</strong> la Monarquía. ¡La or<strong>de</strong>nanza, el<br />

exterminio <strong>de</strong> la gente negra! Estos son los polos sobre que gira el gran<strong>de</strong> espíritu <strong>de</strong>l


con<strong>de</strong> <strong>de</strong> España... Dicen que Su Excelencia está loco: yo no le tengo por tal, sino por<br />

muy cuerdo, y con media docena como él bastaba para arreglar el mundo.<br />

-Es hombre que no perdona una falta ni a Cristo Sacramentado.<br />

-Ni a la Santísima Trinidad. Hombre más inexorable no se ha visto ni se verá.<br />

Cuando su hijo no se levanta temprano, el con<strong>de</strong> manda una banda <strong>de</strong> tambores a la<br />

alcoba... entran <strong>de</strong>spacito, se colocan junto a la cama [292] y <strong>de</strong> repente... ¡purrum!<br />

rompen generala, y así el muchacho se <strong>de</strong>spabila y salta hasta el techo. Pues digo,<br />

cuando D. Carlos encarga a su hija algún trabajo <strong>de</strong> aguja, ya pue<strong>de</strong> andar lista y<br />

acabarlo para cuando su padre le ha dicho, porque si no me la pone <strong>de</strong> centinela en el<br />

balcón con la escoba al hombro dos, tres, cuatro horas, según el caso. No tiene<br />

consi<strong>de</strong>ración ni con su señora la con<strong>de</strong>sa... Ya podía <strong>de</strong>scuidarse un día en ponerle tal<br />

o cual plato que le gusta. La manda arrestada y la tiene cinco o seis días sin salir <strong>de</strong>l<br />

cuarto con un oficial <strong>de</strong> guardia a la puerta.<br />

-Eso me parece extravagante.<br />

-Pues yo no opino lo mismo, es preciso que el hombre <strong>de</strong>l día sea muy enérgico. Los<br />

lazos <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r se van aflojando mucho y llegará día en que no haya disciplina ni<br />

autoridad, y héteme aquí a la sociedad <strong>de</strong>squiciada por completo. En España hacen falta<br />

hombres así, <strong>de</strong>sengáñese usted, Carlos... ¡Si no, a dón<strong>de</strong> vamos a parar! Dicen que el<br />

con<strong>de</strong> está loco. Ya quisieran más <strong>de</strong> cuatro tener su juicio. ¡Por vida <strong>de</strong>l Santísimo!...<br />

Lo que tiene es muchas agallas. Es el único hombre a quien veo con capacidad bastante<br />

para acabar con el bando liberal. Y no se para en pelillos mi señor con<strong>de</strong>. Marchando<br />

<strong>de</strong>spacito con su ejército va barriendo el país; lo va barriendo, sí, a fusilazos. [293]<br />

Como nos <strong>de</strong>jen no quedará uno para muestra... Figúrese usted que él llega a un pueblo,<br />

sale a pasear por las calles y a todo el que encuentra le <strong>de</strong>tiene y le dice: «enséñame el<br />

rosario». Como no se lo enseñe va <strong>de</strong>recho a la cárcel. ¡Ay <strong>de</strong> los que sean conocidos<br />

por sus opiniones! Esos no van a la cárcel: van a otra parte <strong>de</strong> don<strong>de</strong> no se vuelve... Yo<br />

no soy <strong>de</strong> los que opinan que España es un hombre cruel y sanguinario... no, señor, todo<br />

es relativo. Hay que ver cómo está nuestro país, podrido <strong>de</strong> malas i<strong>de</strong>as. Es preciso que<br />

esta guerra corte y ampute y <strong>de</strong>spedace y <strong>de</strong>scuartice. ¿No cree usted lo mismo?<br />

-Lo mismo.<br />

-¡Cruel y sanguinario! Pues yo sostengo que es un hombre <strong>de</strong> bonísimos<br />

sentimientos, muy pío y temeroso <strong>de</strong> Dios. Me consta que confiesa y comulga todas las<br />

semanas. ¡Con qué miramientos trata a los señores clérigos y frailes! Yo le he visto en<br />

la iglesia dándose golpes <strong>de</strong> pecho como el mayor pecador <strong>de</strong>l mundo. Me han dicho<br />

que tiene éxtasis y que usa cilicio (14) ... Pero le estoy <strong>de</strong>teniendo a usted <strong>de</strong>masiado con<br />

mi charla... Es tar<strong>de</strong>.<br />

-Sí, Sr. D. Francisco, y quiero llegar mañana a la Conca. Mucho me place la<br />

compañía; pero es preciso que nos separemos.<br />

-Hombre -dijo Chaperón con acento campechano-. [294] Yo creo que algún día nos<br />

hemos <strong>de</strong> ver peleando juntos por una misma causa.<br />

-También lo creo.


-Venga un abrazo.<br />

Los dos hombres se acercaron el uno al otro, y dos corazones <strong>de</strong> tigre latieron juntos<br />

unidos por un abrazo. Al separarse, Chaperón le dijo:<br />

-Gracias por el regalo.<br />

-Me olvidaba <strong>de</strong> una advertencia -indicó Garrote <strong>de</strong>teniendo un instante su caballo-.<br />

Ese Sr. D. Pedro Guimaraens que está en Regina Cœli me parece un poco débil y amigo<br />

<strong>de</strong> contemplaciones.<br />

-¿Sí?... ya le arreglaré yo.<br />

-Pue<strong>de</strong> que le hable a usted <strong>de</strong> perdonar al reo. Es hombre <strong>de</strong> mimos y blanduras.<br />

-¿Sí? a buena parte viene. Ya le leeremos la doctrina a ese señor.<br />

Los caballos se encabritaron, emprendiose la marcha y Garrote gritó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos:<br />

-Es preciso ser inexorable.<br />

Chaperón se echó a reír, y su carcajada confundíase con el piafar <strong>de</strong> los caballos.<br />

Más lejos ya, el furibundo cabecilla repitió:<br />

-Inexorable.<br />

Después se oyó el tumulto <strong>de</strong> las voces <strong>de</strong> mando, y la tierra trepidaba con el<br />

violento pisar <strong>de</strong> hombres y brutos. El murmullo <strong>de</strong>l [295] ejército en marcha se oía a<br />

larga distancia, como el zumbido <strong>de</strong> un gran enjambre invasor que iba conquistando<br />

lentamente el espacio oscuro. El tañido <strong>de</strong> una esquila les guiaba llamándoles hasta que<br />

dieron en el portalón <strong>de</strong> Regina Cœli.<br />

Fue recibido el señor brigadier por D. Pedro Guimaraens, que le condujo a<strong>de</strong>ntro,<br />

mientras los subalternos daban ór<strong>de</strong>nes para alojar y racionar a las tropas. Mostrose<br />

muy seco y disciplinario Chaperón, el cual cuando se vio en su dormitorio dijo al<br />

coronel que él no había venido a Cataluña a hacer niñerías, que él pensaba en todo y por<br />

todo inspirarse en las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong>l general en jefe D. Carlos España, y que prohibía<br />

absolutamente al D. Pedro hablar <strong>de</strong> clemencia y enternecerse como una cómica que<br />

representa el drama sentimental. Dicho esto se paseó por la <strong>de</strong>smantelada sala y dijo que<br />

no habiendo camas dormiría en una silla, pues hombres como él no necesitaban finuras.<br />

Mandó que le trajesen un jarro <strong>de</strong> vino, un pan y la carne fiambre que traía en su valija,<br />

y puesto el mantel sobre un arca vieja, invitó a Guimaraens a que le acompañase con<br />

otros dos coroneles en su frugal cena. Hízolo D. Pedro, aunque no tenía gana, y<br />

Chaperón engullendo y bebiendo con apetito, no daba paz a la lengua. Era preciso<br />

convencerse [296] <strong>de</strong> que él era inexorable, absolutamente inexorable, <strong>de</strong> que estaba<br />

<strong>de</strong>cidido a correspon<strong>de</strong>r a los <strong>de</strong>seos <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> España, su jefe y amigo. A los<br />

apostólicos que se sometieran, les perdonaría: eran alucinados y no criminales; a los<br />

jacobinos y masones les aplastaría sin piedad. Ya sabía él que en Regina Cœli estaba un<br />

gran criminal que <strong>de</strong>bía terminar sus días en la mañana próxima, y como él era<br />

absolutamente inexorable contra los enemigos <strong>de</strong> la sociedad, prohibía al Sr.


Guimaraens que le hablase <strong>de</strong> compasión, porque hombres como él no se ablandaban<br />

con suspirillos. Aunque D. Pedro respondía a todo afirmativamente, aún no parecía<br />

satisfecho el ogro, y ponía por testigo al Santísimo Sacramento <strong>de</strong> su <strong>de</strong>cidido<br />

entusiasmo por lo absolutamente inexorable.<br />

Asomose <strong>de</strong>spués al balcón que daba al gran patio o explanada <strong>de</strong> ruinas, y al<br />

retirarse dijo:<br />

-¡Qué negro está todo! Señor coronel Guimaraens...<br />

D. Pedro se puso a sus ór<strong>de</strong>nes.<br />

-Mañana a las seis en punto, forma usted el cuadro en ese patio y me fusila usted al<br />

jacobino. A las seis en punto. Yo quiero verlo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> este balcón; sí, quiero verlo con<br />

mis propios ojos. [297]<br />

Diciendo esto acercaba dos <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos a los ojos y se estiraba los párpados<br />

inferiores, mostrando redondas y saltonas las córneas, bordadas <strong>de</strong> un cerco<br />

sanguinolento; <strong>de</strong>spués se sentó en una silla, estiró las piernas, apoyando el brazo<br />

<strong>de</strong>recho en el respaldo y la cabeza en la palma <strong>de</strong> la mano.<br />

-Voy a dormir un rato. Son las tres. Que me llamen a las seis menos cuarto.<br />

Retiráronse todos y el ogro quedó roncando. Guimaraens fue a dar ór<strong>de</strong>nes, y<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> pasar largo rato en las cuadras bajas hablando con los oficiales que estaban a<br />

sus ór<strong>de</strong>nes, recordó que Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis le había mandado llamar poco antes.<br />

Gozoso <strong>de</strong> ser útil a tan insigne señora, corrió a la caverna don<strong>de</strong> estaba y por espacio<br />

<strong>de</strong> media hora larga conferenció con ella. Lo que hablaron no lo sabemos; pero quizás<br />

lo adivine el que siga leyendo.<br />

- XXIX -<br />

D. Pedro salió muy cabizbajo. Cuando la señora se quedó sola, sentose sobre las<br />

piedras sepulcrales y apoyando el codo en una tabla y [298] la frente en las coyunturas<br />

<strong>de</strong> su mano cerrada cual si empuñara un arma, estuvo largo rato inmergida en profunda<br />

meditación. Su alma sentía una ansiedad hasta entonces <strong>de</strong>sconocida, como no tuviera<br />

su semejante en las vagas ansieda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> aquel amor místico que la inflamó durante los<br />

primeros días <strong>de</strong> su vida en el convento. Se preguntaba qué razón había para aquel<br />

interés por cosa que tan poco <strong>de</strong>bía importarle: pero no podía darse respuesta<br />

satisfactoria. Trató <strong>de</strong> vencer aquel afán; pero contra este enemigo terrible eran débiles<br />

las armas <strong>de</strong> la razón, que hiriéndole sin matarle, le irritaban más. El enemigo se<br />

asentaba al mismo tiempo en su imaginación y en su corazón, aunque más parte<br />

ocupaba <strong>de</strong> aquella que <strong>de</strong> este.<br />

En su mente había una i<strong>de</strong>a, inmutable, aterradoramente fija y clara, la cual le ponía<br />

<strong>de</strong>lante como la mayor <strong>de</strong> las <strong>de</strong>sgracias y <strong>de</strong> las injusticias posibles, el sacrificio <strong>de</strong>l


hombre encerrado en las mazmorras <strong>de</strong> Regina Cœli. No podía <strong>de</strong> ningún modo asentir<br />

a que pereciese aquella figura airosa y gallarda, aquel semblante varonil, aquel mirar<br />

dulce y penetrante, aquella discreción y urbanidad <strong>de</strong> lenguaje, aquella nobleza que en<br />

toda su persona resplan<strong>de</strong>cía, aquel misterio <strong>de</strong> su vida y <strong>de</strong> su entrada en el convento,<br />

la violencia [299] misma <strong>de</strong> su aparición seguida <strong>de</strong> manifestaciones hidalgas, aquel no<br />

sé qué <strong>de</strong> semejante hombre que había <strong>de</strong>spertado súbitamente un interés muy vivo en<br />

el alma <strong>de</strong> Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis. Ella protestaba contra la calumnia <strong>de</strong> que fuera<br />

incendiario <strong>de</strong> San Salomó. Tan gran<strong>de</strong> injusticia poníala furiosa.<br />

No tenía serenidad suficiente para consi<strong>de</strong>rar lo anómalo <strong>de</strong> sus sentimientos.<br />

Después <strong>de</strong> doce años <strong>de</strong> claustro, <strong>de</strong> calma y <strong>de</strong> tibia y rutinaria <strong>de</strong>voción, Teodora <strong>de</strong><br />

Aransis perdía toda su entereza y su paz espiritual por la presencia <strong>de</strong> un <strong>de</strong>sconocido.<br />

Quizás era ella menos monja <strong>de</strong> lo que parecían indicar sus doce largos y monótonos<br />

años <strong>de</strong> claustro; quizás aquel período lento y pesado como un sueño <strong>de</strong> embriaguez,<br />

había sido tan sólo un verda<strong>de</strong>ro sueño, un sueño estúpido <strong>de</strong>l cual la <strong>de</strong>spertaba la voz<br />

<strong>de</strong> un hombre; tal vez la verda<strong>de</strong>ra juventud <strong>de</strong> la hermosa dama comenzaba en aquel<br />

instante, y quizás, quizás el grito <strong>de</strong> terror proferido al ver profanada su casta celda por<br />

el aventurero, fue la última palabra <strong>de</strong> su niñez.<br />

Contra esta i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>sfavorable protestó la razón <strong>de</strong> la virgen <strong>de</strong>l Señor, diciéndose:<br />

-No, es lástima, nada más que lástima lo que siento.<br />

Pero una lástima profunda, abrasadora, una lástima que le hacía olvidar los sucesos<br />

<strong>de</strong> [300] las últimas horas, las llamas <strong>de</strong> San Salomó, su rapto, el viaje con Tilín, y le<br />

hacía olvidar también sus doce años <strong>de</strong> claustro. Creeríase que todos los <strong>de</strong>seos, todas<br />

las ilusiones, todos los caprichos, todas las afecciones arrinconadas durante los doce<br />

años habían renacido súbitamente, y se juntaban para hacer <strong>de</strong> aquella lástima un<br />

sentimiento sublimemente cariñoso. De mil cachivaches olvidados y perdidos en los<br />

repliegues <strong>de</strong> una vida oscura y pasiva, la compasión hacía su acopio en un día para<br />

fundir con ellos un afecto po<strong>de</strong>roso. El filo <strong>de</strong> esta arma iba <strong>de</strong>recho contra el propio<br />

corazón <strong>de</strong> la monja, el cual se partía y se hacía pedazos, pensando en la muerte injusta<br />

<strong>de</strong> un <strong>de</strong>sconocido.<br />

Mientras meditaba no vio que en la ventana aparecía un rostro oscuro, <strong>de</strong>spués un<br />

busto, y que el ágil cuerpo <strong>de</strong> Tilín saltaba sobre el antepecho y se acercaba<br />

pausadamente a ella. El viento entraba en la sala, y la luz <strong>de</strong> la lámpara oscilaba como la<br />

llama <strong>de</strong> una antorcha, produciendo intervalos <strong>de</strong> claridad y sombra. Teodora no vio al<br />

dragón hasta que no estuvo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella, con las manos cruzadas, inclinado el rostro.<br />

Ligera exclamación <strong>de</strong> sorpresa salió <strong>de</strong> los labios <strong>de</strong> la señora; pero nada más. La<br />

presencia <strong>de</strong> su enemigo ya no le causaba temor sin duda. [301]<br />

Sorprendiose Tilín <strong>de</strong> no ser recibido como esperaba, con exclamaciones <strong>de</strong> horror.<br />

Él daba por perdida ya su causa. Había entrado en Regina Cœli con el tumulto <strong>de</strong> tropa<br />

y paisanos, y se había <strong>de</strong>slizado entre las sombras <strong>de</strong>l patio en ruinas para ver <strong>de</strong> lejos la<br />

presa que se le había escapado. No creía ya en su éxito; no tenía ilusión alguna. Sabía<br />

que su víctima estaba ya en seguridad contra él, y que un grito, una voz sola, le<br />

bastarían para <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse, si nuevamente fuera perseguida. A pesar <strong>de</strong> esto, esperaba oír<br />

en boca <strong>de</strong> la señora recriminaciones y apóstrofes. En vez <strong>de</strong> esto Tilín halló un silencio<br />

<strong>de</strong> sepulcro y una impasibilidad sombría y taciturna.


-Soy yo, señora -dijo Pepet en voz baja- soy yo, que aun aquí, don<strong>de</strong> está la monja<br />

más segura, vengo sin temor a nada, ni a la misma muerte.<br />

La religiosa no contestó. Parecía que más enojaba a Tilín el silencio que las<br />

recriminaciones, porque alzando la voz con violencia, añadió:<br />

-Soy yo, señora, que si supiera que no había <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> aquí sino hecho pedazos, no<br />

<strong>de</strong>jaría <strong>de</strong> entrar. Vengo, porque quiero <strong>de</strong>cir la última palabra.<br />

Nuevo silencio.<br />

-La última palabra, señora -prosiguió el [302] voluntario realista-. He perdido la<br />

partida. Por primera vez <strong>de</strong>jo <strong>de</strong> creer en el buen éxito <strong>de</strong> mi osadía, <strong>de</strong> mi fuerza y <strong>de</strong><br />

mi astucia. Mis diablos me han <strong>de</strong>samparado..., vencido soy. El ángel que a usted la<br />

protegía me <strong>de</strong>strozó en mitad <strong>de</strong>l camino.<br />

Tilín creía con ciega fe en esta i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> Satán abandonándole y <strong>de</strong>l ángel que le<br />

acuchillaba.<br />

-Un recurso me queda -añadió sordamente- el recurso mío, el que me gusta más.<br />

Sor Teodora le miró. Parecía que <strong>de</strong> improviso oía con interés las palabras <strong>de</strong> Tilín.<br />

Su atención indicaba un cambio brusco en sus i<strong>de</strong>as, algo como esperanza, o<br />

presentimiento <strong>de</strong> una solución posible.<br />

-Me queda -dijo él, animado por aquella mirada- el recurso <strong>de</strong> la muerte, que es ya<br />

mi único consuelo.<br />

Pepet se <strong>de</strong>tuvo, y la monja, mirándole con mayor interés, le dijo:<br />

-Sigue, Tilín; ya ves que te escucho sin enfado.<br />

-El mundo se acabó para mí. Ninguna <strong>de</strong> las ambiciones <strong>de</strong> mi alma he podido<br />

satisfacer en él. Lo miro como un lodazal <strong>de</strong> hielo en el cual no nace ni una yerbecilla...<br />

Huir <strong>de</strong> él es lo que <strong>de</strong>seo. Dos objetos han llenado mi alma y cabalgando en ella parece<br />

que la han espoleado: [303] ambos han sido un esfuerzo estéril y doloroso como las<br />

convulsiones <strong>de</strong>l loco. Ni soldado ni amante, ni la gloria ni el amor... ¡Todo perdido!<br />

¡Los <strong>de</strong>seos no satisfechos que son como ascuas que no puedo trocar en llamas ni<br />

tampoco en cenizas, me pi<strong>de</strong>n mi sangre, señora, mi sangre malvada!<br />

Ronco por la violencia <strong>de</strong> su expresión y trémulo con las convulsiones <strong>de</strong>l <strong>de</strong>specho,<br />

se clavó las dos manos en el seno. Después cayó <strong>de</strong> rodillas e hiriendo el suelo con su<br />

frente, dijo con voz angustiosa:<br />

-Monja, dime que me perdonas y moriré contento.<br />

La llama <strong>de</strong> la lámpara que poco antes parecía extinguida, inundó <strong>de</strong> claridad la sala.<br />

El rostro <strong>de</strong> la monja se tiñó <strong>de</strong> leve púrpura; sus ojos brillaron; no <strong>de</strong> otro modo brillan<br />

en el semblante humano las llamas <strong>de</strong> la inspiración. Sor Teodora tuvo una inspiración.


-¡Perdonarte! -dijo-. ¿Y has podido dudar <strong>de</strong> mi perdón, siendo sincero tu<br />

arrepentimiento? ¿Reconoces tu sacrilegio, tu infame conducta?<br />

-Yo no reconozco nada -repuso Tilín con <strong>de</strong>sesperación-. No reconozco sino que<br />

amo, que adoro, y que por esto sólo merezco misericordia. Mis malda<strong>de</strong>s no son<br />

malda<strong>de</strong>s, son mis caricias, caricias a mi modo, porque no [304] me es permitido<br />

hacerlas <strong>de</strong> otro modo. ¡El sacrilegio! El Diablo me lleve si entiendo esta palabra. No sé<br />

más sino que mi alma se abrasa, que pongo sobre todo el Universo a una sola persona;<br />

que esa persona me aborrece, y que no quiero vivir... Esto es lo que sé... ¡Perdón,<br />

perdón! Pido perdón, porque es lo único que espero me pue<strong>de</strong>n dar; lo pido por po<strong>de</strong>r<br />

<strong>de</strong>cir: «Me arrojó una palabra dulce y <strong>de</strong>jó caer una lágrima <strong>de</strong> piedad sobre mi corazón<br />

envenenado». Por esto pido perdón.<br />

-Y yo te lo doy -dijo la monja poniendo su <strong>de</strong>do sobre la cabeza <strong>de</strong>l hombre terrible.<br />

-Esto me regocijará en la otra vida. Señora, adiós; me voy a matar.<br />

Apartose algunos pasos, y metiéndose la mano en el pecho sacó un cuchillo. Corrió<br />

hacia él prontamente la monja, diciéndole:<br />

-Aguarda.<br />

Tilín extendió la mano armada, y apartando con ella la <strong>de</strong> Aransis, dijo:<br />

-Usted que me aborrece, no podrá impedirme que me mate.<br />

-Yo no lo impido.<br />

-¿Se opone usted a mi muerte?<br />

-No; no me opongo, no.<br />

-¿Por qué?<br />

-Porque la mereces.<br />

-Bien, señora. Todo ha concluido -dijo [305] Tilín apartándose, resuelto a consumar<br />

el último crimen-. El Infierno me llama; voy al Infierno.<br />

La monja se abalanzó a él <strong>de</strong>nodada y sin miedo al arma ni a la <strong>de</strong>scompuesta cara<br />

<strong>de</strong> Tilín, cuyos ojos inyectados <strong>de</strong> sangre causaban horror. Le puso ambas manos en el<br />

pecho, le miró con ternura y en tono dulce y persuasivo le dijo:<br />

-¿Y por qué no al Cielo?<br />

El tono y la mirada fascinaron <strong>de</strong> tal modo al dragón, que quedó extático,<br />

embelesado.<br />

-¡Al Cielo! -murmuró.


Soltó el cuchillo. La monja volvió con apariencia tranquila a su asiento, e indicó a<br />

Tilín con una seña que se sentara también.<br />

-Ya no hay Cielo para mí, ni pue<strong>de</strong> haberlo -dijo el dragón.<br />

-¿Por qué?<br />

-Porque soy un malvado, porque amo lo imposible, lo que Dios prohíbe, lo que es<br />

suyo, y no puedo <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> amarlo... ¡Oh! Mi Cielo no es el Cielo <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más; mi Cielo<br />

sería que usted me amase y usted no me pue<strong>de</strong> amar, usted me aborrece.<br />

-¿Y si <strong>de</strong>jase <strong>de</strong> aborrecerte?<br />

Pepet sintió en su alma un consuelo inefable.<br />

-¿Y si te amase? -añadió la monja con [306] animación, pero sin <strong>de</strong>jar su acento y su<br />

expresión <strong>de</strong> melancolía.<br />

La sensación que experimentó Tilín era como si unas manos <strong>de</strong> querubines le<br />

suspendieran en el aire.<br />

- XXX -<br />

-¡Oh señora! -exclamó- no juegue usted con mi corazón. ¿Y cómo ha <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r ser<br />

que usted me ame?<br />

-Mereciéndolo.<br />

-¿Cómo?<br />

-¿De qué nace el amor sino <strong>de</strong> la admiración y <strong>de</strong> la gratitud? Cuando no nace <strong>de</strong><br />

esto es fútil capricho que se va tan pronto como viene.<br />

-¡Admiración! -dijo Tilín meditabundo-. ¡Oh! sí, es verdad. Por eso yo soñaba con<br />

ser un héroe, con realizar hazañas gran<strong>de</strong>s y exten<strong>de</strong>r mi fama por todo el mundo, para<br />

que admirándome usted me amase.<br />

-Pero más que <strong>de</strong> la admiración nace el amor <strong>de</strong> la gratitud -dijo la monja firme ya<br />

en su papel-, nace <strong>de</strong> la placentera dicha que [307] nos produce la contemplación <strong>de</strong> las<br />

virtu<strong>de</strong>s y <strong>de</strong> los sacrificios <strong>de</strong> otra persona. Un acto <strong>de</strong> abnegación sublime, uno <strong>de</strong><br />

esos actos que ponen <strong>de</strong> manifiesto la superioridad <strong>de</strong> un alma, basta a encen<strong>de</strong>r el amor<br />

en el corazón más frío. El mío no pue<strong>de</strong> ser conquistado <strong>de</strong> otra manera, Tilín; pero<br />

conquistado así, su posesión será eterna por los siglos <strong>de</strong> los siglos.


El bárbaro guerrero contemplaba embebecido y trastornado el rostro <strong>de</strong> la dama, que<br />

tenía en aquel momento una expresión sobrehumana. De sus ojos veía Tilín que<br />

emanaba y caía sobre él una luz divina.<br />

-¡Ay! -exclamó- si eso fuera verdad, si el mundo no fuera un centro <strong>de</strong> vulgaridad, si<br />

existiera la posibilidad <strong>de</strong> esos actos sublimes... ¿Qué no haría yo por merecer esa vida<br />

que anhelo?... Pero no, lo que me pue<strong>de</strong> acercar a usted no existe.<br />

-Sí pue<strong>de</strong> existir -dijo con entereza la monja.<br />

Después cambió <strong>de</strong> tono repentinamente. Dijo algunas palabras con <strong>de</strong>sfallecido<br />

acento y algunas lágrimas brotaron <strong>de</strong> sus bellos ojos. La luz se amortiguó <strong>de</strong>jando en<br />

sombra la sala.<br />

-¿Llora usted?<br />

-Sí lloro... ¿No compren<strong>de</strong>s que hay en mí algo extraordinario?... ¿No me ves<br />

cambiada, [308] no me ves muy otra <strong>de</strong> lo que fui hasta hace algunas horas?<br />

-Sí, y nada comprendo -dijo Tilín acercando su rostro para ver mejor el <strong>de</strong> ella.<br />

-¡Qué has <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r!... Mi angustia no pue<strong>de</strong> compren<strong>de</strong>rse si yo no la<br />

explico... En pocas horas mi situación ha cambiado bruscamente... tengo que ocuparme<br />

<strong>de</strong> lo que antes no me inquietaba, y he tenido que olvidar mis <strong>de</strong>sgracias porque he<br />

caído en <strong>de</strong>sgracias mayores.<br />

Lloraba amargamente. Armengol estaba perplejo.<br />

-Escúchame -dijo la monja secando sus lágrimas- y tendrás lástima, mucha lástima<br />

<strong>de</strong> mí. Si entraste en Regina Cœli poco <strong>de</strong>spués que yo, verías que los guerrilleros<br />

<strong>de</strong>jaron aquí a un pobre preso a quien acusan <strong>de</strong> jacobino y <strong>de</strong> incendiario <strong>de</strong> San<br />

Salomó.<br />

-Falsedad, porque el incendiario <strong>de</strong>l convento soy yo.<br />

-Verdad; pero en lo <strong>de</strong> jacobino tienen razón, no puedo menos <strong>de</strong> confesarlo.<br />

-¿D. Jaime Servet? Le conozco.<br />

-Pero no sabes que han <strong>de</strong>cidido fusilarle y que mañana, es <strong>de</strong>cir, hoy al romper el<br />

día se cumplirá esa horrible sentencia.<br />

-Me lo figuraba.<br />

-Pues bien -dijo la monja con brío-. Tilín, [309] ese hombre, ese a quien tú llamas D.<br />

Jaime Servet es mi hermano.<br />

Al <strong>de</strong>cir esto, la monja sintió que por sus labios pasaban unas ascuas. Aquella fue la<br />

primera mentira grave que Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis había dicho en su vida.


-¡Oh, señora! ¡qué horrible caso! -exclamó Tilín ocultando su cabeza entre las<br />

manos.<br />

-Mi hermano, sí, mi infeliz hermano -añadió la monja volviendo a llorar- mi pobre<br />

hermano, a quien amo entrañablemente a pesar <strong>de</strong> sus i<strong>de</strong>as jacobinas, y que tuvo la<br />

loca i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar su emigración y venir a España con nombre supuesto a no sé qué,<br />

Tilín, a locuras y <strong>de</strong>spropósitos...<br />

-¡Su hermano! -murmuró Tilín-. Pue<strong>de</strong> usted creerme que esta i<strong>de</strong>a pasó por mi<br />

cabeza cuando sorprendí a ese hombre en Cardona y vi la carta que llevaba para la<br />

aba<strong>de</strong>sa <strong>de</strong> San Salomó.<br />

-¿Compren<strong>de</strong>s ahora mi <strong>de</strong>sesperación, mi agonía? ¡Ver a mi hermano, el único<br />

consuelo y amparo <strong>de</strong> mi anciana madre, verlo, como lo estoy viendo, con las manos<br />

atadas a la espalda!... ¡Oh! esto es espantoso... Dios <strong>de</strong> fuerzas a mi espíritu... yo moriré,<br />

moriré sin remedio... ¡Y estoy bajo el mismo techo que él! Si me parece que oigo los<br />

latidos <strong>de</strong> su corazón... Pepet, Pepet, ten compasión <strong>de</strong> mí. [310]<br />

Diciendo esto <strong>de</strong>jó caer su afligida cabeza sobre el hombro <strong>de</strong>l guerrillero.<br />

-Los ruegos y las lágrimas <strong>de</strong> una religiosa -dijo Pepet- ¿no ablandarán al coronel?<br />

-¡Ah! ¿no sabes tú que ha entrado en Regina Cœli un hombre terrible, un tigre, el<br />

célebre D. Francisco Chaperón que jamás ha perdonado? Ese infame hombre hará<br />

fusilar dos veces a mi pobre hermano si hay quien implore misericordia por él.<br />

Guimaraens me ha dicho que no hay remedio, que no pue<strong>de</strong> haberlo. Chaperón ha fijado<br />

la hora <strong>de</strong>l amanecer para el suplicio, ha dado a Guimaraens ór<strong>de</strong>nes que no tienen<br />

réplica, <strong>de</strong>terminando que el acto se verifique en su presencia. El feroz verdugo se<br />

asomará al balcón <strong>de</strong> su alojamiento que cae a ese patio.<br />

-¿No hay remedio?... ¿Y es seguro que no habrá remedio? -preguntó Tilín haciendo<br />

a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> horadarse la frente con el puño.<br />

Después <strong>de</strong> una pausa, la monja suspiró y dijo:<br />

-Sí hay remedio, sí lo hay. Chaperón no conoce a mi hermano, no le ha visto nunca.<br />

Hubo una pausa larga y lúgubre, durante la cual no se oía voz ni suspiro. Al fin Tilín<br />

alzó la cara y dijo:<br />

-Para salvarle bastará que otro muera en su lugar. D. Pedro Guimaraens no tendrá<br />

[311] inconveniente en la sustitución si el sustituto...<br />

Se <strong>de</strong>tuvo para tomar aliento. Parecía que se ahogaba.<br />

-Si el sustituto -dijo acabando la frase- soy yo, que le ofendí y le llevé con los codos<br />

atados a Solsona.<br />

Una segunda pausa siguió a estas palabras.


-Pero los soldados conocerán el engaño -murmuró Tilín.<br />

-Los <strong>de</strong> Chaperón no, porque no conocen a mi hermano -dijo Sor Teodora-. Los <strong>de</strong><br />

Guimaraens tampoco... Mi pobre hermano ha entrado <strong>de</strong> noche. D. Pedro me respon<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> que se atreverá a engañar <strong>de</strong> este modo a Chaperón. Hablemos <strong>de</strong> esto. Yo pensaba<br />

en ti, que eres el verda<strong>de</strong>ro criminal... La sustitución, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> ser justa, es fácil.<br />

-¡Oh! morir así, morir a sangre fría -exclamó con fiereza Tilín sintiendo que el<br />

instinto se sublevaba en él con impetuosa voz-. ¡Y todo en cambio <strong>de</strong> un amor, <strong>de</strong> un<br />

premio que recibiré... en la eternidad!<br />

La monja se levantó bruscamente. Tilín la miró con estupor porque parecía una<br />

encarnación divina, un ángel <strong>de</strong> castigo que fulminaba rayos, una personificación<br />

extraordinariamente bella y terrible, tal como él la soñaba en sus horas <strong>de</strong> <strong>de</strong>lirio<br />

amoroso y <strong>de</strong> ardor [312] guerrero. Su actitud majestuosa, su a<strong>de</strong>mán colérico, su voz<br />

grave <strong>de</strong>jaron suspenso y sobrecogido al sacristán soldado. La monja le dijo:<br />

-¡Y vacilas, hombre pequeño y miserable! ¡Y tiemblas, cobar<strong>de</strong>! ¡No eres capaz <strong>de</strong><br />

ningún acto sublime y generoso, gusano <strong>de</strong>spreciable, y te has atrevido a poner los ojos<br />

en mí. ¡No eres capaz <strong>de</strong>l sacrificio y has osado mirarme con amor, como si yo, mujer<br />

noble, hermosa y consagrada a Dios, pudiera acogerte sin merecimientos gran<strong>de</strong>s, tan<br />

gran<strong>de</strong>s como la inmensa escala que he <strong>de</strong> recorrer <strong>de</strong>scendiendo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi altura a tu<br />

pequeñez!... Quítate <strong>de</strong> mi presencia, reptil <strong>de</strong>spreciable; juzgué posible no aborrecerte,<br />

juzgué posible amarte; pero esto no pue<strong>de</strong> ser, no, no pue<strong>de</strong> alterarse la ley que prohibió<br />

a los sapos brillar como las estrellas <strong>de</strong>l cielo. Quítate <strong>de</strong> mi presencia... ¿En dón<strong>de</strong> está<br />

ese corazón tuyo que llamas gran<strong>de</strong> y es incapaz <strong>de</strong> un sentimiento <strong>de</strong> sublime piedad y<br />

abnegación? No tienes más que los estúpidos ardores <strong>de</strong> la bestia, y a eso llamas amor,<br />

miserable. Llamas amor a ese instinto <strong>de</strong> manchar, que es propio <strong>de</strong> los más bajos<br />

seres... y te has atrevido a mirarme, a mirarme a mí, que vivo <strong>de</strong> lo i<strong>de</strong>al, <strong>de</strong> los<br />

sentimientos puros, <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as castas y nobles... ¡Ves morir con ignominia a un<br />

inocente, acusado [313] <strong>de</strong> un crimen cometido por ti, y no sientes piedad!... ¡Dices que<br />

me amas y no eres capaz <strong>de</strong> morir por mí! ¿Qué amor es ése que se atreve a llamarse tal<br />

sin conocer el sacrificio?... Me causas horror; vete, mátate cien veces; te aborrezco, no<br />

tendrás <strong>de</strong> mí ni aun la compasión que inspira el pobre insecto en el momento en que lo<br />

aplastamos con el pie; vete, te digo que te vayas, ¡maldito!<br />

Dio algunos pasos, inclinose, recogió <strong>de</strong>l suelo el puñal que poco antes soltara Tilín,<br />

y arrojándoselo a los pies le dijo:<br />

-Toma tu cuchillo, pue<strong>de</strong>s matarte <strong>de</strong> <strong>de</strong>specho por no haber poseído el tesoro que<br />

robaste, ladrón. Necio, estúpido, ¡cómo pudiste creer que Dios permitiría a la paloma<br />

casta y hermosa caer en el nido <strong>de</strong>l murciélago asqueroso?... Pue<strong>de</strong>s matarte <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

mí, aplacando con tu sangre el ardor <strong>de</strong> tus sentidos; no te tendré lástima y miraré tu<br />

agonía con asco, no con lástima... y bajarás volando al Infierno, don<strong>de</strong> ar<strong>de</strong>rás más y<br />

más, y estarás viéndome eternamente, y <strong>de</strong>seándome eternamente, y pa<strong>de</strong>ciendo los más<br />

horribles tormentos, siempre, siempre, sin po<strong>de</strong>rme alcanzarme nunca, sin po<strong>de</strong>r llegar a<br />

tocar mi hermosura con tus <strong>de</strong>dos inmundos... y con una eternidad <strong>de</strong> suplicios expiarás<br />

la inmensidad <strong>de</strong> tu sacrilegio. [314]


Dicho esto, en cuyo efecto creía, <strong>de</strong>jose caer sin aliento sobre las piedras sepulcrales.<br />

Su pecho palpitaba como no había palpitado nunca. Tilín estaba como un idiota. No<br />

hallaba palabras para dar salida al volcán <strong>de</strong> su pecho. Por fin soltó atropelladamente<br />

estas:<br />

-¡Que yo no soy gran<strong>de</strong>! ¡que yo no soy capaz <strong>de</strong> un acto heroico <strong>de</strong> abnegación y<br />

generosidad! ¡que yo no soy capaz <strong>de</strong> elevarme <strong>de</strong> un salto hasta los últimos cielos!...<br />

¡que soy un insecto!... ¡que no sé amar sino como las bestias!... ¡que no tengo<br />

sentimientos nobles, ni la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la justicia!... ¡Oh! señora, no me conoce quien tal dice.<br />

Todo lo que es humanamente posible lo haré yo. Tan hombre soy como cualquier<br />

santo... ¡Sacrificio! No hay quien sepa calcular la extensión <strong>de</strong> lo que yo puedo hacer, si<br />

en una hora <strong>de</strong> angustia y <strong>de</strong> sacudimiento como esta me lleno <strong>de</strong> esa luz que a veces<br />

me relampaguea <strong>de</strong>ntro. ¡Ah! me he oído llamar maldito sin protestar, maldito, cuando<br />

mi corazón aceptaba quizás el sacrificio que se le imponía... ¿Sabe usted quién soy yo?<br />

¿lo sabe usted?<br />

Al <strong>de</strong>cir esto se acercó a la monja, y con su brutal mano le tocó la barba para<br />

levantarle el rostro que ella inclinaba mirando al suelo.<br />

-¿Sabe usted quién soy yo? -añadió-. [315]Pues yo soy el hombre <strong>de</strong> corazón más<br />

gran<strong>de</strong> que ha nacido <strong>de</strong> madre. La paloma no lo cree... ¡Ah! ella con su nobleza, con su<br />

hermosura, con su castidad, con sus virtu<strong>de</strong>s, con su santidad no es capaz <strong>de</strong> hacer esa<br />

cosa extraordinariamente rara y grandiosa que haré yo. Ella tan justamente orgullosa no<br />

será nunca capaz <strong>de</strong> elevarse como se va a elevar ahora el reptil, el gusano, el miserable,<br />

el maldito. ¡Abnegación, sacrificio, justicia! ¿Y si yo dijera que todo eso me es familiar<br />

en un momento dado, que es mi centro, mi elemento, como lo es al pájaro la altura?<br />

¿Qué diría a esto la dama ilustre que se siente manchada sólo con una mirada <strong>de</strong> mis<br />

pobres ojos? ¿Qué diría a esto?<br />

La dama no dijo nada.<br />

Haciendo con el brazo <strong>de</strong>recho un movimiento semejante al <strong>de</strong> un hombre que arroja<br />

la vida con tanto <strong>de</strong>sprecio como se arrojaría la cáscara <strong>de</strong> una fruta que se va a comer,<br />

Tilín dijo:<br />

-Señora, si Guimaraens sabe arreglar esto, su hermano <strong>de</strong> usted está salvo.<br />

Teodora le miró. Estaba pálida, y una turbación piadosa había borrado <strong>de</strong> su rostro la<br />

expresión colérica. La dominica se acercó al bárbaro y le puso ambas manos sobre los<br />

hombros. Si antes le había abrumado [3<strong>16</strong>] con su ira, con su orgullo, con su violencia<br />

increpación, ahora le embelesaba con su piedad, con su gratitud, con lágrimas que a él le<br />

parecieron resbalar por el mismo trono <strong>de</strong> Dios para caer sobre su corazón.<br />

La caprichosa monja jugaba con los sentimientos <strong>de</strong>l pobre Tilín como juega el<br />

diestro con la fiereza pujante pero ciega <strong>de</strong>l toro.<br />

-No es sólo sacrificio -le dijo-. Es también justicia. Mi hermano es inocente.


-Y yo culpable, lo sé; el or<strong>de</strong>n natural me lleva a perecer en lugar suyo. Acepto. Pero<br />

lo que me arrastra a este sacrificio antes es amor que justicia. Así lo confesaré ante<br />

Dios.<br />

-Pues bien -le dijo ella con dulcísimo tono- todo eso que has <strong>de</strong>seado, todo eso que<br />

has soñado...<br />

-¿Qué?<br />

-Ya lo mereces.<br />

Tilín sintió su alma llena <strong>de</strong> congoja y <strong>de</strong>sfallecimiento. Dejose caer en el asiento y<br />

escondiendo su rostro entre los brazos, exclamó gimiendo:<br />

-¡Pero cuándo... pero cuándo!<br />

Teodora se acercó a él, puso la mano sobre su cabeza, y le dijo:<br />

-¿Ciego, es la tierra el centro <strong>de</strong> las almas? ¿Nuestra vida no ha <strong>de</strong> tener<br />

complemento glorioso más allá <strong>de</strong> la muerte? ¿Qué vale este [317] paso doloroso por la<br />

tierra al lado <strong>de</strong> la eterna dicha, don<strong>de</strong> los afectos duran eternamente, sin hastío, y don<strong>de</strong><br />

los corazones alimentan con el eterno fuego sus ansias que aquí no son jamás<br />

satisfechas?... Perdóname, si te ofendí, creyéndote incapaz <strong>de</strong> un acto generoso. ¡Oh!<br />

Pepet, con una palabra has establecido entre tu alma y la mía esa relación, esa ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong><br />

oro que enlaza pensamiento, corazón, voluntad, y <strong>de</strong> dos seres no hace más que uno<br />

solo. Te has transfigurado a mis ojos; ya no eres Tilín, eres un ser adornado <strong>de</strong> esa<br />

belleza sublime que emana <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s acciones. Una i<strong>de</strong>a sola, un sentimiento<br />

diferencian al monstruo <strong>de</strong>l ángel. ¡Cuán admirables giros hace la obra predilecta <strong>de</strong><br />

Dios, que es el alma! Has cautivado mi corazón <strong>de</strong> improviso, por la virtud <strong>de</strong> tu<br />

sacrificio. No hablan a mi corazón los sentidos, les habla la i<strong>de</strong>a superior. Yo la he<br />

escuchado y te acojo con afecto y orgullo.<br />

La monja le estrechó en sus brazos. Al hacerlo y al <strong>de</strong>cirle lo último que le dijo,<br />

sintió que por sus labios pasaban aquellas mismas ascuas que pasaran antes, y sintió<br />

también como una trepidación honda, un sacudimiento cual si se <strong>de</strong>squiciaran las<br />

esferas celestiales. Tuvo miedo <strong>de</strong> sí misma, porque en sí misma estaba el origen <strong>de</strong><br />

aquel <strong>de</strong>squiciamiento. [318]<br />

-¡La eternidad! -murmuró Tilín, besando con <strong>de</strong>lirante ardor las manos <strong>de</strong> la virgen<br />

<strong>de</strong>l Señor-. ¡Qué lejos está eso! ¡Dios mío, qué lejos!<br />

-Toda la existencia terrenal es un soplo -repuso la monja con expresión mística-. El<br />

tiempo todo es un segundo. Consi<strong>de</strong>ra cuán distinta es tu muerte <strong>de</strong> lo que habría sido<br />

dándotela tú mismo con <strong>de</strong>sesperación. Ahora morirás cristianamente, y tu abnegación<br />

por salvar a otro hombre, tu generoso y sublime rasgo <strong>de</strong> caridad, tu espíritu <strong>de</strong> justicia<br />

te llevarán <strong>de</strong>recho al Cielo... al Cielo, don<strong>de</strong> gozarás <strong>de</strong> Dios eternamente, y don<strong>de</strong> las<br />

amorosas ansias que en vida han sido tu tormento, serán para ti manantial perdurable <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>licias.<br />

-Pero solo...


-Solo no. Pronto verás pasar junto a ti una sombra bella y cariñosa... Seré yo, yo, a<br />

quien <strong>de</strong>jas aquí inundada <strong>de</strong> gratitud y <strong>de</strong> admiración. En el cielo hay dulce compañía,<br />

y el grato, el inefable arrimo <strong>de</strong> todas las personas que hemos amado en el mundo. Los<br />

lazos tiernos, castos, nobles que las almas establecieron en el mundo, permanecerán por<br />

los siglos <strong>de</strong> los siglos. Ningún ser que haya amado pue<strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r la gloria <strong>de</strong> otro<br />

modo.<br />

-¡Ah! sí, sí -exclamó Tilín, que creyente firmísimo en el dogma <strong>de</strong>l Cielo y <strong>de</strong>l<br />

Infierno, [319] aceptaba aquella i<strong>de</strong>a con júbilo y con entusiasmo.<br />

-Des<strong>de</strong> el instante <strong>de</strong> tu tránsito -añadió Sor Teodora haciendo un esfuerzo- serás<br />

feliz; me tendrás por los siglos <strong>de</strong> los siglos.<br />

Como para anticipar aquella posesión <strong>de</strong> siglos <strong>de</strong> siglos, Tilín asía con fuerte mano<br />

los brazos <strong>de</strong> la monja.<br />

-Sí, sí -balbució- seré feliz contigo.<br />

Sentíase ya ebrio, enloquecido, y su alma se cernía entre el amor y el misticismo. A<br />

su turbado entendimiento se presentaba la motada <strong>de</strong> los justos, como un lugar que sin<br />

<strong>de</strong>jar <strong>de</strong> ser divino tenía algo <strong>de</strong> humano por albergar parejas felices y tiernos<br />

<strong>de</strong>sposorios.<br />

El tiempo volaba. Sor Tedora se apartó <strong>de</strong> él, y le dijo:<br />

-¿Sostienes lo que has ofrecido?<br />

-Yo no digo las cosas más que una vez.<br />

-¿Insistes en un sacrificio que te hará gran<strong>de</strong> a los ojos <strong>de</strong> Dios y a los míos?<br />

-Sí -contestó Tilín inundado <strong>de</strong> amor, que tomaba un tinte <strong>de</strong> <strong>de</strong>voción abrasadora.<br />

-Pues yo te bendigo.<br />

La monja extendió sus manos sobre él.<br />

-En vez <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirme: «yo te bendigo», dime «yo te amo» -<strong>de</strong>claró Tilín con el cerebro<br />

enteramente trastornado.<br />

-¡Pobre espíritu vacilante! -dijo ella-. [3<strong>20</strong>] ¿No serás capaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rte <strong>de</strong> las<br />

miserias humanas y elevar tu corazón a aquellas esferas <strong>de</strong> luz don<strong>de</strong> resi<strong>de</strong> el amor<br />

puro, el amor i<strong>de</strong>al, aquel amor que no se envilece con los sentidos? Hombre pequeño,<br />

que aspiras a ser gran<strong>de</strong> y a ceñir la corona <strong>de</strong> los mártires, reconoce tu error, no me<br />

pidas un amor impropio <strong>de</strong> mi estado religioso, <strong>de</strong> mi nobleza, <strong>de</strong> mi dignidad, pí<strong>de</strong>me,<br />

sí, el que a uno y otro correspon<strong>de</strong>, aquel dulce fuego <strong>de</strong>l corazón, más vivo cuanto más<br />

casto, porque es el verda<strong>de</strong>ro amor <strong>de</strong>...<br />

A Sor Teodora se le atravesó algo en la garganta.


-El verda<strong>de</strong>ro amor <strong>de</strong> los ángeles -dijo concluyendo la frase.<br />

-¡El amor <strong>de</strong> los ángeles! -exclamó Tilín cruzando las manos y <strong>de</strong>jándose caer en una<br />

especie <strong>de</strong> éxtasis.<br />

¡Infeliz alucinado! Como el toro arremete ciego al lienzo rojo, así se abalanza su<br />

espíritu hacia la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> los celestiales <strong>de</strong>sposorios prometidos.<br />

Sor Teodora miró al cielo.<br />

-Ya va a amanecer.<br />

-Ya llega mi hora -dijo él estremeciéndose.<br />

-Para mí viene la aurora <strong>de</strong> un día triste como todos los días, para ti amanece ya el<br />

día infinito, Tilín. [321]<br />

Y haciendo un esfuerzo, el último, el más gran<strong>de</strong>, exclamó con exaltación:<br />

-Hombre generoso, espíritu elevado, estoy llena <strong>de</strong> admiración por ti. Ya no eres el<br />

incendiario <strong>de</strong> San Salomó, eres el re<strong>de</strong>ntor <strong>de</strong> la inocencia, porque salvas a mi hermano<br />

<strong>de</strong> la pena impuesta por un <strong>de</strong>lito que no ha cometido; eres el realizador <strong>de</strong> la justicia,<br />

porque la haces recaer sobre el verda<strong>de</strong>ro autor <strong>de</strong> aquel <strong>de</strong>lito, que eres tú, y así quedas<br />

lavado, puro, sin mancha.<br />

-¿Es su hermano, su hermano?... -murmuró Tilín cayendo en súbito abatimiento.<br />

Parecía que un relámpago <strong>de</strong> duda y <strong>de</strong>sconfianza surcaba por su cerebro.<br />

-¿Dudas, amigo, dudas <strong>de</strong> mí? -dijo (15) Teodora haciendo un esfuerzo mayor aún.<br />

-No -replicó él alzando la cabeza y sacudiéndola como para echar <strong>de</strong> ella una mala<br />

i<strong>de</strong>a-. No he dudado jamás.<br />

La dominica comprendió que era preciso reanimar aquel entusiasmo que parecía<br />

enfriarse y echar leña a la hoguera que oscilaba.<br />

-Pepet -exclamó dando a su voz un tono arrebatador- te aborrecí sacrílego; pero<br />

verdugo <strong>de</strong> ti mismo, por la salvación <strong>de</strong> mi infeliz hermano, te admiro y te amo.<br />

-Y yo -dijo Pepet con acento <strong>de</strong> hombre <strong>de</strong> viva fe- yo que he sido perverso, que he<br />

[322] sido arrastrado al crimen por mi <strong>de</strong>specho y mis bárbaras pasiones, consiento<br />

gozoso en realizar un sacrificio por salvar a otro hombre y agradar a la persona por<br />

quien he vivido y por quien he <strong>de</strong>seado morir. Ese sacrificio cuadra a mi alma, le viene<br />

bien y a medida, como un traje bien cortado. Don<strong>de</strong> hubo aquella fiebre intensa y aquel<br />

sacrilegio y las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> <strong>de</strong>struir una obra <strong>de</strong> siglos para sacar <strong>de</strong> ella lo que reputaba<br />

mío, don<strong>de</strong> aquellos <strong>de</strong>lirios hubo, señora, aquí, en mi alma no pue<strong>de</strong> haber ya sino esta<br />

solución terrible, única que por la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong>l suplicio correspon<strong>de</strong> a la fealdad <strong>de</strong> mis<br />

pecados. Y yo puedo <strong>de</strong>cir: «¡Le <strong>de</strong>vuelvo a su hermano, le doy, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una gran<br />

amargura, la mayor alegría que pue<strong>de</strong> recibirse. Conquisto con un solo hecho la


enevolencia <strong>de</strong> su corazón, y muriendo, gano el inefable bien <strong>de</strong> vivir en su recuerdo.<br />

Conquisto lo que vale más que una posesión pasajera; conquisto su memoria en la tierra,<br />

y en el Cielo su compañía». Nada más hay que <strong>de</strong>cir, señora. La hora se acerca.<br />

-Aguarda -dijo la <strong>de</strong> Aransis-. No te muevas <strong>de</strong> aquí.<br />

Salió precipitadamente sin añadir nada más. Pepet la vio salir y dirigirse por el patio<br />

a<strong>de</strong>lante hasta <strong>de</strong>saparecer por una puerta que en el extremo opuesto había. Esperó un<br />

[323] rato entregado a meditaciones, o mejor dicho, a los <strong>de</strong>lirios calenturientos <strong>de</strong> un<br />

i<strong>de</strong>alismo <strong>de</strong>senfrenado. Su mente arrebatada navegó entre mil i<strong>de</strong>as, como nave a quien<br />

las olas llevan <strong>de</strong> peñasco en peñasco y aquí se estrella, allí se hun<strong>de</strong>, más allá se<br />

levanta, y nunca acaba <strong>de</strong> naufragar ni acaba <strong>de</strong> salvarse. No supo él cuánto tiempo duró<br />

este tormento, pero al fin abriose la puerta dando paso a la dominica.<br />

Sin <strong>de</strong>cirle nada se acercó a él, y poniéndole la mano izquierda en el pecho, elevó al<br />

cielo la <strong>de</strong>recha. Estaba pálida y profundamente <strong>de</strong>sconcertada; temblaban sus labios y<br />

sus ojos intranquilos y perturbados parecían recibir la impresión <strong>de</strong> imágenes<br />

aterradoras. Miró a Pepet, y aunque sus ojos no hablaban más lenguaje que el <strong>de</strong> un<br />

<strong>de</strong>sasosiego difícil <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r, el infeliz reo vio en aquella mirada discursos más<br />

elocuentes y conmovedores que cuantos pronuncian los ángeles en la conciencia <strong>de</strong>l<br />

justo cuando acaba <strong>de</strong> hacer un gran bien; vio y leyó en aquella mirada todo cuanto la<br />

religión y el amor pue<strong>de</strong>n i<strong>de</strong>ar <strong>de</strong> más cariñoso y <strong>de</strong> más místico. El pobre Pepet perdió<br />

en tal instante lo que aún quedaba en su alma <strong>de</strong> terrenal y <strong>de</strong> egoísta; era todo espíritu,<br />

todo i<strong>de</strong>a, y se perdía en las esferas nebulosas por don<strong>de</strong> ha corrido sin freno el [324]<br />

pensamiento <strong>de</strong> los soñadores místicos y <strong>de</strong> los enamorados caballerescos, que vienen a<br />

ser una misma casta <strong>de</strong> personas.<br />

Él iba a <strong>de</strong>cir algo; pero había llegado a una situación en que la lengua no sabía nada<br />

y los signos vocales no podían ser más que ruidos <strong>de</strong>sapacibles. Se arrodilló, tomó las<br />

manos <strong>de</strong> Teodora para <strong>de</strong>rramar sobre ellas besos y lágrimas, hasta que se entreabrió la<br />

puerta para dar paso a la voz y a la cara <strong>de</strong> D. Pedro Guimaraens, el cual dijo: -Es tar<strong>de</strong>.<br />

Pepet salió mirando hasta el último instante la figura majestuosa, sublime, soberana<br />

<strong>de</strong> Sor Teodora <strong>de</strong> Aransis, que con una mano puesta sobre su corazón y la otra alzada<br />

para señalar el cielo, le <strong>de</strong>spedía en el centro <strong>de</strong> la sala.<br />

- XXXI -<br />

La dominica, al quedarse sola, estuvo un momento sin po<strong>de</strong>r pensar ni sentir nada.<br />

Le pasaba algo semejante a una congelación, digámoslo así, <strong>de</strong> sus claras faculta<strong>de</strong>s, o<br />

una como catalepsia moral. De repente vio un espectro que la llenó <strong>de</strong> mortal espanto.<br />

No es justo <strong>de</strong>cir [325] que lo vio, sino que lo sintió <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sí levantándose y<br />

saliendo majestuosamente <strong>de</strong> su corazón como <strong>de</strong> una tumba, para mostrársele por<br />

entero en su imponente grandor, pues abrazaba toda la extensión sensible: era su<br />

conciencia.


Causole tanto miedo, que corrió velozmente <strong>de</strong> un lugar a otro <strong>de</strong> la estancia,<br />

huyendo <strong>de</strong> sí misma. ¿Pero cómo separarse <strong>de</strong> aquella sombra interior, proyectada por<br />

la íntima luz <strong>de</strong>l alma? La sombra la seguía diciéndole:<br />

-¡Impostora!...<br />

La monja se <strong>de</strong>jó caer <strong>de</strong> rodillas y llamó en su auxilio con fuertes voces <strong>de</strong>l alma...<br />

¿a quién? a su razón, para que le diera argumentos, distingos, sutilezas, armas cortantes<br />

y punzantes contra aquel fantasma. Pero la razón no le dio más que un alfiler.<br />

-No, no -dijo Sor Teodora esgrimiendo contra la sombra el arma pueril- no soy tan<br />

culpable como parece. Lo que me ha impulsado a representar esta farsa horrible no ha<br />

sido una liviandad, un capricho <strong>de</strong>l corazón propenso a repentinas simpatías, ha sido<br />

lástima, caridad, compasión, amor al prójimo.<br />

-¡Mentira, mentira! -gritó la sombra proyectada por la luz íntima <strong>de</strong>l alma, y que<br />

cada vez parecía crecer más. [326]<br />

El alfiler <strong>de</strong> la razón se torció en las manos <strong>de</strong> la dominica. Ella quería una espada<br />

cortante y bien templada. Pero la razón le ofreció un pedazo <strong>de</strong> alambre.<br />

-Pues si no ha sido la compasión mi móvil, ha sido otro más gran<strong>de</strong>, la justicia. Ese<br />

hombre es inocente <strong>de</strong> la <strong>de</strong>strucción <strong>de</strong> San Salomó. Pues si es inocente y Pepet<br />

culpable ¿qué cosa más santa que inducir al culpable a la muerte para salvar al<br />

inocente?<br />

-¡Impostora! A ti no te toca enmendar las injusticias <strong>de</strong> los hombres. No te<br />

entrometas en la obra incógnita <strong>de</strong> Dios. ¡Justicia! ¿Qué entien<strong>de</strong>s tú <strong>de</strong> eso, mujer<br />

caprichosa? Has obe<strong>de</strong>cido a un afecto nacido bruscamente en tu pecho.<br />

-No, no -gritó ella con <strong>de</strong>sesperación.<br />

-Voy a <strong>de</strong>cirte la verdad -<strong>de</strong>claró la sombra- voy a <strong>de</strong>círtela, palabra por palabra,<br />

letra por letra, clara, como el pensamiento divino que mueve mi lengua. Voy a <strong>de</strong>círtela.<br />

-No, no -exclamó angustiada la dominica pidiendo otra vez a la razón con furibundo<br />

anhelo espadas, flechas, catapultas, arietes y los más tremendos ingenios <strong>de</strong> guerra.<br />

-Yo no puedo callar. El divino aliento sopla <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí y sin quererlo yo, habla.<br />

Soy la voz <strong>de</strong> Dios que no pue<strong>de</strong> mentir. Voy a <strong>de</strong>cirte la verdad. [327]<br />

-Y yo no quiero oírla, no quiero -dijo horrorizada la <strong>de</strong> Aransis.<br />

-Ese hombre te agrada, te agrada mundanamente -murmuró la sombra quedamente,<br />

teniendo la consi<strong>de</strong>ración <strong>de</strong> hablar bajo para que cosa tan grave no escandalizara<br />

<strong>de</strong>masiado a la buena madre.<br />

-No, no pue<strong>de</strong> ser. Te parecerá así y no será cierto. Es una alucinación, un error, una<br />

perversa ficción producida por el Demonio.


-Ese hombre te agrada, te ha inspirado una ilusión cariñosa -repitió la sombra<br />

alzando la voz al ver pasado el temor <strong>de</strong>l primer momento-, y tu repentino afecto a un<br />

hombre <strong>de</strong>sconocido <strong>de</strong>be espantarte, y <strong>de</strong> seguro espantaría al mismo que es objeto <strong>de</strong><br />

él. Ninguna mujer que vive en el siglo, en comercio constante con los <strong>de</strong>más seres<br />

humanos, podría concebir esa inclinación inesperada y vehemente hacia un<br />

<strong>de</strong>sconocido, que se entra como los ladrones en su habitación y con el cual apenas habla<br />

media hora. No hay hombre alguno aunque sea el más hermoso, el más gallardo, el más<br />

discreto y el más valiente <strong>de</strong> todos, que pueda jactarse <strong>de</strong> un triunfo semejante con tal<br />

rapi<strong>de</strong>z alcanzado. Esto que es absurdo en el mundo libre y activo, <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> serlo en la<br />

solitaria estrechura y en el aislamiento holgazán <strong>de</strong> una celda, <strong>de</strong> aquel nido don<strong>de</strong> por<br />

[328] espacio <strong>de</strong> doce años han dormido tus afectos y tus pasiones, tu vanidad <strong>de</strong><br />

hermosa, tu presunción, tu exuberante pujanza moral, tu ternura <strong>de</strong> doncella enamorada<br />

y tus presentimientos <strong>de</strong> esposa y <strong>de</strong> madre. Ese absurdo <strong>de</strong>l siglo es natural y humano<br />

en ti, monja indigna que has vivido doce años en ese sepulcro, ocupándote en<br />

profanida<strong>de</strong>s y alimentando sin cesar con tu imaginación las ansias <strong>de</strong> tu pecho,<br />

honradas y nobles fuera <strong>de</strong> aquella casa.<br />

-No, eso es mentira, conciencia -pensó la atribulada dominica, sintiéndose<br />

abandonada por la razón-. Yo me avergonzaría <strong>de</strong> mí misma, si me viera encendida <strong>de</strong><br />

amores por un hombre que entró en mi celda como un ladrón, y me pidió pan y asilo...<br />

No, eso no pue<strong>de</strong> ser, eso es vergonzoso.<br />

-Eso es verdad, monja alucinada. No le amaste cuando le viste; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace doce años<br />

estás alimentando la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> él en tu fantasía exaltada por la soledad, por el bienestar<br />

material y la holgazanería; hace doce años que le amas, y es el mismo, el mismo. Poco<br />

importa que en algún rasgo discreparan sus facciones <strong>de</strong> las que tú veías con los ojos<br />

cerrados; pero es el mismo. Confiesa una cosa, confiésala, mala monja. Cuando aquel<br />

hombre se presentó en tu celda; cuando, pasado el primer momento <strong>de</strong> [329] terror, le<br />

sacaste <strong>de</strong> comer y conversaste con él te asombrabas interiormente <strong>de</strong> ver en forma<br />

humana al mismo compañero imaginario <strong>de</strong> las soporíferas soleda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> San Salomó.<br />

En tu alma se elevaba un estupor angustioso viendo aquella figura real, que era él<br />

mismo, era el tuyo, aquel que en tu fantasía y en tu corazón no tuvo más rival que el<br />

<strong>de</strong>testable interés por las guerras. Era él, era el mismo cuyas facciones, cuyas miradas y<br />

palabras ha estado tejiendo y <strong>de</strong>stejiendo tu aburrido pensamiento día tras día, año tras<br />

año... En el trabajo <strong>de</strong> esta tela invisible transcurren lentas y tristes muchas vidas bajo<br />

una máscara <strong>de</strong> mortecina santidad. ¡Ay pobre <strong>de</strong> ti! En el siglo hubieras sido una<br />

doncella honesta, una esposa amante, una madre ejemplar; enclaustrada sin vocación<br />

has podido per<strong>de</strong>r tu alma en un instante.<br />

Sor Teodora se sintió más abatida. No sabía qué contestar. Con gran espanto vio que<br />

al lado <strong>de</strong> aquella sombra habladora se alzaba otra: era su razón que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

combatir un instante con ella se había pasado al enemigo. Viéndose tan sola, volviose a<br />

la Fe, a Dios, y pidió armas a la oración; pero si la razón no le había dado más que<br />

alfileres y alambres, aquélla no le dio más que unos pedacitos <strong>de</strong> caña que para nada<br />

servían. [330]<br />

Las dos sombras le dijeron:<br />

-No, Dios no te pue<strong>de</strong> perdonar. Has querido engañarle, disfrazando <strong>de</strong> piedad y <strong>de</strong><br />

justicia tus criminales afectos <strong>de</strong> monja soñadora.


-¡Misericordia, Dios mío! -exclamó Teodora bañado el rostro en frío sudor.<br />

-No la hay para ti, porque has sido impostora.<br />

-He sido impostora por lástima, por piedad...<br />

-Mentira. Has abusado <strong>de</strong> tu influjo sobre Pepet y <strong>de</strong>l loco amor que te tenía para<br />

hacerle morir por otro.<br />

-¡Ha sido justicia! -exclamó Teodora con cierta locura.<br />

-Mentira.<br />

-He sacrificado al culpable para salvar al inocente.<br />

-Mientes, monja embustera -gritó la sombra proyectada por la luz íntima <strong>de</strong>l alma-.<br />

Sacrificaste al feo para salvar al hermoso.<br />

-¡Misericordia, Dios mío! ¡Misericordia!<br />

Sacáronla <strong>de</strong> aquel estado <strong>de</strong> congoja los ruidos <strong>de</strong> humanas voces y <strong>de</strong> tambores<br />

que llegaron hasta ella. Había amanecido: la sala estaba llena <strong>de</strong> claridad.<br />

Olvidada al punto <strong>de</strong> aquel coloquio y <strong>de</strong> la reciente disputa que había encrespado<br />

[331] las potencias <strong>de</strong> su alma, corrió a la ventana, diciendo para sí:<br />

-Si me habrá engañado Pepet, si me habrá engañado Guimaraens.<br />

Grandísima pena sintió al ver la tropa dispuesta para el fúnebre acto; al ver al<br />

espantoso brigadier asomado en el balcón con toda su comitiva; al ver al reo que con la<br />

cabeza <strong>de</strong>scubierta y las manos atadas se volvía hacia Chaperón y <strong>de</strong>cía en voz alta su<br />

nombre y proclamaba la justicia <strong>de</strong> su muerte.<br />

Sor Teodora se apartó horrorizada, y al refugiarse en el opuesto extremo <strong>de</strong> la sala<br />

oyó el estrépito a un trueno.<br />

Entonces la sombra volvió a levantarse <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella y le dijo:<br />

-¡Impostora!... ¡homicida!<br />

-¡Ha sido justicia, justicia! -exclamó ella con agonía <strong>de</strong> moribunda-. El uno,<br />

criminal, el otro inocente... ¡Misericordia, Señor!<br />

-¡Caprichosa!... ¡embustera!<br />

Más tar<strong>de</strong>, ella no sabía a qué hora, entró el padre Juanico a traerle un poco <strong>de</strong><br />

alimento.


-Es lo único que han <strong>de</strong>jado esos pillos -le dijo-. Afortunadamente se van <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />

media hora.<br />

Más tar<strong>de</strong> (tampoco supo ella a qué hora), [332] sintió bullicio <strong>de</strong> tropas. Era<br />

Chaperón que salía para seguir <strong>de</strong>sempeñando su papel <strong>de</strong> misionero realista en la<br />

extirpación <strong>de</strong> liberales. Después reinó un gran silencio.<br />

Mucho más tar<strong>de</strong> (a ella le pareció que sería al anochecer), dos hombres entraron en<br />

la sala. Sintió al verles turbación tan honda que estuvo a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>smayarse. Eran<br />

Guimaraens y Servet. Hablaron los tres un momento y <strong>de</strong>spués el coronel realista salió.<br />

-Sin compren<strong>de</strong>r la causa -dijo Servet- <strong>de</strong> la sustitución milagrosa a que <strong>de</strong>bo la vida,<br />

sé que he tenido un ángel tutelar. Hay aquí un misterio; yo no trato <strong>de</strong> penetrarlo,<br />

porque no se penetra lo divino. Mi ángel ha sido usted, reverenda madre.<br />

-¡Yo! -dijo ella tratando <strong>de</strong> fingir sorpresa, sin conseguir otra cosa que revelar más<br />

su confusión.<br />

-Sí, usted, reverenda y santa mujer. A usted <strong>de</strong>bo la vida. Permítaseme arrodillarme<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> esa noble figura, cuya belleza proclama su santidad, y besar esas manos que<br />

tan bien saben arrancar víctimas a la muerte.<br />

Se arrodilló <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella como si fuera una imagen santa. Sor Teodora que había<br />

vuelto el rostro, le miró y, mal que le pesara a la sombra, hubo <strong>de</strong> confesarse a sí misma<br />

que veía hecho carne <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sí el i<strong>de</strong>al <strong>de</strong> la belleza [333] varonil, <strong>de</strong> la gallardía, <strong>de</strong><br />

la discreción y <strong>de</strong> la caballerosidad.<br />

-Ofen<strong>de</strong>ría a usted -añadió el llamado Servet- si hablase el lenguaje vulgar <strong>de</strong> los<br />

afectos humanos. No, si yo hablara <strong>de</strong> amistad, <strong>de</strong> amor, rebajaría la grandiosa<br />

personificación <strong>de</strong> la caridad cristiana que veo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí. Una memoria sagrada<br />

como la <strong>de</strong> mi madre, una veneración pura como la que nos inspirase el Dios que a<br />

todos nos hizo y la Virgen que a todos nos ampara, vivirán eternamente en mi corazón.<br />

Se levantó. Sor Teodora invocó a Dios, y haciendo un esfuerzo <strong>de</strong>sesperado, pudo<br />

poner en su rostro algo <strong>de</strong> expresión seráfica y en su boca estas palabras:<br />

-Yo no sé nada <strong>de</strong> lo que usted habla... ¡Qué error! Ni yo me he interesado en<br />

salvarle, ni podía hacerlo por quien no conozco, por quien sólo he visto una sola vez...<br />

¿Quién es usted? Un aventurero, un <strong>de</strong>sconocido. ¿Qué tiene <strong>de</strong> común usted conmigo?<br />

El amparo que le di anoche antes <strong>de</strong> aquella horrenda catástrofe... A fe que los sucesos<br />

que vinieron <strong>de</strong>spués han sido tales que <strong>de</strong>bían hacerme olvidar su entrada en el<br />

convento... Santo Domingo mi patrón me ampare... Yo no sé quién es usted... yo no le<br />

conozco... déjeme usted.<br />

-Compañera <strong>de</strong> la caridad es la mo<strong>de</strong>stia - [334] dijo Servet disponiéndose a<br />

retirarse-. No quiero importunar con mi agra<strong>de</strong>cimiento a un alma superior, que a las<br />

pocas horas <strong>de</strong> haber hecho un inmenso bien ya no se acuerda <strong>de</strong> él. Usted es una santa,<br />

yo un pecador. La enorme diferencia que hay entre los dos, usted, madre reverendísima,<br />

la agrandará con su vida <strong>de</strong> constante sacrificio, <strong>de</strong> oración, <strong>de</strong> paz espiritual y <strong>de</strong><br />

comunicación con Dios. A mí me esperan las luchas <strong>de</strong>l mundo, las turbulentas


pasiones, las penas incesantes, las dolorosas victorias o tristes caídas, a usted la paz <strong>de</strong>l<br />

convento, la <strong>de</strong>voción sublime, los puros éxtasis <strong>de</strong>l alma, aspirando siempre a volver a<br />

su origen, y el noble privilegio <strong>de</strong> alcanzar <strong>de</strong> Dios con oraciones y penitencias y el<br />

perdón <strong>de</strong> los malos. ¡Cuán distinto <strong>de</strong>stino el nuestro y qué abismo tan gran<strong>de</strong> nos<br />

separa!... Adiós, señora: una memoria en sus oraciones es lo que pi<strong>de</strong> este miserable y el<br />

permiso para besar la cruz <strong>de</strong>l rosario que pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> la cintura <strong>de</strong> una santa.<br />

Servet besó la cruz, y haciendo una gran reverencia se retiró para unirse a D. Pedro<br />

Guimaraens que había preparado el negocio <strong>de</strong> su marcha.<br />

Sor Teodora sintió, no ya una voz, sino mil voces en su alma, y un horroroso<br />

sacudimiento y estallido, como si parte muy principal [335] <strong>de</strong> ella fuese arrancada por<br />

violenta mano. Viose caída en un negro abismo; pero en medio <strong>de</strong> su congoja y espanto,<br />

pudo alzar la voz a su Padre espiritual y gritar:<br />

-¡Confesión!... ¡Un confesor!<br />

Pero ni el padre Martín <strong>de</strong> la Concepción ni el padre Juanico pudieron acudir a ella<br />

porque estaban abriendo un hoyo en el patio.<br />

- XXXII -<br />

El aventurero emprendió <strong>de</strong> noche su camino. Iba solo, bien montado, algo molesto a<br />

causa <strong>de</strong> sus heridas, pero contento, apercibido <strong>de</strong> armas y pasaporte, con el mismo traje<br />

<strong>de</strong> paisano que usara Tilín en su postrera noche. No apartaba su pensamiento en las<br />

peripecias <strong>de</strong> su insensato viaje por el campo <strong>de</strong> aquella extraña guerra, tan parecida a<br />

los sangrientos <strong>de</strong>sór<strong>de</strong>nes y rebeldías <strong>de</strong> la Edad Media. Él tenía <strong>de</strong>l historiógrafo el<br />

discernimiento que clasifica y juzga los hechos, y <strong>de</strong>l poeta la fantasía que los agranda y<br />

embellece; también tenía la vista larga y penetrante <strong>de</strong>l profeta. Claramente vio que<br />

aquella guerra no era más que el prólogo, o hablando [336] musicalmente, la sinfonía <strong>de</strong><br />

otra guerra mayor.<br />

Pero la mayor parte <strong>de</strong> sus pensamientos la absorbían los chistosos o trágicos lances<br />

<strong>de</strong> su correría por Cataluña, y principalmente la milagrosa sustitución que le había<br />

salvado <strong>de</strong> la muerte. Quiso penetrar en aquel misterio y no pudo. El mismo<br />

Guimaraens no lo sabía más que a medias. Tilín, <strong>de</strong>clarándose culpable, y muriendo con<br />

heroica paciencia, sereno, grave, con más aire <strong>de</strong> convicción que <strong>de</strong> sufrimiento;<br />

Guimaraens sacándole <strong>de</strong> la prisión, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> hacerle cambiar <strong>de</strong> vestido, y por<br />

último, la hermosa monja que en dos momentos críticos le había salvado la vida,<br />

confundían su mente llevándole a forjar mil explicaciones quiméricas y a revestir <strong>de</strong><br />

formas exageradamente dramáticas los hechos más sencillos.<br />

Iba al extranjero, y en su triple calidad <strong>de</strong> historiógrafo, <strong>de</strong> poeta y <strong>de</strong> profeta,<br />

aportaría sin duda alguna i<strong>de</strong>a, alguna forma nueva a las regiones don<strong>de</strong> ya se estaba<br />

elaborando el romanticismo.


MADRID.<br />

Febrero-Marzo <strong>de</strong> 1878.<br />

FIN DE UN VOLUNTARIO REALISTA


[5]<br />

Los Apostólicos<br />

Benito Pérez Galdós<br />

Portada e ilustración <strong>de</strong> la edición <strong>de</strong> 1885<br />

- I -<br />

Tradiciones fielmente conservadas y ciertos documentos comerciales, que podrían<br />

llamarse el Archivo Histórico <strong>de</strong> la familia <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro, convienen en que Doña<br />

Robustiana <strong>de</strong> los Toros <strong>de</strong> Guisando, esposa <strong>de</strong>l héroe <strong>de</strong> Boteros, falleció el 11 <strong>de</strong><br />

Diciembre <strong>de</strong> 1826. ¿Fue peritonitis, pulmonía matritense o tabardillo pintado lo que<br />

arrancó <strong>de</strong>l seno <strong>de</strong> su amante familia y <strong>de</strong> las <strong>de</strong>licias <strong>de</strong> este valle <strong>de</strong> lágrimas a tan<br />

digna y ejemplar señora? Este es un terreno oscuro en el cual no ha podido penetrar<br />

nuestra investigación ni aun acompañada <strong>de</strong> todas las luces <strong>de</strong> la crítica.<br />

Esa pícara Historia, que en tratándose <strong>de</strong> los reyes y príncipes, no hay cosa trivial ni<br />

hecho insignificante que no saque a relucir, no ha tenido una palabra sola para la<br />

estupenda hazaña <strong>de</strong> Boteros, ni tampoco para la ocasión lastimosa en que el héroe se


quedó [6] viudo con cinco hijos, <strong>de</strong> los cuales los dos más pequeñuelos vinieron al<br />

mundo <strong>de</strong>spués que el giro <strong>de</strong> los acontecimientos nos obligó a per<strong>de</strong>r <strong>de</strong> vista a la<br />

familia Cor<strong>de</strong>ro.<br />

Cuando murió la señora, Juanito Jacobo (a quien se dio este nombre en memoria <strong>de</strong><br />

cierto filósofo que no es necesario nombrar) tenía dos meses no bien cumplidos, y por<br />

su insaciable apetito así como su berrear constante <strong>de</strong>claraba la raza y po<strong>de</strong>roso<br />

abolengo <strong>de</strong> Toros <strong>de</strong> Guisando. Sus bruscas manotadas y la fiereza con que se llevaba<br />

los puños a la boca, ávido <strong>de</strong> mamarse a sí mismo por no po<strong>de</strong>r secar un par <strong>de</strong> amas<br />

cada mes, señales eran <strong>de</strong> vigor e in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia, por lo que D. Benigno, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong><br />

agra<strong>de</strong>cer a Dios las buenas dotes vitales que había dado a su criatura, pasaba la pena<br />

negra en su triste papel <strong>de</strong> viudo, y ora valiéndose <strong>de</strong> cabras y biberones, cuando<br />

faltaban las nodrizas, ora buscando por Puerta Cerrada y ambas Cavas lo mejor que<br />

viniera <strong>de</strong> Asturias y la Alcarria en el maleado género <strong>de</strong> amas para casa <strong>de</strong> los padres;<br />

ya <strong>de</strong>sechando a esta por enferma y a aquella por <strong>de</strong>sabrida, taimada y ladrona, ya<br />

suplicando a tal cual señora <strong>de</strong> su conocimiento que diera una mamada al muchacho<br />

cuando le faltaba el pecho mercenario, era un infeliz esclavo <strong>de</strong> los <strong>de</strong>beres paternales y<br />

perdía el seso, el humor, la [7] salud, el sueño, si bien jamás perdía la paciencia.<br />

En las frías y largas noches ¿quién sino él habría podido echarse en brazos la infantil<br />

carga y acallar los berridos con paseos, arrullos, halagos y cantorrios? ¿Quién sino él<br />

habría soportado las largas vigilias y el cuneo incesante y otros muchos menesteres que<br />

no son para contados? Pero D. Benigno tenía un axioma que en todas estas ocasiones<br />

penosas le servía (1) <strong>de</strong> grandísimo consuelo, y recordándolo en los momentos <strong>de</strong> mayor<br />

sofoco, <strong>de</strong>cía:<br />

-El cumplimiento estricto <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ber en las diferentes circunstancias <strong>de</strong> la existencia<br />

es lo que hace al hombre buen cristiano, buen ciudadano, buen padre <strong>de</strong> familia. El<br />

rodar <strong>de</strong> la vida nos pone en situaciones muy diversas exigiéndonos ahora esta virtud,<br />

más tar<strong>de</strong> aquella. Es preciso que nos adaptemos hasta don<strong>de</strong> sea posible a esas<br />

situaciones y casos distintos, respondiendo según podamos a lo que la Sociedad y el<br />

Autor <strong>de</strong> todas las cosas exigen <strong>de</strong> nosotros. A veces nos pi<strong>de</strong>n heroísmo que es la<br />

virtud reconcentrada en un punto y momento; a veces paciencia que es el heroísmo<br />

diluido en larga serie <strong>de</strong> instantes.<br />

Después solía recordar que Catón el Censor abandonaba los negocios más arduos <strong>de</strong>l<br />

gobierno [8] <strong>de</strong> Roma para presenciar y dirigir la lactancia, el lavatorio y los cambios <strong>de</strong><br />

vestido <strong>de</strong> su hijo, y que el mismo Augusto, señor y amo <strong>de</strong>l mundo, hacía otro tanto<br />

con sus nietecillos. Con esto recibía D. Benigno gran alivio, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> leer <strong>de</strong> cabo a<br />

rabo el libro <strong>de</strong>l Emilio que trata <strong>de</strong> las nodrizas, <strong>de</strong> la buena leche, <strong>de</strong> los gorritos y <strong>de</strong><br />

todo lo concerniente a la primera crianza, contemplaba lleno <strong>de</strong> orgullo a su querido<br />

retoño, repitiendo las palabras <strong>de</strong>l gran ginebrino: «así como hay hombres que no salen<br />

jamás <strong>de</strong> la infancia, hay otros <strong>de</strong> quienes se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que nunca han entrado en ella<br />

y son hombres <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que nacen».<br />

Con estos trabajos, que hacía más lleva<strong>de</strong>ros la satisfacción <strong>de</strong> un noble <strong>de</strong>ber<br />

cumplido, iba pasando el tiempo. El primer aniversario <strong>de</strong>l fallecimiento <strong>de</strong> su mujer<br />

renovó en Cor<strong>de</strong>ro todas las hondas tristezas <strong>de</strong> aquel luctuoso día, y negándose al<br />

trivial consuelo <strong>de</strong> la tertulia <strong>de</strong> amigos y parroquianos, cerró la tienda y se retiró a su<br />

alcoba, don<strong>de</strong> las memorias <strong>de</strong> la difunta parecían tomar realidad y figura sensible para


acompañarle. El segundo aniversario halló bastante cambiadas personas y cosas: la<br />

tienda había crecido, los niños también. Juanito Jacobo, ni un ápice mermado en su<br />

constitución becerril, atronaba [9] la casa con sus gritos y daba buena cuenta <strong>de</strong> todo<br />

objeto frágil que en su mano caía. En el alma <strong>de</strong> D. Benigno iba <strong>de</strong>clinando<br />

mansamente el dolor cual noche que se recoge expulsada poco a poco por la claridad <strong>de</strong>l<br />

nuevo día.<br />

En el tercer aniversario (11 <strong>de</strong> Diciembre <strong>de</strong> 1829) el cambio era mucho mayor y D.<br />

Benigno, restablecido en la majestad <strong>de</strong> su carácter ameno, sencillo, bondadoso y lleno<br />

<strong>de</strong> discreción y pru<strong>de</strong>ncia, parecía un soberano que torna al solio heredado <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

lastimosos <strong>de</strong>stierros y trapisondas. No <strong>de</strong>jaron, sin embargo, <strong>de</strong> asaltarle en la mañanita<br />

<strong>de</strong> aquel día pensamientos tristes; pero al volver <strong>de</strong> la misa conmemorativa que había<br />

encargado, según costumbre <strong>de</strong> todo aniversario, y oído <strong>de</strong>votamente en Santa Cruz,<br />

viósele en su natural humor cotidiano, llenando la tienda con su activa mirada y su<br />

atención diligente. Después <strong>de</strong> cerrar la vidriera para que no se enfriara el local, palpó<br />

con cierta suavidad cariñosa las cajas que contenían el género; hojeó el libro <strong>de</strong> cuentas,<br />

pasó la vista por el Diario que acababan <strong>de</strong> traer; dio ór<strong>de</strong>nes al mancebo para llevar a<br />

dos o tres casas algunas compras hechas la noche anterior; cortó un par <strong>de</strong> plumas con<br />

el minucioso esmero que la gente <strong>de</strong> los buenos tiempos ponía en operación tan<br />

<strong>de</strong>licada, y habría puesto [10] sobre el papel algunos renglones <strong>de</strong> aquella hermosa letra<br />

redonda que ya sólo se ve en los archivos, si no le sorprendieran <strong>de</strong> súbito sus niños,<br />

que salieron <strong>de</strong> la trastienda cartera en cinto, los libros en correa, la pizarra a la espalda<br />

y el gorrete en la mano para pedir a Padre la bendición.<br />

-¡Cómo! -exclamó D. Benigno, entregando su mano a los labios y a los húmedos<br />

hociquillos <strong>de</strong> los Cor<strong>de</strong>ros-. ¿No os he dicho que hoy no hay escuela?... Es verdad que<br />

no me había acordado <strong>de</strong> <strong>de</strong>círoslo; pues ya había pensado que en este día, que para<br />

nosotros no es alegre y para toda España será, según dicen, un día felicísimo, todos los<br />

buenos madrileños <strong>de</strong>ben ir a batir palmas <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ese astro que nos traen <strong>de</strong><br />

Nápoles, <strong>de</strong> esa reina tan pon<strong>de</strong>rada, tan trompeteada y puesta en los mismos cuernos <strong>de</strong><br />

la luna, como si con ella nos vinieran acá mil dichas y tesoros... hablo también con<br />

usted, apreciable Hormiga, pase usted... no me molesta ahora ni en ningún momento.<br />

Dirigíase Don Benigno a una mujer que se había presentado en la puerta <strong>de</strong> la<br />

trastienda, <strong>de</strong>teniéndose en ella con timi<strong>de</strong>z. Los chicos, luego que oyeron el anuncio<br />

feliz <strong>de</strong> que no había escuela, no quisieron esperar a conocer las razones <strong>de</strong> aquel<br />

sapientísimo acuerdo, y [11] <strong>de</strong>spojándose velozmente <strong>de</strong> los arreos estudiantiles, se<br />

lanzaron a la calle en busca <strong>de</strong> otros caballeritos <strong>de</strong> la vecindad.<br />

-Tome usted asiento -añadió Cor<strong>de</strong>ro, <strong>de</strong>jando su silla, que era la más cómoda <strong>de</strong> la<br />

tienda, para ofrecérsela a la joven-. Ayu<strong>de</strong> usted mi flaca memoria. ¿Qué nombre tiene<br />

nuestra nueva reina?<br />

-María Cristina.<br />

-Eso es... María Cristina... ¡Cómo se me olvidan los nombres!... Dícese que este<br />

casamiento nos va a traer gran<strong>de</strong>s felicida<strong>de</strong>s, porque la napolitana... pásmese usted...<br />

El héroe, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mirar a la puerta para estar seguro <strong>de</strong> que nadie le oía, añadió en<br />

voz baja:


-Pásmese usted... es una francmasona, una insurgente, mejor dicho, una real dama en<br />

quien los principios liberales y filosóficos se unen a los sentimientos más humanitarios.<br />

Es <strong>de</strong>cir, que tendremos una Reina domesticadora <strong>de</strong> las fierezas que se usan por acá.<br />

-A mí me han dicho, que ha puesto por condición para casarse que el rey levante el<br />

<strong>de</strong>stierro a todos los emigrados.<br />

-A mí me han dicho algo más -añadió Cor<strong>de</strong>ro, dando una importancia extraordinaria<br />

a su revelación-, a mí me han dicho que en Nápoles bordó secretamente una ban<strong>de</strong>ra<br />

[12] para los insurrectos <strong>de</strong>... <strong>de</strong> no sé qué insurrección. ¿Qué cree usted? La mandan<br />

aquí porque si se queda en Italia da la niña al traste con todas las tiranías... Que ella es<br />

<strong>de</strong> lo fino en materia <strong>de</strong> liberalismo ilustrado y filosófico, me lo prueba más que el<br />

bordar pendones el odio que le tiene toda la turbamulta inquisidora y apostólica <strong>de</strong><br />

España y Europa y <strong>de</strong> las cinco partes <strong>de</strong>l globo terráqueo. ¿Estaba usted anoche aquí<br />

cuando el Sr. <strong>de</strong> Pipaón leyó un papel francés que llaman la Quotidienne? ¡Barástolis!<br />

¡Y qué herejías le dicen! Ya se sabe que esa gente cuando no pue<strong>de</strong> atacar nuestro<br />

sistema gloriosísimo a tiros y puñaladas lo ataca con embustes y calumnias. Bendita sea<br />

la princesa ilustre que ya trae el diploma <strong>de</strong> su liberalismo en las injurias <strong>de</strong> los<br />

realistas. Nada le falta, ni aun la hermosura, y para juzgar si es tan acabada como dicen<br />

los papeles extranjeros, vamos usted y yo a darnos el gustazo <strong>de</strong> verla entrar.<br />

La persona a quien <strong>de</strong> este modo hablaba el ten<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> encajes no tenía un interés<br />

muy vivo en aquellas graves cosas <strong>de</strong> que pendía quizás el porvenir <strong>de</strong> la patria; pero<br />

llevada <strong>de</strong> su respeto a D. Benigno, le miraba mucho y pronunciaba un sí al fin <strong>de</strong> cada<br />

parrafillo. Conocida <strong>de</strong> nuestros lectores <strong>de</strong>s<strong>de</strong> 1821 (2) , [13] esta discreta joven había<br />

pasado por no pocas vicisitu<strong>de</strong>s y conflictos durante los ocho años transcurridos <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

aquella fecha liberalesca hasta el año quinto <strong>de</strong> Calomar<strong>de</strong> en que la volvemos a<br />

encontrar. Su carácter, altamente dotado <strong>de</strong> cualida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> resistencia y energía que son<br />

como el antemural que <strong>de</strong>fien<strong>de</strong> al alma <strong>de</strong> los embates <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sesperación, era la causa<br />

principal <strong>de</strong> que las <strong>de</strong>sgracias frecuentes no <strong>de</strong>smejorasen su persona. Por el contrario,<br />

la vida activa <strong>de</strong>l corazón, <strong>de</strong>terminando activida<strong>de</strong>s no menos gran<strong>de</strong>s en el or<strong>de</strong>n<br />

físico, le había traído un <strong>de</strong>sarrollo felicísimo, no sólo por lo que con él ganaba su salud<br />

sino por el provecho que <strong>de</strong> él sacaba su belleza. Esta no era brillante ni mucho menos,<br />

como ya se sabe, y más que belleza en el concepto plástico era un conjunto <strong>de</strong> gracias<br />

accesorias realzando y como adornando el principal encanto <strong>de</strong> su fisonomía que era la<br />

expresión <strong>de</strong> una bondad superior.<br />

La madurez <strong>de</strong> juicio y la rectitud en el pensar; el don singularísimo <strong>de</strong> convertir en<br />

fáciles los quehaceres más enojosos, la disposición para el gobierno doméstico, la<br />

fuerza moral que tenía <strong>de</strong> sobra para po<strong>de</strong>r darla a los <strong>de</strong>más en días <strong>de</strong> infortunio, la<br />

perfecta igualdad <strong>de</strong>l ánimo en todas las ocasiones, y finalmente aquella manera <strong>de</strong><br />

hacer frente a [14] todas las cosas <strong>de</strong> la vida con serenidad digna, cristiana y sin afán,<br />

como quien la mira más bien por el lado <strong>de</strong> los <strong>de</strong>beres que por el <strong>de</strong> los <strong>de</strong>rechos,<br />

hacían <strong>de</strong> ella la más hermosa figura <strong>de</strong> un tipo social que no escasea ciertamente en<br />

España, para gloria <strong>de</strong> nuestra cultura.<br />

-Los que no la ven a usted <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el año 24 -le dijo aquel mismo día D. Benigno<br />

observándola con tanta atención como complacencia-, no la conocerán ahora. Me tengo<br />

por muy feliz al consi<strong>de</strong>rar que en mi casa ha sido don<strong>de</strong> ha ganado usted esos frescos<br />

colores <strong>de</strong> su cara, y que bajo este techo humil<strong>de</strong> ha engrosado usted


consi<strong>de</strong>rablemente... digo mal, porque no está usted como mi pobre Robustiana ni<br />

mucho menos... quiero <strong>de</strong>cir, proporcionadamente, <strong>de</strong> un modo a<strong>de</strong>cuado a su estatura<br />

mediana, a su talle gracioso, a su cuerpo esbelto. Beneficios <strong>de</strong> la vida tranquila, <strong>de</strong> la<br />

virtud, <strong>de</strong>l trabajo, ¿no es verdad?... Todos los que la vieron a usted en aquellos tristes<br />

días, cuando a entrambos nos pusieron a la sombra y colgaron al pobre Sarmiento...<br />

Este recuerdo entristeció mucho a la joven, impidiendo que su amor propio se<br />

vanagloriase con los elogios galantes que acababa <strong>de</strong> oír. Eran ya las once <strong>de</strong> la mañana,<br />

y vestida [15] como en día <strong>de</strong> fiesta para acompañar a D. Benigno, esperaba en la tienda<br />

la señal <strong>de</strong> partida.<br />

-Aguar<strong>de</strong> usted: voy a hacer un par <strong>de</strong> asientos en el libro -dijo este sentándose en su<br />

escritorio-. Todavía tenemos tiempo <strong>de</strong> sobra. Iremos a la casa <strong>de</strong> D. Francisco Bringas,<br />

<strong>de</strong> cuyos balcones se ha <strong>de</strong> ver muy requetebién toda la comitiva. Los pequeños se<br />

quedarán con mi hermana y llevaremos a Primitivo y a Segundo. ¿Están vestidos?<br />

Los dos muchachos, <strong>de</strong> doce y diez años respectivamente, no tenían la soltura que a<br />

tal edad es común en los polluelos <strong>de</strong> nuestros días; antes bien encogidos y temerosos,<br />

vestidos poco menos que a mujeriegas, representaban aquella <strong>de</strong>liciosa perpetuidad <strong>de</strong><br />

la niñez que era el encanto <strong>de</strong> la generación pasada. Despabilados y libertinos en las<br />

travesuras <strong>de</strong> la calle, eran <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> casa humil<strong>de</strong>s, taciturnos y frecuentemente<br />

hipócritas.<br />

Gozosos <strong>de</strong> salir con su padre a ver la entrada <strong>de</strong> la cuarta reina, esperaban<br />

impacientes la hora y formando alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la joven grupo semejante al que emplean<br />

los artistas para representar a la Caridad, la manoseaban so pretexto <strong>de</strong> acariciarla, le<br />

estrujaban la mantilla, arrugándole las mangas y curioseando <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l ridículo. La<br />

joven tenía [<strong>16</strong>] que acudir a cada instante a remediar los <strong>de</strong>sperfectos que los dos<br />

inquietos y pegajosos muchachos se hacían en su propio vestido, y ya atando al uno la<br />

cinta <strong>de</strong> la gorra o cachucha, o abotonándole el casaquín, ya asegurando al otro con<br />

alfileres la corbata, no daba reposo a sus manos ni tenía ocasión para quitárseles <strong>de</strong><br />

encima.<br />

-No seáis pesados -les dijo con enfado su padre-, y no sobéis tanto a nuestra querida<br />

Hormiguita. Para verla, para darle a enten<strong>de</strong>r que la queréis mucho, no es preciso que le<br />

pongáis encima esas manazas... que sabe Dios cómo estarán <strong>de</strong> limpias: ni hace falta<br />

que la llenéis <strong>de</strong> saliva besuqueándola...<br />

Esta reprimenda les alejó un poco <strong>de</strong>l objeto <strong>de</strong> su adoración; pero siguieron<br />

contemplándola como bobos, cortados y ruborosos, mientras ella, con la sonrisa en los<br />

labios, reparaba tranquilamente las chafaduras <strong>de</strong> su vestido y las arrugas <strong>de</strong>l encaje,<br />

para abrir luego su abanico y darse aire con aquel a<strong>de</strong>mán ceremonioso y acompasado,<br />

propio <strong>de</strong> la mujer española.<br />

Entretanto, allá arriba, en el piso don<strong>de</strong> vivía la familia oíanse batahola y patadillas<br />

con llanto y becerreo, señal <strong>de</strong>l pronunciamiento <strong>de</strong> los dos Cor<strong>de</strong>ros menores,<br />

Rafaelito y Juan Jacobo, rebelándose contra la tiranía [17] que les <strong>de</strong>jaba encerrados en<br />

casa en la fastidiosa compañía <strong>de</strong> la tía Crucita.


-Ya escampa -dijo Cor<strong>de</strong>ro señalando al techo con el rabo <strong>de</strong> la pluma-, oiga usted al<br />

pueblo soberano que aborrece las ca<strong>de</strong>nas... Verdad que mi hermana no es <strong>de</strong> aquellas<br />

personas organizadas por la Naturaleza para hacer lleva<strong>de</strong>ro y hasta simpático el<br />

<strong>de</strong>spotismo.<br />

Y <strong>de</strong>jando por un momento la escritura entró en la trastienda dirigiendo hacia arriba<br />

por el hueco <strong>de</strong> la tortuosa escalerilla estas palabras:<br />

-Cruz y Calvario, no les pegues, que harta <strong>de</strong>sazón tienen con quedarse en casa en<br />

día <strong>de</strong> tanto festejo.<br />

-Idos <strong>de</strong> una vez a la calle y <strong>de</strong>jadme en paz -contestó <strong>de</strong> arriba una voz nada<br />

armoniosa ni afable-, que yo me enten<strong>de</strong>ré con los enemigos. Ya sé cómo les he <strong>de</strong><br />

tratar... Eso es, marchaos vosotros, marchaos al paseíto tú y la linda Marizápalos, que<br />

aquí se queda esta pobre mártir para cuidar serpentones y aguantar porrazos, siempre<br />

sacrificada entre estos dos cachidiablos... Idos enhorabuena... a bien que en la otra vida<br />

le darán a cada cual su merecido.<br />

Violento golpe <strong>de</strong> una puerta fue punto final <strong>de</strong> este agrio discurso, y en seguida se<br />

[18] oyeron más fuertes las patadillas infantiles <strong>de</strong> los cor<strong>de</strong>ros y el sermoneo <strong>de</strong> la<br />

pastora.<br />

-Siempre regañando -dijo D. Benigno con jovialidad-, y arrojando venablos por esa<br />

bendita boca, que con ser casi tan atronadora como la <strong>de</strong> un cañón <strong>de</strong> a ocho, no trae su<br />

charla insufrible <strong>de</strong> malas entrañas ni <strong>de</strong> un corazón perverso. Mil veces lo he dicho <strong>de</strong><br />

mi inaguantable hermana y ahora lo repito: «es la paloma que ladra».<br />

Esto lo dijo Cor<strong>de</strong>ro guardando en su lugar las plumas con el libro <strong>de</strong> cuentas y todos<br />

los trebejos <strong>de</strong> escribir, y tomó <strong>de</strong>spués con una mano el sombrero para llevarlo a la<br />

cabeza, mientras la otra mano trasportaba el gorro carmesí <strong>de</strong> la cabeza a la espetera en<br />

que el sombrero estuvo.<br />

-Vámonos ya, que si no llegamos pronto encontraremos ocupados los balcones <strong>de</strong><br />

Bringas.<br />

La joven alzaba la tabla <strong>de</strong>l mostrador para salir con los chicos, cuando la tienda se<br />

oscureció por la aparición <strong>de</strong> un rechoncho pedazo <strong>de</strong> humanidad que casi llenaba el<br />

marco <strong>de</strong> la puerta con su bordada casaca, sus tiesos encajes, su espadín, su sombrero,<br />

sus brazos que no sabían cómo ponerse para dar a la persona un aspecto pomposo en<br />

que la rotundidad se uniera con la soltura. [19]<br />

-Felices, Sr. D. Juan <strong>de</strong> Pipaón -dijo don Benigno observando <strong>de</strong> pies a cabeza al<br />

personaje-. Pues no viene usted poco majo... Así me gusta a mí la gente <strong>de</strong> corte... Eso<br />

es vestirse con gana y paramentarse <strong>de</strong> veras. A ver, vuélvase usted <strong>de</strong> espaldas...<br />

¡Magnífico! ¡qué faldones!... A ver <strong>de</strong> frente... ¡qué pechera! Alce usted el brazo: muy<br />

bien. ¡Cómo se conoce la tijera <strong>de</strong> Rouget! De mis encajes nada tengo que <strong>de</strong>cir... ¡qué<br />

saldrá <strong>de</strong> esta casa que no sea la bondad misma! Póngase usted el sombrero a ver qué tal<br />

cae... Superlative... ¡Con qué gracia está puesta la llave dorada sobre la ca<strong>de</strong>ra!... ¿Estas<br />

medias son <strong>de</strong> casa <strong>de</strong> Bárcenas?... ¡Qué bien hacen las cruces sobre el paño oscuro!...<br />

una, dos, tres, cuatro veneras... Bien ganaditas todas, ¿no es verdad, ilustrísimo señor D.


Juan?... ¡Barástolis! parece usted un patriarca griego, un sultán, un califa, el Rey que<br />

rabió o el mismísimo mágico <strong>de</strong> Astracán (3) .<br />

Conforme lo <strong>de</strong>cía iba examinando pieza por pieza, haciendo dar vueltas al personaje<br />

como si este fuera un maniquí giratorio. Don Benigno y la joven, no menos admirada<br />

que él, pon<strong>de</strong>raban con gran<strong>de</strong>s exclamaciones la belleza y lujo <strong>de</strong> todas las partes <strong>de</strong>l<br />

vestido, mientras el cortesano se <strong>de</strong>jaba mirar y asentía en silencio, con un palmo <strong>de</strong><br />

boca abierta, [<strong>20</strong>] todo satisfecho y embobado <strong>de</strong> gozo, a los encarecimientos que <strong>de</strong> su<br />

persona se hacían.<br />

-Todo es nuevo -dijo la dama.<br />

-Todo -repitió Pipaón mirándose a sí mismo en redondo como un pavo real-. Mi<br />

<strong>de</strong>stino <strong>de</strong> la secretaría <strong>de</strong> S. M. ha exigido estos dispendios.<br />

En seguida fue enumerando lo que le había costado cada pieza <strong>de</strong> aquel torreón <strong>de</strong><br />

seda, galones, plumas, plata, encajes, piedras y ballenas, rematado en su cúspi<strong>de</strong> por la<br />

carátula más redonda, más alborozada, más contenta <strong>de</strong> sí misma que se ha visto jamás<br />

sobre un montón <strong>de</strong> carne humana.<br />

-Pero no nos <strong>de</strong>tengamos -dijo al fin-, uste<strong>de</strong>s salían...<br />

-Vamos a casa <strong>de</strong> Bringas. ¿Va usted también allá?<br />

-¿Yo?, no, hombre <strong>de</strong> Dios. Mi cargo me obliga a estar en palacio con los señores<br />

ministros y los señores <strong>de</strong>l Consejo para recibir allí a...<br />

Acercó su boca al oído <strong>de</strong> D. Benigno y protegiéndola con la palma <strong>de</strong> la mano, dijo<br />

en voz baja:<br />

-A la francmasona...<br />

Ambos se echaron a reír y D. Benigno se envolvió en su capa diciendo:<br />

-¡Pues viva la reina francmasona! El <strong>de</strong>sfrancmasonizador [21] que la<br />

<strong>de</strong>sfrancmasonice (4) buen <strong>de</strong>sfrancmasonizador será.<br />

-Eso no lo dice Rousseau.<br />

-Pero lo digo yo... Y andando que es tar<strong>de</strong>.<br />

-Andandito... -murmuró Pipaón incrustando su persona toda en el hueco <strong>de</strong> la puerta<br />

para ofrecerla a la admiración <strong>de</strong> los transeúntes-. Pero se me olvidaba el objeto <strong>de</strong> mi<br />

visita.<br />

-¿Pues no ha venido usted a que le viéramos?<br />

-Sí, y también a otra cosa. Tengo que dar una noticia a la señora doña Sola.


La joven se puso pálida primero, <strong>de</strong>spués como la grana, siguiendo con los ojos el<br />

movimiento <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong> Pipaón que sacaba unos papeles <strong>de</strong>l bolsillo <strong>de</strong>l pecho.<br />

-¿Noticias? Siempre que sean buenas -dijo Cor<strong>de</strong>ro cerrando y asegurando una <strong>de</strong> las<br />

hojas <strong>de</strong> la puerta.<br />

-Buenas son... Al fin nuestro hombre da señales <strong>de</strong> vida. Me ha escrito y en la mía<br />

incluye esta carta para usted.<br />

Soledad tomó la carta, y en su turbación la <strong>de</strong>jó caer, y la recogió y quiso leerla y<br />

tras un rato <strong>de</strong> vacilación y aturdimiento, guardola para leerla <strong>de</strong>spués.<br />

-Y no me <strong>de</strong>tengo más -dijo Pipaón-, que voy a llegar tar<strong>de</strong> a palacio. Hablaremos<br />

[22] esta noche, Sr. D. Benigno, señora doña Hormiga. Abur.<br />

Se eclipsó aquel astro. Por la calle abajo iba como si rodara, semejante a un globo <strong>de</strong><br />

luz, <strong>de</strong>slumbrando los ojos <strong>de</strong> los transeúntes con los mil reflejos <strong>de</strong> sus entorchados y<br />

cruces, y siendo pasmo <strong>de</strong> los chicos, admiración <strong>de</strong> las mujeres, envidia <strong>de</strong> los<br />

ambiciosos, y orgullo <strong>de</strong> sí mismo.<br />

Cuando el héroe <strong>de</strong> Boteros, dada la última vuelta a la llave <strong>de</strong> la puerta y embozado<br />

en su pañosa, se puso en marcha, habló <strong>de</strong> este modo a su compañera:<br />

-¿Noticias <strong>de</strong> aquel hombre?... Bien. ¿Cartas venidas por conducto <strong>de</strong> Pipaón?...<br />

malum signum. No tenemos propiamente correo... Querida Hormiga, es preciso<br />

<strong>de</strong>sconfiar en todo y por todo <strong>de</strong> este tunante <strong>de</strong> Bragas y <strong>de</strong> sus melosas afabilida<strong>de</strong>s y<br />

cortesanías. Mil veces le he <strong>de</strong>finido y ahora le vuelvo a <strong>de</strong>finir: «es el cocodrilo que<br />

besa».<br />

- II -<br />

¿Por qué vivía en casa <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro la hija <strong>de</strong> Gil <strong>de</strong> la Cuadra? ¿Des<strong>de</strong> cuándo estaba<br />

allí? Es urgente aclarar esto. [23]<br />

Cuando pasó a mejor vida <strong>de</strong>l modo lamentable e inicuo que todos sabemos D.<br />

Patricio Sarmiento, Soledad siguió viviendo sola en la casa <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Coloreros. D.<br />

Benigno y su familia continuaron también en el piso principal <strong>de</strong> la misma casa. La<br />

vecindad continuada y más aún la comunidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracias y <strong>de</strong> peligros en que se<br />

habían visto, aumentaron la afición <strong>de</strong> Sola a los Cor<strong>de</strong>ros y el cariño <strong>de</strong> los Cor<strong>de</strong>ros a<br />

Sola, hasta el punto <strong>de</strong> que todos se consi<strong>de</strong>raban como <strong>de</strong> una misma familia, y llegó el<br />

caso <strong>de</strong> que en la vecindad llamaran a la huérfana Doña Sola Cor<strong>de</strong>ro.<br />

A poco <strong>de</strong> nacer Rafaelito trasladose don Benigno a la subida <strong>de</strong> Santa Cruz, y al<br />

principal <strong>de</strong> la casa don<strong>de</strong> estaba su tienda, y como allí el local era espacioso, instaron a<br />

su amiga para que viviera con ellos. Después <strong>de</strong> muchos ruegos y excusas quedó<br />

concertado el plan <strong>de</strong> resi<strong>de</strong>ncia. En aquellos días se casó Elena con el jovenzuelo


Angelito Seudoquis, el cual, <strong>de</strong>stinado a Filipinas cuatro meses <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la boda,<br />

emprendió con su muñeca el viaje por el Cabo, y a los catorce meses los señores <strong>de</strong><br />

Cor<strong>de</strong>ro recibieron en una misma carta dos noticias interesantes; que sus hijos habían<br />

llegado a Manila y que antes <strong>de</strong> llegar les habían dado un nietecillo. [24]<br />

Lo mismo D. Benigno que su esposa veían que la amiga huérfana iba llenando poco<br />

a poco el hueco que en la familia y en la casa había <strong>de</strong>jado la hija ausente. Pruebas dio<br />

aquella bien pronto <strong>de</strong> ser merecedora <strong>de</strong>l afecto paternal que marido y mujer le<br />

mostraban. Asistió a doña Robustiana en su larga y penosa enfermedad con tanta<br />

solicitud y abnegación tan gran<strong>de</strong> que no lo haría mejor una santa. Nadie, ni aun ella<br />

misma, hizo la observación <strong>de</strong> que había pasado su juventud toda asistiendo enfermos.<br />

Gil <strong>de</strong> la Cuadra, doña Fermina, Sarmiento, doña Robustiana marcaban las fechas<br />

culminantes y sucesivas <strong>de</strong> una existencia consagrada al alivio <strong>de</strong> los males ajenos,<br />

siempre con absoluto <strong>de</strong>sconocimiento <strong>de</strong>l bien propio.<br />

Doña Robustiana sucumbió. Las buenas costumbres y el respeto a las apariencias<br />

morales, que no sin razón auxilian a la moral verda<strong>de</strong>ra, no permitían que una joven<br />

soltera viviese en compañía <strong>de</strong> un señor viudo. Fue necesario separarse. D. Benigno<br />

tenía una hermana vieja y solterona, avecindada en Madrid, medianamente rica, y <strong>de</strong><br />

cuya suavidad, semejante a la <strong>de</strong> un puerco-espín, tiene el lector noticia. Poseía doña<br />

Cruz Cor<strong>de</strong>ro un carácter espinoso, insufrible, inexpugnable como una ruda fortaleza<br />

natural <strong>de</strong> [25] displicencia, artillada con los cañones <strong>de</strong> las palabras agrias y duras. No<br />

se llegaba al interior <strong>de</strong> tal plaza ni por la violencia ni por el cariño. No se rendía a los<br />

ataques ni se <strong>de</strong>jaba sorpren<strong>de</strong>r por la zapa. El pobre D. Benigno apuró todos los medios<br />

para conseguir que su hermana se fuera a vivir con él, a fin <strong>de</strong> constituir la casa en pie<br />

mujeril y po<strong>de</strong>r retener a su lado a Sola sin miedo a contravenir las prácticas sociales.<br />

Pero Doña Cruz hacía tan poco caso <strong>de</strong> la voz <strong>de</strong> la razón como <strong>de</strong> las voces <strong>de</strong>l cariño<br />

y se fortalecía más cada vez en el baluarte <strong>de</strong> su egoísmo. Todo provenía <strong>de</strong> su odio a<br />

los muchachos, ya fueran <strong>de</strong> pecho, ya pollancones o barbiponientes. En esto no había<br />

diferencias: aborrecía la flor <strong>de</strong> la humanidad cualquiera que fuese su estado, y<br />

seguramente se dudara <strong>de</strong> la aptitud <strong>de</strong> su corazón para toda clase <strong>de</strong> amor si no<br />

existiesen gatos y perros y aun mirlos para probar lo contrario.<br />

Si no pudo conseguir D. Benigno que Doña Cruz fuese a vivir con él, logró que<br />

admitiese en su compañía a Sola, no sin que pusiera mil enojosas condiciones la vieja.<br />

A aquella época pertenecen los apuros <strong>de</strong> D. Benigno, su soledad <strong>de</strong> padre viudo entre<br />

biberones y amas <strong>de</strong> cría y los otros ruines trabajos que hemos <strong>de</strong>scrito al principio <strong>de</strong><br />

esta narración. [26] La <strong>de</strong> Gil <strong>de</strong> la Cuadra ayudábale un poco durante el día, pero no en<br />

las noches, porque doña Cruz había hecho la gracia <strong>de</strong> irse a vivir al extremo <strong>de</strong> la Villa,<br />

lindando con el Seminario <strong>de</strong> Nobles, y rarísima vez visitaba a su hermano en horas<br />

incómodas.<br />

Llegó un día en que la paciencia <strong>de</strong> Don Benigno, como todo aquello que ha tenido<br />

largo y abundante uso, tocó a su límite. Ya no había más paciencia en aquella alma tan<br />

generosamente dotada <strong>de</strong> nobles prendas por Dios. Pero aún había, en dosis no pequeña,<br />

la <strong>de</strong>cisión para acometer gran<strong>de</strong>s cosas, aquella bravura <strong>de</strong> la acción unida a la audacia<br />

<strong>de</strong>l pensamiento que en una fecha memorable le pusieron al nivel <strong>de</strong> los más gran<strong>de</strong>s<br />

héroes.


So pretexto <strong>de</strong> una enfermedad grave, Cor<strong>de</strong>ro hizo venir a Doña Crucita a su casa, y<br />

luego que la tuvo allí, le endilgó este discurso, amenazándola con una gruesa llave que<br />

en la mano tenía:<br />

-Sepa usted, señora Doña Basilisco, que <strong>de</strong> aquí no saldrá si no es para el<br />

cementerio, siempre que no se conforme a vivir en compañía <strong>de</strong> su hermano. Solo estoy<br />

y viudo, con hijos pequeños y uno todavía mamón. Dígame si es propio que yo<br />

abandone los quehaceres <strong>de</strong> mi comercio para arrullar muchachos, [27] teniendo, como<br />

tengo, dos mujeres en mi familia que lo harán mejor que yo... ¡Silencio, porque pego!...<br />

De aquí no se sale.<br />

Doña Crucita alborotó la casa, y aun quiso llamar a la justicia; pero D. Benigno, Sola<br />

y el padre Alelí que era muy amigo <strong>de</strong> ambos hermanos lograron calmarla, para lo cual<br />

fue preciso anteponer a todas las razones la traslación <strong>de</strong> todos los bichos que en su<br />

morada tenía la señora, añadiendo a la colección nuevos ejemplares que Cor<strong>de</strong>ro<br />

compró para acabar <strong>de</strong> conquistar la voluntad <strong>de</strong> la paloma ladrante. Al digno señor no<br />

le importaba ver su casa convertida en un arca <strong>de</strong> Noé, con tal <strong>de</strong> tener en ella la<br />

compañía que <strong>de</strong>seaba.<br />

Des<strong>de</strong> entonces varió la existencia <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro, así como la <strong>de</strong> Sola. Aquel volvió a<br />

sus quehaceres naturales. Los chicos tuvieron quien les cuidara bien y todo marchó a<br />

pedir <strong>de</strong> boca. Crucita, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> renegar <strong>de</strong> su hermano, <strong>de</strong> los endiablados borregos<br />

y <strong>de</strong>l insoportable ruido <strong>de</strong> la calle, se fue conformando poco a poco.<br />

Pronto se conoció que el gobierno <strong>de</strong> la casa estaba en buenas manos. Sola la<br />

encontró como una leonera y la puso en un pie <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n, limpieza y arreglo que<br />

inundaba <strong>de</strong> gozo el corazón <strong>de</strong> D. Benigno. Ni aun en [28] tiempo <strong>de</strong> su Robustiana<br />

había él visto cosa semejante. Ya no se volvió a ver ninguna pieza <strong>de</strong>scosida sobre el<br />

cuerpo <strong>de</strong> los cor<strong>de</strong>rillos, ni se echó <strong>de</strong> menos botón, faja ni cinta. Ninguna prenda ni<br />

objeto se vio fuera <strong>de</strong> su sitio, ni rodaba la loza por el suelo, ni subía el polvo a los<br />

vasares, ni estaban las sillas patas arriba y las lámparas boca abajo. Todo mueble ocupó<br />

su lugar conveniente, y toda ocupación tuvo su hora fija e inalterable. No se buscaba<br />

cosa alguna que al punto no se encontrara, ni se hacía esperar la comida ni la cena. Los<br />

objetos preciosos no podían confundirse con los últimos cachivaches, porque había sido<br />

inaugurado el reinado <strong>de</strong> las distancias. El latón brillaba como la plata y el cerezo tenía<br />

el lustre <strong>de</strong> la caoba. D. Benigno estaba embelesado, y repetía aquel pasaje <strong>de</strong> su autor<br />

favorito: «Sofía conoce maravillosamente todos los <strong>de</strong>talles <strong>de</strong>l gobierno <strong>de</strong> la casa,<br />

entien<strong>de</strong> <strong>de</strong> cocina, sabe el precio <strong>de</strong> los comestibles y lleva muy bien las cuentas. Tiene<br />

un talento agradable sin ser brillante, y sólido sin ser profundo... La felicidad <strong>de</strong> una<br />

joven <strong>de</strong> esta clase consiste en labrar la <strong>de</strong> un hombre honrado».<br />

La casa era gran<strong>de</strong>, tortuosa y oscura como un laberinto. Había que conocerla bien<br />

para andar sin tropiezo por sus negros [29] pasillos y aposentos, construidos a estilo <strong>de</strong><br />

rompe-cabezas. Sólo dos piezas tenían ambiente y luz, y en una <strong>de</strong> ellas, la mejor <strong>de</strong> la<br />

casa, fue preciso instalar a Crucita con las doce jaulas <strong>de</strong> pájaros que eran su <strong>de</strong>licia. No<br />

faltaba en el estrado ningún objeto <strong>de</strong> los que entonces constituían el lujo, pues a D.<br />

Benigno se le había <strong>de</strong>spertado el amor <strong>de</strong> las cosas elegantes, cómodas y <strong>de</strong>centes, y<br />

como no carecía <strong>de</strong> dinero, cada día daba permiso a su diligente Hormiga para<br />

introducir alguna novedad. Con las onzas <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro y el buen gusto <strong>de</strong> Sola viose<br />

pronto la casa en un pie <strong>de</strong> elegancia que era el asombro <strong>de</strong> la vecindad. Fue vestida la


sala <strong>de</strong> hermoso papel imitando mármol, y una batería <strong>de</strong> sillas <strong>de</strong> caoba sustituyó a las<br />

antiguas <strong>de</strong> nogal y cerezo. El brasero era como un gran artesón <strong>de</strong> cobre, sustentado<br />

sobre cuatro garras leoninas, y con la badila y reja no pesaba menos <strong>de</strong> medio quintal.<br />

El sofá y los dos sillones, que hoy nos parecerían potros <strong>de</strong> suplicio, eran <strong>de</strong> lo más<br />

selecto. Las cortinas <strong>de</strong> percal blanco con franjas <strong>de</strong> tafetán encarnado, tenían aspecto<br />

risueño y se conceptuaban entonces como cosa <strong>de</strong> gran lujo y elegancia. No faltaban las<br />

mesillas <strong>de</strong> juego con sus indispensables can<strong>de</strong>leros <strong>de</strong> plata, ni las célebres y ya<br />

olvidadas rinconeras llenas <strong>de</strong> [30] baratijas y objetos <strong>de</strong> arte y ciencia, tales como<br />

cajas, caracoles, figurillas <strong>de</strong> yeso, algún jarro, libros y un par <strong>de</strong> pajaritos disecados. En<br />

el marco <strong>de</strong>l espejo apaisado veíanse algunas plumas <strong>de</strong> pavo real puestas con arte y<br />

simetría, como las pintan en las cabezas <strong>de</strong> los salvajes. En cuestión <strong>de</strong> láminas,<br />

habíanse conservado las antiguas que eran el León <strong>de</strong> Florencia <strong>de</strong>vorando a un niño,<br />

la Desgraciada muerte <strong>de</strong> Luis XVI y la Caída <strong>de</strong> Ícaro.<br />

Vistos <strong>de</strong> la calle los balcones presentaban el aspecto más alegre que pue<strong>de</strong><br />

imaginarse. Los tiestos, con ser tantos, no eran bastantes para quitar sitio a las jaulas<br />

colgadas unas sobre otras. Interiormente no cesaba la algarabía formada por el piar <strong>de</strong><br />

algunos pájaros, el canto <strong>de</strong> otros, el ladrido <strong>de</strong> los fal<strong>de</strong>rillos, el mayido <strong>de</strong> los gatos y<br />

los roncos discursos <strong>de</strong> la cotorra. El esmero con que Crucita atendía al cuidado y a las<br />

necesida<strong>de</strong>s todas <strong>de</strong> su riqueza zoológica hacía que la existencia <strong>de</strong> tanto y tanto bicho<br />

no fuera incompatible con el perfecto aseo <strong>de</strong> la casa.<br />

D. Benigno estaba contentísimo <strong>de</strong>l buen arreglo que Sola había puesto en el<br />

gabinete don<strong>de</strong> él vivía. Sus ropas abundantes y tan bien dispuestas que jamás notó en<br />

ellas rotura [31] <strong>de</strong> más ni botón <strong>de</strong> menos, le recreaban la vista, así como la limpieza<br />

<strong>de</strong> su variada colección <strong>de</strong> sombreros. No le cautivaba menos el ver libres siempre <strong>de</strong><br />

polvo sus adminículos <strong>de</strong> caza (diversión a que era muy aficionado), ni la buena<br />

colocación que se había dado a las estampas <strong>de</strong> Santa Leocadia y la Virgen <strong>de</strong>l Sagrario<br />

(ambas proclamando el abolengo toledano <strong>de</strong>l propietario), ni lo bien puestos que<br />

estaban los libros. Estos no eran muchos, pero sí escogidos, y sólo formaban dos obras:<br />

las <strong>de</strong> Rousseau, edición <strong>de</strong> 1827, en veinticinco tomitos, y el Año Cristiano en doce.<br />

Aunque alineados en dos grupos distintos, no por eso <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong> andar a cabezadas,<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un mismo estante, el Vicario Saboyano y San Agustín.<br />

Con el or<strong>de</strong>n perfecto en la disposición <strong>de</strong> todo lo <strong>de</strong> la casa corría parejas la buena<br />

concordia entre sus habitantes, si se exceptúan las genialida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Crucita, que fueron<br />

menos molestas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que Sola adoptó el sistema <strong>de</strong> hacerle poco caso sin aparentar<br />

contrariarla.<br />

Desapacible y brusca con los chicos, no consentía que se le acercaran a dos varas a la<br />

redonda. No obstante, el frecuente trato con ellos y la dulzura <strong>de</strong> su hermano y <strong>de</strong> la<br />

Hormiga fueron poco a poco arrancando las espinas [32] <strong>de</strong> aquel carácter endiablado, y<br />

al fin sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> hablarles en el lenguaje más duro y <strong>de</strong>sabrido que se pue<strong>de</strong> imaginar,<br />

manifestaba algún interés por los cuatro enemigos, ayudaba a cuidarles, y aun se<br />

permitía contarles algún trasnochado y soso cuento.<br />

Los muchachos, a excepción <strong>de</strong>l más pequeño, eran pacíficos. Primitivo y Segundo<br />

a<strong>de</strong>lantaban regularmente en sus estudios, y en cuanto a vocaciones, el tono especial <strong>de</strong><br />

la época y los personajes <strong>de</strong> aquel tiempo <strong>de</strong>spertaban en ellos ambiciones varias. El<br />

mayor quería ser Padre Guardián, para tomar mucho chocolate, dar a besar su mano a


los transeúntes y salir a paseo entre un par <strong>de</strong> duques o marqueses. El segundo, que era<br />

vanidosillo y fachendoso, quería ser tambor mayor <strong>de</strong> la Guardia Real, porque eso <strong>de</strong> ir<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> un regimiento haciendo gestos y espantando moscas con un bastón <strong>de</strong> porra,<br />

le parecía el colmo <strong>de</strong> la dicha. Rafaelito era más mo<strong>de</strong>sto. No le hablaran a él <strong>de</strong><br />

figuraciones ni altas dignida<strong>de</strong>s: él no quería ser sino confitero, para po<strong>de</strong>r atracarse <strong>de</strong><br />

dulces <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la mañana a la noche y hacer bonitas velas para los santos. En cuanto a<br />

Juanito Jacobo, aunque no hablaba, bien se le conocía que su vocación era la <strong>de</strong> gigante<br />

Goliat o Hércules, según lo que <strong>de</strong>strozaba, berreaba y las diabluras que hacía [33]<br />

andando a gatas, sin <strong>de</strong>jarse amedrentar por cocos ni espantajos.<br />

Tranquilo, feliz, gozoso <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n en que vivía y que amaba por naturaleza y<br />

costumbre, Cor<strong>de</strong>ro veía pasar suavemente los días. El método en la existencia le<br />

encantaba, y la semejanza entre el hoy y el ayer era su principal <strong>de</strong>licia.<br />

Hombre laborioso, <strong>de</strong> sentimientos dulces y prácticas sencillas; aborrecedor <strong>de</strong> las<br />

impresiones fuertes y <strong>de</strong> las mudanzas bruscas, D. Benigno amaba la vida monótona y<br />

regular, que es la verda<strong>de</strong>ramente fecunda. Compartiendo su espíritu entre los gratos<br />

afanes <strong>de</strong> su comercio y los puros goces <strong>de</strong> la familia; libre <strong>de</strong> ansiedad política; amante<br />

<strong>de</strong> la paz en la casa, en la ciudad y en el estado; respetuoso con las instituciones que<br />

protegían aquella paz; amigo <strong>de</strong> sus amigos; amparador <strong>de</strong> los menesterosos; implacable<br />

con los pillos, fuesen gran<strong>de</strong>s o pequeños; sabiendo conciliar el <strong>de</strong>coro con la mo<strong>de</strong>stia<br />

y conociendo el justo medio entre lo distinguido y lo popular, era acabado tipo <strong>de</strong>l<br />

burgués español que se formaba <strong>de</strong>l antiguo pechero fundido con el hijodalgo, y que<br />

más tar<strong>de</strong> había <strong>de</strong> tomar gran vuelo con las compras <strong>de</strong> bienes nacionales y la creación<br />

<strong>de</strong> las carreras facultativas hasta [34] llegar al punto culminante en que ahora se<br />

encuentra.<br />

La formidable clase media que hoy es el po<strong>de</strong>r omnímodo que todo lo hace y<br />

<strong>de</strong>shace, llamándose política, magistratura, administración, ciencia, ejército, nació en<br />

Cádiz entre el estruendo <strong>de</strong> las bombas francesas y las peroratas <strong>de</strong> un congreso híbrido,<br />

inocente, extranjerizado si se quiere, pero que había brotado como un sentimiento o<br />

como un instinto ciego e incontrastable <strong>de</strong>l espíritu nacional. El tercer estado creció,<br />

abriéndose paso entre frailes y nobles, y echando a un lado con <strong>de</strong>sprecio estas dos<br />

fuerzas atrofiadas y sin savia, llegó a imperar en absoluto, formando, con sus gran<strong>de</strong>zas<br />

y sus <strong>de</strong>fectos una España nueva.<br />

Perdónesenos (5) la digresión, y volvamos a Cor<strong>de</strong>ro, <strong>de</strong>l cual nos falta <strong>de</strong>cir que en<br />

los últimos años había prosperado gran<strong>de</strong>mente en su comercio. Pocas noches antes <strong>de</strong><br />

aquel día en que suponemos comenzada esta narración, el héroe estaba en su gabinete<br />

contando el dinero <strong>de</strong> la semana. Después que tomó nota <strong>de</strong> las cantida<strong>de</strong>s y distribuyó<br />

estas cariñosamente en las cestillas <strong>de</strong> paja que servían para el caso, llamó a Sola, y<br />

haciéndola sentar frente a él, le dijo así:<br />

-Si no comunico a alguien lo que pienso [35] en este instante, apreciable Hormiguita,<br />

reviento <strong>de</strong> seguro.<br />

Sola sonreía, dando más luz al quinqué que sobre la mesa colocado repartía en<br />

porción igual su resplandor a los dos personajes. Don Benigno se reía también, y ya se<br />

acariciaba la barba redondita y arrebolada, como una manzana recién cogida, ya se


arreglaba las gafas <strong>de</strong> oro, cuya ten<strong>de</strong>ncia a resbalar sobre la nariz picuda y fina iba en<br />

aumento cada día.<br />

-Pues lo que pienso -añadió- es que sin saber cómo, me encuentro rico... es <strong>de</strong>cir, no<br />

muy rico, entendámonos, sino simplemente en ese estado <strong>de</strong> buen acomodo que me<br />

permitiría, si quisiera, renunciar al comercio y retirarme a vivir tranquilo en mis<br />

queridos Cigarrales, don<strong>de</strong> no me ocuparía más que en labrar el campo y criar a mis<br />

hijos.<br />

Sola le respondió a estas palabras con otras <strong>de</strong> felicitación, y el héroe, que se sentía<br />

aquella noche con muchas ganas <strong>de</strong> charlar, continuó así:<br />

-Con usted no hay secretos. Sepa usted que ayer he pagado el último plazo <strong>de</strong> esta<br />

casa en que vivimos; <strong>de</strong> modo que es mía, tan mía como mis anteojos y mi corbata <strong>de</strong><br />

suela. En los Cigarrales he comprado ya más <strong>de</strong> cien fanegadas para agregarlas a las que<br />

heredé <strong>de</strong> mis padres, y pienso comprar las [36] <strong>de</strong>l tío Rezaquedito, que saldrán a la<br />

venta muy pronto. De modo que ya estamos libres <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r el sueño por cavilar en el<br />

día <strong>de</strong> mañana, y si por acaso me da un torozón (que no me dará) no estaré afligido en<br />

mi última hora con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que mis hijos tengan que vivir a expensas <strong>de</strong> parientes y<br />

amigos. Vea usted por dón<strong>de</strong> la Divina Provi<strong>de</strong>ncia ha premiado mi laboriosidad, y<br />

nada más que mi laboriosidad, pues talentos no los tengo, y en cuanto a picardías, ya se<br />

sabe que esa moneda no corre <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mi casa.<br />

-Dios ha querido que un hombre tan bueno y tan cabal en todo -le dijo Sola-, tenga<br />

su merecido en el mundo, porque si al bueno no le da Dios los medios <strong>de</strong> ser caritativo y<br />

generoso ¿qué sería <strong>de</strong> los pobres, <strong>de</strong> los abandonados, <strong>de</strong> los huérfanos?<br />

-No, no... -replicó Cor<strong>de</strong>ro un si es no es conmovido-, no hay aquí generosida<strong>de</strong>s que<br />

alabar ni virtu<strong>de</strong>s que enaltecer. Algo he hecho por los menesterosos, y si alguna<br />

persona ha recibido especialmente <strong>de</strong> mí ciertos beneficios, estos han sido menores <strong>de</strong><br />

los que ella se merece. Dios no pue<strong>de</strong> estar satisfecho <strong>de</strong> mí en esta parte... Que se han<br />

sucedido buenos años para el género; que los cambios políticos, improvisando<br />

posiciones han <strong>de</strong>sarrollado el lujo; que las modas han favorecido gran<strong>de</strong>mente [37] el<br />

comercio <strong>de</strong> blondas y puntillas; que la paz <strong>de</strong> estos años <strong>de</strong> <strong>de</strong>spotismo ha traído<br />

muchos bailes y saraos, equivalentes a gran <strong>de</strong>spilfarro <strong>de</strong> Valenciennes, Flan<strong>de</strong>s y<br />

Malinas; que el restablecimiento <strong>de</strong>l culto y clero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> los tres años trajo la<br />

renovación <strong>de</strong> toda la ropa <strong>de</strong> altar y mucho consumo <strong>de</strong> encajería religiosa; que mi<br />

puntualidad y honra<strong>de</strong>z me dieron la preferencia entre las damas; que la corte misma, a<br />

pesar <strong>de</strong> que son bien notorias mis i<strong>de</strong>as contrarias a la tiranía, no quiere ver entrar por<br />

las puertas <strong>de</strong> palacio ni media vara <strong>de</strong> Almagro que no sea <strong>de</strong> casa <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro, y en fin,<br />

que Dios lo ha querido y con esto se dice todo. Bendigámosle y pidámosle luces para<br />

acertar a hacer el bien que aún no hemos hecho, y que es a manera <strong>de</strong> una sagrada <strong>de</strong>uda<br />

pendiente con la sociedad, con la conciencia...<br />

El héroe se atascó en su propia retórica, como le pasaba siempre que quería expresar<br />

una i<strong>de</strong>a no bien <strong>de</strong>terminada aún en su espíritu, y un sentimiento oprimido en las<br />

fuertes re<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la timi<strong>de</strong>z y la <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za.<br />

-Acabe usted que me da gusto oírle -le dijo Sola sonriendo-, pero prontito, que hay<br />

mucho que hacer esta noche.


-Descanse usted un momento, por amor <strong>de</strong> Dios. ¿Siempre hemos <strong>de</strong> estar sobre un<br />

pie?... [38] ¡Oh!, por mi parte, apreciable Hormiga, estoy <strong>de</strong>cidido a <strong>de</strong>scansar. Verdad<br />

es que no soy un niño. Tengo cincuenta y dos años.<br />

Dicho esto, D. Benigno miró como extasiado a su protegida, que a su vez<br />

contemplaba fijamente la luz a riesgo <strong>de</strong> quedarse <strong>de</strong>slumbrada toda la noche.<br />

-Cincuenta y dos años, que es mucho y es poco, según se consi<strong>de</strong>re -añadió el héroe<br />

con cierta turbación-. Todo es relativo, hasta los años, y yo con mi constitución recia y<br />

firme, mis acerados músculos, mi <strong>de</strong>sconocimiento absoluto <strong>de</strong> lo que son médicos y<br />

boticas, no me cambio por esos pisaver<strong>de</strong>s <strong>de</strong> color <strong>de</strong> cera <strong>de</strong> muerto, que se llaman<br />

muchachos por una equivocación <strong>de</strong>l tiempo.<br />

-Es usted rico; goza <strong>de</strong> perfecta salud -murmuró Sola, cuyas miradas, como<br />

mariposas, gustaban <strong>de</strong> recrearse en la llama-; es a<strong>de</strong>más bueno como el buen pan, tiene<br />

buen nombre y fama limpia, ¿qué más pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>sear?<br />

Don Benigno dio un suspiro y mirando al tapete, dijo así:<br />

-Es verdad: nada puedo <strong>de</strong>sear. Temeridad e impertinencia sería pedir más.<br />

Ambos callaron.<br />

-¿Tiene usted algo más que <strong>de</strong>cirme? -preguntó Sola levantándose.<br />

-Nada, nada, apreciable Hormiga -dijo [39] D. Benigno irradiando bondad y<br />

sentimientos puros <strong>de</strong> su cara <strong>de</strong> rosa-. Nada más sino que... Dios sobre todo.<br />

Después que la joven se fue, Cor<strong>de</strong>ro tomó a Rousseau como se toma el brazo <strong>de</strong> un<br />

amigo para apoyarse en él, y abriendo el libro por don<strong>de</strong> estaba la marca, indicando sin<br />

duda capítulo, párrafo o renglón <strong>de</strong> gran interés, se quedó un buen rato meditando en la<br />

extraordinaria profundidad, intención y filosofía <strong>de</strong> la sentencia con que el ginebrino<br />

encabeza el libro Quinto <strong>de</strong>l Emilio.<br />

Dice así: No es bueno que el hombre esté solo.<br />

- III -<br />

El día era <strong>de</strong> los mejores que suele tener Madrid en invierno, con cielo limpio y<br />

espléndido sol. Los madrileños, que por su índole castiza, no necesitaban entonces ni<br />

ahora <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s atractivos para echarse en tropel a la calle, invadieron aquel día la<br />

carrera <strong>de</strong> las procesiones regias que va <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Atocha a Palacio, vía ciertamente<br />

histórica y muy interesante, por la cual han pasado tantos monarcas [40] felices o<br />

<strong>de</strong>sgraciados, y no pocos ídolos populares. Si fuera posible reproducir la serie <strong>de</strong><br />

comitivas diversas que han recorrido ese camino <strong>de</strong>l entusiasmo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la primera<br />

entrada <strong>de</strong> Fernando VII en Mayo <strong>de</strong> 1808, tendríamos una galería curiosa en la cual


muy pocas pinceladas tendría que añadir la historia para hacer el cuadro completo <strong>de</strong> las<br />

sucesivas idolatrías españolas. El quemar <strong>de</strong> los ídolos, cuando estamos cansados <strong>de</strong><br />

adorarlos, se verifica en otra parte.<br />

Estas grandiosas comparsas tienen una monotonía que <strong>de</strong>sespera; pero el pueblo no<br />

se cansa <strong>de</strong> ver los mismos lacayos con las mismas pelucas, los mismos penachos en la<br />

frente <strong>de</strong> los mismos caballos, y el inacabable <strong>de</strong>sfilar <strong>de</strong> uniformes abigarrados, <strong>de</strong><br />

coches enormes más ricos que elegantes, <strong>de</strong> generales en número infinito, y el<br />

trompeteo, la bulla, el oscilar mareante <strong>de</strong> plumachos mil, el fulgor <strong>de</strong> bayonetas, y por<br />

último el revoloteo <strong>de</strong> palomitas y <strong>de</strong> hojas <strong>de</strong> papel conteniendo los peores sonetos y<br />

madrigales que pue<strong>de</strong>n imaginarse.<br />

Aquel día <strong>de</strong> Diciembre <strong>de</strong> 1829 el pueblo <strong>de</strong> Madrid admiró principalmente la<br />

hermosura <strong>de</strong> la nueva reina, la cual era, según la expresión que corría <strong>de</strong> boca en boca,<br />

una divinidad. Su cara incomparablemente graciosa [41] y dulce tenía un sonreír<br />

constante que se entraba, como <strong>de</strong>cían entonces, hasta el corazón <strong>de</strong> todo el pueblo,<br />

<strong>de</strong>spertando las más ardientes simpatías. Bastaba verla para conocer su agudo talento,<br />

que tanto había <strong>de</strong> brillar en las li<strong>de</strong>s cortesanas, y para prever las nobles conquistas que<br />

la gracia y la confianza habían <strong>de</strong> hacer prontamente en el terreno <strong>de</strong> la brutalidad y <strong>de</strong>l<br />

recelo. Jamás paloma alguna entró con más valentía que aquella en el negro nidal <strong>de</strong> los<br />

búhos, y aunque no pudo hacerles amar la luz, consiguió someterles a su talante y<br />

albedrío consiguiendo <strong>de</strong> este modo que pareciesen menos malos <strong>de</strong> lo que eran. Fue<br />

mirada su belleza como un sol <strong>de</strong> piedad que venía, si bien un poco tar<strong>de</strong>, a iluminar los<br />

antros <strong>de</strong> venganza y barbarie en que vivía como un criminal aherrojado, el sentimiento<br />

nacional.<br />

No ha existido persona alguna a quien se hayan <strong>de</strong>dicado más versos. Por ella sola se<br />

han fatigado más las <strong>de</strong>ida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Hipócrene y ha hecho más corvetas el buen Pegaso<br />

que por todas las <strong>de</strong>más reinas juntas. A ella se le dijo que si el Vesubio la había<br />

<strong>de</strong>spedido con sombríos fulgores, el Manzanares la recibió vestido <strong>de</strong> flores; se le dijo<br />

que Pirene había inclinado la erguida espalda para <strong>de</strong>jarla pasar y que en los vergeles<br />

<strong>de</strong> Aretusa tocaba la lira [42] el virginal concilio celebrando a la ninfa bella <strong>de</strong><br />

Parténope.<br />

La hermosa reina fue también cantada por los gran<strong>de</strong>s poetas; que no todo había <strong>de</strong><br />

ser ruido en las diversas cataratas <strong>de</strong> versos que celebraron su casamiento, su entrada, su<br />

embarazo, sus dos alumbramientos, sus días, sus actos políticos más notables, y en<br />

particular el glorioso hecho <strong>de</strong> la amnistía. D. Juan Bautista Arriaza, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el año 8<br />

venía haciendo todos los versos <strong>de</strong>corativos y <strong>de</strong> circunstancias, la letra <strong>de</strong> todos los<br />

himnos y las inscripciones <strong>de</strong> todos los arcos triunfales, echó el resto, como <strong>de</strong>cirse<br />

suele, en las fiestas <strong>de</strong>l año 29. Quintana <strong>de</strong>dicó al feliz enlace <strong>de</strong> Fernando VII una<br />

canción epitalámica que no quiso incluir en las ediciones <strong>de</strong> sus obras, y otros insignes<br />

vates <strong>de</strong> la época la ensalzaron en aquellas odas resonantes y tiesas, algo parecidas al<br />

parche duro y ruidoso <strong>de</strong> una caja <strong>de</strong> guerra, y cuya lectura <strong>de</strong>ja en los oídos impresión<br />

semejante a la que produciría una banda <strong>de</strong> tambores en día <strong>de</strong> parada. Con todo, en la<br />

corona poética <strong>de</strong> esta insigne reina se encuentran altos pensamientos y graciosas<br />

imágenes, principalmente en todo aquello que aparece inspirado por la seductora<br />

sonrisa, [43]<br />

que cuanto más se ve más enamora.


Entró Cristina en coche acompañada <strong>de</strong> sus padres los reyes <strong>de</strong> Nápoles. Al estribo<br />

<strong>de</strong>recho venía el esposo y tío, rigiendo magistralmente su hermoso caballo. Era, según<br />

dicen, el primer jinete <strong>de</strong> su época; verda<strong>de</strong>ramente nuestro Rey tenía un aspecto tan<br />

majestuoso como gallardo cuando montaba en uno <strong>de</strong> aquellos apopléticos corceles<br />

cuya pesa<strong>de</strong>z y arrogancia nos han trasmitido Velázquez y Goya. La alzada <strong>de</strong>l animal,<br />

el corpulento busto <strong>de</strong>l monarca, su rico uniforme, su alto sombrero <strong>de</strong> tres picos, muy<br />

parecido, según la absurda moda <strong>de</strong> la época, a las mitras o tinajones que llevan en su<br />

cabeza los bueyes <strong>de</strong> la arquitectura asiria, daban a la colosal figura no sé qué apariencia<br />

babilónica que infundía respeto y algo <strong>de</strong> supersticioso miedo.<br />

Pero la arrogancia <strong>de</strong> la majestad ecuestre, la misma riqueza abigarrada <strong>de</strong> su traje <strong>de</strong><br />

gala no disimulaban en Fernando aquella <strong>de</strong>ca<strong>de</strong>ncia precoz que le hacía viejo a los<br />

cuarenta y cinco años. En su rostro duro y <strong>de</strong> poco a propósito para ganar simpatías (por<br />

lo que se acomodaba perfectamente al carácter) parecía que la nariz se había agrandado,<br />

impaciente <strong>de</strong> juntarse al labio belfo, el que por su parte se estiraba a más no po<strong>de</strong>r,<br />

como si quisiera [44] echarse fuera <strong>de</strong> tal cara. Su color, que era una mezcla enfermiza<br />

<strong>de</strong>l verdoso y <strong>de</strong>l amoratado, extendía por sus mejillas como una sombra lúgubre, en la<br />

cual lucían mejor sus ojos gran<strong>de</strong>s y negros, por don<strong>de</strong> en ciertos momentos se<br />

asomaban, con el instantáneo fulgor <strong>de</strong>l relámpago, sus alborotadas pasiones.<br />

Pasaron. Aquel río <strong>de</strong> morriones, pelucas, sables <strong>de</strong>snudos, entorchados, pompones y<br />

cabezas mil que se movían al compás <strong>de</strong> la marcha <strong>de</strong> tanto caballo festoneado y lleno<br />

<strong>de</strong> garambainas; la sucesión <strong>de</strong> tanto y tanto coche, semejante a canastillas hechas con<br />

todos los materiales posibles <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la concha y el marfil hasta el cobre y la ma<strong>de</strong>ra; el<br />

estruendo solemne <strong>de</strong> la marcha real y todo lo <strong>de</strong>más que realza estas procesiones tenían<br />

tan absorto y embobado al pueblo madrileño, amante <strong>de</strong> estas cosas como ningún otro<br />

pueblo <strong>de</strong>l mundo, que si la Corte hubiera estado pasando y repasando <strong>de</strong> aquella<br />

manera por espacio <strong>de</strong> tres meses seguidos, no faltarían ni un momento las gran<strong>de</strong>s<br />

líneas <strong>de</strong> gente con la boca abierta a un lado y otro <strong>de</strong> la carrera.<br />

Por la multitud <strong>de</strong> caras bonitas y la variedad <strong>de</strong> colores que en ellos había, parecían<br />

babilónicos jardines los balcones <strong>de</strong> las casas. [45] En los <strong>de</strong> la <strong>de</strong> Bringas que daban a<br />

la calle Mayor, estaba D. Benigno con Sola y los chicos, amén <strong>de</strong> otras familias amigas<br />

<strong>de</strong>l rico comerciante, que dio su nombre a los soportales cercanos a Platerías. Quiso la<br />

<strong>de</strong>sgraciada suerte <strong>de</strong> Sola que le tocase salir al mismo balcón don<strong>de</strong> estaba una señora<br />

a quien ciertamente no gustaba <strong>de</strong> ver en parte alguna, y no porque la dama fuese <strong>de</strong> mal<br />

aspecto, sino por otros motivos muy po<strong>de</strong>rosos. Era <strong>de</strong> tal manera hermosa que<br />

cautivaba los ojos y el corazón <strong>de</strong> cuantos la miraban. Por singular capricho <strong>de</strong> la<br />

Naturaleza, el tiempo que <strong>de</strong> ordinario es enemigo y <strong>de</strong>structor <strong>de</strong> la hermosura, allí era<br />

su cultivador y como su custodio, pues la conservaba fielmente y aun parecía<br />

aumentarla cada año. De esta galantería <strong>de</strong>l tiempo unida a los adornos escogidos y a un<br />

esmero constante y casi religioso en la persona, resultaba el boccato di cardinale más<br />

rico que podría imaginarse. Para mayor gracia, había tenido el buen acuerdo <strong>de</strong> vestirse<br />

<strong>de</strong> maja, lo mismo que otras muchas damas que en aquel día clásico adoptaron el traje<br />

nacional. Llevaba, pues, falda <strong>de</strong> alepín inglés color <strong>de</strong> amaranto con abalorios negros,<br />

chaquetilla <strong>de</strong> terciopelo con muchos botoncitos <strong>de</strong> filigrana <strong>de</strong> oro, mantilla <strong>de</strong> casco<br />

<strong>de</strong> tafetán con gran velo <strong>de</strong> blonda, y peineta [46] <strong>de</strong> pico <strong>de</strong> pato, todo puesto con<br />

extraordinaria bizarría.


- IV -<br />

Cuando Sola se vio junto a ella tuvo que disimular su espanto, viéndose obligada a<br />

recibir el saludo <strong>de</strong> la dama y a <strong>de</strong>volverlo cortésmente. Después hablaron las dos <strong>de</strong> lo<br />

bonita que estaba la carrera, <strong>de</strong> la hermosura <strong>de</strong>l tiempo, <strong>de</strong> los dichos y hechos que se<br />

contaban <strong>de</strong> la reina Cristina y <strong>de</strong>l excesivo número <strong>de</strong> personas que había en casa <strong>de</strong><br />

Bringas, las cuales rebosaban por los balcones como guindas en cesta.<br />

Ocupada la mejor parte <strong>de</strong> los balcones por las señoras, los hombres poco o casi nada<br />

podían ver. Cor<strong>de</strong>ro paseaba <strong>de</strong> largo a largo por la sala, charlando con su amigo D.<br />

Francisco Bringas <strong>de</strong> cosas sustanciosas y muy importantes, como la paz entre Rusia y<br />

Turquía, la cuestión <strong>de</strong> Grecia, que pronto iba a ser reino in<strong>de</strong>pendiente, y las tristes<br />

nuevas que habían llegado <strong>de</strong> la expedición americana, <strong>de</strong>shecha y rota en Tampico, con<br />

lo que parecía terminada nuestra dominación en aquel continente. [47]<br />

D. Benigno, que leía diariamente la Gaceta y Diario, estaba al tanto <strong>de</strong> todo y sobre<br />

cada asunto daba juiciosos dictámenes. Los impronunciables nombres <strong>de</strong> los puntos<br />

don<strong>de</strong> se batían turcos y rusos salían <strong>de</strong> la boca <strong>de</strong> nuestro héroe con no poca dificultad,<br />

y Bringas, que seguía con grandísimo ahínco el negocio <strong>de</strong> la nueva Grecia, barajaba los<br />

nombres gatunos <strong>de</strong> los personajes <strong>de</strong> aquel país, y así no se oía otra cosa que Miaulis,<br />

Mauromichalis y también Kalocotroni, Maurocordato y Capodistria.<br />

Pronto tomó la conversación otro rumbo con la llegada <strong>de</strong> cierto joven <strong>de</strong> arrogante<br />

presencia, alto <strong>de</strong> cuerpo, agraciadísimo <strong>de</strong> rostro, con el pelo en rizos, las mejillas<br />

rosadas, el color blanco, los ojos garzos, los a<strong>de</strong>manes <strong>de</strong>senvueltos, el vestir elegante.<br />

Respondía al nombre <strong>de</strong> Salustiano Olózaga y era un abogado <strong>de</strong> veinticuatro años,<br />

medio célebre ya por sus brillantes alegatos forenses, y mayormente por la <strong>de</strong>fensa que<br />

había hecho ante el Consejo y Cámara <strong>de</strong> Castilla <strong>de</strong> un pobre albañil inclusero,<br />

con<strong>de</strong>nado a muerte por el robo <strong>de</strong> dos libras <strong>de</strong> tocino. La Milicia Nacional, cuando<br />

había Milicia, el foro cuando había foro y la política siempre consumían todo el ardor<br />

<strong>de</strong> su existencia.<br />

Era el campeón juvenil <strong>de</strong> la i<strong>de</strong>a naciente, [48] y la Provi<strong>de</strong>ncia habíale dado, entre<br />

otras notables prendas, elocuencia, si no brillante, varonil y sobria, con una lógica<br />

irresistible.<br />

Los jóvenes <strong>de</strong> hoy, alumnos aprovechados <strong>de</strong>l eclecticismo y <strong>de</strong>l justo medio, no<br />

compren<strong>de</strong>rán quizás el entusiasmo y valentía <strong>de</strong> aquellos muchachos que sintiendo en<br />

su mente, por la natural índole <strong>de</strong> los tiempos, una especie <strong>de</strong> inspiración sacerdotal,<br />

hablaban <strong>de</strong> los déspotas y <strong>de</strong> la libertad como hablaría un romano <strong>de</strong> la primera<br />

república. Y no se paraban en barras, y aun <strong>de</strong>seaban martirios heroicos, y se metían en<br />

las conspiraciones más absurdas e inocentes, y osaban <strong>de</strong>cir en pleno foro, <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

los consejeros, cosas que pasman por lo valerosas e intencionadas.<br />

Des<strong>de</strong> que entró Salustiano no se habló más <strong>de</strong> Miaulis ni <strong>de</strong>l bueno <strong>de</strong> Kalocotroni.<br />

Alejados un tanto <strong>de</strong>l salón principal y reforzado el grupo con otras personas, el librero


Miyar, el ingeniero Marcoartú y un comerciante <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Postas, llamado Bárcenas,<br />

se <strong>de</strong>spacharon todos a su gusto, siendo Olózaga tan hablador y contun<strong>de</strong>nte que no se<br />

paraba en pelillos y con su lengua que más bien era un hacha iba <strong>de</strong>jando muy mal<br />

parada a lo que todavía no se llamaba la situación.<br />

D. Benigno que no gustaba <strong>de</strong> engolfarse mucho en política por los peligros que<br />

pudiera [49] traer, <strong>de</strong>jó a sus amigos para buscar en los balcones la tertulia más grata y<br />

segura <strong>de</strong> las damas. La que vestía <strong>de</strong> maja se había puesto a bromear con el marqués <strong>de</strong><br />

Falfán <strong>de</strong> los Godos, el hombre más mujeriego <strong>de</strong> aquel tiempo y también el más fino y<br />

galante, si bien su persona, hecha ya ruina lastimosa, no le ayudaba nada en lo que él<br />

quisiera que le ayudase. A Sola, en tanto, le daba conversación una señora muy<br />

impertinente llamada doña Salomé Porreño, y a cada rato ponía los ojos en blanco y<br />

echaba suspiros, cual si no tuviera en el mundo otra misión ni empleo que estarse<br />

lamentando a todas horas <strong>de</strong> una cosa perdida. Al lado <strong>de</strong> ella estaba una joven muy<br />

bonita, casada y por añadidura en aquel interesante estado que anuncia la maternidad.<br />

La <strong>de</strong> Presentacioncita, que así se llamaba, <strong>de</strong>bía estar ya muy próxima, según se echaba<br />

<strong>de</strong> ver al primer examen. Era su marido un tal D. Gaspar <strong>de</strong> Grijalva con más riqueza<br />

que buen seso, y muy aficionado a meterse en trapisondas políticas, por lo que<br />

Presentación se afligía mucho y estaba siempre sobre ascuas temiendo que le ahorcasen.<br />

Esta señora, lo mismo que Sola, parecían tener muy pocas ganas <strong>de</strong> conversación; pero<br />

doña Salomé que estaba entre ellas como una especie <strong>de</strong> mediador parlante, suplía la<br />

<strong>de</strong>sgana [50] <strong>de</strong> ellas con un insaciable apetito <strong>de</strong> palique, y así no cesaba <strong>de</strong> hacer<br />

preguntas y observaciones poniendo en el discurso, como se pone la sal en la comida,<br />

los suspiros y el incesante revolver <strong>de</strong> los ojos.<br />

Jenara, que era la maja, volví hacia atrás la cara a cada instante para respon<strong>de</strong>r a<br />

Falfán <strong>de</strong> los Godos, y en uno <strong>de</strong> estos dimes y diretes habló así:<br />

-Sí, hoy mismo he tenido noticias suyas. Pipaón me entregó esta mañana una carta<br />

que es <strong>de</strong> perlas, por las muchas cosas ingeniosas que me dice. Creo que en mucho<br />

tiempo no le veremos por acá. Me anuncia que piensa casarse.<br />

Jenara hablaba en voz muy alta; pero como Falfán <strong>de</strong> los Godos era algo teniente, es<br />

<strong>de</strong>cir, sordo, nadie lo extrañaba. Al mismo tiempo la <strong>de</strong> Porreño daba con el codo a Sola<br />

y le <strong>de</strong>cía:<br />

-¿Pero no me oye usted lo que le pregunto? Tres veces he preguntado a usted que si<br />

conoce a aquel comandante que pasa, y no me ha dado contestación... Por lo visto aquí<br />

todos son sordos... Se ha quedado usted lela; ¿en qué piensa usted que está tan pálida?...<br />

¿no oye usted?...<br />

-Sí, sí -replicó Sola, como se replicaría a las avispas, si la picada <strong>de</strong> estas alimañas<br />

fuera, [51] en vez <strong>de</strong> picada, pregunta-. He oído perfectamente.<br />

La <strong>de</strong> Porreño, al ver que por aquella banda no sacaba nada <strong>de</strong> provecho, se volvió a<br />

la otra y a Presentación. Después que la oyó, Presentación, que era muy maligna, dijo<br />

así:


-Aguar<strong>de</strong> usted. Mandaré a casa por la Guía <strong>de</strong> Forasteros, y con ella en la mano le<br />

diré a usted los nombres <strong>de</strong> todos los comandantes, capitanes y coroneles que hay en<br />

España.<br />

La <strong>de</strong> Porreño miró al cielo, como si quisiera ponerle por testimonio <strong>de</strong> tanta<br />

injusticia. Bueno es <strong>de</strong>cir que no vestía <strong>de</strong> maja ni <strong>de</strong> cosa que lo pareciera, sino a la<br />

moda pura y neta <strong>de</strong> 1822, con dulleta que ella misma había trocado en pelliza,<br />

aplicándole los restos <strong>de</strong> un capisayo antiguo. Su tocado era el llamado <strong>de</strong> turbante,<br />

guarnecido <strong>de</strong> cordones que fueron <strong>de</strong> oro y unas plumas que más parecían <strong>de</strong> escribano<br />

que <strong>de</strong> avestruz, como no pudiera aplicarse a uno y otro.<br />

-También a mí me han dicho que piensa casarse -manifestó Falfán <strong>de</strong> los Godos.<br />

Entonces se oyó un murmullo, una voz sorda y general que sin <strong>de</strong>cir nada,<br />

claramente <strong>de</strong>cía: «Ya viene, ya viene, ya, ya...». La multitud se agitó cual una gran<br />

culebra que [52] pone en movimiento todas sus vértebras, y en los balcones hubo un<br />

hondo suspiro <strong>de</strong> ansiedad que corrió <strong>de</strong> un cabo a otro <strong>de</strong> la calle. Todos los ojos<br />

miraban a la Puerta <strong>de</strong>l Sol, por don<strong>de</strong> sonaba como el mugido <strong>de</strong> un mar, y al poco rato<br />

se vio que se agitaba la superficie <strong>de</strong> cabezas y que brincaban saltando por encima <strong>de</strong> la<br />

gente penachos <strong>de</strong> caballos, plumas <strong>de</strong> morriones y espadas <strong>de</strong>snudas. El murmullo<br />

creció, estalló la marcha real como un trueno, y empezó a pasar la corte.<br />

Sola no veía nada, sino una confusa corriente <strong>de</strong> colorines y formas, caballos que<br />

parecían hombres, hombres que trotaban, y un rodar continuo <strong>de</strong> formas y<br />

magnificencias, todo en tropel y borrosamente al modo <strong>de</strong> nube formada <strong>de</strong> la<br />

disolución <strong>de</strong> todas las visiones humanas. Un cerebro que <strong>de</strong>sfallece, permitiendo la<br />

alteración <strong>de</strong> las sensaciones ópticas suele producir <strong>de</strong>svanecimiento y síncope; pero<br />

Sola hizo un esfuerzo, cerró los ojos, <strong>de</strong>jando pasar la mareante comparsa, y así resistió,<br />

fuertemente asida a los hierros <strong>de</strong>l balcón. Cuando, pasada la corriente <strong>de</strong> abigarrados<br />

coches, sólo quedaban los escuadrones <strong>de</strong> escolta, principió a serenarse; pero todavía su<br />

visión estaba perturbada, y las casas y balcones cuajados <strong>de</strong> damas seguían corriendo<br />

juntamente con la caballería. [53]<br />

Principiado el <strong>de</strong>sfile por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Palacio, los regimientos <strong>de</strong> infantería pasaban<br />

por la calle.<br />

-Ese, ese coronel, ¿quién es? -preguntó súbitamente la <strong>de</strong> Porreño.<br />

-Si no me engaño, es el moro Muza -replicó Presentación.<br />

Diciéndolo, el caballo que montaba el teniente coronel señalado por Salomé resbaló,<br />

y sin que el jinete pudiera sujetarlo, cayó pesadamente, arrastrando a este. La caída fue<br />

tremenda. Oyose inmensa gritería mujeril. Detúvose la gente, arremolinose el<br />

regimiento, acudieron soldados y paisanos al infeliz jinete, magullado y aturdido por la<br />

fuerza <strong>de</strong>l golpe, y alzándole <strong>de</strong>l suelo le entraron en una tienda para darle algún<br />

socorro. Era un hombre <strong>de</strong> cuerpo largo y flaco, cara morena y varonil. Al ser levantado<br />

<strong>de</strong>l suelo hacía recordar involuntariamente la figura <strong>de</strong> D. Quijote tendido en tierra<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cualquiera <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>sventuradas aventuras.<br />

En los balcones <strong>de</strong> Bringas agolpáronse todos para ver al caído.


-¡Pobre hombre! -exclamó Cor<strong>de</strong>ro.<br />

-¡Y qué bien iba en el caballo! -dijo la <strong>de</strong> Porreño.<br />

-Se parece al <strong>de</strong> la Triste Figura -indicó Bringas. [54]<br />

-Es el mismísimo D. Quijote -observó Olózaga.<br />

Jenara volviose prontamente, y con cierto tonillo <strong>de</strong> enfado dijo así:<br />

-Pues no es D. Quijote, señor discursista, sino D. Tomás Zumalacárregui, apostólico<br />

neto y con un corazón mayor que esta casa.<br />

Cuando poco o nada había que ver en los balcones, Bringas obsequió a sus amigos<br />

con algunas golosinas, acompañadas <strong>de</strong> licores y agua fresca, y unos hartos <strong>de</strong> dulces,<br />

otros sin probarlos, empezó a <strong>de</strong>sfilar. D. Benigno con Sola y sus hijos fue a recorrer las<br />

calles para ver los preparativos <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s fiestas que empezaban aquel día, y<br />

principalmente para contemplar y admirar por sus cuatro costados el templete,<br />

monumento <strong>de</strong> lienzo pintado <strong>de</strong> que se hablaba mucho y que con gran<strong>de</strong>s dispendios se<br />

construyó en la Puerta <strong>de</strong>l Sol sobre la misma Mariblanca. Era la máquina más bonita<br />

que habían visto los madrileños hasta entonces. Millares <strong>de</strong> personas la admiraban a<br />

todas horas formando un círculo <strong>de</strong> papamoscas, y a la verdad, las columnas pintadas,<br />

las cuatro estatuas y el globo terráqueo que lo tapaba todo como un bonete harían caer<br />

<strong>de</strong> espaldas a Miguel Ángel, Herrera y a todos los arquitectos habidos y por haber. [55]<br />

Todo lo fue examinando Cor<strong>de</strong>ro, y sobre todos los preparativos dio opiniones muy<br />

discretas. En los días y noches siguientes llevó a su familia a ver las comparsas e<br />

iluminaciones y a admirar la gran novedad <strong>de</strong>l carro triunfal alegórico mitológico<br />

manolesco, dispuesto por el corregidor Barrajón, y en el cual iban haciendo <strong>de</strong> ninfas<br />

varias bellezas <strong>de</strong> Madrid, entre ellas Pepa la Naranjera que subida en el escabel más<br />

alto representaba a la Diosa Venus.<br />

La gente <strong>de</strong>cía que iba vestida <strong>de</strong> Venus, <strong>de</strong> lo que resultaba un contrasentido; pero el<br />

<strong>de</strong>coro <strong>de</strong> nuestras costumbres y la santidad <strong>de</strong> los tiempos no habrían consentido que<br />

las diosas salieran a la calle como andaban por el Olimpo.<br />

- V -<br />

Entre las muchas socieda<strong>de</strong>s más o menos secretas que amenazaron el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong><br />

Calomar<strong>de</strong>, hubo una que no precisamente por lo temible sino por otras razones merece<br />

las simpatías <strong>de</strong> la posteridad. Llamose <strong>de</strong> los Numantinos y componíase <strong>de</strong> mucha y<br />

diversa gente. Entre los atrevidos fundadores <strong>de</strong> ella hubo [56] tres cuyos ilustres<br />

nombres conserva y conservará siempre la historia patria: llamábanse Veguita, Pepe y<br />

Patricio.


El objeto <strong>de</strong> los Numantinos era, como quien no dice nada, <strong>de</strong>rrocar la tiranía. Los<br />

medios para conseguir este fin no podían ser más sencillos. Todo se haría bonitamente<br />

por medio <strong>de</strong> la siguiente receta: matar al tirano y fundar una república a estilo griego.<br />

Retratemos a los tres audaces patriotas, ante cuya gran<strong>de</strong>za heroica pali<strong>de</strong>cerían los<br />

Gracos, Brutos y Aristogitones.<br />

El primero, Veguita, tenía diez y ocho años y era <strong>de</strong> la piel <strong>de</strong> Barrabás, inquieto,<br />

vivo, saltón, con la más gran<strong>de</strong> inventiva que se ha visto para i<strong>de</strong>ar travesuras, bien<br />

fueran una voladura <strong>de</strong> pólvora, un escalamiento <strong>de</strong> tapias, una paliza dada a tiempo o<br />

cualquier otro <strong>de</strong>safuero. Su casta americana se revelaba en el brillo <strong>de</strong> sus negros ojos,<br />

en su pali<strong>de</strong>z y en sus extremadas alternativas <strong>de</strong> agitación e indolencia. Vino <strong>de</strong><br />

América casi a la ventura. Su madre le envió a Europa para educarse y para heredar. Si<br />

esto último no fue logrado, en cambio su nueva patria heredó <strong>de</strong> él abundantes bienes <strong>de</strong><br />

la mejor calidad. Pertenecía a la célebre empolladura <strong>de</strong>l colegio <strong>de</strong> San <strong>Mateo</strong>, don<strong>de</strong><br />

dos retóricos eminentes sacaron una robusta generación <strong>de</strong> poetas. Antes [57] <strong>de</strong> ser<br />

<strong>de</strong>rrocador <strong>de</strong> tiranos fundó la aca<strong>de</strong>mia <strong>de</strong>l Mirto, cuyo objeto era hacer versos, y allí<br />

entre sáficos y espon<strong>de</strong>os nació el complot numantino; que en España, ya es sabido, se<br />

pasa fácilmente <strong>de</strong> las musas a la política.<br />

El segundo, Pepe, tenía quince años. Nació en un camino, entre el estruendo <strong>de</strong> un<br />

ejército en marcha; arrullaron su primer sueño los cañones <strong>de</strong> la guerra <strong>de</strong> la<br />

In<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia. Creció en medio <strong>de</strong> soldados y cureñas, y a los cinco años montaba a<br />

caballo. Sus juguetes fueron balas. Ya mozo, era mediano <strong>de</strong> cuerpo, y agraciado <strong>de</strong><br />

rostro, en lo moral generoso, arrojado hasta la temeridad, ardiente en sus <strong>de</strong>seos, pobre<br />

en caudales, rico en palabra, cuando triste tétrico, cuando alegre casi loco. Educose<br />

también en San <strong>Mateo</strong> con los retóricos y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquella primera campaña con los libros,<br />

le atormentaba el anhelo <strong>de</strong> cosas gran<strong>de</strong>s, bien fueran hechas o sentidas. Los embriones<br />

<strong>de</strong> su genio, brotando y creciendo antes <strong>de</strong> tiempo con fuerza impetuosa, le exigieron<br />

acción, y <strong>de</strong> esta necesidad precoz salió la sociedad numantina. También le exigían arte,<br />

y por eso en las sesiones <strong>de</strong> la asamblea infantil, a Pepe le salía <strong>de</strong>l cuerpo y <strong>de</strong>l alma,<br />

en borbotones, una elocuencia inocentemente heroica que entusiasmaba a todo el<br />

concurso. Él no pedía niñerías, ni aspiraba a nada menos [58] que a quebrantar las<br />

ca<strong>de</strong>nas que oprimían a la patria, empresa en verdad muy humanitaria y que iba a ser<br />

realizada en un periquete.<br />

El tercero, Patricio, tenía como Veguita diez y ocho años. Se le contaba por lo tanto<br />

entre los respetables. Era formalillo, atildado, <strong>de</strong> buena presencia, palabra fácil y<br />

fantasía levantisca y alborotada. Sentía vocación por las armas y por las letras, y lo<br />

mismo <strong>de</strong>spachaba un madrigal que dirigía un formidable ejército <strong>de</strong> estudiantes en los<br />

claustros <strong>de</strong> doña María <strong>de</strong> Aragón. También era orador, que es casi lo mismo que ser<br />

español y español poeta. En los Numantinos asombraba por su energía y el<br />

aborrecimiento que tenía a todos los tiranos <strong>de</strong>l mundo. Insistía mucho en lo <strong>de</strong> hacer<br />

trizas a Calomar<strong>de</strong>, medio excelente para llegar <strong>de</strong>spués a la pulverización completa <strong>de</strong><br />

la tiranía.<br />

Las reuniones se celebraban en una botica <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Hortaleza las más <strong>de</strong> las<br />

veces, otras en una imprenta, y cuando había olores <strong>de</strong> persecución toda Numancia se<br />

refugiaba en una cueva <strong>de</strong> las que había en la parte inculta <strong>de</strong>l Retiro no lejos <strong>de</strong>l<br />

Observatorio. Los mayores <strong>de</strong> la cuadrilla no pasaban <strong>de</strong> veinte abriles: estos eran los


ancianos, expertos, o maestros sublimes perfectos; que, a <strong>de</strong>cir verdad, la pandilla<br />

gustaba <strong>de</strong> darse ciertos [59] aires masónicos, sin lo cual todo habría sido muy soso y<br />

<strong>de</strong>scolorido.<br />

Si aquello no era inocente lo parecía, porque a lo mejor, los enemigos <strong>de</strong>l Tirano,<br />

bien se hallaran en la botica, bien en la novelesca cueva <strong>de</strong>l Retiro, se distraían sin saber<br />

cómo <strong>de</strong> su misión heroica y se ponían a acertar charadas y a representar comedias.<br />

Otras veces, cuando alguno <strong>de</strong> ellos tenía dineros, cosa muy extraordinaria y fuera <strong>de</strong> lo<br />

natural, alquilaban borricos y se iban en escuadrón por las afueras, dando costaladas y<br />

buscando aventuras que siempre concluían con alguna pesada chanza <strong>de</strong> Pepe.<br />

Fuera o no pueril la sociedad Numantinos, lo cierto es que Calomar<strong>de</strong> la <strong>de</strong>scubrió y<br />

puso la mano en ella, dando con todos los chicos en la cárcel <strong>de</strong> corte, y metiendo más<br />

ruido que si cada uno <strong>de</strong> ellos fuese un Catilina y todos juntos el mismo Averno. La<br />

importancia que dio aquel gobierno menguado y cobar<strong>de</strong> a la conspiración infantil puso<br />

en gran zozobra a las familias. Se creyó que los más traviesos iban a ser ahorcados, y<br />

había razón para temerlo, pues quien supo ahorcar a hombres y mujeres, bien podía<br />

hacer lo mismo con los muchachos, que era el mejor medio para extirpar el liberalismo<br />

futuro. Mas por fortuna Calomar<strong>de</strong> [60] no gustó <strong>de</strong> hacer el papel <strong>de</strong> Hero<strong>de</strong>s, y<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tener algunos meses en la cárcel a los que no se salvaron huyendo, les<br />

repartió por los conventos para que aprendieran la doctrina.<br />

Patricio se escapó a Francia. A Pepe me le enviaron al convento <strong>de</strong> franciscanos <strong>de</strong><br />

Guadalajara, y a Veguita le tuvieron recluso en la Trinidad <strong>de</strong> Madrid. Esta prisión<br />

eclesiástica fue muy provechosa a los dos, porque los frailes les tomaron cariño, les<br />

perfeccionaron en el latín y en la filosofía, y les quitaron <strong>de</strong> la cabeza todo aquel fárrago<br />

masónico numantino y el <strong>de</strong>rribo <strong>de</strong> tiranías para edificar repúblicas griegas.<br />

- VI -<br />

Lo azaroso <strong>de</strong> los tiempos traía entonces mudanzas muy bruscas en todo, y las<br />

pandillas variaban a menudo, modificadas por las muertes y <strong>de</strong>stierros. En 1827<br />

echábase <strong>de</strong> menos a Patricio, que estaba en París, y a Pepe que perseguido nuevamente<br />

por sus calaveradas se había marchado a Lisboa con muchas ilusiones y pocas pesetas,<br />

que por cierto arrojó al mar en la boca <strong>de</strong>l Tajo. Quedaba [61] Veguita, a quien<br />

hallamos siendo núcleo <strong>de</strong> una nueva cuadrilla. Ya no se ocupaba <strong>de</strong> política inocente.<br />

La juventud abría los ojos, columbrando la gran<strong>de</strong>za lejana <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>stinos. ¡Generación<br />

valiente, en buen hora naciste!<br />

Junto a Veguita hallamos a un joven riojano y por añadidura tuerto que hacía ya las<br />

comedias más saladas que podrían imaginarse. Había sido primero soldado raso y<br />

<strong>de</strong>spués empleado en los tres años, con su impurificación correspondiente el 24. Tenía<br />

las chuscadas más ingeniosas y las ocurrencias más felices. Hablaba mejor en verso que<br />

en prosa y montaba mejor en el Pegaso que en un burro alquilón, pues restablecido en la<br />

partida el uso <strong>de</strong> las expediciones asnales, nuestro soldado poeta apenas sabía tenerse


sobre la albarda. Era el mismo <strong>de</strong>monio para contar cuentos y para buscar consonantes,<br />

siendo tal en esto su <strong>de</strong>streza que no le arredraban los más difíciles y enrevesados.<br />

El más notable, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> estos, era un muchacho que hacía muy malos versos y no<br />

muy buena prosa, medio traductor <strong>de</strong> Homero, casi abogado, casi empleado, casi<br />

médico, que había empezado varias carreras sin concluir ninguna. Sabía lenguas<br />

extranjeras. Tenía veinte años, y en tan corta edad había [62] pasado <strong>de</strong> una infancia<br />

alegre a una juventud taciturna. Tan bruscas eran a veces las oscilaciones <strong>de</strong> su ánimo<br />

arrebatado en un vértigo <strong>de</strong> afectos vehementes, que no se podía distinguir en él la risa<br />

<strong>de</strong>l llanto, ni el dudoso equívoco <strong>de</strong> la expresión sincera. Había en su tono y en su<br />

lenguaje un doble sentido que aterraba y un epigramático gracejo que seducía. Era<br />

pequeño <strong>de</strong> cuerpo y bien proporcionado <strong>de</strong> miembros. A su pelo muy negro<br />

acompañaban bigote y barba precoces, y su color era malo, bilioso, y sus ojos gran<strong>de</strong>s y<br />

tristes. Tenía mala boca y peores dientes, lo cual le afeaba bastante. Fumaba sin<br />

<strong>de</strong>scanso, como si pa<strong>de</strong>ciera una sed <strong>de</strong> humo, que jamás podía aplacarse, y era en su<br />

vestir pulcro, elegante y casi lechuguino.<br />

Educado en Francia, afectaba a veces <strong>de</strong>sprecio <strong>de</strong> su nación y la censuraba con<br />

acritud, quejándose <strong>de</strong> ella como el prisionero que se queja <strong>de</strong> la estrechez incómoda <strong>de</strong><br />

su jaula. Frecuentemente, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> alborotar en el grupo <strong>de</strong> un café con palabras<br />

impetuosas o mordaces, se retiraba a un rincón rechazando toda compañía, o<br />

<strong>de</strong>spidiéndose a la francesa, huía. Después <strong>de</strong> largas ausencias tornaba a la pandilla con<br />

humor hipocondríaco.<br />

Daba su opinión sobre poesía y literatura con un aplomo y una originalidad <strong>de</strong> [63]<br />

juicios que pasmaba a todos. Ni Veguita ni el tuerto autor <strong>de</strong> comedias tenían<br />

conocimiento, por lo que sus maestros <strong>de</strong> aquí les enseñaban, <strong>de</strong> aquel nuevo y<br />

peregrino modo <strong>de</strong> juzgar, buscando el fondo más bien que la forma <strong>de</strong> las obras. Pero<br />

cuando nuestro atrabiliario quería echarse a poeta, los mismos que le admiraban como<br />

juez, se reían en sus barbas diciéndole que una cosa es predicar y otra dar trigo. Por<br />

mucho tiempo fue objeto <strong>de</strong> risa y chacota su oda a los Terremotos <strong>de</strong> Murcia, que es <strong>de</strong><br />

lo peor que en nuestra lengua se ha escrito. Cuando se anunció que la reina Cristina<br />

estaba en cinta, todos los poetas echaron otra vez mano a la lira, y el hipocondriaco<br />

endilgó su soneto<br />

Guarda ya el seno <strong>de</strong> Cristina hermosa<br />

vástago incierto <strong>de</strong> alta dinastía...<br />

Verdad es que no eran mucho mejores los que al mismo asunto compusieron Veguita<br />

y el autor <strong>de</strong> comedias.<br />

Había en la pandilla otros muchos chicos. De ellos algunos no serán mencionados en<br />

razón <strong>de</strong> la oscuridad en que siempre han vivido, otros lo serán más tar<strong>de</strong> cuando las<br />

necesida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> esta verídica historia lo reclamen.<br />

Reuníanse primero en el café <strong>de</strong> Venecia y [64] <strong>de</strong>spués en el <strong>de</strong>l Príncipe, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

entonces sacó el nombre <strong>de</strong> Parnasillo. Entonces la juventud no tenía más que dos<br />

medios para dar <strong>de</strong>sahogo a su ardor y eran hacer versos o hacer diabluras. Los estudios<br />

estaban muertos, la prensa no existía, las letras mismas y el teatro principalmente yacían<br />

enca<strong>de</strong>nados por una censura bestial y vergonzosa, el conspirar olía a cáñamo, la


política era patrimonio <strong>de</strong> las camarillas, las bellas artes, música y pintura estaban en su<br />

primera alborada. Los muchachos que no sentían gusto por los soeces ejercicios <strong>de</strong> la<br />

tauromaquia se entretenían en trepar por las asperezas <strong>de</strong>l Olimpo, y como la mayor<br />

parte carecían <strong>de</strong> estro, no tenían más recurso que la murmuración y las travesuras. De<br />

todas las musas, la que más andaba entre los <strong>de</strong> la pandilla, tratándoles <strong>de</strong> tú, era la<br />

Décima, por otro nombre el hambre, a quien Veguita <strong>de</strong>dicó una composición muy<br />

chusca. Sin dinero, sin ocupación, sin estímulo, aquellos insignes poetas o prosistas o<br />

simples mortales vivían <strong>de</strong> la po<strong>de</strong>rosa fuerza íntima que en unos era la fantasía, en<br />

otros la conciencia <strong>de</strong> un gran valer y en todos el presagio <strong>de</strong> que habían <strong>de</strong> ser<br />

principio y fundamento <strong>de</strong> una generación fecunda.<br />

Todo cansa en el mundo, hasta el hacer versos. Así es que no podían satisfacer al<br />

bullidor [65] espíritu <strong>de</strong> tales muchachos las sesiones <strong>de</strong>l Parnasillo y el ardiente<br />

disputar sobre odas, comedias y poemas. La juventud necesita acción, necesita el<br />

elemento dramático <strong>de</strong> la vida, sin el cual esta no es más que un soliloquio <strong>de</strong> dolor o un<br />

quietismo morboso. La juventud <strong>de</strong> aquel tiempo, la más ilustre que había tenido<br />

España <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que envejeció la gran pléya<strong>de</strong> <strong>de</strong>l siglo XVII, no sabía vivir sin drama. Es<br />

verdad que había amores y <strong>de</strong> lo fino, pero las aventuras galantes no podían satisfacer<br />

completamente a aquella juventud que era la empolladura <strong>de</strong> una gran época. Si la<br />

hubiesen <strong>de</strong>jado, ella habría hecho revoluciones, <strong>de</strong>rribado gobiernos, aplastado ídolos<br />

entre el tumulto estrepitoso <strong>de</strong> millares <strong>de</strong> discursos. Sentía en sí, mezclado con la<br />

facultad y con la facilidad versificante, el germen <strong>de</strong> la gloriosa oratoria parlamentaria,<br />

que en nuestra tierra y en nuestro genio es una especie <strong>de</strong> poesía combatiente. En<br />

España es común que el fuego <strong>de</strong> las ambiciones rompa las liras para forjar con ellas las<br />

espadas.<br />

La acción, que era una necesidad, un apetito irresistible <strong>de</strong> la insigne pandilla, estaba<br />

circunscrita por Calomar<strong>de</strong> a la esfera <strong>de</strong>l Parnasillo. La policía no estorbaba que allí<br />

<strong>de</strong>ntro se dispararan ovillejos, quintillas y décimas, llenas <strong>de</strong> pimienta como los<br />

antiguos [66] vejámenes; pero el libro, el drama, el periódico, todas las gran<strong>de</strong>s armas<br />

<strong>de</strong>l pensamiento, les estaban vedadas. No se les permitía más que los alfileres.<br />

Su instinto <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s empresas con la palabra o con la acción les llevaba<br />

<strong>de</strong>rechamente a las travesuras, y aquellos rapaces inspirados se ocupaban <strong>de</strong> noche en<br />

salir por ahí a romper faroles y a dar bromazos a los vecinos pacíficos. ¡Romper un<br />

farol! ¡Cuántas <strong>de</strong>licias, cuánto ingenio, cuánta charla preparatoria y cuántos trámites<br />

para obra tan divertida! Escogida por el día la inocente víctima, bien por la diafanidad<br />

relativa <strong>de</strong> sus vidrios, bien por hallarse próxima a cualquier casa <strong>de</strong> habitantes<br />

pusilánimes, se le formaba causa criminal. Uno <strong>de</strong>fendía en toda regla al farol, alegando<br />

sus buenos servicios, otro le acusaba probando su complicidad en las tinieblas <strong>de</strong> la<br />

calle, o por el contrario el robo que había hecho <strong>de</strong> los rayos <strong>de</strong>l sol. Después <strong>de</strong><br />

consultar toda la jurispru<strong>de</strong>ncia farolística recaía sentencia en verso, y se nombraba la<br />

comisión ejecutiva. Por la noche un repentino estruendo y el salpicar <strong>de</strong> los vidrios rotos<br />

anunciaba el terrible cumplimiento <strong>de</strong> la justicia, y con la oscuridad, la alarma <strong>de</strong> los<br />

vecinos y la intromisión <strong>de</strong> algunos <strong>de</strong> estos en la gresca, venían nuevas [67]<br />

trapisondas y al cabo palos y carreras.<br />

Otras veces se entretenían en llamar con fuertes aldabonazos a las puertas, y daban<br />

aviso a media docena <strong>de</strong> médicos, diciéndoles con mucho apuro que tal o cual enfermo


se hallaba en crisis. Enviaban la partera a casa <strong>de</strong> quien menos la necesitaba y la caja <strong>de</strong><br />

muerto a quien gozaba <strong>de</strong> excelente salud.<br />

Des<strong>de</strong> Santa Catalina hasta la Cuaresma, menu<strong>de</strong>aban entonces las reuniones <strong>de</strong><br />

máscaras, diversión que prevalece en épocas <strong>de</strong> poca libertad. Eran célebres y vistosas<br />

las <strong>de</strong> Aristizábal, Commoto y Mariátegui, familias ricas y que recibían y obsequiaban<br />

en el tono y forma <strong>de</strong> la urbanidad mo<strong>de</strong>rna. Pero el españolismo rancio tenía tantas<br />

raíces que las tertulias <strong>de</strong> aquella especie eran señaladas y aun puestas en ridículo por<br />

los enemigos <strong>de</strong> los cumplimientos, partidarios <strong>de</strong> la antigua llaneza ramplona, <strong>de</strong> quien<br />

eran secuaces la incomodidad, el <strong>de</strong>saseo, los modales burdos y la grosería.<br />

Entre las pocas tertulias don<strong>de</strong> no imperaba el españolismo rancio, había una, que<br />

era sin duda la más agradable <strong>de</strong> todas. No ha llegado su fama hasta nuestros días; pero<br />

esto no importa ni hace al caso, toda vez que apenas hemos tenido, como los tuvo<br />

Francia, salones célebres que fueran centro <strong>de</strong> hábiles [68] tramas políticas. La tertulia o<br />

salón <strong>de</strong> Doña Jenara, que tal nombre se le daba, no tuvo importancia mayor como<br />

centro político ni podía tenerla en aquellos días; no era tampoco <strong>de</strong> primer or<strong>de</strong>n por la<br />

riqueza <strong>de</strong> su dueña, y sus únicas preeminencias consistían en el buen gusto, en el trato<br />

amable, festivo, ligero y exquisitamente urbano, tan distante <strong>de</strong> la afectada etiqueta<br />

como <strong>de</strong> la llaneza, en lo exquisito <strong>de</strong> los manjares, en la comodidad <strong>de</strong>l servicio <strong>de</strong><br />

estos, en la libertad un tanto excesiva <strong>de</strong> los juegos <strong>de</strong> azar, y principalmente en la<br />

chispa inagotable <strong>de</strong> la charla ingeniosa, rica en intención y en travesura. Era opinión<br />

común que allí no entraban los tontos. Concurrían a la tertulia menos mujeres que<br />

hombres. De los poetas nuevos no faltaba uno, y <strong>de</strong> la gente antigua y machucha iba<br />

toda la turbamulta volteriana.<br />

No quiere <strong>de</strong>cir esto que la tertulia fuese un centro liberalesco, ni el volterianismo<br />

significaba <strong>de</strong> modo alguno entonces i<strong>de</strong>as avanzadas en política; por el contrario los<br />

más heterodoxos eran comúnmente los más cangrejos, como solía <strong>de</strong>cirse. Si algún<br />

color político dominaba en las reuniones era el absolutista tolerante o ilustrado, el i<strong>de</strong>al<br />

monárquico con Carta a lo Luis XVIII, habilidosa [69] componenda <strong>de</strong> don<strong>de</strong> en<br />

tiempos más próximos había <strong>de</strong> salir el Estatuto, y luego los mo<strong>de</strong>rados, doctrinarios,<br />

etc.<br />

La dueña <strong>de</strong> la casa parecía complacerse en sostener equilibrio perfecto entre el<br />

elemento apostólico y el reformista, pues ambos tenían algún adalid en sus tertulias.<br />

Pero no todo era política. Casi casi las tres cuartas partes <strong>de</strong>l tiempo se invertían en leer<br />

versos y hablar <strong>de</strong> comedias, y la música no ocupaba el último lugar. Después que algún<br />

aficionado tocaba al clave una sonatina <strong>de</strong> Haydn o gorjeaba un aria <strong>de</strong> la Zelmira<br />

cualquier italiano <strong>de</strong> los <strong>de</strong> la compañía <strong>de</strong> ópera, solía el ama <strong>de</strong> la casa tomar la<br />

guitarra, y entonces... No hay otra manera <strong>de</strong> expresar la gracia <strong>de</strong> su persona y <strong>de</strong> su<br />

canto sino diciendo que era la misma Euterpe, bajada <strong>de</strong>l Parnaso para proclamar el<br />

<strong>de</strong>scrédito <strong>de</strong>l plectro y hacer <strong>de</strong> nuestro grave instrumento nacional la verda<strong>de</strong>ra lira <strong>de</strong><br />

los dioses.<br />

Era hermosa sobre toda pon<strong>de</strong>ración y mujer <strong>de</strong> historia. Estaba separada <strong>de</strong> su<br />

esposo y no se le conocían <strong>de</strong>svaríos. Si alguien se aventuraba a hablar <strong>de</strong> cosas que<br />

ofendieran su buen nombre, era tan por lo bajo que aquellos vientecillos <strong>de</strong><br />

murmuración apenas salían <strong>de</strong> un pequeño círculo. Había viajado mucho y hablaba el<br />

francés con perfección, cosa [70] que ya era <strong>de</strong> grandísimo valor entre los elegantes.


Existían en su vida pasajes misteriosos que nadie acertaba a explicar bien, y que, por el<br />

mismo misterio, se trocaban en dramáticos; y finalmente, mariposeaban en torno a ella<br />

muchos individuos con pretensiones <strong>de</strong> cortejos; pero aunque a todas horas le echaban<br />

memoriales <strong>de</strong> suspiros o <strong>de</strong> galanterías, no dio ocasión a ninguno para que se creyera<br />

favorecido.<br />

La danza no podía faltar en las tertulias. ¡Ah!, entonces el baile era baile, un<br />

verda<strong>de</strong>ro arte con todos los elementos plásticos que le hicieron eminente en Oriente y<br />

Grecia, por don<strong>de</strong> parece natural mirarle como antecesor <strong>de</strong> la escultura. Entonces había<br />

ca<strong>de</strong>ras, piernas, cinturas, agilidad, pies y brazos; hoy no hay más que armazones<br />

<strong>de</strong>sgarbadas <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la funda negra <strong>de</strong>l traje mo<strong>de</strong>rno.<br />

Al ver en estos últimos años a ciertos hombres eminentes que han sido (y los que<br />

viven lo son todavía) el summum <strong>de</strong> la gravedad en la magistratura, en la política y en el<br />

ejército, y al mirarles, repetimos, ora en el sillón presi<strong>de</strong>ncial <strong>de</strong>l Senado, ora en el<br />

banco azul, ya vestidos con la toga <strong>de</strong> la justicia, ya con el respetabilísimo uniforme <strong>de</strong><br />

generales, no hemos podido tener la risa consi<strong>de</strong>rando que vimos a esos mismos señores<br />

dando brincos y haciendo [71] trenzados en el salón <strong>de</strong> doña Jenara con el más loco<br />

entusiasmo.<br />

La política se trataba en aquella casa con toda la discreción que la época exigía.<br />

Ninguno <strong>de</strong> los sucesos que ocuparon la atención pública <strong>de</strong>s<strong>de</strong> 1829 a 1831 <strong>de</strong>jó <strong>de</strong><br />

tratarse allí, mezclándose los exteriores con los <strong>de</strong> casa, según los traía la revuelta<br />

corriente <strong>de</strong>l tiempo. Allí se dijo cuanto podía <strong>de</strong>cirse <strong>de</strong> la trascen<strong>de</strong>ntalísima<br />

Pragmática Sanción <strong>de</strong>l 29 <strong>de</strong> Marzo <strong>de</strong>l 30, origen inmediato <strong>de</strong> varias guerras crueles,<br />

pretexto <strong>de</strong> esa horrible contienda histórica, secular, característica <strong>de</strong>l genio español <strong>de</strong>l<br />

siglo XIX y que no ha concluido, no, aunque así lo indiquen las treguas en que el<br />

pérfido monstruo toma aliento.<br />

Esa batalla grandiosa en que han peleado con saña los i<strong>de</strong>ales más hermosos y las<br />

tradiciones poéticas, los entusiasmos más firmes y las rancieda<strong>de</strong>s más respetables, los<br />

intereses más nobles y los más bastardos, mezclándose en una y otra parte el legítimo<br />

anhelo <strong>de</strong> la reforma con la terquedad <strong>de</strong> la costumbre, el generoso vuelo <strong>de</strong>l<br />

pensamiento con la noble exaltación <strong>de</strong> la fe; esa batalla, digo, estaba trabada hace<br />

tiempo en el corazón y en el pensar <strong>de</strong> España y tar<strong>de</strong> o temprano había <strong>de</strong> venir al<br />

terreno <strong>de</strong> las [72] armas. Así tenía que ser por ley ineludible. Quiso el cielo que nuestra<br />

revolución fuera larga, sangrienta, toda compuesta <strong>de</strong> fieros encuentros, heroísmos,<br />

infamias y martirios, como una gran prueba; quiso que se <strong>de</strong>sataran las pasiones en una<br />

guerra sin fin, empezada, concluida y vuelta a empezar y concluir en larga serie <strong>de</strong> años<br />

<strong>de</strong> zozobra.<br />

Hay pueblos que se transforman en sosiego, charlando y discutiendo con algaradas<br />

sangrientas <strong>de</strong> tres, cuatro o cinco años, pero más bien turbados por las lenguas que por<br />

las espadas. El nuestro ha <strong>de</strong> seguir su camino con saltos y caídas, tumultos y atropellos.<br />

Nuestro mapa no es una carta geográfica sino el plano estratégico <strong>de</strong> una batalla sin fin.<br />

Nuestro pueblo no es pueblo sino un ejército. Nuestro gobierno no gobierna: se<br />

<strong>de</strong>fien<strong>de</strong>. Nuestros partidos no son partidos mientras no tienen generales. Nuestros<br />

montes son trincheras, por lo cual están sabiamente <strong>de</strong>sprovistos <strong>de</strong> árboles. Nuestros<br />

campos no se cultivan, para que pueda correr por ellos la artillería. En nuestro comercio<br />

se advierte una timi<strong>de</strong>z secular originada por la i<strong>de</strong>a fija <strong>de</strong> que mañana habrá jaleo. Lo


que llamamos paz es entre nosotros como la frialdad en física, un estado negativo, la<br />

ausencia <strong>de</strong> calor, la tregua <strong>de</strong> la guerra. La paz es aquí un prepararse para la lucha, y<br />

[73] un ponerse vendas y limpiar armas para empezar <strong>de</strong> nuevo.<br />

Pues esta guerra, esta inquietud que ha llegado a ser en la madre patria como un<br />

crónico mal <strong>de</strong> San Vito, se <strong>de</strong>claró abiertamente, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ciertos amagos, cuando se<br />

quiso averiguar quién suce<strong>de</strong>ría en el trono a nuestro amado soberano, toda vez que era<br />

creencia general que se nos moriría pronto. Felipe V establece la ley Sálica y Carlos IV<br />

la <strong>de</strong>roga en secreto. Fernando VII quiere hacerlo en público y lo hace. El problema<br />

terrible, o sea la rivalidad <strong>de</strong> las dos i<strong>de</strong>as cardinales, encuentra al fin un hecho en que<br />

encarnarse, la sucesión. Tradición y libertad se miran y aguardan con mano armada y<br />

corazón palpitante lo que dirá la esfinge. La esfinge en aquellos críticos días es una<br />

reina en cinta.<br />

¿Varón o hembra? He aquí la duda, la pregunta general, la esperanza y el temor<br />

juntos, la cifra misteriosa. Cuando llegó el día 10 <strong>de</strong> Octubre <strong>de</strong> 1830, día culminante en<br />

nuestra historia, y retumbó el cañón llevando la alegría o el miedo a todos los habitantes<br />

<strong>de</strong> la Villa, el ingenioso cortesano <strong>de</strong> 1815, D. Juan <strong>de</strong> Pipaón, entró sofocado y<br />

sudoroso en casa <strong>de</strong> Jenara. Venía sin aliento, echando los bofes, con la cara como un<br />

tomate, por la violencia <strong>de</strong>l correr y <strong>de</strong> las emociones. [74]<br />

-¿Qué?... ¿qué es? -preguntó Jenara con calma.<br />

Pipaón se <strong>de</strong>jó caer en un sofá y dándose aire con el pañuelo exclamó:<br />

-¡Hembra!... España es nuestra.<br />

-¡Hembra! -repitió Jenara-. ¡Pobre España!<br />

- VII -<br />

Excusado es <strong>de</strong>cir que las fiestas sucedieron a las fiestas, que a la alegría oficial<br />

correspondió la <strong>de</strong>l inocente pueblo y que la inmensa mayoría <strong>de</strong> este no comprendió la<br />

importancia extraordinaria <strong>de</strong>l suceso, origen <strong>de</strong> tanto cañoneo y regocijos tantos. Se<br />

había arrojado la moneda al juego <strong>de</strong> cara o cruz y había salido cara. Los <strong>de</strong> la cruz<br />

estaban como es fácil suponer. Había que oírles en sus camarillas, conventículos y<br />

madrigueras oscuras. No se hablaba más que <strong>de</strong> las Partidas, <strong>de</strong>l Auto acordado y <strong>de</strong> la<br />

Pragmática Sanción, y la palabra legitimidad se escribió en la oculta ban<strong>de</strong>ra.<br />

Luego que Jenara y Pipaón dijeron lo que escrito queda, empezaron a llegar a la casa<br />

los amigos, unos contentos, otros reservados. [75] Aquella misma noche leyeron<br />

algunos poetas los versos en que celebraban el feliz alumbramiento <strong>de</strong> la hermosa reina,<br />

y la señora <strong>de</strong> la casa obsequió a todos con espléndido ambigú, en el cual hubo tanta<br />

alegría y abundancia tal <strong>de</strong> exquisitos vinos, que algunos salieron a la calle con más<br />

soltura <strong>de</strong> lengua y más flaqueza <strong>de</strong> piernas <strong>de</strong> lo que fuera menester.


Por mucho tiempo los temas <strong>de</strong> política extranjera cedieron en la tertulia ante el<br />

grave tema <strong>de</strong> nuestros negocios. Ya no se habló más <strong>de</strong> la revolución <strong>de</strong> Julio en<br />

Francia, asunto socorridísimo que dio para todo el verano y otoño, ni <strong>de</strong>l nuevo reinillo<br />

<strong>de</strong> Grecia, ni <strong>de</strong>l reconocimiento <strong>de</strong> Luis Felipe, ni <strong>de</strong> Polonia, ni aun siquiera <strong>de</strong>l<br />

famoso <strong>de</strong>creto <strong>de</strong> 1º <strong>de</strong> Octubre, en el cual, para acabar más pronto con los llamados<br />

negros, se con<strong>de</strong>naba a muerte a todo el género humano o poco menos. Y la causa <strong>de</strong><br />

esta barrabasada draconiana fue que el buenazo <strong>de</strong> Luis Felipe, viendo que aquí no le<br />

querían reconocer como Rey <strong>de</strong> los franceses, abrió la frontera a los emigrados y aun<br />

dícese que les dio auxilio y a<strong>de</strong>lantó algunos dineros. Ellos que necesitaban poco para<br />

armarla, cuando se vieron protegidos por el francés, asomaron impávidos por diversas<br />

partes <strong>de</strong>l Pirineo. Mina Valdés y Chapalangarra, [76] acompañados <strong>de</strong> López Baños,<br />

Jáuregui Sancho y otros andantescos <strong>de</strong> la revolución aparecieron por Navarra. Cataluña<br />

vio en sus riscos a Milans y a Brunet, y por Roncesvalles vinieron Gurrea y Plasencia.<br />

En Gibraltar los más temibles aguardaban coyuntura para hacer un <strong>de</strong>sembarco. Pero<br />

todos estos amagos no pasaron a<strong>de</strong>lante. El gobierno acabó pronto con todas las<br />

partidas, y habiendo caído en la cuenta <strong>de</strong> que <strong>de</strong>bía reconocer a Luis Felipe, hízolo así,<br />

y Francia cerró la frontera. De este modo ha jugado siempre la buena vecina con<br />

nuestras discordias, y lo mismo será mientras haya discordias, emigrados y fronteras.<br />

Muchas particularida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>sconocidas <strong>de</strong>l público y aun <strong>de</strong>l gobierno en las<br />

frustradas intentonas, fueron sabidas <strong>de</strong> los tertulios <strong>de</strong> Jenara. En la casa <strong>de</strong> esta había<br />

un grupo que solía reunirse a solas presidido por la señora, y en él la confianza y la<br />

amistad habían apretado sus dulces lazos. Allí solían leerse algunas cartas venidas <strong>de</strong><br />

Francia, no ciertamente con intento <strong>de</strong> conspirar, sino como mensajes <strong>de</strong> cariño. Vega<br />

(a quien ya no es conveniente llamar Veguita) contaba que Pepe Espronceda había<br />

estado en la frontera batiéndose al lado <strong>de</strong>l bravo y <strong>de</strong>sgraciado Chapalangarra. Todo lo<br />

sabía Ventura por [77] una carta que recibió en Noviembre y en la cual se referían las<br />

aventuras que le salieron a Espronceda <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que entró en Lisboa hasta que pasó el<br />

Pirineo, las cuales eran tantas y tan maravillosas que bastaran a componer la más<br />

entretenida novela <strong>de</strong> amores y batallas.<br />

En Lisboa le metieron en un pontón don<strong>de</strong> se enamoró <strong>de</strong> la hija <strong>de</strong> cierto militar<br />

compañero <strong>de</strong> encierro. Este le parecía ya más que cárcel un paraíso, cuando me le<br />

cogieron y embarcándole en un pesado buque, me le zamparon en Londres. Allí vivió,<br />

mejor dicho, murió algún tiempo <strong>de</strong> tristeza y <strong>de</strong>sesperación, cuando cierto día en que<br />

acertó a pasar por el Támesis vio que <strong>de</strong>sembarcaba su amada. Días felices siguieron a<br />

aquel encuentro; pero cuáles serían las aventuras <strong>de</strong>l poeta que tuvo que salir a toda<br />

prisa <strong>de</strong> Inglaterra y huir a Francia, don<strong>de</strong> encontró a muchos emigrados, y juntándose<br />

con ellos y con estudiantes y periodistas, empezó a alborotar en los clubs. Vinieron las<br />

célebres or<strong>de</strong>nanzas <strong>de</strong> Polignac contra los periódicos. Ya se sabe que <strong>de</strong> las ruinas <strong>de</strong> la<br />

prensa nacen las barricadas. Espronceda se batió en ellas bravamente, y sucio <strong>de</strong><br />

pólvora y fango respiró con <strong>de</strong>licia y gritó con entusiasmo viendo por el suelo la más<br />

venerada monarquía <strong>de</strong>l mundo, que con toda su veneración había caído ya tres veces<br />

[78] con estruendo y pavor <strong>de</strong> toda Europa.<br />

Espronceda no se contentaba con libertar a Francia. Era preciso libertar también a<br />

Polonia. Entonces era casi una moda el compa<strong>de</strong>cer al pueblo mártir, al pueblo<br />

amarrado, <strong>de</strong>snacionalizado, cesante <strong>de</strong> su soberanía. La cuestión polaca fue llevada al<br />

sentimentalismo, y al paso que se hicieron innumerables versos y cantatas con el título<br />

<strong>de</strong> Lágrimas <strong>de</strong> Polonia, se formaban ejércitos <strong>de</strong> patriotas para restablecer en su trono


a la nación <strong>de</strong>stituida. El que cantó al Cosaco se alistó en uno <strong>de</strong> aquellos ejércitos, que<br />

en honor <strong>de</strong> la verdad más tenían <strong>de</strong> sentimentales que <strong>de</strong> aguerridos. Pero<br />

afortunadamente para el poeta, Luis Felipe que como Rey nuevecito quería estar bien<br />

con todo el mundo, incluso con los rusos, prohibió el alistamiento. A la sazón el<br />

banquero Lafitte daba (con mucho sigilo se entien<strong>de</strong>), dinero y armas a los emigrados<br />

españoles para que vinieran a meter cizaña a la frontera. En esto era correveidile <strong>de</strong>l<br />

francés que <strong>de</strong>seaba probar a España los inconvenientes <strong>de</strong> no reconocer a los reyes<br />

nuevos. Espronceda, que se ilusionaba fácilmente como buen poeta, al ver los aprestos<br />

<strong>de</strong> la emigración creyó que ya no había más que entrar, combatir, avanzar, ganar a<br />

Madrid, repetir en él las jornadas <strong>de</strong> Julio y quitar a [79] Fernando el dictado <strong>de</strong> rey <strong>de</strong><br />

España para llamarle <strong>de</strong> los españoles, trocándolo <strong>de</strong> absoluto y neto en soberano<br />

popular, bourgeois, bonnet <strong>de</strong> coton o como quisiera llamársele. Ya se sabe el término<br />

que tuvieron estas ilusiones. Después <strong>de</strong> las escaramuzas quedamos, con el sanguinario<br />

<strong>de</strong>creto <strong>de</strong> Octubre, más absolutos, más netos, más apostólicos, más narizotas y más<br />

calomardizados que antes.<br />

Si Vega y otros <strong>de</strong> los tertulios recibían <strong>de</strong> peras a higos alguna carta, Jenara las<br />

tenía constantemente y con puntualidad, cosa notable en un tiempo en que la<br />

correspon<strong>de</strong>ncia o no circulaba o circulaba <strong>de</strong>spués que la paternal policía se enteraba<br />

bien <strong>de</strong> su contenido para evitar camorras. La correspon<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> Jenara se salvaba por<br />

mediación <strong>de</strong>l gran Bragas, que la sacaba incólume <strong>de</strong>l correo, y al mismo tiempo<br />

recibía <strong>de</strong> él numerosas confi<strong>de</strong>ncias <strong>de</strong> sucesos más o menos misteriosos. De estas<br />

confi<strong>de</strong>ncias muchas no le servían para nada, otras las utilizaba para favorecer a los<br />

amigos que caían en <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong>l gobierno, y <strong>de</strong> todas tomaba pie para burlarse a la<br />

calladita <strong>de</strong> Calomar<strong>de</strong>, personaje a quien estimaba lo menos posible. (6) [80]<br />

Habían pasado muchos días <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el nacimiento <strong>de</strong> la princesa <strong>de</strong> Asturias,<br />

esperanza <strong>de</strong> la patria, cuando Pipaón fue a ver a Jenara y le anunció con misterio que<br />

tenía que comunicarle cosas <strong>de</strong> importancia.<br />

-O yo no soy quien soy -dijo sentándose junto a ella en el gabinete-, o yo he perdido<br />

el olfato, o nuestro en<strong>de</strong>moniado amigo está en Madrid.<br />

-¿Será posible? ¡En Madrid!... ¡qué locura!, ¡y sin ponerse bajo nuestra protección!<br />

-exclamó la dama pali<strong>de</strong>ciendo un poco.<br />

-Yo no le he visto; pero hay en Gracia y Justicia algunos datos que permiten creer<br />

que está aquí... Y no habrá venido seguramente a matar moscas. Algún jaleo lindísimo<br />

traen entre manos esos bribones, que no quieren <strong>de</strong>jarnos en paz. El Gobierno teme algo<br />

en Andalucía, por lo cual no hay carta que no se abra ni vivienda que no se registre.<br />

Manzanares, Torrijos y Flores Cal<strong>de</strong>rón andan por allá preparando algo, y al fin, tanto<br />

va a la fuente el cántaro <strong>de</strong> la represión que en una <strong>de</strong> estas se rompe...<br />

-¡Sangre... horca! -dijo maquinalmente Jenara mirando al suelo.<br />

-D. Ta<strong>de</strong>o pier<strong>de</strong> cada día su fuerza, y el Rey se está haciendo todo mantecas a<br />

medida que la gente <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n y el respetabilísimo [81] clero ponen los ojos en el<br />

Infante, única esperanza <strong>de</strong> esta nación francmasonizada y hecha trizas por el ateísmo.<br />

Ya no es nuestro Rey aquel hombre que se ponía ver<strong>de</strong> siempre que le hablaban <strong>de</strong><br />

liberalismo. Con los achaques y el mal <strong>de</strong> ojo que le ha hecho la Reina, pues el amor


que le tiene parece maleficio, está más embobado que novio en vísperas. Doña Cristina<br />

sabe a dón<strong>de</strong> va y dulcifica que te dulcificarás, está haciendo la cama al <strong>de</strong>mocratismo.<br />

Ya se habla <strong>de</strong> amnistía, <strong>de</strong> abrir la puerta a los lobos, señora, y traernos otros tres<br />

añitos como los <strong>de</strong> marras.<br />

Al <strong>de</strong>cir esto, el ilustre D. Juan, inflamado en patriótica ira, dio un porrazo en el<br />

suelo con la contera <strong>de</strong> su bastón, añadiendo luego:<br />

-Pero no será, no será; que antes que doblar el cuello a las melifluida<strong>de</strong>s pérfidas <strong>de</strong><br />

la napolitana, antes que <strong>de</strong>jarnos llevar por ella a la ratonera liberalesca, echaremos a<br />

rodar Pragmática y Reina y la áurea cuna <strong>de</strong> la angélica Isabel, como dicen esos<br />

menguados poetastros, y habrá aquí un Vesubio, señora, un Etna...<br />

La señora no le hizo caso y seguía meditando.<br />

-Se levantará la nación -dijo el cortesano levantándose <strong>de</strong> la silla para expresar<br />

emblemáticamente [82] su i<strong>de</strong>a-, y veremos cuántas son cinco. Tenemos un príncipe<br />

varón, sabio, religioso, honesto; tenemos doscientos mil voluntarios realistas que se<br />

beberán el ejército como un vaso <strong>de</strong> agua, tenemos el reverendo clero con los<br />

reverendísimos obispos a su cabeza; tenemos el apoyo <strong>de</strong> la Europa, que, fuera <strong>de</strong> la<br />

nación francesa, marcha por las vías apostólicas. ¡Viva el señor Don...!<br />

-¡Silencio! -indicó la dama-. No me atormente usted con su entusiasmo. Estoy <strong>de</strong><br />

apostólicos hasta la corona y <strong>de</strong>seo que los kirie-eleysones <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> D. Carlos no<br />

lleguen hasta mi casa trayéndome el olorcillo a sacristía que tanto me enfada... Pasando<br />

a otra cosa, ¿sabe usted que es temeridad venir a Madrid sin ponerse bajo nuestro<br />

amparo?... Yo le ofrecí mi protección para que viniera... Sin ella está en grandísimo<br />

peligro y tan bien ahorca a Juan como a Pedro.<br />

-Exactamente. ¿Pero le ha visto usted hacer cosa alguna que no fuera temeridad,<br />

locura y disparate?<br />

-Trabajo le doy a quien intente averiguar dón<strong>de</strong> está escondido -dijo la dama sin<br />

cuidarse <strong>de</strong> disimular su inquietud-. ¿Será posible averiguarlo?<br />

-Muy posible -repuso Pipaón soplando fuerte; que era en él signo claro <strong>de</strong> legítimo<br />

[83] orgullo-. Como que ya tengo si no averiguado, casi casi...<br />

-¿De veras? Estará en casa <strong>de</strong> algún amigo.<br />

-Que te quemas... digo, que se quema usted.<br />

-¿En casa <strong>de</strong> Bringas?<br />

-No.<br />

-¿En casa <strong>de</strong> Olózaga?<br />

-Nones.


-¿En casa <strong>de</strong> Marcoartú?<br />

-Requetenones... En suma, señora mía, yo no sé fijamente dón<strong>de</strong> está; pero tengo una<br />

presunción, una sospecha...<br />

-Venga... Si no me lo dice usted pronto, le contaré a Calomar<strong>de</strong> sus picardías.<br />

-No por la amenaza <strong>de</strong> usted sino por mi cortesía y <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> complacerla le diré que<br />

me tendré por el más bobo, por el más torpe <strong>de</strong> los cortesanos <strong>de</strong> este planeta si no<br />

resultase que nuestro temerario trapisondista está en casa <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro.<br />

-¡En casa <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro!<br />

La dama pronunció estas palabras con asombro y quedó luego sumergida en el mar<br />

<strong>de</strong> sus pensamientos, sin que los comentarios <strong>de</strong> Pipaón lograran sacarla a la superficie.<br />

-¿Estorbo? -dijo al fin el cortesano advirtiendo que la dama no le hacía más caso que<br />

a un mueble. [84]<br />

-Sí -repuso ella con la franqueza que tanta gracia le daba en ocasiones.<br />

-¿Va usted <strong>de</strong> paseo?<br />

-No... me duele la cabeza... Abur, Pipaón, no olvi<strong>de</strong> usted mis recomendaciones, a<br />

saber: la canonjía, la canonjía, Santo Dios, que esos benditos primos me tienen loca... la<br />

bandolera para el sobrino <strong>de</strong>l canónigo; que su familia no me <strong>de</strong>ja respirar... el pronto<br />

<strong>de</strong>spacho en la censura <strong>de</strong> teatros <strong>de</strong> ese nuevo drama traducido por el busca-ruidos... en<br />

fin, no sé qué más. Esto no es casa, es una agencia.<br />

Despidiose Pipaón <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> prometer activar aquellos asuntos, y la dama, al punto<br />

que se vio sola, empezó a vestirse con gran prisa y turbación. Le había ocurrido que<br />

aquel día necesitaba <strong>de</strong> ciertos encajes y no quería dilatar un minuto en ir a comprarlos.<br />

- VIII -<br />

A pesar <strong>de</strong> su amor a la vida inalterable y metódica, D. Benigno no veía con gusto<br />

que transcurriese el tiempo sin traer cambios o noveda<strong>de</strong>s en su existencia. Es que se<br />

había amparado <strong>de</strong>l alma <strong>de</strong>l héroe cierto <strong>de</strong>sasosiego [85] o comezoncilla que le sacaba<br />

a veces <strong>de</strong> su natural índole reposada. A menudo se ponía triste, cosa también muy fuera<br />

<strong>de</strong> su condición, y sufría gran<strong>de</strong>s distracciones, <strong>de</strong> lo que se asombraban los<br />

parroquianos, los amigos y el mancebo.<br />

En la casa no había más variaciones que las que trae consigo el tiempo: los<br />

muchachos crecían, los pájaros se multiplicaban, los gatos y perros se ro<strong>de</strong>aban <strong>de</strong><br />

numerosa y agraciada prole, Crucita gruñía un poco menos y Sola había engrosado un<br />

poco más.


De todos los amigos <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro el más querido era el buen padre Alelí, <strong>de</strong> la or<strong>de</strong>n<br />

<strong>de</strong> la Merced, viejísimo, bondadoso, campechano. Era <strong>de</strong> Toledo como D. Benigno y<br />

aun medio pariente suyo. Le ganaba en edad por valor <strong>de</strong> unos treinta años, y<br />

acostumbrado a tratarle como un chico <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que Cor<strong>de</strong>ro andaba a gatas por los cerros<br />

<strong>de</strong> Polán, seguía llamándole, por inveterado uso, chicuelo, Don Piojo, harto <strong>de</strong> bazofia,<br />

el <strong>de</strong> las bragas cortas. Cor<strong>de</strong>ro, por su parte, trataba a su amigo con mucho <strong>de</strong>senfado<br />

y libertad, y como las i<strong>de</strong>as políticas <strong>de</strong> uno y otro eran diametralmente opuestas y Alelí<br />

no disimulaba su absolutismo neto ni Cor<strong>de</strong>ro sus aficiones liberalescas, se armaba<br />

entre los dos cada zaragata que la trastienda parecía un Congreso. Felizmente[86] toda<br />

esta bulla acababa en apretones <strong>de</strong> manos, risas y platos <strong>de</strong> migas al uso <strong>de</strong> la tierra,<br />

rociadas con vino <strong>de</strong> Yepes o Esquivias.<br />

He aquí un mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> conversación Alelí-Cor<strong>de</strong>resca:<br />

-Buenos días, Benignillo. ¿Cómo vas <strong>de</strong> régimen nefando?<br />

-Padre Monumento, vamos tal cual. Los <strong>de</strong>l régimen se entretienen en tirarse coces<br />

unos a otros y no se acuerdan <strong>de</strong> perseguirnos.<br />

-Don Fulastre, don Piojo, el asno será él. ¿Sabes algo <strong>de</strong>l nuevo Papa que tenemos,<br />

Gregorio XVI, el cual, o no será tal Papa o no <strong>de</strong>jará un Rey liberal en toda la Europa?<br />

-¡Barástolis! No sé más sino que allá me las <strong>de</strong>n todas y que le beso las manos a mi<br />

señor Don Gregorio como católico que soy.<br />

-¿Católico y jacobista? Átame esa mosca. Oye, tú, el <strong>de</strong> las bragas cortas; ¿qué<br />

pasaje leíste anoche?<br />

-Tío Latinajo, leí el pasaje que dice: He visto en la religión la misma falsedad que en<br />

la política. No hay religión, por buena que sea, que no haya <strong>de</strong>rramado sangre<br />

inocente.<br />

-Sigue, que me muero <strong>de</strong> risa. Eres un filósofo <strong>de</strong> agua y lana. Cuando acabes <strong>de</strong><br />

volverte loco con tu Emilio saldremos a enseñarte en las ferias a dos cuartos por barba.<br />

Ven acá, almacén <strong>de</strong> san<strong>de</strong>ces y tienda <strong>de</strong> [87] maja<strong>de</strong>rías, ¿qué sabes tú lo que es<br />

religión?<br />

-Me lo enseñan los <strong>de</strong> sayo y sandalia, a quienes se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir... «Je, je, son tontos<br />

y pi<strong>de</strong>n para las ánimas».<br />

-Cuando tú y tus amigos los liberales herejes os <strong>de</strong>socupéis <strong>de</strong> la paliza que os están<br />

dando en toda la Europa, y soltéis el ronzal para formar Congreso y <strong>de</strong>cir: «señor<br />

presi<strong>de</strong>nte, pido el rebuzno», no faltará quien os enseñe a hablar con respeto <strong>de</strong> las<br />

cosas sagradas.<br />

-Día vendrá en que rompamos el ronzal, padre difinidor, y entonces difiniremos la<br />

conventualla, diciendo: Al fraile hueco, soga ver<strong>de</strong> y almendro seco.<br />

-También se dijo: Don<strong>de</strong> las dan las toman.


-Y también: Cuentas <strong>de</strong> beato y uñas <strong>de</strong> gato.<br />

-¡Ah!, mercachifle, si fueras bueno no serías rico. Esas sí que son uñas <strong>de</strong> gato, que<br />

es como <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> filósofo.<br />

-No sé si se dijo por mí aquello <strong>de</strong> A la puerta <strong>de</strong>l rezador nunca eches tu trigo al<br />

sol.<br />

-Ladrón y rapante tú; mas no nosotros, que <strong>de</strong> limosna vivimos.<br />

-¿De limosna, eh? ¡Ah!, señor D. Cepillo <strong>de</strong> Ánimas, qué bien dijo el que dijo:<br />

Reniego <strong>de</strong> sermón que acaba en daca. [88]<br />

-Yo he oído que tienes la cabeza a pájaros.<br />

-A propósito <strong>de</strong> pájaros. Yo he oído que el abad y el gorrión dos malas aves son.<br />

-Mira, Benigno -dijo Alelí cuando el tiroteo llegaba a este punto-, vete al mismo<br />

cuerno, y echa acá un cigarrillo.<br />

Cor<strong>de</strong>ro alargó su petaca al fraile, diciéndole:<br />

-A la paz <strong>de</strong> Dios. Viva mil años mi fraile.<br />

-¿Cómo están hoy tus nenes? -preguntó Alelí encendiendo su cigarro-. Lo <strong>de</strong><br />

Rafaelillo resultó indigestión como te dije, ¿no es verdad? Dale hojas <strong>de</strong> Sen y créeme.<br />

-No sólo <strong>de</strong> Sen sino <strong>de</strong> Can y Jafet se las ha dado Cruz, que tiene en casa el<br />

herbolario más completo <strong>de</strong> Madrid.<br />

-¿Ha parido la po<strong>de</strong>nca?<br />

-Todavía, no; pero parirá su merced. Para ser un Retiro a esto no le falta más que el<br />

estanque; que <strong>de</strong> animales y hierbas tenemos cuanto Dios crió, sin que falte el león, que<br />

es mi hermana... ¡Ah!, me olvidaba: las perdices que traje ayer las están a<strong>de</strong>rezando a la<br />

toledana, a lo Castañar puro. Si viene usted tendremos para diez perdices cuatro.<br />

-¿Pues no he <strong>de</strong> venir, hombre <strong>de</strong> Dios? [89] Sr. D. Ladrón <strong>de</strong> encajes. No faltaba<br />

más sino <strong>de</strong>sairar a la tierra... ¿Hoy?<br />

-Hoy. A<strong>de</strong>más yo tengo que hablar con usted <strong>de</strong> un asunto grave.<br />

Al <strong>de</strong>cir esto, Cor<strong>de</strong>ro tomó un aire <strong>de</strong> seriedad y <strong>de</strong> temor, que puso en gran<br />

curiosidad al padre Alelí.<br />

-¿Un asunto grave? No será el primero que me consultas.<br />

-Pero es seguramente el más <strong>de</strong>licado, el más peliagudo. Necesito consejo y ayuda.<br />

-Para eso estoy yo. Vengan esos cinco.


Se estrecharon las manos, y Cor<strong>de</strong>ro besó las flacas y temblorosas <strong>de</strong>l anciano fraile<br />

con mucho cariño.<br />

-El mal camino andarlo pronto, y pues esto urge, tratémoslo ahora.<br />

-Cuando quieras hijo. A bien que ambos somos toledanos y parientes.<br />

-¡Viva la Virgen <strong>de</strong>l Sagrario! -dijo Cor<strong>de</strong>ro con emoción-. Es temprano: ahora viene<br />

poca gente. El chico se quedará en la tienda. Subamos a mi cuarto y hablaremos.<br />

-¿Es cosa larga?<br />

-Primero una confesión, un secreto, que si no lo suelto pronto, creo que me hará<br />

daño; <strong>de</strong>spués un consejo sobre lo que se ha <strong>de</strong> hacer, y por último... a ver si se luce el<br />

buen Padre Engarza-credos con una comisión <strong>de</strong>licada. [90]<br />

-Vamos, por el hábito que visto, que estoy curioso.<br />

Salieron. Media hora <strong>de</strong>spués, D. Benigno y su amigo reaparecieron en la trastienda.<br />

El comerciante traía el semblante alegre y las mejillas más que <strong>de</strong> ordinario encendidas.<br />

Alelí movía su cabeza con más nerviosidad y temblor que <strong>de</strong> ordinario, y al <strong>de</strong>spedirse<br />

<strong>de</strong> su paisano, le dijo:<br />

-Me parece muy bien, Benigno <strong>de</strong> mi corazón. Yo quedo encargado <strong>de</strong> arreglarlo.<br />

- IX -<br />

Dulce melancolía inundaba el alma pura <strong>de</strong>l buen Cor<strong>de</strong>ro. Parecíale que todo lo <strong>de</strong><br />

la tienda, incluso el feo hortera, concordaba con el estado <strong>de</strong> su espíritu, tiñéndose <strong>de</strong><br />

inexplicable color lisonjero, y que había una sonrisa general en todo lo externo, como si<br />

cada objeto fuera espejo en que a sí propio se miraba. Para más dicha, hasta hubo<br />

muchas ventas aquel día, que fue, si no estamos mal informados, uno <strong>de</strong> los <strong>de</strong> Febrero<br />

<strong>de</strong>l año <strong>de</strong> 1831, al cual se podría llamar, como se verá más a<strong>de</strong>lante, el año sangriento.<br />

Serían las once cuando entró en la tienda una dama y tomó asiento. Era parroquiana<br />

y [91] amiga. D. Benigno la saludó y al punto empezó a sacar género y más género,<br />

blondas <strong>de</strong> Almagro, Valenciennes, Bruselas, Cambray, Malinas, en tal abundancia y<br />

variedad que no parecía sino que la señora iba a llevarse todo Flan<strong>de</strong>s a su casa.<br />

-¡Qué carero se ha vuelto usted!... Ya no vuelvo más acá... Me voy a casa <strong>de</strong><br />

Capistrana... ¿Cincuenta y seis reales?, ¡qué herejía!... Esto no vale nada... Es<br />

imitación... Vaya una carestía... No doy más que tres onzas por todo.<br />

-No es sino muy barato... Por ser usted lo llevará en cincuenta duros todo...<br />

¿Capistrana? No hay allí más que maulas, señora... Volverá usted por más... Es legítimo


<strong>de</strong> Malinas... lo recibí la semana pasada. Este encaje <strong>de</strong> Inglaterra me cuesta a mí<br />

veinticuatro. Pierdo el dinero.<br />

-Lo que pier<strong>de</strong> usted es la caridad... ¡Santo Dios, cómo nos <strong>de</strong>suella! Así está más<br />

rico que un perulero... Con estos precios que aquí usan, ¡ya se ve!, no es extraño que se<br />

compren casas y más casas.<br />

Tantos dimes y diretes concluyeron con que la dama pagó en buenas onzas y<br />

doblones. Mientras Cor<strong>de</strong>ro empaquetaba las compras para mandarlas a la casa <strong>de</strong> la<br />

señora, esta le preguntó si era cierto que se había hecho propietario [92] <strong>de</strong> la finca<br />

don<strong>de</strong> estaba la tienda, y como el encajero le contestara que sí, la parroquiana aparentó<br />

alegrarse mucho diciendo:<br />

-Precisamente estoy muy <strong>de</strong>scontenta <strong>de</strong>l cuarto en que vivo y <strong>de</strong>seo mudarme. ¿No<br />

viven en este principal los <strong>de</strong> Muñoz? ¿No se van <strong>de</strong> Madrid? Pues si <strong>de</strong>jan la casa yo la<br />

tomo.<br />

-Mucho me alegraré -replicó el héroe-. Pero me figuro que mi principal será pequeño<br />

para quien tanto lujo tiene y a tanta gente recibe en sus tertulias.<br />

-¡Oh!, no... pienso reducirme mucho y vivir más para mí que para los otros -dijo la<br />

dama con mucha gracia-. Estoy cansada <strong>de</strong> poetas, <strong>de</strong> mazurcas y <strong>de</strong> chismes políticos.<br />

El Gobierno ha principiado a mirar con malos ojos mis reuniones, a pesar <strong>de</strong> que mi<br />

absolutismo pasa por artículo <strong>de</strong> fe. Ya sabe usted lo que es Calomar<strong>de</strong> y toda esa gente:<br />

van <strong>de</strong> exageración en exageración... están ciegos. El po<strong>de</strong>r absoluto es como el vino,<br />

una cosa muy buena y un vicio, según el uso que <strong>de</strong> él se haga. No lo du<strong>de</strong> usted, esa<br />

gente está borracha, y mientras más bebe y más se turba más quiere beber. El año<br />

comienza mal, y según dicen, las conspiraciones arrecian y el Gobierno no se para en<br />

pelillos para ahorcar.<br />

-No faltará tampoco quien amanse y dulcifique -dijo Cor<strong>de</strong>ro apoyando sus codos en<br />

[93] el mostrador para aten<strong>de</strong>r mejor a un tema tan <strong>de</strong> su gusto-. La Reina...<br />

- ¡Oh!, sí, la Reina... -exclamó la dama con ironía-. Sus dulcificaciones, <strong>de</strong> que tanto<br />

se ha hablado, son pura música. Ya lo ve usted, ha fundado un Conservatorio por<br />

aquello <strong>de</strong> que el arte a las fieras domestica. Me hace reír esto <strong>de</strong> querer arreglar a<br />

España con músicas. Al menos el Rey es consecuente, y al fundar su escuela <strong>de</strong><br />

Tauromaquia, cerrando antes con cien llaves las Universida<strong>de</strong>s, ha querido probar que<br />

aquí no hay más doctor que Pedro Romero. Eso es, <strong>de</strong>díquese la juventud a las dos<br />

únicas carreras posibles hoy, que son las <strong>de</strong> músico y torero, y el Rey barbarizando y la<br />

Reina dulcificando nos darán una nación bonita... ¡Ah!, me olvidaba <strong>de</strong> otra <strong>de</strong> las<br />

principales dulcificaciones <strong>de</strong> Cristina. Por intercesión <strong>de</strong> ella ¡oh alma generosa!, se va<br />

a suprimir la horca para sustituirla ¡enternézcase usted, amigo Cor<strong>de</strong>ro!... para<br />

sustituirla con el garrote... No sé si en el Conservatorio se creará también una cátedra <strong>de</strong><br />

dar garrote... con acompañamiento <strong>de</strong> arpa.<br />

D. Benigno se rió <strong>de</strong> estas <strong>de</strong>spiadadas burlas; mas lo hizo por pura galantería, pues<br />

siendo entusiasta admirador <strong>de</strong> la joven y generosa Reina, no admitía las<br />

interpretaciones malignas <strong>de</strong> su parroquiana. [94]


-Ello es, querido D. Benigno -añadió esta- que yo he <strong>de</strong>terminado quitarme <strong>de</strong> en<br />

medio. Presiento no sé qué <strong>de</strong>sgracias y persecuciones. Deseo una vida retirada y<br />

oscura. No más tertulias, no más versos <strong>de</strong>dicados a bodas reales, embarazos <strong>de</strong> reinas y<br />

nacimientos <strong>de</strong> princesas, no más murmuración ni secreto sobre lo que no me importa.<br />

Si su casa <strong>de</strong> usted me gusta, a ella me vengo y en ella me encierro... Decidido, señor <strong>de</strong><br />

Cor<strong>de</strong>ro.<br />

-Como buena y cómoda no hay otra en Madrid.<br />

-Yo quisiera verla.<br />

-Lo haré presente al señor <strong>de</strong> Muñoz y <strong>de</strong> seguro me dará permiso para que usted la<br />

vea.<br />

-No, no se moleste usted -dijo la dama, observando con atención el rostro <strong>de</strong><br />

Cor<strong>de</strong>ro, por ver si se turbaba-. ¿No son iguales todos los pisos?<br />

-Todos enteramente iguales.<br />

-Pues enséñeme usted el entresuelo don<strong>de</strong> usted vive... Pero ahora mismo. Tengo<br />

prisa. Quiero <strong>de</strong>cidir <strong>de</strong> una vez.<br />

Levantose resueltamente dirigiéndose a alzar la tabla <strong>de</strong>l mostrador para pasar a la<br />

trastienda. De aquel modo brusco y ejecutivo hacía ella todas sus cosas.<br />

-No hay inconveniente, señora -dijo Cor<strong>de</strong>ro manifestando más bien agrado que<br />

contrariedad-. [95] Pero la señora me permitirá que no la acompañe, porque tendría que<br />

<strong>de</strong>jar la tienda sola. El chico no está.<br />

-No faltaba más sino que también conmigo gastara usted cumplidos. Qué<strong>de</strong>se usted...<br />

subiré sola, ya sé el camino... por esta escalerilla...<br />

-¡Sola!... ¡Cruz!... -gritó D. Benigno <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer peldaño.<br />

La dama subió con ágil pie por la escalera, la cual era tan estrecha que en la<br />

angostura <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s se le chafaron a la señora las huecas mangas <strong>de</strong> jamón, y el<br />

chal <strong>de</strong> cachemira se le resbaló <strong>de</strong> los hombros.<br />

En aquel mismo momento Crucita estaba limpiando jaulas y soplando la paja <strong>de</strong>l<br />

alpiste, sin parar un momento en su conversación con todos los pájaros, la cual era un<br />

lenguaje compuesto <strong>de</strong> suavísimas interjecciones cariñosas, <strong>de</strong> voces incomprensibles,<br />

cuyas variadas inflexiones no expresaban i<strong>de</strong>as, sino un vago sentimiento <strong>de</strong> arrullo o<br />

los apetitos y anhelos <strong>de</strong>l instinto. Era aquella charla como los rudimentos o albores <strong>de</strong><br />

la palabra humana cuando el hombre pegado aún a la Naturaleza por el cordón umbilical<br />

<strong>de</strong> la barbarie, <strong>de</strong>sconocía las relaciones sociales. ¡Oh!, ¡qué dato para aquel filósofo<br />

que tenía en D. Benigno el más entusiasta <strong>de</strong> sus admiradores! Oyendo hablar [96] a<br />

doña Crucita con los habitantes enjaulados <strong>de</strong> su selva <strong>de</strong> balcón, Rousseau habría<br />

comprendido mejor el estado feliz y perfecto <strong>de</strong>l hombre, y su amigo Voltaire se habría<br />

puesto <strong>de</strong> cuatro pies para practicar, no <strong>de</strong> burlas, sino <strong>de</strong> puras veras, las teorías <strong>de</strong>l<br />

autor <strong>de</strong>l Contrato.


Doña Cruz era una mujercita seca y bastante vieja, muy limpia, fuerte y dispuesta<br />

como una muchacha, lista <strong>de</strong> pies y manos, con la cabeza medio escondida <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />

una escofieta que parecía alzarse y bajarse con el mover <strong>de</strong> la cabeza, como las moñas o<br />

tocas <strong>de</strong> ciertas aves. Para mirar daba a la cara un brusco movimiento lateral, lo mismo<br />

que los pájaros cuando están azorados o en acecho. Fuera por la asociación <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as o<br />

por verda<strong>de</strong>ra semejanza, ello es que al verla daban ganas <strong>de</strong> echarle alpiste.<br />

Interrumpida en lo mejor <strong>de</strong> su faena, doña Cruz se escandalizó, se asustó, aleteó un<br />

tanto con los bracitos flacos, miró <strong>de</strong> lado, graznó un poquillo. Al mismo tiempo dos,<br />

tres o quizás cuatro perrillos se abalanzaron a la dama, ladrando y chillando, ro<strong>de</strong>ándola<br />

<strong>de</strong> tal modo que si fueran mastines en vez <strong>de</strong> fal<strong>de</strong>ros, la <strong>de</strong>jarían malparada. La cotorra<br />

y el loro ponían en aquel <strong>de</strong>sacor<strong>de</strong> tumulto algunos comentarios roncos que<br />

aumentaban [97] la confusión. La dama expresó el objeto <strong>de</strong> su subida al entresuelo,<br />

mas como Crucita no podía oírla, fuele preciso alzar la voz, y con esto alzaron la suya<br />

los perros, mayaron los gatos, se enfadaron cotorra y loro y los pájaros prorrumpieron<br />

en una carcajada estrepitosa <strong>de</strong> cantos y píos. Mientras más gritaba la turba animalesca<br />

más se <strong>de</strong>sgañitaba doña Cruz diciendo: «¿Qué se le ofrece a usted? ¿Por quién<br />

pregunta usted?». Y a cada subida <strong>de</strong>l diapasón <strong>de</strong> la vieja más elevaba el suyo la<br />

señora, mientras D. Benigno <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la escalera gritaba sin que le escucharan: «¡Cruz!<br />

¡Sola!» armándose tal laberinto que sin duda hubiera parado en algo <strong>de</strong>sagradable si no<br />

se presentara afortunadamente la Hormiga a <strong>de</strong>svanecer aquella confusión, imponiendo<br />

silencio y enterándose <strong>de</strong> lo que la dama quería.<br />

Sorprendida y algo cortada estaba Sola ante aquel brusco modo <strong>de</strong> ver casas, y<br />

pasado el asombro primero dio en sospechar que otra intención distinta <strong>de</strong> la<br />

manifestada tenía la dama. Aunque esta le inspiraba miedo, por figurársele que su<br />

presencia le anunciaba alguna trapisonda, quiso disimular su temor. Tan bien lo<br />

consiguió, que la señora empezó a sorpren<strong>de</strong>rse a su vez <strong>de</strong> hallar en la protegida <strong>de</strong><br />

Cor<strong>de</strong>ro un semblante tan festivo, un [98] ánimo tan sereno y tal disposición a la<br />

complacencia, que dijo para sí con <strong>de</strong>specho y tristeza: -O esta disimula mejor que yo, o<br />

no hay aquí hombre escondido ni cosa que lo valga.<br />

- X -<br />

Vieron la casa toda, que la señora encontró más pequeña <strong>de</strong> lo que creía y bastante<br />

oscura en lo interior. Después Sola, que no había tenido tiempo <strong>de</strong> echarse un mantón<br />

por los hombros, ni aun <strong>de</strong> quitarse el <strong>de</strong>lantal, que era su librea <strong>de</strong> gala por las<br />

mañanas, acompañó a la señora a la sala para que <strong>de</strong>scansase y le pidió indulgencia por<br />

el mal pergenio con que la recibía. Consi<strong>de</strong>rándose ella como una especie <strong>de</strong> ama <strong>de</strong><br />

gobierno más bien que como dueña <strong>de</strong> la casa, su posición frente a la otra era, en<br />

verdad, un poco <strong>de</strong>sairada. Pero no le importaba nada ser allí un poco más o menos<br />

señora, y sentándose a cierta distancia <strong>de</strong> la visitante, esperó a que Crucita o el mismo<br />

D. Benigno vinieran a relevarla <strong>de</strong> su señorío provisional. Crucita se había encerrado en<br />

el gabinete para colgar las jaulas y echar agua a los tiestos, y [99] no se cuidaba <strong>de</strong> que<br />

hubiese o no en el estrado una persona extraña. Cor<strong>de</strong>ro estaba vendiendo, y tampoco<br />

podía subir.


En cambio, Juanito Jacobo se a<strong>de</strong>lantaba lentamente pegado a la pared y rozándose<br />

con las sillas, como una babosa que marcha pegada a las piedras <strong>de</strong> una tapia. Con el<br />

ceño fruncido, un <strong>de</strong>do en la boca y ambas manos teñidas con la pintura <strong>de</strong> un caballejo<br />

<strong>de</strong> palo, a quien acababa <strong>de</strong> dar un baño en la cocina, miraba a Sola y a la otra señora,<br />

esperando que cualquiera <strong>de</strong> ellas le llamase.<br />

-¿Es este el niño más pequeño <strong>de</strong> D. Benigno? -preguntó la dama.<br />

-Sí, señora... ¡y es tan malo!... Ven acá, chico, ven; saluda a esta señora.<br />

El muchacho no se hizo <strong>de</strong> rogar y vino con a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> recelo y azoramiento,<br />

metiéndose, no ya el <strong>de</strong>do, sino toda la mano <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la boca. La abundante pintura<br />

negra y roja que en los <strong>de</strong>dos tenía se le pasó a los labios y carrillos.<br />

-Estás bonito por cierto... pareces un salvaje -le dijo Sola-. ¿No te da vergüenza <strong>de</strong><br />

que te vean así, grandísimo tunante?<br />

-No le riña usted.<br />

-¡Eh!... no te acerques a la señora con esas manazas puercas... Tira ese caballo, que<br />

está chorreando pintura. Le ha dado ahora [100] por lavar todo lo que encuentra, y el<br />

otro día metió en la tinaja las gafas <strong>de</strong> su padre.<br />

-Es un fenómeno <strong>de</strong> robustez esta criatura -afirmó la señora acariciándole.<br />

-Eso sí; está más sano que una manzana y come más que un sabañón -dijo Sola<br />

apretándole una nalga y dándole un palmetazo en el cogote para que por el chasquido <strong>de</strong><br />

las carnazas <strong>de</strong>l chiquillo juzgase la señora <strong>de</strong> su robustez.<br />

Parecía una madre en plena manifestación <strong>de</strong> su orgullo <strong>de</strong> tal.<br />

Juan Jacobo miró a la señora con expresión <strong>de</strong> <strong>de</strong>svergüenza, la cual se aumentaba<br />

con los manchurrones <strong>de</strong> su cara.<br />

-¿Quieres mucho a esta señorita? -le preguntó la dama, dándole un golpe con su<br />

abanico.<br />

El muchacho, que apoyaba sus codos en la rodilla <strong>de</strong> Sola, alzó la pierna para<br />

montarse arriba.<br />

-No, no, fuera, fuera... -dijo Sola quitándose <strong>de</strong> encima la preciosa carga-. No faltaba<br />

más... A fe que es chiquito el elefante para llevarlo en brazos... Quita allá, mostrenco.<br />

-¿Un hombre como tú no tiene vergüenza <strong>de</strong> que le coja en brazos una mujer? -le<br />

dijo la señora riendo. [101]<br />

-¡Le tenemos tan mimoso...! -dijo Sola con naturalidad-. Como es el más pequeño...<br />

Su padre está medio bobo con él, y yo...


No pudo seguir porque el muchacho, que era tan ágil como fuerte, saltó <strong>de</strong> un brinco<br />

sobre las rodillas <strong>de</strong> Sola y echándola los brazos al cuello la apretó fuertemente.<br />

-Ya ve usted... -dijo ella-, me tiene crucificada este sayón... Si le <strong>de</strong>jaran estaría así<br />

todo el día... Vaya, vaya, basta <strong>de</strong> fiestas... Sí, sí, ya sé que me quieres mucho. Haz el<br />

favor <strong>de</strong> no quererme tanto... Abajo, abajo... ¡Qué pensará <strong>de</strong> ti esta señora! Dirá que<br />

eres un mal criado, un niño feo...<br />

-No extraño que los hijos <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro la quieran a usted tanto... -manifestó la dama-.<br />

Es usted tan buena, y les ha criado con tanto esmero... Así está D. Benigno tan orgulloso<br />

<strong>de</strong> usted, y así no concluye nunca cuando empieza a elogiarla. ¡Cómo la pone en las<br />

nubes!... Y verda<strong>de</strong>ramente el amigo Cor<strong>de</strong>ro ha encontrado una joya <strong>de</strong> inestimable<br />

precio para su casa. Yo creo que en el caso presente el agra<strong>de</strong>cimiento le correspon<strong>de</strong> a<br />

él más bien que a usted.<br />

Sola protestó <strong>de</strong> esta i<strong>de</strong>a con exclamaciones y también con movimientos negativos<br />

<strong>de</strong> cabeza.<br />

-¿Pues qué ha hecho usted sino sacrificarse? [102] -añadió la dama-. Bien podría<br />

vivir hoy, si lo hubiera querido, en otra posición, en otro estado, que <strong>de</strong> seguro sería<br />

más in<strong>de</strong>pendiente... pero dudo que fuera más tranquilo y feliz.<br />

-No creo que para mí pudieran existir posición ni estado mejores que los que ahora<br />

tengo - repuso la Hormiga con sequedad.<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente así es, porque, si no recuerdo mal, usted se encontró <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la<br />

muerte <strong>de</strong> su señor padre, sola y abandonada en el mundo. Me parece haber oído que<br />

alguien la protegió a usted en aquellos días; pero como andando el tiempo, ese alguien o<br />

se murió o <strong>de</strong>sapareció o no quiso acordarse más <strong>de</strong> usted, el resultado es, hija mía, que<br />

su orfandad no ha tenido verda<strong>de</strong>ro y seguro amparo hasta que este angelical D.<br />

Benigno la trajo a su casa. En él tiene usted un padre cariñoso... ¡Oh!, páguele usted con<br />

un cariño <strong>de</strong> hija y no busque fuera <strong>de</strong> esta casa otros afectos ni otro estado <strong>de</strong> mejor<br />

apariencia. Cuidado con casarse; no cambie usted el arrimo <strong>de</strong> este santo varón por el <strong>de</strong><br />

cualquier hombrecillo que no sepa compren<strong>de</strong>r su mérito.<br />

Siguió apurando el tema la señora y vino a parar en una filípica contra los hombres,<br />

sin especificar si la merecían en el concepto <strong>de</strong> maridos o en el <strong>de</strong> novios o cortejos;<br />

pero <strong>de</strong>teniéndose <strong>de</strong> repente, se echó a reír. [103]<br />

-Mas usted dirá que le doy consejos sin que me los pida y que hablo <strong>de</strong> lo que no me<br />

importa.<br />

-No, señora; todo lo que usted dice me parece muy puesto en razón, y es natural que<br />

dé el consejo quien tiene la experiencia... Estate quieto, por amor <strong>de</strong> Dios, chiquillo...<br />

-Bien, bien -dijo la dama riendo otra vez-. En fin, señora, yo estoy molestando a<br />

usted y quitándole el tiempo...<br />

-De ningún modo.


Levantáronse ambas.<br />

-Tiene una hermosa sala el amigo Cor<strong>de</strong>ro -indicó la señora alargando la mano a<br />

Sola, y observando al mismo tiempo las cortinas blancas, las rinconeras, los can<strong>de</strong>leros<br />

<strong>de</strong> plata y las plumas <strong>de</strong> pavo real-. La parte <strong>de</strong> la casa que da a la calle me parece muy<br />

bonita... En fin, en mí tiene usted una servidora... Adiós, hermoso; dame un beso...<br />

¡Ah!, ¿no sabe usted lo que me ocurre en este momento?<br />

La señora que ya iba en camino <strong>de</strong> la puerta, se <strong>de</strong>tuvo, retrocedió algunos pasos y<br />

mirando a Sola fijamente, le dijo así:<br />

-Me olvidaba <strong>de</strong> hacer a usted una pregunta.<br />

Sola esperó, pali<strong>de</strong>ciendo un poco, por sentir corazonada <strong>de</strong> que la tal pregunta iba a<br />

ser <strong>de</strong> cosa triste. Su instinto zahorí lo adivinaba [104] y parecía leer en los ojos <strong>de</strong> la<br />

hermosa dama la pregunta misma con todas sus palabras antes <strong>de</strong> que la primera <strong>de</strong><br />

estas fuese pronunciada.<br />

-Dígame usted -preguntó la señora, afectando poco interés-, aquel caballero, aquel<br />

joven, aquel, en fin, a quien usted llamaba su hermano, ¿dón<strong>de</strong> está?<br />

-No lo sé, señora -replicó Sola pasando bruscamente <strong>de</strong> la pali<strong>de</strong>z al rubor-. Hace<br />

tiempo que no sé nada.<br />

-¿Vive, o qué es <strong>de</strong> él?<br />

-No sé una palabra. Hace dos años que no me escribe... ¿Usted sabe algo?<br />

El rubor <strong>de</strong>sapareció en ella <strong>de</strong>jándola en su natural color y aspecto tranquilo.<br />

-Dos años justos hace que tampoco sé nada... Es muy particular...<br />

Para la astuta dama no pasó inadvertida la circunstancia <strong>de</strong> que si la joven se turbó al<br />

recibir la primera impresión <strong>de</strong> la pregunta, supo contestar con serenidad a ella. Ya<br />

fuese por disimulo, ya porque realmente se interesaba poco por el personaje recordado<br />

tan bruscamente, no se afectó como la otra creía.<br />

-O está aquí -pensó la dama-, y la muy pícara lo oculta con admirable disimulo, o si<br />

no está, ella no se cuida ya <strong>de</strong> él para maldita la cosa. [105]<br />

-Quiero ser franca con usted -dijo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ligera pausa, en que la miró a los ojos<br />

como se miraría en un espejo-. Me dijeron hace días que estuvo en Madrid y que D.<br />

Benigno le había ocultado en su casa.<br />

-¡Aquí!... ¡señora! -exclamó Sola echando sorpresa por sus ojos con tanta naturalidad<br />

que la dama no pudo menos <strong>de</strong> sorpren<strong>de</strong>rse también-. La han engañado a usted...<br />

Apuesto a que Pipaón... ¡Ah!, ese buen don Juan miente más que habla... Todos los días<br />

viene contando unas patrañas que nos hacen reír. En cuanto a ese <strong>de</strong>sgraciado, yo creo<br />

que no pue<strong>de</strong> ocultarse aquí ni en ninguna parte...


-¿Por qué?<br />

-Yo tengo mis razones para creer... Sí, bien lo puedo asegurar casi sin temor <strong>de</strong><br />

equivocarme: mi hermano ha muerto.<br />

Parecía que iba a llorar un poco; pero no lloró ni poco ni mucho. La dama vaciló un<br />

momento entre la emoción y la incredulidad. Llevose el pañuelo a la boca como si<br />

quisiera poner a raya los suspiros que contra todas las leyes <strong>de</strong>l disimulo querían<br />

echarse fuera, y dijo esto:<br />

-¡Válganos Dios, y cómo mata usted a la gente!... Con permiso <strong>de</strong> usted no creo...<br />

¡Horrible y nunca oída algazara! Quiso el Demonio, o por mejor hablar, doña<br />

Crucita, [106] que en el momento <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir la señora no creo, se abriese la puerta <strong>de</strong>l<br />

gabinete y diera salida a dos fal<strong>de</strong>rillos, un doguito y un pachón que soltando a un<br />

tiempo el ladrido atronaron la sala; y como por la misma puerta venía el chillar <strong>de</strong> los<br />

pájaros, y como <strong>de</strong> añadidura subían por la angosta escalera los tres chicos <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro,<br />

proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> la escuela, se armó un estrépito tal que no lo hiciera mayor la diosa<br />

misma <strong>de</strong> la jaqueca, caso <strong>de</strong> que pueda haber tal diosa. Los perros se tiraban a acariciar<br />

a los Cor<strong>de</strong>rillos, los Cor<strong>de</strong>rillos a los perros y en medio <strong>de</strong>l tumulto se oyó la pacífica<br />

voz <strong>de</strong> D. Benigno que también por la escalera subía diciendo: «or<strong>de</strong>n, silencio,<br />

compostura, que hay visita en casa».<br />

Detrás <strong>de</strong> D. Benigno apareció la figura <strong>de</strong> Zurbarán a quien llamaban padre Alelí, y<br />

con el furor que los chicos ponían en besar la mano <strong>de</strong>l padre y la correa <strong>de</strong>l amigo, se<br />

aumentó el estruendo, porque los perros también querían dar pruebas <strong>de</strong> su veneración<br />

con ladridos. Al fin, para que nada faltara, apareció doña Crucita echando toda la culpa<br />

<strong>de</strong> la bulla a los muchachos, y les llamó perros, y a los perros nenes y a su hermano<br />

borrego <strong>de</strong> Cristo y a Sola Doña Aquí me estoy, y al buen fraile el Zancarrón <strong>de</strong><br />

Mahoma.<br />

-Cállate, Cruz <strong>de</strong>l Mal Ladrón -dijo [107] Alelí riendo-, y guarda a<strong>de</strong>ntro toda esta<br />

jauría <strong>de</strong>l Infierno... ¡Oh! Cuánto bueno por aquí. Sí, ya me ha dicho Benigno que había<br />

subido usted a ver la casa. ¿Y qué tal? Tiene magníficas vistas nocturnas el patio, y en<br />

jardines colgantes no le ganaría Babilonia, así como en diversidad <strong>de</strong> alimañas no le<br />

ganaría el África entera.<br />

La dama habló un momento <strong>de</strong> las condiciones <strong>de</strong> la casa; <strong>de</strong>spués se <strong>de</strong>spidió para<br />

marcharse, porque era la una, hora sacramental <strong>de</strong> la comida.<br />

-Un momento, señora -dijo D. Benigno, ahuyentando a sus hijos y a los perros-. Aquí<br />

tiene usted al buen Alelí con más miedo que un masón <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> las comisiones<br />

militares. Usted que tiene valimiento pue<strong>de</strong> sacarle <strong>de</strong> este apuro. Figúrese usted...<br />

-Nada, nada, señora -dijo Alelí nerviosamente, con extraordinaria recru<strong>de</strong>scencia en<br />

el temblor <strong>de</strong> su cabeza sobre el cuello que parecía <strong>de</strong> alambre-. No es más sino que<br />

hace un rato se ha metido por la puerta <strong>de</strong> mi celda un emigrado, un terrible <strong>de</strong>mocracio<br />

que se ha colado en España sin pedir permiso a Dios ni al Diablo, y con palabras<br />

angustiosas me ha rogado que le ampare y le esconda allí...


-¿Y qué es un <strong>de</strong>mocracio? -preguntó la dama riendo. [108]<br />

-Un perdis, un masón, un liberalote, un conspirador, un <strong>de</strong>mocracio, así les<br />

llamamos.<br />

-¿Y cuál es su nombre?<br />

-Eso, señora -dijo Alelí con gravedad-, no lo revelaré, pues aunque estoy <strong>de</strong>cidido a<br />

no tenerle oculto más que el tiempo necesario para que reciba contestación escrita <strong>de</strong> los<br />

que puedan o quieran protegerle mejor, no cantaré quién es, aunque me ahorquen.<br />

Confío en la discreción <strong>de</strong> todos los presentes. Bien saben que no amparo conspiradores<br />

contra mi rey y la religión que profeso, y si a este he amparado, hícelo porque me juró<br />

que no venía acá para armar camorra, sino para corregirse y vivir pacíficamente,<br />

confiado en el perdón que espera alcanzar <strong>de</strong> Su Majestad.<br />

-Sabe Dios a qué vendrá mi hombre -dijo Cor<strong>de</strong>ro, gozándose en aumentar el susto<br />

<strong>de</strong> su amigo-. Me parece que <strong>de</strong> la Trinidad Calzada van a salir sapos y culebras si<br />

Calomar<strong>de</strong> no da una vuelta por allí.<br />

-Yo me lavo las manos... y callandito, que estamos hablando más <strong>de</strong> la cuenta.<br />

Benigno, a comer se ha dicho. Esta señora nos va a acompañar a hacer penitencia.<br />

Rehusando los obsequios e invitaciones <strong>de</strong> aquella buena gente retirose la dama con<br />

harto dolor suyo, por no po<strong>de</strong>r alcanzar el fin <strong>de</strong> la interesante noticia que el fraile traía<br />

<strong>de</strong>l [109] convento. Por la calle iba pensando en el <strong>de</strong>sconocido que se acogía al amparo<br />

<strong>de</strong> la celda <strong>de</strong> Alelí. Al llegar a su casa encontró a Pipaón que la aguardaba.<br />

-¡Necio! -exclamó, sentándose muy fatigada-. En casa <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro no hay nada...<br />

Como siga usted rastreando <strong>de</strong> este modo, pronto le <strong>de</strong>dicará Calomar<strong>de</strong> a coger<br />

moscas... Pero una feliz casualidad...<br />

-¿Ha <strong>de</strong>scubierto usted...?<br />

-Sí, hombre ¿qué cosa habrá que yo no <strong>de</strong>scubra? Vea usted por dón<strong>de</strong>... Déjeme<br />

usted que <strong>de</strong>scanse.<br />

-En Gracia y Justicia se sabe que continúa funcionando en Francia, más<br />

envalentonado que nunca, el famoso Directorio provisional <strong>de</strong>l levantamiento <strong>de</strong><br />

España contra la tiranía.<br />

-Noticia fresca.<br />

-Se sabe -añadió Pipaón dándose mucha importancia- que constituyen el tal<br />

Directorio los patriotas, o dígase perdularios, Valdés, Sancho, Calatrava, Istúriz y<br />

Vadillo.<br />

-Que Mendizábal es el <strong>de</strong>positario <strong>de</strong> los fondos.<br />

-Que Lafayette les protege ocultamente y les busca dinero, y finalmente que han<br />

enviado a Madrid a cierto individuo con nombre supuesto... [110]


-El cual, o yo soy incapaz <strong>de</strong> sacramento, o está en la Trinidad Calzada.<br />

Pipaón abrió su boca todo lo que su boca podía abrirse y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> permanecer<br />

buen rato haciendo competencia a las carátulas <strong>de</strong> mármol que <strong>de</strong> antiguo existen en los<br />

buzones <strong>de</strong>l correo, repitió con asombro:<br />

-¡En la Trinidad Calzada!<br />

- XI -<br />

El padre Alelí amenizó la comida con su charla, que habría sido la más sabrosa <strong>de</strong>l<br />

mundo, si por efecto <strong>de</strong> los muchos años no tuviera la cabeza tan <strong>de</strong>svanecida y<br />

<strong>de</strong>scua<strong>de</strong>rnada que todo era <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n y divagaciones en sus discursos. Sucedía que el<br />

buen señor empezaba a contar una cosa, y sin saber cómo se escurría fuera <strong>de</strong>l tema<br />

principal y pasando <strong>de</strong> un inci<strong>de</strong>nte a otro hallábase a lo mejor a cien leguas <strong>de</strong>l punto<br />

adon<strong>de</strong> quería ir. Era hombre que antes <strong>de</strong> llegar a la <strong>de</strong>crepitud, tuvo una memoria<br />

fresquísima y una chispa especial para contar cosas pasadas y presentes; pero estaba ya<br />

tan débil <strong>de</strong> cascos que <strong>de</strong> aquel recordar prodigioso y <strong>de</strong> aquel arte admirable [111]<br />

para la narración ya no quedaba más que una facundia <strong>de</strong>shilvanada, un chorrear <strong>de</strong><br />

i<strong>de</strong>as y palabras, y un grandísimo enfado si alguien le interrumpía o intentaba llamarle<br />

al or<strong>de</strong>n.<br />

-Puesto que queréis conocer el caso <strong>de</strong>l <strong>de</strong>mocracio que se ha metido por las puertas<br />

<strong>de</strong> mi celda -dijo al principiar la comida-, os lo voy a contar como se <strong>de</strong>ben contar las<br />

cosas, con todos sus pelos y señales. Empecemos por don<strong>de</strong> <strong>de</strong>be empezarse. Pues<br />

señor... iba yo por la calle <strong>de</strong> Carretas arriba, y al llegar a la esquina <strong>de</strong> Maja<strong>de</strong>ritos veo<br />

que viene hacia mí un elefante con los brazos abiertos. Era para causar espanto a<br />

cualquiera la acometida <strong>de</strong> aquel monstruo con sotana y manteo; pero yo que conozco a<br />

mis fieras me <strong>de</strong>jé abrazar y le abracé también con mucho gozo. «¿Cómo va? Bien, ¿y<br />

tú, gigantón?»... En fin, para no cansar, era Juan Nicasio Gallego. Ya sabéis que fue<br />

discípulo mío en Salamanca don<strong>de</strong> leí sagrados cánones por los años <strong>de</strong> 792 a 794. Era<br />

entonces Nicasio el jayán más guapote que había salido <strong>de</strong> la tierra <strong>de</strong>l garbanzo; sus<br />

disposiciones eran gran<strong>de</strong>s, tan gran<strong>de</strong>s como su pereza, y hubiéramos tenido en él un<br />

acabado canonista si no cayera en la tentación <strong>de</strong> enamorarse <strong>de</strong> Horacio y Virgilio,<br />

fomentadores <strong>de</strong> la holgazanería. [112] El bribón <strong>de</strong> Melén<strong>de</strong>z le tomó mucho cariño, y<br />

lo mismo el calzonazos <strong>de</strong> Iglesias que fabricó su reputación con chascarrillos... Yo<br />

digo que si Iglesias no se llega a morir a los treinta y ocho años hubiera puesto el<br />

Breviario en epigramas... Pero sigo contando con or<strong>de</strong>n. Quedamos en que una tar<strong>de</strong><br />

paseábamos por el Zurguén el maestro Peláez, Melén<strong>de</strong>z, Gallego y yo. Por aquellos<br />

días había venido la noticia <strong>de</strong> la <strong>de</strong>gollación <strong>de</strong> Luis XVI, y estábamos consternados,<br />

muy consternados, atrozmente consternados. A mí no me digan, ¿hay en la historia<br />

antigua ni mo<strong>de</strong>rna un crimen tan atroz?...<br />

-Por vida <strong>de</strong> Sancho Panza -dijo D. Benigno riendo- que eso se parece al cuento <strong>de</strong>l<br />

hidalgo y el labrador... ¿A dón<strong>de</strong> va usted a parar con sus divagaciones, ni qué tiene que<br />

ver Luis XVI con el poeta zamorano?...


-Allá voy, hombre, allá voy -replicó Alelí muy amostazado-. Yo sé lo que cuento y<br />

no necesito <strong>de</strong> apuntadores.<br />

-Sepamos ante todo lo que le dijo Gallego en la esquina <strong>de</strong> Maja<strong>de</strong>ritos, si es que<br />

esto tiene algo que ver con el cuento <strong>de</strong>l <strong>de</strong>mocracio.<br />

-Seguramente tiene que ver. Gallego es también un gran<strong>de</strong> y <strong>de</strong>scomedido<br />

<strong>de</strong>mocracio, y a eso iba... Pues me contó Juan Nicasio cómo [113] le está engañando<br />

Calomar<strong>de</strong>, fingiéndole protección, y cómo el Rey le ha prometido no sé cuántas<br />

prebendas sin darle ninguna. A<strong>de</strong>más, el hombre está temblando porque le han <strong>de</strong>latado<br />

por franc-masón, y bien sabemos todos que el año 8 fue empleado <strong>de</strong> los liberales en<br />

Cádiz, y el año 10 diputado en las pestíferas Cortes.<br />

-Eso <strong>de</strong> pestíferas no pasa -exclamó Cor<strong>de</strong>ro, dando un golpe en la mesa con el<br />

mango <strong>de</strong>l tenedor-. Repórtese el fraile o se sabrá quién es Calleja.<br />

-Vete con dos mil <strong>de</strong>monios.<br />

-Siga el cuento.<br />

-Sigo, y no interrumpirme.<br />

-Pero cuidado con echar por los cerros <strong>de</strong> Úbeda.<br />

-Que diga Sola si voy mal.<br />

-Va admirablemente -replicó ella sonriendo-. Eso se llama contar bien, y no falta<br />

sino saber lo que dijo ese señor gallego o asturiano.<br />

-Pues dijo que está empleado en la biblioteca <strong>de</strong>l duque <strong>de</strong> Frías y que hace poco le<br />

fueron a pren<strong>de</strong>r por revoltoso, y equivocándose los <strong>de</strong> policía, en vez <strong>de</strong> cogerle a él<br />

cogieron al archivero y le plantaron en la cárcel. Cuando el Rey lo supo se rió mucho, y<br />

dijo a Calomar<strong>de</strong>: «Tan malos sois como tontos». Después, Gallego fue a ver al Rey, y<br />

como este tiene <strong>de</strong>bilidad [114] por los poetas... Ya sabéis cuánto se entusiasma con<br />

Moratín. ¡Ah!, hace dos años que murió ese buen hombre y yo me acuerdo, como si<br />

fuera <strong>de</strong> ayer, <strong>de</strong> haberle visto trabajando en la platería <strong>de</strong> su tío el joyero <strong>de</strong>l Rey. Creo<br />

haberos contado que Moratín tuvo una novia, una tal doña Paquita, hija <strong>de</strong> la dueña <strong>de</strong><br />

la casa don<strong>de</strong> vivía Mustafá. Ya sabéis que así llamábamos al pobre Juan Antonio<br />

Con<strong>de</strong> por ser escritor <strong>de</strong> cosas <strong>de</strong> moros.<br />

-Nos lo ha contado unas doscientas veces -dijo Cor<strong>de</strong>ro al oído <strong>de</strong> Sola.<br />

-No sabíamos eso -añadió esta en voz alta, para no <strong>de</strong>sanimar al bondadoso fraile-.<br />

¿Con que Moratín...?<br />

-Sí, hija mía, estuvo enamorado <strong>de</strong> esa doña Paquita, habitante en la calle <strong>de</strong><br />

Valver<strong>de</strong> con su madre, la señora doña María Ortiz, que fue el pintiparado mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> la<br />

saladísima doña Irene <strong>de</strong> El sí <strong>de</strong> las niñas. Moratín ya no era mozo y doña Paquita<br />

apenas tendría los dieciocho años, es <strong>de</strong>cir, que con veinte <strong>de</strong> por medio entre los dos,<br />

¡qué había <strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r...! Leandro, enamorado como suelen estarlo los machuchos que


se rever<strong>de</strong>cen, la niña afectando acce<strong>de</strong>r por timi<strong>de</strong>z, por hipocresía o por<br />

agra<strong>de</strong>cimiento, hasta que vino el <strong>de</strong>sengaño, un <strong>de</strong>sengaño cruel, horrible...<br />

-¡Barástolis!... señor don Plomo -exclamó [115] Cor<strong>de</strong>ro con repentino enfado-, que<br />

estamos hartos <strong>de</strong> oírle contar lo <strong>de</strong> Moratín y doña Paquita. ¿Qué tiene eso que ver ni<br />

con el amigo que encontró en Maja<strong>de</strong>ritos, ni menos con el <strong>de</strong>mocracio que está<br />

escondido en la Trinidad?<br />

-A ello voy, a ello voy, señor don Azogue -replicó Alelí enojándose también-. Pues<br />

qué ¿no se han <strong>de</strong> contar los antece<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> los sucesos? Precisamente iba a <strong>de</strong>cir que<br />

en el momento <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedirme <strong>de</strong> Gallego acertó a pasar ese muchacho americano,<br />

Veguita, un enredadorzuelo que dio que hablar cuando aquella barrabasada <strong>de</strong> los<br />

Numantinos y fue castigado con dos meses <strong>de</strong> encierro en nuestra casa para que le<br />

enseñáramos la doctrina. El tal es <strong>de</strong> buena pasta. Pronto le tomamos afición. Cantaba<br />

con nosotros en el coro y rezaba las horas. Yo le daba golosinas y le hacía leer y<br />

traducir autores latinos, y él me leía sus versos o me representaba trozos <strong>de</strong> comedias.<br />

Esto lo hace tan perfectamente que si mucho tiene <strong>de</strong> poeta, más tiene <strong>de</strong> cómico. Yo le<br />

animaba para que abandonase el mundo y entrase en la Or<strong>de</strong>n... ¡Oh, amigos míos!...<br />

Cuando uno consi<strong>de</strong>ra que en nuestra Or<strong>de</strong>n vivió y murió el primero <strong>de</strong> los<br />

predicadores <strong>de</strong>l mundo Fray Hortensio Paravicino, cuya celda ocupo en la actualidad...<br />

[1<strong>16</strong>]<br />

-Que te <strong>de</strong>scarrías, que te pier<strong>de</strong>s -dijo riendo D. Benigno-. Por Dios, querido padre<br />

mío, ya está usted otra vez a setecientas leguas <strong>de</strong> su cuento.<br />

-Iba diciendo que Ventura me besó las manos y <strong>de</strong>spués se las besó al padre <strong>de</strong> la<br />

Constitución, que así llama a Gallego la gente apostólica, y <strong>de</strong> esta manera le calificó en<br />

su infame <strong>de</strong>lación el religioso agonizante Fray José María Díaz y Jiménez, a quien<br />

nuestro soberano llama el número uno <strong>de</strong> los po<strong>de</strong>ncos por lo bien que huele, rastrea,<br />

señala y acusa toda conspiración y astucia <strong>de</strong> esos tontainas <strong>de</strong> liberales. No sé si os he<br />

dicho que, según confesión <strong>de</strong>l buen elefante zamorano, Calomar<strong>de</strong> le odia más que a<br />

un tabardillo pintado, y si no fuera porque D. Miguel Grijalva, amigo mío y <strong>de</strong> Nicasio,<br />

vio a Su Majestad y le llevó aquel famoso soneto que hizo Gallego cuando la Reina<br />

estaba <strong>de</strong> parto...<br />

-Al grano, al grano, que eso más que referir sucedidos es marear a Cristo.<br />

-Un poquitín <strong>de</strong> paciencia, señores. Yo <strong>de</strong>cía que se llegó a nosotros Veguita, a<br />

quien, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l encarcelamiento en nuestra casa yo no había visto más que dos<br />

veces, una en casa <strong>de</strong> Norzagaray cuando él y sus amigos ensayaban la comedia <strong>de</strong><br />

Zabala Faustina y Gerwal, y otra en la Puerta <strong>de</strong>l Sol cuando le [117] llevaban preso<br />

por tener la audacia <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarse las melenas largas, al uso masónico. Por cierto que ese<br />

atrevidillo se ha <strong>de</strong>jado crecer un bigote que no hay más que ver, y con aquellos<br />

precoces pelos insulta públicamente a la gente que manda, y hace <strong>de</strong>scarado alar<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

liberalismo... En una palabra, queridos, Venturilla y Gallego empezaron a hablar <strong>de</strong>l<br />

censor <strong>de</strong> teatros Reverendo padre Carrillo, y excuso <strong>de</strong>ciros que le pusieron como siete<br />

caños porque no <strong>de</strong>ja resollar a los autores. Después... y aquí entra lo principal <strong>de</strong> mi<br />

cuento...<br />

-Gracias a Dios... Aleluya.


-Pues Veguita dijo una cosa al oído <strong>de</strong> Gallego... y <strong>de</strong>spués acercose a mí<br />

poniéndose <strong>de</strong> puntillas, porque él es muy pequeño y yo más que regularmente alto, y<br />

me dijo también cuatro palabras al oído.<br />

-¿Qué? -preguntó con mucha curiosidad Cor<strong>de</strong>ro.<br />

-Pues no faltaba más sino que os fuera a revelar lo que se me confió como un<br />

secreto. [118]<br />

- XII -<br />

-¡Barástolis!, que estamos enterados -dijo Cor<strong>de</strong>ro comiéndose las últimas almendras<br />

<strong>de</strong>l postre.<br />

Pero el famoso Alelí no paró mientes en estas palabras, y empezó a rezar en acción<br />

<strong>de</strong> gracias por la comida. Poco <strong>de</strong>spués se habían levantado los manteles, y los<br />

muchachos, bien fregoteadas las manos y la boca, tornaron a la escuela. D. Benigno,<br />

que acostumbraba dormir muy breve siesta, la suprimió aquel día y bajó sin <strong>de</strong>mora a la<br />

tienda porque la comida había sido aquel día más larga que <strong>de</strong> ordinario. Doña Crucita<br />

que no podía pasarse sin su regalado sueño <strong>de</strong> dos o tres horas, se fue a su cuarto,<br />

llevando en un plato las golosinas con que solía obsequiar en tal hora a sus queridas<br />

alimañas, y tras ella se fue Juan Jacobo, con el sombrerón <strong>de</strong>l padre Alelí encajado en la<br />

cabeza hasta tocar los hombros, y en la mano un látigo que él mismo había hecho con<br />

una orilla <strong>de</strong> paño amarrada al mango roto <strong>de</strong> un molinillo <strong>de</strong> chocolate. Alelí buscó el<br />

blando acomodo <strong>de</strong> un sillón que en el testero <strong>de</strong>l comedor estaba, y que parecía <strong>de</strong>cir<br />

dormid en mí [119] con la suave hondura <strong>de</strong> su asiento, la inclinación <strong>de</strong> su viejo<br />

respaldo gordinflón y la curva <strong>de</strong> sus cariñosos brazos. Allí dormía antaño la siesta doña<br />

Robustiana, y allá solía hacer sus digestiones el buen Alelí, las cuales no eran difíciles,<br />

por ser él la sobriedad misma.<br />

Para mayor comodidad Sola le ponía <strong>de</strong>lante una silla para que estirase las piernas, y<br />

tras <strong>de</strong> la cabeza una mofletuda almohada <strong>de</strong> su propia cama, con lo que el padre estaba<br />

tan bien, que ni en la misma gloria. Aquella tar<strong>de</strong>, cuando Sola trajo silla y almohada, el<br />

fraile le tomó una mano, y mirándola con sus ojos soñolientos, le dijo: -Cor<strong>de</strong>ra...<br />

Sonriendo como la misma bondad sonreiría, Sola acomodó en la almohada la<br />

venerable cabeza que parecía la <strong>de</strong> un santo, y dijo así:<br />

-¿Qué me quiere Su Reverencia?<br />

-Cor<strong>de</strong>ra -murmuró el fraile sonriendo también como un bienaventurado-, vete al<br />

cuarto <strong>de</strong> Benigno, y en el chaquetón, bolsillo <strong>de</strong> la izquierda... ¿entien<strong>de</strong>s?<br />

-Sí, un cigarrito.<br />

-Se me olvidó pedírselo antes que bajara...


Ni medio minuto tardó la joven en traer el cigarrito, y con él la lumbre para<br />

encen<strong>de</strong>rlo. [1<strong>20</strong>]<br />

-Es que quiero echar una fumada para <strong>de</strong>spabilarme, porque <strong>de</strong>searía no dormir<br />

siesta... ¿entien<strong>de</strong>s, paloma?<br />

Como el fraile estaba con la cabeza echada atrás, en la más blanda y cómoda postura<br />

que pue<strong>de</strong>n apetecer humanos huesos, Sola no quiso que se incorporase y ella misma le<br />

encendió el cigarro en el braserillo, no siendo aquella la primera vez que tal cosa hacía.<br />

Chupó un poco con la inhabilidad que en tal caso es propia <strong>de</strong> mujeres (como no sean<br />

hombrunas), y cuando logró hacer ascua <strong>de</strong> tabaco, no sin per<strong>de</strong>r mucha saliva, presentó<br />

el cigarro a su amigo, cerrando los ojos por el picor que el humo le causaba en ellos.<br />

-Gracias, gracias, serafín <strong>de</strong> esta casa. Comprendo muy bien que ese santo varón...<br />

Pues, hija <strong>de</strong> mi alma, quiero <strong>de</strong>spabilarme con este cigarrito, porque necesito hablarte<br />

<strong>de</strong> una cosa grave, <strong>de</strong>licada, digo mal, archi-<strong>de</strong>licadísima.<br />

A Sola le pasó una nube por la frente, quiero <strong>de</strong>cir, que se puso seria y pensativa.<br />

-Tiempo hay <strong>de</strong> hablar todo lo que se quiera -dijo, inclinada sobre uno <strong>de</strong> los brazos<br />

<strong>de</strong>l sillón en que el religioso estaba-. Duerma su Reverencia.<br />

-Bueno, hijita, con tal que me llames a las tres y media... [121]<br />

-Eso es poco. A las cinco.<br />

-No, no. Si me duerno, no podré hablarte <strong>de</strong>l susodicho negocio, y lo he prometido,<br />

cor<strong>de</strong>ra, he prometido que esta tar<strong>de</strong> misma...<br />

Esto <strong>de</strong>cía cuando llegó un corpulento y bellísimo gato, que solía echar sus dormidas<br />

en el mismo sillón don<strong>de</strong> estaba Alelí, y viendo ocupado aquel lugar <strong>de</strong>licioso, dio<br />

algunas vueltas por <strong>de</strong>lante con rostro lastimero. Al fin, discurriendo que había sitio<br />

para todos, subió al regazo <strong>de</strong>l fraile y como encontrara agasajo, se enroscó y se echó a<br />

dormir cual un bendito.<br />

A poco <strong>de</strong> esto oyose un ruido estrepitoso, y fue que Juanito Jacobo había cogido<br />

una ban<strong>de</strong>ja <strong>de</strong> latón vieja, que olvidada estaba en la <strong>de</strong>spensa, y venía batiendo<br />

generala sobre ella con el palo <strong>de</strong>l molinillo, tan fuertemente que habría puesto en pie,<br />

con el estrépito que hacía, a los siete durmientes. Acudió Sola y le trajo prisionero por<br />

un brazo.<br />

-¡Con<strong>de</strong>nado chico! ¿No sabes que está tu tía durmiendo la siesta?... Ven acá: suelta<br />

eso... Ya, ya es tiempo <strong>de</strong> que tu padre te man<strong>de</strong> a la amiga... Ríñale, Padre Alelí. No se<br />

le pue<strong>de</strong> aguantar. Cuando el señorito está <strong>de</strong> vena, parece que hay un ejército en la<br />

casa.<br />

Diciendo esto, Sola le iba quitando sombrero, [122] ban<strong>de</strong>ja y palo, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

sentarse le acercó a sí y le acarició pasando suavemente su mano por los hermosos<br />

cabellos <strong>de</strong>l niño.


-Si hace bulla -dijo Alelí acariciando también con su mano los rizos-, no le traeré a<br />

mi señor don Juan Jacobo las hostias que le prometí, ni las velitas <strong>de</strong> cera, ni el San<br />

Miguel <strong>de</strong> alcorza... Pues te <strong>de</strong>cía, hija, que ahora vamos a hablar los dos <strong>de</strong> un asunto<br />

superlativamente <strong>de</strong>licado... Mira, vuelve al chaquetón <strong>de</strong> Benigno y tráeme otro<br />

cigarrito, o mejor dos.<br />

Sola hizo lo que le mandaba el reverendo y se volvió a sentar aguardando aquello tan<br />

<strong>de</strong>licado que manifestarle quería. Durante un rato no pequeño, los dos estuvieron<br />

callados, y Alelí fijaba sus ojos en el reloj, que era <strong>de</strong> los antiguos con las pesas<br />

colgando al <strong>de</strong>scubierto. La péndola se paseaba lenta y solemnemente en el breve<br />

espacio que las leyes <strong>de</strong> la gravedad y las <strong>de</strong> la mecánica le señalan, y así marcaba con<br />

el tono más severo el compás <strong>de</strong> la vida. Sola, por mirar algo, que es acto preciso a las<br />

meditaciones, miraba a la Creación, gran lámina que con otra representando el<br />

monumento <strong>de</strong> la catedral <strong>de</strong> Toledo, <strong>de</strong>coraba artísticamente el comedor. En la primera<br />

estaban nuestros primeros padres en el traje que es <strong>de</strong> suponer, en medio <strong>de</strong> un fértil<br />

país poblado <strong>de</strong> todas suertes <strong>de</strong> animales, recibiendo [123] la bendición <strong>de</strong>l Padre<br />

Eterno, que muy barbado y envuelto en una especie <strong>de</strong> capote se asomaba por un balcón<br />

<strong>de</strong> nubes.<br />

-¡Qué buenos cigarros tiene Benigno! -dijo Alelí, que al fin había encontrado la<br />

fórmula <strong>de</strong>l exordio-. Pero mejor que sus cigarros es él mismo. Te digo con toda verdad<br />

que yo he visto muchos hombres buenos, pero ninguno como nuestro Benigno. Es el<br />

corazón más puro y la voluntad más cristiana que he conocido en mi larga vida; es<br />

incapaz <strong>de</strong> hacer nada malo y capaz <strong>de</strong> las bonda<strong>de</strong>s más extraordinarias. Su razón es<br />

firme, sus sentimientos generosos, su vida la carrera <strong>de</strong>l bien. No aborrece a nadie, y<br />

cuando quiere, quiere con toda su alma. Tiene un carácter entero para hacer frente a las<br />

adversida<strong>de</strong>s, y en las bienandanzas no pue<strong>de</strong> vivir contento si no distribuye su ventura<br />

entre los que le ro<strong>de</strong>an, quedándose él con la absolutamente precisa para no ser<br />

<strong>de</strong>sventurado. Si tú nos oyes diciéndonos maja<strong>de</strong>rías, es por lo mucho que nos<br />

queremos. Él me llama Tío Engarza-Credos, y yo le llamo Don Leño o Chiribitas, y así<br />

nos reímos. Eso sí, en i<strong>de</strong>as políticas somos, como quien dice, el toma y el daca, lo más<br />

opuesto que pue<strong>de</strong> existir; pero estos arrumacos <strong>de</strong> la política no han <strong>de</strong> tocar, no, a las<br />

cosas <strong>de</strong>l alma ni a la amistad... Porque yo [124] digo, ¿qué me importa que Benigno<br />

tenga la manía <strong>de</strong> leer a ese perdido hereje <strong>de</strong> Rousseau, si por eso no <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser buen<br />

cristiano y <strong>de</strong> obe<strong>de</strong>cer a la Iglesia en todo?... Viva Benigno, y viva con su pepita, es<br />

<strong>de</strong>cir, con su Emilio y su Contrato social, que así me cuido yo <strong>de</strong> estas cosas como <strong>de</strong><br />

los que ahora se están afeitando en la luna... No creas tú, los padres <strong>de</strong>l convento me<br />

critican por esta tolerancia mía, y yo les contesto: «vale más un amigo en la mano que<br />

cien teorías volando». Mi carácter es así; en burlas disputo y machaco como todos los<br />

españoles; pero antes que tronos y repúblicas, antes que congresos y horcas está el<br />

corazón... ¡Cómo me reí una tar<strong>de</strong> hablando <strong>de</strong> esto! Paseaba yo a eso <strong>de</strong> las cinco por<br />

Atocha con dos hombres <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as contrarias, D. José Somoza, liberal, poeta, hombre<br />

ameno y dulce y cabal si los hay, y D Juan Bautista Erro, absolutista siempre, ahora<br />

apostólico vergonzante. Pues señor...<br />

-Paréceme -dijo Sola, cortando la digresión, que le parecía muy importuna- que se<br />

resbala usted, como dice D. Benigno. Ya está sabe Dios a cuántas leguas <strong>de</strong> lo que me<br />

estaba contando...


-¡Ah! Sí, perdona, hija... me distraje. Te <strong>de</strong>cía que ese bendito amigo juan-jacobesco<br />

es el mejor tragador <strong>de</strong> pan y garbanzos que he [125] conocido, y que ahora ha dado en<br />

la flor <strong>de</strong> querer casarse...<br />

-¡Casarse! -exclamó Sola poniéndose encarnada.<br />

-¿Te asombras, hija?... Más me asombré yo... No, no, no me asombré; al contrario,<br />

me pareció muy natural. Le conviene por mil razones; y ahora te pregunto yo: cuando<br />

Benigno tome estado ¿no será para ti un gran motivo <strong>de</strong> amargura el salir <strong>de</strong> esta casa,<br />

don<strong>de</strong> has sido tan amada, y separarte <strong>de</strong> estos chicos que has criado y que como a<br />

madre te miran?...<br />

El padre Alelí fijó en ella sus ojos, ávidos <strong>de</strong> leer en los <strong>de</strong> la joven lo que <strong>de</strong> su alma<br />

saliese al rostro, si es que algo salía. El buen fraile, que a pesar <strong>de</strong> su <strong>de</strong>crepitud llena <strong>de</strong><br />

perturbaciones mentales, conservaba algo <strong>de</strong> su antigua penetración, creyó ver en Sola<br />

una pena muy viva. Esto le hacía sonreír, diciendo para su sayo: «mujercita tenemos».<br />

-D. Benigno no se casará -dijo ella-. ¿Será posible que caiga en tan mala tentación?<br />

Yo <strong>de</strong> mí sé <strong>de</strong>cir que si salgo <strong>de</strong> esta casa me moriré <strong>de</strong> pena; tan tranquila, tan<br />

consi<strong>de</strong>rada y tan feliz he vivido en ella. Y luego, estos diablillos <strong>de</strong>l cielo, como yo les<br />

llamo; estos muchachos, a quienes quiero tanto sin ser míos, y no tengo mejor gusto que<br />

ocuparme [126] <strong>de</strong> ellos... No, digo que D. Benigno no se casará. Sería un disparate; ya<br />

no está en edad para eso.<br />

-¿Qué dices ahí, tontuela? -exclamó Alelí incorporándose con enojo-, ¿con que mi<br />

amigo no está en edad <strong>de</strong> casarse? ¿Es acaso algún viejo chocho, está por ventura<br />

enfermo? No, más sana y limpia está su persona y su sangre noble que la <strong>de</strong> todos esos<br />

mozuelos <strong>de</strong>l día.<br />

Esto <strong>de</strong>cía cuando Juan Jacobo, cansado <strong>de</strong> estarse quieto tanto tiempo y no teniendo<br />

interés en la conversación, empezó a tirarle <strong>de</strong> los bigotes al gato que dormido estaba en<br />

la falda <strong>de</strong>l fraile. Sentirse el animal tan malamente interrumpido en su sueño <strong>de</strong><br />

canónigo y empezar a dar bufidos y a sacar las uñas fue todo uno. Alborotose el fraile<br />

con los rasguños, y dio un coscorrón al chico, Sola le aplicó dos nalgadas y todo<br />

concluyó con enfadarse el muchacho y coger al gato en brazos y marcharse con él a un<br />

rincón don<strong>de</strong> le puso el sombrero <strong>de</strong>l mercenario para que durmiera.<br />

-Eso es, sí, está mi sombrero para cama <strong>de</strong> gatos -refunfuñó Alelí.<br />

-¡Jesús qué criatura!... le voy a matar -dijo Sola amenazándole con la mano-. Trae<br />

acá el sombrero. [127]<br />

Juan trajo el sombrero, y aprovechándose <strong>de</strong>l interés que en la conversación tenían el<br />

fraile y la joven, rescató su molinillo y su ban<strong>de</strong>ja y bajó a la tienda para escaparse a la<br />

calle.<br />

-Vaya con la tonta -dijo Alelí continuando su interrumpido tema-. Si Benigno es un<br />

muchacho, un chiquillo... Si me parece que fue ayer cuando le vi arrastrándose a gatas<br />

por un cerrillo que hay <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> su casa... ¡Qué piernazas aquellas, qué brazos y qué<br />

manotas tenía! ¡Y cómo se agarraba al pecho <strong>de</strong> su madre, y qué mordidas le daba el


muy antropófago! Yo le cogía en brazos y le daba unos palmetazos en los muslos...<br />

Sabrás que fui al pueblo a restablecerme <strong>de</strong> unas intermitentes que cogí en Madrid<br />

cuando vine a las elecciones <strong>de</strong> la Or<strong>de</strong>n. Entonces conocí al bueno <strong>de</strong> Jovellanos, un<br />

Voltaire encubierto, dígase lo que se quiera, y al con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Aranda, que era un Pombal<br />

español, y a mi señor D. Carlos III, que era un Fe<strong>de</strong>rico <strong>de</strong> Prusia españolizado...<br />

-Al grano, al grano.<br />

-Justo es que al grano vayamos. Cuando Nicolás Moratín y yo disputábamos...<br />

-Al grano.<br />

-Pues digo, que Benigno es un mozalbete. ¿No ves su arrogancia, su buen color, sus<br />

bríos? [128] Bah, bah... Oye una cosa, hijita: Benigno se casará, tú te quedarás sola, y<br />

entonces será bien añadir a tu nombre otra palabra, llamándote Sola y monda en vez <strong>de</strong><br />

Sola a secas. Pero aquí viene bien darte un consejo... ¿Sabes, hija mía, que me está<br />

entrando un sueño tal, que la cabeza me parece <strong>de</strong> plomo?<br />

-Pues <strong>de</strong>me Su Reverencia el consejo y duérmase <strong>de</strong>spués -repuso ella con<br />

impaciencia.<br />

-El consejo es que te cases tú también, y así <strong>de</strong>l matrimonio <strong>de</strong> Benigno no podrá<br />

resultar ninguna <strong>de</strong>sgracia... ¡Qué sueño, santo Dios!<br />

Sola se echó a reír.<br />

-¡Casarme yo!... Qué bromas gasta el padrito.<br />

-Hija, el sueño me rin<strong>de</strong>... no puedo más -dijo Alelí luchando con su propia cabeza<br />

que sobre el pecho se caía, y tirando <strong>de</strong> sus propios párpados con nervioso esfuerzo para<br />

impedir que se cerraran cual pesadas compuertas.<br />

-Otro cigarrito.<br />

-Sí... chaquetón... humo -murmuró Alelí, cuya flaca naturaleza era bruscamente<br />

vencida por la necesidad <strong>de</strong>l reposo.<br />

- XIII -<br />

Sola corrió a buscar el <strong>de</strong>spertador y a su vuelta encontró al pobre religioso más que<br />

medianamente dormido, la cabeza inclinada a un lado, la boca entreabierta, roncando<br />

como un viejo y sonriendo como un niño. No quiso <strong>de</strong>spertarle, aunque estaba curiosa<br />

por saber en qué pararía aquel asunto <strong>de</strong>l casamiento <strong>de</strong> su protector. Sospechaba la<br />

intención <strong>de</strong>l fraile y todo el intríngulis <strong>de</strong> aquella conferencia cortada por el sueño, y<br />

gozaba interiormente consi<strong>de</strong>rando los ro<strong>de</strong>os y la timi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> su protector.<br />

Acomodó la cabeza <strong>de</strong>l anciano en la almohada, le puso una manta en las piernas<br />

para que no se enfriase y le <strong>de</strong>jó dormir. Sentada en una silla al pie <strong>de</strong> la Creación le<br />

miró mucho, cual si en el semblante frailesco estuvieran estampadas y legibles las<br />

palabras que Alelí había dicho y las que no había tenido tiempo <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir. Profundo


silencio reinaba en el comedor. Oíase, sin embargo, el paseo igual y sereno <strong>de</strong> la<br />

péndola y un roncar lejano, profundo, que tenía algo <strong>de</strong> la trompa épica, y era la<br />

melopea <strong>de</strong>l sueño <strong>de</strong> doña [130] Crucita cantada en tonante estilo por sus órganos<br />

respiratorios. Los <strong>de</strong>l reverendo Alelí no tardaron en unir su autorizada voz a la que <strong>de</strong><br />

la alcoba venía, y sonando primero en aflautados preludios, <strong>de</strong>spués en períodos<br />

rotundos, llegaron a concertarse tan bien con la otra música que no parecía sino que el<br />

mismo Haydn había andado en ello.<br />

Entre las dos ventanas <strong>de</strong> la pieza, que recibían <strong>de</strong> un patio la poca luz <strong>de</strong> que este<br />

podía disponer, había un armario lleno <strong>de</strong> loza fina, tan bien dispuesta que bastaba una<br />

ojeada para enterarse <strong>de</strong> las distintas piezas allí guardadas. Las copas puestas en fila y<br />

boca abajo, sustentando cada cual una naranja, parecían enanos con turbantes amarillos.<br />

En todas las tablas las cenefas <strong>de</strong> papel recortado caían graciosamente formando picos<br />

como un encaje, y <strong>de</strong> este modo los arabescos <strong>de</strong> la loza tenían mayor realce. Algunas<br />

cafeteras y jarros echaban hacia fuera sus picos como aves que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tomar agua,<br />

estiran el cuello para tragarla mejor, y las redondas soperas se estaban muy quietas<br />

sobre su plato, como gallinas que sacan pollos. En el chinesco juego <strong>de</strong> té que regalaron<br />

a D. Benigno el día <strong>de</strong> su santo, las tacitas puestas en círculo semejando la empolladura<br />

recién salida y piando junto a la madre. Un alto y <strong>de</strong>scomedido botellón cuya [131]<br />

boca figuraba la <strong>de</strong> un animalejo, era el rey <strong>de</strong> toda aquella muchedumbre porcelanesca<br />

y parecía amenazar a las piezas vasallas con cierta ley escrita en el fondo <strong>de</strong> una fuente.<br />

Era un letrero dorado que <strong>de</strong>cía: «Me soy <strong>de</strong> Benigno Cor<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> Paz. Año <strong>de</strong> 1827».<br />

Junto al armario había una silla <strong>de</strong> tijera en la cual estaba Sola, con los brazos<br />

cruzados. Miraba a Alelí, a la lámpara <strong>de</strong> cuatro brazos, a la Creación, al monumento <strong>de</strong><br />

Toledo y al suelo cubierto <strong>de</strong> estera común. También fue objeto <strong>de</strong> sus miradas el<br />

aguamanil, cuya llavecita, un poco <strong>de</strong>sgastada, <strong>de</strong>jaba caer una gota <strong>de</strong> agua a cada diez<br />

oscilaciones <strong>de</strong> la péndola. La caja <strong>de</strong> latón en que estaba el agua tenía pintado un<br />

pajarillo picando una flor, con tan <strong>de</strong>sdichado arte que más bien parecía que la flor se<br />

comía al ave. También miraba Sola al techo don<strong>de</strong> había cuatro ligeras manchas <strong>de</strong><br />

humo correspondientes a los cuatro quinquets <strong>de</strong> cada uno <strong>de</strong> los brazos <strong>de</strong> la lámpara.<br />

Tales manchas eran las únicas nubes que empañaban el azul <strong>de</strong> aquel cielo <strong>de</strong> yeso que<br />

en verano se estrellaba <strong>de</strong> moscas.<br />

La joven dirigía sus ojos a todas estas partes, cual si estuviese buscando sus<br />

pensamientos perdidos y <strong>de</strong>sparramados por la estancia. Creeríase que habían salido a<br />

holgar [132] volando como mariposas a distintos parajes, y que su dueña los iba<br />

recogiendo uno a uno o dos a dos para traerlos a casa y someterlos al yugo <strong>de</strong>l<br />

raciocinio.<br />

Y así era en efecto. Ella tenía que concertar algo en su cabeza y discurrir.<br />

Convidábanle a ello la soledad en que estaba y la suave sombra que empezaba a ocupar<br />

el comedor dominando primero los ángulos, el techo, y extendiéndose poco a poco y<br />

avanzando un paso al compás <strong>de</strong> los que daba la péndola. Las voces o díganse<br />

ronquidos se apagaron un momento cual si los músicos que las producían <strong>de</strong>scansasen<br />

para tomar más fuerza. La <strong>de</strong> doña Crucita empezó luego a crecer, a crecer, <strong>de</strong>safiando a<br />

la <strong>de</strong>l padre Alelí. La <strong>de</strong> este sonaba entonces en el registro <strong>de</strong>l caramillo pastoril y<br />

parecía convidar a la égloga con su gorjeo cariñoso. Y en tanto el murmullo <strong>de</strong> Crucita<br />

se tornaba <strong>de</strong> llamativo en provocador y <strong>de</strong> provocador en insolente como si <strong>de</strong>cir<br />

quisiera: «en esta casa nadie ronca más que yo».


Indudablemente Sola discurría con muy buen juicio en medio <strong>de</strong> estas músicas.<br />

Pensaba que era un disparate vivir tanto tiempo en un mundo quimérico. La edad<br />

avanzaba; la juventud, aunque todavía rozagante y lozana en ella, había <strong>de</strong>jado ya atrás<br />

una buena parte <strong>de</strong> sí misma. Su vida marchaba ya [133] muy cerca <strong>de</strong> aquel límite en<br />

que están la razón y la pru<strong>de</strong>ncia, las posibilida<strong>de</strong>s y las prosas, <strong>de</strong> tal modo que las<br />

ilusiones se iban quedando atrás envueltas en brumas <strong>de</strong> recuerdos, mal iluminados por<br />

la luz vespertina <strong>de</strong> esperanzas <strong>de</strong>svanecidas. La fantasía se cansaba <strong>de</strong> su trabajo<br />

estéril, <strong>de</strong> aquella fatigosa edificación <strong>de</strong> castillos llevados <strong>de</strong>l viento y <strong>de</strong>scompuestos<br />

en aire como las bovedillas <strong>de</strong> la espuma, que no son más que juegos <strong>de</strong>l jabón<br />

transformándose por un instante en pedrería <strong>de</strong> mil matices. Llegaba Doña Sola y<br />

monda a la edad en que parece verificarse en la mente un <strong>de</strong>spejo <strong>de</strong> todas las<br />

jugueterías y figuraciones que traemos <strong>de</strong> la niñez, y queda aquel aposento <strong>de</strong> nuestro<br />

espíritu limpio <strong>de</strong> las telarañas que parecen tapices por capricho <strong>de</strong> la luz filtrada.<br />

El sentimiento <strong>de</strong> la realidad empezaba a hacer en ella su tardía y radical conquista, y<br />

así sentía la imposición ineludible <strong>de</strong> ciertas i<strong>de</strong>as. ¿Cómo vivir más tiempo por y para<br />

un fantasma? ¿Cómo subordinar toda la existencia a lo que tal vez no tenía ya existencia<br />

real o si la tenía estaba tan distante que su alejamiento equivalía al no existir? ¿No podía<br />

suce<strong>de</strong>r que sin quererlo ella misma, se <strong>de</strong>struyesen en su alma ciertos afectos, y que <strong>de</strong><br />

las ruinas <strong>de</strong> estos nacieran otros con menos [134] intensidad y lozanía, pero con más<br />

condiciones <strong>de</strong> realidad y firmeza?<br />

Tan abstraída estaba que no advirtió cuán bravamente aceptaba la voz <strong>de</strong>l padre Alelí<br />

el reto <strong>de</strong> los lejanos bramidos <strong>de</strong> doña Crucita, y <strong>de</strong>jando el tono pastoril, iba<br />

aumentando en intensidad sonora hasta llegar a un toque <strong>de</strong> clarines que habrían<br />

infundido i<strong>de</strong>as belicosas a todo aquel que los oyera. Los cañones respiratorios <strong>de</strong>l<br />

reverendo <strong>de</strong>cían seguramente en su enérgico lenguaje: «cuando yo ronco en esta casa,<br />

nadie me levanta el gallo». Acobardada y humillada por tan marcial alboroto, doña<br />

Crucita se recogió y se fue aplacando hasta que su música no fue más que un murmullo<br />

como el <strong>de</strong> los perezosos beatos que rezan <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una vasta catedral, y luego se<br />

cambió en el sollozo <strong>de</strong> las hojas <strong>de</strong> otoño arrancadas por el viento y bailando con él.<br />

A su vez, el victorioso ronquido <strong>de</strong> Alelí remedó el fagot <strong>de</strong> un coro <strong>de</strong> frailes, y<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong>jó oír varias notas vagas, suspironas, fugitivas como los murmullos <strong>de</strong>l<br />

órgano cuando el organista pasa los <strong>de</strong>dos sobre el teclado en tanto a que el oficiante le<br />

da con sus preces la señal <strong>de</strong> empezar. La música roncadora se había hecho triste,<br />

coincidiendo con la oscuridad casi completa que llenaba la pieza.<br />

Pero el alma <strong>de</strong> doña Sola y monda no estaba [135] triste. Había echado una mirada<br />

al porvenir y lo había visto placentero, tranquilo, honroso y honrado. Su corazón al<br />

<strong>de</strong>clararse vencido por las realida<strong>de</strong>s un poco brutales, como conquistadores que eran,<br />

no estaba vacío <strong>de</strong> sentimientos, antes bien se llenaba <strong>de</strong> los afectos más puros, más<br />

<strong>de</strong>licados, más profundos. La vida nueva que se le ofrecía, <strong>de</strong>bía inaugurarse, eso sí, con<br />

un poco <strong>de</strong> tristeza; pero ¡cuánta dignidad en aquella nueva vida!, ¡qué hermoso realce<br />

en la personalidad!, ¡qué ocasión para mostrar los más nobles sentimientos, tales como<br />

la abnegación, la constancia, la fi<strong>de</strong>lidad, el trabajo!, ¡qué ocasión para perfeccionarse<br />

constantemente y ser cada día mejor, realizando el bien en todas las formas posibles y<br />

gozando en el sostenimiento <strong>de</strong> esa <strong>de</strong>liciosa carga que se llama el <strong>de</strong>ber!


¿Pero qué estruendo, qué fragor temeroso era aquel que Sola sentía tan cerca y que<br />

interrumpía sus discretos pensamientos en lo mejor <strong>de</strong> ellos? Sonaban ya sin duda las<br />

trompetas <strong>de</strong>l Juicio Final, pues no <strong>de</strong> otro modo <strong>de</strong>bían llamarse los <strong>de</strong>stemplados y<br />

altísonos ronquidos <strong>de</strong> Crucita y el Padre Alelí. Los <strong>de</strong> este se <strong>de</strong>tuvieron bruscamente,<br />

cual si fuera a <strong>de</strong>spertar, y oyose su voz que entre sueños <strong>de</strong>cía:<br />

-Vete, vete <strong>de</strong> mi celda, terrible <strong>de</strong>mocracio... [136] ¿Qué buscas aquí?, ¿a qué<br />

vienes a España y a Madrid, si no es a que te ahorquen?... ¡Vuélvete a la emigración <strong>de</strong><br />

don<strong>de</strong> jamás <strong>de</strong>biste salir!... ¡conspirador... vagabundo!<br />

Doña Sola y Monda se acercó al fraile para oír mejor lo que entre dientes seguía<br />

diciendo.<br />

Alelí extendió los brazos quedándose un buen rato como un crucifijo en sabroso<br />

estiramiento <strong>de</strong> músculos, y con voz clara y entera dijo así:<br />

-Esproncedilla... busca-ruidos... vagabundo, no me comprometas... vete <strong>de</strong> mi celda.<br />

Sola se acercó y le tomó una mano.<br />

-¿Pero qué oscuridad es esta?, ¿en dón<strong>de</strong> estoy?<br />

-¡Vaya un modo <strong>de</strong> dormir y <strong>de</strong> disparatar! -replicó Sola riendo.<br />

-¿Pues qué, he dormido yo?... Si no he hecho más que aletargarme un instante, cinco<br />

minutos todo lo más... Vaya, que se pone pronto el sol en esta dichosa casa... Chiquilla,<br />

dame mi sombrero que me voy.<br />

-Primero voy a traer luz -dijo la Hormiga saliendo.<br />

Al poco rato volvió con una lámpara, cuyos rayos ofendieron la vista <strong>de</strong>l fraile.<br />

-Yo creí que ya habían empezado a crecer los días... ¿qué hora es? Las cinco y<br />

media... [137] Lo dicho dicho, querida señorita... ¿Reflexionarás en lo que te he dicho?<br />

-Pues qué he <strong>de</strong> hacer sino reflexionar.<br />

-¿Y compren<strong>de</strong>rás que se te entra por las puertas la fortuna y que vas a ser la más<br />

dichosa <strong>de</strong> las mujeres?<br />

-Pues claro que sí.<br />

-¡Bendita seas tú y bendito quien te trajo a esta casa! -exclamó Alelí con acento muy<br />

evangélico.<br />

Abriose con no poco estrépito la puerta <strong>de</strong>l comedor y apareció Crucita <strong>de</strong> malísimo<br />

talante diciendo:<br />

-No he podido pegar los ojos en toda la tar<strong>de</strong> con la dichosa conversación <strong>de</strong> la niña<br />

y el fraile.


-Quita allá, Cruz <strong>de</strong>l Mal Ladrón -replicó Alelí-. Lo que ha sido es que con la<br />

trompeta <strong>de</strong> tus roncamientos no me has <strong>de</strong>jado a mí <strong>de</strong>scabezar un mal sueño.<br />

-Sí, porque a fe que el Padrito toca algún cascabelillo sordo cuando duerme... Me<br />

habéis tenido toda la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>spabilada como un lince, primero con la charla <strong>de</strong> sus<br />

merce<strong>de</strong>s y luego con los piporrazos <strong>de</strong> Su Reverencia... ¡qué importunidad, santo Dios!<br />

Busque usted un momento <strong>de</strong> tranquilidad en esta casa.<br />

-Cállate, serpiente <strong>de</strong>l Paraíso, que así guardas silencio dormida como <strong>de</strong>spierta, y<br />

[138] no hables <strong>de</strong> eso, que el que más y el que menos todos, todos repicamos, y abur.<br />

Echáronse a reír Sola y el fraile, y al fin se rió un poco Crucita, pues su genio arisco<br />

también tenía flores <strong>de</strong> cuando en cuando, si bien estas eran como las plantas marinas<br />

que están en el fondo y casi siempre en el fondo mueren.<br />

- XIV -<br />

En la tienda, D. Benigno preguntó con mucho interés a su amigo por el resultado <strong>de</strong><br />

la conferencia que con Sola había tenido.<br />

-Muy bien -dijo Alelí-. Admirablemente bien.<br />

Después se quedó perplejo, con los ojos fijos en el suelo y el <strong>de</strong>do sobre el labio,<br />

como revolviendo en el caótico montón <strong>de</strong> sus recuerdos; y al cabo <strong>de</strong> tantas<br />

meditaciones, habló así:<br />

-Pues, hijo, ahora caigo en que no llegué a <strong>de</strong>cirle lo más importante, porque me<br />

acometió un sueño tal que no hubiera podido vencer aunque me echaran encima un jarro<br />

<strong>de</strong> agua fría... Ya la tenía preparada; ya, si no me [139] engaño, había ella comprendido<br />

el objeto <strong>de</strong> mi discurso, y manifestaba un gran contento por la felicidad que Dios le<br />

<strong>de</strong>para, cuando... Yo no sé sino que me <strong>de</strong>sperté en la oscuridad <strong>de</strong> tu comedor que<br />

parece la boca <strong>de</strong> un lobo... Y qué quieres, hijo... lo <strong>de</strong>más pue<strong>de</strong>s <strong>de</strong>círselo tú, o se lo<br />

diré yo mañana. Quédate con Dios y con la Virgen.<br />

Marchose Alelí y D. Benigno se quedó muy contrariado y ofendido <strong>de</strong> la poca<br />

<strong>de</strong>streza <strong>de</strong> su amigo. Juró no volver a confiar misiones <strong>de</strong>licadas a un viejo <strong>de</strong>crépito y<br />

medio lelo, y al mismo tiempo se sentía él muy cobar<strong>de</strong> para <strong>de</strong>sempeñar por sí mismo<br />

el papel que había confiado al otro. Cuando subió, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cerrar la tienda, en<br />

compañía <strong>de</strong> Juan Jacobo que había entrado <strong>de</strong> la calle con un chichón en la frente, dijo<br />

a Sola:<br />

-Ya estoy convencido <strong>de</strong> que ese estafermo <strong>de</strong> Alelí es el bobo <strong>de</strong> Coria...<br />

Apreciabilísima Hormiga, quisiera hablar con usted...<br />

-¿Hablar conmigo?... Ahora mismo; ya escucho -dijo ella, sonriendo <strong>de</strong> tal modo que<br />

a Cor<strong>de</strong>ro se le encandilaron los ojos.


Pero en el mismo instante le acometió la timi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> tal modo, que no se atrevió a<br />

<strong>de</strong>cir lo que <strong>de</strong>cir quería, y sólo balbució estas palabras:<br />

-Es que conviene ponerle a este enemigo [140] una venda y dos cuartos sobre el<br />

chichón, que es el mejor medio <strong>de</strong> curar estas cosas.<br />

Aquella noche D. Benigno estuvo muy triste y se pasó algunas horas en su cuarto,<br />

sin leer a Rousseau, aunque bien se le acordaba aquel pasaje <strong>de</strong>l Libro quinto <strong>de</strong>l<br />

Emilio: «Emilio es hombre, Sofía es mujer... Sofía no enamora al primer golpe <strong>de</strong> vista,<br />

pero agrada más cada día. Sus encantos se van manifestando por grados en la intimidad<br />

<strong>de</strong>l trato. Su educación no es ni brillante ni estrecha. Tiene gusto sin estudio, talento sin<br />

arte y criterio sin erudición... La <strong>de</strong>sconformidad <strong>de</strong> los matrimonios no nace <strong>de</strong> la edad,<br />

sino <strong>de</strong>l carácter...». Y luego añadía, alterando un poco el texto: «Sofía había leído el<br />

Telémaco y estaba prendada <strong>de</strong> él; pero ya su tierno corazón ha cambiado <strong>de</strong> objeto y<br />

palpita por el buen Mentor».<br />

Después Cor<strong>de</strong>ro se reía <strong>de</strong> sí mismo y <strong>de</strong> su timi<strong>de</strong>z, haciendo juramento <strong>de</strong><br />

vencerla al día siguiente pues lo que él sentía era un afecto <strong>de</strong>coroso, un sentimiento <strong>de</strong><br />

gratitud y <strong>de</strong> respeto y no pasión ni capricho <strong>de</strong> mozalbete.<br />

Al día siguiente Sola mostraba excelente humor que rayaba en festivo, lo que dio<br />

muy buena espina al héroe <strong>de</strong> Boteros. Cantorreaba (7) entre dientes, cosa que no hacía<br />

todos [141] los días, y su cara estaba muy animada, si bien podía observarse que tenía<br />

los ojos algo encendidos. Sin duda había visto y aceptado la posibilidad <strong>de</strong> un <strong>de</strong>stino<br />

nuevo, honrado y honroso en extremo, y se complacía en él, creyéndolo dispuesto por<br />

Dios con extraordinaria sabiduría. Pero si no se entra en la vida sin llanto, también<br />

parece natural que no se entre en las felicida<strong>de</strong>s nuevas sin algo <strong>de</strong> lágrimas. Los nuevos<br />

estados, aunque sean muy buenos y santos, no siempre seducen tanto que hagan<br />

aborrecible la situación vieja por <strong>de</strong>testable que haya sido. De aquí venía, sin duda, el<br />

que, estando con tan buen humor, tuviese en lo encendido <strong>de</strong> sus ojos el testimonio <strong>de</strong><br />

haber lloriqueado algo.<br />

O quizás aquella alegría que mostraba venía más bien <strong>de</strong> la voluntad que <strong>de</strong>l<br />

corazón, como si aquel espíritu, tan hecho a la observancia <strong>de</strong> los <strong>de</strong>beres, hubiese<br />

resuelto que convenía estar alegre. La razón sin duda lo mandaba así, y la razón iba<br />

siendo la señora <strong>de</strong> ella... No hay más sino que se dominaba maravillosamente y lograba<br />

alcanzar tan gran<strong>de</strong> victoria sobre sí misma, que era al fin, si es permitido <strong>de</strong>cirlo así, un<br />

producto humano <strong>de</strong> todas las i<strong>de</strong>as razonables, una conciencia puesta en acción.<br />

Su protector le dijo que aquella tar<strong>de</strong> se verían [142] los dos en su cuarto para hablar<br />

a solas. El héroe se atrevía al fin. Prometió ella ser puntual y esperó la hora. Pero Dios<br />

que, sin duda por móviles altísimos e inexplicables quería estorbar los honestos<br />

impulsos <strong>de</strong>l héroe, dispuso las cosas <strong>de</strong> otra manera. Ya se sabe lo que significan todas<br />

las volunta<strong>de</strong>s humanas cuando Él quiere salirse con la suya.<br />

Sucedió que poco antes <strong>de</strong> la hora <strong>de</strong> comer, Juanito Jacobo, todavía vendado por los<br />

chichones <strong>de</strong>l día anterior, andaba enredando con una pelota. Trabáronse las palabras <strong>de</strong><br />

él y su hermano Rafaelito sobre a quién pertenecía la tal pelota. Hay indicios y aun<br />

antece<strong>de</strong>ntes jurídicos para creer que el verda<strong>de</strong>ro propietario era el pequeñuelo, y así


<strong>de</strong>bió <strong>de</strong> sentirlo en su conciencia Rafael; que tanto imperio tiene la justicia en la<br />

conciencia humana aunque sea conciencia en agraz.<br />

Pero <strong>de</strong> reconocerlo en la conciencia a <strong>de</strong>clararlo hay gran distancia, y si tal distancia<br />

no existiera no habría abogados ni curiales en el mundo. Por eso Rafael, no sintiéndose<br />

bastante egoísta para apandar la pelota ni bastante generoso para <strong>de</strong>jársela a su rival,<br />

hizo lo que suelen hacer los chicos en estas contiendas, es a saber: cogió la pelota y la<br />

arrojó a lo alto <strong>de</strong>l armario <strong>de</strong>l comedor don<strong>de</strong> no podría ser alcanzada ni por uno ni por<br />

otro. [143]<br />

¡Valiente hazaña la <strong>de</strong> Rafaelito!... Pero el pequeño Hércules no había nacido para<br />

retroce<strong>de</strong>r ante contrarieda<strong>de</strong>s tan tontas. ¡Bonito genio tenía él para acobardarse porque<br />

el techo esté más alto que el suelo!... Arrastró el sillón hasta acercarlo al armario; puso<br />

sobre el sillón una silla, sobre la silla una banqueta, y ya trepaba él por aquella frágil<br />

torre, cuando esta se vino al suelo con estruendo y rodó el chico y se abrió la cabeza<br />

contra una <strong>de</strong> las patas <strong>de</strong> la mesa.<br />

El laberinto que se armó en la casa no es para <strong>de</strong>scrito. Salió D. Benigno, acudió<br />

Sola, puso el grito en el cielo Crucita, ladraron todos los perros, maldijo la criada todas<br />

las pelotas, habidas y por haber, lloró Rafael, gimieron sus hermanos, y el herido fue<br />

alzado <strong>de</strong>l suelo sin conocimiento. Pronto volvió en sí, y la <strong>de</strong>scalabradura no parecía<br />

grave, gracias a la mucha sangre que salió <strong>de</strong> aquella cabezota. En tanto que Sola batía<br />

aceite con vino, y la criada, partidaria <strong>de</strong> otro sistema, mascaba romero para hacer un<br />

emplasto, doña Crucita que en todas estas ocasiones se remontaba siempre al origen <strong>de</strong><br />

los conflictos, repartía una zurribanda general entre los muchachos mayores,<br />

azotándoles sin piedad uno tras otro. Los perros seguían chillando y hasta la cotorra<br />

tuvo algo [144] que <strong>de</strong>cir acerca <strong>de</strong> tan memorable suceso.<br />

Toda la tar<strong>de</strong> duró la agitación y nadie tuvo ganas <strong>de</strong> comer, porque el muchacho<br />

pa<strong>de</strong>cía bastante con su herida. Vino el médico y dijo que sin ser grave, la herida era<br />

penosa, y exigía mucho cuidado. No hubo, pues, conferencia entre Cor<strong>de</strong>ro y Sola,<br />

porque la ocasión no era propicia. Por la noche Juanito Jacobo se durmió<br />

sosegadamente. Sola que en la misma pieza puso su cama, estaba alerta vigilando al<br />

niño enfermo. Ya muy tar<strong>de</strong> este se <strong>de</strong>spertó intranquilo, calenturiento, pidiendo <strong>de</strong><br />

beber y quejándose <strong>de</strong> dolores en todo el cuerpo. Sola se arrojó <strong>de</strong>l lecho, medio<br />

vestida, y echándose un mantón sobre los hombros salió para llamar a la criada.<br />

Levantose esta, y entre las dos prepararon medicinas, encendieron la lumbre, fueron y<br />

vinieron por los helados pasillos. A la madrugada cuando el chico se durmió al parecer<br />

sosegado y repuesto, Sola sintió un frío intensísimo con bruscas alternativas <strong>de</strong> calor<br />

sofocante. Arrojose en su lecho y al punto sintió una postración tan gran<strong>de</strong> que su<br />

cuerpo parecía <strong>de</strong> plomo. La respiración érale a cada instante más difícil, y no podía<br />

resistir el agudo dolor <strong>de</strong> las sienes. La tos seca y profunda añadía una molestia más a<br />

tantas molestias y en su costado <strong>de</strong>recho le habían seguramente [145] clavado un gran<br />

clavo, pues no otra cosa parecía la insufrible punzada que la atormentaba en aquella<br />

parte.<br />

La criada que al punto conoció lo grave <strong>de</strong> tales síntomas, quiso llamar a D. Benigno<br />

y a Crucita; pero Sola no consintió que se les molestara por ella. Era la madrugada.<br />

Mientras llegaba el día la alcarreña preparó no sé cuántos sudoríficos y emolientes, sin<br />

resultado satisfactorio. Al fin cuando daban las siete Crucita <strong>de</strong>jó las ociosas plumas, y


enterada <strong>de</strong> lo que pasaba, reprendió a la enferma por haberse puesto mala<br />

voluntariamente; que no otra cosa significaba el haber tomado aires colados, hallándose,<br />

como se hallaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace días, con un catarro más que regular. La avinagrada señora<br />

echó por la boca mil prescripciones higiénicas para evitar los enfriamientos y otros<br />

tantos anatemas contra las personas que no se cuidaban. Cuando Cor<strong>de</strong>ro se levantó,<br />

Crucita, que tenía un singular placer en anunciar los sucesos poco lisonjeros, fue a su<br />

encuentro y le dijo:<br />

-Ya tenemos otro enfermo en campaña. Sola se ha puesto muy mala.<br />

-¿Qué tiene? -dijo el héroe con repentino dolor como presagiando una gran<br />

<strong>de</strong>sgracia.<br />

-Pues una pulmonía fulminante.<br />

Si lo partiera un rayo, no se quedara Don [146] Benigno más tieso, más mudo, más<br />

parado, más muerto que en aquel momento estaba. Creía ver su dicha futura, sus<br />

risueños proyectos <strong>de</strong>splomándose como un castillo <strong>de</strong> naipes al traidor soplo <strong>de</strong>l<br />

Guadarrama.<br />

-Veámosla -dijo recobrando la esperanza, y corrió a la alcoba.<br />

Sola le miró con cariñosos y agra<strong>de</strong>cidos ojos. Quiso hablarle y la violenta tos se lo<br />

impedía. D. Benigno no pudo <strong>de</strong>cir nada, porque indudablemente el corazón se le había<br />

partido en dos pedazos, y uno <strong>de</strong> estos se le había subido a la garganta. Al fin hizo un<br />

esfuerzo, quiso llenarse <strong>de</strong> optimismo, y echó una sonrisa forzada y dijo:<br />

-Eso no será nada. Veamos el pulso.<br />

¡Ay!, el pulso era tal, que Cor<strong>de</strong>ro, en la exaltación <strong>de</strong> su miedo, creyó que <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />

las venas <strong>de</strong> Sola había un caballo que relinchaba.<br />

-Que venga D. Pedro Castelló, el médico <strong>de</strong> Su Majestad -exclamó sin po<strong>de</strong>r<br />

contener su alarma-. Que vengan todos los médicos <strong>de</strong> Madrid... Diga usted, apreciable<br />

Hormiga, ¿<strong>de</strong>s<strong>de</strong> cuándo se sintió usted mal?<br />

-Des<strong>de</strong> ayer tar<strong>de</strong> -pudo contestar la joven.<br />

-¡Y no había dicho nada!... ¡qué crueldad consigo mismo y con los <strong>de</strong>más! [147]<br />

-¡Ya se ve... no dice nada!... -vociferó Crucita-. ¡Bien merecido le está!... ¿Hase visto<br />

terquedad semejante? Esta es <strong>de</strong> las que se morirán sin quejarse... ¿Por qué no se acostó<br />

ayer tar<strong>de</strong>, por qué? ¡Bendito <strong>de</strong> Dios, qué mujer! Si ella tuviese por costumbre, como<br />

es su <strong>de</strong>ber, consultarme todo, yo le habría aconsejado anoche que tomara un buen<br />

tazón <strong>de</strong> flor <strong>de</strong> malva con unas gotas <strong>de</strong> aguardiente... Pero ella se lo hace todo y ella<br />

se lo sabe todo... Silencio Otelo... vete fuera, Mortimer... No ladres, Blanquillo.<br />

Y en tanto que su hermana imponía silencio al ejército perruno, el atribulado D.<br />

Benigno elevaba el pensamiento a Dios Todopo<strong>de</strong>roso pidiéndole misericordia.


Sin pérdida <strong>de</strong> tiempo hizo venir al médico <strong>de</strong> la casa, y a todos los médicos célebres<br />

precedidos por D. Pedro Castelló, que era el más célebre <strong>de</strong> todos.<br />

- XV -<br />

En tanto que esto pasaba en casa <strong>de</strong>l ven<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> encajes, doña Jenara y Pipaón<br />

andaban atortolados por el ningún éxito <strong>de</strong> sus averiguaciones, y los días iban pasando y<br />

la [148] sombra o fantasma que ambos perseguían se les escapaba <strong>de</strong> las manos cuando<br />

creían tenerla segura. El terrible <strong>de</strong>mocracio albergado en la Trinidad resultó ser el más<br />

inocente y el más calavera <strong>de</strong> todos, hombre que jamás haría nada <strong>de</strong> provecho fuera <strong>de</strong><br />

las hazañas en el glorioso campo <strong>de</strong>l arte; gran poeta que pronto había <strong>de</strong> señalarse<br />

cantando dolores y melancolías <strong>de</strong>sgarradoras. No sabiendo cómo lo recibiría la policía,<br />

acogiose a los frailes Trinitarios por indicación <strong>de</strong> Vega, que en aquella casa cumplió<br />

seis años antes su con<strong>de</strong>na, cuando el <strong>de</strong>sastre numantino. Los empeños <strong>de</strong> su familia y<br />

amigos le consiguieron pronto el indulto, y <strong>de</strong>cidido a ser en lo sucesivo todo lo juicioso<br />

que su índole <strong>de</strong> poeta fuera compatible, solicitó una plaza en la Guardia <strong>de</strong> la Real<br />

Persona que le fue concedida más a<strong>de</strong>lante.<br />

Bretón, <strong>de</strong>sesperado por las horribles trabas <strong>de</strong>l teatro, marchó a Sevilla con<br />

Grimaldi, autor <strong>de</strong> la Pata <strong>de</strong> cabra. Vega, que luchaba con la pobreza y era muy<br />

perezoso para escribir, quería hacerse cómico y aun llegó a ajustarse en la compañía <strong>de</strong><br />

Grimaldi. Consi<strong>de</strong>rando esto los amigos como una <strong>de</strong>shonra, pusieron el grito en el<br />

cielo; pero como los alimentos no podían sacar al poeta <strong>de</strong> su atolla<strong>de</strong>ro, fue preciso<br />

echar un guante para rescatarle, [149] por haber cobrado con anticipación parte <strong>de</strong>l<br />

sueldo <strong>de</strong> galán joven. Grimaldi era un empresario hábil que sabía elegir la gente, y en<br />

su memorable excursión por Cádiz y Sevilla, dio a conocer como actriz <strong>de</strong> grandísima<br />

precocidad a una niña llamada Matil<strong>de</strong>, que a los doce años hacía la protagonista <strong>de</strong> La<br />

huérfana <strong>de</strong> Bruselas con extraordinario primor.<br />

En Madrid, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la marcha <strong>de</strong> Grimaldi, el teatro se alimentaba <strong>de</strong><br />

traducciones. Algunas <strong>de</strong> estas fueron hechas por un muchacho carpintero, <strong>de</strong> mo<strong>de</strong>stia<br />

suma y apellido impronunciable. Era hijo <strong>de</strong> un alemán y hacía sillas y dramas. Fue el<br />

primero que acometió en gran escala la restauración <strong>de</strong>l teatro nacional, para sacar al<br />

gran Lope <strong>de</strong>l polvoriento rincón en que Moratín y los clásicos le habían puesto<br />

juntamente con los <strong>de</strong>más inmortales <strong>de</strong>l siglo <strong>de</strong> oro. El infeliz ebanista que no podía<br />

ver representadas sus obras originales, traducía a Voltaire y a Alfieri y refundía a Rojas<br />

y al buen Moreto. Pero su estrella era tan mala que no logró abrirse camino ni hacer<br />

resonar su nombre en la república <strong>de</strong> las letras; y así pocos años <strong>de</strong>spués, la víspera <strong>de</strong>l<br />

estreno <strong>de</strong> su gran obra original que le llevó <strong>de</strong> un golpe a las alturas <strong>de</strong> la fama, el<br />

lenguaraz satírico <strong>de</strong> la época, [150] el mal humorado y bilioso escritor a quien ya<br />

conocemos, <strong>de</strong>cía: «Pues si el autor es sillero, la obra <strong>de</strong>be <strong>de</strong> tener mucha paja». El<br />

enrevesado nombre <strong>de</strong>l ebanista nacido <strong>de</strong> alemán y criado en un taller fue, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se<br />

conocieron Los amantes <strong>de</strong> Teruel, uno <strong>de</strong> los más gloriosos que España tuvo y tiene en<br />

el siglo que corre.


Y el satírico seguía satirizando en la época a que nos referimos (1831); mas con poca<br />

fortuna todavía, y sin anunciar con sus escritos lo que más tar<strong>de</strong> fue. Se había casado a<br />

los veinte años, y su vida no era un mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> arreglo, ni <strong>de</strong> paz doméstica. Recibió<br />

protección <strong>de</strong> D. Manuel Fernán<strong>de</strong>z Varela, a quien se <strong>de</strong>be llamar El Magnífico por<br />

serlo en todas sus acciones. Su corazón generoso, su amor a la esplendi<strong>de</strong>z, a las artes, a<br />

las letras, a todo lo que fuera distinguido y antivulgar, su trato cortesano, las cuantiosas<br />

rentas <strong>de</strong> que dispuso hacían <strong>de</strong> él un verda<strong>de</strong>ro prócer, un Mecenas, un magnate,<br />

superior por mil conceptos a los estirados e ignorantes señorones <strong>de</strong> su época, a los<br />

rutinarios y suspicaces ministros. Era la figura <strong>de</strong>l Sr. Varela arrogante y simpática, su<br />

habla afabilísima y galante, sus modales muy finos. Vestía con magnificencia y<br />

adornaba el severo vestido sacerdotal con pieles y rasos tan artísticamente [151] que<br />

parecía una figura <strong>de</strong> otras eda<strong>de</strong>s. En su mesa se comía mejor que en ninguna otra, <strong>de</strong><br />

lo que fueron testimonio dos célebres gastrónomos a quienes convidó y obsequió<br />

mucho. El uno se llamaba Aguado, marqués <strong>de</strong> las Marismas, y el otro Rossini, no ya<br />

marqués, sino príncipe y emperador <strong>de</strong> la Música.<br />

El Sr. Varela protegió a mucha y diversa gente, distinguiendo especialmente a sus<br />

paisanos los gallegos; fundó colegios, <strong>de</strong>secó lagunas, erigió la estatua <strong>de</strong> Cervantes que<br />

está en la plazuela <strong>de</strong> las Cortes, ayudó a Larra, a Espronceda y dio a conocer a Pastor<br />

Díez.<br />

Cuando vino Rossini en Marzo <strong>de</strong> aquel año le encargó una misa. Rossini no quería<br />

hacer misas... «Pues un Stabat Mater» le dijo Varela. El maestro compuso en aquellos<br />

días el primer número <strong>de</strong> su gran obra religiosa que parece dramática. El resto lo envió<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el extranjero. Cuentan que Varela le pagó bien.<br />

Algunos números <strong>de</strong>l célebre Stabat se estrenaron aquella Semana Santa en San<br />

Felipe el Real, dirigidos por el mismo Rossini, y hubo tantas apreturas en la iglesia que<br />

muchos recibieron magulladuras y contusiones y se ahogaron dos o tres personas en<br />

medio <strong>de</strong>l tumulto. Rossini fue obsequiado, como es <strong>de</strong> suponer, atendida su gran fama.<br />

Tenía próximamente cuarenta años, buena figura, y su [152] hermosa cara, un poco<br />

napoleónica, revelaba, más que el estro músico y el aire <strong>de</strong> la familia <strong>de</strong> Orfeo, su<br />

afición al epigrama y a los buenos platos.<br />

Habiendo recibido en un mismo día dos invitaciones a comer, una <strong>de</strong>l Sr. Varela y<br />

otra <strong>de</strong> un gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> España, prefirió la <strong>de</strong>l primero. Preguntada la causa <strong>de</strong> esta<br />

preferencia, respondió:<br />

-Porque en ninguna parte se come mejor que en casa <strong>de</strong> los curas.<br />

En efecto; la mesa <strong>de</strong> este generoso y espléndido sacerdote era la mejor <strong>de</strong> Madrid.<br />

A sus salones <strong>de</strong> la plazuela <strong>de</strong> Barajas concurría gente muy escogida, no faltando en<br />

ellos damas elegantes y hermosas, porque, a <strong>de</strong>cir verdad, el Sr. Varela no estaba por el<br />

ascetismo en esta materia.<br />

Pero allí la opulencia <strong>de</strong>l señor y su misma gravedad <strong>de</strong> eclesiástico no permitían la<br />

confianza y esparcimientos <strong>de</strong> otras tertulias. La <strong>de</strong> Cambronero, por el contrario, era <strong>de</strong><br />

las más agradables y divertidas, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los límites <strong>de</strong> la <strong>de</strong>cencia más refinada. Era el<br />

señor D. Manuel María Cambronero varón dignísimo, <strong>de</strong> altas prendas y crédito<br />

inmenso como abogado. Durante muchos años no tuvo rival en el foro <strong>de</strong> Madrid, y


todos los gran<strong>de</strong>s negocios <strong>de</strong> la aristocracia estaban a su [153] cargo. Fue en su época<br />

lo que posteriormente Pérez Hernán<strong>de</strong>z y más tar<strong>de</strong> Cortina. Su señora era castellana<br />

vieja, algo chapada a la antigua, y sus hijos siguieron diversos <strong>de</strong>stinos y carreras. Uno<br />

<strong>de</strong> ellos, D. José, casó por aquellos años con Doloritas Armijo, guapísima muchacha,<br />

cuyo nombre parece que no viene al caso en esta relación, y sin embargo, está aquí muy<br />

en su lugar.<br />

El primer pasante <strong>de</strong> Cambronero era un joven llamado Juan Bautista Alonso, a<br />

quien el insigne letrado tomó gran cariño, legándole al morir sus negocios y su rica<br />

biblioteca. Alonso, que más tar<strong>de</strong> fue también abogado eminente, político y filósofo <strong>de</strong><br />

nota, tuvo en su mocedad aficiones <strong>de</strong> poeta, y por tanto, amistad con todos los poetas y<br />

literatos jóvenes <strong>de</strong> la época. Él fue, pues, quien introdujo en las agradabilísimas y<br />

honestas tertulias <strong>de</strong> Cambronero a Vega, Espronceda, Felipe Pardo, Juanito Pezuela, y<br />

por último, al misántropo, al incomprensible, al que ya se llamaba con poca fortuna<br />

Duen<strong>de</strong> Satírico, y más tar<strong>de</strong> se había <strong>de</strong> llamar Pobrecito hablador, Bachiller Pérez <strong>de</strong><br />

Murguía, Andrés Niporesas, y finalmente Fígaro.<br />

Como Pipaón había <strong>de</strong> meterse en todas partes, iba también a casa <strong>de</strong> Cambronero.<br />

Jenara, sin que se supiese la causa, había disminuido [154] consi<strong>de</strong>rablemente sus<br />

tertulias; recibía poquísima gente, y sólo daba convites en muy contados días. En<br />

cambio, iba a la tertulia <strong>de</strong> Cambronero, don<strong>de</strong> hallaba casi todo el contingente <strong>de</strong> la<br />

suya, y a<strong>de</strong>más otras personas que no había tratado hasta entonces, tales como D. Ángel<br />

Iznardi, D. José Rives, D. Juan Bautista Erro y el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Negri.<br />

También se veía por allí al joven Olózaga, pasante, como Alonso, en el bufete <strong>de</strong><br />

Cambronero, si bien menos asiduo en el trabajo. Des<strong>de</strong> los principios <strong>de</strong>l año andaba<br />

Salustiano tan distraído, que no parecía el mismo. Iba a las reuniones como por<br />

compromiso o por temor <strong>de</strong> que al echarse <strong>de</strong> menos su persona, se le creyese<br />

empeñado en conspiraciones políticas. Su mismo padre, D. Celestino, se quejaba <strong>de</strong> sus<br />

frecuentes ausencias <strong>de</strong> la casa. Tal conducta no podía atribuirse sino a dos motivos,<br />

política o amores. La familia y los conocidos, inclinándose siempre a lo menos<br />

peligroso, presumían que Salustiano andaba enamorado. Su buena figura, su elocuencia,<br />

sus distinguidos modales, la misma exaltación <strong>de</strong> sus i<strong>de</strong>as políticas y otras prendas <strong>de</strong><br />

mucha estima, dándole <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su tierna juventud gran favor entre las damas, justificaban<br />

aquella i<strong>de</strong>a. De repente, Jenara <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> asistir también con puntualidad a las tertulias.<br />

El [155] público, que todo lo quiere explicar según su especial modo <strong>de</strong> ver, comentó<br />

aquellas ausencias con cierta malignidad, y hasta hubo quien hablara <strong>de</strong> fuga al<br />

extranjero en busca <strong>de</strong> apartadas y placenteras soleda<strong>de</strong>s, propicias al amor. Se daban<br />

pormenores, se refirieron entrevistas, se repitieron frases, y sin embargo, todo esto y lo<br />

<strong>de</strong>más que se dijo y que no es para contarlo, era un castillo aéreo levantado por las<br />

<strong>de</strong>licadas manos <strong>de</strong> la chismografía. Pero acontece que tales obras, con ser <strong>de</strong> aire, son<br />

más fáciles <strong>de</strong> levantar que <strong>de</strong> <strong>de</strong>struir, y así <strong>de</strong> día en día aquella iba tomando<br />

consistencia y alzándose más y engalanándose con torreones <strong>de</strong> epigramas y chapiteles<br />

<strong>de</strong> calumnias.<br />

- XVI -


Mediaba el mes <strong>de</strong> Marzo cuando estas hablillas llegaron a su más alto grado <strong>de</strong><br />

malicia. Jenara no recibía a nadie; pero no estaba enferma, porque a menudo se la veía<br />

en la calle o paseando en coche o visitando a personajes <strong>de</strong> alto copete.<br />

Un día se encontraron ella y Pipaón en la antesala <strong>de</strong> la Comisión Militar. Jenara<br />

salía, [156] Pipaón entraba. Eran las cinco <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> hora excelente para el paseo en<br />

aquella estación.<br />

-Iba a su casa <strong>de</strong> usted -le dijo D. Juan-, para prevenirla <strong>de</strong>l peligro que corre...<br />

-¡Yo! -exclamó la dama con gesto <strong>de</strong> orgullo-. ¿También yo corro peligro?<br />

-También.<br />

-¿Y por qué?<br />

-Salgamos <strong>de</strong> esta caverna, señora, que si en todas partes oyen las pare<strong>de</strong>s, aquí oyen<br />

las ropas que vestimos, hasta la sombra que hacemos sobre el suelo. Vámonos.<br />

-¿Qué hay? -dijo la señora, extraordinariamente alarmada-. Quiero ver a Maroto.<br />

-No recibe ahora... Salgamos y hablaremos. Principiaré diciendo a usted que hemos<br />

errado en todos nuestros cálculos. Buscábamos a nuestro amigo en casa <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro, en<br />

el convento <strong>de</strong> la Trinidad, en la cárcel <strong>de</strong> Corte, en el parador <strong>de</strong> Zaragoza, en el sótano<br />

<strong>de</strong> la botica <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Hortaleza, en la habitación <strong>de</strong>l jefe <strong>de</strong>l guardamangier <strong>de</strong><br />

palacio, y ahora resulta que no estaba en ninguno <strong>de</strong> estos parajes, sino...<br />

-¿En dón<strong>de</strong>, en dón<strong>de</strong>?<br />

-Salgamos <strong>de</strong> esta casa, señora -añadió Pipaón al poner el pie en el último peldaño-.<br />

Advierta usted que no digo está, sino estaba.<br />

-Quiere <strong>de</strong>cir que... [157]<br />

-Quiere <strong>de</strong>cir que le han llevado a un sitio <strong>de</strong> don<strong>de</strong> ni usted ni yo podremos<br />

fácilmente sacarle.<br />

-Bravo, bravísimo, señor D. Inservible... -dijo la dama, toda colérica y nerviosa,<br />

abriendo con mano firme la portezuela <strong>de</strong> su coche.<br />

En este había una joven que acompañaba a Jenara en todas sus excursiones, y a la<br />

cual, según las lenguas cortesanas, galanteaba el bueno <strong>de</strong> Pipaón con más calor <strong>de</strong>l que<br />

la simple urbanidad consiente. Acomodados los tres en el coche, D. Juan dijo a la dama<br />

que, siendo largo lo que tenía que contarle, convenía exten<strong>de</strong>r el paseo hasta Atocha.<br />

Así se convino y partieron.<br />

-Beso a usted los pies, Micaelita -dijo <strong>de</strong>spués el cortesano-. ¿Y cómo está el señor<br />

D. Felicísimo?<br />

-Furioso con usted porque no ha ido a verle en tres días.


-Esta noche iremos todos allá. Con esto que pasa y el continuo trabajo en que<br />

vivimos nos falta tiempo para dar pábulo...<br />

-Ahora salimos con pábulos... -dijo Jenara impaciente y mal humorada-. Basta <strong>de</strong><br />

pesa<strong>de</strong>ces y dígame usted lo que tenía que <strong>de</strong>cirme.<br />

-Pábulo sí; digo que no hay tiempo para [158] satisfacer los puros goces <strong>de</strong> la<br />

amistad, ni aun los <strong>de</strong>l corazón.<br />

Micaelita bajó los ojos. Pintémosla en dos palabras. Era fea. Y si no lo fuera, ¿cómo<br />

la habría escogido Jenara para ser su inseparable compañera y usarla cual discreta<br />

sombra <strong>de</strong> que se valía la pícara para hacer brillar más la luz <strong>de</strong> su hermosura?<br />

-Si empiezan las tonterías me voy a casa -dijo la dama hermosa-. Vamos, hable<br />

usted, D. Plomo.<br />

-Paciencia, señora, paciencia. Dígame usted, ¿se permiten las malas noticias?<br />

-Se permite todo lo que sea breve.<br />

-Pues <strong>de</strong>rramemos una lágrima aquí, en este sitio nefando...<br />

Al <strong>de</strong>cir esto el coche pasaba junto al torreón <strong>de</strong>l Ayuntamiento don<strong>de</strong> estaba la<br />

Cárcel <strong>de</strong> Villa. Micaelita, que para todas las ocasiones tristes llevaba siempre<br />

apercibido un paternoster, lo rezó con pausa y <strong>de</strong>voción. Jenara se puso pálida y sacó su<br />

cabeza por la portezuela para mirar la torre.<br />

-¡Allí! -exclamó señalando con el abanico y con sus ojos.<br />

Vuelta a su posición primera, echó un suspiro casi tan gran<strong>de</strong> como el torreón y<br />

habló así:<br />

-Ahora, dígame usted dón<strong>de</strong> estaba. [159]<br />

-Don<strong>de</strong> menos creíamos. En casa <strong>de</strong> Olózaga.<br />

-¿En casa <strong>de</strong> D. Celestino Olózaga?<br />

-Calle <strong>de</strong> los Preciados.<br />

-Usted bromea: no pue<strong>de</strong> ser -manifestó la dama un poco aturdida-. Veo a Salustiano<br />

todos los días y nada me ha dicho.<br />

-Esas cosas no se dicen.<br />

-A mí sí... Hoy me lo dirá.<br />

-No dirá nada, como no hable la torre.<br />

-¿Por qué?... ¿También Olózaga ha sido preso?


-También está allí; ¡ay! -replicó lúgubremente Pipaón señalando la parte <strong>de</strong> la calle<br />

que iban <strong>de</strong>jando a la zaga.<br />

-¡Qué atrocidad! Usted me engaña... Que pare el coche. Quiero entrar en casa <strong>de</strong><br />

Bringas a preguntarle...<br />

-Guarda, Pablo -dijo el cortesano <strong>de</strong>teniendo a la señora en su brusco movimiento<br />

para avisar al cochero-. El Sr. Bringas también...<br />

-¿Está allí, en el torreón?<br />

-No: a ese se le ha puesto en la <strong>de</strong> Corte.<br />

-Iznardi me dirá algo... Cochero, a casa <strong>de</strong> Iznardi.<br />

-¿Iznardi?... Ya pedí permiso para dar malas noticias, señora.<br />

-¿También él? [<strong>16</strong>0]<br />

-Y Miyar. Y la misma suerte habría tenido Marcoartú si no hubiera saltado por un<br />

balcón.<br />

-Es una iniquidad. Yo hablaré a Calomar<strong>de</strong> -manifestó con soberbia la dama,<br />

echando atrás su mantilla, como si <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l coche reinase un verano riguroso.<br />

-¡Oh!, sí, hable usted a Su Excelencia -dijo el cortesano, con aquella sonrisa traidora<br />

que ponía en su cara un brillo semejante al <strong>de</strong>l puñal asesino al salir <strong>de</strong> la vaina-. Su<br />

Excelencia <strong>de</strong>sea mucho ver a usted.<br />

-Dios maldiga a Su Excelencia y a usted -exclamó Jenara abriendo y cerrando su<br />

abanico con tanta fuerza y rapi<strong>de</strong>z que sonaba como una carraca-. Pero todavía no me<br />

ha dicho usted lo principal.<br />

-A eso voy. Nuestro amigo llegó aquí, según se supone, pues <strong>de</strong> cierto no lo sé, con<br />

recadillos <strong>de</strong> Mina, Valdés y <strong>de</strong>más brujos <strong>de</strong>l aquelarre <strong>de</strong>mocrático. Estuvo oculto en<br />

Madrid por algunos días; luego pasó a Aranjuez y a Quintanar <strong>de</strong> la Or<strong>de</strong>n para<br />

enten<strong>de</strong>rse con ciertos militares que a estas horas están también a la sombra; regresó<br />

<strong>de</strong>spués acá concertando con Bringas, Olózaga, Miyar y compañeros mártires un plan<br />

<strong>de</strong> revolución que si les llega a cuajar ¡ay mi Dios!, se <strong>de</strong>ja atrás a la <strong>de</strong> Francia...<br />

Nuestro buen amiguito [<strong>16</strong>1] se pinta solo para estas cosas, y andaba por ahí llamándose<br />

Don No sé Cuántos Escoriaza.<br />

-¿Y está usted seguro <strong>de</strong> que es él?<br />

-Seguro, seguro no. Ahora será fácil saberlo, porque el Escoriaza está en la cárcel <strong>de</strong><br />

Villa, y en la causa ha <strong>de</strong> salir su verda<strong>de</strong>ro nombre... Sigo mi cuento. Un hombre<br />

dignísimo, tan enemigo <strong>de</strong> revoluciones como amante <strong>de</strong> la paz <strong>de</strong>l reino, se enteró <strong>de</strong> la<br />

trama y avisó a Su Excelencia. Yo he visto las cartas <strong>de</strong>l <strong>de</strong>nunciante que se firma El <strong>de</strong><br />

las diez <strong>de</strong> la noche, y si he <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir verdad su ortografía y su estilo no están a la altura<br />

<strong>de</strong> su realismo. Calomar<strong>de</strong> recompensó al <strong>de</strong>sconocido dándole fondos para que pudiera


seguir la pista a Escoriaza y los suyos, y con esto y un habilidoso examen <strong>de</strong> todas las<br />

cartas <strong>de</strong>l correo, se hizo el hallazgo completo <strong>de</strong> los nenes, y anoche se les puso don<strong>de</strong><br />

siempre <strong>de</strong>bieran estar para escarmiento <strong>de</strong> bobos. Anoche no nos acostamos en Gracia<br />

y Justicia hasta no saber que los señores Alcal<strong>de</strong>s habían salido <strong>de</strong> su paso. ¡Ah!, esos<br />

señores Cavia y Cutanda valen en oro más <strong>de</strong> lo que pesan. No sé cuál <strong>de</strong> los dos fue a<br />

casa <strong>de</strong> Olózaga; pero un alguacil me ha contado que en el portal encontraron a Pepe y<br />

mandándole salir entraron con él en la casa y dieron al pobre D. Celestino [<strong>16</strong>2] un<br />

susto más que mediano. Hicieron registro escrupuloso, encontrando, en vez <strong>de</strong> papeles<br />

<strong>de</strong> conspiración, muchas cartas <strong>de</strong> novias y queridas. Excuso <strong>de</strong>cir que las leyeron<br />

todas, porque así cuadraba al buen servicio <strong>de</strong> Su Majestad, y cuando estaban en esta<br />

ocupación dulcísima, ved aquí que entra Salustiano muy sereno, con arrogancia, ya<br />

sabedor <strong>de</strong> que andaba por allí la nariz <strong>de</strong> los señores Alcal<strong>de</strong>s. El padre gimió,<br />

<strong>de</strong>smayose la hermana, siguió el registro dando por resultado el hallazgo <strong>de</strong> un sable, y<br />

a la media noche se llevaron a Salustiano a la Villa, y aquí se acabó mi cuento, arre<br />

borriquito para el convento... ¡Pobre Salustiano, tan joven, tan guapo, tan listo, tan<br />

simpático! ¡Desgraciado él mil veces, y <strong>de</strong>sgraciado también ese amigo nuestro que<br />

ahora se escon<strong>de</strong> <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l nombre <strong>de</strong> Escoriaza! Esta vez no escapará <strong>de</strong>l peligro<br />

como tantas otras en que su misma temeridad le ha dado alas milagrosas para salir libre<br />

y triunfante... ¡Infelices amigos!<br />

Micaelita, afectada por la tristeza <strong>de</strong>l relato, volvió a cerrar los ojos y a rezar para sí<br />

el paternoster que tenía dispuesto para cuando lo melancólico <strong>de</strong> las circunstancias lo<br />

hiciera menester. Jenara seguía imprimiendo a su abanico los movimientos <strong>de</strong> cierra y<br />

abre, cuyo ruido semejaba ya por lo estrepitoso, más que [<strong>16</strong>3] al instrumento <strong>de</strong><br />

Semana Santa, al rasgar <strong>de</strong> una tela.<br />

Durante un buen rato callaron los tres. Había entrado el coche en el paseo <strong>de</strong> Atocha<br />

cuando vieron que por este venía a pie D. Ta<strong>de</strong>o Calomar<strong>de</strong>, en compañía <strong>de</strong> su<br />

inseparable sombra el Colector <strong>de</strong> Espolios. Paseaba grave y reposadamente, con casaca<br />

<strong>de</strong> galones, tricornio en facha, bastón <strong>de</strong> porra <strong>de</strong> oro, y una vistosa comitiva <strong>de</strong> sucios<br />

chiquillos que admirados <strong>de</strong> tanto relumbrón le seguían. El célebre ministro, a quien<br />

Femando VII tiraba <strong>de</strong> las orejas, era todo vanidad y finchazón (8) en la calle; si en<br />

Palacio adquirió gran po<strong>de</strong>r fomentando los apetitos y doblegándose a las pasiones <strong>de</strong>l<br />

Rey, frente a frente <strong>de</strong> los pobres españoles parecía un ídolo asiático en cuyo pe<strong>de</strong>stal<br />

<strong>de</strong>bían cortarse las cabezas humanas como si fuesen berenjenas. A su lado iba la carroza<br />

ministerial, un armatoste <strong>de</strong>l cual se pue<strong>de</strong> formar i<strong>de</strong>a consi<strong>de</strong>rando un catafalco <strong>de</strong><br />

funeral tirado por mulas.<br />

-No le salu<strong>de</strong> usted, ocúltese usted en el fondo <strong>de</strong>l coche -dijo Pipaón con mucho<br />

apuro-. No conviene que la vea a usted.<br />

Mas ella sacó fuera su linda cabeza y el brazo y saludó con mucha gracia y<br />

amabilidad al po<strong>de</strong>roso ídolo asiático.<br />

-En estos tiempos -dijo la dama al retirarse [<strong>16</strong>4] <strong>de</strong> la portezuela-, conviene estar<br />

bien con todos los pillos.<br />

-Señora, que los coches oyen.<br />

-Que oigan.


Seria, cejijunta, <strong>de</strong>scolorida Jenara murmuró algunas palabras para expresar el<br />

<strong>de</strong>sprecio que le merecía el abigarrado tiranuelo a quien poco antes saludara con tanta<br />

zalamería. En seguida dio or<strong>de</strong>n al cochero <strong>de</strong> marchar a casa.<br />

Pasaban por el Prado cuando Pipaón dijo con cierta timi<strong>de</strong>z, precedida <strong>de</strong> su especial<br />

modo <strong>de</strong> sonreír:<br />

-Señora, ¿se permite la verdad?<br />

-Se permite.<br />

-¿Aunque sea amarga?<br />

-Aunque sea el mismo acíbar.<br />

-Pues <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cir a usted que no pue<strong>de</strong> ir a su casa.<br />

-¡Que no puedo ir a mi casa!<br />

-No, señora mía apreciabilísima, porque en su casa <strong>de</strong> usted encontrará al alcal<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

Casa y Corte y a los alguaciles que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la una <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> tienen la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> pren<strong>de</strong>r a<br />

una <strong>de</strong> las damas más hermosas <strong>de</strong> Madrid.<br />

-¡A mí! -exclamó la ofendida, disparando rayos <strong>de</strong> sus ojos.<br />

-A usted... Triste es <strong>de</strong>cirlo... pero si yo no lo dijera, sacrificando a la amistad el<br />

servicio [<strong>16</strong>5] <strong>de</strong>l Rey, la señora tendría un disgustillo. Ya está explicado este buen<br />

acuerdo mío <strong>de</strong> entretener a usted toda la tar<strong>de</strong>, impidiéndole ir a su casa y facilitándole<br />

como le facilitaré, un lugar don<strong>de</strong> se oculte.<br />

-¡Presa yo!... No siento ira, sino asco, asco Sr. <strong>de</strong> Pipaón -exclamó la dama<br />

<strong>de</strong>mostrando más bien lo primero que lo segundo-. ¿Por qué me persiguen?<br />

-No sé si será por alguna <strong>de</strong>nuncia malévola o causa <strong>de</strong> los papeles hallados en casa<br />

<strong>de</strong> Olózaga...<br />

-Alto ahí, señor <strong>de</strong>sconsi<strong>de</strong>rado. En casa <strong>de</strong> Salustiano no se han encontrado papeles<br />

<strong>de</strong> mi letra porque no los hay.<br />

-Perdones mil señora: no tuve intención...<br />

-¡Presa yo!... será preciso que me oculte hasta ver... ¡Y yo saludaba a la serpiente!...<br />

La rabia más que el dolor sacó dos ardorosas lágrimas a sus ojos; pero se las limpió<br />

prontamente con el pañuelo cual si tuviera vergüenza <strong>de</strong> llorar. Después rompió en dos<br />

el abanico. Al ver estas lamentables muestras <strong>de</strong> consternación, Micaelita se conmovió<br />

mucho, y sin pensarlo, se le vino a la boca el paternoster que <strong>de</strong> repuesto estaba. A la<br />

mitad lo interrumpió para <strong>de</strong>cir a su amiga.<br />

-Pue<strong>de</strong>s venir a casa.


-Me parece muy bien. Nadie sospechará [<strong>16</strong>6] que el Sr. Carnicero oculta a los<br />

perseguidos <strong>de</strong> la justicia Calomardina... Cochero, a casa <strong>de</strong> Micaelita.<br />

- XVII -<br />

Hacia el promedio <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong>l Duque <strong>de</strong> Alba vivía el Sr. D. Felicísimo<br />

Carnicero, <strong>de</strong>l cual es bien que se hable en esta ocasión, no sólo porque se prestó a dar<br />

asilo a la afligida amiga, sino porque dicho señor merece un párrafo entero y hasta un<br />

capítulo. Era <strong>de</strong> edad muy avanzada, pero inapreciable, porque sus facciones habían<br />

tomado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> muy atrás un acartonamiento o petrificación que le ponía, sin que él lo<br />

sospechara, en los dominios <strong>de</strong> la paleontología. Su cara, don<strong>de</strong> la piel parecía haber<br />

tomado cierta consistencia y soli<strong>de</strong>z calcárea, y don<strong>de</strong> las arrugas semejaban los hoyos<br />

y los cuarteados durísimos <strong>de</strong> un guijarro, era <strong>de</strong> esas caras que no admiten la<br />

suposición <strong>de</strong> haber sido menos viejas en otra época. Fuera <strong>de</strong> esta apariencia <strong>de</strong><br />

hombre fósil, lo que más sorprendía en la cara <strong>de</strong> don Felicísimo era lo chato <strong>de</strong> su<br />

nariz, la cual no avanzaba fuera <strong>de</strong> la tabla <strong>de</strong>l rostro más que lo necesario para que él<br />

pudiera [<strong>16</strong>7] sonarse Y la chateza (pase el vocablo) <strong>de</strong>l señor Carnicero era tal que no<br />

se circunscribía al reino <strong>de</strong> la nariz sino que daba motivo a que el espectador <strong>de</strong> su<br />

merced hiciera las suposiciones que vamos a apuntar. Todo el que por primera vez<br />

contemplaba al Sr. D. Felicísimo, suponía que su rostro había sido hecho <strong>de</strong> barro o<br />

pasta muy blanda, y que en el momento en que el artista le daba la última mano, la<br />

máscara se <strong>de</strong>slizó al suelo cayendo <strong>de</strong> golpe boca abajo, con lo que aplastada la nariz y<br />

la región propiamente facial resultó una superficie plana <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la raíz <strong>de</strong>l cabello hasta<br />

la barba. El espectador suponía también que el artista, viendo cómo había quedado su<br />

obra, la encontró graciosa y echándose a reír la <strong>de</strong>jó en tal manera.<br />

Ahora pongamos el santo en su nicho. A esta máscara chata, <strong>de</strong> color <strong>de</strong> tierra,<br />

rugosa y dura, añadamos primero por la parte superior un gorro negro que hasta el<br />

campo <strong>de</strong> las orejas se encaja y tiene su coronamiento en una borlita que ora se inclina<br />

al lado <strong>de</strong>recho, ora al izquierdo. Añadámosle por <strong>de</strong>bajo un corbatín negro a quien<br />

sería mejor llamar corbatón, tan alto que por ciertas partes se junta con el gorro, <strong>de</strong>jando<br />

escapar algunos cabellos rucios, que a hurtadillas salen a estirarse al aire y a la luz,<br />

recordando aún con [<strong>16</strong>8] tristeza suma las grasas olientes que han tenido en el pasado<br />

siglo. Des<strong>de</strong> los dominios <strong>de</strong> la corbata, en cuyas pare<strong>de</strong>s metálicas parece tener cierto<br />

eco la voz <strong>de</strong> D. Felicísimo, pongamos un revuelto oleaje <strong>de</strong> pliegues negros, el cual o<br />

no es cosa ninguna o <strong>de</strong>be llamarse levitón, más que por la forma, por el ligero matiz <strong>de</strong><br />

ala <strong>de</strong> mosca que en las partes más usadas se advierte; <strong>de</strong>rivemos <strong>de</strong> este (9) levitón dos<br />

cabos o brazos que a la mitad se enfundan en manguitos ver<strong>de</strong>s con rayas negras como<br />

los mandiles <strong>de</strong> los maragatos, y hagamos que <strong>de</strong> las bocas <strong>de</strong> esos manguitos salgan,<br />

como vomitadas, unas manos, <strong>de</strong> las cuales no se ven sino diez taponcillos <strong>de</strong> corcho<br />

que parecen <strong>de</strong>dos. El resto <strong>de</strong> la persona no pue<strong>de</strong> verse porque lo ponemos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong><br />

la mesa, la cual está cubierta <strong>de</strong> negro hule que en ciertos sitios pasaría por playa, a<br />

causa <strong>de</strong> la arenilla que en ella se extien<strong>de</strong>. Es mesa <strong>de</strong> camilla, y una faldamenta ver<strong>de</strong><br />

la tapa toda honestamente, la cual enagua no se mueve sino cuando el gato entra para<br />

enroscarse en la banqueta junto a los pies <strong>de</strong> D. Felicísimo. Encima <strong>de</strong> la mesa, se ve un<br />

Cristo pequeño atado a la columna, con la espalda en pura llaga y la soga al cuello, obra


<strong>de</strong> un realismo espantoso y aterrador que se atribuye al célebre Zarcillo. La escultura<br />

está a la <strong>de</strong>recha y [<strong>16</strong>9] vuelve su rostro dolorido y acar<strong>de</strong>nalado al D. Felicísimo, cual<br />

si le pidiera informes y cuentas, más que <strong>de</strong> los azotes que le han dado los judíos, <strong>de</strong> los<br />

motivos porque está en aquella mesa y entre tal balumba <strong>de</strong> legajos como allí se ven.<br />

Son papeles atados con cintas rojas, paquetes <strong>de</strong> cartas y algunos libros <strong>de</strong> cuentas,<br />

cuyas sebosas tapas indican los años que llevan <strong>de</strong> servicio. La escribanía es <strong>de</strong> cobre,<br />

pues aunque D. Felicísimo posee algunas <strong>de</strong> plata, no las usa, y en la que allí está los<br />

dos cántaros amarillos tienen tinta y arena para seis meses. Las plumas <strong>de</strong> puro<br />

mosqueadas no tienen color, y hay un pisa-papeles que es la pezuña <strong>de</strong> un cabrón<br />

imitada en bronce, y está tan al vivo que no le falta más que correr.<br />

En aquella mesa escribe casi todo el día el Sr. Carnicero, a quien el peso <strong>de</strong> los años<br />

no estorba para seguir trabajando; allí toma su chocolate macho con bollo maimón; allí<br />

come su cocidito con más <strong>de</strong> vaca que <strong>de</strong> carnero, algo <strong>de</strong> oreja cerdosa y algunas<br />

hilachas <strong>de</strong> jamón que el vacilante tenedor busca entre los garbanzos azafranados; allí<br />

duerme la siesta, echando la cabeza sobre las orejeras <strong>de</strong>l sillón; allí se le sirve la cena<br />

que empieza invariablemente en migas esponjosas y acaba en guisado <strong>de</strong> ternera, todo<br />

muy especioso y aromático; [170] allí cuenta el dinero que es, según dicen, el más<br />

constante <strong>de</strong> sus visitadores, y se <strong>de</strong>sliza sin hacer ruido por entre sus <strong>de</strong>dos<br />

alcornoqueños, cual si por virtud rara también el oro se sometiese a tomar las<br />

apariencias <strong>de</strong>l corcho o <strong>de</strong>l pergamino en aquel imperio <strong>de</strong>l silencio; allí recibe a los<br />

que van a ocuparle, y son por lo general clérigos o frailes, y allí está cuando entran<br />

Jenara, Pipaón y Micaelita.<br />

Era ya <strong>de</strong> noche. Un gran candil <strong>de</strong> cuatro mecheros, <strong>de</strong> los cuales sólo dos estaban<br />

encendidos, echaba luz no muy copiosa, que la pantalla dirigía sobre el pupitre. Al<br />

sentir gente, D. Felicísimo alzó la pantalla <strong>de</strong> cobre y entonces la claridad le hirió <strong>de</strong><br />

frente en su cara plana, que parecía un bajo-relieve gótico, roído por los siglos. Pero<br />

esto duró poco tiempo, porque abatiendo la pantalla, volvió la luz a caer forzosamente<br />

sobre los papeles como un estudiante <strong>de</strong>saplicado a quien se obliga a no apartar la vista<br />

<strong>de</strong> los libros.<br />

-¡Oh!... gratias tibi Domine... Bendito Pipaón, ¿usted por aquí? -dijo D. Felicísimo<br />

con agrado-. ¡Oh! ¿Es Jenarita? La misma que viste y calza. Sea muy bien venida a esta<br />

humil<strong>de</strong> morada. ¡Cuánto bueno por aquí! [171]<br />

Y alzando la voz, que era chillona y <strong>de</strong>sapacible, prosiguió:<br />

-Sagrario, Sagrario, ven, mira quién está aquí. Micaelita, di a tu tía que venga, y <strong>de</strong><br />

paso da una voz en la cocina para que me traigan la cena.<br />

Mientras viene doña María <strong>de</strong>l Sagrario, hija <strong>de</strong>l Sr. D. Felicísimo, <strong>de</strong>mos acerca <strong>de</strong><br />

este señor las noticias que son necesarias. Llevaba más <strong>de</strong> cuarenta años en la profesión<br />

<strong>de</strong> agente <strong>de</strong> negocios eclesiásticos, y le había sido tan favorable la fortuna que, según<br />

el dicho público, estaba podrido <strong>de</strong> dinero. Por los rótulos <strong>de</strong> los legajos y papeles que<br />

sobre su mesa estaban, podía venirse en conocimiento <strong>de</strong> la multiplicidad <strong>de</strong> asuntos<br />

que bajo el dominio <strong>de</strong> sus talentos agenciales caían. Él contemplaba con no disimulado<br />

embeleso los dichos rótulos, asemejándose, aunque esté mal la comparación, a un<br />

borracho que antes <strong>de</strong> beber se <strong>de</strong>leita leyendo las etiquetas <strong>de</strong> las botellas. Por un lado<br />

se leía Subcolecturía <strong>de</strong> Espolios, Vacantes, Medias Annatas y Fondo pío beneficial <strong>de</strong>l


obispado <strong>de</strong> León; por otro Santa Iglesia Metropolitana <strong>de</strong> Granada; más allá Juzgado<br />

ordinario <strong>de</strong> Capellanías, Patronatos, Visita Eclesiástica, etc.; junto a esto Tribunal <strong>de</strong><br />

Cruzada, y al lado Racioneros medios patrimoniales <strong>de</strong> Tarazona, [172] Arcedianato<br />

<strong>de</strong> Murviedro o Señores Pabordres <strong>de</strong> Valencia; al opuesto extremo Agustinos<br />

Descalzos; más lejos Reyes Nuevos <strong>de</strong> Toledo, o bien, Nuestra Señora <strong>de</strong>l Favor <strong>de</strong><br />

Padres Teatinos.<br />

Preciso es <strong>de</strong>cir que D. Felicísimo se había distinguido siempre por su celo y<br />

actividad en <strong>de</strong>spachar los mil y mil asuntos que se le confiaban. Les tomaba cariño,<br />

mirándolos como cosa propia, y ponía en ellos sus cinco sentidos y su alma toda en tal<br />

manera que llegó a i<strong>de</strong>ntificarse con ellos y a asimilárselos, trayéndolos como a formar<br />

parte <strong>de</strong> su propia sustancia. Así no había en su larga vida suceso ni acci<strong>de</strong>nte que no se<br />

confundiera con cualquier negocio <strong>de</strong> su lucrativa profesión, y así jamás contaba cosa<br />

alguna sin empezar <strong>de</strong> este o parecido modo: Cuando el señor Vicario Foráneo <strong>de</strong><br />

Paterna venía a esta casa, o bien así: Cuando me convidó a comer el Padre Prepósito<br />

<strong>de</strong> Portaceli...<br />

Otra afición también muy vehemente, aunque secundaria, reinaba en el espíritu <strong>de</strong><br />

nuestro insigne Carnicero; era la afición a los Toros, fiesta que, si no existieran los<br />

negocios eclesiásticos, sería para él cosa punto menos que sagrada. Como ya era tan<br />

viejo y no salía ya <strong>de</strong> casa, contentábase con hablar <strong>de</strong> los Toros pretéritos, poniéndolos<br />

cien codos más altos [173] que los presentes y en estas conversaciones también era<br />

común oírle <strong>de</strong>cir: «Cierto día en que Sentimientos y el señor Rector <strong>de</strong>l Hospital <strong>de</strong><br />

Convalecencia <strong>de</strong> Unciones vinieron a buscarme para ir a ver el encierro...» u otra<br />

frase por el estilo.<br />

La cantidad <strong>de</strong> dinero que D. Felicísimo había ganado en tantos años <strong>de</strong> actividad,<br />

celo y honra<strong>de</strong>z, no era calculable. Algunos la hacían subir a un número gran<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

talegas, otros reducían un poco la cifra; pero el vulgo y los vecinos juraban que siempre<br />

que se daba un golpe en los tabiques <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Carnicero o en el lienzo <strong>de</strong> los<br />

cuadros viejos que allí tenía, sonaba un cierto tintineo como <strong>de</strong> monedas anacoretas que<br />

en todos los huecos y escondrijos habitaban, huyendo <strong>de</strong>l mundo y sus pompas vanas.<br />

Él gastaba poco, tan poco que se había llegado a hacer la ilusión <strong>de</strong> que era pobre,<br />

siendo rico. Contaban que para ilusionar a los <strong>de</strong>más en esta materia se negaba con<br />

tenacidad heroica a dar dinero, y ya podían irle con lamentos los menesterosos, que así<br />

les hacía caso como si fueran predicadores moros. Únicamente se <strong>de</strong>sprendía <strong>de</strong> alguna<br />

cantidad siempre que mediaran garantías y un interés módico, así así como <strong>de</strong> diez por<br />

ciento al mes u otra friolera semejante.<br />

La casa en que vivía era <strong>de</strong> su propiedad y [174] estaba toda blanqueada, sin papeles<br />

ni pinturas, con las vigas <strong>de</strong>l techo apanzadas cual toldo <strong>de</strong> lienzo. Era <strong>de</strong> un solo piso<br />

alto, antiquísima, y en invierno tenía condiciones inmejorables para que cuantos<br />

entraban en ella se hicieran cargo <strong>de</strong> cómo es la Siberia. Había sido edificada en los<br />

tiempos en que la calle <strong>de</strong>l Duque <strong>de</strong> Alba se llamaba <strong>de</strong> la Emperatriz, y ya, con tan<br />

largos servicios, no podía disimular las ganas que tenía <strong>de</strong> reposarse en el suelo,<br />

soltando el peso <strong>de</strong>l techo, estirándose <strong>de</strong> tabiques y pare<strong>de</strong>s para sepultar su cornisa en<br />

el sótano y rascarse con las tejas <strong>de</strong> su cabeza los entumecidos pies <strong>de</strong> sus cimientos.<br />

Pero D. Felicísimo que no consentía que su casa viviera menos que él, la apuntaló toda,<br />

y así <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el portal se encontraban fuertes vigas que daban el quién vive. La escalera,<br />

que partía <strong>de</strong> menguados arcos <strong>de</strong> yeso, también tenía dos o tres muletas, y los


escalones se echaban <strong>de</strong> un lado como si quisieran dormir la siesta. Arriba los pisos eran<br />

tales, que una naranja tirada en ellos hubiera estado rodando una hora antes <strong>de</strong> encontrar<br />

sitio en que pararse, y por los pasillos era necesario ir con tiento so pena <strong>de</strong> tropezar con<br />

algún poste, que estaba <strong>de</strong> centinela como un suizo con or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> no permitir que el<br />

techo se cayera mientras él estuviese allí. [175]<br />

D. Felicísimo era toledano, no se sabe a punto fijo si <strong>de</strong> Tembleque o <strong>de</strong> Turleque o<br />

(10) <strong>de</strong> Manzaneque, que los biógrafos no están acor<strong>de</strong>s todavía. Estuvo casado con doña<br />

María <strong>de</strong>l Sagrario Tablajero, <strong>de</strong> la que nacieron Mariquita <strong>de</strong>l Sagrario y Leocadia. De<br />

esta, que casó pronto y mal con un tratante en ganado <strong>de</strong> cerda, nació Micaelita, que se<br />

quedó huérfana <strong>de</strong> padre y madre a los seis años. Esta Micaelita era, pues, here<strong>de</strong>ra<br />

universal <strong>de</strong>l Sr. D. Felicísimo, circunstancia que, a pesar <strong>de</strong> su escasa belleza, <strong>de</strong>bía<br />

hacer <strong>de</strong> ella un partido apetitoso. Sin embargo, habiendo tenido en sus quince años<br />

ciertos <strong>de</strong>vaneos precoces con un muchacho <strong>de</strong> la vecindad, quedó muy mal parada su<br />

honra. El mancebo se fue a las Américas, D. Felicísimo enfermó <strong>de</strong>l disgusto, doña<br />

María <strong>de</strong>l Sagrario, tía <strong>de</strong> la joven, enfermó también; divulgose el caso, salió mal que<br />

bien <strong>de</strong> su paso Micaelita, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces no hubo galán que la pretendiera. Cuentan<br />

los cronistas toledanos que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces se arraigó en Micaelita la piadosa costumbre<br />

<strong>de</strong> reservar un Padrenuestro para todas las ocasiones apuradas en que se encontrase.<br />

Pasados algunos años, la situación <strong>de</strong> la joven había cambiado: su carácter<br />

agriándose en extremo la hacía menos simpática aún <strong>de</strong> [176] lo que realmente era. Su<br />

abuelo, que entrañablemente la amaba, le permitía frecuentar la sociedad y gastar algo<br />

en tocados y ropas <strong>de</strong> moda. Ella quería borrar su mancha; pero no lo podía conseguir,<br />

careciendo <strong>de</strong> aquellas prendas que fácilmente inspiran el perdón o el olvido. Lo<br />

singular es que a su mal genio unía un cierto orgullito sobremanera repulsivo y que sin<br />

duda nacía <strong>de</strong> su seguridad <strong>de</strong> enriquecer consi<strong>de</strong>rablemente al fallecimiento <strong>de</strong>l abuelo.<br />

Todas las noches <strong>de</strong>l año, en el <strong>de</strong> 1831, luego que D. Felicísimo con un mediano<br />

vaso <strong>de</strong> vino echaba la rúbrica a su cena (frase <strong>de</strong> D. Felicísimo), se levantaba <strong>de</strong><br />

aquella especie <strong>de</strong> trono, y tomando con su propia mano el candil <strong>de</strong> cuatro mecheros se<br />

dirigía a la sala, don<strong>de</strong> ya doña María <strong>de</strong>l Sagrario había encendido una lámpara <strong>de</strong> las<br />

llamadas <strong>de</strong> Monsieur Quinquet, y allí se encontraba a varios amigos que se reunían en<br />

amena tertulia. La estancia era como una gran sala <strong>de</strong> capítulo conventual; pero estaba<br />

blanqueada, sin más adorno que un gran cuadro <strong>de</strong>l Purgatorio don<strong>de</strong> ardían hasta diez<br />

docenas <strong>de</strong> ánimas. Dos cortinas <strong>de</strong> sarga, cuya amarillez <strong>de</strong>claraba haber sido ver<strong>de</strong>,<br />

cubrían los balcones, y por las cuatro pare<strong>de</strong>s se enfilaban en batería tres docenas <strong>de</strong><br />

sillas <strong>de</strong> caoba con el respaldo tieso [177] y el asiento durísimo. Cuatro sillones <strong>de</strong><br />

cuero claveteado, contemporáneo <strong>de</strong>l cuadro <strong>de</strong> las Ánimas <strong>de</strong>l Purgatorio, si no <strong>de</strong>l<br />

Purgatorio mismo, servían para la comodidad relativa; una urna con imagen vestida<br />

servía para la <strong>de</strong>voción, y una mesa que parecía pila bautismal para que dieran golpes<br />

sobre ella los <strong>de</strong> la tertulia. D. Felicísimo entraba diciendo, Pax vobis y <strong>de</strong>spués<br />

saludaba sucesivamente a sus amigos.<br />

-Buenas noches, Elías ¿cómo te va?... Señor con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Negri, buenas noches...<br />

Buenas noches, Sr. D. Rafael Maroto.


- XVIII -<br />

Veamos ahora lo que pasó aquella noche. Jenara tomó asiento en el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l<br />

señor D. Felicísimo, y Pipaón, acercándose a este, le habló un poco al oído para contarle<br />

lo que a la dama le pasaba. A cada dos palabras que oía, D. Felicísimo articulaba una<br />

especie <strong>de</strong> chillido, un ji ji, que más tenía <strong>de</strong> suspiro que <strong>de</strong> interjección y que al mismo<br />

tiempo expresaba hipo y burla.<br />

-Bueno, bueno -murmuró el anciano moviendo la cabeza en a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong><br />

conciliación-. [178] En mi casa no será molestada; yo le respondo <strong>de</strong> que no será<br />

molestada, ji ji.<br />

-Gracias -dijo la dama secamente tratando <strong>de</strong> darse aire con los restos <strong>de</strong> su abanico.<br />

-El Sr. D. Miguel <strong>de</strong> Baraona y yo fuimos muy amigos -añadió Carnicero, volviendo<br />

a Jenara su faz plana, fría, sin expresión <strong>de</strong> sentimiento alguno-, pero muy amigos.<br />

Cuando aquellas cuestiones <strong>de</strong> la Santa Iglesia Colegial <strong>de</strong> Vitoria con los Canónigos<br />

cuartos (11) <strong>de</strong> frutos <strong>de</strong> Calahorra, vino aquí don José Marqués, canónigo entero, D.<br />

Vicente Morales, racionero medio y D. Andrés <strong>de</strong> Baraona, canónigo cuarto (12) <strong>de</strong><br />

optación, hermano <strong>de</strong> su abuelo <strong>de</strong> usted que también vino. Yo le conseguí el<br />

arcedianato <strong>de</strong> Berberiega para su primo. ¡Cuántas tar<strong>de</strong>s pasamos juntos en este<br />

<strong>de</strong>spacho hablando <strong>de</strong> sermones y Toros! Era en los tiempos <strong>de</strong> Pedro Romero y dicho<br />

se está que había materia para dos buenos aficionados como nosotros. Si el señor <strong>de</strong><br />

Baraona viviera se acordaría <strong>de</strong> cuando vimos la cogida <strong>de</strong> Pepe-Hillo y la célebre<br />

cornada <strong>de</strong> José Cándido, motivada por haberse escupido el toro, con lo que se<br />

atolondró José y quiso matarlo fuera <strong>de</strong> la jurisdicción, recibiendo un encontronazo...<br />

Estas últimas frases no las dirigía D. Felicísimo a Jenara, sino a cierto personaje,<br />

<strong>de</strong>sconocido [179] para nosotros, que a su lado estaba y había entrado poco antes que<br />

nuestros amigos. Era un joven <strong>de</strong> aspecto más bien ordinario que fino, <strong>de</strong> rostro tan<br />

salpicado <strong>de</strong> viruelas, que parecía criba, <strong>de</strong> complexión sanguínea y algo gigántea; <strong>de</strong><br />

ajustada chaqueta vestido, con el pelo corto y la frente más corta acaso. Su facha, su<br />

traje y cierta expresión inequívoca que impresa en su rostro estaba como un letrero,<br />

<strong>de</strong>cían que aquel hombre era <strong>de</strong>l gremio <strong>de</strong> tablajeros, cortadores o tratantes en carnes.<br />

Los tres oficios había tenido, mas con tan poco aprovechamiento, que los cambió por<br />

una plaza <strong>de</strong> <strong>de</strong>manda<strong>de</strong>ro en la cárcel <strong>de</strong> Villa. Era hijo <strong>de</strong> una antigua sirviente <strong>de</strong> D.<br />

Felicísimo y este le había criado en su casa y le tenía bastante cariño. Pedro López, por<br />

otro nombre Tablas (que así le bautizaron en el Mata<strong>de</strong>ro), respetaba mucho a su<br />

protector. Iba a verle diariamente al anochecer, se sentaba a su lado, le hablaba un poco<br />

<strong>de</strong> la cárcel, <strong>de</strong> becerros si era invierno y <strong>de</strong> Toros si era verano; <strong>de</strong>spués le servía la<br />

cena, y por último le acompañaba a rezar el rosario, <strong>de</strong>voción a que no faltó D.<br />

Felicísimo ni en un solo día <strong>de</strong> su vida.<br />

Doña María <strong>de</strong>l Sagrario no tardó en venir. Era una señora que aparentaba más edad<br />

<strong>de</strong> la que realmente tenía, por causa <strong>de</strong> una [180] lamentable emigración <strong>de</strong> todos los<br />

dientes <strong>de</strong> su boca, no quedando en aquellos reinos más que algunas muelas, que<br />

temblando habían pedido también sus pasaportes. Ella no tenía pretensiones <strong>de</strong> belleza<br />

ni aun <strong>de</strong> buen parecer, y así su elegancia era la sencillez, su perfumería la limpieza y su<br />

peinado un trabajo simplicísimo. Este consistía en recoger en una sola trenza los<br />

cabellos fieles que le quedaban y hacer con esta un moño chiquito, el cual, atravesado


<strong>de</strong> una horquilla o flecha, como corazón simbólico, parecía una limosna <strong>de</strong> cabellos<br />

enviada por el Cielo sobre su cráneo, que iba igualando a las encías en sus condiciones<br />

<strong>de</strong> país <strong>de</strong>sierto. Por lo <strong>de</strong>más, Doña María <strong>de</strong>l Sagrario era bondadosa, <strong>de</strong> excelente<br />

corazón y <strong>de</strong> mucho palique; pero tanto <strong>de</strong>sentonaba su voz, por causa <strong>de</strong> estar su boca<br />

tan solitaria como casa <strong>de</strong> mostrencos, que las palabras parecían salir y entrar por<br />

aquellas cavida<strong>de</strong>s jugando y haciendo cabriolas. Cuando reía creeríase que lloraba, y<br />

cuando regañaba a la criada parecía mandar un batallón, y el rezar era en ella como un<br />

soplamiento <strong>de</strong> fuelles rotos.<br />

-Mucho nos honra usted, Jenarita -le dijo besándola- con aceptar nuestra<br />

hospitalidad. Eso no será nada. Algún mal entendido. ¡Es tan fácil ahora que los buenos<br />

se confundan con los pícaros! Ayer mismo ¿no apalearon [181] en esta calle al sacristán<br />

<strong>de</strong> la V. O. T. por confundirlo con un pícaro zapatero que fue con<strong>de</strong>nado a horca y<br />

luego indultado en el llamado tiempo constitucional, que ni fue tal tiempo ni cosa que lo<br />

valga?<br />

-Sagrario, mucha conversación es esa, ji ji -dijo a este punto D. Felicísimo-. Jenarita<br />

no es persona con quien <strong>de</strong>bemos gastar cumplidos ni etiquetas; por tanto, tráeme mi<br />

cena, que la gusana me dice que es hora.<br />

Poco <strong>de</strong>spués el Sr. Carnicero tenía <strong>de</strong>lante la servilleta en lugar <strong>de</strong>l papel y la<br />

cuchara en vez <strong>de</strong> la pluma. Tras los primeros bocados, habló así:<br />

-No es extraño, Jenarita, que con la marcha que lleva este Gobierno por el camino <strong>de</strong><br />

la francmasonería, sean perseguidos los buenos españoles. Ese pobre Rey se ha<br />

entregado en manos <strong>de</strong> la herejía y <strong>de</strong>l <strong>de</strong>mocratismo; la Reina nos quiere embobar con<br />

músicas pero no le valdrán sus mañas para hacernos tragar la sucesión <strong>de</strong> su hija<br />

Isabelita, que así será reina <strong>de</strong> España como yo emperador <strong>de</strong> la China, ji ji. Ellos ven<br />

venir el nublado y se preparan, pero nosotros nos preparamos también... y es flojita cosa<br />

la que <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>mos... así como quien no dice nada, la religión sacratísima, el trono<br />

español y nuestras costumbres tradicionales, puras, nobles y sencillas. [182] ¡Ah!,<br />

perdóneme usted, Jenarita, me olvidé <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle si gustaba cenar. Pero aquí no andamos<br />

con etiquetas y en mi casa todo es llaneza y confianza.<br />

-Gracias -repuso Jenara que solicitada <strong>de</strong> otros pensamientos no había oído ni una<br />

sola palabra <strong>de</strong>l discurso <strong>de</strong>l Sr. Carnicero.<br />

Pipaón y Micaelita cuchicheaban en la sala inmediata y doña María <strong>de</strong>l Sagrario<br />

había ido a preparar la cena para todos, lo que requería no poca habilidad por haber<br />

aumentado las bocas y no los manjares. Tablas servía la cena al Sr. D. Felicísimo, el<br />

cual le hablaba <strong>de</strong> este modo:<br />

-Pues volviendo a lo que te <strong>de</strong>cía cuando entraron estos señores, el toreo está ahora<br />

tan por los suelos que no se pue<strong>de</strong> hablar <strong>de</strong> él sin que se le caiga a uno la cara <strong>de</strong><br />

vergüenza. Y no me digan que se ha fundado un Conservatorio <strong>de</strong> Tauromaquia. Tonto<br />

<strong>de</strong> capirote es el que lo inventó. Yo admiro a Don Pedro Romero, yo le tengo por un<br />

Cid <strong>de</strong> los tiempos mo<strong>de</strong>rnos; por eso no quisiera verle hecho un catedrático <strong>de</strong> brega.<br />

Mira tú, los toreros <strong>de</strong> hoy dan asco... Si el Señor Omnipotente te hubiera querido hacer<br />

el favor <strong>de</strong> criarte en aquel tiempo en que todo era mejor que ahora, todo, todo; en que<br />

era más honrada [183] la gente, más rico el país, más barata la comida, más guapas las


mujeres, más religiosos los hombres, más valientes los militares, más benigno el frío,<br />

más alegre el cielo, más honestas las costumbres, más bravos los toros y más, mucho<br />

más hábiles los toreros... ji ji... ¿por qué te ríes?<br />

El hipo <strong>de</strong> D. Felicísimo arreció <strong>de</strong> tal modo que hubo <strong>de</strong> pararse un rato para tomar<br />

aire. Después prosiguió así:<br />

-Si hubieras vivido en aquel feliz tiempo, te habrías <strong>de</strong>sbaratado <strong>de</strong> gusto viendo en<br />

medio <strong>de</strong>l redon<strong>de</strong>l a Joaquín Rodríguez, por otro nombre Costillares, o a José Delgado,<br />

mi amigo queridísimo, por otro nombre Pepe-Hillo. Me parece que le estoy mirando,<br />

cuando el toro se ceñía. Entonces tenías que ver su serenidad y <strong>de</strong>streza, ji. Él lo<br />

llamaba <strong>de</strong> frente, tomando la rectitud <strong>de</strong> su terreno conforme las piernas que le advertía<br />

la fiera, y luego que le partía, ji, le empezaba a cargar y ten<strong>de</strong>r la suerte, ¿entien<strong>de</strong>s?<br />

Con este quiebro el toro se iba <strong>de</strong>sviando <strong>de</strong>l terreno <strong>de</strong>l diestro y cuando llegaba a<br />

jurisdicción, le daba el remate seguro, ji, ji, ji.<br />

Con las cabezadas que daba D. Felicísimo brillaban sus ojos en el semblante plano<br />

como los agujeros <strong>de</strong> una palmeta. Al mismo tiempo su mano armada <strong>de</strong> tenedor<br />

tomaba las [184] actitu<strong>de</strong>s toreriles amenazando el vaso <strong>de</strong> vino, puesto en el lugar <strong>de</strong>l<br />

tintero.<br />

-Señora, usted se aburrirá con esta conversación mía -dijo el anciano contemplando a<br />

Jenara que estaba con los ojos bajos-. Como aquí no hay cumplimientos, que es palabra<br />

compuesta <strong>de</strong> cumplo y miento, ni las pamemas que llaman etiqueta, yo hablo <strong>de</strong> lo que<br />

más me gusta, ji. Este buen Tablas es un chiquilicuatro que por no tener alma no ha<br />

emprendido el oficio <strong>de</strong> mirar cara a cara a la cuerna, y está <strong>de</strong> <strong>de</strong>manda<strong>de</strong>ro en la<br />

cárcel <strong>de</strong> Villa. Si no tuviera el <strong>de</strong>fecto <strong>de</strong> coger sus monas los lunes y aun los martes,<br />

sería un cumplido muchacho, siempre que se corrigiera <strong>de</strong>l vicio <strong>de</strong> sobar las cuarenta.<br />

Tablas se ruborizó al oír su panegírico.<br />

-Jenarita, venga usted a cenar -dijo Sagrario entrando-. Deme usted su mantilla.<br />

Don Felicísimo había concluido.<br />

-Hija, ¿ha venido esta tar<strong>de</strong> el padre Alelí? -preguntó.<br />

-No ha parecido Su Reverencia.<br />

-¿No se sabe nada <strong>de</strong> la pupila <strong>de</strong> Benigno Cor<strong>de</strong>ro, que está con pulmonía?<br />

-Iba mejor, pero ha recaído. ¡Cristo, qué <strong>de</strong>sgracia! -exclamó Sagrario en un<br />

<strong>de</strong>sentono tan singular que parecía enjuagarse la boca con las palabras-. Cruz fue esta<br />

tar<strong>de</strong> [185] a la iglesia y me dijo que el pobre Benigno está como alma en pena. Va a la<br />

botica por las medicinas y se <strong>de</strong>ja el sombrero sobre el mostrador, habla solo y cuando<br />

ven<strong>de</strong> no cobra y cuando cobra no da la vuelta, y cuando la da, da oro por cobre.<br />

-Es un alma <strong>de</strong> cántaro, ji... Tablas, ve <strong>de</strong>spués a preguntar por la enferma. Benigno<br />

es loco, pero es paisano y le aprecio... Jenarita, ¿por qué tiene usted ese aire <strong>de</strong> tristeza y


abatimiento? Aquí no hay nada que temer. Estamos en sagrado, es <strong>de</strong>cir en una casa<br />

pura y absolutamente, ji ji... apostólica.<br />

Jenara no cenó. Había perdido el apetito, y la especial manera <strong>de</strong> guisar que en<br />

aquella casa había no era la más a propósito para <strong>de</strong>spertarlo. A esta feliz circunstancia<br />

<strong>de</strong> la <strong>de</strong>sgana <strong>de</strong> un convidado, <strong>de</strong>bió Pipaón que le tocara algo, aunque no fue mucho,<br />

según consta en las crónicas que <strong>de</strong> aquellos acontecimientos quedaron escritas.<br />

Levantose Jenara <strong>de</strong> la mesa antes que los <strong>de</strong>más para <strong>de</strong>cir una cosa importante al<br />

señor D. Felicísimo, que aún no había salido <strong>de</strong> su guarida, y al llegar a la puerta <strong>de</strong><br />

esta, oyó la voz <strong>de</strong>l anciano muy <strong>de</strong>sentonada y colérica. Decía así: [186]<br />

-Ladrón, verdugo, borracho, no te daré un maravedí aunque te me pongas <strong>de</strong> rodillas<br />

<strong>de</strong>lante y me enciendas velas. Yo no soy bueno, yo no soy santo; no pienses que me<br />

embobarás con tus lisonjas. ¿Tengo yo alguna mina, ji? ¿Acuño moneda, ji? Quítateme,<br />

ji, <strong>de</strong> <strong>de</strong>lante y púdrete si quieres. No hay un cuarto; hoy no se fía aquí. Toca a otra<br />

puerta, muérete, revienta, pégate un tiro y si no basta, ji, ji... te pegas dos o media<br />

docena.<br />

Con voz humil<strong>de</strong> y ahogada por la pena, Tablas habló <strong>de</strong>spués para pintar con las<br />

frases más amañadas la enormidad <strong>de</strong> su apuro, y Carnicero redobló sus negativas, sus<br />

bufidos, sus hipos, todo en <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> su bolsa. Jenara no necesitó oír más, y al punto<br />

renunció a <strong>de</strong>cir a D. Felicísimo lo que había pensado. Mujer <strong>de</strong> recursos intelectuales,<br />

improvisaba planes con la celeridad propia <strong>de</strong> todo gran<strong>de</strong> y fecundo ingenio.<br />

La campanilla sonó y Tablas fue a abrir la puerta. Llegaron tres señores que se<br />

dirigieron a la sala, don<strong>de</strong> Sagrario acababa <strong>de</strong> poner luz. Entrando otra vez en el<br />

comedor la dama vio que Pipaón y Micaelita no parecían disgustados <strong>de</strong> hallarse juntos.<br />

Sagrario andaba por la cocina riñendo con la criada, en lenguaje discor<strong>de</strong> e inarmónico,<br />

semejando un órgano que tuviera todos los tubos agujereados. Jenara [187] volvió al<br />

pasillo, que era largo, complicado, anguloso y a causa <strong>de</strong>l blanqueo daba más cuerpo a<br />

las sombras que sobre él caían. Allí vio la atlética figura <strong>de</strong> Tablas que salía <strong>de</strong>l cuarto<br />

<strong>de</strong>l señor, y dirigiéndose a un ángulo oscuro don<strong>de</strong> estaban algunos muebles viejos<br />

como en <strong>de</strong>stierro, <strong>de</strong>jábase caer sobre una silla y apoyaba la cabezota en ambas manos<br />

mirando al cielo. Jenara se llegó a él. Era el ángel <strong>de</strong>l consuelo.<br />

- XIX -<br />

-¿Cómo te va, Elías? Señor con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Negri, buenas noches. Buenas noches, Sr. D.<br />

Rafael Maroto.<br />

Así saludó D. Felicísimo a sus amigos, entrando en la sala, candilón en mano. Como<br />

aún no le hemos visto andar, no hemos podido <strong>de</strong>cir que andaba a pasitos cortos, muy<br />

cortos, y así tardó una buena pieza en llegar al centro <strong>de</strong> la estancia. Viose entonces la<br />

longitud <strong>de</strong> su levitón negro, el cual le llegaba hasta los pies, <strong>de</strong> modo que no parecía<br />

que andaba, sino que estaba fijo sobre una tablilla con ruedas <strong>de</strong> la cual tirara con


lentitud [188] una invisible mano. Puso el candilón sobre la mesa, y como la vecindad<br />

<strong>de</strong> la lámpara hacía que aquel pali<strong>de</strong>ciera <strong>de</strong> envidia, lo apagó.<br />

-Usted siempre tan fuerte -dijo uno <strong>de</strong> los amigos dando un palmetazo en la rodilla<br />

<strong>de</strong> Carnicero.<br />

Era este amigo un señor pequeño, o por mejor <strong>de</strong>cir, archipequeño, adamado y no<br />

muy viejo.<br />

-Defendiéndonos admirablemente -repuso Carnicero cogiéndose una pierna con las<br />

manos y levantándola para ponerla sobre la otra.<br />

-Un cigarrito -dijo aquel <strong>de</strong> los amigos que llamaban Maroto, y era el más joven <strong>de</strong><br />

los tres, <strong>de</strong> buena presencia, bigotudo y con señalado aspecto marcial.<br />

El con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Negri, con el cigarrito en la boca, sacó eslabón y piedra y empezó a<br />

echar chispas. Durilla era la faena y la mecha no quería encen<strong>de</strong>rse.<br />

-¡Maldito pe<strong>de</strong>rnal! -murmuró el señor con<strong>de</strong>.<br />

Y las chispas iban en todas direcciones menos en la que se quería. Una fue a<br />

estrellarse en la cara plana <strong>de</strong> D. Felicísimo como un proyectil ardiente en la muralla <strong>de</strong><br />

un bastión formidable, otra parecía que se le quería meter por los ojos al propio señor<br />

con<strong>de</strong>, y chispa [189] hubo que llegó hasta el cuadro <strong>de</strong> Ánimas dando<br />

instantáneamente un resplandor verda<strong>de</strong>ro a aquel Purgatorio figurado. Al fin prendió la<br />

mecha.<br />

-¡Gracias a Dios que tenemos fuego! -dijo D. Felicísimo entre dos hipos-. Con estos<br />

tubos <strong>de</strong> vidrio que han inventado ahora para encerrar las luces, no se pue<strong>de</strong> encen<strong>de</strong>r<br />

en las lámparas.<br />

En tanto el tercero <strong>de</strong> los amigos, que era bastante anciano y se distinguía por la<br />

curvatura exagerada <strong>de</strong> su nariz, había puesto unos papeles sobre la mesa, y los miraba<br />

y revolvía atentamente. De repente dijo así:<br />

-No hay que contar con Zumalacárregui.<br />

-¡Todo sea por Dios! -exclamó Carnicero-. ¿Ha escrito? Pues a mi carta no se dignó<br />

contestar. ¿Sigue en el Ferrol?<br />

-Pues nos pasaremos sin él -indicó el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Negri-. La causa revienta <strong>de</strong><br />

partidarios, quiero <strong>de</strong>cir que los tiene <strong>de</strong> sobra en todas las clases <strong>de</strong> la sociedad, y así<br />

no es bien que solicite coroneles, como es uso y costumbre entre liberalejos.<br />

-Ya sabemos -dijo con tono <strong>de</strong> autoridad el llamado Elías alzando los ojos <strong>de</strong>l papel-,<br />

que la causa que <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>mos es legalmente una batalla ganada. Habiendo sucesor varón<br />

no pue<strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r una hembra. [190] Moralmente también es cosa fuera <strong>de</strong> duda. El<br />

clero en masa apoya al partido <strong>de</strong> la religión y con el clero la mayoría <strong>de</strong>l reino, y la<br />

aristocracia.


-Y el ejército -<strong>de</strong>claró el con<strong>de</strong> pequeñito, plegando mucho los párpados porque le<br />

ofendía la luz.<br />

-Eso está por ver -replicó Elías Orejón-. Des<strong>de</strong> la guerra <strong>de</strong> la In<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia, el<br />

ejército, lo mismo que la marina, están carcomidos por la masonería. La revolución <strong>de</strong>l<br />

23 obra fue <strong>de</strong> los masones militares; las intentonas <strong>de</strong> estos años también son cosa<br />

suya, y en estos momentos, señores, se está formando una sociedad llamada la<br />

Confe<strong>de</strong>ración Isabelina, en la que andan muchos pajarracos <strong>de</strong> alto vuelo, y que por el<br />

rotulillo ya da a enten<strong>de</strong>r a dón<strong>de</strong> va. Necesitamos...<br />

-¡Claro, clarísimo, indubitable! -exclamó Carnicero, que <strong>de</strong>seaba meter baza, por no<br />

hallarse conforme con su amigo en aquel tema.<br />

-Necesitamos -prosiguió el otro alzando la voz en señal <strong>de</strong> enojo por verse<br />

interrumpido-, necesitamos, aunque el escrupuloso señor Infante no lo crea así, asegurar<br />

y comprometer aquellas cabezas militares más potentes. Ya se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que son <strong>de</strong><br />

acá los siguientes señores: el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> España, capitán general [191] <strong>de</strong>l Principado; el<br />

Sr. González Moreno, gobernador militar <strong>de</strong> Málaga...<br />

-Buenos, buenos, bonísimos -dijo Carnicero, que no podía contener sus ganas <strong>de</strong><br />

interrumpir a cada instante.<br />

Orejón citó otros nombres, añadiendo luego.<br />

-En el ramo <strong>de</strong> hombres civiles o eclesiásticos <strong>de</strong> gran nota, andamos a la conquista<br />

<strong>de</strong>l Sr. Abarca, obispo <strong>de</strong> León, y <strong>de</strong> D. Juan Bautista Erro, consejero <strong>de</strong> Estado, a los<br />

cuales sólo les falta el canto <strong>de</strong> un duro para caer también <strong>de</strong> la parte acá.<br />

-Bueno es que los clérigos y hombres civiles vengan -dijo Maroto- pero por santa y<br />

gloriosa que sea la causa <strong>de</strong> Su Alteza, y yo doy <strong>de</strong> barato que es la causa <strong>de</strong> Dios, no se<br />

hará nada sin tropa.<br />

-¿Y los voluntarios realistas?<br />

-Son buenos como auxilio; pero nada más. Denme generales aguerridos, jefes <strong>de</strong><br />

valor y prestigio, y el día en que D. Fernando acabe, que no tardará, al <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> los<br />

médicos, don Carlos será Rey por encima <strong>de</strong> todas las cosas.<br />

-Eso, eso -afirmó Elías sentando la palma <strong>de</strong> su mano sobre los papeles- generales<br />

aguerridos, jefes militares <strong>de</strong> valor y prestigio; al grano, al grano.<br />

-Todo vendrá -indicó Carnicero- cuando [192] el caso llegue. Cuando se cuenta,<br />

como ahora, ji, con el santo clero en masa, capaz <strong>de</strong> alzar en masa al reino todo, como<br />

en la guerra <strong>de</strong> la In<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia, lo <strong>de</strong>más vendrá por sus pasos contados. En cartas y<br />

por manifestaciones verbales, me han <strong>de</strong>mostrado su conformidad las siguientes ór<strong>de</strong>nes<br />

y religiones: los Agustinos calzados <strong>de</strong> Madrid, la Congregación benedictina<br />

Tarraconense Cesaraugustana <strong>de</strong> la corona <strong>de</strong> Aragón y <strong>de</strong> Navarra, los Menores <strong>de</strong> San<br />

Francisco, los Agustinos Recoletos o Calzados, los Canónigos seglares <strong>de</strong>l Or<strong>de</strong>n<br />

Premonstratense...


-Espadas, espadas -dijo bruscamente Maroto- y con espadas, no sólo no estarán<br />

<strong>de</strong>más las correas y rosarios, sino que servirán <strong>de</strong> mucho.<br />

-Y yo -indicó el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Negri dirigiéndose al balcón a punto que sonaba en la calle<br />

el estrepitoso rodar <strong>de</strong> un coche- me atrevo a proponer que todas las conquistas se<br />

pospongan a la conquista <strong>de</strong>l vecino.<br />

El coche paró junto a la casa. Era el carruaje <strong>de</strong> Calomar<strong>de</strong>, que vivía frente por<br />

frente <strong>de</strong> Carnicero, en el palacio <strong>de</strong>l duque <strong>de</strong> Alba.<br />

-Su Excelencia ha entrado en su palacio -dijo el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Negri, atisbando por los<br />

vidrios verdosos y pequeñuelos <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los balcones. [193]<br />

-Todo se andará -manifestó D. Felicísimo-. La conversación que tuvimos él y yo<br />

hace dos días, me hace creer que D. Ta<strong>de</strong>o tardará en ser apostólico lo que tar<strong>de</strong> Su<br />

Majestad en tener, ji, el ataque <strong>de</strong> gota que correspon<strong>de</strong> al otoño próximo.<br />

-Y si no -dijo Negri tornando a su asiento-, le barrerán. Después veremos quién toma<br />

la escoba... ¡Cuidado con doña Cristina y qué humos gasta! Si creerá que está en<br />

Nápoles y que aquí somos lazzaronis... ¿Pues no se atrevió a pedir mi <strong>de</strong>stitución <strong>de</strong>l<br />

puesto que tengo en la mayordomía <strong>de</strong>l señor Infante? Gracias a que los señores me han<br />

sostenido contra viento y marea. Aquí entre cuatro amigos -añadió el con<strong>de</strong> bajando la<br />

voz-, pue<strong>de</strong> revelarse un secreto. He dado ayer un bromazo a nuestra soberana<br />

provisional, que va a dar mucho que reír en la Corte. En imprenta que no necesito<br />

nombrar se están imprimiendo unos versos <strong>de</strong> no sé qué poeta, en elogio <strong>de</strong> su majestad<br />

napolitana. Hacia la mitad <strong>de</strong> la composición se habla <strong>de</strong> la angélica Isabel y <strong>de</strong> la<br />

inmortal Cristina. Pues yo...<br />

El con<strong>de</strong> se <strong>de</strong>tuvo, sofocado por la risa.<br />

-¿Qué?<br />

-Pues yo, como tengo relaciones en todas partes, me introduje en la imprenta, y di<br />

ocho duros al corrector <strong>de</strong> pruebas para que quitara [194] bonitamente la t <strong>de</strong> la palabra<br />

inmortal.<br />

-La inmoral Cristina, ji ji...<br />

-Espadas, espadas -gruñó Maroto-, y no bromas <strong>de</strong> esta especie que a nada conducen.<br />

-Toda cooperación <strong>de</strong>be aceptarse -dijo Elías refunfuñando-, aunque sea la<br />

cooperación <strong>de</strong> una errata <strong>de</strong> imprenta.<br />

Cuando esto <strong>de</strong>cían, la luz <strong>de</strong> la lámpara, ya fuera porque doña María <strong>de</strong>l Sagrario,<br />

firme en sus principios económicos, no le ponía todo el aceite necesario, ya porque D.<br />

Felicísimo <strong>de</strong>scompusiera a fuerza <strong>de</strong> darle arriba y abajo el sencillo mecanismo que<br />

mueve la mecha, empezó a <strong>de</strong>crecer, oscureciendo por grados la estancia.


-Voy a contar a uste<strong>de</strong>s, señores -dijo Elías-, la conversación que ayer tuve con el Sr.<br />

Abarca, obispo <strong>de</strong> León, el hombre <strong>de</strong> confianza <strong>de</strong> Su Majestad... Pero D. Felicísimo,<br />

esa luz...<br />

-Empiece usted. Es que la mecha... -replicó Carnicero moviendo la llave.<br />

-Pues el señor Abarca me pidió informes <strong>de</strong> lo que se pensaba y se <strong>de</strong>cía en el cuarto<br />

<strong>de</strong>l Infante. Yo creí que con un hombre tan sabio y leal como el señor Abarca no <strong>de</strong>bía<br />

guardar misterios... Le dije pan pan, vino vino... Pero esa luz.<br />

-No es nada; siga usted; ya ar<strong>de</strong>rá. [195]<br />

-Le expuse la situación <strong>de</strong>l país, anhelante <strong>de</strong> verse gobernado por un príncipe real y<br />

verda<strong>de</strong>ramente absoluto que no transija con masones, que no admita principios<br />

revolucionarios, que cierre la puerta a las noveda<strong>de</strong>s, que se apoye en el clero, que<br />

robustezca al clero, que dé preeminencias al clero, que atienda al clero, que mime al<br />

clero... Pero esa luz, señor D. Felicísimo...<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente no sé qué tiene. Siga usted.<br />

-Él convino conmigo en que por el camino que va el Rey, marchamos francamente y<br />

él el primero por la senda <strong>de</strong> la revolución... ¡Que nos quedamos a oscuras!...<br />

La luz <strong>de</strong>crecía tanto que los cuatro personajes principiaron a <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> verse con<br />

claridad. Las sombras crecían en torno suyo. Los empingorotados respaldos <strong>de</strong> los<br />

sillones parecían exten<strong>de</strong>rse por las pare<strong>de</strong>s en correcta formación, simulando un<br />

cabildo <strong>de</strong> fantasmas congregados para <strong>de</strong>liberar sobre el <strong>de</strong>stino que <strong>de</strong>bía darse a las<br />

ánimas. Las rojas llamas <strong>de</strong>l cuadro se perdían en la oscuridad, y sólo se veían los<br />

cuerpos retorcidos.<br />

-Díjome también Su Ilustrísima que ahora se va a empren<strong>de</strong>r una campaña <strong>de</strong><br />

exterminio contra los liberales... ¡Por Dios, Sr. don Felicísimo, luz, luz! [196]<br />

La lámpara se <strong>de</strong>bilitaba y moría <strong>de</strong>rramando con esfuerzo su última claridad por las<br />

pare<strong>de</strong>s blancas, y por el techo blanco también. La llama lanzaba a ratos un <strong>de</strong>stello<br />

triste como si suspirase y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>spedía un hilo <strong>de</strong> humo negro que se enroscaba<br />

fuera <strong>de</strong>l tubo. Luego se contraía en la grasienta mecha, y burbujeando con una especie<br />

<strong>de</strong> lamento estertoroso, se tomaba en rojiza. Las cuatro caras aparecían ora encendidas,<br />

ora macilentas y la sombra jugaba en las pare<strong>de</strong>s y subía al techo, invadiendo a veces<br />

todo el aposento, retirándose a veces al suelo para escon<strong>de</strong>rse entre los pies y <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong><br />

los muebles.<br />

-Esa campaña <strong>de</strong> exterminio que se va a empren<strong>de</strong>r, fíjense uste<strong>de</strong>s bien -prosiguió<br />

Orejón-, no favorece al Rey, sino al Infante. Todo lo que ahora sea reprimir es en<br />

ventaja <strong>de</strong> la gente apostólica. Así nos lo darán todo hecho, y lo odioso <strong>de</strong>l castigo caerá<br />

sobre ellos, mientras que nosotros... ¡Luz, luz!<br />

D. Felicísimo quiso llamar; pero en aquella casa no se conocían las campanillas. Así<br />

es que empezó a gritar también:


-¡Luz, luz; que traigan una luz!<br />

La lámpara se extinguió completamente y todos quedaron <strong>de</strong> un color.<br />

-¡Luz, luz! -volvió a gritar D. Felicísimo.<br />

Orejón, que estaba muy lleno <strong>de</strong> su asunto [197] y no quería soltarlo <strong>de</strong> la boca, a<br />

pesar <strong>de</strong> la oscuridad, prosiguió así:<br />

-Que utilizando con energía la horca y los fusilamientos, limpien el reino <strong>de</strong> esas<br />

perversas alimañas, es cosa que nos viene <strong>de</strong> mol<strong>de</strong>.<br />

-Aguar<strong>de</strong> usted, hombre... Estamos a oscuras...<br />

-Ji... se han dormido y no nos traen luz -dijo D. Felicísimo-. Sagrario, Sagrario.<br />

Tablas... Nada: todos dormidos.<br />

Así era en verdad.<br />

-¿Tiene usted avíos <strong>de</strong> encen<strong>de</strong>r, señor Con<strong>de</strong>? Aquí en este cajoncillo <strong>de</strong> la mesa<br />

<strong>de</strong>be <strong>de</strong> haber, ji, ji, pajuela.<br />

Pronto se oyó el chasquido <strong>de</strong>l eslabón contra el pe<strong>de</strong>rnal. Las súbitas chispas<br />

sacaban momentáneamente la estancia <strong>de</strong> la oscuridad. Se veían como a luz <strong>de</strong><br />

relámpago las cuatro caras apostólicas, la fúnebre fila <strong>de</strong> sillas <strong>de</strong> caoba y el cuadro <strong>de</strong><br />

ánimas.<br />

-La raza liberalesca y masónica estará ya exterminada cuando llegue el momento <strong>de</strong><br />

la sucesión <strong>de</strong> la corona -<strong>de</strong>cía Orejón entusiasmado-. ¡Admirable, señores!<br />

D. Felicísimo tenía la pajuela en la mano para acercarla a la mecha luego que esta<br />

prendiese, y al brotar <strong>de</strong> la chispa, su cara plana, en que se pintaban la ansiedad y la<br />

atención, parecía figura <strong>de</strong> pesadilla o alma en pena. [198]<br />

-Trabajan para nosotros, y ahorcando a los liberales se ahorcan a sí mismos.<br />

-Es evi<strong>de</strong>nte -murmuró D. Rafael Maroto.<br />

-¡Demonches <strong>de</strong> pe<strong>de</strong>rnal!<br />

-¡Luz, luz! -volvió a <strong>de</strong>cir D. Felicísimo-. Pero Sagrario... Nada, lo que digo: todos<br />

dormidos.<br />

Por fin prendió la mecha y aplicada a ella la pajuela <strong>de</strong> azufre, ardió rechinando<br />

como un con<strong>de</strong>nado cuyas carnes se fríen en las ollas <strong>de</strong> Pedro Botero. A la luz sulfúrea<br />

<strong>de</strong> la pajuela reaparecieron las cuatro caras, bañadas <strong>de</strong> un tinte lívido, y la estancia<br />

parecía más gran<strong>de</strong>, más fría, más blanca, más sepulcral...<br />

-De modo -continuaba Elías, cuando D. Felicísimo encendía el candilón <strong>de</strong> cuatro<br />

mecheros-, que en vez <strong>de</strong> apartarles <strong>de</strong> ese camino, <strong>de</strong>bemos instarles a que por él sigan.


-Sí, que limpien, que <strong>de</strong>spojen...<br />

-Pues ahora -dijo Negri-, contaré yo la conversación que tuve con Su Alteza la<br />

infanta doña Francisca.<br />

-Y yo -añadió Carnicero-, referiré lo que me dijo ayer fray Cirilo <strong>de</strong> Alameda y Brea.<br />

[199]<br />

- XX -<br />

Jenara no pudo dormir en el abominable camastrón que le <strong>de</strong>stinara doña María <strong>de</strong>l<br />

Sagrario, el cual estaba en un cuarto más gran<strong>de</strong> que bonito, todo blanco, todo frío, todo<br />

triste, con alto ventanillo por don<strong>de</strong> venían mayidos y algazara <strong>de</strong> gatos. Al amanecer<br />

pudo aletargarse un poco, y en su <strong>de</strong>svariado sueño creía ver a D. Felicísimo hecho un<br />

<strong>de</strong>monio, ora volando, montado en su pluma, ora <strong>de</strong>scuartizando gente con la misma<br />

pluma, en cuchillo convertida. La casa se le representaba como un lisiado que suelta sus<br />

muletas para arrojarse al suelo, y allí eran el crujir <strong>de</strong> tabiques, el <strong>de</strong>splome <strong>de</strong> pare<strong>de</strong>s,<br />

la pulverización <strong>de</strong> techos, y las nubes <strong>de</strong> polvo, en medio <strong>de</strong>l cual, como ave rapante,<br />

revoloteaba D. Felicísimo llorando con lúgubre graznido, mientras los <strong>de</strong>más habitantes<br />

<strong>de</strong> la casa se asfixiaban sepultados entre cascote y astillas.<br />

Al <strong>de</strong>spertar sin haber hallado reposo, sus ojos enrojecidos reconocieron la estancia,<br />

que más tenía <strong>de</strong> prisión que <strong>de</strong> albergue, y acometida <strong>de</strong> una viva aflicción lloró<br />

mucho. Después [<strong>20</strong>0] las reflexiones, los planes habilísimos que había concebido y<br />

más que nada la valentía natural <strong>de</strong> su espíritu la fueron serenando. Vistiose y acicalose<br />

como pudo, echando muy <strong>de</strong> menos los primores <strong>de</strong> su tocador, y pudo presentarse a<br />

Micaelita y a Doña Sagrario con semblante risueño.<br />

En sus planes entraba el <strong>de</strong> amoldar su conducta y sus opiniones a las opiniones y<br />

conducta <strong>de</strong> los dueños <strong>de</strong> la casa, y así cuando visitó al Sr. D. Felicísimo en su<br />

<strong>de</strong>spacho y hablaron los dos, era tan apostólica que el mismo Infante la habría juzgado<br />

digna <strong>de</strong> una cartera en su ministerio futuro. Según ella, la perseguían por apostólica, y<br />

su apostoliquismo (fue su palabra) era <strong>de</strong> tal naturaleza que la llevaría valientemente a<br />

la lucha y al martirio. Carnicero, que en su marrullería no carecía <strong>de</strong> inocencia (virtud<br />

hasta cierto punto apostólica), creyó cuanto la dama le dijo, y establecida entre ambos la<br />

confianza, el anciano le contaba diariamente mil cosas <strong>de</strong> gran sustancia y meollo,<br />

referentes a la causa. Sirvan <strong>de</strong> ejemplo las siguientes confi<strong>de</strong>ncias.<br />

«¡Bomba, señora! Direle a usted lo más importante que he sabido anoche. Una<br />

monjita <strong>de</strong> las Agustinas Recoletas <strong>de</strong> la Encarnación soñó no hace mucho que el<br />

Infante se ceñía la [<strong>20</strong>1] corona asistido <strong>de</strong> no sé cuántas legiones <strong>de</strong> ángeles. Escribió<br />

su sueño en una esquelita que remitió a Su Alteza, el cual la besó y tuvo con esto un<br />

grandísimo gozo. Me lo ha contado Orejón».<br />

«¡Bomba, señora! La trapisonda <strong>de</strong> Andalucía ha terminado. Los marinos que se<br />

sublevaron en San Fernando están ya fusilados y el bribón <strong>de</strong> Manzanares que


<strong>de</strong>sembarcó con unos cuantos tunantes ha perecido también. ¡Si no hay sahumerio como<br />

la pólvora para limpiar un reino! Que <strong>de</strong>sembarquen más si quieren. El Gobierno se ha<br />

preparado, arma al brazo. Ahora, vengan pillos».<br />

«¡Gran bomba, señora! Mañana ahorcan a Miyar, el librero <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong>l Príncipe,<br />

por escribir cartas <strong>de</strong>mocráticas. Pronto le harán compañía Olózaga, Bringas y Ángel<br />

Iznardi».<br />

Generalmente estas noticias eran dadas al anochecer o durante la cena, en presencia<br />

<strong>de</strong> Tablas. Después se rezaba el rosario, con asistencia <strong>de</strong> todos los <strong>de</strong> la casa, y <strong>de</strong><br />

Jenara que <strong>de</strong>sempeñaba su parte con extraordinario recogimiento y edificación.<br />

Ya se habrá comprendido que la muy pícara se valió <strong>de</strong> los ahogos pecuniarios <strong>de</strong>l<br />

bueno <strong>de</strong> Perico Tablas para sobornarle y ponerle <strong>de</strong> su parte. El <strong>de</strong>manda<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la<br />

cárcel <strong>de</strong> Villa, que no era ciertamente un Catón, [<strong>20</strong>2] se rindió a la voluntad<br />

dispendiosa <strong>de</strong> Jenara sirviéndole como se sirve a una dama que reúne en sí afabilidad,<br />

hermosura y dinero.<br />

Dos días habían pasado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la prisión <strong>de</strong> Olózaga, cuando se vio a Tablas y a Pepe<br />

Olózaga hermano menor <strong>de</strong> Salustiano, bebiendo medios chicos <strong>de</strong> vino en la taberna <strong>de</strong><br />

la calle Mayor, esquina a la <strong>de</strong> Milaneses. Jenara no sólo supo explotar en provecho<br />

propio los buenos servicios <strong>de</strong> Tablas, sino que los utilizó en pro <strong>de</strong> Salustiano por<br />

quien mucho se interesaba.<br />

Este insigne joven, que <strong>de</strong>spués había <strong>de</strong> alcanzar fama tan gran<strong>de</strong> como orador y<br />

hábil político, fue primero encerrado en lo que llamaban El Infierno, lugar tenebroso,<br />

pero más horrendo aún por sus habitantes que por sus tinieblas, pues estaba ocupado por<br />

bandidos y rateros, la peor y más <strong>de</strong>svergonzada canalla <strong>de</strong>l mundo. No creyéndole<br />

seguro en El Infierno, el alcai<strong>de</strong> le trasladó a un calabozo, y <strong>de</strong> allí a una <strong>de</strong> las altas<br />

bohardillas <strong>de</strong> la torre. Antes <strong>de</strong> que mediara Tablas pudo Pepe Olózaga ponerse en<br />

comunicación con su hermano, valiéndose <strong>de</strong> una fiambrera <strong>de</strong> doble fondo y <strong>de</strong>l palo<br />

<strong>de</strong>l molinillo <strong>de</strong> la chocolatera.<br />

El ingenio, la serenidad, la travesura <strong>de</strong> [<strong>20</strong>3] Salustiano eran tales, que en pocos<br />

días se hizo querer y admirar <strong>de</strong> los presos que le ro<strong>de</strong>aban y que allí entraron por<br />

raterías y otros <strong>de</strong>safueros. Los <strong>de</strong>más presos no se comunicaban con él. Pepe Olózaga,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ganar a Tablas, a quien hizo creer que su hermano estaba encarcelado por<br />

cosas <strong>de</strong> mujeres, intentó ganar también a uno <strong>de</strong> los carceleros; pero no pudo<br />

conseguirlo. Más afortunado fue Salustiano, que seduciendo <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la prisión a sus<br />

guardianes con aquella sutilísima labia y trastienda que tenía, pudo comunicarse con<br />

Bringas. Ambos sabían que si no se fugaban serían irremisiblemente ahorcados.<br />

Discurrieron los medios <strong>de</strong> alagar los procedimientos para ver si ganando tiempo<br />

a<strong>de</strong>lantaba el negocio <strong>de</strong> su salvación, y al cabo convinieron en que Bringas se fingiría<br />

mudo y Olózaga loco.<br />

Tan bien <strong>de</strong>sempeñó este su papel, que por poco le cuesta la vida. Principió por<br />

fingirse borracho; propinose <strong>de</strong>spués una pulmonía acostándose <strong>de</strong>snudo sobre los<br />

ladrillos, y los carceleros le hallaron por la mañana tieso y helado como un cadáver.<br />

Tras esto venía tan bien la farsa <strong>de</strong> su locura, que siete médicos realistas le <strong>de</strong>clararon<br />

sin juicio. Así ganó un mes.


Miyar, que no era travieso, ni abogado, [<strong>20</strong>4] ni hombre resuelto, pereció en la horca<br />

el 11 <strong>de</strong> Abril.<br />

Mejor le fue a Olózaga con su locura que a Bringas con su mutismo, porque<br />

impacientes los jueces con aquel tenaz silencio, que les impedía <strong>de</strong>spachar pronto,<br />

imaginaron darle un tormento ingenioso, el cual consistía en clavarle en las uñas astillas<br />

o estacas <strong>de</strong> caña. Nada consiguieron con esto; pero Bringas perdió la salud y no salió<br />

<strong>de</strong> la cárcel sino para morirse. Es un mártir oscuro, <strong>de</strong>l cual se ha hablado poco, y que<br />

merece tanta veneración como lástima.<br />

Pepe Olózaga y los amigos <strong>de</strong> Salustiano trabajaban sin reposo. Las comunicaciones<br />

con el preso eran frecuentes, y no sólo recibió este ganzúas y dinero, que son dos clases<br />

<strong>de</strong> llaves falsas, sino también el correspondiente puñal y un poquillo <strong>de</strong> veneno para el<br />

momento <strong>de</strong>sesperado. Antes el suicidio que la horca.<br />

Jenara, que salía <strong>de</strong> noche furtivamente <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Don Felicísimo, iba a don<strong>de</strong> se<br />

le antojaba sin que nadie la molestase, y así pudo ayudar a la familia <strong>de</strong> Olózaga. Hízose<br />

muy amiga <strong>de</strong> la mujer <strong>de</strong>l escribano señor Raya, y también <strong>de</strong> la mujer <strong>de</strong>l alcai<strong>de</strong>. A<br />

la sangre fría <strong>de</strong>l preso primeramente, a la constancia y diplomacia <strong>de</strong> su hermano Pepe,<br />

al oro <strong>de</strong> la familia, y por último, [<strong>20</strong>5] a la compasión y buen ingenio <strong>de</strong> algunas<br />

mujeres, <strong>de</strong>biose la atrevidísima y dramática evasión, que referiremos más a<strong>de</strong>lante en<br />

breves palabras, aunque referida está <strong>de</strong>l modo más elocuente por quien <strong>de</strong>bía y sabía<br />

hacerlo mucho mejor que nadie.<br />

Jenara, preciso es <strong>de</strong>clararlo, no tenía puestos sus ojos en la cárcel <strong>de</strong> Villa por el<br />

solo interés <strong>de</strong> Salustiano y su apreciabilísima familia. Allí, en la siniestra torre que<br />

mo<strong>de</strong>rnamente han pintado <strong>de</strong> rojo para darle cierto aire risueño, estaba un preso menos<br />

joven que Olózaga, <strong>de</strong> gentil presencia y muchísima farándula, el cual pasaba por preso<br />

político entre los rateros y por un ladronzuelo entre los políticos. Era, según Tablas,<br />

hombre <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s fingimientos y transmutaciones, al parecer instruido y cortés.<br />

Figuraba en los registros con dos o tres nombres, sin que se hubiera podido averiguar<br />

cuál era el suyo verda<strong>de</strong>ro. Tablas reveló a la señora que no era ella sola quien se<br />

interesaba por aquel hombre, sino que otras muchas <strong>de</strong> la Corte le agasajaban y<br />

atendían. Las señas que el <strong>de</strong>manda<strong>de</strong>ro indicaba <strong>de</strong> la persona <strong>de</strong>l preso convencían a<br />

Jenara <strong>de</strong> que era quien ella creía, y más aún las respuestas que a sus preguntas daba<br />

este. No obstante la dama no pudo lograr ver su letra por más que [<strong>20</strong>6] a entablar<br />

correspon<strong>de</strong>ncia le instó por conducto <strong>de</strong>l manda<strong>de</strong>ro. El preso pidió algunas onzas y se<br />

las mandaron con mil amores. Se trabajó con jueces y escribanos para que le soltaran,<br />

estudiose la causa y ¿cuál sería la sorpresa, el <strong>de</strong>specho y la vergüenza <strong>de</strong> Jenara al<br />

<strong>de</strong>scubrir que el preso misterioso no era otro que el celebérrimo Can<strong>de</strong>las, el hombre <strong>de</strong><br />

las múltiples personalida<strong>de</strong>s y <strong>de</strong> los infinitos nombres y disfraces, figura eminente <strong>de</strong>l<br />

reinado <strong>de</strong> Fernando VII, y que compartió con José María los laureles <strong>de</strong> la caballería<br />

ladronera, siendo el héroe legendario <strong>de</strong> las ciuda<strong>de</strong>s como aquel lo fue <strong>de</strong> los campos?<br />

Corrida y enojada la señora <strong>de</strong>scargó su colera sobre Pipaón, a quien puso cual no<br />

digan dueñas, y no le faltaba motivo para ello, porque el astuto cortesano <strong>de</strong> 1815 la<br />

había engañado, aunque no a sabiendas, diciéndole que el que buscaba estuvo primero<br />

en casa <strong>de</strong> Olózaga y <strong>de</strong>spués preso en la Villa con los <strong>de</strong>más conjurados, noticias<br />

ambas enteramente contrarias a la verdad.


A todas estas, Jenara no tenía valor para abandonar la hospitalidad que le había<br />

ofrecido D. Felicísimo y continuaba embaucándole con su entusiasmo apostólico,<br />

sabedora <strong>de</strong> que la mayor tontería que podía hacerse en tan [<strong>20</strong>7] benditos tiempos era<br />

enemistarse con la gente <strong>de</strong> aquel odioso partido.<br />

Al anochecer <strong>de</strong> cierto día <strong>de</strong> Mayo, Jenara vio salir al padre Alelí <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> D.<br />

Felicísimo, y poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la casa. Hacía días que no tenía noticias <strong>de</strong> Sola ni <strong>de</strong>l<br />

estado <strong>de</strong> su peligrosa y larga enfermedad, y así, luego que el fraile se marchó, fue<br />

<strong>de</strong>recha a la madriguera <strong>de</strong> D. Felicísimo para saber <strong>de</strong> la protegida <strong>de</strong>l Sr. Cor<strong>de</strong>ro.<br />

-¡Gran<strong>de</strong>, estupenda bomba, señora! -dijo el anciano a quien acompañaba, rosario en<br />

mano, el atlético Tablas.<br />

-¿Se sabe algo <strong>de</strong> esa joven?...<br />

-Ya pasó a mejor, o peor vida, que eso Dios lo sabrá -repuso Carnicero volviendo<br />

hacia Jenara su cara plana que iluminada <strong>de</strong> soslayo parecía una luna en cuarto<br />

menguante.<br />

-¡Ha muerto! -exclamó la dama con aflicción gran<strong>de</strong>.<br />

-Ya le han dado su merecido. Conozco que es algo atroz, pero no están los tiempos<br />

para blanduras. Hazme la barba y hacerte he el copete.<br />

-Yo pregunto por la pupila <strong>de</strong> nuestro amigo Cor<strong>de</strong>ro.<br />

-Acabáramos; yo me refiero a esa joven que han a ahorcado en Granada. ¿Cómo la<br />

llamaban, Tablillas? [<strong>20</strong>8]<br />

-Mariana Pineda.<br />

-Eso es. Bordadme ban<strong>de</strong>ritas para los liberales <strong>de</strong>sembarcadores. El cabello se pone<br />

<strong>de</strong> punta al ver las iniquida<strong>de</strong>s que se cometen. ¡Bordar una ban<strong>de</strong>ra, servir <strong>de</strong> estafeta a<br />

los liberales!, y ¡sabe Dios las <strong>de</strong>más picardías que los señores jueces habrán querido<br />

<strong>de</strong>jar ocultas por miramientos al sexo femenino...!<br />

-¡Y esa señora ha sido ahorcada! -exclamó Jenara, lívida a causa <strong>de</strong> la indignación y<br />

el susto.<br />

-¿Que si ha sido...? Y lo sería otra vez si resucitara. O hay justicia o no hay justicia.<br />

Como el Gobierno afloje un poco, la revolución lo arrastra todo, monarquía, religión,<br />

clases, propiedad... Esta doña Mariana Pineda <strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser nieta <strong>de</strong> un D. Cosme Pineda<br />

que vino aquí por los años <strong>de</strong> 98 a gestionar conmigo cierto negocio <strong>de</strong> las capellanías<br />

<strong>de</strong> Guadix... buena persona, sí, buena. Era poseedor <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las mejores gana<strong>de</strong>rías <strong>de</strong><br />

Andalucía, la única que podía competir con la <strong>de</strong> los Religiosos Dominicos <strong>de</strong> Jerez <strong>de</strong><br />

la Frontera, don<strong>de</strong> se crían los mejores toros <strong>de</strong>l mundo.<br />

-Y esa doña Mariana -dijo Jenara- era, según he oído, joven, hermosa, discreta...<br />

¡Bendito sea Dios que entre tantas maravillas <strong>de</strong> hermosura, ha criado, Él sabrá por qué,


tantos monstruos terribles, los leones, las serpientes, [<strong>20</strong>9] los osos y los señores <strong>de</strong> las<br />

Comisiones Militares...!<br />

-¿Chafalditas tenemos...? -dijo don Felicísimo echando <strong>de</strong> su boca un como<br />

triquitraque <strong>de</strong> hipos, sonrisillas y exclamaciones que no llegaban a ser juramentos-.<br />

Mire usted que se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir: «al que a mí me trasquiló, las tijeras, ji, ji, le quedaron<br />

en la mano».<br />

La dama le miró, reconcentrada en el corazón la ira; mas no tanto que faltase en sus<br />

ojos un <strong>de</strong>stello <strong>de</strong> aquel odio intenso que tantos estragos hacía cuando pasaba <strong>de</strong> la<br />

voluntad a los hechos. En aquel momento Jenara hubiera dado algunos días <strong>de</strong> su vida<br />

por po<strong>de</strong>r llegarse a D. Felicísimo y retorcerle el pescuezo, como retuerce el ladrón la<br />

fruta para arrancarla <strong>de</strong> la rama; pero excusado es <strong>de</strong>cir que no sólo no puso por obra<br />

este atrevido pensamiento homicida, sino que se guardó muy bien <strong>de</strong> manifestarlo.<br />

-Yo no soy tampoco <strong>de</strong> piedra -añadió Carnicero echando un suspiro-; yo me duelo<br />

<strong>de</strong> que se ahorque a una mujer; pero ella se lo ha guisado y ella se lo ha comido, porque<br />

¿es o no cierto que bordó la ban<strong>de</strong>ra? Cierto es. Pues la ley es ley, y el <strong>de</strong>creto <strong>de</strong><br />

Octubre ha proclamado el tente-tieso. Con que adóbenme esos liberales. Dicen que<br />

fueron tigres [210] los señores jueces <strong>de</strong> Granada. Calumnia, enredo. Yo sé <strong>de</strong> buena<br />

tinta... vea usted: aquí tengo la carta <strong>de</strong>l Sr. Santaella, racionero medio y tiple <strong>de</strong> la<br />

catedral <strong>de</strong> Granada... hombre veraz y muy apersonado, que por no gustar <strong>de</strong>l clima <strong>de</strong><br />

Andalucía, quiere una plaza <strong>de</strong> tiple en la Real capilla <strong>de</strong> Madrid... pues me dice, vea<br />

usted, me dice que cuando la <strong>de</strong>lincuente subió al patíbulo, los voluntarios realistas que<br />

formaban el cuadro se echaron a llorar... Un Padre nuestro, Tablas, recémosle un Padre<br />

nuestro a esa pobre señora.<br />

Igual congoja que los voluntarios realistas sintió Jenara al oír el rezo <strong>de</strong> Carnicero y<br />

Tablas; pero dominándose con su voluntad po<strong>de</strong>rosa, varió <strong>de</strong> conversación diciendo:<br />

-¿Se sabe <strong>de</strong> la pupila <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro?<br />

-Esa... -replicó D. Felicísimo con <strong>de</strong>sdén- está fuera <strong>de</strong> peligro. Hierba ruin no<br />

muere.<br />

- XXI -<br />

-Sí, ya está fuera <strong>de</strong> peligro, gracias al Señor y a su Santísima y única madre, la<br />

Virgen <strong>de</strong>l Sagrario. Decir lo que he pa<strong>de</strong>cido durante esta larga y complicada dolencia<br />

<strong>de</strong> la apreciable Hormiga, durante estos cuarenta [211] y tantos días <strong>de</strong> vicisitu<strong>de</strong>s,<br />

mejorías, inesperados recargos y amenazas <strong>de</strong> muerte, fuera imposible. El corazón se<br />

me partía <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l pecho al ver cómo caía y se <strong>de</strong>slizaba hasta el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l sepulcro<br />

aquella criatura ejemplar dotada por el Cielo <strong>de</strong> tantas riquezas <strong>de</strong> espíritu y que parece<br />

puesta adre<strong>de</strong> en el mundo para que sirva <strong>de</strong> espejo a los que necesitamos mirarnos en<br />

un alma gran<strong>de</strong> para po<strong>de</strong>r engran<strong>de</strong>cer un poquito la nuestra. Y más me angustiaba el<br />

ver cómo se moría sin quejarse, aceptando los dolores como si fueran <strong>de</strong>beres; que su


costumbre es llevar sobre sí las pesadumbres <strong>de</strong> la vida, como llevamos todos nuestra<br />

ropa.<br />

»Ya está fuera <strong>de</strong> peligro, y gracias a Dios ya sigue bien. Me parece mentira que es<br />

así, y a cada instante tiemblo, figurándome que su cara no recobra tan prontamente<br />

como yo quisiera, los colores <strong>de</strong> la salud. Si la oigo toser, tiemblo, si la veo triste<br />

tiemblo también. Pero D. Pedro Castelló, que es el primer Esculapio <strong>de</strong> España, me<br />

asegura que ya no <strong>de</strong>bo temer nada. Es fabuloso lo que he gastado en médicos y botica;<br />

pero hubiera dado hasta el último maravedí <strong>de</strong> mi fortuna por obtener una probabilidad<br />

sola <strong>de</strong> vida. Mi conciencia está tranquila. Ni sueño ni <strong>de</strong>scanso ha habido para mí en<br />

este período terrible. He olvidado [212] mi tienda, mis negocios, mi persona y al fin con<br />

la ayuda <strong>de</strong> Dios he dado un bofetón a la pícara y fea muerte. ¡Viva la Virgen <strong>de</strong>l<br />

Sagrario, D. Pedro Castelló y también Rousseau que dice aquello tan sabio y profundo:<br />

«no conviene que el hombre esté solo»!<br />

Así hablaba D. Benigno Cor<strong>de</strong>ro en la tienda con un amigo suyo muy estimado, el<br />

marqués <strong>de</strong> Falfán. Y era verdad lo que <strong>de</strong>cía <strong>de</strong> sus congojas y <strong>de</strong>l gran peligro en que<br />

había puesto a Sola una traidora pleuresía aguda. La naturaleza con ayuda <strong>de</strong> la ciencia<br />

y <strong>de</strong> cuidados exquisitos triunfó al cabo; pero <strong>de</strong>spués recayó la enferma, hallándose en<br />

peligro igual si no superior al primero. Cuanto humanamente pue<strong>de</strong> hacerse para<br />

disputar una víctima a la muerte, lo hizo D. Benigno, ya ro<strong>de</strong>ándose <strong>de</strong> los facultativos<br />

más reputados ya procurando que las medicinas fueran escogidas aunque costaran<br />

doble, y principalmente asistiendo a la enferma con un cuidado minucioso, y con<br />

puntualidad tan refinada que casi rayaba en la extravagancia. Digamos en honor suyo<br />

que había hecho lo mismo por su difunta esposa.<br />

Aunque parezca extraño, Doña Crucita manifestó en aquella ocasión lastimosa una<br />

bondad <strong>de</strong> sentimientos y una ternura franca y solícita <strong>de</strong> que antes no tenían noticia<br />

más que los irracionales. Sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> gruñir por [213] motivos pueriles, atendía a la<br />

enferma con el más vivo interés, velaba y hacía las medicinas caseras con paciencia y<br />

esmero. Bueno es <strong>de</strong>cir para que lo sepa la posteridad, que doña Crucita tenía en su<br />

gabinete el mejor herbolario <strong>de</strong> todo Madrid.<br />

Cuando D. Pedro Castelló dijo que la enferma no tenía remedio, D. Benigno<br />

manifestó gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> ánimo y resignación. No hizo aspavientos ni habló a lo<br />

sentimental. Solamente <strong>de</strong>cía: «Dios lo quiere así, ¿qué hemos <strong>de</strong> hacer? Cúmplase la<br />

voluntad <strong>de</strong> Dios». La Paloma ladrante, que tenía en su natural genio el quejarse <strong>de</strong><br />

todo, no supo mantenerse en aquellos límites <strong>de</strong> cristiana pru<strong>de</strong>ncia y dijo algunas<br />

picardías inocentes <strong>de</strong> los santos tutelares <strong>de</strong> la casa; pero a solas cuando nadie podía<br />

verla, se limpiaba las lágrimas que corrían <strong>de</strong> sus ojos. La posteridad se enterará con<br />

asombro <strong>de</strong> las palizas que la buena señora daba a sus perros para que no hicieran bulla<br />

ni salieran <strong>de</strong>l gabinete en que estaban encerrados.<br />

Los Cor<strong>de</strong>rillos mayores compartían la pena <strong>de</strong> su padre y tía, y los minúsculos, sin<br />

darse cuenta <strong>de</strong> lo que sentían, estaban taciturnos y con poco humor para pilladas.<br />

Deportados con las cotorras en el gabinete <strong>de</strong> su tía, jugaban en silencio, <strong>de</strong>sbaratando<br />

una [214] obra <strong>de</strong> encaje que Crucita tenía empezada, para rehacerla <strong>de</strong>spués ellos a su<br />

modo. Cuando Sola estuvo fuera <strong>de</strong> peligro y sin fiebre, lo primero que pidió fue ver a<br />

los chicos. Radiante <strong>de</strong> alegría los llevó D. Benigno al cuarto <strong>de</strong> la enferma diciendo:


«aquí está la Guardia Real Grana<strong>de</strong>ra» y al mismo tiempo se le aguaron un poco los<br />

ojos. Sola les besó uno tras otro y puso sobre su cama a Juan Jacobo, diciendo:<br />

-¡Cómo ha crecido este!... y ¡qué gordo está! Bendito sea Dios que me ha <strong>de</strong>jado<br />

vivir para que os siga viendo y queriendo a todos.<br />

Cor<strong>de</strong>ro se había vuelto <strong>de</strong> espaldas y hacía como que jugaba con el gato: <strong>de</strong>spués se<br />

quitó las gafas para limpiarlas. Lo que realmente hacía era <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r su emoción <strong>de</strong> las<br />

miradas <strong>de</strong> Sola y los chicos. Aun en aquel primer día <strong>de</strong> su convalecencia, pudo Sola<br />

hacer a la Guardia Real Grana<strong>de</strong>ra un obsequio inusitado. Des<strong>de</strong> el día anterior había<br />

guardado cuatro piedras <strong>de</strong> azúcar <strong>de</strong> pilón, y dio una a cada muchacho, <strong>de</strong>stinando la<br />

mayor a Juanito Jacobo, precisamente por ser el más chico y a la vez el más goloso.<br />

-Un ángel -les dijo- que ha venido todas las noches a preguntar por mí y a ver si se<br />

me ofrecía algo, me dio anoche estos terrones para todos, encargándome que no se los<br />

diera [215] si no se habían portado bien. Yo no sé qué tal se han portado...<br />

-Muy mal, muy mal -dijo doña Crucita-. No merecían sino azúcar <strong>de</strong> acebuche y<br />

miel <strong>de</strong> fresno.<br />

-Lo pasado pasado -añadió Sola-. Ahora se portarán bien.<br />

Esto no se había acabado <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir cuando ya se oían los fuertes chasquidos <strong>de</strong> los<br />

dientes <strong>de</strong> Juanito Jacobo, partiendo el azúcar. Los cuatro besaron a la que había hecho<br />

con ellos las veces <strong>de</strong> madre y se retiraron muy contentos. D. Benigno no podía<br />

contener cierta expansión <strong>de</strong> gozosa generosidad que naciendo en su corazón le llenaba<br />

todo entero. Fue tras los muchachos y dio cuatro cuartos a cada uno para que compraran<br />

chufas, triquitraques, pasteles o lo que quisieran. Después le pareció poco y a los dos<br />

mayores les dio una peseta por barba, advirtiéndoles que aquel dinero era para correrla<br />

en celebración <strong>de</strong>l restablecimiento <strong>de</strong> Sola, y por tanto no <strong>de</strong>bía ser metido en la hucha.<br />

Cada uno tenía su hucha con sendos capitales.<br />

Crucita se fue a sus quehaceres y D. Benigno se quedó solo con la Hormiga. En los<br />

días <strong>de</strong> gravedad, cuando le acometía fuertemente la calentura, Sola <strong>de</strong>liraba mucho.<br />

Los individuos conservan en sus <strong>de</strong>svaríos febriles [2<strong>16</strong>] casi todas las cualida<strong>de</strong>s que<br />

les adornan hallándose en estado <strong>de</strong> perfecta salud, y así Sola enferma era diligente,<br />

bondadosa y afable. Agitándose en su lecho con horrible <strong>de</strong>svarío, mandaba a los chicos<br />

a la escuela, le pasaba la lección a Rafaelito, reñía a Juanito Jacobo por romper los<br />

figurines <strong>de</strong>l Correo <strong>de</strong> las Damas, bromeaba con Crucita por cuestión <strong>de</strong> pájaras<br />

lluecas o <strong>de</strong> perros con moquillo, daba ór<strong>de</strong>nes a la criada sobre la comida, se afligía<br />

porque no estaban planchadas las camisas <strong>de</strong> D. Benigno, le pedía a este cigarros para el<br />

padre Alelí, preguntaba a los dos qué plato era el más <strong>de</strong> su gusto para la próxima cena<br />

y hablaba con todos <strong>de</strong> los Cigarrales y <strong>de</strong> cierta expedición que tenían proyectada; era<br />

una reproducción o un lúgubre espejismo <strong>de</strong> su actividad y <strong>de</strong> sus pensamientos todos<br />

en la vida ordinaria. Acontecía que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un largo período <strong>de</strong> exaltación febril,<br />

Sola se quedaba muda y sosegada otro largo rato sin <strong>de</strong>cir más que algunas palabras a<br />

media voz. D. Benigno que atendía a estos monólogos con tanto dolor como interés,<br />

pudo enten<strong>de</strong>r algunas palabras entre ellas: D. Jaime Servet. (13)


Aquel famoso día <strong>de</strong> los terrones <strong>de</strong> azúcar, [217] D. Benigno, luego que con ella se<br />

quedó solo, le preguntó quién era el tal D. Jaime Servet que en sueños nombraba, y ella<br />

quiso explicárselo punto por punto; pero apenas había empezado cuando entraron<br />

Primitivo y Segundo trayendo un gran<strong>de</strong>, magnífico y oloroso ramo <strong>de</strong> rosas que<br />

ofrecieron a Sola con cierto énfasis <strong>de</strong> galantería caballaresca. Los dos muchachos<br />

tuvieron la excelente i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> emplear las dos pesetas que les dio su padre en comprar<br />

flores para obsequiar con ellas a su segunda madre en el fausto día <strong>de</strong> su<br />

restablecimiento; y en verdad que era <strong>de</strong> alabar la <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za exquisita con que<br />

procedían los muchachos, probando que en la edad <strong>de</strong> las travesuras no escasea cierta<br />

inspiración precoz <strong>de</strong> acciones generosas y <strong>de</strong> la más alta cortesía. Decir cuánto<br />

agra<strong>de</strong>ció Sola la fineza, fuera imposible, y si el fuerte olor <strong>de</strong> las flores no la marease<br />

un poco, habría puesto el ramo sobre la almohada. Les dio besos y luego pasó el ramo a<br />

Cor<strong>de</strong>ro para que aspirase la rica fragancia.<br />

D. Benigno no cabía en sí <strong>de</strong> satisfacción. Se puso nervioso, se le resbalaron las<br />

gafas nariz abajo, y esta parecía hacerse más picuda, tomando no sé qué expresión <strong>de</strong><br />

órgano inteligente. Sonrisa <strong>de</strong> vanagloria retozaba en sus labios, y aquel aroma parecíale<br />

que llevaba a [218] su alma un regalado confortamiento, una paz <strong>de</strong>leitosa, un gozo, una<br />

esperanza, una vida nueva. Los muchachos, al ver el éxito <strong>de</strong> su hazaña, estaban<br />

soplados <strong>de</strong> orgullo.<br />

D. Benigno se los llevó prontamente a su cuarto y les dijo:<br />

-Tomad... un duro para cada uno. Sois caballeros finos y agra<strong>de</strong>cidos. Muy bien;<br />

muy bien, señoritos: este rasgo me ha gustado mucho. En vez <strong>de</strong> comprar golosinas que<br />

os ensucian el estómago... comprasteis el ramo... pues... Idos a paseo: no vayáis esta<br />

tar<strong>de</strong> al colegio. Yo lo mando... Adiós... un duro a cada uno.<br />

Cuando volvió al lado <strong>de</strong> Sola, Crucita había llevado, para que la enferma los viera,<br />

los pajarillos en cría, pelados y trémulos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l nido, mientras la pájara saltaba<br />

inquieta <strong>de</strong> un palo a otro, y el pájaro ponía muy mal gesto por aquel <strong>de</strong>sconsi<strong>de</strong>rado<br />

trasporte <strong>de</strong> la jaula. Sola admiró todo lo que allí había que admirar, la sabiduría y la<br />

paciencia <strong>de</strong> aquellos menudos animalillos que así pregonaban con su manera <strong>de</strong> criar la<br />

sabiduría maravillosa y el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l Criador, el cual en todas partes don<strong>de</strong> algo respira<br />

ha puesto un bosquejo <strong>de</strong> la familia humana.<br />

-Lléveselos usted -dijo Sola-, que se asustan y se enojan, y creo que el enojo lo [219]<br />

van a pagar los pequeñuelos, quedándose hoy sin almorzar.<br />

Después cargó Crucita, no sin trabajo, con algunos tiestos <strong>de</strong> minutisa y<br />

pensamientos para que Sola viera cómo con el calor <strong>de</strong> la estación se cubrían <strong>de</strong><br />

pintadas florecillas, las unas formando ramilletes o grupos, como un canastillo <strong>de</strong><br />

piedras preciosas, otras sueltas con diferentes tamaños y matices; pero todas guapas y<br />

alegres. También trajo un lirio que parecía un obispo, vestido <strong>de</strong> largas faldamentas<br />

moradas, un moco <strong>de</strong> pavo que más bien parecía gallo <strong>de</strong> cresta roja, y otras muchas<br />

hierbas que llevaban la alegría a la alcoba, pocos días antes tan silenciosa y tan fúnebre.<br />

¡Con cuánto gusto recibía Sola aquellas visitas! Era la vida que le enviaba aquellos<br />

mensajes para cumplimentarla; era la casa amada que la saludaba con lo más hermoso y<br />

agradable que en sí tenía. Para que nada faltase, vino también la cotorra, a quien Sola<br />

encontró más crecida, vino el loro que le pareció haber sufrido algún <strong>de</strong>sperfecto en su


casaca ver<strong>de</strong>, y por último entraron también los perros en tropel, y se lanzaron a la cama<br />

aullando y lamiendo. En tanto D. Benigno, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> estar un rato como en éxtasis,<br />

bajó los ojos y apoyó la barba en su mano trémula. O rezaba o recitaba algún famoso<br />

texto [2<strong>20</strong>] <strong>de</strong> Rousseau: en esto no parecen acor<strong>de</strong>s las crónicas, y por eso ponemos las<br />

dos versiones para que el lector elija la que más le cuadre.<br />

Pasó un rato. Todo estaba en silencio. El héroe <strong>de</strong> Boteros saboreaba en el<br />

pensamiento la dicha presente que no era sino anticipado anuncio <strong>de</strong> su dicha futura.<br />

-Pues como <strong>de</strong>cía a usted... -indicó Sola.<br />

-Eso es, apreciable Hormiga. Siga usted su cuento y dígame quién es ese D. Jaime<br />

Servet.<br />

Sola satisfizo cumplidamente la curiosidad <strong>de</strong> su amigo.<br />

- XXII -<br />

Habiendo or<strong>de</strong>nado los médicos que la enferma fuera a convalecer en el campo, D.<br />

Benigno empezó a preparar el viaje a los Cigarrales <strong>de</strong> Toledo don<strong>de</strong> él poseía extensas<br />

tierras y una casa <strong>de</strong> labranza. Extraordinario gusto tenía el héroe en estos preparativos<br />

por ser muy aficionado a la dulce vida <strong>de</strong>l campo, al cultivo <strong>de</strong> frutales, a la caza y a la<br />

crianza <strong>de</strong> aves y frutos domésticos. Por su <strong>de</strong>sgracia él no podía abandonar su<br />

comercio en aquella estación, y érale forzoso seguir en la tienda por lo menos [221]<br />

hasta que pasase el Corpus, fiesta <strong>de</strong> gran <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> encajes para Iglesia y modistería.<br />

Pero resignándose a su esclavitud en la Corte se <strong>de</strong>leitaba pensando en el dichoso<br />

verano que iba a pasar. Amaba la Naturaleza por afición innata y por asimilación <strong>de</strong> lo<br />

que había leído en su autor favorito y maestro. Así nada le parecía tan <strong>de</strong> perlas como<br />

aquella frase: el campo enseña a amar a la humanidad y a servirla.<br />

Su plan era llevar a Sola a últimos <strong>de</strong> Mayo acompañada <strong>de</strong> Crucita y los niños<br />

menores. Inmediatamente regresaría él solo a Madrid y cuando acabase Junio, volvería<br />

con los otros dos chicos a los Cigarrales don<strong>de</strong> estarían todos hasta fin <strong>de</strong> Septiembre.<br />

¡Los Cigarrales! ¡Cuánta poesía, cuántas amenida<strong>de</strong>s, qué <strong>de</strong> inocentes gustos y <strong>de</strong><br />

puros amores <strong>de</strong>spertaba esta palabra sola en el alma <strong>de</strong>l buen Cor<strong>de</strong>ro! ¡Qué meriendas<br />

<strong>de</strong> albaricoques, qué gratos paseos por entre almendros y olivos, qué mañanitas frescas<br />

para salir con el perro y la escopeta a levantar algún conejo entre las olorosas matas <strong>de</strong><br />

tomillo, romero y mejorana! ¡Qué limpieza y frescura la <strong>de</strong> las aguas, qué color tan<br />

hermoso el <strong>de</strong> las cerezas, y qué dulzura y maravilla en los panales fabricados por el<br />

pasmoso arte <strong>de</strong> las abejas en el tronco hueco <strong>de</strong> añosos alcornoques [222] o entre peñas<br />

y jaras! En los cercanos montes el gruñido <strong>de</strong>l jabalí hace temblar <strong>de</strong> ansiedad el<br />

corazón <strong>de</strong>l audaz montero, y abajo, junto a la margen <strong>de</strong>l río aurífero, <strong>de</strong>l río profeta<br />

que ha visto levantarse y caer tan diferentes imperios, la peña seca y el remanso<br />

profundo solicitan al pescador <strong>de</strong> caña flor y espejo <strong>de</strong> la paciencia. Pensando en estos


cuadros poéticos, y gozando ya con la fantasía estos legítimos placeres, D. Benigno se<br />

sonreía solo, se frotaba las manos y <strong>de</strong>cía para sí.<br />

-Barástolis, ¡qué bueno es Dios!<br />

¡Y luego!... esta reticencia le regocijaba más que aquellas risueñas perspectivas<br />

bucólicas. Había <strong>de</strong>cidido no hablar a Sola <strong>de</strong> cierto asunto hasta que ambos estuvieran<br />

en los Cigarrales y ella completamente restablecida.<br />

Cor<strong>de</strong>ro fue una mañana a la Cava Baja en busca <strong>de</strong> arrieros y trajinantes para<br />

arreglar con ellos su viaje. Entró en la posada <strong>de</strong> la Villa, y en la que antiguamente se<br />

llamaba <strong>de</strong>l Dragón. En esta y en uno <strong>de</strong> los aposentos más altos encontró a un mayoral<br />

que ha tiempo conocía, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> concertar ambos las condiciones <strong>de</strong>l viaje,<br />

siguieron en calorosa conversación sobre el mismo asunto, porque se había <strong>de</strong>spertado<br />

en D. Benigno cierto entusiasmo pueril por la dichosa expedición. [223] Allí preguntó<br />

varias veces Cor<strong>de</strong>ro la distancia que hay <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Madrid a Toledo, hizo comentarios<br />

sobre tal cuesta, sobre cuál mal paso, y finalmente disertó largo rato sobre si llovería o<br />

no al día siguiente, que era el señalado para la salida. Cor<strong>de</strong>ro opinaba resueltamente<br />

que no llovería. Ya se marchaba, cuando al pasar por el corredor alto don<strong>de</strong> había varias<br />

puertecillas numeradas vio a un hombre que tocaba en una <strong>de</strong> estas. El hombre preguntó<br />

en voz alta:<br />

-¿D. Jaime Servet vive aquí?<br />

Detúvose Cor<strong>de</strong>ro y oyó una voz que <strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro gritaba:<br />

-No ha llegado todavía.<br />

El héroe no dio a lo que había oído más importancia <strong>de</strong> la que merece una simple<br />

coinci<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> nombres.<br />

¡Qué afán puso el buen señor en preparar su viaje, en disponer lo referente a<br />

vestidos, provisiones y todo lo <strong>de</strong>más que se había <strong>de</strong> llevar! Creeríase que iban a dar la<br />

vuelta al mundo, según la prolijidad con que Cor<strong>de</strong>ro se proveía <strong>de</strong> todo y las infinitas<br />

precauciones que tomaba, y las advertencias que hacía, y el itinerario escrupuloso que<br />

trazaba, y la elección <strong>de</strong> vituallas, y el acopio <strong>de</strong> drogas por si ocurrían <strong>de</strong>scalabraduras<br />

o molimiento <strong>de</strong> huesos. Todo le parecía poco para [224] que a Sola no faltara ninguna<br />

comodidad, ni se privase <strong>de</strong> nada que pudiera convenir a su espíritu y su salud. Y<br />

<strong>de</strong>seando anticipar las <strong>de</strong>licias <strong>de</strong>l viaje, aquella noche le habló <strong>de</strong> la distancia, le<br />

<strong>de</strong>scribió los pueblos que habían <strong>de</strong> recorrer, pintole paisajes <strong>de</strong> ríos y montañas,<br />

diciendo estas o parecidas cosas: -Cuando pasemos <strong>de</strong> Torrejón <strong>de</strong> la Calzada, a<br />

Casarrubielos fíjese en aquellas lomas <strong>de</strong> viñas, que están en fila y hacen unos bailes tan<br />

graciosos cuando pasa el coche corriendo... Después en tierra <strong>de</strong> la Sagra verás unos<br />

panoramas que encantan... Luego que se pasa <strong>de</strong> Olías te quedarás pasmada cuando veas<br />

allá lejos la torre <strong>de</strong> la catedral que parece saluda al viajero... sin quitarse el sombrero,<br />

se entien<strong>de</strong>, el cual es un capacete que está emparentando con el cielo y que trata <strong>de</strong> tú a<br />

los rayos...<br />

En fin, llegó la mañana y se marcharon <strong>de</strong>spedidos por Alelí que se quedó muy<br />

triste. Cuando el coche, <strong>de</strong>jando atrás el puente <strong>de</strong> Toledo, entró en la extensa, libre y


alegre campiña inundada <strong>de</strong> luz, D. Benigno sintió que la alegría se rebosaba <strong>de</strong>l vaso<br />

<strong>de</strong> su espíritu, chorreando fuera como las caídas <strong>de</strong> una fuente <strong>de</strong> Aranjuez, y aquel<br />

chorrear <strong>de</strong> la alegría era en él risas, frases, exclamaciones, chascarrillos y por último la<br />

elocuente frase: [225]<br />

-Barástolis, ¡qué bueno es Dios!<br />

Aquel mismo día corrió por Madrid la noticia <strong>de</strong> haberse escapado <strong>de</strong> la cárcel <strong>de</strong><br />

Villa el preso que ya estaba <strong>de</strong>stinado a la horca. Jenara se alegró tanto cuando Pipaón<br />

se lo dijo que al instante salió a la calle para felicitar a D. Celestino. Hacía ya dos<br />

semanas que había empezado a per<strong>de</strong>r el miedo, y salía <strong>de</strong> noche a pie acompañada <strong>de</strong><br />

Micaelita, vestidas ambas en traje tan humil<strong>de</strong> que difícilmente podían ser conocidas.<br />

Después <strong>de</strong> dar la enhorabuena a D. Celestino y a su hija regresó a casa <strong>de</strong> Carnicero<br />

y se entretuvo escribiendo algunas cartas. Pipaón la visitó en su cuarto, don<strong>de</strong> hablaron<br />

un poco <strong>de</strong> política. Jenara fue luego a ver cenar a D. Felicísimo, operación que le hacía<br />

gracia por las singularida<strong>de</strong>s y extravagancias <strong>de</strong> aquel santo hombre en tan solemne<br />

instante, y le halló sumamente ocupado con un alón que por ninguna parte quería<br />

<strong>de</strong>jarse comer, según estaba <strong>de</strong> cartilaginoso y duro.<br />

-Bomba, señora... -dijo Carnicero picoteando el hueso por aquí y por allá <strong>de</strong> modo<br />

que unas veces se lo ponía por bigote y otras se lo tascaba como un freno-. En Portugal<br />

el señor D. Miguel está apretando las clavijas a aquel insubordinado reino. Ahora dicen<br />

que vendrán [226] <strong>de</strong>l Brasil D. Pedro y doña María <strong>de</strong> la Gloria a disputar la corona a<br />

D. Miguel... Quisiera yo ver eso... Sigue, querido Tablas, lo que me estabas contando,<br />

que esta señora no pue<strong>de</strong> ser insensible a las glorias <strong>de</strong>l toreo, y si es verdad, como<br />

dices, que ese muchacho ron<strong>de</strong>ño...<br />

Tablas aseguró que el muchacho ron<strong>de</strong>ño que acababa <strong>de</strong> llegar a Madrid y se<br />

llamaba Montes, por sobrenombre Paquiro, era un enviado <strong>de</strong> Dios para restablecer la<br />

<strong>de</strong>caída y casi muerta or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> la tauromaquia. Dijo también que cuando Madrid le<br />

conociera bien sería puesto por encima <strong>de</strong> todos sus pre<strong>de</strong>cesores en aquel arte, incluso<br />

Pepe-Hillo y Romero, pues tenía todas las cualida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los antiguos y aun algunas más,<br />

siendo autor <strong>de</strong> varias suertes y reglas, y <strong>de</strong> un toreo nuevo...<br />

-Por lo que <strong>de</strong>berá llamarse -dijo D. Felicísimo riendo como un bobo-, el Moratín <strong>de</strong><br />

la muleta.<br />

Algo más se habló <strong>de</strong> este tema, aventurando en él Jenara algunas observaciones;<br />

mas como esta dijera que se verificaría una revolución en el toreo, se enfadó Carnicero<br />

al oír la palabra y dijo que no habría revoluciones en nada y que bien estaba el mundo<br />

como estaba, aunque estuviera sin toros. Jenara dio su asentimiento y mientras el<br />

anciano tomaba [227] sus últimos bocados, se entretuvo en observar la habitación, pues<br />

nunca se cansaba <strong>de</strong> mirarla ni <strong>de</strong> reconocer la extraordinaria concordancia que había<br />

entre ella y su habitador, <strong>de</strong> tal manera que así como el capullo es mol<strong>de</strong> <strong>de</strong>l gusano, así<br />

parecía que D. Felicísimo había hilado su <strong>de</strong>spacho envolviéndose en él. Detrás <strong>de</strong>l<br />

sillón <strong>de</strong> la mesa había un largo estante <strong>de</strong>l tamaño <strong>de</strong> la pared, cuyas puertas tenían en<br />

vez <strong>de</strong> vidrios rejillas <strong>de</strong> alambres y por los huecos <strong>de</strong> estas asomaban sus caras<br />

amarillentas los legajos, como enfermos que se asoman a las rejas <strong>de</strong> un hospital.<br />

Muchos tenían cruzados <strong>de</strong> cintas rojas y cartoncillos colgantes con rótulos. Algunos


estaban tendidos horizontalmente, semejando no ya enfermos sino verda<strong>de</strong>ros cadáveres<br />

que no volverían a la vida aunque les royeran ratones mil; otros estaban inclinados<br />

sobre sus compañeros, como borrachos o mal heridos, y los menos aparecían<br />

completamente <strong>de</strong>rechos y erguidos. Estos eran los que se asían a las rejillas y aun<br />

echaban fuera sus cintas rojas cual si meditaran una evasión arriesgada. En el más alto<br />

andamio <strong>de</strong> la sepulcral estantería Jenara vio una colección <strong>de</strong> objetos que semejaban<br />

tinajas negras, alternando con otros que si no eran avechuchos disecados, lo parecían.<br />

Eran los sombreros que había usado [228] D. Felicísimo en su larga vida, y que en aquel<br />

retiro estaban gozando <strong>de</strong> una pingüe jubilación <strong>de</strong> polvo y telarañas, ilusionados aún<br />

con remozarse y pasar a cubrir las cabezas <strong>de</strong> otra generación menos ingrata que la<br />

pasada.<br />

Todo lo que <strong>de</strong>cimos iba pasando por la fantasía <strong>de</strong> Jenara, y <strong>de</strong>spués esta se fijó en<br />

la mesa, don<strong>de</strong> aquella noche había, no ya un montón, sino una cordillera <strong>de</strong> legajos por<br />

cuya recortada cima aparecía <strong>de</strong> vez en cuando la cara <strong>de</strong> D. Felicísimo, iluminada <strong>de</strong><br />

lleno por la lámpara, como luna que platea las cumbres <strong>de</strong> los montes. En aquella altura<br />

que podría ser Calvario estaba el Cristo <strong>de</strong> la espalda en llaga y <strong>de</strong>l cuello en soga, y era<br />

<strong>de</strong> ver cómo volvía su rostro ensangrentado hacia la pezuña <strong>de</strong> macho cabrío,<br />

pidiéndole misericordia, y cómo no hacía maldito caso la pezuña, sólo ocupada en<br />

oprimir duramente, cual si quisiera patearla, una carta en cuyo sobrescrito se leía:<br />

Al Sr. D. Jaime Servet. -Posada <strong>de</strong>l Dragón. [229]<br />

- XXIII -<br />

Jenara no vio tal carta. Llamáronla a cenar y cenó. Después doña María <strong>de</strong>l Sagrario,<br />

siguiendo su tradicional costumbre, que por lo infalible <strong>de</strong>bía haberse puesto en el<br />

Almanaque, se quedó dormida en un sillón, mientras Micaelita y Bragas, que acababa<br />

<strong>de</strong> entrar, se secreteaban <strong>de</strong> lo lindo en el comedor. La dama huésped esperó a que<br />

Tablas y la criada cenasen también para ir con aquel al rincón <strong>de</strong> los muebles viejos<br />

don<strong>de</strong> solían hablar <strong>de</strong> cosas reservadas. Llegó la ocasión y Tablas, que obe<strong>de</strong>cía<br />

servilmente a la señora y era como un esclavo, por la cuenta que le tenía, contestó a las<br />

apremiantes preguntas <strong>de</strong> esta manera:<br />

-Fue a las dos en punto. El señorito don José, el Sr. D. Celestino y yo habíamos<br />

convenido en que las dos era la mejor hora. Yo di al carcelero las onzas que me dio el<br />

Sr. D. Celestino y el carcelero pidió más, y le llevé más, y luego dijo que no era<br />

bastante y se le dieron otras pocas onzas. Al preso le llevé las mangas con galones <strong>de</strong><br />

teniente coronel, y la gorra <strong>de</strong> cuartel, que eran el trapo para engañar [230] a cualquier<br />

carcelero <strong>de</strong> sentido. Ya se le había llevado puñal y pistola y un cinto <strong>de</strong> onzas, que son<br />

la mejor brega para parar los pies a la justicia y hacerla que obe<strong>de</strong>zca al engaño. El<br />

carcelero y yo habíamos convenido en correr el cerrojo sin echarle el gancho, y D.<br />

Salustiano tenía ya una cuerda para <strong>de</strong>scorrerle <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro. Para que no hiciera ruido<br />

untamos <strong>de</strong> aceite al cerrojo. El preso salió: yo no sé cómo se las compuso para que no<br />

ladraran los dos gran<strong>de</strong>s perros que se quedan todas las noches en el pasillo. Debió <strong>de</strong><br />

echarles pan o hacerles maleficio, porque aquellos animales no se empapan en el


engaño. Ello es que bajó y por la escalera se le apagó la luz y tuvo que volver a subir<br />

para encen<strong>de</strong>r otra. Yo le sentía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> abajo y no me atrevía a ayudarle ni a <strong>de</strong>cir esta<br />

boca es mía, por miedo a que los carceleros se escurrieran fuera percatándose <strong>de</strong>l<br />

engaño. Todos habían recibido sus pases <strong>de</strong> dinero para que se atontaran; pero yo no<br />

tenía confianza y estaba con el alma en un hilo, esperando a ver qué tal se portaba la<br />

cuadrilla. Por fin, señora, apareció el preso en la sala <strong>de</strong> guardia <strong>de</strong> la cárcel don<strong>de</strong><br />

estábamos varios, algunos vendidos y otros que no se habían <strong>de</strong>jado comprar,<br />

echándoselas <strong>de</strong> bravos y boyantes. Yo les había convidado a beber y estaban un poco<br />

fuera <strong>de</strong> la jurisdicción [231] <strong>de</strong>l tino. Al ver al preso se quedaron pasmados. Venía con<br />

la capa terciada, enseñando la manga <strong>de</strong>recha y los galones <strong>de</strong> oro. En aquella mano<br />

traía un puñal, y en la otra la muleta o sea un puñado <strong>de</strong> onzas. ¡Qué momento! D.<br />

Salustiano arrojó al suelo las onzas y amenazó con la herramienta gritando: ¡onzas y<br />

muertes reparto!... Allá voy.<br />

Había sonado la campanilla, y Tablas, interrumpiendo su relación, corrió a abrir.<br />

Aquella noche venía más gente que <strong>de</strong> ordinario a la misteriosa tertulia <strong>de</strong> D.<br />

Felicísimo, y así la campanilla no sabía estar callada ni un cuarto <strong>de</strong> hora.<br />

-Pues <strong>de</strong>cía -añadió Tablas- que al ver las onzas por el suelo y el puñal en el aire, se<br />

quedaron todos parados, ciñéndose en el engaño sin saber si aten<strong>de</strong>r al oro o al hierro, al<br />

trapo o al estoque. Pero la mayor parte se fueron al capote y anduvieron un rato a cuatro<br />

pies. Otros quisieron cortar el terreno. Ya el preso tenía la llave en la cerradura para<br />

abrir la puerta... Esta llave se había hecho días antes por mol<strong>de</strong>s <strong>de</strong> cera que yo saqué...<br />

La campanilla volvió a sonar. Jenara hizo un gesto <strong>de</strong> impaciencia. Cuando <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> abrir volvió Tablas y dijo a la señora con mucho misterio:<br />

-Ahí está. [232]<br />

-¿Quién?<br />

-El <strong>de</strong> ahí enfrente.<br />

-¿Pero quién es el <strong>de</strong> ahí enfrente?<br />

-El culebrón con pintas... Viene muy embozado en su capa y le acompaña un cura.<br />

-¿Pero quién?<br />

-El que se casó con la jorobada, el <strong>de</strong>gollador <strong>de</strong> España, Calomar<strong>de</strong>, señora.<br />

-Bien, siga usted.<br />

-Puso la llave en la cerradura; pero en esto el bribón <strong>de</strong> Poela, que es el que había<br />

tomado más varas, quiero <strong>de</strong>cir más onzas, se fue a él con muchos pies y le tiró a matar<br />

con un puñal. Felizmente no le hirió porque el preso llevaba sobre el pecho la tapa <strong>de</strong> un<br />

misal. Pero con el encontronazo se le cayó la llave <strong>de</strong> la cerradura y <strong>de</strong> la mano. Yo hice<br />

un cuarteo, apagué la luz, recogí la llave, se la di, abrió él a fondo, sin vacilar. En un<br />

mete y saca quedó hecho todo, y digo mete y saca porque D. Salustiano, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

abrir, tuvo alma para sacar la llave, salir y cerrar por fuera. Lo que pasó en la calle no lo


sé, pero según entiendo ya está ese caballero en corral seguro. En la cárcel hubo luego<br />

porrazos, caídas, puños y varas. Yo saqué un rasguño en esta mano. Vinieron dos<br />

alcal<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Casa y Corte y estuvieron tomando <strong>de</strong>claraciones... a mí con esas. ¡Buen<br />

trasteo les dimos! Yo, [233] aunque me citaban sus merce<strong>de</strong>s sobre corto y sobre largo<br />

y a la <strong>de</strong>recha y a la izquierda, no quise embestir a la palabra y me callé como un<br />

cabestro.<br />

Apenas concluyó el atleta oyose allá en el fondo <strong>de</strong>l pasillo una voz que <strong>de</strong>cía: ¡Luz,<br />

luz!<br />

Era que aquella noche como en otra ya mencionada la lámpara que alumbraba el<br />

congresillo furibundo resolvió apagarse y <strong>de</strong> nada valieron contra esta <strong>de</strong>terminación<br />

autocrática las exclamaciones y protestas <strong>de</strong> D. Felicísimo. Es fama que la luz comenzó<br />

a pali<strong>de</strong>cer precisamente cuando la tertulia llegaba a su grado más alto <strong>de</strong> calor político<br />

y <strong>de</strong> cólera apostólica; por lo que contrariados todos al ver que <strong>de</strong>saparecían las caras,<br />

clamaban en tonos distintos: ¡luz, luz!<br />

Allá corrió Tablas, y sacando la lámpara les <strong>de</strong>jó completamente a oscuras, mas no<br />

callados. Salía <strong>de</strong> la sala un murmullo impaciente, <strong>de</strong>l cual Jenara no pudo enten<strong>de</strong>r<br />

cosa alguna. Cuando volvió Tablas llevando en alto la lámpara encendida, como el<br />

coloso antiguo alumbrando el puerto <strong>de</strong> Rodas, la dama pudo ver por la entornada<br />

puerta las sombras que se movían en aquel antro blanquecino. Conoció a algunos y<br />

haciéndose cruces se apartó <strong>de</strong> allí y dijo: [234]<br />

-¡También D. Juan Bautista Erro!<br />

-Y el señor obispo <strong>de</strong> León -murmuró Tablas-. Es el que mete más ruido y el que,<br />

cuando yo entré <strong>de</strong>cía: «Para nada hace falta la luz».<br />

-Tiene razón. Para nada les hace falta. Y si no que se lo pregunten a los topos.<br />

Después que supo cuanto podía saber <strong>de</strong> la evasión <strong>de</strong> Olózaga, intentó pescar<br />

algunas frases <strong>de</strong> las que en la sala se <strong>de</strong>cían. Acercose y puso atención; pero el espesor<br />

<strong>de</strong> las antiguas puertas no permitía que se oyeran palabras. Aburrida dio algunos paseos<br />

por el corredor blanco en el cual los puntales interrumpían a cada instante la marcha, y<br />

los ladrillos <strong>de</strong>l piso tecleaban bajo los pies. Sobre el yeso veíanse las corre<strong>de</strong>ras que <strong>de</strong><br />

noche salían <strong>de</strong> las infinitas grietas <strong>de</strong> la casa para hacer sus excursiones, y el gato<br />

corría cazando y trepaba por las vigas y <strong>de</strong>saparecía por ignorados agujeros para<br />

reaparecer en la habitación más lejana, o bien se estiraba perezoso en el rincón <strong>de</strong> los<br />

muebles viejos, don<strong>de</strong> sus ojos brillaban como dos gotas <strong>de</strong> oro encendido. Cuando<br />

alguien andaba por los pasillos con paso muy vivo, sentíase un estremecimiento<br />

temeroso en la casa toda y los puntales parecían temblar, como los músculos <strong>de</strong>l atleta<br />

que hace un esfuerzo gran<strong>de</strong>, y caían algunas cascarillas [235] <strong>de</strong> yeso <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s y<br />

el techo. La casa tenía, pues, sus palpitaciones súbitas y sus corazonadas nerviosas.<br />

Jenara se retiró a su cuarto y apagó la luz fingiendo que se acostaba. Cuando los<br />

apostólicos se fueron, y se fue Pipaón y se encerró en su dormitorio D. Felicísimo, la<br />

dama salió envuelta en manto negro y andando tan quedamente que sus pasos no se<br />

sentían más que los <strong>de</strong>l gato. Vio a Tablas, le habló en secreto indicándole que <strong>de</strong>seaba<br />

salir sin que nadie lo supiera en la casa; vaciló un momento el gigante; pero su


venalidad fue también llave <strong>de</strong> aquella evasión, no tan cara como la <strong>de</strong> Olózaga. ¿A<br />

dón<strong>de</strong> iba la aventurera? ¿A su casa, que continuaba puesta y servida, como si ella<br />

estuviera <strong>de</strong> viaje, o a otra parte misteriosa y no sabida <strong>de</strong> ser alguno vendido ni por<br />

ven<strong>de</strong>r? Lo ignoramos. Este es un punto en el cual todas nuestras pesquisas y<br />

diligencias han valido poco, y al tratarlo sin conocimiento nos ocurre <strong>de</strong>cir como los<br />

apostólicos: «¡Luz luz!».<br />

Al día siguiente muy temprano, cuando don Felicísimo y su hermana se levantaron,<br />

Jenara estaba en casa; pero salió muy tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> su habitación porque había pasado, según<br />

indicó, muy mala noche. Cuando fue a saludar a Carnicero, este le dijo: [236]<br />

-¡Qué mala noticia tenemos hoy! Ese bribón <strong>de</strong> Olózaga que se escapó <strong>de</strong> la cárcel<br />

<strong>de</strong> villa no parece. Se ha revuelto todo Madrid... ¡Ah!, es que no se habrá revuelto bien.<br />

Si la policía supiera cumplir con su <strong>de</strong>ber... Por cierto, señora mía, que anoche uno <strong>de</strong><br />

los amigos que me honran viniendo a mi tertulia me habló <strong>de</strong> usted... Por <strong>de</strong> contado,<br />

señora, ni las moscas saben que está usted en mi casa.<br />

-¿Y no se pue<strong>de</strong> saber por qué motivo me tomó en boca ese amigo <strong>de</strong> usted?<br />

-Ese amigo -dijo Carnicero- sostiene que usted <strong>de</strong>be saber dón<strong>de</strong> se oculta Olózaga.<br />

-¿Yo? Su amigo <strong>de</strong> usted es tonto rematado. ¡Qué san<strong>de</strong>ces se permiten algunas<br />

personas!<br />

Y no dijo más porque, habiéndose acercado a la mesa <strong>de</strong> D. Felicísimo, tenía los<br />

cinco sentidos puestos en el sobre <strong>de</strong> la carta que bajo la pezuña estaba.<br />

-Tablas, Tablas -gritó a la sazón el anciano-. Pero hombre, ¿que nunca has <strong>de</strong> estar<br />

aquí cuando haces falta...? Toma, ve, corre, lleva esta carta a la posada <strong>de</strong>l Dragón.<br />

Y levantó la pezuña <strong>de</strong> macho cabrío para tomar la carta, que violentamente<br />

oprimida por aquel pesado objeto parecía hallarse a punto <strong>de</strong> reventar echando fuera<br />

todas sus letras.<br />

-Pues sí, señora mía -prosiguió D. Felicísimo [237] luego que marchó Tablas con el<br />

recado-. Eso me <strong>de</strong>cía mi amigo, y me lo repitió tres veces... «Ella <strong>de</strong>be saberlo, ella<br />

<strong>de</strong>be saberlo y ella <strong>de</strong>be saberlo...». Y que le apearan <strong>de</strong> esto.<br />

-Su amigo <strong>de</strong> usted -replicó Jenara- será un gran farsante y un perverso calumniador,<br />

porque esto envuelve una calumnia, Sr. Carnicero.<br />

Y era verdad que la dama aventurera no sabía dón<strong>de</strong> se ocultaba el que <strong>de</strong>spués fue<br />

insigne tribuno y jefe <strong>de</strong> un partido. Siendo ella una <strong>de</strong> las personas que más ayudaron<br />

en el oscuro complot <strong>de</strong> la evasión, no fue partícipe <strong>de</strong>l secreto <strong>de</strong>l escondite, el cual,<br />

por excesivamente <strong>de</strong>licado y peligroso, no salió <strong>de</strong> la familia. Hoy se sabe que<br />

Salustiano al salir <strong>de</strong> la cárcel, cerrando por fuera la puerta, tropezó con un nuevo<br />

obstáculo, el centinela. Estaba concertado que un amigo, fingiéndose asistente <strong>de</strong>l<br />

supuesto teniente coronel, entretendría al centinela contándole cuentos. Pero este amigo<br />

había faltado y el centinela se paseaba solo a la claridad <strong>de</strong> la luna, que aquella noche<br />

brillaba <strong>de</strong> un modo tan poético como importuno. Un buenas noches, centinela,


pronunciado con serenidad asombrosa, salvó a Salustiano <strong>de</strong> este nuevo peligro. Avanzó<br />

[238] tranquilamente, y en la esquina <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Luzón se le unió un amigo que le<br />

aguardaba. Por las calles menos concurridas se apartaron a buen paso <strong>de</strong> la cárcel,<br />

dirigiéndose a la vivienda <strong>de</strong>stinada a servir <strong>de</strong> refugio al fugitivo, la cual era una<br />

sombrerería <strong>de</strong> la Puerta <strong>de</strong>l Sol. Llegaron al centro <strong>de</strong> Madrid, y vieron que en el<br />

Principal se agolpaba la gente. Ya se tenía allí noticia <strong>de</strong> la escapatoria. Olózaga tuvo<br />

que dar un ro<strong>de</strong>o <strong>de</strong> un cuarto <strong>de</strong> legua para dirigirse a la sombrerería, entrando en la<br />

Puerta <strong>de</strong>l Sol por la carrera <strong>de</strong> San Jerónimo, y al fin se vio seguro en el asilo que se le<br />

había preparado. Baráibar se llamaba el sombrerero, patriota generoso, que guardó el<br />

secreto con fi<strong>de</strong>lidad admirable y supo arrancar al absolutismo una <strong>de</strong> sus víctimas.<br />

Escondido en el sótano <strong>de</strong> la tienda estuvo Salustiano muchos días, mientras se<br />

preparaba el no menos difícil ardid <strong>de</strong> ausentarle <strong>de</strong> España. Había trocado una prisión<br />

por otra; pero en esta última la esperanza, la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> libertad y <strong>de</strong> triunfo le<br />

acompañaban en las solitarias horas. Por las noches, contra la opinión <strong>de</strong> su amigo<br />

Baráibar, que temblaba con las temerida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Olózaga, este se disfrazaba hábilmente y<br />

se salía <strong>de</strong>l sótano <strong>de</strong> la casa, no precisamente para pasearse por Madrid, sino para<br />

correr a misteriosas citas, en que no tenía [239] participación la política. Como estas<br />

atrevidas expediciones nocturnas son <strong>de</strong> un carácter reservado, <strong>de</strong>be interponerse entre<br />

ellas y la luz <strong>de</strong> la historia la pantalla <strong>de</strong> la discreción; y así, doblando esta página, sólo<br />

escribiremos en ella: «Oscuridad, oscuridad».<br />

- XXIV -<br />

«¡Barástolis, mayoral, que ya estamos en casa; pare usted, pare usted!». Esto <strong>de</strong>cía<br />

D. Benigno, y al punto el <strong>de</strong>sclavijado vehículo se <strong>de</strong>tuvo en lo más fragoso <strong>de</strong> un<br />

caminejo lleno <strong>de</strong> guijarros y junto a una tapia carcomida. Bajaron todos molidos y<br />

aporreados, y D. Benigno en<strong>de</strong>rezó la caminata hacia la casa, que distaba como dos tiros<br />

<strong>de</strong> fusil <strong>de</strong>l lugar don<strong>de</strong> había parado el coche. Cada uno <strong>de</strong> los chicos iba abrazado con<br />

su hucha, y entre todos conducían mal que bien los cinco perros <strong>de</strong> Crucita. Esta no<br />

había querido confiar a nadie sus dos gatos, y por el camino no había cesado <strong>de</strong> echar<br />

maldiciones contra el mayoral, el camino y el coche, que era una verda<strong>de</strong>ra fábrica <strong>de</strong><br />

chichones.<br />

El panorama <strong>de</strong> la finca se presentó <strong>de</strong> un golpe a la contemplación <strong>de</strong> los viajeros.<br />

[240] D. Benigno no cabía en sí <strong>de</strong> gozo, y a cada paso <strong>de</strong>cía a Sola:<br />

-Vea usted cómo están esos almendros... ¿Quién diría que esos olivos no tienen más<br />

que diez años?... Aquellos otros, que aún son estacas, los planté yo por mi mano hace<br />

tres años... Mire usted a la <strong>de</strong>recha; pues aquello es lo <strong>de</strong>l tío Rezaquedito, tierras que<br />

vendrán a ser mías el año que viene.<br />

La casa era <strong>de</strong> labor, medianamente arreglada para vivienda cómoda. Tenía una<br />

huertecilla, a la que daba frescura y sustancia el agua clara <strong>de</strong> una noria. Más allá había<br />

un prado muy lucido, en el cual pastaban algunos carneros, y las gallinas en bandadas,<br />

que regía un arrogante y enfatuado gallo, recorrían libremente todo, olivar, viñas y


prado, respetando la huerta, don<strong>de</strong> les prohibía la entrada, con muy mal gesto, una cerca<br />

<strong>de</strong> zarza erizada <strong>de</strong> púas.<br />

El sitio no era prodigio <strong>de</strong> hermosura pero sí muy agradable y tenía los inapreciables<br />

encantos <strong>de</strong> la soledad, <strong>de</strong>l silencio campesino y <strong>de</strong>l verdor perenne aunque un poco<br />

triste <strong>de</strong> los olivos. Los horizontes eran anchos, la luz mucha, el aire puro y sano. Todo<br />

convidaba allí a la vida sosegada y a <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nar <strong>de</strong> tristezas y preocupaciones el<br />

espíritu, <strong>de</strong>jándole libre y a sus anchas. [241]<br />

Interiormente la casa valía poco; pero Sola, en cuanto la vio, hizo mentalmente la<br />

reforma y compostura <strong>de</strong> toda ella, prometiéndose ponerla, si la <strong>de</strong>jaban, en un grado tal<br />

<strong>de</strong> limpieza, comodidad y arreglo que podrían allí vivir canónigos y aun obispos. Todo<br />

lo observaba ella, y si al principio no <strong>de</strong>cía nada, cuando Cor<strong>de</strong>ro le preguntó su<br />

opinión, no pudo menos <strong>de</strong> darla, diciendo: -¡Qué bien vendría aquí un tabique...!, y<br />

abrir allá una puerta... y exten<strong>de</strong>r este corredor poniéndole escalera exterior para bajar a<br />

la huerta... y en la huerta yo plantaría una fila <strong>de</strong> árboles que dieran sombra a la casa por<br />

esta parte... y quitaría el gallinero <strong>de</strong> don<strong>de</strong> está para ponerlo allá en el fondo <strong>de</strong>l corral<br />

don<strong>de</strong> están las mulas... Hay que cuidar mejor <strong>de</strong> la huerta y componer esa noria que sin<br />

duda es <strong>de</strong>l tiempo <strong>de</strong> los moros.<br />

Todo esto lo oía extasiado D. Benigno, prometiéndose formalmente hacer las<br />

reformas indicadas por Sola y aun algunas más.<br />

Desgraciadamente para él, no podía estar en los Cigarrales sino un par <strong>de</strong> días,<br />

porque le precisaba volver a Madrid, pero ¡qué feliz sería cuando volviese<br />

<strong>de</strong>finitivamente a sus queridas tierras para pasar todo el verano! Sí, sí, sí: era ya cosa<br />

<strong>de</strong>cidida en el espíritu <strong>de</strong>l bueno <strong>de</strong>l comerciante liquidar cuentas, [242] traspasar la<br />

tienda, renunciar al comercio y hacerse labrador para el resto <strong>de</strong> sus días. Estos dulces<br />

pensamientos le hacían sonreír a solas.<br />

La historia cuenta que D. Benigno regresó a Madrid sin que le ocurriera nada <strong>de</strong><br />

particular en su viaje, <strong>de</strong>jando buenos y sanos, y a<strong>de</strong>más muy contentos, a los que en los<br />

Cigarrales se quedaron. También dice que vendió muchos encajes en la temporada <strong>de</strong>l<br />

Corpus, y que allá por los últimos días <strong>de</strong> Junio el héroe hizo entrega <strong>de</strong> la tienda a un<br />

amigo <strong>de</strong> toda su confianza, y se dispuso a partir para Toledo con sus dos hijos,<br />

Primitivo y Segundo, que ya estaban <strong>de</strong> vacaciones, con buenas notas y las<br />

correspondientes huchas llenas <strong>de</strong> dinero. Para colmo <strong>de</strong> dicha, el padre Alelí, a quien<br />

los médicos <strong>de</strong> la Or<strong>de</strong>n habían prescrito sosiego y campo, se disponía a acompañarle a<br />

los Cigarrales. ¿Qué faltaba? Sólo faltaba para poner la veleta al edificio <strong>de</strong> la felicidad<br />

Cor<strong>de</strong>ril que se resolviera un asunto <strong>de</strong>licado, un asunto <strong>de</strong>l alma, un problema <strong>de</strong><br />

corazón, <strong>de</strong>l cual pendían todos los <strong>de</strong>más problemas, cuestiones y proyectos <strong>de</strong>l héroe<br />

<strong>de</strong> Boteros. Una <strong>de</strong> las dificulta<strong>de</strong>s más graves, que era la <strong>de</strong> la enunciación o<br />

planteamiento verbal <strong>de</strong>l problema, estaba ya vencida, porque D. Benigno halló un<br />

medio excelente <strong>de</strong> vencer, o mejor dicho, <strong>de</strong> esquivar [243] su timi<strong>de</strong>z, y fue escribir a<br />

Sola una larga carta cuando ella se hallaba en los Cigarrales y él en Madrid.<br />

La carta era tan fina, tan discreta y comedida, que no vacilamos en reproducir<br />

algunos párrafos <strong>de</strong> ella. Decían así:


«Esto que siento no es una pasión <strong>de</strong> mozalbete, que sería impropia <strong>de</strong> mi edad, es<br />

un afecto que empezó siendo compasión y poco a poco se fue volviendo un tanto<br />

egoísta; luego se robusteció mucho con admiraciones <strong>de</strong> las virtu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> usted, y más<br />

tar<strong>de</strong> se hizo fuerte con la consi<strong>de</strong>ración <strong>de</strong> asociar a mi vida una vida tan útil por todos<br />

conceptos y que me traería tan gran dote <strong>de</strong> riquezas morales y <strong>de</strong> méritos positivos.<br />

»Aquí, apreciabilísima Hormiga, viene por sus pasos contados la cuestión <strong>de</strong>l<br />

agra<strong>de</strong>cimiento. Usted dirá que lo tiene por mí, y yo replico que mayor <strong>de</strong>be ser el mío<br />

porque los favores que me ha hecho son <strong>de</strong> los que no se pagan con nada <strong>de</strong>l mundo.<br />

Usted ha criado a mis hijos, usted ha or<strong>de</strong>nado mi casa, usted ha hecho agradable, fácil<br />

y metódica la vida. Y quien tanto ha hecho, quien tanto merece, ¿no ha <strong>de</strong> tener una<br />

posición digna en el mundo? Sí, y mil veces sí. Huérfana y sola, pobre y sin más tesoro<br />

que sus virtu<strong>de</strong>s, su amor al trabajo, su tierna [244] solicitud por todas las criaturas<br />

débiles o enfermas, usted ha cautivado mi corazón, no con afecto ardiente <strong>de</strong> esos que<br />

más bien hacen <strong>de</strong>sgraciados que felices a los hombres, sino <strong>de</strong>spertando en mí un<br />

sentimiento puro, en el cual se enlazan el amor y el respeto, la consi<strong>de</strong>ración y la<br />

ternura, el <strong>de</strong>seo vivísimo <strong>de</strong> ser feliz y el más vivo aún <strong>de</strong> hacer feliz, rica, consi<strong>de</strong>rada<br />

y señora a quien ya tiene en su alma todas las señorías <strong>de</strong> Dios.<br />

»No me conteste usted por escrito. Medite usted mi proposición, y cuando yo vaya,<br />

que será <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> ocho o diez días, me respon<strong>de</strong>rá verbalmente con una sola palabra,<br />

en la inteligencia, apreciable Hormiga, <strong>de</strong> que si mi proposición mereciera una negativa,<br />

sería usted para mí lo mismo que ahora es, la primera y más santa <strong>de</strong> las amigas, y<br />

siempre sería yo para usted el mismo leal, admirador y ferviente amigo.<br />

Benigno Cor<strong>de</strong>ro».<br />

Muy satisfecho y <strong>de</strong>scansado se encontró el hombre <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> escrita la carta.<br />

Leída y aprobada por el padre Alelí, D. Benigno la entregó por su propia mano al<br />

ordinario <strong>de</strong> Toledo. Aquel día vendió muchos encajes. Dios estaba <strong>de</strong> su parte. [245]<br />

- XXV -<br />

Por fin vino el último día <strong>de</strong> Junio, y el héroe, con sus dos hijos y el padre Alelí, se<br />

embanastó en el coche, y helos aquí en camino <strong>de</strong> los Cigarrales. Durante el viaje el<br />

fraile hablaba por siete, siendo tan extremado aquel día el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n caótico <strong>de</strong> su cabeza<br />

que no hablara mejor ni con más gracia el mismo <strong>de</strong>scubridor <strong>de</strong> los cerros <strong>de</strong> Úbeda, o<br />

el fabricante <strong>de</strong> los pies <strong>de</strong> banco. A cada instante suspendía sus paliques para quedarse<br />

mirando al cielo, con el <strong>de</strong>do en el labio y el entrecejo lleno <strong>de</strong> pliegues y laberínticas<br />

arrugas, imagen exacta <strong>de</strong> la confusión que <strong>de</strong>ntro reinaba. Las únicas palabras que<br />

entonces profería eran estas: -Benignillo, yo tenía que <strong>de</strong>cirte una cosa... ¿Qué es lo que<br />

yo tenía que <strong>de</strong>cirte, Benignillo?... Pues no me acuerdo.<br />

El <strong>de</strong> Boteros, aunque anheloso y lleno <strong>de</strong> dudas, tenía presentimientos felices, y el<br />

corazón le aseguraba que sería venturoso el término o solución <strong>de</strong> sus amorosas<br />

ansieda<strong>de</strong>s. Llegaron. Sola, doña Crucita y los chicos menores con regular escolta <strong>de</strong>


perrillos y perrazos salieron a recibirles al camino. Por un rato [246] no se oyó más que<br />

el estallido <strong>de</strong> los besos con que se saludaban los hermanos. No poca parte <strong>de</strong>l besuqueo<br />

fue para la correa y las flacas manos <strong>de</strong> Alelí, el cual, sintiendo un gozo superior a lo<br />

que las palabras podían expresar, echaba bendiciones a <strong>de</strong>recha e izquierda, como<br />

sembrador que <strong>de</strong>sparrama a puñados el trigo sobre un fértil terreno. D. Benigno se<br />

encontró bastante cohibido en presencia <strong>de</strong> Sola; y así sus frases fueron balbucientes,<br />

truncadas y sosas. Ella estaba en su natural buen humor, alegre por la llegada <strong>de</strong> los<br />

viajeros, y un poco más <strong>de</strong>cidora que <strong>de</strong> costumbre. Crucita no parecía la misma y<br />

andaba por el campo hecha una zagaleja, vestida con un <strong>de</strong>shabillé (14) extravagante y<br />

cómodo, que no era ciertamente tomado <strong>de</strong> los figurines <strong>de</strong> la Arcadia ni <strong>de</strong>l Zurguén.<br />

Era una naturaleza constituida moralmente para la vida <strong>de</strong>l campo, por su amor a las<br />

flores y a los animales, su espíritu <strong>de</strong> in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia y su actividad. Así cuando vio<br />

trocadas las arboledas <strong>de</strong> sus balcones por aquel espacioso tiesto en que había olivares,<br />

viñedos, albaricoques, establos, huerta, cerros y horizonte, enloqueció <strong>de</strong> contento y<br />

todo el día andaba por aquellos campos con un pañuelo liado a la cabeza y un garrote en<br />

la mano, echando <strong>de</strong> comer a las gallinas, vigilando los [247] carneros, expulsando a los<br />

guarros <strong>de</strong> los sitios don<strong>de</strong> no <strong>de</strong>bían estar, o bien cogiendo fruta, regando lechugas,<br />

arreglando una espal<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> cañas para que se enredaran trepando las tiernas y<br />

vacilantes judías. Los chicos que ya llevaban un mes en aquella vida, estaban negros<br />

como cuervos <strong>de</strong> tanto andar por el campo, jugando a todas horas con tierra, palitroques<br />

y guijarros. Parecían dos pintiparados paletos, y en sus caras, color <strong>de</strong> pucheros <strong>de</strong><br />

Alcorcón, brillaban los ojos <strong>de</strong> azabache <strong>de</strong>spidiendo centellas <strong>de</strong> picardías.<br />

Antes <strong>de</strong> que llegara la noche, D. Benigno recorrió la casa, hallando en ella y en la<br />

distribución <strong>de</strong> sus escasos muebles tanta novedad y arreglo que su corazón bailó <strong>de</strong><br />

contento. Ya se conocía bien qué manos divinas habían andado por allí y qué instinto<br />

sublime había hecho <strong>de</strong> un caserón un hogar y <strong>de</strong>l <strong>de</strong>smantelado hueco un <strong>de</strong>licioso<br />

nido.<br />

-¡Qué admirable, qué encantadora manera <strong>de</strong> respon<strong>de</strong>r a mi proposición! -dijo<br />

Cor<strong>de</strong>ro para sí-. Me contesta con hechos, no con palabras. Estas pare<strong>de</strong>s y estos<br />

muebles me respon<strong>de</strong>n por ella diciéndome: «Nos ha arreglado la señora <strong>de</strong> la casa».<br />

En la huerta halló Cor<strong>de</strong>ro nuevos motivos <strong>de</strong> admiración. No parecía la misma que<br />

él había <strong>de</strong>jado al regresar a Madrid. [248] Todos los cuadros estaban sembrados <strong>de</strong><br />

hortaliza; las gallinas expulsadas <strong>de</strong> allí tenían mejor acomodo en un local<br />

admirablemente elegido y dispuesto. La cerca limpia y podada rever<strong>de</strong>cía y echaba<br />

verda<strong>de</strong>ra espuma <strong>de</strong> tiernos renuevos, como si en sus venas hirviera la savia; las<br />

callejuelas y paseos admirablemente enarenados parecían recibir con agra<strong>de</strong>cimiento la<br />

blanda pisada <strong>de</strong>l amo, cuando por aquellos frescos contornos se paseaba. La noria<br />

estaba ya compuesta y no se <strong>de</strong>sperdiciaba el agua, ni quedaba ningún cangilón roto.<br />

Toda la máquina funcionaba dando vueltas majestuosamente y sin chirridos, semejando<br />

una vida serena, arreglada y pru<strong>de</strong>nte que iba sacando <strong>de</strong>l hondo <strong>de</strong>pósito <strong>de</strong>l tiempo<br />

futuro los días para vaciarlos serenamente en el manso río <strong>de</strong>l pasado. A Don Benigno<br />

se le antojaba que los árboles habían crecido mucho y era la verdad que si no habían<br />

crecido mucho, estaban ver<strong>de</strong>s y lozanos y por haber sido limpiados <strong>de</strong> todo el ramaje<br />

viejo y seco. Extendían los morales su fresquísimo follaje como diciendo: «hemos<br />

echado estas hojas tan gran<strong>de</strong>s y tan ver<strong>de</strong>s para coronar a la señora <strong>de</strong> la casa».


-Parece mentira -dijo D. Benigno sintiendo su garganta oprimida por un dogal <strong>de</strong><br />

satisfacción, pues también hay dogales <strong>de</strong> gozo-; [249] parece mentira, apreciable Sola,<br />

que haya hecho usted tantas maravillas con el poco dinero que le <strong>de</strong>jé. La casa está<br />

trasformada y la huerta también. De este tugurio y <strong>de</strong> este rincón <strong>de</strong> tierra ha hecho<br />

usted con su mano <strong>de</strong> oro un palacio y un edén.<br />

Sola se ruborizó un poco y dijo que era preciso echar abajo dos tabiques y plantar<br />

una nueva fila <strong>de</strong> árboles, y traer algunos muebles.<br />

¿Muebles? ¡Ah! D. Benigno habría traído, si en su mano estuviera, el trono <strong>de</strong> las<br />

Españas para sentar en él a la que <strong>de</strong> este modo inundaba su alma y su vida <strong>de</strong> esperanza<br />

y alegría. Al hablar <strong>de</strong> las reformas <strong>de</strong> la finca, Sola hablaba ingenuamente el lenguaje<br />

<strong>de</strong> la señora <strong>de</strong> la casa. Y en esto no había afectación <strong>de</strong> ninguna clase, ni menos<br />

<strong>de</strong>senfado <strong>de</strong> advenediza, sino que se expresaba así porque todo aquello le parecía suyo<br />

y muy suyo <strong>de</strong> hecho, aunque no mediasen las circunstancias que se lo iban a dar <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>recho.<br />

Cenaron. La cena fue alegre y opulenta. Abundante caza, sabrosos salmorejos,<br />

perdices escabechadas, estofado <strong>de</strong> vaca que propagó por toda la casa su exquisito olor<br />

<strong>de</strong> refectorio, legumbres fritas en menestra, festoneada con rue<strong>de</strong>cillas <strong>de</strong> huevos duros,<br />

vino fresco <strong>de</strong> Esquivias, y luego un ban<strong>de</strong>jón <strong>de</strong> albaricoques <strong>de</strong> la finca, frescos,<br />

ruborizados, y echando [250] pura miel por aquella boquirrita con que se pegaban al<br />

árbol, compusieron la colación. En la mesa se encontraron cosas <strong>de</strong> los Cigarrales y<br />

cosas <strong>de</strong> Madrid. Llevaba en esto la palabra el fraile que en tocando a hablar se parecía<br />

a la noria tal como estaba antes, echando agua sin concierto ni or<strong>de</strong>n. Más <strong>de</strong> una vez se<br />

quedó parado y lelo, diciendo: -«Benignillo, yo tenía que contarte una cosilla...». «¡Ah!,<br />

ya caigo» -añadía dando un grito. Y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>cía: -«Pues no: se me fue. Me anda<br />

dando vueltas por el magín y no la puedo atrapar».<br />

Con estas cosas se acabó la cena y el fraile rezó el rosario, contestado por Benigno y<br />

Sola, porque Crucita y los cuatro muchachos se quedaron dormidos teniendo entre los<br />

dientes el último hueso <strong>de</strong> albaricoque y el primer Padre nuestro.<br />

-Ite, mensa est. A acostarse todo el mundo -gritó al concluir Alelí-. Estamos muertos<br />

<strong>de</strong> cansancio.<br />

Y se acostaron todos. D. Benigno durmió con plácido sosiego y soñó que estaba su<br />

cabeza circundada <strong>de</strong> una aureola, <strong>de</strong> un disco <strong>de</strong> luz como el que tienen los santos. Por<br />

la mañana cuando se levantó y salió <strong>de</strong> su alcoba, persistía en él la ilusión <strong>de</strong> tener en su<br />

cabeza el nimbo y <strong>de</strong> estar <strong>de</strong>spidiendo <strong>de</strong> sus sienes chorros <strong>de</strong> luz. Tomó su chocolate,<br />

encendió [251] un cigarrillo, entró en la sala baja y vio a Sola que estaba abriendo las<br />

ma<strong>de</strong>ras para que entrara el aire puro <strong>de</strong>l campo, y al mismo tiempo para atar la cuerda<br />

don<strong>de</strong> se había <strong>de</strong> colgar la ropa que se estaba lavando. El otro extremo <strong>de</strong> la cuerda<br />

<strong>de</strong>bía atarse en el moral gran<strong>de</strong> que había en medio <strong>de</strong> la huerta. Don Benigno tomó la<br />

soga y salió muy contento a ayudar a su protegida en aquella faena doméstica.<br />

-Más fuerte -le dijo Sola riendo.<br />

Si Cor<strong>de</strong>ro se atara la soga en el mismo cogollo <strong>de</strong> su corazón, no sintiera este más<br />

alborotado y palpitante.


-Más flojo -dijo Sola.<br />

-¿Así?<br />

-No tanto. Si se tira mucho se rompe, y si se afloja mucho, el viento se lleva la ropa.<br />

Ahora está bien.<br />

D. Benigno volvió a la sala. Una gran cesta <strong>de</strong> ropa blanca aguardaba a la robusta<br />

moza que había <strong>de</strong> llevarla a la huerta. La moza salió, Sola se quedó allí mirando a<br />

fuera. D. Benigno se acercó a ella. Ambos hablaron un rato, diciéndose todo lo más<br />

quince palabras que nadie pudo oír, ni aun el narrador mismo que todo lo oye. La moza<br />

y dos criados más entraron. D. Benigno salió con la aureola <strong>de</strong> su cabeza tan crecida que<br />

le [252] parecía ir <strong>de</strong>rramando una claridad celestial por don<strong>de</strong> quiera que iba. Pasó a la<br />

huerta don<strong>de</strong> topó <strong>de</strong> manos a boca con un maestro <strong>de</strong> obras que había mandado venir<br />

<strong>de</strong> Toledo para encargarle las reformas <strong>de</strong> la casa.<br />

D. Benigno no le conocía, pero le dio un abrazo. Estaba muy nervioso; pero su<br />

discreción y buen juicio pugnaban por sobreponerse a aquella exaltación, y al fin pudo<br />

lograrlo.<br />

-Maestro -dijo-, es preciso empren<strong>de</strong>r las obras inmediatamente. Hay que <strong>de</strong>rribar<br />

dos tabiques y construir una galería exterior sobre la huerta... En fin, la señora le dirá a<br />

usted; póngase usted a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> la señora. ¡Ah!... lo principal es arreglar la pieza<br />

que va a ser gabinete <strong>de</strong> la señora, ¿me entien<strong>de</strong> usted?, gabinete <strong>de</strong> la señora. ¿Cuánto<br />

se tardará en las obras? Hay que concluirlas pronto; pero muy pronto. Tienen uste<strong>de</strong>s<br />

una calma...<br />

-Señor...<br />

-Sí, mucha calma. Empiece usted pronto. ¿Ha traído las herramientas?<br />

-Si no sabía...<br />

-¡Qué cachaza! Quiero que la casa sea una tacita <strong>de</strong> plata. La señora dirigirá las<br />

obras. Pensamos vivir aquí constantemente. ¿Qué hace usted que no toma medidas?<br />

¡Qué cachaza! ¡Barástolis, barástolis!<br />

El maestro se excusó <strong>de</strong> no haber empezado [253] las obras que aún no estaban<br />

formalmente encargadas, y D. Benigno, que en los momentos <strong>de</strong> mayor exaltación era<br />

hombre razonable, comprendió la justicia <strong>de</strong> las excusas y le dio otro abrazo. Juntos<br />

recorrieron la casa. Uniose a ellos Sola y durante un rato no se habló más que <strong>de</strong> pies<br />

castellanos, <strong>de</strong> una puerta por aquí, <strong>de</strong> cuatro vigas por allá, <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s que <strong>de</strong>bían<br />

empapelarse y <strong>de</strong> las que <strong>de</strong>bían ser pintadas, <strong>de</strong>l nuevo corredor (15) para ir a la cocina,<br />

<strong>de</strong>l cielo raso y <strong>de</strong> otras menu<strong>de</strong>ncias. Sola explanaba sus proyectos y <strong>de</strong>seos con una<br />

claridad admirable, <strong>de</strong>mostrando en todo la elevación <strong>de</strong> su genio doméstico.<br />

Cuando el maestro se retiró, Cor<strong>de</strong>ro y Sola hablaron larguísimo rato. Separáronse al<br />

fin, porque ella no podía abandonar ciertas ocupaciones <strong>de</strong> la casa, y cuando entró Sola<br />

en el cuarto don<strong>de</strong> estaban planchando se secó los ojos, que pestañeaban como si


quisieran lloriquear un poco. Después cantó entre dientes, apartando la ropa que iba a<br />

repasar.<br />

D. Benigno salió a la huerta y <strong>de</strong> la huerta al campo, porque necesitaba dar un paseo<br />

largo que sirviera <strong>de</strong> expansión a su alma. Iba por en medio <strong>de</strong> los olivos cuando oyó la<br />

voz <strong>de</strong> Alelí que <strong>de</strong>cía:<br />

-Benigno, ¿dón<strong>de</strong> estás? [254]<br />

La espesura <strong>de</strong> los árboles no permitía que se vieran.<br />

-¿Dón<strong>de</strong> está usted, padre Monumento?<br />

-Hijo, aquí estoy. Este enemigo malo, esta buena pieza <strong>de</strong> Jacobito me ha traído a<br />

estos andurriales para que viera un nido y aquí estoy en una zanja <strong>de</strong> don<strong>de</strong> no puedo<br />

salir.<br />

Acercose Cor<strong>de</strong>ro a don<strong>de</strong> la voz sonaba y vio a su venerable amigo en lo más bajo<br />

<strong>de</strong> una hondonada que el terreno hacía. Jacobito se había subido a los hombros <strong>de</strong>l<br />

fraile, montando a horcajadas sobre su cuello, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquella eminencia alargaba la<br />

mano con un palo queriendo alcanzar el nido.<br />

-Mírame aquí sirviendo <strong>de</strong> caballería al bergante <strong>de</strong> tu hijo... Lobezno, si coges el<br />

nido o lo rompes te tiro al suelo. No espolees, verdugo, que me rompes una clavícula.<br />

Benigno, por Dios, quítame este jinete y ayúdame a salir <strong>de</strong>l hoyo.<br />

-Abajo, abajo, atrevido, insolente chiquillo -dijo D. Benigno riendo-. ¿Pues qué,<br />

nuestro amigo es campanario?<br />

Desmontose el muchacho y Alelí, libre <strong>de</strong> tan molesto peso y ayudado <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro,<br />

salió <strong>de</strong>l atolla<strong>de</strong>ro en que estaba. Arreglándose el hábito, tomó <strong>de</strong> la mano a su amigo y<br />

le dijo así:<br />

-Ya me acuerdo <strong>de</strong> lo que tenía que <strong>de</strong>cirte. [255] Vaya con mi memoria que está<br />

dando vueltas como una veleta y tan pronto apunta al Norte como al Sur. ¿Sabes lo que<br />

tenía que <strong>de</strong>cirte? Pues era que se susurra que Su Majestad napolitana está otra vez en<br />

cinta. Como salga varón ¡quién verá la cara que ponen mis señores los apostólicos!<br />

-Eso me lo ha dicho usted catorce veces durante el viaje, tío Engarza-Credos.<br />

-Dale bola, es verdad -repitió Alelí pegando en el suelo-. Pues no era eso. Era que...<br />

¿qué era?<br />

Después <strong>de</strong> una larga pausa diose un palmetazo en la frente y agarrando a D.<br />

Benigno por la solapa tiró <strong>de</strong> él y le dijo:<br />

-Ya lo pesqué... ya di con mi i<strong>de</strong>a... ¡Cómo se escapan las i<strong>de</strong>as! Oye tú, D. Sábelo<br />

Todo. ¿Quién es Monsieure Servet?<br />

D. Benigno miró al cielo.


-No sé -dijo- ni me importa.<br />

Después estuvo un momento confuso, porque aquel nombre sonaba en sus oídos <strong>de</strong><br />

un modo extraño.<br />

-Pues el día <strong>de</strong> nuestra salida, cuando tú estabas fuera <strong>de</strong> casa arreglando las cosas<br />

<strong>de</strong>l viaje y yo en tu tienda charlando con el mancebo, llegó un caballero preguntando<br />

por ti. Preguntó por todos los <strong>de</strong> la casa y dijo que no podía esperar porque tenía prisa.<br />

Se fue [256] soltándonos su nombre que era D. Yo no sé cuántos Servet, y como por el<br />

modo <strong>de</strong> vestir y la arrogancia y el habla y el sonsonete <strong>de</strong>l apellido me pareció francés,<br />

lo llamo monsieure.<br />

Alelí pronunciaba esta palabra, así como todas las palabras francesas, lo mismo que<br />

se escribe.<br />

-¿Y no <strong>de</strong>jó recado?<br />

-Que ya volvería. Pero la <strong>de</strong>l humo. Y el mancebo y yo opinamos que es un<br />

extranjero <strong>de</strong> los que vienen a enredar y hacer diabluras y revoluciones.<br />

D. Benigno meditó un momento. Después <strong>de</strong>sechó las i<strong>de</strong>as que le asaltaban,<br />

diciendo:<br />

-No sé quién es, ni me importa. Ese apellido lo han llevado otras personas que ya no<br />

existen; con que padre Monumento, basta <strong>de</strong> san<strong>de</strong>ces y vamos <strong>de</strong> paseo. Jacobito, ven.<br />

Corre por <strong>de</strong>lante: no te alejes <strong>de</strong> nosotros... Reverendísimo fraile, todo va bien, muy<br />

bien.<br />

-Gracias a Dios... ¿Y para cuándo?<br />

-Lo más pronto posible. Hoy mismo se pedirán los papeles. Barástolis...<br />

-Sí, echa, echa <strong>de</strong> ese cuerpo dos docenas <strong>de</strong> barástolis, y yo te acompañaré echando<br />

cuatro... Ya era tiempo, ya era tiempo.<br />

- XXVI -<br />

Deseoso <strong>de</strong> que su dicha fuera realidad <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l más breve plazo, D. Benigno<br />

arregló sus papeles y pidió los <strong>de</strong> Sola que estaban en un pueblo <strong>de</strong>l reino <strong>de</strong> León.<br />

Entretanto que venían aquellos malhadados documentos, sin los cuales no es posible<br />

encen<strong>de</strong>r cristianamente la antorcha <strong>de</strong> Himeneo, los futuros cónyuges vivían en<br />

intimidad honesta y dulce, en una especie <strong>de</strong> luna <strong>de</strong> miel <strong>de</strong> la amistad, en pleno<br />

reinado <strong>de</strong> la paz doméstica, cuyos encantos se multiplicaban con la <strong>de</strong>liciosa existencia<br />

campesina. Los días pasaban empujándose suavemente unos a otros y cada uno <strong>de</strong> ellos<br />

tenía sobre sus propias alegrías la esperanza <strong>de</strong> las alegrías <strong>de</strong>l siguiente. Nunca faltaba<br />

una operación <strong>de</strong> labranza, un paseo al monte, una merienda en las pra<strong>de</strong>ras <strong>de</strong>l río, y<br />

nunca como en aquellas gratas ocasiones se le venían a la memoria al buen Cor<strong>de</strong>ro los<br />

pensamientos <strong>de</strong>l filósofo <strong>de</strong> la libertad y la naturaleza. Tan pronto recitaba aquel pasaje<br />

en que Rousseau encomia las dulzuras <strong>de</strong> la amistad como aquel otro en que hace el<br />

panegírico <strong>de</strong> las comidas rústicas preparadas [258] por el ejercicio, sazonadas por el


apetito, la libertad y la alegría. El anatema <strong>de</strong> los convites urbanos no es menos<br />

enérgico que la apología <strong>de</strong> las meriendas sobre la hierba.<br />

Emprendiéronse las reformas <strong>de</strong> la casa con gran actividad. Cor<strong>de</strong>ro encargó a<br />

Madrid los regalos con que pensaba expresar a Sola la pureza <strong>de</strong> su afecto y la<br />

enormidad <strong>de</strong> su admiración. También ella hacía sus preparativos, aunque en pequeña<br />

escala, pues quería que los nuevos dominios que iba a poseer se rigieran por la ley <strong>de</strong><br />

sus dominios antiguos que era la mo<strong>de</strong>stia.<br />

Sólo una contrariedad agriaba el ánimo <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro, poniéndole <strong>de</strong> mal humor a<br />

ratos. Era que los papeles <strong>de</strong> Sola no venían. Era que en los libros parroquiales <strong>de</strong> la<br />

Bañeza había no sabemos qué embrollo o confusión, y quizás algo <strong>de</strong> ineptitud o mala<br />

fe en la persona comisionada para arreglar el asunto. Llegó el mes <strong>de</strong> Agosto y los<br />

dichosos papeles no parecían. A mediados <strong>de</strong> dicho mes, el cansancio <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro no<br />

podía ser mayor, y recordando que tenía en Madrid un amigo que era el mejor agente <strong>de</strong><br />

negocios eclesiásticos <strong>de</strong> toda España, le escribió una larga carta encomendándole la<br />

reclamación y pronto <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> aquel asunto, que era la clave <strong>de</strong> su dicha. En el<br />

sobrescrito puso: «Sr. D. Felicísimo [259] Carnicero, calle <strong>de</strong>l Duque <strong>de</strong> Alba en<br />

Madrid».<br />

¿Y qué?, ¿per<strong>de</strong>remos esta ocasión <strong>de</strong> trasladarnos otra vez a la Villa y Corte sin<br />

pagar costas <strong>de</strong> viaje? No mil veces; que estas ocasiones no se presentan todos los días.<br />

Callandito nos <strong>de</strong>slizamos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la carta, y henos aquí en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l ordinario <strong>de</strong><br />

Toledo que puntualmente la llevará a su <strong>de</strong>stino, y con ella a nosotros.<br />

Muy bien se va <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una carta. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> que no hay mejor aposento que un<br />

pedazo <strong>de</strong> papel doblado, tenemos la ventaja <strong>de</strong> conocer los secretos que nuestras<br />

compañeras <strong>de</strong> viaje, las señoras letras, llevan consigo. Una oblea es llave <strong>de</strong> nuestra<br />

breve cárcel y un <strong>de</strong>do vacilante rompiendo la frágil pared nos <strong>de</strong>vuelve la libertad.<br />

Ya estamos.<br />

Abierto el papel, salimos un poco estropeados y entumecidos a causa <strong>de</strong> la postura<br />

violenta que es indispensable en los viajes epistolares, y <strong>de</strong> pronto nos hallamos frente a<br />

frente <strong>de</strong> una tabla que se esforzaba en ser semblante humano. Era D. Felicísimo, que en<br />

aquel momento en que le vimos <strong>de</strong>cía:<br />

-Permítame usted que lea esta carta.<br />

Tenía visita. Miramos, y en efecto, frente a la mesa estaba un caballero <strong>de</strong> muy<br />

buena [260] presencia, el cual si no tenía cuarenta años andaba muy cerca <strong>de</strong> ellos.<br />

Vestía bien. Su rostro era moreno, su frente alta y hermosa, su complexión robusta, sin<br />

<strong>de</strong>jar <strong>de</strong> ser <strong>de</strong>licada, su modo <strong>de</strong> mirar triste, sus ojos negros y ardientes a la vez como<br />

las noches <strong>de</strong> verano.<br />

Carnicero leyó la carta, y dijo entre dientes: «bueno».<br />

Después la puso bajo el pie <strong>de</strong> cabrón y prosiguió lo que con aquel buen señor<br />

hablaba cuando llegamos.


-Decía que el negocio <strong>de</strong> usted es <strong>de</strong> los más <strong>de</strong>licados que he visto. Parte <strong>de</strong> la<br />

fortuna <strong>de</strong> su tío <strong>de</strong> usted el señor canónigo <strong>de</strong> la Sonora, ha <strong>de</strong>bido pasar al Monte Pío<br />

beneficial <strong>de</strong> la diócesis <strong>de</strong> Pamplona. Lo que está en la escribanía <strong>de</strong> la Puebla <strong>de</strong><br />

Arganzón pue<strong>de</strong> ser recogido por usted si tiene valimiento y trabaja mucho. ¿Por qué no<br />

se presentó usted a recoger su herencia cuando tuvo noticia <strong>de</strong>l <strong>de</strong>pósito? Ya me ha<br />

dicho usted que en aquellos días estaba emigrado y perseguido por las leyes. Pero eso<br />

no es una razón. Hoy también lo está usted y si se le <strong>de</strong>ja en paz y aun se le permite<br />

abandonar la farsa <strong>de</strong>l nombre supuesto es porque ha traído recomendaciones <strong>de</strong> altos<br />

personajes legitimistas. Yo... puesto en lugar <strong>de</strong> usted me <strong>de</strong>cidiría a [261] per<strong>de</strong>r la<br />

mitad <strong>de</strong> la herencia <strong>de</strong>l señor canónigo <strong>de</strong> la Sonora con tal <strong>de</strong> sacar libre la otra mitad,<br />

y confiaría mi pleito a un agente hábil y astuto que supiera mover los trastos y sacar<br />

a<strong>de</strong>lante el negocio con toda prontitud.<br />

-Ya lo he pensado -dijo el caballero- y no tengo inconveniente en ce<strong>de</strong>r la mitad <strong>de</strong><br />

la herencia a la persona que arregle esta cuestión sacando <strong>de</strong>l Monte Pío Beneficial <strong>de</strong><br />

Pamplona lo que in<strong>de</strong>bidamente ha sido llevado a él. ¿Quiere usted que hagamos el<br />

convenio ahora mismo?<br />

D. Felicísimo pareció dudar. Su cara <strong>de</strong> fósil sufrió trasformaciones ligerísimas en<br />

color y contextura cual si estuviera sometida en un laboratorio a fuertes influencias<br />

químicas. Variaron sus mejillas <strong>de</strong>l gris cretáceo al rojo <strong>de</strong> cinabrio, su frente se llenó<br />

<strong>de</strong> arrugas como un terreno que se cuartea a causa <strong>de</strong> un recalentamiento interior, y sus<br />

ojos cambiaron un momento la trasparencia imperfecta <strong>de</strong>l talco por el brillo <strong>de</strong>l<br />

fel<strong>de</strong>spato (<strong>16</strong>) .<br />

-La mitad, la mitad y punto concluido -dijo el otro, que sin duda era más vivo que un<br />

azogue y gustaba <strong>de</strong> las resoluciones prontas-. Hagamos el contrato hoy mismo y<br />

fijemos seis meses para el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l negocio. [262] Si a los seis meses está resuelto,<br />

la mitad para mí, la mitad para usted.<br />

D. Felicísimo empezó a balbucir excusas y a presentar sus muchos años y su<br />

retraimiento <strong>de</strong> los negocios como un obstáculo para empren<strong>de</strong>r aquel que se le<br />

proponía. Habló mucho reconociéndose incapaz. Por los dos ángulos <strong>de</strong> su boca salía la<br />

saliva como una erupción bituminosa que en aquellas concreciones y repliegues <strong>de</strong> la<br />

barba rapada se dividía en menudos arroyos. El taimado viejo pon<strong>de</strong>raba las dificulta<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong>l pleito y su ineptitud, sin duda porque no le parecía bastante la mitad y quería dos<br />

tercios <strong>de</strong> la herencia.<br />

-La mitad -manifestó resueltamente el otro-. ¿Quiere usted, sí o no?<br />

-Por ser usted recomendado <strong>de</strong>l señor don Alejando Aguado, marqués <strong>de</strong> las<br />

Marismas -replicó el viejo- acepto y tomo a mi cargo su negocio.<br />

-La mitad... seis meses.<br />

-La mitad... seis meses -repitió Carnicero, y su vocecilla salió <strong>de</strong> la espelunca <strong>de</strong> su<br />

boca, rugiendo como el oso prehistórico-. Hagamos hoy nuestra escritura.<br />

Tomando el pie <strong>de</strong> cabrón con su mano <strong>de</strong> corcho dio un porrazo sobre la mesa, que<br />

hizo temblar hasta en sus cimientos el montón <strong>de</strong> legajos. [263]


Después rodó la conversación sobre diversos asuntos, y concluyó en política. Acerca<br />

<strong>de</strong> ella dijo el caballero lo siguiente:<br />

-He perdido todas las ilusiones. He vivido mucho tiempo en España en medio <strong>de</strong> las<br />

tempesta<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los partidos victoriosos, y mucho tiempo también en el extranjero en<br />

medio <strong>de</strong>l <strong>de</strong>specho <strong>de</strong> los españoles vencidos y <strong>de</strong>sterrados. La experiencia me ha<br />

hecho ver que son igualmente estériles los Gobiernos que persiguen <strong>de</strong>fendiéndose y los<br />

bandos que atacan conspirando. Yo he conspirado también algunas veces, y en aquellos<br />

trabajos oscuros he visto en <strong>de</strong>rredor mío pocos móviles generosos y muchas,<br />

muchísimas ambiciones locas, apetitos y rencores que no se diferenciaban <strong>de</strong> los <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>spotismo más que en el nombre. La realidad me ha ido <strong>de</strong>sencantando poco a poco y<br />

llenándome <strong>de</strong> hastío, <strong>de</strong>l cual nace este mi aborrecimiento <strong>de</strong> la política, y el propósito<br />

firme <strong>de</strong> huir <strong>de</strong> ella en lo que me quedare <strong>de</strong> vida.<br />

-Bien, bien -dijo D. Felicísimo agitándose en su asiento y golpeando sus manos una<br />

con otra en señal <strong>de</strong> júbilo-. Es usted un enemigo más <strong>de</strong> esas endiabladas teorías<br />

constitucionales y <strong>de</strong> esas invenciones satánicas llamadas partidos y <strong>de</strong>l estira y afloja<br />

<strong>de</strong> Cortes que gobiernan y rey que reina y hurga, por [264] aquí y escarba por allá, y el<br />

<strong>de</strong>monio que lo entienda... De pensar así a ser apostólico proclamando esta gloriosa<br />

monarquía <strong>de</strong>l porvenir no hay más que un paso. Le veo a usted en el buen camino y en<br />

jurisdicción apostólica.<br />

El caballero no pudo reprimir la risa que estas palabras provocaron en él.<br />

-¡Yo apostólico! -dijo-. No espere tal cosa el Sr. D. Felicísimo. Para que eso suceda<br />

será preciso que Dios varíe mi natural ser, y arranque <strong>de</strong> mí la memoria. Esa forma<br />

nueva <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spotismo que se anuncia ahora va a ser más brutal que cuantos <strong>de</strong>spotismos<br />

se han conocido, porque sobre todos sus inconvenientes va a tener el <strong>de</strong> ser<br />

populachero. No es el absolutismo <strong>de</strong> Felipe II o <strong>de</strong> Luis XIV, gran<strong>de</strong>, aristocrático,<br />

batallador, adornado <strong>de</strong> mil glorias militares y artísticas, y que disculpa sus atrocida<strong>de</strong>s<br />

con gran<strong>de</strong>s empresas y conquistas <strong>de</strong> mundos; va a ser un sistema <strong>de</strong> mojigatería y<br />

<strong>de</strong>sconfianza, adicionado con todas las corruptelas <strong>de</strong> las camarillas que vienen<br />

funcionando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los tiempos <strong>de</strong> Godoy. Se alimentará <strong>de</strong>l suelo por dos gran<strong>de</strong>s<br />

raíces, una que estará en las sacristías, claustros y locutorios <strong>de</strong> monjas, y otra que se<br />

fijará en las tabernas don<strong>de</strong> se reúnen los voluntarios realistas. Va a ser una tiranía<br />

ramplona [265] que si es sufrida por nuestro país, lo que dudo mucho, pondrá a este en<br />

un lugar que no envidiará seguramente ninguna región <strong>de</strong>l África.<br />

Al oír esto D. Felicísimo hizo un gesto tan displicente que su cara se arrugó toda, y<br />

<strong>de</strong>saparecían los ojos, y los pliegues <strong>de</strong> sus labios se extendieron multiplicándose y<br />

<strong>de</strong>scribiendo un número infinito <strong>de</strong> rayas hasta el último confín <strong>de</strong> las orejas.<br />

-Según eso es usted liberal...<br />

-Lo soy, sí, señor; soy liberal en i<strong>de</strong>a, y <strong>de</strong>ploro que el país entero no lo sea. Si no<br />

estuvieran tan arraigadas aquí las rutinas, la ignorancia, y sobre todo, la docilidad para<br />

<strong>de</strong>jarse gobernar, otro gallo nos cantara. El absolutismo sería imposible y no habría<br />

apostólicos más que en el Congo o en la Hotentocia. Por <strong>de</strong>sgracia nuestro país no es<br />

liberal ni sabe lo que es la libertad, ni tiene <strong>de</strong> los nuevos modos <strong>de</strong> gobernar más que<br />

i<strong>de</strong>as vagas. Pue<strong>de</strong> asegurarse que la libertad no ha llegado todavía a él más que como


un susurro. Es algo que ha hecho ligera impresión en sus oídos, pero que no ha<br />

penetrado en su entendimiento ni menos en su conciencia. No se tiene i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> lo que es<br />

el respeto mutuo, ni se compren<strong>de</strong> que para establecer la libertad fecunda es preciso que<br />

los pueblos se acostumbren [266] a dos esclavitu<strong>de</strong>s, a la <strong>de</strong> las leyes y a la <strong>de</strong>l trabajo.<br />

A excepción <strong>de</strong> tres docenas <strong>de</strong> personas... no pongo sino tres docenas... los españoles<br />

que más gritan pidiendo libertad entien<strong>de</strong>n que esta consiste en hacer cada cual su santo<br />

gusto y en burlarse <strong>de</strong> la autoridad. En una palabra, cada español, al pedir libertad,<br />

reclama la suya, importándole poco la <strong>de</strong>l prójimo...<br />

-Luego usted -dijo D. Felicísimo, que ya había recobrado la fijeza pétrea <strong>de</strong> su<br />

rostro- no es liberal al modo <strong>de</strong> acá.<br />

-Lo soy al modo mío, según mi i<strong>de</strong>a, y creo que estos principios, aprendidos don<strong>de</strong><br />

no son sólo principios sino hechos, prevalecerán en todo el mundo y conquistarán todas<br />

las tierras incluso España; pero cuando me <strong>de</strong>tengo a calcular el tiempo que tardaremos<br />

en ser conquistados, me confundo, me mareo, porque todos los años me parecen pocos<br />

para tan gran<strong>de</strong> obra. De aquí mi escepticismo, que no es realmente escepticismo, sino<br />

tristeza. Creo en la libertad porque he visto sus frutos en otras partes; pero no creo que<br />

esa misma libertad pueda darlos allí don<strong>de</strong> hay poquísimos liberales y <strong>de</strong> estos la mayor<br />

parte lo son <strong>de</strong> nombre. España tiene hoy la controversia en los labios, una aspiración<br />

vaga en la mente, cierto instinto ciego <strong>de</strong> mudanza; [267] pero el <strong>de</strong>spotismo está en su<br />

corazón y en sus venas. Es su naturaleza, es su humor, es la herencia leprosa <strong>de</strong> los<br />

siglos que no se cura sino con medicina <strong>de</strong> siglos. He visto hombres que han predicado<br />

con elocuencia las i<strong>de</strong>as liberales, que con ellas han hecho revoluciones y con ellas han<br />

gobernado. Pues bien, esos han sido en todos sus actos déspotas insufribles. Aquí es<br />

déspota el ministro liberal, déspota el empleado, el portero y el miliciano nacional; es<br />

tiranuelo el periodista, el muñidor <strong>de</strong> elecciones, el juntero <strong>de</strong> pueblo y el que grita por<br />

las calles himnos y bravatas patrióticas. La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> libertad entrando súbitamente aquí a<br />

principios <strong>de</strong>l siglo nos dio fórmulas, discursos, modificó algo las inteligencias; pero<br />

¡ay!, los corazones siguen perteneciendo al absolutismo que los crió. Mientras no se<br />

modifiquen los sentimientos, mientras la envidia que aquí es como una segunda<br />

naturaleza, no ceda su puesto al respeto mutuo, no habrá liberta<strong>de</strong>s. Mientras el amor al<br />

trabajo no venza los bajos apetitos y el prurito <strong>de</strong> vivir a costa ajena no habrá liberta<strong>de</strong>s.<br />

No habrá liberta<strong>de</strong>s mientras no concluya lo que se llama sobriedad española que es la<br />

holgazanería <strong>de</strong>l cuerpo y <strong>de</strong>l espíritu alimentada por la rutina; porque las pasiones<br />

sanguinarias, la envidia, la ociosidad, [268] el vivir <strong>de</strong> limosna, el esperarlo todo <strong>de</strong>l<br />

suelo fértil o <strong>de</strong> la piedad <strong>de</strong> los ricos, el anhelo <strong>de</strong> someter al prójimo, la ambición <strong>de</strong><br />

sueldo y <strong>de</strong> <strong>de</strong>stinos para tener alguien sobre quien machacar, no son más que las<br />

distintas caras que toma el absolutismo, el cual se manifiesta según las eda<strong>de</strong>s, ya servil<br />

y rastrero, ya levantisco y alborotado.<br />

-Según eso -dijo D. Felicísimo que empezaba a estar algo confuso-, usted consi<strong>de</strong>ra a<br />

nuestro país inepto para las liberta<strong>de</strong>s. Por consiguiente, como no pue<strong>de</strong> haber más que<br />

dos clases <strong>de</strong> gobiernos y el liberal es imposible, tenemos que aceptar el absoluto.<br />

-No -replicó el otro-, porque una ley ineludible arrastrará, mal <strong>de</strong> su agrado, a<br />

España por el camino que ha tomado la civilización. La civilización ha sido en otras<br />

épocas conquista, privilegios, conventos, fueros, obediencia ciega, y España ha<br />

marchado con ella en lugar eminente; hoy la civilización tan constante en la mudanza <strong>de</strong><br />

sus medios como en la fijeza <strong>de</strong> sus fines, es trabajo, industria, investigación, igualdad,


<strong>de</strong>rechos, y no hay más remedio que seguir a<strong>de</strong>lante con ella, bien a la cabeza, bien a la<br />

cola. España se pone las sandalias, toma su palo y anda: seguramente andará a<br />

trompicones, cayendo y levantándose a cada paso; pero andará. El absolutismo [269] es<br />

una imposibilidad, y el liberalismo es una dificultad. A lo difícil me atengo, rechazando<br />

lo imposible. Hemos <strong>de</strong> pasar por un siglo <strong>de</strong> tentativas, ensayos, dolores y<br />

convulsiones terribles.<br />

-¡Un siglo!<br />

-Sí, y esta es la causa <strong>de</strong> mi tristeza. Yo me encuentro en la mitad <strong>de</strong> mi vida. He<br />

trabajado mucho por la i<strong>de</strong>a salvadora; pero ya me siento fatigado y me reconozco sin<br />

fuerzas para esta labor inmensa que será cada día mayor. Otros vendrán que arrimen el<br />

hombro a tan terrible carga. Yo no puedo más. Las circunstancias en que me encuentro,<br />

solo, sin familia, lleno <strong>de</strong> tedio y viendo cuán poco hemos a<strong>de</strong>lantado en la cuarta parte<br />

<strong>de</strong> un siglo, me <strong>de</strong>saniman atrozmente. Reconozco que cuanto <strong>de</strong> mis fuerzas <strong>de</strong>pendía<br />

ya lo hice; está mi conciencia tranquila y me retiro. Hasta ahora yo no he vivido para mí<br />

ni un solo día. Llega la hora en que me es necesario vivir un poco para mí. No<br />

obteniendo gloria ni siquiera éxito, el sacrificio <strong>de</strong> mi existencia a un i<strong>de</strong>al sería estéril;<br />

pues vivamos, vivamos siquiera un poco y <strong>de</strong>scansemos. Sobre las ruinas <strong>de</strong> mis<br />

quiméricas ambiciones se levanta hoy una ambición gran<strong>de</strong>, potente, la ambición <strong>de</strong> ser<br />

feliz, tener una familia y vivir <strong>de</strong> los afectos puros, humil<strong>de</strong>s, domésticos. [270] ¡Es tan<br />

dulce no ser nada para el público y serlo todo para los nuestros! Apartado <strong>de</strong> todo lo que<br />

es política, <strong>de</strong>seando el olvido, miro a todas partes buscando un rincón en que ocultarme<br />

y a don<strong>de</strong> no llegue el fragor <strong>de</strong> la lucha.<br />

D. Felicísimo movía la cabeza, sonriendo. Creía firmemente que el caballero, su<br />

amigo y cliente, tenía la cabeza vacía <strong>de</strong> lo que llaman seso, ¿pues qué mayor locura, en<br />

aquellos agitados días, que no ser apostólico, ni absolutista, ni siquiera liberal?<br />

Ya iba a <strong>de</strong>cir algo muy ingenioso sobre esta enfermiza manía <strong>de</strong> no ser nada,<br />

absolutamente nada, cuando entró Pipaón y estrechando con ímpetu amistoso la mano<br />

<strong>de</strong>l caballero, le dijo:<br />

-Enhorabuenas mil, queridísimo amigo. Vengo <strong>de</strong> ver a su Excelencia, que ya ha<br />

leído las cartas que trajiste <strong>de</strong>l Sr. D. Alejandro Aguado, marqués <strong>de</strong> las Marismas, y <strong>de</strong><br />

su parte te aseguro que pue<strong>de</strong>s vivir aquí tan libremente como en el mismo París o<br />

Londres. El Sr. Aguado es, como soberano absoluto <strong>de</strong>l dinero, una potencia <strong>de</strong> primer<br />

or<strong>de</strong>n, una autoridad indiscutible; ahora bien: consi<strong>de</strong>rando que el mencionado Sr.<br />

Aguado (Pipaón no abandonaba jamás su estilo <strong>de</strong> expediente) garantiza bajo su palabra<br />

<strong>de</strong> oro que vienes [271] exclusivamente con la misión <strong>de</strong> comprarle cuadros para su rica<br />

galería, y a<strong>de</strong>más a asuntillos tuyos que nada tienen que ver con la política, se ha dado<br />

cuenta a S. M. <strong>de</strong> todo lo actuado y S. M. se ha servido disponer que no se te moleste en<br />

lo más mínimo. Tendreislo entendido, y ahora, discreto amigo, ruégote que adoptes tu<br />

verda<strong>de</strong>ro nombre y vengas a comer conmigo a mi casa, don<strong>de</strong> encontrarás personas<br />

que más <strong>de</strong>sean verte que escribirte...<br />

El caballero se levantó y muy gozoso dijo:<br />

-Confío sin vacilar en la libertad que se me ofrece y recobro mi nombre.


- XXVII -<br />

Tenía sus papeles en regla, pasaporte, partida <strong>de</strong> bautismo, a más <strong>de</strong> otros<br />

documentos importantes, y aquel mismo día se celebró la escritura para llevar a<strong>de</strong>lante<br />

lo pactado con D. Felicísimo, asistiendo a este acto solemne, como notario, el licenciado<br />

Lobo, a quien conocemos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace veinticuatro años. Por la tar<strong>de</strong> Pipaón se llevó al<br />

amigo a su casa, don<strong>de</strong> le obsequió bizarramente con suntuosa comida, [272] cigarros<br />

exquisitos y licores <strong>de</strong> primera. Esta esplendi<strong>de</strong>z y el lujo <strong>de</strong> la vivienda en que estaba<br />

admiraron mucho al convidado, que no podía menos <strong>de</strong> traer a la memoria la humildad<br />

con que el Sr. Bragas dio los primeros pasos en la carrera <strong>de</strong> covachuelista. El medro<br />

había sido grandísimo y el aprovechamiento tan colosal, que allí podrían tomar<br />

lecciones cuantas hormigas hay en el mundo.<br />

Los dos camaradas charlaron <strong>de</strong> lo lindo sobre cosas diversas, pero especialmente<br />

sobre el <strong>de</strong>stino y vicisitu<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l amigo que por tanto tiempo había estado ausente <strong>de</strong><br />

España y envuelto en misterios. Las preguntas sucedían a las preguntas y las<br />

explicaciones a las explicaciones, y no fue todo paz y concordia en su interesante<br />

diálogo, porque a lo mejor <strong>de</strong> él hubo peligro <strong>de</strong> que los ánimos se soliviantaran dando<br />

al traste con la amistad y buena armonía que son compañeras inseparables <strong>de</strong> una serie<br />

<strong>de</strong> buenos platos. Parece ser que el amigo había enviado a Pipaón, durante los últimos<br />

años, todas las cartas que tenía que dirigir a Madrid. El objeto <strong>de</strong> esta mediación era que<br />

el diestro cortesano salvara <strong>de</strong> las asechanzas <strong>de</strong> la policía en Correos una<br />

correspon<strong>de</strong>ncia inocente en que nada se hablaba <strong>de</strong> política. Así lo hizo durante algún<br />

tiempo; pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mediados <strong>de</strong>l 29, don [273] Juan Bragas, que en las cosas privadas<br />

lo mismo que en las públicas había <strong>de</strong> mostrar la doblez y bajeza <strong>de</strong> su carácter, abusó<br />

<strong>de</strong> la confianza <strong>de</strong>l emigrado <strong>de</strong>jando <strong>de</strong> entregar algunas <strong>de</strong> sus cartas a la persona a<br />

quien se dirigían, para dárselas a otra.<br />

La cuestión <strong>de</strong> las cartas salió, pues, a relucir en la mesa, y Pipaón que en frescura y<br />

<strong>de</strong>más dotes para el fingimiento no tenía rival en el mundo, se <strong>de</strong>senvolvió<br />

gallardamente <strong>de</strong> aquel compromiso. Su sofistería, sus protestas <strong>de</strong> amistad, auxiliadas<br />

<strong>de</strong> su serenidad hacían quiebros admirables, y no se <strong>de</strong>jaba él coger en mentira aunque<br />

la lógica misma se encargara <strong>de</strong> acometerle.<br />

-Pue<strong>de</strong>s estar seguro, amigo Salvador -le <strong>de</strong>cía-, <strong>de</strong> que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Octubre <strong>de</strong>l 29 no he<br />

recibido ningún paquete tuyo. Si lo recibiera, tonto, ¿para qué lo quería yo? ¿De qué<br />

podrían valerme tus cartas, no trayendo nada <strong>de</strong> política?, y aunque trajeran algo,<br />

hombre, aunque fuera cada letra <strong>de</strong> ellas una bomba explosiva, ¿me crees capaz <strong>de</strong><br />

ven<strong>de</strong>r a un amigo <strong>de</strong> la infancia?, ¿me crees capaz <strong>de</strong> abusar indignamente <strong>de</strong> tu<br />

confianza?, ¿me crees capaz <strong>de</strong> violar el sacratísimo misterio <strong>de</strong> la correspon<strong>de</strong>ncia...?<br />

¡Oh!, no me <strong>de</strong>s a enten<strong>de</strong>r que hay en ti, no digo sospecha, pero ni siquiera un átomo<br />

<strong>de</strong> sospecha, porque nace [274] en mí cierta indignación terrible que me hará olvidar la<br />

amistad, la consi<strong>de</strong>ración; me <strong>de</strong>svanezco, me exalto, me sulfuro... No, tú no pue<strong>de</strong>s<br />

tener <strong>de</strong> mí tan baja opinión, tú bromeas, tú has perdido la memoria <strong>de</strong> mis buenas<br />

partes, y allá en la emigración has olvidado lo arraigada que está la hidalguía en pechos<br />

españoles.


El amigo no se convenció con estas vehementes razones; pero no queriendo volver<br />

sobre lo pasado, <strong>de</strong>jó aquel tema para tomar otro. Apremiado por Bragas, contó lo más<br />

notable <strong>de</strong> su vida durante las largas ausencias, extendiéndose mucho en los dramáticos<br />

sucesos <strong>de</strong> su expedición a Cataluña, durante la insurrección apostólica <strong>de</strong> este país.<br />

Pasmado lo oía todo el buen cortesano, y cuando su amigo llegaba a narrar un peligro<br />

extraordinario o el acometimiento <strong>de</strong> alguna aventura terrible temblaba y sudaba como<br />

si él mismo se sintiera empeñado en aquellos gran<strong>de</strong>s riesgos y compromisos; tal verdad<br />

e interés había en la relación.<br />

Ya estaba en los postres, cuando Pipaón, oído el relato <strong>de</strong>l convidado contó a su vez<br />

los chascos que él (Pipaón) y otra persona (Jenara) se habían llevado en Madrid,<br />

creyendo ver al buen amigo en cada uno <strong>de</strong> los individuos que sucesivamente iba<br />

<strong>de</strong>teniendo [275] la policía por creerlos emisarios <strong>de</strong> Mina o Valdés.<br />

-Como no recibíamos cartas tuyas -dijo-, y en tanto los emigrados se agitaban en<br />

París y en Londres, siempre que teníamos noticia <strong>de</strong> la llegada misteriosa <strong>de</strong> algún<br />

conspirador, creíamos que eras tú. En Gracia y Justicia me enteraba yo <strong>de</strong> los soplos <strong>de</strong><br />

la policía, y... francamente, como siempre tuviste afición a zurcir volunta<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

revolucionarios y preparar sediciones... no levantaban una pieza los buenos po<strong>de</strong>ncos <strong>de</strong><br />

la Superinten<strong>de</strong>ncia, sin que Jenara y yo dijéramos: «él es». Cuando Espronceda vino y<br />

se escondió por unas horas en la Trinidad, creímos que eras tú. ¿Llegó un tipo, un no sé<br />

quién y estuvo tres días en la botica <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Hortaleza?... pues eras tú. ¿Hablose<br />

<strong>de</strong> otro que se metió en el guardamangier <strong>de</strong> Palacio y que luego resulto ser un<br />

choricero perseguido por haber dado unos palos?... pues tú. ¿Súpose por los serenos que<br />

un hombre encopetado había entrado a <strong>de</strong>shora varias noches en casa <strong>de</strong> Olózaga?...<br />

pues tú. Pero el más gracioso engaño <strong>de</strong> todos es el que pa<strong>de</strong>ció nuestra paisanita<br />

durante la prisión <strong>de</strong> Olózaga, engaño en el cual no he tenido parte ni responsabilidad.<br />

Ella sobornó carceleros y compró mequetrefes <strong>de</strong> cárcel <strong>de</strong> esos que [276] traen y llevan<br />

recados. Esta gente sirve bien, como an<strong>de</strong>n las onzas por medio, y lo prueba la evasión<br />

<strong>de</strong> Olózaga. Pues bien. En el torreón <strong>de</strong> la Villa había un preso a quien daban el nombre<br />

<strong>de</strong> Escoriaza, el cual unas veces atribuía su encerramiento a cosas <strong>de</strong> mujeres, y otras a<br />

tramas políticas. Intrigando para salvar a Olózaga, nuestra amiga, cuyo corazón es tan<br />

gran<strong>de</strong> como su entendimiento, se interesaba por el misterioso Escoriaza, creyendo... no<br />

podía faltar la muletilla... creyendo que eras tú. Él recibió recados y dineros,<br />

comprendió que había un engaño y lo sostuvo hábilmente. En fin, querido, a la postre<br />

resultó ser ese raterillo a quien llaman Can<strong>de</strong>las, que si Dios no lo remedia, pasará a la<br />

posteridad por sus hazañas. Mira, Salvador, cuando lo supe, estuve riéndome dos<br />

horas... Por último, al cabo <strong>de</strong> tantas equivocaciones vino la verdad, y la sin par<br />

Generosa, que te buscaba en todas partes, te encontró <strong>de</strong> improviso en su propia casa, en<br />

casa <strong>de</strong> D. Felicísimo. Y fue <strong>de</strong> la manera más inesperada y más teatral. Un día vio<br />

sobre la mesa <strong>de</strong> Carnicero una carta para D. Jaime Servet, nombre que usaste en<br />

Cataluña, según nos dijo el marqués <strong>de</strong> Falfán <strong>de</strong> los Godos, que te encontró en<br />

Canfranc cuando volvías sano y salvo a Francia. Al punto Jenara... ya sabes que es un<br />

fuego [277] vivo <strong>de</strong> actividad y <strong>de</strong> impaciencia... corrió a la posada <strong>de</strong>l Dragón... ¡Qué<br />

<strong>de</strong>sgracia!, no estabas... Pasaron días. La carta para ti volvió a la mesa <strong>de</strong> D. Felicísimo<br />

don<strong>de</strong> ha estado dos meses esperándote. Pero ayer nuestra amiga sintió una voz en el<br />

<strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> Carnicero; ella y Micaela se acercaron, entreabrieron la puerta, miraron...<br />

Eras tú, tú mismo, real, verda<strong>de</strong>ro, efectivo. Jenara se <strong>de</strong>smayó en el pasillo y Micaela y<br />

yo la llevamos a su cuarto, don<strong>de</strong> sin más medicina que un vasito <strong>de</strong> agua, volvió en sí y<br />

<strong>de</strong> repente me dijo entre riendo y llorando: «Ha engrosado bastante ese badulaque...». Y


en conclusión, chico, esta tar<strong>de</strong> tendrás el gusto <strong>de</strong> verla, porque para eso estás aquí y<br />

para eso te he convidado <strong>de</strong> acuerdo con ella, y ya...<br />

El cortesano miró el reló (17) , añadiendo con socarronería:<br />

-No, no es hora todavía... ¿Llevarás a mal lo que he hecho? ¡Qué <strong>de</strong>monios! Si<br />

supieras el interés que tiene por ti... Te quiere como a un hijo.<br />

Salvador no dijo cosa alguna concreta acerca <strong>de</strong> este inopinado amor <strong>de</strong> madre que la<br />

señora le tenía, y volviendo al tema pasado riose mucho <strong>de</strong> los lances cómicos ocurridos<br />

con su supuesta persona, y principalmente <strong>de</strong> haber sido confundido con dos hombres<br />

que [278] habían <strong>de</strong> ser pronto celebrida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l siglo, si bien <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n muy distinto,<br />

Espronceda y Can<strong>de</strong>las. Dijo luego que al volver a Francia <strong>de</strong> vuelta <strong>de</strong> Cataluña, había<br />

seguido ayudando a Mina en sus planes; pero que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la intentona <strong>de</strong>l año 30, había<br />

cesado en sus trabajos, renunciando para siempre y con <strong>de</strong>cidido propósito a la política.<br />

Des<strong>de</strong> que tal resolución tomó, habíase aplicado a buscar los medios <strong>de</strong> volver<br />

libremente a España, don<strong>de</strong> le llamaban afectos nobles y una regular herencia por<br />

recoger. Tuvo la suerte entonces <strong>de</strong> conocer a D. Alejandro Aguado, el cual le empleó<br />

en diferentes comisiones en Bélgica e Inglaterra. Sirvió con celo y habilidad al<br />

banquero, y el banquero se encargó <strong>de</strong> abrirle las puertas <strong>de</strong> España. Quiso traerle<br />

cuando vino Rossini en Marzo <strong>de</strong>l 31; pero entonces no fue posible. A la vuelta <strong>de</strong><br />

Aguado a Francia, el célebre contratista dio a Salvador el encargo <strong>de</strong> reunirle cuadros<br />

para su afamada colección (que hoy pue<strong>de</strong> admirarse en el Louvre), y para esto, y para<br />

hacerle posible la resi<strong>de</strong>ncia en España, escribió en su obsequio cartas <strong>de</strong><br />

recomendación <strong>de</strong> esas que todos los obstáculos allanan y vencen dificulta<strong>de</strong>s que al oro<br />

mismo son rebel<strong>de</strong>s. Aguado era el prestamista <strong>de</strong>l Tesoro español y tenía en su mano la<br />

fortuna pública y gran parte <strong>de</strong> la [279] privada <strong>de</strong> esta nación venturosísima. Por estas<br />

causas sus relaciones en Madrid eran sólidas y su firma como una especie <strong>de</strong> fórmula<br />

abreviada <strong>de</strong>l Evangelio.<br />

D. Felicísimo había tenido a principios <strong>de</strong> 1831 correspon<strong>de</strong>ncia con Aguado, con<br />

motivo <strong>de</strong> ciertos negocios <strong>de</strong> los Santos Lugares que este arregló en París y Roma.<br />

Concluidas y zanjadas las cuentas a gusto <strong>de</strong> ambos, lo mismo el banquero que el<br />

agente eclesiástico <strong>de</strong>seaban ocasión <strong>de</strong> servirse mutuamente, y como en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong><br />

Carnicero obraba todavía una cantidad, resto <strong>de</strong> la negociación realizada y <strong>de</strong> la cual<br />

<strong>de</strong>bía disponer Aguado, este suplicó a su amigo la entregase al Sr. D. Jaime Servet, su<br />

amigo y corresponsal que llegaría a Madrid en época concertada. Reservadamente<br />

enteraba Aguado a Carnicero <strong>de</strong> quién era este Servet y <strong>de</strong> su verda<strong>de</strong>ro nombre y la<br />

herencia y los cuadros y los propósitos pacíficos que llevaba a Madrid, por lo cual<br />

esperaba que le ayudase en todo. Con esto y con las cartas que Salvador trajo para<br />

Calomar<strong>de</strong>, Varela, Ballesteros y la Reina Cristina, no fue difícil que al llegar a Madrid<br />

<strong>de</strong>jase su falso nombre, entrando en el pleno goce <strong>de</strong> lo que podría llamarse <strong>de</strong>rechos<br />

civiles y que era en realidad tolerancia o benignidad <strong>de</strong>l gobierno absoluto. La carta<br />

para [280] Cristina, que entregó el primer día, fue como es <strong>de</strong> suponer eficacísima, y<br />

todo lo <strong>de</strong>más se le hizo fácil. Ya tenemos noticia <strong>de</strong> las buenas disposiciones <strong>de</strong><br />

Carnicero, el cual miraba al Sr. Aguado como a un Dios; pues en aquel espíritu el furor<br />

apostólico no excluía la adoración <strong>de</strong> becerros <strong>de</strong> oro con todos los servilismos que esta<br />

religiosidad insana trae consigo.


Ya habían concluido <strong>de</strong> comer y estaban <strong>de</strong> sobremesa fumando excelentes puros,<br />

cuando sonó la campanilla, y Pipaón dijo a su amigo:<br />

-Me parece que ya está ahí. Es puntual como la hora triste.<br />

Salvador hizo una pregunta interesante por <strong>de</strong>más, a la cual contestó el tunante <strong>de</strong><br />

Pipaón con sonrisa maliciosa y en voz tan baja que el narrador se quedó en ayunas. Es<br />

evi<strong>de</strong>nte que la pregunta se refería a la señora que en aquel momento llamaba a la<br />

puerta, y también lo es que Pipaón contestó con un nombre. Lo único que pudimos<br />

percibir <strong>de</strong> este oscurísimo coloquio fue la observación <strong>de</strong> Salvador, diciendo:<br />

-Me lo figuré... le vi en Francia... ¡qué cosas!<br />

Era ella en efecto. Salvador, <strong>de</strong>jando a su amigo, fue a la sala, don<strong>de</strong> la encontró <strong>de</strong><br />

pie, fijos los ojos en la puerta. Se saludaron [281] con afecto, <strong>de</strong>mostrándose el uno al<br />

otro sentimientos <strong>de</strong> amistad y alegría por verse <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tanto tiempo. En ella había<br />

cierto alborozo <strong>de</strong>l alma que luchaba por encerrarse en el círculo <strong>de</strong> lo que se llama<br />

satisfacción en lenguaje <strong>de</strong> urbanidad, y en él había frialda<strong>de</strong>s que se mostraban <strong>de</strong><br />

improviso, rompiendo el velo <strong>de</strong> expresiones convencionales con que las quería cubrir.<br />

Ella estaba turbada, tan turbada que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> los primeros saludos <strong>de</strong>cía una cosa por<br />

otra; él no parecía muy sereno, pero se recobró antes que ella y fue <strong>de</strong> los dos el primero<br />

que rió. ¡Sabe Dios cuál sería el último!<br />

La discreción que en el uno emanaba naturalmente <strong>de</strong>l <strong>de</strong>samor y en la otra <strong>de</strong>l<br />

remordimiento, les llevó a una conversación en que ni por inci<strong>de</strong>ncia se tocó ningún<br />

punto <strong>de</strong> la vida pasada <strong>de</strong> ambos. Hablaron <strong>de</strong>l tiempo y <strong>de</strong> política, los dos temas<br />

obligados en toda reunión don<strong>de</strong> no hay nada <strong>de</strong> que hablar. Allí parecía más bien que<br />

ella y él temían abordar otros asuntos. Lo único que se permitió Jenara fuera <strong>de</strong> los<br />

lugares comunes <strong>de</strong> la política y el tiempo, fue algunas exhortaciones que <strong>de</strong>mostraban<br />

bastante interés por el que fue su amigo.<br />

-No te fíes <strong>de</strong> esta gente, ni <strong>de</strong> la buena acogida que te han hecho -le dijo-. Esta [282]<br />

canalla es más temible cuanto más halaga, y cuando parece que perdona es que prepara<br />

el golpe <strong>de</strong> muerte. La protección <strong>de</strong> la Reina Cristina, que tanto consi<strong>de</strong>ra al Sr.<br />

Aguado, te servirá <strong>de</strong> mucho mientras haya tal Reina; pero, hijo, aquí no hay nada<br />

seguro; estamos sobre un abismo. Al Rey le repiten ya con más frecuencia los ataques<br />

<strong>de</strong> gota y el mejor día nos quedamos sin él. Ya supones lo que pasará en la botella <strong>de</strong><br />

cerveza el día que le falte el corcho. Muerto el Rey, adiós Reina y Roque; se armará<br />

aquí una marimorena <strong>de</strong> todos los <strong>de</strong>monios, y el bando apostólico será dueño <strong>de</strong>l reino<br />

y nos hará gustar las <strong>de</strong>licias <strong>de</strong>l gobierno <strong>de</strong> Cafrería. Como no me resigno a que me<br />

gobiernen a la africana, tengo todo preparado para marchar en cuanto haya síntomas; así<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> que el Rey cojea <strong>de</strong>l pie izquierdo, ya me tienes haciendo las maletas. Prepárate<br />

tú también, y no te fíes <strong>de</strong> la protección <strong>de</strong> Cristina, un ídolo a quien <strong>de</strong>rribará <strong>de</strong> su<br />

pe<strong>de</strong>stal el último suspiro <strong>de</strong>l Rey.<br />

Salvador, conviniendo en muchas <strong>de</strong> estas apreciaciones respondió que por nada <strong>de</strong>l<br />

mundo volvería a la emigración, y que resuelto a huir <strong>de</strong> la política, esperaba que nadie<br />

le molestaría. No queda duda alguna <strong>de</strong> que la hermosa dama, al oírle hablar tenía en su<br />

alma [283] eso que no se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>signar sino diciendo que estaba agobiada bajo un<br />

formidable peso. Claramente <strong>de</strong>cían sus ojos que tras <strong>de</strong> la fórmula artificiosa y vana


que articulaban los labios, había una reserva <strong>de</strong> palabras verda<strong>de</strong>ras que al menor<br />

<strong>de</strong>scuido <strong>de</strong> la voluntad saldrían en torrente diciendo lo que ellas solas sabían <strong>de</strong>cir. Que<br />

se echara fuera, por capricho o audacia, una palabra sola y las <strong>de</strong>más saldrían vibrando<br />

con el sentimiento que las nutría. Por un instante se habría creído que el volcán (<strong>de</strong>mos<br />

al fenómeno referido su nombre platónico convencional) llegaba al momento supino <strong>de</strong><br />

la erupción echando fuera su lava y su humo. Salvador tembló al ver con cuánto afán,<br />

digno <strong>de</strong> mejor motivo, contaba la señora las varillas <strong>de</strong> su abanico, pasándolas entre los<br />

<strong>de</strong>dos cual si fueran cuentas <strong>de</strong> rosario, y mirándolo y remirándolo como si él también<br />

hablase. Después la dama alzó los ojos que tenía empañados, cual si fluctuara sobre<br />

aquel cielo azul la niebla <strong>de</strong>l lloriqueo, y echando sobre su amigo una mirada que era<br />

más bien explosión <strong>de</strong> miradas, <strong>de</strong>splegó los labios, empezó una sílaba y se la tragó en<br />

seguida juntamente con otras muchas, que estaban entre los lindos dientes esperando<br />

vez. La señora se sometió a sí misma con formidable tiranía y en vez <strong>de</strong> aquello que iba<br />

a <strong>de</strong>cir no dijo más que esto: [284]<br />

-Hoy me han regalado una cesta <strong>de</strong> albaricoques.<br />

A esta noticia insignificante contestó Monsalud diciendo que a él le gustaban poco<br />

los albaricoques, y que <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> un racimo <strong>de</strong> uvas no se podía poner ninguna otra<br />

especie <strong>de</strong> fruta. Con esto se empeñó un eruditísimo coloquio sobre cuáles eran las<br />

mejores frutas, <strong>de</strong>fendiendo la señora con argumento irrebatible el melón <strong>de</strong> Añover y<br />

los albaricoques <strong>de</strong> Toledo, pasando la conversación a los Cigarrales, y por último a D.<br />

Benigno Cor<strong>de</strong>ro, a cuya obsequiosa amistad <strong>de</strong>bía Jenara la cestilla mencionada.<br />

Entonces el otro dio en hacer pregunta tras pregunta sobre la honrada familia <strong>de</strong>l<br />

encajero, y Jenara dio en respon<strong>de</strong>rle con malísima gana y con tanta avaricia <strong>de</strong> palabras<br />

como liberalidad <strong>de</strong> movimientos para darse aire con el abanico. Creeríase que se estaba<br />

azotando el seno para castigarle <strong>de</strong> haber engrosado más <strong>de</strong> la cuenta, y así todos los<br />

faralanes (18) <strong>de</strong> su vestido en aquella parte se agitaban como flámulas y gallar<strong>de</strong>tes en<br />

día <strong>de</strong> festejo y <strong>de</strong> temporal. De repente la señora cortó la conversación diciendo:<br />

-Son las seis y Micaelita me espera para ir al Prado. Yo estoy libre también; ya me<br />

ha dicho hoy D. Felicísimo por encargo <strong>de</strong>l esposo [285] <strong>de</strong> la jorobada (Calomar<strong>de</strong>)<br />

que se acabó la tontería <strong>de</strong> mi persecución.<br />

Salvador manifestó alegrarse mucho <strong>de</strong> aquella franquicia, y no dijo sino palabras<br />

convencionales y frías para retener a la dama en la visita. También habló <strong>de</strong> su próximo<br />

viaje a Toledo. Ella se levantó, y sus bellos ojos ya no echaban <strong>de</strong> sí sentimientos<br />

amorosos sino un chisporroteo <strong>de</strong> orgullo. Despidiose secamente diciéndole: «Nos<br />

veremos otro día» y se retiró majestuosa, como soberana que no sabe lo que es abdicar y<br />

antes consentirá en equivocarse mil veces que en ce<strong>de</strong>r una sola.<br />

- XXVIII -<br />

A principios <strong>de</strong> Setiembre todavía el benignísimo D. Benigno no había podido<br />

allanar aquel endiablado obstáculo <strong>de</strong> los papeles. El agente no contestaba nada <strong>de</strong><br />

provecho, y todo era dilaciones, por lo cual Cor<strong>de</strong>ro, que ya iba perdiendo la paciencia,


<strong>de</strong>terminó hacer un viaje a Madrid para comunicar algo <strong>de</strong> su inquietud y <strong>de</strong> su prisa al<br />

Sr. Carnicero. El héroe había resuelto encontrar los papeles, aunque tuviera que ir por<br />

ellos a la misma [286] villa <strong>de</strong> La Bañeza o al fin <strong>de</strong>l mundo. Así lo dijo al partir,<br />

<strong>de</strong>spidiéndose para poco tiempo.<br />

Dos días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su partida estaba Sola en una <strong>de</strong> las piezas altas, ocupada, por<br />

más señas, en pegar botones a una camisa <strong>de</strong> su futuro esposo, cuando recibió aviso <strong>de</strong><br />

que un señor acababa <strong>de</strong> llegar a la finca y <strong>de</strong>seaba hablar con la señorita.<br />

Comprendiendo al punto quién era, Sola se quedó como estatua, sin habla, sin i<strong>de</strong>as en<br />

la cabeza, sin sangre en las venas, sintiendo una alegría disparatada, que al mismo<br />

tiempo era pena muy viva, y miedo y cortedad <strong>de</strong> genio. Ella sabía quién era el<br />

visitante; se lo <strong>de</strong>cía aquel mismo azoramiento súbito en que estaba y el horrible salto<br />

<strong>de</strong> su corazón alarmado. Había tenido noticia por D. Benigno, dos semanas antes, <strong>de</strong> la<br />

aparición <strong>de</strong> Salvador en Madrid, pa<strong>de</strong>ciendo con esto un trastorno general en sus i<strong>de</strong>as.<br />

Pocos días <strong>de</strong>spués había recibido una carta <strong>de</strong>l mismo anunciándole visita, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />

recibiera la carta el barullo <strong>de</strong> sus i<strong>de</strong>as y la estupefacción <strong>de</strong> su alma habían<br />

aumentado. Gran<strong>de</strong>s cosas se preparaban sin duda, anunciándose en la infeliz joven con<br />

sentimientos <strong>de</strong> miedo y espasmos <strong>de</strong> alegría. Armándose <strong>de</strong> valor, se dispuso a recibir<br />

al que un tiempo se llamó su hermano. Mientras se arreglaba un poco para presentarse a<br />

él, miró [287] por la ventana. Allá abajo, entre los olivos, había un caballo, sujeto por<br />

un muchacho <strong>de</strong> la casa. Era el caballo <strong>de</strong> él. La puertecilla <strong>de</strong> la huerta por don<strong>de</strong> se<br />

pasaba para llegar a la casa, estaba abierta. Él la había <strong>de</strong>jado abierta al pasar. En la<br />

salita baja se sentían pasos. Eran sus pasos.<br />

Sola bajó, apoyándose fuertemente en el barandal para no bajar <strong>de</strong> cabeza. Entró en<br />

la salita... ¡Qué grueso, qué moreno!... ¡tenía algunas canas!... Sola no pudo <strong>de</strong>cir nada y<br />

se <strong>de</strong>jó abrazar fuertemente.<br />

-¡Ay! -exclamó sintiéndose inerte entre los brazos <strong>de</strong> su hermano, que parecían <strong>de</strong><br />

hierro.<br />

Sola no se hacía cargo <strong>de</strong> nada. Estaba pálida y con los labios secos, muy secos. No<br />

se dio cuenta <strong>de</strong> que él se sentó en un sofá <strong>de</strong> paja, que era el principal adorno <strong>de</strong> la<br />

salita; no se dio cuenta <strong>de</strong> que él, tomándole las manos, la llevó al mismo sofá y la sentó<br />

allí como se sienta una muñeca; no se dio cuenta tampoco <strong>de</strong> que Salvador dijo:<br />

-Ya sé que no está D. Benigno; ¡cuánto lo siento!<br />

Sola no hacía más que mirarle asombrada, encontrándole grueso, no tan grueso que<br />

perdiera su gallardía <strong>de</strong> otros tiempos; asombrada <strong>de</strong> verle mucho más moreno y curtido<br />

que [288] antes y con algunas manchas <strong>de</strong> canas en el cabello.<br />

-¡Me miras las canas! -dijo él-. Estoy viejo, hermana, viejo <strong>de</strong>l todo. A ti te<br />

encuentro más guapa, más mujer, más saludable. Ya sé que eres tan buena como antes o<br />

más buena aún, si cabe. El marqués <strong>de</strong> Falfán me ha hablado mucho <strong>de</strong> ti, y me contó tu<br />

grave enfermedad. ¡Pobrecita! También sé que no has recibido mis cartas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace<br />

dos años, como no las recibió Falfán ni otros amigos míos. Es una traición <strong>de</strong> Bragas,<br />

aunque él jura y perjura que no ha recibido paquetes míos en mucho tiempo. La última<br />

carta que me escribiste la recibí en Inglaterra hace dos años. Después, yo escribía,<br />

escribía, y tú no me contestabas.


Hablaron un rato <strong>de</strong> aquel singular extravío <strong>de</strong> cartas, que no podía ser sino pillada<br />

<strong>de</strong> Pipaón, falaz intermediario; pero como ya el mal pasado no tenía remedio, <strong>de</strong>jaron<br />

<strong>de</strong> hablar <strong>de</strong> ello para ocuparse <strong>de</strong> cosas más vivas y más interesantes para uno y otro.<br />

-¡Cuántos años sin verte! -dijo él, mirándola <strong>de</strong> tan buena gana que bien se conocía<br />

el largo ayuno que <strong>de</strong> aquellas vistas habían tenido sus ojos.<br />

-El marqués <strong>de</strong> Falfán -repitió ella- que iba algunas veces a la tienda <strong>de</strong> D. Benigno<br />

y [289] siempre me hablaba <strong>de</strong> ti, me contó que pasando él la frontera cierto día <strong>de</strong>l año<br />

27 te encontró. Ibas a caballo disfrazado y te habías puesto el nombre <strong>de</strong> Jaime Servet.<br />

Este nombre se me quedó tan presente que lo dije muchas veces cuando estaba<br />

<strong>de</strong>lirando. Después <strong>de</strong> esto me escribiste <strong>de</strong>s<strong>de</strong> París. Un día que fuimos a ver entrar a la<br />

Reina Cristina a casa <strong>de</strong> Bringas, me dio Pipaón una carta tuya; fue la última. Poco<br />

<strong>de</strong>spués el marqués <strong>de</strong> Falfán me dijo que tenía ciertos indicios para creer que habías<br />

muerto.<br />

Salvador le contó luego a gran<strong>de</strong>s rasgos los principales sucesos <strong>de</strong> su vida en el<br />

período <strong>de</strong> ausencia, y le explicó las causas <strong>de</strong> su venida a España. Lo que más<br />

sorprendió a Sola <strong>de</strong> cuanto dijo su hermano fue aquel aborrecimiento a la política y al<br />

conspirar. Salvador le dijo:<br />

-Cuando el hombre se enamora <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su niñez <strong>de</strong> ciertas i<strong>de</strong>as, o sea <strong>de</strong> lo que<br />

llamamos i<strong>de</strong>ales... no sé si me entien<strong>de</strong>s... y se lanza a trabajar en ellos, se crea una<br />

vida artificial. Las ambiciones, la sed <strong>de</strong> gloria y el afán <strong>de</strong> todos los días la forman. Así<br />

pasa el tiempo y así consume el hombre las fuerzas <strong>de</strong> su alma en un combate con<br />

fantasmas. Cuando hay éxito, querida hermanita, cuando Dios dispone las cosas para<br />

que <strong>de</strong>terminados [290] hombres en <strong>de</strong>terminados países sean instrumento <strong>de</strong> planes<br />

provi<strong>de</strong>nciales, entonces la vida que he llamado artificial pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> serlo,<br />

mudándose en realidad hermosa. Pero cuando no hay éxito, cuando <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mucho<br />

<strong>de</strong>svarío hallamos que todo es quimera, sea por el tiempo, por el lugar o porque<br />

realmente no valemos para maldita <strong>de</strong> Dios la cosa, resulta uno <strong>de</strong> estos dos fenómenos:<br />

o la <strong>de</strong>sesperación o el recogimiento y el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> la vida vulgar, tranquila, compartida<br />

entre los afectos comunes y los <strong>de</strong>beres fáciles. Yo he querido optar por lo segundo, que<br />

es más natural. Un poeta hablando <strong>de</strong> estas cosas dijo: Es como una encina plantada en<br />

un vaso, la encina crece y el vaso se rompe. Yo creo que en la generalidad <strong>de</strong> los casos<br />

hay que <strong>de</strong>cir: El vaso es muy duro y la encina se seca, y este es el caso mío, querida.<br />

Sola dio un suspiro por único comentario.<br />

-La encina se seca -añadió Monsalud-. En mí se empezó a secar hace tiempo, y ya<br />

quedan en ella muy pocas ramas con vida; pero a su sombra ha nacido un árbol mo<strong>de</strong>sto<br />

que vivirá más y a falta <strong>de</strong> laureles dará frutos... Pronto tendré cuarenta años. ¡Si vieras<br />

tú qué efecto tan raro nos hace el vernos <strong>de</strong> cerca <strong>de</strong> esta edad y reconocer que no<br />

hemos vivido nada en tan larga juventud! Porque un [291] hombre pue<strong>de</strong> haber<br />

emprendido muchas cosas, haber estudiado, leído y haber querido a muchas mujeres, y<br />

sin embargo encontrarse el mejor día con la triste seguridad <strong>de</strong> no ser nada, ni saber<br />

nada, ni amar a nadie. Pronto empezaré a ser viejo. ¡Qué triste cosa es la vejez sin otros<br />

goces que las memorias <strong>de</strong> una juventud alborotada ni más compañía que el rastro que<br />

<strong>de</strong>jaron todos aquellos fantasmas y figurillas al convertirse en humo!... Se me figura que


compren<strong>de</strong>s esto perfectamente... ¿Pero a que no sabes cuál es ahora la aspiración <strong>de</strong> mi<br />

vida?<br />

-Ya me lo has dicho, no ser nada.<br />

-Pues aspiro a ser el vecino tal, <strong>de</strong> tal calle, <strong>de</strong> cual pueblo; nada más que un vecino,<br />

querida. ¿Crees que esto es fácil? Mira que no lo es. La vida errante me fatiga, la vida<br />

solitaria me entristece. Para ser vecino <strong>de</strong> tal calle es preciso fijarse y tener compañía<br />

que nos ate con cuerda <strong>de</strong> afectos y <strong>de</strong>beres. No hay nada que tan dulcemente abrume al<br />

hombre como el peso <strong>de</strong> un techo propio.<br />

Esta frase, dicha así como sentencia, conmovió a Sola hasta lo más profundo <strong>de</strong> su<br />

alma. Por un momento creyó que todo se volvía negro en su alre<strong>de</strong>dor.<br />

-¿Qué dices a esto? -le preguntó él-. Hace un año, hallándome en París curado ya <strong>de</strong><br />

[292] la manía <strong>de</strong>l vivir quimérico, y prendado <strong>de</strong> amores por la vida posible, por la<br />

vida que no temo llamar vulgar, te escribí, manifestándote lo que pensaba.<br />

-¡A mí! -exclamó Sola figurándose en el acto, como por inspiración divina, la carta<br />

que no había recibido, y viéndola toda letra por letra.<br />

-A ti... Ya sé que no la recibiste. Sería preciso <strong>de</strong>sollar vivo a Pipaón. En mi carta te<br />

consultaba, te pedía consejo. Fue aquel un tiempo en que tú te realzabas a mis ojos <strong>de</strong><br />

un modo nuevo y no iba mi pensamiento a ninguna parte sin tropezar contigo. Siempre<br />

había admirado yo tus virtu<strong>de</strong>s, siempre había sentido por ti un afecto entrañable; pero<br />

entonces todos los sueños <strong>de</strong> la vida posible venían a mi cerebro como envueltos en ti,<br />

quiero <strong>de</strong>cir que todas las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> esta nueva existencia y las imágenes <strong>de</strong> mi reposo y<br />

<strong>de</strong> mi felicidad futura se me presentaban como un contorno <strong>de</strong> tu cara. Esto es concluir<br />

por don<strong>de</strong> otros han empezado, esto es cosa <strong>de</strong> mozalbetes; pero los que no han sabido<br />

vivir la vida <strong>de</strong>l corazón cuando niños, la viven cuando viejos, y así...<br />

La miró un rato y viéndola perpleja, él que gustaba <strong>de</strong> expresar las cosas con<br />

prontitud y claridad, le dijo en un galanteo máximo [293] todo lo que tenía que <strong>de</strong>cirle.<br />

Sus palabras fueron estas.<br />

-Y así vengo a proponerte que nos casemos.<br />

Sola no estaba ya confusa sino espantada. Se mordía un labio y la yema <strong>de</strong> un <strong>de</strong>do.<br />

Se los mordía tan bien que a poco más arrojara sangre. Al mismo tiempo miraba al<br />

suelo, temerosa <strong>de</strong> mirar a otra parte. Su alma estaba, si es permitido <strong>de</strong>cirlo así, como<br />

una gran<strong>de</strong> y sólida torre que acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>splomarse sacudida por terremotos. No<br />

acertaba a pensar cosa alguna <strong>de</strong>rechamente, ni a concretar sus i<strong>de</strong>as para formar un<br />

plan <strong>de</strong> respuesta. Salvador le tomó una mano. Entonces ella, herida <strong>de</strong> súbito por no sé<br />

qué sentimiento, por el pudor, por la dignidad tal vez o quizás por el miedo retiró su<br />

mano y dijo:<br />

-Soy casada.<br />

-¡Tú!...


-Como si lo fuera. He dado mi palabra.<br />

-En Madrid me dijeron eso, como una sospecha. Yo creí que era falso.<br />

-Es cierto -dijo Sola que, recobrándose con gran esfuerzo, luchaba con sus lágrimas<br />

para que no salieran-. Si no hubieran ocurrido ciertos entorpecimientos, ya estaría<br />

casada con el mejor <strong>de</strong> los hombres.<br />

A Salvador tocó entonces el mor<strong>de</strong>rse el labio y la coyuntura <strong>de</strong>l índice <strong>de</strong> su mano<br />

[294] <strong>de</strong>recha. Sola invocó mentalmente a Dios, tomó fuerzas <strong>de</strong> su valeroso espíritu y<br />

<strong>de</strong> la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ber que era siempre su confortante más po<strong>de</strong>roso, y quiso dominar la<br />

situación haciendo el panegírico <strong>de</strong> su futuro esposo.<br />

-Hay un hombre -dijo-, a quien <strong>de</strong>bo la vida, <strong>de</strong> quien he sido hija cuando no tenía<br />

padre ni hermano. Siente por mí un respeto que yo no merezco y un cariño que no podré<br />

pagar con cien vidas mías. Cuantos miramientos, cuantas atenciones se puedan tener<br />

con una persona amada, ha tenido él para mí. Yo he pedido a Dios que me diera algo<br />

con que po<strong>de</strong>r pagar beneficios tan gran<strong>de</strong>s, y Dios ha puesto en mi corazón lo que me<br />

hacía falta. Ese hombre ha querido tener casas, tierras, criados para que yo fuera señora<br />

<strong>de</strong> todo, y él mío por toda la vida.<br />

Salvador miró por la ventana los árboles, la <strong>de</strong>liciosa paz y abundancia que todo<br />

aquel conjunto rústico expresaba. Sintió el corazón oprimido <strong>de</strong> pena y lleno <strong>de</strong> la noble<br />

envidia que infun<strong>de</strong> el bien no merecido. En la ventana que frente a él estaba, un<br />

arbolillo agitado por el viento tocaba con sus ramas los vidrios. Varias veces durante el<br />

curso <strong>de</strong>l diálogo prece<strong>de</strong>nte, Salvador había mirado allí creyendo que alguien llamaba<br />

en los vidrios. Ya llegado el momento <strong>de</strong> su <strong>de</strong>sengaño, miró [295] la rama y viendo<br />

que daba más fuerte, murmuró: «Ya me voy, ya me voy».<br />

Volviéndose otra vez a Sola, le dijo:<br />

-Me has hablado en un lenguaje que no admite réplica. No <strong>de</strong>bo quejarme, pues he<br />

venido tar<strong>de</strong>, y habiendo tenido el bien en mi mano durante mucho tiempo, lo he soltado<br />

para seguir locamente un camino <strong>de</strong> aventuras. Pero algo me disculparán mi <strong>de</strong>sgracia,<br />

mi <strong>de</strong>stierro y también mi pobreza, causa <strong>de</strong> que antes no te propusiera lo que ahora te<br />

propongo. Aquí me tienes razonable, con esperanzas <strong>de</strong> ser rico, y a pesar <strong>de</strong> tales<br />

ventajas, más <strong>de</strong>sgraciado y más solo que antes.<br />

Animada por el pequeño triunfo que había obtenido en su espíritu, Sola quiso ir más<br />

allá, quiso hacer un alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> valentía diciendo a su amigo: ya encontrarás otra con<br />

quien casarte; pero cuando iba a pronunciar la primera sílaba <strong>de</strong> esta frase triste no tuvo<br />

ánimos para ello y fue vencida por su congoja. No dijo nada.<br />

-Yo quería -dijo Salvador, no <strong>de</strong>sesperanzado todavía- que meditaras...<br />

Sola que vio un abismo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sí, quiso hacer lo que vulgarmente se llama cortar<br />

por lo sano.<br />

-No hables <strong>de</strong> eso... -dijo-. No pue<strong>de</strong> ser... Figúrate que no existo. [296]


Sin darse cuenta <strong>de</strong> ello le miró con lágrimas. Pero sobrecogida repentinamente <strong>de</strong><br />

miedo, se levantó y corriendo a la ventana se puso a mirar los morales al través <strong>de</strong> los<br />

vidrios. Allí la infeliz imaginó un engaño o salida ingeniosa para justificar su emoción.<br />

Volviose a él segura <strong>de</strong> salir bien <strong>de</strong> tal empeño.<br />

-¿Sabes por qué lloro? Porque me acuerdo <strong>de</strong> tu pobre madre, que murió en mis<br />

brazos, <strong>de</strong>sconsolada por no verte... Dejome un encargo para ti, un paquetito don<strong>de</strong> hay<br />

una carta y varias alhajas, encargándome que a nadie lo fiara y que te lo diera en tu<br />

propia mano. ¡Y yo tan tonta que no te lo he dado aún, cuando no <strong>de</strong>bí hacer otra cosa<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> que entraste!... Lo que me confió tu madre no se separa nunca <strong>de</strong> mí... Aquí lo<br />

tengo y voy a traértelo.<br />

Sin esperar respuesta, Sola subió a su habitación y al poco rato puso en manos <strong>de</strong><br />

Monsalud un paquete cuidadosamente cerrado con lacres. Salvador lo abrió con mano<br />

trémula. Lo primero que sacó fue una carta, que besó muchas veces. En pie al lado <strong>de</strong> su<br />

amigo, que continuaba en el sofá <strong>de</strong> paja, Sola no podía apartar los ojos <strong>de</strong> aquellos<br />

interesantes objetos. La carta tenía varios pliegos. Salvador pasó la vista rápidamente<br />

por ellos antes <strong>de</strong> leer. [297]<br />

-¡Mira, mira lo que dice aquí! -exclamó señalando una línea-. Mi madre me suplica<br />

que me case contigo.<br />

-Te lo suplicaba hace mucho tiempo -dijo Sola disimulando su pena con cierta<br />

jocosidad afectada, que si no era propia <strong>de</strong>l momento venía bien como pantalla.<br />

-Necesito una hora para leer esto -dijo Monsalud-. ¿Me permites leerlo aquí?<br />

Sola miró a las ventanas y por un momento pareció aturdida. Su corazón atenazado<br />

le sugería clemencia, mientras la dignidad, el <strong>de</strong>ber y otros sentimientos muy<br />

respetables, pero un poco lúgubres, como los magistrados que con<strong>de</strong>nan a muerte con<br />

arreglo a la justicia, le or<strong>de</strong>naban ser cruel y <strong>de</strong>spiadada con el advenedizo.<br />

-Mucho siento <strong>de</strong>círtelo, hermano -manifestó la joven sonriendo como se sonríe a<br />

veces el que van a ajusticiar-, lo siento muchísimo; pero va a anochecer. Tú que estás<br />

ahora tan razonable, me dirás si es conveniente...<br />

-Sí, <strong>de</strong>bo marcharme -replicó Salvador levantándose.<br />

-Debes marcharte y no volver... y no volver -afirmó ella marcando muy bien las<br />

últimas palabras.<br />

-¿Y qué pensaré <strong>de</strong> ti? [298]<br />

Sola meditó un rato y dijo:<br />

-¡Que me he muerto!<br />

Se apretaron las manos. Sola miraba fijamente al suelo. Fue aquella la <strong>de</strong>spedida <strong>de</strong><br />

menos lances visibles que imaginarse pue<strong>de</strong>. No pasó nada, absolutamente nada, porque<br />

no pue<strong>de</strong> llamarse acontecimiento el que Doña Sola y Monda se acercase a los vidrios


<strong>de</strong> la ventana para verle salir y que le estuviese mirando hasta que <strong>de</strong>sapareció entre los<br />

olivos, caballero en el más <strong>de</strong>svencijado cuartago que han visto cuadras toledanas. Ni es<br />

tampoco digno <strong>de</strong> mención el fenómeno (que no sabemos si será óptico o qué será) <strong>de</strong><br />

que Sola le siguiese viendo aun <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que las ramas <strong>de</strong> los olivos y la creciente<br />

penumbra <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> ocultaran completamente su persona.<br />

La noche cayó sobre ella como una losa.<br />

Fatigado y displicente, con los hábitos arremangados y su gran caña <strong>de</strong> pescar al<br />

hombro, subía el padre Alelí la cuestecilla <strong>de</strong>l olivar. Ya era <strong>de</strong> noche. Los muchachos<br />

acompañaban al fraile, trayendo el uno la cesta, el otro los aparejos y el pequeño dos<br />

ranas gran<strong>de</strong>s y ver<strong>de</strong>s. Esto era lo único que el reino acuático había concedido aquella<br />

tar<strong>de</strong> a la expedición piscatoria <strong>de</strong> que era patrón el [299] buen Alelí. Todas nuestras<br />

noticias están conformes en que tampoco en las tar<strong>de</strong>s anteriores fueron más<br />

provechosas la paciencia <strong>de</strong>l fraile y la constancia <strong>de</strong> los muchachos para convencer a<br />

las truchas y otras alimañas <strong>de</strong>l aurífero río <strong>de</strong> la conveniencia <strong>de</strong> tragar el anzuelo; por<br />

lo que Alelí volvía <strong>de</strong> muy mal humor a casa echando pestes contra el Tajo y sus<br />

riberas.<br />

Todavía distaba <strong>de</strong> la casa unas cincuenta varas cuando encontró a Sola que<br />

lentamente bajaba como si se paseara, saliendo al encuentro <strong>de</strong> las primeras ondas <strong>de</strong><br />

aire fresco que <strong>de</strong> los cercanos montes venían. Los niños menores la conocieron <strong>de</strong> lejos<br />

y volaron hacia ella saludándola con cabriolas y gritos, o colgándose <strong>de</strong> sus manos para<br />

saltar más a gusto.<br />

-¿Usted por aquí a estas horas? -dijo Alelí <strong>de</strong>teniendo el paso para <strong>de</strong>scansar-. La<br />

noche está buena y fresquita. ¿Querrá usted creer que tampoco esta tar<strong>de</strong> nos han dicho<br />

las truchas esta boca es mía? Nada, hijita, pasan por los anzuelos y se ríen. Esos<br />

animalillos <strong>de</strong> Dios han aprendido mucho <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mis tiempos y ya no se <strong>de</strong>jan engañar...<br />

Hola, hola, ¿no son estas pisadas <strong>de</strong> caballo? Por aquí ha pasado un jinete. Dígame<br />

usted, ¿ha enviado Benigno algún propio con buenas noticias?<br />

Sola dio un grito terrible, que <strong>de</strong>jó suspenso [300] y azorado al bondadoso fraile. Fue<br />

que Jacobito puso una <strong>de</strong> las ranas sobre el cuello <strong>de</strong> la joven. Sentir aquel contacto<br />

viscoso y frío y ver casi al mismo tiempo el salto <strong>de</strong>l animalucho rozándole la cara<br />

fueron causa <strong>de</strong> su miedo repentino; que este modo <strong>de</strong> asustarse y esta manera <strong>de</strong> gritar<br />

son cosas propias <strong>de</strong> mujeres. Alelí esgrimió la caña, como un maestro <strong>de</strong> escuela, y dio<br />

dos cañazos al nene.<br />

-¡Tonto, mal criado!<br />

-No, no han venido buenas noticias -dijo Sola temblando.<br />

Aquella noche cenaron como siempre, en paz y en gracia <strong>de</strong> Dios, hablando <strong>de</strong><br />

Cor<strong>de</strong>ro y pronosticando su vuelta para tal o cual día. La vida feliz <strong>de</strong> aquella buena<br />

gente no se alteró tampoco en lo más mínimo en los siguientes días. Sola estaba triste;<br />

pero siempre en su puesto, siempre en su <strong>de</strong>ber, y todas las ocupaciones <strong>de</strong> la casa<br />

seguían su marcha regular y or<strong>de</strong>nada. Ninguna cosa faltó <strong>de</strong> su sitio ni ningún hecho<br />

normal se retrasó <strong>de</strong> su marcada hora. La reina y señora <strong>de</strong> la casa, inalterable en su<br />

<strong>de</strong>licado imperio, lo regía con actitud pasmosa, cual si ni uno solo <strong>de</strong> sus pensamientos


se distrajese <strong>de</strong> las faenas domésticas. Interiormente fortalecía su alma con la<br />

conformidad y exteriormente con el trabajo. [301]<br />

Fuera <strong>de</strong> algunos breves momentos, ni el observador más perspicaz habría notado<br />

alteración en ella. Estaba como siempre, grave sin sequedad, amable con todos, jovial<br />

cuando el caso lo requería, enojada jamás. Sin embargo, cuando Crucita y ella se<br />

sentaban a coser, podían oírse en boca <strong>de</strong> la hermana <strong>de</strong> D. Benigno observaciones<br />

como esta:<br />

-Pero mujer, está Mosquetín haciéndote caricias y ni siquiera le miras.<br />

Sola se reía y acariciaba al perro.<br />

-Hace días que estás no sé cómo... -continuaba el ama <strong>de</strong> Mosquetín-. Nada, mujer,<br />

ya vendrán esos papeles; no te apures, no seas tonta. Pues qué, ¿han <strong>de</strong> estar en la China<br />

esos cansados legajos?... ¡Vaya cómo se ponen estas niñas <strong>de</strong>l día cuando les llega el<br />

momento <strong>de</strong> casarse! Todo no pue<strong>de</strong> ser a qué quieres boca. Menos orgullito, señora,<br />

que ya que el bobalicón <strong>de</strong> mi hermano ha querido hacerte su mujer, Dios no ha <strong>de</strong><br />

permitir que este disparate se realice sin que te cueste malos ratos.<br />

Sola se volvía a reír y volvía a acariciar a Mosquetín.<br />

Una mañana, los chicos, que estaban en la huerta haciendo <strong>de</strong> las suyas, empezaron a<br />

gritar: «Padre, padre». D. Benigno llegaba. Entró en la casa sofocado, ceñudo,<br />

limpiándose [302] con el pañuelo el copioso sudor <strong>de</strong> su inflamado rostro, y <strong>de</strong>jándose<br />

caer en una silla con muestras <strong>de</strong> cansancio, no <strong>de</strong>cía más que esto:<br />

-¡Los papeles!... ¡Los papeles!... ¡D. Felicísimo!...<br />

-¿Qué?... ¿Han parecido?... -le preguntó Sola con ansiedad.<br />

-¡Qué han <strong>de</strong> aparecer!... ¡Barástolis! No hay paciencia para esto, no hay paciencia...<br />

- XXIX -<br />

¿Y cómo habían <strong>de</strong> aparecer, santo Dios, si el cura <strong>de</strong> La Bañeza, a consecuencia <strong>de</strong><br />

una reyerta con el obispo <strong>de</strong> la diócesis había hecho la gracia <strong>de</strong> huir <strong>de</strong>l pueblo,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> arrojar a un pozo todos los libros parroquiales? Véase aquí por dón<strong>de</strong> la<br />

tremenda y sorda lucha que entre el régimen absolutista y el espíritu mo<strong>de</strong>rno estaba<br />

empeñada, había <strong>de</strong> estorbar la felicidad <strong>de</strong> aquel candoroso Don Benigno, que, aunque<br />

liberal, en nada se metía.<br />

Era el obispo <strong>de</strong> León, Sr. Abarca, absolutista furibundo <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as y aragonés <strong>de</strong><br />

nacimiento, con lo que basta para pintarle. De [303] consejero áulico <strong>de</strong>l Rey y atizador<br />

<strong>de</strong> sus pasiones pasó a la intimidad <strong>de</strong> D. Carlos y a la dirección <strong>de</strong>l partido <strong>de</strong> este,<br />

llegando a ser más tar<strong>de</strong> ministro universal <strong>de</strong> la corte <strong>de</strong> Oñate. El cura <strong>de</strong> La Bañeza


se diferenciaba <strong>de</strong> su pastor en lo <strong>de</strong> liberal, y se le parecía en que era aragonés. Pue<strong>de</strong><br />

suponerse lo que sería una pen<strong>de</strong>ncia clerical y política entre dos aragoneses <strong>de</strong> sotana.<br />

El obispo tenía, entre otros <strong>de</strong>fectos, el <strong>de</strong> los modos ásperos, los procedimientos<br />

brutales y las palabras <strong>de</strong>stempladas; el cura, sobre todas estas máculas, tenía la <strong>de</strong> ser<br />

algo más presbítero <strong>de</strong> Baco que sacerdote <strong>de</strong> Cristo. Resistiose el cura a <strong>de</strong>jar la<br />

parroquia (que precisamente estaba a cuatro pasos <strong>de</strong> la taberna); insistió el obispo,<br />

salieron a relucir mil zarandajas, canónicas <strong>de</strong> un lado, liberalescas <strong>de</strong> otro, y al fin,<br />

vencido el subalterno, escapó una noche antes <strong>de</strong> que le cayera encima el brazo secular;<br />

pero como hombre <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as filosóficas, pensó que los libros parroquiales, por ser<br />

expresión <strong>de</strong> la verdad, <strong>de</strong>bían estar, como la verdad misma, en el fondo <strong>de</strong> un pozo, y<br />

<strong>de</strong> aquí la pérdida <strong>de</strong> los tales libros.<br />

De or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Su Ilustrísima hízose una información en el pueblo para restablecer los<br />

libros, y al cabo <strong>de</strong> algunos meses, D. Benigno supo por Carnicero que en la partida <strong>de</strong><br />

bautismo [304] no había ya dificulta<strong>de</strong>s. Pero el Demonio, que siempre está inventando<br />

diabluras, hizo que apareciese nueva contrariedad. Uno <strong>de</strong> los libros <strong>de</strong>l registro <strong>de</strong><br />

matrimonios se había conservado y en el tal libro constaba que una Soledad Gil <strong>de</strong> la<br />

Cuadra había contraído nupcias en 1823. Indudablemente no era esta Soledad nuestra<br />

simpática heroína; pero mientras se ponía en claro, ji, ji, (así lo <strong>de</strong>cía D. Felicísimo a su<br />

cliente Cor<strong>de</strong>ro) había <strong>de</strong> pasar algún tiempo, siendo quizás preciso llevar el asunto a un<br />

tribunal eclesiástico, pues estas <strong>de</strong>licadas cosas no son buñuelos, que se hacen en un<br />

segundo.<br />

Así, entre obispos y curas aragoneses, pozos llenos <strong>de</strong> libros, agentes eclesiásticos y<br />

torna y vuelve y daca, el héroe <strong>de</strong> Boteros sufrió el martirio <strong>de</strong> Tántalo durante un año<br />

largo, pues hasta el verano <strong>de</strong> 1832 no se allanaron las dificulta<strong>de</strong>s. Cuando D.<br />

Felicísimo escribió a Cor<strong>de</strong>ro participándole este feliz suceso añadía que sólo faltaba<br />

una firma <strong>de</strong>l señor Obispo Abarca para que todo aquel grandísimo lío terminase.<br />

Durante esta larga espera la familia <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro continuaba sin novedad en la salud y<br />

en las costumbres. El invierno lo pasaron en Madrid para aten<strong>de</strong>r a la educación <strong>de</strong> los<br />

niños y a la tienda, que D. Benigno juró no [305] abandonar mientras el edificio <strong>de</strong> sus<br />

felicida<strong>de</strong>s no fuese coronado con la gallarda cúpula <strong>de</strong> su casamiento. Des<strong>de</strong> la<br />

primavera se trasladaron todos a los Cigarrales, acompañados <strong>de</strong> Alelí que cada día<br />

tomaba más afición a la familia y se entretenía en enseñar a Mosquetín a andar en dos<br />

pies.<br />

Innecesario será <strong>de</strong>cir, pero digámoslo, que D. Benigno, si bien trataba<br />

familiarmente a Sola, no traspasó jamás, en aquella larga antesala <strong>de</strong> las bodas, los<br />

límites <strong>de</strong>l <strong>de</strong>coro y <strong>de</strong> la dignidad. Se estimaba <strong>de</strong>masiado a sí mismo y amaba a Sola<br />

lo bastante para proce<strong>de</strong>r <strong>de</strong> aquella manera <strong>de</strong>licada y caballerosa, magnificando su ya<br />

magnífica conducta con el mérito nuevo <strong>de</strong> la castidad. Ni siquiera se permitía tutear a<br />

su prometida, porque el tuteo, <strong>de</strong>cía, trae insensiblemente liberta<strong>de</strong>s peligrosas, y<br />

porque el <strong>de</strong>coro <strong>de</strong>l lenguaje es siempre una garantía <strong>de</strong>l <strong>de</strong>coro <strong>de</strong> las acciones.<br />

En este tiempo ocurrió también la dispersión <strong>de</strong> algunos personajes muy principales<br />

<strong>de</strong> esta historia. Salvador se fue a Andalucía don<strong>de</strong> encontró abundancia <strong>de</strong> cuadros y<br />

antigüeda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> mérito. Luego subió por Extremadura a Salamanca, vino a Madrid, en<br />

febrero <strong>de</strong> 1832 a exigir a Carnicero el cumplimiento <strong>de</strong>l pacto, y habiendo ocurrido<br />

ciertas [306] dilaciones, celebraron un nuevo pacto-prórroga, que terminó cuatro meses


<strong>de</strong>spués con feliz éxito el asunto. El aventurero vio al fin en sus manos la mitad <strong>de</strong> la<br />

herencia <strong>de</strong> su tío, gracias a las uñas <strong>de</strong> D. Felicísimo, que acariciando la otra mitad,<br />

<strong>de</strong>senmarañó la ma<strong>de</strong>ja. Fue Salvador a París en la primavera para rendir cuentas a<br />

Aguado, y en el verano tornó a España y a Madrid para ultimar un asunto <strong>de</strong> vales<br />

reales que en la Corte tenía.<br />

Jenara pasó en Madrid el invierno <strong>de</strong> 1831 a 1832 y en primavera se trasladó a<br />

Valencia, volviendo al poco tiempo para instalarse en San Il<strong>de</strong>fonso. La opinión pública<br />

que, tal vez sin motivo, le tenía mala voluntad, hacía correr acerca <strong>de</strong> su conducta<br />

rumores poco favorables, aunque eran <strong>de</strong> esos que cualquier dama ilustre <strong>de</strong> aquellos<br />

tiempos y <strong>de</strong> estos y todos los tiempos soporta sin <strong>de</strong>trimento alguno en el lustre <strong>de</strong> su<br />

casa, antes bien aumentándolo y viéndose cada día más obsequiada y enaltecida. Si en el<br />

año anterior fue tildada <strong>de</strong> aficionarse con exceso a la oratoria forense y parlamentaria,<br />

ahora <strong>de</strong>cían <strong>de</strong> ella que se pirraba por la poesía lírica, prefiriendo sobre todos los<br />

géneros el byroniano, o sea <strong>de</strong> las <strong>de</strong>sesperaciones y lamentos, sin admitir consuelo<br />

alguno en este mundo ni en el otro.<br />

Enorme escuadrón <strong>de</strong> amigos la <strong>de</strong>spidió [307] al marchar a la Granja. Adiós, gentil<br />

Angélica, engañadora Circe. No po<strong>de</strong>mos seguirte aún. Nos llaman por algún tiempo en<br />

Madrid afecciones <strong>de</strong> literatos que nos son más caras que las propias niñas <strong>de</strong> nuestros<br />

ojos. Y era curioso ver cómo se iba encrespando aquel piélago <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as, <strong>de</strong> temas<br />

literarios e imágenes poéticas <strong>de</strong>l cafetín llamado Parnasillo. Sin duda <strong>de</strong> allí había <strong>de</strong><br />

salir algo gran<strong>de</strong>. Ya se hablaba mucho y con ardor <strong>de</strong> un drama célebre estrenado en<br />

París el 25 <strong>de</strong> Febrero <strong>de</strong> 1830 y que tenía el privilegio <strong>de</strong> dividir y enzarzar a todos los<br />

ingenios <strong>de</strong>l mundo en atroz contienda. El asunto, según algunos <strong>de</strong> los nuestros, no<br />

podía ser más disparatado. Un príncipe apócrifo que se hace bandolero, una dama<br />

obsequiada por tres pretendientes, un viejo prócer enamorado, y un emperador <strong>de</strong>l<br />

mundo, son los personajes principales. Luego hay aquello <strong>de</strong> que todos conspiran contra<br />

todos y <strong>de</strong> que pasan cosas históricas que la historia no ha tenido el honor <strong>de</strong> conocer<br />

jamás. Y hay un pasaje en que el prócer que aborrece al bandido lo salva <strong>de</strong>l emperador;<br />

y luego el emperador se lleva la muchacha y el bandolero se une al prócer; y como uno<br />

<strong>de</strong> los dos está <strong>de</strong>más porque ambos quieren a la señorita, el bandolero jura que se<br />

matará cuando el prócer toque un cierto cuerno que aquel le da en prenda <strong>de</strong> [308] su<br />

palabra; y cuando todo va a acabar en bien porque el emperador ha perdonado a chicos<br />

y gran<strong>de</strong>s y viene el casorio <strong>de</strong> los amantes con espléndida fiesta, suena el consabido<br />

cuerno: el príncipe bandolero se acuerda <strong>de</strong> que juró matarse, y en efecto se mata.<br />

Si a unos les parece esto el colmo <strong>de</strong>l absurdo, a otros les parece <strong>de</strong> perlas. Riñen los<br />

exaltados con los retóricos, y en medio <strong>de</strong> las disputas sale a relucir una palabra que<br />

estos profieren con <strong>de</strong>sprecio, aquellos con orgullo. ¡Románticos!... Aguar<strong>de</strong> un poco el<br />

lector que ya vendrán a su tiempo la amarillez <strong>de</strong>l rostro, las largas y <strong>de</strong>scuidadas<br />

melenas, las estrechas casacas. Por ahora el romanticismo no ha pasado a las maneras ni<br />

al vestido, y se mantiene gallardo y majestuoso en la esfera <strong>de</strong>l i<strong>de</strong>al.<br />

El drama francés es un monstruo para algunos; pero ¡qué aliento <strong>de</strong> vida, <strong>de</strong><br />

inspiración, <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>za en este monstruo, pariente sin duda <strong>de</strong> las hidras cal<strong>de</strong>ronianas,<br />

ante cuya indómita arrogancia, a veces sublime, salvaje a veces, parecen gatos<br />

disecados las esfinges <strong>de</strong>l clasicismo! Contra la frialdad <strong>de</strong> un arte moribundo protesta<br />

un arte incendiario; la corrección es atropellada por el <strong>de</strong>lirio; las reglas con sus<br />

gastados cachivaches se hun<strong>de</strong>n para dar paso a la regla única y soberana <strong>de</strong> [309] la


inspiración. Se acaba la poesía que proscribe los personajes que no sean reyes, y se<br />

proclama la igualdad en el colosal imperio <strong>de</strong> los protagonistas. Rómpese como un<br />

código irrisorio la jerarquía <strong>de</strong> las palabras nobles e innobles, y el pueblo con su<br />

sencillez y cru<strong>de</strong>za nativa habla a las musas <strong>de</strong> tú. Caen heridos <strong>de</strong> muerte todos los<br />

monopolios: ya no hay asuntos privilegiados, y al templo <strong>de</strong>l arte se le abren unas<br />

puertas muy gran<strong>de</strong>s para dar paso a la irrupción que se prepara. Se suprimen los títulos<br />

nobiliarios <strong>de</strong> ciertas i<strong>de</strong>as, y se or<strong>de</strong>na que el Mar, por ejemplo, que <strong>de</strong> antiguo venía<br />

metiendo bulla y soplándose mucho con los retumbantes dictados <strong>de</strong> Nereo, Neptuno,<br />

Tetis, Anfitrite, sea <strong>de</strong>spojado <strong>de</strong> estos tratamientos y se llame simplemente Fulano <strong>de</strong><br />

Tal, es <strong>de</strong>cir, el Mar. Lo mismo les pasa a la Tierra, al Viento, al Rayo.<br />

Mucho podríamos <strong>de</strong>cir sobre esta revolución que tuvimos la gloria <strong>de</strong> presenciar;<br />

pero damos punto aquí porque no es llegada aún la sazón <strong>de</strong> ella, y sus insignes jefes no<br />

eran todavía más que conspiradores. El café <strong>de</strong>l Príncipe era una logia literaria, don<strong>de</strong> se<br />

elaborara entre disputas la gloriosa emancipación <strong>de</strong> la fantasía, al grito mágico <strong>de</strong><br />

¡España por Cal<strong>de</strong>rón!<br />

El teatro estaba aún solitario y triste; [310] pero ya sonaban cerca las espuelas <strong>de</strong><br />

Don Álvaro. Marsilla y Manrique estaban más lejos, pero también se sentían sus<br />

pisadas, estremeciendo las podridas tablas <strong>de</strong> los antiguos corrales. Comenzaba a<br />

invadir los ánimos la fiebre <strong>de</strong>l sentimiento heroico, y las amarguras y melancolías se<br />

ponían <strong>de</strong> moda.<br />

Las gran<strong>de</strong>s obras <strong>de</strong> Espronceda no existían aún, y <strong>de</strong> él sólo se conocían el Pelayo,<br />

la Serenata compuesta en Londres y otras composiciones <strong>de</strong> calidad secundaria. Vivía<br />

sin asiento, <strong>de</strong>rramando a manos llenas los tesoros <strong>de</strong> la vida y <strong>de</strong> la inteligencia,<br />

llevando sobre sí, como un fardo enojoso que para todo le estorbaba, su genio potente y<br />

su corazón repleto <strong>de</strong> exaltados afectos. Unos versos indiscretos le hicieron per<strong>de</strong>r su<br />

puesto en la Guardia Real. Fue <strong>de</strong>sterrado a la villa <strong>de</strong> Cuéllar, don<strong>de</strong> se <strong>de</strong>dicó a<br />

escribir novelas.<br />

Vega había escrito ya composiciones primorosas; pero sin entrar aún en aquellas<br />

íntimas relaciones con Talía, que tanto dieron que hablar a la Fama. Bretón había vuelto<br />

<strong>de</strong> Andalucía, y con sin igual ingenio explotaba la rica hacienda heredada <strong>de</strong> Moratín.<br />

<strong>Martínez</strong> <strong>de</strong> la Rosa trabajaba oscuramente en Granada. Gallego estaba a la sazón en<br />

Sevilla; Gil y Zárate, perseguido siempre por la inquisitorial censura <strong>de</strong>l padre Carrillo,<br />

había [311] abandonado el teatro por una cátedra <strong>de</strong> francés. Caballero, Villalta,<br />

Revilla, Vedia, Segovia y otros insignes jóvenes cultivaban con brío la lírica, la historia<br />

y la crítica.<br />

Al propio tiempo la pintura <strong>de</strong> la vida real, es <strong>de</strong>cir, <strong>de</strong>l espíritu, lenguaje y modo <strong>de</strong><br />

la sociedad en que vivimos, era acometida por un joven artista madrileño para quien<br />

esta gran<strong>de</strong> empresa estaba guardada.<br />

Miradle. No parece tener más <strong>de</strong> veintiséis o veintisiete años. Es pequeño <strong>de</strong> cuerpo,<br />

usa anteojos y siempre que mira parece que se burla. Es, más que un hombre, la<br />

observación humanada, uniéndose a la gracia y disimulando el aguijoncillo <strong>de</strong> la<br />

curiosidad maleante con el floreo <strong>de</strong> la discreción. De sus ojos parte un rayo <strong>de</strong> viveza<br />

que en un instante explora toda la superficie y sin saber cómo se mete hasta el fondo,


sacando los corazones a la cara; al mismo tiempo parece que se ríe, como dando a<br />

enten<strong>de</strong>r que no hará daño a nadie en sus disecciones <strong>de</strong> vivos.<br />

Este joven a quien estaba <strong>de</strong>stinado el resucitar en nuestro siglo la muerta y casi<br />

olvidada pintura <strong>de</strong> la realidad <strong>de</strong> la vida española tal como la practicó Cervantes,<br />

comenzó en 1832 su labor fecunda, que había <strong>de</strong> ser principio y fundamento <strong>de</strong> una<br />

larga escuela <strong>de</strong> prosistas. Él trajo el cuadro <strong>de</strong> costumbres, [312] la sátira amena, la rica<br />

pintura <strong>de</strong> la vida, elementos <strong>de</strong> que toma su sustancia y hechura la novela. Él arrojó en<br />

esta gran alquitara, don<strong>de</strong> bulliciosa hierve nuestra cultura, un género nuevo,<br />

<strong>de</strong>spreciado <strong>de</strong> los clásicos, olvidado <strong>de</strong> los románticos, y él solo había <strong>de</strong> darle su<br />

mayor <strong>de</strong>sarrollo y toda la perfección posible. Tuvo secuaces, como Larra, cuya<br />

originalidad consiste en la crítica literaria y la sátira política, siendo en la pintura <strong>de</strong><br />

costumbres discípulo y continuador <strong>de</strong> El Curioso Parlante; tuvo imitadores sin cuento<br />

y tantos, tantos admiradores que en su larga vida los españoles no han cesado <strong>de</strong> poner<br />

laureles en la frente <strong>de</strong> este valeroso soldado <strong>de</strong> Cervantes.<br />

En 1831 hizo el Manual <strong>de</strong> Madrid, anunciando en él sus dotes literarias y una<br />

pasión que le había <strong>de</strong> ocupar toda la vida, la pasión <strong>de</strong> Madrid. En Enero <strong>de</strong>l año<br />

siguiente publicó El retrato en las Cartas Españolas <strong>de</strong> Carnerero, y tras El retrato vino<br />

sin interrupción esa galería <strong>de</strong> <strong>de</strong>liciosos cuadros matritenses, que servirá, el día en que<br />

la capital <strong>de</strong> España se pierda, para encontrarla aunque se meta cien estados bajo tierra.<br />

¡Asombroso po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l ingenio! Aquellos revueltos tiempos en que se <strong>de</strong>cidió la suerte<br />

<strong>de</strong> la nación española han quedado más impresos [313] en nuestra mente por su<br />

literatura que por su historia; y antes que la Pragmática Sanción, y el Carlismo y la<br />

Amnistía y el Auto acordado y la Corte <strong>de</strong> Oñate y el Estatuto, viven en nuestra<br />

memoria D. Plácido Cascabelillo, D. Pascual Bailón Corre<strong>de</strong>ra, D. Solícito Ganzúa, D.<br />

Homobono Quiñones y otras dignas personas nacidas <strong>de</strong> la realidad y lanzadas al<br />

mundo con el perdurable sello <strong>de</strong>l arte.<br />

En Agosto <strong>de</strong>l mismo año <strong>de</strong> 1832 principió a salir el Pobrecito Hablador <strong>de</strong> Larra.<br />

De este quisiéramos hablar un poco; pero el insoportable calor nos obliga a salir <strong>de</strong><br />

Madrid.<br />

Antes <strong>de</strong> partir haremos una visita a D. Felicísimo, en cuya casa hallamos<br />

grandísima novedad, y es que al cabo <strong>de</strong> muchas dudas y vacilaciones, el insigne Pipaón<br />

se <strong>de</strong>cidió a manifestar a Micaelita su propósito <strong>de</strong> tomarla por esposa, consi<strong>de</strong>rando<br />

para sí que si buenos <strong>de</strong>sperfectos tenía, con buenas talegas iban disimulados. Es<br />

opinión admitida por todos los historiadores que Micaelita no rezó ningún Padrenuestro<br />

al oír nueva tan lisonjera <strong>de</strong> los labios <strong>de</strong>l cortesano <strong>de</strong> 1815. D. Felicísimo y doña<br />

Sagrario se regocijaron mucho, pues no podían soñar mejor partido para aquel poco<br />

solicitado género, que un individuo encaminado a ser, por sus prendas especiales [314]<br />

el Calomar<strong>de</strong> <strong>de</strong> los veni<strong>de</strong>ros tiempos.<br />

Nuestra buena suerte quiso que al dar un vistazo al agente <strong>de</strong> asuntos eclesiásticos<br />

halláramos al Sr. <strong>de</strong> Pipaón, que también se <strong>de</strong>spedía. Deleitosa conversación se entabló<br />

entre los dos. Cuando el cortesano estrechó entre los suyos fuertísimos los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong><br />

corcho <strong>de</strong>l Sr. D. Felicísimo, este exhaló un hipo y dijo:<br />

-Me olvidaba... Querido Pipaón, puesto que va usted inmediatamente para allá,<br />

hágame el favor <strong>de</strong> llevar esta carta.


Y diciéndolo, el anciano levantó el pie <strong>de</strong> cabrón con a<strong>de</strong>mán que algo tenía <strong>de</strong><br />

ceremonioso y cabalístico, como el mágico que alza cubiletes y <strong>de</strong>scubre signos. El<br />

sobre <strong>de</strong> la carta <strong>de</strong> que se hizo cargo Pipaón, <strong>de</strong>cía:<br />

Al Sr. D. Carlos Navarro, en San Il<strong>de</strong>fonso.<br />

- XXX -<br />

En los primeros días <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong> Setiembre, un viajero llegó a la posada <strong>de</strong>l<br />

Segoviano en la Granja, y pidió cuarto y comida, exigencias a que con tanto tesón como<br />

<strong>de</strong>sabrimiento se negó el fondista. Era inaudito [315] atrevimiento venir a pedir techo y<br />

manteles en una posada que por su mucha fama y prez estaba llena <strong>de</strong> gente principal<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el sótano a los <strong>de</strong>svanes. ¡Ahí era nada en gracia <strong>de</strong> Dios lo <strong>de</strong> personajes que en<br />

la casa había! Cuatro consejeros <strong>de</strong> Estado, un fiscal <strong>de</strong> la Rota, un administrador <strong>de</strong>l<br />

Noveno y Excusado, dos brigadieres exentos, un padre prepósito, un <strong>de</strong>finidor y seis<br />

cantores <strong>de</strong> ópera sobrellevaban allí con paciencia las incomodida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los cuartos y<br />

compartían el ayuno <strong>de</strong> las parcas comidas y mermadas cenas.<br />

-Perdone por Dios, hermano -dijo a nuestro viajero el implacable dueño <strong>de</strong>l mesón,<br />

que reventaba <strong>de</strong> gordura y orgullo consi<strong>de</strong>rando el buen esquilmo <strong>de</strong> aquel año, gracias<br />

al ansia <strong>de</strong> los partidos que tanta gente llevaba a San Il<strong>de</strong>fonso.<br />

Y el viajero redoblaba su amabilidad suplicante, en vista <strong>de</strong> la negativa venteril. Era<br />

tímido y circunspecto, quizás en <strong>de</strong>masía para aquel caso en que tenía que habérselas<br />

con la ralea <strong>de</strong> posa<strong>de</strong>ros y fondistas.<br />

-Deme usted un cuchitril cualquiera -dijo-. No estaré sino el tiempo necesario para<br />

conseguir que Su Ilustrísima el Sr. Abarca eche una firma en cierto documento.<br />

-¿El Sr. Abarca?... Buena persona... Es muy amigo mío -replicó el ventero-. Pero<br />

[3<strong>16</strong>] no puedo alojarle a usted... Como no sea en la cuadra...<br />

Ya se había <strong>de</strong>cidido el atribulado señor a aceptar esta oferta, cuando acertó a pasar<br />

D. Juan <strong>de</strong> Pipaón. El viajero y el cortesano se vieron, se saludaron, se abrazaron, y...<br />

¿cómo había <strong>de</strong> consentir D. Juan que un tan querido amigo suyo se albergara entre<br />

cuadrúpedos teniendo él, como tenía, en la casa <strong>de</strong> Pajes, dos hermosísimas y holgadas<br />

estancias, don<strong>de</strong> estaba como garbanzo en olla?<br />

-Venga conmigo el buen Cor<strong>de</strong>ro -dijo con generosa bizarría- que le hospedaré como<br />

a un príncipe. La Granja rebosa <strong>de</strong> gente. Amigo -añadió, hablándole al oído, cuando<br />

ambos marchaban hacia la casa <strong>de</strong> Pajes- el Rey se nos muere.<br />

-De modo que sobrevendrá...<br />

-El diluvio universal... Háblase <strong>de</strong> componer la cosa en familia. Pero vamos, vamos a<br />

que <strong>de</strong>scanse usted.


Cor<strong>de</strong>ro dio un suspiro y ambos entraron en la casa. Después <strong>de</strong> un ligero <strong>de</strong>scanso y<br />

<strong>de</strong>l <strong>de</strong>sayuno consiguiente, Cor<strong>de</strong>ro salió a ver los jardines.<br />

¡La Granja! ¿Quién no ha oído hablar <strong>de</strong> sus maravillosos jardines, <strong>de</strong> sus risueños<br />

paisajes, <strong>de</strong> la sorpren<strong>de</strong>nte arquitectura líquida [317] <strong>de</strong> sus fuentes, <strong>de</strong> sus laberintos y<br />

vergeles?... Versalles, Aranjuez, Fontainebleau, Caserta, Schoenbrünn, Potsdam,<br />

Windsor, sitios don<strong>de</strong> se han labrado un nido los reyes europeos huyendo <strong>de</strong>l tumulto <strong>de</strong><br />

las capitales y <strong>de</strong>l roce <strong>de</strong>l pueblo, podrán igualarle, pero no superan al rinconcito que<br />

fundó el primer Borbón para <strong>de</strong>scansar <strong>de</strong>l gobierno. Y no hay más remedio que<br />

admirar esta pasmosa obra <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spotismo ilustrado, reconociéndola conforme a la i<strong>de</strong>a<br />

que la hizo nacer. El <strong>de</strong>spotismo ilustrado fomentó la riqueza en todos los ór<strong>de</strong>nes,<br />

<strong>de</strong>sterró abusos, alivió contribuciones, acometió mejoras en bien <strong>de</strong>l pueblo; pero todo<br />

lo sometió a una reglamentación prolija. Hacía el bien como una merced y lo distribuía<br />

como se distribuye la sopa a los pobres recogidos en un asilo. Todo había <strong>de</strong> sujetarse a<br />

canon y a medida, y la nación, que nada podía hacer por sí, lo recibía todo con arreglo a<br />

disciplina <strong>de</strong> hospital.<br />

El <strong>de</strong>spotismo ilustrado da vida en el or<strong>de</strong>n económico a los Pósitos, a los Bancos<br />

privilegiados, a los Gremios; en el or<strong>de</strong>n político crea los pactos <strong>de</strong> familia, y en el<br />

artístico protege el clasicismo. Llega al fin un día en que pone su mano en la Naturaleza,<br />

y entonces aparece Le Nôtre, el arquitecto <strong>de</strong> jardines. Este hombre somete la<br />

vegetación a la [318] geometría y hace jardines con teodolito. A su mando inapelable<br />

los árboles ya no pue<strong>de</strong>n nacer libremente don<strong>de</strong> la tierra, el agua y Dios quisieron que<br />

naciesen, y se ponen en filas, como soldados, o en círculo, como bailarines. No basta<br />

esto para conseguir aquella conformidad disciplinaria que es el mayor gusto <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>spotismo ilustrado, y son escogidos los árboles como Fe<strong>de</strong>rico <strong>de</strong> Prusia escoge a sus<br />

grana<strong>de</strong>ros. Es preciso que todos sean <strong>de</strong> un tamaño y que las ramas crezcan por<br />

reguladas dosis. El hacha se encarga <strong>de</strong> convertir un bosque en alameda, y surgen, como<br />

por encanto, esos bellos escuadrones <strong>de</strong> tilos y esas compañías <strong>de</strong> olmos que parecen<br />

esperar el grito <strong>de</strong> un pino para marchar en or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> parada.<br />

El <strong>de</strong>spotismo ilustrado y sus jardineros aspiran a más; aspiran a que la Naturaleza<br />

no parezca Naturaleza sino un reino fiel sometido a la voluntad <strong>de</strong> su dueño y señor. Las<br />

tijeras, que antes sólo eran arma <strong>de</strong> los sastres, son ahora la primera herramienta <strong>de</strong><br />

horticultura y con ella se establece una igualdad <strong>de</strong> vasallaje que confun<strong>de</strong> en un solo<br />

tamaño al gran<strong>de</strong> y al chico. Es un instrumento <strong>de</strong> corrección como la lima <strong>de</strong> que tanto<br />

hablaban los clásicos, y que a fuerza <strong>de</strong> pulimentar hacía que todos los versos fueran<br />

igualmente [319] fastidiosos. La tijera hace <strong>de</strong> los amorosos mirtos y <strong>de</strong>l espeso boj las<br />

baratijas más graciosas que pue<strong>de</strong> imaginarse. Córtalos en todas las formas, y talla<br />

guarniciones, muebles, dibujos, casitas, arcos, escudos, trofeos. Los jardineros<br />

redon<strong>de</strong>an los árboles, <strong>de</strong>jándoles cual si salieran <strong>de</strong>l torno, y las esbeltas copas se<br />

convierten en pelotas ver<strong>de</strong>s. En el bajo suelo cortan y recortan el césped como se<br />

cortaría el paño para hacer una casaca, y luego bordan todo esto con flores vivas que<br />

ponen don<strong>de</strong> la topografía or<strong>de</strong>na. Hacen mil juegos y mosaicos, tapicerías y arabescos.<br />

¡Ay <strong>de</strong> aquella florecilla indisciplinada que se salga <strong>de</strong> su sitio! La arrancan sin piedad.<br />

La lozanía excesiva tiene pena <strong>de</strong> muerte como la libertad entre los hombres.<br />

A un jardín le hacen parecer teatro, plaza, cementerio o cosa semejante. Resulta un<br />

lugar frío, triste, <strong>de</strong>sabrido, que trae al pensamiento las tragedias en que Alejandro salía<br />

vestido <strong>de</strong> Luis XIV. Es preciso poner algo que anime aquella soledad, algo que se


mueva. ¿Quién será el juglar <strong>de</strong> este escenario amanerado? Pues el agua. El agua que es<br />

la libertad misma, la in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia, el perpetuo correr y la risa y la alegría <strong>de</strong>l mundo,<br />

es sacada <strong>de</strong> aquellos plácidos arroyos, <strong>de</strong> aquellas tranquilas lagunas, <strong>de</strong> los agrestes<br />

[3<strong>20</strong>] manantiales y sujeta con presas y trasportada en cañerías, y luego sometida al<br />

martirio inquisitorial <strong>de</strong> las fuentes que la obligan a saltar y hacer cabriolas <strong>de</strong> un modo<br />

in<strong>de</strong>coroso. El clasicismo hortícola quiere que en todo jardín haya mucha mitología,<br />

faunos groseros, ninfas muy fastidiosas, dioses pedantes, geniecillos mal criados. Pues<br />

todos estos individuos no tienen gracia si no echan un chorro <strong>de</strong> agua, quién por la boca,<br />

quién por ánforas y caracoles, aquel por todas las partes <strong>de</strong> su musgoso cuerpo, y diosa<br />

hay que arroja <strong>de</strong> sus pechos cantidad bastante para abrevar toda la caballería <strong>de</strong> un<br />

ejército.<br />

En la Granja la fuente <strong>de</strong> la Fama escupe al cielo un surtidor <strong>de</strong> 184 pies <strong>de</strong> altura y<br />

el Canastillo traza en el espacio todo un problema geométrico con rayas <strong>de</strong> agua,<br />

mientras Neptuno, rigiendo sus caballos pisciformes, eleva a los aires sorpren<strong>de</strong>nte<br />

arquitectura <strong>de</strong> movible cristal que con los juegos <strong>de</strong> la luz embelesa y fascina. Las<br />

fuentes <strong>de</strong> Pomona, Anfitrite y los Dragones también hacen con el agua las<br />

prestidigitaciones más originales. Des<strong>de</strong> la plaza <strong>de</strong> las Ocho Calles se ven, con sólo<br />

girar la mirada, todas las extravagancias <strong>de</strong> gimnástica y coreografía con que el pobre<br />

elemento esclavizado divierte a reyes y a pueblos. Los atónitos ojos <strong>de</strong>l espectador<br />

dudan [321] si aquello será verdad o será sueño, inclinándose a veces a creer que es un<br />

manicomio <strong>de</strong> ríos.<br />

Era primer domingo <strong>de</strong> mes y corrían las fuentes. Toda la sociedad <strong>de</strong>l Real Sitio<br />

estaba en los jardines disfrutando <strong>de</strong> la frescura <strong>de</strong>l ambiente y <strong>de</strong> la perspectiva <strong>de</strong> los<br />

árboles, cosa bellísima aunque académica. Las damas <strong>de</strong> la corte y las que sin serlo<br />

habían ido a veranear, los militares <strong>de</strong> todas graduaciones, los señores y los consejeros,<br />

los lechuguinos y por último la gente <strong>de</strong>l pueblo a quien se permitía entrar aquel día por<br />

causa <strong>de</strong>l correr <strong>de</strong> las fuentes, formaban un conjunto tan curioso como rico en matices<br />

y animación. Por aquí corrillos <strong>de</strong> pastoreo cortesano como el que inspiró a Watteau,<br />

por allá rusticida<strong>de</strong>s en crudo, más lejos Ariadnas que se quieren per<strong>de</strong>r en laberintillos<br />

<strong>de</strong> boj, y por todas las rectas calles grupos que se cruzan, bandadas alegres que van y<br />

vienen. Como el agua salta risueña <strong>de</strong> las tazas <strong>de</strong> mármol, así surge la conversación<br />

chispeante <strong>de</strong> los movibles grupos. No se pue<strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r nada.<br />

Allá va Pipaón con su amigo. Al pasar oímos que este le dijo: -Y Jenara ¿dón<strong>de</strong> está?<br />

No la he visto por ninguna parte.<br />

-¿Qué la has <strong>de</strong> ver, si ha ido a Cuéllar? -replicó el cortesano. [322]<br />

Y perdiéronse entre el gentío elegante. El vestir ceremonioso era entonces <strong>de</strong> rúbrica<br />

en los paseos, y no había las liberta<strong>de</strong>s que la comodidad ha introducido <strong>de</strong>spués.<br />

Entonces ni el calor ni el esparcimiento estival eran razones bastantes para prescindir <strong>de</strong><br />

la etiqueta, y así lo mismo en el Prado <strong>de</strong> Madrid que en los jardines <strong>de</strong> San Il<strong>de</strong>fonso,<br />

el hombre culto tenía que encorbatinarse al uso <strong>de</strong> la época, que era una elegante<br />

parodia <strong>de</strong> la pena <strong>de</strong> muerte en garrote vil. ¡Ay <strong>de</strong> aquel cuya cabeza no se presentara<br />

sirviendo <strong>de</strong> cimiento a un mediano torreón <strong>de</strong> felpa negra o blanca con pelos como <strong>de</strong><br />

zalea, ala estrecha y figura cónico-truncada que daba gloria verlo!


Las solapas altas, las mangas <strong>de</strong> pernil, las apretadas cinturas son acci<strong>de</strong>ntes muy<br />

conocidos para que necesitemos pintarlos. El paño oscuro lo informaba todo, y entonces<br />

no había las rabicortas americanas <strong>de</strong> frágil tela, ni los trajes cómodos, ni sombreros <strong>de</strong><br />

paja, ni quitasoles.<br />

¿Pues y el vestido y los diversos atavíos <strong>de</strong> las damas? Entonces el peinarse era<br />

peinarse; había arquitectura <strong>de</strong> cabellos y una peineta solía tener más importancia que el<br />

Congreso <strong>de</strong> Verona. Para calle las damas retorcían y alzaban por <strong>de</strong>trás el pelo<br />

sujetándole en la [323] corona con una peineta que se llamaba <strong>de</strong> teja, <strong>de</strong> sofá o <strong>de</strong> pico<br />

<strong>de</strong> pato, según su forma. ¡Qué cosa tan bonita!, ¿no es verdad? Pues ved ahora por<br />

<strong>de</strong>lante los rizos batidos, como una fila <strong>de</strong> pequeños toneles negros o rubios<br />

suspendidos sobre la frente. Esto era monísimo, sobre todo si se completaba tan lindo<br />

artificio con la ca<strong>de</strong>na a la Ferronière y broche a la Sévigné sujetando el cabello. Esto<br />

hacía creer que las señoras llevaban el reloj en el moño, <strong>de</strong> lo que resultaba mucho<br />

atractivo.<br />

Tentado estoy <strong>de</strong> <strong>de</strong>scribiros el peinado a la jirafa con tres gran<strong>de</strong>s lazos armados<br />

sobre un catafalco <strong>de</strong> alambre, los cuales lazos aparecían como en un trono, ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong><br />

un servil ejército <strong>de</strong> rizos huecos.<br />

¡Cielos piadosos, quién pudiera ver ahora aquellas dulletas <strong>de</strong> inglesina tan<br />

pomposas que parecían sacos, y aquellos abrigos <strong>de</strong> gros tornasol o <strong>de</strong> casimir Fernaux<br />

o tafetán <strong>de</strong> Florencia, guarnecidos <strong>de</strong> rulos y trenzas, todo tan propio y rico que cada<br />

señora era un almacén <strong>de</strong> modas! ¡Quién pudiera ver ahora resucitados y puestos en uso<br />

aquellos vestidos <strong>de</strong> invierno, altos <strong>de</strong> talle, escurridos <strong>de</strong> falda, y guarnecidos <strong>de</strong> marta<br />

o chinchilla! Lo más airoso <strong>de</strong> este traje era el gato, o sea un <strong>de</strong>smedido rollo <strong>de</strong> piel<br />

que las señoras se envolvían en el cuello, <strong>de</strong>jando caer la punta sobre [324] el pecho, y<br />

así parecían víctimas <strong>de</strong> la voracidad <strong>de</strong> una cruel serpiente.<br />

Pero estas son cosas <strong>de</strong> invierno, y volvamos a nuestro verano y a nuestros jardines<br />

<strong>de</strong> La Granja. Todos los que esto lean, convendrán en que no podría darse cosa más<br />

bonita que aquellas mangas <strong>de</strong> jamón, abultadas por medio <strong>de</strong> ahuecadores <strong>de</strong> ballena, y<br />

con los cuales las señoras parecían llevar un globo aerostático en cada brazo. ¡Y dicen<br />

que entonces no había modas elegantes! ¿Pues, y dón<strong>de</strong> nos <strong>de</strong>jan aquel talle que por lo<br />

alto tocaba el cielo y aquella falda que intentaba seguir el mismo camino, huyendo <strong>de</strong><br />

los pies, y aquel escote recto por pecho y espalda que a veces quería bajar al encuentro<br />

<strong>de</strong>l talle y que disimulaba su impu<strong>de</strong>ncia con hipocresía <strong>de</strong> canesús y sofisma <strong>de</strong> tules?<br />

Si no fuera porque las damas ataviadas en tal guisa se asemejaban bastante a una<br />

alcazarra, este vestido merecía haberse perpetuado. ¡Qué precioso era! Tenía la ventaja<br />

<strong>de</strong> no alterar las formas, y entonces el pecho era pecho y las ca<strong>de</strong>ras ca<strong>de</strong>ras.<br />

¡Ay!, entonces también los pies eran pies, es <strong>de</strong>cir que no había esas falsificaciones<br />

<strong>de</strong> pies que se llaman botinas. Los zapateros no habían intentado aún enmendar la plana<br />

a Dios creando extremida<strong>de</strong>s convencionales al [325] cuerpo humano. ¿Y qué cosa más<br />

bonita que aquellas galgas y aquel cruzado <strong>de</strong> cintas por la pierna arriba hasta per<strong>de</strong>rse<br />

don<strong>de</strong> la vista no podía penetrar? La suela casi plana, el tacón mo<strong>de</strong>rado, el empeine<br />

muy bajo, eran indudablemente la última parodia <strong>de</strong> aquellas sandalias que usaban las<br />

heroínas antiguas y que servían para lo que no sirve ningún zapato mo<strong>de</strong>rno, para andar.


Ni que me maten <strong>de</strong>jaré <strong>de</strong> hablar <strong>de</strong> las mantillas, las cuales entonces eran a<br />

propósito para echar abajo la teoría <strong>de</strong> que esta prenda no sirve para nada. Entonces las<br />

mantillas eran mantillas; como que había unas que se llamaban <strong>de</strong> toalla (19) , y esto pinta<br />

su longitud. Aquellas mantillas tapaban y tenían infinito número <strong>de</strong> pliegues, cuya<br />

disposición y gobierno sometidos a la mano <strong>de</strong> la mujer que la llevaba, eran casi un<br />

lenguaje. La toquilla <strong>de</strong> ahora es un adorno, la mantilla <strong>de</strong> entonces era la persona<br />

misma. Las toquillas <strong>de</strong> hoy se llevan; las mantillas <strong>de</strong> entonces se ponían. Los pliegues<br />

relumbrones <strong>de</strong> su raso interior, el brillo severo <strong>de</strong> su terciopelo, la niebla negra <strong>de</strong> sus<br />

encajes, hechura fantástica <strong>de</strong> hilos tejidos por moscas, y la pasamanería <strong>de</strong> sus<br />

guarniciones reunían en <strong>de</strong>rredor <strong>de</strong> una cara hermosa no sé que misterioso cortejo <strong>de</strong><br />

geniecillos, que ora parecían [326] serios ora risueños y a su modo expresaban el pudor<br />

y la provocación, la reserva o el <strong>de</strong>senfado. El i<strong>de</strong>al se hizo trapo, y se llamó mantilla.<br />

En cambio <strong>de</strong> otras ventajas que el vestir mo<strong>de</strong>rno lleva al antiguo, aquellos tenían la<br />

<strong>de</strong> la variedad <strong>de</strong> tonos. Entonces los colores eran colores, y no como ogaño variantes<br />

<strong>de</strong>l gris, <strong>de</strong>l canelo y <strong>de</strong> los tintes metálicos. Entonces la gente se vestía <strong>de</strong> ver<strong>de</strong>, <strong>de</strong><br />

colorado, <strong>de</strong> amarillo, y los jardines <strong>de</strong> la Granja vistos a lo lejos, eran un prado <strong>de</strong><br />

pintadas florecillas. El alepín, la cúbica, el tafetán <strong>de</strong> la reina, el muaré antic, las sargas,<br />

la inglesina, el cotepali ofrecían variedad <strong>de</strong> bultos y colores. Los parisienses que en<br />

esto <strong>de</strong> hacer modas se pintan solos y cuando no pue<strong>de</strong>n inventar formas y colores<br />

nuevos les dan nombres extraños, habían lanzado al mundo el color jirafa, el pasa <strong>de</strong><br />

corinto, el no menos gracioso La Vallière, el azul Cristina; pero los que verda<strong>de</strong>ramente<br />

merecen un puesto en la historia son el color ayes <strong>de</strong> Polonia y el humo <strong>de</strong> Marengo.<br />

El cuadro <strong>de</strong> interés indumentario con fondos <strong>de</strong> verdor académico que hemos<br />

trazado carece aún <strong>de</strong> ciertos tonos fuertes, que echará <strong>de</strong> menos todo el que hubiera<br />

contemplado el original. Con el pincel gordo apuntaremos [327] en los primeros<br />

términos algunas manchas <strong>de</strong> encarnado rabioso, amarillo y pardo que son las<br />

pintorescas sayas <strong>de</strong> las mujeres <strong>de</strong>l campo venidas <strong>de</strong> los inmediatos pueblos. La<br />

elegancia <strong>de</strong> estos trajes se pier<strong>de</strong> en la oscuridad <strong>de</strong> los tiempos, y a nuestro siglo sólo<br />

ha llegado una especie <strong>de</strong> alcachofa <strong>de</strong> burdos refajos, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la cual el cuerpo<br />

femenino no parece tal cuerpo, sino una peonza que da vueltas sobre los pies, mientras<br />

los hombres, (aquí es preciso volcar sobre el cuadro toda la pintura negra) fatigados y<br />

oprimidos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las enjutas chaquetas y los ahogados pantalones y las medias <strong>de</strong><br />

punto, parecen saltamontes puestos <strong>de</strong> pie, guardando la cabeza bajo anchísimo queso<br />

negro.<br />

El pincel más amanerado nos servirá para apuntar, oscilando sobre esta multitud <strong>de</strong><br />

cabezas, como las llamas <strong>de</strong> Pentecostés, los pompones <strong>de</strong> los militares; y si hubiera<br />

tiempo y lienzo, pondríamos en último término, con tintas graciosas, un zaguanete <strong>de</strong><br />

alabar<strong>de</strong>ros, que, semejante a un ejército <strong>de</strong> zarzuela, pasa por el jardín precedido <strong>de</strong> su<br />

música <strong>de</strong> tambor y pífanos. Lejos, más lejos aún que la vaporosa proyección <strong>de</strong>l agua<br />

en el aire, ponemos la fachada <strong>de</strong>l palacio, rectilínea, clásica, <strong>de</strong> formas discretas y<br />

limadas como los versos <strong>de</strong> una oda. ¡Ay!, en el [328] momento en que le<br />

contemplamos, gran gentío <strong>de</strong> cortesanos, militares y personajes <strong>de</strong> todas las categorías<br />

entra y sale por las tres gran<strong>de</strong>s puertas <strong>de</strong>l centro con afán y oficiosidad. De pronto el<br />

murmullo alegre <strong>de</strong> las fuentes cesa, y todas <strong>de</strong>jan <strong>de</strong> correr. El agua vacila en los aires,<br />

los chorros se truncan, se <strong>de</strong>smayan, <strong>de</strong>scien<strong>de</strong>n, caen, como castillos fantásticos<br />

<strong>de</strong>shechos por la luz <strong>de</strong> la razón, y en estanques y tazones se extingue el último silbido<br />

<strong>de</strong> los surtidores, que vuelven a escon<strong>de</strong>rse en sus misteriosas cañerías. En los jardines


eina un estupor lúgubre; la gente se para, pregunta, contesta, murmura, y <strong>de</strong> boca en<br />

boca van pasando como chispazos <strong>de</strong> pólvora fugaz estas palabras: «El Rey se muere, el<br />

Rey se muere».<br />

Las puertas <strong>de</strong>l palacio se abren <strong>de</strong> par en par. Entremos.<br />

-Se ha fijado la gota en el pecho...<br />

-Así parece.<br />

-Peligro inminente... ¡muerte!<br />

-El Señor lo dispone así...<br />

- XXXI -<br />

El que tal dijo (y lo dijo con el aplomo [329] <strong>de</strong>l que está en los secretos <strong>de</strong> Dios y<br />

mantiene relaciones absolutamente familiares con Él) era un anciano corpulento, recio y<br />

hasta majestuoso, vestido <strong>de</strong> luengas ropas moradas. Parecía la efigie <strong>de</strong> un santo doctor<br />

bajado <strong>de</strong> los altares, y así sus palabras tenían una autoridad semi-divina. Hablaba<br />

dogmáticamente y no admitía réplica. Era obispo y aragonés.<br />

Su interlocutor vestía también ropas talares pero negras, sin adorno alguno ni<br />

preciadas insignias. No parecía tener más <strong>de</strong> treinta y cinco años y se distinguía por su<br />

hermosura como el obispo <strong>de</strong> León por su apostólica majestad. Era el Padre Carranza,<br />

prepósito <strong>de</strong> los Jesuitas, hombre listo si los hay, y a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> cara bonita, calidad que<br />

avaloraba su extraordinaria elocuencia, <strong>de</strong> tal modo que cuando subía al púlpito parecía<br />

un ángel con sotana, celestial mensajero para proclamar con encantadora voz lo<br />

pecadores que somos. Por su elocuencia y talento, (no por otras <strong>de</strong> sus eminentes<br />

cualida<strong>de</strong>s, como la malignidad ha dicho alguna vez) ganó en absoluto la confianza <strong>de</strong><br />

doña Francisca, a quien conoceremos en seguida.<br />

-Diga usted a Sus Altezas que Su Majestad me ha llamado para pedirme consejo en<br />

estas críticas circunstancias. En este momento Su Excelencia el Sr. Calomar<strong>de</strong> está en la<br />

[330] cámara <strong>de</strong> Su Majestad, el cual... Dios lo quiere así... continúa en malísimo<br />

estado, en <strong>de</strong>plorable estado... Cúmplase la voluntad <strong>de</strong>l Altísimo.<br />

Esto se <strong>de</strong>cía en lujosa antecámara <strong>de</strong> esas que abundan en nuestros palacios reales y<br />

que en su ornato y mueblaje ofrecían mezcla confusa <strong>de</strong>l estilo Luis XV y <strong>de</strong>l gusto<br />

neo-clásico puesto en moda por el imperio francés. La tapicería era rica y graciosa; el<br />

piso, cubierto <strong>de</strong> finísimo junco, daba carácter español al recinto, y por el techo corrían<br />

entre nubecillas semejantes a espuma <strong>de</strong> huevo batido, varias ninfas a lo Bayeu que<br />

parecían representaciones <strong>de</strong> la retórica <strong>de</strong> Hermosilla y <strong>de</strong> la poesía Moratiniana (<strong>20</strong>) ,<br />

según las baratijas simbólicas que cada una llevaba en la mano para dar a conocer su<br />

empleo en el vasto reino <strong>de</strong>l i<strong>de</strong>al. La luz que alumbraba la pieza era escasa y apenas se<br />

distinguía un Carlos IV en traje <strong>de</strong> caza que en la pared principal estaba, escopeta en


mano, la bondadosa boca contraída por la sonrisa, y con la vista un poco extraviada<br />

hacia el techo, cual si intentara dar un susto a las ninfas que por él se paseaban<br />

tranquilas sin meterse con nadie.<br />

La hermosa figura <strong>de</strong>l obispo y el elegante cuerpo negro <strong>de</strong>l jesuita concordaban<br />

admirablemente con aquel fondo o <strong>de</strong>coración palatina. [331] Ambos dijeron algunas<br />

palabras precipitadas que no pudimos oír y salieron a prisa por distintas puertas.<br />

Seguiremos al jesuita guapo, quien rápidamente nos llevó a otra monumental y vistosa<br />

sala don<strong>de</strong> salieron a recibirle dos damas más notables por su rango que por su belleza.<br />

Eran la infanta doña Francisca y la princesa <strong>de</strong> Beira, brasileñas y ambiciosas. La<br />

primera habría sido hermosa si no afeara sus facciones el tinte rojizo, comúnmente<br />

llamado color (21) <strong>de</strong> hígado. La segunda llamaba la atención por su arremangada nariz,<br />

su boca fruncida, su entrecejo displicente, rasgos <strong>de</strong> los cuales resultaba un conjunto<br />

orgulloso y nada simpático, como emblema <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spotismo <strong>de</strong>generado que se usaba<br />

por aquellos tiempos.<br />

El padre Carranza les habló con nerviosa precipitación, y ellas le oyeron con la<br />

complacencia, mejor dicho, con la fe que el buen padre Carranza les inspiraba, y en el<br />

ardiente y vivísimo coloquio, semejante a un secreto <strong>de</strong> confesonario, se <strong>de</strong>stacaban<br />

estas frases: «Dios lo dispone así... veremos lo que resulta <strong>de</strong> ese consejo... ¿y qué hará<br />

esa pobre Cristina?».<br />

Los tres pasaron luego a la pieza inmediata, sólo ocupada en aquel momento por un<br />

hombre, en el cual conviene que nos fijemos por ser <strong>de</strong> estos individuos que, aun<br />

careciendo [332] <strong>de</strong> todo mérito personal y también <strong>de</strong> malda<strong>de</strong>s y vicios, <strong>de</strong>jan a su<br />

paso por el mundo más memoria y un rastro mayor que todos los virtuosos y los<br />

malvados todos <strong>de</strong> una generación. Estaba sentado, apoyado el codo en el pupitre y la<br />

mejilla en la palma <strong>de</strong> la mano, serio, meditabundo, parecido por causa <strong>de</strong>l lugar y las<br />

circunstancias a un gran<strong>de</strong> emperador <strong>de</strong> cuyos planes y <strong>de</strong>signios <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> la suerte <strong>de</strong><br />

toda la tierra. Y la <strong>de</strong> España <strong>de</strong>pendía entonces <strong>de</strong> aquel hombre extraordinariamente<br />

pequeño para colocado en las alturas <strong>de</strong> la monarquía. Tenía todas las cualida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> un<br />

buen padre <strong>de</strong> familia y <strong>de</strong> un honrado vecino <strong>de</strong> cualquier villa o al<strong>de</strong>a; pero ni una<br />

sola <strong>de</strong> las que son necesarias al oficio <strong>de</strong> Rey verda<strong>de</strong>ro. Siendo, como era, rey <strong>de</strong><br />

pretensiones, y por lo tanto batallador, su nulidad se manifestaba más, y no hubo<br />

momento en su vida, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que empezó la reclamación armada <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>rechos, en que<br />

aquella nulidad no saliese a relucir, ya en lo político, ya en lo marcial. Era un genio<br />

negativo, o hablando familiarmente, no valía para maldita <strong>de</strong> Dios la cosa.<br />

Su Alteza se parecía poco al Rey Fernando. Su mirada turbia y sin brillo no<br />

anunciaba, como en este, pasiones violentas, sino la tranquilidad <strong>de</strong>l hombre pasivo,<br />

cuyo <strong>de</strong>stino [333] es ser juguete <strong>de</strong> los acontecimientos. Era su cara <strong>de</strong> esas que no<br />

tienen el don <strong>de</strong> hacer amigos, y si no fuera por los <strong>de</strong>rechos que llevaba en sí como un<br />

prestigio indiscutible emanado <strong>de</strong>l Cielo, no habrían sido muchos los secuaces <strong>de</strong> aquel<br />

hombre frío <strong>de</strong> rostro, <strong>de</strong> mirar, <strong>de</strong> palabra, <strong>de</strong> afectos y <strong>de</strong> <strong>de</strong>seos, como no fuera el<br />

vehemente prurito <strong>de</strong> reinar. Su boca era gran<strong>de</strong> y menos fea que la <strong>de</strong> Fernando, pues<br />

su labio no iba tan afuera; pero el gran <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> su mandíbula inferior, alargando<br />

consi<strong>de</strong>rablemente su cara, le hacía <strong>de</strong>smerecer mucho. El tipo austriaco se revelaba en<br />

él más que el borbónico, y bajo sus facciones reales se veía pasar confusa la fisonomía<br />

<strong>de</strong> aquel espectro que se llamó Carlos II el Hechizado. A pesar <strong>de</strong>l lejano parentesco, la<br />

quijada era la misma, sólo que tenía más carne.


Cuando entraron las infantas D. Carlos levantó los ojos <strong>de</strong> su pupitre, miró con<br />

tristeza a las damas y <strong>de</strong>spués a un cuadro que frente a él estaba y era la imagen <strong>de</strong> la<br />

Purísima Concepción. El Soberano <strong>de</strong> los apostólicos dio un suspiro como los que daba<br />

D. Quijote en la presencia i<strong>de</strong>al <strong>de</strong> Dulcinea <strong>de</strong>l Toboso, y luego se quedó mirando un<br />

rato a la pintura cual si mentalmente rezara.<br />

-Francisquita -dijo al concluir-, no me [334] traigas recados, como no sean para<br />

darme cuenta <strong>de</strong> la enfermedad <strong>de</strong> mi adorado hermano. No quiero intrigas palaciegas,<br />

ni menos conspiraciones para sublevar tropa, paisanos o voluntarios realistas. Mis<br />

<strong>de</strong>rechos son claros y vienen <strong>de</strong> Dios: no necesitan más que su propia fuerza divina para<br />

triunfar, y aquí están <strong>de</strong> más las espadas y bayonetas. No se ha <strong>de</strong> <strong>de</strong>rramar sangre por<br />

mí, ni es necesario tampoco. Yo no conquisto, tomo lo mío <strong>de</strong> manos <strong>de</strong> Altísimo que<br />

me lo ha <strong>de</strong> dar. Esa, esa augusta señora -añadió señalando el cuadro-, es la patrona <strong>de</strong><br />

mi causa y la generalísima <strong>de</strong> nuestros ejércitos: ella nos dará todo hecho sin necesidad<br />

<strong>de</strong> intrigas, ni <strong>de</strong> sangre, ni <strong>de</strong> conspiraciones y atropellos.<br />

Doña Francisca miró a la imagen bendita, y aunque era, como su ilustre esposo,<br />

mujer <strong>de</strong> mucha <strong>de</strong>voción, no parecía fiar mucho, en aquellos momentos, <strong>de</strong> la excelsa<br />

patrona y generalísima. La <strong>de</strong> Beira fue la primera que tomó la palabra para <strong>de</strong>cir a Su<br />

Alteza:<br />

-Carlitos, no po<strong>de</strong>mos estar mano sobre mano ni esperar los acontecimientos con esa<br />

santa calma tuya, cuando se van a <strong>de</strong>cidir las cosas más graves. Nosotras no intrigamos,<br />

lo que hacemos es apercibirnos para cortar las intrigas que se traman contra ti, legítimo<br />

here<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l trono, y contra nosotras. No conspiramos; [335] pero estamos a la mira <strong>de</strong><br />

la conspiración asquerosa <strong>de</strong> los liberales, que ahora se llamarán cristinos, para burlar<br />

tus <strong>de</strong>rechos, emanados <strong>de</strong> Dios, y alterar la ley sagrada <strong>de</strong> la sucesión a la corona. En<br />

este momento, Cristina, por encargo <strong>de</strong>l Rey, llama a Consejo al ministro Calomar<strong>de</strong>, al<br />

obispo <strong>de</strong> León y al con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Alcudia. ¿Sabes para qué?<br />

-¿Para qué?<br />

-Para proponer un arreglo, una componenda -dijo prontamente Doña Francisca, no<br />

menos iracunda que su hermana-. Pronto lo sabremos. Esa pobre Cristina apelará a<br />

todos los medios para embrollar las cosas y ganar tiempo, hasta que se <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nen las<br />

furias <strong>de</strong> la revolución, que es su esperanza.<br />

-¡Un arreglo!... -dijo D. Carlos con entereza-. ¿Con quién y <strong>de</strong> qué? Entre los<br />

<strong>de</strong>rechos legítimos, sagrados y la usurpación ilegal no pue<strong>de</strong> haber arreglo posible.<br />

Dijo esto con tanto aplomo que parecía un sabio. Después miró a la Virgen como<br />

para tener la satisfacción <strong>de</strong> ver que ella opinaba lo mismo.<br />

-Basta <strong>de</strong> cuestiones políticas -dijo Su Alteza volviendo a tomar una actitud<br />

tranquila-. ¿Sigue Fernando más aliviado <strong>de</strong>l paroxismo <strong>de</strong> esta tar<strong>de</strong>? [336]<br />

-Hasta ahora no hay síntomas <strong>de</strong> que se repita...<br />

-Pero pue<strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r que <strong>de</strong> un momento a otro...


-¡Pobre Fernando! -exclamó D. Carlos dando un gran suspiro y apoyando la barba en<br />

el pecho. Incapaz <strong>de</strong> fingimiento y <strong>de</strong> mentira, la apariencia tétrica <strong>de</strong>l Infante era fiel<br />

expresión <strong>de</strong> la vivísima pena que sentía. Amaba entrañablemente a su hermano. Para<br />

que todo fuera en <strong>de</strong>sventaja <strong>de</strong> los españoles, Dios quiso que estos se dividieran en<br />

bandos <strong>de</strong> aborrecimiento, mientras los hermanos que ocasionaron tantos <strong>de</strong>sastres<br />

vivieron siempre enlazados por el afecto más leal y cariñoso.<br />

Poco más <strong>de</strong> lo transcrito hablaron el Infante y las dos damas, porque empezó a<br />

reunirse la camarilla en el salón inmediato, y Doña Francisca y su hermana<br />

abandonaron a Don Carlos para recibir a los aduladores, pretendientes y cofra<strong>de</strong>s<br />

reverendos <strong>de</strong> aquella cortesana intriga. En poco tiempo llenose la cámara <strong>de</strong> personajes<br />

diversos, el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Negri, el padre Carranza, el embajador <strong>de</strong> Nápoles, vendido<br />

secretamente a los apostólicos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mucho antes, y D. Juan <strong>de</strong> Pipaón, que según todas<br />

las apariencias, representaba en el seno <strong>de</strong> la comunidad apostólica a Calomar<strong>de</strong>. Luego<br />

aparecieron el obispo <strong>de</strong> León y [337] el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Alcudia, y entonces la cámara fue<br />

un hervi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> preguntas y comentarios. Vanidad, servilismo, adulación, los rostros<br />

pálidos, las palabras ansiosas, el respeto olvidado, el rencor no satisfecho, la esperanza<br />

cohibida por el temor... todo esto había bajo aquel techo habitado por sosas ninfas, entre<br />

aquellos tapices representando borracheras a lo Teniers, remilgadas pastoras o cabriolas<br />

<strong>de</strong> sátiros en los jardines <strong>de</strong> Helicona.<br />

-Una proposición inaudita, señores -dijo el reverendo obispo con fiereza-. Veremos<br />

lo que opina el Señor. Ahí es nada... Quieren que durante la enfermedad <strong>de</strong>l Rey se<br />

encargue <strong>de</strong>l gobierno doña Cristina, y que el Serenísimo Señor Infante sea... su<br />

consejero.<br />

Una exclamación <strong>de</strong> horror acogió estas palabras. La princesa <strong>de</strong> Beira casi lloraba<br />

<strong>de</strong> rabia, y a la orgullosa Doña Francisca le temblaban los labios y no podía hablar.<br />

-Es una <strong>de</strong>svergüenza -se atrevió a <strong>de</strong>cir Pipaón, que siempre quería <strong>de</strong>jar atrás a<br />

todos en la expresión extremada <strong>de</strong>l entusiasmo apostólico.<br />

-Es una jugarreta napolitana -indicó Negri, que en estas ocasiones gustaba <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir<br />

algo que hiciera reír.<br />

-Es burlarse <strong>de</strong> los <strong>de</strong>signios <strong>de</strong>l Altísimo -afirmó Abarca, atento siempre a<br />

entrometer [338] la Divinidad en aquellas danzas.<br />

-Es simplemente una tontería -dijo el <strong>de</strong> Alcudia-. Veamos la opinión <strong>de</strong> Su Alteza.<br />

El ministro y el obispo pasaron a ver a D. Carlos, que hasta entonces tenía la digna<br />

costumbre <strong>de</strong> huir <strong>de</strong> los conventículos don<strong>de</strong> se ventilaban entre aspavientos y<br />

lamentaciones los intereses <strong>de</strong> su causa, y al poco rato salieron radiantes <strong>de</strong> gozo. Su<br />

Alteza había contestado con enérgica negativa a la proposición <strong>de</strong> la madre <strong>de</strong> Isabelita;<br />

que <strong>de</strong> este modo solían allí nombrar a la Reina Cristina.<br />

Entonce los cortesanos corrieron <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong>l Infante a la cámara real, don<strong>de</strong>, en<br />

vista <strong>de</strong> la <strong>de</strong>negación, se buscaban nuevas fórmulas para llegar al <strong>de</strong>seado arreglo.<br />

Hora y media pasó en ansieda<strong>de</strong>s y locas impaciencias. La Reina y los ministros<br />

conferenciaban en la antecámara <strong>de</strong>l Rey. En la alcoba <strong>de</strong> este nadie podía penetrar, a


excepción <strong>de</strong> Cristina, los médicos y los ayudas <strong>de</strong> cámara <strong>de</strong> Su Majestad. El Infante<br />

no salía <strong>de</strong>l rincón <strong>de</strong> su cuarto, en que parecía estar recogido como un cenobita que<br />

hace penitencia; pero la bulliciosa Infanta, la implacable princesa <strong>de</strong> Beira, su hijo D.<br />

Sebastián y la mujer <strong>de</strong> este no se daban punto <strong>de</strong> reposo, inquiriendo, atisbando, en<br />

medio <strong>de</strong>l vertiginoso ciclón [339] <strong>de</strong> cortesanos que iba y venía y volteaba con<br />

mareante susurro.<br />

Al fin aparecieron el obispo y el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Alcudia, trayendo las nuevas<br />

proposiciones <strong>de</strong> arreglo. ¿Cuáles eran? «¡Una regencia compuesta <strong>de</strong> Cristina y D.<br />

Carlos, con tal que este empeñase solemnemente su palabra <strong>de</strong> no atentar a los <strong>de</strong>rechos<br />

<strong>de</strong> la Princesa Isabel!». Tal era la proposición que a unos parecía absurda, a otros<br />

insolente, a los más ridícula. Hubo exclamaciones, monosílabos <strong>de</strong> <strong>de</strong>sprecio y amargas<br />

risas. «¡Los <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong> Isabelita!». Esta i<strong>de</strong>a ponía fuera <strong>de</strong> sí a la enfática y siempre<br />

hinchada princesa <strong>de</strong> Beira.<br />

¿Y quién sabrá pintar la escena <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> D. Carlos, cuando el obispo y el<br />

ministro le comunicaron la última proposición <strong>de</strong> los Reyes? Por todos los santos se<br />

pue<strong>de</strong> jurar que el que tal escena vio no la olvidará aunque mil años viva. Nosotros que<br />

la vimos la tenemos presente lo mismo que si hubiera pasado ayer, ¿pero cómo acertar a<br />

pintarla? Es tan rica <strong>de</strong> matices y al propio tiempo tan sencilla que es fácil se eche a<br />

per<strong>de</strong>r al pasar por las manos <strong>de</strong>l arte. ¡Pasó allí tan poca cosa y fue <strong>de</strong> tanta<br />

trascen<strong>de</strong>ncia lo que allí pasó!... No hubo ruido; pero en el silencio grave <strong>de</strong> aquella sala<br />

se engendraron las mayores tempesta<strong>de</strong>s españolas <strong>de</strong>l siglo. [340]<br />

Al ver entrar al obispo y al ministro, seguidos <strong>de</strong> las infantas, D. Sebastián y el<br />

agraciadísimo Padre Carranza, D. Carlos se levantó solemnemente. Era hombre que<br />

sabía dar a ciertos actos una majestad severa que contrastaba con su llaneza en la vida<br />

privada. Mientras Alcudia leía el borrador <strong>de</strong>l <strong>de</strong>creto en que se establecía la doble<br />

regencia, la princesa <strong>de</strong> Beira estaba lívida y Doña Francisca mordía las puntas <strong>de</strong>l<br />

pañuelo. Ambas hermanas vestían mo<strong>de</strong>stamente. ¿Quién olvidará sus talles altos, sus<br />

ampulosos senos, sus peinados <strong>de</strong> tres lazos y sus pañoletas <strong>de</strong> colores? Estaban como<br />

dos estatuas <strong>de</strong> la ambición doméstico-palatina, erigidas en el centro <strong>de</strong>l arco que<br />

formaba la comisión <strong>de</strong> príncipes y magnates. Miraban ansiosas a D. Carlos cual si<br />

temieran que el gran<strong>de</strong> amor que al Rey tenía venciera su entereza en aquel crítico<br />

instante, haciéndole incurrir en una <strong>de</strong>bilidad que se confundiría con la bajeza.<br />

D. Carlos no tenía talento ni ambición, pero tenía fe, una fe tan gran<strong>de</strong> en sus<br />

<strong>de</strong>rechos que estos y los Santos Evangelios venían a ser para Su Alteza Serenísima una<br />

misma cosa. Esta fe que en lo moral producía en él la honra<strong>de</strong>z más pura, y en los actos<br />

políticos una terquedad lamentable, fue lo que en tal momento salvó la causa apostólica,<br />

llenando [341] <strong>de</strong> júbilo los corazones <strong>de</strong> aquellos señorones codiciosos y levantiscas<br />

princesas. Mientras duró la lectura, D. Carlos no quitó los ojos <strong>de</strong>l cuadro <strong>de</strong> la<br />

Purísima, a quien sería mejor llamar Capitana por las prerrogativas militares que el<br />

príncipe le había dado. Después hubo una pausa silenciosa, durante la cual no se oyó<br />

más que el rumorcillo <strong>de</strong>l papel al ser doblado por el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Alcudia. Las infantas<br />

miraban a los labios <strong>de</strong> D. Carlos y D. Carlos se puso pálido, alzó la frente más ancha<br />

que hermosa, y tosió ligeramente. Parecía que iba a <strong>de</strong>cir las cosas más estupendas <strong>de</strong><br />

que es capaz la palabra humana, o a dictar leyes al mundo como su homónimo el <strong>de</strong><br />

Gante las dictaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un rincón <strong>de</strong>l alcázar <strong>de</strong> Toledo. Con voz campanuda dijo así:


-No ambiciono ser rey; antes por el contrario <strong>de</strong>searía librarme <strong>de</strong> carga tan pesada<br />

que reconozco superior a mis fuerzas... pero...<br />

Aquí se <strong>de</strong>tuvo buscando la frase. Doña Francisca estuvo a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>smayarse y la<br />

<strong>de</strong> Beira echaba fuego por sus ojos.<br />

-Pero Dios -añadió D. Carlos- que me ha colocado en esta posición me guiará en este<br />

valle <strong>de</strong> lágrimas... Dios me permitirá cumplir tan alta empresa.<br />

Aún no se sabía qué empresa era aquella que Dios, protector <strong>de</strong>cidido <strong>de</strong> la causa,<br />

tomaba [342] a su cargo en este valle <strong>de</strong> lágrimas. El con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Alcudia que a pesar <strong>de</strong><br />

estar secretamente afiliado al partido <strong>de</strong> D. Carlos, quería cumplir la misión que le había<br />

dado el Rey, dijo algunas palabras en pro <strong>de</strong> la avenencia. Pero entonces don Carlos,<br />

como si recibiera una inspiración <strong>de</strong>l Cielo, habló con facilidad y energía en estos<br />

términos, que son exactos y textuales:<br />

-«No estoy engañado, no, pues sé muy bien que si yo por cualquier motivo, cediese<br />

esta corona a quien no tiene <strong>de</strong>recho a ella, me tomaría Dios estrechísima cuenta en el<br />

otro mundo y mi confesor en este no me lo perdonaría; y esta cuenta sería aún más<br />

estrecha perjudicando yo a tantos otros y siendo yo causa <strong>de</strong> todo lo que resultare; por<br />

tanto no hay que cansarse, pues no mudo <strong>de</strong> parecer».<br />

Dijo y se sentó cansado. Las infantas <strong>de</strong>jaron a sus abanicos la expresión <strong>de</strong>l orgullo<br />

y satisfacción que sentían por aquellas cristianísimas palabras. ¿Qué cosa más admirable<br />

que un príncipe <strong>de</strong>cidido a reinar sobre nosotros, no por ambición, no por <strong>de</strong>seo <strong>de</strong><br />

aplicar al Gobierno un entendimiento que se siente po<strong>de</strong>roso, sino por cristianismo<br />

puro, por temor <strong>de</strong> Dios y por miedo al Infierno? En aquel breve discurso nos explicó<br />

Su Alteza Serenísima [343] la clave <strong>de</strong> sus i<strong>de</strong>as y <strong>de</strong> su modo <strong>de</strong> hacer la guerra y <strong>de</strong><br />

gobernar. No era ambicioso ni conquistador, sino una especie <strong>de</strong> cruzado <strong>de</strong> la Tierra<br />

Santa <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>rechos. Según él, Dios estaba profundamente interesado en aquel<br />

negocio, y tanto, que no se sabe lo que habría pasado en los reinos celestiales si al buen<br />

Infante le da la mala tentación <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar reinar a Isabelita. Es sabido que estas contiendas<br />

<strong>de</strong> familia se miran allá arriba como cosa <strong>de</strong> casa. Bien enterado estaba <strong>de</strong> todo el<br />

confesor <strong>de</strong> Su Alteza, que así le había pintado la imposibilidad <strong>de</strong> ser mo<strong>de</strong>sto y la<br />

urgente precisión <strong>de</strong> ceñirse la corona por estar así acordado allí don<strong>de</strong> se hacen y<br />

<strong>de</strong>shacen los imperios. ¿Y cómo se iba a atrever el pobre D. Carlos a confesar en el<br />

temeroso tribunal <strong>de</strong> la penitencia el horrible <strong>de</strong>lito <strong>de</strong> no querer ser Rey? ¿Y a<strong>de</strong>más no<br />

estaba <strong>de</strong> por medio la infeliz España a quien Dios no podía abandonar? ¿Y qué era el<br />

príncipe más que el instrumento <strong>de</strong> Dios, protector <strong>de</strong>cidido en todos tiempos <strong>de</strong> nuestra<br />

nación con preferencia a todas las <strong>de</strong>más que ocupan la interesante Europa, la América<br />

lozana, la negra África y el Asia opulenta? ¡Instrumento <strong>de</strong> la Provi<strong>de</strong>ncia! Esto y no<br />

otra cosa era D. Carlos, y bien lo comprendía así el bueno, el evangélico, el seráfico<br />

obispo <strong>de</strong> León, cuando al salir [344] <strong>de</strong> la cámara <strong>de</strong>l Infante se abrió paso entre la<br />

multitud <strong>de</strong> cortesanos, diciendo con entusiasmo:<br />

-¡Paso al partido <strong>de</strong>l Altísimo!<br />

Olvidábamos <strong>de</strong>cir que D. Carlos, luego que dio aquella respuesta digna <strong>de</strong> un<br />

arcángel, encargado <strong>de</strong> <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r una plaza <strong>de</strong>l Cielo sitiada por los pícaros <strong>de</strong>monios,<br />

habló un rato con sus amigos y con su esposa y cuñada, repitiéndoles lo que ya les había


dicho muchas veces, a saber: que se negaba resueltamente a apelar a las armas, que<br />

<strong>de</strong>saprobaba todas las conspiraciones fraguadas en su nombre y que se le enterase cada<br />

poco rato <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong> la salud <strong>de</strong>l Rey.<br />

Luego se encerró en su oratorio don<strong>de</strong> rezó gran parte <strong>de</strong> la noche, pidiendo a Dios,<br />

su superior jerárquico, y a la Limpia y Pura, su generala en jefe, que salvaran la vida <strong>de</strong><br />

su amado hermano Fernando. Tal era, ni más ni menos, aquel D. Carlos que en España<br />

ha llenado el siglo con su nombre lúgubre, monstruo <strong>de</strong> candor y <strong>de</strong> fanatismo, <strong>de</strong><br />

honra<strong>de</strong>z y <strong>de</strong> ineptitud. [345]<br />

- XXXII -<br />

Todos los manipuladores <strong>de</strong> aquella intriga se agitaban mucho, pero ninguno como<br />

Pipaón, el correveidile <strong>de</strong> Calomar<strong>de</strong>, el que tan pronto llevaba un recado al embajador<br />

<strong>de</strong> Nápoles, caballero Antonini, como un papelito al Padre Carranza para que lo diera a<br />

las infantas. Cuando el barullo cesó en los salones y empezó a reinar un poco <strong>de</strong><br />

sosiego, el bueno <strong>de</strong> Bragas retirose con Calomar<strong>de</strong> y Carranza a una pieza lejana don<strong>de</strong><br />

estuvieron charlando acaloradamente y revolviendo papeles y haciendo números hasta<br />

por la mañana. Cuando amaneció tenía la augusta cabeza tan cal<strong>de</strong>ada por el hervir <strong>de</strong><br />

i<strong>de</strong>as y proyectos que en aquella cavidad bullían, que juzgó pru<strong>de</strong>nte no acostarse y salir<br />

a los jardines para dar algunas vueltas. Largo rato estuvo recorriendo alamedas y<br />

bosquecillos <strong>de</strong> tallado mirto, pero sin parar mientes en la hermosura <strong>de</strong> la Naturaleza<br />

en tal hora, porque su ambición ocupaba al cortesano todas las potencias y sentidos. Así<br />

la <strong>de</strong>liciosa frescura <strong>de</strong> la mañana, el <strong>de</strong>spertar <strong>de</strong> los pajarillos, la quietud soñolienta <strong>de</strong><br />

la atmósfera, la [346] gala <strong>de</strong> las flores hume<strong>de</strong>cidas por el rocío, eran para aquel infeliz<br />

esclavo <strong>de</strong> las pasiones, como páginas <strong>de</strong> un idioma <strong>de</strong>sconocido, <strong>de</strong>l cual no<br />

comprendía ni una letra ni un rasgo. Ciego para todo menos para su loco apetito no veía<br />

sino la cartera ministerial, el sueldazo, las obvenciones, las veneras, el título <strong>de</strong> nobleza<br />

y todo lo <strong>de</strong>más que <strong>de</strong>l próximo triunfo <strong>de</strong> los apostólicos podía obtener.<br />

Junto a la fuente <strong>de</strong> Pomona tropezó con D. Benigno Cor<strong>de</strong>ro, que volvía <strong>de</strong> su<br />

paseo matinal. Era hombre que madrugaba como los pájaros y daba paseos <strong>de</strong> leguas<br />

antes <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sayuno. Aquella mañana el héroe estaba tan meditabundo como Pipaón;<br />

pero por diferentes motivos.<br />

-No he dormido en toda la noche, señor Don Benigno -dijo el cortesano con énfasis-.<br />

Hemos trabajado para evitar <strong>de</strong>rramamiento <strong>de</strong> sangre. El Rey se nos muere hoy: no<br />

llegará a la noche. ¡España por D. Carlos!<br />

-Yo tampoco he dormido, pero no me <strong>de</strong>svelan a mí esas trapisondas palaciegas, no<br />

-repuso el héroe melancólicamente-. Barástolis, rebarástolis... ¡pensar que hasta ahora<br />

no he podido conseguir <strong>de</strong> ese intrigante la cosa más fácil y sencilla que se pue<strong>de</strong> pedir<br />

a un obispo!... ¡una firma, una, D. Juan, una firma! He prometido una gran cesta <strong>de</strong><br />

albaricoques, [347] amén <strong>de</strong> otras cosas, al familiar <strong>de</strong> Su Ilustrísima y... ni por esas...<br />

Su Ilustrísima no se pue<strong>de</strong> ocupar <strong>de</strong> eso, Su Ilustrísima se <strong>de</strong>be al Rey y al Estado y<br />

al... ¿En qué país vivimos? ¿Pues así se tratan los intereses más respetables? ¿Es esto


ser obispo?... ¡Le digo a usted, amigo D. Juan, que estoy <strong>de</strong> obispos hasta la corona!...<br />

¿Qué es lo que pido? Una firma, nada más que una firma en documento corriente,<br />

informado y vuelto a informar, y que ha pasado por más manos que moneda vieja...<br />

¡Oh!, malhadada España. ¡Y estos hombres hablan <strong>de</strong> regenerarte!<br />

¡Una firma, nada más que una firma! Indudablemente el revoltoso obispo <strong>de</strong>bía ser<br />

ahorcado. Pipaón consoló a su amigo lo mejor que pudo prometiéndole recomendar el<br />

caso a Su Ilustrísima, y conseguirle si triunfaban los apostólicos, no una firma, sino<br />

cuatro o cinco docenas <strong>de</strong> ellas.<br />

Cuatro o cinco docenas <strong>de</strong> Barástolis echó <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su boca D. Benigno, y juntos<br />

él y Bragas se dirigieron hacia la casa <strong>de</strong> Pajes.<br />

-Si estuviera aquí Jenarita -<strong>de</strong>cía Cor<strong>de</strong>ro-, ella con su irresistible po<strong>de</strong>r haría firmar<br />

a ese con<strong>de</strong>nado.<br />

Pipaón se acostó; pero llamado a poco rato por Su Excelencia, tuvo que <strong>de</strong>jar el<br />

blando sueño para acudir a los cónclaves que se preparaban [348] para aquel día. El<br />

inconsolable y aburridísimo Cor<strong>de</strong>ro, luego que se <strong>de</strong>sayunó, volvió a los jardines,<br />

único punto don<strong>de</strong> hallaba algún esparcimiento en su tristeza, y no había llegado aún a<br />

la fuente <strong>de</strong> la Fama, cuando topó con Salvador Monsalud que <strong>de</strong> palacio venía<br />

cabizbajo y <strong>de</strong> malísimo humor. El día anterior se habían visto y saludado un momento<br />

como amigos antiguos que eran <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las trapisondas <strong>de</strong> la Milicia nacional <strong>de</strong>l año 22,<br />

memorable por la hazaña <strong>de</strong>l nunca bastante célebre arco <strong>de</strong> Boteros. D. Benigno se<br />

alegró <strong>de</strong> verle, por tener alguien con quien hablar en aquella <strong>de</strong>solada corte, tan llena<br />

<strong>de</strong> interés para otros y para él más triste y solitaria que un <strong>de</strong>sierto. De manos a boca<br />

Monsalud le habló <strong>de</strong> Sola, <strong>de</strong>l casamiento, y tales elogios hizo <strong>de</strong> ella y con tanto calor<br />

la nombró, que Cor<strong>de</strong>ro sintió inexplicables inquietu<strong>de</strong>s en su alma generosa. No sabía<br />

por qué le era <strong>de</strong>sagradable la persona y la amistad <strong>de</strong> aquel hombre, protector y amigo<br />

<strong>de</strong> su futura en otro tiempo, y luego nombrado en sueños por ella. Recordó claramente<br />

cuán triste se ponía Sola si le faltaban cartas <strong>de</strong> él, y cuánto se alegraba al recibir<br />

noticias suyas; pero al mismo tiempo le consoló el recuerdo <strong>de</strong> la perfecta sinceridad,<br />

signo <strong>de</strong> pureza <strong>de</strong> conciencia, con que Sola le supo referir su entrevista [349] con<br />

Salvador en los Cigarrales, mientras Cor<strong>de</strong>ro estaba en Madrid ocupado <strong>de</strong> los nunca<br />

bastante vituperados papeles. Recordó muchas cosas, unas que le agitaban, otras que<br />

calmaban su inquietud, y por último la fe ciega que tenía en el afecto puro y sencillo <strong>de</strong><br />

la que iba a ser su señora le confortaba singularmente.<br />

No obstante, quiso evitar la compañía <strong>de</strong> aquel hombre, y ya preparaba la<br />

conversación para buscar un pretexto <strong>de</strong> ausencia, cuando Salvador dijo:<br />

-Reniego <strong>de</strong> esta cansada y revoltosa corte. Aquí estoy hace seis días atado por una<br />

pretensión fácil y sencilla, y aunque tengo relaciones en palacio, nada puedo conseguir.<br />

A usted no le sorpren<strong>de</strong>rá el saber que lo que pretendo no es más que una firma, nada<br />

más que una firma en documento corriente. Pero el señor Calomar<strong>de</strong> que para daño<br />

eterno <strong>de</strong> nuestro país, sigue sin reventar todavía, no se ha <strong>de</strong>cidido aún a tomar la<br />

pluma. ¡Y <strong>de</strong> que la tome y rubrique <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>n mi fortuna y mi porvenir!


-Nuestra cuita es la misma -exclamó Don Benigno sintiéndose consolado con la<br />

<strong>de</strong>sgracia ajena-. Yo también me aburro y me <strong>de</strong>sespero y me quemo la sangre sólo por<br />

una [350] firma.<br />

-¡Qué ministros!<br />

-Están intrigando para arrancar al Rey un codicilo que dé la corona a D. Carlos.<br />

-¡Qué menguados hombres!... ¡Que una nación esté en tales manos...!<br />

-Y según los vientos que corren, barástolis, lo estará para in eternum. La consigna <strong>de</strong><br />

esa gente es que el Rey se muere hoy. Parece que han sobornado al Altísimo.<br />

-Es gracioso.<br />

-Ya tratan a D. Carlos <strong>de</strong> Majestad.<br />

-Lo creo. Será Rey. Vamos progresando. ¿Piensa usted emigrar?<br />

-¿Yo? -dijo Cor<strong>de</strong>ro sorprendido-. Si triunfa ese partido brutal lo sentiré mucho,<br />

porque en fin, tengo i<strong>de</strong>as liberales... algo ha leído uno en autores filosóficos...<br />

-Sí, ya sé que lee usted a Rousseau. Rousseau dice: «no hay patria don<strong>de</strong> no hay<br />

libertad». ¿Piensa usted emigrar?<br />

-Emigrar no, porque no me mezclo en política. Viviré retirado <strong>de</strong> estos trapicheos<br />

<strong>de</strong>jándoles que <strong>de</strong>strocen a su antojo lo que todavía se llama España, y con ellos se<br />

llamará como Dios quiera. Un padre <strong>de</strong> familia no <strong>de</strong>be comprometerse en aventuras<br />

peligrosas. Usted...<br />

-Yo no soy padre <strong>de</strong> familia ni cosa que lo valga -dijo el otro <strong>de</strong>jando traslucir<br />

claramente [351] una pena muy viva-. No tengo a nadie en el mundo. No hay casa, ni<br />

hogar, ni rincón que guar<strong>de</strong>n un poco <strong>de</strong> calor para mí; soy tan extranjero aquí como en<br />

Francia; soy esclavo <strong>de</strong> la tristeza; no tengo en <strong>de</strong>rredor mío ningún elemento <strong>de</strong> vida<br />

pacífica; la última ilusión la perdí radicalmente; vivo en el vacío; no tengo, pues, otro<br />

remedio, si he <strong>de</strong> seguir existiendo, que lanzarme otra vez a las aventuras <strong>de</strong>sconocidas,<br />

a los caminos peligrosos <strong>de</strong> la i<strong>de</strong>a política, cuyo término se ignora. Mi antigua<br />

vocación <strong>de</strong> revolucionario y conspirador, que estaba amortiguada y como vencida en<br />

mí, vuelve a nacer ahora, porque el freno que le puse se ha roto, porque la vocación<br />

nueva con que traté <strong>de</strong> matar aquella se ha convertido en humo. Hay que volver al humo<br />

pasado, a las locuras, a la lucha, a las i<strong>de</strong>as, cuya realización, por lo difícil, toca los<br />

límites <strong>de</strong> lo imposible.<br />

D. Benigno le oía con estupor. Habíanse internado en uno <strong>de</strong> aquellos laberintos<br />

hechos con tijeras, que parecen <strong>de</strong>coraciones teatrales construidas para una sosa<br />

comedia galante o para una opereta <strong>de</strong> Metastasio. Solitarias y placenteras estaban las<br />

callejuelas y las bovedillas ver<strong>de</strong>s. Nadie podía oírles allí. Salvador no puso trabas a su<br />

lengua y se expresó <strong>de</strong> este modo: [352]


-Cuando vine aquí persistía en mi propósito <strong>de</strong> huir para siempre <strong>de</strong> la política,<br />

aunque estaba muy in<strong>de</strong>ciso consi<strong>de</strong>rando que alguna dirección o empleo había <strong>de</strong> dar a<br />

mi pensamiento y a mi voluntad. No se pue<strong>de</strong> vivir <strong>de</strong> monólogos, como yo vivo ahora.<br />

Mi <strong>de</strong>sgracia o mi fortuna, que esto no lo sé bien, quisieron que entrara algunas veces<br />

en Palacio. Allí traté a gentiles-hombres y cortesanos, hice amistad con ministriles y<br />

empleadillos menudos; todo por el negocio maldito <strong>de</strong> esta rúbrica que pido a Su<br />

Excelencia y que no me quiere dar. A<strong>de</strong>más soy amigo <strong>de</strong> un montero <strong>de</strong> Espinosa que<br />

me ha enterado <strong>de</strong> todo lo ocurrido ayer y anoche. ¡Qué cosas, amigo mío; qué horrores!<br />

Si cuando se lee la historia sentimos emociones tan hondas y queremos ser actores en<br />

los sucesos pintados, ¿qué será cuando vemos la historia viva, antes <strong>de</strong> ser libro, y<br />

asistimos a los hechos antes <strong>de</strong> que sean páginas? El drama <strong>de</strong> anoche me ha<br />

espeluznado. Pues se prepara otro drama, junto al cual el <strong>de</strong> anoche será comedia. No,<br />

no es posible ver esto como se ven por anteojo los muñecos y las vistas <strong>de</strong> un<br />

tutilimundi. De repente me he sentido exaltado, y mis antiguas vocaciones han renacido<br />

con ímpetu irresistible.<br />

-Cuidado, cuidado -dijo D. Benigno, temeroso [353] <strong>de</strong>l sesgo peligroso que aquella<br />

conversación tomaba-. Los arbolitos oyen; chitón. Le veo a usted en camino <strong>de</strong> ser un<br />

cristino furibundo.<br />

-Yo no sé por qué camino voy; sólo sé que cuando veo a esa Reina joven, hermosa,<br />

inocente <strong>de</strong> todos los crímenes <strong>de</strong>l absolutismo: cuando consi<strong>de</strong>ro sus virtu<strong>de</strong>s y la<br />

piedad con que asiste al Rey enfermo, que sólo merece lástima; cuando veo los peligros<br />

que la cercan, los infames lazos que se le tien<strong>de</strong>n y el <strong>de</strong>sdén con que la miran los<br />

mismos que hace poco se arrastraban a sus pies, siento ar<strong>de</strong>r la sangre en mis venas, y<br />

no sé qué daría, créame usted, D. Benigno, por hallarme en situación <strong>de</strong> enseñar a esos<br />

murciélagos apostólicos cómo se respeta a una señora y a una Reina. En la corona que<br />

no han podido quitarle todavía, y que sobre su hermosa frente tiene mayor brillo, veo la<br />

monarquía templada que celebra alianzas <strong>de</strong> amistad con el pueblo; pero en la corona <strong>de</strong><br />

hierro que esos intrigantes clérigos y cortesanos están forjando en el cuarto <strong>de</strong> D.<br />

Carlos, veo la monarquía <strong>de</strong>sconfiada, implacable, que no admite más <strong>de</strong>rechos que los<br />

suyos. No, no hay ya en España caballeros, si España consiente que esa turba <strong>de</strong><br />

fanáticos expulse a la Reina y arrebate la corona a su hija... [354]<br />

-Sí, sí -exclamó Cor<strong>de</strong>ro sintiendo que revivía lentamente en su pecho su antiguo<br />

entusiasmo liberalesco-. Pero cuidado, mucho cuidado, amigo. Lo que usted dice es<br />

peligrosísimo. Todo el Real Sitio es <strong>de</strong> los apostólicos. No nos metamos en lo que no<br />

nos importa.<br />

-¿Cómo que no nos importa? -dijo el otro con viveza-. Es cuestión <strong>de</strong> vida o muerte,<br />

<strong>de</strong> ser o no ser. En estos momentos se está <strong>de</strong>cidiendo, y pronto se probará si los<br />

españoles no merecen otro <strong>de</strong>stino que el <strong>de</strong> un hato <strong>de</strong> carneros o si son dignos <strong>de</strong><br />

llamar nación a la tierra en que viven. Yo que había tomado en aborrecimiento las<br />

revoluciones y el conspirar, ahora siento en mí un apetito <strong>de</strong> rebeldía que me llevaría a<br />

los mayores atrevimientos si viera junto a mí quien me ayudase. Desanimado ayer y<br />

<strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> la oscuridad, hoy que la vida doméstica me es negada por Dios, quisiera<br />

tener medios <strong>de</strong> revolver a España, y amotinar gente, y hacer que todo el mundo se<br />

rebelara, y romper todos los lazos, y levantar todos los <strong>de</strong>stierros, y <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nar todo<br />

lo que está enca<strong>de</strong>nado por este régimen brutal. Yo iría a esa Reina atribulada y le diría:<br />

«Señora, lance Vuestra Majestad un grito, un grito sólo en medio <strong>de</strong> este país que


parece dormido y no está sino asustado. No tema [355] Vuestra Majestad; estas<br />

situaciones se vencen con el valor y la confianza. Abra Vuestra Majestad las puertas <strong>de</strong><br />

la patria a todos los emigrados, a todos absolutamente sin distinción. Para vencer al<br />

Infante se necesita una ban<strong>de</strong>ra; para hacer frente a un principio se necesita otro; nada<br />

<strong>de</strong> términos medios, ni acomodos vergonzosos; esa gente pi<strong>de</strong> todo o nada; pues nada y<br />

guerra a muerte. Levántese Vuestra Majestad y an<strong>de</strong> con paso seguro; no se <strong>de</strong>je asustar<br />

por los errores <strong>de</strong> los que no han sabido establecer la libertad. Es preciso tolerarles<br />

como son, porque son la salvación, y si aseguran el trono y la libertad sus<br />

imperfecciones y extravíos les serán perdonados. Y entonces, señora, se alzará <strong>de</strong>l seno<br />

<strong>de</strong> la nación oprimida y <strong>de</strong>seosa <strong>de</strong> mejor suerte, un sentimiento, un prurito<br />

incontrastable, y miles <strong>de</strong> hombres generosos se agruparán al lado <strong>de</strong> Vuestra Majestad<br />

protestando con la palabra y con la espada <strong>de</strong> que quieren por soberana a la Reina <strong>de</strong>l<br />

porvenir, la Reina liberal, Isabel II». [356]<br />

- XXXIII -<br />

-¡Chitón, chitón por todos los santos <strong>de</strong>l cielo! -dijo D. Benigno poniéndole la mano<br />

en la boca para hacerle callar.<br />

El héroe participaba <strong>de</strong> aquel noble ardor, pero temía que tales <strong>de</strong>mostraciones les<br />

trajeran a ambos algún perjuicio. Tembloroso y ruborizado, Cor<strong>de</strong>ro llevó a su amigo<br />

fuera <strong>de</strong>l ver<strong>de</strong> laberinto, incitándole a que callara, porque -y lo dijo en la plenitud <strong>de</strong> la<br />

convicción- si el obispo Abarca y el ministro Calomar<strong>de</strong> llegaban a tener noticia <strong>de</strong> lo<br />

que se habló en los jardines, no firmarían ni en tres siglos. Salvador tranquilizó al buen<br />

comerciante sobre aquel endiablado negocio <strong>de</strong> las firmas y cuando se separaron<br />

invitole a que comieran juntos aquella tar<strong>de</strong>. Excusose D. Benigno, por sentirse, al oír la<br />

invitación, tocado <strong>de</strong> aquel mismo recelo o inquietud <strong>de</strong> que antes hablamos; pero las<br />

reiteradas cortesanías <strong>de</strong>l otro le vencieron al fin. Mientras Cor<strong>de</strong>ro entraba en la casa<br />

<strong>de</strong> Pajes pensando en el convite, en la muerte <strong>de</strong>l Rey, en la firma y sobre todo en los<br />

que le esperaban en los [357] Cigarrales, Salvador penetró en Palacio y no se le vio más<br />

en todo el día.<br />

Era aquel el 18 <strong>de</strong> Setiembre, día inolvidable en los anales <strong>de</strong> la guerra civil, porque,<br />

si bien en él no se disparó un solo cartucho, fue un día que engendró sangrientas<br />

batallas, un día en el cual se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir figuradamente que se cargaron todos los<br />

cañones. Des<strong>de</strong> muy temprano volvió a reinar el <strong>de</strong>sasosiego en los salones y en todas<br />

las <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncias. Su Majestad seguía muy grave, y a cada vahído <strong>de</strong>l monarca la causa<br />

apostólica daba un salto en señal <strong>de</strong> vida y buena salud; así es que cuando circulaban<br />

noticias <strong>de</strong>sconsoladoras no se veía el dolor pintado en todas las caras, como suce<strong>de</strong> en<br />

ocasiones <strong>de</strong> esta naturaleza, aun en reales palacios, sino que a muchos les bailaban los<br />

ojos <strong>de</strong> contento, y otros aunque disimulaban el gozo, no lo hacían tanto que<br />

escondieran por completo la repugnante ansiedad <strong>de</strong> sus corazones corrompidos.<br />

En medio <strong>de</strong> esta barahúnda, la Reina apuraba ella sola en el silencio lúgubre <strong>de</strong> la<br />

alcoba regia el cáliz amargo <strong>de</strong> la situación más triste y <strong>de</strong>sairada en que pueda verse<br />

quien ha llevado una corona. Los cortesanos huían <strong>de</strong> ella; a cada hora, a cada minuto


veía disminuir el número <strong>de</strong> los que parecían fieles a su causa, y cada suspiro <strong>de</strong>l Rey<br />

moribundo [358] producía una <strong>de</strong>fección en el débil partido <strong>de</strong> la Reina. El día anterior<br />

aún tenía confianza en la guardia <strong>de</strong> Palacio; pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la mañana <strong>de</strong>l 18 las<br />

revelaciones <strong>de</strong> algunos servidores leales la advirtieron <strong>de</strong> que, muerto el Rey, la<br />

guardia y probablemente todas las fuerzas <strong>de</strong>l Real Sitio abrazarían el partido <strong>de</strong>l<br />

Infante.<br />

Cristina se vistió en aquellos días el hábito <strong>de</strong> la Virgen <strong>de</strong>l Carmen, y con la saya <strong>de</strong><br />

lana blanca estaba más guapa aún que con manto regio y corona <strong>de</strong> diamantes. No salía<br />

<strong>de</strong> la alcoba regia sino breves momentos, cuando el Rey parecía sosegado y ella<br />

necesitaba ver a sus hijas o <strong>de</strong>sahogar su pena en amargas lágrimas, <strong>de</strong>rramadas sin<br />

testigos en su cámara particular. Allí también había bullicio y movimiento, porque la<br />

servidumbre arreglaba las maletas y embaulaba el ajuar <strong>de</strong> la Reina en previsión <strong>de</strong> una<br />

fuga precipitada.<br />

Por la noche la Reina no dormía tampoco. Sentada junto al lecho <strong>de</strong>l Rey, vigilaba su<br />

enfermedad, atendía a sus dolores, preparaba por sí misma las medicinas y se las daba,<br />

le dirigía palabras <strong>de</strong> esperanza y consuelo, no permitía que los criados hicieran cosa<br />

alguna que pudiera hacer ella, esclava entonces <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>beres <strong>de</strong> esposa con tanto rigor<br />

como la compañera <strong>de</strong>l último súbdito <strong>de</strong>l tirano enfermo. [359] Haciendo entonces lo<br />

que no suelen ni saben hacer generalmente las reinas, aquella joven se puso una corona<br />

<strong>de</strong> esas que no están sujetas a los azares <strong>de</strong> un <strong>de</strong>stronamiento ni a los <strong>de</strong>saires <strong>de</strong> la<br />

abdicación.<br />

La historia no dice lo que pasó por la mente <strong>de</strong>l atormentador <strong>de</strong> España al ver que<br />

en pago <strong>de</strong> sus violencias, <strong>de</strong> su bárbaro orgullo, <strong>de</strong> sus vicios y <strong>de</strong> su egoísmo brutal,<br />

Dios le enviaba aquel ángel en su última hora para que el autor <strong>de</strong> tantas agonías viera<br />

endulzada la suya y pudiera morirse en paz, como se mueren los que no han hecho daño<br />

a nadie. Cuando se entraba en la alcoba real no se podía ver sin horror el enorme cuerpo<br />

<strong>de</strong>l Rey en el lecho, hinchado, sin movimiento, oprimido por bizmas, ungido con<br />

emplastos que a pesar <strong>de</strong> sus virtu<strong>de</strong>s no vencían los dolores; hecho todo una miseria;<br />

conjunto lastimoso <strong>de</strong> <strong>de</strong>sdichas físicas, que así remedaban la moral más perversa que<br />

ha informado un alma humana.<br />

Su rostro variaba entre el verdoso <strong>de</strong> la muerte y el amoratado <strong>de</strong> la congestión.<br />

Ligeramente incorporado sobre las almohadas su cabeza estaba inmóvil, su mirada fija y<br />

mortecina, su nariz colgaba cual si quisiera caer saltando al suelo, y <strong>de</strong> su entreabierta<br />

boca no salía sino un quejido constante que en los breves [360] momentos <strong>de</strong> sosiego<br />

era estertor difícil. Por fin le tocaba a él también un poco <strong>de</strong> potro. Debía <strong>de</strong> estar su<br />

conciencia bastante <strong>de</strong>spierta en aquellos momentos, porque no se quejaba <strong>de</strong>sesperado,<br />

como si en el fondo <strong>de</strong> su alma existiese una aprobación <strong>de</strong> aquel horrible<br />

quebrantamiento <strong>de</strong> huesos y hervor <strong>de</strong> sangre que sufría. La cama <strong>de</strong>l Rey por el estado<br />

<strong>de</strong> aquel <strong>de</strong>sdichado cuerpo que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> algún tiempo vivía corrompiéndose, parecía más<br />

bien un ensayo <strong>de</strong> las <strong>de</strong>scomposiciones <strong>de</strong>l sepulcro. Esto sólo es un elocuente elogio<br />

<strong>de</strong> la cristiana abnegación <strong>de</strong> la Reina.<br />

En la alcoba había dos o tres crucifijos e imágenes, todos solicitados por la piedad <strong>de</strong><br />

Cristina para que no permitieran que España se quedase sin Rey. Mas por el momento<br />

no había síntomas <strong>de</strong> que tan noble anhelo fuera atendido, porque Fernando VII se<br />

moría a pedazos. Aquella masa inerte, tan sólo vivificada por un gemido, no era ya Rey


ni siquiera hombre. Hacia el medio día se temió la pérdida absoluta <strong>de</strong> las faculta<strong>de</strong>s<br />

mentales y antes que esto llegara, se reconoció la necesidad <strong>de</strong> dar solución al problema<br />

tremendo. Una chispa <strong>de</strong> razón quedaba en el espíritu <strong>de</strong>l Rey. Era urgente,<br />

indispensable, que a la débil luz <strong>de</strong> esa chispa se resolviese el conflicto. [361]<br />

Cristina hubiera dilatado aquel momento. Ganando algunas horas habría podido<br />

llegar su hermana la Infanta Doña Carlota, mujer <strong>de</strong> mucho brío y resolución que para<br />

aquel caso era <strong>de</strong> perlas. Des<strong>de</strong> que se agravó Su Majestad le habían enviado correos al<br />

Puerto <strong>de</strong> Santa María, rogándola que viniese, y ya la Infanta <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> estar cerca,<br />

quizás en Madrid, quizás en camino <strong>de</strong>l Real Sitio. Pero el aniquilamiento rápido <strong>de</strong>l<br />

enfermo no permitía esperar más. Entraron, pues, en la real cámara tres figuras<br />

horrendas: Calomar<strong>de</strong>, el <strong>de</strong> Alcudia y el obispo <strong>de</strong> León. La Reina y el confesor <strong>de</strong>l<br />

Rey habían llegado poco antes y estaban a un lado y otro <strong>de</strong> Su Majestad, Cristina casi<br />

tocando su cabeza, el clérigo bastante cerca para hablar al oído <strong>de</strong>l pobre enfermo.<br />

Había llegado un momento en que ninguna alma cristiana podía conservar rencor ante<br />

tanta <strong>de</strong>sdicha. No era posible ver a Fernando VII en aquel trance sin sentir ganas <strong>de</strong><br />

perdonarle <strong>de</strong> todo corazón.<br />

Los tres temerosos figurones se situaron por los pies <strong>de</strong> la cama. Después que uno<br />

tras otro besaron con apariencia cariñosa aquella mano lívida, que había firmado tantas<br />

atrocida<strong>de</strong>s, se sentaron por los pies <strong>de</strong>l lecho. El obispo estaba grave e impotente como<br />

quien, suponiéndose con autoridad divina, se cree por encima [362] <strong>de</strong> todas las<br />

miserias humanas; el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Alcudia estaba triste y acobardado por la solemnidad<br />

<strong>de</strong>l momento, y Calomar<strong>de</strong>, el hombre rastrero y vil, cuya existencia y cuyo gobierno no<br />

fueron más que pura bajeza e hipocresía, arqueaba las cejas mucho más que las<br />

arqueaba <strong>de</strong> ordinario, pestañeaba sin cesar y hacía pucheros. Cruel con los débiles,<br />

servil con los po<strong>de</strong>rosos, cobar<strong>de</strong> siempre, este hombre abominable adornaba con una<br />

lagrimilla la traición infame que hacía a su amo al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l sepulcro.<br />

Quien presenció aquella escena terrible cuenta que la luz <strong>de</strong> la estancia era escasa;<br />

que los tres consejeros estaban casi en la sombra; que el Rey volvía su rostro hacia la<br />

Reina vestida <strong>de</strong> hábito blanco; que hubo un momento en que el confesor no hacía más<br />

que mor<strong>de</strong>rse las uñas; que la hermosura <strong>de</strong> Cristina era la única luz <strong>de</strong> aquel cuadro<br />

sombrío, intriga política, horrible frau<strong>de</strong>, traidor escamoteo <strong>de</strong> una corona perpetrado en<br />

el fondo <strong>de</strong> un sepulcro.<br />

Cuenta también el testigo presencial <strong>de</strong> aquella escena que el primero que habló, y<br />

habló con entereza, fue el obispo <strong>de</strong> León. Se puso <strong>de</strong> pie y parecía que llegaba al techo.<br />

Su voz hueca <strong>de</strong> sochantre retumbaba en la cámara como voz <strong>de</strong> ultratumba. Aquel<br />

hombre [363] tan rígido como astuto principió tocando una <strong>de</strong>licada fibra <strong>de</strong>l corazón<br />

<strong>de</strong>l Rey; habló <strong>de</strong> las inocentes niñas <strong>de</strong> Su Majestad y <strong>de</strong> la virtuosa Reina, que según<br />

él corrían gran peligro si no pasaba la corona a las sienes <strong>de</strong> Don Carlos. Después pintó<br />

el estado <strong>de</strong>l reino, en el cual, según dijo, no había un solo hombre que no fuera<br />

partidario <strong>de</strong> la monarquía eclesiástica representada por el Infante.<br />

Fernando dio un gran suspiro y fijó sus aterrados ojos en el obispo. Este se sentó.<br />

Puesto en pie Calomar<strong>de</strong> dijo que su emoción al ver en aquel estado al mejor <strong>de</strong> los<br />

Reyes y al mejor <strong>de</strong> los padres, y al mejor <strong>de</strong> los esposos, y al mejor <strong>de</strong> los hombres no<br />

le permitía hablar con serenidad; dijo que se veía en la durísima precisión <strong>de</strong> no ocultar<br />

a su amado soberano la verdad <strong>de</strong> lo que ocurría; que había tanteado el ejército, y todo


el ejército se pronunciaría por D. Carlos si no se modificaba en favor <strong>de</strong> este la<br />

Pragmática sanción <strong>de</strong>l 29 <strong>de</strong> Marzo <strong>de</strong> 1830; que los voluntarios realistas, sin<br />

excepción <strong>de</strong> uno solo, proclamaban ya abiertamente como Rey <strong>de</strong> <strong>de</strong>recho divino al<br />

mismo Sr. D. Carlos, y que para evitar una lucha inútil y el <strong>de</strong>rramamiento <strong>de</strong> sangre<br />

convenía a los intereses <strong>de</strong>l reino...<br />

El infame hacía tantos pucheros que no [364] pudo continuar la frase. Sintiose que el<br />

cuerpo dolorido <strong>de</strong>l Rey se estremecía en su lecho o potro <strong>de</strong> angustia. Oyose luego la<br />

voz moribunda que dijo entre dos lamentos:<br />

-Cúmplase la voluntad <strong>de</strong> Dios.<br />

El confesor silbó en su oído palabras no entendidas por los <strong>de</strong>más, y entonces la<br />

Reina Cristina, sin mirar a las tres sombras, volviendo su rostro al Rey y haciendo un<br />

heroico esfuerzo para no dar a conocer su dolor, pronunció estas palabras:<br />

-Que España sea feliz, que en España haya paz.<br />

El Rey exhaló un gran suspiro, mirando al techo, y <strong>de</strong>spués dijo algo que pareció el<br />

mugido <strong>de</strong> un león enfermo. La Reina tomó su pañuelo y sin <strong>de</strong>cir nada, <strong>de</strong>jando correr<br />

libremente sus lágrimas, limpió el sudor abundante que bañaba la frente <strong>de</strong>l Rey.<br />

Siguió a esto un discursillo <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Alcudia confirmando el dictamen <strong>de</strong> los<br />

otros dos apostólicos. Aquel famoso triunvirato traía la comedia bien aprendida, y en el<br />

cuarto <strong>de</strong> D. Carlos se habían estudiado antes <strong>de</strong>tenidamente los discursos, pesando<br />

cada palabra. El confesor dijo también en voz alta su opinión, asegurando bajo su<br />

palabra que el Altísimo estaba en un todo conforme con lo expuesto por los<br />

respetabilísimos señores allí [365] presentes. ¡Se quedó tan satisfecho <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> este<br />

mensaje...!<br />

El Rey pareció llamar a sí todas sus fuerzas. Claramente dijo:<br />

-¿En qué forma se ha <strong>de</strong> hacer?<br />

No vacilaron los apostólicos en la contestación, pues para todo estaban prevenidos.<br />

Calomar<strong>de</strong> fingiendo que se le ocurría en aquel mismo instante, propuso que el Rey<br />

otorgase un codicilo-<strong>de</strong>creto <strong>de</strong>rogando la Pragmática sanción <strong>de</strong>l 30, y revocando las<br />

disposiciones testamentarias en la parte referente a la regencia y a la sucesión <strong>de</strong> la<br />

corona.<br />

Después <strong>de</strong> una pausa el Rey se hizo repetir la proposición <strong>de</strong>l ministro, y oída por<br />

segunda vez, Cristina volvió a limpiar el sudor que corría por la frente <strong>de</strong> su marido.<br />

Con un gesto y la mano <strong>de</strong>recha este mandó a los tres apostólicos consejeros que<br />

salieran <strong>de</strong> la estancia y se quedó sólo con su esposa y con su confesor, el cual salió<br />

también poco <strong>de</strong>spués. Consternados los tres escamoteadores y dudando <strong>de</strong>l éxito <strong>de</strong> su<br />

infame comedia, no <strong>de</strong>cían una palabra, y con los ojos se comunicaban aquella duda y el<br />

temor que sentían. Calomar<strong>de</strong> y el obispo dieron algunos paseos lentamente por la<br />

cámara, esperando que el Rey les volviera a llamar, y el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la [366] Alcudia<br />

aplicó el oído a la puerta y dijo en voz baja y temerosa:


-Parece que llora Su Majestad.<br />

-No lo creo -murmuró el obispo acercando también su oído.<br />

Entonces se abrió la puerta y apareció el confesor con las manos cruzadas y el<br />

semblante compungido, imagen exacta <strong>de</strong> la hipocresía. Los cuatro cuchichearon un<br />

momento como viejas chismosas. Media hora <strong>de</strong>spués Cristina les llamó y volvieron a<br />

entrar. Fernando no estaba ya incorporado en su cama sino completamente tendido <strong>de</strong><br />

largo a largo, fijos los ojos en el techo, rígido, pesado, el resuello lento y difícil. Sin<br />

mirar a los que habían sido sus amigos, sus aduladores, terceros <strong>de</strong> sus caprichos<br />

políticos y servidores <strong>de</strong> sus gustos con la lealtad y sumisión <strong>de</strong>l perro, Fernando VII les<br />

manifestó en pocas palabras que aceptaba el sacrificio que se le imponía. Esforzándose<br />

un poco, habló más para exigir secreto absoluto <strong>de</strong> lo acordado hasta que él muriese.<br />

Los tres apostólicos bajaron; encerráronse en un gabinete. Entre tanto, la chusma <strong>de</strong>l<br />

cuarto <strong>de</strong> D. Carlos ardía en impaciencias; las dos infantas estaban tan nerviosas, que no<br />

podía ser más. La historia, que es muy <strong>de</strong>scuidada en ciertas cosas, no dice el número <strong>de</strong><br />

[367] tazas <strong>de</strong> tila que se consumieron aquel día. El obispo, Calomar<strong>de</strong> y Alcudia se<br />

mostraron tan reservados aquella tar<strong>de</strong>, que los carlinos se impacientaban y aturdían<br />

cada vez más. No obstante, algunas palabras optimistas, aunque enigmáticas, <strong>de</strong> Abarca<br />

al salir <strong>de</strong>l gabinete en que los tres se encerraron para exten<strong>de</strong>r el <strong>de</strong>creto-codicilo,<br />

hicieron compren<strong>de</strong>r a la muchedumbre apostólica que las cosas iban por buen camino.<br />

Finalmente, al llegar la noche, y cuando se difundía por Palacio, corriendo y<br />

repercutiéndose <strong>de</strong> sala en sala como un trueno, la voz <strong>de</strong> el Rey ha muerto, el señor<br />

Abarca entró triunfante en la cámara don<strong>de</strong> la corte <strong>de</strong>l porvenir estaba reunida. En su<br />

mano alzaba el reverendo un papel, con el cual parecía amenazar, o que lo tremolaba<br />

como estandarte don<strong>de</strong> estuviera escrita una ley suprema. Moisés bajando <strong>de</strong>l Sinaí no<br />

estaba seguramente más terrible que el señor Abarca cuando, mostrando el <strong>de</strong>cretocodicilo,<br />

exclamó:<br />

-Señores, óiganme.<br />

Oyeron leer con atención profunda y poco faltó para que algunos se prosternaran,<br />

quién por servilismo mezclado <strong>de</strong> entusiasmo, quién por ese especial y no bien<br />

comprendido instinto a lo Nabucodonosor que algunos entes civilizados no pue<strong>de</strong>n<br />

ocultar aunque vistan [368] casaca bordada. Toda la corte <strong>de</strong> D. Carlos estaba allí,<br />

menos D. Carlos, el candidato divino, que a tal hora se hallaba en su oratorio con la<br />

frente humillada y el corazón oprimido, pidiendo a Dios que no quitara la vida a su<br />

hermano.<br />

- XXXIV -<br />

Al llegar aquí, el narrador no pue<strong>de</strong> contener el asombro que le produce el peregrino<br />

suceso que va a referir, y <strong>de</strong>teniendo su relato, exclama: ¡Oh admirables <strong>de</strong>signios <strong>de</strong> la<br />

Provi<strong>de</strong>ncia!, ¡oh vanidad <strong>de</strong> los cálculos humanos!, ¡oh peligro <strong>de</strong> jugar con las cosas<br />

<strong>de</strong>l Cielo, eslabonándolas con los apetitos e intereses <strong>de</strong> un bando político! De este


modo el ánimo <strong>de</strong>l lector queda perfectamente dispuesto para saber que Dios<br />

Todopo<strong>de</strong>roso, que sin duda tenía a D. Carlos en más estimación que al partido<br />

apostólico, atendió al ruego que con amor fraternal y piedad cristiana le dirigió este; y<br />

así dispuso que Fernando, ya casi muerto, tornase a la vida, dando al traste con las<br />

esperanzas <strong>de</strong> lo que el obispo <strong>de</strong> León llamaba el partido <strong>de</strong>l Altísimo. De este modo el<br />

Padre <strong>de</strong> todas las cosas abandonaba a su grey [369] en lo mejor <strong>de</strong> la pelea, seguido <strong>de</strong><br />

la Generalísima, a quien también pidió muy ardientemente D. Carlos la vida <strong>de</strong> su<br />

hermano. Hasta con su cristiandad se perjudicaba a sí mismo D. Carlos como jefe<br />

visible <strong>de</strong>l partido absolutista-religioso, y si lo <strong>de</strong>jaran rezar mucho, es fácil que los<br />

furibundos apostólicos perdieran todas las batallas cortesanas y marciales que en lo<br />

futuro habían <strong>de</strong> dar.<br />

Fernando se aletargó por la noche. Todos le creyeron muerto y la tremenda noticia<br />

circuló por el Real Sitio, llegó hasta Madrid y aun fue trasmitida a las Cortes europeas.<br />

Pero a la mañana siguiente, <strong>de</strong> aquel cadáver volvieron a salir quejas y suspiros, se<br />

reanimó con oportunas sustancias y medicinas, y en Palacio y en los jardines no se <strong>de</strong>cía<br />

sino el Rey vive, el Rey vive; frase <strong>de</strong> consternación para algunos, <strong>de</strong> esperanzas para los<br />

menos. Muchas caras variaron completamente, y Cristina vio sonreír a los que el día<br />

anterior estaban cejijuntos y tenían en su rostro protervo el in<strong>de</strong>finible airecillo <strong>de</strong> la<br />

<strong>de</strong>fección. ¡Y el señor obispo que la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l 18 salía a los jardines diciendo en voz alta<br />

en un corro <strong>de</strong> amigos: «Ya no volverán a levantar la cabeza los liberales»!... ¡Y el<br />

gracioso Padre Carranza que aquella noche había prometido solemnemente a sus<br />

allegados más <strong>de</strong> cuarenta canonjías y beneficios simples! [370]<br />

En todo el día 19 fueron llegando al Real Sitio muchos jóvenes <strong>de</strong> la aristocracia y<br />

militares <strong>de</strong> todas graduaciones, que iban a ponerse a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> la Reina Cristina.<br />

Con estas adquisiciones hechas por un partido que se creía muerto, iban rápidamente<br />

abatiéndose los ánimos <strong>de</strong> los apostólicos y no se sabe qué cantidad fabulosa <strong>de</strong> tazas <strong>de</strong><br />

tila tuvieron que tomar Doña Francisca y su hermana para poner a raya sus<br />

<strong>de</strong>sconcertados nervios. ¡Dios y la Generalísima ayudaban a la napolitana!<br />

Con la irrupción <strong>de</strong> personajes civiles y militares en el Real Sitio, las habitaciones<br />

escasearon en tales términos que Pipaón tuvo que rogar a D. Benigno le <strong>de</strong>jase libre el<br />

cuarto que ocupaba en la casa <strong>de</strong> Pajes, lo que no sintió mucho el héroe porque estaba<br />

hasta la corona <strong>de</strong> cortesanos, obispos y palaciegos.<br />

-Lo siento mucho -dijo D. Juan al <strong>de</strong>spedirle-. Pero ya ve usted, media España ha<br />

venido aquí a ponerse a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> la Reina... ¡Es un ángel esa señora! Aunque no lo<br />

parezca, sepa usted que yo la admiro mucho. Dicen que será nombrada Regente... y no<br />

me pesa, no me pesa...<br />

Cuando Cor<strong>de</strong>ro iba por el jardín acompañado <strong>de</strong> un chico que le llevaba las maletas<br />

encontró a Salvador, el cual se empeñó en compartir con él su alojamiento, aunque<br />

estrecho, suficiente para los dos. Dio mil excusas [371] D. Benigno que en aquel<br />

momento sintió más vivo que nunca el misterioso recelo que su amigo le inspiraba; pero<br />

al fin no tuvo más remedio que aceptar, so pena <strong>de</strong> tener que dormir en la calle o en un<br />

banco <strong>de</strong> los jardines.<br />

-No hay que pensar ahora -le dijo Monsalud con cariño-, en que esos señores firmen.<br />

Ninguno <strong>de</strong> ellos sabe ahora dón<strong>de</strong> tiene la mano <strong>de</strong>recha. Esperando a ver en qué para


esto, viviremos juntos, charlaremos, nos contaremos nuestras <strong>de</strong>sdichas y nos<br />

consolaremos mutuamente.<br />

Al día siguiente Fernando cobró algunas fuerzas, y serenándose su mente, empezó a<br />

compren<strong>de</strong>r la infame sorpresa <strong>de</strong> que había sido víctima. No obstante, todavía los<br />

Reyes legítimos estaban en Palacio como cohibidos por la gente apostólica, cuyo po<strong>de</strong>r<br />

era gran<strong>de</strong> aún, a pesar <strong>de</strong> la situación <strong>de</strong>sfavorable en que se encontraban. Les esperaba<br />

todavía el golpe <strong>de</strong> gracia, que había <strong>de</strong> darles muerte en la esfera cortesana, cerrándoles<br />

todo camino que no fuera el <strong>de</strong> la guerra. En la madrugada <strong>de</strong>l 22 llegó a San Il<strong>de</strong>fonso<br />

la infanta Carlota, esposa <strong>de</strong>l infante Don Francisco y hermana <strong>de</strong> Cristina, mujer<br />

resuelta, varonil, <strong>de</strong>sparpajada, libre y campechana <strong>de</strong> palabras, alta, airosa y algo<br />

manolesca <strong>de</strong> figura, valerosa hasta lo sumo, <strong>de</strong>spótica, y tan ardiente <strong>de</strong> genio que,<br />

según [372] pública opinión, trataba a bofetadas, cuando el caso lo requería, a las<br />

personas ligadas a ella por el parentesco más íntimo. Odiaba con toda su alma a las dos<br />

princesas brasileñas, Doña Francisca y la <strong>de</strong> Beira, y este aborrecimiento podrá explicar<br />

quizás mejor que ninguna razón política, la guerra que había <strong>de</strong>clarado a los apostólicos.<br />

¡Formidable influencia <strong>de</strong> la mujer en el <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> los pueblos! Los hombres pensando,<br />

plantean las teorías y los sistemas, crean los partidos; las mujeres amando o<br />

aborreciendo, <strong>de</strong>terminan la acción. Imaginando que la historia es un drama, el hombre<br />

es el histrión y la mujer el autor. No ha existido ningún gran suceso político que no haya<br />

venido a la historia a impulsos <strong>de</strong> manos femeninas, y esa académica nave <strong>de</strong>l Estado <strong>de</strong><br />

que tanto hablan los tratados políticos no navegaría muchas veces si no tiraran <strong>de</strong> ella<br />

las voladoras palomitas <strong>de</strong> Venus.<br />

Doña Carlota entró en Palacio hablando a gritos, tratando con modales bruscos a<br />

todo el mundo, servidumbre, gentiles-hombres y damas; presentose a su hermana y<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> abrazarla la llamó tonta unas veinte veces. El testigo presencial <strong>de</strong> estas<br />

escenas, que ya no eran <strong>de</strong> tragedia ni <strong>de</strong> drama sino <strong>de</strong> opereta, cuenta que como<br />

Cristina y Carlota hablaban acaloradamente en italiano, no era posible [373] a los<br />

presentes enten<strong>de</strong>r bien lo que <strong>de</strong>cían; sólo se entendían algunas palabras, como<br />

sciocca, pazza, regina <strong>de</strong> galleria, sceleratezza... Después la Infanta <strong>de</strong>scansó un<br />

momento, y a hora avanzada <strong>de</strong> la mañana anunció que recibiría a los ministros y <strong>de</strong>más<br />

personajes que quisieran cumplimentarla. Cuando Calomar<strong>de</strong> y el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Alcudia<br />

entraron, Doña Carlota afectó serenidad y preguntó al ministro <strong>de</strong> Gracia y Justicia la<br />

razón <strong>de</strong> haber revelado el secreto <strong>de</strong>l codicilo, contra lo dispuesto por Su Majestad.<br />

Tembloroso y cortado, D. Ta<strong>de</strong>o se excusó con el letargo <strong>de</strong>l Rey, que parecía muerte.<br />

-Su Majestad -dijo Doña Carlota, disimulando su ira-, quiere recoger el original <strong>de</strong>l<br />

codicilo y me encarga <strong>de</strong>cir a usted que lo presente ahora mismo.<br />

El ministro se inclinó, saliendo en busca <strong>de</strong> lo que se le pedía. Entretanto todos los<br />

que no se habían manifestado muy claramente partidarios <strong>de</strong>l Infante se reunían en la<br />

Cámara. En pie y moviéndose sin cesar <strong>de</strong> un lado para otro, altiva, nerviosa, respirando<br />

fuerte, Doña Carlota parecía que imaginaba cruelda<strong>de</strong>s y violencias impropias <strong>de</strong> mujer<br />

y <strong>de</strong> princesa. Los circunstantes (22) no le dijeron nada, y Cristina misma, con ojos<br />

encendidos <strong>de</strong> tanto llorar y el seno palpitante, enmu<strong>de</strong>cía ante la arrogantísima actitud<br />

[374] <strong>de</strong> aquella nueva Semíramis, su hermana.<br />

Cuando Calomar<strong>de</strong> entregó a la Infanta el manuscrito, que tantos <strong>de</strong>svelos y<br />

fingimiento había costado a los apostólicos, Carlota no se tomó el trabajo <strong>de</strong> leerlo y lo


asgó con furia en multitud <strong>de</strong> pedazos. Con el mismo <strong>de</strong>sprecio y enojo con que arrojó<br />

al suelo los trozos <strong>de</strong> papel, echó sobre la persona <strong>de</strong>l ministro estas duras palabras, que<br />

no suelen oírse en boca <strong>de</strong> príncipes:<br />

-«Vea usted en lo que paran sus infamias. Usted ha engañado, usted ha sorprendido a<br />

Su Majestad abusando <strong>de</strong> su estado moribundo; usted al emplear los medios que ha<br />

empleado para esta traición, ha obrado en conformidad con su carácter <strong>de</strong> siempre, que<br />

es la bajeza, la doblez, la hipocresía».<br />

Rojo como una amapola, si es permitido comparar el rubor <strong>de</strong> un ministro a la<br />

hermosura <strong>de</strong> una flor campesina, Calomar<strong>de</strong> bajó los ojos. Aquella furibunda y no vista<br />

humillación <strong>de</strong>l tiranuelo compensaba sus nueve años <strong>de</strong> insolente po<strong>de</strong>r. En su<br />

cobardía quiso humillarse más y balbució algunas palabras:<br />

-Señora... yo...<br />

-Todavía -exclamó la Semíramis borbónica en la exaltación <strong>de</strong> su ira-, todavía se<br />

atreve usted a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse y a insultarnos con su presencia y con sus palabras. Salga<br />

usted inmediatamente. [375]<br />

Ciega <strong>de</strong> furor, <strong>de</strong>jándose arrebatar <strong>de</strong> sus ímpetus <strong>de</strong> coraje, la Infanta dio algunos<br />

pasos hacia Su Excelencia, alzó el membrudo brazo, disparó la mano carnosa... ¡Plaf!<br />

Sobre los mofletes <strong>de</strong>l ministro resonó la más soberana bofetada que se ha dado jamás.<br />

Todos nos quedamos pálidos y suspensos, y digo nos, porque el narrador tuvo la<br />

suerte <strong>de</strong> presenciar este gran suceso. Calomar<strong>de</strong> se llevó la mano a la parte dolorida, y<br />

lívido, sudoroso, muerto, sólo dijo con ahogado acento:<br />

-Señora, manos blancas...<br />

No dijo más. La Infanta le volvió la espalda.<br />

Calomar<strong>de</strong> acabó para siempre como hombre político. Los apostólicos, cuando se<br />

llamaron carlistas, le <strong>de</strong>spreciaron, y el execrable ministril se murió <strong>de</strong> tristeza en país<br />

extranjero.<br />

A la misma hora la muchedumbre, paseando en los amenísimos jardines, comentaba<br />

los sucesos <strong>de</strong> aquellos días. D. Benigno y Salvador paseaban juntos como viejos<br />

amigos, y ya se habían contado parte <strong>de</strong> sus secretos. Cor<strong>de</strong>ro estaba triste, Monsalud se<br />

iba exaltando más cada día con la i<strong>de</strong>a política. De pronto vieron que la multitud se<br />

agolpaba en un sitio, por don<strong>de</strong> discurría en abigarrada [376] procesión mucha gente <strong>de</strong><br />

Palacio, con dorados uniformes y huecos casacones. Abría calle el público para dar paso<br />

a estos señores. Cor<strong>de</strong>ro y Monsalud se acercaron para ver mejor. Sostenida por una<br />

nodriza, ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> damas, seguida <strong>de</strong> personajes, una niña <strong>de</strong> dos años andaba con<br />

dificultad, batiendo palmas y riendo <strong>de</strong> alegría. Aquellos eran los primeros pasos <strong>de</strong> una<br />

Reina.<br />

Del gentío salió una voz que gritó con furor: «¡Viva Isabel II!». Y una exclamación<br />

inmensa recorrió los jardines, perdiéndose y <strong>de</strong>sparramándose como los primeros ecos<br />

<strong>de</strong> una tempestad naciente.


La tempestad estaba cerca: oíanse los primeros truenos; pero el que quiera conocer<br />

los notables sucesos, ya privados ya públicos, que restan por referir, tenga paciencia y<br />

espere a leer lo que con toda verdad se dirá en el libro siguiente.<br />

Madrid.-Mayo-Junio <strong>de</strong> 1879.<br />

FIN DE LOS APOSTÓLICOS


Un faccioso más y algunos frailes menos<br />

Benito Pérez Galdós<br />

[Portada <strong>de</strong> la edición <strong>de</strong> 1882]<br />

[Portada]<br />

[Contraportada]


[239]<br />

- I -<br />

El <strong>16</strong> <strong>de</strong> Octubre <strong>de</strong> aquel año (y los lectores <strong>de</strong>l libro prece<strong>de</strong>nte saben muy bien<br />

qué año era) fue un día que la historia no pue<strong>de</strong> clasificar entre los <strong>de</strong>sgraciados ni<br />

tampoco entre los felices, por haber ocurrido en él, juntamente con sucesos prósperos <strong>de</strong><br />

esos que traen regocijo y bienestar a las naciones, otros muy lamentables que <strong>de</strong> seguro<br />

habrían afligido a todo el género humano si este hubiera tenido noticia <strong>de</strong> ellos.<br />

No sabemos, pues, si batir palmas y cantar victoria o llorar a lágrima viva, porque si<br />

bien es cierto que en aquel día terminó para siempre el aborrecido po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> Calomar<strong>de</strong>,<br />

también lo es que nuestro buen amigo D. Benigno pa<strong>de</strong>ció un acci<strong>de</strong>nte que puso en<br />

gran peligro su preciosa [240] existencia. Cómo sucedió esto es cosa que no se sabe a<br />

punto fijo. Unos dicen que fue al subir al coche para marchar a Riofrío en expedición <strong>de</strong><br />

recreo; otros que la causa <strong>de</strong>l percance fue un resbalón dado con muy mala fortuna en<br />

día lluvioso, y Pipaón, que es buen testimonio para todo lo que se refiere a la resi<strong>de</strong>ncia<br />

<strong>de</strong>l héroe <strong>de</strong> Boteros en la Granja, asegura que cuando este supo la caída <strong>de</strong> Calomar<strong>de</strong><br />

y la elevación <strong>de</strong> D. José Cafranga a la poltrona <strong>de</strong> Gracia y Justicia, dio tan fuerte<br />

brinco y manifestó su alegría en formas tan parecidas a las <strong>de</strong>l arte <strong>de</strong> los volatineros,<br />

que perdiendo el equilibrio y cayendo con pesa<strong>de</strong>z y estrépito se rompió una pierna.<br />

Pero no, no admitamos esta versión que empequeñece a nuestro héroe haciéndole<br />

casquivano y pueril. El vuelco <strong>de</strong> un <strong>de</strong>testable coche que iba a Segovia cuando había<br />

personas que consentían en <strong>de</strong>scalabrarse por ver un acueducto romano, una catedral<br />

gótica y un alcázar arabesco, fue lo que puso a nuestro amigo en estado <strong>de</strong> perecer. Y<br />

gracias que no hubo más percance que la pierna rota, el cual fue en tan buenas<br />

condiciones y por tan buena parte, al <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> los médicos, que el paciente <strong>de</strong>bía estar<br />

muy satisfecho y alabar la misericordia <strong>de</strong> Dios.<br />

-Como todo es relativo en el mundo -<strong>de</strong>cía Cor<strong>de</strong>ro en su lecho, cuando se<br />

convenció <strong>de</strong> que su curación sería pronta y segura-, romperse una pierna sola es mejor<br />

que romperse las dos, y así, Sr. <strong>de</strong> Monsalud, yo estoy contentísimo, mayormente<br />

viendo que el pesado negocio que me trajo a la Granja está ya resuelto, y que gracias a<br />

mi amigo el gran D. José <strong>de</strong> Cafranga (que mil años viva) no tendré más cuestiones con<br />

el hipogrifo, <strong>de</strong> D. Pedro Abarca (a quien vea yo sin hueso sano). Dígame usted, amigo,<br />

¿ha observado usted que en este mundo pícaro, cien veces pícaro, no hay alegría que no<br />

venga contrapesada con un dolor, ni dulzura que no traiga su acíbar? Pues bien: todo no<br />

ha <strong>de</strong> ser malo. El contento que yo he tenido ¿no vale una pierna? ¿Qué significa un<br />

hueso roto <strong>de</strong> fácil soldadura, en comparación <strong>de</strong> las más puras satisfacciones <strong>de</strong>l alma?<br />

Vengan averías <strong>de</strong> este jaez y cáigame yo, aunque sea <strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong>l acueducto, con tal<br />

que en proporción <strong>de</strong> los chichones y <strong>de</strong> las fracturas sean los gustos <strong>de</strong>l espíritu y los<br />

regocijos <strong>de</strong>l corazón.


De esta manera un poco artificiosa y sutil se consolaba, y así, mientras duró su<br />

enfermedad, apenas perdió el buen humor ni la paz y dulzura <strong>de</strong> su condición sin igual.<br />

Deparole el cielo excelente compañía en Salvador Monsalud, que, a pesar <strong>de</strong> haber<br />

<strong>de</strong>spachado también satisfactoriamente sus asuntos, no quiso salir <strong>de</strong> la Granja <strong>de</strong>jando<br />

solo y postrado en la cama a su honrado amigo. La corte se marchó, los cortesanos<br />

[241] siguieron a la corte, el Real Sitio se quedó <strong>de</strong>sierto, calladas las fuentes, <strong>de</strong>siertas<br />

las alamedas. Empezaron a <strong>de</strong>spojarse <strong>de</strong> su follaje los árboles; enfriose el aire al<br />

compás <strong>de</strong>l solemne y tristísimo crecimiento <strong>de</strong> las noches; soplaron céfiros asesinos,<br />

precursores <strong>de</strong> aguaceros y tormentas; los remolinos <strong>de</strong> hojas secas corrían por el suelo<br />

húmedo murmurando tristezas, y sobre todo <strong>de</strong>rramaron llanto sin fin las nubes pardas,<br />

en tal manera que no parecía sino que en la superficie <strong>de</strong> la tierra había algo que <strong>de</strong>bía<br />

ser para siempre borrado.<br />

Solos en su alojamiento, mal acompañados <strong>de</strong> una mediana lumbre, D. Benigno y su<br />

amigo pasaban los días. El enfermo, aunque postrado y sin movimiento, estaba casi<br />

siempre menos triste que el sano. Este, centinela en un sillón frente al hogar, reanimaba<br />

el fuego cuando se iba extinguiendo, y D. Benigno hacía revivir la conversación<br />

moribunda cuando Salvador la <strong>de</strong>jaba apagar con sus monosílabos o con su silencio.<br />

El tema más amado y más favorecido <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro era su familia, y no pasaba una<br />

hora sin que dijese: «¡qué hará en este momento el tunante <strong>de</strong> Juanillo Jacobo!» o bien:<br />

«¿habrá comprendido Sola, a pesar <strong>de</strong> mis precauciones, que me ha pasado <strong>de</strong>sgracia?».<br />

Debe advertirse que nuestro buen señor había puesto singular empeño en que sus<br />

queridos hijos, su hermana y su amiga no se enterasen <strong>de</strong>l triste motivo que en San<br />

Il<strong>de</strong>fonso le <strong>de</strong>tenía, y por esto sus cartas todas parecían novelas, según las invenciones<br />

y mentiras <strong>de</strong> que iban llenas. Unas <strong>de</strong>cían: «Esperadme ocho días más, porque si bien<br />

nuestro asunto está terminado, no quiero marcharme sin hacer una pequeña contrata <strong>de</strong><br />

pinos, pues <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquí oigo los gritos <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> los Cigarrales pidiéndome que la<br />

ensanche». Más a<strong>de</strong>lante escribía: «Con estos malditos temporales no hay carricoche<br />

que se atreva con las Siete Revueltas», y una semana <strong>de</strong>spués se disculpaba así: «Un<br />

excelente amigo, que vive en la misma posada, ha caído en cama con tan fuerte<br />

pulmonía que no me es posible abandonarle en este solitario pueblo. Esperadme unos<br />

pocos días y rogad a Dios por el enfermo».<br />

Así les engañaba, dando tiempo al tiempo, hasta que llegara el <strong>de</strong> la soldadura <strong>de</strong>l<br />

hueso, la cual venía con la tardanza que es natural, impacientando tanto al buen hombre<br />

que a ratos no podía contener su impaciencia y daba puñadas sobre la cama diciendo:<br />

«Esto no se pue<strong>de</strong> aguantar. Soldada o sin soldar, señora pierna, usted tendrá que<br />

ponerse en polvorosa para Madrid la semana que viene».<br />

Salvador no se apartaba <strong>de</strong> su amigo ni <strong>de</strong> noche ni <strong>de</strong> día. Unas veces hablaban <strong>de</strong><br />

política, empezando D. Benigno <strong>de</strong> este modo: «¿Cree [242] usted que ese pobre Sr.<br />

Zea tendrá buena mano para el timón <strong>de</strong> la nave <strong>de</strong>l Estado?».<br />

La enojosa permanencia y quietud en el lecho le ocasionaba insomnios frecuentes,<br />

cuando no letargos breves y febriles, acompañados <strong>de</strong> pesadillas o alucinaciones. A<br />

veces <strong>de</strong>spertaba <strong>de</strong> súbito bañado en sudor, y exclamaba pasándose la mano por los<br />

ojos: -Jesús me valga y la Santa Virgen <strong>de</strong>l Sagrario, ¡qué sueño he tenido! Me parecía<br />

estar viendo a Juanillo Jacobo rodando por un precipicio negro, mientras la pobre Sola,<br />

atada por los cabellos a la cola <strong>de</strong> un brioso caballo... No lo quiero contar porque me


parece que lo veo otra vez... ¡Cuándo volveré a vuestro lado, queridos <strong>de</strong> mi corazón,<br />

para que con el placer <strong>de</strong> veros se acabe el suplicio <strong>de</strong> soñaros!<br />

Una noche observó Salvador que daba el enfermo un gran suspiro, y <strong>de</strong>spertando<br />

acongojadísimo parecía reconocer la realidad <strong>de</strong> las cosas, medio seguro <strong>de</strong> espantar las<br />

embusteras percepciones <strong>de</strong>l sueño.<br />

-Es todo mentira, Sr. D. Benigno -le dijo Monsalud riendo-. Ánimo.<br />

-¡Ay, Dios mío! ¡qué sueño! -exclamó el <strong>de</strong> Boteros-. Todavía me duran la angustia<br />

y el mortal frío que sentí. Figúrese usted, señor mío, que me acercaba a mi casa <strong>de</strong> los<br />

Cigarrales, y la visión era tan perfecta que todo estaba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí claro, vivo,<br />

verda<strong>de</strong>ro. Una soledad tristísima envolvía mi finca. Ni mis hijos, ni mis criados<br />

aparecían por ninguna parte... Me acerco más, miro a las ventanas y las ventanas me<br />

miran con ceño. De pronto veo que aparece Sola por la puerta <strong>de</strong> la huerta; doy un paso<br />

hacia ella, me mira con semblante frío, serio como el <strong>de</strong> una estatua, mueve su cabeza<br />

como diciendo no, no. Luego, señor D. Salvador, me dice adiós con la mano <strong>de</strong>recha, y<br />

se aleja, huye, <strong>de</strong>saparece, se disipa como una sombra entre los almendros... Me quedo<br />

yerto, miro a mi casa y mi casa... créalo usted... se echa a reír... yo no sé cómo era esto;<br />

pero lo cierto es que ella se reía, se reía...<br />

-Y ahora nos reímos nosotros.<br />

-¡Bendito sea Dios! ¿qué será esto <strong>de</strong>l soñar? ¿Anunciarán los sueños realida<strong>de</strong>s?<br />

¿Estas horribles mentiras traerán consigo algo que con la misma verdad se relacione?<br />

Ello es que la pobre Sola no se aparta <strong>de</strong> esta cabeza a ninguna hora <strong>de</strong> la noche ni <strong>de</strong>l<br />

día... Que será feliz rasándome con ella es indudable; que ella lo será también no hay<br />

para qué <strong>de</strong>cirlo... Pienso muchas veces si el Señor habrá <strong>de</strong>cidido que yo me muera<br />

antes <strong>de</strong> que pueda realizar mi <strong>de</strong>seo, al cual va unido el mayor beneficio que se pue<strong>de</strong><br />

hacer a una huérfana pobre y sin amparo. ¿Qué sería entonces <strong>de</strong> esa infeliz?... [143]<br />

-La pobrecita tendría una gran pena -dijo Salvador.<br />

-¿Se moriría <strong>de</strong> pena?-preguntó Cor<strong>de</strong>ro con ingenuidad pueril.<br />

-Tanto como morirse...<br />

-No se moriría, no... ¡pero qué <strong>de</strong>samparada, qué sola se quedaría en el mundo!<br />

¿Quién compren<strong>de</strong>ría su mérito? ¿quién le ten<strong>de</strong>ría una mano?<br />

-No podría reemplazar sin duda dignamente el bien que perdía -dijo Monsalud,<br />

sentándose junto al perniquebrado Cor<strong>de</strong>ro-; pero parte <strong>de</strong>l bien que merece lo hallaría<br />

tal vez... casándose conmigo.<br />

Los dos se miraron asombrados y con ligero ceño.<br />

-¡Con usted! -exclamó el <strong>de</strong> Boteros volviendo <strong>de</strong> su sorpresa...- ¿Ha pensado usted<br />

en eso alguna vez?<br />

-Muchas.


-¡Si yo no existiese!... ¿Y ella consentiría?...<br />

-No lo aseguro. Pero pasado algún tiempo es fácil que consintiese. Sólo Dios es<br />

eterno.<br />

-Y usted <strong>de</strong>sea...<br />

Lanzado <strong>de</strong> improviso a un mar <strong>de</strong> confusiones, D. Benigno no pudo <strong>de</strong>cir más. Su<br />

amigo, quizás arrepentido <strong>de</strong> haber hecho una <strong>de</strong>claración impru<strong>de</strong>nte, trató <strong>de</strong><br />

tranquilizarle hablándole <strong>de</strong> lo bien que dirigía Cristina la dichosa nave <strong>de</strong>l Estado.<br />

Entonces la alegoría <strong>de</strong>l barquichuelo estaba en todo su auge, y no se mentaban las<br />

dificulta<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l Gobierno sin sacar a relucir la consabida embarcación, el mar<br />

borrascoso <strong>de</strong> la política, y principalmente el timón ministerial, que algunos llamaban<br />

gubernalle. Después dijo que el <strong>de</strong>creto abriendo las universida<strong>de</strong>s era un golpe<br />

maestro; la amnistía, aunque muy restringida, un levantado pensamiento digno <strong>de</strong> los<br />

más gran<strong>de</strong>s políticos, y la <strong>de</strong>stitución <strong>de</strong> Eguía y González Moreno una obra maestra<br />

<strong>de</strong> previsión; pero añadió que muchas y muy peregrinas dotes <strong>de</strong> ingenio y energía<br />

había <strong>de</strong> <strong>de</strong>splegar la Reina para someter a la plaga <strong>de</strong> humanos monstruos que con el<br />

nombre <strong>de</strong> voluntarios realistas asolaba el Reino. A todo esto atendía poco el enfermo,<br />

porque tenía su pensamiento harto distante <strong>de</strong> los disturbios <strong>de</strong> España. No será ocioso<br />

<strong>de</strong>cir que en aquel momento sintió D. Benigno renacer en su pecho la antipatía que en<br />

otras ocasiones le inspirara su amigote; pero como en tan noble alma no cabía la<br />

ingratitud, pensó en las atenciones y cuidados que al mismo <strong>de</strong>bía durante la<br />

enfermedad, y con esto se le fue pasando el rencorcillo. En las conversaciones <strong>de</strong> los<br />

días siguientes tuvo el buen acuerdo <strong>de</strong> no nombrar a la familia ni los Cigarrales, ni<br />

mentar cosa alguna que pudiese relacionarse con el importuno asunto <strong>de</strong> sus futuras<br />

bodas. [144]<br />

Un día, no obstante, en ocasión que comía en su lecho <strong>de</strong>spaciosamente y gustando<br />

bien los manjares, como era en él costumbre, quedose un buen rato a medio mascar, sin<br />

quitar los ojos <strong>de</strong> Salvador; y volviendo luego a aten<strong>de</strong>r al plato, habló así:<br />

-Mis distracciones son tan chuscas como mis sueños. Hace un momento hallábame<br />

tan abstraído, tan engolfado con el pensamiento en i<strong>de</strong>as y cosas <strong>de</strong> mi familia que sin<br />

saberlo, aparté en el plato y corté con mi cuchillo los pedacitos con que suelo<br />

engolosinar a Juanillo Jacobo cuando come junto a mí. Me parecía que el pequeñuelo<br />

estaba a mi lado y que los <strong>de</strong>más distaban poco. Esto es tan frecuente en mí, Sr. D.<br />

Salvador, en el insoportable tedio <strong>de</strong> esta soldadura, que a veces, cuando siento pasos,<br />

me parece que son ellos que van a entrar, y cuando suena voz <strong>de</strong> mujer, si es bronca y<br />

regañona, me parece la <strong>de</strong> mi hermana, si es dulce y apacible como la <strong>de</strong> la misma<br />

discreción, me parece la <strong>de</strong> Sola. Cuando <strong>de</strong>spierto por las mañanitas, mi alucinación es<br />

tal que con la propia evi<strong>de</strong>ncia se confun<strong>de</strong>, y siento que entran y salen, oigo a Cruz<br />

regañando con los chicos y haciendo mimos a los pájaros; oigo a Sola arreglando a los<br />

pequeñuelos para que vayan a la escuela, y me digo para mi sayo: «Tempranito se ha<br />

levantado mi gente. Ya, Sola ha puesto mi cuarto como el oro, y me ha preparado ese<br />

chocolate que, por lo exquisito, <strong>de</strong>be <strong>de</strong> caer en espesos chorros <strong>de</strong>l mismo cielo».<br />

Dando luego un gran suspiro se sonrió y dijo:


-Usted, solterón empe<strong>de</strong>rnido, no compren<strong>de</strong> estas <strong>de</strong>liciosas chocheces <strong>de</strong>l alma.<br />

Diviértase usted con la política, con el conspirar, con la suerte <strong>de</strong> las monarquías, y<br />

<strong>de</strong>rrítase los sesos pensando en si <strong>de</strong>be haber más o menos cantidad <strong>de</strong> Rey y tal o cual<br />

dosis <strong>de</strong> Constitución. Buen provecho, amiguito; yo me atengo a lo <strong>de</strong>l poeta: <strong>de</strong>nme<br />

mantequillas y pan tierno; sí señor, mantequillas, es <strong>de</strong>cir amores puros y tranquilos:<br />

pan tierno, es <strong>de</strong>cir, la sosegada compañía <strong>de</strong> una esposa honesta y casera, el besuqueo<br />

<strong>de</strong> los nenes, el trabajo y cien mil alegrías que cruzándose con algunas penillas van<br />

tejiendo nuestra vida.<br />

-Bueno es el cuadro, bueno -dijo el otro, ocultando medianamente su disgusto-.<br />

Cuando sea realidad avise usted... Me consolaré <strong>de</strong> mi tristeza viendo la alegría <strong>de</strong> los<br />

que con sus buenas acciones han merecido vivir en paz. Solamente los perversos<br />

pa<strong>de</strong>cen contemplando el bien ageno. Yo, que no soy malo, pido un puesto, siquiera sea<br />

el último, en ese festín <strong>de</strong> regocijos y felicida<strong>de</strong>s... Pero me ocurre preguntar: «¿Cerrará<br />

usted la puerta a los amigos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su casamiento?».<br />

D. Benigno no contestó nada, porque la afirmativa le pareció ridícula [245] y la<br />

negación aventurada, bastante contraria, si se ha <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir verdad, a sus propósitos. El<br />

otro dio las buenas noches y se fue a su cuarto para acostarse. Aquella noche, que<br />

Cor<strong>de</strong>ro contó entre las más infaustas <strong>de</strong> su vida, no pudo este dignísimo sujeto<br />

conciliar el sueño, porque le asaltó, a causa <strong>de</strong> las últimas palabras <strong>de</strong> su amigo, un<br />

pensamiento tan mortificante que le cambiaría <strong>de</strong> buen grado por la quebradura <strong>de</strong> todos<br />

los huesos <strong>de</strong> su cuerpo; <strong>de</strong> tal modo pa<strong>de</strong>cía su espíritu. Incorporado en la cama, pasó<br />

largas horas en horrorosa cavilación. Allí fue el amenazador levantamiento <strong>de</strong> su<br />

conciencia, allí la reyerta encarnizada entre ciertas ilusiones suyas y ciertos temores que<br />

aparecieron <strong>de</strong> improviso como enemigos emboscados acechando la ocasión. El digno<br />

encajero no podía apartar <strong>de</strong> si el licor amarguísimo que un <strong>de</strong>monio invisible le ponía<br />

en los labios; ya suspiraba, ya se golpeaba la cabeza venerable, ya por fin elevaba los<br />

brazos y los ojos al cielo pidiendo a Dios que le librara <strong>de</strong> aquel fiero tormento. «Ni un<br />

momento más puedo vivir en esta incertidumbre, gritó. -Sr. D. Salvador, venga usted al<br />

momento; necesito hablarle».<br />

Golpeó fuertemente el tabique inmediato a su cama. En la habitación próxima<br />

dormía Salvador; y durante los días críticos <strong>de</strong> la enfermedad <strong>de</strong> D. Benigno, siempre<br />

que este necesitaba <strong>de</strong> la asistencia <strong>de</strong> su nuevo amigo le llamaba con un par <strong>de</strong> golpes<br />

suavemente dados en la pared.<br />

Era la media noche. Salvador, al oír aquel extraordinario ruido en el tabique, creyó,<br />

por la violencia <strong>de</strong>l llamamiento, que a D. Benigno se le había roto la otra pierna<br />

cuando menos, o que había sido atacado <strong>de</strong> algún <strong>de</strong>scomunal acci<strong>de</strong>nte. Levantose<br />

aprisa, y corriendo al lado <strong>de</strong>l enfermo, hallole sentado en el lecho, pálido, con las gafas<br />

caladas, los ojos chispeantes y las manos en movimiento como quien acompaña <strong>de</strong><br />

expresivos gestos las palabras que a sí mismo se dice:<br />

-¿Qué hay? -preguntó -¿se ha <strong>de</strong>shecho el entablillado? ¿Qué es eso?... ¿calentura,<br />

dolores?<br />

-No, hombre <strong>de</strong> Dios o <strong>de</strong> cien Satanases; no es nada <strong>de</strong> eso -replicó el <strong>de</strong> Boteros<br />

señalándole la silla-. Esto es muy serio, repito a usted que es muy serio. Ya en ello la<br />

tranquilidad, la vida toda, el honor <strong>de</strong> un hombre <strong>de</strong> bien que jamás ha hecho mal a


nadie, porque sepa usted, Sr. D. Salvador o D. Con<strong>de</strong>nador, que yo no he hecho daño a<br />

ningún ser nacido, y cuando Dios me tome cuentas, no se presentará ni un mosquito, ni<br />

un miserable mosquito, a <strong>de</strong>cir: «ese hombre fue mi enemigo».<br />

-Está bien. [246]<br />

-Esto es muy serio, y así yo quiero una explicación categórica, leal, terminante, para<br />

tranquilidad <strong>de</strong> mi espíritu.<br />

-¿Y esa explicación <strong>de</strong>bo darla yo?<br />

-Usted, sí, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace algún tiempo se me ha puesto <strong>de</strong>lante echando sobre mí<br />

como una ligera sombra, sí, y ahora me ha dicho cosas que aumentan esa sombra y la<br />

hacen más negra. Hablemos con claridad. Yo tengo ciertos proyectos que usted conoce.<br />

Yo pienso casarme, yo <strong>de</strong>bo casarme, yo he creído que Dios ha dispuesto que yo me<br />

case. La que escogí para ser mi compañera es <strong>de</strong> tal condición... en fin, excuso <strong>de</strong> hacer<br />

su elogio, porque usted la conoce... a eso voy, Sr. D. Salvador. Ella estuvo en un tiempo<br />

bajo el amparo y protección <strong>de</strong> usted; usted le escribía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Francia. ¡Ay! Cuando<br />

estuvo mala, le nombró a usted en sus <strong>de</strong>lirios. Después usted la vio en los Cigarrales,<br />

según me escribió ella misma; más tar<strong>de</strong>, ahora, se me muestra tan admirador <strong>de</strong> ella y<br />

tan afligido <strong>de</strong> mi felicidad, que no puedo menos <strong>de</strong> volverme caviloso y preguntarme si<br />

usted ha tenido o tiene proyectos iguales a los míos, y si esos proyectos se refieren a la<br />

misma persona, que es, digámoslo claro, la mitad o la principal parte <strong>de</strong> mi vida.<br />

-Esos proyectos los tuve -replicó Salvador con firmeza-. No fui a los Cigarrales con<br />

otro objeto.<br />

Detuvo D. Benigno su voz y sus manos, como alelado, y preguntó:<br />

-¿Y ella?<br />

-No quiso oírme. Mi situación al salir <strong>de</strong> los Cigarrales era bastante <strong>de</strong>sairada.<br />

-¿Y <strong>de</strong>spués?<br />

-He pensado que por negligente y confiado perdí la partida.<br />

-¿Y qué hay en usted ahora?<br />

-Resignación.<br />

-De modo que si yo no existiera...<br />

- No <strong>de</strong>ben fundarse cálculos sobre la muerte. En el mundo no es fácil asegurar quien<br />

ayuda o quien estorba. Es posible que sea yo el que está <strong>de</strong>más.<br />

-¡Oh! Dios mío... Pero usted no pue<strong>de</strong> apreciar, como yo, sus infinitas cualida<strong>de</strong>s,<br />

que la igualan a los ángeles -dijo D. Benigno con cierto <strong>de</strong>sdén.


-Quizás las aprecie mejor; quizás yo esté en situación <strong>de</strong> ver en ella méritos <strong>de</strong><br />

abnegación que usted no pue<strong>de</strong> ver.<br />

D. Benigno meditó breve rato. Había caído en un mar <strong>de</strong> cavilaciones que sin duda<br />

no tenía fondo. [247]<br />

-¡Ah! -exclamó dando un gran suspiro con el cual pudo salir <strong>de</strong> aquellas honduras<br />

tenebrosas -, usted me confun<strong>de</strong> más, pero mucho más.<br />

Diciendo esto clavó los ojos en Salvador examinándole prolija y atentamente <strong>de</strong> pies<br />

a cabeza. Después dio otro gran suspiro y bajando los ojos murmuró para sí:<br />

-También él se va poniendo viejo.<br />

-¿No se necesitan más explicaciones? -preguntó Monsalud.<br />

-No -replicó Cor<strong>de</strong>ro brusca y <strong>de</strong>sabridamente.<br />

-Pues yo voy a dar una que creo necesaria. No soy perverso; reconozco en usted a<br />

uno <strong>de</strong> los hombres mejores que existen en el mundo. Seré un miserable si sale <strong>de</strong> mí,<br />

por irresistible (1) efecto <strong>de</strong> las pasiones, la más ligera oposición a la felicidad <strong>de</strong> usted...<br />

Es evi<strong>de</strong>nte, evi<strong>de</strong>ntísimo que yo soy el que está <strong>de</strong>más. Declaro que mi <strong>de</strong>ber es no<br />

volver a pisar la casa <strong>de</strong>l que posee lo que yo quise para mí.<br />

-¡Barástolis!... Usted la ofen<strong>de</strong>, señor mío.<br />

-No la ofendo. Mi resolución no indica <strong>de</strong>sconfianza <strong>de</strong> ninguno <strong>de</strong> los dos, sino<br />

respeto a entrambos, y a<strong>de</strong>más el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> ponerme a salvo <strong>de</strong> la envidia, porque yo<br />

tengo más <strong>de</strong> hombre que <strong>de</strong> santo, y la contemplación <strong>de</strong>l bien perdido no me hará<br />

bailar <strong>de</strong> gozo.<br />

Dijo esto en tono entro serio y festivo, y se retiró. Después <strong>de</strong> esta breve conferencia<br />

no se disiparon las confesiones ni se calmaron las ansias <strong>de</strong>l insigne Cor<strong>de</strong>ro, antes<br />

bien, se dio a cavilar más en el silencio <strong>de</strong> la noche, buscando entre sus recuerdos<br />

alguna sentencia <strong>de</strong>l ginebrino que iluminase un poco sus tenebrosos pensamientos;<br />

pero Juan Jacobo no <strong>de</strong>cía nada, y hasta <strong>de</strong> su querido filósofo y consejero se vio<br />

<strong>de</strong>samparado en tan tristes horas el hombre más bondadoso que por aquellos tiempos<br />

existía en el mundo. [248]<br />

- II -<br />

Muy avanzado estaba el invierno cuando Cor<strong>de</strong>ro y su amigo, <strong>de</strong>spidiéndose con no<br />

poca alegría <strong>de</strong>l Real Sitio, emprendieron su penoso viaje a la Corte por entre nieves y<br />

hielos. Separáronse <strong>de</strong>l modo más cordial en la posada <strong>de</strong>l Dragón, y D. Benigno,<br />

<strong>de</strong>smejorado y cojo, se fue a su casa con toda la rapi<strong>de</strong>z que lo permitía su <strong>de</strong>testable<br />

andadura, mientras Salvador buscaba don<strong>de</strong> alojarse. Pocos días <strong>de</strong>spués hallábase


instalado en habitación propia que alquiló en la calle <strong>de</strong>l Duque <strong>de</strong> Alba, no lejos <strong>de</strong> D.<br />

Felicísimo [249] Carnicero, <strong>de</strong> felicísima recordación. En Madrid no encontró novedad<br />

alguna, pues no merece tal nombre el furor con que todo el mundo fraguaba<br />

levantamiento s y sediciones. Conspiraban las infantas brasileñas con sin igual <strong>de</strong>scaro;<br />

conspiraban los voluntarios realistas, ayudados por la turbamulta <strong>de</strong> frailes y clérigos<br />

mal avenidos con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r su omnipotencia; conspiraban las monjas y los<br />

sacristanes, muchos militares que se habían hecho familiares <strong>de</strong> los obispos, y para que<br />

no faltase su lado cómico a esta comparsa nacional, también se agitaban en pro <strong>de</strong> D.<br />

Carlos muchos señores que habían sido rabiosos <strong>de</strong>mocratistas y jacobinos en los tres<br />

llamados años <strong>de</strong> la titulada segunda época constitucional. Antes habían gritado por el<br />

sistema y ahora suspiraban por los <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong> la soberanía en su inmemorial plenitud.<br />

Oyó también Salvador los <strong>de</strong>spropósitos <strong>de</strong>l vulgo, a quien se había hecho creer que<br />

el Rey no vivía y que aquel buen señor que salía en coche a paseo era el cadáver<br />

embalsamado <strong>de</strong> Fernando VII. Por un sencillo mecanismo, la napolitana, que a su lado<br />

iba, le hacía mover las manos y la cabeza para saludar. ¡Y con un Rey relleno <strong>de</strong> paja se<br />

estaba engañando a esta heroica Nación!<br />

Vio un cambio <strong>de</strong> ministros fundado en que los <strong>de</strong>l <strong>16</strong> <strong>de</strong> Octubre parecieron un<br />

poco dañados <strong>de</strong> liberalismo, pues la Corte <strong>de</strong>seaba un gobierno absolutamente<br />

agridulce que contentase a todos y conciliara el día con la noche, cosa en verdad más<br />

difícil que asar la manteca. También pudo ver la anulación <strong>de</strong>l célebre codicilo, acto<br />

solemne <strong>de</strong> que se burlaron los carlistas, y oyó contar la fuga <strong>de</strong> Calomar<strong>de</strong> vestido <strong>de</strong><br />

fraile, y los <strong>de</strong>smanes <strong>de</strong>l obispo <strong>de</strong> León, el cual, ensoberbecido como un cacique indio<br />

y no pudiendo sublevar el reino, puso en armas su diócesis, dando la comandancia <strong>de</strong><br />

voluntarios realistas a la Purísima Concepción.<br />

Otras muchas cosas supo y vio que no son para referidas a la ligera. Sus relaciones<br />

con gente <strong>de</strong> varias clases le informaban <strong>de</strong> todo. Pipaón, D. Felicísimo Carnicero y el<br />

marqués <strong>de</strong> Falfán no hacían misterio <strong>de</strong> los planes apostólicos, y Genara, furibunda<br />

sectaria <strong>de</strong>l sistema <strong>de</strong>l justo medio o <strong>de</strong> la conciliación, era el órgano más feliz que<br />

imaginarse pue<strong>de</strong> <strong>de</strong> los pensamientos <strong>de</strong> aquel astuto Sr. Zea que gobernaba o<br />

aparentaba gobernar la nave (¡siempre la nave!), más cercana a los escollos que al<br />

<strong>de</strong>seado puerto.<br />

Genara se había establecido en su antigua casa, notoria tres años antes por la tertulia<br />

a que concurrían literatos tiernos y políticos maduros; pero ya en el invierno <strong>de</strong> 1833 no<br />

se abrían las puertas <strong>de</strong> aquella [250] feliz morada para el primer poeta que viniese <strong>de</strong><br />

su provincia cargado <strong>de</strong> tragedias, ni para los tenores italianos, ni para los abogados<br />

oradores que empezaban a nacer en las aulas con una lozanía hasta cierto punto<br />

calamitosa. El círculo era mucho más estrecho y las amista<strong>de</strong>s más escogidas, con lo<br />

que ganaba en consi<strong>de</strong>ración la casa. Y aquí viene bien <strong>de</strong>cir que la interesante señora<br />

había perdido por completo su afición a la poesía lírica (que no hay cosa durable en el<br />

mundo), y tanto caso hacía ya <strong>de</strong>l prisionero <strong>de</strong> Cuéllar como <strong>de</strong> las nubes <strong>de</strong> antaño. Él<br />

era en verdad <strong>de</strong> un carácter poco a propósito para la constancia en los afectos. No se<br />

sabe si en la temporada a que nos vamos refiriendo había dado a conocer Genara<br />

preferencia o simpatía por alguna otra <strong>de</strong> las artes liberales, o por la artillería y la<br />

náutica, como se dijo. Careciendo <strong>de</strong> noticias ciertas, nos abstenemos <strong>de</strong> afirmar cosa<br />

alguna; que en casos dudosos vale más atenerse a la opinión buena, como mandan la<br />

moral <strong>de</strong> la historia y la caridad cristiana.


D. Luis Fernán<strong>de</strong>z <strong>de</strong> Córdova, militar brillantísimo, pasaba, cuando vino <strong>de</strong> Berlín<br />

para encargarse <strong>de</strong> la embajada <strong>de</strong> Portugal, largas horas en casa <strong>de</strong> Genara. También<br />

iban, aunque no con mucha frecuencia, D. Francisco Javier <strong>de</strong> Burgos y <strong>Martínez</strong> <strong>de</strong> la<br />

Rosa. Era <strong>de</strong> los asiduos un joven oficial granadino llamado Narváez, muy vivo <strong>de</strong><br />

genio, ceceoso, pen<strong>de</strong>nciero y expeditivo. Pero la persona más digna <strong>de</strong> mención entre<br />

los que visitaban a la hermosa señora era un jesuita <strong>de</strong>l colegio Imperial, llamado el<br />

padre Gracián, hombre <strong>de</strong> mucha piedad y oración. Decían algunos que <strong>de</strong> la amistad<br />

<strong>de</strong>l buen religioso con Genara iba a salir la conversión <strong>de</strong> esta, o sea su entrada en las<br />

buenas vías católicas. Otros <strong>de</strong>claraban haber notado en ella resabios <strong>de</strong> mojigatería;<br />

pero sea lo que quiera, lo cierto es que las intenciones <strong>de</strong>l padre Gracián eran altamente<br />

provechosas, porque (digámoslo <strong>de</strong> una vez) se había propuesto reconciliar a la señora<br />

con su marido.<br />

Que Pipaón visitaba casi diariamente a su antigua amiga y paisana no hay para qué<br />

<strong>de</strong>cirlo. Por añadidura, el excelentísimo D. Juan Bragas había simpatizado mucho con el<br />

jesuita Gracián. Ambos platicaban con seriedad pasmosa <strong>de</strong> los negocios <strong>de</strong> Estado y <strong>de</strong><br />

la Iglesia, <strong>de</strong>plorando mucho la tibieza <strong>de</strong> creencias que tanto dañaba a la sociedad<br />

española en aquellos tiempos y concluían <strong>de</strong>seando que viniesen otros mejores en que<br />

marchasen las naciones por el camino <strong>de</strong> la piedad, dulcemente pastoreadas por los<br />

ministros <strong>de</strong>l altar. Como Gracián se interesaba tanto por sus amigos y quería llevar<br />

todos los beneficios posibles al seno <strong>de</strong> las familias cristianas, tomó muy a pecho la<br />

realización <strong>de</strong>l [251] casamiento <strong>de</strong> Bragas con Micaelita, proyecto <strong>de</strong> que ya hay<br />

noticias en el libro anterior.<br />

Acompañando a Pipaón iba Salvador algunas veces a casa <strong>de</strong> Genara; solían comer<br />

juntos los tres, y cuando se encontraban Monsalud y Gracián también hablaban<br />

largamente <strong>de</strong>l Estado y <strong>de</strong> la Iglesia. Un día, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> hablar con él, el jesuita pidió<br />

informes a la señora <strong>de</strong> la casa sobre aquel <strong>de</strong>sconocido amigo, quizás para ver si le<br />

podía reconciliar con alguien, porque el afán <strong>de</strong>l buen discípulo <strong>de</strong> San Ignacio era la<br />

reconciliación. Genara respondió:<br />

-Si quiere usted ganar la palma <strong>de</strong>l buen pacificador, hágale usted amigo <strong>de</strong> mi<br />

marido.<br />

-¿No se quieren bien?-preguntó Gracián con astucia.<br />

-Nada bien... Es enemistad que data <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la guerra con los franceses. Ambos son<br />

tercos, soberbios, y quizás en su juventud aconteciera alguna cosa <strong>de</strong> esas que siempre<br />

son motivo <strong>de</strong> rivalidad entre los hombres...<br />

-Alguna mujer...<br />

-Pue<strong>de</strong> ser, pue<strong>de</strong> ser que eso haya sido -dijo ella con serenidad que tiraba a<br />

indiferencia.<br />

Algo más dijeron sobre esto; pero no nos importa todavía, y siendo más urgente<br />

seguir los pasos <strong>de</strong> la persona a quien aludían la dama y el sacerdote, vamos tras él sin<br />

pérdida <strong>de</strong> tiempo. Algunos días le vimos entrar en la casa <strong>de</strong> D. Felicísimo Carnicero,<br />

con quien aún tenía algunas cuentas pendientes. El agente le recibía como se recibe a<br />

todo aquel con quien se ha hecho un negocio muy lucrativo, y haciéndole sentar a su


lado dábale palmaditas en el hombro y hasta se aventuraba a contarle cualquier sabrosa<br />

cosilla <strong>de</strong> la conspiración carlista.<br />

Una mañana, al entrar en casa <strong>de</strong> Carnicero, encontró en la escalera a un coronel <strong>de</strong><br />

ejército amigo suyo. Era D. Tomás Zumalacárregui. Iba acompañado <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

Negri, y esto le hizo compren<strong>de</strong>r que el valiente vizcaíno, resistente hasta entonces a los<br />

halagos <strong>de</strong> la gente mojigata, se había <strong>de</strong>jado seducir al fin. Se saludaron y siguió<br />

a<strong>de</strong>lante. Abriole la puerta Tablas. Al entrar pisó al gato, que escapó mayando, y luego,<br />

a causa <strong>de</strong> la oscuridad <strong>de</strong> los <strong>de</strong>startalados pasillos, tropezó con Doña María <strong>de</strong>l<br />

Sagrario, que al choque <strong>de</strong>jó caer <strong>de</strong> las manos un enormísimo plato <strong>de</strong> puches. Puso el<br />

grito en el cielo la señora, y al ruido alarmose tanto D. Felicísimo, que se aventuró a<br />

salir <strong>de</strong> su nicho preguntando si había entrado en la casa un tropel <strong>de</strong> cristinos. Salvador<br />

se <strong>de</strong>shacía en excusas, y al acercarse a la pared, manchósele la negra ropa [252] <strong>de</strong> tal<br />

modo que parecía un molinero. Al sacudirse, no sin comentar con algunas frases aquel<br />

rudimentario blanqueo <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s, hubo <strong>de</strong> tropezar con una <strong>de</strong> las vigas que<br />

sostenían la casa y pareció que toda la frágil fábrica se estremecía y que <strong>de</strong>l techo caían<br />

pedazos <strong>de</strong> yeso, como si por entre las ma<strong>de</strong>ras superiores corriesen a paso <strong>de</strong> carga<br />

belicosos ejércitos <strong>de</strong> ratones. Por fin llegó a dar la mano a Carnicero y entraron juntos<br />

en el <strong>de</strong>spacho.<br />

-Parece que entra un temporal en mi casa -dijo el anciano colocándose en su nicho-.<br />

¿Y qué tal? ¿Ha encontrado usted en la escalera a Zumalacárregui y al señor con<strong>de</strong>?<br />

Buen militar y buen diplomático, jí, jí...<br />

-Zumalacárregui es una buena adquisición -respondió Salvador-. Tiene valor y<br />

talento.<br />

-Pues hay otras adquisiciones mucho mejores todavía -dijo Carnicero frotándose las<br />

manos-. ¿Con que ese <strong>de</strong>sdichado Gobierno <strong>de</strong>l Sr. Zea ha emprendido el <strong>de</strong>sarme <strong>de</strong><br />

los voluntarios realistas?... Sí, el fantasmón <strong>de</strong> Castroterreño en León y el mentecato <strong>de</strong><br />

Llau<strong>de</strong>r en Cataluña ponen <strong>de</strong>spachos al Gobierno diciendo que han quitado las armas a<br />

los voluntarios realistas. ¿Usted lo cree? ¿Usted cree que se pue<strong>de</strong>n quitar los rayos al<br />

sol? Jí, jí. ¡Y creerá el bobillo que ha puesto una pica en Flan<strong>de</strong>s!... Yo llamo el bobillo<br />

a ese señor Zea, que es una especie <strong>de</strong> ministro embalsamado, como el Rey ha venido a<br />

ser un Rey <strong>de</strong> papelón.<br />

-El Gobierno se cree fuerte, Sr. Carnicero, y parece <strong>de</strong>cidido a echar una losa sobre<br />

el partido <strong>de</strong> D. Carlos. Mucho cuidado, amigo, que ahora parece que tiran a dar.<br />

-¡Oh! por mí no temo nada -manifestó D. Felicísimo con énfasis, echándose atrás-.<br />

Pero vamos a lo que urge. Ya sé a lo que viene usted hoy.<br />

-A lo mismo que vine ayer.<br />

-Y anteayer y el martes y el sábado pasado. Hoy no ha venido usted en bal<strong>de</strong>. Al fin,<br />

al fin...<br />

-¿Llegó?


-Sí, sí, el Sr. D. Carlos Navarro, nuestro valiente amigo, llegó anteanoche <strong>de</strong> su<br />

excursión por el reino <strong>de</strong> Navarra y por Álava y Vizcaya. Es un guapo sujeto. Dice que<br />

en todo aquel religioso país hasta las piedras tienen corazón para palpitar por D. Carlos,<br />

hasta las calabazas echarán manos para coger fusiles. Las campanas allí, cuando tocan a<br />

misa dicen «no más masones» y el día en que haya guerra los hombres [253] <strong>de</strong> aquella<br />

tierra serán capaces <strong>de</strong> conquistar a la Europa mientras las mujeres conquistan al resto<br />

<strong>de</strong> España... Bueno, muy bueno... ¿Con que usted <strong>de</strong>sea ver a ese señor? Le prevengo a<br />

usted que está oculto.<br />

-No importa: sólo pienso hablarle <strong>de</strong> asuntos <strong>de</strong> familia. En el último verano estuvo<br />

en la Granja pero no le pu<strong>de</strong> ver, porque siempre se negó a recibirme. Ahora me será<br />

más fácil, porque le escribirá usted dos palabras.<br />

-Lo haré con mucho gusto; pero prevengo a usted también que el Sr. D. Carlos está<br />

enfermo <strong>de</strong>l hígado. Ya se ve ¡ha trabajado tanto! Es un incansable campeón <strong>de</strong> las<br />

buenas doctrinas. Anoche se quejaba <strong>de</strong> atroces dolores, y, cosa rara en hombre tan<br />

religioso, jí, jí, más invocaba a los <strong>de</strong>monios que a la Santísima Virgen. Si quiere usted<br />

tener segura la entrevista que <strong>de</strong>sea, se lo diremos al padre Gracián, jesuita, excelente<br />

sujeto que viene aquí algunas tar<strong>de</strong>s, y <strong>de</strong>spués solemos ir a tomar chocolate a casa <strong>de</strong><br />

Maroto, adon<strong>de</strong> va también el Padre Carasa... Pues bien, Gracián es amigo <strong>de</strong>l Sr. D.<br />

Carlos, y ya hace tiempo que se ha propuesto reconciliarle con su señora esposa... ¡Oh!<br />

es un neblí para las reconciliaciones ese buen padre Gracián.<br />

-Le conozco. Es un digno sacerdote que tiene las mejores intenciones <strong>de</strong>l mundo, y si<br />

no consigue hacer feliz a la humanidad toda es porque Dios no quiere... En conclusión,<br />

entiéndanse usted y el Padre Gracián para que yo pueda ver al Sr. Navarro y hablarle <strong>de</strong><br />

un asunto que no es político y sólo a él y a mí nos interesa. ¿Él vive...?<br />

-No sé si <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>círselo a usted en este momento, antes <strong>de</strong> que el mismo Sr. D.<br />

Carlos, bellísima persona, jí, jí... antes <strong>de</strong> que el mismo Sr. D. Carlos Navarro <strong>de</strong><br />

licencia para que usted le vea. Ya lo arreglaré yo. Vuélvase mañana por esta su casa.<br />

Luego que Salvador se fue, D. Felicísimo escribió una carta en cuyo sobre, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> trazar tres cruces, puso: A la Señora Doña María <strong>de</strong> la Paz Porreño, calle <strong>de</strong> Belén.<br />

[254]<br />

- III -<br />

Las pobres señoras casi vivían en la misma estrechez que en 1822, porque las<br />

mudanzas políticas y sociales se <strong>de</strong>tenían respetuosas en la puerta <strong>de</strong> aquella casa, que<br />

era sin duda uno <strong>de</strong> los mejores museos <strong>de</strong> fósiles que por entonces existían en España.<br />

Los períodos <strong>de</strong> tiempo en que imperaba el absolutismo eran para el medro <strong>de</strong> la casa y<br />

abundancia <strong>de</strong> las <strong>de</strong>spensas Porreñanas lo mismo que aquellos en que prevalecía la vil


canalla <strong>de</strong> los clubs. De modo que en punto a comodida<strong>de</strong>s y vituallas el agonizante<br />

marquesado habría terminado con un <strong>de</strong>sastre igual al que han sufrido formidables<br />

imperios si no viniera en su auxilio una industria que, si bien es algo prosaica, tiene algo<br />

<strong>de</strong> noble por estar emparentada con la hospitalidad. [255] Las dos ilustres cuanto<br />

<strong>de</strong>sgraciadas señoras aposentaban en su casa un caballero tan respetable como rico<br />

durante las temporadas, a veces muy largas, que dicho sujeto pasaba en Madrid. El trato<br />

era excelente, la remuneración buena, y la armonía entre el huésped y las damas tan<br />

perfecta que los tres parecían hermanos. La familiaridad realzada por el respeto y una<br />

llaneza <strong>de</strong>corosa reinaban en la silenciosa mansión que parecía habitada por sombras.<br />

Bueno es <strong>de</strong>cir, para que lo sepan los historiadores, que con las módicas ventajas<br />

pecuniarias adquiridas por aquel medio honestísimo habían renovado las señoras parte<br />

<strong>de</strong>l mueblaje, aunque todas las piezas <strong>de</strong> antaño se conservaban, sostenidas por los<br />

remiendos y pulidas por el tiempo y el aseo. ¡Cosa admirable! el reló (2) había vuelto a<br />

andar; mas por malicia <strong>de</strong>l relojero o por un misterio mecánico imposible <strong>de</strong> penetrar,<br />

andaba para atrás, y así <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las doce daba las once, luego las diez y así<br />

sucesivamente. El cuadro <strong>de</strong> santos <strong>de</strong> la Or<strong>de</strong>n Dominica había sido restaurado por la<br />

misma Doña Paz, asistida <strong>de</strong> un hábil vejete carpintero, sacristán y encua<strong>de</strong>rnador, y<br />

emplasto por aquí, pegote por allá, con media docena <strong>de</strong> brochazos negros en las<br />

sombras y una buena mano <strong>de</strong> barniz <strong>de</strong> coches por toda la superficie, había quedado<br />

como el día en que vino al mundo. Por el mismo estilo se habían salvado <strong>de</strong> completa<br />

ruina las urnas <strong>de</strong> santos y las cornucopias, que por no tener ya en sus cristales sino<br />

irregulares manchas <strong>de</strong> azogue parecían una colección <strong>de</strong> mapas geográficos. Lo nuevo,<br />

que era muy humil<strong>de</strong>, consistía en sillas <strong>de</strong> paja, cortinas <strong>de</strong> percal, ruedos <strong>de</strong> estera <strong>de</strong><br />

colores; pero alegraba la casa y su vetusto matalotaje. Por tal manera aquella imagen<br />

cadavérica <strong>de</strong> los pasados siglos se reía en su tumba.<br />

En la época en que nuevamente la encontramos, Doña María <strong>de</strong> la Paz se acercaba<br />

velozmente a una vejez apoplética, marchando a ella con los pies gotosos, la cabeza<br />

temblona, los hombros y el cuello crasos. Sus cabellos, no obstante, se conservaban<br />

negros lo mismo que el lunar, y era que ella perseguía las canas como si fueran<br />

liberales, y no daba cuartel a ninguna, siendo tan implacable con ellas, que cuando<br />

vinieron en tropel y no pudo arrancarlas por temor a quedarse en el puro casco, las<br />

disfrazó vistiéndolas <strong>de</strong> luto para que nadie las conociera. Así cuando esta operación no<br />

estaba hecha con habilidad (porque con las fuerzas había mermado la vista) aparecían<br />

las sienes y la frente empañadas con ciertas nubes negras por encima <strong>de</strong> las cuales<br />

brillaba la nieve remedando un admirable paisaje <strong>de</strong> invierno.<br />

Doña María Salomé estaba tan momificada que parecía haber sido [256] remitida en<br />

aquellos días <strong>de</strong>l Egipto y que la acababan <strong>de</strong> <strong>de</strong>sembalar para exponerla a la curiosidad<br />

<strong>de</strong> los amantes <strong>de</strong> la etnografía. Fija en una silleta baja, que había llegado a ser parte <strong>de</strong><br />

su persona, se ocupaba en arreglar perifollos para <strong>de</strong>corarse, y a su lado se veían, en<br />

diversas cestillas <strong>de</strong> mimbre, plumas apolilladas, cintas <strong>de</strong> matices mustios, trapos <strong>de</strong><br />

seda arrugados y <strong>de</strong>scoloridos como las hojas <strong>de</strong> otoño, todo impregnado <strong>de</strong> un cierto<br />

olor <strong>de</strong> tumba mezclado <strong>de</strong> perfume <strong>de</strong> alcanfor. Decían malas lenguas que al hacerse la<br />

ropa juntaba los pedazos y se los cosía en la misma piel; también <strong>de</strong>cían que comía<br />

alcanfor para conservarse, y que estaba, forrada en cabritilla. Boberías maliciosas son<br />

estas <strong>de</strong> que los historiadores serios no <strong>de</strong>bemos hacer caso.


Una mañana... Olvidaba <strong>de</strong>cir que en la casa había una gran pieza interior que daba a<br />

un patio o corralón muy espacioso, <strong>de</strong> don<strong>de</strong> recibía el sol casi todo el día. En dicha<br />

pieza tendía Doña Paz la ropa lavada en casa. De muro a muro todo era cuerdas, y<br />

cuando estaban llenas <strong>de</strong> ropa, aquello parecía un bosque <strong>de</strong> trapos húmedos. Pues bien,<br />

una mañana se paseaba Doña María <strong>de</strong> la Paz por aquellas alamedas <strong>de</strong>l aseo, cuando<br />

entró Doña María Salomé, y dándole una carta que acababan <strong>de</strong> traer a la casa, le dijo:<br />

-Otra carta para el Sr. D. Carlos. Viene con sobre a ti; pero es para él. Mira las tres<br />

cruces. La letra parece <strong>de</strong>l Sr. D. Felicísimo.<br />

-Se la daremos cuando <strong>de</strong>spierte -replicó Doña Paz-. El pobre señor ha pasado muy<br />

mala noche.<br />

-Por cierto -manifestó Doña Salomé con semblante muy serio, en el cual se revelaba<br />

una aprensión escrupulosa- por cierto que no sé si será conveniente recibir cartas <strong>de</strong> esta<br />

manera. Esto pue<strong>de</strong> dar lugar a interpretaciones contrarias a nuestro honor y buen<br />

nombre. Los vecinos se enteran <strong>de</strong> todo... ven que recibimos cartas... ven que entran<br />

aquí <strong>de</strong> noche muchos hombres... No sé, no sé...<br />

-Calla, mujer -dijo Doña Paz asomando la cabeza por entre el ramaje blanco-. ¿Qué<br />

pue<strong>de</strong>n sospechar <strong>de</strong> nosotras?<br />

-Pue<strong>de</strong> caer alguna tacha, mujer, sobre nuestra reputación -afirmó Salomé <strong>de</strong> muy<br />

mal talante-. Bien sabes tú que no basta ser honrada, sino parecerlo, y dos señoras solas,<br />

como nosotras, han <strong>de</strong> tener mucho cuidado, para no andar en lenguas <strong>de</strong> maliciosos.<br />

-¡Siempre tonta! -murmuró Doña María <strong>de</strong> la Paz <strong>de</strong>sapareciendo en lo más espeso<br />

<strong>de</strong>l bosque <strong>de</strong> ropa.<br />

-Yo estoy <strong>de</strong>cidida a hablar claramente al Sr. D. Carlos -añadió la otra-. Nadie le<br />

aprecia más que yo; pero este entrar y salir <strong>de</strong> hombres [257] a todas horas <strong>de</strong>l día y <strong>de</strong><br />

la noche no está en conformidad con lo que ha sido siempre nuestra casa. ¿Qué quieres?<br />

no me puedo acostumbrar: yo soy así. Lo digo y lo repito, hablaré al Sr. D. Carlos.<br />

-No faltaba más sino marear al Sr. D. Carlos con semejante impertinencia -dijo Doña<br />

Paz reapareciendo en una alameda <strong>de</strong> lienzo.<br />

-Lo digo y lo repito... A<strong>de</strong>más, los compañeros, ayudantes o lo que sean <strong>de</strong>l Sr. D.<br />

Carlos, no nos guardan las consi<strong>de</strong>raciones que merecemos. ¿Qué más?... Ayer no me<br />

había acabado <strong>de</strong> peinar cuando ese bárbaro <strong>de</strong> Zugarramurdi entró en mi cuarto sin<br />

pedir permiso... ¡Y para qué! para <strong>de</strong>cirme si había yo visto una <strong>de</strong> sus espuelas que no<br />

podía encontrar.<br />

-Bobadas... Habla más bajo... Me parece que se ha <strong>de</strong>spertado el Sr. Navarro.<br />

Apareció en la puerta una enorme barba a la cual estaba pegado un hombre. De entre<br />

aquel enorme vellón castaño salió una voz seca y <strong>de</strong>sabrida que dijo: -El chocolate.<br />

-En seguida, Sr. Zagarramurdi. Tome usted esta carta que han traído para el Sr. D.<br />

Carlos. ¿Qué tal está hoy?


-Mal -respondió el <strong>de</strong> la barba dando media vuelta y <strong>de</strong>sapareciendo por don<strong>de</strong> había<br />

venido.<br />

-¡Qué modos! -murmuró Salomé dirigiéndose a su cuarto-. Ya no hay caballeros.<br />

Navarro moraba en la misma habitación ocupada algunos años antes por una mujer<br />

que murió en olor <strong>de</strong> santidad. Poco o ningún cambio había tenido la pieza, que más que<br />

gabinete parecía capilla, o mejor un abreviado trasunto <strong>de</strong> la corte celestial, pues todo en<br />

ella era santicos pintados y <strong>de</strong> bulto, reliquias, estampas <strong>de</strong> santuarios y monasterios,<br />

corazones bordados, palmitos, y un altar completo con sus can<strong>de</strong>leros <strong>de</strong> estaño, sus<br />

arañas colgadas <strong>de</strong>l techo, sus misales y sus tres curitas <strong>de</strong> cartón con casullas <strong>de</strong> papel,<br />

en actitud <strong>de</strong> celebrar misa cantada. Completaban la <strong>de</strong>coración una enorme espada<br />

pendiente <strong>de</strong>l mismo clavo que sostenla un niño Jesús bordado en cañamazo, dos<br />

escopetas arrimadas a un rincón, dos guantes y dos mascarillas <strong>de</strong> esgrima junto a dos<br />

pares <strong>de</strong> floretes, tres maletas muy usadas y un hombre.<br />

Este hombre hallábase sentado o más bien sumergido en un sillón, con las piernas<br />

ocultas bajo gruesa manta que le llegaba a la cintura, la cabeza inclinada sobre el pecho<br />

y tan inmóvil que parecía dormido o muerto. Un brasero <strong>de</strong> cisco bien pasado mostraba<br />

su montoncillo <strong>de</strong> ceniza esmaltado <strong>de</strong> fuego cerca <strong>de</strong>l envoltorio que <strong>de</strong>bía contener los<br />

[258] pies <strong>de</strong>l individuo, el cual si alguna vez daba señales <strong>de</strong> existencia era dándolas <strong>de</strong><br />

frío. Su cara era morena tirando a ver<strong>de</strong> a causa <strong>de</strong> la pali<strong>de</strong>z, así como el blanco <strong>de</strong> los<br />

ojos no era blanco sino amarillo. El cabello negro y áspero tenía bastantes canas, y<br />

generalmente se veía la potente cabeza apoyada en una mano negra, tostada, cuyas<br />

venas retorcidas y tendones y músculos recordaban la mano que D. Quijote enseñó a<br />

Maritornes cuando lo colgaron <strong>de</strong>l tragaluz <strong>de</strong> la venta.<br />

En un velador cercano tenía el guerrillero medicinas que tomaba cartas que leía,<br />

tabaco, un libro, un rosario y una pistola. Beber y fumar: alternando con lecturas, era su<br />

ocupación en las aburridas horas <strong>de</strong>l día precursoras <strong>de</strong> los insomnios <strong>de</strong> las noches. No<br />

gustaba <strong>de</strong> que los amigos le dieran conversación. Su mejor amigo era el más discreto<br />

<strong>de</strong> todos, el silencio.<br />

Pero Zugarramurdi y Oricaín tenían un recurso para distraerle, aunque por poco<br />

tiempo. Tiraban al florete, y entonces los ojos <strong>de</strong>l guerrillero se animaban; seguía con<br />

atención los movimientos <strong>de</strong> los fingidos duelistas y aun arrojaba alguna palabra picante<br />

o algún comentario <strong>de</strong> maestro entre los rechinantes aceros. Pero <strong>de</strong> repente <strong>de</strong>cía<br />

«basta» y los dos atletas soltaban el florete y se quitaban la máscara, sacando a luz el<br />

rostro sudoroso. En aquel momento Zagarramurdi parecía el hombre prehistórico<br />

embutido en sus feroces barbas, y Oricaín, el formidable (3) oso navarro, perdía mucho<br />

en belleza, porque la máscara <strong>de</strong> alambre disimulaba su fealdad.<br />

Aquel día (nos referimos al día <strong>de</strong> la carta <strong>de</strong> D. Felicísimo) D. Carlos se cansó más<br />

pronto que nunca.<br />

-Basta <strong>de</strong> estocadas -dijo-. Zugarramurdi, pásate por casa <strong>de</strong> don Tomás<br />

Zumalacárregui y dile que le espero mañana. Oricaín, alcánzame mi rosario y voto.<br />

Cuando llegue el padre Gracián, entras y si duermo, me <strong>de</strong>spiertas... Hoy no como.


Pasada la hora <strong>de</strong> la siesta vino el padre Gracián. Era un mocetón <strong>de</strong> alta estatura, <strong>de</strong><br />

treinta y ocho o cuarenta años <strong>de</strong> edad, moreno, los labios gruesos, la nariz<br />

aberenjenada, áspero el pellejo y curtido, como formado expresamente por Dios para<br />

resistir a los abrasadores climas <strong>de</strong>l trópico y a los hielos polares.<br />

Su barba era tan negra y espesa que aun afeitada <strong>de</strong>l mismo día <strong>de</strong>jaba una mancha<br />

oscura en toda la parte inferior <strong>de</strong>l rostro. Debía tener fuerzas hercúleas aquel arrogante<br />

grana<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la Iglesia, y si bajo el punto <strong>de</strong> vista corporal estaba admirablemente<br />

constituido para las misiones, no lo estaba menos en el or<strong>de</strong>n espiritual, por ser hombre<br />

<strong>de</strong> [259] muchas sabidurías, eruditísimo en las letras sagradas y bastante fuerte en las<br />

profanas, elocuente en el púlpito y persuasivo en la conversación, águila en la cátedra y<br />

lince en el confesionario. También sabía <strong>de</strong> medicina y había hecho curas que pasaron<br />

por milagrosas. Era tan grandón que su manteo parecía tener una pieza <strong>de</strong> tela, y cuando<br />

se embozaba no concluía nunca <strong>de</strong> echar paño al viento. Su sombrero <strong>de</strong> teja no medía<br />

menos <strong>de</strong> una vara, y como lo llevaba siempre un poco echado atrás y su cuerpo se<br />

encorvaba hacia a<strong>de</strong>lante, parecía que iba cargando una pesada viga. Sus <strong>de</strong>smesurados<br />

pies, sepultados en zapatos <strong>de</strong> paño, pisaban con la pesa<strong>de</strong>z y adherencia <strong>de</strong> la robusta<br />

planta calzada <strong>de</strong> alpargata, que golpea como una maza las baldosas <strong>de</strong> muelles y<br />

almacenes.<br />

Después <strong>de</strong> saludar con escogida afabilidad al guerrillero enfermo, tomó asiento<br />

junto a él, y metiendo la mano por ciertas aberturas <strong>de</strong> la sotana tras <strong>de</strong> las cuales había<br />

bolsillos tan hondos como el mar, empezó a sacar varios cucuruchos <strong>de</strong> papel<br />

semejantes en tamaño y forma a los que hacen en las tiendas para contener dos cuartos<br />

<strong>de</strong> azúcar, <strong>de</strong> café o <strong>de</strong> anises. Conforme los sacaba los iba poniendo sobre el velador y<br />

miraba el rotulillo que <strong>de</strong> su puño y letra estaba escrito en cada uno.<br />

-¿Qué es eso? -preguntó Navarro picado <strong>de</strong> curiosidad, sospechando que su amigo<br />

había puesto tienda <strong>de</strong> comestibles o droguería.<br />

-Esto es tierra <strong>de</strong> la ruta <strong>de</strong> San Ignacio en Manresa, reliquia que solicitan mucho las<br />

personas <strong>de</strong>votas. He recibido hoy una pequeña remesa, y la distribuyo entre las amigas<br />

que ha tiempo me la han pedido... Si habré olvidado el cucurucho <strong>de</strong> Doña María <strong>de</strong> la<br />

Paz... ¡Ah! no, aquí está. Me hará usted el favor <strong>de</strong> entregárselo. Estos otros son para la<br />

Excelentísima Señora Con<strong>de</strong>sa <strong>de</strong> Rumblar, para las monjas <strong>de</strong> Góngora, para el Sr. D.<br />

Pedro Rey, que ha tenido a la muerte a su preciosa niña Perfectita, y para otras diversas<br />

familias...<br />

En seguida guardó los cucuruchos en sus bolsillos insondables como la mar, y dando<br />

<strong>de</strong>spués violenta palmada en la rodilla <strong>de</strong>l guerrillero, le dijo:<br />

-Veo que está usted mejor... Esa cara ya es otra... Pronto estará usted bien.<br />

El guerrillero dio un suspiro y se sonrió. Ambas <strong>de</strong>mostraciones indicaban<br />

incredulidad <strong>de</strong>l pronóstico y gratitud por el consuelo.<br />

-Pronto, muy pronto, cuando llegue el momento <strong>de</strong> dirimir en los campos <strong>de</strong> batalla<br />

la cuestión entablada entre el Altísimo y los masones, podrá contar el Altísimo con su<br />

más valiente Macabeo. [260]


-Eso es lo que pido a Dios con todo el fervor <strong>de</strong> mi alma -dijo Navarro echando<br />

amargura por la boca y por los ojos- y lo que Dios no me conce<strong>de</strong>rá.<br />

-Yo tengo para mí -manifestó el clérigo con mucha fe-, que Dios no se amputará un<br />

brazo tan po<strong>de</strong>roso... La enfermedad <strong>de</strong> usted no vale nada, repito que no vale nada. No<br />

hay lesión, repito que no hay lesión. Es un abatimiento producido por una acumulación<br />

biliosa, cuyo origen hemos <strong>de</strong> buscar en la trabajosa vida <strong>de</strong> usted y en los disgustos<br />

domésticos que han acibarado su alma. El alma, el alma, señor mío, es la que está<br />

enferma, y al alma se ha <strong>de</strong> aplicar la medicina. ¿Cuál es esta? Pues es un<br />

confortamiento dulce que se consigue mezclando la confianza con la paz y la<br />

indulgencia con la piedad.<br />

Navarro manifestó en su semblante, sin <strong>de</strong>cir palabra alguna, el disgusto que le<br />

causaba un tema planteado ya muchísimas veces, aunque, sin fruto, por el venerable<br />

padre Gracián.<br />

-No, no frunza usted el entrecejo -dijo este, mostrándose <strong>de</strong>cidido-. No cejaré sino<br />

cuando usted me retire su amistad y me arroje <strong>de</strong> su casa.<br />

-Eso no...<br />

-Pues si eso no, resígnese usted a sentir el moscón en su oído. ¿Y qué dirá el<br />

moscón? Dirá que usted no tendrá salud mientras no tenga paz en su espíritu, y no<br />

tendrá paz en su espíritu mientras no tenga familia. ¿Y cuándo tendrá usted familia?<br />

Cuando se reconcilie con su esposa, previo el arrepentimiento <strong>de</strong> ella y el perdón <strong>de</strong><br />

usted. ¡Arrepentimiento, perdón! Sobre estos dos polos se mueve el mundo inmenso <strong>de</strong><br />

las almas. Todo el saber moral se con<strong>de</strong>nsa en estas dos i<strong>de</strong>as que establecen el<br />

parentesco <strong>de</strong>l hombre con Dios...<br />

Navarro quiso hablar.<br />

-No, no admito réplica sobre esto. Lo digo yo y basta -manifestó el jesuita, fuerte en<br />

su autoridad-. Cuando yo he planteado a usted este problema incitándole a resolverlo, ya<br />

se compren<strong>de</strong> que no pue<strong>de</strong> haber <strong>de</strong>shonra para usted. La verda<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>shonra es cerrar<br />

los oídos a las amonestaciones <strong>de</strong> la Iglesia que dice a los esposos: «amaos, uníos». Los<br />

juicios <strong>de</strong>l mundo son pérfidos y vanos. ¿Debe hacer caso <strong>de</strong> ellos un hombre religioso<br />

y pru<strong>de</strong>nte? No. ¿Cuál es el peor consejero <strong>de</strong>l hombre? El orgullo. ¿Y el mejor? La<br />

piedad. ¿Qué le dice a usted su orgullo? le dice: «no cedas y muere envenenado por el<br />

rencor antes que pronunciar una palabra indulgente». ¿Qué le dice la piedad? le dice:<br />

«perdona para que seas perdonado»... Sé que hay razones <strong>de</strong> aparente fuerza; pero yo<br />

[261] he estudiado el asunto con cariño y he visto que lo que usted presenta como<br />

obstáculo no lo es... Dios quiere sin duda que esta obra se realice, porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que la<br />

emprendí, estoy viendo con mucha claridad el camino <strong>de</strong> ella. ¿Y qué veo? Veo en esa<br />

señora el hastío <strong>de</strong> la soledad y un <strong>de</strong>seo muy vivo <strong>de</strong> establecer en su vida el or<strong>de</strong>n<br />

interrumpido; veo que lejos <strong>de</strong> guardar a usted rencor lo respeta y lo ama. He podido<br />

llegar a vencer ciertas resistencias que en su alma había, y con poco que usted me<br />

ayu<strong>de</strong>...<br />

-Padre, padre -dijo D. Carlos respirando fuerte, porque estaba abrumado bajo el<br />

insoportable peso <strong>de</strong>l sermón-, eso no pue<strong>de</strong> ser. Hay roturas que no pue<strong>de</strong>n soldarse


nunca, nunca, ni en el cielo. Suponga usted que yo me retiro a un <strong>de</strong>sierto, hago<br />

penitencia, me santifico, muero, me salvo y entro en el reino <strong>de</strong> Dios como<br />

bienaventurado, más aún, como santo. Suponga usted también que ella se arrepiente <strong>de</strong><br />

su mala conducta, que recibe <strong>de</strong> Dios aflicciones y justas calamida<strong>de</strong>s, que se pudre en<br />

vida, que se retira a hacer vida claustral, que luego cae en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> infieles, que la<br />

martirizan, que la queman, que la achicharran, que muere, que se salva, que es santa,<br />

que es pura como un ángel... Bueno, suponga usted que nos encontramos en el cielo...<br />

-Y ábrazados llorarán lágrimas <strong>de</strong> perdón -exclamó el padre muy conmovido y<br />

cruzando las manos.<br />

-¡No! -gritó Navarro, y aquella sílaba sonó como un tiro.<br />

El jesuita se quedó perplejo, mirando a su amigo con espanto. No se atrevía a insistir<br />

en su empeño ante la inalterable dureza <strong>de</strong> aquella roca en forma humana, que<br />

exteriormente tenía todas las escabrosida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la peña y por <strong>de</strong>ntro todos los amargores<br />

<strong>de</strong>l mar; pero también él, el jesuita, tenía a falta <strong>de</strong> aparentes durezas, la constancia y<br />

persistente fuerza <strong>de</strong> la ola. No creyó pru<strong>de</strong>nte insistir por el momento, y encalmándose<br />

sin esfuerzo, bajó la cabeza, echó un suspiro y murmuró en tono <strong>de</strong> paz estas suaves<br />

palabras:<br />

-Todo sea por Dios. Hablemos <strong>de</strong> otra cosa.<br />

-Hablemos <strong>de</strong> otra cosa -dijo Navarro con alegría-. Hábleme usted <strong>de</strong> otra cosa,<br />

aunque (4) sea <strong>de</strong> los cucuruchos.<br />

-Tenía que <strong>de</strong>cir a usted no sé qué -indicó Gracián algo confuso; mas dándose una<br />

palmada en la frente añadió-: ¡Ah! ya me acuerdo... Tengo aquí la apuntación. Un<br />

caballero amigo mío, mejor dicho, conocido, <strong>de</strong>sea hablar con usted. Lo conocí en casa<br />

<strong>de</strong> Doña Genara.<br />

-¡En su casa! -exclamó Navarro poniéndose más ver<strong>de</strong>, y clavando las uñas en los<br />

brazos <strong>de</strong>l sillón. [262]<br />

-Sí; también D. Felicísimo me habló <strong>de</strong> él esta mañana... No me acuerdo <strong>de</strong> su<br />

nombre... pero lo apunté y aquí <strong>de</strong>be <strong>de</strong> estar.<br />

Diciendo esto el buen jesuita metía la mano y <strong>de</strong>spués el brazo hasta el codo en el<br />

infinito bolsillo.<br />

-No se moleste usted -dijo Navarro tomando la carta <strong>de</strong> D. Felicísimo que abierta<br />

sobre el velador estaba, y mostrándosela a su amigo-. ¿Es este su nombre?<br />

-El mismo -replicó Gracián.<br />

Y en el propio instante se abrió la puerta y apareció la cara, mejor dicho, la zalea con<br />

ojos <strong>de</strong>l Sr. Zugarramurdi, el cual no dijo más que una sola palabra:<br />

-Ese...


Después <strong>de</strong> mirar un rato muy hoscamente al suelo, Carlos habló así:<br />

-Que entre... Usted, queridísimo padre, me hará el favor <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarme solo... Mañana<br />

tampoco puedo asistir a la junta, pero me representa el Padre Carasa. Deseo saber<br />

inmediatamente lo que se <strong>de</strong>cida. ¿Vendrá usted a <strong>de</strong>círmelo?<br />

Después <strong>de</strong> contestar afirmativamente con su afabilidad no estudiada, el dignísimo<br />

Padre Gracián salió para seguir repartiendo sus cucuruchos entre las damas piadosas<br />

que sabían apreciar tan interesante objeto <strong>de</strong>voto.<br />

[263]- IV -<br />

Bien se le conocía a Salvador la emoción que sentía al verse <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l guerrillero, y<br />

este, que no esperaba hallar en el semblante <strong>de</strong> su mortal enemigo otra cosa que<br />

<strong>de</strong>sconfianza y altanería, se sorprendió al mirarle cohibido y algo acobardado, mas no<br />

sospechó la razón <strong>de</strong> esta mudanza. Mandole sentar y un buen rato estuvieron los dos<br />

mirándose, sin que ninguno se <strong>de</strong>cidiera a hablar el primero. Por fin Carlos rompió el<br />

silencio diciendo:<br />

-No podía <strong>de</strong>sairar a D. Felicísimo... por eso te he recibido, exponiéndome a las<br />

consecuencias <strong>de</strong> este mal rato. Ya sabes que estoy enfermo y el médico dice que no<br />

<strong>de</strong>bo incomodarme. [264]<br />

-Eso <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> ti. Yo vengo con ban<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> paz y <strong>de</strong>cidido a no incomodarme. Has<br />

hecho bien en recibirme. Hace tiempo que te busco, y ahora que te encuentro te<br />

pregunto si crees que no me has perseguido y vejado bastante.<br />

-¿Quieres que sea bastante ya? -dijo Garrote con sarcasmo-. Pues sea y déjame en<br />

paz. Si no me acuerdo <strong>de</strong> ti, si te <strong>de</strong>sprecio...<br />

-¡Pobre hombre! -exclamó Salvador-. Tu orgullo dice tan mal con tus alar<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

piedad religiosa... Yo vengo ahora a ponerte a prueba y a ver si tu alma rencorosa es,<br />

como parece, incapaz <strong>de</strong> todo sentimiento que no sea el <strong>de</strong> la venganza...<br />

-¿Vienes a ponerme a prueba?... Con cien mil rábanos, hombre, que seas benigno<br />

-dijo Navarro empezando a enfurecerse-. ¡Y luego me dirá el médico que tenga<br />

paciencia, que no me sulfure, que no se me suba a la boca y a los ojos la hiel <strong>de</strong> mis<br />

entrañas!... Oye tú, menguado, por no darte otro nombre, ¿vienes a gozarte en mi<br />

<strong>de</strong>sgracia, viéndome enfermo y sin fuerza para castigar un insulto, o vienes a espiarme<br />

por encargo <strong>de</strong> los masones? Si es esta tu intención, no necesitas aguzar el ingenio para<br />

<strong>de</strong>scubrir mis acciones. Pue<strong>de</strong>s <strong>de</strong>cir a esos señores que sí, que estoy conspirando<br />

¡rábano! que hago lo que me da la gana, que trabajo como un negro por la causa <strong>de</strong>l Rey<br />

legítimo y que yo y mis amigos nos reunimos y nos concertamos, <strong>de</strong>spreciando a este<br />

Gobierno estúpido, cuya policía hemos comprado. Al ejército lo seducimos y lo traemos<br />

habilidosamente a nuestra causa; al Gobierno le engañamos, y a vosotros los masones<br />

<strong>de</strong> bulla y gallar<strong>de</strong>te os compramos a razón <strong>de</strong> dos pesetas por barba. Ea, ya lo sabes<br />

todo; ya pue<strong>de</strong>s ir con el cuento.<br />

-Ya sé que conspiras -dijo Monsalud manteniéndose sereno- y no me importa... Otro<br />

asunto me trae, asunto que es <strong>de</strong> mucho interés para entrambos, al menos para mí.


Dime, ¿no has pensado alguna vez, principalmente en estos días <strong>de</strong> dolencias,<br />

aislamiento y tristeza, en la esterilidad <strong>de</strong> los infinitos medios que has empleado para<br />

exterminarme? ¿No te han venido a la mente consi<strong>de</strong>raciones sobre esto, no te has<br />

sorprendido a ti mismo, en ciertos momentos, meditando, sin saber cómo ni por qué,<br />

sobre el hecho <strong>de</strong> que todos tus actos <strong>de</strong> venganza han sido inútiles, y que Dios me ha<br />

preservado casi milagrosamente <strong>de</strong> tus cruelda<strong>de</strong>s?<br />

Mientras esto <strong>de</strong>cía Salvador, le miraba Navarro con cierto asombro que no carecía<br />

<strong>de</strong> estupi<strong>de</strong>z, y era que, en efecto, había meditado no pocas veces sobre aquel problema.<br />

Sin embargo, por no <strong>de</strong>clarar que su sombrío interior había sido <strong>de</strong>scubierto, dijo<br />

bruscamente: [265]<br />

-Pues jamás he pensado en tal cosa. ¿A qué vienen esas san<strong>de</strong>ces?<br />

-Estas san<strong>de</strong>ces -dijo Salvador creciéndose más- son para <strong>de</strong>mostrarte que Dios, a<br />

quien tú, llevado <strong>de</strong> una piedad absurda, crees cómplice <strong>de</strong> tus violencias y <strong>de</strong> tus<br />

sañudas venganzas, es quien te ha burlado y me ha protegido. ¡Qué bien y con cuanta<br />

oportunidad ha <strong>de</strong>shecho tus combinaciones implacables, permitiendo que llegara un día<br />

como este, en el cual voy a <strong>de</strong>sarmarte para siempre!<br />

Navarro seguía mirándole con estupi<strong>de</strong>z.<br />

-Por muy malo que te suponga -añadió Salvador- no te creo capaz <strong>de</strong> conservar tus<br />

rencores <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> saber que tú y yo somos hijos <strong>de</strong> un mismo padre.<br />

El guerrillero saltó en su asiento, como quien oye un insulto. Su cara se congestionó<br />

a borbotones echó <strong>de</strong> su boca estas palabras:<br />

-¡Es mentira, es mentira!<br />

-¿Mentira, eh? ¿con que es mentira? Tengo <strong>de</strong> ello un testimonio para mí sagrado,<br />

escrito por la mano <strong>de</strong> la persona más querida para mí en el mundo, y ratificado en su<br />

lecho <strong>de</strong> muerte. Tú pue<strong>de</strong>s creerlo o no, según se te antoje: a tu conciencia lo <strong>de</strong>jo.<br />

Cumplo con mi <strong>de</strong>ber diciéndotelo. La mitad <strong>de</strong> este secreto te correspon<strong>de</strong> a ti, mal que<br />

te pese. Yo no puedo quedarme con él todo entero.<br />

Inquieto en su asiento, Navarro vaciló entre la ira y la curiosidad.<br />

-Esas cosas -dijo- no se pue<strong>de</strong>n creer sin algo que lo pruebe... ¿A ver, qué es eso?<br />

¿Qué significa ese paquete atado con cintas encarnadas?<br />

Salvador había sacado un paquete y escogía en él los papeles que quería mostrar a<br />

Carlos.<br />

-Esta es la carta que mi madre me escribió poco antes <strong>de</strong> morir -dijo poniéndola en<br />

manos <strong>de</strong> Navarro-. Es la confesión <strong>de</strong> una falta redimida por una existencia <strong>de</strong> penas y<br />

oscuridad; es una <strong>de</strong>claración santa, que respira honra<strong>de</strong>z, paciencia y bondad. Se<br />

necesita ser un monstruo para no inclinarse con respeto ante esa vida <strong>de</strong> abnegación y<br />

<strong>de</strong>beres trascurrida a la sombra <strong>de</strong> una vergüenza jamás reparada...


El otro leía, leía. Salvador le miraba leer y mentalmente seguía los conceptos <strong>de</strong> la<br />

carta. Concluida la lectura Navarro dio un suspiro y dijo:<br />

-¡Qué sed tengo!... Si quisieras echar agua <strong>de</strong> la alcarraza en aquel vaso que allí está<br />

y alcanzármelo...<br />

Monsalud le dio agua, y luego que le vio aplacar su sed, diole otros papeles<br />

diciéndole:<br />

-¿Conoces esa letra? [266]<br />

-Son cartas <strong>de</strong> mi padre -murmuró Navarro, <strong>de</strong>vorándolas con la vista.<br />

-No es ocasión ahora -dijo Salvador-, <strong>de</strong> hacer comentarios sobre las promesas<br />

hechas en esas cartas y jamás cumplidas. Esas viejas cuentas se habrán arreglado en otra<br />

parte.<br />

Callaron ambos, y Navarro, puesta su alma toda en los ojos, leía las pocas páginas <strong>de</strong><br />

aquel drama oscuro, <strong>de</strong>senlazado ya por la muerte. Al concluir se quedó mirando al<br />

suelo por larguísimo espacio <strong>de</strong> tiempo, y luego, evitando el fijar los ojos en su<br />

hermano, le dijo lo siguiente:<br />

-Bueno, convengo en que esto no tiene duda. Parece evi<strong>de</strong>nte que por la Naturaleza...<br />

Pero no, la fraternidad no se improvisa. Eres hijo <strong>de</strong> mi padre; pero no eres ni serás mi<br />

hermano.<br />

-Ni lo pretendo, ni me importa tu fraternidad -replicó Salvador <strong>de</strong>volviéndole su<br />

<strong>de</strong>svío-. No necesito <strong>de</strong> ti para nada. Sólo he querido que sepas cuán cerca nos puso la<br />

Naturaleza, mejor dicho Dios, para que comprendas que el papel <strong>de</strong> Caín es malo, y<br />

hasta <strong>de</strong>sairado.<br />

-Una carta vieja no pue<strong>de</strong> hacer <strong>de</strong> dos enemigos irreconciliables dos hermanos<br />

queridos... Convengo en que no puedo perseguirte más: la memoria <strong>de</strong> mi buen padre,<br />

aquel valiente caballero que murió por la patria, se interpone y te salva...<br />

-Antes me salvaré yo con la ayuda <strong>de</strong> Dios -dijo Salvador con <strong>de</strong>sprecio-. No he<br />

venido a solicitar la indulgencia, que no necesito.<br />

-Pues yo te la doy, ¡cien rábanos! -exclamó el guerrillero sulfurándose-. Mira, dame<br />

agua otra vez; tengo mucha sed; tu secreto me sabe a hiel y vinagre.<br />

Bebió, y <strong>de</strong>spués, cavilando un poco, dijo como si masticara las palabras:<br />

-A<strong>de</strong>más, antes <strong>de</strong> hablar <strong>de</strong> reconciliación es preciso <strong>de</strong>terminar bien quien es el<br />

ofendido y quien el ofensor. Te quejas <strong>de</strong> que te he perseguido y hablas <strong>de</strong> mis<br />

cruelda<strong>de</strong>s. Pues yo digo que tú eres el monstruo, tú el criminal, tú el indigno <strong>de</strong> perdón.<br />

-Acuérdate <strong>de</strong> aquellos días <strong>de</strong>l año 13, cuando se dio la batalla <strong>de</strong> Vitoria (5) -dijo<br />

Salvador con violencia-. ¡Oh! fuiste tú quien me provocó.


-¡Fuiste tú!.<br />

-¡Tú!<br />

-Repito que tú. [267]<br />

La disputa se agriaba. Salvador quiso calmarla con un a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> conciliación.<br />

Navarro respiraba como quien se va a ahogar.<br />

-Mira -dijo con <strong>de</strong>sabrimiento- lo mejor es que te vayas.<br />

-Antes has <strong>de</strong> oír lo que voy a <strong>de</strong>cirte.<br />

-Pues di.<br />

-Sí, sostengo que fuiste tú quien primero entabló nuestra rivalidad, no por eso<br />

<strong>de</strong>sconozco que cometí <strong>de</strong>spués faltas graves, que te ofendí...<br />

-¡Lo confiesa el menguado!...<br />

-Yo no soy como tú; yo no tengo el orgullo <strong>de</strong> mis crímenes, ni los <strong>de</strong>fiendo, por ser<br />

míos, contra la razón y el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más.<br />

-¡Me has ofendido, y <strong>de</strong> qué modo! -exclamó Carlos que era todo acíbar-. Con cien<br />

vidas que tuvieras no pagarías tu <strong>de</strong>lito... ¡y vienes a amansarme ahora con la pamplina<br />

<strong>de</strong> que somos hermanos, hermanos por la casualidad, por el capricho!... Peor, peor mil<br />

veces para tu conciencia.<br />

-Si fuéramos a hacer un análisis -manifestó Salvador-, <strong>de</strong> todo lo que ha pasado entre<br />

nosotros <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el año 13, asignando a cada uno la parte <strong>de</strong> responsabilidad y <strong>de</strong> culpa<br />

que le correspon<strong>de</strong>, creo que todos quedaríamos muy mal parados. Bien sé que hay<br />

culpas completamente irreparables en el mundo, y ofensas que no se pue<strong>de</strong>n perdonar.<br />

Así, mal que le pese a nuestro flamante parentesco, no po<strong>de</strong>mos ser nunca amigos.<br />

Pero...<br />

-¿Pero qué?<br />

-Pero <strong>de</strong>bemos extinguir hasta don<strong>de</strong> sea posible nuestros odios, consi<strong>de</strong>rando que<br />

hay un tercer culpable a quien correspon<strong>de</strong> parte muy principal <strong>de</strong> esta enorme carga <strong>de</strong><br />

faltas que tú y yo llevamos...<br />

Navarro no le <strong>de</strong>jó concluir la frase; se levantó y alargando la mano como en a<strong>de</strong>mán<br />

<strong>de</strong> tapar la boca a su hermano, gritó <strong>de</strong> este modo:<br />

-No la nombres, no la nombres, porque volveremos a las andadas... Has puesto el<br />

<strong>de</strong>do en la herida <strong>de</strong> mi corazón, que aún mana sangre y la manará mientras yo viva...<br />

¡Desgraciado <strong>de</strong> ti, que al ponérteme <strong>de</strong>lante no pue<strong>de</strong>s excitar en mí la clemencia <strong>de</strong> la<br />

fraternidad sin excitar al mismo tiempo el bochorno <strong>de</strong> la <strong>de</strong>shonra! ¿Cómo he <strong>de</strong><br />

acostumbrarme a ver con sentimientos cariñosos a la misma persona a quien he visto


siempre con horror?... Déjame en paz. Ya sé que no te puedo matar. Esto basta para ti y<br />

para mí. Márchate.<br />

Se quedó tan ronco que sus últimas palabras apenas se entendían... Después <strong>de</strong><br />

hablar algo más con ronquidos y manotadas, pudo hacerse oír nuevamente. [268]<br />

-Aguarda... La úlcera <strong>de</strong> mi vida, lo que me ha envenenado el cuerpo y ha<br />

trasformado mi carácter haciéndole displicente y salvaje, ha sido mi <strong>de</strong>shonra. Este<br />

puñal, Dios po<strong>de</strong>roso, ¡cuándo se <strong>de</strong>sclavará <strong>de</strong> mis entrañas!... ¡Este cartel horrible que<br />

en mi frente llevo, cuando caerá!... Soy un menguado, porque no he sabido castigar. ¡He<br />

cortado las ramas y he <strong>de</strong>jado crecer el tronco! Pero el tronco caerá: ese es mi afán, esa<br />

es mi locura... Bien sabes que la infame -añadió expresándose con mucha rapi<strong>de</strong>z en<br />

voz baja-, lejos <strong>de</strong> corregirse, progresa horriblemente en el escándalo... Me han dicho<br />

que tú también la <strong>de</strong>sprecias... Pues bien, unámonos para castigarla... Merece la<br />

muerte... Castiguémosla y <strong>de</strong>spués... <strong>de</strong>spués seremos hermanos.<br />

-Veo -dijo Salvador horrorizado- que estás tan enfermo <strong>de</strong> alma como <strong>de</strong> cuerpo. No<br />

me propongas tales monstruosida<strong>de</strong>s. Estás <strong>de</strong>masiado embebido en los hábitos y en las<br />

i<strong>de</strong>as <strong>de</strong>l guerrillero para pensar razonablemente.<br />

Al furor sucedió el abatimiento en la irritable persona <strong>de</strong> Carlos, y por largo rato no<br />

dio señales <strong>de</strong> vida. Salvador le dijo:<br />

-Renuncia a toda i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> violencia y asesinato. Pensando en un castigo imposible, te<br />

envenenas el alma. Renuncia también a la agitación <strong>de</strong> la política y no conspires, no<br />

seas instrumento <strong>de</strong> ambiciones <strong>de</strong> príncipes. Retírate a nuestro pueblo, busca en la paz<br />

la reparación que necesitas y cúrate con la medicina <strong>de</strong>l olvido.<br />

-¡Retirarme al pueblo!... -exclamó Carlos alzando los ojos para mirar <strong>de</strong> frente a su<br />

hermano-. ¿Para qué? ¿para sentir más el horrible vacío <strong>de</strong> mi alma y la soledad en que<br />

vivo? La agitación <strong>de</strong> estas luchas civiles y el afán <strong>de</strong> hacer algo por una causa justa, me<br />

distraen haciéndome lleva<strong>de</strong>ra la vida; pero la soledad <strong>de</strong>l pueblo me abate y entristece<br />

<strong>de</strong> tal modo que si yo pudiera llorar, lloraría sobre los muros <strong>de</strong> mi casa <strong>de</strong>sierta. Si al<br />

menos encontrara allí familia, algún pariente, amigos, antiguos criados... pero no; nadie.<br />

Mi casa parece un panteón; y las calles <strong>de</strong> la Puebla repiten mis pasos como ecos <strong>de</strong><br />

cementerio. Los recuerdos son allí mi única compañía, y los recuerdos me asesinan.<br />

-Lo mismo me pasa a mí -exclamó Salvador-. Sin familia, solo, privado <strong>de</strong> todo<br />

afecto, parece que estoy con<strong>de</strong>nado, por mis culpas, a vivir sobre el hielo. También yo<br />

he visitado hace poco nuestra villa y se me han caído las alas <strong>de</strong>l corazón al verme<br />

forastero en mi pueblo natal.<br />

-A mí me perseguían <strong>de</strong> noche no sé qué sombras que salían <strong>de</strong> aquel negro caserío.<br />

Todos los perros <strong>de</strong>l pueblo me ladraban ¡mil rábanos! con furia horripilante. [269]<br />

-También a mí. Encontré algunas personas y me reconocieron; pero me miraban con<br />

mucho recelo, como si fuera a quitarles algo.<br />

-Me pasó lo mismo. Entonces conocí cuán triste es no tener a nadie en el mundo a<br />

quien confiar una pena <strong>de</strong>l corazón, una alegría, una esperanza.


-Yo también. Y entonces me sentí viejo, muy viejo.<br />

-Lo mismo yo. Y dije: «si yo tuviera junto a mí a un ser cualquiera, aunque fuese un<br />

niño, no saldría a los campos en busca <strong>de</strong> aventuras, ni me afanaría tanto porque reinase<br />

Juan o Pedro».<br />

-Igual he pensado yo... Si algo me consolaba en aquella soledad lúgubre era el<br />

recordar cosas <strong>de</strong> la niñez. ¡Y las veía tan claras cuando pasaba por los sitios don<strong>de</strong><br />

solíamos jugar, por el sitio don<strong>de</strong> estuvo la escuela, por el atrio <strong>de</strong> la iglesia y el puente,<br />

y casa <strong>de</strong>l tío Roque el herrero...!<br />

-Pues yo me pasaba las horas muertas reproduciendo en mi memoria aquellos días...<br />

¡Cuántas veces me acordó <strong>de</strong> la pobre Doña Fermina tu madre! ¡Era tan buena!... ¿No<br />

se ponía a hacer media sentada junto a una puerta que hay a mano <strong>de</strong>recha como<br />

entramos en el patio?<br />

-Sí, sí.<br />

-Y me parece ver al Padre Respaldiza, contando chascarrillos, y a aquella Doña<br />

Perpetua que vivió más <strong>de</strong> cien años. Yo recuerdo que tu madre me agasajaba mucho<br />

cuando yo, jugando contigo y con otros chicuelos, me metía en el patio <strong>de</strong> tu casa. Me<br />

abrazaba, me besaba y me ponía sobre sus rodillas; pero yo me <strong>de</strong>sasía <strong>de</strong> sus brazos<br />

para correr y subirme a un montón <strong>de</strong> vigas... ¿No había un montón <strong>de</strong> vigas en el<br />

patio?<br />

-Sí, sí.<br />

-¿Y no tenía tu madre muchas gallinas?<br />

-Sí.<br />

-Un día reñimos por un pollo y nos dimos <strong>de</strong> bofetadas tú y yo. Otro día nos hicimos<br />

sangre a fuerza <strong>de</strong> darnos porrazos y quedamos como dos Ecce-homos... Después...<br />

Navarro dio un gran suspiro diciendo luego:<br />

-Parecía que estábamos <strong>de</strong>stinados a una rivalidad espantosa por toda la vida... Un<br />

día, cuando ya éramos gran<strong>de</strong>citos, volvíamos <strong>de</strong> componer un aro <strong>de</strong> hierro en casa <strong>de</strong>l<br />

tío Roque, y encontramos a Genara que salía <strong>de</strong> la escuela...<br />

Aquí concluyeron los recuerdos. Como una luz que se apaga al soplo <strong>de</strong>l viento,<br />

Navarro cerró la boca, apretó los labios fuertemente cual si [270] quisiera hacer <strong>de</strong> los<br />

dos un labio solo, frunció las cejas haciendo <strong>de</strong> ellas como un nudo encargado <strong>de</strong><br />

contener y apretar toda la piel <strong>de</strong> la frente, y <strong>de</strong>scargó al fin la mano con tanta fuerza<br />

sobre el brazo <strong>de</strong>l sillón, que a punto estuvo este buen inválido <strong>de</strong> saltar en astillas.<br />

-Parece imposible -dijo <strong>de</strong>spués- que basten algunos años para que los ángeles se<br />

conviertan en <strong>de</strong>monios, y los hombres en fieras... Tú, oye... -añadió con altanería-, no<br />

hagas caso <strong>de</strong> mis habladurías... dígolo por si se me ha escapado alguna frase que<br />

indique disposición a perdonar, blandurillas <strong>de</strong> corazón u otra cosa semejante, indigna


<strong>de</strong> mi carácter entero y <strong>de</strong> mi honor. Ella será siempre para mí el tormento y la mala<br />

tentación <strong>de</strong> mi vida, y tú... un hombre a quien no veo ni podré ver nunca sin<br />

violentísima antipatía. Haz aprecio <strong>de</strong> mi rara franqueza, ya que no puedas apreciar en<br />

mí otra cosa... ¿Quieres que te lo diga más claro? Pues lo mismo me quemas la sangre<br />

ahora que antes. Desconfío <strong>de</strong> tus palabras, <strong>de</strong>sconfío <strong>de</strong> tus acciones, <strong>de</strong>sconfío <strong>de</strong><br />

nuestro parentesco, que bien pue<strong>de</strong> ser tramoya inventada por ti, <strong>de</strong>sconfío <strong>de</strong> tus<br />

arrepentimientos, y como ha <strong>de</strong> serte más difícil ganar mi voluntad que ganar el cielo,<br />

será bien que me <strong>de</strong>jes en paz y que no vengas acá con hermanazgos ni embajadas<br />

sentimentales, porque otra vez no tendré la santísima paciencia que ahora he tenido: ya<br />

me conoces, ya sabes mi genial. Esta enfermedad <strong>de</strong>l <strong>de</strong>monio me ha echado ca<strong>de</strong>nas y<br />

grillos; pero yo sanaré, con mil rábanos, sanará, y te juro que no habrá quien me sufra.<br />

¿Has oído bien? no habrá quien me aguante... Las bromas que yo gasto pasan por<br />

barbarida<strong>de</strong>s en el mundo... No me busques, pues, y yo te prometo que no te buscaré. Es<br />

todo lo que puedo hacer.<br />

Diciendo esto le señaló la puerta. Era ya casi <strong>de</strong> noche, y en la sacristanesca pieza<br />

oscura cada uno <strong>de</strong> los personajes veía a su interlocutor como si fuera su propia sombra.<br />

Levantose Salvador <strong>de</strong> su asiento y <strong>de</strong>spidiose <strong>de</strong>l guerrillero con esta lacónica frase:<br />

-Adiós. No te buscaré. Si llegas alguna vez a mi puerta, según como llames a ella te<br />

respon<strong>de</strong>ré. [271]<br />

- V -<br />

Salió, y cuando iba en busca <strong>de</strong> la puerta por el pasillo, que oscurísimo como la<br />

caverna <strong>de</strong> Montesinos estaba, tropezó con un bulto, el cual, por el agudo chillido que<br />

siguió al choque, <strong>de</strong>mostró ser mujer y mujer muy sensible.<br />

-Brutísimo, salvaje... ¿no tiene usted ojos en la cara? -gritó la voz-. ¿Qué modos son<br />

esos?<br />

-Señora -dijo Salvador quitándose el sombrero, mas sin ver gota-, [272] dispénseme<br />

usted. Ojos tengo, pero <strong>de</strong> nada me sirven, pues no hay luz en el pasillo. Buscaba la<br />

puerta...<br />

-¿Y soy yo acaso la puerta, señor maja<strong>de</strong>ro?... ¡Qué consi<strong>de</strong>raciones gastan con las<br />

señoras los hombres <strong>de</strong> esta casa!...<br />

Hablando así la dama abrió la puerta y con la claridad in<strong>de</strong>cisa que <strong>de</strong> la escalera<br />

venía pudo Salvador verla y advertir que parecía dispuesta a salir también. Llevaba<br />

mantilla negra y una dulleta en cuyo adorno habían entrado pieles <strong>de</strong> diversos animales<br />

domésticos, hábilmente combinadas con galones que siglos antes lucieron en la túnica<br />

<strong>de</strong> algún santo o en el valiente pecho <strong>de</strong> algún oficial <strong>de</strong> guardias walonas. Salvador,<br />

que había visto algunas veces a la dama, la conoció. Acostumbraba a mirar con respeto<br />

aquella <strong>de</strong>ca<strong>de</strong>ncia más lastimosa que risible.<br />

-Vuelvo a pedir a usted mil perdones -le dijo-, por mi torpeza... Veo que también<br />

sale usted, señora, y si me lo permite tendrá mucho gusto en acompañarla.


-Gracias, muchas gracias -replicó la momia dando en dirección a la escalera algunos<br />

pasos en los cuales se advertía marcado prurito <strong>de</strong> agilidad-. Yo también necesito<br />

excusarme por haber dicho a usted algunas palabras inconvenientes, confundiéndole con<br />

ese hombre basto, ese Zugarramurdi, que es un mueble con andadura.<br />

Salvador le ofreció el brazo que ella no tuvo inconveniente en aceptar. Bajando la<br />

momia, arrojó <strong>de</strong> sí esta pregunta, metida <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un suspiro:<br />

-¿Es usted amigo <strong>de</strong>l Sr. D. Carlos?<br />

-Sí, señora.<br />

-Si no me engaño, es la primera vez que viene usted a casa. ¡Ah! esto parece la casa<br />

<strong>de</strong> Tócame Roque, según la gente que entra y sale. Y no es toda gente <strong>de</strong> principios, ni<br />

se nos guardan los miramientos que nos correspon<strong>de</strong>n. No extrañe usted que me admire<br />

<strong>de</strong> su urbanidad, pues vivimos en una época en la cual se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que no hay<br />

caballeros... ¿Por ventura es usted el que estaban esperando?<br />

-Sí, señora, me esperaban... -indicó Salvador por <strong>de</strong>cir algo.<br />

-El que esperaban <strong>de</strong> Cataluña, para empezar la danza... ¡Pero ha visto usted,<br />

caballero, qué estupi<strong>de</strong>z! preten<strong>de</strong>r que esta nación heroica sea gobernada por una reina<br />

en mantillas.<br />

-Una necedad, sí señora.<br />

-Porque usted será indudablemente <strong>de</strong> los primeros espadas en esta sacratísima<br />

guerra que se prepara.<br />

-De los primeros no... mas... [273]<br />

-No sea usted mo<strong>de</strong>sto. La mo<strong>de</strong>stia es compañera inseparable <strong>de</strong>l verda<strong>de</strong>ro mérito<br />

-dijo la dama trayendo a los labios con no poco trabajo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el fondo <strong>de</strong> su alma seca<br />

una gota <strong>de</strong> fiambre dulzura-. Quizás me equivoque, ¿pero no es usted D. José<br />

O'Donnell?<br />

-No soy O'Donnell.<br />

-¿No es usted comisionado <strong>de</strong> la Regencia secreta que se ha formado en Cataluña,<br />

presidida por el prepósito <strong>de</strong> los Jesuitas? Yo estoy al tanto <strong>de</strong> todo, y conmigo,<br />

caballero, no valen los misterios.<br />

-Juro a usted, señora, que no soy el que usted supone.<br />

-¿Ni tampoco el coronel D. Juan Bautista (6) Campos, que tiene en el hueco <strong>de</strong> la<br />

mano, como quien dice, a los voluntarios realistas <strong>de</strong> media España?<br />

-Tampoco.


-Mire usted que soy algo pícara -dijo la momia contrayendo <strong>de</strong> tal modo el<br />

amojamado rostro para sonreír, que Salvador, al mirarla, tuvo algo <strong>de</strong> miedo-. ¡Oh! no<br />

me falta penetración, y en punto a relaciones con personas comprometidas en la causa<br />

<strong>de</strong>l trono legítimo, no habrá seguramente quien me gane... Caballero, ¿sabe usted que<br />

hace un frío espantoso?<br />

Salvador notó que la dama se agarraba más fuertemente a su brazo. Al sentir los<br />

puntiagudos <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> esqueleto y el roce <strong>de</strong> los viejos tafetanes <strong>de</strong>l vestido, así como el<br />

<strong>de</strong> las pieles impregnadas <strong>de</strong> olor <strong>de</strong> sepulcro, sintió que era una verdad aquel frío<br />

glacial <strong>de</strong> que la dama hablaba.<br />

-Hace mucho frío, sí señora.<br />

-Y las calles están muy solitarias. Si fuera usted tan bueno que quisiera<br />

acompañarme hasta la casa adon<strong>de</strong> voy <strong>de</strong> visita...<br />

-Con muchísimo gusto, señora.<br />

-Es cerca: junto a San Sebastián.<br />

-Media legua -dijo para sí Monsalud; pero no teniendo ocupaciones, dio por bien<br />

empleado el paseo en obsequio <strong>de</strong> una <strong>de</strong>svalida señora que tan bien parecía<br />

agra<strong>de</strong>cerlo.<br />

-Doy a usted otra vez las gracias -dijo esta-, por su amabilidad, que es más digna <strong>de</strong><br />

aprecio en una época en que se han acabado los caballeros... Pronto llegaremos: voy a<br />

casa <strong>de</strong> Paquita <strong>de</strong> Aransis, la señora <strong>de</strong>l coronel D. Pedro Rey. ¿Conoce usted a esa<br />

digna familia?<br />

-No tengo el honor <strong>de</strong> conocerla; pero ese apellido <strong>de</strong> Aransis no es extraño para mí.<br />

-Es una alcurnia noble <strong>de</strong> Cataluña. ¿Ha estado usted en Cataluña?... [274] Quizás<br />

haya usted conocido al con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Miralcamp, que es Aransis, al alcal<strong>de</strong> <strong>de</strong> Cervera, que<br />

es D. Raimundo Aransis. También conozco yo en Solsona una monja Aransis, que es<br />

hermana <strong>de</strong> Paquita.<br />

-¡Ah! sí, la conozco -dijo Salvador prontamente, herido por vivísimos recuerdos.<br />

-Esa familia está emparentad a con la nuestra -añadió la señora, que era harto redicha<br />

para ser momia-. Paquita es tan buena, tan cariñosa, tan excelente cristiana y tan mujer<br />

<strong>de</strong> su casa... Tiene dos hijos que son dos pedazos <strong>de</strong> gloria, según dice el padre Gracián,<br />

Juanito que ahora va a Sevilla a estudiar leyes, al lado <strong>de</strong> sus tíos paternos, y Perfecta,<br />

que es un perfecto ángel <strong>de</strong> Dios. La pobre niña ha estado enferma hace poco con unas<br />

calenturas malignas que la han puesto al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l sepulcro... ¡Cuánto hemos sufrido!<br />

La con<strong>de</strong>sa <strong>de</strong> Rumblar y yo alternábamos para velarla... una noche ella, otra yo... Usted<br />

conocerá seguramente a la con<strong>de</strong>sa <strong>de</strong> Rumblar, y a su hija Presentacioncita, y a su<br />

yerno Gasparito Grijalva, ese tronera, liberalote que concluirá en la horca...<br />

-Si es liberal, no concluirá en bien.


Salvador tuvo que mo<strong>de</strong>rar el paso, al notar que su compañera se sofocaba bastante.<br />

-Usted -dijo esta, aspirando el aire con celeridad, como un fuelle viejo que para<br />

nutrirse necesita agitarse mucho-, ha vivido al parecer lo bastante, para conocer a mucha<br />

gente, tener muchos amigos y presenciar multitud <strong>de</strong> sucesos; pero no lo necesario para<br />

ver pasar épocas y familias, para ver extinguirse las amista<strong>de</strong>s, mudarse las fortunas,<br />

morir las ilusiones y caer en ruinas las cosas más reales <strong>de</strong> la vida.<br />

-Algo y aun algos <strong>de</strong> eso he visto por <strong>de</strong>sgracia, señora -dijo Salvador sorprendido<br />

<strong>de</strong> aquel sentimentalismo que por cierto modo artístico se avenía bien con el empaque<br />

funerario <strong>de</strong> su distinguida interlocutora.<br />

-¡Oh! caballero -exclamó esta <strong>de</strong>teniéndose y clavando en él sus ojos que brillaron<br />

como las últimas ascuas <strong>de</strong> un hachón sepulcral-, ¿no es muy triste ver tanta cosa<br />

muerta en <strong>de</strong>rredor nuestro, y sentir ese frío <strong>de</strong>l alma que dan las memorias marchitas,<br />

cuando pasan? Hacen un murmullo triste como el remolino <strong>de</strong> hojas secas, y dan<br />

escalofríos como la llovizna <strong>de</strong> otoño ¿No es verdad, no es verdad esto?<br />

-Es verdad -dijo Salvador participando <strong>de</strong> aquel escalofrío.<br />

Y vio extinguirse la chispa funeraria en los ojos <strong>de</strong> Salomé, porque sus flacos<br />

párpados cayeron como apagadores <strong>de</strong> iglesia, y <strong>de</strong>jaron el [275] amarillo semblante en<br />

su primitivo aspecto <strong>de</strong> cosa completamente acecinada y seca.<br />

-¡Caballero, tengo un frío horrible! -murmuró la dama temblando-. Vamos a prisa.<br />

El cielo estaba como suele verse en las noches <strong>de</strong> invierno, limpio, estrellado hasta la<br />

profusión, hasta el <strong>de</strong>rroche, cual si saliesen a la bóveda <strong>de</strong>l cielo más astros <strong>de</strong> los que<br />

caben y pugnasen por quitarse el puesto unos a otros. El aire quieto, sereno, tenía un no<br />

sé qué, sólo comparable al fulgor horripilante <strong>de</strong> la cuchilla acabada <strong>de</strong> afilar. Las<br />

estrellas alargaban sus fríos rayos atravesando la inmensa región <strong>de</strong> invisible hielo, y la<br />

luna, pues también había luna, difundía claridad verdosa por calles y plazas. El suelo<br />

parecía el lecho <strong>de</strong> un río que se acaba <strong>de</strong> secar, <strong>de</strong>jando al <strong>de</strong>scubierto su limo lleno <strong>de</strong><br />

fosforescencias. Tres o cuatro calles atravesó la pareja sin <strong>de</strong>cir palabra, y al llegar a un<br />

portal <strong>de</strong> mediano aspecto en la calle <strong>de</strong> las Huertas <strong>de</strong>túvose la muerta viva, y sin soltar<br />

el brazo <strong>de</strong>l caballero, anunció con una sola voz el fin <strong>de</strong> la jornada.<br />

-Ya -dijo con expresión <strong>de</strong> lástima, y luego fue retirando su mano poco a poco para<br />

llevarla a la cabeza, don<strong>de</strong> pedían reparación los pliegues <strong>de</strong> la mantilla y una gue<strong>de</strong>ja<br />

rubia, que <strong>de</strong>sertaba <strong>de</strong> las filas don<strong>de</strong> la había puesto el peine pocas horas antes-. Ya se<br />

ha molestado usted bastante. Bueno ha sido el paseo... y <strong>de</strong>bemos dar gracias a Dios <strong>de</strong><br />

que no nos haya visto nadie, porque si nos hubieran visto... ¡Ah! no sabe usted hasta qué<br />

punto es atrevida la calumnia en estos tiempos... ¿Quién me asegura que mañana no<br />

dirán <strong>de</strong> mí herejías sin cuento por haberme <strong>de</strong>jado acompañar <strong>de</strong> noche por usted?<br />

-Señora, creo que no dirán nada -observó Salvador, reprimiendo la sonrisa que a sus<br />

labios venía.


-¡Oh! quién sabe... Ahora todo se juzga por el aspecto malo. ¡Ah! ni la nieve misma<br />

está libre <strong>de</strong> mancharse o <strong>de</strong> ser manchada... Retírese usted... yo comprendo que <strong>de</strong>seará<br />

prolongar la conversación en el portal; pero no pue<strong>de</strong> ser, no pue<strong>de</strong> ser <strong>de</strong> ningún modo.<br />

Después <strong>de</strong> ofrecerle su casa con no pocas zalamerías, rogó al caballero tuviese la<br />

bondad <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle su nombre para conocer mejor a la persona a quien <strong>de</strong>bía agra<strong>de</strong>cer<br />

galanterías inauditas en una época ¡ay! en una época calamitosa y estéril en que no<br />

había caballeros. Dicho el nombre, la momia lo repitió con agrado y <strong>de</strong>spués dijo:<br />

-¿Militar?<br />

-No, señora, paisano. [276]<br />

-¿Andaluz?<br />

-Alavés.<br />

-¿Y hasta la muerte <strong>de</strong>fensor <strong>de</strong>l trono legítimo...?<br />

-Del trono <strong>de</strong> Isabel II.<br />

-¿Pues qué? es usted...<br />

-Masón, señora.<br />

Al expresarse así, con la sonrisa en los labios, Salvador creyó que no merecía<br />

respuestas serias aquel interrogatorio impertinente. La momia estuvo a punto <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>shacerse en polvo al oír la nefanda palabra. Estremecida <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sus apolilladas<br />

pieles y <strong>de</strong> sus ajados tafetanes, llevose las manos a la cabeza, lanzó una exclamación<br />

<strong>de</strong> lástima y <strong>de</strong>sconsuelo, y por breve rato no apartó <strong>de</strong>l cielo sus ojos fijos allí en<br />

<strong>de</strong>manda <strong>de</strong> misericordia.<br />

-¡Masón! -repitió luego mirando al que, según ella, era un soldado <strong>de</strong> las milicias <strong>de</strong><br />

Satanás-. ¡Quién lo diría!<br />

Y señalando con su mano flaca, cubierta <strong>de</strong> guante canelo, una luz que a cierta<br />

distancia se veía, como farolillo <strong>de</strong> taberna o café, dijo entre suspiros:<br />

-En don<strong>de</strong> está aquella luz se reúnen sus amigotes <strong>de</strong> usted... Caballero, si me<br />

permite usted que le dirija un ruego, le diré que por nada <strong>de</strong>l mundo sea usted masón.<br />

Todo está preparado para el triunfo <strong>de</strong> la monarquía verda<strong>de</strong>ra y legítima, y es una<br />

lástima que usted perezca, porque perecerán todos, no hay duda... Cuando usted me dijo<br />

que es masón, vi... yo siempre estoy viendo cosas extrañas que luego resultan<br />

verda<strong>de</strong>ras... vi un montón <strong>de</strong> muertos en medio <strong>de</strong> los cuales asomaba una cabeza...<br />

Le tomó una mano, y al contacto <strong>de</strong>l guante canelo, que por su <strong>de</strong>lga<strong>de</strong>z apenas<br />

disimulaba la dureza <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos fosilizados, Salvador sintió que se le comunicaba un<br />

frío glacial, llegando hasta su corazón.


-Aquella cabeza era la <strong>de</strong> usted -prosiguió la momia-. Usted se reirá; pero yo no;<br />

porque la experiencia me ha enseñado a dar un gran valor a mis corazonadas, y en el<br />

tiempo escaso <strong>de</strong> nuestro conocimiento he podido apreciar las notables prendas <strong>de</strong><br />

usted. ¡Oh! sí, todavía hay caballeros; pero pronto, muy pronto quizás no haya ninguno.<br />

Adiós.<br />

Le estrechó un momento la mano y <strong>de</strong>sapareció <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l portal, oscuro y profundo<br />

como un sarcófago.<br />

Salvador permaneció un rato en la puerta, mirando al hueco oscurísimo que se había<br />

tragado a su dama <strong>de</strong> aquella noche, y murmuró estas palabras: [277]<br />

-¡Pobre señora!... sin duda está loca.<br />

Alejose <strong>de</strong>spacio, sin po<strong>de</strong>r echar <strong>de</strong> su mente tan pronto como quisiera la imagen <strong>de</strong><br />

la fantasma a quien había dado el brazo y que parecía el duen<strong>de</strong>cillo propio <strong>de</strong> las<br />

heladas y claras noches <strong>de</strong> Enero en el clima <strong>de</strong> Madrid. Después <strong>de</strong> andar un poco<br />

maquinalmente y sin dirección fija, hallose bajo el farol que poco antes le señalara la<br />

mano <strong>de</strong>l guante canelo.<br />

-El café <strong>de</strong> San Sebastián -pensó-. Ya que estoy aquí entraré. No faltarán amigos con<br />

quienes pasar un rato.<br />

[278]<br />

- VI -<br />

El café no estaba lleno <strong>de</strong> gente, y en su pesada y brumosa atmósfera se podían<br />

contar los grupos diseminados, y aun las personas. Algunos individuos, con el sombrero<br />

echado atrás, la capa colgando <strong>de</strong> los dos hombros o <strong>de</strong> uno solo, charlaban a gritos<br />

entre sorbo y sorbo, sin tocar asuntos <strong>de</strong> política, por ser género que no se podía tratar a<br />

gritos. Otros en baja y temerosa voz, cual si pronunciaran algún conjuro sobre el líquido<br />

negro, a quién daban cierto carácter quiromántico los misteriosos ingredientes <strong>de</strong> que se<br />

componía. Estos señores <strong>de</strong> la capa arrastrada y <strong>de</strong> los codos sobre [279] la mesa y <strong>de</strong>l<br />

sombrero hasta las cejas hundido, eran los arregladores <strong>de</strong> la cosa pública. Ya <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

entonces se <strong>de</strong>dicaban con preferencia a esta patriótica tarea <strong>de</strong> arreglar al país los<br />

hombres sin oficio ni ganas <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>rlo, que sentían la irresistible vocación <strong>de</strong>l<br />

empleo lucrativo. Algunos lo hacían también por cierta <strong>de</strong>savenencia ingénita con el<br />

po<strong>de</strong>r público, y los menos por exaltación <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as o por leal <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> labrar el bien <strong>de</strong><br />

la muchedumbre. De todas estas especies <strong>de</strong> patricios había la noche aquella pocas<br />

aunque buenas muestras en el café <strong>de</strong> San Sebastián.<br />

No había andado Monsalud cuatro pasos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l local, cuando se sintió llamado<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> lados opuestos. Acudió allí don<strong>de</strong> había visto caras más <strong>de</strong> su gusto, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

saludar a varios individuos sentose en la más apartada mesa en compañía <strong>de</strong> dos sujetos.<br />

Uno <strong>de</strong> ellos parecía tener con Salvador amistad antigua y estrecha porque se saludaron


con mucho afecto. Era <strong>de</strong> edad mediana y buena presencia; llamábase don Eugenio<br />

Aviraneta: su patria era Guipúzcoa y tenía el especialísimo talento <strong>de</strong> la conversación,<br />

calidad no escasa en España, don<strong>de</strong> se han hecho gran<strong>de</strong>s carreras por saber contar<br />

cuentos o referir bien o plantear con arte los asuntos y cuestiones <strong>de</strong> todas clases. El<br />

otro era más joven, <strong>de</strong> color pálido tirando a aceitunado, el pelo y cejas <strong>de</strong> grandísima<br />

negrura, la nariz afilada el bigote corto y espeso, mo<strong>de</strong>lado por la navaja <strong>de</strong> una manera<br />

singular con arreglo a la moda más ridícula que pue<strong>de</strong> imaginarse, la cual consistía en<br />

trazar dos líneas rectas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las ventanillas <strong>de</strong> la nariz a los extremos <strong>de</strong> la boca,<br />

dibujando así un pequeño mostacho rigurosamente triangular que llevó el nombre <strong>de</strong><br />

bigotillo <strong>de</strong> moco. También llevaba el aceitunado personaje una perilla <strong>de</strong> rabo <strong>de</strong><br />

conejo, y en los cachetes patillas o chuletas cortas, también mo<strong>de</strong>ladas por la navaja con<br />

un esmero tal que casi venía a confundirse el oficio <strong>de</strong> rapista con el arte <strong>de</strong>l escultor.<br />

Esto y el breve tupé acompañado <strong>de</strong> mechoncillos sobre las orejas estaban <strong>de</strong>clarando a<br />

gritos que el remate y coronamiento <strong>de</strong> tan singular cabeza había <strong>de</strong> ser uno <strong>de</strong> aquellos<br />

ingentes morriones <strong>de</strong> base estrecha y anchísima tapa, visera menuda y carrilleras <strong>de</strong><br />

cobre suspendidas a los lados <strong>de</strong> la placa frontal. El tal morrión inconmensurable se<br />

estaba viendo, sí, sobre la cabeza <strong>de</strong> aquel buen señor por la fuerza <strong>de</strong> la analogía,<br />

aunque estaba <strong>de</strong>scubierto y vestido <strong>de</strong> paisano. Pero si por un hilo se saca un ovillo,<br />

suele también sacarse por una cara un morrión, y así se podía <strong>de</strong>cir a boca llena que<br />

nuestro individuo era militar y por más señas ayacucho.<br />

-Te presento a mi amigo el capitán Rufete- dijo Aviraneta poniendo [280] en<br />

relaciones a sus dos camaradas-. Y ahora cuéntanos algo, dinos qué es <strong>de</strong> tu vida,<br />

hombre. Después que eres rico no hay quien te vea.<br />

Hablaron largo rato <strong>de</strong> cosas <strong>de</strong> la vida, <strong>de</strong> viajes, <strong>de</strong> caza, <strong>de</strong> enfermeda<strong>de</strong>s, y sin<br />

saber cómo pararon en la cuestión magna <strong>de</strong>l día, a saber, que el Rey no se moría tan<br />

presto como algunos pillos quisieran, que se había <strong>de</strong>cidido jurar solemnemente a<br />

Isabelita como here<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l trono, y que el buenazo <strong>de</strong> D. Carlos se marchaba a<br />

Portugal. Rodó la conversación <strong>de</strong> i<strong>de</strong>a en i<strong>de</strong>a, hasta que Aviraneta tocó a Salvador en<br />

el brazo y le dijo con misterio:<br />

-Si quieres encargarte <strong>de</strong> una misión <strong>de</strong>licada, no hay ningún inconveniente en<br />

confiártela.<br />

-Ya sé que conspiras, ¿pero por quién? -replicó Salvador riendo- ¿Por Cristina, por<br />

D. Carlos o por ambos a la vez?<br />

-Tú me conoces, y sabes que con alas mías no ha <strong>de</strong> volar ningún murciélago. Me ha<br />

comprometido a explorar los ánimos <strong>de</strong> la gente liberal para saber en qué condiciones se<br />

podría contar con ella en caso <strong>de</strong> una guerra civil.<br />

-Los libres -dijo el ayacucho con énfasis-, están y estarán siempre al lado <strong>de</strong> la<br />

Princesa, si a la Princesa le ponen por almohada en su cuna el mejor <strong>de</strong> los códigos.<br />

El llamar libres a los liberales y el mejor <strong>de</strong> los códigos a la Constitución <strong>de</strong>l 12<br />

constituía, con otras muchas frases, un estilo especial que por largo tiempo prevaleció<br />

en todas las manifestaciones literarias <strong>de</strong>l partido avanzado.


-Calle usted, hombre, por amor <strong>de</strong> Dios -dijo Aviraneta reprendiendo con un gesto la<br />

espontaneidad <strong>de</strong>l capitán-. Los libres, como usted dice, y los liberales, como los llamo<br />

yo, están tan divididos que no oye usted dos opiniones iguales si habla con ellos. Hay<br />

multitud <strong>de</strong> tontos a quienes no se pue<strong>de</strong> arrancar <strong>de</strong> la cabeza lo <strong>de</strong>l mejor <strong>de</strong> los<br />

códigos; hay algunos solemnes pillos que por malicia y por tener po<strong>de</strong>r ante la canalla,<br />

gritarán, si les <strong>de</strong>jan, constitución o muerte; hay el grupo <strong>de</strong> los anilleros o <strong>de</strong> los<br />

sabios, que reniegan <strong>de</strong> todo si no les dan las dos Cámaras con Carta, a la francesa, y<br />

aun creo que alguien quiere que haya tres Cámaras, por no parecerle bastante dos. Unos<br />

pi<strong>de</strong>n que haya mucha religión sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> haber libertad, mientras los iluminados<br />

<strong>de</strong>sean acabar con la gente <strong>de</strong> cogulla y quemar los conventos, para que suprimidos los<br />

nidos no haya miedo <strong>de</strong> que vuelvan los pájaros. Yo he tanteado aquí y allí y he<br />

encontrado asperezas que no es fácil suavizar, y antagonismos que no es posible vencer.<br />

<strong>Martínez</strong> <strong>de</strong> la Rosa, Toreno, Burgos y comparsa se [281] niegan a todo lo que sea<br />

revolución, Palafox se aviene siempre con el parecer <strong>de</strong> Calvo <strong>de</strong> Rozas, y Calvo <strong>de</strong><br />

Rozas, unido con Flores Estrada, ha hecho una constitución templadita. La quieren<br />

tanto, como buenos padres, que si no es preferida, dicen que no se cuente con ellos para<br />

nada. Romero Alpuente y los exaltados juran y perjuran que no hay más Constitución<br />

que la <strong>de</strong>l 12 en todo el globo terráqueo, y que ellos la harán triunfar, pese a quien pese.<br />

Vamos, esta es una casa <strong>de</strong> fieras, y yo digo que convendría que estallase la guerra y<br />

viniesen gran<strong>de</strong>s peligros para que entonces se unieran tantas volunta<strong>de</strong>s y se llegara a<br />

un acuerdo en lo <strong>de</strong> la Constitución <strong>de</strong>finitiva, aunque hubiese siete Cámaras y<br />

cuatrocientas alcobas.<br />

-La Nación soberana -dijo el ayacucho hablando como hablaría Solón-, <strong>de</strong>cidirá en<br />

su día lo que mejor convenga. Un pueblo libre no se equivoca.<br />

-Con sentencias sacadas <strong>de</strong> las Gacetas, amigo Rufete, poco a<strong>de</strong>lantamos. Yo veo<br />

que las divisiones son hondas, que el partido liberal, por estar disperso y perseguido, no<br />

tiene ya una i<strong>de</strong>a fija y común sobre nada. El ejército, que antes era amigo <strong>de</strong> la<br />

Constitución <strong>de</strong>l 12, ahora va don<strong>de</strong> le llevan, y es realista con el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> España y<br />

templado con Llau<strong>de</strong>r. Pues bien, en vista <strong>de</strong> este <strong>de</strong>sconcierto, ¿no es patriótico<br />

intentar la reconciliación <strong>de</strong> todos los que aborrecen la tiranía? ¿Qué te parece,<br />

Salvador, no es patriótico, altamente patriótico?<br />

-Me parece tan patriótico como imposible -replicó el interrogado.<br />

-Conozco a mi país, conozco a mis paisanos, he pulsado teclas <strong>de</strong> conspiración en<br />

distintas épocas; sé el valor que tienen las i<strong>de</strong>as, insignificante junto al valor <strong>de</strong> las<br />

pasiones; sé muy bien que a los políticos <strong>de</strong> nuestra tierra les gobierna casi siempre la<br />

envidia, y que la mayoría <strong>de</strong> ellos tienen una i<strong>de</strong>a, sólo porque el vecino <strong>de</strong> enfrente<br />

tiene la i<strong>de</strong>a contraria.<br />

-Pesimista estás -dijo Aviraneta severamente.<br />

Luego se llevó el <strong>de</strong>do a la boca con cierto aire solemne, y levantándose or<strong>de</strong>nó con<br />

una seña a sus dos amigos que le siguiesen, lo que hicieron <strong>de</strong> buen grado Rufete y<br />

Salvador, el uno por disciplina <strong>de</strong> conspirador y el otro por curiosidad. Atravesando una<br />

puertecilla que junto al mostrador había, pasaron a un cuartucho estrecho y oscuro,<br />

formado en el anguloso hueco <strong>de</strong> la escalera que a las terulias conducía. Un ruinoso<br />

banco ofreció durísimo y no muy limpio asiento a los tres individuos, y dábanle


compañía algunas cafeteras <strong>de</strong> largo pico, cajas vacías, escobas y enormes cangilones<br />

<strong>de</strong>stinados a usos distintos. Aquel era el [282] laboratorio químico <strong>de</strong> don<strong>de</strong> salían las<br />

ingeniosas mezclas a qué <strong>de</strong>bió su fortuna el amo <strong>de</strong>l establecimiento (el cual, dicho sea<br />

<strong>de</strong> paso, era fervientísimo patriota); allí era don<strong>de</strong> se verificaba la multiplicación <strong>de</strong> las<br />

raciones <strong>de</strong> leche, gracias al agua que Dios crió; allí se fabricaba con diversas sustancias<br />

europeas y asiáticas el café <strong>de</strong> Moka, y allí las libras <strong>de</strong> azúcar se convertían en arrobas<br />

<strong>de</strong> la noche a la mañana, lo mismo que un quidam se convierte en ministro.<br />

Sentáronse en aquello que más parecía nicho que cuarto, y como no tenían luz, no<br />

eran vistos <strong>de</strong> fuera y podían ver a todos los que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el café subían a las regiones<br />

altas.<br />

-Aquí po<strong>de</strong>mos hablar cómodamente -dijo el guipuzcoano-, y explicaré mi i<strong>de</strong>a sin<br />

que nadie se entere. Para poner remedio al grave mal que antes indiqué, he <strong>de</strong>terminado<br />

fundar una sociedad secreta...<br />

-Ya pareció aquello -dijo Salvador interrumpiendo con su risa el grave exordio <strong>de</strong> su<br />

amigo-. En eso habíamos <strong>de</strong> parar.<br />

-Cállate, no juzgues lo que no conoces todavía... Una sociedad secreta que se llamará<br />

La Isabelina o <strong>de</strong> los Isabelinos.<br />

-Insisto en mi opinión <strong>de</strong> que se llame <strong>de</strong> los Patriotas isabelinos -dijo el ayacucho,<br />

<strong>de</strong>mostrando en su acento y en la tiesura <strong>de</strong> su mano enérgica la importancia que daba al<br />

bautismo <strong>de</strong> la sociedad proyectada.<br />

-El nombre <strong>de</strong>be ser breve y sencillo.<br />

-Ya tenemos el masonismo en planta -indicó Salvador-, con sus irrisorios misterios,<br />

sus fórmulas y neceda<strong>de</strong>s.<br />

-No, no, hijo, aquí no hay misterios.<br />

-¿Ni iniciación, ni torres, ni orientes?...<br />

-Nada <strong>de</strong> eso.<br />

-¿Ni vocabulario especial, ni mandiles?<br />

-Nada, nada.<br />

-No habrá más que el juramento <strong>de</strong> someterse intencionalmente a la soberanía <strong>de</strong> la<br />

Nación -afirmó Rufete.<br />

-Aquí es todo corriente. No hay misterios. La sociedad trabajará en silencio, pero sin<br />

fórmulas masónicas, y nos llamamos por nuestros nombres, si bien en los actos y<br />

documentos adoptamos un signo convencional para <strong>de</strong>signarnos.<br />

-¿De modo que la sociedad funciona ya?


-Se está formando. Todavía no hemos tenido una reunión total <strong>de</strong> asociados...<br />

¿Cuántos hay en la lista, querido Rufete?<br />

-Trescientos veinte y uno -dijo el ayacucho, que por lo visto <strong>de</strong>sempeñaba las<br />

funciones <strong>de</strong> secretario. [283]<br />

-No se ha hecho nada todavía, no ha ido a provincias ningún comisionado. Se<br />

necesita uno <strong>de</strong> toda confianza y muy listo, que vaya a París y Londres a enten<strong>de</strong>rse con<br />

los emigrados que quedan por allá y con otras personas resi<strong>de</strong>ntes en el extranjero, y<br />

que no nombro porque no puedo nombrarlas.<br />

-Ya... y ese correveidile que se necesita...<br />

-Correveidile no, sino agente; ese agente que se necesita eres tú.<br />

-Pues te juro -dijo Salvador <strong>de</strong> la manera más jovial-, que si la sociedad Isabelina o<br />

<strong>de</strong> los Patriotas isabelinos, como preten<strong>de</strong> el señor... y se me figura que lo preten<strong>de</strong> con<br />

razón...<br />

-La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l patriotismo -exclamó Rufete sin po<strong>de</strong>rse contener-, es tan primordial,<br />

que <strong>de</strong>be ponerse al frente <strong>de</strong> todas las <strong>de</strong>nominaciones, para que se grabe más y más en<br />

la mente <strong>de</strong>l pueblo.<br />

-Pues, <strong>de</strong>cía -prosiguió el otro-, que si la sociedad espera para exten<strong>de</strong>rse y prosperar<br />

a que yo sea su agente, llegará el Juicio final sin que <strong>de</strong> todos los frutos que el país y tú<br />

esperáis <strong>de</strong> ella.<br />

Aviraneta meditaba, la mejilla apoyada en la mano. A cada instante se oían los pasos<br />

<strong>de</strong> los que subían por la escalera (7) , y como esta era en<strong>de</strong>ble y estaba tan cerca <strong>de</strong> las<br />

cabezas <strong>de</strong> los tres sujetos, parecía que se les venía la casa encima siempre que un<br />

patriota se encaramaba a los aposentos altos.<br />

-¡Malditos! -exclamó Aviraneta, en ocasión que subían tres cuatro mozalbetes<br />

metiendo más ruido que los monaguillos en día <strong>de</strong> repicar recio-. Esos son los que todo<br />

lo echan a per<strong>de</strong>r con sus inocentadas. Ahora los tiernos angelitos, en vez <strong>de</strong> chuparse el<br />

<strong>de</strong>do, han dado en la flor <strong>de</strong> jugar a la masonería y al carbonarismo, y entre burlas y<br />

risas tienen arriba sus Cámaras <strong>de</strong> honor y sus Hornos, don<strong>de</strong> hacen varias mojigangas,<br />

que es preciso <strong>de</strong>nunciar a la policía. Son casi todos chicuelos con más ganas <strong>de</strong> hacer<br />

bulla que <strong>de</strong> estudiar. ¡Y qué discursos los suyos! Es esa una empolladura <strong>de</strong> oradores<br />

que, si no me engaño, ha <strong>de</strong> dar a España más peroratas que garbanzos dará Castilla.<br />

-Estos pajarillos cantores -dijo Monsalud riendo-, vienen siempre <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> las<br />

tormentas políticas, anunciándolas con sus angelicales trinos. Es un fenómeno que<br />

observé en la tormenta pasada y que se repetirá, no lo du<strong>de</strong>n uste<strong>de</strong>s, en las que han <strong>de</strong><br />

venir; y así veremos siempre que toda trasformación política <strong>de</strong> carácter progresivo<br />

viene precedida <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s eflorescencias <strong>de</strong> sabiduría infantil y discursos en las aulas.<br />

-Pues gran<strong>de</strong> va a ser la trasformación -manifestó Aviraneta-, si se [284] ha <strong>de</strong> juzgar<br />

<strong>de</strong> ella por lo que chilla esta caterva <strong>de</strong> pavipollos... ¡Santa Mónica, cuántos suben<br />

ahora, y qué pico tienen! Esa voz... oigan uste<strong>de</strong>s qué órgano tan admirable: es


González Bravo, un mozo terrorista, más listo que Cardona y con más veneno que un<br />

áspid... Pero, volviendo a nuestro asunto, nosotros, al fundar la sociedad isabelina,<br />

llevamos el objeto <strong>de</strong> unificar el pensamiento <strong>de</strong> los liberales y <strong>de</strong> traer al ejército a una<br />

i<strong>de</strong>a común que sea precursora <strong>de</strong> una acción común.<br />

-El ejército está profundamente dividido -dijo Salvador-, pues me consta que el<br />

bando apostólico o carlino, como ahora se llama, ha hecho últimamente gran<strong>de</strong>s<br />

adquisiciones en la Guardia Real.<br />

-El ejército es liberal -exclamó Rufete, que no pudiendo estar por más tiempo callado<br />

tomó la palabra con estruendo en la primera coyuntura-. El ejército se compone <strong>de</strong><br />

hombres libres que aman el más perfecto <strong>de</strong> los códigos y aborrecen la tiranía. Dígase<br />

Constitución, y el ejército respon<strong>de</strong>rá Constitución.<br />

Y echando un poco atrás el sombrero, que <strong>de</strong>bía ser morrión <strong>de</strong> los <strong>de</strong> tinaja<br />

invertida, se puso más amarillo y acompañó su alteración facial <strong>de</strong> estas patrióticas<br />

palabras:<br />

-Muchos hablan <strong>de</strong>l ejército sin conocerlo, y yo, que lo conozco, que pertenezco a él,<br />

que me glorio <strong>de</strong> pertenecer a él, digo que con excepción <strong>de</strong> media docena <strong>de</strong> traidores,<br />

todos somos liberalísimos, aquí y en América. Yo he estado en América, señores; me he<br />

batido en aquellos colosales combates <strong>de</strong> Chuquisaca y Cochabamba, y puedo <strong>de</strong>cir que<br />

nada nos consolaba <strong>de</strong> nuestras privaciones y trabajos como hablar <strong>de</strong> la Constitución,<br />

pensar en ella y po<strong>de</strong>r escribirla en nuestras ban<strong>de</strong>ras para hacer doblar la rodilla a los<br />

indios más bravos. Recuerdo bien que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la famosa expedición <strong>de</strong> Jujuí, nos<br />

llegó la noticia <strong>de</strong>l triunfo <strong>de</strong> la Constitución en las Cabezas <strong>de</strong> San Juan, y nos<br />

volvimos locos <strong>de</strong> contento. Deseábamos, o que nos trajeran a España, o que nos<br />

llevaran allá al bendito Código, y no pudiendo ser ni una cosa ni otra, celebramos con<br />

fiestas, bailes, versos y meriendas aquel gran suceso. La alegría era general. Algunos<br />

tuvimos el proyecto <strong>de</strong> proclamar la Constitución en el Perú; pero el traidor <strong>de</strong> Maroto<br />

se opuso. Los libres <strong>de</strong>seábamos que la América adoptase el sistema, los traidores no<br />

querían sino hierro y sangre; y yo pregunto ahora lo que he preguntado siempre: ¿quién<br />

es responsable <strong>de</strong> que se perdiera la tremenda batalla <strong>de</strong> Ayacucho? ¿Quién?...<br />

-Esa cuestión, querido Rufete -observó Aviraneta viendo con disgusto que la musa<br />

histórica <strong>de</strong> su secretario remontaba el vuelo en <strong>de</strong>masía-, [285]ha perdido su<br />

oportunidad. Poco nos importa saber quien lo hizo peor en América. En cuanto al<br />

ejército, ya sabemos que en su mayoría es liberal; pero usted mismo ha hablado <strong>de</strong><br />

traidores: traidores hubo en América, y también los hay en España.<br />

-Aquí tengo la lista -exclamó prontamente Rufete haciendo a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> sacar un<br />

papel.<br />

-No, no saque usted la lista. Tampoco eso nos importa gran cosa ahora... Nuestra<br />

sociedad cuenta ya con un brillantísimo contingente <strong>de</strong> personajes civiles.<br />

-Espere usted -insistió Rufete revolviendo sus papeles-, aquí está.


-No... ¡Con cien mil palitroques! tampoco nos hace falta ahora la lista <strong>de</strong> isabelinos.<br />

Envaine usted sus listas, hombre. Lo que yo quiero es traer a nuestras filas a este buen<br />

amigo, para darle una comisión que <strong>de</strong>sempeñará bonitamente.<br />

Salvador hizo con la cabeza repetidos signos negativos.<br />

-Eso lo veremos -dijo el guipuzcoano-. Peñas más duras he quebrantado yo. ¿Tienes<br />

ocupaciones?<br />

-Las <strong>de</strong> mis intereses, que no son muchas.<br />

-Es verdad que casi eres rico; ¡mal negocio! ¿Te has casado?<br />

-No.<br />

-¿No ambicionas una posición elevada?<br />

-No ambiciono nada más alto que este banco, y lo que llaman aura popular me<br />

incomoda más que la tristeza <strong>de</strong> estar solo.<br />

-A pesar <strong>de</strong> todo -dijo Aviraneta-, creo que te conquistaré.<br />

Y calló <strong>de</strong>spués. De buena gana se habría <strong>de</strong>sprendido en aquel momento <strong>de</strong> los<br />

servicios <strong>de</strong> su secretario Rufete, cargado <strong>de</strong> listas, para estar solo con Monsalud y<br />

hablarle franca y <strong>de</strong>scubiertamente, pues bien se conocía que el astuto conspirador había<br />

manifestado su i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> un modo harto enigmático. Pero Rufete no se movía, y a la<br />

dudosa claridad que en el cuarto entraba se entretenía en revisar sus listas <strong>de</strong> traidores y<br />

sus listas <strong>de</strong> isabelinos. [286]<br />

- VII -<br />

Hallábanse, pues, el uno aburridísimo, el otro i<strong>de</strong>ando motivos para <strong>de</strong>spedir al<br />

ayacucho, y el tercero discurriendo el modo <strong>de</strong> pasar algún nombre <strong>de</strong> un papel a otro,<br />

cuando entró en el café un jefe <strong>de</strong> caballería, haciendo con el sable rastrero, con las<br />

espuelas y los tacones tan gran<strong>de</strong> estrépito, que no parecía sino que un escuadrón había<br />

asaltado el establecimiento. Traía [287] fango en las botas y polvo en el traje,<br />

manifestando en esto, así como en la oficiosidad con que iba <strong>de</strong> mesa en mesa dando<br />

noticias, que acababa <strong>de</strong> llegar <strong>de</strong> una expedición o quizás <strong>de</strong> un campo <strong>de</strong> batalla. Era<br />

D. Rafael Seudoquis, exaltado patriota primero, <strong>de</strong>spués in<strong>de</strong>finido, luego conspirador<br />

perseguido y con<strong>de</strong>nado a horca, pero indultado otra vez y admitido en el servicio por<br />

influencias <strong>de</strong> parientes po<strong>de</strong>rosos. Después que satisfizo la curiosidad <strong>de</strong> los <strong>de</strong>l café,<br />

dirigiose arriba, y al entrar en el hueco <strong>de</strong> la escalera llamole Aviraneta <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su<br />

escondrijo. Entró Seudoquis, reconoció a Salvador, se abrazaron; pero tanta gana tenía<br />

el buen hombre <strong>de</strong> contar lo que sabía, que sin po<strong>de</strong>r aguardar a que acabaran los<br />

saludos, habló así:


-¡Ya les hemos cogido! ¡buena caza hemos hecho!<br />

-¿Qué? ¿qué ha sido?... ¿una batida <strong>de</strong> voluntarios realistas?<br />

-Sí, y con media docena como esta pronto quedaba la Nación limpia <strong>de</strong> sacristanes...<br />

Ya saben uste<strong>de</strong>s que salí con la columna <strong>de</strong> Bassa a perseguir la partida <strong>de</strong> aguiluchos<br />

que se levantó en Villaver<strong>de</strong> mandada por el traidor coronel Campos... Al principio nos<br />

daba que hacer... que por aquí, que por allá... Total, señores, en Alares a cinco leguas <strong>de</strong><br />

Navahermosa les sorprendimos rezando el rosario, les copamos... no se escapó uno para<br />

simiente <strong>de</strong> monaguillos.<br />

-¿Les arcabucearon?<br />

-No hay ór<strong>de</strong>nes para tanto. El Gobierno es conciliador, o por otro hombre pastelero,<br />

y en una mano tiene las disciplinas y en otra el emplasto. Como no soy partidario <strong>de</strong><br />

andar con mantecas tratándose <strong>de</strong> esa gente, yo les hubiera dado a todos un poco <strong>de</strong><br />

tuétano <strong>de</strong> fusil. En el otro barrio están mejor que aquí... Pero no se trata ahora <strong>de</strong><br />

fusilar: ellos lo harán cuando nos cojan <strong>de</strong>bajo. Total, que les hemos traído codo con<br />

codo, y el bribón <strong>de</strong> Campos es tan cobar<strong>de</strong> que se echó a llorar, y sin que nadie se lo<br />

preguntara nos reveló todo el diebus ille <strong>de</strong> la junta carlista <strong>de</strong> Madrid, citando nombres<br />

uno por uno. A estas horas el traidor habrá vomitado todas sus <strong>de</strong>laciones ante la policía<br />

y ya andará esta haciendo prisiones. Medio Madrid va calentito a la cárcel esta noche.<br />

He encontrado en la Puerta <strong>de</strong>l Sol a un escuadrón, no miento, sí, un escuadrón <strong>de</strong><br />

policías que iban a la calle <strong>de</strong> Belén, don<strong>de</strong> parece hay un cabildo máximo <strong>de</strong><br />

subdiáconos con puñal y <strong>de</strong> guerrilleros <strong>de</strong> estola. Total, señores, que nos hemos lucido<br />

los <strong>de</strong> Bassa, y que esta noche van a ser ventiladas muchas madrigueras. Con que viva<br />

la angélica y abur, señores, que me voy arriba a cenar.<br />

-Y yo a ponerme el uniforme y a correr al cuartel -dijo Rufete levantándose [288]<br />

presuroso-. Es fácil que se altere la pública tranquilidad esta noche. Vamos a nuestro<br />

puesto, que cuando menos se piensa, viene el <strong>de</strong>sbordamiento carlino, y la patria<br />

necesita <strong>de</strong> todos sus hijos.<br />

-Vaya usted con Dios, valiente -dijo Aviraneta gozoso <strong>de</strong> verle partir-. Aquí nos<br />

quedamos nosotros procurando enten<strong>de</strong>rnos.<br />

Luego que estuvieron solos, Aviraneta dijo a su amigo que pues arreciaba el calor<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l café, harían bien en salir a la calle y dar un par <strong>de</strong> vueltas, con lo que a<strong>de</strong>más<br />

<strong>de</strong> respirar el aire libre, podían hablar sin recelo. Cuando se hallaron en la plazuela <strong>de</strong>l<br />

Ángel, Salvador tomó el brazo <strong>de</strong> su amigo y burlonamente le dijo:<br />

-¡Pillo!... ¿qué nueva farsa <strong>de</strong> sociedad secreta es esa? ¿qué trama traes tú ahora entre<br />

mano?<br />

-Poco a poco... pase lo <strong>de</strong> trama; pero no lo <strong>de</strong> farsa.<br />

-¿Quién te paga?<br />

-Mucho ahondas, ¡palitroques! Has <strong>de</strong> comprar mi franqueza con tu benevolencia, no<br />

con tus burlas, y si persistes en negarme tu apoyo, no tendrás <strong>de</strong> mí ni una palabra.


Cosas podría <strong>de</strong>cirte que te <strong>de</strong>jarían pasmado; pero ya sabes... no se dan gratis los<br />

secretos como los buenos días. Venga tu voluntad y abriré el pico.<br />

-Es que no puedo dar mi voluntad no conociendo a quién la doy ni por qué la doy.<br />

Aviraneta insistió en que su pensamiento era unir a los liberales para preparar una<br />

acción común; pero esto, si no encerraba una intención distinta, era <strong>de</strong> lo más inocente<br />

que se podía ocurrir por aquellos días a hombre nacido, y Aviraneta, justo es <strong>de</strong>cirlo,<br />

tenía <strong>de</strong> todo menos <strong>de</strong> espíritu puro. Por más que el guipuzcoano se diera aires <strong>de</strong><br />

inventor <strong>de</strong> aquel plan sapientísimo, se podía jurar que sólo era instrumento <strong>de</strong> una<br />

voluntad superior, maquinilla engrasada por el oro y movida por una mano misteriosa.<br />

Sobre esto no quiso <strong>de</strong>cir una sola palabra que no fuese la misma confusión; pero<br />

Monsalud, que era listísimo y a<strong>de</strong>más tenía la experiencia <strong>de</strong> aquellos líos, supo sacar la<br />

verdad <strong>de</strong> entre tanta mentira. Su creencia era que D. Eugenio había recibido <strong>de</strong> altas<br />

regiones la misión <strong>de</strong> <strong>de</strong>sunir a los liberales y enzarzarlos en disputas sin fin; pero no<br />

podía fácilmente averiguarse si el impulso partía <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> María Cristina o <strong>de</strong>l<br />

gabinete ministerial <strong>de</strong> Zea Bermú<strong>de</strong>z. Salvador hizo una y otra pregunta caprichosa<br />

para coger por sorpresa el principal secreto <strong>de</strong> su amigo; mas este era tan diestro en<br />

aquellas artes, que evadió los lazos con extremada gracia.<br />

Este señor Aviraneta fue el que <strong>de</strong>spués adquirió celebridad fingiéndose [289]<br />

carlista para penetrar en los círculos más familiares <strong>de</strong> la gente facciosa y enredarla en<br />

intrigas mil, sembrando entre ella discordias, sospechas y recelos, hasta que precipitó la<br />

<strong>de</strong>fección <strong>de</strong> Maroto, preparando el convenio <strong>de</strong> Vergara y la ruina <strong>de</strong> las facciones.<br />

Admirablemente dotado para estas empresas, era aquel hombre un colosal genio <strong>de</strong> la<br />

intriga y un histrión inimitable para el gigantesco escenario <strong>de</strong> los partidos. Las<br />

circunstancias y el tiempo hiciéronle un gran intrigante; otra época y otro lugar hubieran<br />

hecho <strong>de</strong> él quizás el primer diplomático <strong>de</strong>l siglo. Ya <strong>de</strong>s<strong>de</strong> 1829 venía metido en<br />

oscuros enredos y misteriosos trabajos, y por lo general su maquinación era doble, su<br />

juego combinado. Probablemente en la época <strong>de</strong> este encuentro que con él tenemos,<br />

durante el invierno <strong>de</strong> 1833, las incomprensibles diabluras <strong>de</strong> este juglar político<br />

constituían también una labor fina y doble, es <strong>de</strong>cir, revolver los partidos en provecho<br />

<strong>de</strong>l ministerio y ven<strong>de</strong>r el ministerio a los partidos.<br />

La fundación <strong>de</strong> la sociedad isabelina servíale <strong>de</strong> pretexto para entrar en tratos con<br />

gente diversa, con cándidos patriotas o políticos ladinos, poniéndose también en<br />

relación con militares bullangueros; y así, hablando <strong>de</strong>l bueno <strong>de</strong>l Sr. Rufete, dijo a<br />

Salvador:<br />

-Este infeliz ayacucho es una alhaja que no se paga con dinero. Él se presta<br />

<strong>de</strong>sinteresadamente a entusiasmarse y a entusiasmar a un centenar <strong>de</strong> oficiales como él.<br />

Se morirá <strong>de</strong> hambre antes <strong>de</strong> cobrar un céntimo por sus servicios secretos al Sistema, y<br />

se <strong>de</strong>jará fusilar antes que hacer revelaciones que comprometan a la sociedad. Es un<br />

prodigio <strong>de</strong> inocencia y <strong>de</strong> lealtad. El pobre Rufete trabaja como un negro, y se pasa la<br />

vida haciendo listas <strong>de</strong> sospechosos, listas <strong>de</strong> traidores, listas <strong>de</strong> tibios y listas <strong>de</strong><br />

calientes. En su compañía pasa por un Séneca empalmado en un Catón. Los sargentos lo<br />

adoran y son capaces <strong>de</strong> meterse con él en un horno encendido, si les dicen que es<br />

preciso salvar <strong>de</strong>l fuego el precioso código. ¡Oh! amigo, respetemos y admiremos la<br />

buena fe y la valentía <strong>de</strong> esta gente. ¡Si en todas las clases sociales se encontraran<br />

muchos Rufetes!... Pero hay tanta canalla indomesticable <strong>de</strong> esa que no sirve sino para


hacer pueblo, para gritar, para meter bulla, <strong>de</strong> esa que en los días solemnes <strong>de</strong>sacredita<br />

las mejores causas, entregándose a la ferocidad que le inspiran su cobardía y su<br />

apetito!...<br />

Entre estos y otros dichos y observaciones, llegaron a la calle <strong>de</strong>l Duque <strong>de</strong> Alba,<br />

porque Salvador, no pudiendo sacar cosa limpia y concreta <strong>de</strong> las confusas indicaciones<br />

<strong>de</strong> D. Eugenio, había <strong>de</strong>cidido retirarse a su casa. Echaban el último párrafo en el portal<br />

<strong>de</strong> esta, cuando <strong>de</strong>l [290] <strong>de</strong> la inmediata vieron salir a un hombre silbando el estribillo<br />

<strong>de</strong> una canción político-tabernaria. A pesar <strong>de</strong>l embozo, Aviraneta le conoció al<br />

momento y Salvador también.<br />

-Tablillas -dijo D. Eugenio-, cuartéate aquí, que somos amigos.<br />

El atleta se acercó, examinando con atención recelosa a los dos caballeros.<br />

-Señor Vinagrete y la compañía, buenas noches... Estaba encandilado y no les<br />

conocía.<br />

-¿Está durmiendo ya el Sr. D. Felicísimo?<br />

-Todavía están en brega. Han venido tantos señores esta noche que aquello es la<br />

bóveda <strong>de</strong> San Ginés.<br />

-¿Pues qué, se dan disciplinazos?<br />

-Con la lengua... hablan por los codos, y todo se vuelve manotadas y perjuraciones.<br />

-¿Qué entien<strong>de</strong>s tú por perjuraciones?<br />

-Decir, pongo el caso, señores, muramos por el Trono legítimo.<br />

-¿Y todavía están reunidos?<br />

-Todavía.<br />

-Pero di, ¿no ha venido esta noche la policía? Yo creí que a estas horas D. Felicísimo<br />

y su comunidad estaban echando perjuraciones en la cárcel <strong>de</strong> Corte.<br />

-Vino la policía, sí señor; vinieron tres y llamaron tan fuerte que la casa estuvo si cae<br />

o no cae. Los señores se asustaron, y D. Felicísimo les consolaba diciendo: «no hay<br />

nada que temer, la policía es la policía. Que entre el que llama». Yo bajé a abrir la<br />

puerta, y se colaron tres señores <strong>de</strong> cara <strong>de</strong> perro con bastones <strong>de</strong> porra. Subieron, y al<br />

entrar en la sala, se <strong>de</strong>jaron a un lado las porras y todo fue cortesía limpia y vengan esos<br />

cinco. D. Felicísimo me mandó traer vino y bizcochos, y bebieron, cosa la más<br />

<strong>de</strong>sacostumbrada que pue<strong>de</strong> verse en esta casa; y uno <strong>de</strong> los <strong>de</strong> porra alzó el vaso y dijo:<br />

«Por el triunfo <strong>de</strong> la monarquía legítima y <strong>de</strong> la religión sacratísima».<br />

-Brindaron.<br />

-Y los tres tomaron el olivo.


-¿Está Pipaón arriba?<br />

-Es <strong>de</strong> los más lenguaraces. Cuando brindaron, D. Juan echó no sé cuantos loores...<br />

-¿Y qué es eso?<br />

-Que se sopló mucho, echando fuera toda la caja <strong>de</strong>l pecho, y dijo loor a esto, loor a<br />

lo otro. [291]<br />

-¿Se casa con Micaelita?<br />

-Dios los cría y ellos se juntan.<br />

-¿Y te retiras ya?<br />

-Si, porque yo he dicho a D. Felicísimo que estoy enfermo.<br />

-¿A dón<strong>de</strong> vas?<br />

-Allá -replicó Tablas manifestando en la mirada recelosa que a Salvador dirigió, que<br />

no <strong>de</strong>bía hablar con más claridad.<br />

-Bien -dijo Aviraneta-. Nos veremos luego. ¿Y la Pimentosa cómo está?<br />

-Agria.<br />

-¿Qué es eso?<br />

-Enojada, porque le pica la <strong>de</strong>spensa.<br />

-¿Qué quieres <strong>de</strong>cir? ¿Qué <strong>de</strong>spensa es esa?<br />

-El estómago.<br />

-Es verdad que pa<strong>de</strong>ce mi señora males <strong>de</strong> estómago... Aguarda, que me voy contigo.<br />

Tablas, que había dado ya algunos pasos hacia San Millán se <strong>de</strong>tuvo, mientras el<br />

guipuzcoano, estrechando con el más vivo afecto la mano <strong>de</strong> su amigo, lo dijo estas<br />

palabras:<br />

-Mañana... y quien dice mañana dice el mes que viene o el año que viene... estarás<br />

conmigo en la Isabelina.<br />

[292]


- VIII -<br />

Las escenas y conversaciones <strong>de</strong> aquella noche <strong>de</strong>jaron en el espíritu <strong>de</strong> Salvador un<br />

<strong>de</strong>jo <strong>de</strong> amargura, y así se esforzaba en apartarlas <strong>de</strong> su memoria, consi<strong>de</strong>rando que<br />

reproducían en pequeño cuadro lastimoso <strong>de</strong> la Nación española. La confusión <strong>de</strong><br />

pareceres, el incesante conspirar con recursos misteriosos y fines mal <strong>de</strong>terminados, las<br />

repugnantes connivencias <strong>de</strong> la policía con los conspiradores <strong>de</strong> todas clases, no eran<br />

cosa nueva para él; pero había cobrado tal odio a estos fenómenos políticos,<br />

manifestación morbosa <strong>de</strong> nuestra miseria, que <strong>de</strong> buena gana se marchara a los<br />

antípodas o a cualquier región apartada dón<strong>de</strong> no oyera ni viera lo que allí mortificaba<br />

sus ojos y sus oídos.<br />

La experiencia, el profundo conocimiento <strong>de</strong> las personas, los viajes y la <strong>de</strong>sgracia,<br />

habíanle dado elementos bastantes para construir en su pensamiento una patria muy<br />

distinta <strong>de</strong> la que pisaba, y la inmensa superioridad <strong>de</strong> esta patria soñada en parangón<br />

con la auténtica era en él motivo constante <strong>de</strong> pa<strong>de</strong>cer y aburrimiento. Por eso <strong>de</strong>cía:<br />

-«Mucho han <strong>de</strong> variar las cosas, mucho han <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r los hombres para que la<br />

política <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>sventurado país pueda llegar a serme simpática, y como yo, por<br />

muchos años que Dios me conceda, no he <strong>de</strong> vivir lo bastante para ver a mis<br />

compatriotas instruidos en lo que es libertad, en lo que es ley y en lo que es gobernar, lo<br />

mejor será que no me afane por esto, y que <strong>de</strong>je pasar, pasar, contemplando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi<br />

indiferencia los sucesos que han <strong>de</strong> venir, como se miran <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un balcón las figuras <strong>de</strong><br />

una mascarada».<br />

Estos propósitos no eran constantes, porque otras veces meditaba sobre el mismo<br />

tema y hacía las siguientes consi<strong>de</strong>raciones, llenas <strong>de</strong> [293] buen sentido y <strong>de</strong><br />

tolerancia. -«No pue<strong>de</strong> sostenerse en las acciones <strong>de</strong> la vida el criterio pesimista, que<br />

suele ser el disimulo <strong>de</strong>l egoísmo. ¿Quién duda que existen en nuestro país, al lado <strong>de</strong><br />

esa cáfila <strong>de</strong> alborotadores, cabecillas, intrigantes, charlatanes, aventureros, muchos<br />

caracteres nobilísimos, innumerables hombres <strong>de</strong> buena fe, patricios <strong>de</strong>sinteresados,<br />

verda<strong>de</strong>ros y leales que se aplicarían a la política y serían discretos en la i<strong>de</strong>a, enérgicos<br />

en la acción y honrados en la conducta? Pues bien, si yo me siento capaz <strong>de</strong> inculcar a<br />

esos hombres un pensamiento feliz y <strong>de</strong> ayudarles en el <strong>de</strong>sempeño, ¿por qué no he <strong>de</strong><br />

hacerlo?».<br />

Después <strong>de</strong> vacilar un momento se contestaba con amargura, -«Porque no me<br />

creerían. ¿Cómo habían <strong>de</strong> creerme y hacer caso <strong>de</strong> mí, si yo también he sido<br />

alborotador, cabecilla, intrigante, aventurero y hasta un poco charlatán? ¿Si he sido todo<br />

lo que con<strong>de</strong>no, cómo han <strong>de</strong> fiar <strong>de</strong> mí al verme con<strong>de</strong>nar lo que he sido? ¿Si exploté<br />

la industria <strong>de</strong>l pobre en este país, que es la conspiración, cómo han <strong>de</strong> ver en mí lo que<br />

realmente soy? No, yo he quedado inútil en esta refriega espantosa con la necesidad. Ha<br />

salido vivo, sí, pero sin autoridad, sin crédito para tomar en mis labios ese i<strong>de</strong>al noble,<br />

por don<strong>de</strong> van las vías rectas y francas <strong>de</strong>l progreso <strong>de</strong> los pueblos. Mi <strong>de</strong>stino es callar<br />

y arrinconarme, sopena <strong>de</strong> que me tengan por un Aviraneta, cuando no por un Rufete».<br />

Al pensar esto, el propósito <strong>de</strong> con<strong>de</strong>narse a oscuridad perpetua triunfaba en su<br />

ánimo <strong>de</strong> una manera completa. Pero esta oscuridad sin familia y sin afectos era el<br />

cenobitismo más triste que pue<strong>de</strong> imaginarse. Y aquí, en esta lóbrega caverna sin salida,<br />

terminaban las excursiones mentales <strong>de</strong>l misántropo. Pero la salida no era<br />

absolutamente imposible. Si hacía falta una familia, ¿por qué no la buscaba? Hay ciertos


ienes que valen más encontrados al azar que buscados con cálculo, y es muy general<br />

que quien <strong>de</strong>spreció la suerte cuando pasó a su lado, an<strong>de</strong> <strong>de</strong>spués a cabezadas tras ella,<br />

y no la encuentre ni siquiera pintada, o halle cualquier falsificación <strong>de</strong>l bien y la coja<br />

gozoso y la abrace y se <strong>de</strong>sengañe y rabie, <strong>de</strong>plorando su torpe indolencia.<br />

Quería vencer su extraordinario tedio frecuentando la sociedad. Había renovado<br />

mucho sus amista<strong>de</strong>s, dando un poco <strong>de</strong> mano a las que le recordaban su juventud <strong>de</strong><br />

trapisondas y procurando contar entre sus íntimos a personas <strong>de</strong> mayor fuste. Su buena<br />

figura, su conducta intachable, su instrucción, su entretenida palabra (8) , tratándose <strong>de</strong><br />

referir viajes o verosímiles casos y peligros le dieron muchas simpatías en todas partes.<br />

Había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> visitar a Genara y a D. Benigno Cor<strong>de</strong>ro por razones po<strong>de</strong>rosas; pero<br />

en cambio frecuentaba otras muchas casas <strong>de</strong>centes, [294] a don<strong>de</strong> concurría en<br />

personal <strong>de</strong> ambos sexos lo más selecto <strong>de</strong> la Corte. Por las noches gustaba mucho <strong>de</strong><br />

pasear un poco por las calles antes <strong>de</strong> retirarse a su casa, poniendo así entre la tertulia y<br />

el sueño un trozo <strong>de</strong> meditación trans-urbana <strong>de</strong> más gusto para él que la más<br />

entretenida y docta lectura. La soledad sospechosa <strong>de</strong> algunas calles, el bullicio <strong>de</strong> otras,<br />

el rumor báquico <strong>de</strong> la entreabierta taberna, la canción que <strong>de</strong> una calleja salía con<br />

pretensiones <strong>de</strong> trova amorosa, el cuchicheo <strong>de</strong> las rejas, el <strong>de</strong>sfile <strong>de</strong> inesperados<br />

bultos, indicio <strong>de</strong>l robo perpetrado, <strong>de</strong>l contrabando o quizás <strong>de</strong> una broma furtiva; la<br />

disputa entre viejecillas terminada con estrépito <strong>de</strong> bofetadas... por otra parte el rodar <strong>de</strong><br />

magníficos coches; la salmodia insufrible <strong>de</strong>l dormido sereno que bostezaba la horas<br />

como un reló (9) <strong>de</strong>l sueño, funcionando por misterioso influjo <strong>de</strong>l aguardiente; el<br />

rechinar <strong>de</strong> las puertas vidrieras <strong>de</strong> los cafés, por don<strong>de</strong> salían y entraban los patriotas;<br />

el triste agasajo <strong>de</strong> las castañeras que se abrigaban con lo que vendían tendiendo una<br />

mano helada para recibir los cuartos y otra mano caliente para dar las castañas; las<br />

singulares sombras que hacían las casas construidas sin or<strong>de</strong>n, unas arrumbadas hacia<br />

atrás, las otras alargando un ángulo ruinoso sobre la vía pública; los caprichos <strong>de</strong><br />

claridad y tinieblas que formaban las luces <strong>de</strong> aceite encendidas por el Ayuntamiento y<br />

que podían compararse a lágrimas vertidas por la noche para ensuciar su manto negro;<br />

el peregrino efecto <strong>de</strong> la escarcha en las calles empedradas, que parecían cubrirse <strong>de</strong><br />

cristal esmerilado con reflejos tristes; el mismo efecto sobre los tejados, en cuya<br />

superficie se veía como una capa <strong>de</strong> moho esmaltada por polvo <strong>de</strong> diamante, el<br />

grandioso efecto <strong>de</strong> la helada, que en flechazos invisibles se <strong>de</strong>sprendía <strong>de</strong>l cielo azul<br />

ante las miradas aterradoras <strong>de</strong> la luna, la <strong>de</strong>idad funesta <strong>de</strong> Enero; la consi<strong>de</strong>ración <strong>de</strong>l<br />

frío general hecha <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una caliente pañosa; el estrépito <strong>de</strong> la diligencia al entrar en<br />

la calle, barquichuelo que navegaba sobre un mar <strong>de</strong> guijarros, espantando a los perros,<br />

ahuyentando a los chiquillos y a los curiosos;... el buen paso marcial <strong>de</strong> los soldados<br />

que iban a llevar la or<strong>de</strong>n prendida en lo alto <strong>de</strong>l fusil; el coro sordo <strong>de</strong> los mercados al<br />

concluir las transacciones, cuando se cuenta la cal<strong>de</strong>rilla, se barre el puesto y se recogen<br />

los restos; el olor <strong>de</strong> cenas y guisotes que salía por las <strong>de</strong>svencijadas puertas <strong>de</strong> las casas<br />

a la malicia, y el rasgueo <strong>de</strong> guitarras que sonaba allá en lo profundo <strong>de</strong> moradas<br />

humil<strong>de</strong>s; la puerta sobre la cual había un nombre <strong>de</strong> mujer groseramente tallado con<br />

navaja, o una cruz o un cartel <strong>de</strong> toros, o una insignia industrial, o una amenaza <strong>de</strong><br />

asesinato, o una retahíla <strong>de</strong> palabras groseras, o una luz mortecina indicando posada,<br />

[295] o un macho <strong>de</strong> perdiz que cantará a la madrugada, o un cuadrito <strong>de</strong> vacas <strong>de</strong><br />

leche, o un objeto negro algo semejante a un zapato, o una armadura <strong>de</strong> fuegos<br />

artificiales pregonando el arte <strong>de</strong> polvorista, o una alambrera cubierta con un guiñapo,<br />

señal <strong>de</strong> la industria <strong>de</strong> pren<strong>de</strong>ría, o una bacía <strong>de</strong> cobre, o un tarro <strong>de</strong> sanguijuelas...<br />

todo esto, en fin, y otros muchos acci<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> la fisonomía urbana durante la noche,


páginas vivas y reales, abiertas entre la vulgaridad <strong>de</strong> la tertulia y el tedio <strong>de</strong> su casa<br />

solitaria, le cautivaban por todo extremo.<br />

Pero una noche tuvo un encuentro triste. Al entrar en la Plaza <strong>de</strong> Provincia vio una<br />

persona, dos, tres. Eran un hombre cojo, bien envuelto en su capa, una mujer tan bien<br />

resguardada <strong>de</strong>l frío, que sólo se le veían los ojos, y un niño con gabán y bufanda,<br />

mostrando la nariz húmeda y los carrillos rojos <strong>de</strong> frío. Los tres iban en una misma fila:<br />

se <strong>de</strong>tenían en todos los escaparates para ver las mantillas, los lujosos vestidos, las telas<br />

riquísimas, las joyas, y parecían muy gozosos y entretenidos <strong>de</strong> lo que veían. En la<br />

esquina había una castañera. Detuviéronse. El cojo sacó cuartos <strong>de</strong>l bolsillo, la mujer un<br />

pañuelo, compraron, probó el chico y luego siguieron. La mujer agasajó el pañuelo<br />

lleno <strong>de</strong> castañas, como para calentarse las manos con él... Avanzaron... <strong>de</strong>saparecieron<br />

por una puerta.<br />

Salvador se sintió estremecer <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación y envidia. El hombre cojo, el niño, la<br />

placentera unión <strong>de</strong> los tres, los cuartos sacados <strong>de</strong>l bolsillo, los saltos <strong>de</strong>l chico cuando<br />

se estaba haciendo el trato con la ven<strong>de</strong>dora, las castañas, el pañuelo, las manos que<br />

tenían el pañuelo... En vista <strong>de</strong> las insolentes burlas <strong>de</strong>l <strong>de</strong>stino, juró no volver a pasar<br />

por allí. [296]<br />

- IX -<br />

El hombre cojo entró en su casa, como hemos dicho, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un ligero<br />

altercado entre la familia por saber cuál había <strong>de</strong> acostarse primero, retiráronse todos.<br />

La paz, el or<strong>de</strong>n, el silencio, la quietud se ampararon <strong>de</strong> todo el ámbito <strong>de</strong> la vivienda, y<br />

bien pronto no hubo en ella un individuo que no durmiese, a excepción <strong>de</strong> aquel buen<br />

señor <strong>de</strong> la cojera, el cual, <strong>de</strong>spierto en su lecho, daba vueltas a una i<strong>de</strong>a como si la<br />

<strong>de</strong>vanase, sacándola <strong>de</strong>l enredado pensamiento al corriente ovillo <strong>de</strong>l discurso.<br />

-Cuanto más cerca veo el día -pensaba-, más in<strong>de</strong>ciso y perplejo me encuentro. ¿Por<br />

qué dudo, <strong>de</strong>cídmelo, Virgen Santa <strong>de</strong>l Sagrario y tú, San Il<strong>de</strong>fonso bendito? ¿Por qué<br />

mi anhelo se ha trocado en vacilación y mi fe en temor <strong>de</strong> causar gravísimo daño? ¿Qué<br />

dices a esto, conciencia [297] pura, qué razones me das? ¿Sale acaso <strong>de</strong> ti esa voz que<br />

siento y que me dice: «<strong>de</strong>tente, ciego?...». Y tú, caviloso Benigno, ¿has notado, por<br />

ventura, frialdad en los afectos <strong>de</strong> ella, arrepentimiento en su voluntad o siquiera<br />

<strong>de</strong>svío? Nada: ella es siempre la misma. Aún me parece más cariñosa, más apegada a<br />

mis intereses, más amante, más diligente... Entonces, mentecato, hombre bobísimo y<br />

pueril, digno <strong>de</strong> salir por esas calles con babero y chichonera, ¿por qué vacilas, por qué<br />

temes?... A<strong>de</strong>lante y cúmplase mi plan, que tiene algo, ¡barástolis! algo, sí, <strong>de</strong><br />

inspiración divina... ¡Ah! ya vienen los malditos dolores... ¡todo sea por Dios! ¡Oh! ¿por<br />

qué te me has torcido en el camino <strong>de</strong>l Cielo, oh pierna?...<br />

Las historias están conformes en asegurar que D. Benigno, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir «¡oh,<br />

pierna!» lanzó un gran suspiro y se durmió como un santo. A la mañana siguiente tenía<br />

la cabeza <strong>de</strong>spejada, el humor alegre. Lo primero que leyó cuando le trajeron la Gaceta<br />

fue el <strong>de</strong>creto convocando a la Nación en Cortes a la usanza antigua, para jurar a la


princesa Isabel, por here<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la corona <strong>de</strong> ambos mundos. Esto le dio mucho<br />

contento, y viendo la fecha <strong>de</strong>l <strong>20</strong> <strong>de</strong> Junio marcada para aquel notable suceso, dijo así:<br />

-Para entonces, ya estaremos casados... Es preciso fijar <strong>de</strong>finitivamente esta fecha<br />

que es mi martirio. Ella dice que cuando yo quiera, y yo digo que la semana que entra, y<br />

cuando entra la semana que entra, entran ¡ay! también mis escrúpulos como un tropel <strong>de</strong><br />

acreedores, y así estamos y así vivimos.<br />

Parte <strong>de</strong> los escrúpulos <strong>de</strong> hombre tan bueno provenían <strong>de</strong> sentirse achacoso. No era<br />

ya aquel hombre que engañaba al siglo con sus cincuenta y ocho años disimulados por<br />

una salud <strong>de</strong> hierro, por alientos y espíritu dignos <strong>de</strong> un joven <strong>de</strong> treinta, con ilusiones y<br />

sin vicios. Aquella funesta rotura <strong>de</strong> la pierna había ocasionado en él pérdida brusca <strong>de</strong><br />

la juventud que disfrutaba, y se sentía entrar, con paso vacilante y cojo, en una región<br />

fría y triste que hasta entonces no había conocido. Con las lluvias primaverales y los<br />

cambios <strong>de</strong> temperatura se le renovaron los dolores, complicándose con pertinaz<br />

afección reumática, y el pobre señor estuvo mes y medio sin po<strong>de</strong>r moverse <strong>de</strong> un<br />

sillón.<br />

«¿Apostamos, <strong>de</strong>cía, a que llega también el <strong>20</strong> <strong>de</strong> Junio y se reúnen las Cortes y<br />

juran a la princesa, y yo no habrá soltado aún este grillete que Dios se ha servido<br />

ponerme? ¿Qué presidio es este? ¿Temes, oh, Dios mío, que marche muy a prisa? ¿Esto<br />

es acaso para bien <strong>de</strong> mí alma, amenazada <strong>de</strong> correr <strong>de</strong>masiado y estrellarse?».<br />

¡Y qué pesadas habrían sido las horas <strong>de</strong> aquella temporada, que él [298] llamaba su<br />

con<strong>de</strong>na, si no las aligerasen con su cariño y con mil solicitu<strong>de</strong>s y ternezas las seis<br />

personas que él <strong>de</strong>signaba con el dulcísimo nombre <strong>de</strong> la sacra familia! Sola le cuidaba<br />

como podría cuidarse a un niño enfermo, y <strong>de</strong> su cuenta corría todo lo relativo a aquella<br />

dichosa pierna averiada que no se quería componer sino a medias. Ella parecía haber<br />

robado a los ángeles <strong>de</strong> la medicina el <strong>de</strong>licado arte <strong>de</strong>l apósito, y sus <strong>de</strong>dos eran tan<br />

conocidos <strong>de</strong>l dolor que este les veía cerca <strong>de</strong> sí sin irritarse. Cumplida esta obligación<br />

suprema, la futura esposa <strong>de</strong>l mejor <strong>de</strong> los hombres se ocupaba <strong>de</strong> todo lo <strong>de</strong> la casa con<br />

la diligencia <strong>de</strong> siempre, con más diligencia, si cabe, pues sin sospecharlo, se había ido<br />

acostumbrando a consi<strong>de</strong>rarse partícipe <strong>de</strong> aquel trono doméstico y co-propietaria <strong>de</strong> tan<br />

dulces dominios.<br />

Por las noches, la familia se reunía en el comedor, en torno <strong>de</strong>l patriarca claudicante.<br />

Doña Crucita, que se había <strong>de</strong>dicado a bordar pájaros, <strong>de</strong>spachaba semanalmente una<br />

bandada <strong>de</strong> aquellos preciosos seres, y a veces el comedor parecía una selva americana,<br />

porque los había <strong>de</strong> todos colores, y a<strong>de</strong>más mariposas y florecillas, todo inventado por<br />

la señora que creaba las especies con su rica fantasía, <strong>de</strong> tal modo que se viera muy<br />

perplejo Buffón ante tal maravilla. Este interesante autor era leído algunos ratos en voz<br />

alta por uno <strong>de</strong> los hijos mayores, pues no había lectura más sabrosa que aquella para D.<br />

Benigno, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la <strong>de</strong> Rousseau; y todos se quedaban pasmados oyendo la<br />

magnífica <strong>de</strong>scripción <strong>de</strong>l caballo, la pintura <strong>de</strong>l león, o la peregrina industria <strong>de</strong> los<br />

castores. El mismo muchacho o su hermano solía leer también las Gacetas para dar<br />

variedad a los conocimientos y saber lo que pasaba en Hungría, Cracovia o Finlandia.<br />

Los sucesos <strong>de</strong> España eran los que jamás se sabían por Gacetas ni papelotes, y era<br />

preciso recibirlos por el vehículo <strong>de</strong>l padre Alelí, amigo fiel sobre todos los fieles<br />

amigos, cada vez más perturbado <strong>de</strong> caletre y más difuso <strong>de</strong> explica<strong>de</strong>ras. Por él<br />

supieron que D. Carlos se marchaba a Portugal, haciendo la comedia <strong>de</strong> que su esposa


quería abrazar a D. Miguel (otro que tal) y a las infantas portuguesas; pero realmente<br />

por no verse en el caso <strong>de</strong> jurar a Isabelita. El mismo Tío Engarza Credos les informó<br />

<strong>de</strong> que en una casa <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Belén había sido sorprendida una junta carlista y<br />

presos todos los que la formaban. Si el interés político <strong>de</strong> las tertulias cor<strong>de</strong>riles estaba<br />

en estas noticias, su amenidad <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> las gracias y atrevimientos <strong>de</strong> Juanito<br />

Jacobo, que con su media lengua <strong>de</strong>cía más que si la tuviera toda entera, y ya recitara<br />

fábulas o romances, ya se <strong>de</strong>spachara a su gusto con frasecillas y observaciones <strong>de</strong> su<br />

propia cosecha, hacía morir [299] <strong>de</strong> risa a toda la familia, menos cuando le daba por<br />

enojarse, hacer pucheros y tirar a la cabeza <strong>de</strong> su hermano un zapato, libro, palmatoria,<br />

tintero o cualquier otro proyectil mortífero.<br />

La tienda había sido traspasada por Cor<strong>de</strong>ro a otro comerciante, amigo y pariente<br />

suyo, y con esto quedó retirado absolutamente <strong>de</strong>l comercio. Su capital, si no muy<br />

gran<strong>de</strong>, sólido como el que más, le aseguraba rentas mo<strong>de</strong>stas y saneadas. Tenía vastos<br />

proyectos <strong>de</strong> ensanche y mejoramiento en los Cigarrales, y no esperaba sino a que<br />

aclarase el tiempo para trasladarse allá con toda la familia.<br />

En Mayo sintiose tan mejorado <strong>de</strong> su pierna que pensó era llegado el momento <strong>de</strong><br />

poner fin a sus vacilaciones. Era una tar<strong>de</strong> hermosa. Habían concluido <strong>de</strong> comer en paz<br />

y en gracia <strong>de</strong> Dios. D. Benigno, <strong>de</strong>jando que Alelí se durmiera en el sillón <strong>de</strong>l comedor<br />

y que Crucita hiciera lo mismo en su cuarto, envió a los muchachos a la escuela, y a su<br />

cuarto a Sola, entabló con ella una conversación <strong>de</strong> la cual es preciso no per<strong>de</strong>r punto ni<br />

coma.<br />

-Querida Sola -le dijo-, tengo que dar a usted explicaciones acerca <strong>de</strong> un hecho que<br />

le habrá sorprendido y que tal vez (y esto es lo que más siento) habrá lastimado su amor<br />

propio <strong>de</strong> usted.<br />

Sola manifestaba grandísima sorpresa.<br />

-El hecho es que, habiéndose resuelto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que estuve en la Granja todas las<br />

dificulta<strong>de</strong>s que se oponían a nuestro matrimonio, haya aplazado yo varias veces <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

aquella época un suceso tan lisonjero para mí. Como usted podría sospechar que estos<br />

aplazamientos significaban algo <strong>de</strong> mala gana, frialdad o escaso <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> ser su marido,<br />

y como nada sería más contrario a la verdad que esa sospecha <strong>de</strong> usted, tengo que<br />

explicarme, hija, tengo qua revelar ciertos pensamientos íntimos y ciertas cosillas... ¿me<br />

entien<strong>de</strong> usted?<br />

Con su verbosidad indicaba el héroe estar muy lleno <strong>de</strong> su asunto, como dicen los<br />

oradores, y es probable que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la noche anterior hubiese preparado en su cabeza y<br />

hasta construido algunas <strong>de</strong> las frases <strong>de</strong> aquel memorable discurso.<br />

-Pues bien, la causa <strong>de</strong> esta poca prisa... darémosle este nombre, que es el que más le<br />

cuadra... ha sido cierto escrúpulo que me ha asaltado, cierto temor <strong>de</strong> que nuestro<br />

matrimonio hiciera a usted <strong>de</strong>sgraciada en vez <strong>de</strong> hacerla feliz, como es mi <strong>de</strong>seo.<br />

-¡Desgraciada! -exclamó Sola, recibiendo aquella i<strong>de</strong>a como una ofensa.<br />

-¡Oh! no apresurarse... falta mucho que <strong>de</strong>cir. Estos escrúpulos y [300] temores no se<br />

refieren a cosa alguna que pueda menoscabar los extraordinarios méritos <strong>de</strong> la que elegí


por esposa; son cosa pura y exclusivamente mía. Ha llegado el momento <strong>de</strong> hablar con<br />

absoluta franqueza, y <strong>de</strong> no ocultar i<strong>de</strong>a alguna por penosa que sea para mí. Pues bien,<br />

hay una persona, un hombre, hija mía, que la aprecia a usted en lo mucho que vale, que<br />

la conoce a usted <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su niñez, que la ha protegido, que la quiere, que la ama; hombre<br />

que tal vez, ¿por qué no? es amado <strong>de</strong> usted... ¡Ah! querida Sola, hija mía, me parece<br />

que he puesto el <strong>de</strong>do en una llaga antigua <strong>de</strong> ese corazón sin par, hecho a resistir y<br />

pa<strong>de</strong>cer como ninguno... En su cara <strong>de</strong> usted veo...<br />

Ella se había quedado pálida cual si tuviera por rostro una máscara <strong>de</strong> cera, y miraba<br />

a su <strong>de</strong>lantal, cuya punta tenía entre los <strong>de</strong>dos.<br />

-Esa pali<strong>de</strong>z -dijo D. Benigno conmovido- no indica en manera alguna que usted<br />

tenga que arrepentirse <strong>de</strong> nada, pues no se trata <strong>de</strong> faltas; indica que yo he <strong>de</strong>spertado un<br />

sentimiento que dormía, ¿no es verdad?<br />

La pali<strong>de</strong>z <strong>de</strong> Sola se disipó como un velo que se rasga <strong>de</strong>jando ver la claridad que<br />

encubre, y así fue, por modo parecido al brusco <strong>de</strong>scorrer <strong>de</strong> una cortina, como se<br />

encendió en ella un rubor vivísimo. Echándose a llorar, murmuró estas palabras:<br />

-Es verdad, sí señor. Usted es más bueno que los ángeles.<br />

El <strong>de</strong> Boteros estuvo callado un mediano rato contemplándola.<br />

-Pero yo no he faltado, yo no he mentido... -balbució Doña Sola y Monda entre<br />

suspiro y suspiro-. Lo que usted dice, muerto estaba y enterrado en mi corazón para no<br />

resucitar jamás.<br />

-Lo sé, lo sé -dijo Cor<strong>de</strong>ro no menos turbado que su amiga-. ¡Oh! la voz aquella, la<br />

voz aquella blanda y un poco triste que hablaba aquí en mi conciencia, ¡qué bien me lo<br />

<strong>de</strong>cía! Pues oiga usted todo. En este tiempo que ha pasado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que vine <strong>de</strong> la Granja,<br />

se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que no he vivido sino para pensar en esto y hacer comparaciones. Sí, he<br />

vivido comparándome, querida hija, he vivido atormentado por un análisis comparativo<br />

<strong>de</strong> las cualida<strong>de</strong>s que creo tener y las que reúne el hombre a quien usted conoce mejor<br />

que yo, resultando que él es extraordinariamente superior a mí.<br />

-¡Oh! no, cien veces no -replicó Sola con energía-. Es todo lo contrario.<br />

-No violentemos la naturaleza, hija mía; no violentemos tampoco la lógica. Concedo<br />

que en honra<strong>de</strong>z y en prendas morales no me aventaje, si bien no hay motivo para no<br />

reconocer que me iguala, pero en cambio, [301] ¡qué superioridad tan gran<strong>de</strong> la suya en<br />

el exterior y los atractivos <strong>de</strong> la persona!... Las cosas claritas... ¿eh?... ¿por qué no se ha<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que él es un hombre que cautiva, un hombre que <strong>de</strong>spierta simpatías en todo<br />

aquel que le trata, mientras yo...?<br />

-Usted también, usted también -dijo Sola prontamente. D. Benigno movía la cabeza<br />

con triste a<strong>de</strong>mán.<br />

-No violentemos la naturaleza, querida, no violentemos la lógica -repitió-. Concedo<br />

que no sea yo enteramente antipático; pero usted, que siente y discurre muy bien, podrá<br />

<strong>de</strong>cir si hay nada en la persona y en el alma <strong>de</strong> un viejo que pueda competir con la


juventud, con el rostro alegre y expresivo <strong>de</strong> un hombre sano en la plenitud <strong>de</strong> sus<br />

afectos, <strong>de</strong> su fuerza, <strong>de</strong> su vida toda.<br />

-Según como se mire, según como se mire -dijo Sola arrebatada <strong>de</strong> compasión por su<br />

amigo y anhelante <strong>de</strong> conce<strong>de</strong>rle todas las ventajas.<br />

-¡Oh! -exclamó D. Benigno sonriendo-, por más que usted se empeñe en echarme<br />

flores, no conseguirá que yo me enfatúe, ni que me obceque hasta el punto <strong>de</strong> no ver<br />

claramente lo que soy. La vejez tiene sus preeminencias, tiene sus bellezas; pero estas<br />

preeminencias y estas bellezas no son <strong>de</strong> gran valor para el caso <strong>de</strong> que tratamos. Yo me<br />

conozco bien, no me doy ni me quito ni un adarme <strong>de</strong> lo que realmente peso, puesto en<br />

la balanza <strong>de</strong>l matrimonio; creo que no carezco <strong>de</strong> algunas cualida<strong>de</strong>s que me harían<br />

apreciar y respetar y aun amar <strong>de</strong> una mujer joven; pero la comparación con otro me<br />

revela mis años, que no son floja cuenta para el caso; me revela mis achaques, que se<br />

han iniciado precisamente ahora como un aviso, como una advertencia que Dios me<br />

hace por conducto <strong>de</strong> la Naturaleza. En fin, querida mía, si se tratará <strong>de</strong> cualquiera<br />

extraño, <strong>de</strong> cualquier advenedizo que en esta ocasión se presentase, ni por el<br />

pensamiento me pasaría que usted pudiera preferirle a mí; pero ¡ay! se trata <strong>de</strong> una<br />

antigua amistad, <strong>de</strong> un cariño antiguo en él y antiguo en usted... Usted me lo ha<br />

revelado, diciéndome con el acento más noble y leal: «es verdad, es verdad».<br />

-Es cierto -replicó Sola-, y ahora, para que no que<strong>de</strong> en mi corazón ni un fondo<br />

siquiera <strong>de</strong> los secretos que he guardado en él por tantísimo tiempo, voy a confesarme<br />

con usted... Delante <strong>de</strong> un sacerdote, <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Dios mismo no sería más sincera,<br />

créamelo usted... Si antes no hablé <strong>de</strong> esto, fue porque yo quería consi<strong>de</strong>rarlo como cosa<br />

muerta y sepultada. Creía que mientras más lo callara y menos lo pensara, mayor sería<br />

el olvido, y no me atrevía a confesarlo, por temor <strong>de</strong> que con la confesión renaciera y<br />

me atormentara otra vez. [302]<br />

Se había sentado en una silla baja y sus brazos tocaban las venerables rodillas <strong>de</strong>l<br />

héroe. Quien no la viera <strong>de</strong> cerca, creería que estaba <strong>de</strong> hinojos.<br />

-Mucha parte <strong>de</strong> lo que usted ha callado con tanto afán, por su empeño <strong>de</strong> echar<br />

tierra y más tierra sobre un sentimiento <strong>de</strong>sgraciado -dijo Cor<strong>de</strong>ro-, me lo reveló él<br />

mismo.<br />

-Habrá dicho a usted que me recogió a la muerte <strong>de</strong> mi padre, poniéndome al amparo<br />

<strong>de</strong> su madre, y mirándome como a hermana. Si se jactó <strong>de</strong> sus beneficios hizo bien,<br />

porque estos fueron gran<strong>de</strong>s en aquella época.<br />

-No se jactó. A<strong>de</strong>lante.<br />

-Diría también que yo le cuidaba como una hermana y le servía como una esclava.<br />

Su voluntad me parecía una cosa <strong>de</strong> que no se podía dudar; sus palabras como el<br />

Evangelio.<br />

-¿Y él?...<br />

-Me trataba con consi<strong>de</strong>ración; pero...


-¿No tenía a usted más cariño que el <strong>de</strong> hermano?<br />

-Ninguno más; pero aquel cariño me consolaba en mi tristeza.<br />

-Tengo i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que fue bastante calavera y que tuvo amores con algunas... ¿Pero a<br />

usted jamás...?<br />

-Jamás -dijo Sola ingenuamente-, quería a otras mujeres; pero a mí no me quería.<br />

D. Benigno se sonrió.<br />

-¿Pero usted -dijo-, le quería <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces?...<br />

-Me da vergüenza <strong>de</strong>cirlo -replicó Sola-, por el <strong>de</strong>sairado papel que hice: pero puesta<br />

a confesar, no oculto nada. Le quería, sí, muchísimo.<br />

-¿Cómo?<br />

-Todo lo que se pue<strong>de</strong> querer a una persona -dijo ella, inclinando la cabeza, que le<br />

pesó, sin duda, por una extraordinaria aglomeración <strong>de</strong> recuerdos.<br />

Cor<strong>de</strong>ro sintió un nudo en su garganta. Necesitó tragar algo para quitar aquel estorbo<br />

y po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>cir:<br />

-¿Y siempre lo mismo?<br />

-Siempre le quería lo mismo y no pensaba más que en él, a todas horas, dormida y<br />

<strong>de</strong>spierta.<br />

-¿Y cuando estaba ausente?<br />

-Le quería más.<br />

-¿Y cuando volvía? [303]<br />

-Más. Era una cosa superior a mí, una especie <strong>de</strong> enfermedad o <strong>de</strong>sgracia que me<br />

enviaba Dios.<br />

-¿No procuró usted librarse <strong>de</strong> ese tormento, pensando en otro?<br />

-¡En otro hombre! -exclamó Sola como horrorizada-. Eso no, eso era imposible... Lo<br />

que yo sentía, aquel tormento mío me era necesario para vivir, como el aire y la luz.<br />

-¿Nunca le <strong>de</strong>mostró usted con acciones y palabras la grandísima afición que le<br />

tenía?<br />

-¡Oh! no... A veces hacía yo proyectos disparatados y me imaginaba no sé qué<br />

medios para hacérselo compren<strong>de</strong>r; pero luego me daba mucha vergüenza.<br />

-¡Qué horroroso tormento! ¡Qué agonía!


-Casi siempre, sí; pero a veces era feliz.<br />

-¿Cómo, criatura?<br />

-Pensando tonterías... y echándome a discurrir que <strong>de</strong> pronto se le antojaba quererme<br />

como yo le quería a él.<br />

-¡Oh! barástolis -exclamó D. Benigno, cerrando el puño amenazador-, por vida <strong>de</strong>...<br />

Estoy indignado contra ese hombre, y bien merecía que usted lo <strong>de</strong>spreciara... Si usted<br />

viene a mí entonces y me cuenta lo que le pasa, como me lo cuenta ahora, juro a usted<br />

que voy <strong>de</strong>recho a ese hombre y le cojo, y le digo: «Oiga usted, caballero...».<br />

Sola no pudo menos <strong>de</strong> reír un poco, y dijo:<br />

-No tenía usted más que hacerle daño para ser mi mayor enemigo. Pues sí... que lo<br />

tomaba yo con poco tesón... Ahora comprendo que era muy extremada y que yo misma<br />

me recalentaba la imaginación noche y día, como cuando se echa leña en un fuego que<br />

se teme ver apagado. Como no había nadie a quien yo pudiera contar tales cosas, me las<br />

contaba a mí misma. Yo me consolaba diciéndome tonterías y resignándome, pues las<br />

muchas <strong>de</strong>sgracias que he tenido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> niña y el verme siempre privada <strong>de</strong> todo lo que<br />

más he querido, me acostumbraron a tener mucha paciencia, muchísima. Es un consuelo<br />

un poco triste este <strong>de</strong> la paciencia; pero usándolo mucho, concluye uno por quererle y<br />

familiarizarse con él... Yo tenía... hasta mis alegrías, sí señor, alegrías a mi modo, ¡pues<br />

qué sería <strong>de</strong> nuestra alivia si no tuviese medios <strong>de</strong> sacar alguna vez <strong>de</strong> sí misma lo que<br />

los <strong>de</strong> fuera no quieren darle!... En fin, señor, así iba pasando el tiempo, pasando, él<br />

ausente, yo sin esperanza. Me parece que los días eran como unos velos que se corrían<br />

<strong>de</strong>spacio, uno sobre otro, y estos velos caían sobre mi memoria, y poco a poco iban<br />

apagando y oscureciendo lo que en ella había. Al cabo <strong>de</strong> cierto [304] tiempo empecé a<br />

verle... así como entre brumas, lejos; y con las ocupaciones, todo lo que yo pensaba se<br />

interrumpió para dar lugar a otras cosas. A veces perdía bruscamente el terreno perdido,<br />

quiero <strong>de</strong>cir, que por causa <strong>de</strong> algún sueño, <strong>de</strong> alguna conversación que me recordaba<br />

las cosas pasadas, o por nada, por simpleza mía, volvía a sentirme atormentadísima, y<br />

me parecía tenerle <strong>de</strong>lante y oírle, ¡siempre tan cariñoso, siempre tan bueno, pero<br />

siempre hermano!... En fin, aquellas recaídas... porque eran como las recaídas <strong>de</strong> una<br />

enfermedad... pasaban también. Yo sentía que iba cayendo tierra sobre aquello, y si he<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir verdad, yo la echaba también a puñados, unas veces rezando, otras trabajando<br />

en <strong>de</strong>masía... ¡Ay! al fin me encontré triunfante, y si pudiera valerme <strong>de</strong> una expresión<br />

rara...<br />

-A ver, diga usted esa expresión rara, querida sepulturera.<br />

-Pues diré que últimamente me paseaba sobre el grandísimo montón <strong>de</strong> tierra que yo<br />

había echado sobre aquellas penas sepultadas... Algunas veces no iba segura, porque me<br />

parecía que sentía moverse <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> mis pies la tierra... pero yo, valiente como <strong>de</strong>bía<br />

serlo, daba golpes con los pies y todo se quedaba entonces quieto... ¿Ve usted qué<br />

pamplinas?...<br />

-Siga usted -exclamó Cor<strong>de</strong>ro con la voz entrecortada-. Estoy lelo <strong>de</strong> admiración.


-Pues en estas y otras cosas, llegué a tener conocimiento con una persona que me<br />

manifestó tanto interés, tanta consi<strong>de</strong>ración... Yo no sabía cómo pagarle, y <strong>de</strong>cía: «Es<br />

una <strong>de</strong>sgracia para mí no tener algo <strong>de</strong> gran valor que ofrecer a este hombre generoso».<br />

¡Qué lejos estaba entonces <strong>de</strong> suponer que mi hombre generoso, mi segundo padre<br />

había <strong>de</strong> querer cobrarse sus beneficios <strong>de</strong> un modo que me obligaba más a la gratitud!<br />

Yo trabajaba en su casa: hubiera <strong>de</strong>seado que se multiplicaran las obligaciones para<br />

po<strong>de</strong>r esclavizarme más. Yo comprendí... Dios y mis <strong>de</strong>sgracias me han dado alguna<br />

penetración... comprendí que mi buen amigo había encontrado en esta pobre algunos<br />

méritos personales, y no estaba conforme con que yo fuera su criada, ni su pupila, ni<br />

tampoco su hija; quería llevar su generosidad hasta un extremo tal... El agra<strong>de</strong>cimiento<br />

llenaba mi corazón; ¡qué regocijo me causa el agra<strong>de</strong>cer y el pagar, aunque sea con<br />

poco!... Yo acepté entonces los favores <strong>de</strong> mi protector, y me dije que <strong>de</strong>bía hacer todo<br />

lo posible por merecer el bien inmenso que aquel hombre quería hacerme. ¡Ay! cómo<br />

luchó entonces por arrancarme lo que aún restaba <strong>de</strong> lo pasado... Aún quedaba algo:<br />

negarlo sería mentir. Mi buen protector se apo<strong>de</strong>raba <strong>de</strong> mi alma <strong>de</strong> una manera dulce y<br />

lenta. Llegué a acostumbrarme a su compañía [305] <strong>de</strong> tal modo, que si esta me faltara,<br />

faltaríame lo principal <strong>de</strong> la vida. La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> ser su mujer se clavó en mí, echó raíces, y<br />

me prometí entonces a él sin escrúpulo y con la conciencia serena. Mi corazón,<br />

reconquistado por mí, podía ser ofrecido a quien mejor que nadie lo merecía. ¿Qué<br />

mejor dueño podía <strong>de</strong>sear que aquel hombre sin igual, por quien sentí a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> la<br />

gratitud un afecto tan gran<strong>de</strong>, tan gran<strong>de</strong> que no sé cómo expresarlo?<br />

D. Benigno hacía los imposibles por impedir que las lágrimas salieran <strong>de</strong> sus ojos, y<br />

ya miraba al lecho, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> aten<strong>de</strong>r con toda su alma a lo que Sola <strong>de</strong>cía, ya estiraba<br />

los músculos <strong>de</strong> su cara, ya en fin ponía diques al llanto queriendo convertirlo en<br />

benévola risa. Por último, pudo más su emoción que su dignidad y se llevó la mano a<br />

los ojos.<br />

-Reconozco con mucho gusto, con muchísimo gusto -dijo hablando con turbación,<br />

pero sin llanto-, que al aceptar usted mis ofrecimientos lo ha hecho con lealtad... sí,<br />

señora mía, lo reconozco... estoy agra<strong>de</strong>cido... yo no valgo nada... reconozco que usted,<br />

al respon<strong>de</strong>r afirmativamente a mis ruegos, echó el último puñado <strong>de</strong> tierra sobre un<br />

pasado triste; me ofreció su cariño y me consagró su persona toda, su porvenir... yo lo<br />

agra<strong>de</strong>zco... pero, pero... luego cambiaron las cosas, se presentó a usted <strong>de</strong> improviso<br />

aquel sobre quien había caído tanta, tantísima tierra...<br />

-No -exclamó Sola enérgicamente, levantándose-. Nada pue<strong>de</strong> alterar mi resolución.<br />

Cuando apareció, ya yo no me pertenecía. Me consi<strong>de</strong>ro tan ligada por mi palabra antes<br />

como <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> aquella visita, y no <strong>de</strong>bo, ni quiero... ni quiero, repito, volver atrás.<br />

-No es posible que la presencia <strong>de</strong> ese señor lo fuera a usted indiferente.<br />

-Indiferente no; pero quien tanto ha luchado y tanto ha vencido, no podía <strong>de</strong> ningún<br />

modo comprometer su victoria. Soy la misma ahora que cuando fui por primera vez a<br />

los Cigarrales a pasar los mejores días <strong>de</strong> mi vida... La menor duda <strong>de</strong> usted sobre esto<br />

será para mí una ofensa. Soy toda en cuerpo y alma <strong>de</strong>l que miró a esta huérfana sola y<br />

abandonada y tuvo la incomparable generosidad <strong>de</strong> querer hacerla su señora.


La actitud firme <strong>de</strong> Sola, la energía y la lealtad que en su semblante se pintaban,<br />

como la expresión más propia y a<strong>de</strong>cuada <strong>de</strong> su alma hermosísima, tenían al buen<br />

Cor<strong>de</strong>ro sobrecogido <strong>de</strong> admiración, <strong>de</strong> gratitud, <strong>de</strong> entusiasmo, <strong>de</strong> amor.<br />

-Una sola palabra -añadió- una sola pregunta quiero hacer. Lo que [306] usted diga<br />

será para mí como <strong>de</strong>claración bajada <strong>de</strong>l cielo y lo creeré, como se cree en Dios... Una<br />

palabrita nada más. Somos dos, dos hombres, el uno joven, lleno <strong>de</strong> vida y salud, <strong>de</strong><br />

inmejorable presencia, <strong>de</strong>spejado, rico, honrado, con innumerables prendas que<br />

aumentará la imaginación <strong>de</strong> la que tanto supo amarle <strong>de</strong> niña; el otro viejo, enfermo,<br />

pesado...<br />

-Pesado no -gritó Sola protestando con calor.<br />

-Bueno, quitemos lo <strong>de</strong> pesado... enfermo, feo...<br />

-En los hombres no hay fealdad.<br />

-Enfermo -prosiguió Cor<strong>de</strong>ro contando por los <strong>de</strong>dos-, poco agraciado, corto <strong>de</strong><br />

vista, honrado sí, como el primero, <strong>de</strong> buen corazón... En fin, voy al objeto. Los dos<br />

quieren casarse con una tal Sola, y esto parece fin <strong>de</strong> comedia. Una palabra <strong>de</strong> la dama<br />

va a <strong>de</strong>cidir la cuestión, ¿a cuál <strong>de</strong> los dos quiero por marido?<br />

¡Oh! quién tuviera pincel para pintar aquel <strong>de</strong>stello <strong>de</strong> verdad suprema que brilló en<br />

los ojos <strong>de</strong> Sola, aquel gesto <strong>de</strong> heroína con que llevó la mano al pecho y elevó al cielo<br />

los ojos, bella por la verdad, sublime por lo que <strong>de</strong> abnegación había en el fondo <strong>de</strong><br />

aquella verdad, y quién pudiera expresar el acento suyo cuando pronunció estas<br />

palabras:<br />

-¡Como Dios es mi padre celestial, así es verdad que quiero casarme con el viejo!<br />

D. Benigno no la había abrazado nunca. Aquel día la abrazó por primera vez, y aquel<br />

abrazo bien valía por mil.<br />

[307]<br />

- X -<br />

Contaba el padre Alelí, historiador <strong>de</strong>smemoriado y chocho, que aquella noche<br />

estuvo D. Benigno durante seis horas seguidas sin moverse <strong>de</strong> su asiento, con los ojos<br />

fijos en las puntas <strong>de</strong> los pies, y el puño en la mejilla, y tal fue, aña<strong>de</strong>, la duración <strong>de</strong> su<br />

éxtasis, cavilación o modorra, que al <strong>de</strong>jar aquella actitud tenía marcadas las coyunturas<br />

en los rojos mofletes <strong>de</strong> su cara, y el codo había <strong>de</strong>jado un hoyo profundísimo en el<br />

cojinete <strong>de</strong>l brazo <strong>de</strong>l sillón. [308] Pero nuestro buen criterio no nos permite admitir<br />

ciegamente esta versión, y así reducimos a tres las seis horas <strong>de</strong> que habla Alelí, el cual<br />

como Herodoto era muy inclinado a exagerar y dar proporciones a lo que veía. Mejor<br />

sería aún, reducir a una hora nada más el plazo <strong>de</strong> aquella perplejidad <strong>de</strong> nuestro


querido señor, y así lo haremos. Conste, pues, que meditó largo rato, y que <strong>de</strong>spués<br />

apareció como ensimismado y lleno <strong>de</strong> confusiones. ¿No se habían disipado sus<br />

recelos? Sin duda no. De su talante sólo pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse que tan pronto parecía muy<br />

alegre como muy triste.<br />

Al día siguiente muy temprano, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un sueño ni profundo ni largo, se levantó,<br />

y <strong>de</strong>spachando a toda prisa el <strong>de</strong>sayuno, salió y fue <strong>de</strong>recho en busca <strong>de</strong> un sujeto que<br />

vivía en la calle <strong>de</strong>l Duque <strong>de</strong> Alba, junto a D. Felicísimo. Aquel era día <strong>de</strong> mala suerte<br />

para el <strong>de</strong> Boteros, porque el individuo a quien buscaba había salido más temprano que<br />

<strong>de</strong> costumbre, <strong>de</strong>jando dicho a sus criados que no le esperaran en todo el día.<br />

-¡Barástolis y más que barástolis! ya podía haber esperado un poco.<br />

-Si llega usted cinco minutos antes -dijo el criado-, le encuentra bajando la escalera.<br />

-Cinco minutos... ¿y cómo había <strong>de</strong> llegar cinco minutos antes, hombre <strong>de</strong> Dios?<br />

¿No ve usted que soy cojo?... ¿no lo ve usted?<br />

-No se incomo<strong>de</strong> usted, caballero.<br />

-¡Malaventurados los cojos -dijo el héroe para sí con tristeza-, porque ellos llegaron<br />

siempre tar<strong>de</strong>!<br />

El señor a quien D. Benigno buscaba con tanto empeño no estaba lejos <strong>de</strong> su casa. Si<br />

Cor<strong>de</strong>ro, en vez <strong>de</strong> retroce<strong>de</strong>r hacia la Merced y calle <strong>de</strong> Carretas con ánimo <strong>de</strong><br />

encontrarle, hubiera seguido hacia San Millán y la calle <strong>de</strong> los Estudios, le habría <strong>de</strong><br />

seguro hallado. Estaba frente a una puerta <strong>de</strong> la citada calle, con la vista fija en un<br />

hombre y en un cal<strong>de</strong>ro, en una mesilla forrada <strong>de</strong> latón, en un enorme perol <strong>de</strong> masa y<br />

en un gancho. En el cal<strong>de</strong>ro que era grandísimo, ventrudo y negro, hervía un mediano<br />

mar amarillo con burbujas que parecían gotas <strong>de</strong> ámbar bailando sobre una superficie <strong>de</strong><br />

oro.<br />

Del líquido hirviente salía un chillón murmullo, como el reír <strong>de</strong> una vieja, y <strong>de</strong>l<br />

hogar o rescoldo, profundo son como el resuello <strong>de</strong> un <strong>de</strong>monio. La llama extendía sus<br />

lenguas, que más bien parecían manos con <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> fuego y uñas <strong>de</strong> humo, las cuales<br />

acariciaban la convexidad <strong>de</strong>l cazuelón, y ora se escondían, ora se alargaban resbalando<br />

por el hollín. El hombre que estaba junto al cazuelón y sobre él trabajaba, habría [309]<br />

pasado en otro país por prestidigitador o por mono, pues sólo estos individuos podrían<br />

igualarle en la ligereza <strong>de</strong> sus brazos y blandura <strong>de</strong> sus manos. En el espacio <strong>de</strong> pocos<br />

segundos metía la izquierda en el cacharro <strong>de</strong> la masa, daba en ella un pellizco, sacaba<br />

un pedazo, que más parecía piltrafa; estrujaba ligerísimamente aquella piltrafa, haciendo<br />

entro sus <strong>de</strong>dos como un pequeño disco u oblea gran<strong>de</strong>; arrojaba esto al hervi<strong>de</strong>ro<br />

amarillo, y en el mismo instante, con una varilla que en la mano tenía, agujereaba el<br />

disco, haciendo un movimiento circular como quien traza signo cabalístico. Unos<br />

cuantos segundos más y el disco se llenaba <strong>de</strong> viento y se convertía en aro. Con un<br />

brusco impulso <strong>de</strong> la varilla echábalo fuera para empezar <strong>de</strong> nuevo la operación. No<br />

será necesario <strong>de</strong>cir que aquellos roscos amarillos, vidriados y tiesos como vejigas eran<br />

buñuelos. Una mujer flaca, bigotuda, con parches en las sienes, y las cejas como dos<br />

parches negros, se ocupaba en poner or<strong>de</strong>nadamente los buñuelos y en espolvorearles<br />

azúcar con un cacharrillo <strong>de</strong> lata, agujereado cual salva<strong>de</strong>ra. La misma mujer <strong>de</strong> los


parches era quien vendía, cuando alguien compraba, ensartando las docenas <strong>de</strong> buñuelos<br />

en juncos ver<strong>de</strong>s que a la mano tenía.<br />

El prestidigitador buñuelista era un hombre pequeño, antipático, tirando a viejo.<br />

Sudaba tanto con aquel continuo y fatigoso ejercicio, que su cara parecía haber estado<br />

en remojo poco antes. Para entretener el fastidio canturreaba (10) esta copla:<br />

Reinará D Carlos<br />

con la Inquisición,<br />

cuando la naranja<br />

se vuelva limón.<br />

Salvador reconoció la puerta <strong>de</strong> la casa que buscaba, y acercándose, preguntó si vivía<br />

allí el señor Pedro López, por otro nombre Tablas. Mientras el hombre se limpiaba el<br />

sudor, la hembra <strong>de</strong> los parches contestó que sí. La tien<strong>de</strong>cita ahumada don<strong>de</strong> estaba el<br />

puesto <strong>de</strong> buñuelos y aguardiente comunicábase con una lonja gran<strong>de</strong> y espaciosa,<br />

don<strong>de</strong> había espléndido comercio <strong>de</strong> carne y salchichería. Ambos establecimientos eran,<br />

al parecer, <strong>de</strong> un mismo dueño: el pequeño tenía una puerta a la calle y el gran<strong>de</strong> dos.<br />

-Es en la tienda <strong>de</strong> al lado -dijo el buñuelero sin urbanidad-; pero se pue<strong>de</strong> entrar por<br />

aquí. Pase usted, caballero... Señá Nazaria, aquí preguntan por usted.<br />

Cuando la naranja<br />

se vuelva limón. [310]<br />

Salvador penetró en la gran tienda don<strong>de</strong> podía admirarse todo lo más hermoso y<br />

rico que producen las industrias <strong>de</strong> Montánchez y Can<strong>de</strong>lario, y si no hubiera freno para<br />

las comparaciones, si todo lo visible pudiese entrar en el dominio <strong>de</strong>l arte metafórico,<br />

bien podría llamarse a aquello el palacio <strong>de</strong> las morcillas o el templo <strong>de</strong>l jamón.<br />

A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> la extraordinaria abundancia <strong>de</strong> lo que en el comercio se llama género,<br />

cautivaba en tal sitio el buen or<strong>de</strong>n y, si se quiere, la elegancia con que todo estaba<br />

colocado y mostrando que había allí buen ojo y buena mano para que lo <strong>de</strong>stinado a<br />

complacer al estómago embelesase primero a la vista. El techo era un portento, pues no<br />

parecía sino la convexidad <strong>de</strong> admirable gruta adornada <strong>de</strong> estalactitas, <strong>de</strong> corales,<br />

madréporas y raras especies <strong>de</strong> aquella parte <strong>de</strong>l reino vegetal que con el mineral se<br />

confun<strong>de</strong>n. Fijándose en los jamones que colgaban <strong>de</strong> un barrote <strong>de</strong> hierro y en las<br />

oscuras morcillas que les acompañaban, no se podía menos <strong>de</strong> pensar en algún inmenso<br />

árbol <strong>de</strong> Jauja, que había metido allí una <strong>de</strong> sus ramas, completamente llena <strong>de</strong><br />

gigantescas frutas, tan sabrosas como picantes. En graciosas cenefas y en ma<strong>de</strong>jas<br />

on<strong>de</strong>adas pendían las salchichas rojas como el pimiento <strong>de</strong> quien tomaban su afectado<br />

colorete, y las sartas <strong>de</strong> chorizos se entremezclaban con los perniles, acariciándolos<br />

suavemente con su piel crasosa. Por una columna abajo <strong>de</strong>scendían en cuelga millares


<strong>de</strong> salchichones, los unos vestidos con coraza <strong>de</strong> plata, los otros <strong>de</strong>snudos y tiesos como<br />

garrotes, en tal número, que con ellos se podría armar un ejército, si los ejércitos se<br />

batieran a cachiporrazos. En el mostrador, <strong>de</strong> pintada tabla, estaba el peso <strong>de</strong> metal<br />

amarillo, que como el más fino oro <strong>de</strong> Arabia relucía, y <strong>de</strong> unos ganchos que traían a la<br />

memoria las horcas alzadas por Chaperón en la vecina plazuela, colgaban las orondas<br />

reses puestas al <strong>de</strong>spacho. Allí era <strong>de</strong> ver la hercúlea fiereza con que un fornido<br />

inocentón manejaba el hacha sobre el tajo, haciendo trizas a la víctima, que había sido<br />

un inocentísimo carnero manchego, o benemérita vaca <strong>de</strong> la sierra <strong>de</strong> Gredos. Insensible<br />

como un verdugo, había en él también algo <strong>de</strong> la estricta equidad <strong>de</strong> quien cumple<br />

justicias superiores, porque cortaba los pedazos <strong>de</strong> modo que resultasen conforme al<br />

peso pedido, y era muy comedido <strong>de</strong> huesos y escrupuloso <strong>de</strong> piltrafas. El tajo era<br />

quizás el objeto que menos conforme estaba con el aspecto or<strong>de</strong>nado y hasta bonito <strong>de</strong><br />

la tienda. ¿Quién nos asegura que no salió <strong>de</strong>l mismo tronco <strong>de</strong> don<strong>de</strong> sacaron el que<br />

sirvió para hacer justicia a los Comuneros? Cuando nuestro buen amigo Rufete le<br />

miraba, las eda<strong>de</strong>s ominosas acudían a su mente y con ellas la imagen <strong>de</strong> los terribles<br />

escarmientos aplicados al [311] hombre por el hombre. Las rayas trazadas sobre el<br />

ma<strong>de</strong>ro por el filo <strong>de</strong>l hacha le parecían una página histórica.<br />

Las pesas subían y bajaban golpeando el mostrador duro, y <strong>de</strong> mano en mano iba<br />

pasando el sustento <strong>de</strong> todo el barrio, aquí pobre y esquilmado, allá rico y sustancioso.<br />

Sobre la tabla caía una lluvia <strong>de</strong> cuartos negros manchados <strong>de</strong> ver<strong>de</strong>, y con la música<br />

que estos hacían, se concordaba el choque <strong>de</strong> las medias libras y onzas <strong>de</strong> cobre, sin<br />

cesar dando sobre el platillo. La aguja <strong>de</strong> la balanza oscilaba constantemente como un<br />

péndulo invertido. Cuando se distribuía una res, dividiéndose en innumerables pedazos<br />

<strong>de</strong>stinados a tan diversas necesida<strong>de</strong>s humanas, se <strong>de</strong>scolgaba otra. Tan continuado<br />

rasgar <strong>de</strong> fibras y estallido <strong>de</strong> huesos causaría horror a los que no lo presenciaran todos<br />

los días. Entre el murmullo se oía: «Señá Nazaria, péseme, bien, que soy parroquiana...<br />

Señá Nazaria, córteme pierna <strong>de</strong> abajo... Señá Nazaria, tenga conciencia y vea que eso<br />

es cordilla para los gatos... Señá Nazaria, el solomillo limpio y mondo o no cobrado...<br />

Señá Nazaria, tenga conciencia en las chuletas».<br />

Y señá Nazaria atendía a todos los términos <strong>de</strong> esta baraúnda, <strong>de</strong>mostrando actividad<br />

pasmosa, inteligencia múltiple y compleja. Unía al talento para distribuir la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong><br />

alma para conce<strong>de</strong>r siempre un poco más <strong>de</strong>l peso. No era cicatera, pero cuando se creía<br />

engañada en el dinero, hacía justicia pronta y seca. En cierta ocasión agarró un moño<br />

como se podría coger una fruta, tiró <strong>de</strong> él y una copiosa cabellera negra se le quedó en<br />

la mano, por lo que se dijo que en sus gran<strong>de</strong>zas imitaba a Julio César, y en su modo <strong>de</strong><br />

guerrear a los salvajes. Era una mujer alta y gorda, no tan gorda que llegara a ser<br />

repugnante, sino llena, redon<strong>de</strong>ada y bien compartida. Si era verdad que parecía haber<br />

absorbido parte consi<strong>de</strong>rable <strong>de</strong> la infinita sustancia que en la tierra existe, también lo es<br />

que conservaba mucha ligereza en todo su cuerpo, y que no lo pesaban las mantecas. Su<br />

rostro era <strong>de</strong> admirable blancura, sus ojos garzos y negros, su nariz basta y respingada,<br />

abierta <strong>de</strong>scaradamente al aire, como gran ventana, necesaria a la respiración <strong>de</strong> un<br />

gran<strong>de</strong> y profundo edificio. El chorro <strong>de</strong> viento que entraba por aquella nariz mo<strong>de</strong>lada<br />

para el <strong>de</strong>sparpajo, imponía miedo a los espectadores <strong>de</strong> su cólera. Nazaria tenía la<br />

hermosura que por extraña amalgama <strong>de</strong> los tipos humanos, hace simpático al <strong>de</strong>scaro.<br />

Lucía enormes amatistas montadas en pendientes <strong>de</strong> filigrana como relicarios, <strong>de</strong><br />

modo que parecía llevar en cada oreja el pectoral <strong>de</strong> un obispo. Sus manos eran bonitas<br />

y gor<strong>de</strong>zuelas, y los anillos que <strong>de</strong> antiguo [312] llevaba no se le podían sacar, porque


su carne había crecido y el oro no. Tenía treinta y tantos años y era viuda <strong>de</strong> un opulento<br />

negociante <strong>de</strong> Can<strong>de</strong>lario.<br />

Por qué la llamaban Pimentosa es cosa que no se sabe; pero algunos <strong>de</strong>cían que<br />

picaba mucho y levantaba ampolla a la manera <strong>de</strong> guindilla. Se podía ir a la tienda por<br />

verla <strong>de</strong>spachar. También ella era prestidigitadora como el <strong>de</strong> los buñuelos, y parecía<br />

que se le multiplicaban milagrosamente las manos para coger pesar, cobrar, contar y<br />

<strong>de</strong>volver, todo sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> charlar ni un solo momento. Enormes cal<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> manteca<br />

blanca como espuma ocupaban un extremo <strong>de</strong>l mostrador, y era bonito ver resbalando<br />

por aquellas blanduras <strong>de</strong> grasa las esmeraldas y los diamantes clavados en los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong><br />

Nazaria. Otras veces aquellos <strong>de</strong>dos, en sangre tintos, ocupábanse en usos industriales<br />

<strong>de</strong>l género <strong>de</strong> Can<strong>de</strong>lario; pero pronto recobraban su belleza revolcándose en espuma <strong>de</strong><br />

jabón y estrujándose en agua hasta quedar limpios como el oro y finos como la seda.<br />

Así y todo se pirraban por dar una bofetada. [313]<br />

-¿Qué se le ofrecía a usted, caballero?<br />

-¿Está ese Sr. Tablas?<br />

- XI -<br />

-Perico querrá usted <strong>de</strong>cir. Esta no es hora.<br />

-Eso es, D. Pedro López.<br />

-No tan arriba. Pique más bajo.<br />

-¿Se le pue<strong>de</strong> ver, sí o no?<br />

-Creo que está durmiendo. Suba usted... Eh, tú, Rumalda... ve con este caballero... Di<br />

a Perico que si no tiene vergüenza <strong>de</strong> dormir a estas horas.<br />

Romualda era una mujercita encanijada y vestida <strong>de</strong> harapos que en la tienda<br />

inmediata ayudaba a la mujer <strong>de</strong> los parches a ensartar buñuelos. La fisonomía <strong>de</strong><br />

Romualda estaba <strong>de</strong> tal manera <strong>de</strong>svirtuada por la pali<strong>de</strong>z y por la suciedad, que no se<br />

podía <strong>de</strong>cir si era fea o bonita. Igual dificultad había para <strong>de</strong>clararla niña o mujer, y así<br />

lo menos expuesto a equivocaciones será <strong>de</strong>cir que no tenía edad ninguna.<br />

El fenómeno (pues no <strong>de</strong> otro modo era llamada en el barrio) echó a andar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

Salvador para guiarlo. Pero como el fenómeno cojeaba ninguno <strong>de</strong> los dos podía ir a<br />

prisa. Tardaron algunos minutos en vencer la escalera, cuya tortuosidad igualaba a las<br />

oscuras revueltas <strong>de</strong> la conciencia <strong>de</strong> un asesino. Por <strong>de</strong>cir algo durante el fastidio <strong>de</strong> tan<br />

penosa ascensión, Salvador preguntó a su compañera si era <strong>de</strong> la familia <strong>de</strong>l Sr. Tablas.<br />

-Es mi padre -replicó la cojuela.<br />

-Pues no lo parece -dijo el caballero-. El Sr. Tablas y la señora Nazaria están, según<br />

parece, en muy buena posición.


El fenómeno no dijo nada, y siguió subiendo. Parecía subir con un [314] solo pie. Al<br />

llegar arriba <strong>de</strong>túvose para tomar aliento. Sin duda no respiraba más que con un<br />

pulmón.<br />

-¿Se ha cansado usted, caballero?<br />

-No tal... piso tercero. La escalera no es larga, y se subiría bien si no fuese tan<br />

oscura... Tú sí estás cansada. ¿Cuántas veces al día subes?<br />

El fenómeno se quedó pensando. Por último, dijo:<br />

-Unas sesenta veces.<br />

-Es buena renta, hija. Tres mil escalones diarios.<br />

-Con poco más al cielo.<br />

Romualda no dijo más, y entrando en la casa <strong>de</strong>spertó a Pedro López, que dor mía<br />

como un canto. Des<strong>de</strong> la sala en que esperaba entretenido en contemplar las estampas<br />

<strong>de</strong> santos y toreros que cubrían las pare<strong>de</strong>s, oyó Salvador los gruñidos <strong>de</strong>l atleta al ser<br />

arrancado <strong>de</strong> su dulce sueño por la mano áspera y aceitosa <strong>de</strong>l fenómeno. Oyó <strong>de</strong>spués<br />

imprecaciones y <strong>de</strong>sperezos, y luego una ronquísima voz que <strong>de</strong>cía:<br />

-Baja a la tienda y tráeme los cigarros que <strong>de</strong>jé en el cajón gran<strong>de</strong> <strong>de</strong>l mostrador.<br />

[315]<br />

Poco <strong>de</strong>spués Tablas y Salvador se saludaban en la sala. Hablaron con interés un<br />

largo rato, y al fin dijo López:<br />

-Vámonos al café, y almorzando hablaremos <strong>de</strong> eso <strong>de</strong>spacito. Aquí no se pue<strong>de</strong><br />

hablar <strong>de</strong> nada. Nazaria es muy re-curiosa, y todo lo quiere saber.<br />

Se fueron. En la escalera hallaron al fenómeno, que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber subido para<br />

llevar los cigarros al Sr. Tablas, volvía a subir (¡oh Cristo <strong>de</strong> la cruz acuestas!) en busca<br />

<strong>de</strong> la sal para un huevo frito que se estaba comiendo la señora Nazaria.<br />

Se compren<strong>de</strong>rá por este último y no insignificante <strong>de</strong>talle que la hermosa carnicera<br />

había concluido el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> la mañana. Al fin podía gozar algún <strong>de</strong>scanso <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> aquella espantosa brega <strong>de</strong> cortar, pesar, cobrar y <strong>de</strong>volver, y en el rescoldo <strong>de</strong> la<br />

buñolería le a<strong>de</strong>rezaba la <strong>de</strong> los parches un ligero almuerzo. Detrás <strong>de</strong>l mostrador ponía<br />

su mesa Nazaria; se lavaba manos y brazos hasta el codo; quitábase aquel horrible<br />

mandil que le sirviera poco antes, y acompañada <strong>de</strong> alguna discreta amiga que <strong>de</strong> la<br />

próxima tienda <strong>de</strong> lienzos venía o <strong>de</strong> la mujer <strong>de</strong>l vinatero, restauraban sus fuerzas.<br />

Después solía tomar una almohadilla con algo <strong>de</strong> costura, y a cada instante volvía la<br />

cabeza hacia la otra tienda para <strong>de</strong>cir: -«Rumalda, sube y tráeme el <strong>de</strong>dal...». Más tar<strong>de</strong>:<br />

-«Rumalda, la seda negra que está en mi costurero...».<br />

En la buñolería, que a eso <strong>de</strong> las diez apagó sus fuegos, estaba la <strong>de</strong> los parches al<br />

frente <strong>de</strong> sus menguados <strong>de</strong>spachillos <strong>de</strong> escarola, perejil y lechugas. Romualda se<br />

comía un pedazo <strong>de</strong> pan, engañado con los restos <strong>de</strong>l almuerzo <strong>de</strong> Nazaria.


-Rumalda -dijo esta <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> medio día-, sube y dile a Petrilla que no ponga las<br />

perdices.<br />

Y media hora <strong>de</strong>spués Romualda subió a preguntar si estaba la comida. Siendo la<br />

respuesta negativa, volvió a subir para dar prisa, y cuando Nazaria se remontó <strong>de</strong>spacio<br />

a su alojamiento para comer y dormir la siesta, el fenómeno bajó a buscar las tijeras que<br />

se habían quedado en la tienda, y más tar<strong>de</strong> a <strong>de</strong>cir al cortador que cerrara, y luego fue<br />

por aceite a la lonja <strong>de</strong> la esquina.<br />

La Pimentosa comió abundantemente, como solía hacerlo, y antes <strong>de</strong> dormir la siesta<br />

mandó al fenómeno que bajase para ver si Tablas estaba en la taberna <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> las<br />

Maldonadas. Malísimo humor tenía la señora por aquella tardanza <strong>de</strong> su hombre,<br />

aunque acostumbrada estaba a tales ausencias y a otras mayores. Del mal humor pasó a<br />

la furia, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> poner como ropa <strong>de</strong> pascuas a Petrilla, a la mujer <strong>de</strong> los [3<strong>16</strong>]<br />

parches, al cortador, al lucero <strong>de</strong>l alba, al Preste Juan <strong>de</strong> las Indias, al rey David, miró a<br />

Romualda con dictatorial ceño.<br />

-¿Y tú qué haces ahí, holgazana? ¿En dón<strong>de</strong> está la media?<br />

El fenómeno respondió temblando que la media estaba abajo... ¿pues dón<strong>de</strong> había <strong>de</strong><br />

estar?<br />

-Pues correndito por ella.<br />

Y se echó a dormir. Después <strong>de</strong> la siesta recibió varias visitas, a saber: el respetable<br />

vinatero que venía con importantísimos chismes <strong>de</strong> la vecindad; la inquilina <strong>de</strong>l<br />

segundo, que era prestamista, con más conchas que un galápago y más dinero que la<br />

Real Hacienda; una criada <strong>de</strong> la señora <strong>de</strong> D. Pedro Rey que vino a traer recados <strong>de</strong> su<br />

ama, (pues Nazaria era hija <strong>de</strong> una antigua sirvienta <strong>de</strong> los Rey), y el padre Carantoña,<br />

<strong>de</strong> la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Predicadores, que algunas veces solía ir a la casa para llevarse una<br />

cestilla repleta <strong>de</strong> ricos chorizos y butifarras, con otras vituallas <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>ración.<br />

-Padre Carantoña -dijo Nazaria al <strong>de</strong>spedir al fraile-. Hágame un favor. Si ve a<br />

Rumaldilla en la tienda o jugando en la calle, dígale que suba.<br />

Aquella tar<strong>de</strong> sintiose la insigne carnicera bastante molestada <strong>de</strong> la dispepsia que<br />

pa<strong>de</strong>cía. Hallábase en disposición <strong>de</strong> abofetear a todo el género humano, porque las<br />

malas digestiones exacerbaban su carácter agrio y <strong>de</strong>spótico. Desconfiando <strong>de</strong> los<br />

médicos, sólo se aplicaba remedios que llamaremos populares, recomendados por las<br />

comadres <strong>de</strong> la vecindad, los unos <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n supersticioso, los otros <strong>de</strong>l género<br />

terapéutico familiar; y como se los administraba todos a la vez o in solidum, sin criterio,<br />

sin tino, la buena mujer estaba cada día peor. Por eso aquella tar<strong>de</strong>, se oyeron muchas<br />

veces sus vehementes gritos <strong>de</strong> mando: «-Rumalda, a la botica. -Rumalda, a casa <strong>de</strong> la<br />

tía Pistacha... que te <strong>de</strong> aquellos polvos...».<br />

En estos y otros lances, recibió una visita altamente honrosa. La sala se llenó <strong>de</strong><br />

negro, quiero <strong>de</strong>cir que entró en ella el padre Gracián acompañado <strong>de</strong> otro clérigo, no<br />

tan gran<strong>de</strong> como Su Reverencia, pero también bastante talludo. El padre Gracián era<br />

bien recibido en una y otra parte y muy querido <strong>de</strong>l vecindario <strong>de</strong> Madrid, porque a<br />

todas las casas que se honraban con su presencia, y eran muchas (aunque él no pecaba


<strong>de</strong> pedigüeño ni <strong>de</strong> entrometido, como algunos individuos monacales), llevaba siempre<br />

una misión <strong>de</strong>sinteresada y evangélica. El palacio <strong>de</strong>l rico y el cuarto numerado <strong>de</strong>l<br />

pobre abrían con igual amor sus puertas a aquel enemigo <strong>de</strong>l escándalo, a aquel<br />

trabajador incansable <strong>de</strong> la viña [317] <strong>de</strong>l Señor, a aquel guerrero <strong>de</strong> la moral cristiana,<br />

a aquel perseguidor <strong>de</strong> las malas costumbres. Hacía la propaganda <strong>de</strong> los matrimonios<br />

leales y bien acordados, <strong>de</strong> las familias pacíficas; llevaba por todas partes el pabellón <strong>de</strong><br />

las reconciliaciones y <strong>de</strong> la paz; perseguía sin tregua las irregularida<strong>de</strong>s, los odios<br />

domésticos, los amancebamientos, los <strong>de</strong>sór<strong>de</strong>nes, y su mayor gloria era encarrilar un<br />

marido extraviado, en<strong>de</strong>rezar una esposa torcida, atraer un hijo pródigo, ablandar a un<br />

padre cruel. No abandonaba ni un punto su arriesgado puesto <strong>de</strong> combate enfrente <strong>de</strong> las<br />

baterías <strong>de</strong> Satanás, y exponía su noble pecho a las burlas, a las injurias, a la mala<br />

interpretación, con tal <strong>de</strong> <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r el baluarte <strong>de</strong> Cristo en que asentaba su planta, y no<br />

<strong>de</strong>jarse quitar un palmo <strong>de</strong> terreno, sino antes bien ganar al pecado palmos, varas y<br />

leguas.<br />

La Pimentosa se turbó al verle entrar. Ella, que no respetaba nada en el mundo,<br />

respetaba al clérigo por un sentimiento natural adquirido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cuna y, si se quiere,<br />

mamado con la leche. Ofreció una silla al Padre y otra al Hermano que acompañaba al<br />

Padre.<br />

-No, no me siento -dijo con áspera voz Gracián, blandiendo su sombrero <strong>de</strong> teja,<br />

como si fuera un montante para cortar cabezas-; nos vamos enseguida. Yo no vengo<br />

aquí como el padre Carantoña a tomar chocolate y a recibir morcillas; vengo a arrojar<br />

una semilla fructífera en este erial; vengo a arrojar una palabra en este <strong>de</strong>sierto, con<br />

esperanza <strong>de</strong> que alguna vez sea oída... Me intereso por vosotros porque sois pecadores.<br />

El sano no necesita <strong>de</strong> médico, el leproso sí. Conocí a la señora Nazaria en casa <strong>de</strong> D.<br />

Pedro Rey, y allí supe su mala vida. Conocí a López en casa <strong>de</strong> D. Felicísimo, y allí<br />

supe su extravío. Pues bien, aquí vengo hoy con el mismo fin que me trajo la semana<br />

pasada; vengo a <strong>de</strong>ciros: «Casaos, casaos, casaos, que estáis perdiendo vuestras almas y<br />

dando mal ejemplo». Soy misionero <strong>de</strong> Cristo, apóstol <strong>de</strong> gentiles, y veo que no es<br />

preciso ir al Asia ni al África para encontrar salvajes. Aquellos son mejores que<br />

vosotros, porque ellos son nacidos ciegos, y vosotros, que nacisteis con vista, cerráis los<br />

ojos a la luz. Vuestra unión ilícita es un pecado mortal para vosotros y un escándalo<br />

para los fieles. Casaos, almas <strong>de</strong> cántaro, y vivid como Dios manda y la sociedad <strong>de</strong>sea.<br />

En la cara <strong>de</strong> la Pimentosa parecían fluctuar batallando la cólera y el respeto, y con<br />

turbada lengua se disculpó así:<br />

-Bueno, ya lo sé... ¡Caramba, qué trompeta <strong>de</strong> Padre!.. No soy sorda... Yo bien sé<br />

que Su Reverencia habla con razón. Pero yo me voy a separar <strong>de</strong> Tablas, yo reniego <strong>de</strong><br />

Tablas, que es un holgazán, que me está comiendo lo que gano y lo que heredé <strong>de</strong> mi<br />

difunto. [318]<br />

-Pues separaos, por la Virgen Santísima -dijo Gracián con más suaves modos-. Si él<br />

es un borracho, un haragán y un libertino, váyase enhoramala. Ayer lo calentó las orejas<br />

en casa <strong>de</strong>l Sr. Carnicero. Pero él no <strong>de</strong>sea romper esta unión ilícita, sino casarse. Tiene<br />

buen fondo. Decidid una cosa u otra; estáis llenos <strong>de</strong> pecados, vivís como fieras, no<br />

como cristianos.


-Padre, por amor <strong>de</strong> Dios -dijo Nazaria aterrada por las palabras <strong>de</strong>l clérigo-. No me<br />

caliente la cabeza. Estoy esta tar<strong>de</strong> que si me acercan a la lumbre, ardo. El mal que<br />

pa<strong>de</strong>zco...<br />

-Sí, ya sé que pa<strong>de</strong>ces un mal insufrible. ¿Pero <strong>de</strong> qué proviene ese mal? Proviene <strong>de</strong><br />

tus infames vicios, <strong>de</strong> la glotonería primero, <strong>de</strong> la cólera <strong>de</strong>spués y <strong>de</strong> otros gran<strong>de</strong>s y<br />

<strong>de</strong>plorables pecados. Luego no quieres atenerte a la medicina ni al dictamen <strong>de</strong><br />

entendidos físicos, sino que te entregas a la superstición. Has <strong>de</strong> saber que es ultrajar a<br />

Dios y a los santos creer que con palitroques pasados por los pies <strong>de</strong> una imagen se<br />

curan las enfermeda<strong>de</strong>s, y que el romero guisado al compás <strong>de</strong> un credo sirve para hacer<br />

buen quilo. ¡Error, necedad, irreverencia, sacrilegio!... No veo en esta casa más que<br />

escándalo y profanación -añadió colérico, revolviendo sus ojos y mirando las estampas<br />

que llenaban las pare<strong>de</strong>s-. ¿Qué significan estos retratos <strong>de</strong> toreros confundidos con los<br />

santos más venerables? ¿Qué significan esas muletas y esos estoques, ban<strong>de</strong>rillas y<br />

puyas, colocadas en pabellón y como al modo <strong>de</strong> ofrenda al pie <strong>de</strong> la Santísima Virgen?<br />

¿Y esa cabeza <strong>de</strong> toro que tiene pendiente <strong>de</strong> cada cuerno un Niño Jesús <strong>de</strong> alcorza?...<br />

Mujer escandalosa, hasta en los adornos <strong>de</strong> esta casa se conoce que reinan aquí la<br />

profanación, el escándalo y el vicio.<br />

-Así tenía mi marido la casa -dijo Nazaria alzando su nariz provocativa, por don<strong>de</strong><br />

entró un chorro <strong>de</strong> aire que sonaba a resoplido <strong>de</strong> fragua.<br />

-Bueno estaría también tu marido -dijo Gracián, haciendo un mohín <strong>de</strong> escarnio-.<br />

Los sentimientos <strong>de</strong> la gente <strong>de</strong> esta casa se revelan hasta en lo más insignificante. Pues<br />

si fuera a ocuparme <strong>de</strong> todo lo que hay aquí <strong>de</strong> reprensible, ¿qué diría, señora Nazaria,<br />

qué diría <strong>de</strong> la bárbara cru<strong>de</strong>za con que es tratada esa pobre niña, o mujer canija, hija<br />

<strong>de</strong>l señor Tablas?... Os tratáis como duques, y ella se confun<strong>de</strong> con los más lastimosos<br />

pordioseros. ¿Qué tal? ¿Es esto cristiano, es esto honrado? Pero don<strong>de</strong> no hay verda<strong>de</strong>ra<br />

familia no pue<strong>de</strong> haber sentimientos humanitarios ni caridad. Casaos, casaos,<br />

reconciliaos con Dios y con la Iglesia, no me cansará <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirlo. Si así lo hacéis,<br />

<strong>de</strong>spués todo se os hará fácil. [319] Salvad vuestra alma, y no contaminéis otras almas<br />

que aún están puras. Curaos <strong>de</strong> vuestro daño, y así ninguno que esté próximo a vosotros<br />

se contaminará <strong>de</strong> él... Os amonesto por tercera vez, y os amonestaré la cuarta y la<br />

quinta, porque yo, que he <strong>de</strong>spreciado tantas veces la muerte, ¿qué caso puedo hacer <strong>de</strong><br />

vuestra resistencia? Nazaria, vuelve en ti, oye mis consejos. Citando tu corazón <strong>de</strong> un<br />

grito, corre a la iglesia, no te <strong>de</strong>tengas. Me hallarás en mi confesionario. Adiós.<br />

Sin hacer reverencia alguna, impávido, formidable, como el guerrero que ha<br />

cumplido su <strong>de</strong>ber en lo más recio <strong>de</strong> un combate, salió seguido <strong>de</strong>l Hermano. Cuando<br />

bajaba la escalera, Tablas subía.<br />

[3<strong>20</strong>]<br />

- XII -


Abrió el gigante la puerta <strong>de</strong> la sala don<strong>de</strong> su giganta estaba, y antes <strong>de</strong> entrar echó<br />

en redondo una mirada recelosa, bajando la barba al pecho y escondiendo los ojos bajo<br />

las negras cejas. La amenazadora expresión <strong>de</strong> su ceño, la prominencia <strong>de</strong> su frente<br />

abultada y aquel mirar hosco daban a su cabeza semejanza con la espantable testa <strong>de</strong>l<br />

toro jarameño cuando aparece en el circo, y reconoce con su mirar <strong>de</strong> fuego el ansioso<br />

público, y parece que él mismo, antes <strong>de</strong> empezar la lidia, se espanta <strong>de</strong> la barbarie que<br />

se prepara.<br />

La nariz <strong>de</strong> Nazaria se infló hasta no po<strong>de</strong>r más. En aquellos momentos necesitaba<br />

mucho aire. Tablas dio algunos pasos hacia ella, y echándose ambas manos a la estrecha<br />

cintura, se meneó a un lado y otro como muñeco <strong>de</strong> goma, y escupió estas palabras:<br />

-¡Cristo!... si habré dicho alguna vez que no quiero clerigones en casa... ¿Por qué los<br />

has recibido?<br />

Pimentosa echó mano <strong>de</strong> un abanico y replicó así:<br />

-Porque me ha dado la real gana... En paz.<br />

-En guerra... Si les vuelvo a encontrar... van a la calle por el balcón... y tú <strong>de</strong>trás.<br />

-¡Valiente papamoscas! Pero hombre, no mates tanta gente, que se acaba el mundo.<br />

-¿Qué buscaban esos pillos?<br />

-El pillo eres tú... salvaje. ¡Tanto rezar rosarios en casa <strong>de</strong> D. Felicísimo, y llama<br />

pillos a los señores sacerdotes!...<br />

-¿A qué venían? [321]<br />

-A lo que nos ha dado la gana.<br />

-Vamos, vamos -dijo Tablas contoneándose otra vez-, que hoy estoy tan bromista,<br />

que si me tocan, por cada <strong>de</strong>do me sale un tiro.<br />

-Lo que a ti te sale es el aguardiente que has bebido.<br />

-¡Nazaria!...<br />

-Úrgame tanto así, y verás lo que es canela.<br />

-¡Nazaria!...<br />

-¿En dón<strong>de</strong> has estado hoy? dilo pronto -gritó la Pimentosa hablando a borbotones-.<br />

¿Quién es ese futraque que vino a buscarte?<br />

-A ti no te importa eso... Toma varas con los sayos negros y déjame a mí.<br />

-¡Borracho!


-¡Pues y tú!.. -exclamó Tablas, mascando su cólera-. Vamos, no quiero<br />

incomodarme... ¿Por qué has recibido a los clérigos?<br />

-Porque es mi santa voluntad. Soy reina <strong>de</strong> mi casa.<br />

-Reinita nada menos...<br />

Tablas miró a un palo que en el rincón <strong>de</strong> la sala había, y que sin duda iba a<br />

intervenir como tercer personaje en aquella escena.<br />

-Sí, reina soy y ama <strong>de</strong> todo -bramó Nazaria pálida y furiosa, extendiendo los<br />

brazos-. Mío es el pan que comes, mía la ropa que vistes, mío el tabaco que fumas, y<br />

mías las copas, las copas...<br />

No pudo <strong>de</strong>cir más porque la ahogó la tos. Su abultado seno trepidaba saltando,<br />

como vejiga <strong>de</strong> payaso.<br />

-Todo es <strong>de</strong> la señora, já, já... -dijo grotescamente López queriendo tornar en burlas<br />

afirmación que tanto le humillaba-. Después hablaremos <strong>de</strong> eso; pero ahora, dígame la<br />

reina por qué estaban aquí otra vez los sacripantes negros.<br />

-Porque yo les llamó ¿estamos?... porque me gusta el sermón y quise dar para las<br />

ánimas.<br />

-¡Anima mea!... Cristo... Con que hay pedriques en mi casa... Pues mira yo te voy a<br />

dar la Extrema. ¿No te pido el cuerpo hinsopo?... Pues verás.<br />

Volvió a mirar el palo, que ya estaba, como si dijéramos, al paño, esperando el<br />

momento <strong>de</strong> salir al escenario.<br />

-Ladrón, si te mueves, te como... -gritó Nazaria en voz tan imponente, que Tablas, ya<br />

en camino <strong>de</strong> traer al tercer personaje, se <strong>de</strong>tuvo en medio <strong>de</strong> la sala-. Ponte en la puerta<br />

<strong>de</strong> la calle ahora mismo, holgazán, gorrón, que el pan que me has comido, mejor habría<br />

sido echarlo a los perros... ¿Pues no te contentas con gastarme mi dinero y arruinarme<br />

[322] la casa, sino que me amenazas?... ¡Por vida <strong>de</strong>l arpa <strong>de</strong>l tío David, yo tenía más<br />

dinero y más comenencia que cuatro reyes, y tú me has llenado <strong>de</strong> trampas! Por ti y tus<br />

vicios estoy empeñada en más miles que pesas, trapalón, y cuando toquen a embargar,<br />

la viuda <strong>de</strong> Peribáñez el <strong>de</strong> Can<strong>de</strong>lario tendrá que ponerse al buñuelo, a la castaña, al<br />

aguardiente o al mondongo... Sacados te vea yo los ojos, hi <strong>de</strong> mujer mala. Dime,<br />

calzonazos, ¿en dón<strong>de</strong> están mis alhajas qué daban envidia a las <strong>de</strong> la Pilarica en<br />

Zaragoza? ¿en dón<strong>de</strong> están mis cuatro mantones <strong>de</strong> Manila que parecía que los habían<br />

bordado ángeles con manos <strong>de</strong> rosa?... ¡Ah! ¿dón<strong>de</strong> ha <strong>de</strong> estar todo aquel tesoro? En<br />

Peñíscola, para que el señor beba, para que el señor monte a caballo y vaya a <strong>de</strong>rribar<br />

vacas, para que el muy mamarracho convi<strong>de</strong> a los gorrones y tenga mozas... Ea, fuera<br />

espantajos. Por aquella puerta se va a la calle...<br />

-¿Sabes lo que te digo?... pues que eres una cotorra charlatana y hay que cortarte el<br />

pescuezo.


-¿Sabes lo que te digo? pues que a otros <strong>de</strong> más hígados que tú los he tendido yo <strong>de</strong><br />

un soplamocos. Mejor tuvieras vergüenza y fueras persona <strong>de</strong>cente como yo. ¿En dón<strong>de</strong><br />

pasas las noches?... ¿en qué gastas el dinero?... Y luego viene diciendo el bobo que se<br />

trata con esos señores <strong>de</strong> política, y que está armando un gatuperio como el <strong>de</strong> los<br />

tiempos en que cayó la Mamancia... ¿Qué entien<strong>de</strong>s tú <strong>de</strong> eso, cafre, si andas en dos<br />

pies porque al Señor se le olvidó hacerte la cruz en el lomo?... Mira que no se ha<br />

acabado la ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> que hicieron las horcas en la plazuela. Allá te quisiera ver colgado<br />

como una butifarra para ir a tirarte <strong>de</strong> las piernazas y verte haciendo más visajes que un<br />

cómico con hambre. ¡Política el señor Tragacantos! ¿De cuándo acá tenemos esas<br />

sabidurías? Lo que tú harás será engañar al pobre D. Felicísimo que te dio la primer<br />

bazofia que comiste en el mundo, y ven<strong>de</strong>rle a los masones, contándoles lo que pasa en<br />

su casa. ¡Ah! bribonazo, si creerás embobarme a mí, que conozco tus mañas y sé dón<strong>de</strong><br />

te aprieta la herradura.<br />

- ¡Ah!... ¡re-sangre! si digo que voy a echar al gato esa lengüecita... -dijo Tablas<br />

abalanzando sus pesadas manos hacia la cara <strong>de</strong> la Pimentosa.<br />

-Quita allá esas aspas <strong>de</strong> molino -replicó ella rechazando con extraordinaria energía<br />

las manos <strong>de</strong> su hombre.<br />

-Maldita sea la hora...<br />

Bramando así con insensata ira, Tablas hizo un gesto, o instantáneamente enganchó<br />

en su garra el moño negro <strong>de</strong> la giganta. La giganta rugió como una leona, levantose,<br />

hubo formidable choque <strong>de</strong> cuerpos y [323] cruzamiento horrible <strong>de</strong> brazos tiesos. Se<br />

balancearon, se oyó un doble gemido y un estertor siniestro, señal <strong>de</strong> violentos<br />

esfuerzos. Pero la gigantona logró <strong>de</strong>sasirse, blandió sus fornidos brazos, echó un<br />

temporal por su nariz, y rápida como el pensamiento, dio un salto, dos, tres. El piso<br />

temblaba como si pasara un carro. Nazaria llegó a una mesa y cogió un objeto<br />

voluminoso que encima <strong>de</strong> ella había. ¿Qué era aquello? Era una urna <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y<br />

cristal, alta <strong>de</strong> tres cuartas. Dentro <strong>de</strong> ella había una virgen <strong>de</strong> los Dolores, y encima un<br />

toro <strong>de</strong> yeso, dos toreros, un niño Jesús, una enormísima moña. Alzó en sus manos la<br />

mujerona todo aquel catafalco religioso-taurino, y en menos tiempo <strong>de</strong>l que se necesita<br />

para pensarlo, cayó todo con estrépito formidable sobre la cabeza <strong>de</strong> Tablas. La<br />

increpación o voz felina que este lanzó al recibir el golpe no es para <strong>de</strong>scrita. Los<br />

vidrios rotos sobre su cráneo rasgaron su frente. Sin sentir manar la sangre corrió en<br />

busca <strong>de</strong>l palo; pero antes <strong>de</strong> llegar, ya se le interpuso la Pimentosa con una silla<br />

enarbolada en ambas manos. El gigante tomó otra silla. Se <strong>de</strong>tuvieron un momento<br />

mirándose cara a cara; echándose mutuamente su ardiente resuello y cruzando los rayos<br />

<strong>de</strong> sus ojos llenos <strong>de</strong> ira. De repente la giganta soltó el mueble; había tenido una i<strong>de</strong>a<br />

feliz, salvadora. Dio un paso atrás, revolvió [324] en su cesto <strong>de</strong> costura, sacó una<br />

navaja enorme, y corriendo en seguimiento <strong>de</strong>l gigante, que retrocedía espantado,<br />

exclamó con bramido:<br />

-Te <strong>de</strong>güello...<br />

Entraron algunos vecinos, para quienes no era nuevo aquel laberinto, aunque hasta<br />

entonces no había ocurrido pen<strong>de</strong>ncia tan ruidosa en casa <strong>de</strong> Nazaria; entró también<br />

Romualda dando gritos, y todos se <strong>de</strong>dicaron a la gran<strong>de</strong> obra <strong>de</strong> la pacificación. Cada<br />

contendiente se vio ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> un grupo y oyó las exhortaciones más razonables. ¡Cosa


extraordinaria! El primero en quien se notaron síntomas <strong>de</strong> aplacamiento fue el<br />

<strong>de</strong>scalabrado López, el ofendido <strong>de</strong> palabra y <strong>de</strong> obra. Gruñendo como un mastín<br />

apaleado, dijo que él no quería per<strong>de</strong>rse, que era <strong>de</strong>masiado hombre <strong>de</strong> bien para<br />

per<strong>de</strong>rse, y que no había mujer alguna en el mundo merecedora <strong>de</strong> que se perdiera por<br />

ella un hombre. Nazaria no <strong>de</strong>cía nada, pero con los resoplidos mostraba el<br />

<strong>de</strong>sfogamiento <strong>de</strong> su cólera que parecía salir en mangas <strong>de</strong> aire <strong>de</strong>salojando el henchido<br />

seno. La navaja yacía en el suelo junto a los restos <strong>de</strong> lo que fue urna y a los pedacitos<br />

<strong>de</strong> toro <strong>de</strong> yeso que, pisados en la contienda, manchaban <strong>de</strong> blanco la fina estera.<br />

-¡Y está sangrando el canalla! -dijo la Pimentosa lanzando <strong>de</strong> su boca esas chispas <strong>de</strong><br />

risa que saltan entre las llamas <strong>de</strong> la ira iluminando el rostro-. Parece un Decehomo.<br />

-No es nada, no es nada -dijo Tablas llevándose a la frente un pañuelo que le dio el<br />

fenómeno.<br />

-Rumalda -gritó la giganta-, baja y trae un poco <strong>de</strong> vino y aceite.<br />

Viendo que la furia <strong>de</strong> uno y otro se aplacaba poco a poco, los vecinos se fueron<br />

retirando.<br />

-Se incomoda uno por cualquier maja<strong>de</strong>ría -murmuró López, <strong>de</strong>jando que Nazaria le<br />

aplicase el pañuelo a la frente-. Cuando uno va a reparar ya ha hecho una barbaridad... y<br />

hombre perdido.<br />

-Le hablan a una con malos modos, y a una se le sube la mostaza a la nariz, y allá te<br />

vas lengua.<br />

-Y gracias que uno es pru<strong>de</strong>nte y sabe las mañas <strong>de</strong> la fiera y le para los pies... -dijo<br />

López queriendo dar explicaciones <strong>de</strong> su cobardía.<br />

-Y si a una le preguntaran con buen modo lo que buscaban los padres caras, una<br />

contestaría que venían a sus pedriques, y en paz. Pero se incomoda la gente por una<br />

palabra... Hay lenguas que tiran coces... No se pue<strong>de</strong> remediar...<br />

-Yo soy un ángel; pero cuando me solicitan, embisto. ¡Qué genio me ha dado Dios!<br />

Yo mismo me tengo miedo a veces... Rumalda... [325]<br />

Rumalda había llegado con el aceite y con el vino, y Nazaria aprontaba el remedio<br />

que reclama toda cabeza sobre la cual se ha hecho pedazos una urna.<br />

-Rumalda, no tengo tabaco -dijo el atleta-; bájate al estanco... pronto, chica... Pues<br />

como iba diciendo, si a un hombre como yo, que es todo pólvora, se le hubiera<br />

preguntado con <strong>de</strong>cencia dón<strong>de</strong> había pasado el día y qué negocios traía con el futraque,<br />

el hombre habría contestado como un caballero. ¡Si aquí no hay misterio...! Que un<br />

señor, a quien conocí en casa <strong>de</strong> D. Felicísimo, viene a buscarme y me dice: «Sr. López,<br />

me va usted a hacer un favor muy gran<strong>de</strong>. -Usted disponga, señor mío... -Pues hace dos<br />

meses, la policía registró una casa <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Belén, don<strong>de</strong> se reunían unos cuantos<br />

partidarios <strong>de</strong> D. Carlos. La policía fue sobornada en aquella ocasión y no prendió a<br />

nadie. Pero el Gobierno ha cambiado los guindillas <strong>de</strong> soflama por otros, y anoche<br />

volvió la policía a registrar la casa <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Belén, y pescó a cinco sujetos, y les


puso en la cárcel <strong>de</strong> Villa. -De lo cual me alegro, Sr. D. Salvador. -Pues mire usted, Sr.<br />

Tablas, yo vengo a que usted me haga el favor <strong>de</strong> proporcionar a uno <strong>de</strong> esos cinco<br />

sujetos los medios <strong>de</strong> fugarse, porque corre el run run <strong>de</strong> que les van a fusilar. -¿Es<br />

pariente <strong>de</strong> usted? -Sí señor. ¿Usted ha estado empleado en la cárcel <strong>de</strong> Villa? -Sí señor.<br />

-Usted favoreció la escapatoria <strong>de</strong> Olózaga. -Sí, señor. -Usted podrá hacer ahora otro<br />

tanto. -Sí señor. -Pues es preciso hacerlo. -¿Cuánto vamos ganando? -Tanto. -Es poco.<br />

-Pues cuanto. -Nos arreglaremos. -¿Quién es el sujeto? -Pues es Fulano <strong>de</strong> Tal.<br />

-A<strong>de</strong>lante, empezaremos a trabajar hoy mismo. Vamos al café y a la taberna;<br />

hablaremos con los chicos <strong>de</strong> la cárcel...». Total, que hemos estado todo el día<br />

inventando diabluras, y luego fuimos a casa <strong>de</strong> don Felicísimo, que también está<br />

empeñado en poner en salvo a ese preso. Y <strong>de</strong> unos y <strong>de</strong> otros he <strong>de</strong> sacar metal, mujer,<br />

mucho metal, para <strong>de</strong>sempeñar lo que hemos empeñado, y quitar trampas... fuera<br />

trampas, venga acá dinerazo <strong>de</strong> la gente carlina, y juntándolo con el dinerito <strong>de</strong> la gente<br />

masona, verás como nuestra hacienda se pone otra vez <strong>de</strong> pie...<br />

La reconciliación era ya segura, y los endurecidos ánimos se ablandaban<br />

rápidamente al calor <strong>de</strong> la confianza. La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que Tablas ganase algún dinero, i<strong>de</strong>a<br />

novísima y extravagante, produjo en el espíritu <strong>de</strong> Nazaria benéfica y reparadora<br />

reacción. Aunque no era tonta, se <strong>de</strong>jaba alucinar fácilmente por risueñas quimeras,<br />

como persona crédula y sin experiencia que había vivido siempre en el mayor <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n<br />

moral y económico, y ya le parecía estar viendo las talegas que entraban por la [326]<br />

puerta, ganadas en la explotación <strong>de</strong> toda aquella caterva política que ya se llamaba<br />

carlina ya masónica. Tablas había <strong>de</strong>rrochado sumas relativamente consi<strong>de</strong>rables. Si<br />

ahora traía a la casa otras sumas mayores, se trocaba <strong>de</strong> libertino y perdido en el hombre<br />

más allegador y apersonado <strong>de</strong> todo el barrio. ¡Bien, re-Cristo! Nazaria, que juntamente<br />

con la fiereza tenía la inocencia <strong>de</strong> la bestia cornúpeta a quien tan fácilmente engaña un<br />

vil trapo rojo, se calmó y sintió dolor muy vivo <strong>de</strong> haber ofendido a su gigante. Así<br />

proce<strong>de</strong> siempre, pasando <strong>de</strong> salvajes cóleras a vergonzosas con<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncias, toda esa<br />

gente <strong>de</strong>salmada, ignorante y tan incapaz <strong>de</strong> calcular sus intereses como <strong>de</strong> refrenar sus<br />

pasiones.<br />

Se reconciliaron. El aceite juntó su pringosa suavidad con la acritud astringente <strong>de</strong>l<br />

vino, y batidos y juntados sellaron el pacto, cuando los <strong>de</strong>dos gor<strong>de</strong>zuelos <strong>de</strong> Nazaria<br />

vendaban aquella frente merecedora <strong>de</strong>l yugo para tirar <strong>de</strong> un arado.<br />

Dignos <strong>de</strong> lástima eran aquellos dos seres, pertenecientes a la clase más numerosa y<br />

más compleja <strong>de</strong>l país, por la confusión <strong>de</strong> vicios y virtu<strong>de</strong>s que en ella había; pero<br />

Nazaria merecía más que su cómplice la compasión, porque valía un poco más, valiendo<br />

muy poco. En ella la barbarie y la tosquedad eran tales, que ahogaban los sentimientos<br />

generosos que a veces brotaban en su corazón cual hierbecilla en la grieta húmeda. Una<br />

religiosidad sonora y supersticiosa no bastaba a suplir en ella la falta absoluta <strong>de</strong> luces y<br />

<strong>de</strong> i<strong>de</strong>as morales. Vivía en el escándalo, sostenida por el ejemplo <strong>de</strong> otros escándalos<br />

mayores, y aunque alguna vez nacía y se agitaba en su alma como un misterioso prurito<br />

<strong>de</strong>l bien, una especie <strong>de</strong> adivinación que ella no podía precisar, eran tales las exigencias<br />

<strong>de</strong> la naturaleza en ella, que no podía, ni en pensamiento, separar su persona <strong>de</strong> la<br />

persona <strong>de</strong> aquel monstruo. ¡Irresistible atracción la <strong>de</strong> un gigante que ni era listo, ni<br />

simpático, ni noble, ni siquiera guapo! Tan gran<strong>de</strong> es la miseria humana, que allí don<strong>de</strong><br />

aparentemente no hay cualida<strong>de</strong>s que sirvan <strong>de</strong> base a un verda<strong>de</strong>ro amor, suelen<br />

encontrar alguna las gigantas fogosas como la hermosa viuda <strong>de</strong> Peribáñez. [327]


- XIII -<br />

¡Qué lejos estaba el excelente padre Gracián <strong>de</strong> que su exhortación moral había<br />

motivado una reyerta que pudo ser drama sangriento! Él se retiró aquella tar<strong>de</strong> muy<br />

satisfecho <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber predicado la unión, la concordia y la paz matrimonial en<br />

otras dos o tres casas. Al entrar en su celda pensó que el día había sido fecundo en<br />

resultados evangélicos, y que con muchas batallas semejantes, pronto había <strong>de</strong> verse el<br />

Enemigo muy mal y acorralado en las últimas trincheras <strong>de</strong>l pecado.<br />

Antes <strong>de</strong> dormir, consagró dos horas al estudio y a la ciencia <strong>de</strong> que era maestro en<br />

las aulas <strong>de</strong>l Colegio Imperial, la profunda y enmarañada Ética. Después oró y meditó<br />

por espacio <strong>de</strong> otras dos horas largas, puesto <strong>de</strong> hinojos a ratos, y a ratos tendido boca<br />

abajo sobre el suelo. Lejos <strong>de</strong> haber en este las blanduras suntuarias con que los<br />

pecadores atien<strong>de</strong>n al sibaritismo <strong>de</strong> los pies, era la dureza misma combinada con la<br />

frialdad, para que la mortificación fuese conforme a la implacable saña con que varón<br />

tan santo trataba a su carne miserable. Allí no habla alfombra, ni estera, ni cosa que a tal<br />

se pareciese, sino ligera capa <strong>de</strong> tierra, rojiza extendida sobre los ladrillos, la cual era<br />

traída <strong>de</strong> la cueva <strong>de</strong> San Ignacio en Manresa y servía para producir en el espíritu <strong>de</strong>l<br />

clérigo la piadosa ilusión <strong>de</strong> que en la misma santa cueva estaba. Últimamente había<br />

repartido entre sus buenos amigotes tantas porcioncillas <strong>de</strong> aquella bendita y quizás<br />

milagrosa arcilla, que la celda se iba quedando limpia, y por varias partes pedía algunos<br />

escobazos que la acabaran <strong>de</strong> limpiar. Lo <strong>de</strong>más <strong>de</strong> la reducida estancia era<br />

insignificante y revelaba la humildad y el estudio, cosas en verdad que fraternizan<br />

perfectamente. [328]<br />

El jesuita durmió <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> estudiar y <strong>de</strong> mortificarse, y abandonó <strong>de</strong> madrugada el<br />

lecho. Rezó, dijo misa, (y las suyas por lo tempranas y lo largas, eran muy elogiadas<br />

entre las personas piadosas <strong>de</strong> aquel populoso barrio) y <strong>de</strong>spués entró en su cátedra,<br />

seguido <strong>de</strong> muchedumbre <strong>de</strong> escolares. Esto se repetía diariamente, mes tras mes, año<br />

tras año. En sus explicaciones filosóficas, Gracián realizaba el prodigio <strong>de</strong> volver claro<br />

lo oscuro y <strong>de</strong> hacer ver las honduras <strong>de</strong> aquella ciencia, iluminando la superficie con la<br />

luz <strong>de</strong> un método admirable y <strong>de</strong> un <strong>de</strong>cir ameno. Sus discípulos le querían por todo<br />

extremo, y era uno <strong>de</strong> esos maestros siempre preferidos y siempre elogiados que hacen<br />

amable el estudio. En las horas <strong>de</strong> recreo veíase ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> enjambre <strong>de</strong> colegiales, que<br />

<strong>de</strong>jaban el escaso solaz <strong>de</strong> aquella hora para consultar con el Padre puntos oscuros <strong>de</strong> la<br />

conferencia señalada, y platicar sobre cualquier tema <strong>de</strong> humanida<strong>de</strong>s o teología, pues<br />

en todo ello y aun en otra clase <strong>de</strong> sabidurías era muy versado el bendito clérigo.<br />

En aquellos tiempos, ¡oh tiempos clásicos! todo se estudiaba en latín, incluso el latín<br />

mismo, y era <strong>de</strong> ver la gran confusión en que caía un alumno novel, cuando le ponían en<br />

la mano el Nebrija con sus reglas escritas en aquella misma lengua que no se había<br />

aprendido todavía. Poco a poco iba saliendo <strong>de</strong>l paso con el admirable método <strong>de</strong><br />

enseñanza adoptado por la Compañía, y acostumbrándose al manejo <strong>de</strong>l Calepino para<br />

los significados castellanos, y <strong>de</strong>l Thesaurus para la operación inversa, pronto llegaba a<br />

explicarse como Quinto Curcio o Cornelio Nepote. Las lecciones se daban en latín, y<br />

para que los chicos se familiarizasen con la lengua que era llave maestra <strong>de</strong> todo el


saber divino y humano, hasta se les exigía que hablasen latín en sus conversaciones<br />

privadas, <strong>de</strong> don<strong>de</strong> vino esa graciosa latinidad macarrónica, que ha producido inmenso<br />

centón <strong>de</strong> chistes, y hasta algunas piezas literarias, que no carecen <strong>de</strong> mérito, como la<br />

Metrificatio invectivalis <strong>de</strong> Iriarte y las sátiras políticas que se han hecho <strong>de</strong>spués. Si<br />

Horacio y Cicerón hubieran, por arte <strong>de</strong>l Demonio, salido <strong>de</strong> sus tumbas para oír como<br />

hablaban los malditos chicos <strong>de</strong>l Colegio Imperial, habría sido curioso ver la cara que<br />

ponían aquellos dignos sujetos a cada instante se oía: Quantas habeo ganas<br />

manducandi!... Carissime, hodie castigavit me Pater Fernán<strong>de</strong>z (vel á Ferdinando),<br />

propter charlationen meam... ¡Eheu, paupérrime! ¿Ibis in calabozum?... Non; sed fugit<br />

meriendicula mea. Dum tu chocolate bollisque amplificas barrigam tuam, ego meos<br />

soplabo <strong>de</strong>dos. Guarda mihi quamquam frioleritam.<br />

El que así se expresaba era un muchacho <strong>de</strong>spiertísimo, nombrado [329] Calisto<br />

Rodríguez, aunque en el colegio, sin dada por lo diminuto <strong>de</strong> su persona y por su<br />

inquietud <strong>de</strong> ardilla, nadie le llamaba sino Don Rodriguín. Era tan bizco que, al mirar,<br />

un ojo se le metía <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l otro, como malicioso flechero, que se escon<strong>de</strong> para hacer<br />

mejor la puntería <strong>de</strong> su dardo. Su travesura y charlatanismo daban no poco que hacer a<br />

los Padres, y si a<strong>de</strong>lantaba en sus estudios era más bien por sus brillantes dotes que por<br />

su aplicación. El estrabismo daba chocarrera gracia a su rostro, y con el bonete terciado,<br />

como solía llevarlo, parecía un diablillo enmascarado <strong>de</strong> clérigo. Alborotaba mucho en<br />

las horas <strong>de</strong> recreo; sublevaba las masas escolares en las <strong>de</strong> estudio, y a pesar <strong>de</strong><br />

pertenecer a una familia rabiosamente carlina, en la cual había muchos canónigos,<br />

frailes y hasta un obispo, sus inclinaciones eclesiásticas no eran muy <strong>de</strong>cididas.<br />

Por jácara, más que por espíritu <strong>de</strong> erudición, D. Rodriguín se había prohibido en<br />

absoluto la lengua castellana, y hasta las frases más familiares y las más insignificantes<br />

expresiones las latinizaba con zandunga, entremezclando siempre en su charla trozos <strong>de</strong><br />

los clásicos y fragmentos <strong>de</strong> verso y prosa, vinieran o no a cuento. Así, cuando se<br />

escabullía <strong>de</strong> la sala <strong>de</strong> estudio para ir a fumar un cigarro a hurtadillas, <strong>de</strong>cía: Eo in<br />

chupatorium, procul negotiis. El chupatorio era un rinconcillo <strong>de</strong>l claustro alto, que<br />

daba al patio, y recibió este nombre por ser lugar a propósito para echar una fumada sin<br />

ser visto <strong>de</strong> los Padres. Para anunciar a sus compañeros en la sala <strong>de</strong> estudio que venía<br />

el Padre Fernán<strong>de</strong>z, varón pesado cuyos pies <strong>de</strong> plomo hacían temblar el pavimento,<br />

<strong>de</strong>cía: Cavete Ferdinandum... Ecce draco... Exaudite... quatit ungula campum. En las<br />

horas <strong>de</strong> recreo, en el claustro bajo, no perdía ripio para motejar a los condiscípulos, y si<br />

algún extraño entraba en la casa para hablar con los jesuitas, Grijalva le había <strong>de</strong> echar<br />

su latín correspondiente, verbi gratia:<br />

«Vi<strong>de</strong>te Piaonem ad petendum Gratianum... arca<strong>de</strong>s ambo».<br />

El bueno <strong>de</strong> D. Juan iba muchas tar<strong>de</strong>s en busca <strong>de</strong>l Padre Gracián para conferenciar<br />

con él <strong>de</strong> los últimos obstáculos que convenía allanar para casarse con Micaelita.<br />

Hablando <strong>de</strong> la tierra con que el profesor <strong>de</strong> Ética alfombraba su celda, <strong>de</strong>cía el<br />

estudiante: «Sunt quos pulverum manresianum collegisse jurat».<br />

Durante las partidas <strong>de</strong> pelota, a que era muy aficionado, se le oía constantemente:<br />

«Bene... fortiter... Italiam contra... ego valeo... amen dico... vobis... fuerunt vel fuere...<br />

pasce capellas». [330]


Era el capitán <strong>de</strong> todas las fechorías perpetradas en el colegio, <strong>de</strong> noche, burlando la<br />

vigilancia <strong>de</strong> los Padres, bien para hacer un escalo en la <strong>de</strong>spensa y proveerse <strong>de</strong><br />

víveres, bien para efectuar un bromazo, eligiendo por víctima a un <strong>de</strong>sdichado novato<br />

sin experiencia. Si alguna tar<strong>de</strong> lograba escaparse y subir a las boardillas, se entretenía<br />

en tirar cáscaras <strong>de</strong> nueces a los balcones <strong>de</strong> Nazaria que fronteros <strong>de</strong> la fachada <strong>de</strong>l<br />

colegio estaban, o en disparar peladillas contra la cojuela, que solía sentarse por las<br />

tar<strong>de</strong>s en la puerta <strong>de</strong> la carnecería, templum mantecationis.<br />

Otras muchas barrabasadas hacía para matar el fastidio y hacerse aplaudir <strong>de</strong> sus<br />

compañeros, pues le gustaba, como a todos los traviesos, oír los encomios <strong>de</strong> sus<br />

atrevimientos. Pero su mayor lucimiento provino <strong>de</strong> una memorable invención suya,<br />

con la cual alcanzó aplausos y lisonjas, que traspasando el círculo <strong>de</strong>l colegio, llegaron<br />

al público. Fue que compuso un Discurso apologético macarrónico sobre un suceso<br />

público <strong>de</strong> la más alta importancia en aquellos días, y lo hizo con tan gracioso<br />

<strong>de</strong>sparpajo, tanta donosura en los disparates, tan gran<strong>de</strong> agu<strong>de</strong>za en lo <strong>de</strong>scriptivo y tan<br />

furibunda intención en la sátira personal, que la composición produjo en el colegio un<br />

verda<strong>de</strong>ro escándalo.<br />

Habiendo enfermado D. Rodriguín a principios <strong>de</strong> Junio, su familia le sacó <strong>de</strong>l<br />

colegio. Restablecido en un par <strong>de</strong> semanas, no quiso volver a la clausura hasta no<br />

presenciar las grandiosas ceremonias <strong>de</strong> la jura <strong>de</strong> la Princesa Isabel, y las alegres<br />

fiestas <strong>de</strong> los tres días que siguieron al <strong>20</strong>. Todo lo vio y en todo metió las narices el<br />

bullicioso estudiante, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la imponente función <strong>de</strong> San Jerónimo, hasta la justa <strong>de</strong> los<br />

maestrantes fuera <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> Alcalá; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la fiesta nacional <strong>de</strong> toros con caballeros<br />

en plaza, en la Mayor, hasta el simulacro militar. Cansado <strong>de</strong> tanto correr, durante los<br />

tres días, entró en el colegio, tomó la pluma, y enjaretó su famoso Discurso apologético<br />

macarrónico. A medida que iba escribiéndolo, leía trozos <strong>de</strong> él en los corrillos <strong>de</strong><br />

estudiantes, y [331] bien pronto la fama <strong>de</strong> aquellos graciosos dislates se extendió por<br />

San Isidro, llegó a oídos <strong>de</strong> los Padres, y estos pidieron el manuscrito (11) . Negolo y no<br />

quiso darlo D. Rodriguín por temor a una reprimenda; pero como ya los escolares<br />

amigos <strong>de</strong>l autor habían sacado varias copias, facilitaron una al Padre Fernán<strong>de</strong>z (vel a<br />

Ferdinando), el cual se regocijó mucho con la lectura. Enterados los <strong>de</strong>más jesuitas se<br />

rieron en coro y a todo trapo, porque a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> las chuscadas <strong>de</strong> la forma, había en el<br />

discurso una intención satírica que les agradaba en extremo. Don Rodriguín no fue<br />

castigado por su travesura latinizante; entregó a los Padres el manuscrito original don<strong>de</strong><br />

se conservaba, según dijo, toda la pureza clásica <strong>de</strong>l texto, libre <strong>de</strong> los múltiples errores<br />

<strong>de</strong> las copias, y gozó extraordinariamente con su triunfo literario.<br />

Es lástima que no podamos dar a conocer en toda su extensión esta obra, que uno a<br />

sus gracias, el mérito <strong>de</strong> ser un precioso documento histórico, pues en ella está <strong>de</strong>scrito<br />

con <strong>de</strong>talles mil el solemnísimo acto <strong>de</strong> la jura, y narradas las fiestas con que la<br />

monarquía quiso hacer memorable aquel suceso. Los personajes todos <strong>de</strong> la época,<br />

retratados en caricatura, dan mayor realce al discurso, y la intención perversa que en<br />

cada comentario campea, pinta el espíritu <strong>de</strong> un bando político que era en aquellos días,<br />

si no la mayoría, parte gran<strong>de</strong> y granada <strong>de</strong> la Nación española. En la imposibilidad <strong>de</strong><br />

transcribir la composición entera, daremos cuenta <strong>de</strong> ella según el arte y modo <strong>de</strong> la<br />

crítica ligera, haciendo resaltar algunas <strong>de</strong> sus caprichosas donosuras, y callando mucho<br />

<strong>de</strong> lo que contiene, por ser materia vedada a la publicidad.


Empezaba <strong>de</strong>scribiendo la comitiva que salió <strong>de</strong>l palacio <strong>de</strong> San Juan para San<br />

Jerónimo, el aspecto <strong>de</strong> este templo, la corte y su servidumbre, los obispos, los<br />

procuradores <strong>de</strong> las ciuda<strong>de</strong>s con voto en Cortes y los treinta títulos <strong>de</strong> Castilla que<br />

representaban la nobleza <strong>de</strong>l reino. Luego venía el Magister ceremoniarum, el Indiarum<br />

Patriarca, el duque <strong>de</strong> Medinaceli (Cœlico-Metinensi dux) presidiendo a los nobles...<br />

«Concurrebant cortesani frailesque, <strong>de</strong>cía el texto, milites cum morrione atque<br />

canonici cum piporro. Turbamulta sequebat guardiarum Corporis cum ban doleris, et<br />

damarum caterva inter mayordomos miscuebatur». Pintando al Rey, que en su trono<br />

presidía el acto, se expresaba Rodriguín en estos irrespetuosos términos: «Regium<br />

estafermum in throno posuerunt. Inmovilis tanquam sacus furfuris lascivis oculis<br />

circunspicebat danarum pectorem quasi nudum et caritas guapas». A Cristina y <strong>de</strong>más<br />

familia la nombraba en términos más irreverentes aún. «Venus Partenopea, graciositer<br />

fecebat peren<strong>de</strong>ngues inter caballeritos, dum tenera Isabella pen<strong>de</strong>bat a nodrizæ [332]<br />

mamellis. Dominus Francisquitus cum Carlota ejus se<strong>de</strong>bat in aureo rincone. ¡Oh<br />

quantum erat inflammata Carlota propter vinum!».<br />

Conticuere omnes, <strong>de</strong>cía al narrar la ceremonia, y luego contaba cómo había jurado<br />

D. Francisco poniéndose <strong>de</strong> rodillas y extendiendo la mano sobre el crucifijo; cómo le<br />

había abrazado el Rey, cómo había el Infante besado la mano <strong>de</strong> Cristina y <strong>de</strong> la<br />

Princesa. Al llegar aquí lanzaba el autor una larga epifonema y luego ariadía: Sic itur ad<br />

astra.<br />

Describía el <strong>de</strong>sfilar <strong>de</strong> los Procuradores, obispos y gran<strong>de</strong>s, que uno tras otro se<br />

a<strong>de</strong>lantaban lentamente para jurar, sicut recua, y en el párrafo siguiente ponía la salida<br />

pública <strong>de</strong> la corte <strong>de</strong>s<strong>de</strong> San Jerónimo hasta Palacio. Cum repeto diem, exclamaba<br />

parodiando a Ovidio, agitantur in manibus castañuelæ meis. La famosa función <strong>de</strong> toros<br />

con caballeros en plaza, espectáculo nuevo en Madrid por aquel tiempo, era tratada por<br />

D. Rodriguín con la amplitud que el caso merecía. No se libraron <strong>de</strong> sus dardos los<br />

caballeros rejoneadores, ni las damas que les apadrinaron, ni los alcal<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Corte que<br />

dirigían la fiesta. No se <strong>de</strong>jó en el tintero ninguna <strong>de</strong> las partes <strong>de</strong> la fiesta, y en toda su<br />

charla macarrónica se veía claramente la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> representar en el pobre toro aburrido y<br />

pinchado por todas partes al partido cristino, <strong>de</strong> quien daban cuenta al fin, rematándolo,<br />

los apostólicos, representados en el simbólico circo por espadas, picadores y puntilleros.<br />

Plaudite cives, <strong>de</strong>cía al fin, et ruant masones, turba mentecatorum. Concluía este<br />

párrafo diciendo que pronto empezaría la corrida en los campos <strong>de</strong> batalla, y exclamaba:<br />

Cedant cornu armæ.<br />

No nos ocuparemos <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong> la composición porque su contenido es <strong>de</strong>masiado<br />

extenso y quizás harto <strong>de</strong>senfadado. Para completar su obra, el pícaro estudiante satirizó<br />

también al Comisario <strong>de</strong> Cruzada, Sr. Varela, plena cruoris hirudo (sanguijuela llena <strong>de</strong><br />

sangre), que hizo cuantiosos donativos a los pobres para celebrar la jura; también<br />

flageló al general Castaños, nombrado duque <strong>de</strong> Bailén, y a todos los <strong>de</strong>más que<br />

recibieron merce<strong>de</strong>s en aquellos días. Y amenazándoles les <strong>de</strong>cía en el último <strong>de</strong>lirio<br />

macarrónico: Jam vobis dicabitur misis, ya os lo dirán <strong>de</strong> misas. [333]<br />

- XIV -


No marchaba muy bien el negocio que Salvador entre manos traía, porque la<br />

vigilancia en la cárcel <strong>de</strong> Villa era más estrecha y rigurosa que en los tiempos <strong>de</strong> la<br />

dramática evasión <strong>de</strong> Olózaga. En vano Tablas llenaba <strong>de</strong> aguardiente los cuerpos <strong>de</strong><br />

uno y otro manda<strong>de</strong>ro, sin olvidar la conquista <strong>de</strong> los alcai<strong>de</strong>s por medio <strong>de</strong> merendonas<br />

y duros; en vano se hacían trabajos en esfera, más alta, dirigidos a ablandar o corromper<br />

a sujetos <strong>de</strong> mayor categoría. Con disimulo, pero también con brío gestionaba Genara,<br />

más que por afecto al preso, por librarse <strong>de</strong> la situación <strong>de</strong>sagradable en que el encierro<br />

<strong>de</strong> su esposo la ponía; y Pipaón (patriarca zascandilorum, según el macarrónico), <strong>de</strong><br />

acuerdo con Carnicero y otros compadres, manejaba también con arte sus consi<strong>de</strong>rables<br />

influencias. Tantos esfuerzos reunidos dieron al fin el resultado feliz que todos<br />

<strong>de</strong>seaban; pero hay indicios seguros <strong>de</strong> que el Sr. Navarro <strong>de</strong>bió principalmente su<br />

venturosa escapatoria, a la con<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia o complicidad <strong>de</strong> la gente menuda, siempre<br />

venal; <strong>de</strong> modo que Salvador no se arrepintió <strong>de</strong> haber recurrido al buenazo <strong>de</strong> Pedro<br />

López, ni este se arrepintió <strong>de</strong> servirle, porque, habiendo cobrado en moneda corriente<br />

sus estipendios y el importe <strong>de</strong> todos los gastos, pudo ofrecer a la iracunda Nazaria<br />

parte <strong>de</strong>l caudal que le había <strong>de</strong>rrochado. Después se verá en qué emplearon el dinero<br />

adquirido por tan extraña industria.<br />

Los presos eran tres: D. Carlos, un fraile aragonés que pereció el año 35 en Zaragoza<br />

cuando la célebre causa y conspiración <strong>de</strong> D. Vicente Ena, y un capitán <strong>de</strong> caballería<br />

que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mucho antes andaba en aquellos trotes, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ser masón el <strong>20</strong> e<br />

in<strong>de</strong>finido el 24, había ingresado en los nacientes y aún no fogueados ejércitos <strong>de</strong>l<br />

Infante. No habría [334] sucedido nada si todos los señores congregados en casa <strong>de</strong> las<br />

<strong>de</strong> Porreño hubieran procedido con la discreción que se acostumbraba en tales reuniones<br />

ilícitas cuando las sorprendía la justicia. Seis <strong>de</strong> los conspiradores se escondieron en lo<br />

más hondo <strong>de</strong> la casa; el capitán y el fraile se pusieron a rezar el rosario; mas D. Carlos<br />

Navarro, que era, por sa geniazo díscolo y entero, enemigo <strong>de</strong> bajas comedias y <strong>de</strong><br />

disimulos viles, afrentó a los polizontes, les dijo mil herejías, y no pudiendo contener su<br />

ira, abofeteó al que parecía principal entre ellos. Este acto <strong>de</strong> violencia, cuando lo que<br />

hacía falta era maña y dulzura, les llevó a los tres a la cárcel <strong>de</strong> Villa, don<strong>de</strong> habrían<br />

estado todo el tiempo que exige una buena y voluminosa causa <strong>de</strong> mil folios, si no<br />

vinieran en auxilio <strong>de</strong> Navarro las tramas que hemos mencionado, en auxilio <strong>de</strong>l fraile<br />

el fuero eclesiástico, y <strong>de</strong>l capitán la muerte, que se le llevó a los seis meses <strong>de</strong> encierro.<br />

La <strong>de</strong>solación que causó a las dignas señoras <strong>de</strong> Porreño aquel suceso, no se expresa<br />

con las frías palabras <strong>de</strong> la historia. El <strong>de</strong>scrédito <strong>de</strong> su casa, la vergüenza y el<br />

azoramiento en que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces vivían, y por último, la falta <strong>de</strong>l auxilio pecuniario<br />

que D. Carlos les daba, precipitaron <strong>de</strong> tal modo su <strong>de</strong>ca<strong>de</strong>ncia, que bien pronto se<br />

vieron en aquel término lastimoso en que la estrechez se confun<strong>de</strong> con la miseria.<br />

El atroz Navarro, luego que se vio fuera <strong>de</strong> la cárcel no quiso averiguar el po<strong>de</strong>r que<br />

le había salvado. Su orgullo le inclinaba a no atribuir su salvación a ninguna persona<br />

que le tuviera afecto. «A mí nadie me quiere, <strong>de</strong>cía, nada tengo que agra<strong>de</strong>cer a ningún<br />

hombre. Sólo Dios me ha salvado». Pasó algunas horas en casa <strong>de</strong> las señoras, en cuya<br />

compañía había vivido, los dio una limosna con carácter <strong>de</strong> liquidación <strong>de</strong> atrasos, y<br />

acompañado <strong>de</strong> Oricaín y Zugarramurdi, que habían quedado libres y que siempre le<br />

eran fieles, partió disfrazado <strong>de</strong> arriero para las Provincias Vascongadas y Navarra.<br />

Nadie le vio. Se fue con su indignación crónica y su incurable soberbia, siempre<br />

enfermo, gruñón siempre. A nadie dio cuenta <strong>de</strong> sus planes, y parecía <strong>de</strong>testar a sus<br />

comilitones políticos lo mismo que a sus enemigos. No quería tratos con nadie, ni con


su hermano, a quien no podía amar aunque lo intentase, ni con su mujer, a quien<br />

aborrecía <strong>de</strong> la manera extraña que se aborrece lo amado. Aquel carácter tétrico,<br />

compuesto <strong>de</strong> orgullo y tenacidad, endurecido más por el tedio, la <strong>de</strong>sconfianza y la<br />

lesión hepática, necesitaba manifestarse en una acción propia y libre. La disciplina había<br />

concluido para él. Sonaba en la historia la trompeta lúgubre <strong>de</strong> las guerrillas. El feroz<br />

soldado <strong>de</strong> partidas la oía resonar en su alma solitaria y [335] sombría, y marchaba sin<br />

saber adon<strong>de</strong> ni por don<strong>de</strong>. Sólo aquel eco podía <strong>de</strong>spertar en aquella alma el amor a la<br />

vida, evocar la fe, o infundirle [336] el ardor <strong>de</strong> un trabajo glorioso. Como estos<br />

soldados misántropos <strong>de</strong> corazón entenebrecido son más dignos <strong>de</strong> lástima que <strong>de</strong> odio,<br />

y como tienen, en medio <strong>de</strong> sus graves errores, cierta nobleza y lealtad que infun<strong>de</strong><br />

simpatías, saludamos con respeto al fugitivo guerrillero, diciéndole: «Dios vaya contigo,<br />

salvaje».<br />

Entre tanto, el interés que Salvador había puesto en favorecer a su <strong>de</strong>sagra<strong>de</strong>cido<br />

hermano le ocasionó algunos disgustos, porque enterados <strong>de</strong> él algunos <strong>de</strong> sus antiguos<br />

amigotes y no acertando a compren<strong>de</strong>r la verda<strong>de</strong>ra causa <strong>de</strong> tal protección a un furioso<br />

enemigo <strong>de</strong>l Sistema, <strong>de</strong>clararon a Monsalud inconsecuente y traidor. «Después que<br />

tiene dinero, <strong>de</strong>cían, se ha afiliado en las ban<strong>de</strong>ras <strong>de</strong>l absolutismo y <strong>de</strong> los frailuchos,<br />

para poner en seguridad sus fondos». Aviraneta, que no gustaba <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r amigos, y era<br />

en el fondo un escéptico glacial, no <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> tratarle por esto; pero Rufete, hombrecillo<br />

<strong>de</strong> gran vehemencia, que había hecho <strong>de</strong> sus i<strong>de</strong>as políticas una superstición india, le<br />

manifestó en briosas frases que sería su irreconciliable enemigo, y que si él (Rufete),<br />

partidario <strong>de</strong> todas las liberta<strong>de</strong>s, tropezaba en un campo <strong>de</strong> batalla o en una barricada<br />

con quien se había hecho prosélito <strong>de</strong> todas las tiranías, no estaba <strong>de</strong>cidido a perdonarle.<br />

De estas baladronadas y <strong>de</strong> otros <strong>de</strong>sprecios y maja<strong>de</strong>rías que oyó, se reía el buen<br />

hombre, porque hallándose seguro <strong>de</strong> su rectitud, y <strong>de</strong>seando vivir lejos <strong>de</strong> los manejos<br />

políticos, no quería dar explicaciones ni menos complacer a la turba <strong>de</strong> falsos patriotas.<br />

El que siempre se le mostró leal y agra<strong>de</strong>cido amigo fue Seudoquis, ascendido a<br />

coronel en los días <strong>de</strong> la jura, por los servicios prestados en la persecución <strong>de</strong> la partida<br />

<strong>de</strong> Campos. Estrechó más aquella antigua amistad, originada en peligros y <strong>de</strong>sgracias<br />

comunes, la generosidad con que Monsalud salvó por entonces al flamante coronel <strong>de</strong><br />

sus ahogos pecuniarios, que le habían traído a un estado <strong>de</strong> horrible <strong>de</strong>sesperación.<br />

Seudoquis fue <strong>de</strong>stinado a servir en Vitoria. Los dos amigos se separaron <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

algunos meses <strong>de</strong> vida común y <strong>de</strong> pesares y alegrías; fraternalmente confiados. Gozoso<br />

Salvador <strong>de</strong> una amistad que en parte atenuaba la ari<strong>de</strong>z <strong>de</strong> su vida, abandonose al<br />

afecto que Seudoquis le inspiraba y le confió algunos secretos <strong>de</strong> los que más quería.<br />

D. Benigno Cor<strong>de</strong>ro hizo a nuestro amigo algunas visitas, en todo el tiempo que<br />

medió <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Mayo hasta Setiembre. En la primera maravillose Salvador <strong>de</strong> oírle <strong>de</strong>cir<br />

que no se había casado todavía. En las sucesivas maravillose más por la propia causa, y<br />

aún dijo algo acerca <strong>de</strong> lo mucho que pensaba y maduraba el insigne, cien veces insigne<br />

héroe [337] <strong>de</strong> Boteros sus resoluciones. En estas visitas ocurría la particularidad<br />

inexplicable <strong>de</strong> que D. Benigno no hablaba <strong>de</strong> Sola ni <strong>de</strong> cosa alguna que con el<br />

cansado matrimonio tuviese relación. Hablaban <strong>de</strong> ocupaciones, <strong>de</strong> los negocios<br />

públicos, <strong>de</strong> las probabilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> una guerra sangrienta, <strong>de</strong> la enfermedad <strong>de</strong> Su<br />

Majestad, la cual iba en tal manera creciendo, que pronto aquel animado muerto sería<br />

todo cadáver, entre el espanto <strong>de</strong> la monarquía huérfana. En las conversaciones <strong>de</strong> D.<br />

Benigno notaba Salvador una particularidad extraña y que no acertaba a explicarse. Era<br />

que el buen encajero no hacía más que preguntas y más preguntas, cual si antes fuese


inquisidor que amigo, y no llevase más propósito que indagar la vida, conducta y<br />

pensamientos <strong>de</strong> su compañero <strong>de</strong> casa en San Il<strong>de</strong>fonso. Después <strong>de</strong> la primera visita<br />

D. Benigno bajó cojeando la escalera; y ciñendo estrechamente al cuello el embozo para<br />

abrigarse bien, dijo <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su capa: «No sirve, no sirve para el caso».<br />

En una <strong>de</strong> las visitas sucesivas (y entre unas y otras pasaban próximamente veinte<br />

días), dijo para sí: «No es digno, no, <strong>de</strong>l incomparable regalo que he pensado hacerle».<br />

Más a<strong>de</strong>lante aconteció que al compás <strong>de</strong> su trote cojo, murmuraba, marchando hacia su<br />

casa: «Quizás, quizás, sepa hacer buen uso <strong>de</strong> tan incomparable joya». Y por último,<br />

(allá por Julio o principios <strong>de</strong> (12) Agosto, el día antes <strong>de</strong> partir para los Cigarrales) salió<br />

<strong>de</strong> la visita, pensando así: «Bien va esto, Benigno, esto va bien».<br />

Partió, pues, a los Cigarrales en compañía <strong>de</strong> Alelí, que ya casi no se podía tener<br />

<strong>de</strong>recho, y allí, en aquel <strong>de</strong>licioso edén <strong>de</strong> almendros, aconteció lo que pronto, muy<br />

pronto verá el juicioso lector. [338]<br />

- XV -<br />

Fue seguramente en aquellos mismos días cuando Pipaón, <strong>de</strong>seando rematar<br />

convenientemente sus honestas relaciones con Micaelita, <strong>de</strong>terminó echarse al cuello la<br />

soga <strong>de</strong>l matrimonio. Exigíalo su posición social, ya consi<strong>de</strong>rable, y lo pedía a grito<br />

herido su peculio, el cual con el acrecentamiento <strong>de</strong> los gastos y comodida<strong>de</strong>s<br />

necesitaba refuerzos gran<strong>de</strong>s. La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> ver entrar en sus arcas <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> poco tiempo<br />

las misteriosas sumas encarceladas por D. Felicísimo le quitaba los últimos escrúpulos<br />

que pudieran turbarle, y por ver aquella i<strong>de</strong>a hecha realidad tangible y sonante se<br />

<strong>de</strong>sposara él, no digo yo con Micaela, sino con el mismo individuo que está a los pies<br />

<strong>de</strong>l patriarca San Miguel.<br />

Había pasado bastante tiempo para que el público diese al olvido las manchas que<br />

empañaron el antes limpio cristal <strong>de</strong> la reputación <strong>de</strong> su [339] novia. ¡Bendito olvido,<br />

que es la moneda falsa <strong>de</strong>l perdón, y corre <strong>de</strong> mano en mano produciendo admirables<br />

efectos! Aquel olvido, su propia conveniencia y las exhortaciones <strong>de</strong>l Padre Gracián,<br />

que había puesto en tal unión empeño particular, labraron el propósito <strong>de</strong>l ilustrísimo D.<br />

Juan Bragas, y una mañanita <strong>de</strong> Julio se levantó con la cabeza fresca y dijo frotándose<br />

las manos: «Boda tenemos; esto es hecho».<br />

Visitó a Gracián, a quien halló en su celda, (inescobata célula, según la expresión<br />

<strong>de</strong>l consabido macarronizante) y el buen jesuita le felicitó por su buen acuerdo, diciendo<br />

que, al casarse, D. Juan honraba a su novia y se honraba a sí mismo, que la sociedad y la<br />

Iglesia se alegraban juntamente <strong>de</strong> ver concluídos en boda los noviazgos largos, y por<br />

último que él (Gratianus horridus) pediría a Dios concediese a los dignos esposos prole<br />

robusta y numerosa para bien <strong>de</strong> la cristiandad. D. Felicísimo también recibió con<br />

alegría la noticia, porque la colocación <strong>de</strong> su nieta había llegado a parecerle problema<br />

poco menos difícil que la cuadratura <strong>de</strong>l círculo, y Doña María <strong>de</strong>l Sagrario echó un<br />

gran suspiro que interpretado libremente expresaba las infinitas gracias que daba a Dios<br />

la buena señora por verse libre pronto <strong>de</strong>l inaguantable genio <strong>de</strong> su sobrina.


No hay que <strong>de</strong>cir cuanto se regocijó la novia al ver próximo el término <strong>de</strong> la<br />

situación equívoca en que estaba, y al consi<strong>de</strong>rarse señora y dueña <strong>de</strong> una casa. Ella<br />

contaba con manejar al buenazo <strong>de</strong> Pipaón como a un dominguillo, y vivir a sus anchas<br />

gastando y triunfando. Pajarraco largo tiempo aprisionado y <strong>de</strong> no muy buenos<br />

instintos, ¿a dón<strong>de</strong> iría al salir <strong>de</strong> su jaula? De la esclavitud <strong>de</strong>l matrimonio iba ella a<br />

hacer la libertad <strong>de</strong> sus apetitos vanos. Cuando vio asegurada la conquista <strong>de</strong> don Juan,<br />

empezó a hacer sus preparativos.<br />

Quiso Pipaón que su boda fuese <strong>de</strong> mucho aparato y bullanga. Hasta llegó a imaginar<br />

que le apadrinaran los Reyes, o en su nombre algún empingorotado magnate, pero fue<br />

tan mal recibido en Palacio, al tantear la voluntad <strong>de</strong> las personas elegidas in mente por<br />

el cortesano para aquel fin, que se trastornaron sus planes. Esto le ocasionó suma<br />

tristeza, pero fue causa <strong>de</strong> una importante <strong>de</strong>terminación, que más tar<strong>de</strong> había <strong>de</strong><br />

conceptuar como una <strong>de</strong> las más felices <strong>de</strong> su vida. Debe advertirse aquí que, aunque el<br />

patriarca zascandilorum asistía a las juntas carlistas <strong>de</strong>l Sr. Carnicero, y en ellas trataba<br />

<strong>de</strong> hacerse pasar por uno <strong>de</strong> los más ardientes <strong>de</strong>votos <strong>de</strong> la causa <strong>de</strong>l Altísimo, no<br />

estaba resueltamente <strong>de</strong>cidido a embarcarse <strong>de</strong> un modo <strong>de</strong>finitivo en tan arriesgado<br />

golfo. Como hombre <strong>de</strong> grandísimo espíritu práctico y acostumbrado a no dar un [340]<br />

paso sin estar seguro <strong>de</strong> la firmeza <strong>de</strong>l suelo en que iba a poner el cauteloso pie,<br />

mantenía en su pecho una imparcialidad saludable, que era, si bien se mira, el colmo <strong>de</strong><br />

la sabiduría. Con sagacidad finísima observaba los elementos <strong>de</strong> uno y otro partido, la<br />

calidad y número <strong>de</strong> las personas que en ellos militaban, el grado <strong>de</strong> fuerza y vitalidad<br />

que en el país tenían, y hallándolos casi iguales y contrapesados, esperaba a que el<br />

tiempo y la Provi<strong>de</strong>ncia robusteciera al uno con <strong>de</strong>trimento y merma <strong>de</strong>l otro. Es claro<br />

como la luz <strong>de</strong>l mediodía que en el momento <strong>de</strong> <strong>de</strong>clararse la <strong>de</strong>snivelación, el hábil<br />

cortesano se lanzaría con entusiasmo férvido a las filas <strong>de</strong>l partido mayor y más<br />

po<strong>de</strong>roso.<br />

Hallábase en lo más perplejo <strong>de</strong> su perplejidad, cuando le entró, sin duda por<br />

inspiración divina, el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> casarse. ¡Oh, fortunate nate! como dirían Virgilio y D.<br />

Rodriguín. ¡Quién había <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que <strong>de</strong> sus proyectos matrimoniales le vendría la<br />

profesión <strong>de</strong> fe política que le salvó, apartándole <strong>de</strong>l partido guerrero y <strong>de</strong> una causa<br />

que no triunfó entonces ni había <strong>de</strong> triunfar en lo sucesivo! ¡Ay! en un tris estuvo que<br />

personaje <strong>de</strong> tanta valía se perdiera para siempre, privando a la Administración española<br />

<strong>de</strong> sus eminentes servicios... Es el caso que aquel <strong>de</strong>sprecio con que fue recibido en<br />

Palacio afligió mucho al cortesano; la pena lo hizo reflexionar profundamente, y... no<br />

parece sino que Dios y la Santísima Virgen le tocaron en el corazón, porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel<br />

día empezó a tener presentimientos <strong>de</strong> que no triunfarían jamás las i<strong>de</strong>as absolutistas.<br />

Tuvo, si se quiere, cierta presciencia o adivinación genial <strong>de</strong> los veni<strong>de</strong>ros sucesos. A<br />

nuestro juicio, <strong>de</strong>be tenerse por cierto que la inspiración divina alienta no pocas veces a<br />

los cortesanos en todas las eda<strong>de</strong>s, y les ilumina y conduce para que no <strong>de</strong>n esos<br />

terribles traspiés que a veces truncan lastimosamente las más brillantes carreras.<br />

Pipaón, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> pasar algunas semanas apartado <strong>de</strong> las logias mojigatas (¿por qué<br />

no se han <strong>de</strong> llamar así?) volvió a Palacio; hízose introducir con no pocas dificulta<strong>de</strong>s<br />

en la Cámara <strong>de</strong> la Reina, y allí juró y perjuró que él no era ni había sido nunca carlino;<br />

que él tenía a Su Alteza por uno <strong>de</strong> los más <strong>de</strong>satinados locos nacidos <strong>de</strong> madre; que si<br />

sostenía amista<strong>de</strong>s con algunos individuos <strong>de</strong>l bando <strong>de</strong> la fe, Dios era testigo <strong>de</strong> las<br />

exhortaciones que él (Pipaón) les había dirigido para <strong>de</strong>sviarles <strong>de</strong> tan peligrosa y<br />

antipatriótica senda; item más, que sin hacer gala <strong>de</strong> ello había trabajado como un negro


(nos consta que empleó la misma frase) por la causa <strong>de</strong> su Reina niña, ganando<br />

volunta<strong>de</strong>s, disuadiendo a este <strong>de</strong> sus herejías apostólicas, fortaleciendo el <strong>de</strong>smayado<br />

espíritu <strong>de</strong> aquel, <strong>de</strong>sbaratando planes, y preconizando en todas partes [341] las<br />

excelencias <strong>de</strong> aquella Monarquía i<strong>de</strong>al, histórica y libre, generosa y fuerte. Dijo<br />

también, que la niña era muy bonita y que los españoles todos la querían mucho, lo<br />

mismo que a su interesante y bondadosa mamá, y, por último, que él (D. Juan) seguía en<br />

sus propósitos <strong>de</strong> siempre, los cuales eran nada menos que <strong>de</strong>rramar la última gota <strong>de</strong> su<br />

inútil sangre por la Reinita <strong>de</strong> tres arios, que había <strong>de</strong> ser (en esto no tenía duda; era una<br />

corazonada, una nueva inspiración divina) que había <strong>de</strong> ser, repetía, no sólo la segunda<br />

Isabel, sino la segunda Isabel la Católica.<br />

Cuentan los testigos presenciales <strong>de</strong> la anterior manifestación Pipaónica, que las<br />

ilustres personas a quienes el cortesano se dirigía no le dieron todo el crédito a que por<br />

sus honrados antece<strong>de</strong>ntes era acreedor D. Juan. Cuentan también que este sacó <strong>de</strong> su<br />

inagotable ingenio nuevas y más enérgicas razones, y hasta se asegura (no garantizamos<br />

la exactitud <strong>de</strong> este último dato) que en los ojos <strong>de</strong>l cortesano brilló una lágrima. Mas,<br />

¿por qué no hemos <strong>de</strong> admitir una versión que tanto honra al bueno <strong>de</strong> Bragas? Sí;<br />

recojamos aquella lágrima <strong>de</strong> lealtad, vertida a los pies <strong>de</strong> una Reina, y guardémosla<br />

para engarzarla veinte años más tar<strong>de</strong> en la corona <strong>de</strong>l marquesado <strong>de</strong> Casa-Pipaón,<br />

concedido para premiar eminentes servicios al Tesoro y al Estado.<br />

Dejando a un lado el testimonio <strong>de</strong> los presentes en aquella escena, a nosotros nos<br />

consta que antes <strong>de</strong> admitir al señor <strong>de</strong> Bragas a la gracia soberana, se le exigieron<br />

pruebas <strong>de</strong> que su adhesión no era una mentira. Que él se apresuró a darlas no hay para<br />

qué <strong>de</strong>cirlo, y que estas pruebas consistieron en una <strong>de</strong>lación circunstanciada <strong>de</strong> todo lo<br />

ocurrido en dos años en casa <strong>de</strong> D. Felicísimo, fácilmente lo compren<strong>de</strong>rá quien haya<br />

penetrado, por estas fieles relaciones nuestras, aquel carácter adornado <strong>de</strong> todas las<br />

virtu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la serpiente. Y no pararon aquí los servicios prestados a la Monarquía<br />

infantil por el digno personaje, sino que reveló cosas muy hondas, sólo <strong>de</strong> él sabidas, y<br />

en las cuales había tenido cooperación aparente, con el único fin <strong>de</strong> profundizar el<br />

abismo <strong>de</strong> iniquida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l partido mil veces execrable (frase suya) que se aprestaba a<br />

escribir el nombre <strong>de</strong> Dios en las ban<strong>de</strong>ras <strong>de</strong>l asesinato.<br />

Véase aquí cómo supo embarcarse en bajel seguro y mantener en su compañía a la<br />

veleidosa fortuna, su hermana querida y tutelar maestra. El ministro <strong>de</strong> Hacienda, D.<br />

Antonio <strong>Martínez</strong>, que ya le tenía en capilla para <strong>de</strong>jarle cesante <strong>de</strong> su pingüe <strong>de</strong>stino en<br />

el Consejo, cejó en sus intenciones perversas. El ilustre funcionario adquirió<br />

nuevamente el favor que había perdido en Palacio, y no pudiendo lograr que un [342]<br />

Príncipe apadrinara sus felices bodas, encontró marqueses y con<strong>de</strong>s que se ofrecieron<br />

con bonísimo talante a hacerlo. ¡Ejemplo admirable <strong>de</strong> las recompensas que el cielo da a<br />

la gente amaestrada en el supino arte <strong>de</strong> la vida!<br />

La boda se fijó para últimos <strong>de</strong> Setiembre. Mientras la anhelada fecha llegaba,<br />

Pipaón iba tres veces al día a Palacio a enterarse <strong>de</strong> la salud, o mejor dicho <strong>de</strong> la<br />

enfermedad <strong>de</strong>l Rey, la cual se agravaba con tanta rapi<strong>de</strong>z, que el panteón <strong>de</strong>l Escorial<br />

le tenía ya por suyo. Su Majestad andaba con mucha dificultad, comía poco, dormía<br />

menos, y ya se le hinchaba una mano, ya una pierna. El vulgo, que le tenía por cadáver<br />

embalsamado, era en esta creencia menos necio <strong>de</strong> lo que a primera vista parecía, y en<br />

los ataques fuertes casi todo el Rey estaba <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> vendas negras. Su mirada triste<br />

vagaba por los objetos, como <strong>de</strong>positando en ellos parte <strong>de</strong> aquella tristeza <strong>de</strong> que


impregnado estaba. Su corpulencia era pesa<strong>de</strong>z; su gordura hinchazón; su cara<br />

sonrosada <strong>de</strong> otros días, una máscara violácea y amarillenta que parecía llena <strong>de</strong><br />

contusiones. La nariz colgante casi le tocaba a la boca, y en el pelo negro, como ala <strong>de</strong><br />

cuervo, aparecían y se propagaban las canas rápidamente. Los negocios <strong>de</strong> Estado, en<br />

aquellos días más graves y espinosos que nunca, le aburrían (13) y le preocupaban. La<br />

imagen <strong>de</strong> su hermano, que a veces le parecía un buen hombre a veces un hipócrita<br />

ambicioso, no se apartaba <strong>de</strong> su mente, sobreexcitada por el <strong>de</strong>svelo. Ya pensaba<br />

ablandarle con sus sentimientos fraternales, ya confundirle con las amenazas <strong>de</strong> Rey.<br />

Fue D. Carlos la persona a quien más quiso en el mundo, y había llegado a ser su<br />

espantajo, el martirio <strong>de</strong> su pensamiento, la fantasma <strong>de</strong> sus insomnios y el tema <strong>de</strong> sus<br />

berrinchines. Adivino <strong>de</strong> su próxima muerte, el Rey veía arrebatado a su sucesión<br />

directa aquel trono que quiso asegurar con el absolutismo. ¡Y era el absolutismo quien<br />

le <strong>de</strong>stronaba! ¡La fiera a quien había alimentado con carne humana, para que le<br />

ayudara a dominar, se le tragaba a él, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> bien harta! ¡Cómo se reirían en sus<br />

tumbas, si posible fuera, los seis mil españoles que subieron al patíbulo para servir <strong>de</strong><br />

cebo a la mencionada fierecita! Pues y los doscientos cincuenta mil que murieron en la<br />

guerra <strong>de</strong> la In<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia, en la <strong>de</strong>l 23 y en la <strong>de</strong> los agraviados, ¿qué dirían a esto?<br />

¡Justicia divina! si la mente <strong>de</strong> Fernando VII se poblaba con estas cifras en aquel<br />

tristísimo fin <strong>de</strong> su reinado y <strong>de</strong> su vida, ¡qué horrible mareo para hacer juego con la<br />

gota! ¡Qué insoportable peso el <strong>de</strong> aquella corona carcomida! Ya no eran el pueblo<br />

<strong>de</strong>scontento ni el ejército minado por la masonería quienes atormentaban al tirano; eran<br />

el clero y los milicianos [343] realistas, capitaneados por un hermano querido. La<br />

víctima antigua, inmolada sobre el libro <strong>de</strong> la Constitución con el cuchillo <strong>de</strong> la<br />

teocracia, no infundía cuidado; lo que perturbaba era el cuchillo mismo revolviéndose<br />

fiero contra el pecho <strong>de</strong>l amo. ¡Oh, qué error tan gran<strong>de</strong> haber sacado <strong>de</strong> su vaina<br />

aquella arma antigua cuando ya comenzaba a enmohecer!... El pobre Rey, a quien la<br />

Nación no amaba ni temía ya, <strong>de</strong>bió, sin duda, los pocos consuelos <strong>de</strong> sus últimos meses<br />

al espíritu tolerante <strong>de</strong> su mujer, y si él no se <strong>de</strong>jaba arrastrar públicamente al<br />

liberalismo, sabía tener secretas alegrías cada vez que el Gobierno mortificaba a la gente<br />

apostólica. Su alma rencorosa hubiera llegado a la aceptación <strong>de</strong> las nuevas i<strong>de</strong>as, no<br />

por convencimiento sino por venganza, porque estaba harto <strong>de</strong> clérigos, harto <strong>de</strong><br />

absolutismo, harto <strong>de</strong> camarillas, harto <strong>de</strong> su hermano, y si viviera más, hubiéramos<br />

visto un liberalismo verdugo, como antes vimos una teocracia cazadora <strong>de</strong> hombres.<br />

El Rey empleaba largas horas escribiendo al Infante. Creía que con cartas y<br />

amonestaciones podría convencer a aquella piedra viva que se llamó D. Carlos, piedra<br />

por la tenacidad y falta <strong>de</strong> inteligencia. En la célebre correspon<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> ambos<br />

hermanos, las frases más cariñosas envuelven amenazas terribles. Se ven ríos <strong>de</strong> sangre<br />

corriendo bajo aquellas flores <strong>de</strong> la zalamería fraternal. Fernando hacía alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> su<br />

autoridad, <strong>de</strong> su prestigio <strong>de</strong> Rey y Señor; D. Carlos manifestaba en cada renglón<br />

profundo convencimiento <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>rechos, arraigado en la falsa piedad. En sus cartas se<br />

veía, bajo las protestas <strong>de</strong> honra<strong>de</strong>z y buena fe, la ferocidad <strong>de</strong> la ambición <strong>de</strong> las<br />

infantas brasileñas. Ellas lo instigaban a <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>cer al Rey; ellas le sugerían fórmulas<br />

hábiles para disimular con razones y pretextos la rebeldía; ellas eran el alma, la acción,<br />

la furia y la iniciativa <strong>de</strong>l partido, mientras D. Carlos era la pantalla <strong>de</strong> santurronería,<br />

que tan bien cuadraba a la cansa para hacerse pasar por causa religiosa.<br />

Cuando no escribía cartas, Fernando, comúnmente aburrido <strong>de</strong> su ordinaria tertulia,<br />

pasaba largas horas en el cuarto <strong>de</strong> las niñas. Era la primera vez en su vida que probaba<br />

los <strong>de</strong>leites puros <strong>de</strong> la familia. Aquel vicioso que tan mal había empleado su tiempo, se


sorprendía ahora <strong>de</strong> verso ocupado en puerilida<strong>de</strong>s, y bastaba cualquier síntoma <strong>de</strong><br />

dolencia en Isabelita, para que se olvidase <strong>de</strong> los negocios <strong>de</strong> Estado y <strong>de</strong> los malos<br />

pasos en que andaba la corona. Preguntaba con frecuencia por las más insignificantes<br />

cosas referentes a las niñas, y si Luisita Fernanda daba en no querer mamar, ya había<br />

motivo para graves cuestiones, preguntas y comentarios. Cuando todo iba bien, cuando<br />

las niñas [344] parecían estar sanas y contentas, o Isabelita se quedaba dormida<br />

abrazada a su muñeca, el Rey solía pasear por las anchas cámaras, dando el brazo a<br />

Cristina. Ambos marchaban <strong>de</strong>spacio, porque la cojera <strong>de</strong>l Rey exigía un lento y<br />

cauteloso modo <strong>de</strong> sentar los pies. Cristina hablaba poco <strong>de</strong> negocios políticos, y hacía<br />

pronósticos alegres sobre la salud <strong>de</strong> su marido. La gota, según ella <strong>de</strong>cía, iba cediendo,<br />

y era <strong>de</strong> esperar que en el próximo invierno no hubiese ataques fuertes. El Rey<br />

suspiraba incrédulo, y se acordaba <strong>de</strong> su conducta, que era la premisa lógica <strong>de</strong> su gota.<br />

De pronto cesaba el paseo: Su Majestad se <strong>de</strong>tenía un rato ante el balcón por don<strong>de</strong> se<br />

veía la Plaza <strong>de</strong> Oriente, que entonces era un páramo. Miraba un rato las casas <strong>de</strong><br />

Madrid, y dando un gran suspiro, tornaba al paseo lento y trabajoso. No se oían los<br />

pasos, sino el golpe <strong>de</strong>l fuerte bastón en que se apoyaba el Rey, y que con lúgubre<br />

compás sonaba en el alfombrado suelo.<br />

Des<strong>de</strong> el 19 <strong>de</strong> Julio hasta el 27 <strong>de</strong> Setiembre el Rey sufrió mucho <strong>de</strong> un dolor en la<br />

ca<strong>de</strong>ra izquierda; pero no guardó cama. Sus comidas eran penosas por falta <strong>de</strong> apetito.<br />

Cristina le acompañaba incitándole a tomar alimento con las mil zalamerías que usan,<br />

para estos casos, las mujeres cariñosas. De este modo Fernando se engañaba a sí mismo<br />

algunas veces, creyendo que comía con gana.<br />

El 27 el Rey quiso levantarse <strong>de</strong> la cama; pero advirtió que sus extremida<strong>de</strong>s no le<br />

obe<strong>de</strong>cían. Estaba débil, tan débil que no se podía mover. Vinieron los médicos y le<br />

llenaron <strong>de</strong> cantáridas. La mano <strong>de</strong>recha se hinchó <strong>de</strong> tal modo que parecía una cabeza.<br />

Su Majestad notaba <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> si un enorme volumen inexplicable, como si otro cuerpo<br />

entrase <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su cuerpo y le invadiese y ocupase poco a poco. Los dolores se<br />

apaciguaron, <strong>de</strong>jándole dormir con pesado y brumoso sueño. El 29 Su Majestad se<br />

encontró torpe para hablar, torpe para discurrir. Empezaba a reinar en él una<br />

indiferencia triste. Le pusieron cantáridas en la nuca. Con esto el Rey <strong>de</strong> España se<br />

reconoció otra vez Rey <strong>de</strong> España. La mostaza, prolongando un reinado, tomó parte en<br />

la historia. Los médicos parecían satisfechos y quisieron ver cenar al Rey. Cristina<br />

dispuso la comida y Fernando comió mejor que los días anteriores. Después dijo, «tengo<br />

sueño», y los médicos salieron para <strong>de</strong>jarle <strong>de</strong>scansar. Era costumbre en él, durante los<br />

últimos tiempos <strong>de</strong> su enfermedad, dormir una breve siesta. Aquel día, Cristina,<br />

quedose con él en la estancia y se sentó al lado <strong>de</strong>l lecho real. El Rey cerró los ojos sin<br />

<strong>de</strong>cir nada, y pareció que se dormía con sueño tranquilo. Cristina le miraba. Una secreta<br />

intuición le <strong>de</strong>cía que se estaba quedando viuda... De repente [345] observó en el rostro<br />

<strong>de</strong> su esposo un movimiento extraño y un cambio <strong>de</strong> color más extraño aún. Llamó con<br />

espanto, entraron los médicos que estaban <strong>de</strong> guardia y el capitán <strong>de</strong> guardias duque <strong>de</strong><br />

Alagón. Los tres médicos, el duque y Cristina contemplaron la cara <strong>de</strong>l Rey. El médico<br />

pulsaba, y luego <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> pulsar, como un piloto que abandona el timón cuando no hay<br />

esperanzas <strong>de</strong> evitar el naufragio. Cinco minutos duró aquel estado, en que cinco<br />

personas miraban un semblante. Pasados los cinco minutos Fernando VII no existía.<br />

Fue una muerte breve, sin aparato, sin agonías tormentosas. Estaba muerto y nadie<br />

tenía la persuasión <strong>de</strong> que el Rey no vivía, porque aquel estado inerte podía ser un<br />

<strong>de</strong>smayo como otras veces. A pesar <strong>de</strong> que los médicos aseguraron que ya no había


Rey, Cristina dispuso que no se tocase el cadáver hasta las veinticuatro horas.<br />

Retiráronse todos y en Palacio hubo el movimiento vertiginoso que acompaña a los<br />

gran<strong>de</strong>s sucesos <strong>de</strong> las monarquías. Nadie lloraba. Los cortesanos que habían sido fieles<br />

a la persona, pero que no simpatizaban con las i<strong>de</strong>as, se preparaban a abandonar la casa.<br />

Las salas, las galerías, las cámaras, estaban llenas <strong>de</strong> corrillos. La curiosidad, el recelo,<br />

la <strong>de</strong>sconfianza, el miedo, la duda, formaban aquel extraño duelo, en el cual había todo<br />

menos lágrimas. «Ahora sí que se ha muerto <strong>de</strong> veras», murmuraba el labio cortesano<br />

en pasillos y galerías, y tras esto surgían infinitos planes <strong>de</strong> conducta.<br />

En la madrugada <strong>de</strong>l 30 la <strong>de</strong>scomposición selló la muerte <strong>de</strong>l Rey, para que nadie<br />

pudiese dudar <strong>de</strong> ella. Estaba escrito que la conclusión <strong>de</strong> aquel reinado fuera en todo<br />

conforme al reinado mismo. Entregose el cuerpo a la etiqueta, que hizo con él lo que es<br />

<strong>de</strong> rigor en tales casos. Dejémosle en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> la mayordomía, que le lleva <strong>de</strong><br />

ceremonia en ceremonia hasta <strong>de</strong>positarle en el Escorial. La Corte, los pueblos, le veían<br />

pasar sin sentimiento. No ha habido Rey más amado en su juventud ni menos llorado en<br />

su muerte. Abierto su testamento se vio que <strong>de</strong>jaba veinticinco millones <strong>de</strong> duros, y que<br />

mandaba <strong>de</strong>cir veinte mil misas por su alma... Requiescat... [346]<br />

- XVI -<br />

No se le cocía el pan a D. Benigno Cor<strong>de</strong>ro hasta no ver realizado un pensamiento<br />

suyo <strong>de</strong> grandísima importancia. Des<strong>de</strong> aquella noche en que Sola se expresó con tanto<br />

calor, diciendo, «quiero casarme con el viejo», este, lejos <strong>de</strong> mostrarse ensoberbecido<br />

con <strong>de</strong>claración tan halagüeña, se volvió más taciturno. Fueron a pasar el verano a los<br />

Cigarrales, y dos tar<strong>de</strong>s <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> instalarse en su casa <strong>de</strong> campo, Cor<strong>de</strong>ro salió a<br />

paseo con Sola, bajando hacia la margen <strong>de</strong>l río. El héroe se apoyaba en su bastón<br />

nudoso, y en los pasos difíciles, que eran los más, pedía auxilio al brazo <strong>de</strong> Sola. Esta<br />

no <strong>de</strong>seaba otra cosa que servirle y complacerle.<br />

-Hijita -le dijo, cuando pasaron <strong>de</strong> las higueras <strong>de</strong>l tío Reza-quedito, punto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

cual ya no se veía la casa-, hoy tengo que <strong>de</strong>cirte la última palabra acerca <strong>de</strong>l asunto que<br />

hace tiempo me trae muy caviloso. Me he dado una batalla, querida Sola, me he dado<br />

una batalla y me he arrollado completamente, me he <strong>de</strong>rrotado en toda la línea. Acaso<br />

no me enten<strong>de</strong>rás.<br />

-No mucho -dijo Sola, creyendo <strong>de</strong>ber <strong>de</strong>cir que no, aunque algo se le iba<br />

entendiendo <strong>de</strong> aquellas cosas, y aun algos había ella penetrado en días anteriores, con<br />

su natural agu<strong>de</strong>za.<br />

-Pues se han concluido mis vacilaciones y a casarse tocan. Entre los dos se<br />

establecerá un parentesco <strong>de</strong> cariño, <strong>de</strong> agra<strong>de</strong>cimiento y <strong>de</strong> amistad que no nos<br />

separará sino en el sepulcro. ¿Insiste usted en lo que manifestó aquella noche? Creo que<br />

no lo habrá olvidado usted, pues yo, si cien años viviera, no lo olvidaría.<br />

-No lo he olvidado, y ahora repito lo que dije, y me confirmo en ello.


El héroe se <strong>de</strong>tuvo y la miró con seriedad afable... [347]<br />

-Repare usted bien que pronunció palabras muy categóricas y muy graves -le dijo en<br />

tono <strong>de</strong> queja-. Grabadas están en mi memoria. [348] «Como Dios es mi padre... ¿no<br />

fue así?... como Dios es mi padre, juro que quiero casarme con el viejo».<br />

-Así fue -afirmó Sola, repitiendo aquel eco <strong>de</strong> su alma-; con el viejo, con el viejo.<br />

-Es <strong>de</strong>cir, conmigo.<br />

-Con usted.<br />

D. Benigno anduvo algunos pasos, y <strong>de</strong>teniéndose luego, habló así entre turbado y<br />

festivo:<br />

-Pues bien, hija <strong>de</strong> mi corazón, yo tengo ahora un antojo que quizás usted lleva a<br />

mal; a mí me ha entrado un capricho, una manía... Qué quiere usted... siento <strong>de</strong>círselo...<br />

quizás se enfa<strong>de</strong>.<br />

-¿Qué?<br />

-Pues es que... que ahora me tocan a mí los mimos... y, en una palabra, que ya no<br />

quiero casarme con usted.<br />

Y echándose a reír, añadió:<br />

-Nada, hijita, le doy a usted calabazas... ¿no contaba con mis veleida<strong>de</strong>s, eh? ¿No<br />

contaba usted con las coqueterías <strong>de</strong>l viejo?<br />

Y al <strong>de</strong>cir esto abrió los brazos, <strong>de</strong>rramó una lágrima, y riendo siempre, estrechó a<br />

Sola contra su corazón, en el cual se <strong>de</strong>sbordaban los afectos más puros.<br />

-Venga acá, hija <strong>de</strong> mi corazón - exclamó-, venga acá y abráceme también. Dios me<br />

ha iluminado para hacerla el mayor bien que podría usted esperar <strong>de</strong> mí. Felicitémonos<br />

ambos <strong>de</strong> este triunfo <strong>de</strong> mi razón, y ahora entonemos un himno al sentido común que<br />

ha sido nuestro salvador.<br />

Sola comprendía a medias.<br />

-¿Quiere usted que nos sentemos en esta piedra?<br />

-Sí -dijo Sola, ávida <strong>de</strong> hablar, <strong>de</strong> oír explicaciones-, sentémonos. Usted aquí... que<br />

está más seco.<br />

-Cuando me dijo usted aquellas palabras -manifestó D. Benigno, quitándose los<br />

anteojos para limpiar los vidrios que se habían empañado ligeramente- me quedó en el<br />

primer momento en éxtasis y como <strong>de</strong>slumbrado. Después tuve la suerte <strong>de</strong> no <strong>de</strong>jarme<br />

alucinar por las pasiones, y <strong>de</strong> ver claro en un asunto tan expuesto al error. Parece que el<br />

buen sentido se redobló en mí, preparándose para la gran batalla que se iba a dar en el<br />

campo <strong>de</strong> mi espíritu, y que las pasiones se aterrorizaron, anunciando su vencimiento.


¡Ah! hija <strong>de</strong> mi corazón, el viejo fue iluminado por Dios y pudo pesar sus escasos<br />

méritos, sus achaques, sus... condiciones, poniendo todo esto al lado <strong>de</strong> tu lozana<br />

juventud, [349] merecedora <strong>de</strong> mejor <strong>de</strong>stino. No sé cómo fue aquello; pero recuerdo<br />

que se agrandaban a mis ojos los inconvenientes y se amenguaban las ventajas mutuas;<br />

comprendí que iba a hacer un disparate y a dar un resbalón más grave que el que me<br />

ocasionó la rotura <strong>de</strong> esta endiablada pierna: me sorprendí arrepentido, hija; no sé cómo<br />

fue aquello, sí, me sorprendí arrepentido, y sin saber cómo empecé a ver claro,<br />

clarísimo, y me dije: «la quiero <strong>de</strong>masiado para casarla conmigo».<br />

Sola no sabía qué <strong>de</strong>cir. Las palabras que oía revelaban tal convicción y D. Benigno<br />

le infundía tanto respeto, que no se atrevió a contestarle ni a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rle contra su buen<br />

sentido. Pensó primero que <strong>de</strong>bía insistir en lo <strong>de</strong>l matrimonio; pero afortunadamente<br />

<strong>de</strong>sistió <strong>de</strong> una i<strong>de</strong>a que habría sido impropia. Su bondad lo inspiró la <strong>de</strong>claración más<br />

digna en sus labios, diciendo:<br />

-No tengo más voluntad que la <strong>de</strong> usted... Haga usted <strong>de</strong> mí lo que quiera.<br />

-Barástolis, muy bien dicho. Pues yo quiero hacer <strong>de</strong> usted una hija... Hasta ahora no<br />

había querido tener con usted esa familiaridad inocente que consiste en tratarla <strong>de</strong> tú.<br />

Pues ya que no hay nada <strong>de</strong> casorio, quiero tener contigo, contigo que eres mi hija, la<br />

familiaridad propia <strong>de</strong> un padre; quiero tutearte... Y en este momento es preciso que<br />

sellemos nuestro parentesco dándonos un abrazo pero muy apretado... así... no hay<br />

cuidado. Ya no somos novios, hijita.<br />

Se abrazaron estrechamente, confundiendo la bondad <strong>de</strong> sus corazones.<br />

-Ya no somos novios -repitió D. Benigno-. Aquello era una tontería. ¡Me lo ha<br />

revelado Dios por conducto <strong>de</strong> estos achaques míos, y mi razón me dijo tantas, tantas<br />

cosas!... No dudé, ni por un instante, <strong>de</strong> la sinceridad <strong>de</strong> tu consentimiento. Convencido<br />

estoy <strong>de</strong> que te habrías casado gustosamente con el viejo, <strong>de</strong> que le habrías querido, <strong>de</strong><br />

que le habrías sido fiel, <strong>de</strong> que le habrías cuidado mucho cuando pasara, el pobre, <strong>de</strong><br />

viejo a viejecito, cosa que no pue<strong>de</strong> tardar... Pero, hija mía, tu consentimiento y aquellas<br />

palabras admirables que me dijiste brotaban <strong>de</strong> tu gratitud, <strong>de</strong>l afecto filial que me<br />

tienes. ¡Ay! No se hacen los buenos matrimonios, no, con estos ingredientes. Es preciso<br />

no forzar la naturaleza, no forzar los sentimientos naturales, haciendo <strong>de</strong> la gratitud<br />

amor; es preciso, sobre todo, dar a cada edad lo suyo y no empeñarse en rever<strong>de</strong>cer la<br />

venerable vejez, ni marchitar la hermosa juventud, uniendo una cosa con otra fuera <strong>de</strong><br />

sazón. No, mil veces no. Tú, al querer ser mi esposa, domando un sentimiento robusto<br />

que vivía y vive en [350] tu corazón, hacías un sacrificio sublime. Yo te lo agra<strong>de</strong>zco,<br />

porque comprendo cuán sincero era aquel sacrificio; pero no quiero aceptarlo... Dicen<br />

que yo fuí héroe en cierta ocasión; pues aquello <strong>de</strong> Boteros es tortas y pan pintado en<br />

comparación <strong>de</strong> este arranque <strong>de</strong> energía que acabas <strong>de</strong> ver, hija mía, porque esto me ha<br />

costado más luchas, porque yo también sé hacer un sacrificio. No se renuncia sin trabajo<br />

a un bien seguro, a un bien tan <strong>de</strong>licioso, a todo lo que me prometían tu juventud, tu<br />

cariño leal, tus méritos inmensos, tu belleza, hija... pues ahora que no soy novio, puedo<br />

<strong>de</strong>cirte que cada vez te vas poniendo más guapa... En fin, hija, he creído amarte mejor y<br />

servirte mejor, y amar y servir mejor a Dios, dándome a ti por padre que por esposo... Y<br />

aún me queda otra cosa mejor que <strong>de</strong>cirte. Esto que he hecho sería incompleto, muy<br />

incompleto. Si quedara así... Pero no, yo no hago las cosas a medias. Mis heroísmos,<br />

cuando salen <strong>de</strong> mí, no son pamplinas. Al hacerte mi hija, quiero llenar el vacío que hay


en tu existencia, y poner a tus sentimientos la corona que has ganado; quiero llenar <strong>de</strong><br />

felicidad hasta los bor<strong>de</strong>s ese vaso <strong>de</strong> tu vida que poco a poco se ha ido vaciando <strong>de</strong> sus<br />

antiguas tristezas; quiero casarte con el hombre que amas, con ese <strong>de</strong> quien ya puedo<br />

asegurar que te merece.<br />

Sola se quedó espantada. Tan gran<strong>de</strong> era la novedad <strong>de</strong> aquella i<strong>de</strong>a, que necesitó<br />

algún tiempo para tenerla por lisonja. Se quedó pálida como una muerta, y tanto se<br />

trastornó su fisonomía, que teniendo vergüenza <strong>de</strong> que D. Benigno sorprendiera en ella<br />

la impresión hondísima que experimentaba, bajó la cabeza. Cor<strong>de</strong>ro puso las palmas <strong>de</strong><br />

sus manos en las sienes <strong>de</strong> ella, y atrayéndola, le dio un beso en la frente, diciendo:<br />

-Gracias a Dios que te puedo dar este besillo, para <strong>de</strong>mostrarte <strong>de</strong> un modo material<br />

el cariño honesto que te profeso, cariño <strong>de</strong> padre, que yo quise echar a per<strong>de</strong>r<br />

tontamente. No te avergüences <strong>de</strong> lo que sientes al oír lo que acabo <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirte. Es<br />

natural... Con este otro beso te quito la vergüenza. Que venga tu futuro esposo a<br />

impedirme que te bese... Si alguien nos viera, ¿qué diría?... Pero nosotros, nos reiríamos<br />

y contestaríamos sin ponernos colorados: «Ya no somos novios, ya no somos novios».<br />

Sola se echó a reír. Después se puso muy seria. En su trastorno no sabía qué<br />

manifestaciones serían más convenientes, y así <strong>de</strong>jó a su rostro que expresara lo que<br />

quisiera.<br />

-Veo que te has puesto muy seria y como enojada -le dijo el héroe-. ¿No te gusta mi<br />

proyecto? [351]<br />

-Es, que... -balbució Sola, no disimulando el gran temor, que <strong>de</strong> improviso llenó su<br />

alma-. Es que... podría suce<strong>de</strong>r... Y ¿quién me asegura?....<br />

-¿Qué podría suce<strong>de</strong>r, tonta?<br />

-Podría suce<strong>de</strong>r que él no me quisiera ya.<br />

-¡Bonita i<strong>de</strong>a! ¿Me tienes por un necio? ¿Me crees capaz <strong>de</strong> inclinarte a ser esposa <strong>de</strong><br />

un hombre, sin saber si ese hombre te quiere, y lo que es más aún, que te merece?<br />

-¡Entonces, ha hablado usted con él!... ¿le ha dicho?... y ¿él le ha dicho?... ¿uste<strong>de</strong>s<br />

se han ocupado <strong>de</strong> esto antes <strong>de</strong> hablarme a mí?... ¿Él sabe?... ¿usted y él?...<br />

De este modo expresaba Sola su curiosidad, no acertando a interrogar sin que<br />

preguntas mil, inconexas y atropelladas, se enredaran en sus labios, queriendo salir<br />

todas a la vez.<br />

-Todo se ha previsto... -afirmó con paternal reposo D. Benigno-. Calma, calma. No<br />

puedo <strong>de</strong>cirte en pocas palabras lo que he hablado con ese buen señor; pero puedo<br />

asegurarte que tiene por ti un cariño bastante parecido a la idolatría... Cuando este<br />

pensamiento mío empezó a atormentarme el cerebro fui a ver a mi hombre. No sé qué<br />

agitación, qué falta <strong>de</strong> asiento y aplomo encontré en él. Te juro que no me gustó nada, y<br />

al salir, dije para mí. «No la merece: no le entregaré yo el ángel <strong>de</strong> mi casa». Volví poco<br />

<strong>de</strong>spués y hablamos <strong>de</strong> varias cosas. Su conversación me encantó. Hallole, como<br />

siempre, leal y discreto. Pero se me antojó que se ocupaba <strong>de</strong>masiado <strong>de</strong> política, y dije:


«Nones, están ver<strong>de</strong>s para ti. No quiero que mi hija viva sobre ascuas, pensando si<br />

ahorcan o fusilan a su marido... Guarda, Pablo». En una tercera visita... estas visitas<br />

mías fueron exploraciones habilidosas y tanteos para conocer si era digno o no <strong>de</strong>l<br />

tesoro que yo le iba a regalar, y así jamás le revelé mis planes... pues <strong>de</strong>cía que en una<br />

tercera entrevista hablamos cordialmente, y él se espontaneó <strong>de</strong> tal modo conmigo, me<br />

abrió su corazón con tanta franqueza, me expuso sus i<strong>de</strong>as y planes <strong>de</strong> vida con tanta<br />

sinceridad, que al salir me dije para mi sayo: «Sí, es preciso dársela. Le correspon<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

hecho y <strong>de</strong>recho». Después corrieron entre los amigos rumores malévolos respecto a<br />

él... Dijeron que se había hecho carlista...<br />

-¡Él!<br />

-Calumnias y simplezas. Fui a verle, charlamos. Aquel día le hice indicaciones <strong>de</strong> mi<br />

proyecto. Él pareció compren<strong>de</strong>rlo y se puso pálido, muy pálido. [352]<br />

-¡Pálido! -repitió Sola, que tenía sus claros ojos fijos en D. Benigno, y no perdía ni la<br />

más ligera inflexión <strong>de</strong> sus labios elocuentes.<br />

-Pues... pareció que se conmovía, y me abrazó, ¿entien<strong>de</strong>s? me abrazó. Yo le dije<br />

que nos volveríamos a ver pronto.<br />

-¿Y eso fue...?<br />

-La semana pasada, hija, en mi último viaje a Madrid. ¿Recuerdas que dije iba a<br />

comprar bisagras y fallebas para las puertas nuevas? En efecto, compró mucho hierro;<br />

pero el principal móvil <strong>de</strong> mi viaje fue saber <strong>de</strong> la propia boca, <strong>de</strong> ese señor novio<br />

tuyo... démosle este nombre... saber <strong>de</strong> su propia boca si era verdad que se había hecho<br />

carlista.<br />

-¡Qué asquerosa calumnia! -exclamó Sola con ardor, confundiendo con una frase a<br />

los inventores <strong>de</strong> tan maligno <strong>de</strong>spropósito.<br />

-Él me <strong>de</strong>sengañó quitándome aquel escrúpulo.... porque, a la verdad, hija <strong>de</strong> mi<br />

corazón, si mi yerno sale con la patochada <strong>de</strong> afiliarse a esa ban<strong>de</strong>ra odiosa y se echa al<br />

campo a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r la religión a tiros... No lo quiero pensar, ¡barástolis!... ¡Bonito<br />

negocio habríamos hecho! Afortunadamente para él, quedé convencido <strong>de</strong> que no ha<br />

pensado nunca ingresar en la or<strong>de</strong>n sacristanesca, y cuando salí <strong>de</strong> la casa, dije: «¡Tuya<br />

es, bribón, te la has ganado, pillo! Dios me manda que te la entregue. Ahora, que San<br />

Pedro te la bendiga».<br />

-¿Y tampoco ese día lo dijo usted claramente...? -preguntó Sola, <strong>de</strong>teniéndose a<br />

media pregunta, porque le quemaba un poco los labios la segunda mitad o el rabillo <strong>de</strong><br />

la pregunta entera.<br />

-No le dije nada claramente, porque no me pareció discreto abrirle <strong>de</strong> par en par las<br />

puertas <strong>de</strong>l cielo sin contar antes contigo. Pero le abrí un resquicio, le di a enten<strong>de</strong>r mis<br />

intenciones, y el bendito hombre parecía, como vulgarmente se dice, que veía el cielo<br />

abierto; <strong>de</strong> tal modo le brillaban los negros ojos. Quedó envolver a principios <strong>de</strong><br />

Octubre, y cuando me <strong>de</strong>spedí, le dije: «volveré un día <strong>de</strong> estos. Vendré, y quizás, o sin<br />

quizás, le traerá a usted noticias que le contenten mucho».


-Hoy es 1.º <strong>de</strong> Octubre -dijo Sola, con frase rápida, como centella <strong>de</strong> palabra que <strong>de</strong><br />

sus labios saliera.<br />

-No, que es mañana -apuntó Cor<strong>de</strong>ro riendo-; yo tengo el Calendario en el <strong>de</strong>do. No<br />

quieras ahora que los días salten unos sobre otros. El tiempo es un señor a quien se ha<br />

<strong>de</strong> tratar con muchísimo respeto. Observa la calma y el método con que anda. A veces<br />

parece que va <strong>de</strong>spacio, a veces que corre como un galgo; pero es ilusión nuestra: su<br />

señoría no sale nunca <strong>de</strong> su paso. Mañana, hija querida, iremos a Madrid. [353]<br />

-¡Yo también!<br />

-Pues es claro. Quiero que os veáis, que os habléis. Luego vosotros os enten<strong>de</strong>réis, y<br />

mi papel quedará reducido a preparar algunas cosillas que para la boda sean necesarias...<br />

Dio un suspiro, y estrechando luego entre sus manos las <strong>de</strong> Sola, que estaban frías,<br />

sin duda porque todo el calor se recogió en su corazón alborozado, dijo Cor<strong>de</strong>ro estas<br />

palabras:<br />

-Te voy a dirigir un ruego. ¿Lo aten<strong>de</strong>rás?<br />

-¡Qué pregunta! -exclamó Sola, echándose a llorar antes <strong>de</strong> conocer el ruego.<br />

-Pues quiero suplicarte, que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> casada, ya que mis hijos no puedan ser tus<br />

hijos, como proyectábamos, les mires como tus hermanos.<br />

Sola le contestó con el río <strong>de</strong> sus lágrimas, que no permitían palabras. Ni eran<br />

necesarias las palabras.<br />

-Si me ves llorar -dijo D. Benigno, secándose una lágrima con gesto heroico-, no<br />

creas que estoy afligido ni <strong>de</strong>sconsolado. En mi pecho no caben ni envidias <strong>de</strong><br />

mozalbete ni el duelo <strong>de</strong> <strong>de</strong>seos frustrados. Tranquilo estoy y contento, contentísimo. Si<br />

lloro es por la atracción <strong>de</strong> tus lágrimas que hacen correr las mías, sin saber por qué.<br />

Tuve un poquillo <strong>de</strong> pena, sí; pero me consuela el saber que si mis hijos han perdido su<br />

segunda madre, buena hermana se llevan, ¿no es verdad?<br />

Principiaba a caer la tar<strong>de</strong> y se sentía el fresco <strong>de</strong>l Tajo. D. Benigno propuso que se<br />

retiraran a casa, y <strong>de</strong>jando la perla dura, tomaron el camino áspero y tortuoso.<br />

-Ya van creciendo las noches -dijo Sola, dando el brazo a su padre.<br />

-Sí, hija mía -replicó este-, y el mañana tarda un poco más; pero viene, no tengas<br />

cuidado.<br />

-Ya no recuerdo cuánto se tarda <strong>de</strong> aquí a Madrid.<br />

-Pues no es mucho. Tomaremos el coche <strong>de</strong> Peralvillo, que es el que va más pronto.<br />

¿No sabes la novedad que hay en el mundo? Pues ahora han inventado en Inglaterra<br />

unas máquinas para correr, un coche diabólico que va como el viento, y anda, anda... No<br />

sé lo que anda; pero si hubiera uno <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Toledo a Madrid, iríamos en dos horas.


-¡En dos horas! Eso es fábula.<br />

-¿Fábula? Me lo ha dicho D. Salvador, que lo ha visto.<br />

-¿Él ha visto esa máquina?<br />

-Y ha andado en ella.<br />

-¿Él ha andado en ella? Será cosa magnífica.<br />

-Figúrate... [354]<br />

D. Benigno se <strong>de</strong>tuvo, y con la complacencia que producían en él las maravillas <strong>de</strong> la<br />

naciente industria <strong>de</strong>l siglo, se preparó a dar a su hija explicaciones <strong>de</strong>mostrativas, para<br />

lo cual puso horizontal el bastón y <strong>de</strong>slizó los <strong>de</strong>dos sobre él.<br />

-Figúrate que hay en el suelo dos barras <strong>de</strong> hierro don<strong>de</strong> se ajustan. las ruedas <strong>de</strong><br />

unos enormes coches... así como casas. Estos coches van atados unos a otros. A poco<br />

que les empujen, como las ruedas se ajustan a las barras <strong>de</strong> hierro, ¡zás! aquello corre<br />

como una exhalación.<br />

-Ya entiendo... las mulas...<br />

-Si no hay mulas, tonta... Ya te lo explicará D. Salvador, que ha montado en esos<br />

vehículos. Esa diablura la han puesto los ingleses entre un pueblo que llaman Liverpool<br />

y otro que nombran Manchester. Dice D. Salvador que aquello es volar.<br />

-¡Volar! ¡Soberbia cosa!... -exclamó Sola con entusiasmo-. Decir «quiero ir a tal<br />

parte ahora mismo» y...<br />

-Y salirse uno con la suya. Pues, te dirá: no hay caballos. Todo aquel rosario <strong>de</strong><br />

coches está movido por un en<strong>de</strong>moniado artificio o mecanismo, que tiene <strong>de</strong>ntro fuego<br />

y vapor, y sopla que sopla, va andando. Yo no sé cómo es ello. Me lo ha explicado D.<br />

Salvador; pero no lo he podido enten<strong>de</strong>r.<br />

-¿Y esa manera <strong>de</strong> ir acá y allá no se pondrá en otras partes?<br />

-Sí, dice nuestro amigo que se va extendiendo; que en Inglaterra están haciendo más<br />

<strong>de</strong> esos benditos caminos <strong>de</strong> hierro, y que en Francia, van a empezar a ponerlos<br />

también.<br />

-¿Y en España, ¿no los pondrán?<br />

Cor<strong>de</strong>ro dio un suspiro.<br />

-Ahora va a empezar una guerra, si Dios no lo remedia -dijo con tristeza.<br />

-Cuando concluya...


-Quizás empiece otra... Pero, al fin y al cabo, también tendremos aquí esos<br />

caminitos, aunque sólo sea para muestra. D. Salvador dice que se exten<strong>de</strong>rán por toda la<br />

tierra, y que hasta las regiones más incultas llegará esa máquina que corre a soplos.<br />

-¿Y la veremos por aquí, por este caminejo?<br />

-¿Por qué no?<br />

-Y podremos <strong>de</strong>cir: «A Madrid...».<br />

-Sí; pero ese prodigio no acontecerá mañana, hija querida -dijo Cor<strong>de</strong>ro sonriendo-.<br />

Por ahora nos contentaremos con las tres mulitas <strong>de</strong> Peralvillo. [355]<br />

Entraron la casa, don<strong>de</strong> hallaron a D. Primitivo Cor<strong>de</strong>ro, sobrino <strong>de</strong> D. Benigno, que<br />

venía a pasar unos días en los Cigarrales, y traía estupendas nuevas <strong>de</strong> la Corte, entre<br />

ellas la muerte <strong>de</strong>l Rey. Cenaron todos un poco tristes por la influencia melancólica <strong>de</strong><br />

tales noticias, <strong>de</strong> los comentarios lúgubres con que las acompañó el ex-capitán<br />

miliciano, y <strong>de</strong> los presagios fatídicos que hizo.<br />

Cuando D. Benigno manifestó su propósito <strong>de</strong> ir a Madrid el día veni<strong>de</strong>ro, Primitivo<br />

le anunció con oficioso pesimismo que probablemente encontraría las tropas<br />

insurreccionadas en las calles, la anarquía imperante, y la villa entera, la Corte y la<br />

monarquía, dadas a todos los <strong>de</strong>monios.<br />

Al <strong>de</strong>spuntar la aurora <strong>de</strong>l siguiente día Sola se levantó, y abriendo <strong>de</strong> par en par la<br />

ventana <strong>de</strong> su cuarto, que daba al campo, y a cuyo alféizar subían las ramas más altas <strong>de</strong><br />

los almendros, aspiró el aire balsámico <strong>de</strong> la mañana y miró los sen<strong>de</strong>ros, el suelo, la<br />

torre <strong>de</strong> la catedral insigne, que a lo lejos y en medio <strong>de</strong>l verdor oscuro <strong>de</strong>l paisaje lucía<br />

como un ciprés <strong>de</strong> piedra, <strong>de</strong>jó correr luego sus miradas por el suelo a<strong>de</strong>lante hasta el<br />

horizonte, término <strong>de</strong> amarillentas lomas y <strong>de</strong> azulados pedregales; fue con su espíritu<br />

más allá <strong>de</strong>l horizonte mismo; volvió con tristeza. Se podría haber creído que echaba <strong>de</strong><br />

menos aquellas barras <strong>de</strong> hierro <strong>de</strong> que D. Benigno hablara la tar<strong>de</strong> anterior y que, <strong>de</strong><br />

existir, permitirían a los hombres remedar el maravilloso viajar <strong>de</strong> los pájaros. Nada vio<br />

en los torcidos sen<strong>de</strong>ros que indicase que las hadas se habían ocupado la pasada noche<br />

en ten<strong>de</strong>r aquellas vías metálicas, milagro <strong>de</strong> la locomoción, increíble camino más<br />

propio para ser recorrido con las alas <strong>de</strong>l espíritu, que con los pies <strong>de</strong> la materia.<br />

Poco <strong>de</strong>spués se levantó Cor<strong>de</strong>ro. El coche <strong>de</strong> Peralvillo no podía tardar, y era<br />

preciso sustentarse <strong>de</strong> chocolate y bollos para el largo y molesto viaje. Sola dio punto a<br />

las meditaciones para aten<strong>de</strong>r a los diversos menesteres <strong>de</strong> aquella hora, y cuando D.<br />

Benigno y ella se encontraron solos, el héroe no pudo menos <strong>de</strong> preguntarle por qué<br />

había en sus ojos huellas <strong>de</strong> lágrimas, siendo las circunstancias más bien propicias que<br />

adversas. Sola contestó que no había podido dormir en toda la noche, porque las cosas<br />

tremendas que contó Primitivo y los augurios que hizo llenaron <strong>de</strong> misterioso pavor su<br />

espíritu. Verdad era esto que dijo; pero también había influido mucho en su insomnio<br />

doloroso la brusca y radical mudanza en su <strong>de</strong>stino, en sus i<strong>de</strong>as todas por la<br />

conversación que ella y su dignísimo protector tuvieron a orillas <strong>de</strong>l río. Sola no quiso<br />

ocultar a Cor<strong>de</strong>ro todo lo que sentía y pensaba. [356]


-Estoy tan aturdida <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ayer tar<strong>de</strong> -le dijo-, que no sé lo que me pasa. He pasado<br />

toda la noche imaginando catástrofes o soñando tropiezos y caídas. No me puedo<br />

convencer <strong>de</strong> que Dios me lleve ahora por ese camino tan distinto <strong>de</strong>l que antes seguía,<br />

sin que sea para ir <strong>de</strong>recha a una <strong>de</strong>sventura muy gran<strong>de</strong>. Yo nací con mala estrella.<br />

-Patrañas, querida hija; cosas <strong>de</strong> la imaginación -replicó D. Benigno, apurando su<br />

chocolate-. No nos entreguemos a cavilaciones hueras y tengamos confianza en Dios.<br />

Eso <strong>de</strong> malas y buenas estrellas no es muy cristiano que digamos.<br />

-Es verdad; pero yo no puedo evitar el sospechar peligros, el tener miedo <strong>de</strong> todo, y<br />

el presentir <strong>de</strong>sgracias. Es una especialidad mía. Si Primitivo no hubiera contado tantos<br />

horrores... Ahora, con la muerte <strong>de</strong>l Rey, se va a encen<strong>de</strong>r una guerra tal, que España va<br />

a ser una Nación <strong>de</strong> huérfanos y viudas. Sí, así será... Correrán ríos <strong>de</strong> sangre, ríos<br />

caudalosos como los <strong>de</strong> agua, y los hermanos matarán a los hermanos... todo por saber<br />

si ha <strong>de</strong> reinar la sobrina <strong>de</strong>l tío o el tío <strong>de</strong> la sobrina. ¡Qué horrorosos disparates! ¡Y<br />

estas cosas pasan en reuniones <strong>de</strong> gente que se llaman países y naciones!... ¡Y esta es la<br />

<strong>de</strong>cantada sabiduría <strong>de</strong> los hombres <strong>de</strong> Europa que se ríen <strong>de</strong> los salvajes! Yo, mujer<br />

ignorante, digo que esos sabios no tienen sentido común.<br />

-Hija <strong>de</strong> mi alma -exclamó D. Benigno-, estás hablando como el patriarca <strong>de</strong> la<br />

filosofía, como Juan Jacobo Rousseau. Sí, el estado actual <strong>de</strong> las naciones y el sentido<br />

común son incompatibles.<br />

En su entusiasmo, Cor<strong>de</strong>ro tremoló la servilleta que acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l ojal<br />

<strong>de</strong> su levita. Aquel lienzo era la ban<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l sentido común, pabellón sin colores y sin<br />

heráldica.<br />

-No he podido apartar <strong>de</strong> mí en toda la noche -dijo Sola-, una i<strong>de</strong>a que me hace<br />

estremecer <strong>de</strong> pena. ¿Quién nos asegura que el hombre a quien vamos a buscar, no<br />

estará ya comprometido en la guerra civil? ¿No será probable que esté disparando tiros<br />

en las calles? ¿No pue<strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r que está ya muerto?<br />

-Calla, tonta... Un hombre tan juicioso... ¿No compren<strong>de</strong>s tú...?<br />

-Yo no comprendo nada, yo siento y nada más. El corazón suele tener unas<br />

adivinaciones tan raras... A veces, el muy pícaro, se empeña en una cosa, y Dios se<br />

encarga <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> darle gusto... Ojalá me equivoque. Y ahora Dios no nos manda tan<br />

sólo el azote <strong>de</strong> la guerra civil, nos manda también otro, esa terrible enfermedad... ¿no<br />

oyó usted hablar a Primitivo <strong>de</strong> esto? Es un mal muy raro, por el cual se muere la gente<br />

en pocas horas, a veces en minutos; es una puñalada invisible que sorpren<strong>de</strong> [357] y<br />

mata, y nadie está seguro <strong>de</strong> vivir <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> media hora.<br />

-Sí -dijo D. Benigno, cayendo en sombría tristeza-, es el Cólera morbo asiático.<br />

Al oír este nombre repulsivo y espantoso, Sola sintió correr por su cuerpo un frío<br />

displicente. Cor<strong>de</strong>ro sintió lo mismo.<br />

-Esa enfermedad -añadió-, ha aparecido en Andalucía. Las personas van muy<br />

tranquilas por la calle, y <strong>de</strong> repente ¡plaf! se caen al suelo y se mueren. Pero esta<br />

infección no llegará a Madrid... Vamos, en marcha, ahí está el coche.


Oyeron las alegres campanillas <strong>de</strong> las mulas <strong>de</strong> Peralvillo. Sola se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> los<br />

niños llorando, y les prometió que volvería muy pronto. Al subir al coche, dijo:<br />

-¿Tardaremos mucho?<br />

-Volaremos -afirmó el héroe-. Peralvillo, llévanos a prisa... ¡Oh! ¡qué lástima que no<br />

tengamos ya por aquí esos carriles <strong>de</strong> Satanás!<br />

Y tenía razón. ¡Lástima gran<strong>de</strong> que en aquella ocasión crítica no existieran los<br />

carriles <strong>de</strong> Satanás!<br />

[358]<br />

- XVII -<br />

La mañana <strong>de</strong>l 29 y cuando nadie sospechaba que la muerte <strong>de</strong>l Rey estuviese tan<br />

próxima, <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> ser soltero Pipaón. Los tiernos esposos recibieron la bendición nupcial<br />

en la hermosa iglesia <strong>de</strong> San Cayetano, que hace esquina a la calle <strong>de</strong>l Oso, y el<br />

encargado <strong>de</strong> darla fue el Padre Carantoña, <strong>de</strong> la or<strong>de</strong>n dominica, gran<strong>de</strong> amigote <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>sposado. Asistieron personas <strong>de</strong> calidad, hubo mucha pompa eclesiástica y mundana,<br />

se repartieron limosnas, y todo fue dispuesto para que en los barrios <strong>de</strong>l Sur quedara<br />

memoria <strong>de</strong>l suceso por dilatados tiempos. La sordi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> D. Felicísimo no [359]<br />

permitió que el almuerzo <strong>de</strong> rúbrica se diera, como parecía natural, en la casa <strong>de</strong> la<br />

<strong>de</strong>sposada y diole en la suya Pipaón con mucho rumbo y magnificencia. Pero lo más<br />

notable <strong>de</strong>l día fue el altercado que tuvo nuestro cortesano con D. Felicísimo. Los recién<br />

casados, creyendo que si el vejete no les daba <strong>de</strong> almorzar, no les negaría su bendición,<br />

fueron allá muy gozosos; pero el Demonio, que jamás <strong>de</strong>scansa, hizo que Carnicero<br />

tuviese noticias ciertas aquella misma mañana <strong>de</strong> las traicioncillas <strong>de</strong> Pipaón y <strong>de</strong> los<br />

soplos infames que había llevado a la antecámara <strong>de</strong> Su Majestad la Reina Cristina.<br />

Estaba el buen señor trinando cuando llegaron los cónyuges, y ojalá que no hubieran<br />

llegado jamás, porque así como estalla un volcán, reventó la cólera <strong>de</strong> D. Felicísimo, y<br />

no quedó <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su boca palabra mal sonante ni epíteto quemador. Púsose blanco el<br />

bendito agente, como piedra caliza, y su rostro plano causaba terror, porque parecía<br />

próximo a <strong>de</strong>scomponerse en piezas, cayendo cada fracción por su lado. En vano quiso<br />

disculparse Pipaón, en vano Micaelita intentó disculparle también, llevada <strong>de</strong>l amor que<br />

aquel día le tuvo, y hasta Doña María <strong>de</strong>l Sagrario arrojó con timi<strong>de</strong>z una palabra <strong>de</strong> paz<br />

en medio <strong>de</strong> la ardiente filípica. Aumentábase el furor <strong>de</strong>l terco viejo con las réplicas, y<br />

para concluir echó a sus nietos a la calle, or<strong>de</strong>nándoles que no volviesen a poner los pies<br />

en aquella casa <strong>de</strong> lealtad, y conminándoles con <strong>de</strong>sheredarles <strong>de</strong>l mejor modo que<br />

pudiese. Los esposos salieron cabizbajos, y cuando se <strong>de</strong>spedían <strong>de</strong> Doña Sagrario en la<br />

puerta, el con<strong>de</strong>nado vejete agarró con su zarpa acerada el brazo <strong>de</strong> Tablas, que a su<br />

lado estaba, y con ardiente anhelo le dijo:<br />

-Tablas, cuatro duros, cuatro duros para ti, si vas ahora y le das un puntapié a ese<br />

tunante y le arrojas rodando por la escaleras. No hagas daño a mi nieta, ¿entien<strong>de</strong>s? a mi<br />

nieta no.


El atleta no quiso <strong>de</strong>sempeñar el indigno papel <strong>de</strong> cachetero que en aquella<br />

repugnante contienda doméstica se le <strong>de</strong>signaba, y todo quedó en tal estado. Después<br />

riñó D. Felicísimo con Doña María <strong>de</strong>l Sagrario, con la criada, con Tablas, y a todos les<br />

mandó que se fuesen a la calle y le <strong>de</strong>jaran solo, pues para vivir entre espías o traidores,<br />

prefería estar solo con el leal y <strong>de</strong>sinteresado gato. El buen señor <strong>de</strong>sahogaba su cólera<br />

sonándose, sonándose fuerte y repetidamente, y aquel furioso trompeteo resonaba en la<br />

casa como las cornetas <strong>de</strong> un llamamiento militar. No era en verdad ilusión que los<br />

frágiles tabiques <strong>de</strong> la casa temblaran como las murallas <strong>de</strong> Jericó, porque durante el ir y<br />

venir <strong>de</strong> la gente en el momento <strong>de</strong>l berrinchín, el piso se estremecía <strong>de</strong> tal [360] modo<br />

y con tan amenazadora trepidación, que los expulsados tomaban con gusto la puerta.<br />

Por la tar<strong>de</strong>, y cuando no se habían aplacado aún los irritados espíritus <strong>de</strong>l agente<br />

eclesiástico, entró a verle Salvador Monsalud. D. Felicísimo lo recibió con<br />

<strong>de</strong>sabrimiento.<br />

-Le he mandado venir a usted -dijo tomando el pie <strong>de</strong> cabrón y dando con él fuerte<br />

porrazo sobre la mesa-, para comunicarle noticias muy <strong>de</strong>sagradables acerca <strong>de</strong> nuestro<br />

amigo el Sr. D. Carlos Navarro. Usted, jí, jí, se tomó por él tanto interés cuando aquella<br />

diablura <strong>de</strong> su encierro en la cárcel <strong>de</strong> Villa, que no dudo en acudir a usted, ahora que el<br />

insigne guerrero <strong>de</strong>l Altísimo se halla en un trance mucho más peligroso.<br />

Oyó Salvador con notorio interés estas palabras, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> manifestar que no<br />

había favorecido a Navarro por simpatías carlinas, sino por consi<strong>de</strong>raciones <strong>de</strong> gratitud<br />

y <strong>de</strong> amistad absolutamente personales, rogó a Carnicero no ocultara nada <strong>de</strong> lo que al<br />

digno soldado <strong>de</strong>l Altísimo ocurría. El vejete se revolvía en su asiento. Tomando y<br />

<strong>de</strong>jando con las inquietas manos, este o el otro papel, porque estaban sus nervios en<br />

completa anarquía, dijo así:<br />

-Ya llegará la hora <strong>de</strong> esos canallas, ya llegará, ¡vive Cristo! Ahora, al amparo <strong>de</strong> esa<br />

sombra <strong>de</strong> Rey, bailan sobre nuestras costillas; pero los papeles se truecan, jí... Figúrese<br />

usted que el bravo D. Carlos partió hacia Navarra para conferenciar con Santos Ladrón<br />

y otros valientes capitanes, la buena gente, la gente sana, la gente <strong>de</strong> Dios. Pues bien,<br />

hubo una algarada <strong>de</strong> voluntarios realistas en Viana, por impaciencias tontas y celo mal<br />

entendido. El Virrey (14) <strong>de</strong> Navarra mandó contra ellos una columna. La columna no<br />

<strong>de</strong>rrotó a nadie... como siempre; pero cogió a D. Carlos, que estaba en el convento <strong>de</strong><br />

frailes franciscos, jí, jí, y juntamente con un sobrino <strong>de</strong> Santos Ladrón y un capuchino, a<br />

quien sorprendieron haciendo cartuchos, le llevaron a Estella. Se formó sumaria; dieron<br />

parte a Madrid, y este Gobierno cobar<strong>de</strong> y rastrero ha mandado hoy, hoy mismo, jí, ha<br />

mandado que sean pasados por las armas el señor D. Carlos, el sobrino <strong>de</strong> Santos<br />

Ladrón y el capuchinito <strong>de</strong> los cartuchos. He sabido todos estos pormenores por un<br />

oficial <strong>de</strong>l Ministerio <strong>de</strong> la Guerra, que nos pertenece en cuerpo y alma, y no hay duda<br />

alguna, jí, <strong>de</strong> que la execrable or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l Ministro irá, lo más tar<strong>de</strong>, por el correo <strong>de</strong><br />

mañana.<br />

-Es un <strong>de</strong>plorable inci<strong>de</strong>nte -dijo Salvador meditabundo-; pero no po<strong>de</strong>mos negar al<br />

Gobierno el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> <strong>de</strong>fensa. Usted, que tanto [361] po<strong>de</strong>r tiene, ¿no podrá evitar esa<br />

catástrofe, aunque sólo sea en la parte que a nuestro <strong>de</strong>sgraciado amigo correspon<strong>de</strong>?<br />

-¿Yo?... -chilló Carnicero, en tono <strong>de</strong> lástima <strong>de</strong> sí mismo-. ¿Yo? Bueno está el ramo<br />

<strong>de</strong> Guerra en los tiempos que corren para que yo pueda lograr... Usted, usted...


-¿Yo? -dijo Salvador, condoliéndose <strong>de</strong> su impotencia política y militar-. Apenas<br />

tengo relaciones oficiales. ¿Qué caso han <strong>de</strong> hacer <strong>de</strong> mí? Para mayor <strong>de</strong>sgracia, he sido<br />

tildado <strong>de</strong> apostólico por algunos necios, y en el ejército corren hoy vientos muy<br />

liberales. Yo no puedo nada.<br />

Ambos meditaron breve rato, D. Felicísimo con los ojos fósiles puestos en el<br />

ensangrentado Cristo <strong>de</strong> la columna, Salvador leyendo en las rayas <strong>de</strong> la estera.<br />

-¿En po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> quién está Navarro? ¿Conoce usted al jefe <strong>de</strong> la columna que lo<br />

aprehendió, o al gobernador <strong>de</strong> Estella?<br />

-Pues, ya... el bribón que le capturó y el jefe militar <strong>de</strong> Estella son una misma<br />

en<strong>de</strong>moniada persona, jí, jí, y esta persona es el perdido <strong>de</strong> los perdidos, el gran maestre<br />

<strong>de</strong> los canallas, Seudoquis, más masón que Caifás y más liberal que Caín... ¿Le conoce<br />

usted?<br />

-Mucho -replicó Salvador acabando <strong>de</strong> leer en la estera-. Tanta amistad tenemos, que<br />

seguramente lo que Seudoquis no haga por mí no lo hará por nadie.<br />

-¡Qué lástima, Santo Cristo <strong>de</strong> la Vega! ¡qué lástima, Santísima Señora <strong>de</strong>l Sagrario,<br />

que no está Navarra en Móstoles o que las leguas no se trocaran en varas!... porque en<br />

este caso la distancia nos mata. Ni valen para este <strong>de</strong>licado asunto las cartas <strong>de</strong><br />

recomendación...<br />

-Es verdad que nada <strong>de</strong> eso vale.<br />

-¡La distancia, la distancia!... Si pudiéramos traer aquí a Navarra...<br />

-Llevaremos allá a Madrid.<br />

-¿Cómo?<br />

-Sr. D. Felicísimo -dijo Salvador levantándose-, me marcho a Navarra.<br />

-¡Usted!... ¿cuándo?<br />

-Lo más pronto que pueda. Depen<strong>de</strong> <strong>de</strong> los medios que encuentre. Si esta tar<strong>de</strong> hallo<br />

un coche, esta tar<strong>de</strong> me voy.<br />

-¿Y confía usted sacar partido <strong>de</strong> su amistad con ese <strong>de</strong>sollado masón?... ¡Pero qué<br />

amigos tiene usted!... Estoy asustado.<br />

-Creo que podré conseguir algo.<br />

-Pero ¿<strong>de</strong> veras va usted?... [362]<br />

-Ya está <strong>de</strong>cidido. Yo soy así -afirmó el caballero dando algunos paseos <strong>de</strong> un<br />

ángulo a otro en la polvorosa estancia.<br />

-¿Quiere usted cartas <strong>de</strong> recomendación?


-¿Para clérigos, canónigos, guerrilleros, frailes que hacen cartuchos, y aba<strong>de</strong>s que<br />

organizan partidas? Sí, sí, vengan cartas. Nada <strong>de</strong> eso es inútil para mi propósito.<br />

-Entérese usted bien <strong>de</strong> lo que ha pasado -dijo D. Felicísimo, entregando a Salvador<br />

varias cartas, que este empezó a leer con avi<strong>de</strong>z-. Vea usted lo que me escribe el<br />

guardián <strong>de</strong> franciscos <strong>de</strong> Estella... Vea usted también la relación <strong>de</strong>talladísima que <strong>de</strong>l<br />

suceso me hace el prior <strong>de</strong> los <strong>de</strong>scalzos <strong>de</strong> Viana. Ahí verá usted las lin<strong>de</strong>zas <strong>de</strong> su<br />

amigo Seudoquis, que fuma en las iglesias, insulta a las monjas, y dice públicamente<br />

que Dios es isabelino.<br />

-No creo que Seudoquis se haya vuelto tonto.<br />

-Lea usted, lea usted.<br />

Leyendo, el caballero se enteró <strong>de</strong>l caso y tuvo anticipado conocimiento <strong>de</strong><br />

personajes, cosas y lugares que or<strong>de</strong>nó en su mente con asombrosa presteza. Concluida<br />

la lectura, ya había imaginado un plan que no <strong>de</strong>bía sufrir gran variación con la marcha<br />

<strong>de</strong> los sucesos. Para poner en ejecución lo que pensaba, urgía aprovechar el tiempo lo<br />

mejor posible. Su temperamento impaciente se adaptaba a las resoluciones rápidas y a<br />

un procedimiento ejecutivo y precipitado para realizar pronto la i<strong>de</strong>a, anticipándose a<br />

las contrarieda<strong>de</strong>s y tomando la <strong>de</strong>lantera a los peligros. Aquella tar<strong>de</strong> arregló sus cosas,<br />

buscó un cochecito y dio cuantos pasos preliminares creía menester para no hallar<br />

obstáculos en su largo viaje. Ya anochecía cuando escribió una carta a don Benigno<br />

Cor<strong>de</strong>ro, manifestándole lo que más a<strong>de</strong>lante sabrá el curioso lector. Esta carta la <strong>de</strong>jó<br />

en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> D. Felicísimo, previa formal promesa <strong>de</strong> entregarla a Cor<strong>de</strong>ro, que vendría<br />

pronto <strong>de</strong> los Cigarrales y se encontraría en su casa <strong>de</strong> la subida a Santa Cruz.<br />

Despidiose <strong>de</strong>l anciano y partió aquella misma noche. La noticia <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong>l Rey,<br />

que ya sabía todo Madrid, lejos <strong>de</strong> hacerle <strong>de</strong>sistir <strong>de</strong> su propósito, lo confirmó más en<br />

él, porque iba a empezarse el período <strong>de</strong> cruelda<strong>de</strong>s, amenazas y represalias, precursor<br />

<strong>de</strong>l <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>namiento <strong>de</strong> la hidra, cuyos broncos rugidos resonaban ya en toda la<br />

Península. No se nos quedará en el tintero un inci<strong>de</strong>nte ocurrido al partir Monsalud <strong>de</strong> la<br />

morada Carniceril. Iba a tientas por el pasillo lóbrego (pues razones económicas habían<br />

retrasado aquella noche, como otras muchas <strong>de</strong>l año, la aparición <strong>de</strong> la luz), cuando <strong>de</strong>l<br />

techo se <strong>de</strong>sprendió un pedazo <strong>de</strong> [363] yeso o cascote, mucho mayor que los que a<br />

todas horas caían. Afortunadamente, al chocar con los puntales se partió en dos o tres<br />

fragmentos, y Salvador no recibió en su cabeza sino uno <strong>de</strong> estos, que produjo un<br />

mediano porrazo, rozándole <strong>de</strong>spués la cara. Cualquier supersticioso habría visto en tan<br />

insignificante suceso augurio adverso o quizás favorable; pero Salvador sacudió <strong>de</strong>l<br />

hombro el yeso y siguió a<strong>de</strong>lante sin contestar a D. Felicísimo, que en la puerta <strong>de</strong> su<br />

cuarto <strong>de</strong>cía:<br />

-¿Qué es eso?... ¿se ha hecho usted daño?... ¿se cae la casa?... ¡luz, luz! [364]<br />

«El Rey ha muerto. ¡Viva el Rey!».<br />

- XVIII -


Cuando Elías Orejón entró en casa <strong>de</strong> D. Felicísimo y pronunció esta frase con<br />

hiperbólico entusiasmo, el famoso Carnicero estuvo a punto <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r el sentido; tan<br />

gran<strong>de</strong> fueron su sorpresa y júbilo. Unidos ambos en estrecho abrazo, diéronse<br />

palmetadas en las espaldas durante un par <strong>de</strong> minutos, sosteniéndose el uno al otro para<br />

no caer al suelo con la fuerza <strong>de</strong>l contento y la <strong>de</strong>bilidad <strong>de</strong> las piernas. Esto ocurría<br />

poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l fallecimiento <strong>de</strong>l Monarca y tres horas más tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l altercado con<br />

Pipaón, por don<strong>de</strong> se ve, que en un mismo día reservaba la Divina Provi<strong>de</strong>ncia al señor<br />

<strong>de</strong> Carnicero impresiones totalmente contrarias, haciéndole pasar <strong>de</strong> la ira más atroz a<br />

un contento febril y casi rabioso. Los dos viejos expresaron con afán, y quitándose<br />

simultáneamente las palabras <strong>de</strong> la boca, opiniones diversas sobre el suceso, y<br />

proclamaron que Dios había concedido a la monarquía el más precioso <strong>de</strong> los dones,<br />

abriendo camino al soberano verda<strong>de</strong>ramente católico y al Rey <strong>de</strong> verdad. Orejón se<br />

<strong>de</strong>spidió para volver a la noche, trayendo las últimas noticias, y Carnicero se quedó<br />

solo, saboreando en <strong>de</strong>liciosas meditaciones su júbilo apostólico, i<strong>de</strong>ando planes y<br />

consi<strong>de</strong>rando el triunfo rápido <strong>de</strong> la España religiosa sobre la España masónica.<br />

Después fue Salvador a <strong>de</strong>spedirse y a llevar la carta para Cor<strong>de</strong>ro, y otra vez se quedó<br />

solo el anciano con la criada que le aprestó la cena. Doña María <strong>de</strong>l Sagrario, que estaba<br />

muy a mal con su padre por el sofoco <strong>de</strong> Pipaón, le acompañó breve rato y fuese<br />

<strong>de</strong>spués a la casa <strong>de</strong> su sobrino con intento <strong>de</strong> no volver hasta las diez <strong>de</strong> la noche.<br />

Las ocho serían cuando volvió a aparecer Orejón acompañado <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Negri, y<br />

vieron cenar a D. Felicísimo, que entre bocado y bocado [365] había <strong>de</strong> incrustar una<br />

opinión, preguntilla, apóstrofe o interjección apostólica, todo entreverado <strong>de</strong> hipos que<br />

dividían en minúsculas porciones sus conceptos, dando i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> lo que sería un discurso<br />

en mosaico o una oración en cañamazo.<br />

-A poco <strong>de</strong> dar el último suspiro Su Majestad -dijo el con<strong>de</strong>-, el pobre Sr. Zea reunió<br />

en la Cámara Real a varios militares... He oído hablar <strong>de</strong> Quesada, San Martín, Freire y<br />

otros muchos que no recuerdo... Recibioles la napolitana llorando y gimiendo, y no <strong>de</strong><br />

pesadumbre <strong>de</strong> quedarse viuda, no, sino porque la corona y el trono <strong>de</strong> su hija van<br />

rodando ya como los juguetes <strong>de</strong> las niñas... Pero vean uste<strong>de</strong>s lo que ha discurrido ese<br />

Sr. Zea, ese talentazo, ese inventor <strong>de</strong> la pólvora y <strong>de</strong> los pasteles... Pues nada: rogó a<br />

los militares que juraran <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r la sucesión directa y el tronito <strong>de</strong> la titulada, Isabel II.<br />

Tenemos monarquía <strong>de</strong> muñecas... Y ellos juraron, y tras <strong>de</strong> aquellos fueron otros y<br />

juraron también.<br />

-¡Patarata! -exclamó Orejón- todo eso es música, música. También se han reunido<br />

esta tar<strong>de</strong> muchos locos masones, con Aviraneta a la cabeza, y han <strong>de</strong>liberado...<br />

¡Deliberado los postes! ¿cuándo se ha visto eso?... Señores, llegó el momento <strong>de</strong> la gran<br />

barrida. España ha resucitado. Ya nuestro Señor no pue<strong>de</strong> tener el escrúpulo <strong>de</strong><br />

conspirar contra su hermano. El mejor día le veremos aparecer en la raya <strong>de</strong> Portugal<br />

para ponerse al frente <strong>de</strong> nuestros ejércitos... Pero si no se necesitarán ejércitos. Esto se<br />

cae, esto se hun<strong>de</strong>, esto se <strong>de</strong>smenuza. Esto no es monarquía, es una tienda <strong>de</strong> tiroleses.<br />

Por nuestra parte ya sabemos lo que nos correspon<strong>de</strong> hacer, porque tenemos las<br />

instrucciones dadas por Doña Francisca en presunción <strong>de</strong>l caso que ya ha ocurrido.<br />

-Aquí están las instrucciones -dijo Carnicero, soltando el tenedor para sacar un papel<br />

<strong>de</strong> su gaveta.


-Las sé <strong>de</strong> memoria -replicó Orejón-. Ahora, señor con<strong>de</strong>, no perdamos el tiempo y<br />

corramos a ver a los jefes <strong>de</strong> la guarnición a quienes hemos hablado <strong>de</strong>l negocio, y que<br />

no han querido soltar prenda mientras viviera el Rey.<br />

-Esta noche no hay junta.<br />

-Esta noche no -dijo Elías, tomando el vaso <strong>de</strong> vino que sobre la mesa estaba y<br />

acercándolo a sus labios-. Pero, ¿qué aguachirle es este?<br />

-Es lo que yo bebo. Es <strong>de</strong>l propio cosechero <strong>de</strong> Esquivias.<br />

-Esto es veneno puro... Pero ¿no has <strong>de</strong> tener en tu <strong>de</strong>spensa ni siquiera dos<br />

azumbres <strong>de</strong> blanquillo para que los amigos brin<strong>de</strong>n por el triunfo <strong>de</strong> la mejor <strong>de</strong> las<br />

causas? [366]<br />

-¡Tablas, Tablas! -gritó Carnicero, y cuando el atleta apareció en la puerta, le dijo-:<br />

Gandul, ¿estás sordo?... Vete a la taberna <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong>l Burro y trae una botella <strong>de</strong><br />

Jerez seco o <strong>de</strong> cosa que lo parezca. Anda pronto. Oye, ¿no hay bizcochos en casa? trae<br />

también bizcochos... Jerez seco... pronto.<br />

Tablas era siempre diligente para traer vino, porque la expectativa <strong>de</strong> las sobras le<br />

aligeraba los pies. Así volvió prontamente con la compra, y un instante <strong>de</strong>spués los dos<br />

furiosos evangelistas <strong>de</strong> D. Carlos mojaban un bizcocho en el dotado licor. Después<br />

bebieron con pru<strong>de</strong>ncia, por ser ambos como D. Felicísimo, varones <strong>de</strong> mucha<br />

sobriedad.<br />

-Por la religión triunfante -dijo Elías, empinando con gravedad.<br />

-Por los buenos principios <strong>de</strong> gobierno -apuntó Negri-... Pero no bebe usted, Sr. D.<br />

Felicísimo.<br />

-¿No bebes, Felicísimo? Eso no se pue<strong>de</strong> consentir -manifestó Orejón con brío,<br />

apresurándose a ser Ganime<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l Júpiter <strong>de</strong> la agencia eclesiástica-. Verdad es que<br />

este Jerez quema como pimienta.<br />

-Será viejo como yo -dijo Carnicero tomando la copa-. Pues brindo...<br />

Las tres copas chocaron con alegre campanilleo, <strong>de</strong>bido principalmente al temblor<br />

<strong>de</strong>l pulso <strong>de</strong> D. Felicísimo.<br />

-Brindo por la felicidad <strong>de</strong> España.<br />

-Que ya está segura.<br />

-Otra copa.<br />

-Hombre...<br />

-Otra.


Orejón llenó obra vez las tres copas, con no poco sentimiento <strong>de</strong> Tablas, que alejado<br />

por el respeto, contemplaba las mermas <strong>de</strong> la botella.<br />

-Es buen vino -indicó Carnicero, en tono <strong>de</strong> conocedor-. Pero yo no sé si mi cabeza...<br />

-¡Qué cobar<strong>de</strong>!... Felicísimo, otro trago... Vamos, a la salud <strong>de</strong> la familia real.<br />

Este brindis fue acogido con tanto entusiasmo, que Carnicero se levantó <strong>de</strong> su<br />

asiento para dar más solemnidad al acto <strong>de</strong> envasarse en el cuerpo el generoso vino.<br />

-¡Viva Su Majestad el Rey, Su Majestad la Reina y los serenísimos señores infantes!<br />

-exclamó Negri-. De las ruinas <strong>de</strong>l masonismo se levanta el legítimo trono <strong>de</strong> España.<br />

-Y <strong>de</strong> Indias... porque se volverán a conquistar las Indias.<br />

-Se volverán a conquistar -dijo Carnicero, que se notó ágil y dio [367] algunos pasos<br />

con cierta ligereza relativa-. Adiós, mis queridos amigos. Hasta mañana.<br />

-Hasta mañana.<br />

Orejón y el con<strong>de</strong> se retiraron. En el pasillo, don<strong>de</strong> salió a <strong>de</strong>spedirles el dueño <strong>de</strong> la<br />

casa, fueron sorprendidos, como otro visitante anterior, por un gran <strong>de</strong>sprendimiento <strong>de</strong><br />

cascotes <strong>de</strong>l techo.<br />

-Llueven piedras, ¿o qué es esto? -gruñó Orejón <strong>de</strong>teniéndose.<br />

-No es nada. Los ratones me tienen minado el techo. Ya os arreglaré, masoncillos.<br />

El con<strong>de</strong> soltó una carcajada y se limpió la levita manchada <strong>de</strong> yeso.<br />

-Pero ¿no tienes Inquisición en casa?<br />

El gato saltó <strong>de</strong> un rincón, bufando, y subió por los ma<strong>de</strong>ros.<br />

-Sí, allí veo la Suprema... ¡cómo maya! ¿Qué ruido es este?<br />

Los tres se <strong>de</strong>tuvieron con recelo, poniendo atención a un rumor que se sintió<br />

instantáneo, y que no era fácil referir a las pare<strong>de</strong>s, ni al techo, ni al suelo, pues en todas<br />

estas partes <strong>de</strong> la casa parece que sonaba a la vez.<br />

-Hombre, juraría que vi moverse una <strong>de</strong> estas vigas -dijo Orejón.<br />

-Y yo juraría que he sentido temblar el piso.<br />

D. Felicísimo prorrumpió en risas, diciendo:<br />

-¡Qué cabezas pone un vaso <strong>de</strong> vino! ¡Vaya un par <strong>de</strong> camaradas!... El uno ve<br />

visiones, y el otro oye terremotos...<br />

-Abur, abur.


-Hasta mañana.<br />

Cuando se fueron, D. Felicísimo se quedó solo. Tablas se había retirado a su casa, y<br />

la criada, no pudiendo resistir al <strong>de</strong>seo natural <strong>de</strong> hablar con su novio, <strong>de</strong> quien había<br />

recibido aquella tar<strong>de</strong> palabra <strong>de</strong> próximos <strong>de</strong>sposorios, se fue a la carbonería <strong>de</strong>l<br />

número 8. El anciano agente cerró bien la puerta y volvió a su cuarto, único <strong>de</strong> la casa<br />

que tenía luz. Nada <strong>de</strong> esto merece contarse; pero sí lo merece muy mucho el fenómeno<br />

<strong>de</strong> que D. Felicísimo vio las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l cuarto dando vueltas en torno suyo, primero<br />

con lento giro, <strong>de</strong>spués con rapi<strong>de</strong>z mareante. En vano trataremos <strong>de</strong> dar explicación a<br />

este peregrino hecho pidiendo datos a la ciencia <strong>de</strong> los terremotos, o buscando su origen<br />

en la inseguridad <strong>de</strong>l edificio, que era, por <strong>de</strong>sgracia, bastante gran<strong>de</strong> y notoria. Todo<br />

cuanto se diga en este sentido será contrario a las reglas <strong>de</strong> la sana crítica, y así nos<br />

resolvemos a explicar lógicamente aquel volteo <strong>de</strong> pare<strong>de</strong>s por la <strong>de</strong>testable calidad <strong>de</strong>l<br />

vino que bebieron poco antes los tres dignos señores. El vino era tal, que si le hubieran<br />

tomado [368] juramento habría <strong>de</strong>clarado francamente no haber visto en toda su vida las<br />

bo<strong>de</strong>gas jerezanas. Su padre y creador era el tabernero, un gran artífice <strong>de</strong> vidueños que<br />

habría sido capaz <strong>de</strong> fabricar agua, si el agua no estuviera ya fabricada para provecho<br />

<strong>de</strong>l gremio. El aguardiente disfrazado que Tablas trajo <strong>de</strong> la taberna, hizo tal efecto en el<br />

cuerpo <strong>de</strong> D. Felicísimo y <strong>de</strong> tal modo se aposentó en su flaco cerebro, que el buen viejo<br />

perdió el uso regular <strong>de</strong> sus perspicaces faculta<strong>de</strong>s. Como hacía tanto tiempo que no<br />

probaba licores fuertes, su incontinencia <strong>de</strong> aquella noche (disculpable por el motivo<br />

patriótico que la originó) le puso en estado <strong>de</strong> ver las pare<strong>de</strong>s jugando al corro, y le<br />

sugirió extravagancias y puerilida<strong>de</strong>s indignas <strong>de</strong> persona tan respetable. Dando fuerte<br />

golpe en el suelo con su pesado pie, exclamó bruscamente:<br />

-¡Quieta, España, quieta!... ¿Bailas <strong>de</strong> gusto por la felicidad que te ha caído?... Ten<br />

calma, Nación, ten calma y espera tranquila el triunfo <strong>de</strong> tu Rey sacratísimo.<br />

Carnicero creyó que su valiente exhortación al reino danzante había hecho efecto,<br />

porque <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> ver movimiento en las pare<strong>de</strong>s.<br />

-Así, así te quiero -dijo dando algunos pasos para llegar a su sillón y sentarse- pero<br />

en vez <strong>de</strong> andar hacia la mesa, dirigiose al testero opuesto. No paró hasta tropezar con la<br />

pared, y al sentir el choque, llenose <strong>de</strong> cólera y dijo:<br />

-¿Quién me estorba el paso?... ¿Quién es el atrevido que no me <strong>de</strong>ja llegar al sillón?<br />

Esperó respuesta; puso atento oído a los rumores que creía sentir. Todo, no obstante,<br />

era silencio. Pero a D. Felicísimo se lo antojó que oía fuertes golpes en la puerta <strong>de</strong> su<br />

casa. «¡Quién!» gritó tres veces poniendo entre cada grito larga pausa <strong>de</strong> espera. Mas un<br />

silencio lúgubre seguía reinando en la mansión <strong>de</strong>sierta. De improviso sintiose por el<br />

techo como un aluvión <strong>de</strong> pisadas tenues, pero en tal número que formaban imponente<br />

estrépito. Eran los ratones que en tropel corrían (15) por aquellas regiones baldías don<strong>de</strong><br />

habían abierto con su habilidad y paciencia infinitos caminos y <strong>de</strong>rroteros.<br />

-¡Ah! -exclamó Carnicero riendo con lastimosa imbecilidad-. Son los reales ejércitos<br />

que van al combate. A<strong>de</strong>lante, bravos batallones. La hora <strong>de</strong>l triunfo se acerca. Que no<br />

que<strong>de</strong> <strong>de</strong> masonismo ni el grueso <strong>de</strong> una uña.


Pasado algún tiempo, oyose reproducida a lo lejos la misma algazara en el techo.<br />

Parecía que reñían en la sombra <strong>de</strong> los pasillos los ejércitos <strong>de</strong> alimañas y que había<br />

retiradas tumultuosas, furibundas embestidas, [369] victorias súbitas, heroicos choques<br />

y horribles <strong>de</strong>smayos. Carnicero <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> aten<strong>de</strong>r a aquel fragor lejano y empujó la<br />

pared, queriendo vencer el obstáculo que, según él, le impedía llegar a su cómodo<br />

asiento.<br />

-Digo que necesito llegar a mi sillón -repitió-. ¿Quién eres tú?<br />

Alzó los alucinados ojos el anciano y vio lo que en la mitad <strong>de</strong> la pared había. Era un<br />

hermoso cuadro, retrato <strong>de</strong> Fernando VII, colgado allí treinta años antes, y que D.<br />

Felicísimo había contemplado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su asiento muchas veces, recreándose en la<br />

perfección <strong>de</strong> la pintura y en la exactitud <strong>de</strong>l parecido. El cuadro era bueno y<br />

representaba a Su Majestad en gran uniforme, <strong>de</strong> medio cuerpo, con aire y bríos<br />

juveniles, nariz luenga, cabellos negros, ojazos llenos <strong>de</strong> relámpagos y aquella<br />

expresión sensual y poco simpática que caracterizó al Deseado Aborrecido. Tan<br />

trastornado estaba Carnicero, que le parecía ver por primera vez aquella figura en su<br />

gabinete, y retrocedió con cierto espanto. Mas reponiéndose y haciéndole frente, como<br />

si también la figura hacia él caminase, se encaró con ella, amenazando con su semblante<br />

plano el pintado rostro <strong>de</strong>l Rey, y le dirigió estas arrogantes palabras (<strong>16</strong>) :<br />

-¿Qué tal le va a Vuestra Majestad en los Infiernos?... ¡Ah! Perfectamente sin duda.<br />

Vuestra Majestad lo ha querido. ¿Qué tal saben los tizonazos? Yo me permito <strong>de</strong>cir a<br />

Vuestra Majestad con todo respeto que Vuestra Majestad está bien don<strong>de</strong> está. Las<br />

cosas vuelven a su natural ser, y el Reino se ha salvado. España está libre <strong>de</strong> su monarca<br />

impuro y acepta el dulcísimo yugo <strong>de</strong> ese arcángel a quien Dios hizo nacer hermano <strong>de</strong><br />

Vuestra Majestad Real.<br />

Calló el viejo y siguió mirando la figura, que <strong>de</strong> agradable se hizo repentinamente<br />

espantosa, porque sus ojos echaron llamas, su nariz tomó las dimensiones <strong>de</strong> elefantina<br />

trompa, y su mano soltó el bastón <strong>de</strong> mando para echarse fuera <strong>de</strong>l cuadro... La mano,<br />

sí, se echó fuera <strong>de</strong>l cuadro, y todo el cuerpo <strong>de</strong>l Rey salió en seguida cual si traspasase<br />

el umbral <strong>de</strong> una puerta. D. Felicísimo retrocedió sintiendo que su valor se extinguía,<br />

que sus bríos se aplacaban, que toda su sangre se congestionaba en el corazón. Vio venir<br />

la horrenda estampa <strong>de</strong>l Rey cubierto <strong>de</strong> galones y cruces; vio que el brazo se extendía,<br />

que la mano se alargaba y le cogía por la muñeca, a él, el pobre anciano flaco y canijo;<br />

sintió que aquella mano pesada como el sueño y más fría, mucho más fría que el<br />

mármol apretaba sus huesos hasta <strong>de</strong>shacerlos, mientras los ojos fulgurantes <strong>de</strong>l<br />

Deseado le traspasaban con mortífero rayo. El pobre anciano no podía gritar, ni<br />

<strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> aquella tenaza, ni siquiera encomendarse a Dios, porque había en su<br />

mente una perturbación horrible y se [370] volvía tonto. La imagen infernal no sólo le<br />

atenazaba sino que se le llevaba [371] consigo, empujándole a profundida<strong>de</strong>s negras<br />

abiertas por el <strong>de</strong>lirio y pobladas <strong>de</strong> feos <strong>de</strong>monios.<br />

Y así pasó un rato sin que cesasen los efectos <strong>de</strong>l licor que tan alevosamente tomara<br />

el nombre y la figura <strong>de</strong>l Jerez. Mientras a D. Felicísimo se le antojaba realidad el<br />

<strong>de</strong>svarío que hemos <strong>de</strong>scrito, la realidad era que el retrato estaba en su sitio y D.<br />

Felicísimo tendido en el suelo en completo trastorno físico y mental, sumergido en las<br />

tenebrosas honduras <strong>de</strong> la embriaguez. El buen señor no oyó, pues, los fúnebres<br />

maullidos <strong>de</strong>l gato; no le vio entrar en la estancia con los bigotes tiesos, el lomo erizado,


los ojos como esmeraldas atravesadas <strong>de</strong> rayos <strong>de</strong> oro, las uñas amenazantes: no le<br />

sintió saltar y hacer locuras cual si perdiera el juicio o estuviese tocado <strong>de</strong> mal <strong>de</strong><br />

amores; no oyó sus horribles lamentos, seguidos <strong>de</strong> roncos bramidos, ni presenció la<br />

ferocidad con que a la postre se lanzó fuera, escalando la pared, cayendo, levantándose,<br />

subiendo por un poste, precipitándose por oscuros agujeros, para reaparecer luego<br />

<strong>de</strong>sesperado y ja<strong>de</strong>ante. El infeliz Carnicero no vio nada <strong>de</strong> esto, librándose así <strong>de</strong> una<br />

impresión horrorosa; no oyó tampoco el estruendo <strong>de</strong> las alimañas en el techo,<br />

retirándose al través <strong>de</strong> los tabiques y haciendo saltar bajo su paso débil innumerables<br />

pedazos <strong>de</strong> yeso; no pudo ver cómo cayó <strong>de</strong> pronto enorme porción <strong>de</strong> cascote en medio<br />

<strong>de</strong>l pasillo, ni cómo algunos <strong>de</strong> los puntales se movieron y otros se rompieron cediendo<br />

al fin al peso <strong>de</strong> la techumbre podrida; no vio la primera oscilación <strong>de</strong> esta sobre la sala,<br />

ni la inclinación <strong>de</strong>l tabique medianero, ni el vacilar <strong>de</strong> los <strong>de</strong> carga, ni la pavorosa<br />

lentitud con que las vigas <strong>de</strong>l tejado cayeron sobre las <strong>de</strong>l techo plano, aplastando la<br />

bohardilla como un bizcocho; ni oyó los crujidos <strong>de</strong> las ma<strong>de</strong>ras resistiendo todo lo<br />

posible el peso, ni el quebrantamiento <strong>de</strong> algunos tabiques, ni el cuartearse <strong>de</strong> los yesos,<br />

salpicando chinitas menudas que luego fueron piedras; ni vio <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse polvo <strong>de</strong> las<br />

alturas, precediendo a una lluvia <strong>de</strong> cal que luego fue pedrisco <strong>de</strong> guijarros; ni presenció<br />

la <strong>de</strong>sviación <strong>de</strong> la pared maestra, que empezó haciendo una cortesía a la pared frontera<br />

por la calle <strong>de</strong>l Duque <strong>de</strong> Alba, y luego se rompió por las ventanas y en la parte más<br />

frágil. D. Felicísimo no vio nada <strong>de</strong> esto, y así, cuando aquella mole podrida se<br />

<strong>de</strong>splomó en una pieza con estruendo más gran<strong>de</strong> que el <strong>de</strong> cien cañonazos, él se agitó<br />

un instante en su sepulcro <strong>de</strong> ruinas, murmuró estas dos palabras: «suéltame ya», y pasó<br />

a la eternidad, no como quien se duerme, sino como quien <strong>de</strong>spierta.<br />

El rico archivo eclesiástico, cuyos legajos asomaban por las rejillas <strong>de</strong> los estantes<br />

excitando la veneración <strong>de</strong>l espectador, estaba tan comido [372] <strong>de</strong> la polilla, que al<br />

<strong>de</strong>splomarse la casa se <strong>de</strong>smoronó como seco amasijo <strong>de</strong> polvo, y parecía que todo<br />

entraba en el caos tras la dispersión <strong>de</strong> tanta materia inútil, <strong>de</strong> tanta borrosa letra y <strong>de</strong><br />

tanta ranciedad como se acumulaba en los podridos escritos. Así los siglos y las<br />

instituciones caducadas entran como ríos <strong>de</strong> polvo en el mar <strong>de</strong> ruinas <strong>de</strong> lo pasado, que<br />

se agita por algún tiempo y se emborrasca, hasta que al fin se asienta y se endurece, se<br />

petrifica y queda para siempre muerto. Nada sabríamos <strong>de</strong> lo que contiene este sepulcro<br />

inmenso en que tantas gran<strong>de</strong>zas yacen, si no existiese el epitafio que se llama historia.<br />

La noticia <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sastre se extendió rápidamente por todo el barrio. Vino Pipaón<br />

temblando <strong>de</strong> miedo y harto intranquilo por la suerte que en aquel inopinado<br />

hundimiento hubiese cabido a las gruesas cantida<strong>de</strong>s que D. Felicísimo guardaba en su<br />

propia casa. Más tar<strong>de</strong> se congratulaba en lo íntimo <strong>de</strong> su pecho <strong>de</strong> una catástrofe que<br />

inutilizó en el díscolo viejo el perverso intento <strong>de</strong> privar, en lo posible, a su nieta <strong>de</strong> la<br />

herencia que le correspondía. Hasta en aquel <strong>de</strong>plorable acci<strong>de</strong>nte se manifestó la<br />

<strong>de</strong>cidida protección que el cielo dispensaba al cortesano <strong>de</strong> 1815, apartándole <strong>de</strong> todos<br />

los peligros y allanándole los caminos todos para que llegase a don<strong>de</strong> sin duda alguna<br />

<strong>de</strong>bía llegar. Por esto <strong>de</strong>cía Don Rodriguín: Divisum cum Jove imperium Pipao habet.<br />

En la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l día 1.º <strong>de</strong> Octubre D. Benigno Cor<strong>de</strong>ro contemplaba, con afligido<br />

semblante las ruinas <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong>l absolutismo. Una docena <strong>de</strong> ganapanes, vigilados por<br />

individuos <strong>de</strong> la policía y <strong>de</strong> la curia, removía los escombros, sacando cascote, podridas<br />

vigas, y muebles hechos astillas. El dinero y el cuerpo <strong>de</strong> D. Felicísimo aparecieron al<br />

fin como objetos extraídos <strong>de</strong> una excavación pompeyana, entre el pasmo y la<br />

consternación <strong>de</strong> los espectadores, movidos quien <strong>de</strong> curiosidad, quien <strong>de</strong> codicia. Él <strong>de</strong>


Boteros tenía en aquella tar<strong>de</strong> ocupaciones que no le permitían estar como un bobo<br />

mirando la exhumación, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> rezar un par <strong>de</strong> Padre-nuestros por el alma <strong>de</strong>l que<br />

fue paisano y amigo, y <strong>de</strong> encomendarle a Dios con <strong>de</strong>voción, entró en una casa<br />

próxima. Recibiole un criado, y aquí fue la sorpresa, aquí la suspensión <strong>de</strong> D. Benigno,<br />

que se tuvo por más hundido y aplastado que Carnicero, al oír lo que oía.<br />

-¿Pero se ha ido, se ha ido <strong>de</strong> Madrid por mucho tiempo? -preguntó el buen señor,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> larga pausa, en que no supo lo que le pasaba.<br />

-Para mucho tiempo, sí señor.<br />

-Luego ha ido lejos.<br />

-Muy lejos, aunque no dijo adon<strong>de</strong>. [373]<br />

-¿Pero usted está seguro <strong>de</strong> lo que dice? Usted está trastornado.<br />

-El señor se ha ido y no volverá pronto.<br />

-Entonces habrá <strong>de</strong>jado algún recado o carta...<br />

-El señor escribió una carta; pero no la <strong>de</strong>jó en casa.<br />

-¿Pues dón<strong>de</strong>, hombre <strong>de</strong> Dios, dón<strong>de</strong>?<br />

-La <strong>de</strong>jó a D. Felicísimo Carnicero.<br />

-¡Bendito Dios! -exclamó D. Benigno, golpeando en el suelo con un pie-. ¿Y a usted<br />

no le <strong>de</strong>jó recado verbal para mí?<br />

-¿Para el Sr. <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro? Sí señor. Me dijo que D. Felicísimo enteraría a usted <strong>de</strong>l<br />

motivo <strong>de</strong> su viaje y le daría una carta.<br />

-¡Barástolis!... Hay cosas que parecen obra <strong>de</strong> Satanás.<br />

Y reproduciendo en su mente el espectáculo <strong>de</strong> los escombros que había visto a dos<br />

pasos <strong>de</strong> allí, pensó que para encontrar la carta era preciso levantar muchas varas<br />

cúbicas <strong>de</strong> polvo y astillas, un cadáver y el pesadísimo pie <strong>de</strong> la curia, puesto sobre el<br />

tesoro, como el pie <strong>de</strong>l pilluelo que pisa la moneda caída, mientras su dueño la busca<br />

paseando los ojos por la tierra. Exhaló Cor<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> su pecho un suspiro en que parecía<br />

que la mejor parte <strong>de</strong> su alma se escapaba en busca <strong>de</strong>l fugitivo, y salió abrumado <strong>de</strong><br />

pena. En la calle el gentío que se agolpaba junto a las ruinas le dio a enten<strong>de</strong>r que<br />

sacaban aquel precioso fósil que fue agente eclesiástico. Entonces dio un suspiro mayor,<br />

diciendo para sí: -También nosotros nos hundimos; también a nosotros se nos ha caído<br />

la casa encima.<br />

Acordose entonces <strong>de</strong> Sola, a quien había <strong>de</strong>jado en su casa esperando el resultado<br />

<strong>de</strong> aquella visita, y no pudo menos <strong>de</strong> traer también a la memoria las corazonadas <strong>de</strong> la<br />

huérfana antes <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> los Cigarrales. No queriendo dar a esta la <strong>de</strong>sagradable noticia<br />

sin acompañarla <strong>de</strong> algún consuelo, hizo averiguaciones prolijas aquella misma tar<strong>de</strong>, y


<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> hablar con algunos amigos <strong>de</strong>l fugitivo y <strong>de</strong> hacer mil preguntas en varios<br />

mesones y paradores, se retiró a su casa si no con la certidumbre, con la sospecha<br />

fundadísima <strong>de</strong> que Salvador había ido al Norte. Esto, las voces que habían corrido<br />

acerca <strong>de</strong> las opiniones últimamente adoptadas por su amigo y la circunstancia <strong>de</strong> haber<br />

partido en el mismo día en que murió Su Majestad, llevaron a Cor<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> cavilación en<br />

cavilación hasta ponerle en el trance <strong>de</strong> creer lo que el día anterior le parecía increíble.<br />

-No -pensaba andando hacía su casa-, aquel tesoro no pue<strong>de</strong> ser para un aventurero.<br />

Mi hija no se casará con un hombre que así juega con los santos principios, con un<br />

hombre que ayer fue exaltado liberal [374] y hoy absolutista <strong>de</strong> trabuco y sobrepelliz.<br />

Ella misma apartará <strong>de</strong> él su espíritu y su corazón, y entonces...<br />

El semblante <strong>de</strong>l <strong>de</strong> Boteros se animó. Toda i<strong>de</strong>a nueva y feliz produce como una<br />

llamarada interior, cuyo reflejo sube al rostro, cuando este no se ha educado en el<br />

disimulo y la hipocresía. Cor<strong>de</strong>ro avivó el paso y apretó fuertemente el puño <strong>de</strong>l bastón,<br />

repitiendo:<br />

[375]<br />

-Entonces...<br />

- XIX -<br />

Como la vista <strong>de</strong>l geógrafo se extien<strong>de</strong> sobre el mapa, así la imaginación <strong>de</strong>l<br />

excelente D. Benigno volaba hacia el Norte en seguimiento <strong>de</strong>l prófugo, buscándole por<br />

llanos y la<strong>de</strong>ras, sendas y atajos. Veía media Castilla, medio Aragón, el caudaloso Ebro,<br />

y luego las estribaciones pirenaicas cubiertas <strong>de</strong> verdura y plagadas <strong>de</strong> serpientes que <strong>de</strong><br />

mil escondrijos salían. Y no será aventurado afirmar también que la imaginación <strong>de</strong>l<br />

fugitivo se iba quedando atrás como un hilo <strong>de</strong>senvuelto <strong>de</strong>l ovillo que rueda. Rodaba<br />

nuestro hombre con la prisa que tan cachazudos tiempos permitían, anhelando llegar<br />

pronto, y pues todo es relativo en el mundo, su tartana, galera o silla <strong>de</strong> postas (que en la<br />

categoría <strong>de</strong>l vehículo no están conformes las referencias) llevaba un paso que en<br />

comparación <strong>de</strong>l <strong>de</strong> [376] la tortuga habría podido llamarse veloz. Cruzó el llano <strong>de</strong><br />

Alcalá, la aromosa y pobre Alcarria, hacia don<strong>de</strong> cae el reino <strong>de</strong> las abejas; vio a<br />

Sigüenza don<strong>de</strong> hay colmenas <strong>de</strong> clérigos, y atravesó la estrecha cuenca <strong>de</strong>l Jalón, que<br />

corre silbando por la angostura como una espada <strong>de</strong> agua que se envaina en montañas.<br />

La romana Bilblíis lo mostró ya la tierra aragonesa. En la feraz vega <strong>de</strong> Zaragoza, pasó<br />

por entre pilas <strong>de</strong> melocotones que parecían balas <strong>de</strong> fuego, y vio las lozanas viñas <strong>de</strong><br />

uva retinta, cuyo zumo enar<strong>de</strong>ce la sangre <strong>de</strong> los paisanos <strong>de</strong> Lanuza. Sin <strong>de</strong>tenerse pasó<br />

por la ciudad que lleva el nombre más preclaro en las justas militares <strong>de</strong>l siglo, y que<br />

tuvo en los harapos <strong>de</strong> sus tapias rotas mejor <strong>de</strong>fensa que otras en la coraza <strong>de</strong> sus<br />

murallas <strong>de</strong> piedra. En Tu<strong>de</strong>la pasó el Ebro entrando en franca tierra <strong>de</strong> Navarra,<br />

semillero <strong>de</strong> gente brava, pues si Rioja fue hecha para criar pimientos, Navarra fue<br />

hecha para criar soldados. Halló gran agitación en los pueblos <strong>de</strong>l camino, y la gente<br />

<strong>de</strong>tenía el cochecillo para pedir noticias. Era preciso satisfacer a todos, diciendo: «Sí, es<br />

cierto que ha muerto el Rey».


«¿Pero es verdad que Madrid ha proclamado ya a D. Carlos? ¿Es verdad que Cristina<br />

se ha embarcado o va en camino <strong>de</strong> embarcarse? ¿Es cierto que el Infante ha vuelto <strong>de</strong><br />

Portugal, y está al frente <strong>de</strong>l ejército?». A estas preguntas no podía contestar el viajero<br />

porque nada sabía, pero bien se le alcanzaba que provenían <strong>de</strong> falsas noticias y<br />

embustes, semilla que hábilmente sembrada en tales países había <strong>de</strong> dar pronto cosecha<br />

<strong>de</strong> tiros. Siguió su camino y al fin entró en Estella. Aunque eran las doce <strong>de</strong> un hermoso<br />

día cuando pisó la plaza Mayor, antojósele que las próximas alturas arrojaban sombra<br />

muy lúgubre sobre la ciudad y que esta se ahogaba en su cinturón <strong>de</strong> montañas. A cada<br />

paso hallaba pandillas <strong>de</strong> clérigos con capa <strong>de</strong> esclavina, paraguas y gorro <strong>de</strong> borla,<br />

charlando en lenguaje vivo sobre el asunto <strong>de</strong>l día, que era la muerte <strong>de</strong>l Rey y el<br />

problema <strong>de</strong> la sucesión.<br />

Dirigiose a uno <strong>de</strong> aquellos señores para preguntarle por la resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l coronel<br />

Seudoquis, a quien quería ver sin pérdida <strong>de</strong> tiempo, y el clérigo, hombre gordito y<br />

lucio, le contestó <strong>de</strong> esta manera:<br />

-Nuevo es usted en esta tierra. Si no lo fuera usted, sabría que para encontrar al<br />

famoso Seudoquis no hay más que averiguar don<strong>de</strong> se juega y don<strong>de</strong> se bebe.<br />

Apuntando con su paraguas a una esquina <strong>de</strong> la acera <strong>de</strong> enfrente, añadió el buen<br />

hombre lo que sigue: -¿Ve usted aquella casa don<strong>de</strong> dice en letras muy gordas Licores?<br />

Pues allí encontrará usted al borracho.<br />

Y se marchó riendo y a prisa para reunirse a la cuadrilla que había [377] seguido<br />

andando mientras él se <strong>de</strong>tenía. Todos los <strong>de</strong>más individuos <strong>de</strong> paraguas encarnado y<br />

gorro negro eran también lucios y gorditos, señal indudable <strong>de</strong> no ser gente muy dada a<br />

la penitencia.<br />

Pronto encontró Salvador a su amigo, y no le encontró embriagado ni jugando, sino<br />

en tertulia con otros tres militares y dos paisanos. La sorpresa y alegría <strong>de</strong>l coronel<br />

fueron gran<strong>de</strong>s. Después <strong>de</strong> abrazarse, retiráronse a un <strong>de</strong>svencijado cuarto <strong>de</strong>l mesón<br />

(pues mesón, café, taberna y algo más era la tal casa) y hablaron a solas más <strong>de</strong> una<br />

hora. Cuando Salvador se retiró a <strong>de</strong>scansar en la estancia que allí mismo le <strong>de</strong>stinaron,<br />

creía haber ganado la partida y estaba satisfecho <strong>de</strong> su aventurado viaje, que ya tenía por<br />

venturoso. Pero Dios quiso que todos sus planes se trastornasen y que a cada dificultad<br />

vencida naciese otra imponente dificultad. Aquella misma tar<strong>de</strong> recibiose aviso <strong>de</strong> que<br />

don Santos Ladrón, el atrevido guerrillero riojano, venía sobre Estella con quinientos<br />

voluntarios, al grito <strong>de</strong> España por Carlos V. Púsose en movimiento la escasa<br />

guarnición <strong>de</strong> la plaza, y Dios sabe lo que hubiera ocurrido si no llegara oportunamente<br />

el brigadier Lorenzo, mandado por el Virrey Solá con el regimiento <strong>de</strong> Córdoba y los<br />

provinciales <strong>de</strong> Sigüenza. Lorenzo no <strong>de</strong>scansó en Estella. Aquella noche vio Salvador<br />

las calles Mayor y <strong>de</strong> Santiago atestadas <strong>de</strong> soldados, que se racionaban con pan y vino;<br />

habló con ellos y pudo notar que reinaba en la tropa buen espíritu, si bien su entusiasmo<br />

por la causa que empezaban a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r no era muy gran<strong>de</strong> todavía.<br />

Lorenzo salió a media noche. Al día siguiente se tuvo noticia <strong>de</strong>l combate <strong>de</strong> los<br />

Arcos, en que fueron <strong>de</strong>strozados los voluntarios <strong>de</strong> Ladrón y este hecho prisionero.<br />

Salvador vio por segunda vez la tropa <strong>de</strong> Lorenzo, <strong>de</strong> regreso a Pamplona, llevando<br />

consigo al guerrillero don Santos y a Iribarren. Lo peor <strong>de</strong>l caso para nuestro amigo, fue<br />

que Lorenzo se llevó también a Pamplona a los tres prisioneros que en la cárcel <strong>de</strong>


Estella estaban, y con esta <strong>de</strong>terminación vino a tierra el plan construido por Monsalud<br />

<strong>de</strong> concierto con Seudoquis. Contrariedad tan inesperada parecía anunciar malísimo<br />

éxito a las tentativas generosas <strong>de</strong> Salvador, porque los prisioneros <strong>de</strong> Estella estaban ya<br />

con<strong>de</strong>nados a muerte. Pero no <strong>de</strong>smayó por esto, y se puso en marcha para Pamplona,<br />

siguiendo a la brigada vencedora. Fue para él una ventaja relativa que le acompañara<br />

Seudoquis, con cuya cooperación humanitaria contaba, si bien lo sería muy difícil<br />

ejercerla en la misma resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l Virrey.<br />

Por el camino pudo Salvador ver a su hermano prisionero y en tal estado <strong>de</strong><br />

extenuación y abatimiento que inspiraba lástima a cuantos le [378] miraban. En un<br />

<strong>de</strong>svencijado carro <strong>de</strong> trasportes iba tendido sobre jergones, cuya dureza con la <strong>de</strong> las<br />

piedras competía. Como el carro tenía toldo y unos palitroques laterales al modo <strong>de</strong><br />

rejas, su semejanza con una jaula era gran<strong>de</strong>, <strong>de</strong> don<strong>de</strong> resultaba que el Sr. Navarro,<br />

mirado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> fuera, escuálido, aburrido, entumecido y soñoliento, se pareciese algo a D.<br />

Quijote cuando le llevaban encantado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la venta a su al<strong>de</strong>a. Salvador pudo<br />

acercarse, con la venia <strong>de</strong> la escolta, y cambió algunas palabras con el preso, el cual<br />

tardó mucho en reconocerle y le miró <strong>de</strong>spacio con ojos semejantes a los <strong>de</strong> un <strong>de</strong>mente.<br />

-¿Qué haces tú por aquí? -dijo acercando su rostro a los palos-. ¿Eres tú el que<br />

parece o eres otro?<br />

-Soy el que parece -replicó Salvador inclinándose lo más posible sobre el arzón <strong>de</strong> su<br />

cabalgadura-. ¿No esperabas verme por aquí?<br />

-No habrás venido a nada bueno.<br />

-He venido por ti.<br />

-¡Ah!... eres <strong>de</strong> los ministriles <strong>de</strong>l Virrey. ¿Te has hecho asesor <strong>de</strong> Su Excelencia?<br />

Mira, oye, acércate más... Di al canalla <strong>de</strong> Su Excelencia que no tar<strong>de</strong> en fusilarme. Ya<br />

no puedo más.<br />

-¿Te sientes mal? ¿Pa<strong>de</strong>ces mucho?<br />

-¿A ti te importa algo que yo pa<strong>de</strong>zca o no? ¡Pues sí, pa<strong>de</strong>zco mucho, por vida <strong>de</strong>l<br />

mismo rábano!... Tengo una lámpara encendida aquí.<br />

Incorporándose dificultosamente, llevose ambas manos a los hijares. Su cara lívida<br />

causaba miedo, y cuando dilataba los labios morados con expresión equívoca y<br />

asomaban sus dientes blanquísimos, se veía en él clara y patente la sonrisa <strong>de</strong>l dolor, o<br />

sea la casi imperceptible burla que el dolor hace <strong>de</strong> sí mismo cuando han concluido<br />

todos los consuelos y aun los sofismas <strong>de</strong>l consuelo.<br />

-Tú estás muy enfermo -le dijo Salvador con profunda pena-, y yo creo que el Virrey<br />

te perdonará la vida.<br />

-¡Y al <strong>de</strong>jarme vivir llamas perdón!... vaya un perdón el tuyo. ¡Indultarme!... No, por<br />

muy masón que sea el Virrey, no será tan cruel o inhumano.<br />

-Estás alucinado, y el sufrimiento te enloquece un poco, haciéndote disparatar.


-Yo estoy cuerdo y sé lo que me digo. Tú estás tonto y hablas más <strong>de</strong> la cuenta.<br />

-Yo sólo te diré que no te <strong>de</strong>sesperes. Ta enfermedad pue<strong>de</strong> curarse todavía.<br />

-Con cuatro tiros... ¡Rábanos! no sufrirá que sea por la espalda. [379]<br />

-No serán por ninguna parte. Estás enfermo y exaltado. Yo te juro que se harán<br />

esfuerzos gran<strong>de</strong>s por salvarte.<br />

-¿Y quién me salvará, tú? ¿tú? -dijo Garrote con <strong>de</strong>sprecio.<br />

-Podrá ser. No he venido a otra cosa.<br />

-¿Des<strong>de</strong> Madrid?<br />

-Sí. Y a Pamplona voy.<br />

-¡Salvarme tú!... ¡Conservarme la vida! Veo que también hay verdugos <strong>de</strong> la vida.<br />

-Yo quiero ser contigo ese verdugo <strong>de</strong> vidas.<br />

-Mira, mira, ¿quieres <strong>de</strong>jarme en paz, intruso, y volverte otra vez a tu Madrid?<br />

-Nos iremos<br />

-Yo seré feliz mañana -dijo Navarro con hosca expresión-, en el foso <strong>de</strong> Pamplona.<br />

¡Qué frío hará allí!<br />

El prisionero temblaba.<br />

-¿Tienes frío? -le preguntó su hermano.<br />

-Hombre, sí, tengo frío. ¿No lo ves? ¿para qué lo preguntas? Tus pesa<strong>de</strong>ces<br />

acabarían con la paciencia <strong>de</strong> un santo.<br />

-Te proporcionaré una manta.<br />

Alejose Salvador y al poco rato volvió con lo que había ofrecido. El prisionero tomó<br />

la manta y arrebujose en ella, añadiéndola a la manta y al capote que ya sobre sí tenía;<br />

pero ni por esas entraba en calor.<br />

-Veo que sigues tan helado como antes. Sin embargo, el día está bueno. Pica el sol.<br />

-Mi frío no es el frío <strong>de</strong> todo el mundo. Cien soles no lo <strong>de</strong>struirían... abur.<br />

-No, todavía no. Tengo que hacerte una advertencia. Es indispensable que te vuelvas<br />

loco, quiero <strong>de</strong>cir, que mañana, cuando te reconozcan los médicos, hallen en ti síntomas<br />

<strong>de</strong> locura.


-Hallarán el contento <strong>de</strong> morir -repuso Navarro, dando diente con diente-. ¡Ah! ya te<br />

entiendo: me fingiré cuerdo para que me maten más pronto. Me fingiré cuerdo, gritaré:<br />

«¡Viva Carlos V, mueran los masones...». Está bien, hombrecillo, adiós. Vete, que<br />

quiero echarme a dormir.<br />

Y se tendió, envolviéndose todo y cubriéndose cara y manos, <strong>de</strong> modo que, si no<br />

fuera por el temblor, parecería un muerto a quien llevaban a enterrar.<br />

Salvador se retiró muy <strong>de</strong>sesperanzado. El convoy se <strong>de</strong>tuvo para distribuir raciones.<br />

Era la época <strong>de</strong> la vendimia, y el vino estaba poco menos que <strong>de</strong> bal<strong>de</strong>, porque<br />

necesitaban <strong>de</strong>salojar las tinajas para dar [380] cabida al mosto, que era aquel año<br />

abundantísimo. Así es que el convoy pasaba, según la expresión <strong>de</strong> Seudoquis, por una<br />

calle <strong>de</strong> borracheras. A cada instante hallaban grupos jaleadores; oíanse dicharachos,<br />

cantorrios y pen<strong>de</strong>ncias. Bailes y jotas festejaban el pingüe Octubre, y los mozos<br />

vendimiadores aparecían manchados <strong>de</strong> mosto, feos y soeces como sacristanes, que no<br />

sacerdotes, <strong>de</strong> un Baco pe<strong>de</strong>stre y envilecido. Con la caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> se fue<br />

amortiguando el escándalo <strong>de</strong> aquella bacanal campesina; se extinguieron los ruidos <strong>de</strong><br />

guitarras y pan<strong>de</strong>retas, y al anochecer, las pandillas <strong>de</strong> clérigos aparecían paseando en el<br />

camino a la entrada <strong>de</strong> las al<strong>de</strong>as. Oscura, oscurísima era la noche cuando el convoy<br />

entró en la capital <strong>de</strong> Navarra. Y a pesar <strong>de</strong> ser tal que todo se veía negro, a Salvador le<br />

pareció que no había en ella bastantes tinieblas para ocultar lo que hacer pensaba.[381]<br />

- XX -<br />

Pero todo fue inútil por falta <strong>de</strong> elementos. Arrebatar sigilosamente un prisionero a la<br />

autoridad militar, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una plaza fuerte y en momentos en que el fanatismo <strong>de</strong> los<br />

partidos redoblaba la vigilancia, era empresa <strong>de</strong>masiado temeraria y difícil para que<br />

saliera bien no contando con altos auxilios. Salvador no tenía amistad con el Virrey, y<br />

aunque la tuviera <strong>de</strong> nada le valdría por ser D. Antonio Solá hombre muy inflexible. De<br />

los jefes militares importantes trataba a algunos, y con varios <strong>de</strong> ellos tenía<br />

conocimiento [282] que rayaba en amistad, por antiguo compañerismo en el Gran<strong>de</strong><br />

Oriente masónico <strong>de</strong>l 22. Pero no era a propósito la ocasión para corruptelas<br />

humanitarias. Seudoquis, con quien siempre contaba, le dio esperanza, asegurándole<br />

que si el prisionero perseveraba en sus locas extravagancias, era fácil que el Virrey, en<br />

vez <strong>de</strong> mandarle al foso, le enviase al hospital <strong>de</strong> orates.<br />

El cuidado <strong>de</strong> reanudar sus relaciones antiguas, y procurarse otras nuevas ocupaba a<br />

Salvador las mejores horas <strong>de</strong>l día y <strong>de</strong> la noche. Los militares se reunían en una especie<br />

<strong>de</strong> casino, situado junto a la fonda principal, y allí se jugaba, mezclando los<br />

entretenimientos lícitos con los prohibidos; se bebía café, se vaciaban botellas y se<br />

charlaba <strong>de</strong> lo lindo. Fuera <strong>de</strong> aquel círculo halló nuestro amigo algunos que, a pesar <strong>de</strong><br />

pertenecer a la clase militar, se mantenían retraídos. Una mañana paseaba solo por la<br />

Taconera, cuando tropezó con una persona cuyo rostro no era extraño para él. Detúvose,<br />

saludó, y el <strong>de</strong>sconocido conocido le contestó fríamente. Era un hombre <strong>de</strong> alta estatura,<br />

moreno, <strong>de</strong> ojos negros, bigote y patillas. Recortadas estas con esmero por la navaja<br />

formaban una curva sobre las mejillas y venían a unirse al bigote, resolviéndose en él,


por <strong>de</strong>cirlo así, <strong>de</strong> lo que resultaba como una carrillera <strong>de</strong> pelo. Su nariz aguileña <strong>de</strong><br />

perfecta forma, el mirar penetrante, y un no sé qué <strong>de</strong> reserva, <strong>de</strong> seriedad profunda que<br />

en él había, indicaban que no era hombre vulgar aquel que en tal hora paseaba envuelto<br />

en capa <strong>de</strong> paisano, y calzado <strong>de</strong> altas botas, que el buen estado <strong>de</strong>l piso hacía<br />

innecesarias. Al soltar el embozo <strong>de</strong>jó ver su cuerpo, vestido con zamarreta peluda,<br />

estrechamente ajustada con cordones negros. Las patillas, las botas, la zamarreta, la<br />

aguileña y <strong>de</strong>lgada nariz, los ojos <strong>de</strong> cuervo y la gravedad taciturna son rasgos<br />

suficientes a trazar sobre el lienzo o sobre el papel la inequívoca figura <strong>de</strong><br />

Zumalacárregui.<br />

El que <strong>de</strong>spués fue el más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> los cabecillas y el genio militar <strong>de</strong> D. Carlos,<br />

estaba a la sazón <strong>de</strong> cuartel en Pamplona, vigilado por la autoridad militar. Varias veces<br />

le había amonestado Solá. Se contaban sus pasos y se le había prohibido tener caballo.<br />

Vivía con su familia y era hombre muy morigerado. No daba a conocer fácilmente sus<br />

opiniones; pero pasaba por ferviente partidario <strong>de</strong> D. Carlos. Iba a misa todos los días y<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> misa paseaba dos horas por la Taconera, cualquiera que fuese el tiempo.<br />

Salvador y D. Tomás hablaron breve rato. D. Tomás compa<strong>de</strong>ció a su amigo D.<br />

Carlos Navarro, y <strong>de</strong>spués, como el otro sacara a relucir la guerra y el aspecto que<br />

tomaba, dijo con aparente candor, verda<strong>de</strong>ra [383] máscara <strong>de</strong> su marrullería, que,<br />

según su opinión, las cosas no pasarían a<strong>de</strong>lante. Por no verse precisado a hablar más,<br />

apretó la mano <strong>de</strong> su amigo y siguió paseando por la muralla.<br />

Al día siguiente fue pasado por las armas en el foso <strong>de</strong> las fortificaciones D. Santos<br />

Ladrón, que murió valiente como español y resignado como cristiano. Después sufrió<br />

igual suerte Iribarren, cabecilla menos célebre que el primero. Ya estaba señalado el<br />

sacrificio <strong>de</strong> Garrote para el 15, cuando el Virrey, en vista <strong>de</strong>l estado lastimoso <strong>de</strong>l reo,<br />

difirió su muerte, mejor dicho, la encomendó a la Naturaleza. Los médicos habían dicho<br />

que Navarro no viviría dos semanas, y Solá tuvo ocasión <strong>de</strong> mostrar su humanidad. El<br />

enfermo fue trasladado al hospital, <strong>de</strong> lo que recibió su hermano mucho contento,<br />

porque algo más vale <strong>de</strong>sahuciado que muerto.<br />

Cada día llegaban a la ciudad noticias alarmantes <strong>de</strong>l vuelo que tomaba la<br />

insurrección. En Oñate se echaba al campo Alzaá, en Salvatierra Uranga, en Toranzo<br />

Bárcena, Balmaseda en Fuentecén, y en Navarra, que era el centro <strong>de</strong> aquel motín seminacional<br />

fraguado por el absolutismo con la ban<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> Cristo, se habían alzado Goñi y<br />

Eraso, Iturraldo y el cura <strong>de</strong> Irañeta. Eraso tenía por suyo a Roncesvalles, Goñi la<br />

Borunda, y el párroco asolaba la parte llana. Era un bravo soldado el <strong>de</strong> Irañeta y podía<br />

ocupar lugar excelso en esos extraños fastos eclesiástico-militares, don<strong>de</strong> están escritas<br />

con horribles letras negras las hazañas <strong>de</strong> Merino, Antón Coll y el Trapense.<br />

Navarro fue trasladado al hospital, don<strong>de</strong> su hermano pudo verle con frecuencia. El<br />

áspero carácter, los bruscos modos y la amarguísima pena <strong>de</strong>l enfermo no cambiaron<br />

nada pasando <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> los carceleros al <strong>de</strong> los cirujanos, si bien su dolencia entró en<br />

un período <strong>de</strong> alivio por las ventajas higiénicas <strong>de</strong>l cambio <strong>de</strong> vivienda. Postrado en la<br />

cama, pasaba a veces días enteros sin pronunciar una sola palabra, aunque Salvador<br />

hacía los imposibles por sacar una siquiera <strong>de</strong> aquel pecho que era un mar <strong>de</strong><br />

melancolías. En cambio, otros días era tal su locuacidad que no podían seguirle la<br />

conversación incoherente y exaltada. Salvador y el cirujano procuraban con esfuerzos<br />

<strong>de</strong> gallardo ingenio llevar su charla a los términos <strong>de</strong> la discreción y <strong>de</strong>l buen razonar;


pero mientras más querían ir ellos por el camino <strong>de</strong>l juicio, con más ahínco se arrojaba<br />

D. Carlos por los <strong>de</strong>speña<strong>de</strong>ros <strong>de</strong>l <strong>de</strong>satino. Si ellos hablaban <strong>de</strong> las cosechas, <strong>de</strong>l<br />

crudo invierno y entremezclaban donosos cuentos en su coloquio, a él no le sacaba<br />

nadie <strong>de</strong> la guerra, <strong>de</strong>l empuje carlista y <strong>de</strong> la necesidad <strong>de</strong> que un jefe militar <strong>de</strong><br />

prestigio y valor se pusiese al [384] frente <strong>de</strong> las partidas navarras para organizarlas y<br />

hacer con ellas un po<strong>de</strong>roso ejército reglado. Imaginaron hacerlo creer que no había ya<br />

tal guerra y que los rebel<strong>de</strong>s se habían sometido ya al Gobierno; pero esto dio resultado<br />

contrario al buen <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> Salvador, porque oyendo Navarro lo <strong>de</strong>l someterse, poníase<br />

furioso, echaba ternos y quería arrojarse <strong>de</strong>l lecho. Más fácil era pacificar a Navarra que<br />

introducir en aquel cerebro insurreccionado la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la paz.<br />

El sistema más eficaz para calmarle y hacerle tomar las medicinas era contarle las<br />

hazañas <strong>de</strong>l cura <strong>de</strong> Irañeta y <strong>de</strong>l cabecilla Mongelos, dos tipos <strong>de</strong> la guerra <strong>de</strong><br />

salteadores. Pero si le <strong>de</strong>cían que todo el furor religioso carlino <strong>de</strong> tales héroes no era<br />

más que una pantalla para encubrir contrabando, entonces el enfermo sacaba los puños<br />

<strong>de</strong> entre las sábanas, llamaba al cirujano mequetrefe, y <strong>de</strong>cía a su hermano:<br />

-Tú eres un intrigante forrado en masón. Márchate <strong>de</strong> aquí y déjame solo. Me<br />

estorbas, te juro que me estorbas. Tus cuidados me cargan, porque no quiero<br />

agra<strong>de</strong>certe nada. ¿Lo oyes bien? no quiero agra<strong>de</strong>certe nada, ni esto. Pesas sobre mí<br />

como una montaña, y creo que no tendré salud mientras no estés lejos <strong>de</strong> mí y pueda yo<br />

<strong>de</strong>cir: «no le <strong>de</strong>bo nada, no es mi hermano, es un intruso».<br />

De estas cosas se reía Salvador, y para captarse su voluntad y amansar un poco su<br />

arisco genio, hasta i<strong>de</strong>ó afectar simpatías por el Infante y la apostólica insurrección. Una<br />

mañana le llevó la noticia que circulaba por la ciudad, dando motivo a infinitos<br />

comentarios. Zumalacárregui se había pasado al campo carlista. Según dijo quien le vio,<br />

dos días antes había salido muy <strong>de</strong> mañana, con capote militar, por la puerta <strong>de</strong>l<br />

Carmen, y se había encaminado a pie hacia una venta próxima, don<strong>de</strong> le esperaban tres<br />

hombres con un caballo. A escape se dirigió el coronel cabecilla a Huarte Araquil,<br />

don<strong>de</strong> le aguardaban el cura Irañeta y Mongelos. Los tres partieron juntos hacia la sierra<br />

en busca <strong>de</strong> Iturral<strong>de</strong>, según se creía.<br />

Mucho extrañó a Monsalud el ver que su hermano, en lugar <strong>de</strong> recibir esta noticia<br />

con la alegría que siempre mostraba, tratándose <strong>de</strong> ventajas carlistas, la oyó con gran<br />

asombro, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> larguísima pausa, se afligió mucho y se dio un golpe en la frente<br />

como en señal <strong>de</strong> abatimiento y <strong>de</strong>sesperación. De pronto extendió una mano. Asiendo<br />

el brazo <strong>de</strong> su hermano, atrájole hacia sí y en voz baja, con el acento más lúgubre que<br />

pue<strong>de</strong> imaginarse, le dijo estas palabras:<br />

-¿Ves lo que hace Zumalacárregui? Pues eso <strong>de</strong>bía haberlo hecho yo. ¿No te dije que<br />

era necesario que un jefe militar se pusiese al frente <strong>de</strong> [385] esta sagrada insurrección<br />

para organizarla? Pues ese jefe <strong>de</strong>bía ser yo, yo. ¿Qué hace Zumalacárregui? Lo mismo<br />

que habría hecho yo. Su papel es el mío, sus laureles los míos, su triunfo mi triunfo. Si<br />

yo no estuviera en esta aborrecida cama, estaría don<strong>de</strong> él está ahora, y lo que él piensa<br />

hacer y hará <strong>de</strong> seguro, ya estaría hecho... ¡Qué <strong>de</strong>sesperación, Dios <strong>de</strong> Dios!<br />

Dicho esto, puso sus ojos fieros en los <strong>de</strong> su hermano tristes y serenos; le envolvió<br />

en una mirada aterradora y le apretó con más fuerza el brazo, diciendo:


-Oye tú, si me sacas <strong>de</strong> esta cama, si me sacas <strong>de</strong> Pamplona y me pones en salvo en<br />

Huarte Araquil o en Oricaín y me das un caballo, te juro que se acabará el odio que te<br />

tengo y serás mi hermano querido, y daré una interpretación buena a tus cuidados,<br />

agra<strong>de</strong>ciéndolos en vez <strong>de</strong> rechazarlos. Hazlo, hazlo por mí y por nuestro padre, cuya<br />

memoria y cuyo nombre pongo hora como lazo <strong>de</strong> reconciliación entre los dos...<br />

Salvador sintió frío en el corazón. En el primer instante tuvo la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> aparentar<br />

complacer a su hermano, dando cuerda a su <strong>de</strong>mencia; pero consi<strong>de</strong>ró al punto que era<br />

muy peligroso el sistema <strong>de</strong> fomentar, siquier fuese momentáneamente, tan<br />

<strong>de</strong>scabelladas manías, y tan sólo dijo: -Si insistes en esa locura, te abandonaré y<br />

entonces sí que llamarás a tu querido hermano.<br />

Navarro gritó: ¡Intruso! y al punto su cabeza y sus brazos <strong>de</strong>saparecieron entre las<br />

sábanas. Era aquel el movimiento final <strong>de</strong> su enfado y su manera genuina <strong>de</strong> romper con<br />

el mando.<br />

Des<strong>de</strong> aquel día, si halló alivio en su enfermedad, <strong>de</strong>clinó más por la pendiente <strong>de</strong> la<br />

locura, y tales disparates hizo, que el Virrey le absolvió en <strong>de</strong>finitiva como indigno <strong>de</strong>l<br />

patíbulo. Estaba incapacitado para morir a manos <strong>de</strong> los hombres. Una noche le hallaron<br />

medio <strong>de</strong>snudo en un <strong>de</strong>sván <strong>de</strong>l hospital buscando salida para salir al tejado. Dos días<br />

<strong>de</strong>spués dio <strong>de</strong> puñadas al cirujano, y frecuentemente se arrojaba <strong>de</strong>l lecho para correr<br />

por la sala injuriando a imaginarios enemigos, sólo vistos <strong>de</strong> su extraviado<br />

entendimiento. Por último, pasados tres meses <strong>de</strong> hospital, y cuando mediaba Enero <strong>de</strong>l<br />

34, fue <strong>de</strong>clarado baja en el ejército, y el Virrey dispuso que se hiciera cargo <strong>de</strong> él su<br />

familia, si alguna tenía. En tal resolución no tuvieron poca parte las buenas amista<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

Salvador. Así vio colmados sus <strong>de</strong>seos, y llevándose consigo al enfermo, lo instaló en<br />

su casa cómodamente, <strong>de</strong>cidido a llevárselo a Madrid cuando su estado lo permitiese y<br />

se apaciguaran los rigores <strong>de</strong> aquel crudo invierno. [386]<br />

El <strong>de</strong>scenso <strong>de</strong> la temperatura había extendido sobre algunas partes <strong>de</strong> la nieve<br />

planchas <strong>de</strong> durísimo y resbaladizo cristal. Las fuentes, enmu<strong>de</strong>cidas en su parlero<br />

rumor, parecían <strong>de</strong>coraciones <strong>de</strong> azúcar por la quietud <strong>de</strong> sus chorros helados <strong>de</strong> mil<br />

facetas. En las murallas las formidables piezas <strong>de</strong> gran calibre estaban arrebujadas en la<br />

nieve, y por un pliegue <strong>de</strong>l frío capote asomaban sus bostezantes bocas negras<br />

amenazando al campo. En los fosos, la inmaculada blancura casi cegaba la vista, y las<br />

alegres márgenes <strong>de</strong>l Arga no se conocían <strong>de</strong> puro vestidas. Los árboles con sus<br />

escuetas ramas perfiladas <strong>de</strong> blanco no parecían árboles, sino urdimbres rotas <strong>de</strong> un<br />

tejido <strong>de</strong>shecho. Las casas medio sepultadas echaban a duras penas por su chimenea,<br />

cubierta <strong>de</strong> finas cremas y cristalinos picachos, un chorro <strong>de</strong> humo que subía lentamente<br />

a manchar el cielo y se resolvía en el pesado gris <strong>de</strong> la atmósfera como masas <strong>de</strong> tinta<br />

arrojadas en un inmenso mar <strong>de</strong> almidón. Dentro <strong>de</strong> las casas reinaban, por el contrario,<br />

la animación y el bullicio, por estar recogidos los habitantes todos al amor <strong>de</strong> los<br />

hogares, don<strong>de</strong> ardían encinas enteras. Fuera, todo estaba congelado, incluso la guerra,<br />

que había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> moverse en el campo para latir en el corazón <strong>de</strong> las viviendas.<br />

Contra lo que Salvador esperaba y temía, Navarro se <strong>de</strong>jó llevar, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

instalado en vivienda tan distinta <strong>de</strong>l lóbrego y tristísimo hospital en que antes moraba,<br />

su exaltación se trocó en abatimiento y su aspereza en indiferencia, no exenta en<br />

algunos instantes <strong>de</strong> suavidad y aun <strong>de</strong> discretas y sosegadas razones.


No contribuyó poco a su alivio la soledad en que estaba y el no permitir Salvador<br />

que le visitara persona alguna, porque en el hospital los <strong>de</strong>más enfermos se complacían<br />

en calentarle los cascos, contradiciéndole en sus vehemencias o alentándole en sus<br />

maja<strong>de</strong>rías. Una mujer <strong>de</strong> carácter excelente, tan notable por su solicitud como por su<br />

paciencia, le asistía, y un clérigo pacífico le acompañaba algunos ratos. Doña<br />

Hermenegilda, que así se llamaba la dueña, era viuda <strong>de</strong> un guarda-montes <strong>de</strong> la<br />

Borunda y había tenido siete hijos, <strong>de</strong> los cuales, a excepción <strong>de</strong>l más pequeño, que<br />

emigró a las Américas, no quedaba ninguno por haberlos absorbido todos<br />

sucesivamente las distintas guerras <strong>de</strong> la Península, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la famosa <strong>de</strong> la In<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia<br />

hasta la <strong>de</strong> los agraviados en Cataluña. Tan guerreros eran, que en los pequeños claros o<br />

intervalos <strong>de</strong> paz, ninguno supo hacer cosa <strong>de</strong> provecho, y la poca hacienda que tenían<br />

fue pasando a los prestamistas, disolviéndose toda en comilonas, timbas, inútiles viajes,<br />

cacerías y compras <strong>de</strong> armas para camorras. De [387] esto y <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sastroso fin <strong>de</strong> todos<br />

ellos, nació en Doña Hermenegilda un aborrecimiento tan vivo <strong>de</strong> las guerras, que no se<br />

le podía mentar nada <strong>de</strong> lo tocante al fiero Marte y su culto sangriento. Ella <strong>de</strong>cía que<br />

una nación <strong>de</strong> cobar<strong>de</strong>s sería la más feliz y próspera <strong>de</strong>l mundo, y cuando le objetaban<br />

que esa nación no sería dueña <strong>de</strong> sí misma porque la esclavizaría cualquier conquistador<br />

extraño, respondía que su bello i<strong>de</strong>al era que todas las naciones <strong>de</strong>l mundo fueran<br />

igualmente cobar<strong>de</strong>s, para que resultara un globo terráqueo poblado en absoluto <strong>de</strong> seres<br />

pru<strong>de</strong>ntes. Doña Hermenegilda no era navarra.<br />

No podía haber escogido Salvador persona más a propósito para cuidar a un hombre<br />

tocado, como se sabe, <strong>de</strong>l mal <strong>de</strong> batallas. No tenía igual seguridad <strong>de</strong> acierto en la<br />

elección <strong>de</strong>l Padre Zorraquín para acompañante y amigo espiritual <strong>de</strong>l enfermo, porque<br />

si bien en ocasiones podría tenerse al tal clérigo por la persona más bondadosa y mansa<br />

<strong>de</strong>l mundo, en otras parecía un si es no es levantisco y ambicioso. Era Zorraquín<br />

capellán <strong>de</strong> unas monjas pobres y no podía ocultar sus febriles ganas <strong>de</strong> llegar a otra<br />

posición eclesiástica más elevada. Ya no era joven el capellán y había <strong>de</strong>jado trascurrir<br />

lo más florido <strong>de</strong> su existencia sin hacer valer los méritos que creía poseer. Todas sus<br />

peroratas sobre este tema <strong>de</strong> la vanidad concluían diciendo: «Ya, ya vendrán tiempos <strong>de</strong><br />

justicia, sí, ya vendrán... Entonces no veremos los coros <strong>de</strong> las catedrales llenos <strong>de</strong><br />

masones con sotana, mientras los buenos eclesiásticos perecen».<br />

No pasaba ya Garrote la mayor parte <strong>de</strong>l día en la cama. Había recobrado las fuerzas,<br />

y su mal, que antes parecía profundamente arraigado y dueño <strong>de</strong> la persona, le permitía<br />

ya algunas horas <strong>de</strong> completo bienestar. Muy sensible al frío, se acercaba con frecuencia<br />

a la lumbre, la observaba con fijeza, arrojando en medio <strong>de</strong> las ascuas su mirada, como<br />

si quisiera encen<strong>de</strong>rla en ellas, y no se movía hasta que, inflamándose su cara con los<br />

rojos reflejos, llegaba a un grado <strong>de</strong> irritación insoportable. Entonces se retiraba,<br />

conservando en su pupila la imagen <strong>de</strong> las brasas <strong>de</strong>slumbradoras. Después <strong>de</strong> dar<br />

algunos paseos por la estancia, hasta enfriarse, volvía junto a las llamas y se extasiaba<br />

contemplando otra vez las lenguas rojas <strong>de</strong> azulada punta, las quemadas astillas que<br />

caían <strong>de</strong>l consumido leño con murmullo <strong>de</strong> hojas secas, y langui<strong>de</strong>cían luego en la<br />

ceniza durmiéndose.<br />

Comía poco. No leía nada, y su única distracción era tirar al florete con su hermano.<br />

Pero este entretenimiento duraba minutos nada más, por la escasa fuerza <strong>de</strong>l<br />

convaleciente. Hablaba tan poco, que a veces [388] hasta se privaba <strong>de</strong> lo necesario por<br />

no pedirlo. En el largo espacio <strong>de</strong> un mes no pasaron <strong>de</strong> tres las conversaciones tiradas<br />

que ambos hermanos sostuvieron. En la primera hablaron <strong>de</strong> las condiciones <strong>de</strong> las


casas <strong>de</strong> Pamplona, <strong>de</strong> la catedral, <strong>de</strong> la ciuda<strong>de</strong>la, <strong>de</strong> las fortificaciones, <strong>de</strong> la Rochapea<br />

y <strong>de</strong> otros temas locales, en que Navarro mostró su prolijo conocimiento <strong>de</strong> la ciudad.<br />

En la segunda, Salvador le habló <strong>de</strong> la guerra, procurando poner a prueba el juicio <strong>de</strong> su<br />

hermano, y no tuvo poca sorpresa al observar que Garrote trató el asunto con un aplomo<br />

y una serenidad <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as admirable. El tercer coloquio fue todo él expresión <strong>de</strong><br />

sentimientos personales, y habría podido servir <strong>de</strong> base <strong>de</strong> concordia entre dos hombres<br />

que tanto se habían aborrecido. Por esto <strong>de</strong>be ser puesto entre lo más precioso que han<br />

hablado nuestros personajes, y reproducido con integridad para que sea edificación <strong>de</strong><br />

nuestros lectores, como lo fue <strong>de</strong> Doña Hermenegilda, que tuvo el honor <strong>de</strong> hallarse<br />

presente en aquel palique. [389]<br />

- XXI -<br />

Una tar<strong>de</strong>, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> comer, hicieron ambos elogios muy ardientes <strong>de</strong> un exquisito<br />

guisado <strong>de</strong> palomas silvestres que les puso Doña Hermenegilda. Después Navarro se<br />

acercó a la chimenea, cual si fuera a arrojarse <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> ella, y como Salvador le<br />

amonestara por aquel singular gusto <strong>de</strong> achicharrarse, Navarro se retiró, miró a su<br />

hermano sin el acostumbrado fruncimiento <strong>de</strong> cejas, y le dijo estas blandas palabras:<br />

[390]<br />

-Acabarás por manejarme como a un chiquillo. ¿Qué más quieres? Poco a poco me<br />

has ido haciendo tu prisionero sin combatir, y con medicinas primero, con cuidados<br />

<strong>de</strong>spués, has ido venciéndome. Si no hay en todo esto una intención <strong>de</strong>sconocida, <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

ahora <strong>de</strong>claro que estoy agra<strong>de</strong>cido <strong>de</strong>l bien que me has hecho.<br />

-Una intención y un plan hay en mí -replicó Salvador- pero ambos son harto claros.<br />

He querido vencerte con las armas <strong>de</strong>l bien y dominarte por la fuerza <strong>de</strong> la caridad,<br />

emanada <strong>de</strong> un parentesco que no querías reconocer. ¿Lo reconocerás ahora? ¿Se hace<br />

por un extraño lo que yo he hecho?<br />

-No -dijo con noble <strong>de</strong>cisión Garrote-. No se hace por un extraño lo que has hecho<br />

por mí. He tenido días <strong>de</strong> gran oscurecimiento en mi cabeza; pero ya veo claro, y<br />

aunque imagino sofismas y sutilezas para <strong>de</strong>svirtuar tu comportamiento conmigo, no<br />

puedo. La verdad es más fuerte que mis cavilaciones. Te me has ido imponiendo,<br />

imponiendo, y ahora estás encima <strong>de</strong> mí con un doble carácter, pues no puedo separar<br />

completamente en ti el hermano cariñoso <strong>de</strong>l hombre aborrecido, ni creo que separarlos<br />

pueda mientras los dos vivamos.<br />

-He sido más afortunado que tú -dijo Salvador, apartándole otra vez <strong>de</strong>l fuego, que le<br />

atraía como a mariposa-, porque yo hace tiempo que he olvidado todas las ofensas; hace<br />

tiempo que he cogido todos los rencores y arrancándolos <strong>de</strong> mí los he echado fuera,<br />

como se echa este papel al fuego.<br />

Salvador arrojó al fuego un papel que ardió instantáneamente con llamarada<br />

juguetona. Instintivamente Navarro se acercó a la chimenea y quiso sacar el papel que


ardía; pero retrocedió quemándose los <strong>de</strong>dos. Esto, que parecía un chispazo <strong>de</strong> locura,<br />

inspiró a Salvador lo siguiente:<br />

-No metas tu mano en el fuego para sacar lo que ha caído en él. Tú, como yo,<br />

necesitas hacerte perdonar para ser perdonado, necesitas comprar la generosidad con<br />

generosidad y el olvido con el olvido.<br />

-Si pudiera olvidar... -murmuró Navarro, embelesado siempre en la contemplación<br />

<strong>de</strong> la llama-. Si pudiera borrar todo lo que no fuera presente... ¡Qué tranquilo viviría!...<br />

Porque el presente me agrada, y esta serenidad que ahora disfruto es un bien muy<br />

precioso. Fáltame saber si lo <strong>de</strong>bo a la casualidad, a la Provi<strong>de</strong>ncia o a ti.<br />

-A los tres -replicó el otro-. La Provi<strong>de</strong>ncia y el hombre, ya amigo ya enemigo,<br />

suelen obrar <strong>de</strong> acuerdo para salvarnos o per<strong>de</strong>rnos. Tu memoria se ha aclarado lo<br />

bastante para recordarte, lo que has pasado, la ruina <strong>de</strong> tus <strong>de</strong>scabellados planes <strong>de</strong><br />

guerrillero, tu prisión, tu enfermedad [391] gravísima, tu con<strong>de</strong>nación a muerte. Pero<br />

hay cosas que no pue<strong>de</strong>s saber por tu memoria, y son la curiosidad interesada con que<br />

yo observaba tus pasos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Madrid, y mí resuelto propósito <strong>de</strong> socorrerte cuando<br />

caíste en el mayor peligro en que pue<strong>de</strong> caer un hombre. Yo <strong>de</strong>jé mi casa, comodida<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> esas que empiezan a valer mucho cuando se nos va acabando la juventud, y<br />

quehaceres importantes; yo corrí a este país <strong>de</strong> Navarra <strong>de</strong>cidido a emplear todo lo que<br />

en mí hubiera <strong>de</strong> actividad, <strong>de</strong> celo y <strong>de</strong> ingenio para salvarte. He vivido algunos meses<br />

consagrado a ti, velando por ti, y luchando contra tu mal, contra tu genio, contra tu<br />

locura, contra los enemigos, contra la ley y contra todo, sin <strong>de</strong>smayar nunca, sin<br />

fatigarme un punto hasta conseguir mi objeto. Sobre todos los enemigos me han<br />

resistido siempre tu carácter y tu antipatía. Pero esto, lejos <strong>de</strong> <strong>de</strong>sanimarme, me<br />

encendía más, y más me estimulaba a preten<strong>de</strong>r una victoria completa. Estoy satisfecho,<br />

te he salvado <strong>de</strong> la muerte, te he cazado, te he domado, y ahora te tengo en mi po<strong>de</strong>r, no<br />

como enemigo prisionero, sino como podría tener un padre a su hijo débil y pecador,<br />

sojuzgado y no sé si arrepentido. Yo conceptuaba como la mayor gloria apetecible esta<br />

victoria mía por la fraternidad cristiana, y esa sumisión tuya por la gratitud. Ahora,<br />

cuando parece que recobras tu salud perdida y tu libertad, ¿qué harás? Des<strong>de</strong> el<br />

momento en que yo me aleje, tu soledad será espantosa. ¿Irás a la guerra? No lo creo. Si<br />

te retiras a alguna parte a vivir pacífica y honradamente, ¿a quién volverás los ojos para<br />

<strong>de</strong>cir: «tú eres mío»? ¿Los volverás a tu mujer? No. ¿Buscarás algún pariente en la<br />

Puebla? No los tienes. ¿Buscarás amigos? Tu carácter rechaza las amista<strong>de</strong>s nuevas.<br />

Abre los ojos y ve claro, <strong>de</strong>sgraciado; no niegues la evi<strong>de</strong>ncia. Por más que busques no<br />

hallarás más familia que yo. Yo soy el único que puedo llenar tu vacío y hacer a tu lado<br />

un bulto, una sombra que indique la presencia <strong>de</strong> un amigo.<br />

-Cállate -dijo Navarro, ya lejos <strong>de</strong> la chimenea- cállate, que me haces daño.<br />

Insensiblemente te has atado a mí y has soldado la ca<strong>de</strong>na. Está bien, te arrastraré<br />

conmigo. ¿Podrá separar algún día el hermano cuidadoso <strong>de</strong>l hombre aborrecido? No lo<br />

sé. Deja que pase el tiempo, que pasen días. Yo tengo ahora ocupaciones graves, muy<br />

graves.<br />

Esto <strong>de</strong> las ocupaciones graves hizo en Monsalud el efecto <strong>de</strong> un golpe. Tembló por<br />

el juicio <strong>de</strong> su hermano, que poco antes había visto manifestarse claro y hermoso, y que<br />

<strong>de</strong> repente se oscurecía. Como pasa una nube por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l sol, así pasó aquella frase<br />

por encima <strong>de</strong> la discreción <strong>de</strong>l enfermo, ocultándola. [392]


-Ocupaciones graves, gravísimas -repitió Navarro, frotándose las manos-. Por ahora<br />

sólo te diré que, si es verdad lo que me has dicho, resultará que eres digno <strong>de</strong><br />

admiración. Yo no te la niego, y en cuanto a tenerte cariño. Yo me enten<strong>de</strong>ré. El cariño<br />

no es cosa <strong>de</strong> quita y pon. Ya creo que siento un cierto interés por ti y que no me<br />

gustaría verte <strong>de</strong>sgraciado. Pórtate bien, y veremos.<br />

Este tono <strong>de</strong> protección, tan impropio <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong> ambos, chocó<br />

extraordinariamente a Salvador; pero su asombro y alarma subieron <strong>de</strong> punto cuando<br />

Navarro, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tener un rato las palmas <strong>de</strong> las manos sobre la lumbre, fue hacia su<br />

hermano, y poniéndole sobre el rostro una <strong>de</strong> aquellas manos que quemaban como<br />

plancha <strong>de</strong> hierro, le dijo pausadamente:<br />

-Deja que acabe esta gran campaña, y luego veremos.<br />

Salvador no dijo nada. Sospechaba que en la cabeza <strong>de</strong> su hermano había una i<strong>de</strong>a<br />

monstruosa, y no quiso perseguir aquella i<strong>de</strong>a, temiendo ver confirmada la triste<br />

sospecha. Dejándole que se achicharrase otra vez las manos, se acercó a la ventana para<br />

ver la nevada, que aquel día era abundantísima. Parecía que el mundo navegaba por un<br />

piélago infinito <strong>de</strong> plumas <strong>de</strong> cisne.<br />

Entró a la sazón el padre Zorraquín muerto <strong>de</strong> frío y se sentó a horcajadas en una<br />

silla, frente a la chimenea, extendiendo sus pies hacia el fuego. Poco <strong>de</strong>spués el vivo<br />

calor <strong>de</strong> la llama le obligó a apartarse. Empezó a oscurecer, por ser en aquella estación<br />

las tar<strong>de</strong>s más cortas que la esperanza <strong>de</strong>l pobre, y Doña Hermenegilda dio luz a un<br />

esplendoroso quinqué, competidor <strong>de</strong>l sol <strong>de</strong> invierno. Cerradas las ma<strong>de</strong>ras, se<br />

prepararon los cuatro a echarse a pechos la larguísima velada, que parecía un siglo,<br />

cuando no era conllevada <strong>de</strong> interesantes y variados entretenimientos. Doña<br />

Hermenegilda hacía media con ligereza suma. Aquella noche necesitó <strong>de</strong>vanar ma<strong>de</strong>jas<br />

<strong>de</strong> hilo, y como no tenía <strong>de</strong>vana<strong>de</strong>ra, prestose, como otras veces, a suplirla el bendito<br />

Padre Zorraquín. Era hombre amabilísimo. El cura charla que charla, y la dueña <strong>de</strong>vana<br />

que <strong>de</strong>vana, parecía que <strong>de</strong> los labios <strong>de</strong> aquel salía la palabra, como <strong>de</strong> la ma<strong>de</strong>ja <strong>de</strong><br />

sus manos el hilo, y que Doña Hermenegilda iba envolviendo el interminable discurso,<br />

haciendo <strong>de</strong> él un corpulento ovillo, que bien podría pasar por abultado libro. El cura<br />

hablaba, moviendo brazos y manos con lenta oscilación para que saliese la hebra, el<br />

ovillo crecía, pasando <strong>de</strong> nuez a manzana, <strong>de</strong> manzana a calabaza, y los dos hermanos<br />

oían y callaban, el uno inmóvil, el otro marcando cada vuelta <strong>de</strong> la ma<strong>de</strong>ja con un<br />

golpecito dado con las tenazas en el bor<strong>de</strong> [393] <strong>de</strong> la chimenea. Cada vez que el hilo se<br />

<strong>de</strong>slizaba, rozando con el <strong>de</strong>do gordo <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l cura, Navarro daba un<br />

golpe. Era como el ritmo <strong>de</strong> un reló (17) . Creeríase que los cuatro individuos formaban un<br />

mecanismo <strong>de</strong>ntado construido para hablar ovillando, y para ovillar los segundos.<br />

Salvador habría podido pasar por la muestra <strong>de</strong> aquel humano reló (18) , pues su cara no<br />

expresaba nada, a no ser la inmutable tristeza <strong>de</strong> un horario.<br />

¿Qué contaba Zorraquín? Las hazañas <strong>de</strong> Zumalacárregui, que era el asunto obligado<br />

en Pamplona y en toda Navarra. La prolijidad <strong>de</strong>l buen cura no es para imitada aquí,<br />

pues él se había propuesto ser en lo futuro historiador <strong>de</strong> aquella gran guerra, y<br />

apuntaba todas las noticias para reunir materiales. Aprovechándolo todo, lo mismo lo<br />

cierto que lo dudoso, y utilizando lo histórico así como lo anecdótico, allegaba<br />

elementos para un colosal almacén literario que, por fortuna, pereció en un incendio<br />

años a<strong>de</strong>lante.


Zorraquín refería las acciones, <strong>de</strong>scribía los lugares, reproducía las palabras, dando a<br />

las alocuciones el tono y tamaño <strong>de</strong> discursos a lo Tito Livio. Hasta imitaba los gestos<br />

<strong>de</strong> los guerreros, y al llegar un punto en que hubiese aclamaciones <strong>de</strong> la muchedumbre,<br />

lo hacía tan al vivo, que era preciso suplicarle que bajase la voz para no alarmar a la<br />

vecindad.<br />

Abreviando todo lo posible la empalagosa narración, sólo diremos que<br />

Zumalacárregui había tropezado con el antagonismo <strong>de</strong> los díscolos jefes que se<br />

sublevaron antes que él. Aclamado por algunos como jefe <strong>de</strong> todos los voluntarios<br />

navarros, halló resistencia en Iturral<strong>de</strong>. El cura <strong>de</strong> Irañeta, y Mongelos no vacilaron en<br />

ponerse a sus ór<strong>de</strong>nes. Dividiéronse los carlinos; pero una insurrección pequeña nacida<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la insurrección gran<strong>de</strong> resolvió el problema. El cabecilla Sarasa se sublevó<br />

una mañana, y haciendo prisionero a Iturral<strong>de</strong>, proclamó a Zumalacárregui comandante<br />

general <strong>de</strong> Navarra. Por este procedimiento, que más que navarro era español puro, se<br />

unificó la insurrección, y los voluntarios carlistas no tuvieron ya sino un solo jefe. Este<br />

<strong>de</strong>splegó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer momento energía colosal. Rebajó a un real la soldada <strong>de</strong> dos<br />

reales que percibían los voluntarios, y empezó a combatir con gran fortuna. Dictó<br />

aquellas célebres disposiciones que tan extraordinario vigor infundieron a las armas<br />

carlistas, y en todo mostró ser insigne guerrillero, digno sucesor <strong>de</strong> los Viriatos,<br />

Empecinados y Merinos, con más saber militar que todos ellos. Sus terribles castigos<br />

revelaron un carácter <strong>de</strong> hierro tal como se necesitaba en aquella sangrienta ocasión.<br />

Con<strong>de</strong>nó [394] a muerte en un bando que hacía cumplir estrictamente, a todo el que<br />

volviera la espalda al enemigo durante el combate, a todo el que sin vacilar no se<br />

dirigiese al puesto <strong>de</strong>signado por su jefe, aun cuando viese en él una muerte segura, y a<br />

todo el que pronunciase voces alarmantes, como que nos cortan, que viene la<br />

caballería, etc...<br />

Todo esto lo oía Navarro sin <strong>de</strong>cir nada, cejijunto y torvo, hasta que al fin rompió la<br />

palabra:<br />

-Basta ya <strong>de</strong> charla, Sr. Zorraquín. Si eso ha <strong>de</strong> escribirse que se escriba; pero conste<br />

que no es por mandato mío, pues no tengo vanidad en ello.<br />

Salvador y Doña Hermenegilda se miraron a las diez <strong>de</strong> la noche, cuando los dos<br />

hermanos se quedaron solos, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cenar, Salvador rogó a Navarro que se<br />

acostase.<br />

-No será malo -dijo este con mucha naturalidad-, pues fatiga sobre fatiga, se llega a<br />

un punto en que no hay cuerpo que resista. Sigo tu consejo, pues no ha sido mala la<br />

jornada <strong>de</strong> este día.<br />

Salvador le acompañó a su alcoba. Acostose Navarro, y sumergido en el lecho con el<br />

rebozo <strong>de</strong> las sábanas en la boca, sin mostrar <strong>de</strong> su persona más que media cara y tres<br />

<strong>de</strong>dos <strong>de</strong> una mano, habló a su hermano <strong>de</strong> este modo:<br />

-Natural era que se supiese ya en Navarra y aun en toda España la resistencia que<br />

hallé en Iturral<strong>de</strong>, la sublevación <strong>de</strong> Sarasa, y por último, la concentración <strong>de</strong> todas las<br />

fuerzas <strong>de</strong> este país bajo mi mando. Lo que extraño mucho es que se sepa ya, y aun que<br />

an<strong>de</strong> escrita y parlada, la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l día que di en la Amezcoa, mandando fusilar a los<br />

que vuelvan la espalda, a los que pronuncien voces subversivas y a los que no acudan a


los puestos <strong>de</strong> peligro... Esta i<strong>de</strong>a, que hace tiempo tenía yo y que acabo <strong>de</strong> poner en<br />

ejecución, será la clave <strong>de</strong> esta gran guerra y la base sobre que se forme el más temido y<br />

belicoso ejército que han visto las naciones.<br />

Salvador no pudo contenerse.<br />

-No eres tú -le dijo-, quien ha hecho esas cosas, sino Zumalacárregui.<br />

Sonrió con <strong>de</strong>sdén Navarro, y como si su hermano hubiese dicho una gran necedad,<br />

le contestó <strong>de</strong> este modo:<br />

-¿Pero no sabes, pobre hombre, que ese infeliz Zumalacárregui fue hecho prisionero<br />

en la Rioja, conducido a Estella, en cuya cárcel se agravó su enfermedad <strong>de</strong>l hígado, y<br />

<strong>de</strong>spués trasportado en un carro a Pamplona? ¿No sabes que está en el hospital con un<br />

mal gravísimo, que [395] algunos tienen por hepatitis y otros por locura? ¡Lástima <strong>de</strong><br />

hombre! le aprecio mucho y <strong>de</strong>seo que sane.<br />

Dijo, y volviéndose <strong>de</strong>l otro lado se fue aletargando. Poco <strong>de</strong>spués dormía<br />

profundamente. Después <strong>de</strong> contemplarle un rato, consi<strong>de</strong>rando que era cosa perdida,<br />

Salvador se retiró con el alma llena <strong>de</strong> tristeza.<br />

Pasaron tres días. Una mañana entró Salvador en su casa y halló a Doña<br />

Hermenegilda consternada, llorosa. La buena señora no se atrevía a darle la tristísima<br />

nueva <strong>de</strong>l suceso ocurrido durante la ausencia <strong>de</strong>l amo <strong>de</strong> la casa. Salvador creyó<br />

compren<strong>de</strong>rlo, corrió a la habitación <strong>de</strong> su hermano, pasó <strong>de</strong> una estancia a otra... No<br />

estaba.<br />

-Se escapó, sí señor, se escapó no hace media hora... En un momento que me<br />

<strong>de</strong>scuidé... Salí a comprar varias cosas... Le <strong>de</strong>jé paseando en el comedor con el capote<br />

puesto y la espada ceñida. Como otras veces andaba en el mismo empaque, no<br />

sospeché... Todavía no habrá salido <strong>de</strong> la ciudad. Todavía se le podrá <strong>de</strong>tener... ¡Qué<br />

<strong>de</strong>sgracia!... Cuando parecía curado... ¡Esta mañana me hablaba con tan buen juicio!...<br />

- XXII -<br />

Sin per<strong>de</strong>r un instante se empezaron las indagaciones. Algunos vecinos <strong>de</strong> la calle le<br />

vieron, y según la dirección que llevaba, <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> salir por la puerta <strong>de</strong> la Rochapea.<br />

Salvador preguntaba a todo el mundo, y como el pobre enfermo era bastante conocido<br />

en Pamplona, no tardó en tener noticias <strong>de</strong>l rumbo que había tomado. En compañía <strong>de</strong>l<br />

Padre Zorraquín, que se le unió <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que tuvo noticia <strong>de</strong>l suceso, recorrió<br />

inmediatamente todo el arrabal <strong>de</strong> la Rochapea. Al principio las indicaciones que<br />

recibió eran vagas y contradictorias; pero al fin supo que Carlos había comprado un<br />

caballo y había partido a escape en dirección <strong>de</strong> Villaba. La circunstancia <strong>de</strong> estar el<br />

pobre Navarro en posesión <strong>de</strong> su dinero fue causa <strong>de</strong> esta fuga, porque si no tuviera oro<br />

no habría encontrado caballo, y a pie no hubiera podido alejarse mucho. En el acto trató<br />

Salvador <strong>de</strong> adquirir dos cabalgaduras, una para sí y otra para Zorraquín, que se brindó<br />

a acompañarle [397] en la humanitaria empresa que iba a acometer; pero la escasez <strong>de</strong><br />

caballería era tal con motivo <strong>de</strong> la guerra, que en toda aquella noche y en parte <strong>de</strong>l<br />

siguiente día no pudieron obtener nada <strong>de</strong> provecho. Por fin, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> recorrer todos<br />

los arrabales exteriores y las cuadras <strong>de</strong> la ciudad, lograron obtener a precio muy alto


dos cuartagos <strong>de</strong> <strong>de</strong>secho, veteranos <strong>de</strong>l trabajo <strong>de</strong> arrastre, cuya presencia infundía (19)<br />

veneración y un vivo <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> andar a pie. Al verse dueño <strong>de</strong> aquellas dos piezas,<br />

Salvador no pudo tener la risa; pero, pues no había otras mejores, forzoso era tomarlas,<br />

y dispuso que antes <strong>de</strong> empren<strong>de</strong>r la primera jornada se les diera una copiosa ración <strong>de</strong><br />

cebada, a ver si <strong>de</strong> este modo recordaban su mocedad. Hartáronse <strong>de</strong> tal manera, que<br />

<strong>de</strong>spués fue preciso darles igual ración <strong>de</strong> palos para hacerles abandonar la cuadra y el<br />

<strong>de</strong>susado sibaritismo que les permitió su nuevo dueño. Al fin aquellas <strong>de</strong>svencijadas<br />

máquinas se pusieron en movimiento, llevando a nuestros dos jinetes por el camino <strong>de</strong><br />

Villaba. Era <strong>de</strong> noche y la helada <strong>de</strong>jábase sentir con intensidad. Iba Salvador en trajo<br />

<strong>de</strong> camino y Zorraquín en un pergenio mixto <strong>de</strong> viajero y eclesiástico, sin sotana, con<br />

botas negras, capa <strong>de</strong> cura y un gorro <strong>de</strong> terciopelo negro, cuyo borlón bailaba al duro<br />

compás <strong>de</strong> la caballería.<br />

Durante las primeras horas <strong>de</strong> su expedición hablaron <strong>de</strong>l objeto <strong>de</strong> ella, discutiendo<br />

las probabilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> éxito. Zorraquín opinaba que Navarro no había tomado el camino<br />

<strong>de</strong>l Baztán, sino el <strong>de</strong> las Amezcuas, don<strong>de</strong> a la sazón estaba empeñada la guerra, a lo<br />

que objetó Salvador que, siendo esta dirección la razonable, no <strong>de</strong>bía creerse que la<br />

había tomado el fugitivo, pues lo lógico parecía que este caminara siempre en contra <strong>de</strong>l<br />

sentido común. Con todo, las noticias que adquirieron en la madrugada confirmaron la<br />

sospecha <strong>de</strong>l buen cura. Antes <strong>de</strong> llegar a Villaba dijéronles que el <strong>de</strong>mente había<br />

retrocedido y vuelto hasta cerca <strong>de</strong> Pamplona, tomando <strong>de</strong>spués, al parecer, el camino<br />

<strong>de</strong> Lecumberri. Volvieron grupas los dos jinetes y se encaminaron a la Amezcua, sin<br />

hallar noticia alguna en seis días <strong>de</strong> molestísimo viaje, entre sustos y contrarieda<strong>de</strong>s.<br />

Frecuentemente tenían que apartarse <strong>de</strong>l camino por no tropezar con una guerrilla que<br />

apostada en las alturas hacía fuego sobre todo viajante sospechoso, y las columnas<br />

isabelinas inspiraban tanto recelo al capellán, que no pasara cerca <strong>de</strong> ellas por nada <strong>de</strong><br />

este mundo, temiendo infundir sospechas con su empaque <strong>de</strong> cura jinete. Los<br />

hospedajes eran infernales, pero los suplía con ventaja la caridad <strong>de</strong> los al<strong>de</strong>anos,<br />

excitada por el Sr. Zorraquín. En algunas partes les trataron tan a cuerpo <strong>de</strong> rey, como si<br />

fueran familiares <strong>de</strong>l Infante, y el astuto [398] sacerdote no disimulaba sus opiniones<br />

para verse <strong>de</strong> este modo mejor agasajado y atendido.<br />

Un día perdió Zorraquín su gorro negro, no se sabe cómo (aunque hay opiniones<br />

diversas sobre este suceso, sosteniendo algunos que el mismo cura lo arrojó a un<br />

muladar). Los dueños <strong>de</strong> la casa en que ambos amigos se habían hospedado le<br />

ofrecieron una boina blanca, también <strong>de</strong> borla, ancha, redonda, con aro <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra para<br />

sostener la forma <strong>de</strong> plato. Púsosela el cura historiador, mirose al espejo, echose a reír, y<br />

dijo que no se la había <strong>de</strong> quitar más, pues le caía que ni pintada. Partieron, y admitidos<br />

en el campo carlista corrieron toda la áspera sierra sin encontrar al individuo que<br />

buscaban, ni siquiera indicios <strong>de</strong> que hubiera estado por allí en ninguna época.<br />

En todas estas andaduras y averiguaciones pasaron el mes <strong>de</strong> Febrero y parte <strong>de</strong><br />

Marzo, Salvador muy contrariado y melancólico, Zorraquín contento y satisfecho <strong>de</strong><br />

verse entre aquella gente. Una mañana, regresando <strong>de</strong> visitar el caserío don<strong>de</strong> los<br />

carlistas tenían sus hospitales, se le enredó la capa en un espino y quedó en dos mita<strong>de</strong>s<br />

como la <strong>de</strong> San Martín. Un oficial carlista le ofreció al punto una zamarreta <strong>de</strong> piel;<br />

púsosela nuestro cura y se encontró tan bien, tan ágil, tan a gusto con aquella prenda,<br />

propia para abrigar sin impedir los movimientos, que gustosísimo la tuvo por suya y<br />

prometió llevarla siempre <strong>de</strong> allí en a<strong>de</strong>lante. Como le crecía la barba, y no había


querido afeitarse, ya no parecía tal cura sino un capitán <strong>de</strong> malhechores, jefe <strong>de</strong> guerrilla<br />

o cosa así. Él se reía, se reía y estaba cada vez más contento.<br />

Con la certidumbre <strong>de</strong> que Navarro no estaba en la Amezcua, partieron para Levante.<br />

Pero el temor <strong>de</strong> encontrar alguna columna <strong>de</strong>l ejército <strong>de</strong> Saarsfield les obligó a tomar<br />

precauciones. «Aunque son impropias <strong>de</strong> mí -dijo el cura-, no será malo que llevemos<br />

algún arma». Un guerrillero que les acompañaba, por ser amigo o hijo espiritual <strong>de</strong><br />

Zorraquín, dio a este un sable. Al ponérselo ¡cómo se reía el buen cura!... Salvador le<br />

regaló un cinto con dos pistolas que no necesitaba. Cuando se vio con tales arreos el<br />

capellán, a quien ya no conocería ni la Iglesia su madre ni la madre que le parió, soltó<br />

tan gran carcajada, que las gentes salían al camino para verle. El mismo Salvador, que<br />

había asistido a su lenta trasformación, casi no le reconocía bien.<br />

-Sr. D. Salvador amigo -dijo el cura-. Según asegura un buen hombre que ayer llegó<br />

<strong>de</strong> Pamplona, allí corre la voz <strong>de</strong> que yo me he pasado a las facciones y estoy al frente<br />

<strong>de</strong> una compañía <strong>de</strong> escopeteros. Podrá ser mentira, ¿eh? pero parece que es verdad. El<br />

Señor ha guiado [399] mis pasos, trayendome insensiblemente hasta aquí; ha mudado<br />

mi figura, me ha puesto en una vía <strong>de</strong> la que no puedo apartarme ya. Usted, como<br />

incrédulo, dirá que la casualidad es quien me ha dado esta guerrera facha, y yo digo que<br />

es Dios, el mismísimo Dios quien se ha servido dármela... Por tanto, amigo, es llegado<br />

el momento <strong>de</strong> que nos separemos. Usted se irá tras su humanitario objeto, y yo me<br />

quedo aquí en cumplimiento <strong>de</strong> la voluntad <strong>de</strong> Dios, que <strong>de</strong> seguro no me <strong>de</strong>stina a<br />

soldado <strong>de</strong> combate, sino a otras funciones mo<strong>de</strong>stas, tales como a la inten<strong>de</strong>ncia<br />

militar, a la sanidad, a cuidar la impedimenta o a cualquier otro empleo mo<strong>de</strong>sto.<br />

Dígolo, porque, si bien siento en mí cierto ardorcillo, no puedo menos <strong>de</strong> asustarme<br />

cuando oigo muy <strong>de</strong> cerca los tiros... Pero eso pasará; que a todo se hacen los hombres...<br />

Voy a presentarme al general, para que disponga <strong>de</strong> mí. Adiós... buena suerte y cuente<br />

usted con un amigo. Venga un abrazo.<br />

Salvador le abrazó riendo. Después <strong>de</strong> augurarle un brillante porvenir en la nueva<br />

carrera que emprendía, se <strong>de</strong>spidió para tomar la senda <strong>de</strong> Pamplona. Por el camino iba<br />

pensando que <strong>de</strong>bía dar por suficientemente apurados los medios <strong>de</strong> investigar el<br />

para<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l pobre enfermo fugitivo, pues no daban noticias <strong>de</strong> él en todo el territorio<br />

<strong>de</strong> la Amezcua. De seguirlo buscando, era preciso recorrer minuciosamente la Navarra<br />

entera, para lo que no bastarían dos ni tres años. Pero Dios que lo había dispuesto <strong>de</strong><br />

otra manera, hizo que cuando había perdido la esperanza <strong>de</strong> tener noticias <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>sgraciado Navarro, las tuviese auténticas por un testigo <strong>de</strong> vista. Loado sea Dios. El<br />

Sr. Garrote vivía, aunque en estado <strong>de</strong>plorable, pues había llegado a servir <strong>de</strong> diversión<br />

a los chicos. Hallábase cerca <strong>de</strong> Elizondo en un caserío, al cual bajó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los Aldui<strong>de</strong>s<br />

a mediados <strong>de</strong> Marzo. Era ya evi<strong>de</strong>nte que el fugitivo al escaparse <strong>de</strong> Pamplona había<br />

salido a Villaba, y tomando el valle <strong>de</strong>l Arga había subido a la sierra, en cuyos riscos y<br />

espesuras pasó, no se sabe cómo, la mayor parte <strong>de</strong>l tiempo <strong>de</strong> su misteriosa<br />

peregrinación.<br />

Saber el otro estas noticias y ponerse en camino para el Baztán fue todo uno. Las<br />

facciones <strong>de</strong> Eraso, que operaban por aquella parte, le impidieron la marcha muchas<br />

veces, <strong>de</strong>teniéndole días y más días, a veces no sin riesgo <strong>de</strong> su vida; pero al fin, a<br />

principios <strong>de</strong> Mayo vio las casas <strong>de</strong> Elizondo. Hallábase en tierra carlista,<br />

absolutamente dominada por las facciones.


La casa en que le dijeron hallarse su hermano estaba a tres cuartos <strong>de</strong> legua <strong>de</strong><br />

Elizondo por el camino <strong>de</strong> Urdax. Presentose en ella y su asombro fue gran<strong>de</strong> al ver que<br />

el <strong>de</strong>mente, lejos <strong>de</strong> servir <strong>de</strong> diversión [400] a los chicos, pasaba en el país por un<br />

hombre pacífico y hasta razonable. La casa era viejísima y ruinosa, <strong>de</strong> esas que <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> haber sido palacio <strong>de</strong> ricos pasan a ser morada <strong>de</strong> labradores miserables. Habitábala<br />

una mujer con cuatro chicos menores. El esposo y dos hijos adolescentes estaban en la<br />

acción. Personas, vivienda, mueblaje, animales domésticos, todo allí tenía un triste sello<br />

<strong>de</strong> abandono, indigencia y atraso. Cuando Salvador preguntó por su hermano, la mujer<br />

refirió que el Sr. Navarro había sido hallado una noche sobre la nieve, como muerto;<br />

que le habían conducido en hombros a aquella casa, don<strong>de</strong> aún seguía por no po<strong>de</strong>r<br />

moverse, a causa <strong>de</strong> la perlesía que le cogía medio cuerpo. Salvador subió, y vio a su<br />

hermano arrojado en el más <strong>de</strong>sigual y abominable jergón que ha sostenido cuerpos en<br />

el mundo. El cuarto correspondía a la cama y el enfermo no <strong>de</strong>smerecía <strong>de</strong> tan atroz<br />

conjunto. Tendido a lo largo, D. Carlos se apoyaba en el codo izquierdo. Delante tenía<br />

una silla, sobre la cual había un papel, y en aquel papel fijaba los ojos y la mano<br />

vacilante, trazando, al parecer líneas o puntos. Aquello, que tenía aspecto <strong>de</strong> mapa,<br />

absorbía tan profundamente su atención, que no alzó los ojos <strong>de</strong> la silla cuando sintió<br />

los pasos <strong>de</strong> su hermano cerca <strong>de</strong> sí:<br />

-¿Quién es? ¿quién me interrumpe? -dijo sin apartar la mirada <strong>de</strong>l papel-. No quiero<br />

que me interrumpa nadie ahora. No he encontrado todavía el sitio más a propósito para<br />

dar la batalla; pero ya me parece que le tengo, ya le tengo... ¿Sr. Eraso, ve usted esta<br />

línea?<br />

Como no recibiera contestación volvió a <strong>de</strong>cir:<br />

-¿Ve usted esta línea? Pues las fuerzas <strong>de</strong> usted no me han <strong>de</strong> pasar <strong>de</strong> esta línea...<br />

aquí.<br />

Alzando entonces los ojos vio a su hermano, y fue tal su sorpresa que se le cayó el<br />

lápiz <strong>de</strong> la mano y estuvo como lelo bastante tiempo.<br />

-¿Ya estás aquí otra vez? -dijo con ahogada voz.<br />

Parecía tener miedo. Salvador observaba en la fisonomía <strong>de</strong> su hermano los estragos<br />

<strong>de</strong> la enfermedad. Estaba cadavérico. Sólo la mitad <strong>de</strong> su cuerpo se movía difícil y<br />

temblorosamente, y a veces la lengua no le obe<strong>de</strong>cía bien y trituraba las palabras.<br />

-Sí -dijo Salvador-. Me dijeron que estabas muy solo, y he venido a hacerte<br />

compañía.<br />

-No la necesito -replicó Carlos con <strong>de</strong>sprecio-. Yo creía estar ya libre <strong>de</strong> tus<br />

beneficios, y vienes otra vez con ellos.<br />

-No los aceptes si no quieres. Cuando me lo man<strong>de</strong>s me marcharé.<br />

Diciendo esto Salvador buscó con sus ojos una silla; pero como no [401] era fácil<br />

que la encontrase aunque la buscase con los ojos <strong>de</strong> todo el género humano, sentose a<br />

los pies <strong>de</strong> la cama.


-Bueno, pues ahora mismo. Temo que tu presencia me estorbe para encontrar el sitio<br />

más a propósito para la batalla... Vete, ya estoy turbado, ya se me han ido las i<strong>de</strong>as, ya<br />

no sé lo que pasa en mí. Tú tienes la culpa, tú, que hace tiempo te has propuesto<br />

trastornar todas mis i<strong>de</strong>as.<br />

-¿Sabes -dijo Salvador- que estás muy mal alojado?<br />

-Me encuentro bien aquí. Cuando mejore <strong>de</strong> mi herida...<br />

-¿Estás herido?<br />

-Sí... el lado izquierdo... poca cosa... Cuando mejore, seguiré mi camino, y hallado el<br />

sitio más a propósito...<br />

-Ven conmigo, y yo te aseguro que encontraremos juntos el mejor sitio para esa<br />

batalla.<br />

Esto <strong>de</strong>cía cuando empezó a llover. El agua entraba por el techo, que tenía más<br />

agujeros que una criba, y <strong>de</strong>spués que las gotas salpicaron <strong>de</strong> agua el suelo polvoroso,<br />

siguieron menudos chorros que formaban charcos en diversos puntos.<br />

-Esto es vivir en campo raso -dijo Salvador con escalofrío-. ¿Sabes que me (<strong>20</strong>) parece<br />

has encontrado el sitio <strong>de</strong> la batalla?<br />

-¿Cuál?<br />

-Este páramo... Es indispensable que salgas <strong>de</strong> aquí.<br />

-Choza o palacio -dijo el enfermo en tono solemne y sentencioso- son iguales para<br />

mí.<br />

-Es que estás muy enfermo.<br />

-No importa.<br />

-Y estarás peor cada día.<br />

-No importa.<br />

-Y en este sitio no podrás restablecerte.<br />

-Te digo que no importa -gritó Navarro exaltándose-. Harías bien en <strong>de</strong>jarme solo.<br />

Salvador pensó que no había más remedio que recurrir a la fuerza. Sin embargo, trató<br />

<strong>de</strong> apurar todos los recursos <strong>de</strong> su ingenio para dominarle.<br />

-¡Estábamos tan bien en nuestra casa <strong>de</strong> Pamplona!... -dijo con pena-. Nada faltaba<br />

allí.<br />

-Pero sobraban muchas cosas.


-¿Qué?<br />

-¡Tus beneficios tus cuidados, tu... tú!... -gritó agrandando la voz a [402] cada<br />

palabra-. Como me llamo Zumalacárregui, así es verdad que me incomodan tus<br />

beneficios. No quiero nada tuyo.<br />

Salvador calló. Un hilo <strong>de</strong> agua que cayó <strong>de</strong>l techo sobre su cabeza, obligole a<br />

apartarse <strong>de</strong> allí. El viento entraba por distintos lados formando pequeñas tempesta<strong>de</strong>s<br />

que arrebataron <strong>de</strong> la silla el papel en que Navarro trazaba sus garabatos, llevándolo al<br />

otro extremo <strong>de</strong> la titulada habitación.<br />

-¡Mi plano...! -dijo Carlos extendiendo su brazo.<br />

Salvador se lo alcanzó.<br />

En la <strong>de</strong>svencijada escalera <strong>de</strong> la casa hacían tal ruido los cuatro chicos, hijos <strong>de</strong> la<br />

al<strong>de</strong>ana propietaria <strong>de</strong> tan singular edificio, que bastara aquella música para volver loco<br />

a cualquiera que en tales regiones habitase.<br />

[403]<br />

- XXIII -<br />

Monsalud <strong>de</strong>cidió buscar inmediatamente mejor albergue. Salió, recorrió todo<br />

Elizondo. Al fin tuvo la bondad <strong>de</strong> proporcionarle alojamiento en su propio domicilio el<br />

cura <strong>de</strong>l pueblo, anciano muy respetable y sencillo. Por la noche, aprovechando la<br />

ocasión en que el enfermo dormía profundamente, tomáronle en brazos cuatro robustas<br />

mujeres y le condujeron a la nueva vivienda, no sin que se resistiese en el camino,<br />

aunque sin lograr soltarse, por haber sido fuertemente sujeto. El motivo <strong>de</strong> ser llevado<br />

por manos femeninas fue que en Elizondo, como en todo el territorio <strong>de</strong>l Baztán,<br />

escaseaban los hombres, hasta el punto <strong>de</strong> que las faenas más rudas eran <strong>de</strong>sempeñadas<br />

por niños y mujeres. Durante los cuarenta días que pasaron ambos [404] hermanos en<br />

casa <strong>de</strong>l cura <strong>de</strong> Elizondo, nada ocurrió <strong>de</strong> memorable, si no es un ligero alivio <strong>de</strong><br />

Carlos y la constante humanidad <strong>de</strong> Salvador, que preparaba lo necesario para sacar al<br />

enfermo <strong>de</strong> aquel país y conducirle a un asilo <strong>de</strong> orates. Necesitaba un buen coche, dos<br />

o tres personas, que le acompañaran y sirvieran, y un permiso <strong>de</strong> las autorida<strong>de</strong>s<br />

carlistas para recorrer toda Navarra sin ser molestados ni <strong>de</strong>tenidos. Todo esto era <strong>de</strong><br />

dificilísima adquisición; pero al fin, con paciencia, actividad y repetidos <strong>de</strong>sembolsos,<br />

venció las contrarieda<strong>de</strong>s y se dispuso a partir.<br />

Una noche <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong> Julio las facciones se presentaron en Elizondo. Bajaban por<br />

aquellos cerros, como bestias hambrientas, y sus gestos, sus pisadas, la viveza <strong>de</strong> su<br />

andar, el estrépito <strong>de</strong> las armas ponían miedo en el corazón más esforzado. Por todas las<br />

entradas <strong>de</strong>l valle aparecían cuadrillas <strong>de</strong> facciosos, vestidos <strong>de</strong> zamarra, cubiertos con<br />

la boina blanca o azul y calzados con alpargatas o zapatos rotos. Al anochecer, Elizondo<br />

estaba lleno, y aún entraban más. La ferocidad pintada en los semblantes no excluía la<br />

expresión <strong>de</strong> sufrimiento por las privaciones y trabajos; pero estaban alegres, cantaban,<br />

reían y se las prometían muy felices. En las filas se co<strong>de</strong>aban los muchachos con los


viejos, y al lado <strong>de</strong>l niño, precoz guerrero lleno <strong>de</strong> ilusiones <strong>de</strong> gloria, estaba el veterano<br />

que se había batido en las campañas heroicas <strong>de</strong>l año 8. Las estaturas eran tan<br />

<strong>de</strong>sacor<strong>de</strong>s, que la bayoneta <strong>de</strong>l enano tocaba los doblados hombros <strong>de</strong>l gigante. Por la<br />

<strong>de</strong>sigualdad, por la irregularidad, por el valor ciego y salvaje, por la fe estúpida y la<br />

sobriedad casi inverosímil, a ningún ejército conocido podrían compararse, como no<br />

fuera a los ejércitos <strong>de</strong> Mahoma.<br />

A la mañana siguiente salieron muchos para Urdax. Los <strong>de</strong>más tomaron posiciones<br />

en las alturas. Se les vela subir como gatos, escalando los empinados cerros con agilidad<br />

increíble. El calor les hacía tan poca impresión como les habla hecho el frío. Tenían<br />

cara <strong>de</strong> pergamino, músculos <strong>de</strong> acero, corazón <strong>de</strong> piedra y sesos <strong>de</strong> algodón, que ni el<br />

sol <strong>de</strong>rretía ni el pensamiento inflamaba jamás. La guerra había llegado a ser en ellos<br />

fenómeno <strong>de</strong> costumbre, un estado normal, admirablemente conformado con su<br />

naturaleza agreste, dura, sufrida, refractaria a las fatigas como a las i<strong>de</strong>as, y con<br />

especialidad inclinada al movimiento. Si no hubiera habido montañas, las habrían hecho<br />

para subir y escon<strong>de</strong>rse en ellas.<br />

Por la noche, tres jinetes llegaron a casa <strong>de</strong>l cura. Seguíales numerosa escolta. Se<br />

apearon y los tres entraron. Uno <strong>de</strong> ellos era <strong>de</strong> buena [405] estatura y a todos infundía<br />

un respeto que más bien parecía miedo o superstición. El cura se arrodilló <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él<br />

y le besó la mano. Su Majestad (pues no era otro) manifestó <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> <strong>de</strong>scansar. Tenía<br />

mucha jaqueca y ningún apetito. Subió, encerrose en la habitación que se lo tenía<br />

preparada. Or<strong>de</strong>nose el mayor silencio para no molestar a Su Majestad, que no quiso<br />

tomar más que un huevo cocido y un poco <strong>de</strong> chocolate claro. Pidió agua helada; pero<br />

en esto no le podían complacer. Quedose solo, y al poco rato llamó pidiendo le llevaran<br />

una venda y un poco <strong>de</strong> sebo para ponérselo en la frente. Uno <strong>de</strong> los que le habían<br />

acompañado entró a darle lo que pedía, y <strong>de</strong>spués Su Real Majestad se acostó y apagó la<br />

luz. Durante dos horas reinó el más profundo silencio, y el cura andaba casi a gatas por<br />

no hacer ruido que pudiera turbar el sueño <strong>de</strong>l primero <strong>de</strong> los facciosos. Pero <strong>de</strong> repente<br />

sonó en las calles <strong>de</strong> Elizondo estrépito <strong>de</strong> caballería; llegaron muchos jinetes a la casa<br />

<strong>de</strong>l párroco; se apearon y el jefe <strong>de</strong> ellos entró en la casa sin pedir permiso ni hacer caso<br />

<strong>de</strong>l cura, que salió trinando y bufando a pedir cuenta <strong>de</strong> tan irreverentes ruidos. A pesar<br />

<strong>de</strong> esto, la calidad <strong>de</strong>l personaje exigía que se pasase recado a Su Majestad. Hiciéronlo<br />

así y el Soberano mandó que entrase al momento Zumalacárregui. Oyose la voz <strong>de</strong>l Rey<br />

que <strong>de</strong>cía:<br />

-Traigan una luz.<br />

Zumalacárregui estaba en el pasillo, boina en mano.<br />

-Venga la luz -dijo, cogiéndola <strong>de</strong> las manos <strong>de</strong>l cura que con ella venía presuroso.<br />

Era una vela, puesta no muy gallardamente en un can<strong>de</strong>lero <strong>de</strong> barro. Se acercó<br />

Zumalacárregui y entró en el cuarto oscuro. Su Majestad se había incorporado en el<br />

lecho. Aún tenía puesta la venda. El general avanzó lentamente, con respeto y cortedad.<br />

Extendió la mano con el can<strong>de</strong>lero. La luz iluminó <strong>de</strong> lleno el semblante <strong>de</strong> D. Carlos,<br />

en el cual no resplan<strong>de</strong>cía ningún <strong>de</strong>stello ni aun chispa leve <strong>de</strong> inteligencia. Con la<br />

venda, la pali<strong>de</strong>z, el bigote afeitado (a causa <strong>de</strong>l disfraz <strong>de</strong>l viaje), si no era una cara<br />

estúpida estaba muy cerca <strong>de</strong> serlo. Zumalacárregui dijo con voz ahogada por la<br />

emoción: -«Señor»: y se inclinó. Parecía un pino que se dobla.


-Acércate -dijo el Rey alargando su mano.<br />

El general <strong>de</strong>jó el can<strong>de</strong>lero <strong>de</strong> barro sobre la mesa, y acercándose al lecho puso una<br />

rodilla en tierra. Seguía conmovido. El Rey recibió, con júbilo que no podría <strong>de</strong>finirse,<br />

aquel primer homenaje tributado a su reciente majestad por el más ilustre y más<br />

po<strong>de</strong>roso <strong>de</strong> sus vasallos. [406]<br />

Zumalacárregui encendió <strong>de</strong>spués en la vela que había traído la que apagada estaba<br />

en la real estancia. Las dos luces, a pesar <strong>de</strong> aumentar la claridad, hacían más lúgubre el<br />

<strong>de</strong>smantelado recinto. El Rey y el general hablaron.<br />

En tanto dos hombres que en un apartado y estrecho cuarto <strong>de</strong>l piso bajo <strong>de</strong> la casa<br />

parroquial estaban, entretenían el insomnio charlando acerca <strong>de</strong>l suceso que motivaba<br />

tanto ruido y tan extremosas entradas y salidas <strong>de</strong> gente.<br />

-¿Quién anda por ahí, que tanto ruido hace? -preguntó Navarro a su hermano.<br />

-No es cosa que <strong>de</strong>ba <strong>de</strong>svelarte, porque ni a ti ni a mí nos interesa. Esta noche<br />

duerme en casa <strong>de</strong>l señor cura un <strong>de</strong>sgraciado loco que va <strong>de</strong> paso.<br />

-¿Para don<strong>de</strong>?... ¿Y cuál es su manía?<br />

-La más extraña y disparatada que pue<strong>de</strong>s imaginar. Ha dado en creer y sostener que<br />

es Rey <strong>de</strong> España.<br />

-¿Y quién lo conduce?<br />

-Otros tan locos como él.<br />

-Eso no pue<strong>de</strong> ser -dijo Navarro prontamente-, porque los locos no conducen a los<br />

locos... Alguien habrá entre ellos que tenga razón.<br />

Aquella tar<strong>de</strong> había hablado el anciano cura <strong>de</strong> la probable entrada <strong>de</strong> D. Carlos en el<br />

Baztán y <strong>de</strong> la aproximación <strong>de</strong> las tropas <strong>de</strong> Zumalacárregui y Eraso para proteger la<br />

entrada <strong>de</strong>l Rey y hacerle los primeros honores. Recordándolo, dijo Navarro con cierta<br />

exaltación que encandilaba sus extraviados ojos.<br />

-Este ruido, este ir y venir, este pisar <strong>de</strong> caballos, no pue<strong>de</strong>n ser otra cosa más que la<br />

entrada <strong>de</strong> Su Majestad, y como yo he venido aquí con mi ejército para esperarle,<br />

conferenciar con él y recibir sus reales ór<strong>de</strong>nes, voy a vestirme al momento y a subir,<br />

porque no conviene que aguar<strong>de</strong> nuestro señor.<br />

Arrojose <strong>de</strong>l lecho, y no poco trabajo costó a Salvador <strong>de</strong>tenerle. Empleando<br />

argumentos ingeniosos, y a ratos la fuerza, pudo calmarle repitiendo lo <strong>de</strong>l loco<br />

conducido por locos.<br />

-Su Majestad no vendrá todavía -añadió-. Yo te juro por el nombre que llevas que<br />

serás el primero que sepa su llegada.


Poco <strong>de</strong>spués Navarro dormía, y en su febril sueño recibió a Su Majestad, le rindió<br />

pleito homenaje; oídas sus ór<strong>de</strong>nes, le llevó consigo al teatro <strong>de</strong> la guerra. Al <strong>de</strong>spertar,<br />

su <strong>de</strong>caimiento era tan gran<strong>de</strong> como si acabara <strong>de</strong> ganar treinta batallas y <strong>de</strong> recorrer a<br />

caballo sin <strong>de</strong>scanso [407] toda Navarra. Ardiente fiebre le consumía, y la inercia <strong>de</strong> la<br />

mitad <strong>de</strong> su cuerpo era casi absoluta. Salvador tenía ya dispuesto todo lo necesario para<br />

llevárselo. No le faltaba más que un salvo-conducto para recorrer sin tropiezo el<br />

territorio dominado por los carlistas, y Zumalacárregui se lo dio aquella noche <strong>de</strong> muy<br />

buena voluntad. Pero un médico que acompañaba al General en jefe vio a Navarro y<br />

examinándole cuidadosamente, aseguró que, si bien el cambio <strong>de</strong> clima le sería <strong>de</strong><br />

grandísima ventaja, no estaba en situación <strong>de</strong> empren<strong>de</strong>r un viaje. Sus días estaban<br />

contados. La parálisis haría pronto nuevas invasiones y los centros nerviosos no tenían<br />

po<strong>de</strong>r para <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse. En vista <strong>de</strong> esto resolvió Salvador esperar allí el triste <strong>de</strong>senlace,<br />

aunque tardara algún tiempo; pero no quiso Dios que el martirio <strong>de</strong>l uno y la dolorosa<br />

expectación <strong>de</strong>l otro se prolongasen mucho, porque a la tar<strong>de</strong> siguiente Navarro fue<br />

acometido <strong>de</strong> un acci<strong>de</strong>nte convulsivo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l cual quedó sin conocimiento. Toda<br />

la noche la pasó así, <strong>de</strong> lo que Salvador y el cura coligieron que entregaba su alma al<br />

Señor, sin <strong>de</strong>cir ni hacer más locuras. Pero por la mañana volvió en su acuerdo, y dando<br />

una gran voz llamó a su hermano y le rogó que se sentara junto a la cama para<br />

respon<strong>de</strong>r a las preguntas que a hacerle iba. Garrote empezó por <strong>de</strong>sperezarse,<br />

estirándose tanto que cada remo parecía dispuesto a arrancarse por sí mismo <strong>de</strong>l tronco<br />

y a caer al suelo por los lados <strong>de</strong> la cama. Las contracciones <strong>de</strong> la cara y el crujir <strong>de</strong><br />

huesos eran como si el hombre <strong>de</strong>spertase, más que <strong>de</strong>l sueño <strong>de</strong> una noche, <strong>de</strong> un<br />

encantamiento <strong>de</strong> siglos. Luego clavó los ojos en su hermano y le dijo:<br />

-Vas a hablarme con franqueza. ¿He hecho muchos disparates? ¿he dicho muchas<br />

neceda<strong>de</strong>s?<br />

-Ni una cosa ni otra -replicó caritativamente Monsalud-. Todos están acor<strong>de</strong>s en<br />

juzgarte bien y es cosa indudable que diriges admirablemente la guerra, llevando la<br />

ban<strong>de</strong>ra absolutista <strong>de</strong> victoria en victoria.<br />

-No, no, no -dijo Navarro <strong>de</strong>mostrando grandísimo dolor-, yo no soy<br />

Zumalacárregui, yo no soy lo que mi cerebro abrasado y enfermo me fingió. De repente,<br />

lo mismo que se rasga un velo, se ha roto en mi cerebro no sé qué cortina <strong>de</strong> telarañas, y<br />

aquí me tienes con una claridad en el pensar y un tino en el discurrir cual creo no los he<br />

tenido en mi vida. Pasmado estoy <strong>de</strong> que un hombre como yo, jamás inclinado a<br />

fantasías ni figuraciones, haya estado por tanto tiempo... y a propósito <strong>de</strong> tiempo... ¿en<br />

qué día vivimos? Vuelvo <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> la necedad, don<strong>de</strong> no rigen almanaques. [408]<br />

Salvador le dijo la fecha, y Navarro prosiguió:<br />

-No se han borrado <strong>de</strong> mi mente estos días tristes, pero la noción que tengo <strong>de</strong> ellos<br />

es muy oscura. Sé que he creído ser Zumalacárregui, aunque si he <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirte verdad, aún<br />

en los momentos <strong>de</strong> más exaltada <strong>de</strong>mencia había en el fondo <strong>de</strong> mi alma ciertas<br />

dudas... quiero <strong>de</strong>cir, que no estaba yo completamente seguro <strong>de</strong> ser lo que <strong>de</strong>cía, y mis<br />

dos personas, la verídica y la falsa se confundían y se separaban por momentos... La<br />

manía <strong>de</strong> ser Zumalacárregui nació en mí <strong>de</strong>l <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> emularle. Yo vine al Norte<br />

convencido <strong>de</strong> mi valer y seguro <strong>de</strong> formar con las facciones <strong>de</strong> este país un ejército<br />

irresistible. En suma, yo pensaba hacer todo lo que hace Zumalacárregui, y dicho sea sin<br />

jactancia ni locura, creo firmemente que lo habría hecho lo mismo y quizás mejor, si


Dios no hubiera dispuesto que se trocaran los papeles; que todas mis i<strong>de</strong>as las pusiese él<br />

en práctica y mis planes todos pasasen a ser obra y provecho suyo... Ya es tar<strong>de</strong>; pasa el<br />

tiempo y yo me muero, porque seguramente esta vuelta mía a la razón, es como en D.<br />

Quijote, señal <strong>de</strong> muerte próxima.<br />

No lo creyó así Salvador, viéndole con tan buenas explica<strong>de</strong>ras, sereno <strong>de</strong> aspecto y<br />

fácil <strong>de</strong> palabra. Contento <strong>de</strong> este cambio que parecía milagro, le reanimó con palabras<br />

cariñosas y le hizo un resumen <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong> la guerra y <strong>de</strong> la política. Pero Navarro no<br />

pareció interesarse mucho en estas cosas profanas, y dando un gran suspiro, dijo así:<br />

-La salvación <strong>de</strong> mi alma es lo que me interesa; que lo <strong>de</strong>más, como cosa <strong>de</strong>l mundo,<br />

acabó para mí. Venga un cura, que me quiero confesar.<br />

Salvador pensó en el cura <strong>de</strong> Elizondo, a cuya generosidad <strong>de</strong>bían su asilo; pero<br />

como Navarro se enterase <strong>de</strong> que había venido con las tropas el padre Zorraquín, su<br />

antiguo amigo, quiso verle y que fuese él quien le ayudara a bien morir oyendo la<br />

confesión sincera <strong>de</strong> sus culpas. Salvador le buscó por todo el pueblo y al fin halló al<br />

cura historiador y guerrero en una taberna, escanciando con marcial donaire una<br />

azumbre <strong>de</strong> vino, ganada al juego <strong>de</strong> las damas la noche antes.<br />

Acudió Zorraquín al llamamiento <strong>de</strong> su amigo. Cuando este salía <strong>de</strong>l segundo<br />

<strong>de</strong>smayo, que fue más profundo y grave que el primero, vio entrar en la alcoba,<br />

anunciándose antes con rechinar <strong>de</strong> espuelas y resoplidos <strong>de</strong> cansancio, un figurón<br />

inverosímil y que en otras circunstancias habría traído al moribundo, en vez <strong>de</strong><br />

consuelo, una agonía mayor que la <strong>de</strong> la misma muerte. También vinieron a verle<br />

Oricaín y Zugarramurdi, que le habían abandonado cuando cayó prisionero. Recibioles<br />

con indiferencia, y ellos se retiraron pronto. [409]<br />

La cara <strong>de</strong> Zorraquín, que rapada era bondadosa, <strong>de</strong>saparecía ya entre un vellón<br />

áspero, negro y erizado, como bala <strong>de</strong> lana sin cardar. Los ojos pequeños, la nariz<br />

agarbanzada y la <strong>de</strong>sabrida sonrisa <strong>de</strong>l capellán apenas se abrían paso por tan<br />

enmarañado bosque <strong>de</strong> pelos. La boina blanca caída <strong>de</strong> un lado parecía impedir con su<br />

peso que el cabello, no menos áspero que la barba, tomase la dirección <strong>de</strong>l techo, como<br />

un escobillón que se cree ciprés. En la zamarreta <strong>de</strong>l cura veíanse diversos cintajos que<br />

manifestaban sus grados y con<strong>de</strong>coraciones. El sable le arrastraba por el suelo, sonando<br />

a pan<strong>de</strong>reta rota. Las botas <strong>de</strong>saparecían bajo salpicaduras <strong>de</strong> fango; las pistolas eran<br />

negras como la zamarra, y las manos <strong>de</strong> color <strong>de</strong> hierro viejo. Por don<strong>de</strong> quiera que iba<br />

el guerrero, difundía en torno suyo un complejo olor a pólvora, a cuadra y a vino.<br />

-Vamos, vamos, Sr. D. Carlos -dijo Zorraquín abrazando al enfermo-. Ahora que los<br />

<strong>de</strong>dos se nos hacen triunfos, y tenemos a nuestro Rey con nosotros, y nos preparamos<br />

para ir sobre Madrid ¿se le antoja a usted morirse? Eso no se pue<strong>de</strong> consentir.<br />

Navarro se acongojó mucho y dijo que la voluntad <strong>de</strong> Dios no le permitía guerrear en<br />

aquella gran<strong>de</strong> y sublime campaña. Hablaron un momento <strong>de</strong>l alma y <strong>de</strong> la bondad <strong>de</strong><br />

Dios. Zorraquín halló en su espíritu cierta dificultad para retrotraerse a su antiguo<br />

oficio, tan distinto <strong>de</strong>l que entonces tenía; pero al fin pudo vencer su <strong>de</strong>sgana <strong>de</strong> oír<br />

pecados. Quitose la boina, sentose, apoyó el codo izquierdo en la cama, y acariciando<br />

con la <strong>de</strong>recha mano el sable, preparose a escuchar la confesión <strong>de</strong> su infeliz amigo.


Navarro no fue breve en aquella ocasión, y los escrúpulos sucedían a los escrúpulos,<br />

las consultas a las consultas. Al principio le oyó con paciencia y bondad Zorraquín,<br />

dirigiendo al penitente los más edificantes consuelos; pero tanto y tanto machacaba<br />

Navarro, y dimensiones tales daba al acto <strong>de</strong> limpiar su conciencia, que el buen clérigo<br />

no pudo menos <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rar cuán incompatibles eran en aquel caso las funciones <strong>de</strong><br />

comandante <strong>de</strong> armas y las <strong>de</strong> pastor <strong>de</strong> almas. Empezó a sonar en el pueblo ruido <strong>de</strong><br />

tambores tocando llamada. El ejército se iba a poner en marcha, y héteme aquí a uno <strong>de</strong><br />

los más importantes jefes clavado al lecho <strong>de</strong> un moribundo. Abandonar a este cuando<br />

más contrito parecía y más necesitado <strong>de</strong> consuelos, era imposible, y <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> acudir a<br />

don<strong>de</strong> el honor militar y el <strong>de</strong>ber le llamaban también era imposible para Zorraquín.<br />

Colocado él entre estos dos imposibles, pa<strong>de</strong>ció horriblemente en breves instantes. Los<br />

toques <strong>de</strong> clarín y tambor arreciaban [410] y se sentían pasar las tropas por la calle con<br />

algazara y gritos. Las pisadas <strong>de</strong> tantos hombres producían hondo rumor, como mugido<br />

lejanísimo <strong>de</strong> la tierra por tantos pies herida. Cuando Zorraquín oyó el piafar <strong>de</strong> los<br />

caballos, no supo lo que por sí pasaba y un sudor se le iba y otro se le venía, mientras D.<br />

Carlos Garrote, charla que charla, no se contentaba con hablar <strong>de</strong> sí y <strong>de</strong> su conciencia,<br />

sino que se entraba en ciertos laberintos <strong>de</strong> teologías. No le hacía ya maldito caso<br />

Zorraquín, y acariciaba el sable, como si fuera aquella arma necesaria para encaminar<br />

almas al cielo; movía alternativamente una y otra pierna, resollaba fuerte, se acariciaba<br />

la cerdosa barba, hasta que una <strong>de</strong>stemplada voz sonó en la calle, gritando...<br />

«¡Zorraquín!» y tras esta palabra otra no muy edificante ni culta. Como si estallara<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su cuerpo un petardo, se levantó el confesor. No se había podido contener.<br />

-Usted me... dispensará, Sr. D. Carlos -dijo con torpe lengua-, pero mis <strong>de</strong>beres<br />

militares... No se pertenece uno <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se mete en ciertos trotes.<br />

-Sí, sí... vaya usted... ¿Cuántos hombres hay en Elizondo?<br />

-Doce mil y ochenta caballos. Con permiso <strong>de</strong> usted...<br />

Y extendiendo su brazo, murmuró muy a prisa latines que más bien parecían<br />

escupidos que hablados. Des<strong>de</strong> la puerta dijo ego te absolvo; hizo la señal <strong>de</strong> la cruz<br />

como quien da bofetadas en el aire, y echó a correr, arrastrando el sable y tropezando<br />

contra todo lo que se hallaba a su paso. Parecía una bestia recién escapada <strong>de</strong> la jaula,<br />

que busca su libertad entre la muchedumbre. Navarro, al verle salir, dio un gran suspiro.<br />

¿Era porque su conciencia estaba aún algo turbada o por <strong>de</strong>sconsuelo <strong>de</strong> que sus amigos<br />

guerrearan mientras él se moría?<br />

Dejemos a Zorraquín subiendo a su caballo, cosa para él bien distinta <strong>de</strong> subir al<br />

púlpito. La tropa carlista salía <strong>de</strong> Elizondo. En el centro iba D. Carlos con su Estado<br />

Mayor <strong>de</strong> clérigos y generales, y a la cola algunos carros con vituallas y coches con<br />

damas y palaciegos <strong>de</strong> la corte que empezaba a formarse. El reino apócrifo no se habría<br />

creído con visos <strong>de</strong> verda<strong>de</strong>ro, si no tuviera su cola <strong>de</strong> rabillos <strong>de</strong> lagartija.<br />

Navarro empezó a <strong>de</strong>caer <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la confesión, y se aplanó tanto aquella noche,<br />

que no podía moverse y hablaba con mucha dificultad. Su hermano no se movía <strong>de</strong> su<br />

lado.


-Tengo que hablarte -le dijo Carlos, esforzándose en sacar <strong>de</strong>l pecho la voz-. Yo me<br />

muero y no quiero morirme sin confesar que te <strong>de</strong>bo inmensos beneficios, que te has<br />

conducido cristianamente conmigo. Si viviera más, ¿podría llegar a quererte? [411]<br />

-Si vives (y no <strong>de</strong>bemos per<strong>de</strong>r la esperanza <strong>de</strong> ello), nos separaremos, y no tendrás<br />

tú el enojo <strong>de</strong> agra<strong>de</strong>cerme ni yo la necesidad <strong>de</strong> servirte.<br />

-Pues bien, por más que se empeñen en unirnos la Naturaleza y el mundo, tienes<br />

unas cosas... Dame agua...<br />

Salvador le dio agua. El beber reanimó un tanto al enfermo, que pudo <strong>de</strong>cir esto:<br />

-¡Qué habría sido <strong>de</strong> mí sin tu ayuda, sin tu generosidad en estos meses <strong>de</strong> locura y<br />

abandono!... Mucho te <strong>de</strong>bo, mucho. Se me viene a la boca la palabra hermano, las<br />

palabras hermano querido, y sin embargo... Dame más agua.<br />

-No te sofoques. Tiempo tendrás <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirme lo que quieras... No necesitas darme<br />

satisfacción <strong>de</strong> nada. Lo que he hecho contigo, por <strong>de</strong>ber lo hice, no por jactancia, por<br />

impulso <strong>de</strong> mi conciencia, no por humillarte con beneficios que contrastaran con tus<br />

cruelda<strong>de</strong>s. Si vives, no quiero <strong>de</strong> ti más que olvido, olvido <strong>de</strong> todo.<br />

-Sé que <strong>de</strong>bo perdón a todos los que me han ofendido; pero hay ofensas que no se<br />

pue<strong>de</strong>n perdonar. No está en nuestro po<strong>de</strong>r perdonar, por más que lo digan Zorraquín y<br />

todos los clérigos juntos... Yo me muero -añadió haciendo un esfuerzo para <strong>de</strong>tener la<br />

palabra que se iba, abriendo paso a la vida que se iba también-, yo me acabo. Tú vivirás,<br />

volverás a Madrid, verás a la que fue tormento y bochorno <strong>de</strong> mi vida. Dile... dile que<br />

no la perdono, que no la puedo perdonar.<br />

Salvador le dio la mano. Navarro, tomándola, la apretó en la suya fuertemente. Le<br />

miró con espanto. En aquel momento postrero parecía que se reproducían en su alma<br />

todas las amarguras <strong>de</strong> su vida y que espantosas imágenes le turbaban la vista. Con voz<br />

que parecía un suspiro, pronunció estas palabras, aflojando los músculos <strong>de</strong> la mano con<br />

que estrechaba la <strong>de</strong> su hermano:<br />

-¡Ni a ti tampoco!<br />

Y <strong>de</strong>jando caer la cabeza sobre el pecho, <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> existir.<br />

¡Extraña cosa! Cuando llegó el momento <strong>de</strong> dar sepultura al valiente soldado,<br />

víctima <strong>de</strong> una dolencia nacida <strong>de</strong> sus propias melancolías y <strong>de</strong> su irritable carácter, no<br />

se encontraron hombres que cargaran aquel <strong>de</strong>sfigurado y un tiempo hermoso cuerpo.<br />

Todos los hombres <strong>de</strong> Elizondo estaban en la facción. Las mujeres prestáronse gustosas<br />

a conducir el cadáver; pero como el cementerio estaba muy cerca <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong>l cura,<br />

Salvador tomó en sus brazos el cuerpo frío, y acompañado <strong>de</strong>l cura y sacristán,<br />

precedido <strong>de</strong> una turba <strong>de</strong> chiquillos y seguido <strong>de</strong> dos [412] docenas <strong>de</strong> mujeres<br />

curiosas, le <strong>de</strong>positó junto al hoyo. Con ayuda <strong>de</strong> femeninas manos fue bajado a lo<br />

profundo y se le echó mucha tierra [413] encima. El día estaba húmedo, la tierra blanda,<br />

el cielo triste y lacrimoso.


Aquella misma tar<strong>de</strong> partió Salvador <strong>de</strong> Elizondo, <strong>de</strong>seando huir <strong>de</strong> un país que le<br />

infundía repugnancia y miedo, a causa <strong>de</strong> las muchas locuras que en él había visto; y así<br />

como el que visita una casa <strong>de</strong> orates se siente tocado <strong>de</strong> enajenación y con cierto<br />

misterioso impulso <strong>de</strong> imitar los disparates que ve, sentía nuestro hombre en sí cierta<br />

levadura recóndita <strong>de</strong> <strong>de</strong>mencia, por lo cual se echó fuera a toda prisa. Un hombre que<br />

se cree Zumalacárregui, un Zumalacárregui auténtico que sacrifica su genio y su<br />

dignidad militar a ambicioso príncipe sin más talento que su fatuidad ni más i<strong>de</strong>a que su<br />

ambición; un país que abandona en masa hogares, trabajo, campo y familia por<br />

conquistar una soberanía que no es la suya y una corona que no ha <strong>de</strong> aumentar sus<br />

<strong>de</strong>rechos; ríos <strong>de</strong> sangre <strong>de</strong>rramados diariamente entre hombres <strong>de</strong> una misma Nación;<br />

clérigos que esgrimen espadas, moribundos que se confiesan con capitanes, villas<br />

pobladas por mujeres y chiquillos; cerros erizados <strong>de</strong> frailes y poblados <strong>de</strong> hombres<br />

lobos, que <strong>de</strong>liran con la matanza y el pillaje, son incongruencias que repetidas y<br />

con<strong>de</strong>nsadas en un solo día y lugar pue<strong>de</strong>n hacer per<strong>de</strong>r el juicio a la mejor templada<br />

cabeza y hacer dudar <strong>de</strong> que habitamos un país cristiano y <strong>de</strong> que el Rey <strong>de</strong> la<br />

civilización es el hombre. Así lo pensaba Salvador, huyendo <strong>de</strong> Elizondo y <strong>de</strong> Navarra,<br />

como el que huye <strong>de</strong> una epi<strong>de</strong>mia, Deseando per<strong>de</strong>r <strong>de</strong> vista pronto a la gente facciosa<br />

y el sangriento teatro <strong>de</strong> sus hazañas, tomó el camino <strong>de</strong> Urdax con ánimo <strong>de</strong> salir <strong>de</strong><br />

Navarra por los Pirineos y entrar en la España Isabelina por la Francia Orleanista.<br />

[414]<br />

- XXIV -<br />

Rodfriquine, ¿vidiste hodie ceremoniam in capella Dolorosæ?<br />

-¡Eheu! amice. Vidi (et invi<strong>de</strong>o) satisfactionem Agni Benedictinei (vel Benigni<br />

Cor<strong>de</strong>ri) in <strong>de</strong>sposorium suum cum puella.<br />

-¿Quid tibi vi<strong>de</strong>tur?<br />

-Ille senex, superlative frescachona illa. ¡Matrimonius slultus! Acababerit sicut<br />

rosarium albæ matutinæ. [415]<br />

-¡Oh fortunate senex!<br />

-¡Oh terque quaterque beatus! Ille lætificat senectutem suam cum moza<br />

matrimoniale (vel uxore) dum nobis nulla res amatoria licet. ¡Miserere nobis, Domine,<br />

miserere nobis, qui Thesaurum Calepinum et horridos mamotretos <strong>de</strong>sposamus.<br />

Gramatica muchacha nostra est.<br />

-¡Eheu!... ¡pergaminosa et frigidissima uxor semper nobiscum in aula, in mensa, in<br />

thoro!...<br />

Al oír este diálogo se compren<strong>de</strong>rá que anda por aquí el maligno y siempre<br />

macarrónico D. Rodriguín. En efecto, él era quien sostenía esta conversación latina con<br />

otro colegial no menos travieso, valiéndose para ello <strong>de</strong> una especie <strong>de</strong> comunicación<br />

postal establecida <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las carpetas por medio <strong>de</strong> un hilo corredizo que funcionaba


<strong>de</strong> un puesto a otro a escondidas <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más colegiales y <strong>de</strong> los padres. Ambos amigos<br />

afectaban hallarse muy ocupados en sus tareas estudiantiles. Ni con rumor, ni con<br />

miradas, turbaban el silencio plácido <strong>de</strong> la sala <strong>de</strong> estudio. Los asientos <strong>de</strong> uno y otro<br />

estaban cerca. El hilo corría suavemente por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las mesas, llevando y trayendo<br />

un papelito, en el cual cada uno escribía su macarrón, referente por lo común a los<br />

sucesos <strong>de</strong>l día, y así pasaban las horas dulcemente entretenidos con gran <strong>de</strong>trimento <strong>de</strong><br />

la lección señalada. A veces funcionaba el telégrafo sub-carpetano tan sólo para<br />

observar que al padre Fernán<strong>de</strong>z se le caía la baba o que al padre Solís se le rodaba el<br />

bonete. Por poco versado que el lector esté en humanida<strong>de</strong>s macarrónicas, habrá<br />

<strong>de</strong>ducido <strong>de</strong>l diálogo trascrito que aquella mañana se había casado D. Benigno Cor<strong>de</strong>ro<br />

en la capilla <strong>de</strong> los Dolores <strong>de</strong> San Isidro. Este gran suceso se verificó a fines <strong>de</strong> Junio.<br />

Estuvo D. Benigno en aquella ocasión sereno y grave, como hombre que da<br />

cumplimiento al más importante <strong>de</strong> los <strong>de</strong>beres. Sola parecía contenta sin afectación, los<br />

muchachos estaban alegres y Crucita renegando. La bendición fue dada por el padre<br />

Gracián, con quien celebró Cor<strong>de</strong>ro larga conferencia en la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> aquel día cien veces<br />

fausto.<br />

Dejemos ahora a esta digna familia, para quien parecerán siempre pocas todas las<br />

bendiciones <strong>de</strong>l cielo, y sigamos al venerable jesuita, cuyos pasos son ahora <strong>de</strong>l mayor<br />

interés. Acompañado <strong>de</strong>l joven que solía pasear con él, salió <strong>de</strong>l Colegio Imperial, tomó<br />

por la calle <strong>de</strong> los Estudios, y entrando en la <strong>de</strong> las Maldonadas, <strong>de</strong>tuvo sus pasos en la<br />

puerta <strong>de</strong> un llamado establecimiento, cuyo nombre más propio fuera tenducho. Miró<br />

a<strong>de</strong>ntro, no vio a nadie, volvió a mirar, llamando, y al conjuro <strong>de</strong> la voz, moviose un<br />

enorme tinajón <strong>de</strong> hacer buñuelos que [4<strong>16</strong>] arrinconado estaba. Cayó <strong>de</strong> él una estera<br />

vieja, apartáronse dos escobas, y por el hueco que <strong>de</strong>l movimiento <strong>de</strong> estas piezas<br />

resultara, viose aparecer una figura <strong>de</strong> mujercilla raquítica, que se a<strong>de</strong>lantó cojeando.<br />

-Romualda, ¿qué hacías ahí?<br />

La muchacha se restregó los ojos.<br />

-Estaba durmiendo -replicó.<br />

-¿Y así cuidas tú la tienda?<br />

¡La tienda! Sólo por prurito <strong>de</strong> hacer hipérboles podía darse este nombre al<br />

mezquino aguaducho, consistente en media docena <strong>de</strong> botellas, un gran tarro <strong>de</strong> cerezas<br />

en aguardiente, caja <strong>de</strong> latón con <strong>de</strong>lantera <strong>de</strong> vidrio, medio llena <strong>de</strong> bollos y<br />

azucarillos, y un par <strong>de</strong> botijos <strong>de</strong> agua <strong>de</strong> la Arganzuela.<br />

-Tenía mucho sueño -dijo Romualda-. Anoche me tuvieron en vela esperando a<br />

padre López, que vino entre dos luces.<br />

-Embriagado tal vez... ¡Bendito Dios!... ¿Y ahora está tu padre en casa?<br />

-No lo sé... subirá. Mi madrastra está en la cama.<br />

-Sube, y si está tu padre, dile que baje al momento. Necesito darle un recado.


Mientras Romualda sube, <strong>de</strong>jando al buen clérigo y su acompañante en la puerta <strong>de</strong>l<br />

establecimiento, digamos cómo <strong>de</strong> la opulencia y <strong>de</strong>sahogo <strong>de</strong> la carnecería pasó<br />

aquella <strong>de</strong>smoralizada familia a la estrechez <strong>de</strong> un miserable comercio <strong>de</strong> agua y vino.<br />

En casa don<strong>de</strong> no existen ni los vínculos ni los afectos que constituyen la familia, don<strong>de</strong><br />

la paz <strong>de</strong>ja su puesto a la discordia y los vicios ocupan el lugar <strong>de</strong> la economía y la<br />

sobriedad, no pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong> modo alguno afincar las prosperida<strong>de</strong>s. La actividad <strong>de</strong><br />

Nazaria y su inteligencia no bastaban a atenuar los malos efectos <strong>de</strong> la holgazanería <strong>de</strong><br />

López, el cual no sólo <strong>de</strong>rrochaba en torpes fraucachelas lo adquirido con sus malas<br />

artes y conexiones políticas, sino que también sabía apurar, <strong>de</strong>jándolos en las puras<br />

tablas, los cajones <strong>de</strong>l mostrador, llenos <strong>de</strong>l pingüe esquilmo <strong>de</strong> la mañana. Nazaria no<br />

gastaba en livianda<strong>de</strong>s, pero sí en lujo y ruinosos caprichos. Empeñaba una joya para<br />

comprar otra, y a ninguna pren<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>jaba salir <strong>de</strong> su casa sin quitarle <strong>de</strong> las manos, a<br />

cambio <strong>de</strong> buen dinero, el rico mantón <strong>de</strong> Manila, la peineta <strong>de</strong> concha, el abanico <strong>de</strong><br />

marfil, los soberbios encajes flamencos y otras prendas valiosas que las casas ricas <strong>de</strong><br />

Madrid arrojan diariamente al oscuro mercado <strong>de</strong> lance. La carnecería producía mucho;<br />

pero el género <strong>de</strong> Mortanchez y Can<strong>de</strong>lario no cae llovido <strong>de</strong>l cielo, por lo que pronto<br />

empezó a <strong>de</strong>clinar la casa, y dando tumbos y [417] traspiés cayó, a la vuelta <strong>de</strong> un año,<br />

en el abismo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>scrédito. Los acreedores se repartieron el botín y hubo una<br />

<strong>de</strong>sbandada <strong>de</strong> chorizos y una dispersión <strong>de</strong> jamones, que dieron mucho que hablar a<br />

todo el barrio <strong>de</strong> San Millán. Los muebles <strong>de</strong> la casa fueron embargados, y salieron en<br />

busca <strong>de</strong> más seguro domicilio las imágenes y santicos, juntamente con los toreros. Tres<br />

o cuatro puestos <strong>de</strong>l Rastro lucieron durante una semana parte muy principal <strong>de</strong>l ajuar<br />

<strong>de</strong> la Pimentosa, que sólo pudo retener lo indispensable para no pedir un hueco en San<br />

Bernardino, fundado por Pontejos en aquel mismo año. Ciertos dineros no muy lucidos<br />

que se salvaron <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sastre casi por milagro sirvieron a la viuda <strong>de</strong> Peralvillo para<br />

poner la tienda acuática antes <strong>de</strong>scrita; y entre aquellos cuatro fementidos trastos la<br />

infeliz mujer se mecía otra vez en locas ilusiones, pensando en volver a ser favorecida<br />

<strong>de</strong> la fortuna, para sacar <strong>de</strong>l comercio pequeñito un tráfico gran<strong>de</strong> y rico. Ella tenía<br />

genio, sabía comprar, sabía ven<strong>de</strong>r, pero ignoraba el arte <strong>de</strong> guardar, que es el arte <strong>de</strong><br />

enriquecer. Su mala estrella o su naturaleza física y moral (que esto no está bien<br />

averiguado) le agravaron el mal que ha tiempo pa<strong>de</strong>cía, llegando al extremo <strong>de</strong> no tener<br />

hora <strong>de</strong> completo sosiego; y si los duelos con pan son menos, la enfermedad<br />

acompañada <strong>de</strong> duelos y quebrantos cierra la puerta a todo remedio. A la escasez se<br />

unían las continuas reyertas domésticas para abatir más el espíritu <strong>de</strong> la pobre viuda <strong>de</strong><br />

Peralvillo y poner su estómago más dolorido. Un hecho importante ocurrió poco<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la ruina. No lo pasemos en silencio por lo mucho que a ambos favorece. Se<br />

casaron; pero la legalización <strong>de</strong> aquella inmoral alianza no la hizo más pacífica, y<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> los <strong>de</strong>sposorios llevó López más arañazos en su rostro y ella mayor número<br />

<strong>de</strong> car<strong>de</strong>nales en su hermoso cuerpo.<br />

El <strong>de</strong>sastroso acabamiento <strong>de</strong> D. Felicísimo y el <strong>de</strong>splome <strong>de</strong> la casa en que vivía<br />

pusieron a Tablas en gran <strong>de</strong>sesperación, porque él creía segura una buena manda en el<br />

testamento <strong>de</strong> su protector. Como el testamento no se encontró entre los escombros, o si<br />

se encontró lo inutilizaron hábilmente Bragas y los <strong>de</strong> la curia, quedáronse en ayunas<br />

López y los señores eclesiásticos, que también tenían sus cinco sentidos en las mandas<br />

<strong>de</strong> misas y legados piadosos. Del abintestato <strong>de</strong>l Sr. <strong>de</strong> Carnicero se había aprovechado<br />

a sus anchas, sin el estorbo <strong>de</strong> repartir, el siempre venturosísimo Pipaón, a quien el cielo<br />

<strong>de</strong>paró un vástago a los nueve meses (día más día menos) <strong>de</strong> su matrimonio.


Chasqueado por aquella parte, Tablas se obstinó más y más en apretar los lazos que<br />

le unían a las socieda<strong>de</strong>s secretas y al conventículo [418] formado por Aviraneta, Rufete<br />

y comparsa. Bien se compren<strong>de</strong> que López, hombre sin letras ni palabra, incapaz <strong>de</strong><br />

formular discretamente un juicio ni <strong>de</strong> aposentar una i<strong>de</strong>a en la espesura <strong>de</strong> su cerebro,<br />

no podía ser en el club populachero más que un instrumento brutal para funcionar en<br />

días <strong>de</strong> escándalo y griterío. Todos cuantos han tenido la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> trabajar en<br />

conspiraciones burdas saben perfectamente que los <strong>de</strong>spabilados y parlanchines forman<br />

a sus espaldas una guardia <strong>de</strong> hombres soeces y brutales, que sirven para dar a la i<strong>de</strong>a,<br />

en la ocasión precisa, su voz estentórea, su brazo salvaje y su representación<br />

apasionadamente popular. Tablas era <strong>de</strong> esta guardia, mejor dicho, era el jefe <strong>de</strong> ella, y<br />

había conseguido llevar al club a otros mocetones, que ni <strong>de</strong>smerecían <strong>de</strong> él en fuerzas<br />

corporales, ni le ganaban un ardite en talento.<br />

Pero, <strong>de</strong>sgraciadamente para él, las conspiraciones <strong>de</strong> aquel tiempo carecían <strong>de</strong><br />

fondos. Eran conspiraciones pobres, no por esto honradas. Se esperaban auxilios; pero<br />

los auxilios no venían, porque los <strong>de</strong>stinados a darlos no habían llegado aún a ese grado<br />

<strong>de</strong> candi<strong>de</strong>z en que la ambición cierra los ojos y abre la mano.<br />

Para aten<strong>de</strong>r a sus gastos, que no había sabido disminuir <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la miseria,<br />

Tablas se colocó en el establecimiento <strong>de</strong> coches <strong>de</strong> la posada <strong>de</strong>l Dragón, con cuyo<br />

dueño tenía amistad antigua. Pero su holgazanería le vedaba siempre entrar en faenas<br />

duras, y sólo se ocupaba <strong>de</strong> cuidar el almacén <strong>de</strong> equipajes y encargos. En <strong>de</strong>stino tan<br />

poco brillante aguardaba el imaginario triunfo <strong>de</strong> aquellos buenos señores <strong>de</strong>l club, tan<br />

sabios, según él, o la señal <strong>de</strong> armar camorra a las autorida<strong>de</strong>s. El maja<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> López<br />

estaba dispuesto a todo, apretado por la miseria, la envidia y los apetitos que <strong>de</strong>voraban<br />

su alma. [419]<br />

- XXV -<br />

Ya se cansaba <strong>de</strong> esperar el venerable Gracián, cuando apareció Romualda, ja<strong>de</strong>ante<br />

y sofocada. Por su conducto la señora Nazaria suplicaba al Padre tuviera la bondad <strong>de</strong><br />

subir, porque se encontraba muy mala. No <strong>de</strong>soía jamás esta clase <strong>de</strong> ruegos Gracián,<br />

que a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> eclesiástico bondadoso era médico hábil, y precedido <strong>de</strong> la coja,<br />

llevando tras sí al cleriguito joven que le acompañaba, acometidos cien escalones que<br />

conducían a la morada <strong>de</strong>l infeliz matrimonio. Esta era muy humil<strong>de</strong>; pero Nazaria, que<br />

tenía instintos <strong>de</strong> embellecimiento doméstico, la había arreglado <strong>de</strong> modo que pareciese<br />

menos fea <strong>de</strong> lo que realmente era. Estaba la Pimentosa [4<strong>20</strong>] postrada en <strong>de</strong>svencijado<br />

sofá. Había <strong>de</strong>smerecido tanto su persona <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el año anterior que no parecía la misma.<br />

Aquel continente <strong>de</strong> matrona, aquel aire simpático, aquel rostro lleno <strong>de</strong> atractivos no<br />

eran ya sino sombra <strong>de</strong> sí mismos. Gordura fofa en su cuerpo, langui<strong>de</strong>z en su<br />

semblante y un <strong>de</strong>caimiento general en su persona toda anunciaban que la maja no<br />

volvería a ser lo que fue. A su lado estaba la mujer <strong>de</strong>macrada, pálida y huesuda que<br />

vimos en la buñolería algunos meses antes, y que había permanecido al lado <strong>de</strong> su ama,<br />

como uno <strong>de</strong> esos cortesanos <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sgracia que con menos mérito alar<strong>de</strong>an <strong>de</strong><br />

fi<strong>de</strong>lidad en esferas más altas. A primera vista la mujer aquella parecía imagen <strong>de</strong> la<br />

Muerte esperando su presa. Su brazo, que no <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> tener más que el hueso seco, se<br />

extendía oscilando con lúgubre ca<strong>de</strong>ncia. Su mano empuñaba una rama <strong>de</strong> acacia, para<br />

espantar con ella las moscas que molestaban a Nazaria.


Gracián y el otro clérigo se sentaron <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> saludar a la enferma con mucho<br />

interés. Nazaria agra<strong>de</strong>ció mucho la visita y estuvo quejándose durante diez minutos,<br />

dando cuenta prolija <strong>de</strong> los distintos dolores que sentía, en partes diversas, los unos<br />

afilados como cuchillos, los otros duros como pedradas, y algunos múltiples y<br />

horripilantes como el rasgar <strong>de</strong> una sierra. Después calló. Gracián dijo solemnemente<br />

que más, mucho más había pa<strong>de</strong>cido Cristo por nosotros, y luego reinó un silencio<br />

tristísimo, durante el cual no se oía más que el rumor <strong>de</strong> las hojuelas <strong>de</strong> acacia, batiendo<br />

el aire y <strong>de</strong>sconcertando las bandadas <strong>de</strong> moscas. Al punto que estas vieron a los dos<br />

clérigos, se fueron <strong>de</strong>rechas a ellos, manifestando singular preferencia por el joven<br />

acompañante.<br />

-Lo pasaría menos mal -dijo Nazaria-, si no tuviera miedo, muchísimo miedo a esa<br />

enfermedad que ha entrado ahora, y que, según dicen, mata a la gente en un abrir y<br />

cerrar <strong>de</strong> ojos.<br />

-Se llama el Cólera -dijo la flaca con vocecilla ronca que hizo estremecer al curita.<br />

Al <strong>de</strong>cir esto Maricadalso (que así la llamaban) se asemejó más que nunca a la madre<br />

Muerte, nombrando a una <strong>de</strong> las más fúnebres herramientas <strong>de</strong> su oficio.<br />

-El cólera, sí -dijo Gracián-. Esta epi<strong>de</strong>mia viene <strong>de</strong>l Ganges, <strong>de</strong> don<strong>de</strong> saca su<br />

apellido <strong>de</strong> asiática. Ha empezado a hacer gran<strong>de</strong>s estragos en Europa, y Dios no ha<br />

querido librar a España <strong>de</strong> tan tremendo azote. Tengamos paciencia. Hasta ahora<br />

Madrid va librando bien. Las invasiones no son muchas. Empezó en Vallecas y parece<br />

como que va pasando <strong>de</strong> Norte a Sur. [421]<br />

Nazaria le preguntó por los remedios que para tan atroz dolencia habían <strong>de</strong>scubierto<br />

las faculta<strong>de</strong>s, y Gracián, con apariencias <strong>de</strong> no creer mucho en ellos, habló <strong>de</strong> varios,<br />

tales como friegas, infusiones teínas y revulsivos. El mejor antídoto contra el mal era, a<br />

su juicio, el valor y el <strong>de</strong>sprecio <strong>de</strong>l mal mismo.<br />

-Entonces -dijo Nazaria con temblor y abatimiento-, esa maldita cólera <strong>de</strong> Dios no<br />

me perdonará a mí, porque le tengo más miedo que a una centella, y si miro a la puerta<br />

me parece que entra en figura <strong>de</strong> gente, si miro a la ventana me parece que entra con el<br />

aire, con el sol y con el polvo <strong>de</strong> la calle. No como, por miedo a que entre en mi cuerpo<br />

con la comida, ni duermo temiendo que me coja en sueños y me lleve antes <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>spertar.<br />

Gracián se rió <strong>de</strong> estos pueriles temores, y también se habría reído el subdiácono si<br />

no estuviera muy ocupado en ahuyentar las moscas que invadían su cara. Maricadalso le<br />

vio dando manotadas. Alargando la rama, diole un escobazo en el rostro para líbrarle <strong>de</strong><br />

la ferocidad insectil.<br />

-Confianza en Dios y no dar a esta miserable existencia mundana más valor <strong>de</strong>l que<br />

tiene, son los más eficaces remedios -afirmó Gracián con autorizada voz.<br />

La vocecilla ronca <strong>de</strong> Maricadalso se <strong>de</strong>jó oír. Parecía una corneja que cantaba en la<br />

propia rama <strong>de</strong> acacia. Moviendo su cabeza con aire <strong>de</strong> incredulidad, cantó estas<br />

palabras:


-A mí no me emboban. Esto no es epi<strong>de</strong>mia que venga <strong>de</strong> las Asias, sino malos<br />

quereres.<br />

-¿Y a qué llama malos quereres, buena mujer? -preguntó Gracián riendo, no tan<br />

fuerte como el subdiácono, que soltó una carcajada.<br />

-Al mal tercio que hacen algunos, los malos... los pillos que quieren que se acabe<br />

medio mundo para quedarse ellos solos.<br />

-¿Y qué pillos son esos?<br />

-Yo me lo sé -dijo la imagen <strong>de</strong> la Muerte, cuyos ojos lucían en el amarillo casco<br />

como agujeros <strong>de</strong> calavera-. ¡Llaman cólera al mal querer!... ya, ya... Más vale que nos<br />

lleven a la horca que no acabarnos <strong>de</strong> esta manera.<br />

Estas misteriosas apreciaciones sobre cosa tan notoria como la existencia <strong>de</strong> la<br />

epi<strong>de</strong>mia no llamó la atención <strong>de</strong> Gracián, porque su trato frecuente con el pueblo bajo<br />

<strong>de</strong> Madrid le había acostumbrado a oír sin sorpresa los <strong>de</strong>spropósitos <strong>de</strong>l vulgo. Todo lo<br />

que es razonable y conforme al sentido común se resiste a la mente <strong>de</strong>l vulgo. Para que<br />

en él [422] halle resonancia y acogida una i<strong>de</strong>a es necesario que sea perfectamente<br />

absurda.<br />

-Señora Cadahalso -manifestó con bondad el jesuita-, usted es <strong>de</strong> las que ponen en<br />

duda que vuelan los pájaros, y creerá que los bueyes se pasean por los aires. Muy bien,<br />

con su pan se lo coma.<br />

-Otros se comen nuestro pan, que no yo -dijo la espantosa mujer, enseñando sus dos<br />

filas <strong>de</strong> dientes iguales y puntiagudos-. Yo me sé lo que creo, y creo lo que yo me sé...<br />

Y toque su paternidad a otra puerta, que ya vamos abriendo el ojo.<br />

-Todo sea por Dios...<br />

-Más respeto, canalla, más respeto -añadió Nazaria, tomando a su vez la rama y<br />

azotando suavemente a la estampa <strong>de</strong> la Muerte-... Señor cura, no haga su merced caso,<br />

y dígame si para mi mal <strong>de</strong>bo tomar una medicina que me han recomendado.<br />

-¿Cuál es?...<br />

-No es cosa <strong>de</strong> la botica, sino <strong>de</strong>l cielo.<br />

-No entiendo.<br />

-Es cosa santa. Es un polvillo que dicen se saca <strong>de</strong> la cueva en que hizo oración San<br />

Ignacio.<br />

-¡Ave María Purísima! -dijo Gracián llevándose las manos a la cabeza.<br />

-¿Se espanta su merced?... Ese polvillo lo tiene, como gran reliquia, mi señora Doña<br />

Josefa, la mujer <strong>de</strong> D. Pedro Rey. Dice que su niña Perfectita sanó con él.


-¡Sacrilegio, profanación! -exclamó el jesuita-. ¡Abuso nefando <strong>de</strong> las cosas<br />

piadosas! Esa tierra bendita es un objeto <strong>de</strong> piedad que <strong>de</strong>be venerarse como recuerdo<br />

<strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los varones más insignes que ha habido en el mundo. Las cosas santas han <strong>de</strong><br />

ser tratadas con mucho respeto y puestas a tanta altura que no pueda llegar a ellas el<br />

charlatanismo. Dad a Dios lo que es <strong>de</strong> Dios, y a la botica lo que a la botica pertenece, y<br />

no mezcléis berzas con capachos, o sea santida<strong>de</strong>s con vomitivos.<br />

Más, mucho más hubiera dicho el discreto clérigo, si en lo mejor <strong>de</strong> su perorata no<br />

entrase Tablas, sorprendiendo a todos con los buenos días que dio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta.<br />

Detenido en ella estuvo un buen rato mirando el cuadro que las dos mujeres y los dos<br />

eclesiásticos ofrecían. Entró al fin; limpiose el sudor que mojaba su frente, y tomando<br />

una silla la colocó con fuerte golpazo en el punto en que quería sentarse. Después,<br />

gesticulando con recia manotada, echó <strong>de</strong> sí las moscas y dijo: [423]<br />

-Se ha muerto el boticario <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Rodas y el carbonero <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> las<br />

Velas. En la casa <strong>de</strong>l tío Caro no ha quedado más que el gato. Anoche no había<br />

novedad, y esta mañana la casa era un cementerio.<br />

-No exagere usted -dijo amostazado el Padre Gracián, observando el mal efecto que<br />

aquellas nuevas hacían en Nazaria-. Defunciones hay; pero no en tal número.<br />

-No se llaman <strong>de</strong>funciones; se llaman casos -replicó con estúpida risa Tablas-. Y<br />

podrá ser verdad lo que vuestra Paternidad dice; pero yo sé que anoche Gregorio<br />

Tinajas y yo, bebimos juntos una copa al salir <strong>de</strong> cierta parte, y sé también que le he<br />

visto hace un momento tieso y frío.<br />

-¡Se ha muerto! -exclamó Maricadalso con espanto.<br />

-Como mi abuelo. ¿Lo sientes tú?<br />

-Dígolo porque ya las pagó todas juntas.<br />

-También se ha muerto la Fraila.<br />

Nazaria cerró los ojos, no pudiendo cerrar los oídos. Pero el atleta se volvió a<br />

Maricadalso, y a boca <strong>de</strong> jarro le disparó estas palabras:<br />

-Y tu hija, Maricadalso, tu hija Il<strong>de</strong>fonsa, iba ahora con un cántaro <strong>de</strong> agua por la<br />

calle <strong>de</strong> la Paloma, y se cayó en la calle, diciendo que se moría...<br />

-¡Mi hija!... Tú mientes... Corro a ver...<br />

Diciendo esto con entrecortados rugidos, Maricadalso saltó <strong>de</strong> su asiento, como<br />

azorado gato, y salió a escape. Oyéronse sus violentes pasos extinguiéndose en la<br />

escalera, como se apaga el ruido <strong>de</strong> la piedra que chocando y rebotando se precipita en<br />

el abismo.<br />

-Rumalda -dijo Tablas mirando a la cojuela que acababa <strong>de</strong> subir <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cerrada<br />

la tienda-; baja y tráeme tabaco.


-Romualda bajó, y sus pasos lentos y fatigados resonaron por largo rato en la<br />

escalera. Después Tablas siguió enumerando muertos y enfermos, y volvió a limpiarse<br />

el sudor. El calor era sofocante. La habitación, no bien templada por la oscuridad,<br />

parecía un horno por la proximidad <strong>de</strong>l tejado, don<strong>de</strong> caía como lluvia <strong>de</strong> fuego el<br />

ardiente sol <strong>de</strong> Julio. Empezaba a caer la tar<strong>de</strong>, y el calor parecía aumentar en aquella<br />

hora a causa <strong>de</strong> los vapores que <strong>de</strong>l suelo se <strong>de</strong>sprendían. El aire en calma no daba<br />

ningún consuelo a los pulmones, y sólo las moscas parecían regocijarse en la pesada y<br />

miasmática atmósfera, como sibaritas viviendo en medio <strong>de</strong> todas las <strong>de</strong>licias que pue<strong>de</strong><br />

apetecer su naturaleza. [424]<br />

Gracián reprendió con cierta aspereza a Pedro López su afán <strong>de</strong> dar noticias fúnebres<br />

que afligían y apocaban a la pobre enferma. Echose a reír el bárbaro, diciendo que él no<br />

tenía miedo a los cóleras ni a muertes <strong>de</strong> ninguna clase. Después hablaron <strong>de</strong> lo que<br />

motivó la visita <strong>de</strong> Gracián.<br />

-Tengo aviso <strong>de</strong> Cataluña <strong>de</strong> la remisión <strong>de</strong> un encargo que me interesa mucho -dijo<br />

este sacando una carta-. Me dicen que recoja el bulto... porque es un costal como <strong>de</strong><br />

media fanega, Sr. López... en la posada <strong>de</strong>l Dragón. He pasado varios avisos, y mi<br />

encargo no parece. Sr. López, ¿me hará usted el favor <strong>de</strong> buscar bien en el almacén, <strong>de</strong><br />

preguntar a los ordinarios y arrieros, <strong>de</strong> hacer, en fin, cuanto <strong>de</strong> su parte esté para que<br />

parezca ese bulto?<br />

-¿Es fruta?<br />

-No señor.<br />

-¿Jamones?<br />

-Tampoco. Es cosa <strong>de</strong> poco valor en sí; pero que yo estimo en mucho. Es un saco<br />

lleno <strong>de</strong> tierra. Debe venir perfectamente dispuesto y liado en esteras.<br />

-¡Ah!... Será tierra <strong>de</strong> limpiar metales.<br />

-Pagaré dos veces el porte si parece y está intacto -dijo el reverendo levantándose.<br />

-¿No recibió vuestra Paternidad el año pasado otro saco como ese por conducto <strong>de</strong><br />

D. Felicísimo?<br />

-Justamente. Los padres <strong>de</strong> Manresa lo consignaron a D. Felicísimo. Y usted mismo,<br />

Sr. López, me lo llevó a mi casa.<br />

-Pues este lo llevaré también.<br />

-Gracias. Vámonos, Sancho.<br />

Este nombre, aplicado al subdiácono, dio por un momento al padre Gracián cierta<br />

apariencia quijotesca. Pero no es aquel nombre capricho <strong>de</strong>l narrador. Llamábase en<br />

efecto el subdiácono José Sancho; era natural <strong>de</strong> Palma <strong>de</strong> Mallorca, y tenía veinticuatro<br />

años <strong>de</strong> edad y siete <strong>de</strong> Compañía.


Gracián procuró animar con palabras consoladoras a Nazaria, exhortándola a<br />

<strong>de</strong>sechar su infundado temor, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> reiterar a Tablas la súplica que le hizo poco<br />

antes, salió <strong>de</strong> la casa escoltado por las moscas.<br />

Aproximábase al Colegio Imperial, cuando un vil pillete que rasguñaba una<br />

<strong>de</strong>stemplada guitarra se le puso <strong>de</strong>lante, cortándole el paso, y con voz que más tenía <strong>de</strong><br />

infernal que <strong>de</strong> humana, cantó esta copla: [425]<br />

¡Muera Cristo,<br />

viva Luzbel!<br />

¡Muera D. Carlos,<br />

viva Isabel!<br />

Apartó suavemente el jesuita al cantor y siguió a<strong>de</strong>lante. Pero Sancho fue más<br />

expresivo, y empujó al pillastre, expulsándole con violencia <strong>de</strong> la acera.<br />

Instantáneamente recibió en el hombro un golpe dado con la guitarra. Los dos se<br />

hallaron frente a frente mirándose con ojos <strong>de</strong> ira. Quizás habría seguido a<strong>de</strong>lante la<br />

contienda, si Gracián no dijera con voz reposada: -Sancho, ¿qué es eso?<br />

Ambos entraron en el Colegio. En la puerta oíase un rugidillo que no por ser infantil<br />

<strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> ser insolente. Parecía el rumor <strong>de</strong> un poco <strong>de</strong> plebe menuda <strong>de</strong> esa que suele<br />

encresparse en las plazuelas <strong>de</strong> verdura, y que la autoridad sabe contener sin más<br />

artillería que las escobas municipales.<br />

[426]<br />

- XXVI -<br />

En el claustro halló Gracián al Padre Francisco Sauri, buen sujeto, catalán, ministro y<br />

procurador <strong>de</strong>l seminario. Tenía 39 años y llevaba ya 17 <strong>de</strong> Compañía. Su celo por el<br />

esplendor <strong>de</strong> la casa era extraordinario. Refiriole Gracián lo que había oído cantar en la<br />

puerta, y Sauri le dijo que aquel día había recibido el rector diferentes avisos<br />

misteriosos, unos amenazando, otros recomendando precauciones. El profesor <strong>de</strong> Ética<br />

no dio importancia al hecho, porque otras veces habían llegado a la casa anónimos<br />

espeluznantes, sin que ocurriese <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ellos nada <strong>de</strong> particular. En su celda le<br />

visitó más tar<strong>de</strong> el Padre Artigas, bibliotecario, y hablaron <strong>de</strong> la guerra, leyendo luego<br />

muchas cartas y papeles. Después <strong>de</strong>l refectorio se habló mucho <strong>de</strong> los anónimos, <strong>de</strong> las<br />

voces que corrían, poco lisonjeras [427] para los regulares, <strong>de</strong>l cólera reciente y <strong>de</strong> otras<br />

zarandajas. Algo más tar<strong>de</strong> los colegiales dormían con la dulce tranquilidad <strong>de</strong> la<br />

infancia, y los Padres o dormían o hacían penitencia en sus celdas.<br />

Sin temor <strong>de</strong> equivocación se habría podido asegurar que Gracián pasó la noche en<br />

austerida<strong>de</strong>s atroces sólo <strong>de</strong> él acometidas. La inescobata cellula, había perdido<br />

cantidad no pequeña <strong>de</strong>l humus manresianus que cubría su suelo; pero Gracián tuvo el


gusto <strong>de</strong> recibir la nueva y abundante remesa <strong>de</strong> aquel polvo al día siguiente <strong>de</strong> hacer al<br />

Sr. Tablas la recomendación que nuestros lectores conocen. Ocupábase aquella mañana,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la clase <strong>de</strong> Ética, en exten<strong>de</strong>r por el suelo parte <strong>de</strong> la tierra, cuando lo<br />

anunciaron la visita <strong>de</strong> D. Benigno Cor<strong>de</strong>ro. Hízole entrar suspendiendo su tarea. El<br />

héroe popular y el jesuita se apretaron afectuosamente las manos.<br />

-Vamos -dijo Cor<strong>de</strong>ro sonriendo-, que bien podría entrar el arado en la celda <strong>de</strong><br />

usted... Esto es un campo.<br />

-Los árboles que nacen aquí no se ven -replicó gravemente el jesuita cortando las<br />

bromas-. Vamos a otra cosa. Ya sé a lo que viene usted... Siento <strong>de</strong>cirle que no hay<br />

nada.<br />

-¿No hay noticias?<br />

-Ninguna.<br />

Cor<strong>de</strong>ro cerró el pico y apretó los labios.<br />

-Es particular -dijo-. Des<strong>de</strong> que me mandó el po<strong>de</strong>r para casarse... (y fue con fecha<br />

15 <strong>de</strong> Abril), no hemos tenido más noticias suyas... Aquí me tiene usted en la mayor<br />

zozobra. Me he casado por otro... Soy un marido <strong>de</strong> fórmula, un marido <strong>de</strong><br />

procedimientos, y tengo que ocuparme <strong>de</strong>l marido verda<strong>de</strong>ro más <strong>de</strong> lo que yo quisiera.<br />

La esposa <strong>de</strong> mi amigo... la que me dio su mano, casándose conmigo como se podría<br />

casar con un documento... está también en gran zozobra.<br />

-Pues no hay más noticias -dijo Gracián-, que las <strong>de</strong>l otro día. Zorraquín me escribe<br />

con fecha <strong>de</strong>l 14 y dice que se había separado <strong>de</strong>l amigo, porque él (Zorraquín) fue<br />

solicitado por el carlismo militante para ocupar una plaza que hacía mucha falta en las<br />

filas <strong>de</strong> Zumalacárregui, la plaza <strong>de</strong> capellán o director espiritual. Es posible que<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> separarse Zorraquín, no haya tenido ese señor medio seguro para enviar a<br />

Madrid sus cartas, que antes venían por conducto <strong>de</strong> aquel dignísimo sacerdote.<br />

Esperemos.<br />

Cor<strong>de</strong>ro dio un suspiro, diciendo:<br />

-Tranquilizaré como pueda a la señora <strong>de</strong> mi amigo. Y ya que estoy aquí no quiero<br />

marcharme sin advertir a usted <strong>de</strong> ciertos rumores... [428]<br />

-¡Ah! Hemos recibido anónimos y cartas amenazadoras. Es la vigésima vez.<br />

-No creo yo que esto sea cosa <strong>de</strong> gran importancia -dijo el héroe dándosela a sí<br />

mismo en grado sumo-. Con todo, no está <strong>de</strong> más el prevenirse, porque las bromas<br />

populares se sabe don<strong>de</strong> empiezan... pero no se sabe nunca don<strong>de</strong> ni como acaban.<br />

El clérigo hizo un mohín <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñoso, manifestando ocuparse poco <strong>de</strong> lo que Cor<strong>de</strong>ro<br />

<strong>de</strong>cía. Este prosiguió así:<br />

-Yo tengo un primo a quien llaman Primitivo Cor<strong>de</strong>ro, el cual si en el tratado <strong>de</strong> la<br />

honra<strong>de</strong>z no tiene pero, en el <strong>de</strong> la tontería tiene manzanas, quiero <strong>de</strong>cir que es un


politicastro <strong>de</strong> estos que con cuatro palabras pescadas en un mal libro, media i<strong>de</strong>a que se<br />

les pegó <strong>de</strong> cualquiera <strong>de</strong> nuestros gran<strong>de</strong>s hombres, porción no pequeña <strong>de</strong> envidia y<br />

algunos granos <strong>de</strong> patriotismo mal entendido, se entretienen en fabricar castillos <strong>de</strong><br />

viento, fundando instituciones, dictando leyes, mudando personas. Yo siempre he creído<br />

a mi primo tan inofensivo como una paloma; pero los que le ro<strong>de</strong>an no lo son. Como la<br />

mariposa es impulsada al fuego por un secreto anhelo <strong>de</strong> quemarse, mi primo Primitivo<br />

es arrastrado a los clubs por un <strong>de</strong>sdichado prurito <strong>de</strong> bullanga que pue<strong>de</strong> en él más que<br />

la razón, si es que razón hay <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> aquella cabeza. Pues bien, amigo y Padre: por mi<br />

bendito primo y por un tal Rufete que sería igual a mi primo si no fuera más exagerado,<br />

más vacío <strong>de</strong> mollera y <strong>de</strong> peores intenciones, sé que en una reunión semi-secreta que<br />

varios patriotas tienen en la plaza <strong>de</strong> San Javier han acordado dar un susto a Vuestras<br />

Paternida<strong>de</strong>s.<br />

Al <strong>de</strong>cir esto, Cor<strong>de</strong>ro le miró atentamente, por sorpren<strong>de</strong>r en su cara el efecto que<br />

aquella <strong>de</strong>claración le causaba; pero la cara <strong>de</strong>l jesuita no expresó nada. Era una cara <strong>de</strong><br />

palo.<br />

-Llevaremos el susto con paciencia -dijo el Padre Gracián, ofreciendo al héroe un<br />

polvo, que por no ser <strong>de</strong> Manresa, aceptó gustoso D. Benigno.<br />

-Según mi informe -añadió este- y son informes verda<strong>de</strong>ros, proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong>l horno<br />

mismo don<strong>de</strong> se cuecen tales pasteles, la broma, susto o como queramos llamarlo, no<br />

pasará a mayores. Los patriotas sólo quieren manifestar su antipatía a Vuestras<br />

Reverencias y protestar <strong>de</strong> la protección que Vuestras Reverencias dan al carlismo. Es<br />

cierto que esa protección existe por la misma naturaleza <strong>de</strong> las cosas y los antece<strong>de</strong>ntes<br />

<strong>de</strong> las personas. ¡Hecho lógico, imprescindible, abrumador! Es cierto también que el<br />

régimen liberal no pue<strong>de</strong> coexistir con el carlismo, [429]<strong>de</strong> don<strong>de</strong> resulta un<br />

antagonismo imponente entro dos hechos, entre dos verda<strong>de</strong>s, entre...<br />

-Y usted no cuenta para nada con Dios -dijo Gracián, siempre con <strong>de</strong>sdén.<br />

-Sí, cuento con él, y en él espero que lo que se anuncia no será nada, en provecho <strong>de</strong><br />

todos. Pero algún día, Señor y Padre, ha <strong>de</strong> haber una como la <strong>de</strong> San Quintín, porque o<br />

Vuestras Reverencias <strong>de</strong>jan <strong>de</strong> amparar a los carlistas, o los carlistas absorben al<br />

liberalismo, o el liberalismo se los traga a ellos y a Vuestras reverendísimas<br />

Paternida<strong>de</strong>s.<br />

-Gran<strong>de</strong>s fauces ha menester... pero por falta <strong>de</strong> apetito no lo <strong>de</strong>jará -indicó Gracián<br />

dignándose sonreír un poco.<br />

Cor<strong>de</strong>ro dio un suspiro y dijo:<br />

-Veremos quien traga a quien... Repito que las noticias que me han dado mi primo y<br />

Rufetillo... yo siempre le llamo Rufetillo... no son espeluznantes. Gritos y bulla nada<br />

más... Pue<strong>de</strong> ser que haya algunos palos, pero esos no caerán sobre las costillas <strong>de</strong><br />

ningún eclesiástico. Siempre se los encontrará algún <strong>de</strong>sdichado que no lo coma ni lo<br />

beba. En esa reunión secreta no hay hombres <strong>de</strong> gran empuje, ni conspiradores temibles,<br />

ni jacobinos <strong>de</strong> tente tieso. El más enredador <strong>de</strong> todos ellos, el viborezno D. Eugenio<br />

Aviraneta ha <strong>de</strong>saparecido misteriosamente, cuando más enfrascado parecía en sus<br />

intrigas. Y ahora dicen que está con los carlistas.


Gracián levantó un pisa-papeles que en la mesa <strong>de</strong> su escritorio oprimía varias cartas.<br />

Tenía aquel objeto la forma <strong>de</strong> un pie <strong>de</strong> cabrón, y habiendo salido ileso <strong>de</strong> los<br />

escombros <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> D. Felicísimo, Pipaón lo regaló al padre Gracián como<br />

recuerdo <strong>de</strong> su amantísimo suegro, que era amigo íntimo <strong>de</strong>l jesuita. Este miró la carta<br />

que bajo el pie <strong>de</strong> cabrón estaba y dijo:<br />

-Aviraneta llegó a Tolosa <strong>de</strong> Francia. Me escribe con fecha <strong>de</strong>l 13. Ya ve usted que<br />

le confío mis secretos.<br />

-Y ya sabe Vuestra Reverencia que soy un sepulcro -replicó Cor<strong>de</strong>ro levantándose-.<br />

Muchas felicida<strong>de</strong>s y pocos sustos.<br />

Despidiose y fue a ver a Genara, esperando hallar en su casa las noticias que no pudo<br />

o no quiso darle Gracián. La dama estaba preparando sus maletas para huir <strong>de</strong> Madrid y<br />

<strong>de</strong> la epi<strong>de</strong>mia que empezaba a difundir horroroso pánico en los habitantes <strong>de</strong> la Villa.<br />

De los informes que Cor<strong>de</strong>ro buscaba, nada podía darle Genara, porque nada había<br />

sabido <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la salida <strong>de</strong> su esposo enfermo y <strong>de</strong>mente <strong>de</strong>l hospital militar <strong>de</strong><br />

Pamplona. [430]<br />

La señora no pensaba más que en huir, huir <strong>de</strong> aquel azote <strong>de</strong> Dios que había<br />

empezado hiriendo a los pobres y pronto <strong>de</strong>scargaría sobre los ricos. Ya había casos, sí,<br />

ya había casos <strong>de</strong> gente acomodada. Un consejero jubilado, la señora <strong>de</strong> un Alcal<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

Corte, un exento <strong>de</strong> guardias, un oficial <strong>de</strong> correos y un poeta habían caído el día<br />

anterior... ¡Bendito Dios! los que no eran pobres tenían al menos el recurso <strong>de</strong> la fuga,<br />

siempre que el cólera no fuera con ellos, invisible, en la zaga <strong>de</strong>l coche, como solía<br />

acontecer. Genara tenía mucho miedo a la muerte, señal <strong>de</strong> turbada conciencia; pero ella<br />

se esforzaba en aparecer serena y animábase con sus propias sonrisas, como el soldado<br />

cobar<strong>de</strong> con sus propias bravatas. Iba, venía, recogiendo ropas, llenando baúles,<br />

haciendo y <strong>de</strong>shaciendo paquetes, dictando ór<strong>de</strong>nes; contando su dinero y apuntando<br />

encargos. Contestaba breve y fríamente a D. Benigno; pero cuando este le habló <strong>de</strong> su<br />

matrimonio <strong>de</strong> fórmula, mediante po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> un novio ausente, volviose a él con brusco<br />

impulso y le dijo:<br />

-¿Por qué no me buscó usted para madrina?... No, no guardo yo rencor. Deseo<br />

perdonar y que me perdonen... Eso <strong>de</strong> darse las manos con cien leguas <strong>de</strong> por medio no<br />

está en mis libros... ¡Qué matrimonio tan <strong>de</strong>sgraciado, D. Benigno! Dios quiera que el<br />

cólera no separe más a marido y mujer.<br />

-¡Señora, por amor <strong>de</strong> Dios!...<br />

-No crea usted que es mala intención. Es lo contrario... Les <strong>de</strong>seo toda clase <strong>de</strong><br />

felicida<strong>de</strong>s. No crea usted que soy mala... ¡Y ahora que el hallarse en pecado mortal es<br />

tan peligroso!... No, no, reconciliación, piedad, perdón, amor a todos, conciencia limpia,<br />

ese es mi tema. ¿Es cierto que ha muerto anoche mucha gente?<br />

-Mucha, replicó Cor<strong>de</strong>ro observando la pali<strong>de</strong>z que el miedo pintaba en el agraciado<br />

rostro <strong>de</strong> Genara.<br />

No me lo diga usted... Esta tar<strong>de</strong> me voy. Me confesaré primero. ¿No creo usted que<br />

es buena i<strong>de</strong>a?


-Me parece muy acertada.<br />

-Vivimos casi <strong>de</strong> milagro.<br />

-Es verdad. Ya que nos coja, que nos coja confesados -dijo Cor<strong>de</strong>ro con algo <strong>de</strong><br />

sorna.<br />

-Sí, sí... Paz con todo el mundo, paz con Dios...<br />

Pronunció estas palabras con gran zozobra, y siguió ocupándose con febril actividad<br />

en sus preparativos <strong>de</strong> viaje. Los objetos se le caían <strong>de</strong> las manos; equivocaba una cosa<br />

con otra; empaquetaba ropas que <strong>de</strong>bían quedar en la casa, y ponía bajo llaves lo más<br />

indispensable para el viaje. [431]<br />

Fueron llegando unos tras otros los amigos, noticiosos <strong>de</strong> su viaje. La veían partir<br />

con sentimiento, y ella por su parte les abandonaba con tristeza, porque la tertulia era el<br />

encanto <strong>de</strong> su vida, y el charlar <strong>de</strong> cosas <strong>de</strong> gobierno la más regalada comidilla <strong>de</strong> su<br />

travieso espíritu. ¿Nombraremos a aquellos señores? Más vale que no, porque algunos<br />

han vivido hasta hace poco; la mayor parte han ocupado altísimos puestos, y todos<br />

llevaron, cual más cual menos, piedra y cascote al edificio <strong>de</strong> un partido tan po<strong>de</strong>roso<br />

como impopular. Como nada es dura<strong>de</strong>ro en el mundo, el cielo quiso que a aquel<br />

edificio le llegase como a la casa <strong>de</strong> D. Felicísimo, su día final, y hoy crece en sus rotos<br />

muros el amarillo jaramago, y sus huecos son ¡ay! <strong>de</strong> lagartos vil morada.<br />

Entonces, en los tiempos ver<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l gran <strong>Martínez</strong> <strong>de</strong> la Rosa, daba gozo ver la<br />

juventud lozana <strong>de</strong> un partido que hoy es vejete <strong>de</strong>crépito con lastimosas pretensiones<br />

<strong>de</strong> andar <strong>de</strong>recho, <strong>de</strong> alzar la voz y aun <strong>de</strong> infundir algo <strong>de</strong> miedo. Entonces se nutría <strong>de</strong><br />

hábiles retóricas, <strong>de</strong> erudición doctrinaria carlista, y hacía esgrima <strong>de</strong> sable con el brazo<br />

valentón y pen<strong>de</strong>nciero <strong>de</strong> jóvenes oficiales granadinos. En el seno <strong>de</strong> este partido, que<br />

en un tiempo se llamó <strong>de</strong> los sabios y en sus albores se llamó <strong>de</strong> los anilleros, había<br />

gente <strong>de</strong> gran mérito, aleccionados los unos en la práctica estéril <strong>de</strong> liberalismo, otros<br />

algo amaestrados en el arte político que faltaba a los liberales. Ellos fueron los primeros<br />

maquiavélicos ante quienes sucumbió la inocencia angélica <strong>de</strong> aquellos candorosos<br />

doceañistas que principiaban a no servir para nada. A falta <strong>de</strong> principios tenían un<br />

sistema, compuesto <strong>de</strong> engaño y energía. Su credo político fue una comedia <strong>de</strong> cuarenta<br />

años. Su éxito <strong>de</strong>biose a haber vigorizado el principio <strong>de</strong> autoridad, y su <strong>de</strong>scrédito o<br />

impopularidad a haber impedido el <strong>de</strong>sarrollo progresivo <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as. En religión eran<br />

volterianos, y en sus costumbres privadas enemigos <strong>de</strong> la templanza; pero tenían un<br />

coram vobis <strong>de</strong> santurronería que hacía el efecto <strong>de</strong> ver la silueta <strong>de</strong> Satanás en la<br />

sombra <strong>de</strong> un confesonario. Uno <strong>de</strong> los primeros elementos <strong>de</strong> fuerza que allegaron fue<br />

el clero, a quien adulaban, disponiéndose, no obstante, a comprar por poco dinero sus<br />

bienes, cuando los progresistas los arrancaron <strong>de</strong> las manos que llamaban muertas. A<br />

excepción <strong>de</strong> dos o tres individualida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> intachable pureza, eran gente <strong>de</strong> economías,<br />

y andando el tiempo, con las compras <strong>de</strong> bienes <strong>de</strong>samortizados, formaron una<br />

aristocracia que poco a poco se hizo respetable, y en la cual hay muchos marqueses y un<br />

formidable elemento <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n. En lo militar fueron poco escrupulosos, y se les ha visto<br />

pronunciarse con naturalidad y hasta con gracia. [432]<br />

En los días <strong>de</strong> nuestra narración presentaban el grato aspecto <strong>de</strong> un ejército joven,<br />

lleno <strong>de</strong> bríos y <strong>de</strong> valor. Su programa <strong>de</strong> mo<strong>de</strong>ración contrariaba a mucha gente. Aquel


habilidoso sistema <strong>de</strong> ser y no ser, <strong>de</strong> equilibrarse entre el absolutismo y los liberales,<br />

valiéndose <strong>de</strong> los unos contra los otros, <strong>de</strong> prometer y no cumplir, <strong>de</strong> encubrir con<br />

fórmulas, retóricas y dicharachos hoy <strong>de</strong>sacreditados, pero entonces muy en boga, el<br />

lazo <strong>de</strong> la arbitrariedad y el espadón <strong>de</strong> la fuerza, dio resultados en época <strong>de</strong> tanta<br />

inocencia política, cuando la libertad era como un niño generoso y no exento <strong>de</strong> mimos,<br />

más fácil <strong>de</strong> engañar que <strong>de</strong> convencer.<br />

La tertulia <strong>de</strong> Genara fue el centro don<strong>de</strong> las aspiraciones <strong>de</strong> aquella gente lista<br />

empezaron a tomar cuerpo. Allí fue precisándose el sistema y haciéndose práctico. Allí<br />

se establecieron relaciones que no habían <strong>de</strong> romperse sino con la muerte y se<br />

conocieron y se escogieron, digámoslo así, los hombres. Los jóvenes tomaron <strong>de</strong> los<br />

viejos el saber astuto y estos <strong>de</strong> aquellos el <strong>de</strong>senfado y el vigor. Humanamente<br />

consi<strong>de</strong>rada, aquella gente tenía una superioridad especial que ha sido la causa <strong>de</strong> su<br />

dominio durante un tercio <strong>de</strong> siglo: era la superioridad <strong>de</strong> los modales, cosa<br />

importantísima en nuestra edad. Había en aquellos tiempos como una línea divisoria<br />

clara y precisa que separaba en dos gran<strong>de</strong>s mita<strong>de</strong>s el inmenso personal político,<br />

creado por las revoluciones. En el trazado <strong>de</strong> esta línea tenían alguna parte las tijeras <strong>de</strong><br />

los sastres. No había término medio, y fue lástima gran<strong>de</strong> que tantas i<strong>de</strong>as generosas y<br />

salvadoras no pudieran por fatal <strong>de</strong>stino, emanciparse <strong>de</strong> la grosería, <strong>de</strong>l mal vestir y<br />

peor hablar.<br />

Por esto el advenimiento <strong>de</strong> la clase media fue laborioso y pesado. Aquella clase,<br />

frailunamente educada, no supo echar <strong>de</strong> sí ciertas asperezas, por lo que sólo<br />

prevalecieron en la vida pública los pocos que supieron ponerse el frac.<br />

Despidieron a Genara aquel día, <strong>16</strong> <strong>de</strong> Julio <strong>de</strong> 1834, y se retiraron todos, los unos a<br />

su oficina, pues casi todos eran empleados, los otros a dormir la siesta. Todavía en<br />

aquellos tiempos se dormía la siesta, y al día siguiente <strong>de</strong> aquel <strong>16</strong> da Julio fue cuando<br />

la Provi<strong>de</strong>ncia dispuso que el Gobierno durmiera una siesta célebre.<br />

La dama partió llena <strong>de</strong> pena y miedo, <strong>de</strong> miedo porque ignoraba si alejándose <strong>de</strong><br />

Madrid se alejaría <strong>de</strong>l aire ponzoñoso; <strong>de</strong> pena, porque <strong>de</strong>jaba su vida dulce y regalada,<br />

sus tertulias llenas <strong>de</strong> amenidad o interés, su influencia en el partido dominante, y<br />

quizás, quizás algo que más vivamente interesaba a su corazón. Renunciar al brillo <strong>de</strong> su<br />

ingenio [433] y hermosura, a las adulaciones <strong>de</strong> la pequeña corte masculina que la<br />

festejaba un día y otro día; abdicar esta corona y huir <strong>de</strong> la capital <strong>de</strong> su reino <strong>de</strong><br />

galanterías para sepultarse en un rústico lugarón don<strong>de</strong> no había <strong>de</strong> tener más solaz que<br />

lecturas insípidas y don<strong>de</strong> había <strong>de</strong> recibir la noticia <strong>de</strong>l fin tristísimo <strong>de</strong> su marido, era<br />

fuerte cosa para un corazón amigo <strong>de</strong> impresiones lisonjeras, para una fantasía siempre<br />

joven y siempre soñadora, para una conciencia alarmada.<br />

Esta mujer acabó ya para nosotros. Dentro <strong>de</strong> los límites señalados a estas historias,<br />

no cabe ya el resto <strong>de</strong> su vida llena <strong>de</strong> acci<strong>de</strong>ntes, y que no tomarán por mo<strong>de</strong>lo los<br />

cenobitas ni los que se propongan ser santos o algo que a santos se parezca. Sólo<br />

diremos, que vivió muchos años y que a los sesenta todavía era guapa. Ingeniosa,<br />

amable y algo intrigante, lo fue hasta los setenta, y durante dos años más fue un mo<strong>de</strong>lo<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>voción cristiana y <strong>de</strong> edificante trato con clérigos y cofradías, hasta que Dios quiso


llevársela <strong>de</strong> este mundo. No se le cayó la casa encima como a D. Felicísimo, sino que<br />

murió <strong>de</strong> repente hacia el último tercio <strong>de</strong>l 68, si no están equivocadas las crónicas.<br />

Aquel día (volvemos a nuestro <strong>16</strong> <strong>de</strong> Julio <strong>de</strong>l 34), D. Benigno fue el último que le<br />

apretó la mano. Después el héroe dio una vuelta por la calle <strong>de</strong> Toledo y plazuela <strong>de</strong> la<br />

Cebada, porque oyó <strong>de</strong>cir que había agitación en aquellos barrios y gustaba <strong>de</strong><br />

curiosear. Un espectáculo horrible le <strong>de</strong>tuvo en su excursión. Vio asesinar cruelmente a<br />

un chico por echar tierra en las cubas <strong>de</strong> los aguadores. Esta travesura frecuente<br />

entonces, se castigaba comúnmente a pescozones. Las cosas habían variado, y los<br />

ángeles traviesos eran tratados como los mis gran<strong>de</strong>s criminales. Cor<strong>de</strong>ro retrocedió<br />

para entrar en la calle <strong>de</strong>l Duque <strong>de</strong> Alba, y en la <strong>de</strong> los Estudios recibió un testarazo<br />

que le hizo saltar <strong>de</strong> la acera al arroyo. El duro objeto que le embistió era un ataúd. Un<br />

hombre le llevaba sobre su cabeza, dando porrazos a cuantos transeúntes hallaba en su<br />

camino.<br />

-¡Bestia! -gritó Cor<strong>de</strong>ro.<br />

Al punto reconoció a Tablas, y suavizando la voz le preguntó:<br />

-¿Para quién es, hermano?<br />

-Para aquella, para aquella -replicó López sin <strong>de</strong>tener el paso. Cor<strong>de</strong>ro vio algunas<br />

mujeres que lloraban. [434]<br />

- XXVII -<br />

Desgreñada, lívida, con los ojos chispeando furia, las manos temblorosas, los <strong>de</strong>dos<br />

tiesos y esgrimidos al modo <strong>de</strong> cuchillos, la boca seca, por ser las voces que <strong>de</strong> ella<br />

salían más bien ascuas que palabras; más parecida a <strong>de</strong>monio hembra que a mujer,<br />

estaba Maricadalso en la puerta <strong>de</strong> una casa humildísima <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong>l Peñón. Sus<br />

gritos pusieron en alarma a la calle toda, como las campanadas <strong>de</strong> un incendio, y por<br />

ventanas y puertas aparecieron los vecinos. ¡Qué caras y qué fachas! El gritar <strong>de</strong><br />

Maricadalso era por momentos lastimero y dolorido, a veces amenazador y <strong>de</strong>lirante.<br />

Sus cláusulas sueltas, saliendo <strong>de</strong> la boca en chispazos violentos, no entran en la<br />

jurisdicción <strong>de</strong>l lenguaje escrito, porque lo característico <strong>de</strong> ellas <strong>de</strong>jaría <strong>de</strong> serlo al<br />

separarse <strong>de</strong> lo grosero. Palabras eran <strong>de</strong> esas que matizan y salpimentan las disputas<br />

populares; equivalen al siniestro brillo <strong>de</strong> la navaja en el aire y al salpicar <strong>de</strong> sangre soez<br />

entre las inmundicias que <strong>de</strong> un corazón rudo salen a una boca sedienta <strong>de</strong> injuria. Entre<br />

lo que no pue<strong>de</strong> reproducirse se <strong>de</strong>stacaban estas frases. -¡Mi hija muerta!... ¡Cosas<br />

malas en el agua!... ¡Esos pillos!...<br />

Muchas damas <strong>de</strong> candil, vestigio envilecido <strong>de</strong> las que inmortalizó D. Ramón <strong>de</strong> la<br />

Cruz, ro<strong>de</strong>aron a Maricadalso. Una harpía que grita en medio <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong>l Peñón o <strong>de</strong><br />

otra cualquiera <strong>de</strong> aquellos barrios, tiene la seguridad <strong>de</strong> llevar el convencimiento más<br />

profundo al ánimo [435] <strong>de</strong> su auditorio, sobre todo si lo que dice es un disparate <strong>de</strong><br />

esos que no entran jamás en cabeza discreta. Con mágica rapi<strong>de</strong>z, todas las mujeres qua


o<strong>de</strong>aron a Maricadalso se asimilaron las opiniones y sentimientos <strong>de</strong> esta. El pueblo es<br />

conductor admirable <strong>de</strong> las buenas como <strong>de</strong> las malas i<strong>de</strong>as, y cuando una <strong>de</strong> estas cae<br />

bien en él, le gana por completo y le inva<strong>de</strong> en masa. Bien pronto la harpía individual<br />

fue una harpía colectiva, un monstruo horripilante que ocupaba media calle y tenía<br />

cuatrocientas manos para amenazar y doscientas bocas para <strong>de</strong>cir: ¡Cosas malas en el<br />

agua!<br />

Quien no piensa nunca, acepta con júbilo el pensamiento extraño, mayormente si es<br />

un pensamiento gran<strong>de</strong> por lo terrorífico, nuevo por lo absurdo. Aquel día habían<br />

ocurrido muchas <strong>de</strong>funciones. Varias familias tenían en su casa un muerto o agonizante.<br />

En presencia <strong>de</strong> una catástrofe o <strong>de</strong>sventura enorme, al pueblo no le ocurren las razones<br />

naturales <strong>de</strong> lo que ve y pa<strong>de</strong>ce. Su ignorancia no lo permite saber lo que es contagio,<br />

infección morbosa, <strong>de</strong>sarrollo miasmático. ¿Y cómo lo ha <strong>de</strong> saber la ignorancia, si aún<br />

lo sabe apenas la ciencia? El pueblo se ve morir con síntomas y caracteres espantosos, y<br />

no pue<strong>de</strong> pensar en causas patológicas. Cristiano <strong>de</strong> rutina, tampoco pue<strong>de</strong> pensar en<br />

rigores <strong>de</strong> Dios. Bestial y grosero en todo, no sabe <strong>de</strong>cir sino: ¡Cosas malas en el agua!<br />

Esta i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> las cosas malas arrojadas infamemente en la riquísima agua <strong>de</strong> Madrid,<br />

con el objeto puro y simple <strong>de</strong> matar a la gente, cayó en el magín <strong>de</strong>l populacho como<br />

la llama en la paja. No ha habido i<strong>de</strong>a que más pronto se propagase ni que más<br />

velozmente corriese, ni que más presto fuera elevada a artículo <strong>de</strong> fe. ¿Cómo no, si era<br />

el absurdo mismo?<br />

Algunas mujeres subieron a ver el cadáver <strong>de</strong> la hija <strong>de</strong> Maricadalso, cuyo ataúd<br />

acababa <strong>de</strong> traer López. Era una muchacha bonita, cigarrera, con opinión <strong>de</strong> honrada.<br />

Maricadalso subía a su casa, lloraba junto al cuerpo <strong>de</strong> su hija, bajaba a gritar <strong>de</strong> nuevo,<br />

blasfemando, volvía a subir y a llorar... Ya no parecía la Muerte sino la Locura cantando<br />

a su modo el Dies iræ. En tanto veinte, treinta, cuarenta hombres subían hacia la plaza<br />

<strong>de</strong> la Cebada propagando aquel satánico evangelio <strong>de</strong> las cosas malas en el agua.<br />

Encontraron a Timoteo Pelumbres, esposo <strong>de</strong> Maricadalso y padre <strong>de</strong> la muerta. Oyó<br />

este el griterío y soltando las herramientas que llevaba, corrió presuroso a una taberna<br />

don<strong>de</strong> varios hombres disputaban.<br />

-¿Veis? -gritó mostrando el puño-. Todo el mundo lo dice... ¡Han envenenado las<br />

aguas! [436]<br />

Inquieto, feroz y pequeño, Timoteo tenía todas las apariencias <strong>de</strong>l chacal, la mirada<br />

baja y traidora, los músculos ágiles, el golpe certero. Atacaba <strong>de</strong> salto. Era el mismo a<br />

quien vimos haciendo buñuelos en la tienda inmediata a la gran carnecería <strong>de</strong> la<br />

Pimentosa, <strong>de</strong> quien era protegido, lo mismo que su mujer. Era el mismo a quien vimos<br />

hace mucho tiempo, acaudillando la fiera cáfila que asesinó a martillazos al cura<br />

Vinuesa (21) en la cárcel <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> la Cabeza. Aquel tigre pequeño vivió mucho.<br />

Alcanzó los tiempos <strong>de</strong> Chico.<br />

En la taberna hacía falta un orador para electrizar el selecto concurso. Aquel orador<br />

fue Pelumbres, que hablaba mostrando el puño y frunciendo las cejas. Las mujeres<br />

pasaron gritando. Entre ellas se divulgó una <strong>de</strong> esas noticias que electrizan, que<br />

redoblan el entusiasmo y aguzan el soez pensamiento. La noticia era esta: De los dos<br />

chicos a quienes se había sorprendido poco más arriba echando unas tierras amarillas


en las cubas <strong>de</strong> los aguadores, el uno fue muerto al instante, el otro logró escaparse y se<br />

refugió... ¿dón<strong>de</strong>? en el mismo San Isidro.<br />

-Como que <strong>de</strong> allí ha salido todo... -dijo una voz que se esforzaba en ser autorizada y<br />

convincente a pesar <strong>de</strong> ser la voz <strong>de</strong> un salvaje.<br />

-¿Qué ha salido <strong>de</strong> allí?<br />

-Los polvos.<br />

-¡Los polvos!<br />

El que esto aseguraba era un hombrón, un animal <strong>de</strong> esos que aparecen en las<br />

tempesta<strong>de</strong>s populares, sin que se sepa bien quien los trajo, y en todas ellas <strong>de</strong>jan señal<br />

sangrienta <strong>de</strong> su paso. Seguíale una docena <strong>de</strong> individuos <strong>de</strong> esos que al mirarnos<br />

muestran cara humana, si bien es muy dudoso que sean hombres.<br />

-Sí, señores, todo está averiguado -añadió el <strong>de</strong>saliñado orador, que era Tablas en<br />

persona-. Y si faltase testimonio, aquí estoy yo para darlo.<br />

Dos mujeres se le colgaron <strong>de</strong> cada brazo. En torno suyo hízose un corrillo.<br />

Formábalo esa curiosidad <strong>de</strong> lo horrible que reúne gente en <strong>de</strong>rredor <strong>de</strong> los patíbulos,<br />

<strong>de</strong>l charco <strong>de</strong> sangre, señal <strong>de</strong> un crimen, o junto a la oscura agonía <strong>de</strong> un perro. Tablas<br />

se enorgulleció <strong>de</strong> su papel. Aquel día era un día suyo, un día en que iba a mostrar su<br />

po<strong>de</strong>r con pretensiones <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r político, ¡oh! ¡qué gran momento! Dos docenas <strong>de</strong><br />

perdidos le obe<strong>de</strong>cían, como obe<strong>de</strong>ce la piedra a la honda. Tablas era la honda; pero<br />

distaba mucho <strong>de</strong> ser la mano. [437]<br />

-Pues, sí señores -añadió López-. ¡Yo mismo les he llevado ayer un saco con media<br />

fanega <strong>de</strong> veneno!<br />

-¡Media fanega <strong>de</strong> veneno!<br />

-¿Y tú se lo has llevado?<br />

-Sí, porque no sabía lo que era. No es la primera vez que esos malvados reciben<br />

remesas <strong>de</strong> veneno. El saco que les llevé ayer vino <strong>de</strong> Cataluña para ese... No le quiero<br />

nombrar.<br />

-Di tú, parlanchín -gritó una voz <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l corrillo-. ¿Se ha muerto también la<br />

Pimentosa?<br />

-Para eso va. Esta mañana <strong>de</strong>spertó con el mal.<br />

-¿Ha bebido agua?<br />

-Ha tomado los mismos polvos como medicina.<br />

Una exclamación <strong>de</strong> horror acogió esta terrorífica aseveración.


-¿Quién se los ha dado?<br />

-Curas y frailes que todos son unos. Diéronselos como medicina santa, y tomarlos y<br />

empezar a sentir las arcadas <strong>de</strong>l cólera, fue todo una misma cosa.<br />

Esto era <strong>de</strong>masiado espantoso para que el digno concurso pudiera hacer comentarios.<br />

El silencio torvo con que lo oyó probaba su escasez <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as ante aquel hecho y el<br />

alarmante recogimiento <strong>de</strong> sus pasiones, que se concentraron para brotar en seguida con<br />

más fuerza. Tablas puso cara afligida. Deseaba excitar en favor suyo la compasión <strong>de</strong> la<br />

multitud y pasar por una víctima <strong>de</strong> las malas artes <strong>de</strong> cierta gente. Pero en su ru<strong>de</strong>za no<br />

acertaba a ingerir la i<strong>de</strong>a política en aquella serie <strong>de</strong> locos <strong>de</strong>satinos. Tratándose <strong>de</strong><br />

difundir un disparate y <strong>de</strong> darle la inverosimilitud que le hace más asequible a la mente<br />

<strong>de</strong>l vulgo, Tablas no carecía <strong>de</strong> habilidad, porque así como el búho ve en las tinieblas,<br />

ciertos entendimientos tienen la aptitud <strong>de</strong>l absurdo. Pero él quería razonar, emitir un<br />

fundamento, más que por justificar la asonada, por darse satisfacción a sí mismo, como<br />

hombre <strong>de</strong> opiniones políticas. Necesitaba una fórmula que le diese prestigio entre sus<br />

oyentes adjudicándole cierta iniciativa con asomos <strong>de</strong> jefatura.<br />

Frunció el ceño, bajó la cabeza, recogió su pensamiento para buscar la fórmula que<br />

necesitaba. Como en ocasiones parecidas, en aquella su frente semejaba el duro testuz<br />

<strong>de</strong>l toro, previniendo la acometida. La chispa brotó entre las nieblas <strong>de</strong> aquel caletre,<br />

pues no hay cerebro por tenebroso que sea, que no tenga sus rehendijas por don<strong>de</strong> entre<br />

a veces algo <strong>de</strong> luz.<br />

-¿No sabéis lo que es esto? -dijo con gran animación-, sintiendo [438] vislumbres <strong>de</strong><br />

genio-. ¿No sabéis lo que esto significa? Envenenar por gusto <strong>de</strong> envenenar no es...<br />

Buscaba la palabra lógico, que había oído muchas veces en el club: pero no daba con<br />

ella. La palabra se le atarugaba sin querer pasar, como una moneda gran<strong>de</strong> que no pue<strong>de</strong><br />

entrar por la pequeña hendidura <strong>de</strong> una hucha.<br />

-No es, no es... -añadió forcejeando con el vocablo y echándole fuera al fin, aunque<br />

<strong>de</strong>sfigurado, no es ilógico. ¿Por qué envenenan a la gente? Para acabar con los liberales.<br />

Ellos dicen: «No po<strong>de</strong>mos aniquilar a nuestros enemigos uno a uno, pues acabemos con<br />

todo el género humano». (Sensación profundísima.)<br />

Comprendió que le vendría muy bien en aquel caso un recuerdo histórico, y volvió a<br />

fruncir el ceño. Esto era difícil en extremo y su cerebro no tenía capacidad para contener<br />

un suceso histórico. Equivalía a querer meter, no ya una moneda, sino un camello<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la hucha. Pensó mucho y se rascó la frente. Había oído en el club multitud <strong>de</strong><br />

menciones y referencias <strong>de</strong> acontecimientos pretéritos; pero a él ninguna se le venía a<br />

las mientes. De pronto una mujer, ¡oh genio <strong>de</strong> la mujer! dijo esto:<br />

-Es como lo <strong>de</strong> Hero<strong>de</strong>s.<br />

Tablas se estremeció <strong>de</strong> júbilo. Tenía lo que necesitaba. Ahuecando la voz y<br />

marcando con su manaza un compasillo oratorio, prosiguió su discurso así:<br />

-Sí, señores; así como el tirano Hero<strong>de</strong>s, para ver <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r al niño Jesús, mandó<br />

matar a todos los niños, según rezan los Evangelistas, estos canallas, para ver <strong>de</strong> acabar


con un partido, con el partido liberal, quieren matar a todos los españoles, a todo el<br />

género humano, a todo el globo terráqueo.<br />

Describió con el brazo extendido un vasto y rapidísimo círculo. Sabe Dios hasta<br />

don<strong>de</strong> habrían llegado las retóricas <strong>de</strong>l antiguo tablajero, si en aquel momento no<br />

permitiese Dios una repentina tragedia. Era el primer hecho terrible, brotando <strong>de</strong> la<br />

última palabra <strong>de</strong> López. En el populacho las palabras ardientes tienen una propagación<br />

pasmosa, y pasma también la rapi<strong>de</strong>z con que <strong>de</strong> estas flores <strong>de</strong> la barbarie salen frutos<br />

<strong>de</strong> sangre. Un lego atravesó por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la Latina, dobló la esquina <strong>de</strong> la plazuela<br />

siguiendo en dirección a Puerta <strong>de</strong> Moros. Iba presuroso y acobardado, llevando un<br />

paquete <strong>de</strong> papel en la mano, algo como dos libras <strong>de</strong> azúcar, recién compradas en la<br />

tienda.<br />

-¡Aquel lleva veneno! -gritaron varias mujeres corriendo hacia él. [439]<br />

El lego fue ro<strong>de</strong>ado por un grupo y <strong>de</strong>sapareció en él. No se vio más que un<br />

estremecimiento <strong>de</strong> brazos y cabezas, un enjambre <strong>de</strong> cuerpos que forcejearon entre<br />

gritos. Algunos ayes lastimeros se <strong>de</strong>slizaron entre el vocerío. Después sólo se veía una<br />

masa <strong>de</strong> gente en lúgubre cerco silencioso mirando al suelo.<br />

Tablas había tomado otra dirección. Por un momento el populacho se dividió. Los<br />

girones <strong>de</strong> aquella nube negra vagaron un rato por las calles <strong>de</strong> los Estudios, Toledo,<br />

plazuelas <strong>de</strong> San Millán y <strong>de</strong> la Cebada. Gran confusión reinaba. El atleta, con su media<br />

docena <strong>de</strong> facinerosos caminó hacia la calle <strong>de</strong> las Maldonadas. Cerca <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> su<br />

casa vio a Romualda que salía presurosa, y la llamó:<br />

-¿Y Nazaria?<br />

-Lo mismo.<br />

-¿Hay alguien arriba (22) ?<br />

-Nadie, yo sola; digo, yo he bajado.<br />

-Sube y tráeme mi navaja gran<strong>de</strong> que está sobre la cómoda.<br />

-Madre Nazaria me ha mandado por agua. Tiene sed.<br />

-Ve primero por la navaja.<br />

Romualda subió, mientras Tablas y sus amigos conferenciaban gravemente en la<br />

puerta. Era un consejo <strong>de</strong> guerra <strong>de</strong> caníbales en la expectativa <strong>de</strong> una gran batallamerienda.<br />

Cuando Romualda bajó con la navaja, López dijo a los amigos:<br />

-El Gobierno mandará tropas a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rles. Bueno es estar prevenido. Mira,<br />

Rumalda...<br />

Romualda había pasado ya a la otra acera, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí les miraba con espanto. Su<br />

cara <strong>de</strong> hambre y miseria, su aspecto <strong>de</strong> cansancio no excitaban la compasión <strong>de</strong><br />

aquellos caballeros andantes <strong>de</strong> la plebe.


-Rumalda.<br />

-Señor.<br />

-Sube y tráeme las dos pistolas que están colgadas junto a la cama... Después<br />

llevarás el agua a Nazaria.<br />

-Madre Nazaria no me ha mandado por agua. Ya no tiene sed. Me ha mandado por<br />

un cura. Dice que se muere.<br />

-¿Por un cura?... ¿Y dón<strong>de</strong> están los curas, mentecata?... Di a Nazaria que no se<br />

muera, que volveré pronto... Corre y tráeme las pistolas.<br />

-Voy por el cura.<br />

-Sube y trae las pistolas -gritó López.<br />

La coja entró en el portal, y emprendió su lucha con la escalera. Esto empezaba a ser<br />

para ella como beberse el mar. Y se lo bebía. [440]<br />

Poco <strong>de</strong>spués el atleta y sus amigos volvían a la calle <strong>de</strong> los Estudios. Un reloj dio la<br />

hora. Eran las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. Ya en la puerta que el Seminario tiene por la calle <strong>de</strong>l<br />

Duque <strong>de</strong> Alba, los sicarios <strong>de</strong>l lego formaban un grupo imponente, montón <strong>de</strong><br />

humanidad digno <strong>de</strong> un basurero, en el cual brillaban aceros <strong>de</strong> navajas y burbujeaban<br />

blasfemias. Gritaron, golpeando la puerta. Tablas se presentó, quiso mandar; pero no le<br />

hicieron caso. Abriose la puerta, o franqueada por <strong>de</strong>ntro o rota <strong>de</strong>s<strong>de</strong> fuera, que esto no<br />

se sabe bien. El populacho entró. Detúvose en el vestíbulo ante una figura que estaba<br />

allí sola, imponente, inmóvil, como imagen bajada <strong>de</strong> los altares. Era el Padre Sauri,<br />

joven, flaco, pálido, valiente. La pali<strong>de</strong>z, la energía <strong>de</strong> las facciones <strong>de</strong>l jesuita, sus<br />

[441] ropas negras, su valor quizás contuvieron un instante al populacho. Aquella<br />

repentina quietud parecía la perplejidad <strong>de</strong>l arrepentimiento. El jesuita dijo con voz<br />

sonora y conmovida: ¿qué queréis?<br />

Difícil era contestar a esta pregunta con palabras. Los sicarios no sabían bien lo que<br />

querían. De entre ellos salió una voz que gritó: Queremos tu sangre, perro. No fue<br />

preciso más. El Padre Sauri <strong>de</strong>sapareció. No pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>scribirse su horroroso martirio. De<br />

manos <strong>de</strong> los monstruos pasó a las <strong>de</strong> unas cuantas harpías que le arrastraron hasta la<br />

plazuela <strong>de</strong> San Millán, mutilando su cadáver en el sangriento camino.<br />

En tanto los asesinos se difundieron por los inmensos claustros <strong>de</strong>l vasto edificio.<br />

Oíanse pasos precipitados y ayes lastimeros en lo alto violentos golpes <strong>de</strong> puertas que se<br />

cerraban. Era jueves, y los colegiales externos estaban en sus casas. Muchos<br />

jovenzuelos internos fueron acometidos. Para saber si eran realmente colegiales o<br />

Padres disfrazados <strong>de</strong> alumnos, los sicarios les quitaban el bonete buscando la corona<br />

sacerdotal.<br />

[442]


- XXVIII -<br />

Aquella mañana había funcionado con mayor actividad que otros días el aparato <strong>de</strong><br />

trasmisión, establecido por D. Rodriguín entre su carpeta y la <strong>de</strong> su amigo.<br />

-Amice,¿exaudisti hodie susurrationes trapisondarum?<br />

-Utique; vi<strong>de</strong>te carátulam Gratiani. ¡Quantum est ille canguelatus!<br />

-Ecce Ferdinan<strong>de</strong>z, vel a Ferdinando. Ille ahorcabitur cum capillo.<br />

¡Quién le había <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir al juguetón estudiante que a las pocas horas <strong>de</strong> estas bromas<br />

había <strong>de</strong> ver morir trágicamente al infeliz Fernán<strong>de</strong>z, maestro dulce, tolerante amigo <strong>de</strong><br />

los buenos alumnos y docto humanista! Rodriguín le vio sorprendido por los sicarios al<br />

salir <strong>de</strong> su celda. Espantado el jesuita ante el horrendo aspecto <strong>de</strong> la multitud,<br />

permaneció un instante perplejo o inmóvil sin acertar a huir, ni a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse, ni siquiera<br />

a traducir su terror en palabras. La plebe aprovechó aquel momento. Fue <strong>de</strong>vorado en<br />

un soplo como seca arista en el fuego.<br />

Rodriguín bajó la escalera. Su temor le daba alas. En el patio vio matar al Padre<br />

Artigas, bibliotecario, y al hermano Elola, ambos cazados ferozmente a lo largo <strong>de</strong> los<br />

claustros, y siguiendo la dirección <strong>de</strong> algunos escolares que huían, refugiose en la<br />

capilla doméstica. Allí estaba el Padre Carasa con algunos colegiales rezando el rosario.<br />

Rodriguín les vio a todos arrodillados pidiendo a Dios misericordia, y quiso imitarles;<br />

pero sus piernas no podían doblarse y eran incapaces <strong>de</strong> todo lo que no fuera correr,<br />

huir, <strong>de</strong>saparecer. Salió <strong>de</strong> la capilla. Era todo pies. Bajó, volvió a subir, y en aquel<br />

viaje anheloso, semejante al <strong>de</strong> la [443] liebre perseguida, vio morir al Hermano<br />

Sancho, el que acompañaba a Gracián en sus paseos y excursiones, y al Hermano<br />

coadjutor Ostolazo, que pereció en el patio y fue arrastrado a la calle por las mujeres. El<br />

pánico horrible redoblaba las fuerzas <strong>de</strong>l macarrónico para correr. Subió a los <strong>de</strong>svanes,<br />

pasó por el sitio a que él y los <strong>de</strong> su pandilla nombraban chupatorium por ser el<br />

escondrijo don<strong>de</strong> fumaban, y al fin se encontró solo. Los rugidos <strong>de</strong> la plebe sonaban<br />

lejos abajo. Rodriguín, al sentirse en salvo, perdió súbitamente las milagrosas fuerzas<br />

que le habían hecho volar, y cayó sin sentido. La colosal energía contractil que<br />

<strong>de</strong>splegara se concentró en su cerebro, haciéndole <strong>de</strong>lirar. La fiebre reprodújole los<br />

mismos peligros <strong>de</strong> que ya parecía libre, y vio los puñales corriendo tras sí. Imaginose<br />

que corría con sobrehumana presteza, sin po<strong>de</strong>r apartarse <strong>de</strong> los ensangrentados aceros;<br />

imaginose que subía a los tejados, seguido tan cerca por los sicarios que sentía su<br />

abrasador aliento. Soñaba (pues como sueño eran sus figuraciones) que se arrojaba <strong>de</strong><br />

cabeza al patio, y que los sayones se arrojaban también <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> él. Después subía<br />

como <strong>de</strong>sesperado gato por la cuerda <strong>de</strong> las campanas, y por la misma vía subían<br />

también los puñales terribles. Luego se lanzaba por el interior angosto y húmedo <strong>de</strong> las<br />

cañerías que recibían el agua <strong>de</strong> los tejados, y la turba se precipitaba también por el<br />

interior <strong>de</strong>l tubo, haciendo un ruido semejante al <strong>de</strong>l agua. Seguido siempre y nunca<br />

alcanzado, pero tampoco en salvo, se precipitaba en la iglesia, subía por las pare<strong>de</strong>s,<br />

bajaba por los empolvados altares, y la plebe subía y bajaba con él. Se metía al fin entre


las hojas <strong>de</strong> los misales, como una cinta <strong>de</strong> marcar, y allí, en aquel doblez seguro, le<br />

seguían también las manos armadas <strong>de</strong> puñales. Las navajas brillaban entre las doradas<br />

letras.<br />

Refugiábase luego entre los vestidos <strong>de</strong> la Virgen, en el aceite <strong>de</strong> la lámpara, en el<br />

recinto sagrado <strong>de</strong>l copón; y en los vestidos, en el aceite, en el copón, los tigres no se<br />

apartaban <strong>de</strong> él, siguiéndole sin <strong>de</strong>scanso y tocándolo sin llegar a cogerle... Al fin acabó<br />

este espantoso <strong>de</strong>lirio y quedó el escolar en inacción parecida a la <strong>de</strong> la muerte. Cuando<br />

terminó aquel estado y cobró el conocimiento, hallose tendido boca abajo en el suelo <strong>de</strong>l<br />

oscuro <strong>de</strong>sván. Puso atención a los ruidos <strong>de</strong> abajo y le pareció que se alejaban.<br />

Arrastrándose trató <strong>de</strong> subir al tejado y salió al fin aunque con dificulta<strong>de</strong>s, porque le<br />

dolía una rodilla y movía muy mal el brazo <strong>de</strong>recho. Des<strong>de</strong> el tejado que daba a la calle<br />

<strong>de</strong>l Duque <strong>de</strong> Alba, vio la multitud que parecía abandonar el edificio; pero él ni por<br />

todos los tesoros <strong>de</strong>l orbe, fuera capaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r al Colegio... Dos o tres gatos le<br />

salieron al encuentro, y con tan buena compañía avanzó un [444] buen trecho. El<br />

espacio vacío don<strong>de</strong> un año antes estuviera la casa <strong>de</strong> D. Felicísimo, le <strong>de</strong>tuvo en su<br />

penoso viaje aéreo; pero dando algunos saltos llegó a una casa que parecía brindar al<br />

pobre fugitivo seguro y cómodo asilo. Por una <strong>de</strong> las ventanas <strong>de</strong> las bohardillas veíase<br />

ropa tendida; en obra había dos chicuelos que se entretenían en izar ban<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> toallas<br />

(23) y servilletas a un asta <strong>de</strong> caña, que muy bien amarrada en el antepecho estaba.<br />

Alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> este cuadro revoloteaban pardas palomas que no lejos <strong>de</strong> allí tenían su<br />

vivienda. D. Rodriguín indicó por señas a los chicos que iba a entrar por el hueco <strong>de</strong> la<br />

bohardilla, con lo que ambos se asustaron y huyeron a<strong>de</strong>ntro. Mas sin arredrarse por<br />

esto el atrevido estudiante escurriose tejas abajo. Trepando gatunamente con los cuatro<br />

remos, penetró en la casa. Una mujer y un señor mayor le salieron al encuentro; pero D.<br />

Rodriguín no supo darse cuenta <strong>de</strong> lo que le dijeron, porque extenuado <strong>de</strong> fatiga y<br />

perdidas las fuerzas, se arrojó sobre un montón <strong>de</strong> ropa blanca. Dejémosle allí.<br />

[445]<br />

El Padre Gracián estaba tranquilo en su celda escribiendo algunas cartas, cuando<br />

sintió el tumulto. Sin creer que este tuviera la importancia que realmente tenía, pensó<br />

que la Casa y sus pacíficos habitantes corrían peligro. Saliendo a la galería miró al<br />

patio, y lo primero que vieron sus ojos aterrados fue el cadáver <strong>de</strong>l Hermano Artigas,<br />

bárbaramente acribillado. Retrocedió con espanto al interior <strong>de</strong> su celda; sacó<br />

precipitadamente cartas y papeles, encendió lumbre, y en poco más tiempo <strong>de</strong>l necesario<br />

para contarlo, hizo un auto <strong>de</strong> fe que redujo a cenizas preciosos documentos, cartas<br />

elocuentes fechadas en el Carrascal, en la Amezcua, en la Borunda y en los Aldui<strong>de</strong>s,<br />

curiosísimas notas y apuntes. Con el humo que se levantó en la celda llenándola toda,<br />

sintió picor en los ojos y salió como quien llora. El santo varón quiso revestir su<br />

fisonomía y su persona <strong>de</strong> las apariencias <strong>de</strong> severidad y estoicismo que tan propias<br />

eran <strong>de</strong>l momento, y aunque la proximidad y el aullido <strong>de</strong> los asesinos hicieron palpitar<br />

<strong>de</strong> temor su corazón fuerte, se sobrepuso a la angustia <strong>de</strong>l momento y avanzó con paso<br />

seguro por la galería. Encomendándose mentalmente a Dios, hizo propósito firme <strong>de</strong> no<br />

per<strong>de</strong>rse con una exhibición impru<strong>de</strong>nte ni envilecerse con cobar<strong>de</strong> fuga. A su lado pasó<br />

<strong>de</strong>spavorido el Hermano Fermín Barba, que huía <strong>de</strong> los sicarios. Gracián no se animó a<br />

seguirle ni se atrevió a <strong>de</strong>tenerle.<br />

Aturdido el infeliz Hermano, que había logrado ponerse a salvo <strong>de</strong> los primeros<br />

perseguidores, cayó en manos <strong>de</strong> otro grupo no menos feroz, mientras Gracián, sin salir


<strong>de</strong> su paso acertó a encontrarse junto a la puerta que conducía al coro <strong>de</strong> la Iglesia.<br />

Entró... Dos o tres, estancias oscuras llenas <strong>de</strong> muebles viejos y <strong>de</strong> objetos <strong>de</strong> culto, <strong>de</strong><br />

esos que bien podrían llamarse <strong>de</strong>coraciones, tales como cortinas, escalinatas, templetes,<br />

pabellones, piezas <strong>de</strong> monumento, etc., separaban el coro <strong>de</strong>l claustro alto. Los asesinos<br />

no habían penetrado aún allí.<br />

Gracián llegó al coro, y arrodillándose junto a la barandilla, oró en silencio, con las<br />

manos sobre los hierros y la frente en las coyunturas. ¿Se creía ya salvo y seguro?<br />

¿Daba gracias o le pedía misericordia? ¿Le ofrecía su vida, aceptando gustoso su<br />

martirio, que ni buscaba ni rehuía para que fuese más meritorio? Imposible será son<strong>de</strong>ar<br />

aquella alma en momentos <strong>de</strong> tanta turbación. Pero si la apariencia y el rostro, el gesto<br />

reposado y la lengua muda son señales <strong>de</strong> un espíritu fuerte y sereno, Gracián tenía<br />

serenidad y fortaleza. O más bien sofocaba los estímulos <strong>de</strong> ese instinto invencible que<br />

es quizás el sello <strong>de</strong> humanidad puesto a las criaturas, instinto que nos encarece con<br />

elocuente modo las ventajas [446] <strong>de</strong> vivir, contrapesando los alientos <strong>de</strong>l espíritu,<br />

ansioso a veces <strong>de</strong> la muerte.<br />

Así, cuando llegaron al coro, don<strong>de</strong> Gracián estaba solo con su fortaleza, los<br />

bramidos <strong>de</strong> la plebe; cuando se oyó distintamente una voz que dijo por aquí; cuando<br />

las pisadas <strong>de</strong> los asesinos sonaron en las baldosas mismas <strong>de</strong>l coro, Gracián no<br />

abandonó su recogida postura. Fue preciso, para hacerlo mover, que una mano <strong>de</strong>scortés<br />

y ensangrentada le tocase en el hombro. Volvió la cabeza, vio a Tablas con aires <strong>de</strong><br />

capitán matón, armado <strong>de</strong> pistolas y cuchillo... Entonces el hombre se sobrepuso<br />

bruscamente al asceta. Dentro <strong>de</strong> Gracián estalló una mina <strong>de</strong> indignación. No supo lo<br />

que hacía, y sus fuerzas hercúleas asumieron todas sus faculta<strong>de</strong>s, oscureciendo al<br />

filósofo, al místico, al clérigo, para revelar el gigante.<br />

En el coro había, junto al facistol gran<strong>de</strong>, otro pequeño, pero suficientemente pesado<br />

para que no lo levantase con facilidad un solo hombre. Gracián lo cogió con formidable<br />

y rápido movimiento. Parecía que arrancaba un árbol <strong>de</strong>l suelo, y al levantarlo<br />

asemejose a San Cristóbal apoyado en su palma. Estrépito <strong>de</strong> carcajadas acogió este<br />

movimiento. Fulminando ira <strong>de</strong> sus ojos, Gracián gritó: ¡Canallas!... ¡Masones! y<br />

alzando el mueble apuntó a la cabeza <strong>de</strong>l capitán <strong>de</strong> la vil tropa... Pero en mitad <strong>de</strong> su<br />

movimiento fue herido en el costado con golpe certero, instantáneo. Vaciló en el aire el<br />

facistol. El mueble y el cuerpo enorme <strong>de</strong>l clérigo cayeron <strong>de</strong> un golpe. Estremeciose el<br />

piso. Inmóviles y espantados los asesinos, contemplaron el cuerpo a la distancia <strong>de</strong>l<br />

terror.<br />

-Era el peor <strong>de</strong> todos -murmuró sordamente López, apartando sus ojos <strong>de</strong> a víctima.<br />

Salieron. Un instante <strong>de</strong>spués reinaba en el coro y en la Iglesia, en torno a lo que fue<br />

Padre Gracián, el silencio <strong>de</strong>l olvido. [447]<br />

- XXIX -


Tan turbado estaba D. Rodriguín, que las primeras palabras salidas <strong>de</strong> su boca fueron<br />

un latinajo incomprensible. No acertaba a pedir socorro en castellano ni a expresarse<br />

tampoco en vulgar latín.<br />

-Ya, ya sabemos lo que usted <strong>de</strong>sea -dijo cariñosamente el señor mayor, poniéndole<br />

la mano en el hombro-. Usted viene huyendo <strong>de</strong> la <strong>de</strong>gollina <strong>de</strong> San Isidro... Aquí no<br />

hay que temer... Sola, querida hija, a este caballerito le vendrá bien una taza <strong>de</strong> caldo.<br />

-Utique... gratias agere...<br />

-O un vasito <strong>de</strong> vino blanco con bizcochos.<br />

-Mejor vino que caldo -dijo entonces en claro español el estudiante.<br />

Y no se saciaba <strong>de</strong> mirar al señor <strong>de</strong> los espejuelos <strong>de</strong> oro, y a la joven, y a los<br />

chicos, que no menos espantados que él le ro<strong>de</strong>aban.<br />

Sola (pues no era otra la señora <strong>de</strong> aquella casa) salió en busca <strong>de</strong>l reconfortante, y<br />

D. Rodriguín, ya completamente recobrado el sentido, pudo reconocer a D. Benigno.<br />

-Ya sé don<strong>de</strong> estoy -dijo-. Ya sé que <strong>de</strong>bo esta hospitalidad a don Benigno Cor<strong>de</strong>ro y<br />

a su digna esposa.<br />

-No es esta señora mi mujer -replicó el <strong>de</strong> Boteros algo amostazado-, aunque sí lo<br />

fuera nada tendría <strong>de</strong> particular... Esta casa, no es mi casa, es <strong>de</strong> un amigo que está<br />

ausente, es <strong>de</strong>l esposo <strong>de</strong> esa dignísima señora, ¿entien<strong>de</strong> usted?... Vamos a otra cosa...<br />

Podrían verlo a usted <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el tejado, si a los sicarios se les antoja subir para que no<br />

que<strong>de</strong>n [448] vivos ni los gatos... ¡qué horrible día, Virgen <strong>de</strong>l Sagrario!... Bajemos,<br />

señor subdiácono...<br />

-No soy subdiácono, sino colegial -dijo Rodriguín, siguiendo a don Benigno (24) por la<br />

escalera abajo-. Suum cuique.<br />

La casa no era <strong>de</strong> vecindad. Tenía dos pisos altos, ocupados por un solo inquilino.<br />

Demasiado gran<strong>de</strong> para un soltero, era tal que para un casado sin hijos, sobraba más <strong>de</strong><br />

la mitad. Sola se instaló en ella <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el día <strong>de</strong> su boda para limpiarla y tenerla en tal<br />

disposición que todo lo hallase a punto su marido cuando viniese. Una criada elegida<br />

por ella, Juanito Jacobo y el criado que Salvador había <strong>de</strong>jado en la casa, daban<br />

compañía y custodia a Sola por la noche, y por el día D. Benigno, su hermana y sus<br />

hijos mayores apenas salían <strong>de</strong> allí. Todos ayudaban a la gran<strong>de</strong> obra <strong>de</strong> la limpieza y<br />

buena distribución <strong>de</strong> los muebles, al adorno y arreglo <strong>de</strong> la casa, que estaba primorosa.<br />

No faltaba en ella más que una cosa, el amo. Esperábanle cada semana, cada día, cada<br />

hora. Se habían recibido cartas suyas. Su esposa no cesaba <strong>de</strong> cavilar y <strong>de</strong> calentarse el<br />

cerebro, ya contando horas y minutos, ya imaginando obstáculos, o bien discurriendo el<br />

modo <strong>de</strong> ir al encuentro <strong>de</strong> su cara mitad, cosa harto difícil ciertamente por no saber qué<br />

camino traía.<br />

El cólera había llenado <strong>de</strong> consternación y luto el alma <strong>de</strong> la señora, afectando<br />

también a sus leales amigos. Más que por sí mismos, temían ella y ellos por el ausente.


¡Santo Dios, si la epi<strong>de</strong>mia le atacara en el camino!... ¿Tendría Dios dispuesto que no<br />

llegara a disfrutar el bien por tanto tiempo esperado?<br />

-Lo peor <strong>de</strong> todo -<strong>de</strong>cía Cor<strong>de</strong>ro, constante en su entrañable afecto-, sería que Dios te<br />

llevase a ti antes o <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que tu marido viniese, porque entonces... Y... yo<br />

pregunto: «¿dón<strong>de</strong> se encontrará otra Sola?»<br />

Y añadía para sí:<br />

-Si esta i<strong>de</strong>a no implicara la pérdida <strong>de</strong> un ser tan querido, me regocijaría con ella...<br />

¡Qué chasco para el amiguito! ¿eh?... ¡Pero no, Señor Dios Po<strong>de</strong>roso! ¡Barástolis, no!<br />

Antes <strong>de</strong> matarla a ella, mátame tres veces a mí, y que mi salvación me consuele <strong>de</strong> su<br />

felicidad.<br />

El tremendo día <strong>16</strong> fue para todos los que en aquella casa habitaban, día <strong>de</strong><br />

grandísima angustia, por la proximidad <strong>de</strong> la catástrofe. Reproducir aquí los apóstrofes<br />

que <strong>de</strong> su venerable boca echó D. Benigno al ver la matanza, las observaciones<br />

atinadísimas que hizo acerca <strong>de</strong> las justicias populares y <strong>de</strong>l aborrecido imperio <strong>de</strong>l<br />

vulgo, fuera imposible, [449] sin dar a este relato dimensiones <strong>de</strong>sproporcionadas.<br />

Pue<strong>de</strong> ser que todos estos dichos sean recogidos escrupulosamente por algún cachazudo<br />

historiador que los perpetúe, como sin duda merecen.<br />

Por la noche, cuando el barrio quedó tranquilo y se supo la verdad <strong>de</strong> lo ocurrido,<br />

viendo el hecho en todo su horror, el héroe no daba paz a la lengua para mal<strong>de</strong>cir a<br />

aquel indolente Gobierno, que tales crímenes había permitido, si no por expreso<br />

consentimiento, por pereza y <strong>de</strong>scuido casi tan execrables como el consentimiento<br />

mismo. Y aquí tenía el compa<strong>de</strong>cer a la libertad, <strong>de</strong>plorando que su causa estuviese en<br />

tales manos, y el sacar a relucir ejemplos <strong>de</strong> Grecia y <strong>de</strong> Roma para sentar el principio<br />

<strong>de</strong> que las manos bárbaras y sucias <strong>de</strong>l vulgo envilecen cuanto tocan y <strong>de</strong>strozan aquello<br />

mismo que quieren <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r.<br />

D. Rodriguín oía esto y callaba, admirando la elocuencia <strong>de</strong>l buen señor; pero como<br />

las palabras carlista y liberal saliesen a relucir, tal vez impensadamente, en la perorata<br />

<strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro, encrespose el colegial, cambiáronse serias réplicas y reticencias, y trabose<br />

al fin una disputilla que no se sabe a dón<strong>de</strong> habría parado, si Sola no or<strong>de</strong>nase el<br />

silencio para restablecer la paz. Al día siguiente, D. Benigno dijo a su amiga con mucho<br />

misterio:<br />

-Es preciso mandar a su casa a este subdiácono. Es un espía carlista... ¡Barástolis! tan<br />

bueno es Juan como Pedro, y entre las chaquetas <strong>de</strong> los <strong>de</strong>salmados y las sotanas <strong>de</strong><br />

estas culebrillas no se sabe qué escoger.<br />

Dicho y hecho. Avisose a la familia <strong>de</strong>l colegial, y vestido este <strong>de</strong> seglar abandonó la<br />

casa, aunque ningún peligro había ya <strong>de</strong> que saliera en traje eclesiástico. Despidiose<br />

chuscamente hasta las kalendas carolinas, a lo que contestó el héroe con disparates<br />

latini-parlantes, que también se le alcanzaba algo <strong>de</strong> macarronismo.<br />

Al ver Sola que pasaba un día y otro, que arreciaba la epi<strong>de</strong>mia, que se cometían<br />

asesinatos horrorosos a ciencia y paciencia <strong>de</strong> las autorida<strong>de</strong>s, pareciole que el Universo<br />

se <strong>de</strong>scuajaba, que la máquina social y física <strong>de</strong>l mundo se hacía pedazos, y que por


jamás <strong>de</strong> los jamases se vería al lado <strong>de</strong> su legítimo dueño y consorte. Amarga tristeza<br />

se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> ella, y no se le ocurría pensamiento alguno que no fuese <strong>de</strong> muerte o<br />

duelo. Pensó salir <strong>de</strong> Madrid, corriendo a la ventura en busca <strong>de</strong>l esposo que Dios y la<br />

ley le habían dado; pero Cor<strong>de</strong>ro le quitó <strong>de</strong> la cabeza esta atrevida i<strong>de</strong>a, impropia <strong>de</strong><br />

persona tan razonable. Durante tres días el héroe no se ocupaba más que <strong>de</strong> reunir datos<br />

para escribir una memoria sobre el sangriento acontecimiento <strong>de</strong>l día <strong>16</strong>, y buscaba<br />

[450] referencias, interrogaba a los testigos oculares, bebía en las mismas fuentes <strong>de</strong> la<br />

verdad histórica, perseguía <strong>de</strong>talles, frases, acci<strong>de</strong>ntes mil, y esas pequeñeces <strong>de</strong> que<br />

tanto jugo suele sacar la diligente Clio. Escudriñando tan escandalosos sucesos, vio que<br />

a los horrores <strong>de</strong>l colegio Imperial y <strong>de</strong> Santo Tomás habían excedido los <strong>de</strong> San<br />

Francisco el Gran<strong>de</strong>, don<strong>de</strong> perecieron a navajazos cincuenta individuos. En la Merced<br />

Calzada también fue gran<strong>de</strong> el estrago. De los <strong>de</strong> San Francisco dio noticias prolijas el<br />

menguado Rufete, que estaba <strong>de</strong> guardia aquel día y adquirió cierta fama no envidiable,<br />

por haber dado segurida<strong>de</strong>s al general <strong>de</strong> la Or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> que nada ocurriría en la casa, y<br />

haber poco <strong>de</strong>spués permitido el libre paso <strong>de</strong> los viles asesinos. Rufete <strong>de</strong>sfiguraba los<br />

hechos para velar su cobardía, que quizás, o sin quizás, más que cobardía, fue<br />

complicidad con los infames asesinos. El oficialete <strong>de</strong>claraba haber salvado <strong>de</strong> la<br />

muerte a muchos franciscanos; pero los que lograron salir vivos <strong>de</strong> la infame jornada<br />

aseguraban que en el momento <strong>de</strong>l conflicto no se vio al señor oficial por ninguna parte.<br />

Había razones sobradas para afirmar que el Sr. Rufete hubo <strong>de</strong> escon<strong>de</strong>rse en los<br />

sótanos <strong>de</strong>l edificio, no dando señales <strong>de</strong> vida hasta que, muerta ya media comunidad,<br />

apareció muy fiero, echando ternos y venablos contra la pillería. Todos estos datos,<br />

noticias y versiones las iba recogiendo Cor<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> los mismos héroes <strong>de</strong> la tragedia,<br />

para poner luego a cada cual en el lugar que le correspondía. Es indudable que el<br />

exaltado Rufete ocupó el que por sí mismo eligiera en lo más crudo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>güello, es a<br />

saber, la alcantarilla.<br />

Faltara a todas las exigencias <strong>de</strong> la Historia el buen Cor<strong>de</strong>ro, si omitiera lo que se<br />

dijo <strong>de</strong> envenenamiento <strong>de</strong> aguas, y la parte que tuvo en esta brutal creencia la bendita y<br />

entonces malhadada tierra <strong>de</strong> San Ignacio. Este ingrediente <strong>de</strong>sempeñó en aquellos<br />

sucesos terribles un papel <strong>de</strong> primer or<strong>de</strong>n. Fue arma odiosa <strong>de</strong> la mala fe, <strong>de</strong> la<br />

ignorancia, y absurdo pretexto, ya que no causa, <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los más feos crímenes<br />

políticos que se han cometido en España. Conocemos la víctima y el grosero<br />

instrumento. La mano, ¿qué mano era y dón<strong>de</strong> estaba? ¿Creeremos en el espontáneo<br />

error <strong>de</strong>l populacho y en un movimiento instintivo y ciego <strong>de</strong> su barbarie?... Difícil es<br />

creer esto. Pero el aguijón que inquietó al bruto, haciéndole mor<strong>de</strong>r y cocear, quedó<br />

escondido en el misterio. ¿Fue el <strong>de</strong>güello cosa resuelta y or<strong>de</strong>nada en círculos oscuros,<br />

ávidos <strong>de</strong> maldad y escándalo? También es difícil asegurar esto, que por su enormidad<br />

se resiste a la razón humana. La Fatalidad, causa cómoda <strong>de</strong> los hechos oscuros, y luz<br />

mentirosa <strong>de</strong> lo que no pue<strong>de</strong> alumbrarse, [451] se presenta aquí reclamando su página,<br />

la página a que le dan <strong>de</strong>recho las perplejida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l narrador y el convencionalismo <strong>de</strong><br />

la Historia... Bienvenida sea esa madrastra Fatalidad, que tan bondadosamente se presta<br />

a adoptar todo hijo abandonado, por lo general feo y enclenque, a quien rechaza la<br />

misma Lógica que en las tinieblas lo engendró.<br />

Rumores corrieron <strong>de</strong> que el bondadoso Padre Alelí había perecido en las<br />

ferocida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l <strong>16</strong>. Esto no resultó cierto por fortuna. Hallábase el anciano en la


enfermería <strong>de</strong> su convento, ya completamente perturbado y sin juicio, cuando<br />

acaecieron los asesinatos. De nada se dio cuenta. Cor<strong>de</strong>ro le acompañaba un buen rato<br />

todos los días, hasta el <strong>de</strong> su muerte, la cual fue por lo tranquila y suave, casi<br />

inadvertida. Una siesta más larga que las <strong>de</strong> costumbre ocultó el momento <strong>de</strong> su<br />

tránsito, ocurrido a fines <strong>de</strong> Julio.<br />

Nazaria murió <strong>de</strong>l colera al siguiente día <strong>de</strong> la matanza. Heredó Tablas su mal; pero<br />

por aquel don <strong>de</strong> inmunidad que acompaña, según un viejo refrán, a la mala hierba, el<br />

animal venció a la epi<strong>de</strong>mia asiática, o esta quizás asustose <strong>de</strong> él, <strong>de</strong>jándole libre,<br />

aunque muy bien recomendado a un cáncer que le tomó por su cuenta algunos años<br />

a<strong>de</strong>lante. Por Romualda, a quien hallamos una mañana subiendo casi a gatas la<br />

empinada escalera <strong>de</strong> una casa <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> la Ruda, supimos que López llevaba con<br />

poca resignación su <strong>de</strong>sgracia. Romualda subió tanto y tanto, que una noche la hallaron<br />

<strong>de</strong>tenida en el peldaño octogésimo. Estaba prosternada, como besando la escalera. Tanto<br />

subió que sin pensarlo había llegado al cielo. López fue al hospital. Que murió no pue<strong>de</strong><br />

dudarse, por la índole incurable <strong>de</strong> su mal, pero nadie sabe cuándo ni cómo se extinguió<br />

aquella miserable vida, ni hay noticias <strong>de</strong>l lugar <strong>de</strong> su sepultura. Acabó en el misterio,<br />

enteramente a solas si no le acompañaran el dolor y su conciencia, única compañía que<br />

le cuadraba. [452]<br />

- XXIX -<br />

Era sábado. Habían pasado seis días <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el nunca bastante execrado <strong>16</strong> <strong>de</strong> Julio, y<br />

Sola, <strong>de</strong>sesperanzada ya y sin sosiego, incapaz <strong>de</strong> encontrar un consuelo en su propio<br />

pensamiento, convocó a los amigos en familiar consejo. Crucita opinó que no <strong>de</strong>bía<br />

pensarse ya en que aquel endiablado hombre viniese; los chicos mayores se ofrecieron a<br />

salir y recorrer toda la Península para buscarle, y D. Benigno propuso que se fueran<br />

todos a los Cigarrales don<strong>de</strong> le aguardarían más tranquilos, libres <strong>de</strong> la zozobra que<br />

embargaba el espíritu <strong>de</strong> todos en la Corte y Villa. [453]<br />

Sola se resistió a ir a los Cigarrales mientras no tuviese noticias <strong>de</strong> su marido o no le<br />

viese entrar sano y salvo. Aquel día pasó en soleda<strong>de</strong>s y suspiros, en mirar al suelo y al<br />

cielo, en interrogarse con los ojos, sin atreverse a formular verbalmente el triste<br />

pensamiento. Pero si agitada estaba el alma <strong>de</strong> la señora, no lo estaba menos la <strong>de</strong>l<br />

bendito héroe <strong>de</strong>l Arco famoso, pues al paso que ganaba terreno en ella la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que<br />

no parecería jamás el marido <strong>de</strong> su mujer, se iba apo<strong>de</strong>rando traidoramente <strong>de</strong> aquel<br />

mismo espíritu suyo un sentimiento expansivo, un no sé qué, una cosa semejante a la<br />

alegría... El pobre señor, cuya rectitud, aún sometida a las mayores pruebas, era siempre<br />

gran<strong>de</strong> y firme, pa<strong>de</strong>ció muchísimo con esto que llamaba caricia <strong>de</strong>l Demonio, con esta<br />

tentación o asomos <strong>de</strong> pecado grave. Pero como podía tanto en él la voluntad, se<br />

sobrepuso a todo, arrojó <strong>de</strong> su pecho la culebrilla que se <strong>de</strong>slizara en él furtivamente, o<br />

invocando a Dios primero y al Ginebrino <strong>de</strong>spués, exclamó con enérgico arrebato <strong>de</strong><br />

cristiano y filósofo: «Lejos <strong>de</strong> mí esa infame alegría por la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong>l que triunfó<br />

<strong>de</strong> mí. Si Dios le mata y paso a heredar su dicha, enhorabuena; pero maldito sea yo si<br />

<strong>de</strong>seo su muerte, y antes me vea comido <strong>de</strong> gusanos que envidioso. Bien dijo aquel gran<br />

pensador en el libro V <strong>de</strong>l Emilio, que la virtud que sólo se funda en las acciones es<br />

virtud falsa y postiza».


Por la noche se retiró a su casa lleno <strong>de</strong> congoja, por no po<strong>de</strong>r ya aliviar con palabras<br />

y ficciones la <strong>de</strong> su infeliz amiga. Esta acostó a Juanito Jacobo, que no había querido<br />

separarse <strong>de</strong> ella y dormía junto a su cuarto; mandó a los criados que se acostaran<br />

también, y sola en su alcoba estuvo rezando hasta muy avanzada la noche. Durmiose al<br />

fin en su lecho, y en sueños creyó sentir <strong>de</strong>susado estrépito en la calle y en la casa. Era<br />

una pesadilla. Parecíale que la casa se hundía, o que un ejército entraba en ella o que un<br />

gigante la hacía pedazos con su pesado pie. Despertose sobresaltada. El corazón le<br />

palpitaba tanto que por la mucha viveza estuvo a punto <strong>de</strong> producirse la inercia cardíaca<br />

y por consiguiente el síncope. Pero al reconocerse bien <strong>de</strong>spierta y al observar que<br />

continuaba el ruido, se incorporó en el lecho, puso atención... Se oían pasos en la casa...<br />

tocaron suavemente a la puerta <strong>de</strong> su alcoba... sonó una voz...<br />

Sola saltó instintivamente (25) <strong>de</strong> su lecho. Empezó a vestirse a toda prisa... No<br />

acertaba a vestirse...<br />

-Soy yo...<br />

-Espera... un momento... Espera que me vista...<br />

Y a medio vestir corrió a la puerta y abrió a su esposo. [454]<br />

-Pero no te veo... -le dijo <strong>de</strong>jándose abrazar.<br />

El criado se acercó con luz, a punto que él soltaba capa y sombrero.<br />

Cuando D. Benigno llegó a la mañana siguiente, se quedó pasmado, y absorto en la<br />

mitad <strong>de</strong>l pasillo al saber que el marido <strong>de</strong> la señora estaba sano y salvo en Madrid y en<br />

su casa. El héroe dio un gran suspiro. Mirando <strong>de</strong>spués al cielo, lanzó un piadoso<br />

apóstrofe y dijo así:<br />

-¡Barástolis! Por Dios trino y uno, por la Virgen <strong>de</strong>l Sagrario, por Rousseau, por mi<br />

vida honrada y por mi conciencia <strong>de</strong> cristiano juro y rejuro que me alegro con toda el<br />

alma.<br />

Cuando Salvador salió <strong>de</strong> su alcoba, abrazáronse estrechamente ambos señores y<br />

juraron ser amigos fieles en lo que les quedara <strong>de</strong> vida. Muchos conocidos visitaron al<br />

recién llegado, y aquel mismo día tuvo éste ocasión <strong>de</strong> hacer una obra <strong>de</strong> caridad, mejor<br />

dicho, <strong>de</strong> aprobarla y sancionarla, pues ya estaba hecha condicionalmente por su esposa.<br />

Sola había cedido gratuitamente la bohardilla <strong>de</strong> la casa a las señoras <strong>de</strong> Porreño, en<br />

quienes la rancia nobleza no fue parte a poner un dique a la invasora miseria. Muerto<br />

Fernando VII, faltoles la mo<strong>de</strong>sta pensión qué este les daba. Su dignidad no les permitía<br />

implorar la caridad pública. Su arreglo, las distintas aptitu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Doña María <strong>de</strong> la Paz<br />

les permitían aspirar a sostenerse, aunque mal, <strong>de</strong> su honrado trabajo. Sola les ayudó en<br />

trances tan aflictivos, dándoles la casa y encargándoles no se sabe cuanta obra <strong>de</strong> ropa<br />

blanca. La gratitud <strong>de</strong> las dos dignísimas cuanto infelices damas era extraordinaria.<br />

Doña Salomé bajó <strong>de</strong> punta en blanco a dar las gracias al generoso dueño <strong>de</strong> la casa.<br />

Presentose envuelta en ajadísimos tafetanes, adornada <strong>de</strong> podridas pieles y plumas


pulverulentas. Con toda la finura y dignidad <strong>de</strong> su carácter, con toda la cortesía <strong>de</strong> su<br />

educación y toda la tiesura <strong>de</strong> su embalsamado cuerpo expresó sus sentimientos,<br />

diciendo que aquel caso <strong>de</strong> liberalidad <strong>de</strong>bía agra<strong>de</strong>cerse más en una época funesta ¡ay!<br />

en que habían <strong>de</strong>saparecido, por completo los caballeros.<br />

Partieron a los Cigarrales. Allí trascurrían dulces y lentas las horas. El sosiego era<br />

completo, el tiempo <strong>de</strong>licioso, la salud admirable, en concierto dulcísimo con la paz y<br />

alegría <strong>de</strong> las almas.<br />

Salvador y D. Benigno hablaban <strong>de</strong> política, cada cual según su criterio, su<br />

experiencia y diversos conocimientos; el segundo inclinado, a las generalida<strong>de</strong>s, a las<br />

teorías; el primero más aferrado a los hechos, y <strong>de</strong>duciendo <strong>de</strong> la incompatibilidad <strong>de</strong><br />

estos con la i<strong>de</strong>a, <strong>de</strong>sconsoladoras consecuencias; Cor<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>jándose llevar <strong>de</strong>l<br />

optimismo y confiando [455] mucho en el entusiasmo, en la virtud <strong>de</strong> los hombres y en<br />

la fuerza <strong>de</strong> ciertas i<strong>de</strong>as; Salvador inclinándose al pesimismo, revelándose muy<br />

aleccionado por la experiencia, creyendo poco en las personas y menos en las i<strong>de</strong>as<br />

ver<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>sazonadas. D. Benigno opinaba que todos los españoles <strong>de</strong>bían abrazar la<br />

ban<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la libertad, respetando y enalteciendo siempre la Religión y el Trono:<br />

admitir todos los progresos <strong>de</strong>l siglo, y aplicarlos a las leyes, a las costumbres, al vivir y<br />

al pensar, evitando las guerras y colisiones. Añadía que si todos los españoles no<br />

gustaban <strong>de</strong> entrar por este camino, los rebel<strong>de</strong>s <strong>de</strong>bían ser convencidos a palos, para lo<br />

cual convenía que los libres se armaran formando una milicia organizada, ni más ni<br />

menos que como la famosísima <strong>de</strong> Julio <strong>de</strong>l 22, émula <strong>de</strong> los espartanos en el famoso<br />

Arco <strong>de</strong> Boteros.<br />

Salvador no <strong>de</strong>saprobaba estas i<strong>de</strong>as, pero fiaba poco en los buenos propósitos <strong>de</strong> los<br />

que pensaban como su amigo; fiaba también poquísimo en la milicia, en los palos <strong>de</strong> la<br />

milicia y en la soñada concordia entre la libertad y la Iglesia. Declarando todo su<br />

pensamiento, aseguró que no esperaba ver en toda su vida más que <strong>de</strong>saciertos, errores,<br />

luchas estériles, ensayos, tentativas, saltos atrás y a<strong>de</strong>lante, corrupciones <strong>de</strong> los nuevos<br />

sistemas, que aumentarían los partidarios <strong>de</strong>l antiguo, nobles i<strong>de</strong>as bastar<strong>de</strong>adas por la<br />

mala fe, y el progreso casi siempre vencido en su lucha con la ignorancia.<br />

-Los días mejores -dijo señalando con su bastón el horizonte-, están aún tan lejos que<br />

seguramente ni usted ni yo los veremos. La reforma es lenta, porque el mal es grave y<br />

profundo, y sólo se ha <strong>de</strong> curar trabajándose a sí mismo. Pienso vivir alejado <strong>de</strong> toda<br />

acción política. Estoy abrumado <strong>de</strong> experiencias; he visto mucho; cumplí mi misión.<br />

Hay mil caminos abiertos por don<strong>de</strong> pue<strong>de</strong>n lanzarse los hombres nuevos. Los que no lo<br />

son, <strong>de</strong>ben quedarse a un lado mirando y viviendo. Mi i<strong>de</strong>al está lejos. El tiempo le<br />

tiene tan guardado aún, que no se le vislumbra aquí por ninguna parte. Pero vendrá, y<br />

aunque no hemos <strong>de</strong> ver esa realidad, digna <strong>de</strong> ser admirada, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquí nos consuela el<br />

penetrar con el pensamiento en un porvenir oscuro, y contemplar las hermosas<br />

noveda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la España <strong>de</strong> nuestros nietos. En tanto, no puedo tener entusiasmo como<br />

usted, porque no creo en el presente. Me parece que asisto a una mala comedia. Ni<br />

aplaudo ni silbo. Callo, y quizás me duermo en mi luneta. No tengo que soñar en mi<br />

felicidad doméstica, que es ya un hecho positivo; soñaré con ese porvenir lejano <strong>de</strong>


nuestra patria, con ese tiempo, querido amigo mío, en que la mayoría <strong>de</strong> los españoles<br />

se reirá <strong>de</strong> la angelical inocencia política <strong>de</strong> usted. [456]<br />

Basta ya.<br />

- XXXI -<br />

Aquí concluye el narrador su tarea, seguro <strong>de</strong> haberla <strong>de</strong>sempeñado muy<br />

imperfectamente, pero también <strong>de</strong> haberla terminado en tiempo oportuno (váyase lo uno<br />

por lo otro) y cuando el continuarla habría sido causa <strong>de</strong> que las imperfecciones y faltas<br />

<strong>de</strong> la obra llegaran a ser imperdonables. Los años que siguen al 34 están <strong>de</strong>masiado<br />

cerca, nos tocan, nos co<strong>de</strong>an, se familiarizan con nosotros. Los hombres <strong>de</strong> ellos casi se<br />

confun<strong>de</strong>n con nuestros hombres. Son años a quienes no se pue<strong>de</strong> disecar, porque algo<br />

vive en ellos que duele y salta al ser tocado con escalpelo. Qué<strong>de</strong>se, pues, aquí este<br />

largo trabajo sobre cuya última página (a la cual suplico que me sirva <strong>de</strong> Evangelio)<br />

hago juramento <strong>de</strong> no abusar <strong>de</strong> la bondad <strong>de</strong>l público, añadiendo más cuartillas a las<br />

diez mil <strong>de</strong> que constan los Episodios Nacionales. Aquí concluyen <strong>de</strong>finitivamente<br />

estos. Si algún bien intencionado no lo cree así y quiere continuarlos, hechos históricos<br />

y curiosida<strong>de</strong>s políticas y sociales en gran número tiene a su disposición. Pero los<br />

personajes novelescos, que han quedado vivos en esta dilatadísima jornada, los guardo,<br />

como legítima pertenencia mía, y los conservará para casta <strong>de</strong> tipos contemporáneos,<br />

como verá el lector que no me abandone al abandonar yo para siempre y con entera<br />

resolución el llamado género histórico.<br />

[I]<br />

FIN DE LA NOVELA Y DE LOS EPISODIOS NACIONALES<br />

Santan<strong>de</strong>r.- Noviembre-Diciembre <strong>de</strong> 1879.<br />

En el breve Prólogo impreso a la cabeza <strong>de</strong> la presente edición me <strong>de</strong>jé <strong>de</strong>cir que<br />

tenía preparado un largo escrito sobre el origen e intención <strong>de</strong> esta obra, los elementos<br />

históricos <strong>de</strong> que dispuse, y los datos y anécdotas que recogí, comprendiendo a<strong>de</strong>más<br />

algunos <strong>de</strong>sahogos sobre la novela española contemporánea. Pronto me arrepentí <strong>de</strong><br />

esta precipitada oferta, y la tuve por grandísima tontería en la parte que se refiere a<br />

juicios generales <strong>de</strong> crítica y a opiniones sobre el género literario que más se cultiva en<br />

España. Y al <strong>de</strong>sempolvar los papelotes en que estaba el mal pensado y peor escrito<br />

Ensayo, me revolví airado contra mí mismo por la pícara maña <strong>de</strong> ofrecer lo que en<br />

manera alguna puedo ahora cumplir.<br />

Me <strong>de</strong>sdigo resueltamente, recojo mi palabra, y como en aquella espontaneidad<br />

pueril no hubo nada <strong>de</strong> juramento, ni se trata <strong>de</strong> un caso <strong>de</strong> conducta moral, espero<br />

quedar bien con mis lectores y con mi conciencia. Y si me apuran, prefiero pasar por


poco formal a meterme en sabidurías y honduras <strong>de</strong> crítica, investigando las recónditas<br />

leyes <strong>de</strong> la belleza o las mudanzas que el tiempo y la moda les imprimen, y olfateando<br />

los caminos que este y el otro autor siguieron para su gloria o <strong>de</strong>scrédito. Para cumplir<br />

lo prometido sería preciso que me saliese <strong>de</strong> las filas <strong>de</strong> la procesión y me pusiese a<br />

repicar. Hay escritores dichosos que <strong>de</strong>sempeñan admirablemente este doble trabajo, y<br />

andan en la procesión y repican que se las pelan. Estos tienen el don maravilloso <strong>de</strong><br />

practicar el arte y <strong>de</strong> legislar sobre él, y son maestros en todo cuanto cae <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l<br />

fuero <strong>de</strong> la pluma. Sabe Dios que daría cualquier cosa por que me infundiesen algo <strong>de</strong><br />

su aptitud, aunque no fuera sino para salir airoso en la ocasión presente; pero como esto<br />

no pue<strong>de</strong> ser, me resigno, [II] y queda circunscrito el compromiso a la primera parte tan<br />

sólo <strong>de</strong> lo ofrecido, es <strong>de</strong>cir, que no tengo ya más obligación que hablar un poco <strong>de</strong><br />

cómo y cuándo se escribieron estas páginas. Esto me lo tengo muy sabido, no es cosa <strong>de</strong><br />

ciencia sino <strong>de</strong> experiencia; pertenece a la erudición fácil y profunda <strong>de</strong> las propias<br />

acciones, y saldrá como una seda, sin temor <strong>de</strong> opiniones adversas ni <strong>de</strong> que los<br />

<strong>de</strong>scontentadizos lo tengan por más o menos aproximado a la verdad; como que es la<br />

certeza misma.<br />

A principios <strong>de</strong> 1873, año <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s trastornos, fue escrita y publicada la primera <strong>de</strong><br />

estas novelas, hallándome tan in<strong>de</strong>ciso respecto al plan, <strong>de</strong>sarrollo y extensión <strong>de</strong> mi<br />

trabajo, que ni aun había fijado los títulos <strong>de</strong> las novelas que <strong>de</strong>bían componer la serie<br />

anunciada y prometida con más entusiasmo que reflexión. Pero el agrado con que el<br />

público recibió La Corte <strong>de</strong> Carlos IV sirviome como <strong>de</strong> luz o inspiración,<br />

sugiriéndome, con el plan completo <strong>de</strong> los EPISODIOS NACIONALES, el enlace <strong>de</strong><br />

las diez obritas <strong>de</strong> que se compone y la distribución graduada, <strong>de</strong> los asuntos, <strong>de</strong> modo<br />

que resultase toda la unidad posible en la extremada variedad que esta clase <strong>de</strong><br />

narraciones exige. Cuatro novelas aparecieron puntualmente cada año con regularidad<br />

<strong>de</strong> Almanaque, y en la Primavera <strong>de</strong> 1875 quedó terminada con La Batalla <strong>de</strong> los<br />

Arapiles la primera serie. Tantos lectores tuvo (<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la cifra reducida <strong>de</strong> lectores<br />

españoles), que creí oportuno empren<strong>de</strong>r una segunda serie. Verda<strong>de</strong>ramente, la pintura<br />

<strong>de</strong> la guerra quedaba manca, incompleta y como <strong>de</strong>scabalada si no se le ponía pareja en<br />

el cuadro <strong>de</strong> las alteraciones y trapisondas que a la campaña siguieron. El furor <strong>de</strong> los<br />

guerreros <strong>de</strong> 1808 sólo había cambiado <strong>de</strong> lugar y <strong>de</strong> forma, porque continuaba en el<br />

campo <strong>de</strong> las Conciencias y <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as. Esta segunda guerra, más ardiente tal vez<br />

aunque menos brillante que la anterior, pareciome buen asunto para otras diez<br />

narraciones, consagradas a la política, a los partidos y a las luchas entre la tradición y la<br />

libertad, soldado veterano la primera, soldado bisoño la segunda; pero ambos tan<br />

frenéticos y encarnizados, que aun en nuestros días, y cuando los dos van para viejos,<br />

no se nota en sus acometidas síntoma alguno <strong>de</strong> cansancio.<br />

Con Un Faccioso más y algunos frailes menos quedaron terminados los EPISODIOS<br />

NACIONALES, y no obstante las excitaciones <strong>de</strong> algunos aficionados a estas lecturas,<br />

me pareció juicioso <strong>de</strong>jar en aquel punto mi trabajo, porque la excesiva extensión habría<br />

mermado su escaso valor, y porque, pasado el año 34, los sucesos son <strong>de</strong>masiado<br />

recientes para tener el hechizo <strong>de</strong> la historia y no tan cercanos que puedan llevar en sí<br />

los elementos <strong>de</strong> verdad <strong>de</strong> lo contemporáneo. Abrazan, pues, los EPISODIOS<br />

NACIONALES veintinueve años, los cuales, <strong>de</strong> fijo, dieron <strong>de</strong> sí más acontecimientos y<br />

produjeron más hombres, y, en una palabra, hicieron más historia que todo el siglo


prece<strong>de</strong>nte. Si damos valor a una ilusión <strong>de</strong> tiempo, podremos <strong>de</strong>cir que aquellos<br />

veintinueve años fueron nuestro siglo décimo octavo, la paternidad verda<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la<br />

civilización presente, o <strong>de</strong>l conjunto <strong>de</strong> progresos y resabios, <strong>de</strong> vicios y cualida<strong>de</strong>s que<br />

por tal nombre conocemos.<br />

Por más que la generación actual se precie <strong>de</strong> vivir casi exclusivamente <strong>de</strong> sus<br />

propias i<strong>de</strong>as, la verdad es que no hay a<strong>de</strong>lanto en nuestros días que no haya tenido su<br />

ensayo más o menos feliz, ni error al cual no se le encuentre fácilmente la veta a poco<br />

que se escarbe en la historia para buscarla. Todos los disparates que [III] hacemos hoy<br />

los hemos hecho antes en mayor grado. Y si parece que faltan ahora los gran<strong>de</strong>s<br />

impulsos que en otro tiempo <strong>de</strong>terminaron hechos inmortales, es porque no se producen<br />

las circunstancias que los estimulan; que si se produjeran, aquellos impulsos saldrían. Y<br />

si no, que lo prueben <strong>de</strong> veras.<br />

Es y será siempre un gran placer para toda generación el mirarse en el espejo <strong>de</strong> la<br />

que le ha precedido inmediatamente. De esto, en primer término, y <strong>de</strong> la circunstancia,<br />

feliz para mí, <strong>de</strong> no existir en la literatura española contemporánea novelas <strong>de</strong> historia<br />

reciente, ha <strong>de</strong>pendido el buen éxito <strong>de</strong> estos libros y la estimación que por sus<br />

condiciones literarias no habrían alcanzado nunca.<br />

Esta obra fue empezada antes <strong>de</strong> que estuvieran en boga las ten<strong>de</strong>ncias en literatura,<br />

al menos aquí; pero aunque se hubiera escrito un poco más tar<strong>de</strong>, seguro que habría<br />

nacido limpia <strong>de</strong> toda intención que no fuera la <strong>de</strong> presentar en forma agradable los<br />

principales hechos militares y políticos <strong>de</strong>l período más dramático <strong>de</strong>l siglo, con objeto<br />

<strong>de</strong> recrear (y enseñar también, aunque no gran cosa) a los aficionados a esta clase <strong>de</strong><br />

lecturas. Ni remotamente se me ocurrió mortificar poco ni mucho a los naturales <strong>de</strong> un<br />

país enemistado con el nuestro en aquellos trágicos días. La <strong>de</strong>mencia patriótica que<br />

nuestros vecinos llaman chauvinisme es tan contraria a mi manera <strong>de</strong> sentir, que me<br />

tengo por libre <strong>de</strong> tal enfermedad ahora y siempre. Consigno aquí esta <strong>de</strong>claración como<br />

respuesta, tardía sí, pero categórica a lo escrito en una célebre revista <strong>de</strong> circulación<br />

universal por un discretísimo y malogrado publicista francés (26) , que al mismo tiempo<br />

que favorecía mi obra con apreciaciones lisonjeras, indicaba que el autor <strong>de</strong> ella se<br />

proponía concitar los ánimos <strong>de</strong> sus compatriotas contra Francia. De que en una o varias<br />

novelas aparezcan pintados los sentimientos <strong>de</strong> los españoles <strong>de</strong> 1808 con la<br />

vehemencia que exige la propiedad histórica, no se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>ducir que los presentes<br />

sintamos antipatía hacia una nación a la cual nos unen hoy vínculos más fuertes que<br />

todas las alianzas políticas. La proximidad entre ambos países es tan gran<strong>de</strong> a cansa <strong>de</strong>l<br />

mutuo comercio y <strong>de</strong> las fáciles comunicaciones; es tan incontrastable la influencia que<br />

en nosotros ejercen las i<strong>de</strong>as, las costumbres, la industria y aun la riqueza <strong>de</strong> nuestros<br />

vecinos, que aunque existiera aquí el chauvinisme, los hechos lo curarían <strong>de</strong> golpe. Por<br />

lo <strong>de</strong>más, los franceses mismos, en su literatura patriótica, no han sido nunca tan<br />

escrupulosos ni se han parado en barras en lo <strong>de</strong> molestar con más o menos justicia a<br />

naciones que han tenido con ellos algún altercado. Otros dos escritores extranjeros, al<br />

ocuparse ligeramente <strong>de</strong>l mismo asunto, han seguido el criterio <strong>de</strong> Mr. Louis-Lan<strong>de</strong>. A<br />

ellos dirijo también estas observaciones.


Lo que comúnmente se llama Historia, es <strong>de</strong>cir, los abultados libros en que sólo se<br />

trata <strong>de</strong> casamientos <strong>de</strong> Reyes y Príncipes, <strong>de</strong> tratados y alianzas, <strong>de</strong> las campañas <strong>de</strong><br />

mar y tierra, <strong>de</strong>jando en olvido todo lo <strong>de</strong>más que constituye la existencia <strong>de</strong> los<br />

pueblos, no bastaba para fundamento <strong>de</strong> estas relaciones, que o no son nada, o son el<br />

vivir, el sentir y hasta el respirar <strong>de</strong> la gente. Era forzoso pedir datos a los olvidados<br />

anales <strong>de</strong> las costumbres y aun <strong>de</strong> los trajes, a todo [IV] eso que la tradición no sabe<br />

<strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r <strong>de</strong> las revoluciones <strong>de</strong> la moda, y que se pier<strong>de</strong> en la marejada <strong>de</strong>l tiempo,<br />

<strong>de</strong>jando rastro muy débil en los archivos <strong>de</strong>l Estado. Era indispensable pedir también<br />

auxilio a la literatura anecdótica y personal, como Memorias y colecciones epistolares.<br />

Pero <strong>de</strong> estos tesoros están muy pobres nuestras bibliotecas. Son pocos los que han<br />

referido los lances verídicos <strong>de</strong> su vida. Hay en nuestro carácter un fondo <strong>de</strong> mo<strong>de</strong>stia<br />

que perjudica a la formación <strong>de</strong> la verda<strong>de</strong>ra historia, y adolecemos a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> falta <strong>de</strong><br />

sinceridad. Lo que llaman vida pública es una fastidiosa comedia representada por<br />

confabulación <strong>de</strong> todos, amigos y enemigos. La vida efectiva no aparece nunca, y nos<br />

apresuramos a hacer <strong>de</strong>saparecer los documentos <strong>de</strong> ella, arrebatando a la publicidad las<br />

cartas <strong>de</strong> personajes fenecidos, por ese ridículo miedo a la verdad que es propia <strong>de</strong> los<br />

que se habitúan a vivir en una atmósfera <strong>de</strong> artificios. De aquí la oscuridad que<br />

envuelve sucesos casi recientes. Las cartas escritas para el público no llenan este vacío,<br />

y las verda<strong>de</strong>ras no salen nunca a luz, o por la razón <strong>de</strong> falsos respetos, o quizás porque<br />

el público mismo no manifiesta inclinación a esta literatura <strong>de</strong> verdad palpitante, y<br />

protege con su <strong>de</strong>manda las cosas sobadas, compuestas y mentirosas. Poco o ningún<br />

fruto obtuve, pues, <strong>de</strong> la literatura familiar.<br />

La prensa periódica ha podido, en algún caso, prestar servicios al novelista, aunque<br />

en las épocas <strong>de</strong> régimen autoritario es difícil hallar en los papeles públicos un reflejo,<br />

ni aun siquiera pálido, <strong>de</strong> la vida común. En cuanto a la Gaceta <strong>de</strong> aquellos tiempos,<br />

justo es reconocer que arroja gran luz sobre los sucesos <strong>de</strong> Turquía, Moscovia,<br />

Transilvania y Galitzia, observando, respecto a lo que en Madrid pasaba, una discreción<br />

tal, que no es posible imaginar papel más estúpido. Pero don<strong>de</strong> menos se piensa<br />

hallamos un tesoro. El Diario <strong>de</strong> Avisos, que en estupi<strong>de</strong>z iguala a la Gaceta y le supera<br />

en garrulería, ha sido para mí <strong>de</strong> gran<strong>de</strong> utilidad, por los infinitos datos <strong>de</strong> la vida<br />

ordinaria que atesora... ¿dón<strong>de</strong> creeréis? en sus anuncios. En esta parte <strong>de</strong>l periódico<br />

más antiguo <strong>de</strong> España he hallado una mina inagotable para sacar noticias <strong>de</strong>l vestir, <strong>de</strong>l<br />

comer, <strong>de</strong> las pequeñas industrias, <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s tonterías, <strong>de</strong> los placeres y<br />

diversiones, <strong>de</strong> la supina inocencia <strong>de</strong> aquella generación. Créanlo o no, digo que todo<br />

lo que en esta obra es colorido, acento <strong>de</strong> época y <strong>de</strong>jo nacional, proce<strong>de</strong> casi<br />

exclusivamente <strong>de</strong> los anuncios <strong>de</strong>l Diario <strong>de</strong> Avisos. Para la ensambladura histórica<br />

tuve siempre a la vista la historia anónima <strong>de</strong> Fernando VII, que se atribuye a D.<br />

Estanislao <strong>de</strong> Koska Bayo, y para Zaragoza los Sitios <strong>de</strong> Alcai<strong>de</strong> Ibieca. Con esto, las<br />

Memorias <strong>de</strong> algunos generales <strong>de</strong>l Imperio y otras historias menos conocidas y una<br />

buena dosis <strong>de</strong> buena voluntad, que suple a veces la falta <strong>de</strong> ciertas faculta<strong>de</strong>s, salí <strong>de</strong>l<br />

paso como Dios me dio a enten<strong>de</strong>r.


Gran ventura habría sido para mí tropezar con testigos presenciales; pero no<br />

habiendo hallado ninguno que pudiera contar hechos <strong>de</strong> la primera época, tuve que fiar<br />

la empresa a las fatigas <strong>de</strong>l trabajo inductivo y <strong>de</strong> probabilida<strong>de</strong>s, auxiliado por datos <strong>de</strong><br />

tercera mano y referencias incompletas o <strong>de</strong>svirtuadas. Después, al acometer la segunda<br />

serie, pu<strong>de</strong> obtener ventajas <strong>de</strong> la conversación con personas <strong>de</strong> tanto ingenio, sagacidad<br />

y feliz memoria como el Sr. Mesonero Romanos y algún otro. En las obras <strong>de</strong> este<br />

insigne fundador <strong>de</strong> la literatura <strong>de</strong> costumbres en España, en las <strong>de</strong> Larra, Miñano,<br />

Gallardo, Quintana, etc., y aun en [V] las comedias, sainetes o articulillos <strong>de</strong> escritores<br />

oscuros, así como en diferentes periódicos no políticos, sin excluir los <strong>de</strong> modas, he<br />

allegado elementos indirectos para sortear las dificulta<strong>de</strong>s <strong>de</strong> empresa tan ruda.<br />

En la primera serie adopté la forma autobiográfica, que tiene por sí mucho atractivo<br />

y favorece la unidad; pero impone cierta rigi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> procedimiento y pone mil trabas a<br />

las narraciones largas. Difícil es sostenerla en el género novelesco con base histórica,<br />

porque la acción y trama se construyen aquí con multitud <strong>de</strong> sucesos que no <strong>de</strong>be alterar<br />

la fantasía, unidos a otros <strong>de</strong> existencia i<strong>de</strong>al, y porque el autor no pue<strong>de</strong>, las más <strong>de</strong> las<br />

veces, escoger a su albedrío ni el lugar <strong>de</strong> la escena ni los móviles <strong>de</strong> la acción. Tales<br />

dificulta<strong>de</strong>s obligáronme a preferir en casi todas las novelas <strong>de</strong> la segunda serie la<br />

narración libre, y como en ellas la acción pasa <strong>de</strong> los campos <strong>de</strong> batalla y <strong>de</strong> las plazas<br />

sitiadas a los palenques políticos y al gran teatro <strong>de</strong> la vida común, resulta más<br />

movimiento, más novela, y por tanto, un interés mayor. La novela histórica viene a<br />

confundirse así con la <strong>de</strong> costumbres. En los tipos presentados en las dos series y que<br />

pasan <strong>de</strong> quinientos, traté <strong>de</strong> buscar la configuración, los rasgos y aun los mohines <strong>de</strong> la<br />

fisonomía nacional, mirando mucho los semblantes <strong>de</strong> hoy para apren<strong>de</strong>r en ellos la<br />

verdad <strong>de</strong> los pasados. Y la diferencia entre unos y otros, o no existe, o es muy débil. Si<br />

en el or<strong>de</strong>n material las trasformaciones <strong>de</strong> nuestro país han sido tan gran<strong>de</strong>s y rápidas<br />

que apenas se conoce ya lo que fue, en el or<strong>de</strong>n espiritual la raza <strong>de</strong>fien<strong>de</strong> <strong>de</strong>l tiempo<br />

sus acentuados caracteres con la tenacidad que pone siempre en sus <strong>de</strong>fensas, ya lo sean<br />

<strong>de</strong> una ciudad, como en Numancia y Zaragoza, ya <strong>de</strong> una costumbre, como se muestra<br />

en la perpetuidad <strong>de</strong> los Toros y <strong>de</strong> otras mañas nacionales. No es difícil, pues,<br />

encontrar el español <strong>de</strong> ayer, a poco que se observe el que tenemos <strong>de</strong>lante.<br />

Al pensar en la ilustración <strong>de</strong> esta obra, quise, como he dicho al principio <strong>de</strong> la<br />

edición, que manos <strong>de</strong> otros artistas vinieran a dar a las escenas y figuras presentadas<br />

por mí la vida, la variedad, el acento y relieve que yo no podía darles. Poco tengo que<br />

añadir a lo que dije al principio <strong>de</strong> la edición. Bien se ha visto que el plan primitivo ha<br />

sufrido alguna mudanza. Anuncié que la ilustración total estaba a cargo <strong>de</strong> dos artistas<br />

eminentes; pero las dificulta<strong>de</strong>s que en la práctica ofreció lo excesivo <strong>de</strong>l trabajo en<br />

obra tan extensa, obligáronme a repartir la ilustración entre mayor número <strong>de</strong> artistas.<br />

Tuve la suerte <strong>de</strong> que todos cuantos llamé en mi auxilio respondieron con entusiasmo;<br />

todos han trabajado con fe, encariñados con la obra más <strong>de</strong> lo que esta merecía. El<br />

resultado ha sido admirable. La habilidad <strong>de</strong> los insignes pintores y dibujantes que han<br />

trabajado en esta edición, su entusiasmo y mi constancia (que no quiero renunciar a la<br />

parte <strong>de</strong> gloria que me toca), han producido una obra editorial <strong>de</strong> relevante mérito, un


verda<strong>de</strong>ro museo <strong>de</strong> las artes <strong>de</strong>l diseño aplicadas a la tipografía, y marcan un verda<strong>de</strong>ro<br />

progreso en el gusto nacional. Creo haber acertado al preferir los facsímiles ejecutados<br />

sobre zinc a los antiguos procedimientos <strong>de</strong>l boj, pues si la ma<strong>de</strong>ra bien trabajada da<br />

finezas y matices, que en el clisé directo se obtienen pocas veces, en cambio este<br />

reproduce fielmente la creación <strong>de</strong>l artista, y traslada el acento, el trazo, la personalidad.<br />

[VI] De aquí la seducción que ejerce en el observador entendido un relieve <strong>de</strong> zinc<br />

cuando es <strong>de</strong> manos bien ejercitadas en el lápiz o la pluma. Muy gran<strong>de</strong> tiene que ser la<br />

<strong>de</strong>streza <strong>de</strong> un grabador para arrancar <strong>de</strong> la ma<strong>de</strong>ra efectos iguales, y sobre todo, para<br />

imprimir con el buril ese sello <strong>de</strong> espontaneidad y frescura que en el clisé directo<br />

compensa la tosquedad <strong>de</strong>l trazo.<br />

No he <strong>de</strong> ocultar que la escasez <strong>de</strong> medios industriales en nuestro país ha sido parte a<br />

mermar los efectos que habrían podido obtenerse en esta ilustración, utilizando todos<br />

los progresos que la zincografía ha realizado últimamente en Europa. Pero en la ruda<br />

campaña que ha sido preciso sostener con la carencia <strong>de</strong> elementos materiales se ha<br />

llegado hasta don<strong>de</strong> se ha podido, y sólo han cesado los esfuerzos ante el<br />

convencimiento <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>r avanzar más en esta senda <strong>de</strong> asperezas y entorpecimientos<br />

<strong>de</strong> todas clases. Se ha ido hasta el fin <strong>de</strong>l terreno conocido en nuestra limitada vida<br />

industrial, no retrocediendo sino cuando era humanamente imposible dar un paso más.<br />

La tristeza que produce el no haber llegado a la perfección se atenúa con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />

haber puesto los cinco sentidos y los recursos todos en la empresa, y con la seguridad <strong>de</strong><br />

que otros llegarían hasta don<strong>de</strong> hemos llegado: pero no más allá.<br />

Cuatro años y medio ha durado la publicación, plazo relativamente corto y que aún<br />

lo parecerá más si se atien<strong>de</strong> a que la obra consta <strong>de</strong> quinientos veintiocho pliegos, a que<br />

ha sido preciso obtener <strong>de</strong> nuestros artistas, algunos <strong>de</strong> ellos avecindados en Barcelona<br />

y en el extranjero, mil doscientos dibujos próximamente, enviarlos fuera <strong>de</strong> Madrid casi<br />

siempre, para la elaboración <strong>de</strong> los clisés, y estampar al fin estos con la prolijidad y el<br />

esmero que exige tal trabajo. Los que conozcan <strong>de</strong> cerca las faenas tipográficas y<br />

a<strong>de</strong>más hayan visto experimentalmente los horizontes que tiene en España el comercio<br />

<strong>de</strong> libros, se pondrán <strong>de</strong> mi parte cuando me oigan repetir lo que dijo primero el loco <strong>de</strong><br />

Cervantes y <strong>de</strong>spués Pereda en esta forma: «no es para todos la tarea <strong>de</strong> hinchar perros<br />

en esta catadura».<br />

Los nombres <strong>de</strong> los colaboradores artísticos <strong>de</strong> esta edición, pintores eximios los<br />

unos, dibujantes habilísimos los otros, van a la cabeza <strong>de</strong> los diez tomos. Estos<br />

nombres, algunos <strong>de</strong> los cuales gozan ya <strong>de</strong> universal fama, y los <strong>de</strong>más la obtendrán<br />

seguramente, son <strong>de</strong>masiado conocidos y no necesitan que se les haga aquí un<br />

panegírico. Poco añadirían a su reputación mis encarecimientos, que, por otra parte,<br />

parecerían quizás interesados. Es ocioso encomiar lo que está a la vista. Ponerse a<br />

<strong>de</strong>scribir bellezas fácilmente apreciables por cuantos tienen ojos y gusto es más <strong>de</strong><br />

cicerone que <strong>de</strong> crítico. Penetrad por la primera página, salid por la última <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haber recorrido esta inmensa galería, y tengo por cierto que haréis justicia, sin necesidad<br />

<strong>de</strong> apuntador, al ingenio, la fuerza <strong>de</strong> expresión y la gracia con que el arte <strong>de</strong>l dibujo ha<br />

hermoseado estas pobres letras.


Otros colaboradores ha tenido, en esfera más mo<strong>de</strong>sta, la presente edición, los cuales<br />

nadie conoce, y que, no obstante, merecen que sus nombres sean sacados <strong>de</strong> la<br />

oscuridad. Yo lo haré como recompensa a los constantes esfuerzos, a la inteligencia y<br />

buena voluntad con que han coadyuvado al éxito <strong>de</strong> este difícil trabajo. Servicios, tan<br />

útiles no son los menos importantes, ni la parte <strong>de</strong> gloria que les correspon<strong>de</strong> en el<br />

resultado total es la más pequeña. Merece, pues, una mención aquí el encargado <strong>de</strong> los<br />

trabajos tipográficos <strong>de</strong> la edición, D. Guillermo [VII] Cano, por cuyas manos han<br />

pasado todas mis obras <strong>de</strong>s<strong>de</strong> La Fontana <strong>de</strong> Oro hasta la última que he compuesto, y<br />

todas las ediciones, gran<strong>de</strong>s y chicas, buenas y malas que <strong>de</strong> ellas se han hecho. La<br />

tirada <strong>de</strong> los EPISODIOS NACIONALES ilustrados y <strong>de</strong> sus innumerables grabados ha<br />

sido hecha con el mayor esmero, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio hasta el fin, por el maquinista D.<br />

Antonio López.<br />

Creo haber dicho todo lo que tenía que <strong>de</strong>cir, cumpliendo la oferta <strong>de</strong> marras, y<br />

pagando el acostumbrado tributo <strong>de</strong> cortesía a un público con el cual se ha estado en<br />

comunicación no interrumpida durante muchos años. A este público que me admitió la<br />

edición primitiva <strong>de</strong> estos libros, que recibe bien la ilustrada, y que tal vez, andando el<br />

tiempo, no ponga mala cara a otra, presentada en forma y condiciones diferentes, <strong>de</strong>bo<br />

gratitud eterna. Mientras su favor me dure, yo no he <strong>de</strong> pecar <strong>de</strong> ingrato ni <strong>de</strong> perezoso.<br />

Este es el único po<strong>de</strong>roso <strong>de</strong> la tierra, cuya munificencia no tiene límites y cuyos dones<br />

se pue<strong>de</strong>n admitir siempre sin ofensa <strong>de</strong>l <strong>de</strong>coro, porque es el único que sabe y pue<strong>de</strong><br />

ser Mecenas en los tiempos que corren. Cuando el favor <strong>de</strong>smaye y observe yo en el<br />

inmenso semblante asomos <strong>de</strong> ceño o <strong>de</strong> cansancio, me <strong>de</strong>jaré caer poco a poco <strong>de</strong>l lado<br />

<strong>de</strong> la oscuridad, hasta quitarme <strong>de</strong> en medio completamente, siempre con la <strong>de</strong>bida<br />

reverencia.<br />

Madrid.- Noviembre <strong>de</strong> 1885

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