La brujula de la sierra - Sierra de Guadarrama

de la sierra
6 festejos-tradiciones-historia
La venta de baldíos en la sierra
durante el siglo XVIII
La venta de baldíos fue un recurso al que la corona recurría frecuentemente en épocas de
agobios financieros para reponer las maltrechas arcas reales. A continuación nos centraremos
en el proceso de averiguación de baldíos que tuvo lugar entre 1738 y 1747 y que estuvo a
punto de arruinar la agricultura y ganadería de los pueblos de la sierra.
El término “baldío”
Existe cierta confusión respecto al término “baldío”
que en ocasiones se utilizaba como sinónimo
de público, realengo o concejil. En teoría,
las tierras baldías eran propiedad de la corona
puesto que en el proceso de la Reconquista
no habían sido repartidas ni a manos privadas
ni públicas por ser de baja calidad. En la práctica
muchas de esas tierras habían sido roturadas
por los concejos durante toda la Edad
Moderna, algunas veces con licencia real y
otras sin su conocimiento. En cualquier caso,
la monarquía seguía siendo la propietaria de
esas tierras, cediendo, en ocasiones, sólo el
aprovechamiento de las mismas.
Proceso de averiguación
Aunque la enajenación de tierras incultas se
estableció a un nivel nacional, tuvo consecuencias
distintas según los municipios. El
proceso de averiguaciones de baldíos en
nuestra comarca se inicia en San Agustín de
Guadalix y se extiende por una Real Orden
de 3 de julio de 1739 a los pueblos circunvecinos.
Ese mismo año se constituyó una
Junta de Baldíos cuya misión era conocer el
número de contribuyentes que poseía cada
término, la extensión del mismo, las partidas
o suertes que lo conforman y la descripción
del tipo de terreno y de su aprovechamiento.
Los ayuntamientos estaban obligados a
presentar los títulos de las propiedades de
propios así como una relación de las rentas
de propios y arbitrios obtenidas de sus fincas
rústicas. Todas aquellas tierras de propios
de las que no se conservase título de
posesión reconocido y las comunales que
permaneciesen improductivas eran susceptibles
de ser enajenadas por la corona. En la
práctica esta reforma podía afectar a buena
parte de las tierras comunales que no fuesen
las dehesas boyales y los ejidos –de las cuales
casi todos los pueblos conservaban documentación
que acreditaba su pertenencia
a los bienes de propios de los concejos–, y,
de haberse llevado a efecto plenamente, hubiera
tenido consecuencias nefastas para las
economías concejiles, especialmente para los
municipios ganaderos que utilizaban las tierras
no cultivadas como pasto común.
Venta de baldíos
Un ejemplo que nos muestra la dificultad de
llevar a la práctica dicho proceso es el caso
de Colmenar Viejo. Tras la solicitud de los títulos
de propiedad de propios al ayuntamiento
de más de 22 partidas y la
presentación de las correspondientes escri-
turas por parte de la villa, el fiscal de baldíos
establece en 1740 la relación definitiva de partidas
que debían salir a subasta: Dehesa de
Valdeviñuelas, Barrancos de Valdegodino,
Tierras de Valtravieso, Llanos de Pedrezuela
y baldío de la Magdalena Vieja. Sin embargo,
parece ser que la restitución de estas partidas
a la corona no debió llevarse a efecto
–existe un vacío en la documentación a partir
de 1740 que impide confirmar dicha hipótesis–
ya que estas fincas aparecen en el
Catastro de la Ensenada de 1752 como bienes
de propios de Colmenar.
En el caso de Guadalix de la Sierra, en 1741
el fiscal de la Audiencia declaró en una sentencia
las mejores fincas –Dehesa del Álamo,
Cabeza Encinosa, Soto del Espinar y despoblado
de Placer de Ver– como baldías y de realengo,
pese a la férrea oposición del concejo
y de su procurador Agustín Ballesteros. Guadalix
llegó a ofrecer, una vez denegados sus
títulos, hasta 84.000 reales de vellón como
servicio al Rey a cambio de la privacidad de
sus terrenos, pero esta cantidad será desechada
por el representante real. Las fincas
consideradas de realengo las donó la corona
a Nicolás Arnaud, ayudante de Cámara, en
compensación a sus servicios en 1743, aun-