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Leer el primer capítulo - Quelibroleo

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él y le hablaba. Tuvo que pestañear y esforzarse por fijar la mirada en la per-<br />

sona, una mujer corpulenta y dulce con un abrigo de marta cib<strong>el</strong>ina que pa-<br />

recía pedirle algo. Él hizo una inclinación y se apartó para dejarla pasar.<br />

—No, no —dijo <strong>el</strong>la—. Está donde quiero que esté. ¡Qué suerte ha-<br />

ber tropezado con usted aquí! No habría sabido cómo encontrarle.<br />

Andras trató de recordar dónde y cuándo había conocido a aqu<strong>el</strong>la<br />

mujer. En su cu<strong>el</strong>lo cent<strong>el</strong>leaba un collar de diamantes, y por debajo d<strong>el</strong><br />

abrigo asomaba la falda de un vestido de seda rosa; sus cab<strong>el</strong>los oscuros es-<br />

taban recogidos en un casquete de rizos prietos. La mujer lo tomó d<strong>el</strong> bra-<br />

zo y lo condujo hacia los escalones de la entrada d<strong>el</strong> teatro.<br />

—Es usted <strong>el</strong> d<strong>el</strong> banco d<strong>el</strong> otro día, ¿verdad que sí? —dijo—. Usted<br />

es <strong>el</strong> d<strong>el</strong> sobre con los francos.<br />

Por fin la reconoció: era Elza Hász, la esposa d<strong>el</strong> director d<strong>el</strong> banco.<br />

Andras la había visto algunas veces en la gran sinagoga de Dohány utca,<br />

adonde él y Tibor iban de vez en cuando al servicio de los viernes por la<br />

noche. Unos días atrás él la había empujado sin querer cuando <strong>el</strong>la cruza-<br />

ba <strong>el</strong> vestíbulo d<strong>el</strong> banco; la mujer había dejado caer la sombrerera que lle-<br />

vaba, y a él se le había escurrido de la mano <strong>el</strong> sobre de los francos. El so-<br />

bre se había abierto y había dejado salir los billetes verde y rosa, que habían<br />

caído a los pies de <strong>el</strong>la como confeti. Andras había limpiado la sombrerera<br />

y se la había devu<strong>el</strong>to, y después la había visto desaparecer por una puerta<br />

con la palabra PRIVADO.<br />

—Debe de tener la edad de mi hijo —prosiguió <strong>el</strong>la—. Y a juzgar por<br />

los billetes que llevaba, diría que se va a estudiar a París.<br />

—Mañana por la tarde —dijo él.<br />

—Debe hacerme un gran favor. Mi hijo está estudiando en la Beaux-<br />

Arts y me gustaría que le llevara un paquete. ¿Sería un inconveniente para<br />

usted?<br />

Andras tardó en responder. Acceder a llevar a París un paquete para al-<br />

guien significaba que se marchaba de verdad, que iba a dejar atrás a sus<br />

hermanos, sus padres y su país para adentrarse en la inmensa y desconoci-<br />

da Europa occidental.<br />

17<br />

—¿Dónde vive su hijo? —preguntó.<br />

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(c) Random House Mondadori, S. A.

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